Hablar de la formación sacerdotal

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INTRODUCCIÓN

Hablar de la formación sacerdotal, de su promoción, su crecimiento y maduración es adentrarnos en el mundo, siempre fascinante, del sacerdocio de Cristo. La carta a los hebreos afirma que nosotros los cristianos tenemos un sacerdote, un gran sacerdote, un Sumo Sacerdote, un Sumo Sacerdote Eminente (cf. Hb 4, 14). Y esto ocupará nuestra atención. Y es que Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado, es nuestro único modelo a contemplar en la formación permanente de los sacerdotes, pues Él es el prototipo de todo hombre.

Por ello, hay que analizar este «punto» de la formación del sacerdote, su promoción vocacional, las etapas de su formación, como única realidad, cuya meta es configurarnos con Cristo. La formación permanente del sacerdote no se sustenta en ningún modelo cultural, fruto de un patrimonio de ideas, principios y valores; ni tampoco en un modelo de realización personal o de perfección espiritual personal, como podría ser la figura de un santo; sino en la misma persona de Cristo, la cual busca imitar y continuar partiendo de su vocación específica y de su consagración. En este caso, el Cristo que el sacerdote debe seguir —y que debe ser formado en Él— es el Cristo Cabeza, Pastor y esposo de la Iglesia.

A todo esto tiende la formación permanente, entendida como opción consciente y libre que impulse el dinamismo de la caridad pastoral y del Espíritu Santo, que es su fuente primera y su alimento continuo. En este sentido, la formación permanente es una exigencia intrínseca del don y del ministerio sacramental recibido, que es necesaria en todo tiempo, pero hoy es particularmente urgente, no sólo por los cambios de las condiciones sociales y culturales de los hombres y de los pueblos, en los que se desarrolla el ministerio presbiteral, sino también por la «nueva evangelización», que es la tarea esencial e improrrogable de la iglesia.

1. DAR PASTORES AL REBAÑO

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1.1 El Señor cumple su promesa.

Da pastores al rebaño eclesial. Lo hace por la formación que dan los seminarios a los futuros pastores.

Se coordina la formación humana, intelectual y espiritual. Hay características concretas y contenidos en ese proceso educativo. La finalidad, la meta de ese camino es conseguir una capacitación integral del futuro pastor. Se busca integrar teoría y práctica. Unir la reflexión madura a la aplicación concreta. Aprender estudiando, reflexionando y haciendo. El desafío mayor es no descuidar, en esta trayectoria, la raigambre de motivación espiritual que ha de soportar todo lo que se construye y ha de impulsar todo lo que se desarrolla. Sin esta raíz se desplomará fácilmente todo el ramaje, a pesar de su altura y su abundancia1.

El discernimiento evangélico sobre la situación cultural y eclesial del ámbito en que se desarrolla la acción sacerdotal es un criterio que la teología pastoral recibe de la fe. Sus principios están cimentados en la «revelación». Esta teología tiene no sólo un arte o un conjunto de exhortaciones útiles, de experiencias valiosas, de métodos eficaces; tiene categoría teológica plena y, así, ha de presentarse a quienes la convertirán en realidades palpitantes en el ejercicio de su sacerdocio.

El seminario ha de despertar, en los estudiantes, el interés por la teología pastoral. Han de valorar, ellos, el rigor científico de esa disciplina y, al mismo tiempo, su aterrizaje en la cotidianidad del pastoreo. Se reflexiona en ella sobre la vida diaria de la Iglesia, animada por el Espíritu, a través de la historia y en la actualidad.

Quienes están próximos a ordenarse han de descubrir a la Iglesia como sacramento universal de salvación, como signo e instrumento de la salvación de Jesucristo. Han de valorar esa trilogía eclesial: la Palabra, los sacramentos, el servicio de caridad. El ambón, el altar y la calle. La verdad, la gracia y el amor. Lo profético, lo litúrgico y lo hodegético».

El indicador que nos permite valorar la formación humana, intelectual y espiritual es el fruto de ese árbol educativo. Es magnífico si su fruto es un pastor que comunica la caridad de Cristo, Buen Pastor; un pastor penetrado de la Palabra comprendida, poseída por la meditación y expresada, que lleve el mensaje y lo viva como testigo. Ese pastor ora y celebra la obra de salvación por el sacrificio eucarístico y los demás sacramentos. Entiende su tarea de dejar a Cristo vivir en él su vida de servicio salvador: «Servir a todos para ganar a muchos» (1 Co 9, 19). «Una vida que se da por la redención del mundo» (Mc 10, 45, cf. Jn 13, 12-17).

La teología pastoral es una disciplina dinámica y existencial. Ilumina la aplicación práctica. Requiere una entrega, no sólo cerebral, sino integral. Se vive esa ciencia en los servicios pastorales progresivos en los que se va incorporando el estudiante para desarrollar sus propias destrezas. Cuida del equilibrio y proporción, y armoniza ese conocimiento con todas las demás tareas formativas. Las experiencias sucesivas van dejando en el discípulo agente un aprendizaje vivencial. La duración de esta aventura fascinante ha de ser suficiente y se ha de someter a una verificación que garantice capacidad y maduración2.

Toda esta conformación de nociones, acontecimientos y estrategias no son sólo una técnica. Es indispensable una mística. Aparecida habla de hombres elegidos, llamados, configurados, animados y enviados. Esa configuración y esa

1 Luis Ruiz Vásquez, Oblación sacerdotal de Cristo, pág. 30.2 Jiménez Cadena A., Caminos de madurez sociológica para religiosos, pág. 50.

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animación hacen referencia a una fuente interior que es necesario valorizar y custodiar: una comunión creciente con la caridad pastoral de Jesús.

Esa caridad anima en el Señor su acción salvífica. Al que va a recibir una encomienda pastoral siempre le pregunta: «¿Me amas?». Él hizo una triple promesa que sólo se cumple en el que tiene la misma actitud: «si me amas...» (Jn 14, 16. 21. 23). Promete manifestarse, dar su Espíritu y venir con su Padre a habitar en el amigo. Es el Espíritu Santo, el que anima, por el sacramento del Orden Sacerdotal, el ministerio del presbítero para que comunique la caridad pastoral de Jesucristo.

En el proceso formativo del pastor todo lo anterior es importante, pero esto último es esencial. Es el misterio de la gracia. Es la acción divina que hace decir a Pablo: «Ya no soy yo el que vivo. Es Cristo quien vive en mí. Para mí, vivir es Cristo». Es lo que hace decir a Juan Bautista: «Que Él crezca y que yo disminuya». Es la actitud de Jesús ante el Padre: «Quien me ve a mí, ve a mi Padre».

La caridad, como respuesta, es la que lleva al futuro pastor de la pregunta : «¿Me amas?», a la encomienda: «Apacienta mis ovejas». Sólo el amor a Cristo, Buen Pastor, garantiza el bien de las ovejas. Sólo si el pastor permanece en su amor, las ovejas estarán protegidas. La caridad pastoral hace que el sacerdote no sea sólo «campana que resuena o platillo que retumba» (1 Co 13, 1). Sin ella, nada. «Sin mí –dice el Maestro–, nada pueden hacer» (Jn 15, 5). Sólo el rebaño conducido por un pastor impulsado por la caridad pastoral dará el fruto abundante que prometió el Buen Pastor.

No está completa la teología pastoral si no está acompañada de lo que recomendó Jesús, el Señor: «La cosecha es abundante pero los obreros pocos. Rueguen por tanto al dueño de la cosecha que envíe obreros a recogerla» (Mt 9, 37-38). La formación pastoral es una amistad creciente del pastor con el que le confiará el rebaño; del obrero con el dueño de la cosecha.

Toda la diócesis –en la que están actuantes: obispo, presbiterio y seminario– es un ámbito educativo. El presbiterio, en coordinación con el seminario, sale al encuentro de los recién llegados y ambos los inician progresivamente en el ministerio. Los enteran de las tradiciones pastorales y los incorporan al dinamismo del plan pastoral vigente. Los hacen descubrir la dimensión misionera de su ministerio en un ambiente de recíproca colaboración.

La madurez, el equilibrio, la sensatez y la lucidez irán surgiendo en el aprendiz de pastor al vivir como servicio la propia misión. Descubrirá que la única superioridad ante el pueblo de Dios ha de ser la de su caridad pastoral. Será fiel al carácter ministerial de sus actividades. Actuará sin descuidar el estudio. Lectorado, acolitado y diaconado abrirán el ámbito de esa acción ministerial en el avance hacia el presbiterado. La Iglesia se va experimentando como misterio, comunión y misión. La vida contemplativa del estudiante descubrirá la presencia de la Trinidad dirigiendo todo al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo. Advertirá la riqueza de la unidad en la diversidad, alcanzará la madurez relacional al establecer comunicación con todas las vocaciones en una iglesia jerárquica y carismática que abraza múltiples identidades complementarias3.

Todas las virtudes de relación podrán perfeccionarse y acrecentarse, y el amor a la Iglesia superará todos los particularismos que privilegian equivocadamente agrupaciones inferiores. El pastor, en sus primeros pasos, se acostumbrará a escuchar, a valorar y a aprovechar todas las potencialidades de los laicos, respetando y encauzando sus capacidades profesionales.

3 Gonzales Luis Jorge, Excelencia personal, valores. Pág. 2013

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El espíritu misionero, finalmente, irá acentuando la actitud de disponibilidad total. Aprenderá a vivir esos dos verbos pequeños –de una sílaba– que sólo pueden conjugarse desde el corazón obediente y generoso: ir y dar.

2. FORMACIÓN COMO AUTOFORMACIÓN

Un principio en la formación de un seminarista, futuro sacerdote, es el de la autoformación El formando es, de hecho, el primer responsable de la propia formación; no sólo que quiera formarse, sino que sepa que es él quien tiene que formarse, autoformarse. A veces lo damos por descontado, pero en la práctica se olvida mucho, por no haberlo tematizado y reflexionado suficientemente.

2.1 Elementos de la autoformación

1.- Autoconvicción: lo primero, lograr que el seminarista «quiera», esté convencido de que ha de formarse, y de que se debe formar él. Que quiera ser sacerdote, sacerdote de Cristo en la Iglesia católica, de acuerdo con la identidad y misión propia.

Ayudar al seminarista a que, poco a poco, vaya haciendo su opción fundamental por Cristo, para lograr una especie de unificación de pensamiento y acción. Opción definida y estable por la vocación.

Hay que lograr que el seminarista comprenda que la elección eterna de Dios no es materia negociable, que «los dones de Dios son irrevocables » (Rm 11, 29). Que aprenda a distinguir entre «dificultad» y «falta de vocación»: tener problemas de castidad, en los estudios, en la vida de oración no es necesariamente no tener vocación, sino muchas veces carecer de generosidad y de «formación».

2.- Autoconocimiento: al querer formarse, desea conocerse, para trabajar adecuadamente. Conocer el objetivo: sacerdote católico; y conocer la base con que cuenta: personalidad, formación, cualidades y defectos, estado en que se encuentra4.

Esto implica invitarle a hacer esta labor de introspección. Ayudarle desde el inicio a autoconocerse: analizar con él cómo es, cómo reacciona, sus cualidades y sus efectos en su dirección espiritual, confesión y trato diario. Conviene proporcionarle medios para ayudarle en esta ardua labor de autoconocimiento: examen de conciencia diario; examen monotemático periódico, etc. También se le puede ayudar a la reflexión continua sobre sí mismo, para «autodescubrirse» (juego, reacciones espontáneas, actitudes de fondo).

3.- Autoformación: «supérate». Aceptarse no es conformarse con lo que se es. El formando se conoce (cualidades y límites), ve la meta, constata la distancia, luego, se esfuerza realmente por superarse. Esto implica que el formando cuente con un sentido de responsabilidad: en la vida práctica, toma en serio las cosas, se empeña en primera persona, aunque no se lo digan. Para el formando, el sentido de responsabilidad es igual a estar dispuesto a responder a cualquiera; pero, primariamente, porque el acto es mío, yo soy su autor, soy responsable de él. El seminarista es responsable de su vida espiritual, de la formación de su conciencia, de su formación intelectual.

Unido a lo anterior, tenemos el sentido de sinceridad: no necesita engañarse. No hace las cosas porque le ven o no. Y si falla, lo reconoce, porque no está ahí para ser bien visto, sino para que se le ayude a formarse.

4 Jiménez Cadena A., Camino de madurez sociológica para religiosos, pág. 134.4

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Importante es también el sentido de iniciativa, es decir, que tome realmente las riendas de su propia formación. Por ejemplo, estudia un tratado que no contempla el plan del seminario y le parece importante. Malo, si tenemos seminaristas «remolque», a los que hay que ir arrastrando, marcándoles en todo momento el paso, exigiéndoles sólo con medios «coercitivos».

4. Autoformación no es «autoguía»: a veces se entiende mal la palabra autoformación»: yo hago lo que quiero, me formo como quiero, en todo tengo primero que estar de acuerdo, no me sujeto a ningún horario, ni a ninguna obediencia. No hay formación autónoma que sea realmente eficaz; se necesita siempre de un guía y formador5.

Autoconvencido de formarme sacerdote de Cristo: obediente como Él; sacerdote de y en la Iglesia: conforme a lo que ella me pide, en general, y en concreto, a través de sus representantes para la formación. La autoconvicción, el autoconocimiento y la autoformación (responsabilidad, sinceridad, iniciativa) le llevarán a ponerse, con convicción, responsabilidad, sinceridad e iniciativa, en las manos de sus formadores.

Decíamos que «el papel principal del formador es hacer que el formando asuma plenamente el suyo». Ahora, podemos decir que el papel del formando es, en buena parte, dejarse guiar por el formador. Éste debe saber hacer que el formando quiera responsablemente dejarse guiar.

Autoformación no es ser guía de sí mismo, sino caminar convencido, con plena responsabilidad personal, en la libertad, guiado por el formador.

3. LUGARES DE FORMACIÓN

3.1 El ministerio, lugar natural de formación

El ministerio sacerdotal es la escuela del servicio. En él se forma en el seguimiento de Cristo, quien vino a servir y no a ser servido (cf. Mc 19, 45; Lc 22, 27). Los consagrados somos conscientes de que continuamos una obra no iniciada por nosotros, sino que llevamos a cumplimiento la obra que Cristo comenzó y que, exclusivamente por la gracia, nos ha confiado. El don del sacerdocio, como enseña la pedagogía de la fe, mientras se ejerce, y precisamente porque se ejerce, crece y, en consecuencia, hace madurar. El ministerio, con todos sus elementos gratificantes al igual que con sus fatigas, es el lugar natural en el que el presbítero está llamado a crecer, pues es ahí donde encuentra las ocasiones, ordinarias o excepcionales, para desarrollar la caridad pastoral, que es la que le configura con Cristo, el Buen Pastor.

A su vez, la formación permanente nace y se desarrolla a partir de la caridad pastoral, y por ello, se puede entender como un acto de amor a Dios, y a su Pueblo. Su ministerio se ve animado por esta caridad pastoral, y ella misma lo urge a prestar el mejor servicio posible, tanto a Dios como a los demás hermanos. Así, el sacerdote se siente urgido para madurar progresivamente, en todas las dimensiones de la vida, en orden a realizar su misión con actualidad, eficacia y credibilidad. (cf. PDV 70).

3.2 El presbiterio diocesano, ambiente natural de formación

La fraternidad sacramental del presbiterio diocesano es «el lugar» en el que Dios pone al sacerdote para hacerle crecer y madurar. En el presbiterio es donde, propiamente, se escucha la Palabra, se vive en la presencia del Espíritu y se comparte la misión, los cansancios, las dificultades y los gozos. Nuestros hermanos

5 Jiménez Cadena A., Camino de madurez sociológica para religiosos, pág. 140.5

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sacerdotes son nuestros «condiscípulos» en la escuela del único Maestro y, a la vez, «maestros de formación». Gracias a la íntima comunión que nace a partir de la ordenación sacerdotal, el presbiterio es el ambiente donde principalmente nos formamos, a ejemplo de la primera comunidad de los discípulos del Señor.

El presbiterio es formativo porque es escuela de la alteridad y de la comunión. En él aprendemos a descubrir que el otro es un don para mí, independientemente de las virtudes o defectos que tenga. Sabemos que no existen presbiterios perfectos, pues están conformados por hombres, siempre falibles. Sin embargo, esa realidad, más que ser un obstáculo, es la oportunidad para purificar, crecer y trabajar, tanto de manera personal, como comunitaria, pues «vivir la realidad del presbiterio significa aprender la ascesis del “reconocimiento radical del otro”, de la aceptación incondicional de su realidad total, incluidas sus miserias y cuanto lo hace indigno de amor, y es disciplina de realismo, de capacidad de acogida, de mirada que sabe captar la amabilidad radical de la persona, más allá de las apariencias e, incluso, de los comportamientos a veces negativos, ascesis de liberación de la invasión homogeneizante del yo y, en particular, de la pretensión de llegar a Dios sin mediaciones».

No es posible dejar a los demás lo que nos toca hacer a nosotros. Si no procuramos una actitud permanente de formación, entonces todas las demás iniciativas y encomiendas que se realicen en la diócesis a favor de la formación de los sacerdotes, no dejarán de ser como el agua que pasa por la roca. Es necesario abrirnos día a día a la acción del Espíritu para comprender la pedagogía de Dios, quien nos enseña, exhorta, motiva y reprende a través de nuestros hermanos, de los fieles y de todos los acontecimientos. Así, en la medida en que seamos sacerdotes-discípulos, dóciles a las mociones del Espíritu, la formación permanente será una de nuestras principales encomiendas, y también, un manantial para sacar de ahí todo el entusiasmo y entrega que se requiere para hacer creíble nuestro ministerio en este cambio de época6.

3.3 La dirección espiritual

Una palabra clave al hablar de la formación permanente, en la dimensión espiritual, es la dirección espiritual. Ésta constituye una verdadera escuela de fidelidad y de formación permanente, pues ella ayuda significativamente, en el crecimiento, a madurar en el amor y en la fidelidad. El director espiritual es alguien querido por Dios que conoce bien el camino que queremos recorrer, a quien abrimos nuestra alma y nos ayuda a «objetivar» nuestra realidad. En la dirección espiritual se canalizan nuestros afanes de lucha por ser fieles, de no ceder ante la mediocridad espiritual y el pecado. Porque no es siempre fácil ser fiel, es necesario recurrir a alguien seguro, confiable, comprensivo, propositivo, discreto y que pueda y quiera salir en ayuda o en defensa de quien quiere corresponder a la gracia recibida. Muchos que finalmente han renunciado a la fidelidad, es porque se han sentido poco comprendidos, o porque incluso se han sentido traicionados. En cambio, quien, no obstante la dificultad, encuentra alguien que pueda escucharlo, comprenderlo, motivarlo y ayudarlo, cuenta con un imprescindible apoyo para continuar formándose, crecer y madurar en la fidelidad.

Nadie puede, ordinariamente, guiarse a sí mismo sin una ayuda especial de Dios. La falta de objetividad, el apasionamiento con que nos juzgamos a nosotros mismos y a los demás, la pereza, van difuminando nuestro camino de formación y fidelidad hacia Dios. Si no se procura la dirección espiritual, llega poco a poco el estancamiento espiritual, la mediocridad aceptada, el desánimo, la tibieza, y finalmente, la infidelidad. De mucho puede ayudarnos el seguir este consejo de san Vicente Ferrer: «Aquel que tuviere un director y le obedeciere sin reservas y en

6 Norman Cameron, Desarrollo y psicopatología de la personalidad, pag. 140.6

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todas las cosas, llegará al fin mucho más fácilmente que si estuviera solo, aunque poseyera muy aguda inteligencia y muy sabios libros de cosas espirituales»7

En la dirección espiritual, el sacerdote podrá encontrar nuevos derroteros y motivos para continuar en el ministerio con fidelidad y con una actitud de formación permanente. En caso de que se haya nublado el rumbo, el director con su dedicación y cariño de auténtico padre y pastor, podrá alentar al sacerdote que descubre que no siempre es fácil ser fiel a Dios. El papa Juan Pablo II dirigió a los seminaristas de España unas palabras que pueden ayudarnos a nosotros, como presbíteros, para procurar y facilitar a otros la dirección espiritual: «En la vida no faltan oscuridades e incluso debilidades. Es el momento de la dirección espiritual personal. Si se habla confiadamente, si se exponen con sencillez las propias luchas interiores, se sale siempre adelante, y no habrá obstáculos ni tentación que logre apartaros de Cristo»

La dirección espiritual es una hermosa aventura en la que se ayuda a los demás a ser fieles. Es algo propio del pastor dirigir a los demás. A todos se les recomienda ampliamente la dirección espiritual, pero de manera especial, a los sacerdotes recién ordenados y jóvenes: se les sugiere que, en la medida de lo posible, continúen vinculados con el director espiritual que los acompañó durante su estancia en el seminario, de manera que encuentren un apoyo durante sus primeros pasos en el trabajo ministerial. Y será de desear que continúen siempre con la dirección espiritual, con frecuencia y regularidad, a lo largo de su vida ministerial. Concluyo este apartado con una palabras de san Juan de la Cruz que, a su vez, nos estimulan a ser mejores directores espirituales de nuestros hermanos: «Grandemente le conviene al alma que quiere ir adelante en el recogimiento y perfección mirar en cuyas manos se pone, porque cual fuere el maestro, tal será el discípulo, y cuál es el padre, tal el hijo»

4. LA IMPORTANCIA DE LOS SEMINARIOS EN LA DIÓCESIS

El secularismo y la sociedad relativista de nuestro tiempo parecen exigir que venga a menos la figura sacerdotal y las casas donde la Iglesia, a partir del siglo XVI, ha venido formando a sus ministros. «El relativismo plantea una cultura que pone a Dios entre paréntesis y desalienta cualquier opción verdaderamente comprometedora y las opciones definitivas, como son las opciones vocacionales». Ante esto, encontramos que, en la mayoría de las diócesis de México, hay un aprecio puro por estas instituciones y un afán por apoyarlas. Una gran parte de católicos sabe que en los seminarios se forma a los candidatos al sacerdocio, y que en cada diócesis se invierten los mejores medios humanos y materiales para que esta casa pueda funcionar y cumplir su cometido. El pueblo quiere sacerdotes que le anuncien a Jesucristo y que se identifiquen con Él8.

4.1 Los seminarios en la historia de la Iglesia

Una mirada al origen de los seminarios nos ayudará a contextualizar el tema. En América Latina ha dado un notable crecimiento, a partir del siglo pasado, y una preocupación creciente por cuidarlos. Pero, ¿dónde y cómo surgieron?

Podríamos hablar de la primera etapa y afirmar que Jesucristo fue el primer formador de sacerdotes. Escogió y «llamó a los que Él quiso » y fueron los doce primeros seguidores (Mc 3, 13; Lc 6, 12; Mt 10, 1-4). Hombres maduros que mantuvo en cercanía durante los años de su vida pública y los formó en sus

7 Cardenal J. Sandoval, Informe a la Santa Sede, febrero 2009.8 Cardenal J. Sandoval, Informe a la Santa Sede, febrero 2009.

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enseñanzas. La convivencia y cercanía con el Maestro fueron la mejor escuela para los primeros seguidores.

Viene luego el periodo patrístico, en el que la formación de sacerdotes recayó de modo especial sobre los obispos; escogían de entre el pueblo a personas que tenían una óptima preparación y una buena reputación. El estilo monacal tuvo una gran influencia en la formación de los sacerdotes. De los conventos fueron llamados para ejercer este ministerio. San Agustín y san Eusebio de Vercelli introdujeron la vida en común para quienes se sentían con esta vocación.

En el periodo pretridentino se dio una renovación en todos los niveles de la vida eclesial; en el periodo del renacimiento se relajaron la vida y la disciplina eclesiástica. Las escuelas monásticas y otros colegios vinieron a menos y los jóvenes se formaban con menos exigencias, por lo que llegó a haber clérigos poco preparados, ambiciosos y de costumbres poco ejemplares. Se dejó sentir la necesidad de una reforma general en la Iglesia. El papa Paulo III encargó a una comisión elaborar un programa de reforma para examinarlo en el concilio de Trento.

Fue en el tercer periodo del concilio de Trento –año 1563– cuando se estudió el proyecto de reforma y se vio la necesidad de establecer los seminarios. El 15 de julio de 1563, fue aprobado el decreto sobre los seminarios. Desde entonces, comenzaron a llamarse seminarios conciliares o tridentinos. En ellos habría que educar a los jóvenes «en ciencia y piedad», el obispo debía ser el árbitro supremo. El seminario tendría que educar antes que instruir para proporcionar a la Iglesia unclero capacitado. Con Trento crece el interés por aplicar el decreto y, en diferentes países, aparecen grandes figuras que van delineando de mejor manera la institución. Entre ellos, se puede citar la labor insigne de san Carlos Borromeo, san Juan de Ávila, san Vicente de Paul y otros. Postulados que tomará, casi a la letra, el Código de Derecho Canónico de 1917. A partir de entonces, la Santa Sede estimula a los obispos a fundar seminarios9. 4.2 Los seminarios hoy en las diócesis

Los seminarios en México han crecido en número. Existen 89 diócesis y cada obispo desea tener su propio seminario, por lo que solicita a sus mejores sacerdotes que colaboren en «la pastoral de las pastorales», es decir, en la formación de los candidatos al sacerdocio. Hoy se cuenta con 78 seminarios mayores y con 69 menores. Este dato ayuda a comprender que la fundación y su marcha se han tomado en serio, que se impulsa un acucioso trabajo vocacional en cada diócesis y se alimenta el seminario, sabiendo que es una prioridad que debe atenderse. Los documentos oficiales asientan con claridad lo que se quiere hoy de los seminarios.

4.3 Los documentos del Magisterio universal

La Iglesia dio un gran salto al llegar el Concilio Vaticano II (1962-1965). Como fruto del Concilio tenemos el documento sobre la reforma de los seminarios, la Optatam totius, que se firmó el 28 de octubre de 1965 y concluía así: «Los Padres de este santo Concilio, continuando la obra iniciada por el Concilio de Trento, mientras confían a los superiores y profesores de los seminarios la misión de formar a los futuros sacerdotes de Cristo en el espíritu de renovación promovido por este Concilio, exhortan ardientemente a quienes se preparan para el ministerio sacerdotal a que se den perfecta cuenta de que la esperanza de la Iglesia y la salvación de las almas están en sus manos y a que produzcan frutos ubérrimos y perennes»10.

9 Historia del Colegio Pío Latino Americano, Sánchez A. C. La Doctrina de la Iglesia sobre Seminarios, 1942 p. 274

10 OT Conclusion8

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En el proemio del citado documento se asentó: «El santo Concilio proclama la trascendental importancia que tiene la formación sacerdotal y expone algunos de sus principios fundamentales para confirmar las normas aplicadas durante siglos e introducir en las mismas las novedades que respondan a las Constituciones y Decretos de este santo Concilio». Es, pues, una acción que continúa lo que inició el Concilio de Trento, y es el momento de promover una reforma profunda de estas instituciones. Ordena el Concilio que se trabaje arduamente en formar en cuatro dimensiones: la humana, la espiritual, la académica y la pastoral. Deberá hablarse con total claridad sobre las obligaciones y las dificultades de vida sacerdotal, y advierte que «no se mire exclusivamente al margen del peligro de su futura actividad»; señala que toda la vida del seminario «se organice de tal manera que sea ya una iniciación para la vida del sacerdote»11 y que la preocupación pastoral esté presente en la formación.

Con firmeza, Optatam Totius asienta que «los seminarios mayores son necesarios para la formación sacerdotal»12, y toda la formación debe estar dirigida a tener verdaderos pastores.

En la primera asamblea general, en octubre de 1967, el Sínodo dedicó cinco congregaciones generales al tema de la renovación de los seminarios, y este trabajo dio un impulso decisivo a la elaboración del documento de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, titulado Normas fundamentales para la formación sacerdotal13. La segunda asamblea general ordinaria, en el año 1971, dedicó la mitad de sus trabajos al sacerdocio ministerial, y posteriormente, en variados documentos de la Santa Sede se ha tocado este punto. Más tarde se trabajarían estas normas «en México y para México», como lo solicitó la Sagrada Congregación.

4.4 La exhortación apostólica postsinodal Pastores Dabo Vobis

Después de haberse celebrado el Sínodo de los Obispos de 1990, sobre la formación básica para los futuros sacerdotes, el 25 de marzo de 1992 el papa Juan Pablo II entregó a la Iglesia la exhortación apostólica postsinodal Pastores Dabo Vobis, sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual. Ella ha resultado ser la carta magna sobre la formación sacerdotal, que da claridad, profundidad teológica y homogeneidad a la formación del sacerdote diocesano, como afirma el cardenal Juan Sandoval en su informe a la Santa Sede del 17 de febrero del presente año.

Veamos lo que señala Pastores Dabo Vobis: la Iglesia ha afrontado, en muchas ocasiones, los problemas de la vida, ministerio y formación de los sacerdotes (PDV 3). El seminario es llamado «comunidad eclesial educativa» (PDV 61 y 66), por lo que debe tener bien definido su propio plan de formación (PDV 61) como obra que necesita una constante renovación (PDV 61). La formación de los candidatos es considerada «como una de las tareas de máxima importancia para el futuro de la evangelización» (PDV 66). El seminario es llamado «lugar óptimo de formación» (PDV 60), ahí se debe «crear el ambiente normal para llevar una vida comunitaria y jerárquica» (PDV 60), es «la casa propia para la formación de los candidatos al sacerdocio» (PDV 60), una «institución que ha dado muchísimos frutos a lo largo de los siglos» (PDV 60), «una comunidad educativa en camino», «la promueve el obispo para ofrecer la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los doce» (PDV 60).

11 OT 1112 OT 413 PDV 3

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Así pues, «La identidad profunda del seminario es ser una continuación de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús (PDV 60). En tanto se le considera «una experiencia original de la vida de la Iglesia» (PDV 60), debe ser una «comunidad estructurada por una profunda amistad y caridad y como una familia que vive en la alegría» (PDV 60). Debe también «alimentar el sentido de comunión de los candidatos con su obispo y con su presbiterio» (PDV 60), y ser «una comunidad eclesial, de discípulos del Señor, en la que resplandezcan el espíritu de Cristo y el amor a la Iglesia» (PDV 60); ha de aspirar a ser, además, «una comunidad en la que se progrese en la vida de comunidad» (PDV 60).

En el año de 1996 México presentó a la Santa Sede las Normas para la Formación Sacerdotal en México. Monseñor Felipe Arizmendi, como presidente de la Comisión Episcopal de Seminarios, ofreció la edición de las mismas subrayando que «los seminarios son centrales para la Iglesia, y son el lugar donde se ejercita la pastoral de las pastorales» (NFSM, p. 15).

4.5 El Magisterio latinoamericano

Al detenerse en estas instituciones eclesiales, Iglesia en América asienta: «Los seminarios, como lugares de acogida y formación de los llamados al sacerdocio, han de preparar a los futuros ministros de la Iglesia para que vivan una sólida espiritualidad de comunión».

El más reciente Magisterio del Episcopado de América Latina, en Aparecida, señala una serie de características sobre los seminarios, a los que llama «espacios privilegiados, escuela y casa para la formación de discípulos y misioneros» (316); asienta que el seminario «debe prestar mayor atención a los proyectos formativos» (318) y «al proceso de formación humana» (321); «cuidar un clima de sana libertad y responsabilidad personal» (322); y «ofrecer una formación intelectual seria y profunda» (323).

4.6 El número y la calidad de los seminarios

Los números son indicativos y ayudan a comprender la realidad. Siempre ha existido el empeño de los pastores por tener su seminario y dotarlo de los mejores elementos que posee. La situación de México ha favorecido su fundación, y encontramos una realidad numérica que habla de la importancia que tienen en la totalidad de las iglesias, aunque no siempre se logre la calidad requerida. Cada seminario tiene su plan de formación y trata de fortalecer las cuatro dimensiones formativas, tomando en cuenta la realidad tan desafiante. El sacerdote actual debe ser un pastor que construya siempre la comunidad, que esté inmerso en ella y busque servirla; por ello, la exigencia de su seria formación es retadora. éste es el desafío que tienen los seminarios y de aquí nace su importancia.

5. LA FORMACIÒN HUMANA: FUNDAMENTO DE TODA LA FORMACIÒN SACERDOTAL

Considero necesario, en primer lugar, establecer en qué consiste la formación humana de los futuros sacerdotes. Una vez que esto quede determinado, podremos comprender con claridad por qué es fundamento de la formación sacerdotal, tanto en la formación inicial como en la formación permanente.

La formación humana se ofrece, concretamente y de modo muy particular, en los seminarios, que la Iglesia considera instituciones indispensables para la formación sacerdotal integral14. Con el fin de lograr este objetivo, se establecen normas que marcan el camino a seguir. En México, recientemente se ha hecho revisión de las Normas Básicas de Formación Sacerdotal (NBFS) y se propone una

14 OT 4; Congregación para la Educación Católica Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis núm. 1.

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actualización de éstas para los seminarios del país. En efecto, en esta revisión y actualización se piensa, para la formación específicamente humana: que el seminarista haga transparente en sí mismo la perfección humana que brilla en Cristo, siendo fiel a los valores humanos y cristianos (cf. Ef 4, 13). Es decir, se enfatizan dos aspectos considerados esenciales para la formación humana, especialmente en el contexto socio-cultural actual de los jóvenes, aspirantes al sacerdocio: madurez y fidelidad15.

Debemos poner especial cuidado en la educación de la conciencia moral, relacionándola con la libertad responsable, el dominio de sí, la superación de toda forma de egoísmo y relativismo. Esta educación de la conciencia moral exige el crecimiento en el amor a Dios, a su Palabra; crecimiento en el amor al prójimo. Exige el conocimiento, la aceptación y la práctica de los principios y enseñanzas de la doctrina de la Iglesia16.

La necesidad de madurez psicosexual y afectiva, el llamado urgente a la fidelidad en la vida sacerdotal, pide también tener en cuenta otro elemento, no menos importante que los mencionados arriba: se trata de la formación para la vida comunitaria y para las virtudes que ésta exige (cf. DA 324). Además, recordemos que el sacerdote está llamado a ser «hombre de comunión », su vocación específica es la vida y espiritualidad de comunión. Por ello, la formación humana exige crecer en amor a la verdad, lealtad, respeto por la persona, sentido de la justicia, fidelidad a la palabra dada, compasión, sinceridad, discreción, coherencia, equilibrio de juicio y comportamiento17. No podría dejarse de lado, en la misma dirección, la educación de los seminaristas sobre el sentido comunitario de los bienes materiales y sobre la responsabilidad de compartirlos solidaria y generosamente, administrándolos honradamente. Como se ve, la formación humana implica la experiencia de vida comunitaria, indispensable para el crecimiento personal integral, especialmente afectivo.

La familia ha jugado siempre un papel sumamente importante en la vida de las personas; es por ello, vital, hoy por hoy, considerarla, de modo más específico, en las cuestiones formativas. Efectivamente, otro aspecto que no debe descuidarse, de ninguna manera, en la formación humana es el tema de la familia. Por ello, en el seminario, «póngase especial atención a la relación afectiva entre el futuro sacerdote y su familia. Oriéntese a las familias para que acompañen el camino formativo del seminarista con la oración, el respeto, el buen ejemplo de las virtudes domésticas y la ayuda espiritual y material…»18.

Todavía más, nos atrevemos a decir que es hora de apostar por una pastoral

familiar, con el fin de que redunde no exclusivamente en bien de la familia, sino, especialmente, en ayuda del futuro sacerdote y su espiritualidad. Así se expresan las NBFS: «Es recomendable realizar una conveniente pastoral familiar en favor de las familias de los candidatos al sacerdocio, máxime teniendo en cuenta que, actualmente, un alto porcentaje de seminaristas proviene de familias desintegradas, e incluso disfuncionales. Esta pastoral redundará en beneficio de los futuros sacerdotes y de las comunidades que se les encomienden»19.

Queda dicho que las familias tienen una grave responsabilidad en la

formación humana de los sacerdotes, porque les ayudan a madurar afectivamente y pueden orientarlos efectivamente en su identidad psicosexual. Por esto, toca al seminario acompañar a las familias de hoy, porque muchas de ellas enfrentan

15 NBFS, Documento de Trabajo núm. 14416 OT 1617 PDV 43; NBFS, Documento de trabajo núm. 15518 NBFS, Documento de trabajo núm. 132; cf. RFIS 12; PDV 68.19 NBFS, Documento de trabajo núm. 133

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problemas serios que podrían afectar el equilibrio emocional y la sociabilidad de sus hijos, hermanos, nietos, sobrinos, etc., aspirantes al Ministerio Sacerdotal.

Completar la formación humana, implica conjuntar esfuerzos de los distintos agentes de la formación integral en el seminario: además de la comunidad de formadores, la familia, los profesores, resulta interesante subrayar la participación más directa de los psicólogos; su ayuda profesional es un aporte indispensable para la madurez afectiva, puesto que los jóvenes, en muchas ocasiones, llegan al seminario muy dañados emocionalmente, el trato con los psicólogos que aprecian la formación sacerdotal les ayuda a crecer humanamente y les mueve a fomentar su crecimiento en la formación espiritual.

Una vez que describimos, en términos generales, en qué consiste la

formación humana, subrayamos la razón por la cual se señala como el fundamento necesario e indispensable de la formación sacerdotal: porque lo que ésta busca es la formación integral de toda la persona del sacerdote. La dimensión humana de la persona es la base sobre la que se forma el hombre espiritual, intelectual y buen pastor. El sacerdote ha de madurar humanamente a través de toda su formación, precisamente porque se le confía la misión de reflejar en sí mismo, por el sacramento del Orden, la perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre y que se transparenta en sus actitudes, a fin de que sirvan de puente y no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo.

La formación de los candidatos al sacerdocio, ha de realizarse en un ambiente natural dentro del seminario. Esto asegura una experiencia «tremenda» de encuentro con la persona de Cristo y con otros discípulos suyos. En efecto, propicia la formación integral de los jóvenes aspirantes al Orden Sacerdotal, impulsando la experiencia de vida comunitaria, propia de los discípulos de Cristo y fomenta la madurez afectiva, impulsando la formación humana.

6. LA FORMACIÒN INTELECTUAL: INTELIGENCIA EN LA FE

6.1 La importancia del estudio ante la era nihilista

No hace mucho, ingresó a nuestro seminario un joven que decía tener inquietudes por la vida sacerdotal, pero nos causó mucha gracia a la mayoría, porque cuando se le informó que recibiría clases, inmediatamente me dijo que se iba. Le pregunté por qué razón; me contestó: porque pensaba que en el seminario no se estudiaba.

La otra realidad de los seminarios, a nivel mundial, ha sido que por siglos se enfatizó más el aspecto académico; de ahí que los últimos documentos de la iglesia, en cuestión formativa, se refieran a una integralidad de las cuatro dimensiones que conforman la estructura del candidato al sacerdocio (espiritual, humana, intelectual y pastoral). Incluso, por la realidad que se vive, la dimensión espiritual y la humana se miran como fundamentales en la formación de nuestros futuros sacerdotes.

Aunque no por esto la dimensión intelectual no tenga su valor; de hecho, juega un papel imprescindible porque, como lo dice la Pastores Dabo Vobis: «el sacerdote, en cuanto representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la iglesia, sino también al frente de la iglesia»; esto implica que tiene que hablar un mismo lenguaje ante la sociedad tan pluralizada, donde ésta se desarrolla. Por tanto, la razón que busca entender la fe, se debe utilizar en la

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formación del candidato que es embajador de Cristo20; y su ministerio debe estar enraizado en la búsqueda de la verdad, y qué mejor manera que colocándose a la altura de la ciencias y la modernidad de nuestra época, porque «si todo cristiano debe estar dispuesto a defender la fe y dar razón de la esperanza que vive en nosotros, mucho más los candidatos al sacerdocio». La preparación intelectual surge como una verdadera urgencia; basta observar el cultivo de propuestas filosóficas, ideológicas, orientales, escépticas o ateas que a nuestro alrededor flotan sin más, y cuántas de estas mismas propuestas nos retan a defender nuestros postulados cristianos.

Ahora caminamos invocando una «nueva religión», como ha dicho Benedicto XVI en su último libro, Luz del mundo, portadora de una «nueva racionalidad» y que tiene un solo mandamiento: la tolerancia a cualquier pretensión humana21. Por esto, la necesidad de una verdadera formación intelectual nunca ha sido tan necesaria como en nuestros tiempos. Ya el sumo pontífice Juan XXIII lo advertía:

«Bien sabéis, además, venerables hermanos, cómo la Iglesia siempre ha exigido que sus sacerdotes sean preparados para su ministerio mediante una educación sólida y completa del espíritu y del corazón… Natural es que en la formación del clero local se tenga buena cuenta de los factores ambientales propios de las diversas regiones».

El interés de la iglesia es muy notorio, sobre todo cuando se habla de una verdadera profundización de los estudios filosóficos y teológicos en los seminarios, pues, como lo dice el papa Benedicto XVI: «sólo la alianza entre fe y razón podrán salvar a la humanidad del terrible nihilismo22».

Se mira entonces la formación intelectual del seminarista como un reto, como una urgencia de que sea seria y profunda en el campo de la filosofía, las ciencias humanas y, sobre todo, de la teología y misionología; así lo declara el Documento de Aparecida23; La preparación intelectual debe ser actual y de convicción plena en Jesucristo, que pueda hacerse fuerte ante una sociedad que no quiere oír, que ha perdido la fe. «Por tanto, si no hay una verdadera formación sólida en teología y filosofía, la vida ética del sacerdote se convierte en moralismo, la fe en ideología, y el apostolado en sectarismo».

6.2 La importancia del estudio filosófico

Las normas básicas para la formación sacerdotal en México, que se están actualizando para responder mejor a la necesidad de nuestros tiempos, declaran que «la finalidad de la formación intelectual de los candidatos al sacerdocio es la“configuración del perfil sapiencial del pastor”, de modo que los seminaristas conozcan, crean, amen y afirmen la verdad, desarrollando un conocimiento amplio y sólido de las ciencias sagradas y una cultura general en consonancia con nuestro tiempo»24.

El estudio de la filosofía tiene como finalidad conocer a la persona de una manera más profunda, su libertad, sus relaciones con el mundo y, sobre todo, con Dios; es decir, la búsqueda por la verdad. San Justino afirma en sus discursos, que la filosofía cristiana fue la que lo llevó a un verdadero encuentro con la verdad25.

El estudio de la filosofía sistemática llevará al candidato a adquirir una formación sólida y coherente de lo que es el hombre, del mundo y de Dios, dándole 20 PDV 1621 Benedicto XVI, Luz del mundo, 5.22 Benedicto XVI, Caritas in veritate, núm. 74.23 Aparecida, núm. 323.24 Normas Básicas para la formación sacerdotal en México, núm. 194.25 San Justino, Diálogo con Trifón, núm. 8.

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certeza en la verdad que se contrapone al mundo subjetivista al que se tendrá que enfrentar. Esto, a su vez, debe propiciar en el alumno una estructura mental y métodos de estudio, de tal forma que lo preparen al paso más profundo, como lo es la fe, mediante el estudio teológico. De igual manera, lo prepara para la labor pastoral que toma en cuenta la sabiduría antigua, particularmente la de santo Tomás de Aquino, y las ciencias actuales, como las llamadas «ciencias del hombre», y situarse en la contemporaneidad26, que como decía Juan XXIII: «Para todos los candidatos al sacerdocio vale la sapientísima norma, según la cual, ellos no han de formarse “en un ambiente demasiado retirado del mundo”, porque entonces, “cuando vayan en medio del mundo podrán encontrar serias dificultades en las relaciones con el pueblo y con el laicado culto, y puede ocurrir así o que tomen una actitud equivocada o falsa hacia los fieles, o que consideren desfavorablemente la formación recibida”».

Los estudios en esta etapa filosófica deben poner mucha atención en sensibilizar al candidato al sacerdocio en los fenómenos ideológicos que han marcado el rumbo de la historia, tales como el liberalismo, postmodernismo, subjetivismo, el fenómeno de la globalización y el nihilismo, especialmente en las corrientes que han contribuido a formar la cultura latinoamericana27, pues será el ambiente al cual tendrá que proponer, de manera novedosa y apasionada, la filosofía de Jesucristo.

6.3 La formación teológica

La formación teológica, como bien lo dice la PDV, núm. 54, «debe llevar al candidato al sacerdocio a poseer una visión completa y unitaria de las verdades reveladas por Dios en Jesucristo y de la experiencia de la fe y de la iglesia». Esto conlleva estudiar las Sagradas Escrituras, «porque – dice el papa Benedicto XVI –, en la Palabra bíblica, Dios está en camino hacia nosotros y nosotros hacia Él; hace falta aprender a penetrar en el secreto de la lengua, comprenderla en su estructura y en el modo de expresarse. Así, precisamente por la búsqueda de Dios, resultan importantes las ciencias profanas que nos señalan el camino hacia la lengua». Así, el sacerdote estará capacitado para dar razón de ella en su ministerio, para vivirla, anunciarla y exponerla en bien de los fieles28.

En el estudio teológico de las Sagradas Escrituras, y más en la tradición del Magisterio de la Iglesia, juega un papel muy importante ya que, a lo largo de dos mil años, lo ha resguardado y transmitido fielmente; por tanto, le corresponde a todo seminario adecuarse a la enseñanza de nuestra Iglesia, buscando un sano equilibrio entre las investigaciones positivas y la reflexión sistemática como componentes inseparables y complementarios del método teológico, a ejemplo de santo Tomás de Aquino, pero no por ello se debe tener miedo a utilizar las ciencias modernas o los nuevos métodos.

La unidad de los dos niveles del trabajo de interpretación de la Sagrada Escritura presupone, en definitiva, una «armonía entre la fe y la razón». Por una parte, se necesita una fe que, manteniendo una relación adecuada con la recta razón, nunca degenere en fideísmo, el cual, por lo que se refiere a la Escritura, llevaría a lecturas fundamentalistas. Por otra parte, se necesita una razón que, investigando los elementos históricos presentes en la Biblia, se muestre abierta y no rechace a priori todo lo que exceda su propia medida.

Sin duda, una adecuada hermenéutica de la Escritura en la recta formación en los seminarios, proviene también de una escucha renovada de los padres de la Iglesia y de su enfoque exegético, ya que son unos «comentadores de la Sagrada

26 PDV. 52.27 Normas Básicas para la formación sacerdotal en México, núm. 210-211.28 Normas Básicas para la formación sacerdotal en México, núm. 213.

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Escritura». Su ejemplo puede «enseñar a los exégetas modernos un acercamiento verdaderamente religioso a la Sagrada Escritura, así como una interpretación que se ajusta constantemente al criterio de comunión con la experiencia de la Iglesia, que camina a través de la historia bajo la guía del Espíritu Santo».

En este sentido, la formación sacerdotal, que no es una profesión más o una carrera, sino un estilo de vida, debe encaminar al futuro pastor a adquirir elementos que lo configuren con Jesucristo pastor y guía, y eso se logra con una acertada formación intelectual, pues ser pastor y guía implica ser ejemplo para los demás. El papa Benedicto XVI, en un encuentro con seminaristas en Nueva York, los exhortaba con estas palabras: «Hablen con Él, de corazón a corazón. Rechacen toda tentación de ostentación, de hacer carrera o de vanidad29».

7. LA FORMACIÓN ESPIRITUAL: EN COMUNIÓN CON DIOS Y A LA BÚSQUEDA DE CRISTO.

La formación espiritual es el corazón de la formación de los presbíteros actuales y futuros. De allí la urgente necesidad de poner mucha atención a esta dimensión formativa. Pero, antes de abordar de lleno este tema, me surgen estas preguntas que hoy comparto: ¿qué entendemos por formar? ¿Quiénes nos formamos y para qué? ¿Todo es formación? Estas interrogantes parecerían tener respuestas muy obvias; sin embargo, pienso, requieren mucha atención por parte de quienes prestamos el servicio de formadores en nuestros respectivos seminarios o en comisiones del clero.

7.1 ¿Qué entender por formar?

«Forma», viene del latín forma (figura, imagen) y «formación», con el sufijo latino cion, indica acción y efecto; por lo tanto, la «formación» es la acción y el efecto de formar. Es decir, la formación significa adquirir o desarrollar una capacidad o habilidad. En nuestro caso, cuando hablamos de «formación espiritual», hablamos de adquirir una forma, que es la forma de Cristo: identificarse plenamente con Cristo.

Por lo tanto, podemos afirmar que la formación de los futuros pastores apunta a que «se configuren con Cristo Buen Pastor» 30 y esto implica un renovar la fe en que Cristo es el que «forma»; renovar la confianza en la gracia, con la certeza de que la forma sacerdotal no depende del mundo sino que es don del Espíritu, aceptado y cultivado con fidelidad.

Es elocuente, en este contexto, el pasaje evangélico de la vid y los sarmientos: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separado de mí no puede hacer nada» (Jn 15, 5). En este sentido, que Cristo sea la vid y nosotros los sarmientos implica dejarnos formar por la misma savia que nutre y da fuerza a toda la planta. Cristo va formando a todos aquellos que viven unidos íntimamente a Él. Esta invitación, que se convierte en todo un programa de vida, no sólo es para quienes se forman en los seminarios sino, en general, para quienes ya fuimos ordenados sacerdotes.

7.2 ¿Quiénes nos formamos y para qué?

Partimos del hecho de que, aunque la formación espiritual tiene su «despegue» en la formación inicial, no deja de ser un proyecto para toda la vida sacerdotal o, lo que llamamos, la formación permanente, pues el ministerio

29 Benedicto XVI, Encuentro con jóvenes y seminaristas en Nueva York, sábado 9 de Abril, 2008.30 DA 319

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sacerdotal requiere siempre del continuo crecimiento en todos los aspectos de la realidad de la persona y del servicio del sacerdocio.

Cuando hablamos de la formación inicial sabemos que hay clara referencia hacia el proceso formativo en nuestros seminarios; y es precisamente allí donde, de alguna manera, inicia toda la aventura vocacional que tendrá su pleno desarrollo y actualización en el ministerio ordenado. Como bien sabemos, los abundantes documentos del magisterio de la Iglesia, pero más concretamente la exhortación apostólica Pastores Dabo Vobis, exponen con claridad las cuatro dimensiones que ha de tener la formación sacerdotal: humana, espiritual, intelectual y pastoral.

Y es la dimensión espiritual la que alienta, anima y guía el desarrollo de las otras tres dimensiones. Pero, especialmente esta dimensión, nos abre el camino para entender el llamado a ser formados por Cristo y para Él. No lo olvidemos: con Cristo, estamos en continua formación. Por lo tanto, se hace necesario mirar en la persona del formando –sea seminarista o sacerdote– la posibilidad de apertura al don amoroso de Dios, que en la persona de Jesús nos ha llamado, para conformarnos con Él, a imagen de su Padre, ya que, desde el principio, ésa fue nuestra primera vocación: ser formados a imagen y semejanza del Señor.

CONCLUSIÓN Tanto seminaristas como presbíteros tenemos, cada día, la oportunidad de ir

madurando nuestra vida en la consagración actual y futura. En el proceso de seguimiento, en la búsqueda incesante del rostro del Señor, nos quedan bien estas palabras del papa Benedicto XVI: «Queridos sacerdotes, si queda impresa en vosotros, pastores de la grey de Cristo, la santidad de su rostro, no tengáis miedo: también los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral se contagiarán y transformarán. Y vosotros, seminaristas, que os preparáis para ser guías responsables del pueblo cristiano, no os dejéis atraer por nada que no sea Jesús y el deseo de servir a su Iglesia».

Por último, hacer de la formación espiritual el corazón de toda formación requiere la buena disposición y debe ser asumida dentro de un proceso gradual de crecimiento y madurez integral. En este sentido, todo cuanto hagamos debe dirigirse a un mayor deseo de vivir en santidad nuestra vocación o como es el caso de muchos de mis compañeros, inquietud vocacional. El papa Benedicto XVI, nos exhorta a reforzar nuestra opción vocacional: «…Dios os llama a ser santos, que la santidad es el secreto del auténtico éxito de vuestro ministerio sacerdotal. Ya, desde ahora, la santidad debe constituir el objetivo de vuestra opción y decisión».

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BIBLIOGRAFÍA

1.- Normas básicas para la formación sacerdotal en México

2.- Gonzales Luis Jorge, Excelencia personal, valores, Edit. Funt. Guadalajara, Jal.

3.- Jiménez Cadena A., Caminos de madurez sociológica para religiosos, Paulinas Bogot, 1992.

4.- Norman Cameron, Desarrollo y psicopatología de la personalidad, Trillas, México, 1992.

5.- Luis Ruíz Vásquez, Oblación Sacerdotal de Cristo, Edit. Nostra, México, 1995.

6.- San Justino, Diálogo con Trifón, núm. 8

7.- Benedicto XVI, Encuentro con jóvenes y seminaristas en Nueva York, sábado 9 de Abril, 2008.

8.- Concilio Vaticano II, Pastores Dabo Vobis, edit. San Pablo, Edición. 35, México, 2011

9.- Benedicto XVI, Luz del mundo

10.- Benedicto XVI, Caritas in veritate

11.- Documento de Aparecida

12.-Concilio Vaticano II, Optatam Tostius, edit. San Pablo, Edición. 35, México, 2011

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