Gutierre de Cetina

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Gutierre de Cetina Ojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados, ¿por qué si me miráis, miráis airados? Si cuando más piadosos, más bellos parecéis a quien os mira, no me miréis con ira, porque no parezcáis menos hermosos. ¡Ay, tormentos rabiosos! Ojos claros, serenos, ¡Ya que así me miráis, miradme al menos! AL MONTE DONDE FUE CARTAGO Excelso monte do el romano estrago eterna mostrará vuestra memoria; soberbios edificios do la gloria aún resplandece de la gran Cartago; desierta playa, que apacible lago lleno fuiste de triunfos y victoria; despedazados mármoles, historia en quien se ve cuál es del mundo el pago; arcos, anfiteatros, baños, templo, que fuistes edificios celebrados y agora apenas vemos las señales; gran remedio a mi mal es vuestro ejemplo: que si del tiempo fuistes derribados, el tiempo derribar podrá mis males. Horas alegres que pasáis volando porque a vueltas del bien mayor mal sienta; sabrosa noche que en tan dulce afrenta el triste despedir me vas mostrando; importuno reloj, que apresurando tu curso, mi dolor me representa; estrellas con quien nunca tuve cuenta, que mi partida vais acelerando; gallo que mi pesar has denunciado; lucero que mi luz va obscureciendo; y tú, mal sosegada y moza aurora; si en vos cabe dolor de mi cuidado, id poco a poco el paso deteniendo, si no puede ser más, siquiera un hora. Mientra el fiero león, fogoso, ardiente, con furioso calor nos mueve guerra, mientra la madre de Aristeo atierra los árboles, las plantas, la simiente, entre altos montes de soberbia gente, que al helvecio feroz el paso cierra, me hallo en otra clima, en otra tierra de la mi cara patria diferente. Allá Febo no tiene hora reparo; acá muestra mudar orden el cielo, y con helada nieve nos castiga. Entre estas diferencias se ve claro cuál es mi mal, pues ardo en medio el hielo y en el fuego se hiela mi enemiga.

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Gutierre de Cetina

Ojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados, ¿por qué si me miráis, miráis airados? Si cuando más piadosos, más bellos parecéis a quien os mira, no me miréis con ira, porque no parezcáis menos hermosos. ¡Ay, tormentos rabiosos! Ojos claros, serenos, ¡Ya que así me miráis, miradme al menos!

AL MONTE DONDE FUE CARTAGO Excelso monte do el romano estrago eterna mostrará vuestra memoria; soberbios edificios do la gloria aún resplandece de la gran Cartago; desierta playa, que apacible lago lleno fuiste de triunfos y victoria; despedazados mármoles, historia en quien se ve cuál es del mundo el pago; arcos, anfiteatros, baños, templo, que fuistes edificios celebrados y agora apenas vemos las señales; gran remedio a mi mal es vuestro ejemplo: que si del tiempo fuistes derribados, el tiempo derribar podrá mis males.

Horas alegres que pasáis volando porque a vueltas del bien mayor mal sienta; sabrosa noche que en tan dulce afrenta el triste despedir me vas mostrando; importuno reloj, que apresurando tu curso, mi dolor me representa; estrellas con quien nunca tuve cuenta, que mi partida vais acelerando; gallo que mi pesar has denunciado; lucero que mi luz va obscureciendo; y tú, mal sosegada y moza aurora; si en vos cabe dolor de mi cuidado, id poco a poco el paso deteniendo, si no puede ser más, siquiera un hora.

Mientra el fiero león, fogoso, ardiente, con furioso calor nos mueve guerra, mientra la madre de Aristeo atierra los árboles, las plantas, la simiente, entre altos montes de soberbia gente, que al helvecio feroz el paso cierra, me hallo en otra clima, en otra tierra de la mi cara patria diferente. Allá Febo no tiene hora reparo; acá muestra mudar orden el cielo, y con helada nieve nos castiga. Entre estas diferencias se ve claro cuál es mi mal, pues ardo en medio el hielo y en el fuego se hiela mi enemiga.

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Ponzoña que se bebe por los ojos, dura prisión, sabrosa al pensamiento, lazo de oro crüel, dulce tormento, confusión de locuras y de antojos; bellas flores mezcladas con abrojos, manjar que al corazón trae hambriento, daño que siempre huye el escarmiento, minero de placer lleno de enojos; esperanzas inciertas, engañosas, tesoro que entre el sueño se parece, bien que no tiene en sí más que la sombra; inútiles riquezas trabajosas, puerto que no se halla aunque parece; son efectos de aquel que Amor se nombra.

¿Qué aprovecha, señor, andar buscando hora el puerco montés cerdoso y fiero?, ¿qué aprovecha seguir ciervo ligero ni con hierba crüel andar tirando?; ¿qué aprovecha, señor, ir remontando la garza con halcón muy altanero?, ¿qué aprovecha, señor, tirar certero allí una liebre, aquí un faisán matando?; si va siempre tras vos vuestro cuidado, si en el alma lleváis el pensamiento, si estáis asido dél cuando más suelto, si traéis el pensar tan regalado que donde estáis más libre y más contento a las presas andáis con él envuelto.

Amor m'impenna l'ale, e tanto in alto

Amor mueve mis alas, y tan alto las lleva el amoroso pensamiento, que de hora en hora así subiendo siento quedar mi padescer más corto y falto. Temo tal vez mientra mi vuelo exalto, mas llega luego a mí el conoscimiento y pruébase que es poco en tal tormento por inmortal honor un mortal salto. Que si otro puso al mar perpetuo nombre do el soberbio valor le dio la muerte, presumiendo de sí más que podía, de mí dirán: «Aquí fue muerto un hombre que si al cielo llegar negó su suerte, la vida le faltó, no la osadía.»

¡Ay, sabrosa ilusión, sueño süave!, ¿quién te ha enviado a mí? ¿Cómo veniste? ¿Por dónde entraste el alma o qué le diste a mi secreto por guardar la llave? ¿Quién pudo a mi dolor fiero, tan grave, el remedio poner que tú pusiste? Si el ramo tincto en Lete en mí esparciste, ten la mano al velar que no se acabe. Bien conozco que duermo y que me engaño, mientra envuelto en un bien falso, dudoso, manifiesto mi mal se muestra cierto. Pero, pues excusar no puedo un daño, hazme sentir, ¡oh sueño pïadoso!, antes durmiendo el bien, que el mal despierto.

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Entre armas, guerra, fuego, ira y furores, que al soberbio francés tienen opreso, cuando el aire es más turbio y más espeso, allí me aprieta el fiero ardor de amores. Miro el cielo, los árboles, las flores, y en ellos hallo mi dolor expreso, que en el tiempo más frío y más avieso nacen y reverdecen mis temores. Digo llorando: «¡Oh dulce primavera, cuándo será que a mi esperanza vea ver de prestar al alma algún sosiego! Mas temo que mi fin mi suerte fiera tan lejos de mi bien quiere que sea, entre guerra y furor, ira, armas, fuego.»