Guión homilético. Novenario de Caacupé

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CAACUPÉ 2016 - TRIENIO DE LA JUVENTUD, 2017-2019 Abrazarse a Cristo Jesús, (Jn 15,1-17). DESARROLLO Tema Nº 1: Jóvenes en familia, creados a imagen y semejanza de Dios. Lema: Los jóvenes, llamados a proteger el proyecto original del Dios: “varón y mujer los creó”. Citas bíblicas: Gén 1,26-31; Sal 104(103); Mt 19,3-12 Obs.: El tema estaría centrado en la importancia de la familia para la vida del joven. ACLARACIÓN: Los salmos de todos los temas están tomados de la Biblia de Jerusalén . RITOS INICIALES 1. Monición de entrada Comenzamos hoy la Novena a la Virgen de Caacupé, Nuestra Madre Milagrosa de todos los paraguayos. Este año con la especial bendición que nuestros pastores nos desafían, a vivir el Trienio de la Juventud, tres años en que la Iglesia en el Paraguay quiere llegar a todos los jóvenes, que todos puedan abrazarse a Cristo, que puedan llegar a ser amigos, que permanezcan en El, y que den mucho fruto. Nos desafían a llegar a cada joven, donde esté, en su realidad concreta y presentarle a este Cristo, amigo y hermano, que lo ama, lo perdona y lo espera. El desafío está lanzado, muchos ya empezamos a soñar, e invitamos a todos a soñar, que podamos salir de nuestra zona de confort , que dejemos el sofá como nos pide el Papa Francisco, y seamos esa Iglesia en salida, en busca de la oveja, que quizás no esté perdida, sino olvidada por nosotros. En este primer día, empezamos reconociendo en la familia, la primera experiencia del joven del amor de Dios. Es en ella que despierta su fe, es en ella en la que se va reconocer como un ser amado, respetado, comprendido; y es en ella en la que va aprender el sentido de la vida. Por ese motivo queremos hacer énfasis en la familia, en el proyecto que Dios tuvo y tiene desde el comienzo, cuando creo al hombre y a la mujer, y vio que todo era bueno. 1

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CAACUPÉ 2016 - TRIENIO DE LA JUVENTUD, 2017-2019Abrazarse a Cristo Jesús, (Jn 15,1-17).

DESARROLLO

Tema Nº 1: Jóvenes en familia, creados a imagen y semejanza de Dios.

Lema: Los jóvenes, llamados a proteger el proyecto original del Dios: “varón y mujer los creó”. Citas bíblicas: Gén 1,26-31; Sal 104(103); Mt 19,3-12 Obs.: El tema estaría centrado en la importancia de la familia para la vida del joven.

ACLARACIÓN: Los salmos de todos los temas están tomados de la Biblia de Jerusalén .

RITOS INICIALES 1. Monición de entrada

Comenzamos hoy la Novena a la Virgen de Caacupé, Nuestra Madre Milagrosa de todos los paraguayos.

Este año con la especial bendición que nuestros pastores nos desafían, a vivir el Trienio de la Juventud, tres años en que la Iglesia en el Paraguay quiere llegar a todos los jóvenes, que todos puedan abrazarse a Cristo, que puedan llegar a ser amigos, que permanezcan en El, y que den mucho fruto. Nos desafían a llegar a cada joven, donde esté, en su realidad concreta y presentarle a este Cristo, amigo y hermano, que lo ama, lo perdona y lo espera.

El desafío está lanzado, muchos ya empezamos a soñar, e invitamos a todos a soñar, que podamos salir de nuestra zona de confort , que dejemos el sofá como nos pide el Papa Francisco, y seamos esa Iglesia en salida, en busca de la oveja, que quizás no esté perdida, sino olvidada por nosotros.

En este primer día, empezamos reconociendo en la familia, la primera experiencia del joven del amor de Dios. Es en ella que despierta su fe, es en ella en la que se va reconocer como un ser amado, respetado, comprendido; y es en ella en la que va aprender el sentido de la vida. Por ese motivo queremos hacer énfasis en la familia, en el proyecto que Dios tuvo y tiene desde el comienzo, cuando creo al hombre y a la mujer, y vio que todo era bueno.

En la celebración de hoy, pongamos a los pies de nuestra Madre María a nuestra familia y a todos los jóvenes que no la tienen, y no se sienten amados.

2. Acto penitencial Tú que nunca nos cierras las puertas de la casa: Señor, ten piedad. Tú que nos llamas a mejorar nuestra relaciones familiares: Cristo, ten piedad. Tú que siempre nos instruyes en el camino del bien: Señor, ten piedad.

II. LITURGIA DE LA PALABRAMonición a las lecturas. Gn 1,26-31; Sal 104(103); Mt 19,3-12 La primera lectura nos recuerda el plan original de Dios, hombre y mujer, su máxima creación perfecta. En el evangelio se nos habla de la familia, indisoluble. La palabra de Dios es firme, el que quiera entender, que lo entienda.

III. ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS- Pedimos Señor por nuestra Iglesia, nuestra familia grande, para que cada uno seamos fieles

discípulos tuyos, que sepamos defender Tu Palabra contra los ataques de la sociedad que todo lo relativiza, y quiere destruir tu proyecto divino de familia.

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- Pedimos Señor por nuestros gobernantes, que sean hombres y mujeres de Fe firme, que puedan ser Tu voz cuando se quieran dictar leyes que vayan en contra de la familia.

- Pedimos Señor por nuestros pastores, que nunca se cansen de defender el ideal de familia que Tu creaste, aun cuando las fuerzas opuestas sean grandes y quieran derrumbarlos.

- Pedimos Señor por los jóvenes sin familia, olvidados, que encuentren en nosotros esa mano amiga que le recuerde su verdadera esencia, que es ser Hijo tuyo.

- Pedimos Señor por las familias separadas, que puedan encontrar en Tu palabra, esa fuerza que haga renacer en ellos el amor, la reconciliación y el perdón.

- Pedimos Señor por los jóvenes novios, que puedan vivir esta etapa de manera coherente, amándose como Tú quieres, y que formen en el futuro una buena familia cristiana, fuerte en Fe y en valores.

IV. LITURGIA EUCARÍSITCA Acerquémonos a Cristo con el corazón libre de rencores, entreguémosle a Él nuestra familia

y especialmente a cada uno de los jóvenes que no cuentan con un hogar digno.

V. RITOS CONCLUSIVOS Nos despedimos de nuestra Madre, con el firme propósito de cuidar y celebrar el don de la

familia, ayudando a nuestros jóvenes a respetarla, a valorarla, y que cuando les toque el momento de formarla, sea con amor, con entrega y con un corazón generoso. La Sagrada Familia nos bendiga y nos cuide, hoy y siempre.

La PalabraJóvenes en familiaDe Dios salió el hombre sexuado varón y mujer que podría vivir en su expresión sabia y

elemental el misterio de la comunión a semejanza de la Trinidad. Ni el hombre solo ni la mujer sola pueden reflejar la esencia de la comunión (esencial para el ser humano). Ambos se reclaman naturalmente y se necesitan para el desarrollo del género humano, es decir, para la procreación de nuevos seres. El hombre sexuado está orientado al crecimiento normal del género humano, al nacimiento de nuevas personas y al desarrollo de esas mismas personas. Dios ha querido que los hijos dependen de sus padres, primero para el crecimiento biológico, pero lo mismo que ese crecimiento es el crecimiento moral psicológico y social. El hombre tiene necesidad de apoyo paterno-materno hasta su madurez psicológica (la mayoría de edad, en sentido complexivo).

Hasta esa mayoría de edad, todo joven necesita un apoyo psicológico que abarque los aspectos intelectuales y morales.

Es la "educación" completa: que necesita el hogar, el ambiente, el compartir con los padres, los hermanos para ser un factor activo y responsable en la sociedad.

Un joven, aislado de su familia, crecerá en forma irregular, ni el debido aprendizaje del compartir y de aceptar normas de convivencias. Será un inútil en la sociedad.

Bagaje de virtudes humanas de elemental convivencia.De allí las exigencias de la ley natural, sobre el divorcio que destruye espiritualmente

muchas vidas jóvenes.La escuela y la parroquia podrían completar la educación del joven pero nunca pueden suplir

la formación práctica recibidas en un hogar verdaderamente humano y cristiano. La familia es una escuela y templo donde el joven ha de desarrollar como espontáneamente sus capacidades y alegrías.

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Sugerencia: Poner que ciertamente tenemos un modelo de familia, basado en la ley eterna que se refleja en la ley natural: varón y mujer quienes encabezan una familia, con los hijos. Pero cada vez más aumentan las familias donde los esposos se separan y se vuelven a unir. Es una realidad que no podemos negar. Tendríamos que plantear, desde Amoris Laetitia, desde un sano discernimiento de todos los componentes, lograr integrar la fragilidad, sin dañar el modelo o el ideal que Dios nos plantea. Por ende, sugiero que se piense en la familia más alargada también (para los casos de familias separadas) donde se tienen las figuras de papá y mamá (ejemplo con los abuelos, tíos, etc.) y fundamentalmente, la comunidad, si viven profundamente la fe y el amor cristiano, cumple el rol de papá y mamá en la vida de los jóvenes.

Tema Nº 2: Los jóvenes y la alegría de la reconciliación.

Lema: Cuando el Señor nos llama, está mirando todo el amor que somos capaces de contagiar, (Papa Francisco, JMJ Cracovia 2016). Citas bíblicas: Os 11,1-11; Sal 51(50); Lc 15,1-3.11-32; o bien, Lc 19,1-10Obs.: El tema central en este punto está centrado en el perdón y la misericordia, y de un modo específico en el sacramento de la reconciliación.

RITOS INICIALES1. Monición de entradaEn el segundo día de la Novena a Nuestra Madre, la Virgen de Caacupé, nos presentamos para

celebrar la alegría de la reconciliación. Somos muy prestos a juzgar y lentos para perdonar. Nuestro corazón muchas veces es muy duro para comprender al otro. En la juventud, la impetuosidad misma de la edad nos lleva muchas veces a cometer errores, a apurar los acontecimientos, a querer todo en poco tiempo, y nos esforzamos por ello, y a causa de esto salimos lastimados o lastimamos a otros, y nos cuesta pedir perdón o perdonar.

Dios nos mira con ojos de Padre, ama a su joven hijo que se perdió por los caminos de la vida, pero lo llama y lo perdona siempre. Él es un Dios misericordioso, sin embargo nos cuesta creer que nos perdonará, porque nosotros no somos misericordiosos como El.

Dios nos pide hoy volver a su casa, a su amor, que nos abandonemos en su Misericordia, y aprendamos de Él, siendo los samaritanos de nuestros hermanos y de nosotros mismos.

2. Acto penitencial Tú que nos das con alegría el perdón, para que nos amemos: Señor, ten piedad. Tú que brindas el perdón a los pecadores: Cristo, ten piedad. Tú que no excluyes a nadie del perdón: Señor ten piedad.

II. LITURGIA DE LA PALABRA

Monición a las lecturas: Os 11,1-11; Sal 51(50); Lc 15,1-3.11-32; o bien, Lc 19,1-10A Dios le duele nuestra infidelidad, pero su amor es más grande y no puede abandonar a sus hijos, a su creación. No tengamos miedo de llegar al Padre, como nos dice Jesús: ¡Joven a Ti te digo, levántate! Ven junto a mí. Dejémonos envolver por su infinita Misericordia.

III. ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS

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- Pedimos Señor por nuestra Iglesia, santa pero necesitada de perdón, para que la misericordia sea el valor más importante que la represente. Roguemos al Señor…

- Pedimos Señor por cada uno de nosotros, que seamos capaces de perdonar y abrazar al otro, con el mismo amor con que Tú nos amas. Oremos?

- Pedimos Señor por nuestra patria, que seamos ciudadanos de paz, de generosidad, que ejerzamos nuestras obligaciones y derechos sin pisotear a nadie, especialmente a los jóvenes.

- Pedimos Señor por los jóvenes que se sienten culpables de tantos pecados, y que por ello se alejan de Ti, que encuentren manos que los contengan y los acerquen a Tu abrazo.

- Pedimos Señor por los jóvenes que creen ser superiores a sus hermanos, que se den cuenta que como hijos de un mismo Padre, todos somos hermanos, tenemos la misma dignidad y la misma valía.

- Pedimos Señor por todos los jóvenes que sufren maltratos, tienen el corazón lleno de odio y sed de venganza, que puedan encontrar en su camino a testigos de Tu amor, que les hagan ver los valioso que son y solo con amor podrán sentir la paz y la alegría de empezar de nuevo.

- Pedimos Señor por todos los padres que en este momento se encuentran distanciados de sus hijos, que puedan imitar tu amor misericordioso, y den ese primer paso para llegar nuevamente al corazón de sus hijos.

IV. COMUNIÓNAcerquémonos a Cristo que nos espera de brazos abiertos, queriendo sanar nuestro corazón adolorido, llenarlo de gozo y de paz.

V. FinalHemos sido confortados por nuestro Padre, hemos llegado a Él con el corazón duro y dolorido, y nos vamos con la esperanza de la reconciliación y el perdón.Agradecemos su infinita misericordia, y junto a nuestra Madre, nos comprometemos a ser instrumentos de su amor y paz.

La Palabra

La reconciliación.Entre los obstáculos que encuentra el joven para su desenvolvimiento normal y alegre, el

mayor tal vez es su propia fragilidad, sin conciencia de los propios fallos o errores. Llamado a grandes ideales, la experiencia propia y la ajena le muestran lo que es de enfrontar grandes luchas y de asumir sus propios errores. Es algo inevitable que sumerge al joven en una profunda desilusión, desengaño y tristeza (muchos podrán llevarle a la depresión psicológica). Pero el mensaje de Jesús puede aquietarnos profundamente, él puede decirnos con verdad: "Vengan a mí todos los que están cansados y afligidos y yo los aliviaré", (Mt 11,28).

Nuestras faltas, por graves y vergonzosas que sean, no son un daño irreversible. Jesús, el Maestro, vino a sanar los corazones afligidos, a liberarnos de las cadenas que los oprimen, a perdonar nuestros pecados, haciendo que la última palabra en esta vida no la tenga el pecado sino la gracia, el perdón, la reconciliación. Conocemos la actitud de Jesús con los pecadores: los busca porque quiere sanarlos, rehacerlos, volverlos a la vida. Él, que hizo eso en su vida mortal con muchos pecadores, dejó abierto en la Iglesia el manantial de la misericordia: "A quienes les perdonen, les quedarán perdonados" (Jn 20,23). Esta palabra del confesor que es un hombre pecador, nos da seguridad de que nuestros pecados han sido borrados, lavados; y hacen que mi

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corazón, tocado por esa señal de misericordia no sólo quede libre sino inundado de una corriente de paz y de agradecimiento.

Mi amor de pecador perdonado será un amor nuevo y profundo.El joven consciente de su flaqueza no puede vivir en su clamor teñido de angustia y de

desconfianza. Pero sus fallos son bastantes evidentes ante él para que deje de preguntarse profundamente por ellas. Es preciso que vea su caída como responsable.

Ante el Padre de la Misericordia no hay falta irritable ni problema insoluble. Y la solución, aunque dura a veces para la soberbia humana, en definitiva es fácil, es plena y es segura como participación en el Misterio redentor de Cristo.

Sugerencia: La Reconciliación es el sacramento de la alegría. Hay mayor alegría por un solo pecador que se convierte, que por noventa y nueve que creen no necesitar conversión. Aprendemos a saber perdonar porque hemos experimentado el perdón. En la casa, en la familia se aprende a dar y recibir el perdón. Pero también se aprende a acercarse al sacramento, en la medida en que uno se acerca con mayor frecuencia, siente la necesidad de seguir haciéndolo también frecuentemente. Por otro lado, es fundamental comprender que el perdón se regala, es decir, es gratis, nadie merece porque se haya esforzado más, simplemente se regala porque nosotros también hemos recibido como regalo, sin que lo hayamos merecido.

Gracias Señor porque nos enseñas a través de nuestros padres, tíos, abuelos, algún servidor de la comunidad, a saber recibir y dar el perdón. Y sobre todo a valorar el sacramento de la Reconciliación como tu gran regalo, porque Tú nos amaste primero.

Tema Nº 3: Los jóvenes, llamados a mantener viva la memoria de su pueblo.

Lema: Un joven sin memoria es un joven sin futuro, (Papa Francisco a los voluntarios, JMJ Cracovia 2016). Citas bíblicas: Dt 26, 1-10; Sal 137(136); Lc 24,1-8, o bien Lc 24,13-35. Obs.: Rescatar y mantener viva la memoria del pueblo significa en primer lugar conocer las raíces y el origen de uno mismo, para conocer y ayudar a tomar conciencia de la propia identidad. Es la historia de la propia familia, de los abuelos, de los ancestros. Es la memoria del pueblo, las comunidades, la nación o el propio país. Es la posibilidad de conocer más a fondo la historia del país, sus luces y sombras, para que no se repitan los acontecimientos negativos y se pueda construir una sociedad en la justicia y la paz. La memoria es también tener presente las tradiciones propias de un pueblo: su espiritualidad o piedad popular, su folclore, sus músicas, sus artesanías, sus costumbres y vivencias más típicas que forman y crean su identidad. Pero la memoria, es también la memoria del Pueblo de Dios, que con el paso de los años sigue evangelizando a su gente y vive del gran memorial que le dejó su fundador mediante la celebración de la eucaristía, que lo empuja a seguir caminando a través de la historia hacia la Jerusalén celestial.

I. RITOS INICIALES1. Monición de entrada Comenzamos nuestro tercer día del novenario a nuestra Madre, la de Virgen de Caacupé, y le

ofrecemos hoy nuestra historia personal y comunitaria.Como joven muchas veces no conocemos o valoramos los acontecimientos ocurridos antes de

nuestra existencia, creemos que somos quienes vamos a empezar todo de nuevo, y las cosas que hay está mal o no nos gusta.

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Muchas de las conquistas ciudadanas fueron hechas por personas que miraron el pasado, especialmente un pasado corrompido, y no quisieron repetirlo. Por eso, es muy importante que conozcamos la razón del porqué están así las cosas, especialmente los hechos o acontecimientos negativos de nuestra actualidad, para poder ayudar a mejorarlas. Así también nuestra vida y nuestra familia; es muy bueno conocer la historia de nuestros padres y abuelos para entender muchas circunstancias que nos toca vivir, circunstancias que muchas veces rechazamos o juzgamos, pero no sabemos el motivo que generó tal situación. También miremos nuestra Iglesia, que tantas veces no comprendemos y juzgamos, pero no nos tomamos el tiempo de conocer su rica historia. ¡Es fácil dejar de lado lo que no conocemos! Porque nadie ama lo que y a quien no conoce.Miremos cada uno hoy nuestra historia personal y presentemos al Señor nuestros dolores y dudas y a también así, nuestras alegrías y esperanzas.

2. Acto penitencial Tú que nos llamas a renovar nuestro corazón: Señor, ten piedad. Tú que nos haces miembro de tu Iglesia: Cristo, ten piedad. Tú que nos purificas con el fuego renovador: Señor, ten piedad.

II. LITURGIA DE LA PALABRAMonición de las lecturas: Dt 26, 1-10; Sal 137(136); Lc 24,1-8, o bien Lc 24,13-35. Dios no abandona a su pueblo, lo acompaña en su camino desde siempre. Así es nuestra madre

Iglesia, que peregrina junto a su pueblo. Es bueno siempre hacer memoria de nuestra vida, de la vida de nuestra comunidad y nuestro país. Jesús se tomó el tiempo de ayudar al otro a entender lo que pasaba.

III.ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS- Pedimos Señor, por las cicatrices que nos dejó nuestro pasado, como persona, como

familia, como país, para que seamos capaces de superar el dolor, y construir un futuro mejor.

- Pedimos Señor, por la vida de cada familia, que sepan reparar sus errores con amor y comprensión.

- Pedimos Señor, por nuestras autoridades, que no olviden el pasado para que no cometan nuevamente los mismos errores y sepan aprender de ellos para el bien de todos.

- Pedimos Señor, por los jóvenes indiferentes, que no son capaces de mirar el pasado para aprender, que puedan despertar de su apatía, y sean constructores de una ciudadanía mejor.

- Pedimos Señor, por los jóvenes despiertos, rebeldes, que sepan encaminar su entusiasmo hacia metas justas y puedan encontrar en sus antecesores un ejemplo a seguir.

- Pedimos Señor, por los adultos, que puedan transmitir a las jóvenes generaciones ideales de paz, igualdad y justicia, que encuentren en ellos verdaderos testimonios de lucha honesta por el bienestar de todos.

IV. COMUNIÓNAcerquémonos a Cristo que camina con nosotros y nos impulsa a ser mejores personas cada día, para que dejemos huellas a los que nos siguen.

V. FINALHemos sido bendecidos por Dios, vivimos en una tierra rica de tradiciones y de un pasado glorioso, pero también con muchas épocas oscuras. Que Dios nos conceda el don de ser los nuevos próceres de esta tierra, y acompañados de María podamos engrandecer este suelo que nos acoge a todos.

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La PalabraGuía homilética: El mensaje del Deuteronomio nos lleva a reflexionar acerca de la acción

de Dios en la historia de los pueblos y del porqué debemos celebrarla, como la estamos haciendo precisamente aquí (en el ritual de celebración de la pascua judía, hasta hoy se recuerda esa historia como fundadora y salvadora de ese pueblo). Por eso debemos interpretar la historia del Paraguay como designio de Dios para los hombres y mujeres que habitaron y habitan nuestro país: El designio de salvación de Dios obra en la historia de los pueblos, así como lo hizo con Israel.

Hoy leemos e interpretamos la Palabra de Dios como una Historia de Salvación. Y en cada pueblo, con sus particularidades, Dios sigue haciendo lo mismo, dando señales concretas de su presencia en medio de nosotros. Para el Paraguay y los paraguayos, las señales concretas las hallamos en: La riqueza y fertilidad de su suelo, la cultura de los pueblos originarios, con sus conocimientos medicinales y la riqueza semántica de su lengua (especialmente el guaraní); el aporte de la sangre y cultura española y demás corrientes migratorias posteriores; la difusión del Evangelio a los nativos; la original experiencia de las misiones jesuíticas; la construcción temprana de una identidad como nación; la Iglesia que acompañó el proceso de independencia y consolidación como nación paraguaya y que defendió a sus hijos de los poderes opresivos de turno; al valor de la familia en el amparo y desarrollo de las personas.

En todas esas facetas históricas, fueron jóvenes en gran parte los protagonistas principales. La Iglesia los acompañó, hoy como ayer. Justamente, este lugar, el Santuario de la Virgen de Caacupé, se ha convertido en lugar de peregrinación, oración, cobijo y memoria del pueblo que ha encontrado la reunión en torno a la venerada Virgen María, la respuesta de esperanza y gozo, a sus tristezas y angustias, sobre todo de los pobres y de cuantos sufrieron y sufren en nuestra historia (cf. Vaticano II, GS, 1).

Los jóvenes están llamados a identificarse y reconocerse en esta historia, no olvidar ni negar esa memoria, recordarla e investigarla por sí mismos, visitar los monumentos y lugares históricos rememorando los hitos más importantes -no solo las hazañas y sacrificios de la guerra- sino también a las gestas civiles y eclesiales, contar y escuchar las otras historias no contadas oficialmente: la de los indígenas, la de las mujeres (“la más gloriosa”, según Papa Francisco), de jóvenes, así como acercarnos a escuchar y contar las historias comunes que tenemos con los países vecinos nuestros, pero que las contamos de manera tan diferentes cada uno, sembrando inútilmente el odio, el prejuicio y la discriminación, que ningún favor le hace a la paz.

Finalmente, al leer el Evangelio según san Lucas, que da cuenta del hecho de la resurrección, que da valor de testigo justamente a un sector de la población -las mujeres- que en esa cultura no calificaba como creíble, se presenta ese acto salvífico por excelencia, como corolario de lo que en la historia se venía anunciando, lo que los signos de los tiempos iban señalando. Por eso, hoy ante las muchas cosas negativas que quizás vivimos y escuchamos, más que nunca debemos estar atentos a los signos de los tiempos, para ver allí con los ojos de la fe, lo que Dios tiene preparado para nosotros.

Anexo: Sobre el tema de la memoria, un extracto de la homilía del papa en Caacupé: Este Santuario, guarda, atesora, la memoria de un pueblo que sabe que María es Madre y que ha estado y está al lado de sus hijos.

Ha estado y está en nuestros hospitales, en nuestras escuelas, en nuestras casas. Ha estado y está en nuestros trabajos y en nuestros caminos. Ha estado y está en las mesas de cada hogar. Ha estado y está en la formación de la patria, haciéndonos nación. Siempre con una presencia discreta y silenciosa. En la mirada de una imagen, una estampita o una medalla. Bajo el signo de un rosario sabemos que no vamos solos, que Ella nos acompaña.

Y, ¿por qué? Porque María simplemente quiso estar en medio de su Pueblo, con sus hijos, con su familia. Siguiendo siempre a Jesús, desde la muchedumbre. Como buena madre no

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abandonó a los suyos, sino por el contrario, siempre se metió donde un hijo pudiera estar necesitando de ella. Tan solo porque es Madre.

Una Madre que aprendió a escuchar y a vivir en medio de tantas dificultades de aquel «no temas, el Señor está contigo» (cf. Lc1,30). Una madre que continúa diciéndonos: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). Es su invitación constante y continua: «Hagan lo que Él les diga». No tiene un programa propio, no viene a decirnos nada nuevo; más bien, le gusta estar callada, tan solo su fe acompaña nuestra fe.

Y ustedes lo saben, han hecho experiencia de esto que estamos compartiendo. Todos ustedes, todos los paraguayos, tienen la memoria viva de un Pueblo que ha hecho carne estas palabras del Evangelio. Y quisiera referirme de modo especial a ustedes mujeres y madres paraguayas que, con gran valor y abnegación, han sabido levantar un País derrotado, hundido, sumergido por una guerra inicua.

Ustedes tienen la memoria, ustedes tienen la genética de aquellas que reconstruyeron la vida, la fe, la dignidad de su Pueblo, junto a María. Han vivido situaciones muy pero muy difíciles, que desde una lógica común sería contraria a toda fe. Ustedes al contrario, impulsadas y sostenidas por la Virgen, siguieron creyentes, inclusive «esperando contra toda esperanza» (Rm 4,18). Y cuando todo parecía derrumbarse, junto a María se decían: No temamos, el Señor está con nosotros, está con nuestro Pueblo, con nuestras familias, hagamos lo que Él nos diga. Y allí encontraron ayer y encuentran hoy la fuerza para no dejar que esta tierra se desmadre. Dios bendiga ese tesón, Dios bendiga y aliente  la fe de ustedes, Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América.

Como Pueblo, hemos venido a nuestra casa, a la casa de la Patria paraguaya, a escuchar una vez más esas palabras que tanto bien nos hacen: «Alégrate, el Señor está contigo». Es un llamado a no perder la memoria, a no perder las raíces, los muchos testimonios que han recibido de pueblo creyente y jugado por sus luchas. Una fe que se ha hecho vida, una vida que se ha hecho esperanza y una esperanza que las lleva a primerear en la caridad. Sí, al igual que Jesús, sigan primereando en el amor. Sean ustedes los portadores de esta fe, de esta vida, de esta esperanza. Ustedes, paraguayos, sean forjadores de este hoy y mañana. (Homilía del santo padre Francisco. Santuario de Caacupé, Paraguay11/07/2015).

Tema Nº 4: Los jóvenes llamados a renovar la Iglesia, preciada herencia de Nuestro Señor Jesucristo.

Lema: “Somos parte de la Iglesia, más aún, nos convertimos en constructores de la Iglesia y protagonistas de la historia”, (Papa Francisco, JMJ Rio 2013).Citas bíblicas: Ez 37,1-14; Sal 127(126); 1Pe 2,3-10; Jn 15,1-17.Obs.: El tema central en este punto estaría enfocado en la participación activa y el aporte de los jóvenes para la construcción y reparar de la Iglesia.

I. RITOS INICIALES1. Monición de entradaNos presentamos ante el Señor, en este cuarto día del Novenario a Nuestra Señora de los

Milagros la Virgen de Caacupé, como miembros de la santa Iglesia.Cada uno de nosotros aquí presentes, somos una parte de ella, sin la cual no está completa.

Muchas veces pensamos que la Iglesia son el papa, los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y nuestro papel es solo venir a misa, participar de los sacramentos, quizás de las fiestas patronales y que eso es todo.

No es así, cada uno somos Iglesia, y lo que hagamos bien o mal, la afecta. Si estamos hoy aquí es porque nos sentimos miembros de ella, pero debemos también asumir la responsabilidad que eso

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implica. Como joven en la Iglesia es bueno darse cuenta que en ella, no solo nos formamos para recibir los sacramentos o para saber rezar, sino también nos formamos para la vida, y quienes no están con nosotros, nos miran con agudeza, buscando encontrar un ejemplo a seguir o un pecado que juzgar.

Dios llama a su pueblo ¡nosotros somos! y le promete ayudarlo, enviar su Espíritu para transformarlo y hacerlo fuerte. Solo espera nuestra respuesta, nuestro compromiso.

No es fácil seguir a Jesús, pero Jesús nos muestra que no hay mejor manera de vivir que estar enÉl, sentir su cercanía, y sentirse parte de su Vid. Como hermanos que somos, nos disponemos a celebrar esta Santa Misa.

2. Acto penitencial Tú que nos llamas a renovar nuestro corazón: Señor, ten piedad. Tú que nos haces miembro de tu Iglesia: Cristo, ten piedad. Tú que nos purificas con el fuego renovador: Señor, ten piedad

II. LITURGIA DE LA PALABRA

Monición a las lecturas: Ez 37,1-14; Sal 127(126); o bien, 1Pe 2,3-10; Jn 15,1-17.Para Dios nada es imposible, Él lo puede todo, puede dar vida donde hay muerte, solo debemos

hacer lo que Él nos pide. Somos el pueblo elegido de Dios, somos los amados por El. La Iglesia es su plan hecho realidad. La palabra de Dios hoy nos llega al corazón, Jesús nos llama amigos. Un amigo no es un extraño, un amigo es un ser querido, cercano, y así nos ve Jesús, como amigos. Pero hay una condición: no apartarnos de Él.

III.ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS- Pedimos Señor, por nuestros pastores, para que puedan ser testimonio vivo de Tu evangelio

para los jóvenes con quienes trabajan y misionan.- Pedimos Señor, por los laicos, que dentro de su ser Iglesia en el mundo, sean luz que

ilumine el camino y puedan los más jóvenes seguir sus pasos.- Pedimos Señor, por el don de la amistad. Ese amor puro que pusiste en el corazón de cada

uno de nosotros y que muchas veces no lo cuidamos lo suficiente.- Pedimos Señor, por cada uno de nosotros, tu Iglesia peregrina, que seamos capaces de

construir una comunidad de hermanos, donde reine la comprensión, la amistad y la generosidad.

- Pedimos, por todos los jóvenes que sirven en la Iglesia, por su vocación de discípulos misioneros, que nunca se cansen de ser testigos del evangelio y que encuentren en sus compañeros de camino la fuerza que los anime a continuar.

- Pedimos Señor, por toda tu santa Iglesia, que seamos miembros activos de ella, y la hagamos llegar a todos los rincones del planeta.

IV. COMUNIÓNCristo nos ofrece su amistad, y nos pide que permanezcamos en Él. Acerquemos con el corazón

lleno de alegría a recibirlo.

V. FINALSomos bendecidos de pertenecer a la Iglesia del Señor, somos bendecidos por tener una Madre

que siempre nos escucha y acompaña. Somos bendecidos por estar hoy presente en esta celebración, donde una vez más, Jesús “primerea” su amor por nosotros.

Regresemos a nuestros hogares, a nuestras comunidades con la alegría, la esperanza y la Fe de sabernos parte del pueblo elegido por un Dios Misericordioso.

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La PalabraPresentación de las lecturas

La primera lectura propuesta para este día es acerca del tema de “los huesos secos”, que está tomado de uno de los pasajes más famosos del profeta Ezequiel. Para profundizar el tema, queremos hacer una breve presentación del autor, resaltando algunos puntos más importantes de su vida. El profeta Ezequiel comienza a escribir, en medio de los deportados en el destierro, aproximadamente en el año 597 a.c.; fue llamado por Dios estando allí y ahí mismo comenzó a desarrollar su actividad profética. Es un hombre que conoce a fondo la situación política y religiosa de su entorno, de Judá y especialmente de Jerusalén. Denuncia los pecados de su tiempo, como las idolatrías, injusticias y crímenes, pero también denuncia los pecados de los antepasados, ya que ve en la historia de Israel como una historia de pecado. Denuncia además la praxis errónea de la política (17,1.10; 22,1-16.17-22).

Es un hombre que conoció y experimentó en carne propia el sufrimiento, no solamente del pueblo sino del suyo propio, y en el silencio aprende a sobrellevar este dolor (24,15-24). Reconoce además que Dios actuó en todo momento justamente con Jerusalén (14,23), y ante la injusticia de los pastores (reyes) y poderosos proclama que Dios mismo apacentará su rebaño (34,11-16).

Mediante las visiones -donde le fue dirigida la palabra de Yavé- surge la promesa de la renovación de toda la creación, de toda naturaleza. Pero la promesa, la renovación más importante, será el cambio interior del hombre: les daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo (36,25-28). Es así que un pueblo, considerado ya muerto, escuchando la palabra de Dios vuelve a la vida, y Dios mismo le promete que entablará con este pueblo una nueva alianza y habitará ellos. Él mismo promete la construcción de un nuevo templo donde volverá a habitar la gloria del Señor.

Ez 37,1-14La primera lectura consiste específicamente en un oráculo, una visión convertida en una

sencilla parábola como respuesta a una queja. Los símbolos de huesos y espíritus tratan de expresar la pregunta radical por la existencia humana, su sentido más profundo. Llama la atención que ocho veces aparezca la palabra huesos y ocho veces también la palabra ruh: espíritu-viento-aliento.

El relato es una teofanía que ocurre en un valle de huesos secos. Ante esta escena, Ezequiel es actor y espectador: como actor habla y como espectador mira; actúa como profeta dentro y fuera de la visión. Así como su palabra es eficaz, conjurando espíritu y trayendo aliento, así también será eficaz para sus paisanos.

En el relato los puntos más importantes que resaltan es que sólo Dios sabe todo, el profeta mismo es ignorante ante Él (v.3). Es insólito que los huesos escuchen a Yavé, ya que ni los vivos lo habían hecho (v.4). También existe una alusión a Gn 2 respecto a la formación del hombre e infusión de aliento, pero a diferencia del génesis aquí sólo hay cadáveres. La metáfora de los huesos da entender que se pone en juego la propia existencia de los deportados; es decir, la esperanza de todo un pueblo (v.11). La metáfora del sepulcro tiene como significado la muerte, la situación desesperada de los desterrados. Por esto se insiste en el tema de la vida, la vida es lo más importante para Dios: la vida es lo que Dios desea para su pueblo, una vida en la tierra, reconociendo al Señor como actor soberano de la historia.

Finalmente, aquí no se habla de resurrección, sino de liberación y vuelta a la patria. Pero sin embargo es legítimo que los cristianos lean en este pasaje también como referido a la resurrección, como victoria de la vida sobre la muerte, mensaje esencial de la Pascua.

Fuente: SCÖKEL, ALONSO. Profetas, Comentario II. Ediciones Cristiandad.

O bien:1Pe 2,3-10

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Algunos de los elementos que nos pueden ayudar para comprender este pasaje es resaltar en primer lugar la importancia que se da a Cristo como piedra fundamental. Él es la piedra angular que está en la base de la edificación que es la Iglesia. La piedra adquiere así un doble significado: la dureza (entendida como firmeza y consistencia) y la vida en Dios, que solamente Él tiene la vida en plenitud y es capaz de trasmitir y vivificar a otros.

La lectura se refiere también a los cristianos que están llamados a ser piedras; el Padre quiere colocarlos por encima de la piedra fundamental (Cristo) y así edificar el templo espiritual, haciendo de ellos una edificación viva. Entendida la Iglesia como comunión, aquí también resuena las palabras de Jesús a Pedro: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré a mi Iglesia, (Mt 16,18).

Otro punto importante es que todos los bautizados en la Iglesia son sacerdotes y deben ofrecer sacrificios espirituales, un sacrificio que comienza ya con la puesta de la vida misma en manos del Padre, que modelados por Él, el cristiano/a se vuelve una piedra viva en la edificación. El sacerdocio de la vida cristiana consiste en que el hombre y la mujer se ofrezcan como piedras vivas para la construcción de este nuevo templo.

Entre otras cosas en la lectura se deja ver también el cumplimiento de todas las esperanzas del pueblo de Israel en el nuevo Pueblo de Dios que surge a partir de Cristo. Así a las comunidades cristianas se aplican los títulos honoríficos del Pueblo de Dios: linaje escogido, cristianos que estando ya en camino, sin embargo son interpelados como peregrinos elegidos y reino de sacerdotes cuyo significado consiste en el poder para dominar, pero entendida como una dominación de sí mismos. Por otro lado, la condición sacerdotal significaba también que los primeros cristianos estaban convencidos de que todos celebraban la liturgia en común.

Por último, uno de los puntos más resaltantes es que el pueblo es posesión de Dios, es posesión suya y ha sido Él mismo quién le ha llamado de las tinieblas a la luz. Así el Pueblo de Dios está llamado a perseverar en la vida terrena hacia la futura, a pesar de las dificultades, de los escándalos, o de los problemas que pudieran presentarse en el mundo actual, a ejemplo de las primeras comunidades que sufrían la persecución y el martirio.

Fuente: SCHWANK, BENEDIKT. El nuevo testamento y su mensaje. Herder. Jn 15, 1-17

En el relato -una metáfora sobre la vid y los sarmientos- se revela nuevamente Jesús como el Yo soy. El relato es una revelación y exhortación directa de Jesús a los discípulos: Jesús es la vid y los discípulos están llamados a permanecer en él. Ante este hecho de permanecer en él, el papel de Padre no es secundario, ya que el primer versículo comienza con la afirmación: mi Padre es el viñador (v.1), porque es en el fruto abundante de los discípulos que es glorificado el Padre. El Padre realiza su obra en Jesús, es Él quién poda los sarmientos y corta los tallos de los brotes inútiles, (v.2); la poda se estaría refiriendo aquí a los miembros de la comunidad que fallan y apostatan, y el cortar a la prueba y purificación por el cual atraviesan los discípulos.

El tema central es el dar fruto, del árbol que da fruto, (la vid en este caso). Para dar fruto es necesario el contacto con la palabra que purifica, (v.3). Por eso es importante saber que este relato va dirigido a los discípulos; en este caso a una comunidad que comprende muy bien además el lenguaje y lo que el evangelista quiere transmitir.

El producir frutos no es mérito de los discípulos, es Jesucristo quién produce frutos mediante la unidad de los discípulos con Él. La exhortación o las palabras aquí no tienen un tono moral, más bien apunta a lo fundamental: la unión con Cristo. La fidelidad creyente es lo que lleva a los discípulos al robustecimiento de la comunidad y alentarlos en el esfuerzo moral, (Schnackenburg).

La idea central del relato consiste obviamente en fructificar, pero de los frutos que se pueden dar solamente mediante la comunión con Cristo, separados de mí no pueden hacer nada (v.5). Si hablamos de frutos, estamos hablando también acerca de la importancia de ganar nuevos adeptos para Cristo, pero aquí el acento recae más bien en la fuerza salvadora y vivificante de Cristo, del hecho de estar apegados a Cristo Jesús (Papa Francisco), porque es Él quien produce los frutos.

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La falta de permanencia en la comunión con Cristo genera el juicio y la separación del Él. Es decir, es el discípulo quién provoca sobre sí mismo el juicio que lo separa de Jesús: el pecado que lleva a la muerte. La misma separación de Cristo -el arrojarse afuera y secarse (v.6)- ya es un castigo.

Otro punto importante que se resalta es el tema de la oración, (v.7). Una oración que lleva a acoger la palabra, y quién acoge la palabra, acoge a Jesús mismo, y su unión con Jesús le inducirá a pedir aquello que haga fructífera la obra de Jesús. El Padre escucha a los discípulos que están unidos en Cristo. El verdadero discípulo es el que permanece en la palabra.

Los discípulos han sido escogidos en el amor y deben permanecer en ese amor. Jesús otorga el mismo amor del Padre que lo abraza, (v.9). La fecundidad más onda, la de producir frutos, es la del amor, de ahí la exhortación a permanecer en el amor.

La alegría brota de la comunión con Cristo (v.11), y esta alegría es la alegría referida al tiempo pascual, de la presencia constante de Cristo en la comunidad. La alegría de Cristo es su misma alegría que otorga a los discípulos. La alegría es fruto de la presencia de Cristo o del Espíritu en el discípulo o la comunidad.

Al tema de la permanencia en Cristo y el producir frutos, siguen el tema del amor y la amistad, (vv. 12-17). El amor y la amistad van estrechamente unidos, pero la virtud más fundamental es el amor, que sostiene la amistad, y a la vez es capaz de entrega, solamente uno entrega su vida por amor. La amistad que Jesús ofrece va acompañada de la elección, Jesús elige para ser sus amigos. Y solamente en la construcción de esta amistad es que Jesús nos puede llamar amigos y revelar al Padre.

Fuente: SCHNACKENBURG, RUDOLF. El evangelio según San Juan. Herder.

Reflexión Permanezcan en mí, como yo en ustedes, (Jn 15,4). Estas son las palabras que Jesús dirigía a

una de las comunidades cristianas de los primeros tiempos de la era cristiana, y la misma que hoy quiere seguir trasmitiendo a sus discípulos y misioneros. Él desea que nadie se pierda, sino al contrario, quiere que todos se salven (cf. Jn 17,12), e invita a sus discípulos a permanecer en su amor, ya que si Él nada pueden hacer, (Jn 15,5). La Iglesia no vive de sí misma, sino de su Señor como afirmaba el papa Benedicto XVI, Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza. (Benedicto XVI a los jóvenes, JMJ Madrid 2011). Por eso ella no busca tampoco los poderes y privilegios de este mundo (cf. Mc 10,42), y trata de evitar una autorreferencialidad enfermiza, sino simplemente quiere ser servidora del Evangelio (cf. Jn 13,14), de la buena noticia que el mimo Jesús ha traído (cf. Mc 1,14) y trasmitido a los suyos, sirviendo e invitando a que todos sean servidores en el nombre del Señor: el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, (Mc 10, 43).

La presencia del Señor en su Iglesia es constante, Él envía su Espíritu Santo y promete que estará con ella hasta el final de los tiempos, (cf. Mt 28,20). Él jamás la ha abandonado, por más oscura y amarga que se haya vuelto su vida ante algunos acontecimientos de la historia. Su amor misericordioso ha sido capaz de perdonar el pecado de sus hijos, sanar sus heridas y rescatarlos de la miseria y la perdición en la cual muchas veces se han encontrado, (Lc 15,1ss.).

Desde siempre, Dios Padre ha ofrecido su amistad a los pueblos, en especial a Israel, su elegido, (cf. Is 41,8). Y este amor no se quedó solamente en el deseo del Padre de ser como un compañero del hombre y la mujer para que los ayudara a conquistar la tierra prometida y encontrar la felicidad plena en el único Dios verdadero, sino que al final de los tiempos la adquirió para siempre por medio de la sangre de su Hijo amado (cf. Mt 17,5), haciendo a través de Él una nueva y eterna alianza, un nuevo Pueblo, posesión suya para su heredad. Hoy día este santo pueblo fiel de Dios sigue caminando en la historia, buscando la comunión entre todos, tratando de ser fiel a las enseñas de Jesucristo y dirigirse hacia la patria futuro, el reino celestial.

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En nuestros días la Iglesia está llamada a dejar de lado las estructuras caducas para ir al encuentro de sus hijos e hijas, en un modo especial de todos los jóvenes, muchas veces maltratados y descartados en la sociedad. Ella quiere ser una Iglesia samaritana, (cf. Lc 10,29ss.), que se hace cargo de los jóvenes postrados en la vereda de los caminos de este pueblo, víctimas a veces por el asalto del desempleo, de la falta de una familia y de hogares más dignos, la falta de educación, la migración, los vicios, el narcotráfico, el vacío existencial, la destrucción de la ecología, la prostitución, la pobreza extrema y tantos otros males que están destruyendo a cuenta gotas la vida de gran parte de la población juvenil. Y no importa si ella arriesga demasiado hasta accidentarse para ir en busca de sus hijos e hijas, como afirma el Papa Francisco: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida, (EG 49). Sugerencias: Los jóvenes además de ser objetos y destinatarios de la evangelización, también son sujetos y protagonistas. Están llamados a edificar la Iglesia con toda su vitalidad y ayudarla a que se convierta en una Iglesia más dinámica, más alegre, más espontánea y no temer arriesgarse para salir al encuentro de las personas presentes en diferentes experiencias en el mundo.Gracias Señor porque nos regalas jóvenes maravillosos a quienes Tú llamas a formar parte de tu Pueblo y a quienes capacitas con tu inmensa misericordia para servir en el mundo que le toca vivir.

Tema Nº 5: Los jóvenes llamados a ser activos en el cambio social y cultural.

Lema: “Jóvenes no balconeen la vida, sino que métanse en ella, como lo hizo Jesús”, (Papa Francisco, JMJ Rio 2013).Cita bíblicas: Jer 1,4-10; Sal 126(125) Lc 10,25-37.

I. RITOS INCIALES

1. Monición de entradaHoy, en el quinto día de la novena a nuestra Madre, la Virgen de los Milagros de Caacupé, el

Señor invita a los jóvenes a ser valientes constructores y protagonistas de la historia. Les pide que no tengan miedo, como les dijo el Papa Francisco “no balconeen la vida, métanse en ella”, “dejen el sofá, el comodismo, salgan a la calle”. No pasen indiferentes por la vida, no sean autómatas de la tecnología, úsenla para vivir mejor, no para esconderse de la realidad.

La juventud es una etapa maravillosa y también una etapa donde se toman las decisiones más importantes. Y el Señor lo sabe, por eso siente especial cariño por ellos, siempre está cerca, los llama, los “resucita”, los interpela ¡anda vende todo y sígueme! los mira con cariño.

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El papa Francisco en todos sus mensajes a los jóvenes, sobre todo en nuestro país, les instó a no ser débiles, no tener miedo; a tener un corazón libre, libre de vicios, ataduras, dudas y lleno de amor, compasión y generosidad.

Jóvenes, Dios los necesita, la Iglesia los necesita; su familia los necesita, es mucho lo que pueden dar, tienen el alma llena de sueños, esperanzas, y todo ello con Dios es una fórmula perfecta. Recuerden, Dios los ama, los llama y espera.Con el corazón joven, alegre, y dispuesto, nos disponemos a celebrar...

2. Acto penitencial Tú que nos llamas al cambio de vida: Señor, ten piedad. Tú que nos pides que seamos levadura nueva: Cristo ten piedad. Tú que nos capacitas para anunciar un nuevo estilo de vida: Señor ten piedad.

II. LITURGIA DE LA PALABRAMonición a las lecturas: Jer 1,4-10; Sal 126(125) Lc 10,25-37.Dios llama a los jóvenes a vivir la aventura del evangelio, los desafía, pero no los abandona. Jesús nos da las indicaciones precisas, no dice medias verdades, nos muestra el camino. En nosotros está seguirlo.

III. ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS

- Pedimos Señor, por la Iglesia joven, en especial por la de nuestro querido país, que se sienta acogida, comprendida y amada, por sus pastores y por quienes trabajan con ellos, para que puedan ir profundizando se Fe y su testimonio.

- Pedimos Señor, para que podamos ser una Iglesia samaritana, en todo momento y en todo lugar, con todos los necesitados que encontramos en nuestro camino.

- Pedimos Señor, por todos los jóvenes que luchan por ideales, que nunca cedan ante la injusticia, la maldad, la corrupción, y que sean verdaderos líderes en el lugar donde les toque servir.

- Pedimos Señor, por todos los enfermos, en especial por los jóvenes, que encuentren en medio de su dolor, la esperanza, el cariño y la compañía de buenos samaritanos que no lo desamparan.

IV. COMUNIÓNCristo es el buen samaritano, es el camino, la verdad y la vida. Él nos guía, cabe en nosotros

seguir sus pasos. Pidámosle que nos de la fuerza necesaria para no desistir.

V. FINALJesús nos dio una lección de vida, nos desafía a vivir de manera que seamos servidores de los demás, que demos sin pedir nada a cambio. Dar sin esperar, gratuitamente, eso es ser samaritano, es ser discípulo de Jesús, así como es nuestra Madre, la primera discípula de comienzo al fin, la Madre que nos acompaña en esta tarea difícil y hermosa de ser samaritano.

La Palabra Cita bíblicas: Jer 1,4-10; Lc 10,25-37.

En Jr 1,4 vemos como Dios se hace presente en la vida del joven. Desde el principio establece una relación de amor de Padre con él, le cuida, le conoce íntimamente, como nadie jamás

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le podría conocer. Le habla directamente, le da confianza, le expresa su amor, le hace oír su voluntad, le propone una misión donde le garantiza su acompañamiento y su ayuda, le da la fuerza y la seguridad para llevar a cabo su misión. Le conoce bien y sabe qué puede esperar de él, por eso lo consagra como profeta: Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré, te nombré profeta de los gentiles. Jeremías también se conoce, es consciente de sus limitaciones y debilidades, de su fragilidad. No se ve capaz de hacer lo que Dios le pide: ¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho, (Jr 1,6).

Dios está hablado a cada joven, toca y bendice su vida para que anuncie su Buena Nueva. Pide y espera que el joven sea testigo del anuncio del amor de Dios a sus pares, a su familia, a su comunidad, en forma especial a los más pobres y necesitados, siendo profeta de su Amor. Hoy Dios te dice: ¡No tengas miedo, yo estoy contigo!, (Jr 1,8). Pero esta llamada, esta invitación es exigente, Dios pide y espera lo mejor de Jeremías, le pide todo. Adonde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande, dirás, (Jr 1,7-8a). No les tengas miedo.

Dios quiere que seas un agente de transformación. Que seas el que pone la paz y armonía donde haya enojos y enemistades. El que consuele donde haya tristeza y dolor. El que ofrezca alegría y humor, cuando la vida dé golpes duros. Dios quiere que seas la luz en medio de la oscuridad de este mundo; los ojos de los jóvenes que no ven, la voz de los no pueden hablar o son excluidos, los oídos de los que no pueden escuchar. Dios quiere que seas instrumento de su reino, dejando de lado tus dudas, inseguridades y tus miedos. Confía en el plan que Dios tiene para tu vida y vive como el hijo de Dios que eres.

En la lectura de San Lucas (10,25-37) encontramos la parábola del “buen samaritano”, es la parábola de la puesta en acción del mandamiento nuevo: “amar como Jesús”. El samaritano actúa con verdadera misericordia: venda las heridas de aquel hombre, lo lleva a una posada, se hace cargo personalmente y provee para su asistencia. La palabra que quizás exprese mejor la actitud y la obra del “buen samaritano” es la de compromiso. El samaritano podía haber hecho lo mismo que el sacerdote y el levita, y pasar de largo, pero se detiene; se detiene para inclinarse ante el necesitado para atenderle.

Todo esto nos enseña que la compasión, el amor, no es un sentimiento vago, sino que significa cuidar del otro hasta pagar en persona. Significa comprometerse realizando todos los pasos necesarios para «acercarse» al otro hasta identificarse con él, «amarás a tu prójimo como a ti mismo», (Mt 22,39). Este es el mandamiento de Dios. Esta parábola es un regalo maravilloso para todos, y también un compromiso. A cada uno de nosotros, Jesús nos repite lo que le dijo al doctor de la Ley: «Vete y haz tú lo mismo», (Lc 10,37b). Todos estamos llamados a recorrer el mismo camino del “buen samaritano”, que es la figura de Cristo: Jesús se ha inclinado sobre nosotros, se ha convertido en nuestro servidor, y así nos ha salvado para que también nosotros podamos amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado.

De esta forma nos invita a intervenir y participar, de manera especial invita al joven a comprometerse con su familia, con su comunidad, en el barrio, en la escuela, en su trabajo, en los partidos políticos, en las Ongs, en los estamentos del gobierno y en todos los espacios donde le toque intervenir, ya que es en esos lugares donde Él desea participar teniendo a cada uno de los jóvenes como instrumentos visibles de su Amor, capaz de transformar por medio del mismo toda estructura de injusticia y corrupción a las que nos hemos ido acostumbrado; al igual que a las situaciones de sufrimiento, de la miseria y de hambre en la que se encuentran inmersos tantos hermanos.

Y ante esto se preguntaba el Papa Francisco durante la JMJ 2013 de Río de Janeiro: ¿por dónde empezar el cambio?, por vos y por mí, respondió, tomando prestada una expresión de Santa Teresa de Calcuta. Es una interpelación directa a cada joven que ve y siente en carne propia muchas de las injusticias de este mundo. Que ve la necesidad de cambiar las cosas, sintiendo que así ya no pueden continuar el estado de las situaciones injustas.

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El mundo, las calles, las escuelas y lugares de trabajo se están convirtiendo en lugares peligrosos, fruto de la desconfianza y la frustración, de la prepotencia y la humillación. Y lo peor es la indiferencia de personas “normales” -como vos y yo- ante lo que sucede, ante las injusticias y la violencia. Con una mezcla de ingenuidad y cobardía pensamos que no nos toca a nosotros hacer frente a los problemas, sino a otros. Hoy, con los medios de comunicación cubriendo en vivo casi todo acontecimiento en tiempo real, incluso con la ayuda de las redes sociales, dan una sensación de “estar ahí”; sin embargo, eso no crea el compromiso ni la participación. Es el nuevo “balcón” de los acontecimientos. Hoy, se “balconea” a través de los medios masivos y de las redes sociales. Y la tentación es quedarse en eso, mientras las decisiones sobre la vida de todos corre por otras vías, se decide en otros ámbitos, muchas veces en lo oscuro, donde no se ve a los actores principales.

Por estas razones, uno no puede esperar a convertirse en “especialista” de algún asunto de la vida social para meterse en ella. Todo lo que atañe a la vida social y familiar, es asunto de cada uno y de todos. ¡Se hace camino al andar! Y sobre todo, buscando y encontrándose con otros que tienen las mismas inquietudes de cambio que nosotros, aunque no necesariamente compartamos creencias e ideas políticas.

Este es justamente el mensaje de la parábola del Buen Samaritano: alguien que no era del pueblo de Israel, del pueblo elegido, es quien ayuda al hombre herido por los salteadores. Este samaritano no era un enfermero ni médico, pero entendió que algo debía hacer y lo hizo, y buscó incluso la ayuda de otro (un posadero) para un mejor servicio a su prójimo. Entre los caminos de la Tierra Santa de aquellos tiempos y las calles de nuestras ciudades y campos hoy, al parecer no hay mucha diferencia: los peligros acechan y la falta de solidaridad también. Por eso los cristianos y cualquier joven pueden hacer la diferencia, pues ya tienen el modelo de acción. Y la diferencia se llama “misericordia”.

El samaritano “movido por la misericordia”, descabalgó y corriendo incluso el peligro de ser él mismo asaltado, decidió prestar ayuda. La misericordia es lo que salvará a la humanidad, y los jóvenes, naturalmente inclinados y dispuestos a ayudar, son los que sembrarán de misericordia los caminos y calles de nuestros pueblos y ciudades. Por eso, joven, tu edad no es una limitación para ser misericordioso, sino al contrario, la fuerza rebelde que se opondrá a la indiferencia de muchos.

Durante la JMJ 2013, el Papa decía a los jóvenes: “Tu corazón, corazón joven, quiere construir un mundo mejor. Sigo las noticias del mundo y veo que tantos jóvenes, en muchas partes del mundo, han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna. Los jóvenes en la calle. Son jóvenes que quieren ser protagonistas del cambio. Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas del cambio. Ustedes son los que tienen el futuro. Ustedes, ¡por ustedes, entra el futuro en el mundo! A ustedes les pido que también sean protagonistas de este cambio. Sigan superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. Les pido que sean constructores del futuro, que se metan en el trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por favor, no balconeen la vida, métanse en ella. ¡Jesús no se quedó en el balcón, se metió! ¡No balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús!».

Y les recordó que este cambio personal y social debe tener su base en la oración, los sacramentos y el efectivo servicio a los demás, insistiéndoles: ¡«Queridos amigos no se olviden: ustedes son el campo de la fe, ustedes son atletas de Cristo, ustedes son constructores de una Iglesia más bella y de un mundo mejor!»

Y en la JMJ de Cracovia 2016 les decía: “La Iglesia hoy les mira, el mundo hoy les mira, y quiere aprender de ustedes, para renovar su confianza en que la Misericordia del Padre tiene rostro siempre joven y no deja de invitarnos a ser parte de su Reino, que es un Reino de alegría, es un Reino siempre de felicidad, es un Reino que siempre nos lleva adelante, es un Reino capaz de darnos la fuerza de cambiar las cosas. La misericordia siempre tiene rostro joven, porque un corazón misericordioso se anima a salir de su comodidad, sabe ir al encuentro de los demás, logra abrazar a todos. Decir misericordia junto a ustedes, es decir oportunidad, es decir mañana, es

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decir compromiso, es decir confianza, es decir apertura, hospitalidad, compasión, es decir sueños”, (Cfr. Papa Francisco, Ceremonia de Acogida a los jóvenes, JMJ 2016).

¡Cuánto bien puede hacer a este país, a este mundo, el testimonio de los jóvenes saliendo a las calles a dar vida y ser testigos de ese estilo propio de la fe en Cristo Jesús, siento verdaderos protagonistas del cambio tan anhelado por todos!

Anexos: Mensajes más importantes del santo padre Francisco a los jóvenes. Homilía en la fiesta de acogida de los jóvenes, Río de Janeiro, Brasil, 25 de julio de 2013: Lo mismo pasa en nuestra vida, queridos jóvenes: si queremos que tenga realmente sentido

y sea plena, como ustedes desean y merecen, les digo a cada uno y a cada una de ustedes: “Poné fe” y tu vida tendrá un sabor nuevo, la vida tendrá una brújula que te indicará la dirección; “Poné esperanza” y cada día de tu vida estará iluminado y tu horizonte no será ya oscuro, sino luminoso; “poné amor” y tu existencia será como una casa construida sobre la roca, tu camino será gozoso, porque encontrarás tantos amigos que caminan contigo.

“Poné a Cristo” en tu vida y encontrarás un amigo del que fiarte siempre; “poné a Cristo” y vas a ver crecer las alas de la esperanza para recorrer con alegría el camino del futuro; “poné a Cristo” y tu vida estará llena de su amor, será una vida fecunda.

Dejate buscar por Jesús, dejate amar por Jesús, es un amigo que no defrauda.Encuentro con los jóvenes argentinos durante la JMJ 2013. Brasil: Espero lío. Que acá adentro va a haber lío, va a haber. Pero quiero lío en las diócesis, quiero

que se salga afuera… Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos.

El porcentaje que hay de jóvenes sin trabajo, sin empleo, es muy alto, y es una generación que no tiene la experiencia de la dignidad ganada por el trabajo.

Vigilia de oración con los jóvenes, Río de Janeiro, Brasil, 27 de julio de 2013: Sean protagonistas. Jueguen para adelante. Pateen adelante, construyan un mundo mejor. Un

mundo de hermanos, un mundo de justicia, de amor, de paz, de fraternidad, de solidaridad. Jueguen adelante siempre.

Tu corazón, corazón joven, quiere construir un mundo mejor. Les pido que sean constructores del futuro, que se metan en el trabajo por un mundo mejor.

Queridos jóvenes, por favor, no balconeen la vida, métanse en ella, Jesús no se quedó en el balcón, se metió; no balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús.

Ustedes son los atletas de Cristo. Ustedes son los constructores de una Iglesia más hermosa y de un mundo mejor.

Saludo del Santo Padre a los jóvenes del Centro Cultural Félix Varela, La Habana, Cuba, 20 de septiembre de 2015:

Abrite y soñá. Soñá que el mundo con vos puede ser distinto. Soñá que si vos ponés lo mejor de vos, vas a ayudar a que ese mundo sea distinto. No se olviden, sueñen.

Evidentemente, que un pueblo que no se preocupa por dar trabajo a los jóvenes, un pueblo –y cuando digo pueblo, no digo gobiernos– todo el pueblo, la preocupación de la gente, de que ¿estos jóvenes trabajan?, ese pueblo no tiene futuro. Los jóvenes entran a formar parte de la cultura del descarte.

Se descartan los jóvenes porque no les dan trabajo. Entonces, ¿qué le queda a un joven sin trabajo? Un país que no inventa, un pueblo que no inventa posibilidades laborales para sus jóvenes, a ese joven le queda o las adicciones, o el suicidio, o irse por ahí buscando ejércitos de destrucción para crear guerras.Encuentro con los jóvenes, Nairobi, Kenia, 27 de noviembre de 2015:

Chicos y chicas, no vivimos en el cielo, vivimos en la tierra, y la tierra está llena de dificultades. La tierra está llena no sólo de dificultades sino de invitaciones para desviarte

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hacia el mal, pero hay algo que todos ustedes, los jóvenes, tienen, que dura un tiempo más o menos grande: la capacidad de elegir.

No le tomen el gusto a ese «azúcar» que se llama corrupción. Si un joven no tiene trabajo, ¿qué futuro le espera? Si vos no recibiste comprensión, sé comprensivo con los demás; si vos no recibiste amor,

amá a los demás; si vos sentiste el dolor de la soledad, acercáte a aquellos que están solos.Mensaje del Papa Francisco a los jóvenes en la Costanera de Asunción, 2015: Necesitamos de los jóvenes hoy: jóvenes con esperanza y jóvenes con fortaleza. No queremos

jóvenes “debiluchos”, jóvenes que están ahí no más, ni sí ni no. No queremos jóvenes que se cansen rápido y que vivan cansados, con cara de aburridos. Queremos jóvenes fuertes. Queremos jóvenes con esperanza y con fortaleza. ¿Por qué? Porque conocen a Jesús, porque conocen a Dios. Porque tienen un corazón libre. Un joven que viva así, ¿tiene la cara aburrida? “No”. ¿Tiene el corazón triste? “No”. ¡Ese es el camino! Pero para eso hace falta sacrificio, hace falta andar contracorriente. Las Bienaventuranzas que leímos hace un rato son el plan de Jesús para nosotros. El plan... Es un plan contracorriente. Jesús les dice: “Felices los que tienen alma de pobre”. No dice: “Felices los ricos, los que acumulan plata”. No. Los que tienen el alma de pobre, los que son capaces de acercarse y comprender lo que es un pobre. Jesús no dice: “Felices los que lo pasan bien”, sino que dice: “Felices los que tienen capacidad de afligirse por el dolor de los demás”.

Evangelii gaudium:2."El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada" (Pg.3).62."¡Qué bueno es que los jóvenes sean "callejeros de la fe", felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!" (Pg.85).81."Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo" (Pg.148).

Tema Nº 6: Los jóvenes excluidos y el llamado a vivir en la libertad de los hijos e hijas de Dios.

Lema: “Un corazón libre, que pueda decir lo que piensa, que pueda decir lo que siente y que pueda “hacer” lo que piensa y lo que siente”, (Encuentro con los jóvenes, Costanera de Asunción, Paraguay, 12/07/2015).Citas bíblicas: Rom 8,14-21; Sal 129(128), Lc 4,14-20 Obs.: El tema central sería la libertad, su verdadero sentido y significado, (entendida desde la antropología cristiana). Queremos poner un especial énfasis en la periferia existencial en la cual viven muchos jóvenes en nuestro país. Comenzamos nombrando a los jóvenes privados de su libertad. Y al referirnos a estas personas, vemos que nos interpela también el actual sistema carcelario presente en nuestro país, como así también de la realidad de las diferentes penitenciarias. Esta mirada pastoral nos interpela a partir de las palabras del Evangelio: estaba en la cárcel y “me visitaron”,… estaba en la cárcel y “no me visitaron”. También nombramos a los jóvenes sufrientes y hundidos en el mundo de las adicciones, víctimas de la incertidumbre, a los excluidos el mundo laboral, la educación, de una vida saludable, de las nuevas tecnologías de la información y comunicación.

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I. RITOS INICIALES 1. Monición de entradaEs el sexto día del Novenario a nuestra Madre Santísima, queremos reflexionar sobre la libertad,

ese valor tan exaltado, pero a la vez tan mal interpretado. Los jóvenes hablan de libertad, quieren ser libres, pero muchas veces no viven así, viven presos de modas, vicios, tecnologías; de “ídolos falsos”, que los llevan a vivir vidas vacías, sin sentido. Jesús propone una vida llena de Espíritu, de libertad para estar y ser para el otro; una libertad que en verdad nos haga libres, a todos, porque está llena de Él, de su amor. Hay demasiados jóvenes esclavos, encerrados, privados de su libertad, que necesitan ser libres, tanto física como espiritualmente.

Ofrecemos esta santa misa por ellos, por los marginados, excluidos, “encerrados” en su mundo virtual, encerrados tras las rejas físicas de una cárcel, son ellos hoy los más necesitados de libertad.

2. Acto penitencial Tú que nos liberas de la exclusión social: Señor ten piedad. Tú que nos incluyes en el Reino del Padre: Cristo ten piedad. Tú que nos unes con el amor de Dios: Señor ten piedad.

II. LITURGIA DE LA PALABRA

Monición a las lecturas: Rom 8,14-21; Sal 129(128), Lc 4,14-20.Para Dios somos sus hijos, hijos con espíritu libre de aceptarlo o no como Padre. En un

mundo de pecado, nos pide nuestro “sí” a su proyecto. Jesús, es el sueño de Dios hecho hombre, su gran proyecto de amor. Jesús vive según el Espíritu del Padre, por eso puede hacer grandes obras.

III. ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS - Pedimos al Señor, por los jóvenes que se encuentran privados de su libertad, por delitos

cometidos, que encuentren en la adversidad el camino de vuelta a la casa del Padre.- Pedimos al Señor, por los jóvenes privados de su libertad, por una equivocación o mala

intención de otros, que el dolor de sentirse injusticiados no hagan que pierdan la fe en la justicia divina, ni en los hombres, y que pronto vean el resultado de sus oraciones.

- Pedimos Señor, por los jóvenes que viven marginados, excluidos, que puedan encontrar en su camino personas de buen corazón que los ayuden a tener una vida digna, y un futuro más prometedor.

- Pedimos Señor, por los jóvenes esclavos de vicos, modas, ídolos, que puedan darse cuenta que pueden ser jóvenes alegres, comprometidos, entusiastas, libres para vivir una vida plena, sin tener que depender de valores nocivos, que no les traen felicidad.

- Pedimos Señor por los jóvenes de corazón triste, que puedan encontrar en otros jóvenes el suficiente cariño que los haga salir de su oscuridad y puedan ver que en Ti, hay esperanza, Fe y alegría.

IV. COMUNIÓNCon el corazón alegre y libre lleguemos hasta Jesús, y pidámosle que el Espíritu Santo nos

guie e ilumine para poder ser siempre, sal y luz del mundo.

V. FINALLa libertad de seguir a Jesús, es la alegría de vivir plenamente, sin ataduras, sin miedos, sin

caretas, es ser hijo, de un padre amoroso, con la conciencia que nos deja ser lo suficientemente libres para elegir su amor y su bondad en todo momento. Así como lo hizo nuestra Madre María, que usando su libre albedrio, quiso quedarse con su Hijo, hasta el final, así también nosotros, en libertad lo elijamos como nuestro Salvador. Seamos luz que guía a quienes viven en la oscuridad.

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La PalabraGuía homilética: Cuando invitamos a muchos jóvenes y adultos a vivir la fe católica, a

integrar las comunidades parroquiales, movimientos apostólicos o grupos juveniles, muchos de ellos dudan porque piensan -y lo dicen- que allí no hay libertad para pensar y vivir como uno quiere. Que les coartan mucho para divertirse, vestirse de la manera como ellos quieren, usar pircing, tatuajes, asistir a los conciertos de música que no sean cristianos, beber, limitar y regular su relación de pareja, dedicarse a los negocios, etc. También las películas y las novelas, así como medios masivos con mucha influencia, presentan la vida de los católicos en la Iglesia con una visión muy estricta y restringida en muchos aspectos. Tenemos esa fama, lastimosamente, de estar opuestos a la libertad. Y sin embargo, esto es absolutamente falso. Al menos si vamos a entender la libertad en el sentido de poder tomar las decisiones que nos conduzcan a ser mejores personas y ayudar a promocionar a otras personas en la sociedad. Porque, ¿para qué sirve la libertad sino para ser mejores personas, desarrollarnos, crecer?

En el Evangelio según san Lucas leemos que Jesús viene a proclamar algo que se anunciaba y aspiraba desde hacía mucho tiempo: la proclamación de la libertad a los cautivos y oprimidos. Lo llamativo es que esa proclamación de libertad está relacionada con la presencia del Espíritu del Señor. No es una libertad de hacer cualquier cosa, sino aquella que estuviera de acuerdo a los criterios con el que Dios ha creado al ser humano. En efecto, el ser humano es un plan divino que se cristaliza y muestra plenamente en Jesús, pero que ya se fue madurando a lo largo de la historia de Israel. En muchas ocasiones este pueblo había traicionado ese plan de Dios, fue infiel, por eso cayó en la esclavitud, según lo explicaron los profetas. Pero una y otra vez, Dios acudió fielmente en su auxilio para liberarlo. Pero esta vez, ese mismo Espíritu creador y liberador, se posa en quien ha sido ungido -Jesús- y ejecuta a través de Él la más portentosa liberación que haya tenido lugar en la historia del ser humano: la liberación de su corazón y de su mente de la esclavitud del pecado, que es a la vez espiritual y material. Es que el pecado hace eso: esclavizar nuestro espíritu y nuestro cuerpo con todo su entorno, justamente porque pretendemos “liberarnos”, neciamente, de las riquezas del Reino de los Cielos que tantas veces nos enseñó Jesús. Es lo que nos advertía el Papa Francisco cuando vino al Paraguay: “Amigos: el diablo, es un «vende humo». Te promete, te promete, pero no te da nada, nunca va a cumplir nada de lo que dice. Es un mal pagador. Te hace desear cosas que no dependen de él, que las consigas o no. Te hace depositar la esperanza en algo que nunca te hará feliz. Esa es su jugada, esa es su estrategia. Hablar mucho, ofrecer mucho y no hacer nada” (Texto del Discurso entregado por el Papa para los jóvenes de la Costanera de Asunción, pero no leído). En cambio, la propuesta de Jesús es dejarnos llevar por el Espíritu Santo, el cual generosamente se nos dará si lo pedimos en oración a Dios Padre (Lc 11,13). ¿Por qué liberarnos de este Espíritu si nos beneficia tanto justamente en nuestra libertad? Así lo explica magistralmente San Pablo en su carta a los Romanos: El Espíritu de Dios se une a nuestro espíritu para hacernos hijos de Dios, con lo cual nos hace partícipes de la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rom. 8,14-21). La libertad de los hijos de Dios... ¿Qué clase de libertad es esta? Es el saber elegir lo bueno, sabiendo que “todo es lícito, pero no todo es de provecho...ni edifica” (1Cor 10,23). Más claramente lo dice a los Gálatas (5,13): no usar la libertad como pretexto para la carne (el libertinaje), sino para servir por amor los unos a los otros. Sólo la persona que desea recibir el Espíritu de Dios en su vida, recibe el regalo de la liberación integral que otorga depender solo de Dios, no de los hombres ni de las cosas. Se libera de los deseos de la “carne” de la corrupción, el consumismo, la lujuria, la voluntad de dominio sobre los demás, la deshonestidad, etc. que tanto daño hace a uno mismo y a los demás.

Por eso, cuando aquel joven en la Costanera le dijo al Papa Francisco: “Te pido que reces por la libertad de cada uno de nosotros, de todos”, en realidad lo que estaba haciendo es pedir que el mismo Espíritu Santo se una a su espíritu y al de todos los jóvenes. Así lo entendió Francisco: “Porque la libertad es un regalo que nos da Dios, pero hay que saber recibirlo, hay que saber tener

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el corazón libre, porque todos sabemos que en el mundo hay tantos lazos que nos atan el corazón y no dejan que el corazón sea libre. La explotación, la falta de medios para sobrevivir, la drogadicción, la tristeza, todas esas cosas nos quitan la libertad” (Papa Francisco, julio 2015). La verdadera libertad es entonces “tener el corazón libre, un corazón que pueda decir lo que piensa, que pueda decir lo que siente y que pueda hacer lo que piensa y lo que siente. ¡Ese es un corazón libre!” (Papa Francisco, Asunción 2015).

Tema Nº 7: Los jóvenes llamados a convivir fraternalmente en una sociedad pluriétnica y pluricultural.

Lema: “Con la mente y el corazón abiertos”.

Obs.: El siguiente tema podría ser sugerido para el día del novenario que corresponde a los pueblos indígenas.Cita bíblica: Rut 1,16; Mt 25,40; 1Cor 12,12-13; 9,19-22 19, o bien: si esta misa es para el domingo, se toman las lecturas correspondientes a este día.

I. RITOS INICIALES 1. Monición de entradaHoy, séptimo día del Novenario a Nuestra madre Virgen de los Milagros de Caacupé,

colocamos bajos sus pies a nuestro pueblo, mestizo, mezcla de sangre y cultura, costumbres, idiomas, que nos hace únicos, pero al mismo tiempo, no valoramos nuestras raíces, no le damos el debido respeto y dignidad que merecen los que todavía viven según sus tradiciones, según sus creencias. Creemos que deben adaptarse, que deben cambiar, y no vemos que no necesitan vivir en la velocidad de este tiempo, viven en su tiempo, y a su ritmo, y eso no es ni bueno ni malo, es su cultura. No somos mejores, somos distintos, y si en nosotros está ayudar, debemos hacerlo. Como hijos del mismo Padre, no necesitamos vivir de la misma manera para llamarnos hermanos, lo somos, con idiomas diferentes, con ropas diferentes, seguimos siendo hermanos, y como hijos de este suelo, tenemos todos los mismos derechos a una tierra, donde poder vivir con la familia, y desarrollarnos como personas que somos.

Pedimos por la intercesión de nuestra Madre, la bendición para nuestros pueblos autóctonos, que todos seamos más inclusivos, más solidarios, y sobre todo menos indiferentes a sus reclamos.Recibimos a los celebrantes cantando.

2. Acto penitencial Tú que excluyes a nadie por su origen: Señor ten piedad. Tú que unes con amor a todos los pueblos: Señor ten piedad.

II. LITURGIA DE LA PALABRA

Monición a las lecturas: Éx 14,15-31; Sal 67(66); Mc 1,9-15.Dios siempre acompaña a su pueblo y lo defiende de sus enemigos. Jesús nos recuerda que

debemos hacer silencio para escuchar a Dios, pero luego, hacer lo que nos pide.

III. ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS- Pedimos Señor, por nuestra Iglesia, que sea la madre que abraza y acompaña a todos sus

hijos, sin distinciones, y que sepa protegerlos de cualquier amenaza que quiera pisotear sus derechos.

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- Pedimos Señor, por nuestras autoridades, que no olviden que sus leyes son para todos los habitantes de nuestro suelo, que deben ser justas y equitativas.

- Pedimos al Señor, por nosotros, que no seamos los primeros en discriminar a otros por ser diferentes, sino que seamos fuertes en defender a los más desprotegidos.

- Pedimos Señor, por nuestros pueblos autóctonos, que puedan encontrar su lugar, donde vivan su cultura, según sus costumbres.

- Pedimos al Señor, por los indiferentes al dolor y el sufrimiento de estos pueblos, que puedan abrir sus ojos y sus corazones para encontrar la manera de ser solidarios.

IV. COMUNIÓNAcerquémonos a Jesús, que se hizo hombre para caminar al lado de cada uno, y sabe de

nuestras flaquezas y dolores, y sabrá consolarnos, y reconfórtanos.

V. FINALFuimos bendecidos con esta celebración, y hemos pedido al Padre nos haga profetas que

anuncien la buena nueva y denuncien las injusticias hacia los más necesitados, desprotegidos. Que seamos luz y sal para ellos, y no los abandonemos a su suerte.Que nuestra Madre María, nos acompañe en esta misión.

La Palabra

Citas bíblicas: Rut 1,16; Mt 25,40; 1Cor 12,12-13; 9,19-22 19.

Guía Homilética: Una de las cuestiones que influyen en nuestra conducta cotidiana y que tiene una enorme relevancia en la configuración de la sociedad referente a los valores de la justicia, la fraternidad, la solidaridad, la libertad -valores propios de la convivencia democrática- es el modo como nos vemos a nosotros mismos y a los otros. La tentación de vernos superiores a los otros es frecuente. En otros casos, sentimos esa mirada “desde arriba” de aquellos que se consideran superiores a nosotros. Y allí experimentamos la humillación, el desprecio, la injusticia. Esta actitud la hallamos, a veces, de persona a persona; otras veces es de una sociedad a otra, de un pueblo otro, o entre miembros de una misma sociedad en un territorio, empero separada por fronteras de prejuicios casi insalvables. El uso de ciertos términos, chistes, imágenes, preferencias manifiestan esas diferencias, que muchas veces llegan a la intolerancia. La premisa de estos males parte del desconocimiento del otro como igual a mí. Y el desconocimiento genera el miedo, el miedo genera la violencia, muerte, desplazamientos y exilio. Ese desconocimiento, en muchos paraguayos proviene de una identidad mal entendida, una identidad mal construida sobre el etnocentrismo, el creernos superiores a los demás, aunque en otros casos, nos vemos inferiores respecto a ciertos extranjeros.

En nuestro país, uno de los sectores que más sufren el desprecio, burla, indiferencia, son los grupos indígenas. Son exiliados en su propia tierra ancestral. A pesar de los esfuerzos de la Iglesia y de algunas organizaciones civiles de asegurarles un pedazo de tierra, muchos siguen siendo parias en su propio tekoha. Y aun así, tanto se ha expoliado sus bosques de vida, que ya no pueden tener esa vida de selva, esa selva en donde crearon su cultura, su palabra y su buena vida. Pero no son los únicos de diferente cultura con quienes compartimos este generoso suelo. En el Paraguay

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convivimos personas y comunidades con diferentes culturas, pero apenas nos conocemos. Más bien, nos creamos ideas, construimos un imaginario, estereotipos diferentes a lo que realmente es la otra persona o comunidad.

Desde nuestra fe cristiana tenemos una propuesta que puede ayudarnos a la comprensión entre las culturas y construir un Paraguay pluricultural, en convivencia armónica y colaborativa. El primer dato a tener en cuenta es que Dios mismo, a quien le honramos en toda su majestad, se ha dignado, a pesar de ello, a poner su casa entre nosotros, con la Encarnación en Jesucristo, “quien siendo de condición divina, no reclamó para sí ese privilegio, sino que se despojo de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres” (Filp 2,6-7). Como Verbo encarnado, es la primera lección de humildad y de igualdad para el hombre. Es más, él se identifica con otros seres humanos, de tal manera que reconocer a los otros es también reconocerlo a él (“En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”. Mt 25,45). Esto es coherente con el relato de la creación, pues reconociendo a Dios como nuestro creador, podemos fácilmente reconocer al otro como hermano, igual a nosotros.

Los padres conciliares se preguntaban: “¿Qué debe hacerse para que la intensificación de las relaciones entre las culturas, que debería llevar a un verdadero y fructuoso diálogo entre los diferentes grupos y naciones, no perturbe la vida de las comunidades, no eche por tierra la sabiduría de los antepasados ni ponga en peligro el genio propio de los pueblos?” (GS, 56). El mismo Concilio responde que Dios habló según los tipos de cultura propios de cada época, adaptándose al lenguaje de cada una, pero sin estar “ligada de manera exclusiva e indisoluble a raza o nación alguna, a algún sistema particular de vida, a costumbre alguna antigua o reciente” (GS, 58). Es cierto que no siempre la obra misionera de la Iglesia ha cumplido con esta indicación y ha confundido el mensaje del Evangelio con la cultura de los misioneros. Hoy, sin embargo, como discípulos misioneros debemos ser conscientes de esto.

El Papa Francisco nos ofrece una recomendaciones muy prácticas para convivencia entre diferentes culturas: primero, las tentaciones que hay que evitar: i) Primera, el engañoso del relativismo, que oculta la verdad y nos lleva a la confusión y desesperación ii) Segundo, evitar la superficialidad: la tendencia a entretenernos con las últimas modas, artilugios y distracciones, en lugar de dedicarnos a las cosas que realmente son importantes (cf. Flp 1,10); iii) La tercera tentación, es la aparente seguridad que se esconde tras las respuestas fáciles, frases hechas, normas y reglamentos.

En cambio, lo que el Papa Francisco nos recomienda para convivir con nuestros hermanos indígenas y demás habitantes de nuestra sociedad es: a) primero, cultivar nuestra propia identidad, pues “no podemos comprometernos propiamente a un diálogo si no tenemos clara nuestra identidad”. No se le puede pedir a nadie que disuelva los fundamentos de su identidad para poder dialogar, pues sólo a partir de lo que son pueden formar el nosotros de una sociedad; b) segundo, tener empatía, es decir, ponerse en el lugar del otro, “Se trata de escuchar no sólo las palabras que pronuncia el otro, sino también la comunicación no verbal de sus experiencias, de sus esperanzas, de sus aspiraciones, de sus dificultades y de lo que realmente le importa”; c) tercero, tener la mente y el corazón abierto a aquellos con quienes hablamos, “sin miedo: el miedo es enemigo de estas aperturas”. Para esto necesitamos un auténtico espíritu “contemplativo” ; d) Por último, al fin y al

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cabo, no nos equivocaremos si sencillamente vivimos una vida irreprensible. Entonces, como discípulos misioneros no necesitaremos hacer proselitismo religioso, sino que nuestra vida sea una invitación permanente que entusiasme a otros a vivir según la fe que profesamos (Cf. Discurso del Papa Francisco en su visita al Santuario de los Mártires de Haemi, Corea del Sur, 2014).

Los jóvenes, sobre todo, naturalmente abiertos a acoger a los demás, a conversar abiertamente, a preguntar sobre las costumbres y hábitos de los demás, están llamados a liderar este diálogo intercultural, a ayudar al mundo de los adultos -muchas veces cerrados en sus preconceptos- a mostrar con gestos comunes de acción que es posible trabajar juntos, respetando nuestras diferencias y valorando los atributos que cada grupos cultural tiene para enriquecer la vida de la sociedad paraguaya.

Que el Señor nos ayude a abrir nuestros corazones y mentes para acoger con humildad y servicio a nuestros hermanos que viven una cultura diferente a la nuestra.

Citas de textos del Magisterio:

Extractos del Discurso del Papa Francisco en su visita al Santuario de los Mártires de Haemi, Corea del Sur, 2014

“...al emprender el camino del diálogo con personas y culturas, ¿cuál debe ser nuestro punto de partida y nuestro punto de referencia fundamental para llegar a nuestra meta? Ciertamente, ha de ser el de nuestra propia identidad, nuestra identidad de cristianos. No podemos comprometernos propiamente a un diálogo si no tenemos clara nuestra identidad.”

“Y, por otra parte, no puede haber diálogo auténtico si no somos capaces de tener la mente y el corazón abiertos a aquellos con quienes hablamos, con empatía y sincera acogida (…) Sin miedo: el miedo es enemigo de estas aperturas” (ídem).

“siempre estamos tentados por el espíritu del mundo, que se manifiesta de diversos modos. Quisiera señalar tres. El primero es el deslumbramiento engañoso del relativismo, que oculta el esplendor de la verdad y, removiendo la tierra bajo nuestros pies, nos lleva a las arenas movedizas de la confusión y la desesperación. Un segundo (...) es la superficialidad: la tendencia a entretenernos con las últimas modas, artilugios y distracciones, en lugar de dedicarnos a las cosas que realmente son importantes (cf. Flp 1,10). Hay una tercera tentación: la aparente seguridad que se esconde tras las respuestas fáciles, frases hechas, normas y reglamentos.

“...empatía. Se trata de escuchar no sólo las palabras que pronuncian el otro, sino también la comunicación no verbal de sus experiencias, de sus esperanzas, de sus aspiraciones, de sus dificultades y de lo que realmente le importa. Esta empatía debe ser fruto de nuestro discernimiento espiritual y de nuestra experiencia personal, que nos hacen ver a los otros como hermanos y hermanas, y “escuchar”, en sus palabras y sus obras, y más allá de ellas, lo que sus corazones quieren decir. En este sentido, el diálogo requiere por nuestra parte un auténtico espíritu “contemplativo”: espíritu contemplativo de apertura y acogida del otro. No puedo dialogar si estoy cerrado al otro.

¿Cuál fue el primer mandamiento de Dios Padre a nuestro padre Abrahán? “Camina en mi presencia y sé irreprensible”. Y así, con mi identidad y con mi empatía, apertura, camino con el otro. No busco que se pase a mi bando, no hago proselitismo.

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“Pero estos cristianos no vienen como conquistadores, no vienen a quitarnos nuestra identidad: nos traen la suya, pero quieren caminar con nosotros”. Y el Señor realizará la gracia: alguna vez moverá los corazones, alguno pedirá el bautismo, otras veces no. Pero siempre caminamos juntos. Éste es el núcleo del diálogo.

Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral “Gaudium et spes” sobre la Iglesia en el mundo actual, 1965¿Qué debe hacerse para que la intensificación de las relaciones entre las culturas, que debería llevar a un verdadero y fructuoso diálogo entre los diferentes grupos y naciones, no perturbe la vida de las comunidades, no eche por tierra la sabiduría de los antepasados ni ponga en peligro el genio propio de los pueblos? (GS, 56)

Dios, en efecto, al revelarse a su pueblo hasta la plena manifestación de sí mismo en el Hijo encarnado, habló según los tipos de cultura propios de cada época.

De igual manera, la Iglesia, al vivir durante el transcurso de la historia en variedad de circunstancias, ha empleado los hallazgos de las diversas culturas para difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación a todas las gentes, para investigarlo y comprenderlo con mayor profundidad, para expresarlo mejor en la celebración litúrgica y en la vida de la multiforme comunidad de los fieles.

Pero al mismo tiempo, la Iglesia, enviada a todos los pueblos sin distinción de épocas y regiones, no está ligada de manera exclusiva e indisoluble a raza o nación alguna, a algún sistema particular de vida, a costumbre alguna antigua o reciente. Fiel a su propia tradición y consciente a la vez de la universalidad de su misión, puede entrar en comunión con las diversas formas de cultura; comunión que enriquece al mismo tiempo a la propia Iglesia y las diferentes culturas. (GS, 58).

A la autoridad pública compete no el determinar el carácter propio de cada cultura, sino el fomentar las condiciones y los medios para promover la vida cultural entre todos aun dentro de las minorías de alguna nación. (GS, 59)

es preciso, por lo mismo, procurar a todos una cantidad suficiente de bienes culturales, principalmente de los que constituyen la llamada cultura "básica", a fin de evitar que un gran número de hombres se vea impedido, por su ignorancia y por su falta de iniciativa, de prestar su cooperación auténticamente humana al bien común.

Se debe tender a que quienes están bien dotados intelectualmente tengan la posibilidad de llegar a los estudios superiores; y ello de tal forma que, en la medida de lo posible, puedan desempeñar en la sociedad las funciones, tareas y servicios que correspondan a su aptitud natural y a la competencia adquirida. Así podrán todos los hombres y todos los grupos sociales de cada pueblo alcanzar el pleno desarrollo de su vida cultural de acuerdo con sus cualidades y sus propias tradiciones.

Es preciso, además, hacer todo lo posible para que cada cual adquiera conciencia del derecho que tiene a la cultura y del deber que sobre él pesa de cultivarse a sí mismo y de ayudar a los demás. (GS,69).

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Tema Nº8: Los jóvenes llamados a preservar la tierra y garantizar su fertilidad para las generaciones futuras.

Lema: “Gracias campesino, tu aporte es imprescindible para toda la humanidad. Como persona, hijo de Dios, mereces una vida digna”, (El vídeo del Papa, 2016 año de la misericordia).Citas bíblicas: Éx 3,1-12; o bien, 1Re 21, 1-16; Sal 85(84); Mt 13,31-35 o bien, Lc, 12,22-31  Obs.: El tema del día estaría enfocado en la realidad campesina del país, sobre todo a los pequeños agricultores del cual habla el Papa Francisco. Se podría hacer un eco especial de la problemática y el cuidado de la tierra y el medio ambiente, que hacen referencia a los principales desafíos que se presentan a los campesinos en la actualidad.

I. RITOS INICIALES 1. Monición de entrada

Comenzamos el octavo día del Novenario a la Madre de todos los paraguayos, la Virgen de Caacupé. Recordamos hoy en especial la encíclica “Laudato Si”, de nuestro papa Francisco, donde nos deja un claro mensaje de cuidado para el medio ambiente. Este suelo, este aire, que necesitamos para la vida, y que no sabemos cuidar, ni proteger de intereses mezquinos. Que nos dejamos engañar fácilmente por corporaciones internacionales que nos ofrecen grandes ganancias, pero al final, nos dejan suciedad, pobreza y enfermedades.

Corremos tras riquezas vanas, que no sólo nos perjudican nuestra salud, sino que perjudican el entorno en que vivimos, y crea un circulo viciosos de enfermedad, pobreza, injusticas sociales, deterioro del ambiente, y más pobreza, y más enfermedad.

Pidamos juntos al Padre y a nuestra Madre María, que nos ayude a cuidar nuestra casa grande, que seamos buenos administradores de sus recursos, que a todos nos alcance sus frutos, y que todos colaboremos a reparar lo destruido.

Hoy presentamos a Dios, nuestra riqueza, nuestra maravillosa tierra guaraní.

2. Acto penitencial Tú que nos encomendaste el cuidado de la Tierra: Señor ten piedad. Tú que haces fecundo nuestro trabajo: Cristo ten piedad. Tú que unes con lazos de amor a todas las generaciones: Señor ten piedad.

II. LITURGIA DE LA PALABRAMonición a las lecturas: Éx 3,1-12; o bien, 1Re 21, 1-16; Sal 85(84); Mt 13,31-35, o bien Lc, 12,22-31.

Dios escoge a uno para salvar a su pueblo del tirano. Nos muestra que siempre escucha nuestros ruegos. Jesús usa palabras sencillas para explicarnos las cosas. Y también enaltece las tareas de la gente sencilla con sus parábolas.

III. ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS- Pedimos Señor, por la Iglesia, fiel custodia de tu creación, que sepa siempre ser profeta que

denuncie los males que en nombre del progreso se hace a nuestro ambiente.- Pedimos Señor, por nuestras autoridades, que velen por el bienestar de su comunidad y no

se dejen convencer por extraños en negocios que solo benefician a los poderosos y perjudican a los menos favorecidos.

- Pedimos Señor, por cada uno de nosotros, para que seamos sembradores de esperanza, de bienestar, de salud, y no lastimemos más la tierra que nos diste.

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- Pedimos Señor, por los trabajadores de la tierra, que sean escuchados en sus reclamos justos, que sean beneficiados con precios justos, y que no sean explotados, ni expulsados de sus hogares y lugares de trabajo.

- Pedimos Señor, por los jóvenes campesinos, que no desistan de vivir de la tierra, que sepan arraigarse a ella, que la defiendan, y que ayuden a su conservación.

- Pedimos Señor, por todos los jóvenes, que aprendan a cuidar del medio ambiente, que sepan valorar al agua, los recursos naturales, la riqueza que existe todavía en nuestro país, y que puedan conservarla para próximas generaciones.

- Pedimos Señor, que sigan propagándose entre los jóvenes la “moda” de cuidar los recursos, la “moda” de reciclar, para poder reusar, y desechar menos.

IV. COMUNIÓNJesús, que caminó por esta tierra, comió sus frutos, espera de nosotros, ese mismo trato a la

creación.

V. FINALLa tierra que pisamos es sagrada, así nos dice Dios. Está en nosotros cuidarla, respetarla, y

conservarla. De nosotros depende que otras generaciones puedan disfrutarla. Está en nuestras manos, y no en la de otros, en las nuestras, en cada uno de los presentes, ser profeta, anunciar y denunciar, no callarnos ante el progreso que mata, devasta, y enferma.

Nuestra Madre María será nuestra fiel compañera en la lucha por el medio ambiente, ella que siempre se nos aparece en medio de árboles, agua, montañas, flores, es Madre, de la naturaleza también. La Palabra

Za 13,5: “Sino que dirán cada uno: « ¡Yo no soy profeta; soy un campesino, pues la tierra es mi ocupación desde mi juventud!»”.

En el relato de la creación del libro del Génesis, hemos escuchado que Dios había preparado “la casa” -el mundo- para recibir dignamente a la estrella principal de la creación: el ser humano. Todo estaba allí: la tierra, el agua, la vegetación y los animales; todo para que el hombre viva con holgura y produzca el alimento para sí y la de sus hijos. Y allí mismo Dios les da la primera lección de economía: la materia prima, el poder para transformarla, dominar y administrarla sabiamente para que alcance para todos. Algo bastante lógico, si lo pensamos bien, pues compartimos una casa común y en ella, los bienes son para el disfrute de todos y para cada uno. Así, lo primero que aprendieron los seres humanos es que los frutos vienen de la tierra, que no vienen a la mesa por generación espontánea, sino que había que ir a cazarlos y sembrarlos para que puedan servirle de alimento. Y lo fantástico es que este esfuerzo se hace más liviano y abundante cuando lo hacen cooperando entre todos. Pero con el origen de mal, el maligno se mete entre los hombres para sembrar la discordia y hacer que todo sea más difícil, mezquino y comience a darse las odiosas diferencias en el uso y aprovechamiento de los bienes. Se metió la cizaña en medio del trigo bueno. Y se hizo más difícil el compartir.

El egoísmo hizo presa de los hombres y algunos pronto aprendieron a engañar, ilusionar, reprimir y establecer una falsa división de clases entre los seres humanos, con el afán de acaparar todo e introducir esa inhumana realidad: la injusticia.

Pero no contentos con acaparar, usaron su poder para rapiñar la tierra más allá de todo límite razonable, “haciendo un uso desproporcionado de los recursos naturales” (LS, 51), más allá de su propia capacidad de recuperarse y la convirtieron en páramos estériles, aguas poluidas y el aire miserable. Para rapiñar, hasta sacarle el “último jugo” tuvieron que quemar, hacer humo y lanzar en el agua, la tierra y el aire los desperdicios, las sobras, los negros hollines que empezaban a envenenarlo todo. Y la tierra se enfermó, se recalentó de fiebre, hirvió los mares, los peces

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transpiraron y los hombres buscaron las sombras y las tierras altas, porque el vapor había subido demasiado, se precipitó un día y llenó las calles de agua tormentosa, se filtró en los techos e inundó las casas de los pobres que ya no tenían donde ir. Esta “crisis es una consecuencia dramática de la actividad descontrolada del ser humano y corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación” (LS, 4). ¡Qué lejos nos hemos quedado del mandato divino de administrar sabiamente lo que gratis se nos dio!

Y para expoliar más tranquilamente, se inventó el “sagrado sacramento” de la propiedad privada como sinónimo de hacer lo que uno quiera, como si fuera el único habitante de la tierra, como si algunas personas no tuvieran vecinos con barrigas hambrientas, con sus plantíos y pieles quemados por los químicos regados. A estas personas habría que recitarles de nuevo el catecismo del cap. 1 del Gn y aquella brillante expresión del Papa Juan Pablo II que resumió la doctrina que nunca cambiaría en la Iglesia: que sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social. Que la propiedad está supeditada a la dimensión social del hombre. Esto es, el árbol que hoy derribas, el veneno que hoy lanzas al suelo y al agua, contaminantes destructivos que terminarán metiéndose en los huesos de todos, y no hará falta que sean tus vecinos.

Muchos jóvenes se ven obligados a abandonar la tierra de sus padres: a causa de que ya no alcanza para todos, o porque sus frutos ya no rinden lo suficiente para llevar una vida digna y formar una familia. Prefieren, en muchos casos, migrar a las ciudades e integrar los cinturones de pobreza, o meterse en alguna universidad que cabe en un salón comercial y comprar un título inútil por monedas y fotocopias.

Pero en medio de este mar de indiferencias se alzó un profeta que en vez de decir: «¡Yo no soy profeta; soy un campesino, pues la tierra es mi ocupación desde mi juventud!» (Zac 13,5), dijo: “Tenemos la tentación de pensar que lo que está ocurriendo no es cierto...parece que las cosas no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo en las actuales condiciones”...“Parecen advertirse síntomas de un punto de quiebre” (Papa Francisco, Laudato Si, 61). Y a su voz se sumaron y se sumarán miles de voces jóvenes, que desde la tierra roja, los montes verdes y los sembrados dorados gritarán ¡basta! ¡Basta de envenenar la tierra, las aguas y el aire. ¡Porque esta es nuestra herencia, la de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos!

Sugerencia: Tal vez se pueda hacer alguna mención de alguna carta o documento elaborado por la CEP con relación al cuidado de la tierra.

Tema Nº 9: Los jóvenes convocados a la Eucaristía, alimento y medicina para la vida.Lema: “La Eucaristía no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles, (EG 47).Cita bíblica: 1Cor 11,23-26; Sal 116(114-115), 12-19; Jn 6, 28-40

I. RITOS INICIALES 1. Monición de entradaEstamos en el noveno día del novenario a nuestra Santísima Virgen de los Milagros de Caacupé,

a quien acudimos para que interceda por nosotros ante su Hijo. Ella es Madre, por lo tanto sabe lo que los hijos necesitan, y también sabe cómo hacer para que su Hijo la obedezca.

Hoy queremos seguir reflexionando sobre nuestra Fe, esa Fe que debe ser vivida, testimoniada, porque la Fe sin obras, no sirve, porque la Fe no puede estar separada de la acción, porque la Fe nos hace movernos, nos hace reflexionar, nos interpela.

¿Por qué vinimos hoy a esta Santa Misa? ¿Para pedir, por cumplir, para agradecer? Vinimos porque la Fe nos movió, nos hizo salir de nuestra comodidad y venir junto a Jesús a renovar nuestra fe. A decirle que si creemos, que si queremos seguirlo, que si lo necesitamos. Que nuestra Vida sin Él, no sirve, no vale nada. Como cantan los jóvenes ¡Cristo vale la pena! Si ¡vale! ¡Vale la Vida! ¡Qué lindo es estar aquí!

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2. Acto penitencial Tú que nos sanas con la medicina de la misericordia: Señor ten piedad. Tú que nos invitas a la Eucaristía: Cristo ten piedad. Tú que nos unes al Padre por medio del pan de los Ángeles: Señor ten piedad.

II. LITURGIA DE LA PALABRAMonición a las lecturas: 1Cor 11,23-26; Sal 116(114-115), 12-19; Jn 6, 28-40

Jesús con sus palabras y sus actos nos dejó muchas enseñanzas. Es de discípulos seguirlas. Nos dice Jesús Soy el Pan bajado del cielo, soy el Hijo de Dios. Escuchemos sus palabras.

III. ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS - Pedimos Señor la Santa Iglesia, que cada día renovemos nuestra Fe en Jesús, Hijo de Dios,

nuestro Único Salvador.- Pedimos Señor por cada persona que tiene a su cargo otras personas, que sea generosa en

sus palabras y correcta en sus actitudes, imitando a Jesús.- Pedimos Señor por los jóvenes alejados de tu Iglesia, que puedan ver en nosotros, el rostro

de Tu Hijo, y que quieran acercarse a Él, por medio de nosotros.- Pedimos Señor por los jóvenes que trabajan en tu viña, que siempre sientan la necesidad de

encontrarte en cada Eucaristía, para renovar su Fe, su Esperanza y su Alegría.- Pedimos Señor por todas las actividades que realizan tus jóvenes en la Iglesia, que siempre

tengan como modelo a Jesús en cada palabra, gesto o acción que realicen.- Pedimos Señor por todos nosotros, que sepamos encontrarte en cada hermano, en cada

nece4sitado, en cada prójimo, que seamos como Tú, rico en Misericordia, y lento para el rencor.

- Pedimos Señor por todos los presentes, que sintamos en el corazón, el llamado de Jesús a encontrarlo en la Eucaristía, y sin temor y con humildad respondamos dándole un lugar en nuestro corazón.

IV. COMUNIÓN

Jesús, es el pan de vida, el que come de mi carne, no tendrá más hambre.

V. FINAL

Ese amigo Jesús a quien hemos encontrado, nos pide seguirlo, y seguirlo exige mucha renuncia, mucho esfuerzo, inclusive muchas dudas y dolor. Pero no nos dejará solos, Él acompaña, el camino, Él alienta cada paso, cada palabra, no tengamos miedo a abrazarnos a Él, a ser su amigo, a conocerlo mejor y a que nos envíe a dar frutos. ¡Con Cristo todo, sin Cristo nada!

La PalabraPresentación

La Eucaristía, comida de acción de gracias a Dios y bendición. Al mismo tiempo tiene significados religiosos muy profundos en la vida de las comunidades, es reconocimiento, gratitud por los dones recibidos en la vida de parte de Dios. De esto se desprende y se identifica con la acción de gracias.

En sentido bíblico es acción de gracias para con Dios y converge en forma ordinaria con la bendición que celebra las maravillas de Dios. Las maravillas de Dios son manifestadas al hombre en

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forma de beneficios, por lo tanto el hombre muestra su gratitud hacia Dios por medio de las alabanzas.

Jesús, cuando irrumpe en la historia y durante su ministerio público, también emplea la palabra acción de gracias y bendición. En la multiplicación de los panes Jesús emplea y pronuncia la palabra bendición, así lo encontramos en Mt 14, 19. En el cuarto Evangelio Jesús pronuncia la “acción de gracias”, para multiplicar los panes, Jn 6,11.23. Por su parte Marcos habla de una acción de gracias sobre los panes y una bendición sobre los pescados, Mc 8,6ss. Al mismo tiempo estas consonancias nos sugieren no separar la acción de gracias y la bendición de la última cena de Jesús.

La Eucaristía Sacramento de nutrición, desde tiempos inmemoriales en el mundo semita, y en casi todas las religiones reconocen en el alimento un carácter sagrado. En la tradición bíblica tenemos este carácter sagrado que se le confiere al pan, al agua, al vino y a todos los frutos de la tierra, y por todos estos, el hombre bendice a Dios.

Para los cristianos, por medio de la Eucaristía se entra realmente en comunión con este mundo nuevo instaurado por el Hijo de Dios; el creyente entra en contacto con el Sumo Sacerdote siempre vivo. Los alimentos que en la Eucaristía asume cambian de existencia, se convierten en el verdadero pan de los ángeles, es el alimento de la nueva vida. El comulgante inicia y mantiene en este mundo una vida en Cristo.

Los jóvenes deben descubrir el valor de la Eucaristía y a partir de la comunión con Jesús, sacramentado verdadero y sarmiento de la vida nueva, ser fermento para la nueva sociedad. Entender la Eucaristía como fuente de vida nueva, en las distintas circunstancias históricas de la vida, en comunión con la Iglesia en todo lugar y en todo tiempo. Así, participando de la bendición y la acción de gracias se realiza el nuevo Paraguay, trabajando por una vida más digna y más dichosa para todos.

Ideas centrales de los textos bíblicos 1Cor 11, 23-26:

Pablo emplea términos bien técnicos que “recibió y trasmitió” cuando refiere a la cena del Señor, que es una tradición autorizada, señalando el horizonte histórico concreto en la noche de la última cena. Seguidamente señala el horizonte escatológico, que se realizará “hasta que el Señor Jesús vuelva”. También Pablo resalta en su escrito que el “Señor Jesús”, el de la parusía futura, es el mismo Jesús de la historia humana que caminó por la tierra y sigue caminando con su Pueblo sacramentalmente. Entre estos dos horizontes se celebra la cena, que hace presente a Jesús en medio de la comunidad cristiana, la comunidad de la nueva alianza.

La carta no abandona el contexto de los sinópticos, Pablo emplea palabra aterradoras, al escribir “la noche en que era entregado”. Haciendo referencia a la traición de un miembro de su comunidad. Más aun, porque el traidor era alguien muy íntimo al grupo y cercano a Jesús. Pablo recuerda a la comunidad cristiana que en sus grupos siguen existiendo quienes traicionan la cena del Señor, con sus conductas libertinas. Al mismo tiempo quienes no comparten su pan, que pronuncian o participan de la bendición y se preocupan solo por ellos mismos.

Pablo entiende que en las asambleas concurren personas con capacidad económica y tienen poder adquisitivo para facturar abundante vino, de esta manera la reunión de la comunidad es una ocasión para embriagarse y dejando perplejos y descalificados a los pobres que no pueden probar la copa de los ricos; esta actitud anula la nueva alianza, porque no encarna la memoria de Jesús.

Deja sentada la idea que el Pueblo de la nueva alianza, al participar del pan y del cáliz, anuncia la muerte del Señor. Al mismo tiempo se toma conciencia del compromiso de solidaridad y sacrificio que exige la comunión con el cuerpo y la sangre del Señor. Comulgar con el señor Jesús en la Eucaristía reclama un compromiso concreto con la justicia, con el esfuerzo para que todos tengan una vida más digna y dichosa.Jn 6, 28-40:

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La gente en torno a Jesús se interesa en precisar qué espera Dios de ellos; es decir, como deben vivir los preceptos de Dios. También comprenden que deben buscar el pan que no perece y es perdurable. El pan que no perece es la Palabra de Dios, poniendo en práctica las obras de Dios.

La incomprensión es un recurso del autor del cuarto evangelio, es paso previo a la revelación que hace Jesús, de allí la pregunta de la gente por las obras de Dios. La incomprensión se da en el donante de la vida, el consagrado de Dios, por lo tanto el pan no es una obra por hacer, es un don que recibir. No se trata de hacer cosas, es ante todo aceptar a una persona como enviado de Dios; esta es la obra que asegura el pan de vida.

Jesús revela que la gran obra de Dios para con nosotros es aceptar a su enviado, el don de su Hijo. En su Hijo se realiza la salvación de toda la creación; acoger a Jesús, Palabra del Padre, luz y vida de toda la creación, es cumplir el designio de Dios que quiere que todos los hombres se salven, que sean hijos en el Hijo.

Dios es su Padre y el verdadero donante; el pan produce vida al mundo. El don de Moisés, que es la ley, no es pan auténtico; solo en Jesús don del Padre, se da el pan que produce la vida. El maná que bajó del cielo dio vida al pueblo de Israel que peregrinaba por el desierto, pero ahora es Jesús el pan que baja del cielo para la vida del mundo, no solo para un pueblo. En la persona concreta de Jesús se satisfacen todas las necesidades más vitales de la humanidad; “Yo soy el pan de vida”. La voluntad del Padre es darnos al Hijo para que en Él veamos su amor por nosotros, en este sentido la voluntad es también capacidad de acción.

Anexo: Evangelii GaudiumLa Eucaristía lugar de culto, de comunión con Dios y con la Iglesia. Lugar de

compromiso con Cristo135. Consideremos ahora la predicación dentro de la liturgia, que requiere una seria evaluación de parte de los Pastores. Me detendré particularmente, y hasta con cierta meticulosidad, en la homilía y su preparación, porque son muchos los reclamos que se dirigen en relación con este gran ministerio y no podemos hacer oídos sordos. La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo. De hecho, sabemos que los fieles le dan mucha importancia; y ellos, como los mismos ministros ordenados, muchas veces sufren, unos al escuchar y otros al predicar. Es triste que así sea. La homilía puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento.136. Renovemos nuestra confianza en la predicación, que se funda en la convicción de que es Dios quien quiere llegar a los demás a través del predicador y de que Él despliega su poder a través de la palabra humana. San Pablo habla con fuerza sobre la necesidad de predicar, porque el Señor ha querido llegar a los demás también mediante nuestra palabra (cf. Rm 10,14-17). Con la palabra, nuestro Señor se ganó el corazón de la gente. Venían a escucharlo de todas partes (cf. Mc 1,45). Se quedaban maravillados bebiendo sus enseñanzas (cf. Mc 6,2). Sentían que les hablaba como quien tiene autoridad (cf. Mc 1,27). Con la palabra, los Apóstoles, a los que instituyó «para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14), atrajeron al seno de la Iglesia a todos los pueblos (cf. Mc 16,15.20).El contexto litúrgico137. Cabe recordar ahora que «la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios, sobre todo en el contexto de la asamblea eucarística, no es tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza». Hay una valoración especial de la homilía que proviene de su contexto eucarístico, que supera a toda catequesis por ser el momento más alto del diálogo entre Dios y su pueblo, antes de la comunión sacramental. La homilía es un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo. El que predica debe reconocer

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el corazón de su comunidad para buscar dónde está vivo y ardiente el deseo de Dios, y también dónde ese diálogo, que era amoroso, fue sofocado o no pudo dar fruto.138. La homilía no puede ser un espectáculo entretenido, no responde a la lógica de los recursos mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a la celebración. Es un género peculiar, ya que se trata de una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica; por consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse a una charla o una clase. El predicador puede ser capaz de mantener el interés de la gente durante una hora, pero así su palabra se vuelve más importante que la celebración de la fe. Si la homilía se prolongara demasiado, afectaría dos características de la celebración litúrgica: la armonía entre sus partes y el ritmo. Cuando la predicación se realiza dentro del contexto de la liturgia, se incorpora como parte de la ofrenda que se entrega al Padre y como mediación de la gracia que Cristo derrama en la celebración. Este mismo contexto exige que la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida. Esto reclama que la palabra del predicador no ocupe un lugar excesivo, de manera que el Señor brille más que el ministro.La conversación de la madre139. Dijimos que el Pueblo de Dios, por la constante acción del Espíritu en él, se evangeliza continuamente a sí mismo. ¿Qué implica esta convicción para el predicador? Nos recuerda que la Iglesia es madre y predica al pueblo como una madre que le habla a su hijo, sabiendo que el hijo confía que todo lo que se le enseñe será para bien porque se sabe amado. Además, la buena madre sabe reconocer todo lo que Dios ha sembrado en su hijo, escucha sus inquietudes y aprende de él. El espíritu de amor que reina en una familia guía tanto a la madre como al hijo en sus diálogos, donde se enseña y aprende, se corrige y se valora lo bueno; así también ocurre en la homilía. El Espíritu, que inspiró los Evangelios y que actúa en el Pueblo de Dios, inspira también cómo hay que escuchar la fe del pueblo y cómo hay que predicar en cada Eucaristía. La prédica cristiana, por tanto, encuentra en el corazón cultural del pueblo una fuente de agua viva para saber lo que tiene que decir y para encontrar el modo como tiene que decirlo. Así como a todos nos gusta que se nos hable en nuestra lengua materna, así también en la fe nos gusta que se nos hable en clave de «cultura materna», en clave de dialecto materno (cf. 2 M 7,21.27), y el corazón se dispone a escuchar mejor. Esta lengua es un tono que transmite ánimo, aliento, fuerza, impulso.140. Este ámbito materno-eclesial en el que se desarrolla el diálogo del Señor con su pueblo debe favorecerse y cultivarse mediante la cercanía cordial del predicador, la calidez de su tono de voz, la mansedumbre del estilo de sus frases, la alegría de sus gestos. Aun las veces que la homilía resulte algo aburrida, si está presente este espíritu materno-eclesial, siempre será fecunda, así como los aburridos consejos de una madre dan fruto con el tiempo en el corazón de los hijos.141. Uno se admira de los recursos que tenía el Señor para dialogar con su pueblo, para revelar su misterio a todos, para cautivar a gente común con enseñanzas tan elevadas y de tanta exigencia. Creo que el secreto se esconde en esa mirada de Jesús hacia el pueblo, más allá de sus debilidades y caídas: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino» (Lc 12,32); Jesús predica con ese espíritu. Bendice lleno de gozo en el Espíritu al Padre que le atrae a los pequeños: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, se las has revelado a pequeños» (Lc 10,21). El Señor se complace de verdad en dialogar con su pueblo y al predicador le toca hacerle sentir este gusto del Señor a su gente.Palabras que hacen arder los corazones142. Un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad. Se realiza por el gusto de hablar y por el bien concreto que se comunica entre los que se aman por medio de las palabras. Es un bien que no consiste en cosas, sino en las personas mismas que mutuamente se dan en el diálogo. La predicación puramente moralista o adoctrinadora, y también la que se convierte en una clase de exégesis, reducen esta comunicación entre corazones que se da en la homilía y que tiene que tener un carácter cuasi sacramental: «La fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de

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Cristo» (Rm 10,17). En la homilía, la verdad va de la mano de la belleza y del bien. No se trata de verdades abstractas o de fríos silogismos, porque se comunica también la belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del bien. La memoria del pueblo fiel, como la de María, debe quedar rebosante de las maravillas de Dios. Su corazón, esperanzado en la práctica alegre y posible del amor que se le comunicó, siente que toda palabra en la Escritura es primero don antes que exigencia.143. El desafío de una prédica inculturada está en evangelizar la síntesis, no ideas o valores sueltos. Donde está tu síntesis, allí está tu corazón. La diferencia entre iluminar el lugar de síntesis e iluminar ideas sueltas es la misma que hay entre el aburrimiento y el ardor del corazón. El predicador tiene la hermosísima y difícil misión de aunar los corazones que se aman, el del Señor y los de su pueblo. El diálogo entre Dios y su pueblo afianza más la alianza entre ambos y estrecha el vínculo de la caridad. Durante el tiempo que dura la homilía, los corazones de los creyentes hacen silencio y lo dejan hablar a Él. El Señor y su pueblo se hablan de mil maneras directamente, sin intermediarios. Pero en la homilía quieren que alguien haga de instrumento y exprese los sentimientos, de manera tal que después cada uno elija por dónde sigue su conversación. La palabra es esencialmente mediadora y requiere no sólo de los dos que dialogan sino de un predicador que la represente como tal, convencido de que «no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús» (2 Co 4,5).144. Hablar de corazón implica tenerlo no sólo ardiente, sino iluminado por la integridad de la Revelación y por el camino que esa Palabra ha recorrido en el corazón de la Iglesia y de nuestro pueblo fiel a lo largo de su historia. La identidad cristiana, que es ese abrazo bautismal que nos dio de pequeños el Padre, nos hace anhelar, como hijos pródigos —y predilectos en María—, el otro abrazo, el del Padre misericordioso que nos espera en la gloria. Hacer que nuestro pueblo se sienta como en medio de estos dos abrazos es la dura pero hermosa tarea del que predica el Evangelio. El culto a la verdad146. El primer paso, después de invocar al Espíritu Santo, es prestar toda la atención al texto bíblico, que debe ser el fundamento de la predicación. Cuando uno se detiene a tratar de comprender cuál es el mensaje de un texto, ejercita el «culto a la verdad». Es la humildad del corazón que reconoce que la Palabra siempre nos trasciende, que no somos «ni los dueños, ni los árbitros, sino los depositarios, los heraldos, los servidores». Esa actitud de humilde y asombrada veneración de la Palabra se expresa deteniéndose a estudiarla con sumo cuidado y con un santo temor de manipularla. Para poder interpretar un texto bíblico hace falta paciencia, abandonar toda ansiedad y darle tiempo, interés y dedicación gratuita. Hay que dejar de lado cualquier preocupación que nos domine para entrar en otro ámbito de serena atención. No vale la pena dedicarse a leer un texto bíblico si uno quiere obtener resultados rápidos, fáciles o inmediatos. Por eso, la preparación de la predicación requiere amor. Uno sólo le dedica un tiempo gratuito y sin prisa a las cosas o a las personas que ama; y aquí se trata de amar a Dios que ha querido hablar. A partir de ese amor, uno puede detenerse todo el tiempo que sea necesario, con una actitud de discípulo: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 S 3,9).147. Ante todo conviene estar seguros de comprender adecuadamente el significado de las palabras que leemos. Quiero insistir en algo que parece evidente pero que no siempre es tenido en cuenta: el texto bíblico que estudiamos tiene dos mil o tres mil años, su lenguaje es muy distinto del que utilizamos ahora. Por más que nos parezca entender las palabras, que están traducidas a nuestra lengua, eso no significa que comprendemos correctamente cuanto quería expresar el escritor sagrado. Son conocidos los diversos recursos que ofrece el análisis literario: prestar atención a las palabras que se repiten o se destacan, reconocer la estructura y el dinamismo propio de un texto, considerar el lugar que ocupan los personajes, etc. Pero la tarea no apunta a entender todos los pequeños detalles de un texto, lo más importante es descubrir cuál es el mensaje principal, el que estructura el texto y le da unidad. Si el predicador no realiza este esfuerzo, es posible que su predicación tampoco tenga unidad ni orden; su discurso será sólo una suma de diversas ideas

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desarticuladas que no terminarán de movilizar a los demás. El mensaje central es aquello que el autor en primer lugar ha querido transmitir, lo cual implica no sólo reconocer una idea, sino también el efecto que ese autor ha querido producir. Si un texto fue escrito para consolar, no debería ser utilizado para corregir errores; si fue escrito para exhortar, no debería ser utilizado para adoctrinar; si fue escrito para enseñar algo sobre Dios, no debería ser utilizado para explicar diversas opiniones teológicas; si fue escrito para motivar la alabanza o la tarea misionera, no lo utilicemos para informar acerca de las últimas noticias.148. Es verdad que, para entender adecuadamente el sentido del mensaje central de un texto, es necesario ponerlo en conexión con la enseñanza de toda la Biblia, transmitida por la Iglesia. Éste es un principio importante de la interpretación bíblica, que tiene en cuenta que el Espíritu Santo no inspiró sólo una parte, sino la Biblia entera, y que en algunas cuestiones el pueblo ha crecido en su comprensión de la voluntad de Dios a partir de la experiencia vivida. Así se evitan interpretaciones equivocadas o parciales, que nieguen otras enseñanzas de las mismas Escrituras. Pero esto no significa debilitar el acento propio y específico del texto que corresponde predicar. Uno de los defectos de una predicación tediosa e ineficaz es precisamente no poder transmitir la fuerza propia del texto que se ha proclamado.La personalización de la Palabra149. El predicador «debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva». Nos hace bien renovar cada día, cada domingo, nuestro fervor al preparar la homilía, y verificar si en nosotros mismos crece el amor por la Palabra que predicamos. No es bueno olvidar que «en particular, la mayor o menor santidad del ministro influye realmente en el anuncio de la Palabra». Como dice san Pablo, «predicamos no buscando agradar a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones» (1 Ts 2,4). Si está vivo este deseo de escuchar primero nosotros la Palabra que tenemos que predicar, ésta se transmitirá de una manera u otra al Pueblo fiel de Dios: «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34). Las lecturas del domingo resonarán con todo su esplendor en el corazón del pueblo si primero resonaron así en el corazón del Pastor.150. Jesús se irritaba frente a esos pretendidos maestros, muy exigentes con los demás, que enseñaban la Palabra de Dios, pero no se dejaban iluminar por ella: «Atan cargas pesadas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo» (Mt 23,4). El Apóstol Santiago exhortaba: «No os hagáis maestros muchos de vosotros, hermanos míos, sabiendo que tendremos un juicio más severo» (3,1). Quien quiera predicar, primero debe estar dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y a hacerla carne en su existencia concreta. De esta manera, la predicación consistirá en esa actividad tan intensa y fecunda que es «comunicar a otros lo que uno ha contemplado». Por todo esto, antes de preparar concretamente lo que uno va a decir en la predicación, primero tiene que aceptar ser herido por esa Palabra que herirá a los demás, porque es una Palabra viva y eficaz, que como una espada, «penetra hasta la división del alma y el espíritu, articulaciones y médulas, y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4,12). Esto tiene un valor pastoral. También en esta época la gente prefiere escuchar a los testigos: «tiene sed de autenticidad […] Exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos conocen y tratan familiarmente como si lo estuvieran viendo».151. No se nos pide que seamos inmaculados, pero sí que estemos siempre en crecimiento, que vivamos el deseo profundo de crecer en el camino del Evangelio, y no bajemos los brazos. Lo indispensable es que el predicador tenga la seguridad de que Dios lo ama, de que Jesucristo lo ha salvado, de que su amor tiene siempre la última palabra. Ante tanta belleza, muchas veces sentirá que su vida no le da gloria plenamente y deseará sinceramente responder mejor a un amor tan grande. Pero si no se detiene a escuchar esa Palabra con apertura sincera, si no deja que toque su propia vida, que le reclame, que lo exhorte, que lo movilice, si no dedica un tiempo para orar con

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esa Palabra, entonces sí será un falso profeta, un estafador o un charlatán vacío. En todo caso, desde el reconocimiento de su pobreza y con el deseo de comprometerse más, siempre podrá entregar a Jesucristo, diciendo como Pedro: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te lo doy» (Hch 3,6). El Señor quiere usarnos como seres vivos, libres y creativos, que se dejan penetrar por su Palabra antes de transmitirla; su mensaje debe pasar realmente a través del predicador, pero no sólo por su razón, sino tomando posesión de todo su ser. El Espíritu Santo, que inspiró la Palabra, es quien «hoy, igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en sus labios las palabras que por sí solo no podría hallar».

Gracias Señor por hacerte pequeño, por hacerte Pan, por hacerte Eucaristía. Por venir a nuestro encuentro y seguir alimentarnos más allá de nuestras debilidades y limitaciones.

Tema Nº 10: Los jóvenes llamados a descubrir su vocación de seguir a Jesús.

Lema: “Estar apegados a Jesús da profundidad a la vocación cristiana”, (Meditación del Papa Francisco, Catedral Metropolitana de Asunción, 11/07/2015).Citas bíblicas: 1Sam 3,1-10; Sal 139(138); Jn 1,35-51; o bien Mt 19,16-24Obs.: La vocación de seguir a Jesús es una invitación abierta a todos, cada uno desde el estado de vida que ocupa en la Iglesia, sean como laicos, religiosas o religiosos, sacerdotes, obispos, etc. Pero en este punto queremos poner un énfasis especial en la importancia de la promoción vocacional en los ambientes juveniles, especialmente como una llamada a la vida religiosa y sacerdotal. Queremos rezar y pedir por más vocaciones que puedan acompañar y guiar a las comunidades cristianas.

I. RITOS INICIALES 1. Monición de entradaContinuando el novenario a la Virgen de los Milagros de Caacupé, ofrecemos esta Santa Misa

por las vocaciones. Cuando hablamos de vocación, pensamos en la vida religiosa, pero vocación es todo lo que optamos para nuestra vida, hacemos una elección entre muchas, porque es esa la que nos llena y agrada. Todas las vocaciones son llamados de Dios, porque desde todas podemos hacerlo presente.

Hoy en especial pedimos por las vocaciones religiosas y sacerdotales, que los jóvenes no sientan miedo de decir si a Dios Padre, que los necesita.; que el mundo no les haga creer que pierden, sino que sepan y que se convenzan que ganan el mundo, y lo ganan para Dios.

Entre tantos llamados, a veces no escuchamos o no queremos escuchar su voz, pensamos que tenemos tanto para hacer, y que ese llamado no es prioritario. Sin embargo, es el más importante.

2. Acto penitencial Tú que nos llamados a trabajar por tu Reino: Señor, ten piedad. Tú que nos invitas a seguirte en el anuncio del Evangelio: Cristo, ten piedad. Tú que nos haces ciudadanos del reino de los cielos: Señor, ten piedad.

II. LITURGIA DE LA PALABRAMonición de las lecturas: 1Sam 3,1-10; Sal 139(138); Jn 1,35-51, o bien, Mt 19,16-24.

Dios llama al joven Samuel, así también, nos llama a cada uno. Jesús elige a sus discípulos, El los llama personalmente, nos llama a cada uno por nuestro nombre.

III.ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS

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- Pedimos Señor, por las vocaciones religiosa y sacerdotales, que haya más obreros en tu mies.

- Pedimos Señor por la Iglesia, que acoja con cariño y respeto a sus vocacionados, los acompañe en sus dudas y les haga sentir que están en el lugar correcto.

- Pedimos Señor por nuestros pastores, que no pierdan la alegría, la esperanza y la fe del comienzo, y que vivan su ministerio con coherencia, dignidad y humildad.

- Pedimos Señor por los pastores que han caído en la tentación, y fueron motivo de escándalo para los más pequeños, que encuentren paz en la reconciliación, y puedan pedir perdón a quienes le hicieron daño.

- Pedimos Señor por lo jóvenes llamados, que se sientan comprendidos por sus familias y amigos, para que puedan seguirte sin miedo a equivocarse.

- Pedimos Señor por las familias de cada vocacionado, que sienta la bendición de tener un ser querido que lo deja todo por seguir a Dios.

- Pedimos Señor por todas las personas que fueron víctimas de nuestros pastores, que puedan encontrar en su camino, a alguien que repare de alguna manera el daño que le hicieron, que se haga justicia y que pueda nuevamente encontrar a Dios en su vida.

- Pedimos Señor por todos los jóvenes que responden a tu llamado desde sus respectivos proyectos de vida, que sepan demostrar al mundo que la alegría de servirte los hace libres, plenos y felices.

-IV. COMUNIÓN

Es Jesús quien llama, y necesita de cada uno. Respondamos con un si lleno de Fe a su llamado.

V. FINALLa vocación religiosa es necesaria y muy importante en nuestra Iglesia y la sociedad. Son

muchos los beneficios que nos aportan, tanto espiritualmente, como socialmente ayudando en la educación, salud, y otras áreas. No seamos reacios al llamado, escuchémoslo, hagamos silencio en nuestros corazones, y sobre todo recemos y alentemos a los que sí dieron ese paso.

Que Nuestra Madre María, la Virgen de los Milagros de Caacupé, acompañe en su camino vocacional a cada joven, y a toda su Iglesia, que peregrina hacia el Padre.

Sugerencia: Se puede ver el directorio para la pastoral vocacional de la CEP, donde se promociona la cultura vocacional. Creo que se puede mencionar y enfocar ese llamado a la vida, a la vida cristiana, y a la vida cristiana específica en un estado de vida. Pero sobre todo, desde la santidad para edificar a la Iglesia por dentro y construir un mundo mejor desde donde nos toque vivir.

Tema Nº 11: María: mujer, discípula y madre que camina con los jóvenes.

Lema: “María es la madre del «sí». Sí, al sueño de Dios; sí, al proyecto de Dios; sí, a la voluntad de Dios”, (Homilía del Papa Francisco en la Explanada del Santuario mariano de Caacupé, 11/07/2015).Citas bíblicas: Son propias del día de la fiesta de la Inmaculada Concepción.

I. RITOS INCIALES1. Monición de entrada

En el día de nuestra Madre, La Virgen de los Milagros de Caacupé, nos reunimos como hermanos a agradecerle tantos pedidos hechos realidad que ella llevó al Padre y el Padre nos bendijo por su intermedio.

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Nuestra madre nos hermana a todo el Paraguay, no hay un paraguayo que no sienta la emoción a flor de piel en estos días, y que aunque no venga junto a ella, siente y ve la Fe de un pueblo humilde que cree, que reza, y agradece siempre a su creador, los milagros que le concede.Un pueblo sencillo, con una Fe ciega, con una Fe sincera, noble, pura. Una Fe que se demuestra en el camino, en los pies cansados, en la mirada, en la alegría o en el llanto.Nadie queda fuera de esta manifestación de Fe, a todos sorprende el esfuerzo, las ganas, las vivencias de tantas personas que se vuelcan hacia Caacupe, que como un imán, los brazos de la Madre atrae a sus Hijos dispersos, y los acoge en sus brazos a cada uno.Caacupé, es un gran milagro que se repite cada 8 de diciembre, es la fiesta de Fe, de esperanza, y sobretodo es la casa de oración que nos recibe. Es nuestra casa.

En este día de fiesta presentemos a la Virgen María nuestras oraciones, que ella las lleve a Su Hijo, y nos devuelva la bendición que necesitamos. Virgen María, nos rendimos a tus pies benditos.

2. Acto penitencial Tú que nos invitas a caminar como hermanos y hermanas: Señor, ten piedad. Tú que nos diste a María como madre, para que la amemos: Cristo, ten piedad. Tú que has venido para hacernos hijos e hijas adoptivos del Padre: Señor, ten piedad.

II. LITURGIA DE LA PALABRAMonición:

María es presentada como la intercesora, es la mama cariñosa que cuida a sus pequeños. Ella es escogida por Dios, es amada por El. Y por su intercesión, Dios nos concede grandes bendiciones.

III. ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS

- Pedimos Señor por nuestra amada Iglesia, que como Nuestra Madre María, sepa acompañar a cada uno de sus seguidores, y tenga siempre una palabra de cariño y consuelo.

- Pedimos Señor por todas nuestras madres terrenales, que nuestra madre María les de la fuerza necesaria para educar y acompañar a sus hijos, y que les la salud necesaria para vivir una vida plena en familia.

- Pedimos Señor por todas las madres ausentes, que puedan encontrar nuevamente el camino de regreso a casa, para que llenen el vacío que dejaron en la vida de sus hijos nuevamente, y puedan sanar las heridas del pasado.

- Pedimos Señor, por todas las futuras mamas, que llevan en su seno la vida, que sean las primeras protectoras de esa vida, y puedan sentirse parte del milagro de la creación.

- Pedimos Señor por tantas Marias que hay en el mundo, mujeres valientes, que deben sustentar un hogar, para que siempre se levanten con la alegría de ver a sus hijos y que de ahí saquen fuerzas para darles un futuro digno.

- Pedimos por todos los jóvenes, para que encuentren en María esa guía, ese ejemplo a seguir, que fue valiente y no abandonó a Jesús ni siquiera en la cruz.

- Pedimos al Señor por todas las jóvenes que están solas, abandonadas, maltratadas, explotadas, que puedan encontrar en el ejemplo de María toda la fuerza necesaria para salir de esa situación, y en cada uno de nosotros manos que ayuden a levantarse.

-IV. COMUNIÓN

Jesús, hijo de María, un hijo ejemplar, obediente y amoroso, nos espera en la comunión. Acerquémonos y pidámosle su bendición para que como El, también podamos ser el hijo que toda madre anhela.

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V. FINALNuestra Madre nos recibe de brazos abiertos, nos espera siempre, no importa cuánto

tardemos, ella sabrá esperar al hijo. En Caacupé nos reunimos todos, los hijos ingratos, rebeldes, los ausentes, los malcriados, los que nos creemos santos, y los que nos creemos malos, todos somos sus hijos, y todos venimos a su casa en estos días especiales.

Hagamos el compromiso de no abandonar a la Madre, no distanciarnos tanto, que podamos encontrarnos más seguido con ella, porque así será más difícil caer en vicios, malas compañías, malas acciones, porque sus consejos y su abrazo nos protegen.

Madre Virgen de Caacupé, Madre de todos los paraguayos y de todos los que viven en esta bendita tierra, bendícenos y cúbrenos con tu manto para que todo mal no nos alcance.

La PalabraLa esencia de la vida consagrada consiste en la dedicación total de la persona a Dios. Es una entrega total deseada por Dios quien invita a la persona a un seguimiento más de cerca, y que es aceptado, por ella, libremente y por amor, para ser total y exclusivamente para Dios y para su reino. Es un llamado a la perfecta imitación a Cristo a través de alcanzar la plena comunión con Dios y la perfección en el amor.

La vida consagrada: Vocación al Amor. Hablar de vida consagrada es hablar de amor. El amor de Dios que elije y el amor de la persona que abraza esa llamada. La vida consagrada es una comunión de corazones, un encuentro y dialogo de amor permanente, entre el Corazón de Dios y el corazón humano.

Un amor que no se compara a otros amores, que es eminentemente pleno y trae inmenso gozo al corazón. Una forma inmensamente nueva de amar a Dios y a los hombres. Tan fuera de nuestra imaginación que cumple la palabra de Isaías 55, 9 “porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros”.• “Venid a la fuente los que están sedientos y tomad agua” (Is 55,1)

Todos tenemos una sed de Dios, del amor y de amar que es insaciable. Solo puede ser saciada en Dios mismo: “solo en Dios descansa mi alma (Sal 61,1) “fuimos creados para ti y solo en ti descansará mi alma”. (S. Agustín)Todas las vocaciones responden a esa necesidad existencial de nuestras almas para ser saciados.

La diferencia en las vocaciones es el cómo y cuán rápido podemos llegar a experimentar esa comunión que sacia lo más profundo del ser. La vida consagrada a Dios está plenamente ligada con tomar de la fuente divina, que es el Corazón de Jesús. Es la vocación que nos llama a esa plena comunión de reciprocidad en el amor, que nos permite experimentar la promesa del evangelio: “yo les aseguro que nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por el Reino de Dios, quedará sin recibir mucho más al presente y, en el mundo venidero, vida eterna.” (Lc 18, 29)

Las necesarias renuncias abren paso a Dios en nuestros corazones. Si la casa está muy habitada no damos espacio a Jesús que quiere nacer y morar en ella. Las renuncias son la apertura total al amor de Dios, es ese vacío de cosas terrenas, aunque buenas, que El quiere llenar con su presencia y amor. Es un amor que llena a la plenitud. La vida consagrada es una vocación a la plenitud, no al vacío. “Los barrancos serán rellenados” y “las colinas serán rebajadas”. Las necesarias renuncias

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preparan el camino del Señor. (Lc 3)

La vida consagrada es una vocación no una carrera: significa una llamada Divina, iniciativa de Dios, a una forma de vida. Una invitación de Dios a que la persona se entregue totalmente según el plan de Su Corazón. No es una profesión o carrera, en donde nos entregamos a un trabajo. Nos entregamos por completo a una Persona que es el Amor.

y Citas bíblicas: 1Sam 3,1-10; Jn 1,35-51; o bien, Mt 19,16-24 11Sam 3,1-10.

La vocación de Samuel puede considerarse como el surgimiento del profetismo en el pueblo de Israel. Es una nueva manera de manifestar experiencia de la Palabra de Dios, Samuel recibe la palabra de Yavé por primera vez una conexión íntima con el Arca de la Alianza y el Santuario de Siló. El texto manifiesta que las revelaciones no eran frecuentes; Samuel es llamado para ser un ministro, Dios lo confirma en la consagración que había hecho su madre antes de nacer, al mismo tiempo el prestaba servicios en el templo junto al sacerdote Elí.

En la narración el autor aclara que no eran frecuentes las visiones proféticas. Samuel se convierte en un medio, un instrumento por la cual la Palabra de Dios llegará a todo el pueblo. Samuel se convierte en el centro del momento histórico del pueblo.

La vocación de Samuel nos ubica frente a nuestra propia vocación, la llamada que Dios nos ha hecho para escribir con Él la historia. Es preciso aprender a escuchar la Palabra de Dios en esta sociedad convulsionada y emergente; en comunión íntima con la Palabra de Dios estamos invitados a transformar y reorientar la sociedad que ha perdido su rumbo, al mismo tiempo comunicar la Palabra de Dios con nuestra vocación profética que recibimos en el Bautismo.

Jn 1,35-51; o bien, Mt 19,16-24“Vengan y vean” es la respuesta de Jesús a los dos discípulos del Bautista que han aceptado el testimonio. Cuando ellos lo siguen encuentran lo que buscan y se quedan con Él, el que está siempre junto al Padre. El pasaje está munida de palabras llenas de fuerza implícitas: “hablar”, “responder”, “llamar” y “escuchar”. Estas palabras definen que en el interior del ser humano existe un dinamismo, pone al hombre en camino, en búsqueda de la patria definitiva.

En el origen de todo está Juan el Bautista, el testimonio de la luz que es una cadena ininterrumpida, que pasa por los sabios y los profetas antiguos, en él llega la gloria del reconocimiento de la Palabra hecha carne. Juan el puente entre los antiguos testigos y los nuevos testigos, él ve cumplida la promesa hecha a Israel. El texto sitúa el discipulado de Jesús en torno al Bautista, como origen histórico de la comunidad Juanica, eran discípulos de Juan Bautista ahora son discípulos de Jesús.

Con la invitación del Bautista se abre el proceso de la formación de los creyentes, les invita a fijarse en el desconocido cordero de Dios, pero la invitación de Jesús es la que abre el camino al discipulado, es él quien dice “vengan y vean”. El pasaje presenta el testimonio como la clave de todo el proceso de formación de comunidad de discípulos. El testimonio es como un fuego que se propaga de uno a otro, encendiendo a todos la misma luz. Gracias al testimonio se realiza el encuentro entre el hombre y la Palabra.

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Es la Palabra quien interpela y lo lleva, paso a paso, a ver su morada y a quedarse y a sentirse en casa con él. Jesús es el cordero de Dios, el Maestro, el Mesías, el Hijo de Dios, el rey de Israel, el misterioso Hijo del hombre en quien el cielo y la tierra se encuentran.

Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar.

24. La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo.

II. Pastoral en conversión

25. No ignoro que hoy los documentos no despiertan el mismo interés que en otras épocas, y son rápidamente olvidados. No obstante, destaco que lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes. Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una «simple administración»[21]. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un «estado permanente de misión»[22].

26. Pablo VI invitó a ampliar el llamado a la renovación, para expresar con fuerza que no se dirige sólo a los individuos aislados, sino a la Iglesia entera. Recordemos este memorable texto que no ha perdido su fuerza interpelante: «La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe

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meditar sobre el misterio que le es propio […] De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia —tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef 5,27)— y el rostro real que hoy la Iglesia presenta […] Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí»[23].

El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: «Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación […] Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad»[24].

Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin «fidelidad de la Iglesia a la propia vocación», cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo.

Una impostergable renovación eclesial

27. Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad. Como decía Juan Pablo II a los Obispos de Oceanía, «toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial»[25].

28. La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo «la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas»[26]. Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración[27]. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización[28]. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión.

29. Las demás instituciones eclesiales, comunidades de base y pequeñas comunidades, movimientos

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y otras formas de asociación, son una riqueza de la Iglesia que el Espíritu suscita para evangelizar todos los ambientes y sectores. Muchas veces aportan un nuevo fervor evangelizador y una capacidad de diálogo con el mundo que renuevan a la Iglesia. Pero es muy sano que no pierdan el contacto con esa realidad tan rica de la parroquia del lugar, y que se integren gustosamente en la pastoral orgánica de la Iglesia particular[29]. Esta integración evitará que se queden sólo con una parte del Evangelio y de la Iglesia, o que se conviertan en nómadas sin raíces.

30. Cada Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión misionera. Ella es el sujeto primario de la evangelización[30], ya que es la manifestación concreta de la única Iglesia en un lugar del mundo, y en ella «verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica»[31]. Es la Iglesia encarnada en un espacio determinado, provista de todos los medios de salvación dados por Cristo, pero con un rostro local. Su alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en su preocupación por anunciarlo en otros lugares más necesitados como en una salida constante hacia las periferias de su propio territorio o hacia los nuevos ámbitos socioculturales[32]. Procura estar siempre allí donde hace más falta la luz y la vida del Resucitado[33]. En orden a que este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma.

31. El obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas, donde los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32). Para eso, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. En su misión de fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera, tendrá que alentar y procurar la maduración de los mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico[34] y otras formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos.

32. Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar «una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva»[35]. Hemos avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral. El Concilio Vaticano II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias episcopales pueden «desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta»[36]. Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal[37]. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera.

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33. La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía. Exhorto a todos a aplicar con generosidad y valentía las orientaciones de este documento, sin prohibiciones ni miedos. Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral.

III. Desde el corazón del Evangelio

34. Si pretendemos poner todo en clave misionera, esto también vale para el modo de comunicar el mensaje. En el mundo de hoy, con la velocidad de las comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realizan los medios, el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios. De ahí que algunas cuestiones que forman parte de la enseñanza moral de la Iglesia queden fuera del contexto que les da sentido. El problema mayor se produce cuando el mensaje que anunciamos aparece entonces identificado con esos aspectos secundarios que, sin dejar de ser importantes, por sí solos no manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo. Entonces conviene ser realistas y no dar por supuesto que nuestros interlocutores conocen el trasfondo completo de lo que decimos o que pueden conectar nuestro discurso con el núcleo esencial del Evangelio que le otorga sentido, hermosura y atractivo.

35. Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia. Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante.

36. Todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio. En este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado. En este sentido, el Concilio Vaticano II explicó que «hay un orden o “jerarquía” en las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana»[38]. Esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral.

37. Santo Tomás de Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden[39]. Allí lo que cuenta es ante todo «la fe que se hace activa por la caridad» (Ga 5,6). Las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu: «La principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor»[40]. Por ello explica que, en cuanto al obrar exterior, la misericordia es la mayor de todas las virtudes: «En sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias. Esto es peculiar del superior, y por eso se tiene como propio de Dios tener misericordia, en la cual resplandece su omnipotencia de modo máximo»[41].

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38. Es importante sacar las consecuencias pastorales de la enseñanza conciliar, que recoge una antigua convicción de la Iglesia. Ante todo hay que decir que en el anuncio del Evangelio es necesario que haya una adecuada proporción. Ésta se advierte en la frecuencia con la cual se mencionan algunos temas y en los acentos que se ponen en la predicación. Por ejemplo, si un párroco a lo largo de un año litúrgico habla diez veces sobre la templanza y sólo dos o tres veces sobre la caridad o la justicia, se produce una desproporción donde las que se ensombrecen son precisamente aquellas virtudes que deberían estar más presentes en la predicación y en la catequesis. Lo mismo sucede cuando se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios.

39. Así como la organicidad entre las virtudes impide excluir alguna de ellas del ideal cristiano, ninguna verdad es negada. No hay que mutilar la integralidad del mensaje del Evangelio. Es más, cada verdad se comprende mejor si se la pone en relación con la armoniosa totalidad del mensaje cristiano, y en ese contexto todas las verdades tienen su importancia y se iluminan unas a otras. Cuando la predicación es fiel al Evangelio, se manifiesta con claridad la centralidad de algunas verdades y queda claro que la predicación moral cristiana no es una ética estoica, es más que una ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un catálogo de pecados y errores. El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. ¡Esa invitación en ninguna circunstancia se debe ensombrecer! Todas las virtudes están al servicio de esta respuesta de amor. Si esa invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro peor peligro. Porque no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener «olor a Evangelio».

1. «Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba»[1].

2. Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.

Nada de este mundo nos resulta indiferente.

3. Hace más de cincuenta años, cuando el mundo estaba vacilando al filo de una crisis nuclear, el santo Papa Juan XXIII escribió una encíclica en la cual no se conformaba con rechazar una guerra, sino que quiso transmitir una propuesta de paz. Dirigió su mensaje Pacem in terris a todo el «mundo católico », pero agregaba «y a todos los hombres de buena voluntad ». Ahora, frente al deterioro

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ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta. En mi exhortación Evangelii gaudium, escribí a los miembros de la Iglesia en orden a movilizar un proceso de reforma misionera todavía pendiente. En esta encíclica, intento especialmente entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común.

4. Ocho años después de Pacem in terris, en 1971, el beato Papa Pablo VI se refirió a la problemática ecológica, presentándola como una crisis, que es « una consecuencia dramática » de la actividad descontrolada del ser humano: « Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación »[2].También habló a la FAO sobre la posibilidad de una «catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de la civilización industrial», subrayando la «urgencia y la necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad», porque «los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre»[3].

5. San Juan Pablo II se ocupó de este tema con un interés cada vez mayor. En su primera encíclica, advirtió que el ser humano parece «no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo»[4]. Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global[5]. Pero al mismo tiempo hizo notar que se pone poco empeño para «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana»[6]. La destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido de diversas formas de degradación. Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad»[7].El auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la persona humana, pero también debe prestar atención al mundo natural y «tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado»[8]. Por lo tanto, la capacidad de transformar la realidad que tiene el ser humano debe desarrollarse sobre la base de la donación originaria de las cosas por parte de Dios[9].

6. Mi predecesor Benedicto XVI renovó la invitación a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente»[10]. Recordó que el mundo no puede ser analizado sólo aislando uno de sus aspectos, porque «el libro de la naturaleza es uno e indivisible», e incluye el ambiente, la vida, la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc. Por consiguiente, «la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana »[11]. El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable. También el ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al mismo mal, es decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites. Se olvida que «el hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza»[12]. Con paternal preocupación, nos invitó a tomar conciencia de que la creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo

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para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos»[13].

Unidos por una misma preocupación.

7. Estos aportes de los Papas recogen la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones. Pero no podemos ignorar que, también fuera de la Iglesia Católica, otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras religiones– han desarrollado una amplia preocupación y una valiosa reflexión sobre estos temas que nos preocupan a todos. Para poner sólo un ejemplo destacable, quiero recoger brevemente parte del aporte del querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, con el que compartimos la esperanza de la comunión eclesial plena.

8. El Patriarca Bartolomé se ha referido particularmente a la necesidad de que cada uno se arrepienta de sus propias maneras de dañar el planeta, porque, «en la medida en que todos generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer «nuestra contribución –pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción de la creación»[14]. Sobre este punto él se ha expresado repetidamente de una manera firme y estimulante, invitándonos a reconocer los pecados contra la creación: «Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados»[15]. Porque «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios»[16].

9. Al mismo tiempo, Bartolomé llamó la atención sobre las raíces éticas y espirituales de los problemas ambientales, que nos invitan a encontrar soluciones no sólo en la técnica sino en un cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos sólo los síntomas. Nos propuso pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que «significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia»[17]. Los cristianos, además, estamos llamados a « aceptar el mundo como sacramento de comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta »[18].

San Francisco de Asís.

10. No quiero desarrollar esta encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos. Tomé su nombre como guía y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma. Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo

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mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.

11. Su testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas. Él entraba en comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a alabar al Señor, como si gozaran del don de la razón»[19]. Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un cálculo económico, porque para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas»[20]. Esta convicción no puede ser despreciada como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio.

12. Por otra parte, san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5), y «su eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la creación del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza[21]. El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.

Mi llamado

13. El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común. Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.

14. Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el 47

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futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos de Sudáfrica, «se necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios»[22]. Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades.

15. Espero que esta Carta encíclica, que se agrega al Magisterio social de la Iglesia, nos ayude a reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos presenta. En primer lugar, haré un breve recorrido por distintos aspectos de la actual crisis ecológica, con el fin de asumir los mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual como se indica a continuación. A partir de esa mirada, retomaré algunas razones que se desprenden de la tradición judío-cristiana, a fin de procurar una mayor coherencia en nuestro compromiso con el ambiente. Luego intentaré llegar a las raíces de la actual situación, de manera que no miremos sólo los síntomas sino también las causas más profundas. Así podremos proponer una ecología que, entre sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea. A la luz de esa reflexión quisiera avanzar en algunas líneas amplias de diálogo y de acción que involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política internacional. Finalmente, puesto que estoy convencido de que todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo, propondré algunas líneas de maduración humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana.

LLAMADOS AL SEGUIMIENTO DE JESUCRISTO

129. Dios Padre sale de sí, por así decirlo, para llamarnos a participar de su vida y de su gloria. Mediante Israel, pueblo que hace suyo, Dios nos revela su proyecto de vida. Cada vez que Israel buscó y necesitó a su Dios, sobre todo en las desgracias nacionales, tuvo una singular experiencia de comunión con Él, quien lo hacía participe de su verdad, su vida y su santidad. Por ello, no demoró en testimoniar que su Dios –a diferencia de los ídolos– es el “Dios vivo” (Dt 5, 26) que lo libera de los opresores (cf. Ex 3, 7-10), que perdona incansablemente (cf. Ex 34, 6; Eclo 2, 11) y que restituye la salvación perdida cuando el pueblo, envuelto “en las redes de la muerte” (Sal 116, 3), se dirige a Él suplicante (cf. Is 38, 16). De este Dios –que es su Padre– Jesús afirmará que “no es un Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12, 27).

130. En estos últimos tiempos, nos ha hablado por medio de Jesús su Hijo (Hb 1, 1ss), con quien llega la plenitud de los tiempos (cf. Ga 4, 4). Dios, que es Santo y nos ama, nos llama por medio de Jesús a ser santos (cf. Ef 1, 4-5).

131. El llamamiento que hace Jesús, el Maestro, conlleva una gran novedad. En la antigüedad, los maestros invitaban a sus discípulos a vincularse con algo trascendente, y los maestros de la Ley les proponían la adhesión a la Ley de Moisés. Jesús invita a encontrarnos con Él y a que nos

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vinculemos estrechamente a Él, porque es la fuente de la vida (cf. Jn 15, 5-15) y sólo Él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6, 68). En la convivencia cotidiana con Jesús y en la confrontación con los seguidores de otros maestros, los discípulos pronto descubren dos cosas del todo originales en la relación con Jesús. Por una parte, no fueron ellos los que escogieron a su maestro fue Cristo quien los eligió. De otra parte, ellos no fueron convocados para algo (purificarse, aprender la Ley...), sino para Alguien, elegidos para vincularse íntimamente a su Persona (cf. Mc 1, 17; 2, 14). Jesús los eligió para “que estuvieran con Él y enviarlos a predicar” (Mc 3, 14), para que lo siguieran con la finalidad de “ser de Él” y formar parte “de los suyos” y participar de su misión. El discípulo experimenta que la vinculación íntima con Jesús en el grupo de los suyos es participación de la Vida salida de las entrañas del Padre, es formarse para asumir su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones (cf. Lc 6, 40b), correr su misma suerte y hacerse cargo de su misión de hacer nuevas todas las cosas.

132. Con la parábola de la Vid y los Sarmientos (cf. Jn 15, 1-8), Jesús revela el tipo de vinculación que Él ofrece y que espera de los suyos. No quiere una vinculación como “siervos” (cf. Jn 8, 33-36), porque “el siervo no conoce lo que hace su señor” (Jn 15, 15). El siervo no tiene entrada a la casa de su amo, menos a su vida. Jesús quiere que su discípulo se vincule a Él como “amigo” y como “hermano”. El “amigo” ingresa a su Vida, haciéndola propia. El amigo escucha a Jesús, conoce al Padre y hace fluir su Vida (Jesucristo) en la propia existencia (cf. Jn 15, 14), marcando la relación con todos (cf. Jn 15, 12). El “hermano” de Jesús (cf. Jn 20, 17) participa de la vida del Resucitado, Hijo del Padre celestial, por lo que Jesús y su discípulo comparten la misma vida que viene del Padre, aunque Jesús por naturaleza (cf. Jn 5, 26; 10, 30) y el discípulo por participación (cf. Jn 10, 10). La consecuencia inmediata de este tipo de vinculación es la condición de hermanos que adquieren los miembros de su comunidad.

133. Jesús los hace familiares suyos, porque comparte la misma vida que viene del Padre y les pide, como a discípulos, una unión íntima con Él, obediencia a la Palabra del Padre, para producir en abundancia frutos de amor. Así lo atestigua san Juan en el prólogo a su Evangelio: “A todos aquellos que creen en su nombre, les dio capacidad para ser hijos de Dios”, y son hijos de Dios que “no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo de- see, sino que nacen de Dios” (Jn 1, 12-13).

134. Como discípulos y misioneros, estamos llamados a intensificar nuestra respuesta de fe y a anunciar que Cristo ha redimido todos los pecados y males de la humanidad, en el aspecto más paradójico de su misterio, la hora de la cruz. El grito de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?” (Mc 15, 34) no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor. La respuesta a su llamada exige entrar en la dinámica del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 29-37), que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos, siguiendo la práctica de Jesús que come con publicanos y pecadores (cf. Lc 5, 29-32), que acoge a los pequeños y a los niños (cf. Mc 10, 13-16), que sana a los leprosos (cf. Mc 1, 40-45), que perdona y libera a la mujer peca- dora (cf. Lc 7, 36-49; Jn 8, 1-11), que habla con la Samaritana (cf. Jn 4, 1-26).

4.2 CONFIGURADOS CON EL MAESTRO

136. La admiración por la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del discípulo, una adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (cf. Jn 10, 3). Es un “sí” que compromete radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14,

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6). Es una respuesta de amor a quien lo amó primero “hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1). En este amor de Jesús madura la respuesta del discípulo: “Te seguiré adondequiera que vayas” (Lc 9, 57).

137. El Espíritu Santo, que el Padre nos regala, nos identifica con Jesús-Camino, abriéndonos a su misterio de salvación para que seamos hijos suyos y hermanos unos de otros; nos identifica con Jesús-Verdad, enseñándonos a renunciar a nuestras mentiras y propias ambiciones, y nos identifica con Jesús-Vida, permitiéndonos abrazar su plan de amor y entregarnos para que otros “tengan vida en Él”.

138. Para configurarse verdaderamente con el Maestro, es necesario asumir la centralidad del Mandamiento del amor, que Él quiso llamar suyo y nuevo: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn 15, 12). Este amor, con la medida de Jesús, de total don de sí, además de ser el distintivo de cada cristiano, no puede dejar de ser la característica de su Iglesia, comunidad discípula de Cristo, cuyo testimonio de caridad fraterna será el primero y principal anuncio, “reconocerán todos que son discípulos míos” (Jn 13, 35).

139. En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los Evangelios para conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos hacer en las actuales circunstancias.

140. Identificarse con Jesucristo es también compartir su destino: “Don- de yo esté estará también el que me sirve” (Jn 12, 26). El cristiano corre la misma suerte del Señor, incluso hasta la cruz: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc 8, 34). Nos alienta el testimonio de tantos misioneros y mártires de ayer y de hoy en nuestros pueblos que han llegado a compartir la cruz de Cristo hasta la entrega de su vida.

141. Imagen espléndida de configuración al proyecto trinitario, que se cumple en Cristo, es la Virgen María. Desde su Concepción Inmaculada hasta su Asunción, nos recuerda que la belleza del ser humano está toda en el vínculo de amor con la Trinidad, y que la plenitud de nuestra libertad está en la respuesta positiva que le damos.

142. En América Latina y El Caribe, innumerables cristianos buscan configurarse con el Señor al encontrarlo en la escucha orante de la Palabra, recibir su perdón en el Sacramento de la Reconciliación, y su vida en la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos, en la entrega solidaria a los hermanos más necesitados y en la vida de muchas comunidades que reconocen con gozo al Señor en medio de ellos.

4.3 ENVIADOS A ANUNCIAR EL EVANGELIO DEL REINO DE VIDA

143. Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, con palabras y acciones, con su muerte y resurrección, inaugura en medio de nosotros el Reino de vida del Padre, que alcanzará su plenitud allí donde no habrá más “muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desaparecido” (Ap 21, 4). Durante su vida y con su muerte en cruz, Jesús permanece fiel a su Padre y a su voluntad (cf. Lc 22, 42). Durante su ministerio, los discípulos no fueron capaces de comprender que el sentido de su vida sellaba el sentido de su muerte. Mucho menos podían comprender que, según el designio del Padre, la muerte del Hijo era fuente de vida fecunda para

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todos (cf. Jn 12, 23-24). El misterio pascual de Jesús es el acto de obediencia y amor al Padre y de entrega por todos sus hermanos, mediante el cual el Mesías dona plenamente aquella vida que ofrecía en caminos y aldeas de Palestina. Por su sacrificio voluntario, el Cordero de Dios pone su vida ofrecida en las manos del Padre (cf. Lc 23, 46), quien lo hace salvación “para nosotros” (1 Co 1, 30). Por el misterio pascual, el Padre sella la nueva alianza y genera un nuevo pueblo, que tiene por fundamento su amor gratuito de Padre que salva.

144. Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión, al mismo tiempo que lo vincula a Él como amigo y hermano. De esta manera, como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma.

145. Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8).

146. Benedicto XVI nos recuerda que: El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay

Esta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana.

147. Jesús salió al encuentro de personas en situaciones muy diversas: hombres y mujeres, pobres y ricos, judíos y extranjeros, justos y pecadores..., invitándolos a todos a su seguimiento. Hoy sigue invitando a encontrar en Él el amor del Padre. Por esto mismo, el discípulo misionero ha de ser un hombre o una mujer que hace visible el amor misericordioso del Padre, especialmente a los pobres y pecadores.

148. Al participar de esta misión, el discípulo camina hacia la santidad. Vivirla en la misión lo lleva al corazón del mundo. Por eso, la santidad no es una fuga hacia el intimismo o hacia el individualismo religioso, tampoco un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo y, mucho menos, una fuga de la realidad hacia un mundo exclusivamente 4.4 ANIMADOS POR EL ESPIRITU SANTO

149. Jesús, al comienzo de su vida pública, después de su bautismo, fue conducido por el Espíritu Santo al desierto para prepararse a su misión (cf. Mc 1, 12-13) y, con la oración y el ayuno, discernió la voluntad del Padre y venció las tentaciones de seguir otros caminos. Ese mismo Espíritu acompañó a Jesús durante toda su vida (cf. Hch 10, 38). Una vez resucitado, comunicó su Espíritu vivificador a los suyos (cf. Hch 2, 33).

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150. A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fe- cundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas (cf. 1 Co 12, 1-11) y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización (cf. 1 Co 12, 28- 29). Por estos dones del Espíritu, la comunidad extiende el ministerio salvífico del Señor hasta que Él de nuevo se manifieste al final de los tiempos (cf. 1 Co 1, 6-7). El Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro (cf. Hch 4, 13) y Pa- blo (cf. Hch 13, 9), señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quienes deben hacerlo (cf. Hch 13, 2).

151. La Iglesia, en cuanto marcada y sellada “con Espíritu Santo y fuego” (Mt 3, 11), continúa la obra del Mesías, abriendo para el creyente las puertas de la salvación (cf. 1 Co 6, 11). Pablo lo afirma de este modo: “Ustedes son una carta de Cristo redactada por ministerio nuestro y escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo” (2 Co 3, 3). El mismo y único Espíritu guía y fortalece a la Iglesia en el anuncio de la Palabra, en la celebración de la fe y en el servicio de la caridad, hasta que el Cuerpo de Cristo alcance la estatura de su Cabeza (cf. Ef 4, 15-16). De este modo, por la eficaz presencia de su Espíritu, Dios asegura hasta la parusía su propuesta de vida para hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, impulsando la transformación de la historia y sus dinamismos. Por tanto, el Señor sigue derramando hoy su Vida por la labor de la Iglesia que, con “la fuerza del Espíritu Santo enviado desde el cielo” (1 P 1, 12), continúa la misión que Jesucristo recibió de su Padre (cf. Jn 20, 21).

152. Jesús nos transmitió las palabras de su Padre y es el Espíritu quien recuerda a la Iglesia las palabras de Cristo (cf. Jn 14, 26). Ya, des- de el principio, los discípulos habían sido formados por Jesús en el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 2); es, en la Iglesia, el Maestro interior que conduce al conocimiento de la verdad total, formando discípulos y misioneros. Esta es la razón por la cual los seguidores de Jesús deben dejarse guiar constantemente por el Espíritu (cf. Ga 5, 25), y hacer propia la pasión por el Padre y el Reino: anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar a los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor (cf. Lc 4, 18-19).

153. Esta realidad se hace presente en nuestra vida por obra del Espíritu Santo que, también, a través de los sacramentos, nos ilumina y vivifica. En virtud del Bautismo y la Confirmación, somos llamados a ser discípulos misioneros de Jesucristo y entramos a la comunión trinitaria en la Iglesia, la cual tiene su cumbre en la Eucaristía, que es principio y proyecto de misión del cristiano. “Así, pues, la Santísima Eucaristía lleva la iniciación cristiana a su plenitud y es como el centro y fin de toda la vida

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