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GOBERNAR EDUCANDO RASGOS DEL GENIO PEDAGÓGICO DE SANTA TERESA La rrica personalidad de Santa Teresa de Jesús ofrece facetas tenta- darras a las más diverrsas rramas de la cultura humana. Estudiamos a Santa Teresa como prototipo de un pueblo, de un sexo, de una religión; como mística y como literata, como psicóloga y como doctorra, y estamos seguros de no haber abarcado su grandeza. Hoy la queremos ver militando entre los genios de la Historia de la Educación. Santa Teresa, ni escribió un tratado sobre la educación ni se dedicó a la formación de la infancia, como harían, poco después de ella, San José de Calasanz o Santa Juana de Lestonac. Sin embarrgo, tiene títulos para figurar en la galería de los grandes educadores, por su figura, por sus escritos y por sus obras. No podemos, los hombres de nuestra generración, gozar del contacto inmediato con Santa Teresa de Jesús, de aquel atractivo que hacía decir a Fray Pedro de la Purificación: «Una cosa me espanta de la conversa- ción desta gloriosa Madre y que lo noté muchas veces ... , y es que, aunque estuviese hablando tres y cuatro horas, tenía tan suave conversación, tan altas palabras y la boca tan llena de alegría, que nunca cansaba» (1). Por los testimonios que dan los que gozaron de su presencia nos ex- plicamos aquel dejo de nostalgia ingenua que revelan las palabras del Padre Ribera cuando, escribiendo la Vida de la Santa, dice de la última estancia en Soria que se acuerda más de esta visita que de otras, por ser la postrera vez que la vió <<y por la lástima que me quedó de cuatro días que estuve allí sin saberlo hasta el postrero, y en ellos pudiera aprove- charme, y consolarme mucho con su santa conversación» (2). (1) Obras de Santa Teresa de Jesús, editadas y anotadas por el P. SILVERIO DE SANTA TERESA, OCD. "Biblioteca Mística Carmelitana", 9 vols. Burgos, 1919. To- mo VI: Escritos sueltos. Apéndices, p. 380. (2) FRANCISCO DE RmERA, SJ, Vida de Santa Teresa de Jesús. Madrid, 1863, 1. IIl, C. XI, p. 271.

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GOBERNAR EDUCANDO RASGOS DEL GENIO PEDAGÓGICO DE SANTA TERESA

La rrica personalidad de Santa Teresa de Jesús ofrece facetas tenta­darras a las más diverrsas rramas de la cultura humana. Estudiamos a Santa Teresa como prototipo de un pueblo, de un sexo, de una religión; como mística y como literata, como psicóloga y como doctorra, y estamos seguros de no haber abarcado su grandeza.

Hoy la queremos ver militando entre los genios de la Historia de la Educación. Santa Teresa, ni escribió un tratado sobre la educación ni se dedicó a la formación de la infancia, como harían, poco después de ella, San José de Calasanz o Santa Juana de Lestonac. Sin embarrgo, tiene títulos para figurar en la galería de los grandes educadores, por su figura, por sus escritos y por sus obras.

No podemos, los hombres de nuestra generración, gozar del contacto inmediato con Santa Teresa de Jesús, de aquel atractivo que hacía decir a Fray Pedro de la Purificación: «Una cosa me espanta de la conversa­ción desta gloriosa Madre y que lo noté muchas veces ... , y es que, aunque estuviese hablando tres y cuatro horas, tenía tan suave conversación, tan altas palabras y la boca tan llena de alegría, que nunca cansaba» (1).

Por los testimonios que dan los que gozaron de su presencia nos ex­plicamos aquel dejo de nostalgia ingenua que revelan las palabras del Padre Ribera cuando, escribiendo la Vida de la Santa, dice de la última estancia en Soria que se acuerda más de esta visita que de otras, por ser la postrera vez que la vió <<y por la lástima que me quedó de cuatro días que estuve allí sin saberlo hasta el postrero, y en ellos pudiera aprove­charme, y consolarme mucho con su santa conversación» (2).

(1) Obras de Santa Teresa de Jesús, editadas y anotadas por el P. SILVERIO DE SANTA TERESA, OCD. "Biblioteca Mística Carmelitana", 9 vols. Burgos, 1919. To­mo VI: Escritos sueltos. Apéndices, p. 380.

(2) FRANCISCO DE RmERA, SJ, Vida de Santa Teresa de Jesús. Madrid, 1863, 1. IIl, C. XI, p. 271.

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En este punto, del atractivo que poseía la Santa castellana, los testi­monios forman concierto universal. «Nadie la conversó que no se perdie­ra por ella» (3).

No nos sería posible trazar una silueta de Santa Teresa. Las líneas exentas 'y simples de los dibujos de Matisse en sus mejores tiempos serían necesarias para recoger, en rasgos tan sencillos y tan humanos como pide su persona, las riquezas de naturaleza de esta mujer colosal. Se necesitaría luego el misticismo de Fray Angélico y el de los pintores más espiritua­les para levantar aquellos rasgos a las esferas sobrenaturales donde habi­tualmente ríe y sufre, vive y muere, Teresa de Jesús. Pero no quedaron plasmados en aquel retrato rudo y sincero de Fray Juan de la Miseria. Los espirituales y morales llenan tantas páginas de publicaciones hechas en el mundo entero que es imposible señalar el último libro sobre Santa Teresa, pues como de figura siempre actual, cuya presencia es uno de los fenómenos característicos del genio español, encontramos por doquier retratos de ella. «Cuatro siglos hace que cruzó Castilla y aún se pregunta por ella y se habla como de un acvntecimiento reciente» (4). Luigi Cor­vaglia, en su obra Santa Teresa e Aldonzo-a la que pondríamos hartos reparos-, resumía así su estancia e n España: «Tutte le impressioni degli ultimi sei mesi mi apparvero fuse in una strana vicenda. Protagonista: Santa Teresa» (5).

Tampoco Fray Luis de León conoció ni vió a la Madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra, «mas ahora que vive en el cielo-dice­la conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros» (6).

Los libros de Santa Teresa, de los que Menéndez Pelayo dice que por una sola de sus páginas daría infinitos celebrados libros de la literatura española y extranjera (7), dejan caer, a lo largo de su contenido místico y humano, no pocas ideas pedagógicas. Espigando en ellas se encuentran observaciones profundas sobre el ideal de la educación, el sujeto, el maestro y la práctica perfectiva, aunque ella no use de estos nombres.

Interesantes estudios se han hecho sobre las ideas pedagógicas que pueden extraerse de las obras de Santa Teresa. El más completo hasta el presente es, s-egún creemos, el de María DÍaz Jiménez: Ensayo de Pe­dagogía Teresiana (8). Son valiosos los seis artículos publicados por el' P. Amalio de San Luis Gonzaga en «El Monte Carmelo» con el título Santa Teresa de Jesús educadora (9). El libro La Psicología de Santa Te-

(3) Fray LUIS DE LEóN, Obras completas castellanas. Madri.d, Biblioteca de Au­tores Cristianos, 1944. De la vida, muerte, virtudes y milagros de la Santa Madre Teresa de Jesús, p. 1365.

(4) NAZARIO DE SANTA TERESA, OCD, La psicología de Santa Teresa. Estudios del Colegio Filosófico "La Santa". Avila, 1950, p. 56.

(5) Citado por el P. NAZARIO DE SANTA TERESA, o. c., p. 56. (6) Fray LUIS DE LEÓN, Obras completas castellanas: Carta-dedicatoria a las

Madres Prioras Ana de Jesús y Religiosas Carmelitas Descalzas del Monasterio de Madrid, p. 1349.

(7) Estudios y Discursos de crítica histórica y literaria. Edición Nacional de las Obras Completas de Menéndez Pelayo. Madrid, C. S. I. C., 1941-42, vol. VI, p. 259.

(8) M. DÍAz-JIMÉNEZ y MOLLEDA, Ensayo de pe(J)agogía Teresiana. León, 1935. (9) El Monte Carmelo, 1922, p. 148, 224, 304, 338, 377, 420, 466.

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resa, del P. Nazario (10), tiene un capítulo dedicado a su pedagogía. El gran teresianista P. Silverio de Santa Teresa estudia a lo largo de su extensa Vida de la Santa (11) algunos de sus valores pedagógicos. Muchas conferencias, monografías y trabajos breves hay publicados sobre el mismo argumento (12).

Aunque estas obras, lejos de agotar la materia, invitan a completarla, no es nuestro propósito analizar en el orden teórico el pensamiento edu­cativo de Santa Teresa, sino más bien destacar en sus prácticas de forma­ción y gobierno, extraídas de sus escritos, algunas normas tan válidas hoy como hace cuatro siglos, porque responden a exigencias fundamen­tales de la naturaleza del hombre.

Sólo esporádicamente se ocupa Santa Teresa de un modo directo de niños o adolescentes (13). Su labor educadora práctica la realiza prin­cipalmente de dos modos: formando como Maestra a las novicias que entraron en la Reforma durante los primeros años de la misma y ejer­ciendo un gobierno educador sobre el Carmelo reformado. En ambos casos se trata de una auténtica formación de selectos. Bajo todos los as­pectos, las jóvenes que acudieron a militar en las filas teresianas repre­sentaban lo más escogido de las muchachas de España en aquel siglo cumbre. No eran de una sola clase social. Con aquellas cuatro huérfanas que, sin dote ni posibilidad económica, hallaron cobijo en el primer convento de San José de Avila, alternaron las hijas de familias aristó­cratas y de abolengo, que edificaban a la Madre por su sencillez.

Desde el año 1563 al 1567, Santa Teresa pudo ocuparse directamen­te de la fonnación de estas jóvenes, y el convento de San José fué un laboratorio activísimo donde se enriqueció con experiencia, de la que se había de beneficiar toda su vida para su gobiemo educativo incompa­rable. «Fueron los años de_ mayor paz de espíritu y más desembarazado de negocios, donde desarrolló hasta en sus' últimas y menores circunstan­cias sus métodos educativos de perfección religiosa. En ningún convento de su reforma pudo estar tanto tiempo de asiento ... Propiamente, Maes­tra de novicias no lo volvió a ser nunca, si bien su magisterio continuó ejercitándolo hasta su muerte, pero ya no pudo realizar aquella labor inmediata, menuda, continuada y fina de orfebr'e muy plimo, que no se le escapa pormenor, que no se fía de oficiales, y que termina por darnos una obra maestra de su genio artístico ... Sin disputa, la época más intere­sante para el estudio de la Santa como educadora de almas es esta de su permanencia en San José. Allí hubo una tierra fértil y bien dispuesta,

(10) NAZARIO DE SANTA TERESA, O. C., P. 293. (11) Vida de sta. Teresa de Jesús, 5 vals. Burgos, El Monte Ca.rmelo, 1935-37. (12) Remitimos al lector a la extensa Bibliografía Teresiana, publicada por el

P. OTILIO DEL NIÑo JESÚS, OCD, en Obras Completas de Santa Teresa de Jesús, I. Madrid, BAC, 1951, p. 82 s. Reciente también es la obra de JOSEFINA ALVAREZ DE CÁNOVAS, Psicopedagogía de Santa Teresa (Ensayo). Madrid, Studium, 1961, 204 p.

(13) En el C¡¡,rmelo tuvo Santa Teresa contacto directo con las nifias Teresita de Cepeda, hija de Don Lorenzo, e Isabela Gracián, hermana del primer Provincial de los Descalzos. En varias cartas se ocupa de los otros hijos de Don Lorenzo, y en los últimos afias de su vida entendió en la fundación de un COlegio para, nifias, que no llegó a realizarse.

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y un labrador hábil y experimentado que supo beneficiarla esiur:endamen­te, para que rindiese el máximo de su potencia productiva. Ella se dió un arte maravilloso para ganar a sus novicias, y ganadas, consiguió cuanto quiso de sus corazones generosos» (14).

Ya iba Teresa de Jesús a San José de Avila enriquecida con un gran caudal de experiencias psicológicas, adquiridas principalmente por in­trospección ,y comprobadas después en consultas reiteradas con los hom­bres más doctos de su tiempo. Escribió por estos años el Libro de su Vida y el Camino de Perfección, tan ricos en profundas observaciones. Había tenido trato con los teólogos Báñez y CarcÍa de Toledo, el primero de ellos catedrático de Prima en Salamanca a vuelta de poco tiempo. Aca­baba de pasar la fecunda temporada en casa de doña Luisa de la Cerda, y, sobre todo, podía dedicarse, libre de otros cuidados, a la formación de aquellas que habían de ser, aunque la Santa lo ignoraba entonces, las que extendieron la nueva vi:da que se instauraba. Es curioso leer, en la obra del P. Ribera, los cargos que fueron ocupando aquellas primi­tivasdescaIzas, tan directamente troqueladas por la mano de la Madre. Ellas fueron la base que sustentó el gobierno educativo con el que Santa Teresa completó su obra personal de formadora. .

Muy interesante es la labor pedagógica que incumbe al Maestro de novicios. En nuestros tratados clásicos no faltan estudios sobre las cuali­dades necesarias al que ha de ejercer este oficio y reglas para su ejercicio perfecto. Recordemos la famosa obra Instrucción de Maestros y escuela de novicios (15) del bibliotecario de El Escorial en tiempos de Felipe Il, Padre Sigüenza. Yno en vano los pedagogos se han ocupado de este tema. La lucha ascética para la que los novicios deben resultar preparados tiene su pedagogía, y bien profunda en verdad. Además, la profesión de vida perfecta a que son llamados representa una sublimación de los valores humanos, que requiere como base un desarrollo de los mismos. Corres­ponde al Maestro ilustrar los entendimientos con ideas básicas de lo humano y de lo divino, y buscar el equilibrio de tendencias y pasiones manteniéndo.as en tensión hacia el bien y engendrando hábitos que garan­ticen en lo posible la futura actuación del sujeto.

La preparación que el Maestro lleve a este ejercicio, si bien requiere conocimientos especulativos, no se puede limitar a ellos. No servÍTía para Maestro, y menos para Maestro de novicios un puro teorizante. Maritain, en Los grados del saber (16), al hablar de la ciencia del práctico como tal, viene a deCir la que es necesaria para el oficio de que hablamos y que él alude expresamente. El Maestro de novicios, sobre una base de cultura teológica y filosófica, ha de estar dotado de una vocación especial para la observación· y análisis de lo concreto, del dato-que aquí es el acto humano-, de su orientación y su elevación intuíc1as en 'el contacto directo y en un aparente olvido de las especulaciones de la teoría. Tal actuación

(14) SILVERIO DE SANTA TERESA, O. C., vol. n, p. 342. (15) Fray JOSÉ DE SIGÜENZA, Instrucción de Maestros y escuela de novicios.

Madrid, En las oficinas de D. Benito Cano, 1793, 2." ed. (16) J. MARITAIN, Distinguir para unir o Los grados del saber. Buenos Aires,

Desclée de Brouwer, 1947, vol. n, c. nI.

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es una síntesis de ciencia, prudencia y arte. Los profundos observadores del hombre no son-para Maritain-simples observadores, no son «psicó­logos», sino prácticos en la ciencia de las costumbres. Y precisamente porque no son psicólogos de escuela, «su psicología va incomparable­mente más lejos que toda la psicología de laboratorio o de academia» (17). Santa Teresa se. doctoró en la universidad de la experiencia y es sujeto asbolutamente singular por sus dotes de fina observación humana, enri­quecida con el caudal de datos que le proporcionó la introspección a que se vió forzada, para dar cuenta de las operaciones ex:traordiriarias que en ella se realizaban, y por el campo externo especialmente preparado, donde pudo llevar hasta las últimas consecuencias los datos recogidos por su talento intuitivo educador.

La actuación formadora de la Santa se ejerce, no sólo sobre sus novi­cias, ni sólo sobre el conjunto del Carmelo reformado, sino también sobre tantas personas de las más variadas condiciones como buscaron en ella orientación y consejo.

Esta mujer de corazón grande tenía como connatural a ella la amistad. No podía guardar en sí los tesoros de naturaleza y gracia con que Dios la enriquecía. Y los repartía sin pretensiones, sin suficiencias, sencilla y gra­ciosamente, con esa llaneza «por la que yo soy perdida» (18), con los que la rodeaban o mantenían correspondencia con ella.

Personas ajenas a su Orden y beneficiadas por su ami8tad educativa podríamos citar muchas. Su mismo padre, iniciado por ella en la oración mental y en la mejora de vi:da que en el pensamiento teresiano acompa­ña a este ejercicio, es un ejemplo. Lo son también su hermano Lorenzo, a quien guía por menudo en lo más Íntimo de su espíritu durante varios años; el bueno de Julián de Avila, su fidelísimo escudero; doña Luisa de la Cerda y doña María de Mendoza, de la aristocracia de España; sus her­manas María y Juana y los cuñados Ovalle y Banientos ...

La visión de conjunto del talento educativo de Santa Teresa se obtie-ne principalmente observando su gobierno. .

Aun en la sociedad civil corresponde al gobernante una cierta misión educativa. Las obras tradicionales sobre educación de príncipes no omi­ten la faceta educadora del gobierno del monarca, que ha de ayudar a los súbditos a la obtención de los fines últimos que como hombres les corresponden. Hay en todo gobierno que lo sea un programa de perfec­ción. «El príncipe-según nuestros pensadores clásicos-ha de desano­llar con su pueblo una manera de gobierno que tiene todas las caracte" rísticas del quehacer pedagógico. Los derechos y deberes de un príncipe respecto de su pueblo son, a juicio de estos autores, una compleja ampli­ficación de los del paterfamilias, y entre las obligaciones del padre de familia para con ésta, es la primera la de educar» (19)_

(17) lb., vol. II, p. 116. (18) Obras, vol. VII: EpistOlario, I, carta CXI, p. 289. (19) M.a ANGELES GALINO CARRILLO, Los Tratados sobre educación de príncipes.

Siglos XVI y XVII. Madrid, C. S. I. e., Instituto "San José de Calasanz", de Pedago­gía, 1948, p. 288.

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Si esto es verdad, en general, de todo gobernante, mejor puede decirse del gobierno de Santa Teresa, formativo y educador si los hay.

Santa Teresa gobernaba una sociedad fundada expresamente para procu,rar a sus miembros una elevada perfección dirigida a la vida eter­na. Pero no ignoraba que a su Orden le correspondía, como a todas las empresas realizadas por hombres, vivir una dimensión temporal en la que las calidades naturales de los sujetos cuentan y producen sus efectos, si bien éstos son moderados por la gracia.

LA CREACION DEL AMBIENTE

Santa Teresa establece firmemente que lo que importa en el movi­miento ascensional que propugna es la ordenación a lo eterno. Sentado este principio, no se duerme, dejando a la mera espontaneidad el lo'gro de esa orientación hacia lo trascendente. La Santa crea un ambiente san­tificador. Por medio de la oración y de los sacramentos hace que circule, entre sus hijas, la gracia santifican te. Pero en el orden humano quiere que haya ideas que abunden y se tomen en plática. Muchas de ellas surgi­rán de las iniciativas personales, pero en hartas ocasiones la Santa ayu­dará a la espontaneidad con su industria. Refiere con satisfacción en las Sextas Moradas: «Algunas veces me es particular gozo, cuando, estan­do juntas, las veo a estas hermanas tenerle tan grande interior, que la que más puede, más alabanzas da a Nuestro Señor de verse en el monaste­rio» (20). Pero, con suma diligencia, previene los casos en que la conver­sación pueda derivar a cuestiones personales que engendren rivalidad y hagan bajar algunos puntos el nivel espiritual, y dice en el aviso 12: «Nunca decir cosa suya digna de loor, como de su ciencia, virtudes, linajes ... » (21).

El ambiente teresiano es de alegría y expansión. Nos cuenta la Madre Inés de Jesús, en sus declaraciones, que una vez le pidió la Santa que tras­ladase ciertas coplas de recreación, y pareciéndole «que eran un poco impertinentes para persona tan grave ... llegó la dicha Madre a la puerta de la celda de esta testigo y entró diciendo con su buena gracia: «Todo es menester para pasar esta vida; no se espante» (22). Precisamente por­que Teresa de Jesús sabía que «todo es menester para pasar esta vida» daba tanta importancia a la creación de un ambiente grato.

Este ambiente se apoya en una satisfacción siquiera elemental, aunque

(20) Obras, vol. IV: Moradas VI, c. 6, p. 142. (21) Obras, vol. VI: Escritos sueltos: Avisos, p. 50. (22) Procesos de Beatificación y Canonización de Santa Teresa de Jesús, ed.i­

tados y anotados por el P. SILVERIO DE SANTA TERESA, OCD, 3 vols. (18, 19 Y 20 de la "Biblioteca Mística Carmelitana"). Burgos, 1935, vol. I, p. 430.

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austera, de las necesidades materiales de alimento y sueño, a la par que en el empleo lÍtil del tiempo que se distribuye entre la oración, el trabajo y el recreo. En el Modo de visitar los conventos encarece al superior averiguar «muy particularmente la ración que se da a las monjas, y cómo se tratan, y las enfermas, y mirar que se dé bastantemente lo necesa­rio» (23).

Tampoco escapa a su despierta mirada lo importante de la cuestión del sueño. En las Fundacionm, hablando de las Prioras que no dudan . en trastrocar el horario a tenor de sus fervores, dice que fácilmente, «si la priora se embebe en oración, aunque no sea en la hora de oración, sino después de Maitines (es decir, a media noche), allí tiene todo el convento, cuando sería muy mejor que se fuesen a dormir ... y estas ovejitas de la Virgen callando, como unos corderitos ... » (24). Estas mismas palabras nos prueban cómo echaba de menos, donde no existía, un' ambiente de expansión que ella era tan hábil para producir, tanto en el interior de sus conventos como durante los viajes. «Era la Santa Madre tan agra­dable y de tanta caridad-nos dice Julián de Avila-, que como nos vió a todos con necesidad de alguna recreación santa que nos alentase, com­puso unas coplas muy graciosas al tiempo que habíamos de pasar el Gua-dalquivir en una barca ... » (25). .

Nada alteraba la paz del ambiente teresiano porque, para la satisfac­ción de esas necesidad'es que quería nadie ignorase, con una fidelidad extraordinaria a su fe y a la orientación sobrenatural de la vida, descansa­ba y hacía descansar a sus monjas en el dogma consolador de la Provi­dencia de Dios. No quería que se preocuparan excesivamente de qué habían de comer, sabiendo que Dios, su Padre, se cuidaría de susten­tarlas como a los pájarillos del cielo. Tienen las constituciones dadas por Santa Teresa a sus monjas una regla saladísima en la redacción, que indica bien claro cuán colgadas de la Providencia habían de estar: «En la hora del comer no puede haber concierto (esto es, hora fija), que es conforme a como lo da el Señor. Cuando lo hubiere, el invierno a las OClC.e y media ... » (26).

EL RESPETO AL INDIVIDUO

Para un gobierno tan discreto, se imponía selección de los sujetos admitidos a tomar parte de aquella afortunada familia. Pudiera decirse que intuía dónde se encerraban filones de espiritualidad que esperaban ser explotados.

(23) Obras, vol. VI: Escritos sueltos: Modo de visitar los Conventos, p. 32. (24) Obras, vol. V: Las Fundaciones, c. 18, p. 147. (25) Procesos, vol. I, p. 203. (26) Obras, vol. VI: Escritos sueltos: Constituciones, p. 12.

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Decidida a implantar la reforma carmelitana en' los varones, faltábanle ahora las personas, que habían de ser tales, que sirvieran de sólido ci­miento al majestuoso edificio que proyectaba. Llegada a Medina en agosto de 1567, la Santa, después de recibir y agradecer los eficaces servi­cios del Prior de los Calzados, Fray Antonio de Heredia, le expone sus proyectos en busca de consejo. Contaba Fray Antonio cincuenta y siete años, y aunque excelente religioso y buen letrado, nada hacía suponer que quisiera adoptar la austera vida reformada. Sin embargo, él fué el primero que se brindó a la Madre para comenzar la empresa y él mismo le habló de Fray Juan de Santo Matía, Carmelita Calzado de veintiséis años, que a la sazón terminaba sus estudios en la Universidad de Sala­manca e iba a cantar Misa aquellos días en Medina. El providencial encuentro ·con la Madre puso a San Juan de la Cruz en vía de hallar su vocación definitiva. Al entrar en la recreación aquel día, radiante de gozo, dijo la Santa a las monjas sus compañeras: «Ayúdenme, hijas, a dar gra­cias a Dios Nuestro Señor que ya tenemos fraile y medio para comenzar la Reforma» (27).

Con maternal solicitud consolida la Santa aquella primera invitación, hecha como de pasada, a los dos frailes. Escribía a don Francisco de Sal­cedo, recomendándole poco después del encuentro de Medina a los dos Carmelitas que, camino de Duruelo, iban a visitar en Avila al Caballero Santo. Y refiriéndose a San Juan de la Cruz, le decía: «Hable vuestra merced a este Padre, suplícoselo, y favorézcale en este negocio, que, aunque es chico, entiendo es grande en los ojos de Dios. Cierto, él nos ha de hacer acá harta falta, porque es cuerdo y propio para nuestro modo.» «Tomo a pedir-dice en la postdata de la carta-en limosna a vuestra merced, me hable a este Padre y aconseje lo que le pareciere ... Tiene harta oración y buen entendimiento, llévelo el Señor adelante» (28).

«Harta oración y buen entendimiento ... », «cuerdo y propio para nues­tro modo ... » Estas frases dejan ver lo que la Santa exigía como funda­mental a los sujetos de su Reforma.

Muchas más, sin comparación, que las de frailes, fueron las vocaciones femeninas en cuya iniciación y génesis intervino directamente Santa Tere­sa. Hay entre ellas, como dijimos ya, aristócratas y pastorcillas, jóvenes y mujeres de edad madura. Pero por encima y por debajo de toda variedad de condiciones, exige siempre la Madre, en las que han de formal' parte de su familia religiosa, un denominador común integrado por dos ele­mentos: primero, pureza de intención; segundo, discreción de entendi­miento.

En el inmenso número de jóvenes que llamaban a las puertas de los conventos en el siglo de la Santa, no faltaban las que lo hacían por moti­vos menos sublimes, y sólo por los móviles honestos de buscar una pasadía tranquila sin inquietudes ni quebraderos de cabeza para salir adelante en el sostenimiento de su vida. La Santa lo avisa repetidas veces: « ... por eso se ha de mirar qué intento tiene la que entra, no sea sólo por reme-

(27) Cfr. SILVERIO DE SANTA TERESA, O. C., vol. III, p. 243 S. (28) Obras, vol. VII: Epistolario, I, carta C, p. 30.

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diarse, como acaecerá a muchas, puesto que el Señor puede perfeccionar este intento, si es persona de buen entendimiento, que si no, en ninguna manera se tome: porque ni ella se entenderá cómo entra, ni después a las que quisieren poner en lo mejor. Un buen entendimiento, si se comien­za a aficionar al bien, ásese a él con fortaleza, porque ve es lo más acertado ... Cuando éste falta, yo no sé para qué puede aprovechar en comunidad, y podría dañar harto. Esta falta no se ve muy en breve, por­que muchas hablan bien y entienden maL.. Por eso es menester gran información para tomarlas y larga probación pará hacerlas profanas» (29).

Difícilmente se encuentra en los educadores prácticos una convicción más sensata y profunda. Muy notable es lo que a este proposito escribe el Padre Ribera: «Era extrañamente amiga de gente de buen entendi­miento, y fuera del llamamiento de Dios, lo que más, sin comparación, miraba en las que había de recibir, aunque fuesen freilas, era el enten­dimiento que tenían. Los que conocían su santidad, y cuán amiga era de oración, procuraban alabarla mucho en las que la . traían, la devoción dellas y el ejercicio que tenían de oración, porque por aquí pensaban que la habían de ganar la voluntad para que las recibiese, y ella hacía tan poco caso deso, que todo se le iba en informarse del entendimiento que tenían. Yo fuí uno destos, y maravillándome dello, la pregunté la causa, y díjome: «Padre, la devoción acá se la dará Nuestro Señor, y la oración acá se le enseñará ... Pero si no tiene buen entendimiento no se le darán acá, y fuera deso una monja devota y sierva de Dios, si no tiene enten­dimiento, no es más que para sí. Si tiene entendimiento, aprovéchame para gobernar a otras, y para todos los oficios que son menester» (30).

¿Tan infalible era la Santa en sus intuiciones y observaciones que no se introdujeran en la Reforma sujetos menos cabales? Humana y fali­ble, teniendo que ceder a veces a juicios de otros que no podía eludir, tuvo también la experiencia, y dejó a los siglos la oportuna lección de encontrarse con sujetos ineptos, o al menos poco aptos y muchas veces desequilibrados. «El humor de melancolía», término ambiguo con que se entendía todo género de anormalidad fisiológica o· psicofisiológica en aquellos tiempos, acusó su presencia en los conventos teresianos. Este humor, decía, «es tan sutil que se hace mortecino para cuando es menes­ter, y así no lo entendemos hasta que no se puede remediaD>.

Animosa y resuelta, como siempre, Santa Teresa aborda el problema y en el capítulo VII de las Fundaciones tiene reglas magníficas para el gobierno de las melancólicas que suscribiría hoy el más avanzado psi­quíatra. Por lo pronto, les exige un mínimum de incorporación a la vida nonnal y engendra en ellas la condición de que han de sujetarse a quien gobierna, si bien entretanto exhorta a las priora s a que tengan en su int61ior, para con estas pobres enfermas, sentimientos de piedad. La Regla no es letra muerta, ni siquiera para estas personalidades taradas, sino que es vida y medicina. Sin embargo, al estilo del dicho evangé­lico: «El Hijo del hombre es dueño aun del sábado», sabe hacer a la ley

(29) Obras, vol. IlI: Camino de perfección, e. 14, p. 67-68. (30) FRANCISCO DE RIBERA, o. e., 1. le, e. XXIV, p. 463.

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servir a la necesidad de las almas. «Traigan lienzo cuando lo hayan me­nester», «no coma pescado», «se distraiga», son 'expresiones que reflejan su modo de obrar en este punto. Las melancólicas «el mayor remedio que tienen es ocuparlas mucho en oficios» (31), concluía como regla general.

Uno de los más grandes aciertos del gobierno educativo de Santa Tere­sa ha sido el pedir a cada sujeto todo lo que puede dar, pero no aquello que excede a sus dotes de naturaleza y gracia, aunque otro individuo, a su lado y con iguales apariencias, pueda responder de ello. «Esté adver­tida, dice a una Priora joven, que no las ha de llevar a todas por uln rasero. y esa hermana ... no se le dé nada que vaya con mucha perfec­ción; basta que haga buenamente, como dicen, lo que pudiere ... » (32). En verdad, la pedagogía de Santa Teresa se pronuncia de hecho por una educación diferenciada e individualizada.

UNA EDUCACION DIFERENCIADA

La pedagogía practicada por Santa Teresa con las monjas del Carmelo era eminentemente femenina. Algunas veces, queriendo elogiar la forta­leza de la virgen de Avila, se repite aquella frase de Fray Juan de Sali­nas: «Habíadesme engañado, que decÍades era mujer; a la fe, no es sino hombre varón y de los muy barbados» (33). Si se exagera la aplicación de la frase, conduce a error. La fortaleza de Santa Teresa no es una fisura de su carácter femenino por la que se nos haya colado un rasgo que la masculinice y la saque de su puesto: es la intrepidez de las muje­res ideales, que llegó a grados sublimes en la Virgen Santísima al pie de la Cruz y se fué repitiendo en las grandes mujeres del catolicismo, las cuales no desmerecen por ello la corona de una eximia femineidad, sino que se hacen acreedoras a toda la gloria de su sexo.

Es que la tendencia a dejar que el sentimiento sea el rector del psiquis­lIlO femenino llega, en épocas de decadencia en la educación de la mujer, a generalizarse tanto, que para retratar a las que se libran de su contagio hay que recurrir a negar el que sean mujeres, con frases semejantes a aquellas de la Santa: «Que no soy nada mujer en estas cosas, que tengo recio corazón» (34). «y no querría yo, hijas mías, lo fuésedes en nada (mujeres), ni lo pareciéredes» (35).

Sobre este argumento es magnífico el capítulo que escribió el gran vidente de la pedagogía femenina, el Padre Poveda. Quiere que las jóve-

(31) Obras, vol. V: Las Fundaciones, c. 7, p. 59 s. (32) Obras, vol. VIU:Epistolario, n, carta CLXXXIV, p. 93. (33) Procesos, vol. I, P. 9. (34) Obras, vol. U: Relaciones espirituales. Relación UI, p. 18. (35) Obras, vol. UI: Camino de perfección, c. 7, p. 42.

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nes, especialmente las estudiantes, sean cultas, virtuosas, sanas de cuerpo y alma, pero como mujeres y no como hombres; con las modalidades pro­pias de su sexo elevadas a la perfección, pero no confundiendo la per­fección con el sexo ni juzgando que es mujer más perfecta la que más se parece al hombre. ¿Medio para conseguirlo? El Cristianismo, reiviridi­cador de la mujer, tiene como ninguna escuela ni sistema pedagógico recursos suficientes para lograr esta femineidad auténtica, libre de gaz­moñerías y endebleces, capaz de producir mujeres como sólo los cristia-nos las poseen. .

Hay otro punto importante en la educación cristiana de la mujer, y es la influencia de la perfecta virginidad en el desarrollo pleno de una personalidad robusta. En nuestros días se ha oído la voz del Pastor supre­mo, que con sus enseñanzas en la Sacra virginitas ha recordado la doctri­na católica tradicional, según la cual, al abrazarse de por vida con el estado de virginidad los sujetos no dejan incompleta su personalidad, sino que, por el contrario, la perfeccionan y la hacen capaz de empresas inalcanzables sin la fuerza secreta de esta preciosa aureola.

Con esta doctrina cobran mayor relieve las nOrIDas educativas de la Santa.. Todo era casto, purísimo, virginal en la formación de aquellas mu­jeres españolas del siglo XVI. «Porque ... a vuestras reverencias les es sabro­so el vivir como ángeles», podía decirles Fray Luis de León (36).

Mucho se ha beneficiado la pedagogía de las epístolas y tratados de los Santos Padres sobre formación de vírgenes, desde San Ambrosio y San Jerónimo hasta el fin de la patrística; fueron la luz que iluminó la educación de la mujer en la Edad Media. Pero no desmerecen de los destellos desprendidos de aquellos tratados, los que irradian de la vida y de las obras de Teresa de Jesús. «Nadie podrá calcular lo que la mujer católica ha de valer cuando se eduque en esta escuela de teresianis­mo» (37).

FORMACION DE DIRIGENTES

La formación de dirigentes es el problema perpetuo de las grandes empresas .colectivas. Santa Teresa estaba persuadida de que la buena o mala marcha de las Casas dependía, en gran parte, de las Prior as. «Estoy espantada el estrago que hace el demonio por un mal gobierno» (38). A la formación de las Priora s se dió con empeño. Ya de lejos descubría las que tenían condiciones naturales para ser personas de gobierno. Es un algo especial el don de gobierno, conjunto de una serie de cualidades que re-

(36) Fra,y LUIS DE LEÓN, O. C., p. 1349. (37) SILVERIO DE SANTA TERESA, OCD, Santa Teresa de Jesús, modelo de femi­

nismo cristiano. Burgos, 1931, p. 27. (38) Obras, vol. VIII: Epistolario, carta CCXCVIII, p. 373.

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quiere talento y virtud, pero que no se identifica ni con la inteligencia ni con la santidad.

La formación de dirigentes dentro de una sociedad requiere que a los súbditos en general se les den medios con los que puedan desarrollar y poner de manifiesto su personalidad. Esto exige que el gobernante vaya conduciendo las cosas de tal modo que cada vez se requiera menos su acción inmediata y continua para la buena marcha del régimen esta­blecido.

En los primeros tiempos de la fundación de San José, cuando Santa Teresa se fué a vivir con las descalzas, una vez obtenido el permiso del Provincial Angel Salazar, soñó con ser súbdita, dejando de Priora a Ana de San Juan. Pero pronto hubo de tomar las riendas y ser la forjadora de aquella nueva vida que por su medio se plantaba en la Iglesia.

Toda la Reforma dependía de su mandato y de su obrar. Mas, suce­sivamente, triunfante ya la disciplina religiosa establecida, va difuminan­do su acción de gobierno y dejando campear a velas más desplegadas su amor maternal. «Sepa-dice a la Madre María Bautista-que no soy la que solía en gobernar: todo va con amor; no sé si lo hace que no me hacen por qué, u haber entendido que se remedia mejor así» (39)" Y declara en otra de sus cartas que me gusta de que hagan las cosas las hermanas, aunque ve quedarían mejor hechas por ella.

Previsora, la Santa ayuda a las Prioras a salvar el difícil tránsito de la condición de súbdita a la de Prelada, y dirige los años primeros de su nueva actuación prioral. Hace moverse a las que gobiernan en la doble cuerda de la libertad de iniciativa y movimientos, tan propia del expan­sivo ambiente teresiano, y de la limitación impuesta por sus reglas y por la naturaleza y fin de su mandato. De ninguna manera les consiente se valgan de la autoridad recibida para su propia satisfacción y provecho. Pero ni siquiera permite que la fisonomía espiritual de las Casas se calque según el patrón particular de las aficiones de la Priora, por devotas que sean.

Ana de Jesús, Priora de Beas, ha recibido el encargo de llevar monjas a Granada. Las Carmelitas de Beas le tienen un tierno afecto, y cediendo débilmente a él, la Madre Ana funda el convento con más monjas y dis­tintas de las que los Superiores han indicado. Escribe entonces la Santa una de las cartas más fuertes y enérgicas de su incomparable epistola­rio: « ... porque para todo lo que toca a las Descalzas tengo las veces de nuestro Padre Provincial. Y en virtud de ellas, digo y mando, que lo más presto que pudieren tener acomodamiento de enviarlas, se tornen a Beas las que de allá vinieron ... » (40).

Quiere que el Visitador de los conventos examine principalmente cómo lo hace la Priora, y para que ésta en ningún caso pueda resentirse, escribe: «La Priora que hiciere cosa nenguna de que le pese que la vea el perlado, tengo por imposible hacer bien su oficio ... » (41).

(39) lb., carta CCLXXVI, p. 321. (40) Obras, vol. IX: Epistolario, III, carta CDXXI, p. 190. (41) ObraS', vol. VI: Escritos sueltos: Modo de visitar los Conventos, P. 36.

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Orientada interiormente la Priora, y señalados por las reglas los am­plios límites entre los que puede discurrir el ejercicio de su autoridad, procura la Santa revestirla de prestigio ante las súbditas. Con la palabra y con la obra lo procura y consigue.

Los regímenes de gobierno modernos, y el ambiente disciplinar de los grandes centros forjadores de juventudes, tendl'Ían mucho que apren­der de esta mezcla de libertad y autoridad que daba como fruto tan recias personalidades. A la libertad que concedía a Priora s y ,súbditas, ha de añadirse el que en el gobierno teresiano las profundas intimida­des de las almas son exquisitamente respetadas y deben poderse comuni­car libérrimamente con confesor-es letrados y prudentes, sin que nunca se permita a la Prelada arrinconar las almas por mal entendidos respetos humanos.

LA DIMENSION DE LO SOCIAL

El educador que quiera en nuestros días formar selectos, tiene nece­sariamente que ocuparse de una dimensión tiempo atrás olvidada, la dimensión de lo social. No basta-ni sería posible-formar un tipo huma­no aisladamente perfecto, una especie de Robinson Crusoe dotado de energía y recursos para reaccionar por sí solo frente a cualquier contin­gencia. Tiene que formar para la convivencia humana.

En el orden sobrenatural, la realidad magnífica de pertenecer al Cuerpo Místico de Jesucristo, que es la Iglesia, meditada y vivida, impide de raíz todo vicio aislacionista. Esta cualidad es nota destacada en la concepción ascética teresiana. La que al morir dijo aquella frase: «En fin, Señor, soy hija de la Iglesia» (42), remataba con la satisfacción de sentirse solidaria en la muerte, lo que había sido clave de arco en toda su vida. Por la sociedad Iglesia, amenazada de los herejes, había ella fundado su Reforma.

Pero Santa Teresa no sólo se halló inmersa en la sociedad sobrenatu­ral que es la Iglesia, sino que vino al mundo en una sociedad civil estruc­turada de cierta manera y con un conjunto de convencionalismos en ple­no vigor. ¿Cómo aprovecha, para la formación de sus hijas, aquel estado de cosas? Las ideas fundamentales cristianas que presidían las institu­ciones jurídicas de la época son las ideas de Santa Teresa. Ella sabe que todos los hombres son iguales en naturaleza y destino. Estamos en los tiempos en que España lleva la cultura al mundo que acaba de descubrir. y como esencia de su cultura lleva la fe y la cristiana ordenación social. Cuando supo la Santa las almas que se perdían en el Nuevo Mundo por falta de doctrina, lloró inconsolablemente y terminó renunciando a la

(42) Obras, vol. II: Relaciones espirituales. Apén.dices, p. 243.

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quietud de San José de Avila para irse a fundar el convento de Medina, primero de los hijuelos nacidos de la cuna de la Reforma.

Pondera Teresa, al comienzo de su autobiografía, las virtudes de su padre, y dÍcenos: «Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres, y piedad con los enfermos y aun con los criados; tanto que jamás se p\ldo acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piedad; y estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como a sus hijos. Decía, que de que no era libre, no lo podía sufrir de piedad» (43). Mucho pudiéramos penetrar en el sentido que Santa Teresa da a la frase «de que no era libre»; pues la que reconocía el destino inmortal de las almas de los indios, sin duda entendía la libertad natural que asistía a esta esclava, libertad coartada por un prejuicio que la sociedad no había sacudido aún.

Las leyes de cortesanía eran otro de los convencionalismos sociales con los que la Mística Doctora se encontró. Santa Teresa denuncia su papel de cosa secundaria y subordinada a más. altos valores; sabe que son costumbres tornadizas, y en lo que tienen de artificioso no quiere que penetren en su convento. Pero, teniendo ella que alternar con las gentes de alto rango, se sujetó, con discretísima elegancia, a aquellas cos­tumbres y enseñó a sus hijas la afable cortesía, que es uno de los caracte­res con los que la posteridad ha distinguido a Santa Teresa. Mientras, con ingenioso gracejo, escribe aquellas palabras: «Porque ya se deja papel de una parte, ya de otra, y a quien no se solía poner manífico se ha de poner ilustre» (44), comienza sus cartas. con las. más gentiles dedicato­rias: «A la S. C. C. M. del Rey nuestro Señor», «Estas hermanas besan muchas veces las manos de vuestra señoría),.

Congresos y trabajos se realizan hoy estudiando el modo de formar al niño en el sentido de lo social. Se recomienda que el educando comien­ce teniendo conceptos claros de su familia, su pueblo, su región, para que, ampliados luego, le den idea cabal de la sociedad humana. Santa Teresa contaba ya con estos principios como necesarios para la formación que daba a rus hijas, y los usaba como ejemplo para temas. espirituales: «¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es, y no se conociese, ni supiese quién fué su padre, ni su madre, ni de qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras, cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos ... » (45). '

En el cuerpo social concebido por la Santa, ocupan lugar preeminente los letrados, que representan la luz del pensamiento: no en vano el hom­bre es racional, y Santa Teresa, hija auténtica de la Iglesia, profesa gran estima a las facultades rectoras de nues.tro albedrío y a quienes las culti­van y personifican. Los confesores han de ser santos y sabios, pero si hay que elegir, se pronuncia por la ciencia, «en especial si es mucha»; «buen letrado nunca me engañó» (46). De aquÍ el amor que tenía a la Uni-

(43) Obras, vol. I: Vida, c. 1, p. 5. (44) lb., c. 37, p. 326. (45) Obras, vol. IV: Moradas I, c. 1, p. 8. (46) Obras, vol. I: Vida, c. 5, p. 28.

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versidad, la cual, correspondiéndole después de su muerte, la ha honrado con el título de doctora honoris causa.

La experiencia confirmó a la Santa en lo que ya su claro entendimiento le decía: que así como para iluminar los altos vuelos de su espíritu, las Universidades le brindarían en los maestros de Prima consultores insuperables, así los novicios reclutados del estudiantado universitario darían a su Orden gente discreta y capaz de gran rendimiento. I

Es notable que las dos vocaciones de frailes que con más compla­cencia describe la Santa son las de los universitarios Juan de la Cruz y Gracián. «La Universidad fué, ciertamente-escribe la autoridad del Padre Silverio-, una de las cosas que acarició con más afán y cariño la Santa yen que puso más ahincada diligencia, para que sus mejores frutos fueran pronto gustados por sus Descalzos» (47). Viviendo ese ambiente se comprende que quisiera para las monjas-alejadas entonces, pO'r mujeres, de los altos estudios-un nivel de cultura, especialmente religiosa, poco común. Recomienda a las Prioras que haya buenos libros en el convento, aunque por pobreza se carezca de otras cosas. «Tenga cuenta la Priora con que haya buenos libros, en especial Cartujanos, Flos Sanctorum, Con­temptus mundi, Oratorio de religiosos, los de Fray Luis de Granada y del Padre Fray Pedro de Alcántara» (48).

Sin embargo, tanto comO' apetecía para los candidatos al hábito des­calzo la abertura de entendimiento y la afición a la cultura y a los letrados, otro tanto repudiaba la bachillería, esa pretenciosa erudición reñida con la elegante naturalidad de su espíritu. Solicitaba en una ocasión la entra­da en el convento una doncella de Toledo. Agradó a la Madre su salud, buena inclinación y entendimiento y determinó recibirla. Concertado el dote y la entrada, la tarde antes del día en que había de tomar el hábito estuvo hablando con ella en el locutorio, y al despedirse, puesta ya en pie, añadió la joven con aire de suficiencia: «Madre, también traeré una Biblia que tengo.» Ella, sin más pensar, le dijo: «¡Biblia, hija! ... No ven­gáis acá ... , que nÍ queremos a vos ni a vuestra Biblia» (49). Porque quería que nada quebrantase la humilde llaneza de las mujeres que formaba, a las cuales, cuando no se presentaban con pedantería y artificio, se complacía en saberlas cultas y en que poseyeran cierto caudal de cono­cimientos aun del orden natural. En la deliciosa correspondencia con María de San José se ve la complacencia maternal con que Santa Teresa subraya la cultura de la monja. Pone ésta la fecha de una carta en núme­ros romanos. No se escapa el detalle a la Madre, que la escribe: «Cayome harto en gracia poner la fecha por letras. Plega a Dios no sea por no se humillar a no poner el guarismo» (50). Y en otra carta: «Bueno es eso de Elías; mas... como no soy tan letrera como ella, no sé qué son los asirios» (51).

(47) SILVERIO DE SANTA TERESA, OCD, Vida; de Santa Teresa de Jesús, vol. III, c. XVII, p. 478.

(48) Obras, vol. VI: Escritos sueltos. Constituciones, p. 5. (49) Obras, vol. II: Relaciones espirituales. Apéndices, p. 492. (50) Obras, vol. VII: Epistolario, I, carta CXXXVII, p. 363. (51) Obras, vol. VIII: Epistolario, II, carta CCXXiIII, p. 188.

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SENTIDO REALISTA DE LA VIDA Y DE LA MUERTE

Como epílogo de estas páginas sobre el gobierno educativo de Santa Teresa, recordemos el tópico repetido en las obras pedagógicas contem­poráneas de que la escuela, y en general la educación, deben preparar para la vida.

¿Para qué vida? Alicorta quedará la educación que quiera sólo fdrmar sujetos que triunfen en esta vida perecedera. La educación cristiana ad­mite la frase si se entiende de toda vida, y con eminencia de la vida eterna.

No puede descuidar la educación cristiana el formar para 'esta vida de aquí abajo. Por eso considera obligación suya dar al educando medios de pasar por la tierra cooperando a los afanes comunes de la humanidad, aprovechándose del progreso e impulsándolo por las vías verdaderas cuanto le sea posible. De aquí que las escuelas y los educadores catóHcos se propongan no sólo formar buenos cristianos, sino también hacer los mejores médicos, los mejores catedráticos, los mejores arquitectos, mili­tares y marinos. No puede el educador católico dejar a sus alumnos sin los recursos necesarios para ganarse honradamente la vida y para luchar con noble empeño en las batallas civiles y políticas.

Pero sin olvidar nada de esto, le incumbe sobre todo repetirse con apremiante inquietud esta pregunta: ¿Se salvarán mis alumnos? (52).

En el tránsito de esta vida a la eterna nos encontramos necesariamente con la muerte: esa muerte que se presenta tétrica e indeseable a la ma­yoría de los hombres y que era ansiada como una liberación por Santa Teresa de Jesús: «¡Oh muerte, muerte! ¡No sé quién te teme, pues está en ti la vida!» (53).

Santa Teresa prepara para la vida y prepara para la muerte. Pone, como siempre, por delante las ideas claras y fundamentadas; en

seguid, el arrojo del ánimo vence la natural repugnancia a morir, y luego procura la adquisición de hábitos que vayan limando el apegamiento a la vida de aquí abajo. Porque es indudable que a la naturaleza le repugna la muerte: «No queremos morir, pero sí ser transformados» (54).

Acostumbrada Santa Teresa, como por instinto, a mirar el fin y procu­rarlo aunque los medios sean costosos, se hizo amiga de la muerte desde

(52) Estas líneas sobre la educación cristiana de la juventud han sido desarro­lladas ampliamente por S. S. Pío XII en varios discursos y documentos dirigidos a religiosos de enseñanza y educadores católicos.

(53) Obras, vol. IV: Exclamaciones, VI, p. 278. (54) 2 COl' 5, 4.

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muy mna. «Como veía los martirios que por Dios las Santas pasaban, parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios ... Concertábamos irnos a tierra de moros, pidiendo, por amor de Dios, para que allá nos descabezasen» (55).

El «Vivo sin vivir en mí», «Véante mis ojos, muérame yo luego ... », y tantas páginas semejantes no quedan en la esfera de lo animoso: se elevan a alturas místicas en las que no osamos penetrar ..

Pero el concepto de que la muerte es instrumento de vida, y el ca­rácter de necesidad de la misma, que forman parte de las doctrinas edu­cativas t>eresianas, añaden a la Santa un excelencia más como formadora cristiana. Si el maestro ha de andar en verdad, ¿por qué hacer ignorar a sus educandos que la muerte es necesaria?

Ni le tengamos mi'edo y encogimiento, porque entonces nos aguará la mitad de las alegrías del vivir. Está hablando la Santa del cuidado de la salud. Recomienda que atendamos a las necesidades corporales. Pero, avisada como es, quiere prevenir a las aprensivas que nunca están tran­quilas ni sin dolores y preocupaciones: «Este cuerpo-dice-tiene una falta, que mientras más le regalan, más necesidades descubre. Si no nos determinamos a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haremos nada» (56).

La obra pedagógica de Montaigne está cuajada de avisos sobre la muerte. Tal vez por el hecho de haber sido sistematizada por plumas anti­cristianas, nuestros libros de pedagogía apenas hacen caudal de ese as­pecto del escritor francés, como si el omitir el término muerte asegurara en la vida de acá a los que no creen o no quieren que exista otra.

Santa Teresa no es amiga de tremendismos. No hará nunca una expo­sición patética del momento de la muerte. En cierta ocasión, no disponía como sello para cerrar sus cartas más que de un molde que representaba una calavera con dos tibias cruzadas, como suele usarse para simbolizar la muerte o un peligro mortal. Pide a su hermano otro sello suyo que tenía una cifra del nombre de Jesús, y le dice: «Venga mi sello, que no puedo sufrir sellar con esta muerte, sino con quien querría que lo estu­viese en mi corazón, como en el de San Ignacio» (57).

No hay duda de que su recio temple había de rechazar como niñerías la endeble educación que ocultara, con aparente piedad, a la perspectiva de los jóvenes, este trance inevitable.

Algunos existencialistas de nuestros días llaman inauténtica la perso­nalidad que no se enfrenta con la muerte. Tampoco Santa Teresa llamaría cabal a esa personalidad.

Pero, para Santa Teresa, la muerte no es fin, sino medio que conduce al verdadero fin del hombre, lleno de realidad y esplendor, radicalmente antitético de la nada heideggeriana.

(55) Obras, vol. I: Vida, c. 1, p, 6. (56) Obras, vol. III: Camino de perfección, c. 11 ,p. 56. (57) Obras, vol. VIII: Epistolario, II, carta CLVIII, p. 6.

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MALOS CAMINOS Y BUEN HUMOR

Con este título resume el más insigne teresianista español la dispo­sición psicológica de Santa Teresa en la dura tarea de sus fundaciones (58). Con él queremos terminar este diseño del gobierno educativo de la monja castellana. Malos caminos, en verdad, deben ser los que ha de andar el gobernante de nuestros días. Así al menos puede deducirse de la evasión de figuras destacadas a la hora de cargar con las responsabilidades y tra­bajos del gobierno de los pueblos,. Venga el buen humor teresiano, amasado de esperanza sobrenatural y de sentido práctico, a servir de lenitivo a tanto peso. «.:. Y así nos íbamos entreteniendo y olvidando, en parte, el trabajo del c'amino con las coplas», nos dice Julián de Avila en sus declaraciones (59). Y aunque hubo qu~en desertó de la lid, como el arriero a quien Santa Teresa animaba diciéndole que eran muy buenos aquellos trances para ganar el cielo, y contestó: «También me lo ganaba yo dende mi casa», ella pudo escribir con toda verdad: «A lo que ahora me acuerdo, nunca dejé fundación por miedo del trabajo» (60).

CARMEN SÁNCHEZ BEl<\TO

Directora General de la Institución Teresiana. Madrid

(58) SILVERIO DE SANTA TERESA, OCD, Vida de Santa Teresa de Jesús, vol. V, c. IX, P. 232.

(59) Procesos, vol. r, p. 203. (60) Obras, vol. V: Fundaciones, c. 18, p. 146.