Ginel, Alvaro - Repensar La Formacion de Catequistas

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Alvaro Ginel Repensar la formación de catequistas P. Martín Berástegui Iglesia de Piedra Río Abajo r PANAMÁ

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Alvaro Ginel

Repensar la formación

de catequistas

P. Martín Berástegui Iglesia de Piedra Río Abajo

r

PANAMÁ

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Colección MANÁ

1. Relatos desde la mesa compartida. Dolores Aleixandre

2. Vocabulario básico para el cristiano. Alvaro Cinel

3. Santos de leyenda. Los 40 principales. José Fernández del Cacho

4. Dios deformado. Imágenes falsas de Dios. Enrique Martínez de la Lama

5. Iniciarse como catequista. Miguel Ángel Gil

6. Grupo y catequesis. Alvaro Ginel

7. Curso básico de pedagogía catequética. Eugenio González

8. Ser catequista. Hacer catequistas. Alvaro Ginel

9. Dichosos vosotros. Memoria de dos discípulas. Dolores Aleixandre

10. Iniciar en la oración. Dolores Aleixandre

11. La fe de los grandes creyentes. Dolores Aleixandre / Juan J. Bartolomé

12. Esta historia es mi historia. Narraciones bíblicas vividas hoy. Dolores Aleixandre

13. Bienaventuranzas. Ricardo Lázaro Recalde

14. Los Sacramentos. Manuel Bellmunt

15. Psicología y catequesis. Un estilo de educar. Ana García / Mina Freiré

16. Mora!y catequesis, Eugenio .Alburquerque 17. Vocabulario Básico de Psicología y de Pedagogía. Crista Ruiz de Arana

18. Los salmos, un libro para orar. Dolores Aleixandre

19. Cuando vayas a orar... Guía y ayuda para adentrarse en la oración. Ma Dolores López

20. Descubrirla Biblia. Cesare Bissoli /Jordi Latorre

21. El Credo de nuestra fe. Antonio Cañizares / Ángel Matesanz

22. La ética cristiana. Claves para catequistas y educadores de la fe. Eugenio Alburquerque

23. Texto nacional para la orientación de la catequesis en Francia

y Principios de Organización. Conferencia de los Obispos de Francia

24. ¡Dichosa catequesis! Tú incomodas a familias y parroquias. Gilíes Routhier

25. Repensar la catequesis. Alvaro Ginel

26. Las diez palabras del Sinaí. Eugenio Alburquerque

27. Caminos para la fe. Líneas básicas sobre itinerarios de educación en la fe.

Josep Ma Maideu Puig

28. Repensar la formación de catequistas. Alvaro Ginel

Colección MANÁ

ALVARO GINEL

REPENSAR LA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS

EDITORIAL CCS

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Página web de EDITORIAL CCS: www.editorialccs.com

© Alvaro Ginel

© 2009. EDITORIAL CCS, Alcalá, 166 / 28028 MADRID Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realiza­da con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Re-prográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escane­ar algún fragmento de esta obra.

Diagramación editorial: Alberto Diez Diseño de portada: Olga R. Gambarte ISBN: 978-84-9842-329-7 Depósito legal: M-40539-2009 Fotocomposición: AHF, Becerril de la Sierra (Madrid) Imprime: Print House, marca registrada de Copiar, S.A

Introducción

La formación de catequistas (FdC) es una asignatura pendiente en muchas comunidades cristianas. Hay que reconocer los esfuerzos hechos y hay que constatar, en nuestro universo ecle-sial cercano, también la agonía de muchas escuelas de cate­quistas. Algo pasa en la catequesis y algo está pasando en la FdC. O lo que les ofrecemos como formación no les vale, o hay una conciencia generalizada de que para dar catequesis «no hace falta mucho» (cosa que he escuchado a más de un responsable parroquial de la catequesis). Contrasta esto con los cuidados y atenciones que la escuela dedica a los profe­sores desde los más pequeños a los mayores. ¡Ojalá las co­munidades cristianas miraran y tomaran nota de esta prepa­ración que exige la escuela a los profesores! Si comparamos la preparación de los profesores que tienen niños y adolescen­tes o jóvenes en la escuela y en la universidad con la de los ca­tequistas, veremos que la diferencia es asombrosa. Es cierto que los términos de comparación no son exactos, pues los re­sultados de la catequesis no dependen de las mismas varia­bles que los de la escuela, pero la comparación nos sirve pa­ra caer en la cuenta de la necesidad de la FdC.

Son muchos los catequistas que dan catequesis sin ningu­na preparación especial. La falta de exigencia y de prepara­ción van unidas, en muchas ocasiones, a este principio: «Ya

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cuesta que acepten ser catequistas como para que les ponga­mos más exigencias». Y no debemos descartar el miedo de al­gunos clérigos a que los catequistas sean competentes; el «sa­ber» de los catequistas puede ser molesto y puede cuestionar formas de llevar la comunidad y la celebración, no sólo la ca-tequesis... Cómo no recordar a aquel párroco que me escribía diciendo: «Cuando llega la revista1 la meto debajo del brazo para que no me la vean los catequistas, porque si la ven, sa­ben tanto como yo, y entonces, ¿qué les puedo decir?».

Es cierto que la transmisión de la fe no depende en último término de la preparación de los catequistas, sino de la acción del Espíritu. Es cierto que muchos catequistas son «buenos» catequistas no por haber estado en una escuela de FdC, sino por haberse dejado enseñar por el Espíritu y hacerle sitio en su vida de creyentes. Nada de esto se pone en duda. Pero sí hay que levantar la voz para que las comunidades cristianas to­men conciencia de ía «vocación deí catequista» y de (a «ne­cesaria preparación de los mismos». De igual manera que afir­mamos que la fe «se transmite» por la acción del Espíritu y de la cooperación de los «buenos» catequistas antes citados, tene­mos que constatar que, en no pocas ocasiones, son los cate­quistas los que empobrecen con su pobreza de vida cristiana (fe, oración, sentido comunitario, celebración de sacramen­tos, formación bíblica, teológica, pedagógica...) la fe de los catecúmenos o catequizandos que les son confiados.

La FdC va muy ligada a la importancia real, no sólo de pa­labra, que la comunidad cristiana da a la catequesis. Es difí­cil dar importancia a la catequesis y no darla a la FdC.

El Directorio'97, citando a su vez al Directorio'71, es bien explícito: «Todos estos quehaceres (pastoral de catequesis) nacen de la convicción de que cualquier actividad pastoral

1 La revista CATEQUISTAS, para la formación básica do los catequistas. Editorial CCS, Madrid. Cfr. <www.editorialccs.com>.

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que no cuente para su realización con personas verdadera­mente formadas y preparadas, pone en peligro su calidad. Los instrumentos de trabajo no pueden ser verdaderamente efi­caces si no son utilizados por catequistas bien formados. Por tanto, la adecuada formación de los catequistas no puede ser descuidada a favor de la renovación de los textos y de una me­jor organización de la catequesis» (DGC 234).

En este trabajo ha nacido de una petición que me hicieron para escribir algo sobre la FdC2. Comencé por analizar lo que aquí es el primer capítulo: el estudio de lo que los Directorios de catequesis habían dicho sobre la FdC. Me di cuenta de que había muchas orientaciones por redescubrir y muchas cosas que no hemos sabido leer. Sentí que en mi tarea de formador de catequistas había cosas que programaba recalcando la par­te teológica nada más. Me faltó profundizar más las demás di­mensiones que están muy bien expl¡citadas en el magisterio or­dinario postconciliar sobre la catequesis.

En el segundo capítulo recopilo lo que juzgo que son nú­cleos de la problemática actual de la FdC. Parto de la expe­riencia acumulada en mi vida de trabajo en la campo de la catequesis y con los catequistas. Por opción personal he ex­cluido de mi manera de reflexionar la lectura de libros sobre la formación de catequistas. Reconozco lo arriesgado de la op­ción, pero esta decisión me ha llevado a sentirme muy «pe­gado» a los documentos eclesiales: los Directorios. También he tenido sobre la mesa las reflexiones de dos Iglesias parti­culares que nos son próximas: la francesa y la italiana.

En el tercer capítulo señalo unas acentuaciones que pue­den orientar el hacer de los responsables de la FdC.

2 «Sinite», vol. XLIX, 148(2008)213-234, allí aparecen las líneas fundamentales del capítulo primero de este libro.

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Esto se completa con dos Apéndices tomados directamen­te de los documentos de la Iglesia francesa e italiana3.

Una reflexión desde la experiencia personal

En los años ochenta del siglo pasado estuve especialmente in­volucrado en la FdC en diversas entidades, sobre todo en mi provincia religiosa de Salesianos de Don Bosco, Madrid. Entre los responsables, circulaban diversas maneras de entender la FdC. El problema mayor se planteó cuando hicimos la distin­ción entre lo que es catequesis propiamente dicha o animación de «grupos de fe» y la «animación de grupos de tiempo libre» en la misma obra: colegio, parroquia, centro juvenil. Se llegó a una decisión de actuación práctica, no por todos compartida, pero sí por aquellos educadores, también religiosos, que tra­bajaban más directamente en el campo de la marginación y del tiempo libre. La podemos formular así: «A los animadores de grupos de tiempo libre no se les puede exigir la fe, pueden ser perfectamente ateos o indiferentes; basta que no se opongan directa y abiertamente al mensaje de Jesús».

Esto solucionó no pocos problemas: como tener atendidos grupos de tiempo libre con animadores profesionalmente preparados, aunque religiosamente indiferentes.

Las primeras fricciones aparecieron en las llamadas «Sema­nas de Formación de Animadores», pues en estas semanas la formación era para todos —animadores de grupos de fe y ani­madores de tiempo libre— la misma y a todos se les «obliga-

3 Tengo que señalar, para quienes me puedan objetar que cómo no he tenido pre­sente el documento de la Iglesia española El catequista y su formación, Edice, Madrid, 1985, que mi asombro ha sido grande al comprobar que las líneas centrales de este do­cumento estaban recogidas en el Directorio'97, con expresiones idénticas, con enu­meraciones iguales. Esta aclaración basta para despejar la objeción. Dejo para otros es­tudiosos la comparación más crítica de los dos documentos.

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ba» a recibir cursos de teología, de biblia, de pedagogía reli­giosa... Por cuestiones prácticas, por falta de profesores o por lo que fuera, se tomó esa decisión. Los problemas fueron ha­ciéndose cada vez mayores con aquellos animadores sin in­quietud religiosa o sin confesión operante de fe, generalmente los animadores de tiempo libre, pues tenían que «aguantar» un discurso religioso y teológico con el que ellos no sintonizaban.

Esto sirvió para que los responsables recapacitaran sobre la opción tomada, hasta caer de nuevo en la cuenta de la impor­tancia de la dimensión de la fe en todos aquéllos que anima­ban acciones promovidas por la comunidad cristiana con ca­nsina propio dedicada al servicio de los jóvenes. No se hace lo mismo—aunque la acción sea igual materialmente—desde una perspectiva de fe que desde una perspectiva de no fe. Lo que no se podía pedir a los destinatarios —la formación religiosa—, sí que se tenía que exigir a los animadores, ya animasen un gru­po de fe o un grupo de actividades de tiempo libre en sus múl­tiples facetas. Sé que éste es un tema de debate abierto todavía.

La fe vivida es la que da un «tono diferente» a lo que se hace cuando la fe lo «envuelve todo porque envuelve al ser de la persona». La vida personal es ya una palabra, testifica­ción concreta del Evangelio. La vida personal no puede ser con­siderada como algo marginal cuando se trata del anuncio del Evangelio. Y esto por el simple hecho de que el Evangelio no es un añadido a la vida, sino un elemento que atañe y afecta a la totalidad de la vida de una persona y la cambia, la mo­difica, le da un horizonte nuevo.

Presento esta anécdota para hacer historia, entre nosotros, acerca de los modos en que ha sido entendida la FdC y la for­mación de animadores de los grupos promovidos por comu­nidades cristianas y por carismas eclesiales diferentes. Quizá no siempre hemos acertado en lo que hicimos. Pero sobre to­do, quiero llamar la atención sobre la urgencia de cuidar la

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FdC Todavía hoy día hay maneras de formar a los catequistas donde predomina lo técnico y los contenidos sobre la asimila­ción y vivencia de la confesión creyente. Profundizando en las orientaciones sobre la FdC en los documentos que estudiare­mos, veremos la importancia que se da a la asimilación perso­nal del mensaje de Jesús. Lo de Jesús nunca será reductible a te­oría. Lo de la Buena Nueva de Jesús siempre tiene que «afectar» al corazón y a la vida misma de la persona en su totalidad. No se es catequista o acompañante de la fe de alguien porque se sa­ben cosas, sino porque el conocimiento de Jesús ha llevado a la persona a una manera de vivir nueva según lo aprendido.

Nos podíamos preguntar qué ha pasado con la «legión»5 de catequistas que por los años ochenta existía en nuestras comu­nidades cristianas y por la «mella» que ejercieron en los miem­bros de los grupos que animaban.

Las páginas que siguen espero que nos ayuden a entender mejor las orientaciones eclesiales sobre la FdC y a una pra­xis e interés renovados para invertir esfuerzos en formar se­riamente a los catequistas.

Me parece importante asomarnos a las fuentes de la catc­quesis y descubrir en ellas las líneas maestras del pensamiento eclesiaí sobre la FdC. Más de uno seguro que se llevará una agradable sorpresa. Tengo la impresión de que los documen­tos de la Iglesia universal apuntan hacia metas que estamos muy lejos de alcanzar.

4 Cuando estoy escribiendo estas reflexiones he sido invitado a dar una charla a los catequistas en un arciprestazgo. El responsable me decía: «Los catequistas jóvenes no vendrán como siempre; tienen que trabajar o estudiar. Además a ellos lo que les atrae son ¡as técnicas, no los temas teóricos».

5 El catequista y su formación. Orientaciones pastorales, dice: «Hay entre nosotros un número elevado de catequistas. Se ha producido, incluso, un crecimiento notable de él en los últimos años debido a causas diversas: entre otras, al hecho de que la catequesis ha ga­nado nuevos espacios al dirigirse a un aspectro de destinatarios cada vez más amplio» (n. 2). «Sorprende gratamente el constatar que la inmensa mayoría de los catequistas son se­glares y muchísimos de ellos jóvenes, lo que sitúa a la catequesis como uno de los campos preferentes donde, de hecho, desarrolla el laico responsabilidades eclesiales» (n. 3).

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Capítulo I

LA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS

EN LOS DIRECTORIOS DE CATEQUESIS DE 1971 Y 1 9 9 7

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El Directorio de 1971

Ponemos como momento de arranque de este estudio sobre la FdC el Directorio General de Pastoral Catequética6. Este Di­rectorio, aprobado por el papa Rabio VI el 18 de marzo de 1971, respondía a lo que el Concilio Vaticano I) había dicho en el decreto Christus Dominus:

«Hágase un directorio especial sobre el cuidado pastoral de cada grupo de fieles, según la idiosincrasia de cada nación o región; otro directorio sobre la instrucción catequética del pueblo cristiano, en que se trata de los principios y prácti­cas fundamentales de dicha instrucción y de la elaboración de los libros que a ella se destinen. En la composición de es­tos directorios, ténganse también en cuenta las sugerencias que han hecho tanto las comisiones como los padres sino­dales» (DCG 44).

6 Sagrada Congregación del Clero, Directorio General de Pastoral Catequética {Di-rectorium Catechisticum Genérale) (DCG). Edición bilingüe. Ediciones Secretariado Nacional de Catequesis, Madrid 1973.

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1. LA UBICACIÓN DE LA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS

El primer Directorio de catequesis postconciliar sitúa en la par­te sexta La acción pastoral del ministerio de la Palabra7, en el capítulo tercero (nn. 108-115), la formación catequética. No hay un capítulo especial dedicado a la FdC.

El lugar donde se coloca, dentro de un conjunto, una de­termina acción o realidad eclesial tiene su importancia por­que nos indica cómo es percibida y estructurada, en este caso la FdC, dentro de la globalidad de la catequesis. El encuadre de la formación de los catequistas en el primer Directorio es la acción pastoral. La formación está inspirada por la acción pastoral y para la acción pastoral. Se forma a los catequistas para una acción precisa: la acción pastoral8. En este momen­to del primer Directorio, la Iglesia no tenía bien clarificada la catequesis dentro del proceso evangelizador.

Los elementos de la acción pastoral que se explicitan son:

— Análisis de la situación (nn. 99-102).

— Programa de acción (nn. 103-107).

— Formación catequética (nn. 108-115).

— Instrumentos de trabajo (nn.116-124).

7Cfr. nn. 98-134. 8 No encontramos una definición de acción pastoral. Tras el epígrafe «acción pas­

toral», que encabeza el número 98, se dice: «De cuanto queda expuesto sobre el ac­to catequístico y el contenido de la catequesis nace el camino de la acción pastoral, cuyos puntos más importantes se examinan en esta parte. Tal acción requiere organis­mos apropiados, creados a nivel nacional por las Conferencias Episcopales, con misión deliberativa como de investigación y ejecutiva». Sigue una enumeración y ya se pasa a hablar del «análisis de la situación» (capítulo primero de esta parte sexta del Direc­torio). Se nota que estamos en un momento eclesial marcado por la preocupación de creación de estructuras que permitan poner en marcha realidades pastorales.

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— La organización de la catequesis (nn. 125-130).

— La necesidad de promover la investigación científica (nn. 131-134).

La necesidad de la formación viene como una exigencia para dar calidad a la acción pastoral.

Desde esta perspectiva, se establecen unas líneas básicas de la «formación catequética» orientativas para toda la Iglesia. Hay alusiones explícitas a los catequistas pero estas orientacio­nes entran en un contexto amplio de «formación catequéti­ca». Estamos ante los primeros pasos para delinear lo que es la FdC.

El número dedicado a la «formación de catequistas» (DCG 115) no describe lo que es la formación, sino que expone «la grandísima importancia» que debe darse a la formación de los catequistas y enumera los agentes de pastoral que deben recibirla: catequistas, seglares, religiosos, padres cristianos, diá­conos, sacerdotes, equipo sacerdotal, seminaristas, profeso­res de religión; un amplio abanico de destinatarios. Como se ve por los agentes de pastoral nombrados, la catequesis está entendida de manera muy amplia. Da la impresión de que aún no está bien delimitada la figura del catequista ni de la catequesis.

2. LAS INSISTENCIAS DE LA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS

Necesidad de personas verdaderamente formadas

El principio básico de formación catequética queda recogi­do nada más iniciar el capítulo:

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«Cualquier actividad pastoral que no cuente para su realiza­ción con personas verdaderamente formadas y preparadas, necesariamente carecerá de valor. Los mismos instrumentos de trabajo no pueden ser eficaces si no son manejados por ca­tequistas bien formados. Por tanto, la adecuada formación de catequistas debe preceder a la renovación de los textos y a una más sólida organización de la catequesis» (DCG 108).

Como se ve, toda la fuerza de la acción catequética se con­centra en la adecuada formación de los catequistas. Este pá­rrafo será asumido íntegramente por el Directorio de 19979.

La consecuencia de este principio es la propuesta de crea­ción de lugares deformación: crear institutos superiores y escue­las de catequesis (DCG 109). Es de destacar que se menciona la formación de «quienes desempeñan actividades catequéticas a nivel nacional» (DCG 108), «catequistas ¡dóneos para dirigir la catequesis diocesana» (DCG 109), «las personas dedica­das a tiempo pleno a la tarea de catequizar» (DCG 109). Po­demos deducir que en estos momentos, el Directorio orien­ta la importancia de la formación hacia las personas llamadas a ejercer responsabilidad de gobierno en materia catequéti­ca en las Iglesias locales.

Finalidad de la formación catequética

En el Directorio se ve claramente la meta de la formación:

«La formación catequética se centra fundamentalmente en desarrollar la aptitud y capacidad para comunicar el men­saje evangélico. Por consiguiente, exige una formación teo-lógico-doctrinal, antropológica y metodológica cuidada, según el nivel científico que se tenga que alcanzar. Sin embargo, los conocimientos doctrinales no son el término de la for-

9 Cfr. DCC 234.

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mación. En efecto, la formación queda completada cuando el catequista es capaz de elegir el modo más apto para co­municar el mensaje evangélico a grupos y personas que se encuentran en situaciones siempre diversas y particulares» (DCG 111).

La FdC tiene su originalidad en que es una formación pa­ra comunicar el mensaje evangélico, y se completa o ultima cuando el catequista es capaz de autonomía de elección del modo más apto de comunicación del Mensaje ante la reali­dad del grupo de personas a las que catequiza. Dicho de otra manera, cuando el catequista no es dependiente de un libro o método, sino cuando sabe organizar y construir la cateque­sis de acuerdo a las situaciones de las personas. Este horizon­te de formación es realmente ambicioso. Podemos decir que la FdC es lograr que los catequistas sean autores de sus ca­tequesis, gente capaz de dar respuesta a la realidad de las personas que le son encomendadas.

Los ejes de la formación catequética

>• Eje de la doctrina

«Es evidente la necesidad de adquirir una fuerte formación doc­trinal [...]. La Sagrada Escritura es como el alma de toda esta for­mación» (DCG 112,a). Comienza a resaltarse la importancia de la Sagrada Escritura en la FdC. La capacitación en la doctri­na (el nombre mismo indica una situación contextual donde todavía no se ha renovado el vocabulario catequético de siglos y etapas precedentes) tiene tres finalidades concretas. Una ata­ñe al catequista directamente: «Transmitir con exactitud el men­saje evangélico» (DCG 112,a). Las otras dos miran a los cate-quizandos. La capacitación de los catequistas es necesaria con el fin de «capacitar a los mismos catequizandos para recibir ese mensaje de manera activa y, además, discernir lo que es con-

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forme a la fe» (DCG 112,a). Implícitamente se está pidiendo al catequista «algo más» que la transmisión de un saber. Se le es­tá sugiriendo una tarea de lo que más adelante será mejor pre­cisado con palabras como acompañante, guía... Se ve que «la­te» en el fondo una realidad que va más allá del simple maestro que enseña. Con la reflexión posterior todo quedará mucho más claro.

>• Eje de las ciencias humanas

En una época de enorme incremento de las ciencias del hom­bre, éstas deben entrar en la formación del catequista con un objetivo bien concreto: «Lo que les puede ayudar directamen­te a adquirir la capacidad de comunicar» (DCG 112,b).

>• Eje de la metodología

Se define la metodología como «atenta consideración de los medios comprobados por la experiencia» (DCG 112,c). Desde esta definición, que carga el acento en lo que está experimen­tando, se entiende que a la formación del catequista se le pida «conceder mayor importancia a los ejercicios prácticos que a la enseñanza teórica de la pedagogía» (DCG 112,c). No obs­tante, se añade que «la enseñanza teórica es necesaria para ayudar al catequista a adaptarse a las diferentes situaciones, pa­ra evitar el empirismo en la transmisión de la catequesis, para percibir los cambios existentes en las relaciones educativas y para orientar bien el trabajo futuro» (DCG 112,c).

Estilo de introducir en el arte catequético

Se comienza hablando de «arte catequético». La terminolo­gía empleada sintetiza, de alguna forma, todo lo que se dice de la FdC en la que hay un elemento de originalidad perso­nal, de asimilación y de traducción personal de todas las cien-

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cias que entran en la formación del catequista. Si anterior­mente hemos visto que la FdC pretendía que el catequista fuera capaz de autonomía de elección del modo más apto de co­municación, ahora vemos otro matiz que completa esta auto-monía personal. No se trata sólo de una autonomía en el orden del saber, sino de una autonomía personalizada, asimilada, pasada por la propia identidad y vivencia personales.

El arte catequético consiste en que el catequista pueda «in­terpretar las reacciones de algún grupo o persona, para que sea capaz de discernir sus capacidades espirituales y elegir la manera por la que el mensaje evangélico pueda ser reci­bido fructuosamente» (DCG 113).

El catequista es como un artista de la catequesis; alguien capaz de construir su personal estilo de hacer catequesis o de ser comunicador del Evangelio con identidad propia. Como comunicador, tiene que tener agilidad para adaptarse al tipo de destinatario que tenga delante.

Esta maestría de adaptación exige un aprendizaje, una ejer-citación, un modo específico de preparar al catequista:

«El arte de dar catequesis se adquiere por la experiencia, por la guía de maestros competentes, por el ejercicio mismo de la función; a la adquisición de este arte contribuyen, al mismo tiempo, la aptitud para el apostolado, el conocimiento de la fe, de los hombres y de las leyes que rigen el progreso de ca­da hombre o el de las comunidades» (DCG 113).

Ser artista de la catequesis o el arte de dar la catequesis tiene como punto de apoyo una aptitud personal básica que es incrementada y enriquecida con la práctica y la reflexión sobre la práctica, con la presencia de maestros, con la fe sa­bida y vivida y con el aporte de las ciencias del hombre. Es algo que se aprende y que trabaja sistemáticamente.

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Vida espiritual

En la formación catequética se incluye la vida espiritual. De nuevo aquí, el vocabulario refleja una época concreta con un léxico circunstanciado. La vida espiritual es una exigencia de la misión que se le confía al catequista.

Por vida espiritual se entiende «la vida sacramental y espi­ritual, el hábito de la oración, un sentido profundo de la ex­celencia del mensaje cristiano y de su eficacia para trans­formar la vida y el ejercicio de la caridad, de la humildad y de la prudencia que permitan al Espíritu Santo perfeccionar su fecunda obra en los catequizandos» (DCG 114).

El protagonista es el Espíritu en la tarea evangelizadora, pero la vivencia de aquello que se propone a otros es me­diación que facilita la acción del Espíritu.

3. EN SÍNTESIS

• En el Directorio de 1971, la FdC está enmarcada dentro de lo que es la formación catequética. No se habla aún de una pastoral catequética, sino de la catequesis en la pastoral. La formación catequética es demandada por la eficacia pastoral.

• La FdC tiene algo de específico y elementos comunes con la formación de otras acciones pastorales. Sí que aparece con claridad la convicción de que sin agentes de pastoral formados y preparados es imposible una renovación y una novedad pastoral y catequética.

• La FdC tiene como original, desarrollar una aptitud y capa­cidad para comunicar el mensaje evangélico. El catequis­ta es, ante todo, un comunicador.

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• La FdC tiene una meta: que el catequista sea por sí mismo ca­paz de elegir el modo de comunicar el mensaje evangélico de acuerdo con los destinatarios. De alguna manera, se está pidiendo a la FdC que forme catequistas capaces de ser au­tores de la catequesis que hacen.

• Los pilares de la formación son: el noético (Teología y Sa­grada Escritura), las ciencias del hombre (en cuanto que éstas ayudan a adquirir capacidad de comunicar), la metodo­logía (entendida no de manera teórica, sino como prácti­ca reflexionada y guiada por maestros para evitar hacer de la catequesis un taller de experimentación).

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El Directorio de 1997

El día 15 de agosto de 1997, Juan Pablo II firmaba el nuevo Di­rectorio™ (DGC), que actualizaba y sustituía al Directorio de 1971. En el breve espacio de veintiséis años habían pasado mu­chas cosas11 en la Iglesia postconciliar. Se quería, por una par­te, mantener las líneas maestras del Directorio de 1971. Baste pa­ra ello observar el juego de palabras que se hace en el título mismo: Directorio Catequístico General (1971) frente al Direc­torio General para la Catequesis (1997). Por otra parte, había que incorporar el Magisterio elaborado en materia de evangeli-zación y catequesis en las décadas siguientes a 1971, y espe­cialmente la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católi­ca^2 en su edición típica, el día 8 de septiembre de 1997.

10 CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis, Ma­drid 1997.

" Podemos reseñar algunas: Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos (RICA), ed. española del Ordo Initiationis Christianae Adultorum, Editio Typica, Typis Polyglotis Vaticanis 1972. PABLO VI, Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975): AAS 58 (1976), pp. 5-76. JUAN PABLO II, Redemptor Hominis (4 de marzo de 1979): AAS 71 (1979), pp. 257-324. JUAN PABLO ll, Catechesi tradendae (16 de octubre de 1979): AAS, pp. 1277-1340. JUAN PABLO II, Dives in Misericordia (30 de noviembre de 1980). JUAN PABLO II, Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990): AAS 83 (1991), pp. 249-340. CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACiÓN DE LOS PUEBLOS, Guía para los ca­tequistas (3 de diciembre de 1993), Ciudad del Vaticano 1993.

12 Edición española: Asociación de Coeditores del Catecismo, Bilbao 2005.

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1. UN NUEVO MARCO PARA LA CATEQUESIS

La Iglesia particular

La FdC la sitúa el nuevo Directorio en la quinta parte dedicada a La catequesis en la Iglesia particular. El primer capítulo de es­ta quinta parte expone El ministerio de la catequesis en la Igle­sia particular. Situar como seno o matriz de la catequesis a la Iglesia particular trae como consecuencia que la Iglesia local será el centro de referencia y de responsabilidad de toda la ca­tequesis y, por tanto, de la FdC. El segundo capítulo se dedica a La formación para el servicio de la catequesis. Se comienza afirmando que «para el buen funcionamiento del ministerio ca-tequético en la Iglesia particular es preciso contar, ante todo, con una adecuada pastoral de los catequistas» (DGC 233). La FdC no sería «eficaz» sin una adecuada pastoral de catequesis. La catequesis no es sin más una acción pastoral, sino una con­creción específica, con identidad propia, de la acción pastoral. De ahí las expresiones «ministerio catequético», «pastoral de catequesis». La FdC no es un elemento autónomo; se com­prende dentro del conjunto del ser y del hacer de la Iglesia lo­cal y de la pastoral catequética que ésta se dé a sí misma.

Como puede observarse, hay un enriquecimiento grande en la forma de situar a la catequesis dentro de las tareas ecle-siales fruto de la reflexión catequética realizada a partir de la salida del primer Directorio de 1971.

Antes de puntualizar las líneas maestras de la FdC, tenemos que subrayar el hecho de que la formación de los catequistas se encuadre en la Iglesia particular13. La Iglesia particular, la

13 «El anuncio, la transmisión y la vivencia del Evangelio se realizan en el seno de una Iglesia particular o diócesis. La Iglesia particular está constituida por la comunidad de los discípulos de Jesucristo que viven en una espacio sociocultural determinado» (DGC 217). La Iglesia particular es la responsable directa de la transmisión de la fe; por eso lo será de la formación de los catequistas.

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comunidad de fe con características socioculturales propias, es la responsable de la catequesis y, como consecuencia, de la FdC capacitados para hacer esa catequesis. Se forma desde una Iglesia particular y para esa Iglesia. No hay catequistas «generalistas» o «catequistas por iniciativa personal», sino «si­tuados» en una Iglesia particular.

La pastoral de catcquesis

Resaltado el hecho de que el Directorio de 1997 coloca la FdC en la Iglesia particular, lo primero que advertimos es que se comienza por la pastoral de catequesis (DGC 233). La FdC es una parte de la pastoral de catequesis. Se evita así impar­tir una FdC al margen de la catequesis que los catequistas tendrán que realizar en Iglesia local según unas opciones muy concretas. La FdC no es una acción aislada de la cate­quesis. No se da una formación «general» y después se dice al catequista que él se las apañe para hacer catequesis.

El conjunto de la pastoral de catequesis (DGC 233) se des­cribe como:

— Suscitar vocaciones de catequistas.

— Promover catequistas a tiempo pleno.

— Distribuir equilibradamente a los catequistas según los sectores de destinatarios.

— Promover responsables de los catequistas.

— Cuidar la atención personal y espiritual de los catequistas.

— Coordinar a los catequistas con los demás agentes de pastoral de manera que haya una acción evangeliza-dora global y coherente.

Se trata de elementos complementarios que se apoyan cons­tituyendo un tejido coherente dentro de las comunidades cris-

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tianas. Una FdC sin pastoral de catequesis no es concebible en el nuevo Directorio.

En resumen, vemos que la FdC tiene dos coordenadas de situación: la Iglesia local y la pastoral de catequesis.

2. LA IMPORTANCIA DE LA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS

Para señalar la importancia de la FdC se toman las afirmacio­nes de DCG:

«Cualquier actividad pastoral que no cuente para su realiza­ción con personas verdaderamente formadas y preparadas, po­ne en peligro su calidad» (DGC 234, citando DCG 108a).

Puesto este principio, hay una concreción nueva:

«La pastoral catequética diocesana debe dar absoluta prio­ridad a la formación de los catequistas laicos. Junto a ello, y como elemento realmente decisivo, se deberá cuidar al má­ximo la formación catequética de los presbíteros, tanto en los planes de estudio de los seminarios como en la forma­ción permanente» (DGC 234).

Conviene destacar que se nombra en primer lugar a los cate­quistas laicos, aunque se reconoce que es decisiva la formación catequética de los presbíteros. La Iglesia local, responsable de la catequesis, tiene señalado como prioridad la formación de catequistas /a/co5. Hay un cambio sobre el Directorio de 1971, que miraba más a los responsables de la catequesis. Ahora, en 1997, se tiene en cuenta la realidad de muchas comunidades cristianas cuyos catequistas son mayoritariamente laicos. Se alu­de a lo decisiva que es la formación catequética de los presbíte­ros, pero esta formación entra en otro plan de estudios que des­borda las competencias del Directorio.

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3. FINALIDAD Y NATURALEZA DE LA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS

Finalidad

El DCC asume la finalidad que el primer Directorio había se­

ñalado:

«Capacitar a los catequistas [...] para realizar un acto de co­municación [...] del mensaje evangélico» (DGC 235, ci­tando DCG 111).

El catequista se forma para ser comunicador del Evangelio:

«La formación trata de capacitar a los catequistas para transmi­tir el Evangelio a los que desean seguir a Jesucristo» (DGC 235).

De alguna manera, la finalidad de la catequesis le da ya na­turaleza, consistencia y forma. La FdC está revestida de aque­llo que pretende realizar: el anuncio de Jesucristo. La FdC mira a formar para transmitir el Evangelio.

Naturaleza de la formación de catequistas

Hablar de naturaleza es hablar de aquello que constituye lo esencial de la FdC. Hay elementos que si faltan, podremos hablar de otra cosa, pero no fe FdC. No hay verdadera FdC sin la dimensión cristológica y eclesial.

>- Dimensión cristocéntrica de la formación de catequistas

Puesto que la catequesis tiene una finalidad cristocéntrica14

(el anuncio de Jesucristo), lo que la FdC persigue es que el ca­tequista pueda

14 «El fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en co­munión, en intimidad con Jesucristo» (DCC 80).

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«animar eficazmente un itinerario catequético en el que, mediante las necesarias etapas, anuncie a Jesucristo, dé a conocer su vida, encarnándola en el conjunto de la Histo­ria de la salvación; explique su misterio de Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros; y ayude, finalmente, al catecú­meno o al catequizando a identificarse con Jesucristo en los sacramentos de iniciación» (DGC 235).

La expresión «que el catequista pueda animar eficazmente un itinerario catequético» deja muy clara la finalidad de la for­mación de catequistas: animar un itinerario catequético, que es mucho más que «salir del paso» en la reunión de grupo.

Implícitamente se está aceptando que el anuncio de Jesu­cristo exige etapas progresivas, no se hace en un día. Y, ade­más, que los itinerarios pueden ser diversos, según la realidad de quienes los recorren. Se busca una capacitación para dar respuesta a la realidad plural que pueden presentar las perso­nas que emprenden un camino de iniciación en la vida de la comunidad cristiana. La catequesis no es para otra cosa que no sea iniciar en la vida cristiana. Y el anuncio de Jesucristo no se hace «de golpe», sino en tiempo largo a través de etapas, es de­cir, en un itinerario. La catequesis es entendida por itinerarios, no por reuniones puntuales o desconectadas. Es cierto que se habla de catequesis ocasionales^5 en el Directorio:

«La catequesis ocasional que, ante determinadas circuns­tancias de la vida personal, familiar, eclesial y social, trata de ayudar a interpretarlas y vivirlas desde la fe» (DGC 71).

15 Lo ocasional en la vida de las personas tiene mucha importancia y hay que dar­le importancia. La historia de cada persona es un misterio inesperado y sorprendente. Las personas tienen que poder narrar sus experiencias y sus inquietudes vitales. Pero es importante que los catequistas se den tiempo y dejen que las personas se den tiem­po, sin perder de vista que lo ocasional puede ser el principio, el umbral de un cami­no largo y sistemático de encuentro con Cristo según la fe de la Iglesia.

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Esta modalidad de catequesis ocasional está prevista en el Directorio de 7997entre las «formas múltiples de catequesis per­manente» (nn. 71 -72). Aún así, se pide que estas catequesis es­tén bien trabadas «en el proyecto catequético de la comunidad cristiana para que la Iglesia particular crezca armónicamente y su actividad evangelizadora mane de auténticas fuentes» (DGC 72).

Pero la catequesis de iniciación, «por ser orgánica y siste­mática, no se reduce a lo meramente circunstancial u ocasio­nal» (DGC 68). Posibilitar la total apertura a Cristo, que es lo que la catequesis persigue, es cuestión de «darse tiempo».

Veremos más adelante cómo hay que entender el término «animar» un itinerario16. Pues habrá que conjugar la dimen­sión técnica y la propia vivencia cristiana. La catequesis es concebida más como línea que se extiende en el tiempo que como punto; más como camino largo que como camino cor­to (Éx 13,17).

La dimensión cristocéntrica de la catequesis tiene una rela­ción directa con la formación del catequista; éste tiene que ser formado en aquello que deberá ofrecer a los otros: el misterio de Jesucristo. De ahí que la naturaleza de la formación de ca­tequistas esté basada sobre un pilar cristológico:

«Esta perspectiva cristológica incide directamente en la identi­dad del catequista y en su preparación. "La unidad y armonía del catequista se deben leer desde esta perspectiva cristológi­ca y han de construirse en base a una familiaridad profunda con Cristo y con el Fadre en el Espíritu."» (DGC 235).

' Cfr. DGC nn. 244-245.

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>- Dimensión eclesial

Pertenece también a la naturaleza de la FdC la dimensión eclesial:

«La formación de los catequistas no es otra cosa que un ayu­dar a éstos a sumergirse en la conciencia viva que la Iglesia tiene hoy del Evangelio, capacitándoles así para transmitir­lo en su nombre [...] Esta eclesialidad de la transmisión del Evangelio impregna toda la formación de los catequistas, confiriéndole su verdadera naturaleza» (DGC 236).

La conciencia viva del Evangelio que tiene la Iglesia donde el catequista es miembro, configura el Evangelio que el catequista vive y propone. El Evangelio lo vive el catequista en una Iglesia histórica, concreta, y este hecho configura la formación de los catequistas. La vivencia del Evangelio debe estar «situada» en el aquí y ahora de una comunidad cristiana concreta: la Iglesia local. Si se ha situado, como hemos visto anteriormente, a la ca­tequesis en el corazón de la Iglesia local, se sigue con lógica que la FdC tenga como elemento característico de su naturale­za la eclesialidad, la cual no se puede entender sólo como una característica de orden jurídico o disciplinario, para regular y controlar, sino de orden vivencial, comunitario, como sensibi­lidad espiritual con la que una Iglesia particular vive y asume el Evangelio y engendra creyentes nuevos en su seno maternal (DGC 79).

4. CRITERIOS INSPIRADORES DE LA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS

Puesto que el Directorio no es un tratado de formación de ca­tequistas, sino una fuente de inspiración y de referencia para la FdC de todas las Iglesias, se dan unos criterios básicos de for­mación (DGC 237).

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Formar catequistas para las necesidades evangelizadoras de este momento histórico

El punto de partida de la formación es que el catequista sea persona de nuestro hoy y en sintonía con nuestro hoy, con la realidad, porque a la realidad del presente es enviada la Iglesia a predicar y, con ella, el mismo catequista. Conocer la realidad del momento en que vivimos y lo concreto de las personas a las que son enviados los catequistas es criterio elemental de formación. Evangelizar entronca con aspectos propios de la ley de encarnación: acampó entre nosotros, que la plegaria eucarística cuarta resume bellamente así: «El cual se encar­nó por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado». Esto exige: fe profunda, identidad cristiana y ecle-sial, así como sensibilidad social. Para entender lo que aquí se pretende, hay que mirar a otras partes del Directorio, co­mo los números de la exposición introductoria (DGC nn. 16-23). Un catequista «reñido» con la realidad de nuestro mun­do difícilmente puede anunciar a Jesucristo. Esta sensibilidad hacia la realidad de nuestro hoy es el eslabón de la encarna­ción para poder hablar de Dios. Encontramos una síntesis ajustada cuando se dice en el Directorio:

«Esta exposición introductoria pretende estimular a los pas­tores y a los agentes de la catequesis a tomar conciencia de la necesidad de mirar siempre el campo de la siembra17 y hacerlo desde la fe y la misericordia» (DGC 14).

17 «Como madre de los hombres, lo primero que ve la Iglesia, con profundo do­lor, es una multitud ingente de hombres y mujeres: niños, adultos y ancianos, en una palabra, de personas humanas concretas e irrepetibles, que sufren el peso intolerable de la miseria. Ella, por medio de una catequesis en la que la enseñanza social de la Igle­sia ocupe su puesto, desea suscitar en el corazón de los cristianos el compromiso por la justicia y la opción o amor preferencial por los pobres, de forma que su presencia sea realmente luz que ilumine y sal que transforme» (DGC 17).

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«El cristiano sabe que en toda realidad y acontecimiento hu­mano subyacen al mismo tiempo:

— la acción creadora de Dios, que comunica a todo su bon­dad;

— la fuerza que proviene del pecado, que limita y entorpe­ce al hombre;

— el dinamismo que brota de la Pascua de Cristo, como ger­men de renovación, que confiere al creyente la espe­ranza de una «consumación» definitiva.

Una mirada al mundo que prescindiese de alguno de estos tres aspectos no sería auténticamente cristiana. Es impor­tante, por eso, que la catequesis sepa iniciar a los catecú­menos y a los catequizandos en una lectura teológica de los problemas modernos» (DGC 16).

Formar catequistas para una catequesis determinada

La formación de los catequistas brota de la identidad de ca­tequesis. Qué es catequesis y qué entiende la Iglesia por cate­quesis influye en la formación de catequistas. El catequista tiene derecho a una formación específica, a estar formado pa­ra una catequesis concreta. Tres palabras, muy ambiciosas, resumen lo que el catequista tiene que llegar a ser: maestro, educador y testigo (DGC 237).

Hoy tenemos que hablar de formar catequistas capaces de llevar adelante una catequesis de iniciación18. Así entiende hoy la Iglesia la catequesis, como catequesis de iniciación, «como eslabón necesario entre la acción misionera, que lla-

18 Cfr. los documentos que se citan en el Apéndice donde se ve la concreción prác­tica que hacen dos Iglesias particulares de esta forma de entender la catequesis hoy.

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ma a la fe, y la acción pastoral, que alimenta constantemente a la comunidad cristiana» (DGC 64), «como elemento fun­damental de la iniciación cristiana» (DGC 66).

Una formación integradora

El término «integradora» puede llevar a algunos a pensar en for­mación «integrista». Pero son dos cosas bien diferentes. Una catequesis integradora pide catequistas integrados. Tres con­ceptos fundamentales encierra el término «integradora»:

• Catequistas creadores, es decir, hacedores, promotores de comunión y de comunidad, no rompedores de la Iglesia o francotiradores que «dan la catequesis» que quieren.

• Catequistas que posean unos conocimientos suficien­tes y que lleven adelante una catequesis que integre los saberes, los cohesione y los armonice, sin acentuar mu­cho unas cosas y olvidando o dejando al margen otras; por ejemplo, insistencia en lo social sin atender a la di­mensión orante o celebrativa. Se trata de conjugar todas las dimensiones de la catequesis (DGC nn. 67-68).

• Catequistas que hayan integrado o armonizado su pro­pia vida. La formación lleva aneja la integración de la persona misma del catequista, exigencia que se pide en diversos momentos para llegar a ser buen catequista (DGC 239, 241). Una persona íntegra es la que tiene una for­mación asimilada, hecha personal. Sus saberes no son algo yuxtapuesto a su vivencia.

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Una formación que respete la originalidad laica de los catequistas19

Se da por hecho que los catequistas son cuantitativamente lai­cos más que clérigos o religiosos. La formación de los cate­quistas no es una «mini-formación clerical». No se puede per­der de vista la originalidad laical.

«Los laicos ejercen la catequesis desde su inserción en el mundo, compartiendo todo tipo de tareas con los demás hombres y mujeres, aportando a la transmisión del Evange­lio una sensibilidad y unas connotaciones específicas: "es­ta evangelización [...] adquiere una nota específica por el hecho de que se realiza dentro de las comunes condiciones de la vida en el mundo"» (DGC 230).

Una formación con una pedagogía propia

El Directorio cuida mucho este aspecto de la forma en que se educa a los catequistas.

«Debe existir una coherencia entre la pedagogía global de la formación del catequista y la pedagogía propia de un pro­ceso catequético. Al catequista le sería muy difícil improvi­sar, en su acción catequética, un estilo y una sensibilidad en los que no hubiera sido iniciado durante su formación» (DGC 237).

Da la impresión de que se recoge aquí la insistencia que el DCG daba a las prácticas y a la experiencia reflexionada como metodología de formación de los catequistas (cfr. n. 113). Este criterio de pedagogía de la formación de catequistas sitúa la

19 El documento El catequista y su formación (cfr. nota 5, p. 10) dedica ios números 96-97 a la teología del laicado. Al comparar lo que allí se dice con el Directorio de 1997, llama la atención el «olvido» de la denominación de la Iglesia como «Pueblo de Dios».

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formación en un camino distinto de la formación de otros agen­tes de pastoral de la comunidad cristiana y exige creatividad para estructurar los planes de formación, «teniendo como re­ferencia metodológica» lo que el catequista debe hacer en su grupo o con las personas que anime, aunque no formen grupo (pensemos en catequistas que animan a una persona sola).

5. DIMENSIONES DE LA FORMACIÓN

Acabamos de ver los criterios por los que la FdC debe regirse. El Directorio delinea también un «mapa» de los ejes que tiene que tener la formación. Es un mapa amplio que cada Iglesia tie­ne que llenar de contenido. Se dan principios orientadores que después las Iglesias locales deberán rellenar. Se ponen los ele­mentos básicos de las dimensiones que la FdC tiene que cui­dar y armonizar para que nos salga un catequista razonablemen­te formado en la totalidad de los aspectos que le harán falta en el ejercicio de su tarea evangelizadora.

Las dimensiones de la persona que la FdC debe tener pre­sentes son tres: el ser, el saber y el saber hacer (DGC 238), es decir, testigo (ser), maestro (saber) y educador (saber hacer).

Ser

La primera dimensión es la del ser. Queda explicitada en es­tos términos:

«La [dimensión] más profunda hace referencia al ser del ca­tequista, a su dimensión humana y cristiana» (DGC 238).

Se concibe a la persona como una unidad. Al hablar del ser se entendería mal si se fragmentara y sólo creyéramos que se refiere a la maduración humana de la persona. La forma-

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ción debe ayudar al sujeto a madurar a la vez como «perso­na, como creyente y como apóstol» (DGC 238).

• Ser persona. Partiendo de un mínimo de madurez hu­mana, «el ejercicio de la catequesis, constantemente dis­cernido y evaluado, permitirá al catequista crecer en equi­librio afectivo, en sentido crítico, en unidad interior, en capacidad de relación y de diálogo, en espíritu construc­tivo y en trabajo de equipo [...] respeto y amor hacia los catecúmenos y catequizandos» (DGC 239). El ejercicio de la catequesis es lugar de educación del propio ser per­sonal. No sólo hay que ser para hacer la catequesis, sino que haciendo la catequesis se aprende a ser.

• Ser creyente. De nuevo se insiste en que «el ejercicio de la catequesis alimente y nutra la fe del catequista hacién­dole crecer como creyente» [...] «cada tema catequético [...] debe nutrir la fe del propio catequista» (DGC 239).

• Ser apóstol. La conciencia apostólica se alimenta y for­ma por tres vías: «Conocer y vivir el proyecto de evan-gelización concreto de su Iglesia diocesana y el de la parroquia» (DGC 239); «identificarse con la figura de Jesucristo, maestro y formador de discípulos, tratando de hacer suyo el celo por el Reino que Jesús manifestó» (DGC 239); «a partir del ejercicio de la catequesis, la vocación apostólica irá constantemente madurando» (DGC 239).

Conviene destacar la importancia dada al «ejercicio de la catequesis» en la maduración del ser del catequista. En tér­minos de evangelización, la acción evangelizadora es tam­bién lugar de crecimiento personal. Por decirlo en una frase: el anuncio de la fe influye en el agente de catequesis en su di­mensión humana y creyente. La fe anunciada humaniza al anunciador y le hace más creyente.

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Saber

El catequista es definido como «maestro que enseña la fe» (DGC 240). El nivel de contenido doctrinal de la formación de un catequista «es el mismo que el de la catequesis que de­be transmitir» (DGC 240). Al catequista no se le pide más de lo que tiene que dar. Se le diferencia así de un maestro en teo­logía. Los contenidos de la formación doctrinal vienen pedidos por el mismo proceso orgánico de la catequesis: la Historia de la salvación y los grandes núcleos del mensaje cristiano (símbolo, liturgia, moral y oración). Las dos referencias fun­damentales para la FdC son: la Sagrada Escritura «deberá ser el alma de toda esta formación» (DGC 240) y «el Catecismo de la Iglesia Católica es la referencia doctrinal fundamental de toda formación juntamente con el Catecismo de la propia Iglesia particular o local» (DGC 240).

Más concretamente, los ejes de este saber se especifican en:

• La formación bíblico-teológica debe ser «de carácter sin­tético, que corresponda al anuncio que se ha de transmi­tir», con una «visión orgánica» (DGC 241).

La síntesis ha de ayudar «al catequista a madurar su pro­pia fe, al tiempo que le capacite para dar razón de la es­peranza en un tiempo de misión» (DGC 241). Tiene que ser una formación bíbl ico-teológica «muy cercana a la experiencia humana, capaz de relacionar los diferentes aspectos del mensaje cristiano con la vida concreta de los hombres y las mujeres» (DGC 241). Todos los con­tenidos que el catequista necesita adquirir tienen que ser impartidos con un «sello» especial. A esto se le llama una formación con «talante catequético» (DGC 241). Lo que se le pide al catequista como «normas y criterios para la presentación del mensaje evangélico» (cfr. DGC 94-118), se deberá, primeramente, realizar con él en el

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tiempo de la formación20. Por último, la formación bí-blico-teológica ha de ser tal que el catequista «pueda no sólo transmitir con exactitud el mensaje evangélico, sino también capacitar a los mismos catequizandos pa­ra recibir ese mensaje de manera activa y poder dis­cernir lo que, en su vida espiritual, es conforme a la fe» (DGC 241). Es decir, que el saber bíbl ico-teológico de­be capacitar a la vez: un saber verdadero, una aptitud para transmitirlo con exactitud y una dimensión peda­gógica, que mira no tanto al contenido del mensaje, si­no a la acción pedagógica para que el catequizando reciba el mensaje y confronte su vida con el mismo.

La formación en las ciencias humanas (DGC 242). Se reconoce y acepta el empleo de las ciencias profanas; al menos «algunos elementos fundamentales» (DGC 242) de la psicología y de las ciencias sociales que propor­cionan «el conocimiento del contexto sociocultural en que vive el hombre y que afecta decisivamente a su vi­da» (DGC 242). Después se cita también a las «ciencias de la educación y ciencias de la comunicación» (DGC

20 Las normas y criterios aludidos son: cristocentrismo del mensaje evangélico (98), cristocentrismo trinitario del mensaje evangélico (99-100), mensaje que anuncia la salva­ción (101-102), un mensaje de liberación (103-104), eclesialidad del mensaje (105-106), carácter histórico del misterio de la salvación (107-108), la inculturación del mensaje evangélico (109-110), integridad del mensaje evangélico (111-113), un mensaje orgáni­co y jerarquizado (114-115), un mensaje significativo para la persona humana (116-117). La exposición de las normas y criterios termina con estas palabras: «De estos criterios y normas, sin embargo, no puede deducirse el orden que hay que guardar en la exposición del contenido. En efecto, "es posible que en la situación actual de la catequesis, razones de método o de pedagogía aconsejen organizar la comunicación de las riquezas del con­tenido de la catequesis de un modo más bien que de otro". Se puede partir de Dios para llegar a Cristo, y al contrario; igualmente, se puede partir del hombre para llegar a Dios, y al contrario. La adopción de un orden determinado en la presentación del mensaje de­be condicionarse a las circunstancias y a la situación de fe del que recibe la catequesis. Hay que escoger el itinerario pedagógico más adaptado a las circunstancias por las que atraviesa la comunidad eclesial o los destinatarios concretos a los que se dirige la cate­quesis. De ahí la necesidad de investigar cuidadosamente y de encontrar los caminos y los modos que mejor respondan a las diversas situaciones» (DGC 118).

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242). Se da como criterio la autonomía de las ciencias y su uso «con vistas a la fe en que se quiere educar» (DGC 243) al hombre. Hay que «evitar que estas ciencias se conviertan en la única norma para la pedagogía de la fe, prescindiendo de los criterios teológicos que dima­nan de la misma pedagogía divina» (DGC 243).

Saber hacer

La catequesis tiene su origen en la confesión de fe y condu­ce a la confesión de fe (DGC 82). Este punto de partida y esta meta pasan por un acto educativo cuyos dos grandes pilares son la transmisión de la fe y la experiencia de vida cristiana. No se da por hecho que se sepa transmitir. El catequista es adiestrado o formado para transmitir. A la catequesis le corres­ponde la «educación de las diferentes dimensiones de la fe, ya que la catequesis es una formación cristiana integral, abier­ta a todas las esferas de la vida cristiana» (DGC 84). Para po­der realizar su tarea, el catequista tiene que aprender a ha­cer bien, a transmitir bien.

«La cima y el centro de la formación de catequistas es la aptitud y habilidad de comunicar el mensaje evangélico» (DGC 235, citando DCG 111).

El catequista no es un comunicador sin más, sino un «edu­cador que facilita la maduración de la fe que el catecúmeno o el catequizando realiza con la ayuda del Espíritu Santo» (DGC 244). El contenido que se comunica en la catequesis, que es el mismo Cristo21, «modifica la propia vida» y cuenta

21 «La comunión con Jesucristo, por su misma dinámica, impulsa al discípulo a unirse con todo aquello con lo que el propio Jesucristo estaba profundamente unido: con Dios, su Padre, que le había enviado al mundo, y con el Espíritu Santo, que le im­pulsaba a la misión; con la Iglesia, su Cuerpo, por la cual se entregó; con los hombres, sus hermanos, cuya suerte quiso compartir» (DGC 81).

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con un elemento que se escapa de las manos tanto al catequista como al catecúmeno: la acción del Espíritu Santo. Lo primero que el catequista tiene que saber hacer es «respetar la pedago­gía original de la fe» (DGC 244), porque el catequista no es due­ño de la fe. Después tendrá que saber: centrarse en las perso­nas concretas, interpretar y responder a las demandas educativas, activar procesos de aprendizaje y conducir un grupo humano hacia la madurez. Todo esto realizado de manera personal, co­mo quien transmite algo que le atañe y que vive con originali­dad personal. De ahí que se insista en que:

«[...] el catequista adquiera su estilo propio de dar cateque­sis, acomodando a su propia personalidad, los principios ge­nerales de la pedagogía catequética» (DGC 244).

Para llegar a este estilo propio conviene tener en cuenta que:

«[...] el fin y la meta ideal es procurar que los catequistas se conviertan en protagonistas de su propio aprendizaje, situando la formación bajo el signo de la creatividad y no de una me­ra asimilación de pautas externas. Por eso debe ser una forma­ción muy cercana a la práctica: hay que partir de ella para volver a ella» (DGC 245).

6. LUGARES DE FORMACIÓN DE LOS CATEQUISTAS

El primer y básico lugar de formación es «la propia comuni­dad cristiana» (DGC 246). Afirmación importante y que sigue la lógica de haber situado a la catequesis en el corazón de la Iglesia local. La vida comunitaria es lugar primero e insusti­tuible de formación. En la comunidad Cristina nace la voca­ción y el sentido apostólico; en la comunidad cristiana se ma­dura progresivamente. Para todo esto «la figura del sacerdote es fundamental» (DGC 246).

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Se distinguen diversos tipos de acciones formativas en el seno de la comunidad:

— «Alimentar constantemente la vocación eclesial de los catequistas» (DGC 247).

— «Procurar la maduración de la fe de los propios cate­quistas, a través del cauce normal con el que la comu­nidad educa en la fe a sus agentes de pastoral y los lai­cos más comprometidos» (DGC 247).

— «La preparación inmediata de la catequesis, realizada con el grupo de catequistas, es un medio excelente, sobre todo si va seguida de una evaluación de todo lo experimentado» (DGC 247).

— «Otras actividades formativas», entre las que se enume­ran los cursos, los retiros, las convivencias, es decir, la formación doctrinal más sistemática.

Es importante resaltar la importancia que se da en la for­mación de los catequistas a la vida de la comunidad y a la mis­ma acción que el catequista realiza; se mencionan los cursos de cualquier tipo que sean. Se excluye, de esta manera, a los ca­tequistas «que vienen de visita al grupo», cumplen con su «em­pleo o tarea» y se van, sin vivir la realidad de la comunidad. La comunidad es seno de formación porque es también el seno de la vivencia de la fe, y es seno de alumbramiento o de «engen­dramiento» de catequistas. Cada comunidad cristiana está lla­mada a tener sus propios catequistas.

Después de poner este principio básico de la comunidad co­mo lugar de formación de los catequistas, ya se enuncian otros lugares de formación: escuelas de catequistas de base (248), escuelas de responsables (249) o centros superiores para pe­ritos en catequesis (251).

Cada uno de estos lugares tiene su originalidad y sus ob­jetivos. No se puede pedir a la comunidad local objetivos que sí podrán aportar los Institutos Superiores, por ejemplo.

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7. SÍNTESIS COMPARATIVA

ESQUEMA COMPARATIVO DE LA FORMACIÓN EN LOS DOS DIRECTORIOS

DIRECTORIO 1971

Marco • La acción pastoral.

Importancia

La FdC debe preceder.

Finalidad • Capacitar para comunicar

el mensaje evangélico.

• Autonomía de elección del modo de comunicación del mensaje.

DIRECTORIO 1997

Marco • La Iglesia particular.

• La pastoral catequética de la Igle­sia particular.

Importancia

• La FdC debe preceder.

• Absoluta prioridad catequistas laicos.

Finalidad • Capacitar para ser comunicador

del Evangelio = finalidad cristocén-trica.

• Animar un itinerario catequético: anuncio, conocimiento, identifica­ción por los sacramentos.

Naturaleza

Cristológica: la FdC incide en la iden­tidad del catequista y en su prepa­ración.

Criterios inspiradores de la FdC:

• Formar catequistas para las nece­sidades del momento histórico.

• Formación específica de catequis­tas que nace de la identidad de la catequesis.

• Formación plena y completa.

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Ejes de la formación • Doctrina.

• Ciencias humanas.

• Metodología.

Estilo de la formación

• Con maestros competen­tes.

• Ejercicio, que es lo que da experiencia.

• Originalidad del catequista laico.

• Pedagogía apropiada: enseñar la manera en que el catequista tie­ne que hacer la catequesis.

Dimensiones de la formación

• Ser: persona, creyente, apóstol.

• Saber: bíblico-teológico, ciencias humanas, ciencias de la educa­ción y de la comunicación.

• Saber hacer: educador con esti­lo propio.

Estilo de formación

Pasa a ser un criterio de la FdC (pe­dagogía apropiada).

Lugares de formación

• El principal, la vida de la comu­nidad.

• La preparación de la catequesis en grupo.

• Cursos sistemáticos y cursillos ocasionales o monográficos.

La FdC sigue una línea de complementariedad profundizada. El Directorio'97 es más acabado y sistemático. Recoge la re­flexión catequética postconciliar y la experiencia eclesial de la FdC en la Iglesia. Mientras el Directorio'71 era, en cierto modo, motor del movimiento catequético, el Directorio'97 estructura la FdC de manera más clara.

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Podemos destacar algunas líneas significativas:

1. El lugar donde se coloca la FdC. El Directorio'77 la co­loca en la acción pastoral, como formación que prepara pa­ra una acción concreta, la catequesis, o para una organiza­ción y animación de la catequesis. El Directorio'97 sitúa la FdC en la Iglesia local, como un acto eclesial local con fiso­nomía y originalidad propias. El catequista es un fruto que per­tenece a la esencia de lo que es la comunidad cristiana local. Tanto la catequesis como la FdC es tarea prioritaria de la Igle­sia local. No hay una formación estándar de catequistas, si­no una FdC en y para una Iglesia local. El punto de encuen­tro eclesial universal de la FdC no es lo concreto, sino los grandes principios inspiradores de la FdC. La aplicación prác­tica es responsabilidad inherente a la Iglesia local, que vive, celebra y anuncia a Jesús vivo en unas coordenadas históri­cas propias.

2. La naturaleza de la FdC no es considerada en el Di­rectorio'71, mientras que en el Directorio'97 se precisa bien. Es lógica esta novedad que deriva de la reflexión eclesial so­bre la catequesis realizada entre 1971 y 1997. La formación de los catequistas está en íntima relación con la definición de catequesis y con la finalidad de la acción catequética, que consiste en proclamar el mensaje de Jesucristo. Así, pues, la naturaleza de la FdC le viene dada por la catequesis y por Cristo, centro del mensaje de la catequesis. La acción pasto­ral no es la inspiradora de la FdC, sino una plasmación de la comprensión que la Iglesia tiene de sí y de su realizarse his­tóricamente.

3. El Directorio'97 puntualiza unos criterios claros de FdC. En estos criterios se recoge el espíritu del Directorio'71. Pero hay acentuaciones significativas. Mientras en 1971 los destinatarios de la formación eran sobre todo los responsa­bles de la catequesis, el Directorio'97 pone el acento en los catequistas laicos, los catequistas de base. Hay un cambio

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perceptible en la vida de la Iglesia: la catequesis está en ma­nos de laicos más que en manos de clérigos. El catequista no es un clérigo «en pequeño», sino un laico con un ministerio eclesial específico. Formar catequistas no es formar «clérigos rebajados», con una formación menor, sino laicos con una ca­pacidad de comunicación del mensaje evangélico.

4. En el Directorio71 se habla de «ejes de formación»; el Directorio'97 habla de «dimensiones de la formación». El cam­bio es importante se pasa a primer término la persona del Catequista. La FdC no parte de lo que hay que saber, sino de la persona que tenemos que construir y ayudar a ser en la totali­dad de su dimensión. En todas las dimensiones (ser, saber y sa­ber hacer) están presentes los «ejes de la formación» de que hablaba el Directorio'71 (doctrina, ciencias humanas, meto­dología). Admitida la importancia de las ciencias humanas y pedagógicas, el Directorio'97 deja bien claro que la «pedago­gía de la fe» tiene sus propias exigencias y que la fe no depen­de del buen uso de las aportaciones de las ciencias humanas.

5. Hay una complementariedad en ambos documentos en subrayar el est/7o de /a formación de los catequistas: se ha de emplear un estilo especial, mirando a que en la formación, el catequista encuentre un modo de hacer similar a lo que él tendrá que realizar después con su grupo. El hacer es un lu­gar para aprender.

6. Al mencionar los lugares de formación, el Directorio '97, en sintonía con el punto de arranque o con el lugar donde se sitúa la formación de los catequistas, pone como primera plataforma de FdC la vida de la comunidad. Sigue, en importancia, la pre­paración de la catequesis en grupo y, después, los cursiíhs, cur­sos y lugares académicos. Hay que destacar esta primacía de la comunidad como lugar formativo de los catequistas. Vivir la co­munidad en acto es ya aprendizaje para hacer catequesis.

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Capítulo II

APROXIMACIÓN AL ESTADO ACTUAL DE LA FORMACIÓN

DE CATEQUISTAS

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Después de analizar el contenido de la FdC en los dos Directorios, queremos centrar la atención en algunos puntos de la realidad de la FdC en el ámbito cultural re­ligioso desde el que reflexiono. No dispongo de datos científicos en los que apoyarme22. Se trata, pues, de una visión parcial y subjetiva. Lo que sí es cierto es que la «radiografía» está hecha desde el contacto con los ca­tequistas, que me viene por dos caminos: la animación de la revista CATEQUISTAS y los encuentros con cate­quistas en los que me veo envuelto (parroquiales, dio­cesanos, catequistas que trabajan unidos a grupos con carismas diversos en la Iglesia...). De ahí extraigo las reflexiones que siguen23.

La finalidad de este trabajo es aclararme yo mismo un poco en este tema y ordenar sistemáticamente los datos recogidos en la experiencia para exponerlos a los demás agentes ocupados en la FdC. Mantengo como convicción personal de fondo que sin reflexión profunda no pode­mos ser creativos ni hacer propuestas para cambiar la si­tuación. La ausencia de reflexión crítica sobre la acción24

nos reduce el horizonte creativo y puede llevarnos lo mis­mo a repeticiones que a hacer propuestas sin coherencia interna que están llamadas a ser poco eficaces.

21 Situación diferente ofrece la Iglesia italiana, cfr. C. MORANTE y V. ORLANDO, Catechisti e catechesiall'inizio del terzo millennio, Elledici, Leumann (Torino) 2004, pp. 9-26. Allí se analizan las encuestas a los catequistas al final de los setenta del pasado siglo; la segunda en el año 1982, la tercera en 1990 y la cuarta en 2003.

23 F. Xavier MORELL ROM, La formación de catequistas en España, en Sinite vol. XLIX, 48(2008)309-335. Ofrece un itinerario de la formación de catequistas a partir de 1966.

24 Recuérdese que la evaluación crítica es uno de los elementos señalados por el Directorio'97 en la formación pedagógica de los catequistas (cfr. n. 244).

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1. UNA CONSTATACIÓN INICIAL

Una reflexión hecha desde la Iglesia española nos lleva a seña­lar las orientaciones catequéticas que los Pastores ha publicado:

— 1983: La catequesis de la comunidad.

— 1985: El catequista y su formación.

— 1990: Catequesis de adultos. Orientaciones pastorales.

— 1999: La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones.

— 2004: Orientaciones pastorales para la iniciación cris­tiana de niños no bautizados en su infancia.

A partir de 1997, fecha de aparición del DGC, no ha habi­do pronunciamientos explícitos ni sobre la catequesis ni so­bre el catequista en la Iglesia española25. El centro de reflexión ha sido la iniciación cristiana. Es cierto que son ricos en con­tenido los documentos de 1983 y de 1985. Una somera lec­tura y comparación con el DGC hará caer en la cuenta de las coincidencias doctrinales de los documentos españoles con el mencionado Directorio.

Quizá la Iglesia española, en estos últimos años, está ca­rente de un magisterio colectivo26 que impulse y dinamice la catequesis en las Iglesias particulares.

5 Cfr. apéndice III: Referencias bibliográficas, pp. 106-111. 6 Cfr. la bibliografía sobre otras Iglesias particulares que han redactado docu­

mentos catequéticos para adaptar a su realidad el Directorio de 1997. Anexo 3, pp. 106

a l l í .

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2. SÍNTOMAS SOBRE LA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS

La FdC está experimentando una crisis que va unida a la mis­ma que vive la catequesis. Sin pretensión de ser exhaustivos, podemos señalar algunos síntomas.

Disminución de catequistas

Hay una disminución de catequistas que está muy relacionada con el descenso de niños catequizandos que acuden a las pa­rroquias. Cada vez son más frecuentes los padres que no bau­tizan a sus hijos o, si los han bautizado, no los «llevan a cate­quesis de preparación para el sacramento de la Eucaristía». «Ya lo harán, argumentan, cuando ellos decidan por su cuenta».

Esto es más notable en la medida en que la catequesis en nuestro contexto religioso era fundamentalmente catequesis de niños y de adolescentes íntimamente unida a la preparación del sacramento de la Eucaristía y de la Confirmación. Además, hay un clamor generalizado de que la catequesis de prepa­ración a un sacramento casi desaparece una vez celebrado el mismo. La mayor parte de los catequistas de las comunida­des cristianas están en las catequesis sacramentales de la pri­mera Eucaristía y de la Confirmación. Los catequistas sin refe­rencia explícita a los sacramentos son menos, o nulos en muchas comunidades cristianas. La gran concentración de catequis­tas está en la catequesis sacramental. Este hecho no debería causarnos extrañeza, ya que lo que mejor sabemos ofrecer por tradición es la catequesis de preparación a un sacramen­to. La historia más reciente de nuestra catequesis está inspi­rada en el impulso catequizador, sobre todo de los niños, del papa Pío X con sus documentos Acerbo nimis (1905) sobre la

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enseñanza del catecismo27 y el decreto Sacra Tridentina Syno-dus» (20 de diciembre de 1905) sobre la comunión frecuen­te28. Pero el decreto más influyente es sin duda Quam singu-lari (8 de agosto de 1910) sobre la comunión de niños, que ha modelado la estructuración de la catequesis que hoy tene­mos29 y en la que más recursos se invierten. Si se nos saca de este molde, tenemos que reconocer que nos faltan «¡deas» para proyectar una catequesis no sacramental; por otra parte, acostumbrados como estamos a que la catequesis termine con un sacramento, parece poco «atractiva» una sin «final sacra­mental».

Lo que en este momento está cambiando, y que es causa de la disminución de catequistas, es la menor demanda de sacramentos, comenzando por la infancia; aunque sigue sien­do esta franja de edades la que se mantiene con números más abultados.

La disminución de los catequistas no es síntoma directo de cómo se hace la FdC. Pero en la medida en que una comu­nidad cristiana tiene menos catequistas, puede darse una de-

27 Estas eran las normas que se dictaban: 1) Todos los párrocos, y en general cuan­tos ejercen cura de almas, han de instruir, con arreglo al Catecismo, durante una hora en­tera, todos los domingos y fiestas del año, sin exceptuar ninguno, a todos los niños y ni­ñas en lo que deben creer y hacer para alcanzar la salvación eterna. 2) Los mismos han de preparar a los niños y a las niñas, en épocas fijas del año, y mediante instrucción que ha de durar varios días, para recibir dignamente los sacramentos de la Penitencia y Con­firmación. 3) Además, han de preparar con especial cuidado a los jovencitos y las jo-vencitas para que, santamente, se acerquen por primera vez a la Sagrada Mesa, valién­dose para ello de oportunas enseñanzas y exhortaciones, durante todos los días de Cuaresma, y si fuere necesario, durante varios otros después de la Pascua.

281) Dése amplia libertad a todos los fieles cristianos, de cualquier clase y condi­ción que sean, para comulgar frecuente y diariamente, pues así lo desean ardiente­mente Cristo nuestro Señor y la Iglesia católica...

29 Se dictan estas normas: 1) La edad de discreción, tanto para la confesión como para la Sagrada Comunión, es aquélla en la cual el niño empieza a raciocinar; esto es, los siete años, sobre poco más o menos [...]. 2) Para la primera confesión y para la Pri­mera Comunión, no es necesario el pleno y perfecto conocimiento de la doctrina cris­tiana. Después, el niño debe ir poco a poco aprendiendo todo el Catecismo, según los alcances de su inteligencia [...].

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jación e interés por la formación, de manera que algunas es­cuelas de catequistas se cierran o se empobrecen en núme­ro. Todo ello influye en la FdC.

Disminución de las escuelas de catequistas

Las escuelas de catequistas, lógicamente, han disminuido. Pe­ro la disminución de las escuelas de catequistas es previa al descenso de catequistas. Es muy bajo el porcentaje de cate­quistas en activo que sigue una formación sistemática en una «escuela de catequistas». La FdC se concentra en muchas co­munidades cristianas principalmente en el cursillo de inicio del ciclo de catequesis y en alguna charla conjunta para un arciprestazgo (una por trimestre, en el mejor de los casos). El resto de la formación se realiza en la parroquia, ya sea en la pre­paración de la catequesis en grupo o en la experiencia que el catequista va adquiriendo por su cuenta al hacer la cate­quesis. A los catequistas les cuesta recibir sistemáticamente la formación en la escuela de catequistas.

Una hipótesis del poco interés que las escuelas de cate­quistas están suscitado habría que buscarla posiblemente en la capacitación del profesorado que las anima o en la ubicación de las mismas. Las escuelas de catequistas han hecho lo que han podido y con los medios humanos que tenían, tanto en las zonas urbanas como en las rurales (siempre éstas con menos medios) y se han alimentado sobre todo de profesorado volun­tario. A la larga, los catequistas abandonaban progresivamente la asistencia, siendo muchos los factores del abandono: la fal­ta de concienciación de los catequistas sobre la necesidad de estar formados, la calidad catequética del profesorado, la orien­tación de la formación dada, la conciencia de ser catequistas que éstos tenían, la multiplicidad de compromisos comunitarios y familiares de los mismos catequistas que hacían incompati­ble la vida familiar o personal y la formación, etc.

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Escuelas de teología en vez de escuelas de catequistas

Muchas escuelas de catequistas nacieron como «escuelas de teología» con objetivos de formación teológica básica; otras se convirtieron posteriormente en centros de reflexión teoló­gica o bíblica. Lo cierto es que los catequistas no encontraban en la escuela aquello que necesitaban cuando se ponían de­lante de los miembros del grupo. Saber teología o Biblia no era suficiente para animar y llevar el grupo de catequesis. Es­to produjo un cierto descontento o un juicio de valor: «Lo que me enseñan en la escuela de catequistas no es lo que yo ne­cesito para hacer catequesis».

Las escuelas de catequistas, con un componente teológi­co básico muy fuerte, estaban llevadas por profesores de teo­logía y respondían a una catequesis que miraba a transmitir los contenidos de la fe. Los catequistas formados así tendían a repetir el modelo en el cual ellos habían sido formados. Pe­ro sentían que «algo» no funcionaba.

Tenemos que reconocer con toda sencillez que las es­cuelas de catequistas han hecho mucho bien y, a la vez, no han sabido captar cuál era su originalidad y con qué peda­gogía debían formar a los catequistas. Unas veces se convir­tieron en simples escuelas de teología menor y, otras, en es­cuelas de «recetas» para que el catequista saliera airoso ante las dificultades que se encontraba en los grupos. Lo cierto es que entre las causas del abandono de las escuelas de cate­quistas hay que incluir esta dificultad real de no haber acer­tado con la originalidad de la escuela de catequistas.

Sentido peyorativo del término catequista

El mismo término catequista no es usado habitualmente por to­dos los que ejercen la tarea de catequesis en los grupos de niños,

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jóvenes y adultos que se preparan para recibir un sacramento, que es la catequesis más corriente (casi única) que existe hoy en nuestras iglesias. Así, con frecuencia, podemos encontrar que se llama monitores o animadores a los creyentes que diri­gen o animan grupos de fe (¡hasta en esto se buscan nombres nuevos!) de jóvenes y de adultos. Hay una tendencia a evitar, con los grupos de estas edades, la denominación de catequis­ta. Se puede percibir mejor esto que acabamos de decir en los grupos de preparación a la Confirmación y, sobre todo, cuan­do quienes ejercen esta función de animación son animadores jóvenes. La palabra catequista no les gusta; la evitan. Quizá porque intuyen que es una palabra muy rica en contenido y se saben por debajo de mínimos; o porque hay razones históri­cas, locales y culturales que justifican estas resistencias como son: equiparar catequista con un determinado tipo de perso­nas que se ocupan en la comunidad de la «Primera Comu­nión». Para muchos, este «cliché» de catequista como «seño­ras catequistas de Primera Comunión» que más se parecen a maestras de la escuela que a un catequista dinámico, les pare­ce inapropiado con jóvenes y adultos. Otras veces, el «cliché» de catequista creado refleja un estilo o forma de ser creyente y de hacer catequesis con el que no se sienten identificados y por eso rechazan llamarse así. Nace en ellos la necesidad de diferenciarse de «un modelo de creyente, de catequista y de ca­tequesis que se asocia únicamente a «cosas de niños», a «cate­quesis de Primera Comunión», a «catequesis muy cercana al antiguo Catecismo», donde lo más importante es «aprender cosas de memoria». Los catequistas de jóvenes y adultos pre­fieren otros nombres. Tendrá que pasar tiempo y redescubrir la riqueza de la palabra catequista con el fin de que sea usa­da de manera habitual en todas las comunidades, sin refe­rencias peyorativas.

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Desconcierto actual ante la catequesis

En el momento presente, el desconcierto de los catequistas quizá viene al tocar con la mano la poca eficacia de su ac­ción catequética. Los catequistas experimentan, por una par­te, una especie de soledad o de vacío: los responsables de la comunidad les dicen que sigan haciendo «lo que buenamente puedan, y que no se preocupen, que algo quedará», pero no les saben dar líneas directrices. Quizá no existen o no las co­nocen. Por otra parte, poco o nada pueden contar con los pa­dres de los niños y jóvenes que se preparan ya sea a la prime­ra Eucaristía como a la Confirmación. Tienen los catequistas la sensación de ser personas que mantienen una acción pas­toral poco fecunda simplemente por el hecho de que hay que mantenerla. Perciben que «algo no va» y que el problema sobrepasa su saber o su poder de tomar decisiones.

En algunos casos, los catequistas se sienten inclinados a culpabilizarse al pensar que no están haciendo lo que tenían que hacer. Algunos prefieren dejar de dar catequesis. Perci­ben, de alguna manera, que es la catequesis en su raíz la que está seriamente tocada y no tienen cauces de reflexión ni de orientación que les ayuden a soportar las dificultades del mo­mento presente. Se sienten desfasados o superados por la si­tuación. «Así no se puede seguir, aunque continuemos por­que no tenemos más remedio o porque no tenemos otra cosa», decía un grupo de catequistas en una parroquia. Esta es una situación personal complicada: algunos catequistas siguen en catequesis convencidos de que lo que hacen «no es eficaz», «no es lo que habría que hacer», pero no saben hacer otra co­sa y nadie les abre a otros horizontes.

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3. NÚCLEOS DE LA PROBLEMÁTICA DE LA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS

A la hora de pensar en una renovación de la FdC, creemos que tenemos que poner el acento en unos núcleos que son bási­cos para afrontar la renovación de ésta.

Importancia de la formación catequética de los presbíteros

Pongamos como premisa inicial la siguiente: no es seguro que, en nuestro contexto eclesial más cercano, exista con­ciencia de la urgencia y necesidad de la FdC; tampoco hay que dar por hecho la preocupación de los responsables pres­bíteros de las comunidades por la formación de los llama­dos a dar catequesis. Hay, por el contrario, una conciencia bas­tante generalizada que cree que «para ser catequista no hace falta mucho». De esta creencia difusa, pero real, participan muchos presbíteros. Pido perdón desde aquí a los presbíte­ros que no se sienten para nada en esta afirmación. Ellos sa­ben que hay mucha verdad en la constatación inicial.

Comencemos con unos datos: la materia de catequética no está en todos planes de formación del ciclo institucional en Seminarios y Universidades. Muchos párrocos y vicarios pa­rroquiales o presbíteros con responsabilidad en la pastoral ca­tequética no han tenido una formación explícita catequética, aunque sí la han tenido en Liturgia o Pastoral Sacramental o Dogma o Biblia. Este déficit en no pocos presbíteros, a la lar­ga, puede influir en el apoyo y en el fomento de la FdC en la comunidad. No podemos olvidar el reconocimiento de la im­portancia del presbítero en la FdC que hace el Directorio de 1997: «En relación con la catequesis, el sacramento del Orden constituye a los presbíteros en "educadores en la fe"» (DCC 224). Y se explícita en el número siguiente:

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«Más en concreto, destacan como tareas propias del pres­bítero en la catequesis y particularmente del párroco, las si­guientes:

— Suscitar en la comunidad cristiana el sentido de la co­mún responsabilidad hacia la catequesis, como tarea que a todos atañe, así como el reconocimiento y apre­cio hacia los catequistas y su misión;

— cuidar la orientación de fondo de la catequesis y su ade­cuada programación, contando con la participación ac­tiva de los propios catequistas, y tratando de que esté "bien estructurada y bien orientada";

— fomentar y discernir vocaciones para el servicio catequé-tico y, como catequista de catequistas, cuidar la formación de éstos, dedicando a esta tarea sus mejores desvelos;

— integrar la acción catequética en el proyecto evangeli-zador de la comunidad y cuidar, en particular, el víncu­lo ente catequesis, sacramentos y liturgia;

— garantizar la vinculación de la catequesis de su comu­nidad con los planes pastorales diocesanos, ayudando a los catequistas a ser cooperadores activos de un pro­yecto diocesano común.

La experiencia atestigua que la calidad de la catequesis de una comunidad depende, en grandísima parte, de la pre­sencia y acción del sacerdote» (DGC 225).

De la formación de los presbíteros se dice expresamente:

«La pastoral catequética diocesana debe dar absoluta prio­ridad a la formación de los catequistas laicos. Junto a ellos, y como elemento realmente decisivo, se deberá cuidar al máximo la formación catequética de los presbíteros, tanto en los planes de estudio de los seminarios como en la for­mación permanente. Se recomienda encarecidamente a los obispos que esta formación sea exquisitamente cuidada» (DGC 234).

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Pluralidad de formas de entender la formación

Queremos destacar, de manera general, que existe una gran variedad de modelos de entender la «formación». Aun en las comunidades donde se potencia la FdC, hay que verificar qué se entiende por ésta y qué es lo que la Iglesia pide a los ca­tequistas, sobre todo a los que están dedicados de manera más plena a este ministerio.

En algunas comunidades, la FdC se reduce a una reunión ini­cial cuando comienzan las catequesis, y después cada uno ya se las tiene que apañar como puede con el «libro» que «tienen que dar». Hay comunidades donde es impensable hablar de «grupo de catequistas» porque son uno, dos, máximo tres (pensemos en áreas rurales donde la catequesis y la FdC tienen aspectos total­mente particulares por lo reducido de los participantes en la ca­tequesis). En otras comunidades se hacen «cosas», pero sin un programa articulado. Es necesario pensar la FdC como algo or­gánico y sistemático, tanto se realice ésta en niveles básicos, me­dios, superiores o de formación permanente.

Declive del modelo de catequesis doctrinal

Estamos en el final de una catequesis30 entendida como «lu­gar de aprendizaje del catecismo», como «pequeña escuela de teología para saber las cuatro cosas del cristianismo», como «mo-

30 Enzo BIEMMi, en Ciuseppe RUTA, La catechesi in Europa: tra passato, presen­te e futuro/1, en Catechesi 78 (2008-2009) 1,42-60. El texto aquí citado, p. 56. «Al­gunos piensan que la crisis actual de la catequesis sea haber abandonado la modali­dad doctrinal que le era propia y predican el retorno a los viejos métodos y a los viejos instrumentos. Esto es el primer riesgo que hay que evitar con todas las fuerzas porque se trata de una interpretación ingenua de la crisis actual de la catequesis [...]. He aquí lo que estamos aprendiendo en estos momentos: estamos pasando de la doctrina cris­tiana a la catequesis para la vida cristiana. Tenemos que dar un nuevo paso. La "cate­quesis para la vida cristiana" sigue ligada al viejo presupuesto de que la fe cristiana es-

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mentó para aprender la doctrina», como «escuela parroquial de preparación para un sacramento», etc.

Por mucho que nos parezca que estas concepciones son «cosas ya caducadas», la realidad se impone. Tenemos que reconocer que gran parte de la catequesis que se realiza to­davía hoy en nuestras comunidades responde, en el fondo, al modelo de catequesis como saber, de catequesis que tiene como modelo de referencia la escuela: saber aquello que voy a recibir, saber lo más elemental del sacramento que se va a celebrar.

La gran preocupación de muchos catequistas y responsa­bles es: «Tienen que saber lo básico». «Dad la catequesis como queráis, pero al final lo que importa es que sepan responder a preguntas esenciales como qué es la fe, los mandamientos y las oraciones». A las editoriales de catequesis se les hacen insinuaciones como: «¿Por qué no editáis pequeños libros con resúmenes de preguntas y respuestas de lo que hay que saber para hacer la Confirmación?». La «cultura» de la pre­gunta-respuesta persiste en la comunidad, en los adultos y en el clero.

No se trata de criticar esta postura. Más bien nos indica una preocupación por la formación cristiana de las nuevas generaciones. El problema está en si es válida la respuesta que se da. La preocupación es laudable.

A la hora de responder creo que es donde hay que dar un gran salto, como propone el autor citado, E. Biemmi. La edu­cación de la fe tiene que partir de una propuesta de la fe y de un proceso de catequesis de tipo catecumenal. De lo con­trario, lo aprendido se borra inmediatamente de las cabezas

tá ahí ya; loque hace falta es sencillamente nutrirla, alimentarla. Es una manera de ha­cer catequesis en perspectiva de situación de cristiandad. Un nuevo paso hay que dar: de una "catequesis para la vida cristiana" a una "catequesis de propuesta" o de primer anuncio. Me parece que este es el elemento nuevo de la catequesis actual.»

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de los catequizandos. La mayor parte de los catequistas son testigos de este hecho: se matan en enseñar a los niños lo que olvidarán a los dos días. Y se preguntan, ¿qué hacemos mal para que se les olvide todo inmediatamente?

La gran constatación que muchos catequistas tienen hoy es que los esfuerzos realizados sobre la base de insistir en que los niños y adolescentes aprendan lo básico a fuerza de memoria no está dando frutos. Los catequistas hacen todo lo posible por «enseñar», pero advierten que los destinatarios «no se quedan con nada», «se les olvida todo», «parece que sembramos en el vacío», «como que no hubieran estado ja­más en catequesis»...

Esta constatación palpable es la que lleva a muchos cate­quistas a decir que el modelo de catequesis como saber, cate­quesis como enseñanza de conceptos o de vocabulario religioso no es eficaz, no vale hoy, porque no está sustentado y comple­mentado por un entorno de realidades que lo haga consistente; es un modelo de catequesis que pertenece a un pasado cerca­no, al menos en nuestro ámbito cultural español, pero que ya no existe la realidad sociorreligiosa a la que respondía.

La referencia de enseñanza-aprendizaje de la religión que muchos catequistas poseen es el Catecismo. Otros catequistas ya se han formado en otro tipo de catequesis, pero aunque las formas eran diferentes, el fondo era el mismo. Y lo normal es que los catequistas acudan, de manera inconsciente, a su pro­pia referencia de haber «hecho-recibido catequesis» durante su formación y aplicar esos principios cuando ellos realizan la catequesis o se encuentran en situaciones de dificultad. La pre­gunta de los catequistas: «¿Cómo me las apaño yo ahora?», se resuelve acudiendo a lo aprendido, a lo que vieron hacer y a lo que recibieron como formación, aunque, por otra parte, sea eso lo que quieren superar. Pero no poseen experiencias de re­ferencia diferentes que les ayuden a salir del esquema que ellos mismos juzgan ya caduco.

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El catequista necesita experimentar otra forma de hacer ca­tequesis y eso exige una FdC que responda a la realidad de hoy.

Ajusfar la formación de catequistas a la naturaleza de la catequesis

No podemos reflexionar sobre la FdC sin partir de la base de qué es catequesis. Se forma a los catequistas para hacer una catequesis, no en general para hacer «catequesis». Los cate­quistas son para una catequesis. La manera que tengamos de definir la catequesis condiciona la FdC.

La naturaleza de la catequesis radica en que es «una ac­ción esencialmente eclesial» (DGC 78), cuyo fin definitivo es poner a la persona «no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo» (DGC 80), con otras palabras, «pro­piciar una viva, explícita y operante profesión de fe» (DGC 66). Hay que notar el carácter relacional que estas expresiones encierran. Lo relacional no es reductible a nocional, aunque lo incluya. Hay «novedades», como la novedad del Evangelio, que sólo se aprende por «contacto», por «roce» con otras per­sonas que creen y por el «ambiente» que estas personas plas­man en realidad tangible, en la comunidad creyente. Mientras las «ideas» no se traducen en «entorno vital», todo es muy abs­tracto y difícil de retener en la memoria.

Abrirse a la propuesta del Jesucristo es entrar en un dina­mismo gradual que se denomina «proceso de evangeliza-ción» (DGC 47). En este proceso evangelizador la cateque­sis ocupa un lugar intermedio (sigue al primer anuncio) y acaba con el ingreso en la comunidad. «Esto quiere decir que hay acciones que "preparan" a la catequesis y acciones que "ema­nan" de ella» (DGC 63). Esto no es teoría simplemente, sino la «pura realidad». Pero el catequista tiene que saber qué es ca­tequesis y qué acciones le preceden y cuáles le siguen.

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Cuando decimos que la catequesis es una acción esencial­mente eclesial, tenemos que ser consecuentes con lo que la afirmación indica. Está bien extraer de este principio la unidad de los catequistas con la comunidad. Pero habrá que aprender que la renovación de la catequesis no es cuestión de metodo­logía simplemente, sino que afecta a la misma vida de la co­munidad. No se cambia la catequesis sin cambiar la misma co­munidad: su manera de organizarse, de celebrar, de cuidar la vida de fe de sus miembros, de abrirse a los de fuera, de formar a los catequistas, etc. Y esto es algo en lo que algunas comuni­dades ponen resistencias. «Que se formen los catequistas, pe­ro que no nos toquen la vida de la comunidad», dicen algu­nos. La catequesis es una de las expresiones de la comunidad.

Si la FdC reduce estos elementos a «un saber sobre», le se­rá muy difícil a los destinatarios relacionarse con Dios y con la comunidad.

Dimensión iniciática de la catequesis

Pertenece también a la naturaleza de la catequesis el que és­ta es «elemento fundamental de la iniciación cristiana y que está estrechamente vinculada a los sacramentos de la inicia­ción» (DGC 66).

>- ¿Qué entendemos por dimensión iniciática?

El término iniciación se desprende de que hay unos sacra­mentos iniciales de la fe, es decir, que dan comienzo a la vi­da cristiana: Bautismo, Confirmación, Eucaristía. La catequesis que prepara a estos sacramentos está influenciada por el ob­jeto (los sacramentos) a los que prepara. Lo que pide la com­prensión y celebración de los sacramentos de iniciación in­fluye y da forma a la catequesis. Así podemos hablar de

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catequesis de iniciación, cuya finalidad es «propiciar una vi­va, explícita y operante profesión de fe» (DGC 65).

Lo característico de la catequesis de iniciación consiste en que es «formación orgánica y sistemática de la fe»; es más que una enseñanza, es «un aprendizaje de toda la vida cristiana integral, que propicia un auténtico seguimiento de Jesucristo»; «trata de educar en el conocimiento y en la vida de fe, de for­ma que el hombre entero, en sus experiencias más profundas, se vea fecundado por la Palabra de Dios» (DGC 67).

Podemos estar utilizando la palabra iniciación aplicada a la catequesis sin que ésta sea una verdadera catequesis de ini­ciación. En la vida humana todo es iniciación: se inician los ni­ños en la familia, en la manera de comer, de comportarse, de ir por la calle para no saltarse el semáforo, de estudiar, de ju­gar... En la vida cristiana también hay una iniciación. Ser cris­tiano exige entrenamiento, aprender a serlo, ejercitarse en ser­lo. La dimensión de iniciación cristiana es la que hace que la catequesis no se reduzca a una clase de teología, o a una en­señanza de la religión sin más. El catequista no es un profesor de religión rebajado o de segunda categoría. El catequista tie­ne su propia manera de iniciar en la vida cristiana. Quizá lo entendamos mejor con imágenes. Pensemos por un momen­to en el «maestro de novicios» o en el «maestro artesano». El catequista es el que no sólo sabe, sino que sabe transmitir, co­municar, distribuir a su tiempo el saber y el ejercicio del saber, dosificándolo y adaptándolo a la persona concreta o al grupo. Como el maestro artesano, el catequista no sólo sabe, sino que tiene un saber personalizado que va transmitiendo progresi­vamente al aprendiz en la medida en que éste va siendo capaz de captar, asimilar, poner en práctica, entrar en «el saber» (en el «misterio», en los «secretos») del maestro.

La palabra iniciación aplicada a la catequesis hace que és­ta se convierta en transmisión y ejercitación de una expe­riencia viva del Evangelio, y no sólo en un conocimiento de

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cosas sobre el Señor Jesús. «La auténtica catcquesis es siempre una iniciación ordenada y sistemática a la revelación que Dios mismo ha hecho al hombre en Jesucristo, revelación conser­vada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Es­crituras y comunicada constantemente, mediante una traditio viva y activa, de generación en generación» (DGC 66).

> Capacidades de un catequista de la iniciación cristiana

Un catequista formado para una catequesis de iniciación tiene que ser capaz de:

— Sentirse enraizado en una comunidad que le alimen­ta y le educa constantemente. La comunidad cristiana educa no sólo a los que vienen a ella por vez prime­ra y quieren formar parte de ella, sino a los que ya for­man parte de la misma. La comunidad es siempre el primer lugar formativo y de profundización de la fe.

— Dar respuesta de la fe le anima. Quien desea ser dis­cípulo de Cristo por el Bautismo necesita que alguien le inicie en el misterio bautismal. La «catequesis es ele­mento fundamental de la iniciación cristiana y está es­trechamente vinculada a los sacramentos de la inicia­ción, especialmente al Bautismo, "sacramento de la fe"» (DGC 66).

— Conocer las características que hacen que la catequesis se pueda calificar de iniciática (cfr. DGC 67-68):

• Formación sistemática de la fe; básica, esencial y cen­trada en lo nuclear de la experiencia cristiana. Sólo así la catequesis podrá poner lo que se le pide que ponga: «Los cimientos del edificio espiritual del cris­tiano» (DGC 67). Esto es importante en un mundo y sociedad donde corremos el peligro de vivir «des­pedazados, troceados o parcheados» por las prisas

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y las tareas, por la superficialidad31. En un tiempo pasado, la formación orgánica y sistemática, esen­cial y básica estaba traspasada a los «instrumentos» de catequesis. Se presuponía que los materiales ya tenían hecha esta síntesis. Bastaba seguirlos. (En ver­dad, esto siempre fue algo teórico. Creo que en to­do momento los catequistas se sintieron obligados a «adaptar» el instrumento que seguían para hacer la catequesis a su realidad concreta.) Hoy pocos ca­tequistas singuen «un libro». Aunque lo intentan, no pueden. Existen hoy sobradas facilidades para «com­poner el propio texto» tanto con los materiales im­presos como con aquellos que se extraen de la red. Gran ventaja y, a la vez, posible inconveniente en la medida en que falte formación de base a los cate­quistas. De hecho, se toman datos de acá y de allá de tal manera que cada uno «se construye el libro a su medida» aunque «oficialmente» se «siga» un libro normativo. El catequista tendrá que tener muy en

31 Reconocemos la intuición de los obispos de Quebec cuando nos invitan a re­novar la perspectiva de la educación de la fe. «Estamos acostumbrados, dicen, a pen­sar que la transmisión de la fe es como un río que se va haciendo más grande poco a poco, a medida que los afluentes van acrecentando su caudal y ensanchando su cur­so. Así, la tradición de la fe tenía su fuente en el hogar. Luego, durante la infancia y la adolescencia, ensanchaba su curso con el gran afluente de la escuela y la enseñanza religiosa escolar. A continuación, la parroquia tomaba el relevo para el resto del camino y el declinar de la vida. La transmisión de la fe se realizaba de modo progresivo [...]. Hay que reconocer que esta imagen del río y sus afluentes no se corresponde dema­siado con la realidad. En la familia, con frecuencia parece que la fuente se ha secado [...]. En las nuevas condiciones, que son ahora las nuestras, lo que nos importa es re­montar hasta allí donde la fe tiene su fuente; es decir, hasta el corazón de la expe­riencia de la gente. La fuente está en la persona, en los momentos esenciales de su vi­da, en las experiencias más básicas en que se dieron las primeras vibraciones, los primeros rumores de la fe. Esta fuente es la que está en el punto de partida de todos los caminos y es la que hay que volver a buscar continuamente, abrirla, canalizarla... Atentos a ese pozo secreto que cada uno lleva en lo más profundo de sí mismo». ASAMBLEA DE OBISPOS DE QUEBEC, Proponer hoy la fe a los jóvenes. Una fuerza para vivir (marzo 2000), en DON ACIANO MARTÍNEZ y otros, Proponer la fe hoy. De lo heredado a lo propuesto, Sal Terrae, Santander 2005, pp. 168-1 70.

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cuenta la formación orgánica y sistemática. Le será más difícil al catecúmeno o al catequizando llegar a una síntesis y organizar el saber y los comportamien­tos vitales. Una formación hecha a base de «fotoco­pias» puede llevar a pensar que «lo del Evangelio» tiene poca importancia, es algo «fragmentario» y «suelto». El catequista tiene que ser capaz de hacer caer en la cuenta de la coherencia y consistencia in­terna de la fe que propone. Sin duda que una forma­ción así exigirá tiempos más largos, permitirse desví­os por caminos y atajos o atravesar rotondas en las que no se sepa muy bien qué sentido tomar. Ahí es donde está la tarea del catequista para mantener el norte de lo nuclear de la experiencia cristiana y de los valores fundamentales.

• Formación orgánica, es decir, una formación que or­ganiza, estructura, da consistencia y vertebralidad a la fe en la persona; una fe que se hace vida normal, ordinaria. La fe tiene que llegar a impregnar, a ver­tebrar, a organizar toda la vida, no sólo algunos mo­mentos de ésta. Es toda la vida de la persona la que se vive como creyente. No se puede permanecer de pie sin columna vertebral. Y no se puede ser cre­yente sin consistencia en Aquel en quien se cree. Estar «organizado» como creyente implica que la inteligencia del saber sobre Dios va al unísono con la vida personal: vivimos lo que sabemos y sabe­mos lo que vivimos. Son de temer los creyentes que lo que conocen de Dios no les lleva a cambiar el corazón para adecuarlo al seguimiento de Jesucris­to. Hay saberes raquíticos que llevan a vivencias ra­quíticas o a posturas en que se vive a la defensiva, en algunos casos se podría caer en posturas inte-gristas.Tener la vida «organizada» como creyente sig­nifica que lo que sé de Cristo toca las experiencias

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más profundas de mi existencia (DGC 116-117). El Evangelio nos organiza y nos da escala de valores y de comportamientos.

• Formación que inicia, que introduce en un estilo de vivir de los seguidores de Jesús, en el estilo de una comunidad de creyentes viva y avivada por el Espí­ritu. Vivir y descubrir cuál es el peso en la vida de la comunidad de la oración, de los sacramentos, de la vida comunitaria, del testimonio, de la urgencia de anunciar el Evangelio y hacerlo práctico y visible en el día a día donde se vive. Un catequista que no tenga claro o que no haya sido formado en esta dimensión iniciática de la catequesis corre el peligro de con­vertir la catequesis en una acción aislada o erudita que no se interrelaciona con los demás elementos del proceso de evangelización (primer anuncio, ca­tequesis, acción pastoral dentro de la comunidad). Igualmente se corre el peligro de perder de vista los sacramentos de la iniciación cristiana de los que la catequesis es un elemento fundamental o de no pres­tar atención a los interrogantes de la persona.

Un Evangelio que no llega a todas las dimensiones y momentos de la persona es incompleto.

La iniciación cristiana no es una actividad «a la carta» u «opcional» de la comunidad cristiana. Es una acción que brota de una fe pensada y vivida, ¡una fe adulta! que se comunica a otros.

Estamos ante un reto de significado de la catequesis que consiste en el cambio de una catequesis reducida a ense­ñanza a una catequesis mucho más envolvente de toda la persona.

De nuevo, considerada así la acción de los catequistas, éstos no son los únicos «responsables» de la comunicación de la fe.

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La responsabilidad recae, en primer lugar, en la misma comu­nidad. Con los catequistas, habrá que pensar en otros actores que tendrá que tomar progresivamente más peso específico en la comunidad: padrinos, acompañantes y otros ministerios.

La catequesis en la Iglesia particular

La comunidad cristiana convoca en la actualidad especial­mente a niños y jóvenes para la «instrucción, formación re­ligiosa y preparación de un sacramento determinado». Es cierto que el término que se emplea es el de «catequesis de primera Comunión, Confirmación, etc.». La vida de la comu­nidad parroquial sigue su curso. La catequesis es una «activi­dad» de la parroquia. Los destinatarios vienen, la reciben y se van. Se puede dar el caso de niños, adolescentes y jóve­nes que vengan a la catequesis uno o dos años sin participar en otras actividades y celebraciones de la comunidad.

A los catequistas no siempre se les pide formación especial (en algunos casos, ni se les pide ser practicantes de aquello que enseñan; basta con que «lleven» el grupo). Sí era impres­cindible aceptar la invitación a animar un grupo de cateque­sis. La catequesis era una actividad parroquial más que no se «entrecruzaba» mucho con la vida de la parroquia.

El DGC no sólo sitúa a la catequesis en el proceso de evangelización de la Iglesia, sino que la misma acción cate-quética, es decir, la intervención más concreta de un cate­quista con el catequizando está enmarcada en un conjunto más amplio que se denomina «el ministerio de la catequesis» que corresponde a la Iglesia particular (DGC 217-219).

Quizá nos cueste entender hoy esta línea maestra de la ac­ción catequética propuesta por el DGC que consiste en acen­tuar que la catequesis es una realidad elaborada por la Iglesia local dentro de un conjunto de acciones más amplio. La cate-

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quesis no agota ni la vida ni la acción pastoral de la comuni­dad. Pero ninguna comunidad cristiana puede disociar la ca­tequesis de su forma de vivir el seguimiento de Jesús.

Esta visión de la catequesis no es nada más que la pro-fundización del principio básico de que la:

«[...] catequesis es una acción esencialmente eclesial. El ver­dadero sujeto de la catequesis es la Iglesia que, como con­tinuadora de la misión de Jesucristo Maestro y animada por el Espíritu, ha sido enviada para ser maestra de la fe [...]. La Iglesia transmite la fe que ella misma vive: su comprensión del misterio de Dios y de su designio de salvación; su vi­sión de la altísima vocación del hombre; el estilo de vida evangélico que comunica la dicha del Reino; la esperanza que la invade; el amor que siente por la humanidad y por to­das las criaturas» (DGC 78).

El catequista es un creyente situado históricamente que vive su fe en una Iglesia particular.

«La catequesis es una acción evangelizadora básica de toda la Iglesia particular. Mediante ella, la diócesis ofrece a todos sus miembros y a todos los que se acercan con el deseo de en­tregarse a Jesucristo, un proceso formativo que les permita co­nocer, celebrar, vivir y anunciar el Evangelio dentro de su pro­pio horizonte cultural. De esta manera, la confesión de fe, meta de la catequesis, puede ser proclamada por los discí­pulos de Cristo "en su propia lengua"» (DGC 218).

La FdC depende directa y expresamente de la Iglesia par­ticular porque de ella depende el ministerio de la catequesis (DGC 219).

Esta afirmación es enormemente exigente para las Iglesias particulares. No existe catequesis en general, sino catequesis en esfa Iglesia local. No se es catequista a secas, se es cate­quista en unas coordenadas espaciales concretas, en una co­munidad cristiana concreta. No hay formación general de ca­tequistas, sino formación de los catequistas de esta concreta

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Iglesia particular. Y eso es lo que incide en la FdC, porque la catequesis transmite el Evangelio vivido por una comunidad concreta. ¿Qué se deriva de estos principios para la FdC?

• La necesidad de reflexionar sobre la originalidad de la Iglesia particular, ésta conoce, vive, celebrar y anuncia el Evangelio en un marco determinado. Los cristianos de cada Iglesia local tienen su lengua, sus costumbres, su historia, sus santos, su organización, sus problemas socioculturales y laborales, etc. El cristianismo se ha im­plantado en el territorio con unas características dife­renciadas y se vive de una forma concreta. Cada comu­nidad cristiana, cada diócesis tiene peculiaridades propias en la forma de vivir el Evangelio que viene de una his­toria pasada y de una realidad sociorreligiosa. Todos estos datos son patrimonio de la Iglesia particular. La cate­quesis obliga a la Iglesia local a «repensarse», a reflexio­nar sobre (a originalidad con que vive el Evangelio y (a realidad de los hombres y mujeres con los que quiere vivir y anunciar el mismo. Lógicamente aparecerán as­pectos positivos y negativos o posibles lagunas. Pero al reflexionar como Iglesia particular, no sólo se conoce mejor a sí misma (su forma de vivir el Evangelio), sino que al «conocerse» ella misma reconoce su fe vivida en un contexto o en los contextos plurales en que tienen que vivir el Evangelio los fieles de su territorio (pensemos en Diócesis con zonas rurales y zonas urbanas, por ejemplo; o en Diócesis con zonas de bienestar y bolsas humanas de pobreza). Esto influirá en la forma de ha­cerse presente, de existir como Iglesia y de realizar el ministerio de la catequesis.

Bien podemos decir que no existen catequistas en ge­neral, sino catequistas de «esta Iglesia local».

• Un segundo elemento que podemos subrayar es el re­parto de responsabilidades que conlleva el ministerio

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de la catequesis dentro de la Iglesia particular. Cierta­mente que la responsable del ministerio catequético es la comunidad cristiana. Pero hay una manera diferen­ciada de realización del ministerio: el obispo, los pres­bíteros, religiosos y religiosas, catequistas laicos y miem­bros de la comunidad que dan testimonio de la fe. No todos reciben la misión de ser catequistas.

«La Iglesia confía oficialmente a determinados miembros del Pueblo de Dios, especialmente llamados, la delicada ta­rea de transmitir orgánicamente la fe en el seno de la co­munidad» (DGC221). «La catequesis es una acción educa­tiva realizada a partir de la responsabilidad peculiar de cada miembro de la comunidad, en un contexto o clima comu­nitario rico en relaciones, para que los catecúmenos o ca-tequizandos se incorporen activamente a la vida de dicha comunidad» (DGC 220).

El cambio que es necesario operar en este aspecto en las comunidades cristianas es brutal. Tenemos que pasar de una mentalidad en la que la catequesis era cosa de los catequistas, a una catequesis que concierne a todos. Es curioso ver en los documentos que tenemos del catecu-menado primitivo32 cómo la comunidad participaba con sus catecúmenos. ¡Qué lejos está la comunidad de hoy de lo que acontece en los grupos de los catecúmenos y de los

32 Cfr. Itinerario de la virgen Egeria, BAC, Madrid. «[...] Todos los que serán bauti­zados, hombres y mujeres, se sientan alrededor junto al obispo, quedando en su lugar, los padres y las madres, y también de entre el pueblo entran todos los que quieran oír y se sientan, si son fieles» (n. 46; p. 313). «Cuando ya se han cumplido cinco semanas de enseñanza, reciben el símbolo, del cual les expone la doctrina, lo mismo que hizo con todas las Escrituras, frase por frase; primero el sentido literal y luego el espiritual. Y así sucede que en estos lugares todos los fieles siguen las Escrituras cuando se leen en la iglesia, porque todos son instruidos durante aquellos cuarenta días, desde la ho­ra prima hasta la tercera; pues la catequesis se hace durante tres horas. Dios sabe, se­ñoras mías hermanas, si los gritos de los fieles que van a la catequesis para oír lo que dice o expone el obispo son mayores que cuando, sentado, predica en la iglesia sobre cada una de las materias que va exponiendo» (n. 46; p. 315).

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catequizandos! En algunas celebraciones previas a la pri­mera comunión es cierto que participan los adultos, pe­ro siempre son celebraciones concretas, muchas veces en horario especial, diverso del de la comunidad33.

El ministerio de la catequesis no se puede reducir a una acción sino que hay que entenderlo como una «pasto­ral de catequesis» (DGC 233). La pastoral de cateque­sis tiene que tener en cuenta:

— La pastoral de los catequistas (DGC 223-251): (susci­tar vocaciones de catequistas, promover catequistas a tiempo pleno y a tiempo parcial, distribución equi­librada de catequistas, promover responsables de la acción catequética, organizar la FdC, cuidar la aten­ción a los catequistas, coordinar a los catequistas con los demás agentes de pastoral en las comunidades).

— La pastoral de los lugares de catequesis (DGC 253-263) (la comunidad cristiana como hogar de cateque­sis, la familia como ámbito o medio de crecimien­to, el catecumenado de adultos, la parroquia como ámbito de catequesis, la escuela católica, asociacio­nes, movimientos y agrupaciones de fieles, las co­munidades eclesiales de base).

— La organización pastoral de la catequesis en la Igle­sia local (DGC 265-285) (el servicio diocesano de catequesis, servicios de colaboración ¡nterdiocesa-nos, servicios de la Conferencia Episcopal, el servicio de la Santa Sede, coordinación de la catequesis, el pro­yecto diocesano de catequesis, la actividad catequéti­ca en el contexto de la nueva evangelización, la ca-

33 Piénsese, por ejemplo, en celebraciones como renovación de las promesas bau­tismales o entrega del Nuevo Testamento que se planifican al margen de la celebración eucarística dominical de la comunidad.

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tequesis en la pastoral educativa, análisis de la situa­ción y de las necesidades, programa de acción y orien­tación catequética, elaboración de instrumentos y me­dios didácticos, elaboración de catecismos locales).

Es cierto que el catequista de base no puede llegar a todo este universo de la pastoral de catequesis, pero sí conviene que tenga una panorámica extensa. Su acción es parte de un todo mucho más amplio que de alguna manera le afecta y en el que se mueve aportando su parte.

Pedagogía de la formación de catequistas

El último núcleo que señalo es el de la pedagogía de la FdC. En el análisis de lo que los Directorios dicen sobre el modo de FdC, coinciden en señalar una especificidad en la formación. No se forman catequistas de la misma manera que teólogos, o animadores de la música en la celebración, o lectores para el ministerio del lectorado. El DGC, recogiendo lo que se dijo en el Directorio de 1971, concluye los apartados dedicados a la formación pedagógica de los catequistas con estas palabras:

«Esta capacidad educativa y este saber hacer, con los cono­cimientos, actitudes y técnicas que lleva consigo, "se pue­de adquirir mejor, si se imparten al mismo tiempo que se realizan, por ejemplo, durante las reuniones tenidas para preparar y revisar las sesiones de catequesis". El fin y la me­ta ideal es procurar que los catequistas se conviertan en pro­tagonistas de su propio aprendizaje, situando la formación bajo el signo de la creatividad y no de una mera asimila­ción de pautas externas. Por eso debe ser una formación muy cercana a la práctica: hay que partir de ella para vol­ver a la misma» (DGC 245).

Hay que reconocer que el reto es grande. Tenemos expe­riencia de escuelas de teología o de escuelas donde se forma informando, instruyendo, dando lecciones.

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Por los datos que nos aportan los documentos, da la im­presión de que la FdC tendría que tender más a un modelo de formación de tipo taller o laboratorio donde se reflexiona, investiga, propone, y donde cada miembro es protagonista-aprendiz de su propia experiencia.

Es un camino en el que nos quedan muchos kilómetros por recorrer y donde nos faltan referencias y maestros en los que inspirarnos y a los que mirar.

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Capítulo III

PROPUESTAS PARA UNA FORMACIÓN

DE CATEQUISTAS

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En los capítulos precedentes hemos analizado el conte­nido de la FdC de los Directorios y los núcleos de la problemática actual que la formación presenta hoy.

Al formular unas propuestas para repensar la FdC, queremos mantenernos cercanos a los documentos ana­lizados, los Directorios. No se trata ahora, pues, de su­gerir algo diferente al pensamiento de los documentos eclesiales sobre la FdC, sino de señalar las acentuacio­nes que quizá han quedado olvidadas en los programas de las escuelas de catequistas.

La convicción de partida es la misma que los Direc­torios de catequesis han señalado:

«Cualquier actividad pastoral que no cuente para su realización con personas verdaderamente formadas y preparadas, pone en peligro su calidad [...]. La ade­cuada formación de los catequistas no puede ser des­cuidada a favor de la renovación de los textos y de una mejor organización de la catequesis» (DGC 234).

1. UNA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS BASADA EN LA FINALIDAD QUE EL DIRECTORIO LE SEÑALA

Lo primero que los responsables de la FdC deben tener en cuenta en la programación de planes de formación es el pun­to de llegada: cómo queremos que sea el catequista al final del proceso de formación. Pero no sólo cómo queremos no­sotros que sea el catequista al terminar dicho proceso, sino cómo nos dice el Directorio que debe ser.

El DGC describe perfectamente el final de la FdC:

«La finalidad de la formación busca que el catequista sea lo más apto posible para realizar un acto de comunicación: la cima y el centro de la formación de catequistas es la aptitud y habilidad de comunicar el mensaje evangélico» (DGC 235).

«Lo que ésta [la FdC] persigue, en efecto, no es otra cosa que lograr que el catequista pueda animar eficazmente un itinerario catequético en el que, mediante las necesarias eta­pas: anuncie a Jesucristo; dé a conocer su vida, enmarcán­dola en el conjunto de la Historia de la salvación; explique su misterio de Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros; y ayude, finalmente, al catecúmeno o al catequizando a iden­tificarse con Jesucristo en los sacramentos de iniciación» (DGC 235).

La formación está encaminada a:

— Potenciar una aptitud y habilidad para que el catequis­ta comunique el mensaje evangélico. Este aspecto mira a la capacitación para llevar adelante eficazmente un grupo de catequesis.

— Lograr que el catequista pueda animar eficazmente un itinerario catequético. Aquí ya no se mira sólo a la se­sión práctica, sino a la capacidad de organizar un iti-

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nerario de catequesis conjugando en él los elementos propios de la catequesis adaptados a la realidad de los destinatarios.

En esta capacitación para comunicar el mensaje de Jesu­cristo se encuentra la originalidad propia de la FdC.

El acto de comunicación es, a la vez, un qué y un cómo. Una lectura superficial de la finalidad de la FdC podría lle­var a pensar que el catequista es sólo un técnico en comu­nicación. No se puede perder de vista que el catequista es un creyente que vive su fe y que sabe comunicar la fe que él mis­mo ha recibido y vive en la comunidad.

2. LOS EJES DE UNA SÓLIDA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS

Siguiendo las orientaciones de los Directorios, queremos es­bozar un marco general para que la FdC alcance la finalidad que se le señala.

Nos mantenemos en un plano general conscientes de que cada Iglesia particular tiene que hacer la formación de cate­quistas que necesite. Nos parece importante ofrecer grandes líneas de formación, sobre todo para aquellos que no dispo­nen de equipos de reflexión especializados y, a pesar de to­do, necesitan impartir formación a sus catequistas.

Organizamos la formación siguiendo los ejes o dimensio­nes que el Directorio propone: el ser, el saber y el saber hacer.

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Formación del ser del catequista

>- Formación humana

• Comprenderse como personas libres, con historia perso­nal, capaces de interiorizar, de hacerse preguntas, de ver-balizar sentimientos, de escucharse y de escuchar al otro, de caminar hacia la verdad, de dialogar con el otro y con la cultura de su tiempo, de cambiar esquemas de menta­lidad y de comportamiento, de sentir la necesidad de estar siempre en formación...

• Aceptar y recorrer un camino de maduración afectiva.

• Crear relaciones positivas y profundas de acogida.

• Ejercitarse en la adquisición de actitudes para trabajar en grupo.

>* Formación como creyente

• Vivir la fe integrada en la persona, no como dos reali­dades yuxtapuestas.

• Asumir la historia personal, los acontecimientos, el ejer­cicio de la catequesis como fuentes de crecimiento per­sonal y como ocasión de crecimiento en la fe.

• Afrontar de manera positiva los retos de la vida y de la Historia desde una perspectiva de resurrección: el mal será finalmente vencido por la Vida.

• Asimilar los contenidos de la fe de manera que no se queden en teoría, sino que «afecten» y modifiquen la propia existencia.

>- Formación apostólica

• Descubrir la vida de la comunidad como ambiente nu­tricio de la propia fe y de la vocación de catequista.

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• Aprender a contemplar y a escuchar el grito de la so­ciedad y de los hombres y mujeres de hoy que buscan testigos, creyentes, personas cercanas y acogedoras.

Formación del saber del catequista

>- Formación para el aquí y el ahora

• Conocer los elementos básicos de la realidad en la que se vive y anuncia.

• Conocer la Iglesia local a la que se pertenece.

• Manejar las claves básicas sociológicas para orientarse correctamente en el lugar y en la realidad en la que evangeliza.

>- Formación bíblica

• Conocer las grandes etapas de la historia de salvación: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento, Historia de la Iglesia. La fuente de donde la catequesis toma su men­saje es la misma Palaba de Dios (DGC 94).

• Poseer una cultura bíblica mínima para poder comen­tar un texto.

• Ser capaz de descubrir el carácter histórico de la Biblia para interpretar los acontecimientos actuales a la luz de los textos bíblicos: «Hoy se cumple esta escritura».

• Ser capaz de leer la Biblia como «palabra de Dios» que nos provoca hoy en lo más íntimo de nuestras aspiraciones humanas para abrimos a la novedad que viene de Dios.

• Situarse ante la Biblia no sólo como libro de cultura, si­no como creyente que se deja interpelar por Dios y que, interpelado, ora a Dios.

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>- Formación teológica

• Adquirir un conocimiento orgánico y básico de los fun­damentos de la fe: el Símbolo, los Sacramentos, la Mo­ral cristiana..., teniendo siempre en cuenta que el cate­quista no es un teólogo, sino la persona que pone los fundamentos de la fe, y que al catequista hay que darle aquello que necesitará para su tarea. El DGC pone co­mo referencia de los contenidos teológicos que hay que impartir la síntesis que ofrece el Catecismo de la Iglesia Católica. El nivel propio de enseñanza teológica y doc­trinal «es el mismo que el de la catequesis que debe transmitir» (DGC 240).

• Acompañar a los catequistas en la elaboración de una sín­tesis personal. «Proporcionar a los catequistas un resu­men orgánico y riguroso de la fe cristiana es hoy una de las urgencias más importantes. Los cristianos en la actua­lidad saben muchas cosas de la fe, pero las saben de ma­nera fragmentada, sin orden y sin perspectivas.»34 Todo esto se resume en aquello que Pedro indicaba para todos los creyentes: «Si alguien os pide explicaciones de vues­tra esperanza, estad dispuestos a defenderla» (1 Pe 3,15).

• Ofrecer una «formación teológica muy cercana a la ex­periencia humana, capaz de relacionar los diferentes aspectos del mensaje cristiano con la vida concreta de los hombres y las mujeres, ya sea para inspirarla, ya pa­ra juzgarla, a la luz del Evangelio. De alguna forma, y manteniéndose como enseñanza teológica, debe adop­tar un talante catequético» (DGC 241c).

£/ catequista y su formación 711.

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>- Formación en las ciencias humanas

• Adquirir un conocimiento del hombre y de la realidad en la que vive a través de las ciencias humanas (psicología, sociología).

• Capacitarse para conocer mejor a los destinatarios en orden a ofrecer itinerarios catequéticos acomodados a la realidad; de la misma forma, disponer básicamente de claves de análisis de la realidad en la que se vive y que afecta a la recepción del Evangelio.

• Conocer los funcionamientos de un grupo humano y la manera de animarlo, así como de las formas de acogi­da, diálogo y relación que nos aportan tanto la peda­gogía como las ciencias de la comunicación.

>• Formación catequética

• Conocer la dinámica y los momentos del proceso de evangelización.

• Conocer bien el concepto de catequesis elaborado en la reflexión postconciliar.

• Conocer la realidad de la Iglesia particular y las opcio­nes catequéticas.

• Conocer y saber aplicar a la realidad concreta las nor­mas y criterios de presentación del mensaje evangélico.

• Ser capaz de elaborar un itinerario catequético para el grupo concreto.

Formación en el saber hacer

>• Formación en la pedagogía religiosa

• Comprender bien el sentido de que el catequista es un educador que facilita la maduración de la fe que el ca-

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tecúmeno o el catequizando realiza con la ayuda del Espíritu Santo. La fe no es el resultado de un esfuerzo humano bien programado y pedagógicamente bien rea­lizado. La pedagogía de la fe tiene sus propias normas (cír. DCC94-118, 139-147, 148-162).

• Capacitar para que el catequista pueda animar un itine­rario catequético adaptado a las necesidades de los des­tinatarios. «La formación queda completada cuando el catequista es capaz de elegir el modo más apto para co­municar el mensaje evangélico a grupos y personas que se encuentran en situaciones siempre diversas y parti­culares» (DCG 111; DCC235).

Formación en metodología

• Adquirir la destreza de aprender evaluando y reflexio­nando sobre la acción realizada, en compañía de maes­tros y del mismo grupo de catequistas.

• Ser capaces de elaborar un arte personal de dar cate­quesis (DCG 113; DGC 244). «El fin y la meta ideal es procurar que los catequistas se conviertan en protago­nistas de su propio aprendizaje, situando la formación bajo el signo de la creatividad y no de una mera asimi­lación de pautas externas» (DGC 245). Esto exige una metodología de formación de tipo laboratorio.

3. IA MANERA DE FORMAR A LOS CArtQUISlAS

De nada servirían unas referencias de los contenidos de la FdC si no se cuidara la manera de formar a los catequistas, o lo que es lo mismo, la pedagogía utilizada en la FdC. Esta se juega en el estilo de formación que se emplee. Es aquí donde las comu­nidades cristianas están llamadas a hacer un esfuerzo de creati-

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vidad que supere la enseñanza expositiva y que aporte la origi­nalidad que le es propia al catequista y que el DGC pide:

«La pedagogía utilizada en esta formación tiene una impor­tancia fundamental. Como criterio general hay que decir que debe existir una coherencia entre la pedagogía global de la for­mación del catequista y la pedagogía propia de un proceso ca-tequético. Al catequista le sería muy difícil improvisar, en su acción catequética, un estilo y una sensibilidad en los que no hubiera sido iniciado durante su formación» (DGC 237).

Lo que se desprende de este criterio general de la FdC es que hay que caminar hacia un modelo de formación que al­terne de manera inteligente y justa la teoría con la práctica.

Resumimos en dos modelos la formación que parece más propia para quienes tienen la tarea de promover la FdC.

Formación de tipo laboratorio35

El término laboratorio está entrando en el argot educativo. En la preparación de las futuras profesiones de todo tipo se insiste cada vez más en la experiencia, que académicamen­te se traduce por «hacer prácticas» guiadas y controladas por profesores. Aquí, al hablar de formación de tipo laboratorio no estamos pensando en ese modelo que distribuye en dos tiempos lo que es el saber: tiempo de la teoría y tiempo de la experimentación o prácticas. Sino una formación toda ella en forma de laboratorio.

¿Qué se entiende cuando aquí se habla del modelo labo­ratorio?

35 Esta expresión la tomo del documento La formazione dei catechisti per l'inizia-zione cristiana dei fanciulli e dei ragazzi. Roma 4 giugno 2006, publicado por el UF-FICIO CATECHISTICO NAZIONALE della Conferenza Episcopale Italiana y recogido en el volumen, «La formazione dei catechisti. Documenti e orientamenti della Conferen­za Episcopale Italiana», Elledici, Turín 2006. El documento citado, pp. 93-126.

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Podemos entender mejor lo que se quiere decir si preci­samos que al hablar de laboratorio pensamos en un tipo de formación en el que la vida, el saber teórico-práctico del for-mador y la vida y el saber práctico que los formandos se van entretejiendo y modulando y se convierten en centro de re­flexión, análisis y profundización que hace abrirse a nuevas perspectivas. No se plantea la formación en dos tiempos, si­no en uno solo donde se combinan y conjugan de manera ar­mónica la teoría y la praxis.

Partimos de que este método es exigente y nada fácil. No se trata de seguir una línea bien derecha, sino de ir descubrien­do, en la espesura del hacer, una reflexión que nos permita valorar la propia acción, compaginarla con la teoría y descu­brir nuevas metas. En la formación de tipo laboratorio, el ca­tequista y el catequizando o catecúmeno tendrán que ad­quirir un adiestramiento para percibir en el hilo conductor de la trama de la vida, con sus encrucijadas y curvas, la pre­sencia operante de Dios.

>* Los formadores de una formación de tipo laboratorio

La formación de tipo laboratorio tiene su propia identidad y características. La importancia principal de una buena forma­ción de tipo laboratorio recae en los formadores, como en un ta­ller de artesanía todo depende del «arte» del maestro artesano.

El perfil de los formadores de catequistas que quieran poner en marcha una formación de tipo laboratorio es el siguiente:

— Unos formadores que utilizan instrumentos que hacen emerger la experiencia de los catequistas, su historia formativa, la concepción de la catequesis que tienen; que proponen esquemas que permiten verbalizar aque­llo que ellos mismos han experimentado y hagan avan­zar a los catequistas hacia nuevas metas.

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— Unos formadores que sintonizan con los catequistas y les ayudan a establecer objetivos formativos para cada encuentro o sesión; es importante presentar siempre, al inicio de cada momento formativo, las actividades y las motivaciones que les sustentan con una guía o ruta de camino que implique directamente a las personas.

— Unos formadores que presten atención a lo que los ca­tequistas están viviendo en su servicio de catequesis. Para esto, se pueden proponer durante el itinerario mo­mentos particulares de trabajo y de profundización que tengan en cuenta la realidad de los catequistas.

— Unos formadores que hagan realidad el aprendizaje prác­tico de manera que el catequista se sienta creativo en su forma de aprender. Los formadores deben estar presen­tes en las sesiones formativas y prácticas para ayudar a los catequistas a desarrollar nuevas competencias36.

>• Los núcleos de la formación en laboratorio

Los núcleos no pueden ser diferentes de los señalado ante­riormente. La novedad radicará en la forma de entretejerlos y combinarlos.

• Núcleo teológico. Desde el punto de vista teológico, el laboratorio designa a la vez un lugar de investigación, de reflexión sobre la fe y de revisión sobre la acción pastoral para poder ser fieles a Dios y a los destinatarios (DGC 145). En el laboratorio todos están implicados: el animador del laboratorio y los participantes. Podrán aparecer situaciones cuya solución no la conoce de an­temano ni el «maestro». El «maestro» o «animador del laboratorio» posee una formación teológica y experiencia pastoral que son garantía del funcionamiento del «la-

1 Documento citado, n. 46.

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boratorio», pero esto no significa que «lo sepa todo». Con­tinuamente tendrán que apoyarse en los evangelios, en el Magisterio de la Iglesia, en el estudio que son «el co­razón de toda la Escritura, por ser el testimonio princi­pal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador» (DGC 41).

El laboratorio es, además, un reflejo o plasmación de la misma Iglesia (relaciones evangélicas, búsqueda, viven­cia de la fe, ministerios...). La formación teológica en­tendida como «laboratorio» implica: el estudio de la Bi­blia, de la teología, del Catecismo de la Iglesia Católica, la personal vida de fe, las capacidades de cada uno, la realidad de las personas, la presencia de la Iglesias en el mundo, en las instituciones, en la cultura... El labo­ratorio, para describirlo mejor, tendría que ser un lugar de experiencia eclesial en totalidad.

• Núcleo pedagógico. La formación en «laboratorio» es concebida como transformación. Para la transformación se necesitará información, referencias teóricas sólidas, proyección de objetivos, adiestramiento, evaluación... ¿Qué queremos decir? En el laboratorio, lo principal es mirar a la persona que participa en él y a los destinata­rios: qué viven, qué les pasa, cómo se transforman, qué pasos dan, qué impedimentos tienen, qué funciones de­berán desempeñar y con quiénes y en qué contextos socioculturales... No se trata de acumular, sino de pro­fundizar en un camino de cambio, de conversión, de iniciación. Hay que aprender a abrir los ojos a la reali­dad, a las necesidades del otro y su personal progresión. Esto exigirá tiempo, modos, asimilación. La vida per­sonal y la del grupo se convierten en contenido. El ani­mador del «laboratorio» tiene que ser capaz de ofrecer elementos de estudio, de interpretación, de informa­ción, de apertura a la realidad...

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Más en concreto, habrá que tener en cuenta:

— La expresión de vivencias de los participantes. En el «laboratorio» se oyen cosas, pero no todas son ¡gua­les; es preciso saber seleccionar, subdividir, acen­tuar dónde están los núcleos esenciales... No todo es lo mismo... Ayudar a ver «dónde nos jugamos lo esencial» es fundamental para adquirir experiencia personal. El papel del animador se centra en ayudar a expresar, a valorar, a captar y reconocer la pro­fundidad de aquello que acontece, que brota quizá tímidamente del fondo de la vida de las personas y de los acontecimientos...

— La profundización de lo expresado. Una vez expre­sado algo, y analizados los puntos de vista o aproxi­maciones diversas a un tema, conviene situar a los miembros ante una realidad más grande que su pro­blema, ante estudios, comentarios, hechos que les ayu­den a entender y a entenderse, a ¡r más al fondo de los problemas y de los interrogantes suscitados. Y hay que dejarse interpretar por la vida y el misterio de Cris­to. No nos referimos sólo a teorías; pueden ser, ac­titudes, capacidades personales, ejercicios de adies­tramiento, maneras de comprender la Palabra de Dios, momentos de reflexión, oración, de dinámica de grupo, solución de casos...

— Fase de apropiación. Es importante que tras los mo­mentos anteriores, la persona haga su propia sínte­sis, interiorice, descubra lo que es nuevo para él, lo que ha vivido...

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Formación acompañada o tutorial

No en todas partes es posible, por diversas causas, una for­mación de tipo laboratorio. Entonces, habrá que pensar en una formación acompañada o tutorial. Es la formación posible cuando una comunidad cristiana no dispone de bastantes for-madores o cuando no hay número suficiente para formar un grupo de catequistas. En la formación tutorial todo acontece entre el acompañante (que se supone que posee un saber y una práctica de acción catequética) y el catequista.

En el fondo, esta formación acompañada o tutorial no es algo diferente de la que antes hemos llamado formación de laboratorio. Tendríamos que pensar más bien en que es una manera de traducir las grandes líneas de la formación de la­boratorio a una situación concreta donde aquélla es imposi­ble llevarla a cabo.

Conviene desterrar la idea de que cada catequista se las «apañe» como pueda para realizar su servicio dentro de la comunidad. El catequista tiene que estar acompañado al me­nos durante un tiempo de formación y, posteriormente, será bueno que ejercite un estilo de trabajo en grupo (que es una manera de acompañar y ser acompañado) para preparar y revisar la acción catequética (DCC 245).

Es significativo el relieve que el Directorio de 1971 daba a la presencia de los «maestros competentes» al lado de los ca­tequistas (DCG 113). Da la impresión de que se tenía como horizonte un tipo de formación como el que aquí describimos.

La formación acompañada o tutorial será mucho más ri­ca y fructuosa para los catequistas si éstos cuentan con la presencia de una persona de experiencia y con preparación para guiar y orientar sus posibles dificultades, para apoyar sus aciertos pedagógicos.

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De cualquier modo, la acción catequística tiene necesi­dad no sólo de ser preparada y realizada, sino de ser acom­pañada y revisada. La revisión y evaluación son más ricas y se convierten en formación permanente cuando contamos con el saber de alguien.

El acompañante o tutor de los catequistas debería ser nor­malmente:

— Una persona con experiencia en el campo de la cate-quesis y de la iniciación cristiana, es decir, que imparta o haya impartido catequesis y que tenga una reflexión catequética teórica y práctica. El ideal se quedará re­bajado a la realidad de acuerdo con las auténticas po­sibilidades de cada comunidad.

— Una persona cuya presencia signifique una garantía de confianza, de apoyo para los catequistas; una persona que les anime y les haga descubrir cuáles son sus posi­bilidades con el fin de que lleguen a adquirir «un estilo propio de dar catequesis, acomodando a su personali­dad los principios generales de la pedagogía catequé­tica» (DCC 244).

— Una persona capaz de entablar relaciones y comuni­cación con todos, de manera flexible, creativa.

— Una persona que no se haga imprescindible, bien al contrario, que confíe responsabilidades y permita al ca­tequista sentirse cada vez más autónomo tanto en la pra­xis como en la reflexión, en la acción como en la revi­sión o evaluación.

En varios momentos se pide en el Directorio de 1997 que:

«[...] el ejercicio de la catequesis alimente y nutra la fe del catequista» [...] «cada tema que se imparte debe nutrir, en primer lugar, la fe del propio catequista» (DGC 239); «esta síntesis de fe ha de ser tal, que ayude al catequista a madu-

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rar en su propia fe, a la vez que le capacite para dar razón de la esperanza en un tiempo de misión» (DGC 241 b); «la formación tratará de que madure en el catequista la capa­cidad educativa» (DGC 244).

Esta insistencia conlleva que el acompañante del catequis­ta no sea simplemente «un técnico», sino un creyente forma-dor de creyentes que, al mismo tiempo, se prepara para ser animador de la fe de otros. «El acompañante es importante cuando el catequista vive momentos peculiares de crisis en su propia fe, en la identidad personal, en algunas frustraciones que se presenten en el ejercicio de su misión cuando no se sien­ta capacitado o reciba críticas, ya sea por parte de las perso­nas como de la misma comunidad.»37

La primera acompañante y la primera tutora de todo ca­tequista es la comunidad misma en la que realiza la acción catequética. Es la comunidad la que anuncia la fe que ella vi­ve y celebra. El simple hecho de vivir y celebrar la fe es ya un acompañamiento, una maternidad38 que la comunidad rea­liza con todos sus miembros. La Iglesia no hace cosas espe­ciales con los que se quieren incorporar a ella, sino que aquello que le es propio, lo realiza y adapta, según sus necesidades, a los catecúmenos o catequizandos.

37 La formazione dei catechisti per l'iniziazione cristiana dei fanciulli e dei ragazzi, doc. cit. n. 50.

38 «La Iglesia, al transmitir —en la iniciación cristiana— la fe y la vida nueva, ac­túa como madre de los hombres, que engendra a unos hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. Precisamente, porque es madre es también la edu­cadora de nuestra fe; es madre y maestra, al mismo tiempo. Por la catequesis alimen­ta a sus hijos con su propia fe y los inserta, como miembros, a la familia eclesial. Co­mo buena madre, les ofrece el Evangelio en toda su autenticidad y pureza, que les es dado, al mismo tiempo, como alimento adaptado, culturalmente enriquecido como respuesta a las aspiraciones más profundas del corazón humano» (DGC 79).

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Propuesta (ormatíva para los catequistas de la iniciación cristiana39

La elección

Proponer una hipótesis de estructura que tenga presente la actual situación en la que la Iglesia está llamada a promover caminos de iniciación cristiana y, por tanto, la exigencia de nuevas opciones pastorales.

La finalidad de la propuesta es dotar a las comunidades parroquiales de animadores que trabajen en el proyecto de evangelización y de catequesis de iniciación cristiana.

El método

Hay una opción por el método de laboratorio como camino de formación y se privilegia una pedagogía adulta. Para al­canzar un aprendizaje activo por parte de los catequistas, se alterna adecuadamente la proyección sobre lo vivido con momentos de expresión y diálogo, para llegar a la elabora­ción de propuestas concretas para hoy.

En este sentido, es importante promover una formación que:

39 Este apéndice está tomado del documento La formazione dei catechisti per l'i-niziazione cristiana dei fanciulli e dei catechisti, pp. 122-126.

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— tenga en cuenta la experiencia de los participantes;

— cuide la interioridad de los catequistas;

— ofrezca capacitación competente para la tarea que se está llamado a desenvolver.

Perfil del catequista/acompañante de la iniciación cristiana

El catequistas/acompañante de la iniciación cristiana es una persona que:

— aprende a interpretar los cambios que se producen en el ámbito de la iniciación cristiana;

— relee la propia historia de creyente y de formador en un contexto de transición, y adquiere capacidad para intervenir de manera competente;

— sabe relacionarse con los adultos y colaborar, leer su historia a la luz de la palabra de Dios, se educa para discernir los signos de Dios, sabe iniciar en la expe­riencia eclesial.

El plan de formación

Se estructura un plan de formación que se desarrolla en dos años en torno a las siguientes áreas formativas:

— Competencias relaciónales. — Capacidad de anuncio. — Capacidad de educar para leer los signos de Dios. — Capacidad de introducir en la vida de la comunidad.

El plan exige:

— tener siempre presente la situación;

— promover un proceso de autoformación o transforma­ción, para resolver adecuadamente una acción.

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Destinatarios

La propuesta formativa se dirige a quien, dentro de la comuni­dad cristiana, pretende llevar a cabo un servicio de animación en el proyecto de iniciación cristiana.

Hay que tener en cuenta que la persona:

— esté inserta de manera activa en la comunidad cristiana a la que pertenece,

— sea una persona con una experiencia significativa.

Primer año

Objetivo

Ayudar a los catequistas/animadores a entrar en un dinamismo o estilo de autoformación como la capacidad de tomar concien­cia de los cambios que acontecen en el ámbito de los itine­rarios de iniciación cristiana y de asumirlos conscientemente en la propia historia personal para superar resistencias o miradas nostálgicas al pasado. La atención al ser del catequista es pre­misa importante para transformar los procesos.

Competencias relaciónales

— Escucha de sí para vivir relaciones de libertad y asumir un estilo de vida capaz de expresar la propia personalidad.

— Capacidad de vivir relaciones auténticas con adultos en un clima de verdadera complementariedad de compe­tencias.

Capacidad de anuncio

— Ejercicios para aprende a narrar la historia de la salva­ción promoviendo una implicación existencial.

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— Lectura de los núcleos bíblicos para habituar a elegir el núcleo del mensaje y proponerlo con competencia.

Capacidad de leer los signos de Dios

— Educación en la admiración y la contemplación.

— Uso correcto de la Palabra para superar la lectura sub­jetiva de la realidad.

Capacidad de inserción en la vida de la comunidad

— Desplazar la atención del propio mundo de acción al de los niños y sus familias.

— Madurar la convicción de que la evangelización no es cuestión de resultados personales, sino un acto eclesial, una llamada, un acto de caridad.

Propuesta de programación de encuentros

1 . Contrato formativo: expectativas, necesidades, presen­tación de la propuesta, trabajo sobre las motivaciones.

2. La relación educativa: retos y alertas que provocan los cambios y la revisión personal.

3. La relación educativa: las personas implicadas, capa­cidad de instaurar complementariedad entre las di­versas figuras de adulto.

4. Los núcleos de la historia de la salvación y la centra-lidad del mensaje cristiano que hay que presentar en la iniciación cristiana.

5. La historia de salvación narra mi historia: leer la vida a la luz de la Palabra.

6. La capacidad de narrar la Biblia: ejercicios para ad­quirir capacidad narrativa.

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7. Conocer y experimentar los elementos de la inicia­ción y saberlos aplicar a la iniciación cristiana.

8. Enseñar a leer y habituarse a leer los signos de Dios en la creación; educarse en la contemplación.

9. La oración y la liturgia como momentos de encuentro con Dios; educación personal en la dimensión ritual.

10. El mundo de los destinatarios y la centralidad de su persona en la acción educativa.

Segundo año

Objetivo

Los catequistas/animadores son invitados a dejar las modalida­des formativas obsoletas para promover nuevos procesos. La atención a los otros y a su maduración es premisa indispensa­ble para una renovación basada en procesos pastorales que re­claman nuevas atenciones e iniciativas. Es imprescindible pro­mover una nueva dimensión comunicativa y comunitaria.

Competencias relaciónales

— Promover la capacidad de trabajo en equipo, de co­laborar con la comunidad.

— Atender a una pedagogía centrada sobre el sujeto más que sobre los contenidos.

Capacidad de anuncio

— Mostrar cómo los núcleos centrales de la historia de la salvación iluminados por la acción de Jesús nos remi­ten al proyecto del Padre.

— Propuesta de la centralidad del misterio pascual co­mo camino que conduce a la vida plena.

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Capacidad de leer los signos de Dios

— Profundizar los lenguajes de los símbolos y de los ritos para descubrir la fuerza de provocación oculta en ellos.

— Educación en la contemplación para abrirá a la admi­ración, al silencio, a la contemplación.

Capacidad de inserción en la vida de la comunidad

— Recuperar la dimensión de la tradición y orientar ha­cia los retos del cambio cultural.

— Valorar el cansina y la dimensión ministerial de cada uno de los sujetos que intervienen en la iniciación cris­tiana (la comunidad, las familias, los niños, los cate­quistas, los acompañantes...).

Propuesta de programación de encuentros

1. La catequesis, acción de la comunidad: la competen­cia comunicativa.

2. El valor del grupo como experiencia de comunica­ción y de compartir: proyectar y discernir juntos.

3. Jesús revela el proyecto del Padre.

4. El misterio pascual, centro de la propuesta cristiana y experiencia de vida plena.

5. El discernimiento: como capacidad de leer la propia vida a la luz de la Palabra y como capacidad de acom­pañar al que está creciendo en la fe.

6. Conocimiento y profundización en el lenguaje de los símbolos y ritos.

7. Elementos para proyectar itinerarios diversificados.

8. Aprender a programar encuentros y a proponer o construir experiencias significativas.

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9. La comunicación de la fe: lenguajes, implicaciones personales, tradición...

10. Los ministerios en la Iglesia, una Iglesia ministerial para una iniciación cristiana que implique a varios sujetos.

Ejemplo de un encuentro formativo (Podría ser el primero o el segundo del primer año)

Tema

La relación educativa: retos y alertas que provocan los cam­bios y la revisión personal.

El catequista que escucha su vida y los retos que la ini­ciación cristiana vislumbra una revisión de las propias mo­dalidades de anuncio.

Primer momento (Proyección)

— ¿Qué es lo que vivo?

— ¿Qué es lo que experimento en mi tarea de anuncio del Evangelio: mis miedos, mis dificultades?

— ¿Qué anuncio recibido en la infancia recuerdo ahora con particular interés?

— ¿Cuáles son los retos que hoy encuentro y que pro­vienen del contexto ambiente cultural?

Segundo momento (Análisis)

— Contrastar todo esto con una página bíblica, por ejem­plo, las características del anuncio en Lucas, en los Hechos de los Apóstoles.

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— Presentación de algunos números del DGC sobre las características de nuestro mundo (nn. 24-32), los ca­tequistas laicos (nn. 219.230-231), etc.

— ¿Qué es lo que siento como luz nueva para mi vida, para mi tarea en la catequesis?

Tercer momento (Síntesis verbalizada)

— ¿Qué actitudes exige la iniciación cristiana?

— ¿Qué es lo que me suscita todo lo visto?

— ¿Cuáles son los cambios más inmediatos, urgentes, por dónde comenzar?

— ¿Qué estrategias de cambio idear para que realmente se produzca el cambio?

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Una pedagogía de iniciación en catequesis40

Los Obispos franceses han publicado un documento que ha sido valorado por la Congregación del Clero con alabanzas al­tamente significativas41:

— Riqueza de intuiciones.

— Laudable esfuerzo de inculturación desde el punto de vista catequético.

— Respeto a la originalidad de la pedagogía de la fe.

— Propuesta de modelo que suscite iniciativas regionales y nacionales.

Estas alabanzas nos llevan a presentar como apéndice el capítulo 3, titulado Les points d'appui d'une pédagogie d'ini-tiation en catéchése42 (Elementos que sustentan una pedago­gía de la iniciación en catequesis). Nos parecen que pueden ser una referencia interesante a la hora de programar la for­mación de los catequistas.

40 CONFÉRENCE DES ÉVÉQUES DE FRANCE, Texte national pour l'orientation de la catéchése en France et principes d'organisatíon, Bayard, Cerf, Fleurus-Mame, París, 2006. Traducción castellana, Texío nacional para la orientación de la catequesis en Francia y principio de organización, Editorial CCS, Madrid 2008.

41 Cfr. Decreto, p. 12. Cito siempre la edición original francesa. 42 Doc. cit., pp. 45-60.

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Por otra parte, creemos que la diversidad y las confluencias o la insistencia de líneas de acción es importante para quienes tienen la responsabilidad de la formación de los catequistas.

Como cabecera del capítulo se pone esta cita del DGC:

Para poder expresar su vitalidad y eficacia, la catequesis de­be asumir hoy los siguientes desafíos y opciones [...] a ejem­plo de la catequesis patrística, debe modelar la personali­dad creyente y, en consecuencia, ser una verdadera y propia escuela de pedagogía cristiana (n. 33).

La elección de una pedagogía de iniciación es una opción válida para todas las modalidades catequéticas que se desa­rrollen en las Iglesias particulares.

El capítulo sintetiza en siete elementos la pedagogía de la iniciación.

1. La pedagogía de la iniciación tiene como base la libertad de las personas

— Decir «yo creo» tiene sentido desde la libertad y el co­nocimiento de lo que significa.

En el proceso de catequesis, el destinatario ha de tener la posibilidad de manifestarse activa, consciente y correspon-sablemente y no como simple receptor silencioso y pasivo (DGC 167).

— Que cada persona pueda formular sus preguntas exis-tenciales y se le pueda poner en camino hacia el en­cuentro con Cristo según la fe de la Iglesia.

— Ofertas diversificadas que respeten la libertad de todos.

— No considerarse más que nadie, sino discípulos en ca­mino.

2. La pedagogía de la iniciación exige un itinerario

— Entrar en la experiencia cristiana exige recorrer un iti­nerario.

— La pedagogía de la iniciación organiza las etapas del camino para sacar gusto y desear ¡r siempre más allá.

— Responsabilidad en la propuesta: conocer las etapas que se invita a recorrer, preparar las diversas fases.

— Acompañar una aventura interior. La práctica del ca-tecumenado tiene muchas cosas que decir a los cate­quistas en este sentido de acompañamiento.

3. La pedagogía de la iniciación bebe en la fuente de la Escritura

— Los textos bíblicos son mediación para mostrar al Dios que no cesa de manifestarse.

— La palabra de Dios está en las Escrituras. Es una Persona la que se dirige a los hombres más que un texto que hay que estudiar.

— Dios habla para entablar un diálogo y una relación per­sonal con cada uno.

— El diálogo con Dios es fundamento de la oración.

4. La pedagogía de la iniciación exige la mediación de una tradición viva

— Para entrar en la experiencia de la Revelación, la pe­dagogía de la iniciación tiene necesidad de los tesoros de la Escritura y la Tradición.

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— Dios llega a los hombres de hoy a través del eco de las comunidades cristianas a lo largo de la historia.

— Son necesarios ejemplos de creyentes que viven y dan la vida por el Evangelio.

— El catequista es testimonio de la fe que él mismo ha re­cibido; es hermano del catecúmeno o del catequizando.

5. La pedagogía de la iniciación exige itinerarios de tipo catecumenal

— La primera experiencia es que es Dios quien nos busca.

— Itinerarios que se apoyen y hagan vivir la gracia de los sacramentos a los que preparan.

— Proponer itinerarios para después de la celebración del sacramento, pues una vida no es suficiente para comprender el don de Dios.

— Los elementos de un proceso catecumenal: la Biblia que nos revela a Dios; la llamada personal a la conversión que la Biblia provoca; el encuentro con una comunidad viva, donde celebrar, compartir, vivir en cristiano...; la iniciación en la oración y celebración; la capacidad pa­ra organizar y expresar lo que se le ha dado.

6. La pedagogía de la iniciación exige un dinamismo de opción

— La pedagogía de iniciación introduce en un estilo de vida que brota del misterio pascual y conduce a una res­puesta a Dios según la dinámica del misterio de muerte y resurrección de Cristo.

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— La pedagogía de la iniciación educa en una forma de ser cristiano que encuentra sus raíces en la gracia de Dios.

— La pedagogía de la iniciación muestra a un Dios que se manifiesta a los hombres enseñándoles a amar con la promesa de su apoyo para poder llegar a vivir así.

7. La pedagogía de la iniciación exige una apertura a la diversidad cultural

— Los mundos culturales hoy no son cerrados. Esto ha­ce que hombres y mujeres tengan dificultad de cons­truir su propia identidad o de dar sentido a su vida.

— La pedagogía de iniciación intenta que el hombre acep­te vivir plenamente y que acepte encontrarse consigo mismo, con su originalidad.

— La pedagogía de la iniciación favorece los esfuerzos con el fin de que las personas puedan encontrar las pala­bras para pronunciar lo esencial, para expresarse.

— La pedagogía de la iniciación apoya el arte y la belle­za como mediaciones por las que en cada época «to­ma cuerpo» el Evangelio.

— La pedagogía de iniciación no es un problema de opor­tunidad, sino la manera en que la Iglesia comprende el ejercicio de su responsabilidad catequética en la so­ciedad actual.

105

Page 54: Ginel, Alvaro - Repensar La Formacion de Catequistas

Referencias bibliográficas

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43 Expreso mi agradecimiento al profesor Emilio ALBERICH por facilitarme y per­mitirme incluir en este trabajo la bibliografía que él ha confeccionado y seleccionado.

106

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111

Page 57: Ginel, Alvaro - Repensar La Formacion de Catequistas

Introducción 5

CAPÍTULO I

LA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS EN LOS DIRECTORIOS DE CATEQUESIS

DE 1971 Y 1997

A. El Directorio de 1971 13

1. La ubicación de la formación de catequistas 14

2. Las insistencias de la formación de catequistas 15

• Necesidad de personas

verdaderamente formadas 15

• Finalidad de la formación catequética 16

• Los ejes de la formación catequética 17

- Eje de la doctrina 17 - Eje de las ciencias humanas 18

- Eje de la metodología 18

• Estilo de introducir en el arte catequético 18

• Vida espiritual 20

3. En síntesis 20

112

B. El Directorio de 1997 22

1. Un nuevo marco para la catequesis 23

• La Iglesia particular 23

• La pastoral de catequesis 24

2. La importancia de la formación de catequistas 25

3. Finalidad y naturaleza

de la formación de catequistas 26

• Finalidad 26

• N.iiuraleza de la formación de catequistas 26

- Dimensión cristocéntrica de la formación de catequistas 26

- Dimensión eclesial 29

4. Criterios inspiradores de la formación de catequistas 29

• Formar catequistas para las necesidades evangelizadoras de este momento histórico 30

• Formar catequistas

para una catequesis determinada 31

• Una formación integradora 32

• Una formación que respete la originalidad laica de los catequistas 33

• Una formación con una pedagogía propia 33

5. Dimensiones de la formación 34

• Ser 34

• Saber 36

• Saber hacer 38

6. Lugares de formación de los catequistas 39

7. Síntesis comparativa 41

113

Page 58: Ginel, Alvaro - Repensar La Formacion de Catequistas

CAPÍTULO II

APROXIMACIÓN AL ESTADO ACTUAL DE LA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS

1. Una constatación inicial 47

2. Síntomas sobre la formación de catequistas 48

• Disminución de catequistas 48

• Disminución de las escuelas de catequistas 50

• Escuelas de teología en vez de escuelas de catequistas 51

• Sentido peyorativo del término catequista 51

• Desconcierto actual ante la catequesis 53

3. Núcleos de la problemática de la formación de catequistas 54

• Importancia de la formación catequética de los presbíteros 54

• Pluralidad de formas de entender la formación .. 56

• Declive del modelo de catequesis doctrinal 56

• Ajustar la formación de catequistas a la naturaleza de la catequesis 59

• Dimensión iniciática de la catequesis 60 - ¿Qué entendemos por dimensión iniciática? . 60 - Capacidades de un catequista

de la iniciación cristiana 62 Formación sistemática 62 Formación orgánica 64 Formación que inicia 65

• La catequesis en la Iglesia particular 66

4. Pedagogía de la formación de catequistas 71

114

CAPITULO III

PROPUESTAS PARA UNA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS

1. Una formación de catequistas basada en la finalidad que el Directorio le señala 75

2. Los ejes de una sólida formación de catequistas .... 76

• Formación del ser del catequista 77

- Formación humana 77 - Formación como creyente 77 - Formación apostólica 77

• Formación del saber del catequista 78

- Formación para el aquí y ahora 78 - Formación bíblica 78 - Formación teológica 79 - Formación en las ciencias humanas 80 - Formación catequética 80

• Formación en el saber hacer 80

- Formación en la pedagogía religiosa 80 - Formación en metodología 81

3. La manera de formar a los catequistas 81

• Formación de tipo laboratorio 82

- Los formadores de una formación de tipo laboratorio 83

- Los núcleos de la formación en laboratorio ... 84 Núcleo teológico 84 Núcleo pedagógico 85

• Formación acompañada o tutorial 87

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APÉNDICES

I. Propuesta formativa para los catequistas de la iniciación cristiana 93

II. Una pedagogía de iniciación en catequesis 101

III. Referencias bibliográficas 106

116