Germán Colmenares - Las convenciones contra la cultura

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LAS CONVENCIONES CONTRA LA CULTURA

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Ensayos sobre la historiografa hispanoamericana del siglo XIX

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eparGERMN COLMENARES .

~ Universidaddel Valle

BAl\CO DE LA REPBLICA

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COlCIENCIAS

EDITORES

T -n1EDITORES

'1DCD MUNDO lA. SANrAff DE sOGorA rRANSv. 2a. A. No. 67-27, TELS.2550737 - 2551539, A.A. 4817, FAX 2125976

EDICIN A CARGO DE HERNN LOZANO HORMAZACON EL AUSPICIO DEL FONDO GERMN COLMENARES DE LA UNIVERSIDAD DEL VALLE

Diseo de cubierta: Hctor Prado M., TM Editores Primera edicin: 1986, TM Editores Segunda edicin: 1987, TM Editores Tercera edicin: 1989, TM Editores Cuarta edicin: agosto de 1997, TM Editores Marina de Colmenares TM Editores en coedicin con la Fundacin General de Apoyo a la Universidad del Valle, Banco de la Repblica y Colciencias ISBN: 958-601-719-2 (Obra completa) ISBN: 958-601-650-1 (Tomo) Esta publicacin ha sido realizada con la colaboracin financiera de Colciencias, entidad cuyo objetivo es impulsar el desarrollo cientfico y tecnolgico de Colombia Edicin, armada electrnica, impresin y encuadernacin: Tercer Mundo Editores In Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia

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CONTENIDO

PRLOGO INTRODUCCIN

Xl Xl11

Qu hacer con las historias patrias? Las teoras y la historiografa Captulo 1. LAS CONVENCIONES CONTRA LA CULTURA La razn filosfica y la razn filolgica:el debate Bello-Lastarria (1844-1848)

xiii xxiv 11

La destruccin del pasado Las lites contra las turbas Las dificultades de la figuracin americanaCaptulo 11. LA TEMPORALIDAD DEL SIGLO XIX

15 20 2733

El calendario Las generaciones Las fuentesCaptulo 111. LA INVENCIN DEL HROE Captulo IV.LA ESCRITURA DE LA HISTORIA

34 38 4859

Historia y literatura de ficcin La trama oculta Jos Manuel Restrepo o el lenguaje de las pasiones Bartolom Mitre o el lenguaje metafrico de las ciencias naturales Gabriel Ren Moreno o el lenguaje de los objetos y de las ceremoniasCONCLUSIONES

77 77 84 87 91 93101

NOT A

DE LOS EDITORES

Tercer Mundo Editores ha publicado Convenciones contra la cultura en tres ocasiones (1986, 1987, 1989). La edicin que aqu se presenta parte de este nico prototipo. Algunas citas se han precisado y normalizado, sobre todo en lo que tiene que ver con Historia General de Chile. Se destaca el trabajo hecho sobre el captulo de Restrepo. En realidad Convenciones surge de un trabajo de reescritura y reelaboracin de los artculos que Colmenares haba publicado sobre Restrepo, quien es adems, el nico historiador colombiano citado.

Las que han sido hasta ahora oscuras historias de islas remotas merecen un lugar alIado de la autocontemplacin del pasado europeo -o de la historia de las civilizaciones- por su propia notable contribucin a la comprensin histrica.

Marshall Sahlins, Island of History

Elpasado es siempre una ideologa creada con un propsito, diseada para controlar individuos, o motivar sociedades o inspirar clases. Nada ha sido usado de manera tan corrupta como los conceptos del pasado. El futuro de la historia y de los historiadores es limpiar la historia de la humanidad de estas visiones engaosas de un pasado con finalidad. La muerte del pasado puede hacer bien slo en la medida en que florece la historia.

J.H. Plumb, The Death of the Past

PRLOGO

El quehacer

de los historiadores hace parte de la actualidad intelectual de su propio momento. De all que su visin del pasado, deprimente u optimista, o la eleccin de sus temas, ejemplifiquen de alguna manera las preocupaciones corrientes de un momento dado. Reflexionar sobre la escritura de la historia del siglo XIX equivale, entonces, a poner uno enfrente del otro dos espejos que proyectan su propia imagen indefinidamente. Miramos la historiografa del siglo XIX y no podemos evitar mirarnos en ella. El estudio de las maneras de referirse al pasado no constituye una tarea puramente formal, una especie de aventura deconstruccionista la mode que acabe por revelarnos un vaco desprovisto de toda referencia objetiva. Consiste ms bien en el examen de ideologas y de valores implcitOSenn texto, y en su confrontacin deliher.ada...connue.sb:as_pr_esun.ciones],aeQ1P~i.c.asy la.inevitabilidad. de r.uestros valores. Por tal razn debe resistirse a la tentacin, en la que se cae casi siempre, de derogar sumariamente los resultados de la tarea historio grfica del siglo XIX. Por tratarse de una imagen primigenia de nuevas naciones sobre s mismas, la historiografa hispanoamericana del siglo XIX sigue siendo enormemente influyente. En la trama de los acontecimientos ele~gue reconocindose la individualid~~_de cada nacin, los rasgos distintivos de una biografa colectiva. A veces se Fresentan como un arsenal disparatado de imgenes, desprendidas de su propia cronologa y sin un origen identificado. Casi nunca se las asocia al nombre de un autor o se recuerdan las circunstancias que les dieron origen. La fuerza misma de dichas imgenes reside en su carcter aparentemente annimo, como si se tratara de la el!Poracin eP~tnea d~ un i,D.~~~olectivo.

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LAS CONVENCIONES

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Estos ensayos obedecen a la necesidad de encarar una tradicin, necesidad que los historiadores hispanoamericanos solemos posponer indefinidamente. Por razones que obedecen al estado de la historiografa en mi propio pas, creo que es el momento adecuado para hacerlo. A riesgo de parecer presuntuoso o, para atenerme a la prudente formulacin del profesor J. M. Burrow, de desacreditar lo que hubiera querido realzar, debo atribuir al apacible ambiente de la Universidad de Cambridge la ocasin de emprender estas reflexiones. Por lo menos debo agradecer su hospitalaria acogida y la oportunidad que tuve all de reencontrar de nuevo un sentido de finalidad en la vida universitaria. Casi diariamente recib, por un ao, en Sto Edmund's House el discreto aliento de David A. Brading y de Celia Wu, como tambin, pero a cierta distancia, el de Malcom Deas, Senior Proctor de Oxford. Allison Roberts, secretaria del Centro de Estudios Latinoamericanos de Cambridge, fue siempre la ms discreta y efectiva anfitriona. Amrica Latina ha mantenido obstinadamente un monlogo cuyo tema invariable ha sido el pensamiento europeo. Mi propia Universidad del Valle, en Cali, ha alimentado durante aos mis perplejidades al recibir y propagar casi instantneamente los ms sofisticados productos del pensamiento europeo, particularmente las elaboraciones de la rive gauche. Ojal estos ensayos sobre los orgenes de tan curiosa vocacin, y mi propio uso liberal de esas ideas, aproxime an ms las discusiones con mis colegas de los departamentos de Filosofa, de Letras, de Comunicacin Social y de Historia.

Cambridge Universidad del Valle, 1986

INTRODUCCIN

QU HACER CON LAS HISTORIAS PATRIAS? La historiografa hispanoamericana del siglo XIX estuvo dedicada en su mayor parte a la Ee!le2dQsol2re el perodo de la Ini~.!nc!..~~llo le ha atrado juicios someros, que parecen tan definitivos como una lpida sepulcral. Para el profesor W oodrow Borah, uno de los ms reconocidos innovadores en temas y mtodos de la historia colonial, esta historiografa no constituye sino una serie de historias patriasl. Con esto Borah no califica un cierto nacionalismo estrecho al que fatalmente se hallan sometidos los historiadores nativos, sino que alude ms bien a la ausencia de una disciplina acadmica, sujeta a normas crticas de recibo internacional que regulen la actividad de sus cultores. Sugiere tambin el hecho de que gran parte del conocimiento impartido como enseanza escolar proviene de elaboraciones del siglo XIX. Refirindose a s mismo, un historiador econmico peruano nos revela que en 1971, Herac1io Bonilla y Karen Spalding observaban (...) que la mayora de las afirmaciones sobre la emancipacin ~eruana de la historiografa local tradicional carecan de sentido . Este historiador ha debido haberse referido a las preguntas antes que a las afirmaciones. Muy probablemente no se trata de que l haya credo poseer una nocin ms exigente de lo que es significativo, sino1 W. Borah, An Interview, en Hispanic American Historical Revew, citado en adelante como HAHR, No. 65, 1985, p. 433. Tambin Latin American History in a World Perspective, en The Future ofHistory, ensayos editados por Charles F. Delzell, Nashville, Tennessee, 1977, pp. 151-172. Heraclio Bonilla, The New Profile of Peruvian History, en Latn American Research Review (LARR), No. 14, 1981, p. 216.

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tan solo que est pensando en otros problemas y que, frente a stos, los planteados por la historiografa tradicional y local pierden su propio sentido. No hay que decir que los problemas propuestos recientemente habran carecido tambin de sentido para el historiador {del siglo XIX. Lo anterior sugiere una brecha al parecer insalvable entre nuestra propia manera de concebir la historia y la tradicin 1 historiogrfica del siglo XIX. Pero invita tambin a preguntarse por el significado de esa tradicin. La insatisfaccin con respecto a la historiografa tradicional latinoamericana ha invadido la literatura de ficcin. Las historias patria>, on toda su seriedad acartonada, brindan un fcil blanco a la c :iron~. A un observador externo le parecen el pretexto de ceremonias y rituales exticos o un escaparate de bibelots disparatados y decrpitos. Su artificialidad ha sido reelaborada una y otra vez como algo grotesco en las novelas latinoamericanas recientes. All, evocaciones reconocibles como personajes o situaciones histricos surgen ,como un fondo de pesadilla en los flujos de conciencia de los actores. El sentido agnico de estos actores no se estrella contra un destino en el que juegan dioses caprichosos sino contra la pobreza de los smbolos, grotescos o patticos, que aluden a la realidad histrica. En la trama novelesca, una contraccin violenta del tiempo histrico reduce a ste a su esencia mtica y despoja la violencia pura de todo pretexto. La ficcin narrativa filtra en la conciencia una realidad oscura y desptica, tornando en caricatura los rasgos de un cuadro a menudo brillante y optimista. La ficcin quiere revelar la carcoma que roe las figuraciones de la historia. Y de paso busca recobrar una historia ms autntica. Las evaluaciones ms sistemticas de esta historiografa tienden a poner de relieve aspectos puramente circunstancial es de su construccin. Aunque ninguna historiografa, sea cual fuere el continente o el pas, puede defenderse siempre de la sospecha de que sus temas centrales estuvieron inspirados por el deseo de pronunciarse en un torbellino de circunstancias locales y pasajeras, la acusacin de un marcado subjetivismo parece ajustarse de manera ms protuberante a la historiografa hispanoamericana. Algunos ven en ella ;-ja representacin nacional recortada, pues constitua exclusivamen te la expresin de los puntos de vista de una lite restringida. A tan

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INTRODUCCIN

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esencia1limitacin se agregan otras que van estrechando ms y ms la intencin original de los historiadores hispanoamericanos del siglo XIX. Por ejemplo, stos habran abogado por la ideologa poltica de un grupo, cuando no exhiban justificaciones ms mezquinas, de tipo familiar o personal. Estos cargos centrales se ven reforzados por objeciones sobre una r dudosa prctica profesional: que los historiadores no vean otra cosa en la historia americana que una prolongacin de la europea. Su_sesquemas interpretativos, enteramente prestados, habran dependido de una absorcin apresurada y superficial de las novedades doctrinales europeas:Desde la Ilustracin, pasando por el utilitarismo, el positivismo o el eglpirismo, hasta los modelos propuestos por historiadores como Guizot, Miche1et o Macau1ay, todas las novedades europeas deban restar originalidad al quehacer de los historiadores hispanoamericanos. Ello no era un impedimento para que se atribuyeran a s mismos una funcin condescendiente como educadores de las masas -6 como profetas de un futuro acomodado en su propio provecho. En suma, los reparos que formulan casisiempre algunos acadmicos norteamericanos3 contra la historiografa tradicional hispanoamericana constituyen ms bien una requisitoria contra los hbitos intelectuales y los sesgo s morales de las clases dirigentes de estos pases. -Todas las objeciones mencionadas evalan la historiografa hispanoamericana del siglo XIX de acuerdo con patrones contemporneos de la produccin historiogrfica. Pero si dicha historiografa\ debe verse en s misma como un problema, ms vale preguntarse por las condiciones intelectuales especficas en que se produjo. Tales. condiciones se refieren a: primero, la eleccin de la Independencia1

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Vase por ejemplo E. Bradford Burns, despus, al comentar el libro La dictadura de O'Higgins, del chileno MLguel Luis Amuntegui, insista: Hace tiempo me tienen cansado lo.=; hroes sudamericanos, que nos presentan siempre adornados de la::s virtudes obligadas de los epitafios. y Sarmiento no haba visto nada an. Todava a mediados del siglo, una moderada apreciacin de los mritos de Bolvar atraa el rencor de los congresistas venezolanos }-I1 Citado por Manuel Glvez como epgrafe de Vida de Sarmiento.

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slo en los siguientes treinta aos apareceran las obras de su compatriota Baa.rtolom Mitre sobre Belgrano y San Martn. Cuando estaba en Chile, unos aos antes de comenzar a componer Facun o, el mismo Sarmiento parafraseaba la idea de Carlyle de que la his..toria es la esencia de innumerables biografas. Crea que el gnero biogrfico se prestaba para poner los hechos historiogrficos al alca.:lce del pueblo, pues costaba mucho trabajo comprender el enlace cLe la multitud de acontecimientos2. En 1875, Mitre comunicaba la nlisma idea a Barros Arana y propona escribir varios episodios de la revolucin argentina en los que cada ao estuviera marcado For un medalln histrico. Los episodios biogrficos tendran l-l unidad de un drama y se leeran como una novela, con lo cual esperaba hacer popular la historia patria3 Casi treinta aos antes, Mitre haba expresado la creencia de que la biografa era un microcosmos capaz de abarcar y unificar elementos contradictorios:Yo creo que la biografa no ha llegado an a su completo desarrollo. Nadie es capaz de imaginar todo lo que puede formularse en la narradin de una vida (...) la vida es un cuadro que puede encerrar en s t.udo cuanto hay de imaginable; es una frmula general que puede encerrar en s los elementos ms opuestos4.

El re~ uerimiento de unificar en una lnea narrativa la dispersin de acontecimientos mltiples y complejos responda a algo ms que al deseo "e popularizar la historia patria. Era el corazn mismo de las dific~ltades del relato histrico en el siglo XIX, al adoptar como modelo o.tras formas narrativas. La solucin deba ser la amplificacin desmesu rada de la entidad personal, el desbordamiento del cauce biogrfico y su adopcin como microcosmos o como representacin simblic...a de una entidad colectiva. En la introduccin de su obra2 3 4 Ibid. p- 176. Carlyle haba expresado estas ideas en un influyente artculo /. La contemplacin examinaba con cuidado la iconografa de San Martn e iba registrando los cambios que con el correr de los aos haban alterado su expresin. Mitre terminaba lamentando que los billetes y estampillas hubieran escogido una imagen tarda, desprovista de arreos histricos: el caballo, la banda presidencial o la expresin decidida de la plenitud. Su propia representacin escoga cuidadosamente cada palabra en un rango de notaciones simblicas de manera tal que se ubicara en un contexto remoto y mucho ms grande que el tamao natural. Su descripcin era una verdadera escultura que fijaba cada rasgo de un modo solemne y definitivo. Su pretensin era la de eternizar cada momento significativo en el bronce. En el encuentro de Bolvar y San Martn en Guayaquil se resista a ver, como ha sido usual, un misterio, y prefera referirse a su simbolismo, de una manera muy similar al del tratamiento de relieves conmemorativos. La biografa de su hroe apareca as como una serie de cuadros fijos, inmovilizado s por el peso de su significacin. Mitre no pareca estar tan interesado en el personaje San Martn como en el monumento que l mismo le eriga. Una vez fijados los rasgos de ste, el personaje real desapareca y el monumento tomaba su lugar. Conocemos al hroe por sus obras, por el resultado palpable de sus designios, sin que tengamos acceso al santo de los santos de su personalidad ntima. Si el historiador, por algn azar, llegaba a conocerla, tena que callar por reverencia. EnJa..invencin del hroe contribuan ciertas formas bsicas de auJorrepresentacin colectiva. El hroe deba compendiar los rasgos ms esenciales, as fueran contradictorios, con los cuales cada pueblo prefera identificarse. Por eso la objetividad del retrato era indiferente. Tal vez por la ausencia de una literatura de ficcin significativa en el siglo XIX, en Hispanoamrica las convenciones narrativas para describir un carcter no tuvieron influencia o slo dieron como resultado retratos abstractos que obedecan ms a las reglas de la7 Ibid. T. VI,

p. LVIII.

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alegora que a las del simbolismo. Los matices de una personalidad o sus elementos caprichosos, el contraste entre sus aspectos brillantes y sus zonas oscuras, el retrato sico1gico veraz, perdan importancia frente a los resultados atribuidos a su accin. La imagen del hroe se compona y se recompona en el espejo hecho aicos de sus, actos. El general Mitre, a quien le gustaba pensar que la revolucin de independencia de su pas estaba presidida por una ley misteriosa y nica, operaba una curiosa trasposicin entre sta y la personalidad del hroe, entre un principio impersonal que diriga los acontecimientos histricos y una voluntad personal que influa en ellos. Corno no poda formular claramente tal ley sino a lo sumo aludir a ella de una manera vaga y ampu10sa, su personaje deba sustituida de alguna manera y poseer un rasgo similar a las leyes de la naturaleza. Por eso describa el genio de San Martn como genio matemtico yaseguraba que pocas veces la intervencin de un hombre en los destinos humanos fue ms decisiva que la suya, as en la direccin de los acontecimientos, como en el desarrollo lgico de sus consecuencias. Segn sus revelaciones, la logia masnica de Lautaro haba sido una prolongacin de la voluntad de San Martn, que haba actuado corno una direccin inteligente y superior capaz de dominar las evoluciones populares. La logia haba mantenido la alianza argentino-chilena, haba organizado metdicamente todas las fuerzas polticas y extendido su influencia misteriosa por todo el pas8. La ley de los acontecimientos resultaba ser entonces una voluntad previsora de los ms mnimos detalles, capaz de obtener tambin triunfos matemticos en el campo de batalla. La prolijidad de Mitre al exponer los aspectos estratgicos y tcticos de las batallas del hroe y su insistencia en afirmar que eran el resultado de su genio matemtico muestran el carcter rudimentario de una historiografa emparentada con las sa1modias de la pica. La guerra era todava en el siglo XIX el modelo mismo de la inteligibilidad histrica. La ocasin, adems, de la realizacin del hroe. La historia-batalla desarrollada por Jos Manuel Restrepo,8 Ibid. T. I,

p. 195.

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INVENCIN DEL HROE

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por Paz Soldn, por Baralt o por Mitre iba encadenando el sentido de un propsito que pareca emanar de los hechos mismos y revelar allllismo tiempo la interioridad magnificada del hroe. En el caso de las batallas libradas por San Martn, el resultado no era el fruto del azar o de una inspiracin sbita sino de una cuidadosa previsin, la ejecucin de un texto escrito de antemano. La secuencia sintagmtica de los hechos de armas se adecuaba a una narrativa sin cisuras, en la que el significado de una accin colectiva haba sido prescrito con anterioridad y en la que los incidentes aislados se integraban en una previsin de conjunto. El nfasis en las estrategias europeas de San Martn contrastaba el carcter herldico de las ceremonias de la guerra, su virtualidad como fuente de legitimidad, con el desorden de las montoneras y los caudillos9 La relacin puramente aleg rica entre el personaje y los acontecimientos mantena un misterio conveniente sobre su carcter: Reservado, taciturno, enigmtico, el misterio que empieza a envolverlo en vida se prolongar ms all de su tumba. Al parecer, el bigrafo se esforzaba en descifrar el misterio a punta de adjetivos: No fue un hombre sino una misin, severa figura histrica, genio concreto, figura de contornos correctos, hombre de accin deliberada, inteligencia comn de concepciones concretas; general ms metdico que inspirado; poltico por necesidad y por instinto ms que por vocacin, criollo de pasin innata, metdico organizador, consumado tctico, sagaz diplomtico militar, fecundo en estratagemas, con rara penetracin para utilizar las cualidades de sus amigos, temperamento fro y un alma intensamente apasionada 10. El misterio de San Martn se ahondaba por el simple hecho de que su bigrafo no se decida por una descripcin sensata, en la que no figurara un alud de adjetivos contradictorios. Por tal motivo la sobria descripcin de Barros Arana podra despejar algunas dudas sobre el personaje, pues en el fondo coincide con lo que Mitre quera expresar:

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Sobre la cualidad textual de las batallas. Vase Norman Bryson, Word and Image. French Painting 01 the Ancient Rgime, Cambridge, 1983, p. 36. 10 Historia de San Martn, T. 1, pp. 140 Y ss., Y 1. II, pp. 337 Y ss.

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La seriedad del carcter, el espritu de orden y de regularidad en todas sus ocupaciones y aun en los actos ms ordinarios de la vida; la puntualidad en el cumplimiento de sus deberes; la escrupulosa probidad en todos sus tratos; la modestia en el vestir y la sobriedad en sus alimentos, eran desde entonces los rasgos distintivos del general San Martn.

Acaso sin proponrselo y probablemente debido al contraste con los ditirambos de Mitre, el historiador chileno presentaba un aspecto ms bien deprimente del hroe argentino cuando agregaba que ste lustraba sus botas todos los das y que los papeles de su archivo y las cajas de su equipaje dejaban ver ese espritu ordenado y metdico en todos los accidentes 11. En qu medida la imagen heroica preexista, en una representacin colectiva, a la operacin del historiador? En qu medida contribua a formada el historiador mismo? La memoria colectiva no poda preservar un perfil preciso o un anecdotario riguroso. La faccin poltica poda contribuir a precisar estos elementos y hasta a dotados de alguna coherencia. Pero la imagen parcial del partido o de la faccin conspiraba contra la imagen del hroe concebido en funcin de una idea nacional. La imagen de hroe, con sus cualidades extraordinarias, deba trascender rivalidades pasajeras. La evidencia de la grandeza era algo permanente y en el culto heroico se cifraba un elemento estabilizador que, segn las previsiones de Carlyle, poda sobrevivir al hundimiento de todas las disposiciones, credos y sociedades que los hombres hayan instituido12. La objetividad del historiador consista, entonces, en conciliar imgenes opuestas o en dotar de una coherencia nacional, es decir, por encima de los partidos, una imagen que todos pudieran compartir. Claro est que muchas veces l mismo no poda sustraerse a los sesgos que le impona su propia confesin poltica. Pero como, en general, su asunto era la nacin y no el partido, aun en estos casos su imagen tenda a ilustrar un postulado general o convenientemente abstracto. Las impresiones borrosas y muchas veces contradicto11 Historia Jeneral de Chile, T. X, Santiago, 1889, p. 117. 12 On Heroes, Hero Worship and the Heroic History, Conferencia VI.

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rias de la representacin colectiva eran la materia bruta del historiador. ste poda precisar o rectificar una secuencia, pero no la esencia del perfil y la escala o la estatura del hroe. Tales elementos estaban dados de antemano. Por eso Juan Bautista Alberdi perciba un ascendiente popular en la invencin del hroe y la necesidad de representar su gloria como una necesidad colectiva. Don Benjamn Vicua Mackenna escribi sucesivamente sobre Jos Miguel Carrera, sobre O'Higgins, sobre Portales. Esta ltima obra haba causado la desesperacin de Jos Victorino Lastarria. El jefe liberal le escriba a Vicua el 5 de junio de 1863 que ni siquiera abrira el segundo tomo: Para qu lo he de abrir, si el primero, que le durante la navegacin, me cost rabias, dolores de estmago, patadas, reniegos y cuanto puede costar una cosa que desagrada?. Tras de acusar afectuosamente a Vicua de vndalo y hasta de mentiroso, terminaba urgindolo a que contestara una simple pregunta: quin es ms grande? Pues alternativamente, a medida que aparecan las biografas, Vicua pareca asegurar que lo eran Carrera, O'Higgins y hasta el mismo Portales13. n realidad Vicua no haba hecho otra cosa que caracterizar los tres primeros decenios de la vida republicana chilena. Cada uno quedaba presidido por el signo de una personalidad, por la parbola trgica de una biografa. Lo mismo que para Mitre, para Vicua era indispensable este procedimiento, que haca inteligible un mundo de incidentes aislados. Ms all de cualquier juicio poltico quedaba intacta la grandeza de los personajes tutelares. Su presencia serva para depurar un pasado republicano y acentuar el contraste con el umbral de la vida poltica del propio Vicua, la famosa administracin de don Manuel Montt. La sacralizacin del mito de los orgenes republicanos lo conduca sucesivamente a la exaltacin de una personalidad como smbolo de un determinado momento, aun si eso significaba absolver a un adversario poltico como don Diego Portales. En Vicua Mackenna los rasgos de O'Higgins como hroe nacional encontraban una clara correspondencia con una imagen de su mbito colectivo y geogrfico. Esta imagen de Chile, que hubiera13 Ricardo Donoso, Don Benjamn Vicua Mackenna, p. 154.

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definido cualquier criollo educado del siglo XIX como el suelo clsico de la moderacin, del reposo, del experimento, de todas las viejas circunspecciones y timideces castellanas, aumentadas a ms por el ejemplo yla imitacin de todas las seriedades britnicas14 o, el mismo Vicua, como pas circunspecto, con una oligarqua de grave prosopopeya, era el marco adecuado para esa honrada y simptica figura 1 . El hroe O'Higgins, como el paisaje o como la sociedad chilenos, careca de estridencias. Su equilibrio contrastaba con la hybris desmesurada de Jos Miguel Carrera. El mismo Vicua, en quien sus contemporneos apreciaban las imgenes pintorescas y de enrgico colorido 16o a quien censuraban, como haca Barros Arana, por su abierto recurso a tcnicas de ficcin novelesca, apenas se permita dotar a sus hroes de algn rasgo mtico, como lo haca Mitre. Slo una vez O'Higgins aparece fundido como un signo de convergencia con el destino entero de su pas, por el hecho de haberse hallado presente en Rancagua y en Chacabuco, es decir, en la derrota y en el triunfo1? La representatividad de los hroes hispanoamericanos era limitada. Se confinaba a aquellos rasgos raciales prestigiosos que les conferan gallarda, modales distinguidos, facilidad y franqueza en el trato, desprendimiento, etc.18,o los atributos corrientes de los hroes novelescos, como en esta descripcin del venezolano Juan Vicente Gonzlez:Pero quin es ese joven de admirable madurez, de tan militar apostura que se adivina al mirarle, su osada y valor? Ojos azules y color blanco, que ennegrecern los rayos de la guerra, msculos de acero, mirada soberbia y terrible, las formas elegantes y varoniles del dios de las batallas. Le llaman Simn Bolvar; slo Jos Flix Ribas parece ms arrogante yesplndido19

14 Carta de Ambrosio Montt a Bartolom Mitre, del 22 de mayo de 1874. Archivo del General Mitre, T. 20, p. 129. 15 B. Vicua Mackenna, Vida del Capitn General Don Bernardo O'Higgins, pp. 99,167, 169. 16 Carta de Ambrosio Montt, op. cit., 1, 131. 17 Vida del Capitn General, p. 197. 18 Barros Arana, a propsito de Jos Miguel Carrera en Historia Jeneral, T. VIII, p. 388. 19 J. V. Gonzlez, Biografa de Jos Flix Ribas, p. 33.

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Aun en una figura menor como la del coronel don Toms de Figueroa deban exaltarse las cualidades del linaje. Su madre posea la fiereza de su raza cltica y el seno ardiente de mujer murciana. La estirpe paterna, por su lado, tena la impasibilidad del granito que forma las speras costas cantbricas y el mismo Figueroa tena el mismo temple de los capitanes que trescientos aos antes que l vinieran a este suelo con la cruz de la fe pintada en su armadura y el acero de las batallas desnudo en la diestra o atado a la brida20. Los ancestros bretones y normandos de los Ribas venezolanos posean el mismo exotismo europeo y se adobaban con la imagine ra de los folletines de Eugene Sue:Por largo tiempo no degeneraron ciertamente de los primitivos habitantes de las rocas rojas, de la baha de los asesinatos, de la isla de Sein, poblada de hadas y demonios, donde piedras esparcidas son una boda petrificada, y una piedra aislada un pastor tragado por la luna21.

La paradoja de esta convencin sobre los nobles orgenes del hroe reside en que estaba destinada a halagar los instintos populares. El nfasis novelesco de Vicua Mackenna y de J. V. Gonz1ez en sus figuras heroicas deba atraer la adhesin admirativa de las gentes sencillas. El estilo pintoresco de ambos, que era la base de su popularidad, tenda a negar la solemnidad con la que se rodeaba la actuacin de las capas ms elevadas de la sociedad. La nica manera de expresar su simpata hacia lectores eventuales de las clases bajas consista entonces en adoptar un estilo que les mereca la desaprobacin de los historiadores serios. La personificacin del hroe como historia viviente o de sus ras-: gos como otras tantas partes del ser colectivo imaginado se echa de ver, sobre todo, en el tratamiento de los hroes ajenos. En 1858, Vicua Mackenna se quejaba al general Mitre: Su juicio sobre el general Carrera no me ha sorprendido en cuanto significa la opinin argen,tina sobre aquel chileno. Y calificaba la caracterizacin de Mi20 B.vicua Mackenna, El coronel Don Toms de Figueroa, p. 48. 21 J. V. Gonzlez, Biografa de Jos Flix Ribas, p. 6.

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tre coomo opinin apasionada, injusta, falsa. Un poco ms adelante, eIll la misma carta, la queja no se refera ya a un juicio aislado sobr~ un personaje chileno muy controvertido, cuya accin se haba desa=_rrollado tanto en el territorio chileno como en el argentino y que por 110 tanto deba quedar sometido a una opinin argentina. Insensiiblemente Vicua desplazaba su reclamo por la apreciacin de Mitr.e como si ste se hubiera referido a toda la historia chilena. Le repr~chaba haber juzgado la actuacin de Carrera en Chile, cuando hab"a debido limitarse a juzgar la actuacin del personaje en Argentina. De uno y otro lado de los Andes, Carrera quedaba confundido con ma historia entera, y un juicio sobre sus actos entraaba un juicio sobr.-e esa historia. El hroe imparta de este modo una cualidad moral a.! la historia, que sin l no tendra ninguna, y otorgaba al historiadoor la funcin de juez22 La opinin sobre los hroes ajenos deba guardar el decoro de los senti:imientos privados. Aireados en pblico invitaba a condenaciones tfulminantes, como todas aqullas que Mitre se atrajo entre los historiadores venezolanos a propsito de Bolvar23 Despus de aos de p. olmica con Mitre, Vicente Pidel Lpez le escriba una carta conciliafioria. El nico desacuerdo que le pareca subsistir, y esto expresado eIn un tono tan confidencial que invitaba ms bien a la complicidad, estrLbaba en los juicios de Mitre sobre Bolvar: (Y esto de m para uste. d) yo lo tengo por un genio siniestro, indigno de la fortuna con que le brind el acaso de las circunstancias y de las hazaas ajenas en Colombia y en el Per. Mitre, que quera despejar el camino de la :..~conci1iacin con su antiguo crtico, responda a este guio con algUIna reticencia:TIratndose de Bolvar, nuestros juicios no estn tan distantes, como \.Usted parece pensado. (oo.) Usted lo trata con ira y desprecio (yeso t. ambin entre nosotros), aun cuando tal apreciacin puede ser mor -almente justificada, no se opone a reconocer la grandeza del homoore y del hroe24

22 l\.Museo Mitre, T. 1, p. 94. 23 ~ufino Blanco Fombona, en la introduccin del libro de J. V. Gonzlez sobre Jos Flix Ribas. 24 MAuseo Mitre, T. III, p. 283.

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Bolvar nunca fue el hroe del Per sino de Colombia. Esta frase categrica de Mariano Felipe Paz Soldn quera ser la afirmacin de un principio poltico que rechazaba el autoritarismo. Su preferencia por San Martn le haca adoptar los ditirambos de Vicua Mackenna a propsito de la misin providencial y casi divina del hroe argentino en el Per: San Martn no fue, pues, un hombre ni un poltico, ni un conquistador; fue una misin alta, incontrastable, terrible a veces, sublime otras. Pero la narrativa del historiador peruano no giraba en torno a este hroe distante y ni siquiera sobre ese otro genio altanero, dominante y cuyas glorias bastaban para deslumbrar. El asunto de su narrativa obedeca ms bien a la frustracin de que en el Per no hubiera surgido un hroe providencial cuyas hazaas pudieran contrastarse con las de los extranjeros, o de que apenas uno que otro hecho heroico sirviera de sombra para realzar el cuadro lamentable de nuestras ,humillaciones y desvaros25 . . Usualmente, el hroe no deba entrar en una contradiccin inconciliable con su propio mundo social. Sencillamente porque l era la encarnacin ms pura del ser colectivo y en l reposaban las simientes del perfeccionamiento social. El conflicto irresoluto de un personaje con su propia sociedad lo sealaba como un hroe fallido. Por ejemplo, Jos de la Riva Agiiero y Torre Tagle, los dos hombres a quienes la revolucin peruana haba elevado al poder, exhiban en su carcter una falla fundamental que iba arrastrando los acontecimientos como un sino trgico. El destino de Riva Agiiero lo impela a estrellarse contra Bolvar, como si la hybris de su carcter, aristocrtico y arrogante, fuera un elemento de desastres. Barros Arana vea, no sin cierta condescendencia, en la arrogancia de Jos Miguel Carrera el resultado deplorable de las limitaciones de la vida colonial. De una manera similar, Paz Soldn atribua a Riva Agiiero la influencia de una sociedad cortesana e intrigante. Inclusive su popularidad le vena de que la gente de color vea en l a su amo, el nio Pepito. En agosto de 1823, Torre Tagle reuna el Congreso que iba a declarar a Riva Agiiero reo de alta traicin. Las solemnidades del acto hacan ms irnico el desenlace:25 Historia del Per independiente, segundo perodo, p. 164, p. 1; primer perodo, p. 33 Y T. 1, p. 11.

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Repiques, fiestas, arengas en elogio de Torre Tagle eran la consecuencia necesaria; a ste se le proclamaba como padre de la Patria, como el ms virtuoso y digno hijo del Per y su nica esperanza. Meses antes se haba hecho lo mismo con Riva Agiiero; y ese mismo da se le declaraba traidor; luego seguira el mismo camino el nuevo hroe26.

Miguel Luis Amuntegui, cuya inventiva contra O'Higgins despertaba las recriminaciones de Sarmiento sobre el culto de los hroes, limitaba la funcin de stos a la mera identificacin ideolgica. En Amuntegui, como tal vez en ningn otro historiador del siglo XIX, hay una reflexin irnica sobre la tela de la cual estn cortados los hroes. En Los precursores relata pormenorizadamente una conspiracin de 1776, cuando dos franceses residentes en Chile intentaron una revolucin de independencia. La narrativa sigue cuidadosamente las peripecias de los expedientes criminales sobre el caso. La personalidad un poco excntrica de Alejandro Berney y Antonio Gramuset se prestaba para un relato novelesco que el historiador salpicaba de ironas. Personas menores, socialmente ambiguos, su intentona pareca desproporcionada, y Amuntegui se resista a tomada en serio. El asunto, que la Audiencia ocult sigilosamente para no dar ocasin a un escndalo, culmin con la muerte de los dos conspiradores en circunstancias diversas y con un perdn real otorgado pstumamente en 1786.Sobre el ocultamiento y el perdn, Amuntegui comentaba que se haba quitado a los dos extranjeros el nico bien, el solo tesoro que habran podido dejar en este mundo: la gloria y la gratitud de la nacin chilena. Con el martirio, los franceses hubieran alcanzado la inmortalidad (...) el pueblo hubiera guardado imborrable el recuerdo de su sacrificio. Los padres habran trasmitido la relacin de los mritos de estos primeros mrtires de la independencia. Sus nombres habran sido colocados entre los prceres de la . . 27 In d epen denCla . Tan ambiguo relato remite el reconocimiento del hroe a otra instancia que no es el historiador mismo sino la conciencia colectiva. El historiador renuncia esta vez a poner de su parte un elemento26 [bid. segundo perodo, p. 64. D. Barros Arana, Historia Jeneral, T. VIII, p. 388. 27 Miguel Luis Amuntegui, Los precursores de la independencia de Chile, T. III, p. 251.

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esencial para la invencin del hroe: la notoriedad. Y a fin de cueno_tas no sabemos si lo que priva a Berney ya Gramuset de la calidad heroica sean las circunstancias infortunadas del sigilo de su proceso _', es decir, que se hubiera despojado su gesto de una proyeccin p-blica de ejemplo e incitacin, o el perdn, que los privaba del elemento de identificacin colectiva con el sacrificio, o la irona mismifl de Amuntegui, que retrata a los actores como una mezcla pueril de= vanidad social e ignorancia poltica. Para Amuntegui, la novedad de las naciones se justificaba a la__ luz de los principios superiores y racionales que podan adoptar en .. su organizacin. Tales principios, de carcter moral, se fundaban en ~ la igualdad de los ciudadanos y en el ideal del humanismo republi-cano que impona la participacin de stos en la cosa pblica. Sin embargo, y en ello Amuntegui segua a Lastarria, el rgimen colo- nial haba creado estructuras perdurables que inhiban dicha participacin. La revolucin misma no haba surgido espontneamente de las masas populares y por eso se vea en la intervencin de un personaje como Jos Miguel Carrera una necesidad histrica. Carrera haba servido para introducir un principio dinmico en las masas, que ellegalismo de abogados y terratenientes era incapaz de despertar:Era urgentsimo _deca_2B que las masas comprendiesen y se acalorasen por ella (la revolucin), porque pronto iba a necesitarse soldados, que slo de la turba podran salir.

El carcter teatral del destino de Carrera se prestaba para reivindicar vagamente una tradicin de insurgencia, as sta hubiera estado destinada al fracaso por la excesiva arrogancia del hroe. No es frecuente que, como en el caso de Jos Miguel Carrera, la figura de un protagonista sobreviva con brillantes colores al ms completo fracaso poltico. Pero a los rasgos de modestia, buen sentido y tacto de G'Higgins, en cierta manera la representacin de la estabilidad institucional y conservadora de Chile, deba contraponerse la figura apasionada y romntica de Carrera. Como las caras de Jano, la representacin del hroe poda ser alternativa.28 M. L. Amuntegui, La dictadura de O'Higgins, pp. 42,43 Y61.

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El papel de representatividad de una comunidad imaginada que se asiignaba al hroe encerraba una paradoja peligrosa de la cual los histor":'iadores chilenos, tanto como Jos Manuel Restrepo en Colombia, ~afael Mara Baralt en Venezuela o Juan Bautista Alberdi en Argentin._a, eran perfectamente conscientes. Al contraponer el principio de : la libertad, que era el fruto de una cultura, al de la mera independencia poltica, don Andrs Bello reconoca que el principio extraro (el de la libertad) produca progresos; el elemento nativo dictadur. as29,Las dictaduras eran, entonces, una fatalidad a la que no podaan escapar los herederos de los duros y tenaces materiales ibricos>x>. En SUll diatriba contra Mitre, Juan Bautista Alberdi volva sobre la misma iodea y sealaba el carcter puramente alegrico de una representa.acin en la que los principios motores y determinantes de los hech,_os histricos son representados por hombres y personas. Segn A...lberdi, cuando se introduca una casta de hroes y libertadores, ttan hereditaria y privilegiada como cualquier otra, el historiador dJejaba de ser libre. En la lectura misma de los documentos tena qu,_e atender a los prejuicios populares y desviar el objeto de la historia para alimentar la gloria de un personaje y no la verdad. Hroes ~ caudillos utilizados como una simple galera de modelos edifican.ates, podan enmascarar o brindar una representacin inexacta de:= fuerzas y conflictos tan reales como el de la oposicin secular arger ntina entre Buenos Aires y las provincias, Para:a Alberdi la revolucin argentina no haba obedecido a los designioos de un hroe, sino que estaba inscrita en un proceso mucho ms vasto y se rega por una ley impersonal y general de progreso. Era mes el producto de la accin civilizada de Europa y por eso deba evvitarse hacer un dolo de la gloria militar, que es la plaga de nuestra .s repblicas. La misin providencial del hroe quedaba reducida as a algo puramente circunstancial. Tal vez ningn crtico hispancoamericano en el siglo XIX haya advertido con tanta claridad como .Mlberdi la verdadera funcin del hroe dentro del relato histrico. TLaidea de Mitre sobre una presunta misin de San Martn de29 A. Bit ello, Obras completas, T. XIX, p. 169.

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llevar la revolucin argentina al resto de Sudamrica le pareca un simple juego de palabras (...) en obsequio de la vanidad del vulgo. Aun sin San Martn, a Chile le habran sobrado los libertadores. Los candidatos ms probables hubieran sido los hermanos Carrera .. Esta eleccin de Alberdi mostraba el carcter perfectamente inter-cambiable de los hroes. Como tambin su apreciacin del potencial 1 de utilizacin literaria de los Carrera, figuras llenas de originalidad, ornato potico, pintoresco y melanclico30. En l()shistoriadores hispanoamericanos haba una curiosa limitacin en la eleccin de los rasgos heroicos. El hroe no encarnaba", como enCar1yle, toda la gama de las potencialidades humanas, sinoo simplemente las de la voluntad. Slo quienes haban dejado su huella en un hacer decisivo, quienes haban manejado todos los hilos de= una trama que cambiaba el curso de la historia, alcanzaban la estatura heroica. En rigor, slo poda haber hroes durante la Independencia. El resto etan aquellos caudillos nefastos que prolongabaITl. agitaciones y trastornos intiles. Sin embargo, Jos Mara Samper eI'"l Colombia o Benjamn Vicua Mackenna en Chile atribuan la exis-tencia del personalismo de los caudillos allegado de las guerra!:'5 31 de Independencia. Pero este fenmeno deba ser pasajero. En 1874 -, Vicua se felicitaba de la gradual desaparicin de la escena poltica. de los Rosas, los Monagas, los Obando, los Flrez, etctera:Usted -le escriba a Mitre- que es tan profundo observador de cuanto le rodea ha fijado su espritu en la gran revolucin que se opera en nuestra condicin democrtica? Hace apenas veinte aos, cuando usted y yo estbamos alumbrados por el mismo candil en el fondo de un calabozo, la personalidad era todava suprema y arrogante en la Amrica espaola. (...) Y hoy? Qu significa ese gnero de personalismo en la existencia de todos estos pueblos? Las masas son el equilibrio y a la vez son la cspide.

Una tradicin de radicalismo poltico, que puede hacerse remOlT1tar a los escritos de juventud de Lastarria o a la generacin que surr30 J. B. Alberdi, Grandes y pequeos hombres del Plata, pp. 193,269 Y287. 31 Carta al general Mitre, del lO de marzo de 1874, Archivo del General Mitre, T. XXXI, p.54.

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gi a la "vida poltica en el decenio de los 40, estuvo siempre tentada a consaggrar ms bien un hroe intelectual. En Chile, a un Camilo Henrqt11ez, por ejemplo. Este hroe no poda sostener el aliento de una nanrativa, por cuanto su aparicin en la escena de los grandes aconteciimientos haba sido siempre fugaz. Adems, lograr el reconocimieJ: nto de este tipo de hroe entre los sectores populares hubiera sido t:...l.naarea imposible. Por eso haba que seguir atenindose al t hroe m:jlitar pero, en lo posible, adornado de la virtud del desprendimientoo. Por tal razn San Martn, en vez de Bolvar, era para Paz Soldn El verdadero padre de la nacin peruana, y por lo mismo Miguel Ruis Amuntegui rechazaba a O'Higgins y prefera, contra todas las convenciones aceptadas, ejemplificar el ser colectivo chileno en su~ anttesis trgica, la figura de Jos Manuel Carrera.

Captulo IVLA ESCRITURA DE LA HISTORIA

HISTORIA

y LITERATURA

DE FICCIN

En un artculo de 18731, don Diego Barros Arana mencionaba el parecer del clebre crtico Mckintosh, que en 1813haba sostenido que los viajes de Coln no seran el tema de un verdadero poema pico sino cuando el descubrimiento y la conquista estuvieran envueltos en oscuridades legendarias. La necesidad de este distanciamiento brumoso del clebre crtico evoca con insistencia la construccin deliberada de ruinas gticas ifollies) con las que se adornaba el paisaje ingls hacia la poca en que escriba. Para aquel crtico, segn Barros Arana, el distanciamiento deba resultar del desarrollo de la historia misma, es decir, de los avances en la vida consciente como naciones de aquellos fragmentos del imperio espaol que en ese momento luchaban por su independencia. Frente a esa concepcin romtica, en la que las urgencias del presente se contrastaban con la imprecisin brumosa de un pasado remoto, el historiador chileno propona el problema de una manera completamente diferente. No era el distanciamiento el que deba conferir una cualidad mtica al descubrimiento, para convertido en un material idneo de construccin potica. Era la renovacin misma de las ciencias histricas, su seguridad absoluta en referir los sucesos en toda su verdad, sin oscuridades ni leyendas, la que deba restituir el carcter grandioso a tales hechos, pues su verdad histrica era en este caso superior a la epopeya. Barros Arana identificaba as, para la poca del descubri1

Obras completas, T. VI, pp. 36 Y 55.

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miento, historia y poesa. Segn l, las empresas de la conquista tenanel ms alto inters pico por la grandeza de la accin, por las dificultades felizmente vencidas, por el relieve de los caracteres, por el choque de dos razas y de dos sociabilidades tan diferentes entre s y por la variedad y el esplendor de la naturaleza y d.2los pases en que se verificaron esos grandes acontecimientos.

En cuanto al descubrimiento del Nuevo Mundo, todo all ofrece la grandiosidad pica. Los hombres de accin, el medio fsico y moral en que sta se desenvuelve. La calidad potica se atribua as a la realidad, no a las formas adoptadas para figurarla o representarla. Pese, sin embargo, a este tributo a la sensibilidad romntica convencional del siglo XIX hacia las pocas ms remotas, el nfasis de las reconstrucciones hispanoamericanas no iba a recaer en el Descubrimiento o la Conquista. A diferencia de Robertson o de Prescott, los historiadores hispanoamericanos del siglo XIX no estaban en posicin de escoger un tema entre otros muchos. Su propia historia nacional se impona taxativamente como una tarea y, en ella, el perodo de las guerras de la Independencia les pareca ser el ms significativo. Estando en la crcel por sus actividades en la oposicin al gobierno a fines de 1858y comienzos de 1859,don Benjamn Vicua Mackenna acariciaba la idea de escribir una novela sobre la vida de Almagro, inspirado en el estilo de las novelas histricas que lea por entonces2 Finalmente se decidi por escribir una historia convencional. Pero una de sus obras ms populares, concebida casi como un folletn por entregas3, Los Lisperguer y la Quintrala (Doa Catalina de los Ros), se vale de los recursos narrativo s corrientes en las novelas del siglo XIX. El libro, que constituye uno de los primeros intentos de escribir una historia social de la Colonia, no tiene una forma temtica en la que el autor y el lector sean los nicos caracteres implicados, sino una formafictiva, en la que son esenciales caracteres internos4 La accin de2 3 4 Ricardo Donoso, Don Benjamn Vicua Mackenna, p. 103. Fue publicada originalmente en el peridico El Ferrocarril en 1877. Sobre estos conceptos vase Northrop Frye, Fables of ldentity.

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los personajes produce efectos instantneos y la pintura est calculada para provocar horror y repulsin. Azotainas, envenenamientos y otros crmenes oscuros subordinan la actitud moral a las convenciones del cuento. El principal cargo de Miguel Luis Amuntegui contra el rgimen colonial espaol consista en que ste haba abolido toda individualidad. En trminos de la representacin histrica ello equivala a haber matado todo resorte de la accin para hacer imperar el aburrimiento y la rutina. Pero Amuntegui no tena inclinacin hacia la narrativa y por eso aparece como el ms analtico de los tres historiadores chilenos clsicos. Aun cuando no encontrara una materia dramtica en el perodo colonial, algunos de los problemas seminales que propu'so siguen moldeando la reflexin sobre esa poca. En cambio, su condiscpulo Barros Arana encontraba en el autoritarismo y el dirigismo monrquicosla verdadera razn de la lentitud de los procesos de las colonias hispanoamericanas. La historia bajo aquel rgimen ofrece una escassima importancia. El inters dramtico se concluye con la conquistaS.

Tal apreciacin de los perodos histricos como provistos o exentos de inters dramtico provena de la atraccin que ejercan en los historiadores del siglo XIX las formas narrativas impuestas por las novelas histricas de sir Walter Scott y de su imitador Washingtonlrving, y por las conquistas de los dos grandes imperios americanos. Sin embargo, don Diego Barros Arana ha perpetuado en Chile la imagen del historiador erudito, desprovisto de atractivos estilsticos, atento exclusivamente a acumular pruebas documentales y a exponer prolijamente los acontecimientos. La extensin misma de una narrativa en diecisis volmenes, que le ocuparon la mitad de su larga vida, parece un testimonio contundente de la seriedad de su propsito. Barros expres siempre una admiracin sin reservas por la obra del historiador escocs William Robertson y sealaba.en l cualidades que no dudaba en atribuirse a s mismo: claridad, ~