Forgotten Realms - Reinos Olvidados: INSURRECCIÓN · 2011. 1. 30. · Forgotten Realms - Reinos...

302
Forgotten Realms - Reinos Olvidados: INSURRECCIÓN (La Guerra de la Reina Araña, vol.2) Autor: Thomas M. Reid Coordinador de la serie: R.A. Salvatore Traducción (no oficial): Leonor Ñañez PRÓLOGO Sintió como si una parte de ella se estuviera deslizando de su matriz, y por un momento se sintió disminuida, como si estuviera cediendo demasiado. El resentimiento se estaba escapando. Porque en el caos, el único se convertiría en muchos y esos muchos viajarían a lo largo de distintos caminos y hacia objetivos que parecían igualmente diversos pero que eran, en efecto, uno y el mismo. Al final, serían uno nuevamente, y serían como lo habían sido antes. Este era un renacimiento más que un nacimiento, este era crecimiento más que disminución o separación. Esto era como había sido a lo largo del milenio y como debía ser para que ella perseverara en las edades por venir. Ella estaba vulnerable ahora --lo sabía-- y tantos enemigos la atacarían, dada la oportunidad. Muchos de sus propios súbditos se dignarían reemplazarla, dada la oportunidad. Pero ellos, todos ellos, sostenían sus armas en defensa, lo sabía, o con aspiraciones de conquista que parecían grandiosas pero eran, en la vasta escala del tiempo y el espacio, diminutas e inconsecuentes. Más que nada, era la comprensión y la apreciación del tiempo y el espacio, la previsión de ver los eventos como debían haber sido vistos de aquí a cien años, que verdaderamente separaban las deidades de

Transcript of Forgotten Realms - Reinos Olvidados: INSURRECCIÓN · 2011. 1. 30. · Forgotten Realms - Reinos...

  • Forgotten Realms - Reinos Olvidados:

    INSURRECCIÓN (La Guerra de la Reina Araña, vol.2)

    Autor: Thomas M. Reid Coordinador de la serie: R.A. Salvatore Traducción (no oficial): Leonor Ñañez

    PRÓLOGO

    Sintió como si una parte de ella se estuviera deslizando de su matriz, y por un momento se sintió disminuida, como si estuviera cediendo demasiado. El resentimiento se estaba escapando.

    Porque en el caos, el único se convertiría en muchos y esos muchos viajarían a lo largo de distintos caminos y hacia objetivos que parecían igualmente diversos pero que eran, en efecto, uno y el mismo. Al final, serían uno nuevamente, y serían como lo habían sido antes. Este era un renacimiento más que un nacimiento, este era crecimiento más que disminución o separación.

    Esto era como había sido a lo largo del milenio y como debía ser para que ella perseverara en las edades por venir.

    Ella estaba vulnerable ahora --lo sabía-- y tantos enemigos la atacarían, dada la oportunidad. Muchos de sus propios súbditos se dignarían reemplazarla, dada la oportunidad.

    Pero ellos, todos ellos, sostenían sus armas en defensa, lo sabía, o con aspiraciones de conquista que parecían grandiosas pero eran, en la vasta escala del tiempo y el espacio, diminutas e inconsecuentes.

    Más que nada, era la comprensión y la apreciación del tiempo y el espacio, la previsión de ver los eventos como debían haber sido vistos de aquí a cien años, que verdaderamente separaban las deidades de

  • los mortales, los dioses de las criaturas. Un momento de debilidad a cambio de un milenio de una oleada de poder...

    Entonces, a pesar de su vulnerabilidad, a pesar de su debilidad (la cual odiaba por encima de todo el resto), estaba llena de alegría mientras otro huevo se deslizaba de su arácnido torso.

    Ya que la esencia que crecía en el huevo era ella misma.

    _____ 1 _____ --¿Y por qué debería mi tía confiar en alguien que envía a un

    hombre a hacer el trabajo por ella? --dijo Eliss'pra, mirando desdeñosamente a Zammzt.

    La sacerdotisa drow se reclinó imperiosamente sobre un sillón demasiado mullido que había sido anteriormente rellenado con telas de felpa, mas por decoración que por comodidad. Quorlana pensó que la delgada elfa oscura debía lucir extrañamente fuera de lugar en una sala de estar ricamente decorada, vestida como estaba con su cota de malla finamente labrada y con su mazo al alcance de la mano. Aun así, Eliss'pra se las arregló para parecer como si fuera parte de la clientela más exclusiva de la Casa Innombrable. Quorlana arrugó su nariz demostrando disgusto; sabía bien que Casa representaba Eliss'pra, y encontró que la arrogante drow reclinada enfrente suyo exhibía un poco demasiado las afectaciones superiores de su tía.

    Zammzt inclinó ligeramente su cabeza, reconociendo las preocupaciones de la otra elfa oscura.

    --Mi señora me ha dado ciertos... regalos que espera expresen su completa y entusiasta sinceridad en este asunto --dijo él--. Ella también desea que les informe que habrá muchos más de estos una vez que el acuerdo esté sellado. Quizás eso aliviará sus propias preocupaciones, también --añadió con lo que debe haber pretendido que fuera una sonrisa respetuosa, aunque Quorlana la encontró mas feraz que nada. Zammzt no era un hombre atractivo para nada.

    --Tu "señora" --replicó Eliss'pra, evitando ambas apelaciones y nombres, como habían acordado los cinco reunidos desde el principio--, está pidiendo mucho de parte de mi tía, de hecho de cada una de las Casas representadas aquí. Los regalos no son ni de cerca una

  • muestra generosa de confianza. Debes hacer algo mejor que eso. --Si --se metió Nadal, sentada justo a la derecha de Quorlana--. Mi

    abuela no considerará esta alianza sin una prueba seria que la Casa... --el hombre drow, vestido con un piwafwi mas bien sencillo, cerró la boca en medio de la palabra. Su insignia proclamaba que era un mago miembro de los Discípulos de Phelthong. Recuperó el aliento y continuó--. Quiero decir tu señora, que tu señora está realmente consignando los fondos de los que hablas.

    Parecía mortificado de casi haber divulgado un nombre, pero el hombre mantuvo su expresión firme.

    --Tiene razón --añadió Dylsinae del otro lado de Quorlana, su suave, hermosa piel prácticamente brillaba con los aceites perfumados con los que se untaba. Su envolvente vestido de gasa contrastaba drásticamente con la armadura de Eliss'pra, reflejando su tendencia a tomar parte de placeres hedonistas. Su hermana, la madre matrona, era quizás incluso más decadente--. Ninguno de los que representamos levantará un dedo hasta que nos des alguna evidencia de que no estamos poniendo nuestras cabezas en una pica. Hay muchísimos pasatiempos más... interesantes con los cuales entretenernos que una rebelión --terminó Dylsinae, estirándose lánguidamente.

    Quorlana deseaba no estar sentada tan cerca de la zorra. El perfume de sus aceites eran enfermizamente dulces.

    A pesar de su disgusto general por los otro cuatro drows, Quolana estaba de acuerdo con ellos en este asunto, y lo admitió ante el resto del grupo.

    --Si mi madre fuera a aliar su propia Casa con sus otras Casas menores en contra de un enemigo común, necesitaría ciertas garantías de que no sería dejada colgada como chivo expiatorio en el momento en que los acontecimientos se tornen difíciles. No estoy del todo segura de que tal cosa exista.

    --Créeme --respondió Zammzt, mirándolos en círculo a cada uno por turno para hacer contacto visual--. Entiendo sus preocupaciones y su reticencia. Como dije, estos regalos que me han ordenado poner a disposición de vuestras Casas son mas que una pequeña muestra del compromiso de mi señora para con esta alianza.

    Buscó dentro de su piwafwi y sacó un pequeño tubo con pergaminos, uno mas bien adornado. Después de sacar un rollo grueso de pergaminos del tubo, los desenrolló. Quorlana se sentó más adelante en su propia silla, de pronto curiosa de saber lo que tendría el

  • elfo oscuro. Repasando el contenido de la pila de curvados pergaminos,

    Zammzt los repartió y comenzó a rodear a los reunidos, removiendo un par de páginas y dándoselos a cada conspirador por turno. Cuando le dio a Quorlana su parte, ella los tomó de él temerosamente, insegura de que tipo de magia pudieran tener esas páginas. Los observó cuidadosamente, pero sus sospechas se disiparon; eran hechizos, no maldiciones. ¡Él les estaba ofreciendo rollos de hechizos como regalo!

    Quorlana dejó que el regocijo desbordara dentro de ella. Semejante tesoro era invaluable en días de incertidumbre y malestar. La ausencia de la Madre Oscura había puesto restricciones en cada sacerdotisa que la adoraba. Quorlana misma no había podido entretejer su propia magia divina, y sudaba cada vez que pensaba en ello. Pero con los rollos, el miedo, la ansiedad, el sentimiento de desesperación podían ser desterrados, al menos por un tiempo.

    Fue con un gran esfuerzo que la sacerdotisa resistió la urgencia de leer los rollos de arriba a abajo una y otra vez. Forzándose a recordar a quien servía, al menos por el momento, en cambio guardó los pergaminos en el bolsillo de su piwafwi y volvió su atención a la reunión clandestina frente a ella.

    --La única otra prueba lo suficientemente fuerte para convencerles de nuestra sinceridad sería avanzar y contratar a los mercenarios --dijo Zammzt, aunque ninguno de los otros elfos oscuros parecía estar prestándole atención.

    Eliss'pra y Dylsinae tenían los ojos abiertos con la misma emoción que Quorlana sentía. Nadal, aunque no estaba personalmente impresionado --los hechizos no tenían valor para él como mago-- todavía podía reconocer el valor de los regalos.

    --Debería ser obvio para cada uno de ustedes --continuó Zammzt--, que una vez que nuestra Casa se acerque a los extranjeros no habrá vuelta atrás. Estaremos completamente comprometidos, con o sin vuestras promesas de alianza. Eso, mis encantadores compañeros, es poner el carro delante del lagarto.

    --Sin embargo --respondió Eliss'pra, todavía sonriendo mientras miraba los rollos en sus manos--, eso es precisamente lo que debes hacer y deseas contar con mi tía entre tus aliados.

    --Sí --estuvo de acuerdo Dylsinae. Nadal asintió su concurrencia. --Creo que mi madre estaría dispuesta a aceptar esos términos.

  • Especialmente después que vea estos --Quorlana expresó su asentimiento, luego señaló los rollos guardados en su piwafwi--. Definitivamente si hay más de donde vinieron estos.

    ¿Cómo en la Antípoda Oscura podían ellos dispensar de estos rollos? Se preguntaba.

    Zammzt frunció el ceño y dijo: --No prometo nada. Dudo mucho de que pueda convencerla de

    que esté de acuerdo con esto, pero si está dispuesta, yo procuraré los servicios de los mercenarios y les traeré la prueba.

    Nadie habló. Todos estaban con un pie afuera del punto sin retorno, y a pesar del hecho de que ninguno de ellos estaba en posición de realmente tomar una decisión, sintieron el peso de esa decisión igualmente de pesada.

    --Entonces, nos encontraremos nuevamente después de que hayas contratado al ejército --dijo Eliss'pra, levantándose del sillón--. Hasta entonces, no deseo ver a ninguno de ustedes cerca mío, ni siquiera en la misma calle de la red.

    Agarrando estrechamente su maza, la sacerdotisa drow caminó furtivamente dejando la sala privada.

    Ha llegado nuestro momento, insistió la drow silenciosamente. Lolth ha expedido un desafío. Las grandes Casas de Ched Nasad caerán, y las nuestras se levantarán para tomar su lugar. Nuestro tiempo finalmente ha llegado.

    * * *

    Aliisza estaba tan acostumbrada a los constantes gruñidos,

    regaños y babeo de los tanarukks que ya raramente los oía, por lo que la quietud que la rodeaba mientras caminaba sola a lo largo de la carretera enana era notable. Salir y dar vueltas en la antigua Ammarindar sin un escolta de las hordas mitad demonio y mitad orcos era un cambio refrescante. Kaanyr rara vez le pedía --ella se negaba a decir "dejaba"-- hacer algo sin una escolta armada, por lo que casi había olvidado lo placentero que era en realidad la soledad.

    Aun así, por mucho que estuviera disfrutando su privacidad, a pesar de lo breve que podía ser, tenía un propósito, y aceleró sus pasos.

    Siguió hasta el final de un largo y ancho bulevar, el cual había sido labrado por enanos muertos hacía tiempo ya de los impolutos lechos de roca de la Antípoda Oscura misma eones atrás. Aunque a

  • penas lo notaba, la artesanía del amplio pasaje era exquisita. Cada ángulo era perfecto, cada columna y cornisa era gruesa y estaba finamente decorada con runas e imágenes estilizadas de los fornidos habitantes del pueblo. Al final del bulevar, Aliisza entró en una cámara grande, que ya de por sí era lo suficientemente grande que podría haber albergado la superficie de un pueblo. Entró por un túnel en un costado que le permitiría cruzar varios pasajes principales que eventualmente la llevarían directo al palacio de Kaanyr, en lo profundo de la vieja ciudad. Todavía le sorprendía lo vacía que podía estar la ciudad, incluso con todas las Legiones Hostigadoras del Cetro vagabundeando por ahí.

    Cruzó las avenidas y encontró el camino que quería, luego se apresuró hacia el palacio.

    Dos guardias tanarukk flanqueaban la puerta de la sala del trono. Los fuertes humanoides verde grisáceos estaban encorvados como siempre, con sus prominentes colmillos saliendo para afuera desafiantes de sus prominentes mandíbulas mientras la miraban de reojo con sus bizcos ojos rojos.

    A Aliisza le parecía que las dos bestias prácticamente se estaban preparando para cargar contra ella atropellarla con sus bajas y empinadas frentes. Aliisza sabía que con su magia las crestas a escala de aquellas salientes frentes no eran una amenaza para ella, pero aun así las criaturas parecían dudar de quien era ella, por lo que mantenían sus hachas de guerra cruzadas ante la entrada a tiempo que ella se acercaba. Finalmente, justo antes de que tuviera realmente que aminorar la marcha y decir algo --lo que la hubiera puesto de muy mal humor-- las dos bestias casi desnudas y de pelo grueso se hicieron a un lado y le permitieron pasar sin interrumpir sus pasos. Ella sonrió para sí misma, preguntándose cuán divertido habría sido desollarlos vivos.

    Pasando a través de varias cámaras exteriores, Aliisza cruzó el portal hacia la sala del trono mismo y observó al cambion del marqués haraganeando en su trono, una silla grandiosa y monstruosa construída con los huesos de sus enemigos. Cada vez que ella veía esa cosa, le recordaba cuán crasa era. Conocía a demasiados demonios que consideraban que sentarse sobre una pila de huesos era un tipo de símbolo de poder y gloria, pero en su opinión, no mostraba nada de clase, no sutilmente.

    Era la única gran falta de visión de Kaanyr Vhok. Kaanyr había puesto una pierna sobre el apoyabrazo del trono y

  • se sentaba con su barbilla apoyada en su mano, con el codo contra su rodilla. Miraba los rincones más altos de la habitación, obviamente pensando y desatento a ella.

    Aliisza casi inconscientemente comenzó a pasearse provocativamente mientras acortaba la distancia entre ellos, pero se encontró admirando sus formas tanto como ella esperaban que él estuviera apreciando las suyas. Su pelo gris estaba despeinado pícaramente y, combinado con sus orejas tiradas hacia atrás, le daban una apariencia de un más bien me-lleva-el-diablo, medio elfo, madurando. Aliisza curvó sus labios en una astuta sonrisa, pensando en como él se metía en los distintos recovecos que tanto le gustaban, haciéndose pasar en el mundo de la superficie como un miembro de esa bella raza.

    Kaanyr finalmente escuchó los pasos de su consorte y la miró, sus rasgos se iluminaron, aunque ella no estaba segura si era por la visión de ella o por las noticias que traía. Llegó hasta los primeros escalones del dosel y subió hasta donde se sentaba él, dejando que una pizca de lloriqueo ensombreciera su gesto.

    --Ah, mi deliciosa, has venido, y ¿con noticias espero? --preguntó Kaanyr, enderezándose y palmeándole el muslo.

    Aliisza le sacó la lengua y moviéndose presuntuosamente acortó la distancia que quedaba para sentarse sobre su regazo.

    --No me entusiasmes más, Kaanyr --pretendió quejarse, apoyando su espalda mientras se sentaba--. Sólo me amas por el trabajo que hago por ti.

    --Oh, eso no es justo, pequeña --respondió Vhok, recorriendo amorosamente con su mano una de sus brillantes alas de cuero negro--. Tampoco es particularmente cierto.

    Con eso, estiró su otra mano y colocándola bajo sus lustrosos y negros rizos, la atrajo hacia él, colocando su boca contra la suya en un profundo y escalofriante beso. Por un brevísimo instante ella consideró resistírsele, jugando una de las infinitas variantes de los juegos que tanto parecían gustarles a los dos, pero el pensamiento duró poco. Su mano se deslizó por la garganta al hueco de su cuello y continuó más abajo aun. Ella prácticamente zumbaba con su tacto, y sabia que con las noticias que le traía, tales coqueteos sólo romperían el hechizo.

    Kaanyr se alejó después de un momento de acalorados abrazos y dijo:

    --Suficiente. Dime lo que has averiguado. Esta vez, Aliisza realmente lloriqueó. Sus caricias sobre sus alas y

  • otros lados la dejaron levemente anhelante, y fueran o no noticias importantes, no estaba lista para ser dejada a un lado tan rápidamente. Consideró retener la información por un tiempo, enviándole un mensaje sutil de que no se podía jugar con ella. Él podía gobernar el lugar, pero ella no era su sirvienta. Ella era consorte, consejera y era libre de encontrarse otro amante, si él dejaba de satisfacerla. Satisfacer una alu --la hija de un súcubo y un un hombre humano-- eran desafíos con los que pocos se atrevían. Kaanyer era uno de esos pocos. Decidió contarle las noticias.

    --No se han desviado de su curso, aunque es aparente que saben que nos estamos acercando. Sus exploradores han divisado a nuestros guerrilleros y han seguido evitando hacer contacto. Los tendremos arrinconados contra el Araumycos, pronto.

    --¿Estás segura de que no están aquí para espiarnos o declararnos la guerra? ¿Ningún golpe rápido antes de desvanecerse en el desierto?

    Kaanyr golpeaba sin querer una de sus alas mientras preguntaba esto y la alu-demonio temblaba de placer. Él parecía no darse cuenta de su reacción.

    --Medianamente en lo cierto. Aparentemente, se dirigen al sudeste, hacia Ched Nasad. Cada vez que les cortamos la ruta, buscan otra. Parecen decididos a mantener su camino.

    --Aunque, no son una caravana --dijo él--. No tienen bienes o animales de carga. De hecho, viajan irracionalmente livianos de armas para un drow. Definitivamente están tras algo. La pregunta es ¿qué?

    Aliisza tembló de nuevo, aunque esta vez fue más por la anticipación del resto de las noticias que por las caricias ausentes de Kaanyr.

    --Oh, definitivamente no son una caravana --le contó ella--. Es el séquito drow más extraño que creo he visto deambular cerca del desierto. Llevan un draegloth con ellos.

    Kaanyr se enderezó, mirando fijamente los ojos de Aliisza, y preguntó:

    --¿Un draegloth? ¿Estás segura? --Cuando la alu asintió, él frunció los labios--. Interesante. Esto se vuelve más y más intrigante. Primero, no hemos visto ninguna caravana drow de ningún tipo en las últimas quincenas. Finalmente, cuando una partida de drows se aventura, vienen derecho aquí, algo que normalmente evitarían como el hedor de un pantano, y por último, tiene un draegloth que los acompaña, lo que significa que las Casas nobles drow están

  • personalmente involucradas de alguna manera. ¿En qué andan, por los Nueve Infiernos?

    Vhok volvió a mirar en la distante oscuridad, de nuevo acariciando a su consorte distraídamente, esta vez dejando que sus dedos recorrieran sus costillas, las cuales estaban expuestas a través de los lazos de su brillante corset de cuero negro.

    Ella suspiró de encanto pero se forzó a mantenerse concentrada. --Hay más. Escuché una conversación cuando se detuvieron a

    descansar. Uno de ellos, definitivamente un mago de algún tipo, estaba criticando a otra, quien parecía ser una sacerdotisa.

    --¿Uno de los hombres discutiendo con una mujer? Eso no puede durar mucho.

    --Y no cualquier mujer. Él se refirió a ella como "la Señora de la Academia".

    Kaanyr se sentó derecho, su mirada penetrando la suya. --Oh, en serio --dijo en un tono tan intrigado, no se dio cuenta de

    que su movimiento casi la hizo caer a Aliisza al suelo a sus pies. Ella se las arregló para mantener el equilibrio, pero fue forzada a

    pararse para no quedar como tonta. Ella miró al cambion. El siguió, desatento: --Oh, esto es demasiado bueno. Una de las más altas

    sacerdotisas en todo Menzoberranzan está tratando de entrar de incógnito a través de mi diminuto dominio. Y está dejando que un mago le levante la voz. Ni una caravana en más de un mes, y ahora esto. ¡Esto es demasiado divertido! --Kaanyr se volteó para mirar a Aliisza una vez más, y una vez que vio su mirada, inclinó la cabeza a un costado confundido--. ¿Qué? ¿Qué pasa?

    La alu humeó: --¿No tienes idea, verdad? Kaanyr extendió sus manos impotentemente y sacudió su cabeza. --¡Bueno, entonces no voy a decírtelo! --dijo cortantemente y le

    dio la espalda. --Aliisza --la voz de Vhok era profunda y demandante, y le daba

    escalofríos en la espalda. Estaba enojado, tal como lo había esperado--. Aliisza, mírame.

    Lo miró por sobre su hombro, levantando una de sus cejas arqueadas interrogativamente. Se había levantado del trono y estaba parado con sus manos en la cadera.

    --Aliisza, no tengo tiempo para esto. ¡Mírame! Ella tembló a pesar de sí misma y se dio vuelta por completo para

  • encarar a su amante. Sus ojos la quemaban y hacían derretir. Lloriqueó un poquito para hacerle saber que no le gustaba que la castigaran, pero que ya no estaba jugando más.

    Vhok asintió levemente en satisfacción. Su rostro se suavizó un poco y dijo: --Lo que sea que haya hecho te lo compensaré más tarde.

    Aunque, ahora mismo, tienes que volver allí y averiguar lo que está pasando. Ve si puedes estar cara a cara con ellos e invitarlos a que nos den una visita. Pero se cuidadosa. No quiero que esto me explote en la cara. Si una alta sacerdotisa y un draegloth forman parte de este grupo, entonces el resto también es peligroso. Mantén a los Hostigadores cerca, que los acechen, pero no malgastes demasiados cuerpos en un solo ataque. Pero tampoco lo hagas demasiado obvio que los estás reteniendo. Además, no...

    Aliisza revoleó los ojos, sintiéndose un poco insultada. --He hecho estas cosas una o dos veces antes ¿sabes? --lo

    interrumpió, su voz cargada de sarcasmo--. Creo que sé lo que tengo que hacer. Pero...

    Caminó más cerca de Kaanyr --en realidad hacia él-- y levantándose con la punta de sus dedos lo envolvió con sus brazos alrededor de su cintura y enroscándole una suave y desnuda pierna por atrás de su pantorrilla. Se le arrimó aun más, y dejó que su cuerpo presionara contra el de él, y continuó.

    --Cuando termine con esta pequeña tarea --dijo ella con su voz llena de deseo--, vas a dedicarte a mis necesidades por un tiempo. --Se estiró y le mordisqueo la oreja, luego susurró--. Tu acoso está funcionando demasiado bien, amor.

    * * *

    A Triel no le gustaba divagar, pero últimamente se daba cuenta de

    que lo hacía con frecuencia. Esta vez, cuando notó que lo estaba haciendo de nuevo, de pronto estaba consciente de las caras de las otras siete matronas, mirándola expectantes. Pestañeó y las miró a su vez por un momento, tratando de recordar las palabras de la conversación que había quedado zumbando en el fondo de sus pensamientos. Podía recordar las voces pero nada más.

    --Pregunté --dijo la Matrona Miz'ri Mizzrym-- ¿Cuáles son las otras posibles acciones a seguir que ha pensado si tu hermana no logra regresar?

  • Como Triel todavía no respondía, el duro rostro de la madre matrona añadió:

    --¿Hay pensamientos flotando por ahí hoy, verdad Madre? Triel pestañeó de nuevo, traqueteó de vuelta retomando la

    conversación más a mano gracias a las mordaces palabras de Mizzrym, centrando su atención donde debía estar en vez de la sensación de vacío que sentía donde debería haber estado la presencia de la diosa. Otras acciones a tomar...

    --Por supuesto --contestó por fin--. Lo he considerado detenidamente, pero antes de sumergirnos demasiado profundamente en las alternativas, creo que deberíamos tener algo de paciencia.

    La Matrona Mez'Barris Armgo bufó. --¿Ha escuchado alguna de las palabras que hemos dicho en los

    últimos cinco minutos? La paciencia es un lujo que ya no tenemos. Hemos agotado tantas de nuestras reservas de magia sofocando la revuelta que deberíamos, "deberíamos digo", ser capaces de resistir una mayor insurrección, si ocurriera alguna. Así como adoro una buena batalla, reducir otra rebelión de esclavos sería un malgasto, cuando es solo cuestión de tiempo antes que Gracklstugh o los sobrevivientes de Blingdenstone determinen que no tenemos poder, sin...

    La tosca, bestial madre matrona titubeó, reacia, a pesar de lo directa e indiscreta que era usualmente, a poner en palabras la crisis que todas enfrentaban.

    --Si es que no lo saben ya --intervino Zeerith Q'Xorlarrin terminando los pensamientos inconclusos de Mez'Barris--. Incluso ahora, una o más de las naciones podrían estar juntando un ejercito para encaminarse a nuestras puertas. Nuevas voces podrían estar susurrándole veneno en los oídos a criaturas inferiores allí en Braeryn o en el Bazaar, voces pertenecientes a aquellos lo suficientemente astutos como para enmascarar sus verdaderas identidades, sus verdaderas intenciones. Es algo que debemos considerar y discutir.

    --Oh, si --dijo despectivamente Yasraena Dyrr--. Sí, quedémonos sentadas aquí a discutir, no a actuar, nunca a actuar. ¡Tenemos miedo de aventurarnos afuera en nuestra propia ciudad!

    --¡Muérdete la lengua! --dijo repentinamente Triel, volviéndose más y más furiosa.

    Estaba furiosa no solo por el curso de la conversación --¡sugerencias de cobardía de parte del Gran Concilio!-- sino también por la ridícula, inusualmente abierta naturaleza mordaz de las palabras

  • de las otras madres matronas. Una ridiculez dirigida a ella. --Si alguna de nosotras tiene miedo de caminar por nuestras

    calles, no necesita seguir sentada en este Concilio. ¿Eres tú, Yasraena, una de ellas?

    La madre matrona de la Casa Agrach Dyrr hizo una mueca ante el castigo que estaba recibiendo, y Triel se dio cuenta de que no era solamente porque Yasraena sabía que se había sobrepasado. Sino porque era la matrona de la Casa Baenre, supuestamente una aliada de la Casa de Yasraena, la que estaba impartiendo esta rígida lección. Así lo pretendía Triel. Mandarle un mensaje, recordarles a las otras madres matronas que ella todavía se sentaba en la cima de la estructura de poder y que no toleraría tal insubordinación de ninguna de aquellas sentadas a su alrededor, fuera o no aliada.

    --Tal vez la Matrona Q'Xorlarrin tiene razón --dijo despacio Miz'ri Mizzrym, en un obvio intento por desviar la dirección de la conversación--. Quizás no solo deberíamos considerar a quienes saben, o quienes se mueven en nuestra contra --de manera encubierta o de otra forma-- sino quienes podrían estar aliándose en nuestra contra. Incluso si dos o tres de las otras naciones se juntan como enemigas nuestras...

    Dejó que el pensamiento se desvaneciera, y las demás drows en la habitación parecían incómodas, considerando la obvia conclusión.

    --Necesitamos saber lo que está pasando --continuó ella--, como mínimo. Nuestra red de espías entre los duergars los ilítas, y las otras razas de las profundidades no nos han sido de mucha utilidad últimamente o quizás no es tan fuerte como quisiéramos nosotras. Pero lo que hay tendría que estar enviándonos mayor información sobre las intenciones de potenciales amenazas.

    --Oh, debería estar haciendo más que eso --Byrtyn Fey dijo. Triel levantó sus cejas en leve sorpresa, por lo que a menudo la voluptuosa madre matrona de la Casa Fey-Branche no encontraba interesantes las discusiones que estaban lejos de sus placeres hedonistas.

    »Debería estar buscando las posibles debilidades entre nuestros enemigos. Debería estar explotando esas debilidades, estableciendo potenciales aliados unos contra otros, y quizás, debería estar a la pesca de elementos insatisfechos con esos enemigos tradicionales, elementos que podrían considerar incluso una alianza.

    --¿Pero, estás loca? --le cortó Mez'Barris--. ¿Aliándose con extranjeros? ¿En quién pueden confiar? No importa como abordemos

  • semejante alianza, en el momento en que revelemos que no podemos recibir las bendiciones de nuestra propia diosa, los potenciales enemigos se reirán estruendosamente o se empujarán unos a otros para hacer circular la noticia.

    --No seas densa --le cortó a su vez Byrtyn--. Sé cuánto te gusta utilizar el método de decir la verdad de forma directa y brutal para todo, pero hay formas más sutiles y mejores de llevar a un aliado a tu cama. Los potenciales aspirantes no necesitan saber tus limitaciones hasta después de que hayas compartido sus encantos.

    --El que no podamos defender nuestra propia ciudad cuando esté bajo un ataque va a ser una limitación demasiado obvia como para que la podamos ocultar --dijo Zeerith, frunciendo el ceño--. Nuestros propios hechizos tendrán que ser de lo más convincentes para poder cegar tales potenciales aspirantes de la verdad. Aun así, la idea tiene su mérito.

    --Es imposible --dijo la Matrona Mez'Barris, cruzando sus gruesos brazos y echándose atrás como si estuviera desestimando la discusión--. El riesgo del descubrimiento de parte de nuestros enemigos solo sería magnificado, y la recompensa no vale la pena ciertamente.

    --Dicho como una bruja que tiene pocos con quien compartir su cama --dijo presumidamente Byrtyn, estirándose lánguidamente para asegurarse de que su simple figura bien redondeada fuera visible a través de la trémula y fina tela de su vestido--. Y una que siempre está tratando de convencerse a sí misma de que está mejor sin ellos, de todas formas.

    Varias de las otras altas sacerdotisas jadearon ante el insulto, pero Mez'Barris solo entrecerró sus penetrantes ojos rojos, arrojándole dagas a Byrtyn.

    --¡Suficiente! --dijo finalmente Triel, interrumpiendo la competencia de miradas entre las dos madres matronas--. Este altercado no tiene sentido, y está por debajo de todas nosotras.

    Miró una por vez a ambas Mez'Barris y Byrtyn hasta que ambas dejaron de mirarse y le prestaron atención nuevamente a ella.

    Si tan solo Jeggred estuviera aquí, pensó la madre matrona de la Casa Baenre.

    Triel se preguntó brevemente si debería sentirse perturbada ante su deseo de tener la consoladora presencia del draegloth frente a tales adversidades. Algo más era en lo que se había encontrado a sí misma haciendo últimamente, y temía lo que eso pudiera simbolizar. Quizás

  • había llegado a depender demasiado de la protección externa más que en sus propias habilidades. Temía que fuera una debilidad, y la debilidad era algo de lo que definitivamente podía dispensar en el actual clima.

    No, se corrigió a sí misma, ahora y siempre. Pero la necesidad de aliados, por más breves y volátiles que

    tendieran a ser esas alianzas, eran una parte necesaria de su vida. Tal vez Byrtyn tenía razón, pensó. Tal vez eso es lo que

    Menzoberranzan necesita: un aliado. Otra nación, una raza de la Antípoda Oscura, para ayudar a las Casas Nobles hasta que la crisis haya pasado.

    Triel apretó su mandíbula y sacudió su cabeza suavemente, determinada a desvanecer semejantes nociones tontas de su mente. Tonterías, se dijo a sí misma firmemente. Menzoberranzan es la ciudad más fuerte de la Antípoda Oscura. No necesitamos a nadie. Prevaleceremos como siempre lo hemos hecho, a través de la astucia, y las mañas, y el favor de la diosa.

    Donde sea que esté... --Conozco muy bien el estado de las cosas en Menzoberranzan --

    dijo Triel, mirándolas a los ojos a cada una de las matronas presentes--. La crisis que enfrentamos nos pone a prueba --nos pone a prueba más severamente que cualquier otra que hayamos confrontado en la dominación de las Casas a lo largo de toda la historia de la ciudad-- pero no podemos dejar que interfiera con el resuelto gobierno de la ciudad. En el momento en que empecemos a reñir, en el momento en que no mostremos un frente unido ante las otras Casas, ante Tier Breche o Bregan D'aerthe, será el momento en que le mostremos nuestra vulnerabilidad al resto del mundo, y entonces todo estará perdido.

    --Por el momento, continuaremos mostrando paciencia. Son bienvenidas las discusiones para lidiar con la crisis, "discusiones tranquilas, respetuosas" --y una vez más Triel inclinó su cabeza ante las dos madres matronas-- o sugerencias de nuevas formas para explorar lo que ha pasado con Lolth, pero no habrá más conversaciones sobre miedo o cobardía, y no habrá más de estos insultos. Ese es el comportamiento de hombres tontos de razas inferiores. Manejamos los asuntos de nuestras Casas y nuestro Concilio como siempre lo hemos hecho.

    Triel se aseguró de atrapar todas y cada una de las miradas de las madres matronas con su propia mirada esta vez, observándolas

  • resueltamente a cada par de ojos rojos por vez, esperando asegurarse que todas las presentes entendieran su mensaje --eso y asegurarse de que se estaba mostrando fuerte.

    Lentamente, una a una, las otras madres matronas asintieron, queriendo, al menos por el momento, condescender las exigencias de la Baenre.

    Ejercer poder siempre requiere tales toques de delicadeza, se recordó a sí misma Triel mientras el grupo se dispersaba y las otras altas sacerdotisas partían cada una por su lado, regresando a sus hogares. Como una varilla flexible, si la haces oscilar demasiado vigorosamente, la terminas rompiendo en la espalda del esclavo que estabas tratando de castigar.

    _____ 2 _____

    --Te dije que venir por este lado era un error --resopló Pharaun mientras se reponía de su precipitada carrera. El paso delante del mago drow terminaba abruptamente, bloqueado por una enorme masa gris de un material esponjoso que rellenaba completamente el túnel. Dándose vuelta para enfrentarse a la dirección por la que habían venido, el elfo oscuro rápidamente se desprendió de su finamente labrada mochila, la depositó sobre el suelo rocoso, y la mandó volando de una patada.

    --No te regocijes, Mizzrym --dijo Quenthel, con semblante duro, pasando a su lado.

    Las cinco cabezas de serpientes que se balanceaban, retorciéndose del látigo de la Baenre que colgaba de su cadera se levantaron y sisearon su propio descontento al mago, duplicando el ánimo de su señora, como siempre. Quenthel liberó su martillo de su cinto con un tirón y se paró al lado de Pharaun esperando.

    El draegloth le pisaba los talones al altanero drow. Jeggred llevaba no uno sino dos pesados bultos, y cuando el semidemonio provisto de dos pares de brazos alcanzó a los dos elfos oscuros, tiró las provisiones al piso, aparentemente sin faltarle el aliento en lo más mínimo por cargarlos. Destelló una torcida y salvaje sonrisa en su rostro que expuso sus amarillentas falanges y se dio vuelta,

  • avanzando unos cuantos pasos para posicionarse entre Quenthel y cualquier cosa que pudiera venir de otra dirección, con un profundo y bajo gruñido retumbando en su demoníaca garganta.

    El Maestro de Sorcere no estaba de humor para vérselas con el mal temperamento de la alta sacerdotisa, y gesticuló mientras consideraba varios hechizos. Resolviéndose por uno, buscó en su piwafwi tomando de uno de los bolsillos de su extravagante capa los reactivos que necesitaría para entretejer la magia elegida.

    Eventualmente, sacó un pedacito de tentáculo de calamar. Les había advertido que quedarían atrapados si venían por ese camino, y también lo había hecho Valas, pero Quenthel había insistido. Como siempre, le tocaba a Pharaun sacarlos del embrollo a todos.

    Faeryl Zauvirr fue la siguiente en aparecer, con su respiración trabajosa. La embajadora de Ched Nasad divisó el bloqueo en el paso y se quejó, sacándose su carga de la espalda y mandándola de un puntapié por rocoso suelo junto a la de los otros. Cansadamente sacó una pequeña ballesta de mano de su propio piwafwi y se puso al otro lado del mago.

    --Están justo detrás nuestro --anunció Ryld Argith mientras él y el último miembro del contingente drow, Valas Hune, aparecían apresuradamente de detrás de la curva del paso.

    Más allá del fornido guerrero y el diminuto explorador, Pharaun podía ver el rojo resplandor de múltiples pares de ojos rojos avanzando hacia la posición del grupo. Las criaturas los observaban ansiosas y el mago estimó cerca de dos docenas de tanarukks.

    Encorvadas hacia adelante como si tuvieran dolor de espalda las criaturas recordaban a orcos, aunque sus rasgos eran decididamente más demoníacas, con sus escamas, inclinadas frentes y sus colmillos prominentes. Llevaban poca armadura, por lo que sus cueros eran velludos y gruesos, pero las hachas de guerra que muchos de ellos blandían parecían pesadas y virulentas.

    Pharaun sacudió su cabeza en resignación y se preparó a conjurar un hechizo.

    Los tanarukks aullaron de encanto y se les abalanzaron anhelantes, parecía, de llevar la batalla hasta donde estaban sus presas arrinconadas. Muchos se lanzaron contra Jeggred y el semidemonio bramó su propio grito de batalla aplastando y cortajeando salvajemente. Tiró a un lado a uno de los tanarukks sin esfuerzo, aplastándolo contra el muro más lejano, cerca de la posición de Ryld.

  • Pharaun jadeó por un momento ante la desenfrenada grandiosidad y ferocidad que desplegaba el draegloth, al mismo tiempo que dos atacantes humanoides más fueron a parar bajo el corte preciso de Splitter, la mágica espada que blandía con gran habilidad Ryld Argith. Faeryl disparaba su ballesta al lado de Pharaun luego se agachó para recargarla. Quenthel mientras tanto parecía contentarse mirando a sus subordinados hacer el trabajo.

    Sin embargo, llegaron más tanarukks y el mago casi no reaccionó a tiempo cuando uno de ellos traspasó la línea de defensa que Jeggred y Ryld habían formado.

    El esclavo tanarukk de piel verde se inclinó hacia el mago, con su hacha tirada hacia atrás para dar un golpe salvaje. Pharaun solo pudo retroceder lo suficiente como para esquivar el corte de la hoja cuando ésta barrió el aire donde había estado su cara unos segundos antes. Consideró llamar al espadín mágico de su anillo encantado que lo contenía, pequeño y fuera del alcance hasta que lo necesitaba, pero sabía que el esfuerzo sería inútil. La delgada hoja nunca podría resistir la fuerza del hacha, y además, no podía hacerse un espacio entre él y la bestia como para usar esa ágil arma más efectivamente. Rápidamente corrió fuera de su alcance para poder maniobrar mejor.

    Cuando el tanarukk arqueó su espalda y aulló de furia y dolor, Pharaun vio que Quenthel estaba detrás de él, llevando su arma hacia atrás para otro estallido de su pavoroso látigo. El tanarukk se giró, todavía gritando de rabia. Levantó su hacha bien alto para dar un golpe mortal, pero antes de que éste o la alta sacerdotisa pudieran terminar sus ataques, un destello de sombras se materializó al borde del campo de visión de Pharaun, y la sombra se convirtió en Valas Hune.

    El explorador mercenario se arrastró por lo bajo detrás de la criatura de piel verde y sacó uno de sus kukris a través del tendón del tanarukk lisiándolo con el cuchillo de extraña curvatura. Negra sangre saltó por todos lados de la profunda herida mientras la bestia caía sobre una rodilla, revolcándose y tratando inútilmente de encontrar con las manos la fuente de su tormento. Tan rápido como había aparecido Valas, se había ido, desvaneciéndose nuevamente en las sombras.

    Quenthel aprovechó la oportunidad de azotar al tanarukk de nuevo con su látigo, y Pharaun vio los colmillos de las cabezas de serpientes hundirse profundamente en la carne de la cara y el cuello de la criatura.

    Ya había comenzado a ahogarse y toser, su cara y lengua

  • hinchándose, envenenado por los azotes del látigo. Dejó caer su hacha y se desplomó al suelo, llorando en agonía y sacudiéndose con espasmos.

    Pharaun se dio cuenta de que estaba reteniendo el aliento y exhaló bruscamente, recobrando su agilidad mental. Disgustado consigo mismo por ser tan indisciplinado, recordó el pequeño pedacito de tentáculo de calamar que tenía en su mano.

    Enderezándose, hizo una rápida inspección del campo de batalla para determinar cual era el mejor lugar para conjurar el hechizo que tenía en mente. Una hueste de tanarukks muertos se habían apilado alrededor de Jeggred y Ryld pero las criaturas que quedaban todavía peleaban por llegar hasta el dúo, gruñendo y saltando alrededor, buscando una abertura en donde pudieran usar sus hachas. El mago decidió que podía colocar la magia fácilmente detrás de aquellos pocos humanoides que quedaban, pero luego se detuvo, sorprendido.

    Un rostro había llamado la atención del mago al fondo del paso. Pestañeó y observó más detenidamente, sin confiar en su suposición. Acechando en la oscuridad, mirando la batalla, había una hermosa mujer. Pharaun la encontró atractiva, a pesar de que no era una drow y parecía humana.

    Un negro cabello rizado enmarcaba su rostro, y estaba vestida con un corset negro de cuero brillante ajustado que marcaba sus curvas como si fuera una segunda piel. Parecía estar diciéndole algo a la última fila de humanoides, dándoles órdenes y gesticulando, pero cuando notó que Pharaun la estaba mirando, le sonrió y enarcó sus curvadas cejas incluso más en una sonrisa de perplejidad. Ahí fue cuando el mago notó también las negras alas de cuero sobresaliendo de su espalda. No era humana después de todo.

    Pharaun sacudió su cabeza por el asombro. Semejante criatura encantadora dirigiendo una compañía de malolientes demonios enfurecidos, de algún modo no le parecía bien al mago. Pero, hermosa o no, estaba del otro lado de la pelea. Tarde o temprano, suponía él, se las tendrían que ver con ella.

    Aunque no aquí; ni ahora. Volviendo al asunto que tenía entre manos, Pharaun terminó de

    conjurar el duomer que había elegido y una colección de negros tentáculos surgieron situándose entre el contingente drow y los tanarukks que quedaban. Cada una de las retorcidas y delgadas cositas era tan gruesa como su muslo y serpenteaban alrededor buscando cualquier cosa que estrangular. Demasiado tarde Pharaun

  • notó que Ryld había volteado a los enemigos que habían quedado y que lo habían desafiado directamente y se estaba aproximando listo para enfrentar el manojo que quedaba atrás.

    Pharaun abrió la boca para gritar una advertencia al maestro de armas, pero antes que le salieran las palabras vio a Jeggred alcanzar y sujetar al Maestro de Melee-Magthere por la solapa de su pechera y tirarlo abajo fuera de peligro. Un instante más tarde, uno de los tentáculos se enroscó alrededor de uno de los cadáveres de un tanarukk que había estado a los pies de Ryld y rápidamente se enrolló más apretadamente, estrechando el cadáver. Si el maestro de armas hubiera estado allí todavía, habría apresado su pierna.

    Numerosos tentáculos se retorcían y azotaban, sujetando a los sorprendidos tanarukks y enroscándose a su alrededor. Las criaturas gritaban y quedaban estupefactas y mordían mientras los tentáculos comenzaban a exprimirles las vidas.

    La diablesa en el rincón lejano simplemente levantó una ceja ante la aparición del hechizo, dando un solo paso quedando así fuera del alcance de los retorcidos apéndices negros. Parecía extrañamente contenta de observar como una a una quedaban silenciadas sus tropas, sus alientos perdidos y sus costillas partidas.

    Pharaun no perdió el tiempo esperando que terminara el hechizo y permitirle a la hermosa diablesa o a cualquiera de los servidores que quedaban que alcanzara a su grupo. Tampoco queriendo revelar el alcance de su magia más de lo necesario, el mago se inclinó y golpeó el suelo delante suyo. Dio una última mirada a la hermosa diablesa frente a él mientras la oscuridad manaba entre ellos. Al instante en que terminó ese hechizo, comenzó otro, sacando una pizca de polvo de gemas de otro bolsillo y entretejiendo un encantamiento que plantó un muro de invisibilidad entre los drows y los tanarukks.

    La barrera mágica era impermeable a cualquier ataque normal, resistiría la mayoría de las agresiones mágicas y le daría tiempo a la expedición de encontrar una salida. El muro de energía no aguantaría indefinidamente pero duraría lo suficiente como para que idearan un escape sin ser vistos. Pharaun se desempolvó las manos mientras se alejaba del conjuro.

    --Bueno, esa es una bella solución --acotó Quenthel--, encerrarnos aquí. Sería mejor que nos enfrentáramos a esas sucias bestias del otro lado antes que quedarnos sentados aquí.

    Ryld se agachó cerca, respirando pesadamente, limpiando su espada con un paño. Faeryl se desplomó exhausta, contra el muro

  • más lejano, tratando de recobrar el aliento. Sólo Jeggred y Valas parecían incólumes, manteniéndose tranquilos ambos. El explorador se movió para estudiar el bloqueo, mientras que el draegloth rondaba cerca de Quenthel.

    --Como traté de decirte --replicó Pharaun, recorriendo con su mano la superficie de la gris y húmeda sustancia que evitaba su traspaso--, este es el Araumycos. Podría seguir por kilómetros.

    El mago drow sabía que su tono de regaño era inconfundible, pero no le importaba. Quenthel dejó salir un suspiro de exasperación mientras se apoyaba contra el muro del paso. Un hongo masivo, el Araumycos era lo que más se parecía al exterior del cerebro. Llenaba el paso completamente.

    --Al menos podemos dejar de correr por un tiempo --dijo Quenthel--. Estoy harta de llevar esta maldita cosa. --Refunfuñó pateando la mochila a sus pies. Comenzó a sobarse los hombros.

    Pharaun sacudió su cabeza sorprendido ante la obstinación de la alta sacerdotisa. El mago había tratado de ser tan deferente como le era posible, dejándole ver la insensatez de seguir en esa dirección, pero a pesar de sus advertencias --y las de Valas-- la Señora de Arach-Tinilith se había impuesto, con su usual conducta orgullosa, a que ellos obedecieran sus deseos de todas formas. Ahora estaban arrinconados contra la cobertura esponjosa, y ella simplemente iba a ignorar el hecho.

    Pharaun frunció los labios molesto mientras la miraba por el rabillo del ojo. Ella se esforzó por quitarse el entumecimiento de los hombros. Él solo podía imaginarse la molestia que ella podía estar sintiendo, pero no le tenía compasión por su condición. A pesar del hecho de que su propia mochila estaba aligerada mágicamente, a Pharaun también le dolían los hombros. Le habían más que dolido, estaba seguro de que estaban en carne viva.

    --Ah, sí --dijo él, siguiendo con la exanimación de la cobertura esponjosa--, lo dejaste bien claro cuan bajo puede una Baenre "nada menos que la Señora de la Academia" llegar a... ¿cómo dijiste?... "degradarse a sí misma como un esclavo ordinario revolviendo mierda de rothé en un pantano de musgo". Pero, volvería a señalar --de nuevo-- que fue tu decisión de táctica magistral dejar nuestros sirvientes y lagartijas atrás, atados y sangrando para poder escapar de esos encapuchados.

    El mago sabía muy bien que sus cortantes comentarios amargarían aun más su ya desagradable humor, pero sinceramente

  • no le importaba. Molestar a Quenthel le daba una alegría sin fin, incluso durante circunstancias penosas como estas.

    --Presumes mucho, chico --le dijo cortante la alta sacerdotisa mientras se paraba derecha de nuevo, mirándolo funestamente--. Quizás demasiado...

    Aun sin mirarla, Pharaun enrolló los ojos donde ella no lo pudiera ver.

    --Mil veces mil perdones, Señora --dijo presintiendo que era hora de cambiar de tema--. Entonces supongo que no te molestarás con los bienes que piensas están almacenados en los depósitos de la Garra Negra Mercante en Ched Nasad. Incluso si por derecho pertenecen a la Casa Baenre, ¿cómo vamos a llevarlos de vuelta a Menzoberranzan? Ciertamente, tú no los llevarás de regreso y una vez que corra el rumor de que te gusta usar tus animales de carga como anzuelo, nadie más los querrá llevar tampoco.

    Pharaun le robó una mirada de costado a la alta sacerdotisa, mayormente por el simple placer de observar su estado de disgusto. El ceño de Quenthel era bastante severo, remarcando a pleno la línea vertical entre sus cejas y dándole esa apariencia de estar en apuros que el mago estaba empezando a encontrar excesivamente cómica.

    El mago sofocó una risita. Eso la molestaría, pensó, sonriendo, pero luego vio a Jeggred

    moviéndose para pararse entre ellos dos. La bestia amenazó al mago y la sonrisa de Pharaun se desvaneció. Contuvo el aliento mientras el draegloth le sonreía sombríamente. El fétido aliento del demonio se vertió sobre él revolviéndole el estómago.

    El demonio servía a Quenthel tenazmente y, con una palabra de ella, intentaría gustosamente desgarrar al mago --o a cualquiera en el grupo en realidad-- miembro a miembro con un regocijo malicioso. Hasta ese momento, esa palabra no había sido dicha, pero Pharaun no saboreaba la posibilidad de tener que defenderse ante una agresión del demonio, especialmente en tal alojamiento cerrado donde pasaría un mal momento haciéndose un espacio para poder ejercer su cuota de hechizos. Preferiría una caverna más grande para defenderse de Jeggred, pero desafortunadamente, solo estaba este estrecho pasaje, sin espacio para huir de las garras de la bestia.

    A pesar de su actual mal humor y de la muy torpe manera en la que últimamente había acarreado la carga en su espalda, Quenthel de algún modo se las arregló para parecer regia mientras se alejaba del muro y caminaba a través del pasillo hacia Pharaun, su piwafwi

  • crujiendo a su alrededor. Él entendió que no estaba simplemente ignorando sus mofas. Ella había esperado hasta que su fiel sirviente se hubiera tomado la posición de defenderla antes de confrontar al mago.

    --Sé muy bien lo que hice y dije, y no necesito que imites mis palabras de vuelta para mí como un erudito idiota exhibido en una jaula dorada para que todos lo vean y se rían. --Concentró su mirada sobre él y la sostuvo allí--. Estamos en una misión diplomática, mago, pero esos bienes sí pertenecen a mi Casa, y regresarán allá. Veré que sea así. Si no puedo contratar una caravana para llevarlas de vuelta, entonces lo harás tú por mí. Y Jeggred se asegurará de ello.

    Sostuvo su mirada fija por un momento mientras Jeggred sonreía carnalmente a su lado. Finalmente, se enderezó, le hizo un pequeño gesto al draegloth, y el demonio se hizo a un lado para lamerse la sangre de las garras.

    --Busca como salir de esta... cosa --dijo Quenthel, indicando con el dedo la cobertura masiva antes de darse la vuelta y caminar de regreso hasta donde estaba su carga y sentarse en el suelo.

    Pharaun suspiró y puso los ojos en blanco, sabiendo que había presionado demasiado a la alta sacerdotisa. Más tarde sufriría por sus pequeñas burlas. La miró a Faeryl para observar su reacción al enfrentamiento. La embajadora de Ched Nasad simplemente le sacudía la cabeza, con puro desdén en su semblante.

    --Pensaba que tú, de todas las personas, estarías un poco más que un poco disgustada de que ella esté planeando despojar por completo la compañía mercantil de tu madre --le dijo por lo bajo.

    Faeryl se encogió de hombros y dijo: --No me incumbe. Mi Casa meramente trabaja para ella, para la

    Casa Baenre y la Casa Melarn. Ambas son dueñas de la Garra Negra, por lo que si ella quiere robarle a sus compañeros ¿quién soy yo para detenerla? Siempre y cuando llegue a casa...

    Pharaun se sorprendió de efectivamente ver una expresión de melancolía en el rostro de la embajadora.

    El Maestro de Sorcere gruñó ante la respuesta de Faeryl y se dio vuelta una vez más para inspeccionar el material que bloqueaba el camino. Estaba por un lado fascinado de verlo en persona por primera vez y por el otro desesperado por encontrar una salida por allí. Sabía que el Araumycos llenaba incontables de kilómetros de cavernas en esa parte de la Antípoda Oscura, pero los viajeros a veces habían encontrado la forma de rodearlo o atravesarlo.

  • Valas ya estaba escalando la superficie de la cobertura, presionado firmemente contra ella, haciéndose camino hacia la parte superior. Pharaun podía ver que el paso que habían seguido se habría a lo que debía ser una caverna más grande, por que el techo, al igual que el paso, se elevaba abruptamente. Podía ver que el explorador se estaba haciendo camino arriba hacia una estrecha abertura entre la cobertura y el costado de la caverna, quizás esperando que allí hubiera un camino por el cual escurrirse, pero a donde, Pharaun no tenía idea.

    Pharaun consideraba que el diminuto mercenario de Bregan D'aerthe era un poco tosco, sin embargo, estaba contento de que estuviera con ellos en este viaje.

    --¿Cuánto tiempo tenemos antes de que eso se acabe? --preguntó Faeryl, mirando el camino por donde habían venido todos de vuelta hacia la negrura.

    A Pharaun le sorprendió de que le hablara a él. Ella estaba envalentonada, suponía el mago, por su conversación anterior. Sin molestarse en mirar a la embajadora, Pharaun continuó su inspección, produciendo una pequeña llama desde la punta de sus dedos con la que comenzó a quemar el hongo. Donde la llama tocaba la cobertura, se ennegrecía y ajaba, pero no formaba un hueco en ningún lado.

    --No mucho --le dijo. Sintió más que vio la incomodidad de su comentario descuidado.

    El mago sonrió a pesar de si mismo mientras trabajaba, sorprendido ante la irónica situación de Faeryl. No había sido tanto tiempo atrás que ella había estado desesperada por hacer este viaje, regresar a su ciudad natal.

    Lo suficientemente desesperada como para huir de Menzoberranzan y ponerla de mal humor a Triel Baenre, la matrona más poderosa en la ciudad, en el proceso. Faeryl había fallado por supuesto. Había sido capturada en las puertas y había terminado presa como el juguete de Jeggred. Pharaun solo podía imaginar lo que el draegloth le podría haber hecho a ella en nombre del deporte, pero de alguna manera la Zauvirr se había ganado el indulto de Triel y se le había asignado la participación en esta pequeña excursión a Ched Nasad.

    Al final, Faeryl había logrado lo que quería, pero el mago se preguntaba si ella todavía estaba contenta por ello, a pesar de sus comentarios anteriores. Incluso si ella realmente llegaba a casa, se enfrentaba al trance de informar a su madre, la madre matrona de la

  • Casa Zauvirr, que Quenthel venía a llevarse todo. Absolutamente todo. Sin hacer caso de la viabilidad de semejante movimiento y la habilidad del contingente para llevárselo todo sin que la Casa Melarn se molestara por ello, Faeryl y su madre serían las que estuvieran atrapadas en el medio. No envidiaba su posición.

    Además, cada vez que Jeggred simplemente se daba vuelta para mirar en su dirección, ella retrocedía y se apartaba. El demonio parecía disfrutarlo, tomando cada oportunidad para acrecentar la incomodidad de la embajadora con una sonrisa sugestiva, una relamida de sus labios, o una exanimación estudiada de sus filosas garras.

    A Pharaun le era claro que Faeryl estaba cerca de perder completamente la compostura. Si eso sucedía, suponía que entonces ellos tendrían que en verdad dejar que el draegloth la tomara y terminara con ella.

    Luego, por supuesto, estaba el asunto de los suministros. Faeryl, al igual que el resto de los miembros de la pequeña excursión había sido forzada a llevar sus propias pertenencias, algo a lo que un elfo oscuro de buena cuna no estaba acostumbrado a hacer. Las sillas de mano portadas por esclavos era más su estilo, como el de Quenthel. Dejar esos sirvientes atrás para forzar la búsqueda había sido lamentable, e incluso con la habilidad de Jeggred para acarrear una parte substancial de la carga, el resto de ellos todavía tenía considerables bultos. Difícilmente podía culpar a Faeryl si se estaba preguntando si este viaje no era mas bien un grave error.

    Por el comportamiento de Quenthel parecía que ella ya lo sabía, o quizás no le importaba si el silencio de Lolth se extendía tan lejos como Ched Nasad como mínimo y que su viaje de exploración se había convertido en algo más semejante a una invasión. Eso estaba bien para Pharaun, pero todavía sospechaba que habría más para llevar de Ched Nasad que un depósito de chucherías mágicas.

    Mirando una vez más su propia mochila y sintiendo la tensión en sus hombros, Pharaun deseó por décima vez en el día poder conjurar un disco mágico que llevara sus suministros. Tantas nobles Casas drows hacían uso regular de tales conveniente hechizos que las madres matronas generalmente insistían en que los magos de sus Casas los aprendieran mientras iban a estudiar a Sorcere, la antigua rama de la Academia. Aunque Pharaun nunca se había molestado en familiarizarse con ellos ya que tenía una mochila mágicamente espaciosa por dentro.

  • Incluso cargado con todas sus libros de magia, rollos, y otros suministros más mundanos, pesaba una fracción de lo que pesaría una mochila normal. Además, volviendo a la Academia, si él hubiera tenido algún motivo para transportar algo con un disco mágico, siempre había un grupo de estudiantes a mano que podrían haber realizado esa tarea por él. Aun así...

    Pharaun descartó la idea recordándose a sí mismo que su magia era una mercancía demasiado preciosa. Con la diosa Lolth todavía extrañamente silenciosa, ninguna de sus sacerdotisas podía ganarse el favor de su magia divina, dejando a ambas Quenthel y Faeryl severamente impedidas y limitadas en poder.

    Los desiertos de la Antípoda Oscura no eran lugares en los cuales estar siendo vulnerable. Además, no había mayor satisfacción que ver como Quenthel, la Alta Sacerdotisa de Arach Tinilith, la rama clérical de la Academia, lidiaba con su fardo.

    Quenthel sorbió por la nariz, sacando a Pharaun de su ensimismamiento. La alta sacerdotisa señaló hacia donde el explorador todavía estaba escalando. Sólo sus piernas seguían todavía visibles. El resto de él desaparecía en la hendidura formada entre el muro de la caverna y el hongo. Ella se volvió a Ryld y le dijo:

    --Tu amigo está buscando un camino a través. Deja de soñar despierto y ayúdalo. --Volviéndose luego hacia Pharaun, añadió:-- Tú, también.

    Decidiendo que la había atormentado suficiente por el momento, especialmente con Jeggred tan cerca, Pharaun sonrió, le hizo una reverencia, blandiendo su piwafwi, luego continuó examinando el Araumycos.

    Mientras Ryld se le unía, el mago murmuró: --Es en momentos como estos cuando la encuentro de lo más

    encantadora, ¿eh? --No deberías mofarte de ella --le murmuró a su vez Ryld,

    deslizándose frente al hongo y buscando su espada corta--. Todo lo que vayas a hacer nos angustiará más tarde.

    Hizo un corte experimental y extrajo una sección de la cobertura del cuerpo principal. Cayó al suelo a sus pies, se agachó para recogerlo pero ya se estaba ennegreciendo y pudriendo.

    --Oh, creo que quieres decir "me" mi fornido amigo --replicó el mago, removiendo un pequeño frasco de ácido de uno de los bolsillos ocultos de su piwafwi y vertiendo el contenido sobre la superficie del hongo--. Yo estaré desbordado con suficiente angustia por el resto de

  • nosotros antes de que siquiera lleguemos a Ched Nasad, me temo. Donde el líquido revestía la cobertura, el hongo comenzaba a

    chisporrotear y a ennegrecerse. Ryld se detuvo y le lanzó una mirada a su amigo. El guerrero

    parecía sorprendido. A pesar de sus muchos años de amistad, Pharaun sabía que incluso Ryld ocasionalmente encontraba la conducta del mago grosera.

    Es el precio que pago por una personalidad y una mente brillante, se dijo a sí mismo Pharaun irónicamente.

    Observó como un hueco razonablemente grande era comido a través del hongo. Había solo un hongo más detrás de este.

    --Podríamos tratar de cortar o quemar un camino a través de esta cosa eternamente --rezongó Ryld, alejándose por la fachada del obstáculo hasta el punto directamente debajo de donde Valas había ascendido--. No hay forma de saber cuán profundo o grueso es.

    --Cierto, sin embargo, es fascinante. Hasta ahora he descubierto que puede ser dañada con ácido, fuego y cortes físicos. Pese a que las piezas que saco simplemente se disuelven en una masa oscura y putrefacta. ¡Increíble! Me preguntó si...

    --Ciertamente espero que no intentes decirme que has agotado todas tus potentes fuerzas mágicas con esta cosa --le pidió Ryld, mirando nuevamente la todavía oscura cortina de magia detrás de ellos--. Podríamos necesitar tus trucos de manera más desesperada dentro de un momento.

    --No seas estrecho de mente, mi amigo espadachín --contestó Pharaun guardando un pedacito de piedra rosa dentro de un bolsillo--. Con mis talentos, tengo más que suficiente para versar con todos, incluso con nuestros encantadores perseguidores.

    Ryld gruñó y al instante un buen pedazo de hongo golpeó el suelo de la caverna a los pies de Ryld, pudriéndose enseguida. Ryld dio un solo paso atrás, fuera de la línea de fuego, mientras más pedazos caían donde había estado antes.

    --Parecería que Valas está cortando un camino a algún lugar --observó Pharaun, mirando hacia donde había sido visible el explorador recientemente--. Me pregunto si tan solo está experimentando o si realmente ha descubierto un medio para salir.

    El mago estiró el cuello tratando de obtener una mejor visión. --Hay una salida por aquí --dijo Valas, reapareciendo por

    completo--. Vamos. --Bueno, eso contesta la pregunta. Hora de irnos --dijo Pharaun

  • volviéndose al resto del grupo. Señaló hacia arriba a Quenthel y Faeryl donde se lo veía al explorador--. Solo nos quedan unos minutos antes de que se agote mi muro de fuerza.

    Los otros drows y el draegloth comenzaron a flotar hacia arriba, pudiendo ascender gracias a las insignias mágicas de sus Casas. Uno a uno, desaparecieron a través del hueco invisible hasta que solo quedó Pharaun. Comenzó a elevarse mágicamente dándose cuenta por primera vez cuan alegre estaba de que no tuvieran que volver a combatir más tanarukks.

    * * *

    Aliisza sonrió mientras miraba a la última de sus tropas tanarukk

    temblar y yacer quietas. Los tentáculos negros que los habían matado todavía se enroscaban y revolcaban, buscando algo nuevo que estrangular. La diabla alu se cuidaba de mantenerse fuera del alcance de los apresantes apéndices negros, aunque sabía que los podría haber removido mágicamente, si era necesario. De hecho, podría haber intervenido y anular el hechizo del mago, rescatando sus tropas, pero había decidió no hacerlo, y no era porque temía desperdiciar un hechizo.

    Era más curiosa que otra cosa. Aliisza sabia que los elfos oscuros y su demonio eran más que

    capaces, como solían serlo los drows. Se volvió por el pasaje por el cual ella y su cuadrilla de tanarukks habían seguido a los drows, sabiendo que al menos dos de ellos la habían visto. A pesar de ello siguieron retrocediendo, como si estuvieran huyendo. Aliisza dudaba de que los drows estuvieran allí por alguna razón relacionada con Kaanyr Vhok.

    La alu no perdió el tiempo regresando al lugar que habían establecido con solo una escuadrilla, reincorporándose a la fuerza mayor de la que había sido parte, la fuerza que ella comandaba.

    --Han pasado a corredores más grandes --le anunció a los demoledores tanarukks, dirigiéndolos a la nueva ruta--. Los interceptaremos en la Roca del Diente Negro. No se detengan. Se mueven rápido.

    Con poco más que un gruñido, las hordas de humanoides partieron, y no les llevó más que unos pocos minutos llegar a la gran intersección conocida por las Legiones Hostigadoras como la Roca del Diente negro. Era una cámara grande de múltiples niveles donde se

  • conectaban los distintos pasajes, y Aliisza ni siquiera estaba segura para qué las habían usado los enanos quienes las habían cavado. Muchas de ellas habían sido rellenadas con la colonia de hongos que los enanos llamaban Araumycos. Sin embargo todavía quedaban pasajes abiertos allí, las patrullas de las Legiones Hostigadoras pasaban a través de ellos con frecuencia, y ella sabía que a menos que hubieran utilizado algo de magia para cambiar su curso, el pasaje que habían tomado los drows para escapar los llevaría finalmente allí también.

    La diablesa alu todavía estaba considerando que haría una vez que enfrentara a los drows cuando su pequeño batallón de tanarukks interceptó un segundo contingente de humanoides, uno que ella había enviado a cortarles el escape por otra ruta.

    --¿Qué están haciendo aquí? --le preguntó al sargento, aunque en realidad estaba contenta por los refuerzos--. Los asigné a la Cámara de las Columnas para que vigilaran cualquier cosa que viniera del norte.

    --Sí --respondió el sargento. Era un espécimen fornido que les llevaba una cabeza a cualquiera de sus compañeros, su habla era viciada debido a los prominentes colmillos--. Pero tenemos noticias de que una fuerza mayor de enanos grises fue vista moviéndose a través de la parte sur de Ammarindar, y una segunda patrulla, una que había sido apostada al norte y el este ha desaparecido por completo.

    --Por el Abismo --susurró Aliisza--. ¿Qué está pasando? --Pensó por un momento y luego le impartió órdenes a un pequeño escuadrón de tanarukks que regresara al palacio de Vhok para comunicarle las noticias, mientras ella y el resto de las fuerzas continuaban persiguiendo a los drows.

    Saben algo de todo esto, se dijo a sí misma, mientras partían, y voy a averiguar que es.

    * * *

    Pharaun ya no saltaba cuando fuera que Ryld regresaba

    silenciosamente después de acechar por los rastros que dejaba el grupo, por lo que no mostraba ninguna reacción cuando el guerrero se materializaba súbitamente en medio del grupo. Splitter seguía guardada en la espalda del maestro de Melee-Magthere por lo que Pharaun sabía que no estaban ante ningún peligro inmediato. Sin embargo, prestó atención cuidadosamente mientras su viejo amigo

  • comenzaba a transmitirle un reporte a Quenthel en el lenguaje silencioso de los drows.

    Nuestros perseguidores están tras nuestra pista nuevamente, signó el corpulento guerrero. Varias cuadrillas, todas cercando la grieta. Las cabezas de serpientes sisearon, haciendo eco de la irritación de su señora ante las noticias antes de que Quenthel las calmara con una palabra susurrada.

    ¿Cuánto tiempo tenemos hasta que nos alcancen? Respondió ella.

    En la oscuridad, Pharaun vio que Ryld encogía los hombros. Tal vez diez minutos, no más.

    Quenthel replicó, Debemos descansar, al menos por unos minutos más. Además, Valas no ha regresado aún. Averigua por qué camino fue.

    Le señaló el cruce. Ryld asintió y se movió para examinar los muros cerca del túnel de tres caminos.

    Si Valas había dejado alguna señal sobre que dirección había tomado, Ryld la encontraría, y ellos podrían continuar. Pharaun suspiró, arrepintiéndose de haber sugerido que siguieran este camino para llegar a Ched Nasad. Pasar a través de los dominios de Kaanyr Vhok había sido una elección arriesgada, pero una en la que Quenthel había insistido, prefiriendo la velocidad antes que la seguridad. Por consiguiente, el grupo de movía a través de Ammarindar, las antiguas propiedades de una nación enana más antigua aún, y hacía tiempo erradicada.

    Pharaun sabia que Kaanyr Vhok había reclamado el área desde la caída del Torreón de las Puertas del Infierno, el cual estaba en algún lado arriba en el Mundo de la Superficie, un marqués demonio cambion era un anfitrión intensamente desagradable, por lo que recordaba Pharaun. La mayoría de las caravanas evitaban su pequeño lugar de la Antípoda Oscura, por lo que los pasajes por los que andaban habían sido poco concurridos, y Pharaun había esperado que eso ayudara a mantener la discreción del grupo.

    Aún moviéndose lo mas subrepticiamente posible el grupo fue incapaz de evitar atraer la atención de los servidores de Vhok, y varias de las patrullas del cambion estaban una vez más persiguiéndolos sin descanso. Pharaun había esperado que al haberse escabullido a través del Araumycos habría abatido a los tanarukks, pero se dio cuenta de que ellos --o mejor la diablesa, suponía él-- sabía exactamente a dónde se dirigía la expedición, incluso si ellos mismos

  • no lo sabían. No dudaba de que incluso muchos más se estaban desplazando para flanquearlos, interceptarlos antes de que pudieran salir de la región y cruzar más allá del alcance de Vhok. La pregunta era ¿Podrían llevarles la delantera a las patrullas esta vez?

    Los Menzoberranyres no podían permitirse tener tratos con el señor demonio. Con las noticias que llevaban, era primordial evitar llamar la atención sobre sí mismos de cualquiera de las otras grandes razas de la Antípoda Oscura.

    Y a pesar de todo, Pharaun tenía la zozobra de que no iba a ser un asunto sencillo. Ninguna parte del viaje a Ched Nasad iba a ser sencillo, de eso estaba seguro. Había un riego a cada paso al igual que en juego de sava.

    A su modo, la decisión de Quenthel de aliviar al grupo de su equipaje extra --y de los acarreadores de equipaje-- había sido fortuito. Podía avanzar a mayor velocidad sin los extras que la suma sacerdotisa había insistido que llevaran inicialmente. El mago miró a Quenthel, sabiendo que ella luchaba entre la idea de avanzar más rápidamente o estar muerta de cansancio de llevar un cargamento que le aplastaba los hombros cuando pensaba que nadie la estaba mirando.

    Pharaun sospechaba que podrían habérselas arreglado incluso con menos, y Quenthel podía todavía aligerar su carga descartando más provisiones innecesarias antes de que llegaran a la Ciudad de las Telarañas. Si se encontraban con otra pelea contra las hordas de Vhok, entonces sería más pronto que tarde.

    Casi como si supiera que se estaban quedando sin tiempo, apareció Valas seguido de Ryld y Jeggred. El drow explorador trotó hasta la intersección y se acuclilló cerca de uno de los muros del pasaje, tanteando distraídamente una de las muchas baratijas que adornaban su chaleco.

    Mientras Pharaun y Quenthel se acercaban, Valas comenzó rápidamente a comunicarse con las manos.

    Nuestra ruta nos lleva a una gran cámara adelante. Valas señaló el pasaje por el que había venido recién. ¿Qué hay allí? Signó Quenthel impaciente. El explorador se encogió de hombros y luego dijo con signos: Más

    hongos, pero esta vez no bloquea nuestro paso. Casi estamos fuera del alcance de Vhok.

    Entonces, vámonos, replicó Quenthel. Estoy harta de este lugar. Valas asintió, y el grupo partió nuevamente. Los pasajes a través

  • de los cuales los guiaba el explorador era una vez más amplios y llanos, cortados de la roca de la Antípoda Oscura por hábiles manos enanos. Parecía que se estaban encaminando por la dirección en la que querían ir, ya que Faeryl comentó más de una vez que las cosas le comenzaban a parecer familiares. Con algo de suerte, estarían fuera de los dominios de Kaanyr Vhok y en los alrededores de las regiones patrulladas de Ched Nasad. Quenthel parecía contenta esta vez de dejar que Valas y Ryld interpretaran las antiguas runas Dethek inscriptas en los carteles de las hacía tiempo abandonada ciudad enana e ir a donde sugerían, pro lo que Pharaun estaba sumamente agradecido. Cuanto antes llegaran a las comodidades de Ched Nasad, mejor se sentiría, al menos físicamente.

    El mago había estado contemplando hacerle una sugerencia a Quenthel, proponerle que entraran a la ciudad discretamente. No creía que la suma sacerdotisa quisiera entrar marchando con sus estandartes desplegados y demandando ver a los representantes más poderosos de las Casas Nobles para simplemente poder decirles que todo lo que tomaba era de ella, maldita fuera Ched Nasad. Tenía que pensar el modo de convencerla de que se tragara su orgullo e hiciera algo más astuto en cambio. Sería mucho mejor para todos si no atrajeran tanta atención sobre ellos mismos, al menos no en las calles de la ciudad.

    Además, pensó Pharaun, ¿por qué quiero ser el huésped de otro puñado más de madres matronas? Una posada, especialmente una posada particularmente espléndida, sería mucho más satisfactoria.

    El truco, se dio cuenta, era como convencerla a Quenthel. Tratar de hacerlo parecer como que la idea de ella era la mejor opción, pero desarrollar una buena y sutil manera de plantar la semilla era difícil cuando la suma sacerdotisa estaba preocupada. Ya había demostrado ser difícil de manejar. Si la empujabas un poco demasiado fuerte, te volteaba de una cachetada solo por ser varón. Si no la empujabas lo suficientemente fuerte, estaría demasiado ocupada con su mal humor tratando de ver qué era lo que tramabas frente a ella. Pharaun podía pensar en un número de argumentos que podía llegar a usar para convencerla en vez de tratar de engañarla para que hiciera lo que él quería, pero de nuevo, con Quenthel, él sabia que podía discutir hasta quedar sin aliento, y así y todo ella seguiría negándose.

    Pharaun de pronto se dio cuenta de que el pasaje había comenzado a ascender y bastante abruptamente también. Miró hacia arriba y vio a los otros trabajando para llegar a la cima de la cuesta.

  • Una vez que llegaron a la cresta hicieron una parada, y Faeryl dijo algo suavemente mientras señalaba en la distancia.

    El mago se preguntaba que habrían divisado. Apuró sus propios pasos, y cuando los alcanzó se detuvo. El panorama de una enorme y suavemente iluminada cámara le dio la bienvenida. Al menos asumía que era una enorme cámara. A juzgar por la curvatura de los muros, era bastante imponente, pero más de la mitad estaba llena con el enorme hongo. Sacudió la cabeza, más impresionado que nunca con el Araumycos. La totalidad de la cobertura era un solo organismo viviente, tan bien como podía determinarlo cualquier mago o sabio. Que esta fuera una parte diferente de la misma entidad que habían encontrado hacía casi una hora era asombroso, pero saber que lo que había visto, al menos hasta este punto, era todavía una pequeña parte de toda la cosa hacía que le diera vuelta la cabeza.

    La cámara misma era natural, con una gigantesca estalactita negra que lucía notablemente como un enorme colmillo justo a punto de morder el hongo, siendo este el rasgo más prominente. Era abundante también la evidencia del trabajo en las piedras de los enanos. Los drows habían entrado a un punto bastante alto a lo largo de los muros expuestos de la caverna, el pasaje desembocando a un amplio borde que pasaba por encima del suelo. Una importante rampa, lo suficientemente amplia como para que pasaran varias carretas de lado a lado, descendía desde este borde del lado izquierdo, entrando en una serie de caminos en zig zag que se entrecruzaban por los costados de la caverna debajo del borde hasta que llegaban al suelo. Allí, una carretera llana y pavimentada llevaba a intersecciones esparcidas a lo largo del suelo donde otras carreteras se lanzaban a más caminos en zig zag, eventualmente subiendo a un número de túneles. En muchos casos, las sendas simplemente desaparecían debajo del masivo hongo gris pastel.

    A los ojos de Pharaun, el lugar entero podría haber sido una pequeña ciudad, similar a una porción de Menzoberranzan, excepto por dos diferencias notables. Primero, la arquitectura era obvia y repulsivamente enana, todo grueso y cuadrado y anodino a la vista. Segundo, estaba la débil pero penetrante luz, la cual parecía brillar desde casi todos lados y le daba a la cámara completa, de hecho a toda la superficie de piedras, un brillo gris enfermizo. En Menzoberranzan, el felpudo de la ciudad era la oscuridad solo quebrantada por ricos y lujosos matices de violeta, verde y ámbar esparcidos a través del suelo y techo de la caverna. Aquí, todo era

  • visible, brillando por medio de alguna luz mágica que lo iluminaba todo, pero nada tenía color.

    El mago elfo oscuro extrañaba su hogar, ansiaba sentarse en los balcones de la Academia y mirar la ciudad. Anhelaba incluso el simple placer de observar Narbondel, su rojo resplandor marcando las horas del día y la noche. En el desierto, Pharaun había descubierto que sin la familiaridad del gran reloj de la Ciudad de las Arañas estaba perdiendo toda noción del tiempo, aunque tenía otros medios mágicos de seguir su paso. Por un breve momento, Pharaun se preguntó si alguna vez volvería a ver Menzoberranzan de nuevo, y sintió un toque de... de ¿qué? ¿Tristeza? ¿Así era como se sentía la tristeza? Era extraño, y el mago se determinó a sacársela de encima.

    Lo que necesitas es un lindo baño de aceite caliente, Mizzrym, seguido de un buen golpe por un maestro masajista y andarás alegremente enseguida.

    Con ese pensamiento alentador, el mago se enderezó y volvió su atención a sus compañeros.

    Valas había bajado por la rampa y había llegado al primer camino en zig zag. Desde el ventajoso punto de vista de Pharaun, el diminuto explorador verdaderamente parecía pequeño, dándole al maestro de Sorcere un mejor sentido de la escala de la cámara. Quenthel, Faeryl, Jeggred y Ryld, mientras tanto, estaban descendiendo por el aire a la siguiente sección del camino y estaban a mitad camino, cayendo en grupo sueltamente. Pharaun se rió por lo bajo, preguntándose como todavía la Señora de la Academia estaba afanándose con su equipaje.

    Bueno, pensó Pharaun, ese baño de aceite te está esperando. Dio dos pasos hacia el borde del balcón para seguir a la suma

    sacerdotisa y a los otros, cuando sintió mas que escuchó un alboroto detrás de él.

    _____ 3 _____

    Khorrl Xornbane no pudo evitar ponerse levemente tenso mientras la puerta de la caseta privada donde se sentaba se abría parcialmente. Su mano bajó instintivamente para sujetar el hacha doble a su lado.

  • Incluso cuando Zammzt se deslizó a través de la angosta abertura con suaves pasos y se acomodó en una banqueta con cojines del lado opuesto de la mesa, el duergar no se relajó. Miró cautelosamente a través de la partición aun abierta hacia el pasillo más allá, buscando ver quien podría estar acechando en las sombras, viéndolos encontrarse. Solo había otros tres individuos allí, y ninguno parecía estar prestándole atención a Zammzt. Dos drows vestidos de mercaderes, guiados por un tercer elfo oscuro quien obviamente era un anfitrión de la Copa Resplandeciente, se dirigieron a otra caseta y desaparecieron dentro.

    Khorrl frunció el entrecejo mientras el anfitrión se demoraba un momento más. El sirviente apenas ladeó la cabeza a un costado, aparentemente escuchando algo que se decía dentro del cubículo de encuentro, hablado demasiado suavemente como para que lo pudiera oir un duergar.

    Está ordenando un trago simplemente, pensó el duergar. No hay necesidad de ponerse inquieto.

    A pesar de su autoadmonición, Khorrl sabía que no descansaría fácilmente por al menos uno o dos minutos más. No sería la primera vez que un tonto se hubiera dejado seguir durante un encuentro con el mercenario duergar, y no quería estar en semejante posición nunca más, atrapado desprevenido y obligado a pelear para escaparse. No solo que apenas había logrado escapar sino que le había tirado su reputación por el suelo.

    Esa parte lo había enojado más que nada. Finalmente, cuando estuvo seguro de que nadie los estaba estudiando de encubierto, Khorrl se relajó, aunque tuvo que soltar conscientemente el apretón sobre el hacha doble. Miró al otro lado de la mesa a Zammzt, notando la falta de la insignia de la Casa en toda la vestimenta sencilla del drow. Por su parte, Zammzt se estaba reclinando despreocupadamente sobre la banqueta con almohadones, la más mínima insinuación de una sonrisa en su rostro. A pesar de que Khorrl no se consideraba un gran juez sobre la atracción, especialmente en otras especies, estaba claro que la cara de Zammzt estaba lejos de ser notable. El drow era de una apariencia demasiado ordinaria. Si no fuera porque ya servía una Casa noble, nunca habría llegado a más que un artesano común, un escalón más arriba que un esclavo pero poco más que eso. Khorrl suponía que el hecho de que fuera un negociador tan astuto era la única gracia salvadora del elfo oscuro.

    --Te aseguro que no me siguieron --dijo Zammzt, interrumpiendo

  • las meditaciones del duergar--. Lo habría sabido si alguien hubiera tratado de hacerlo, y no hay razón para que alguien lo hiciera.

    --¿Por qué piensas que estaba preocupado por eso? --preguntó Khorrl, acomodándose--. No te he acusado de nada, todavía.

    --El aspecto avinagrado de tu cara y las miradas furtivas que sigues echando hacia la puerta son lo suficientemente claras --replicó el elfo oscuro--, aunque no cuestiono tus preocupaciones. Sin duda estarás contento de saber que te he observado tu llegada desde una posición segura y te diré que nadie te siguió tampoco.

    Khorrl se tensó levemente de nuevo, tratando de decidir si debía sentirse insultado o impresionado. Pocas criaturas se las habían apañado para estudiarlo inadvertidamente, por cierto no en los últimos años. Que él no se diera cuenta de las observaciones de Zammzt era sorprendente, si las afirmaciones del drow eran ciertas.

    El duergar entrecerró los ojos, preguntándose si el elfo oscuro estaba meramente mintiendo para impresionarlo. Lo dudaba, aunque...

    --Entonces debes sentirte lo suficientemente seguro como para hablar libremente, ¿hmm? --preguntó Khorrl, acosándolo a su compañero de casilla para ver cual sería su reacción.

    La sonrisa de Zammzt se profundizó apenas mientras movía su mano en señal de despedida y volvió su mirada a la mesa frente a él.

    --Por supuesto --dijo--. Aunque pensaría que preferirías esperar hasta que el anfitrión nos haya traído las bebidas primero.

    --Ya las he rechazado --replicó Khorrl, dando su propia señal de despedida--. No me molesta compartir mientras estoy haciendo negocios.

    --Como estoy bien enterado, Maestro Xornbane, por tu reputación. Yo, sin embargo, ya he pedido que nos traigan un refrigerio a la caseta. Creo que lo escucho venir ahora.

    Khorrl volvió su mirada por un mero instante hacía la abertura de la puerta, incluso a medida que habría su boca para indicar que no había escuchado nada. Comenzó a darse vuelta hacía Zammzt, pero luego volvió a mirar rápidamente, sin poder creerlo pero el anfitrión de la otra caseta había aparecido al final del pasillo con una bandeja de bebidas.

    Khorrl cerró la boca de golpe mirando como el sirviente primero entregaba un par de bebidas a otra caseta, luego se dirigía a él y su acompañante. Aparentemente, además de su sorprendente habilidad para seguir y vigilar alguien, Zammzt también poseía un oído excepcional. Después entregar la bebida y preguntar si el duergar

  • había cambiado de opinión y quería algo, el anfitrión partió. Zammzt se levantó y cerró por completo la puerta.

    --Creo que es seguro que discutamos nuestro negocio --dijo el elfo oscuro, sus ojos rojos brillando con satisfacción mientras tomaba un sorbo de su jarra helada. Después de un largo trago, suspiró encantado y dijo:-- Todo está listo. Deberías estar recibiendo la entrega del primer pago al día siguiente.

    Khorrl miró detenidamente al drow por un largo rato antes de finalmente asentir.

    --Y la cantidad ¿es satisfactoria? --preguntó el mercenario duergar--. Ninguna de mi gente va a la ciudad hasta que sepa que nos pagarán lo que dije.

    --Absolutamente. Mi Señora me ha pedido que te informe que tu tarifa es más que satisfactoria. Considera que es un precio menor a pagar por los servicios que proveerás.

    --Hmph --gruñó Khorrl evasivamente--. Eso quedará por verse, ¿no? Si me deja colgado en medio de la batalla, no habrá sido ni de cerca lo suficiente, y lo sabes.

    Zammzt le dio esa sonrisa de complicidad y asintió en conformidad.

    --Solo puedo asegurarte que ella y sus aliados tienen la intención de llegar hasta el final con esto. Una vez que pongan un pie sobre este camino, no hay vuelta atrás para ellos tampoco. Deberías ser bien consciente de ello.

    --Quizás, pero si las cosas se ponen feas para nosotros --dijo Khorrl, recorriendo con sus manos su clava cabeza gris--, yo vendré a buscarla personalmente.

    --Por favor, por favor. No hay necesidad de lanzar amenazas aquí. El pago inicial está llegando. Tan solo asegúrate que tienes al primer grupo listo para marchar cuando llegue.

    Khorrl asintió, más firmemente esta vez. Nunca había renegado de un contacto antes, y no estaba por hacerlo ahora. Le estaban por pagar a su clan una suma exorbitante, y su empleador lo consideraba un dinero bien invertido precisamente por esa reputación. El Clan Xornbane podía ser meramente una banda de mercenarios en el esquema mayor de la jerarquía duergar, pero él siempre se había asegurado de que honraran sus compromisos. Eso no iba a cambiar mientras él fuera el jefe del clan.

    --Estarán allí --dijo él finalmente. --Excelente --replicó Zammzt--. Mi señora cuenta con ello. A pesar

  • de tu ayuda, derribar las Casas rivales no será fácil. Es por eso que ella y sus aliados te están pagando un generoso adelanto.

    Khorrl frunció el entrecejo nuevamente, pensando en el trabajo que le esperaba por delante. El drow tenía razón; derrocar una Casa Noble, incluso cuando su propio clero estaba vulnerable, no era una hazaña menor. Se esperaba que él y sus hombres derribaran a varias. El clan sufriría bajas en esto, sin dudas, aunque habían estado ansiosos por aceptar este contrato en particular.

    La suntuosa recompensa de ayudar a los elfos oscuros a destruirse mutuamente sólo palidecía levemente en comparación con el pago en sí mismo. Aquellos entre el Clan Xornbane que sobrevivieran recibirían una mayor parte por su trabajo que lo que habían recibido entre los cuatro contratos anteriores juntos. Valía la pena la pérdida de tropas, especialmente entre las razas inferiores de las mayores categorías.

    Por el Abismo, pensó Khorrl. Incluso podría considerar retirarme para cuando terminemos con esto.

    --Haremos por lo que se nos pagar para que hagamos. Conoces nuestra reputación --dijo el duergar, recorriendo afectadamente su mano a lo largo del mango de su hacha doble--. Aunque me sentiría mucho más seguro si supiera que tus sacerdotisas no se encontrarán de golpe besadas por la reina araña en medio de la batalla. Sería nuestra caída, y la vuestra también, más probablemente.

    Zammzt extendió sus manos en un gesto de aplacamiento. --Eso es un riesgo, seguro --lo dijo casi sonando como

    disculpándose--. Pero la oportunidad para mi señora y la de sus co-conspiradores vale la pena. Descansa seguro de que no serás olvidado en todo esto. Ella espera el momento en el que pueda agradecerte desde su nueva posición como una de las más altamente posicionadas madres matronas en la ciudad.

    Khorrl asintió por última vez y se preparó a partir. --Muy bien entonces --dijo--. Estaremos esperando por la primera

    paga. El plan está establecido. Se levantó llevando consigo su hacha doble. Antes de abrir la

    puerta se volvió a mirar de nuevo al elfo oscuro, quien parecía contento de quedarse un rato a terminar su trago. Khorrl atrapó la mirada del drow y la sostuvo.

    --Estamos comprometidos ahora --dijo el enano gris--. No hay vuelta atrás. Correrá sangre en Ched Nasad. Recuerda mis palabras.

  • * * *

    Girando, Pharaun llamó a su espada mágica desde el anillo a su mano, y cerró su piwafwi, antes de que se hubiera dado la vuelta completamente. Mientras giraba para colocarse en una posición defensiva, soltando la espada para que danzara en el aire frente a él, buscó en los bolsillos de su piwafwi, eligiendo de memoria y sintiendo los componentes que necesitaba para conjurar un he