Fauna Iberica 06.El fin de un antagonismo prehistorico.Blanco y Negro.06.05.1967

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FAUNA IBÉRICA/Ó; Por el Dr. Rodríguez de la Fuente EL FIN DE UN ANTAGONISMO PREHISTÓRICO E N eí estudio direclo del comporta- —Puede usted pasarse el día, en su mfen[D lanimal, a veces, uno pre- coche, la veinte melros de una manada cisa asirse, como a tabla da salvación, de elefantes —le dirán los especialistas a las comúnrcaclorpes de los zoólogos de un parque nacional africano—; e^Ios que han realizado atiies la mtsma expa- anímales no atacan espontáneamente, flencia. Cuando un viejo macho de seis to- neladas, levantando la trompa, dé unos P350S hacia su *]eep», que podría aplas- lar como una lata de íardinasH tvj hay mas remedio que con*Íar firnrfimente en las aseveraciones de io5 e:cpertos en fau- na africana o huir a toda prisa. Algo parecido me ocurría al llevar a Jos lobeanoí •Rómuloj», aMogwli», *Dia- na» y ftCaperuciTa» hacia et cercado de «Sibílau y íRemoi*. Habla leído en un libro de Lols Crislor —una de las pocas personas que han criado una manada de lobos y convivido con ellos en plena naturaleza— que los lobos aduhos adop- tan a cualquier lobezno, aunque no sea hijo suyo. Y no tenía más remedio que aceptar de plano la afirmación de la profesora americana o abandonar la ex- periencia. flSiblla» y »fRemOD no habían visTo un cachorro en su vida. Los lobeznos, que me ^ u í a n por la parcela, dóciles y con- fiados, habían sido separados de sus padres a \o5 pocos días de nacer. En aqual momento, lenfan dos mesas: ha- bían jugado mucho con mis perros de caza, pero no tuvieron ocasión de con- templar a \os miembros de su propia especie más que a rravés de una doble verja. No me atrevía a pensar, ni por un momento, en las potentes mandíbu- las de «Remoa triturando aquellos cuer- pecillos gordezuelos, Micky y yo cogimos un lobezno deba- jo de cada brazo y, resuehamenle^ nos Los lobos, en ledos los casos, adoptan a cualquier lohcíno huérfano y lo crían y cuií!an con Rran amor y mixima solicilud. 28

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FAUNA IBÉRICA/Ó; Micky y yo cogimos un lobezno deba- jo de cada brazo y, resuehamenle^ nos Por el Dr. Rodríguez de la Fuente Los lobos, en ledos los casos, adoptan a cualquier lohcíno huérfano y lo crían y cuií!an con Rran amor y mixima solicilud. 28

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FAUNA IBÉRICA/Ó;

Por el Dr. Rodríguez de la Fuente

EL FIN DE UN ANTAGONISMO PREHISTÓRICO

EN eí estudio d i rec lo del compor ta - —Puede usted pasarse el día, en su

mfen[D lanimal , a veces, uno pre- coche, la veinte mel ros de una manada cisa asirse, como a tabla d a salvación, de elefantes — l e d i rán los especialistas a las comúnrcaclorpes de los zoólogos de un parque nacional a f r i c a n o — ; e^Ios que han realizado at i ies la mtsma expa- anímales no atacan espontáneamente, f lenc ia . Cuando un v i e j o macho de seis to­

neladas, levantando la t r ompa , dé unos P350S hacia su * ]eep», que podría aplas-lar como una lata de íardinasH tvj hay mas remedio que con*Íar f i rnr f imente en las aseveraciones de io5 e:cpertos en fau­na afr icana o hu i r a toda pr isa.

A lgo parecido me ocur r ía al l levar a Jos lobeanoí •Rómulo j», aMogwl i» , *D ia-na» y ftCaperuciTa» hacia et cercado de «Sibílau y íRemoi * . Habla leído en un l i b ro de Lols Cr is lor — u n a de las pocas personas que han cr iado una manada de lobos y conv iv ido con ellos en plena natura leza— que los lobos aduhos adop­tan a cualquier lobezno, aunque no sea h i j o suyo. Y no tenía más remedio que aceptar de p lano la a f i rmac ión de la profesora americana o abandonar la ex­per iencia.

flSiblla» y »fRemOD no habían visTo un cachorro en su v ida . Los lobeznos, que me ^ u í a n por la parcela, dóciles y con­f iados, habían s ido separados de sus padres a \o5 pocos días de nacer. En aqual momento , lenfan dos mesas: ha-bían jugado mucho con mis perros de caza, pero no tuv ieron ocasión de con­templar a \os m iembros de su prop ia especie más que a rravés de una dob le ver ja. No me atrevía a pensar, ni por un momen to , en las potentes mandíbu­las de «Remoa t r i t u r a n d o aquellos cuer-pecillos gordezuelos,

M icky y yo cogimos un lobezno deba­jo de cada brazo y, resuehamenle^ nos

Los lobos, en ledos los casos, adoptan a cualquier lohcíno huérfano y lo crían y cuií!an con Rran amor y mix ima solicilud.

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oS¡bíla> despulga al pequeño »Rúmu]OB recÍL-n adoptado. La loba exhibe una mirada niaicrnal, y el lobeznOn una actitud confiada

"Gaperucita Roja" • •

y su viejo enemigo el lobo

meLimos en d cercado, mient ras Frutos, pronost icando la rná^ negra tragedia, ce­rraba la puerta con líave. Al depositar­los en el suelo, i res de l o i cachorros se d i r i g i e ron , sin adorno cíe duda , Kacia Jos lobos, a r ras t rándoíe sobre la t r i p i ta y e jecutando todo el ceremonial del saludo. Solamente aCaperucita Roja> — q u e por eso recibió lat n o m b r e — se

asustó de sus semejantes y ^ reíugió en i re m i s p iernas, l lonquea-ndo.

A medida que los lobeznos s í acerca­ban, í S l b i l a s y í iRemo» comenzaron a gsmi r y ien>blar, como si no pudieran sopor tar la emoc ión . Cuando los peque­ños se met ieron en l re sus patas defafi-reras, prerendJeron ol fatear les por todo el cuerpo, pero IQ3 I Í ^ Í Í Q Í Í fes daban laníos lametone^ en el hocico que no se fo permi t ían . Un in te rcambio pro fuso y amorosís imo de besos, vaqídos y g ru ­ñidos dorninaba la escena. Ha&ia que< en una de las embarul ladas manifesta­ciones de rrtutuo ca r iño , *Remoj i abr ió la boca y «Diana* le met ió la cabeza dent ro , lamiendo ruidosflme-nte su pala­dar. El lobo iCOmenzó a hund i r ffl estó­mago convufs ivamente, dando afcada-s y, ante nuestro asombro, v o m i t ó el medio k i lo de carne que Frutos acababa de dar le. Sin más p r e i m b u l d s , los lobeznos se pus ieron a comer, mientras ^S ib i l a *

V «Remo» les despulgaban y lamían, con el m i s m o c a r i ñ o que si fue ran sus h i j os .

LA VIDA FAMILIAR ENTRE LOS LOBOS

Contemplando fa conmovedora escena y fln^lJT-^ndo el s igni f icado d? aquella adopción Inmediata, sin una sombra dfi host i l idad o de reserva por parte de fo5 lobos, comentábamos, admi rados, mJ mu je r y yo, la fuerza de los lazos fami l iares en algunas especies animales y, sobre todo, la f i jeza de los es i imulos que ponen en marcha todo el maravi l lo­so mecanismo de la protección y cr ian­za de los pequeños.

Había bastado el saludo in fant i l de los lobeznos, la perfecta representación en la que aparecían como seres h u m i l ­des, indefensos e implorantes, para que [os lobos, símbok:> de la crueldad y de la

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Arriba, derecha. «Kema» colabora en la cEiDÍIelte* d iana . Debajo, mathu y hembra se disputan las caricias de los peijucQDS,

fpereia para tantas gentes, les acogieran amoroaamenle. V el orgulloso «Remo*^ actuando en conira de su propio insiín-to de conservación, había sido incapaz dü eludir l05 sutiles manejos d^ le pe-quena •Diana», que lo obligaron a vomi-rar su ración de carne; aquslla carne por cuya defensa hubiera luchado hasta la muerte con o[ ro \<:ho adulLo,

Y es que la vida familiar del lobo, muy bien conocida hoy por los biólogos. es realmente ejemplar. Los lobos se apa-rean al ano y medio de edad, en IOÍ primeros días del otoño. Y después de un noviazgo platónico de cinco a seis me^es, constituyen un matrimonio indi­soluble para toda su vida. Durante la temparada prematrimonial, le pareja de jóvenes lobos CflTi-a en coinpañfa. Se va alejando del íerrirorio de sus pjdres y e.<p[ora enormes extensiones, h a ÍÍ r a afianzarse en un para|c adecuado, que no pertenezca ya a otra familia. Este úl­

t imo extremo es muy fácil de compro­bar para los fobos, porque el propieta­rio de cada terr i tor io marca meticulosa­mente sus l imites, depositando unas go­tas de orina en los arbustos y puntos elevados del terrano. Esta es una cos­tumbre común en los perros, pero^ des­arraigados de sus primitivas normas de conducta por la domesijcidad, para elloi ha perdido el verdadero significado da delimitación territoriaf. Las hembras, contrariamente, entierran sus excremen­tos para no atraer a otros machos so-li(arios al terr i tor io familiar.

Su fino olfato permite a los lobos re­conocer esta invisible, pero i-nvíolable frontera olorosa, Y aunque todavía no se ha comprobado, no sería nada sor­prendente, teniendo en cuenta los suti­lísimos Instintos de estos 3n¡mfl!es, que las marcas de propiedad indicaran, por la intensidad o matices del olor, la for­taleza del macho que domina en el pa­

raje. En lodo caso, si un lobo penetra en terr i tor io ajeno, habrá de l ibrar un combate con el legitimo propietario, que sólo termina con ía muerte o con la señal de rendición Incondicional. El ven­cida se verá obligado a huir, humillado, a la conquista de otras tierras peor de-fendidas-

Los lobeznos nacen en primavera, en una húquedad o un simple cubil, entre el ramaje, sabiamente elegido por la loba, Al abrigo de las raíces de una vie­ja encina, ba|o la visera de un estrato rocoso, colgado a media ladera, en cual­quier 'lugar abrigado que permita a la loba vigilar los contornos, puede eítar emplazada la lobera. Durante toda la lactancia, si los hombres no la acosan, la loba no se aparta de J US hi joí

Es el macho quien desarrolla en es­ta época una actividad incansable; se ve obligado a cazar para toda la familia, transportando la carne en el esiómago

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El gran andarín de los bosques y las serranías

Los esposos Crísler comprobaron en Alaska que los lobos son capaces de pa­ral izar el proceso digest ivo, devolviendo la carne ro ja e intacta después de una noche entera de marcha. Porque, duran­te la cri'anza, los lobos, c o m o la mayor parte de los animales predatores, cazan muy lejos del cub i l . Esta cos tumbre ten­dría por ob je to , según aventuran algu­nos observadores, no ahuyentar -ni re­sabiar, la caza en la zona donde ilos lo­beznos van B hacer las pr imeras armas. Los pastores de nuestras sierras pien­san, po r el cont ra r io , que el lobo no caza en su te r r i t o r i o para no l lamar la atención y atraer a sus enemigos 'hacia su carnada. Son prodigiosos los recorr i ­dos comprobados para algunos lobos machos. Se sabe que en una noche pue­den hacer cerca de sesenta k i lómet ros . Es deci r , sal ir de su t e r r i t o r i o de cría, desplazarse a t re inta k i lómet ros , matar una res, devorar gran parte de ella y re­

gresar al cubi l para vomi ta r la carne. A f inales deLverano, los cachorros si­

guen ya a sus padres sn las expediciones de caza, en esta época, mucho más cor­ta. La ínsbrucción venator ia es comple­ta y detenidís ima y aquí podrían tener su u t i l idad aquellos corderos que, según los pastores, se llevan vivos las lobas. Sirven para despertar el ins t in to de caza de los pequeños.

En esta época, .abundan mucho los roedores; ratas, ratones y conejos, que const i tuyen ©I p lato fuer te estival de los lobos. Hay también muchos animales jó­venes e inexpertos, adecuadas presas para los lobeznos. A pr inc ip ios del in­v ierno los cuatro o cinco jóvenes y los lobos adultos f o rman ya un grupo muy igualado, capaci tado para dar caza a cualquier herbívoro por fuer te y rápido que sea. Durante la época de celo de sus padres, los lobeznos permanecen en el t e r r i t o r i o y, cuando nacen sus herma­nos, acompañan todos al padre en la caza para ayudarle a mantener la fa­mi l ia .

Hasta el o toño, por consiguiente, con­viven en el feudo fami l i a r los lobeznos del año, sus hermanos mayores, nacidos la pr imavera anter ior y la pareja de lo­bos adultos. Con los pr imeros f r íos , los lobos de año y medio van abandonando la famiJia para f o r m a r parejas y con­quistar sus propios te r r i to r ios .

En los países donde los lobos viven todavía s in que la presencia del hombre

haya modi f i cado sus costumbres, como en Alaska, la tundra canadiense y Si-ber ia , con la llegada de las nieves se for­man las grandes manadas, en real idad, una asociación de grupos fami l ia res, en las que cada ind iv iduo conoce perfecta­mente el rango que le corresponde den­t r o de la gran comun idad cinegética. En la época de los apareamientos, los te r r i ­tor ios 'nupciales son mucho más l imi ta­dos que en nuestros montes y están ubi­cados en to rno al depósi to de carne aba­t ido durante el paso de los rebaños.

Se da la curiosa circunstancia de que, observando estas concentraciones de lo­bos sedentarizados, se han descubierto en Siberia, cadáveres de mamuts , muer­tos íhace muchos miles de años y per­fectamente conservados en la nieve. La manada que descubre parecido tesoro — o c h o o diez toneladas de ca rne— no abandona la zona hasta acabar con é l .

A «CAPERUCITA ROJA» LE ASUSTAN LOS LOBOS

Hablando del amor y. la responsabi l i ­dad con que el -lobo hace f rente a los de­beres fami l iares, habíamos ol v i d a d o completamente a la asustada «Caperuci-ta». Observam-os a «Sibi la», entregada toda la tarde a un t raba jo tan descorazo-nador como el de tejer y destejer la tela de Penélope. Con toda delicadeza, iba lle­vando los lobeznos, uno a uno, cogidos por el cuello, hasta el in ter ior del refugio

Secuencia del saludo ritual entre hombre y lobo. Primero, el reconocimiento olfativo. Después, el avance en actitud de sumisión. En la tercera estampa, el beso del lobo. Y, por fin, la actitud de sumisión total al padre y jefe de la manada.

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?>4^^w^¿^:'^3l5^: En un ríncún del r e d n t o alambrado, posamos con toda la familfa. Fcro •Si'hiía^. decididamcníe e\c[itóÍTÍsta, no permite qui­se acerqne «Remo». Pjtrft la loba, los cafhorro*í son df su única y exclusiva propied^id. que deficnüc siempre con ipnaz empeño.

de piedra. Los cachorros, inertes, se de­jaban transportar encantados, pero tan pronto como la loba ie5 dejaba en tierra para continuar e! acarreo, se escapaban de la lobera; dSj ss prolongaba ef '\iieqcf jfiterminablemerMe. La paciencia de los lobos con sus tiiíos parece inf ini ta. Y cSibiia», buscando & SLFS traviesos cacho­rros, descubrió a «Caperucila» bien ocul­ta detrás de rnis piernas. ResuelLamenie se vino hacia d ia y Ja cogió por el cogote C<>n la intención de llevársela. Aqijello fue demasiado para Fa lobezna; chillan­do V pataleando, nos vimos obligados a rescatarla de la b<3ca de la loba, no sín ríKÍbir un par de mordiscos de la asus­tada cachorra, que,había perdido la ca­beza de miedo.

A última hora de la larde pretendimos abandonar el recinto con <CaperucÍta>, dejando a tos otros lobeznos dentro. En los braios de Micky, la lobita se habta tranquilizado, y pensábamos en lo felices y bien atendidos que iban a estar los ca­chorros con sus nuevos padres. Pero, en cuanto franquMmos la puerta, echa­ron a correr los tre^ detrás de nosotros y^ arañando la tela metálica, lloraron desconsoladamente. Comprendimos que, para ellos, -Sibila» y *Remo> no pasa­ban de ler sus hermanos mayores. Sus

padres seguiríamos Siendo MIcky y yo para toda la vida.

Paulatinamente fuimos acostumbrafl-do a los lobeznos a permanecer en el cer­cado, Y no hubo díficufiades en cuanto comprendieron que todos los días venía­mos a verles y les soltábamos un par de horas para jugar y correr por la par-ceJa, Con «iCaperucita», ef trabajo fue mucho más duro; aceptó vivir en el re-cj^nto común, pero nunca se identificó to­talmente con el grupo. Seguramente, en eWa fa iínpregnación era más profundaj porque fue el cachorro más joven que adoptamos,

DONDE SE HABLA DE LA PASIÓN DE UNA LOBA

Y llegó el nws óe febrero de 19Ó7. La paz Y buena armonía que había impera' do en nuesira manada durante todo eí cracimlenio de los lobezno^i, desapare­ció de la noche a la mañana- «Sibitai». después de dar muestras durante unos días de un nerviosismo, por cierto muy atractivo para «Remo*, atacó, in^ espsradamente, a «Diana* y casi acaba con ella. Como en Todas las peleas im-

El fuerte aRemo». a tos dos añorG de edad.

portantes acaecidas hasta causa fui yo­

la fecha, la

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Arriba, la agilidad del lobo, la capacidad' para saltar y girar sobre si mismo es infinitamente superior a la del perro. Bajo estas lineas: el autor, para mantener su situación privilegiada reparte golosinas entre sus sumisos lobos.

"Sibila" acaba por enamorarse apasionadamente

Al en t ra r en el recinto, todos ios lobos vmie ron a saludarme, como siempre. «Sibi la», que en los ú l t imos días redo­blaba sus manifestaciones de car iño, me puso las manos en el pecho e, incliinan-do la cabeza hacia un lado con estudia­da coquetería, me p id ió las acostumbra­das caric ias en el cuello. La pobre «Dia­na», ajena a los secretos deseos de la loba adu l ta , saltó espontáneamente sobre mi espalda, sin esperar su tu rno . «Sibi­la» se abalanzó c o m o una fu r ia sobre ella, la mord ió en la cara y en el cuello y no cesó en su castigo hasta que la ven­cida se tendió patas ar r iba , ofreciéndose a la muerte y or inándose de ter ror .

No cabía ya la menor duda. M i loba favor i ta , la que aprendió a matar obser­vándome, la que me regaló su prinóer faisán, 'la que, de cachorra, me llevaba a jugar a los rincones más secretos, la esbelta, la dulce «Sibi la», se había ena­morado de mí ciegamente.- Y, la ver­dad, a uno todavía le halagan estas co­sas. Aunque en el caso de la pobre loba, ya me esperaba y hasta me temía esta reacción.

Porque el profesor Lorenz —cuyas publ icaciones eran la única guía de mi exper ienc ia— tuvo que defenderse como pudo de la pasión arrol ladora de su oca «Mar t ina» . Y una chova, que cr ió poste­r io rmente , cont inuando sus estudios de la impregnación, le llenaba los oídos y !ss ventanas nasales de gusanos y lom­brices, según la costumbre común de las chovas enamorados, de regalar a su pa­reja bocados exquisi tos. Como el profe­sor se resistía a abr i r la boca, estuvo a punto de quedarse sordo por obstrucción del conducto audi t ivo. Un go r r i ón , tam­bién impregnado, ejecutaba con el su­f r i do sabio todo el ceremonial de sus paradas nupciales, consistente en me­ter plumas y paj i tas en un agujero, para construir , el n ido. El gor r ión del profesor tomó posesión de un bolsi l lo de su chaqueta como lugar ideal para la luna de mie l . Y-se pasaba el día lle­nándolo de broza. A la luz de estas ob­servaciones no tuve más remedio que resignarme y d isponerme a af rontar con d ign idad aquella naciente pasión de loba.

Pero tampoco podía o lv idarme de «Remo». Era evidente que los crecien­tes encantos de «Sibi la» le resultaban cada día más i rresist ib les. Mientras yo no aparecía por la Estación, mantenía

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Todos los dias, al tenniíiar el jüe^o. el jefe levanta a «Rpinoit sobre sus hombros para deniostrarir que aún es eJ mis íurrte.

Expresionefi en un combate entre dos machos: en actitud de dr»r ío : eJ vencido oírece el cuello: actitud de snmisíón total.

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Los lobos nunca acatarían a un jefe débil

prudentemente apartado de su amada a los jóvenes «Rómulo» y «Mowg l i » , y la colmaba de caricias y atenciones que la loba aceptaba a regañadientes. Pero en cuanto «Sibi la» me veía u ol fateaba, atacaba duramente al pobre «Remo», mord iéndole en el cuello y en los f lan­cos hasta separar lo de la puerta del re­c in to , donde me esperaba anhelante. Muchas veces, el macho reaccionaba también con mordiscos para alejar la de mí, lo que daba lugar a una si tuación poco t ranqui l izadora.

Pese a mis temores, «Remo» no me hizo la menor manifestación de desaca­to y mucho menos de desafío. Al contra­r io , estaba más dóci l y respetuoso que nunca. En su mente lobuna debía pare-cerle yo muy pel igroso en aquellos días de amores y combates. Por precaución, antes de ent rar en el rec in to, lo llamaba y me mantenía inmóv i l hasta que se acercaba a mí y me recibía con el gesto de acatamiento, a pesar de las agresio­nes de «Sibi la». Dentro de la parcela, después de acariciar un buen rato a la loba, jugaba con é l , para te rminar abra­zándole por el pecho y levantándole sú­b i tamente del suelo, hasta poner lo so­bre mi hombro derecho, con las patas hacia el cielo. Para el lobo no hay nada tan temible como perder el contacto con la t ie r ra . Mediante este acto, t rataba de dar a entender a «Remo» que sigo sien­do el más fuer te ; el jefe absoluto e in­d iscut ib le. Pero, ¿hasta cuándo podré representar esta farsa?

En cuanto a «Sib i la», tampoco ha sido la cosa tan grave como esperaba. A for tunadamente , él amor de las lobas, como el de muchas mujeres, es un sen­t im ien to exclusiv ista, pero pasivo. Du­rante toda mi estancia en el recinto, se

/nantenía cerca de mí , a le jando a cual­qu ier o t r o lobo que pretendiera acercar­se. Si respetaban su te r r i t o r i o , se tendía t ranqu i lamente en el suelo y apoyaba la cabeza sobre m i rodi l la, m i rándome con in f in i ta ternura y lamiendo mi mano de vez en cua.ndo.

Al escr ib i r estas líneas, la pasión de «Sibi la» va remi t iendo. Como se sabe, el amor , en los animales salvajes, es temporal y per iódico. Y , seguramente, t ranscur r i rán dos o tres inviernos antes de que el lobo se considere lo suf icien­temente maduro como para d ispu tarme la je fa tura . Antes, es posible que «Ró­m u l o » , más corpu lento ya que «Remo»,

le desafíe para conquistar el rango beta. Pero esto merece una expl icación

aparte. Actua lmente, y como consecuen­cia de una serie de reajustes ent re ios ind iv iduos de la manada, nuestra es­cala social ha quedado establecida del modo siguiente: yo soy el ind iv iduo a l fa ; tengo derecho a vapulear a todos, pero nadie se atreve ni siquiera a ame­nazarme. Esta pr imacía me exige, en cambio , ciertas obligaciones ineludibles. Si un ext raño penetra en la Estación y atemoriza a mis lobos, he de i r hacia él resueltamente y so pretexto de una con­versación, detenerle un rato ante mis admirados subdi tos. Si quiere acercarse, debe caminar detrás de mí sin hacer gestos v io lentos. Cuando Frutos trae a los lobos una comida muy apet i tosa, co­mo despojos de pol lo, para mantener mi pr iv i legiada s i tuac ión, d i s t r i buyo perso­nalmente la golosina, por r iguroso or­den de rango. En mis juegos debo ser hábil y paciente, pero aparentemente v io lento. Los lobos no acatarían un jefe que no les der r ibara bruscamente sobre la espalda cuando menos lo esperan.

«Remo» es el ind iv iduo beta, por con­siguiente, está por encima de «Sib i la», «Rómulo» , «Mowg l i» , «Diana» y «Cape-ruc i ta», por éste orden y al fabeto grie­go abajo. Podría pensarse, equivocada­mente, que el beta se dedica a hacer Is vida imposible al gama y todos al ome-ga, pero nuestra sociedad lobuna se rige por unas normas de cortesía que ya qu i ­sieran para sí muchas sociedades huma­nas. Cualquier escaramuza tiene una rá­pida so luc ión, mediante el empleo del código de señ'ales que se explica en los d ibu jos marginales. Y en el peor de los casos, «Remo», sin contemplaciones, ac­túa de mediador para poner f i n a la d isputa.

M i experiencia no ha te rminado; ha­brá de cont inuar hasta que todos los lo­bos machos sean adultos y las lobas ha­yan sido madres. Pero no se preocu­pen, amables lectores, el día que uno de los machos me reciba ergu ido, r íg ido, con el rabo tieso y enseñándome los ca­ninos, le cederé mi cetro con toda corte­sía y no le molestaré penetrando en el recinto hasta que el verano calme sus ardores amorosos. Y si no puedo sor­

prender a t iempo este gesto de desafío, celebraría mucho que hubiera un fotó­gra fo cerca para que no se pierdan us­tedes un repor ta je realmente apasio­nante.

LA HISTORIA DE UN REMOTO ANTAGONISMO

A los dos años de convivencia con mis lobos, de estudio detenido de su compor tamien to y su lenguaje, desde la lactancia al p r imer celo, puedo ya so­pesar sus razones —^«las razones del lo­b o » — y las razones de mis semejantes.

La pr imera impres ión es de una c lar i ­dad mer id iana; los pastores, los al ima-ñeros, el experto mon te ro , me habían contado una sarta fantást ica de falseda­des, cuya única just i f icac ión puede radi ­car en su tota l desconocimiento de la verdadera vida de los animales salvajes. En cambio , todo cuanto los lobos «me han dicho» es de una veracidad incon­movib le , de una just ic ia que seguramen­te sólo puede hallarse en la naturaleza.

Resulta que el lobo «cruel» es un ser amant ís imo de los suyos, pro tector in­condic ional de los débiles y las hembras de su especie. El lobo «t ra ic ionero» es un animal de lealtad monol í t i ca , capaz de m o r i r por f ide l idad a su jefe. El lobo «asesino» es un cazador que no tiene más remedio que matar para comer, pero detesta la violencia y obedece cie­gamente a unos signos inh ib i to r ios que ev i tan, en su especie, la guerra f r a t r i ­c ida.

La persecución implacable de que el lobo ha sido ob je to , t iene una expl ica­ción muy sencilla. El lobo roba al hom­bre su carne y éste t iene derecho a de­fender la. El pastor y el campesino tra­tan de expulsar por todos los medios de su t e r r i t o r i o al compet idor .

Pero, por encima de esta guerra te r r i ­t o r i a l , f recuente ent re otras especies animales, hay un od io mí t i co , despro­porc ionado, que ha hecho del lobo el blanco de todas las lacras humanas: la c rue ldad, la t ra i c ión , la v i leza. . .

¿Dónde podr íamos hallar el or igen de esta leyenda negra? En mi c r i te r io , la h istor ia es muy ant igua. Habríamos de

Castigo de un lobo de rango superior » un inferior. El inferior pide clemencia

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Explica el 3Qtor; «Duniatr I» época lie celo debo CJátu a mi lobo, m á s quir nunca. Isa s eñ^es de acatamiento y SUITÚSÍÓD; inícDtra:^ «Remoi' me hable en términos pacíficos, no tenga aaú^ que temer de él nunca, en cualquier caso.

r e rnon ia rno i a los albores mismos de los hombrea y de loü lobos. En el largo y le jano pencxio pa leo l l i íco, el hombre p r i m i t i v o fue desarrol lando unas técnicas y cos tumbres que cr is ta l izaron en una cu l tu ra per fectamente adaptada a ias GX\-genclas del medio glaciar . Los paleontó­logos la denominan cu l tu ra de los caza-dores super iores. Durante más de d i e i m i l ajTOS, estos cazadores superiores v i ­v ieron casi exclusivamente de la caza y de la pesca. Lo poco que sabemos de ellos lo hemos aprend ido a través de los restos que de ja ron en el suelo de las ca­vernas doode habi taban y del arte exqui­s i to con que decoraron sus út i les y cue­vas. Del es tud io de las armas lí t ícas, f i ­namente tal ladas, de los arpones y an­zuelos, art íst icos V bien acabados, de las p in tu ras y grabados hallados en las

paredes rocosas y en el hueso o el asta de sus insirumeniosH so ha sacado la conclusión de que los cazadores superio­res estaban muy lejos de esos seres p r i ­m i t i vos , semidesnudos y bruta les que con tanta frecuencia se representan.

Debieron ser hombres de espí r i tu sen­sible y ar t ís t ico , perfectamente ambien­tados en el medro en que se desenvoí-ví^rtr Pero toda su v ida , su a r le , sus r i ­tos, g i raban en t o rno al m i smo lema: el an imal - Y aquí si que podr íamos decir , s in eufemismos^ el he rmano an ima l . Por­que es característ ica muy destacada en las sencillas concepciones de los pueblos p r im i t i vos no establecer esas férreas f ronteras nuestras entre unos seres y o t ros . Natura lmente , se han pod ido des­cub r i r estas tendencias estudiando los pueblos .paleol í t icos actuales, como los

esquimales, los bosqul r ranos, los p ig­meos y los arunt f l de Austra l ia

Para un bosqu imano, el a k e a f r icano puede ser la luna llena, puede represen­tar una mu je r embarazada y puede con­tener el espí r i tu de la fecundidad Un esquimal relatará t ranqui lamente una t rad ic ión de su raza, según la cual , en el p r inc ip io de los t iempos, una manada de lobos se quedó aislada sobre un Tém­pano; no podían cazar y se mor ían de f iambre. Enloncesj el padre de todos los lot^os y de todos los seres vivientes les echó al mar y allí se conv i r t ie ron en oreas. Mucho má^ larde, los biólogos comprobaron que las oreas, cetáceos muy voraces e mrel lgentes, son mamí­feros, cazan en el mar , agrupados en manadas, a las órdenes de un jefe, como los lobos en t ierra

Esta creencia p r im i t i va en una her­mandad cósmica y en una mater ia p r i ' ma c o m ú n , meta mor fosea da Temporal­mente en las diferentes»especies aníma­les — q u e tanto se acerca a las teorías actuales de algunos sabios— nació, sín duda , de la p ro funda y detenidís ima ob­servación de la naturaleza, a que esta­ban obl igados aquelfos cazadores. Evi-denlemenie, no se puede matar un b i ­sonte O un reno con un venablo de pun­te de hueso, si no se conocen perfecta­mente sus hábitos, sus desplazamientos, la agudeza de sus sentidos y sus lempo-rales estados de án imo .

De este conoc imiento real nace un respeto p ro fundo hacia todos los seres viv ientes. Cuando un esquimal mata una foca, antes de in t roduc i r la en el cam­pamento , una m u j e r v ier te agua dulce en su boca: aporque la hermana foca vive en el agua salada y pasa mucha sed». Mediante este desagravio, el es-qu ima ! pide al padre de todas las focas que perdone al cazador por haberle ro­bado una de sus hi ias Según el escr i tor y v ia jero B i r ke t -Smi th , un chamán de los esquimales del cobre decía que la desgracia del cazador ár t ico radica en que para v i v i r eslá ob l igado a a l imentar ­se con tas almas de sus hermanos los animales. El respeto por ta vida an ima l era tan grande y común en todos los pueblos de los cazadores p r im i t i vos , que los pie fas rojas americanos desprecia-

airaricüuido aX agresora é&ie le c u t í g a mordiéndole el iiocico; el castigado se somete ; actitud Ue temor ioite el lobo dominante.

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ban y odiaban a los conquistadores del Oesi« porque maraban más bi^c^tes de los que podían comer,

Pero lo cultura de los cazadores supe­riores, basada en la perfecta adapración del hombre al medio natural, fue barri­da por una poderosa ola, al parecer, procedente de Oriente, cuya caracTeríj-tíca era la modificación de la naturaleza en provecho del hombre, Cronológica-menle, coincidió con el comienzo del pe­ríodo que los prehistoriadores han lla­mado neolítico —de las piedras nue­vas—'- Esta corriente cultural, casi mila­grosa, permit ió al hombre arrancar al animal de sus costumbres ancestrales, Iransfornf^arlo. de salvaje e Inaccesible, en dócil y doméstico. Los temibles reba­ños de uros y otros bóvidos primit ivos se transformaron en puntas de mansas vacas y toros, los óvidos y cápridos

agrestes se dejaron conducir, ordeñar y esquilar. El cabalfo pijdo ser uncido y montado. El proceso de domesticación sa extendió al reino vegetal. Las gramí­neas primitivas que cubrían las sabanas en el límíie de lo i bosques y los desier­tos dieron lugar al trigo, la cebada y otros cereales. En plena orgia de domes­ticación, el hombre domesticó al propio hombpe. El cazador libre de las llanuras y los bosques infinitos, llamado bárba­ro , fue capturado y esclavizado. La ca­dena y el látigo le sometieron al mismo nivel que e! ganado que trabajaba la fierra.

Un profundo abismo separó lo salvaje de lo doméstico: lo libre de lo que tenía dueño. El hombre, capaz de sobrevivir cómodamente con los bienes de su pro­piedad, dejó de interesarse por lo que no le pertenecía. De universal se hizo localista. Los mitos cósmlcoSn protago­nizados por estrellas y por animales, die­ron paso a las leyendas antropocéntri-cas- El hombre se separó tanto de la naturaleza que llegó a verse a sí mismo como un recién llegado, como un ex­tranjero incapaz de comprender a los viejos pctjladores de la madre tierra.

Era necesario defender la viña, el huerto, pero el monte se podía talar o quemar porque no tenía dueño y era aparentemente inagotable. Era preciso velar por los animales de la casa O del

•Un boHfue Hin fieras, nin lübo», ILncra > «xto» es un twsíjuc mm-rto-, afinna^ t i doctor íindmeft. director del zoo dr FruneíorU Fn\o dr l rio Tomirs (sk-rra de í¡rc-dOB, AvilaJ pcrtcnectrnlr a 1; colrcclún drJ S. O. F. dí l MiiiLslfHo de I. y Turismo.

corral. Eí animal salvaje sólo podía ser objeto de indiferencia o da persecución Indiscriminada- Las antiguas leyes y ta-bús de los-ozadores superiores se olvi­daron completamenle. Se podía matar hasta la saciedad porque la superviven­cia ya no dependía de la abundancia de la caza- Y. naturalmente, todo lo que atentara contra la integridad del rebaño O de la parcela fue objeto de impiacable persecución.

En toda Eurasia, y más larde en Nor­teamérica, el lobo sufrió el impacto de este revolucionario cambio de cultura. Las grandes manadas de herbívoros sal­vajes fueron desapareciendo, sustituidas por las manadas domésticas. La carne, el derecho a la vida, tenían ya un due­ño: el hombre, Y el lobo, de un noble y admirado cazador, pasó a ser un la­drón proscrito,

Pero el lobo, rápido y vigoroso, esta­ba dotado de agudos sentidos y de una perfecta organización social para afron­tar la lucha, tltai antiguos cazadores que quizá se ayudaron muchas veces para rematar un lance, se habían hecho ahc^ ra enemigos irreconciliables. Durante ge­neraciones y generaciones, el lobo de­fendió sus tierras, Pero inexorablemente fue desapareciendo de Inglaterra, los Países Bajos, Francia y gran parle de Europa, Durante esta guerra multisecu-lar, todos los odio^» todas ías calumnias se concentraron en el últ imo enemigo natural del orgulloso «horno sapiensc. Es la última fiera de nuestras latitudes. Y así, el lobo hubiera sido barrido de ia íaz de la tierra,

Por fortuna, tos ciclos culturales de la humanidad se suceden con implacable cronología y, tras oscilaciones aparente­mente caprichosas, pueden volver, efi al­gunas facetas, al punto de partida. La profunda cultura natural de los cazado­res superiores hizo posible la aparición del ciclo neolítico de la domesticación de animales v plantas. El hombre ya no tuvo que emplear todo su tiempo en rastrear y acosar piezas de captura siem­pre aventurada. El crecimiento de las fuentes de alimento, determinado por la agricultura y el pastoreo, le permitieron dedicar más tiempo al arle, a la inves­tigación y al desarrollo de la técnica-Hoy, ese tiempo precioso -—el mayor te­soro de la humanidad— ha sido apro­vechado por muchos sabios para volver al estudio M animal salvaje, con el mismo amor y tenacidad con que pudo hacerlo el cazador paleolítico, peiO con unos medios infinitamente superiores. Las películas, las publicaciones ilustra­das, los libros, están poniendo al alcan­ce del hombre medio, eri rodo el mundo civilizado, lo que hasta hace sólo unos años eran llamados *los misterios del mundo animal». Y el hombre, al cono­cer a\ animal, lo ama. Lo ve muy pró­ximo a si mi^mo, encuenira en él un factor do equilibrio, un compañero en la larga historia de la vida, un tripulan­te más en esta nave de roca y agua en que surcamos el espacio. El hombre mo-

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d e m o ha descubierto en el animal un hermano menor al que hay que proteger a toda costa. Aunque este hermano, co­mo el lobo, necesite carne para al imen­tarse. Porque sería tan t r is te que nos fuéramos quedando solos en un. mundo de h ier ro , cemento, asfa l to . . .

CUANDO PUEDE SER EL LOBO UN ANIMAL ÚTIL

En España, aunque la población de lo­bos ha suf r ido un descenso notable en los ú l t imos años, estos hermosos anima­les están aún presentes en casi todas nuestras sierras y parajes abruptos. Y esto es una suerte —aunque mis pala­bras muevan a escándalo— porque así nos evi taremos el gasto y el t raba jo de impor ta r lobos dé los Cárpatos o Polo­nia, el día de mañana, como ya se pla­nea f i rmemente en Francia, Alemania y otras naciones de Europa. Natura lmen­te, las autor idades biológicas de estos países no darán estos pasos a tontas y a locas.

Existe, en p r imer lugar, un fac tor pu­ramente estético. Escribe el doctor. Grzi-meg, d i rec tor del Zoo de Francfor t y uno de los hombres que más ha hecho por la conservación de la fauna en el mun­do , que un bosque sin f ieras, sin lobos, linces y osos, es un bosque muer to . Este gusto por la naturaleza salvaje integral no es una deformación profes ional , ni mucho menos. Los grandes parques na­cionales afr icanos y americanos const i ­tuyen ya una impor tan te y constante fuente de divisas, por el gran número de tur istas que los v is i tan para fotogra­f ia r y observar a los animales. En mi ú l t imo v ia je por Áf r ica Or ienta l pude comprobar que en los a lo jamientos de estos santuarios naturales hay que pe­d i r plaza con un año de antelación.

Calculen ustedes lo que habría pasado en el famoso Serengeti o en el cráter del Ngorongoro s i , pensando en conservar las cebras y los antí lopes, hubieran ma­tado todos los leones, leopardos y gue­pardos, como aquí hemos venido ha­ciendo con ios lobos y linces en Astur ias, montes de Toledo y serranías del Sur. Sencil lamente, hubiera ocur r ido que aho­ra habría menos cebras y antí lopes y , además, estarían enfermos y degenera­dos. Natura lmente, no iría un solo tu ­r ista a fo togra f ia r estas manadas, con lo que se perderían una buena fuente de divisas.

Pero, por ot ra pa r te , el lobo es un car­nicero que puede equ i l i b ra r la selección degeneradora que los cazadores ejercen en los cotos de caza mayor. Se ha com­probado hasta la saciedad que las lobos, más lentos en la carrera que los vena­dos, gamos y corzos, eligen siempre in-v iduos tarados, enfermos o v ie jos, por­que se agotan antes en las persecucio­nes. En esta caza selectiva se salvan los reproductores vigorosos, que manten­d rán la pureza de las líneas genéticas.

Cont rar iamente, los cazadores huma-

El origen del perro es todavía un misterio científico. Unos piensan que procede de un cánido ya extinguido; otros, atribuyen la paternidad al chacal y, finalmente, hay quien se inclina por el lobo. Los estudios modernos de psicología animal comparada parecen demostrar que el perro descendería del chacal y del lobo de origen ártico. No es una fantasía imaginar la ma­nada de lobos ayudando a los cazadores cuaternarios a cazar a un bisonte.

nos disparan siempre sobre los buenos t rofeos, e l im inando así los mejores ma­chos y desencadenando una selección ne­gativa que, en muchas f incas, está o r i ­g inando ya generaciones de venados de cuerna pequeña y de forme. La fal ta de lobos que compensen esta s i tuación po­dría ser de resultados catastróf icos. Hay que pensar también en la in f in idad de ratas, ratones y ot ros roedores que los lobos comen en pr imavera y verano, y en el cont ro l que ejercen sobre zorros, mustél idos y otros pequeños predatores.

Es lógico que en las zonas donde se demuestre que el lobo causa daños en los rebaños, sea perseguido y abat ido. Pero en las fincas y cotos cíe caza ma­yor su ex te rm in io const i tu i r ía una gra­ve mut i lac ión estética y crearía un au­tént ico desequi l ibr io en las -comunida­des zoológicas.

EL SUEÑO DE UN LOBO EN UNA PAZ ANTIGUA

El domingo también es.un día fest ivo en el calendar io de mis lobos. Saben que estoy con ellos toda la tarde. Corre­mos sin descanso y pract icamos muchos juegos, como e l ' de alcanzar un t rozo de madera colgado en la rama de un á rbo l . «Remo», como s iempre, ha bat i ­do a todos en la compet ic ión ; ha cogido muchas veces con sus dientes el taco de madera colocado a más de dos metros de a l tura .

Al atardecer duerme ba jo la f ina l lu­via de ab r i l . Abr igado en la losa de la cabana de p iedra, tengo mi mano dere­cha apoyada en su cuello. Sus músculos se tensan, su respiración se hace entre­

cor tada, de su pecho escapa un ronqu i ­do amenazador. «Remo» está soñando.

Hay una paz antigua en el ambiente. Huele a t ierra húmeda; a f lo rac ión. En los ojos ambar inos de los cinco lobos que me rodean, quietos, enroscados en sus hoyos, leo un mensaje de lealtad que viene desde el fondo de las edades. Va cayendo la tarde y, despierto, apoyado en la roca de la pequeña caverna, sueño en el sueño de mi lobo «Remo».

La nieve galopa enloquecida por la l lanura inmensa, cabalga en el v iento ár t ico y se me clava en los o jos.

¡El b isonte ! ' Salto hacia un lado y el gigante pasa

en medio de un torbel l ino blanco, arras­t rando los venablos que le van robando la vida.

Los hombres g r i t an ; se quedan atrás, hundidos en la nieve, cansados.

¡La carne! ¡La carne! Los lobos cor tan el paso a la carne.

«Remo» salta más que n inguno; se cuel­ga de la garganta del coloso. El torbe­l l ino gira y les arrastra a todos: «Sibi­la», «Rómulo» , «Diana». . . Un lobo sale por el aire impulsado por el poderoso testuz agonizante.

Los venablos s i lban. Los lobos can­tan con sus ladr idos agudos. La carne se desploma. Y el v iento ár t ico nos en­vuelve a todos.

Apoyado en la roca de la pequeña cabana, me m i r o en los o jos de mis seis lobos; «Remo» ha despertado ya. Allá abajo ladran mis perros de caza. Quizá han soñado con nosotros. Porque ellos también estaíban allí, hace diez mi l años, cuando matamos el bisonte.

Félix R. DE LA FUENTE

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