Fauna Iberica 09.Aventura y misterio del viaje.Blanco y Negro.03.06.1967

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FAUNA IBÉRICA/9; Por el Dr Rodríguez de la Fuente AVENTURA Y MISTERIO OEL VIAJE H ACE un par de anos, cuando por uno de esos frecuentes caprichos de la meieorologfs, l^s lluvias y los vjentos no empañan la belleza M mes de marzo, me encontraba en el pantano del Rosarílo, en la provincia de Cáceres, para filmar un^ secuencia de grullas emigrantes. Las dehesas que flanquean el embal- se, al abrigo <íe la sierra de Credos, con el suelo suavemente ondulado, cubierto de hierba nueva, margaritas y otras f!o- recillas silvestres, bajo las encinas cor- pulentas, eran un verdadero paraíso para las grullas. Para las grullas y para lodo bicho viviente, porque en los char- cos y riachuelos croaban ya las ranas, las mariposas estrenaban el aire, albo- rozadas; fas torcaces y pinzones cruza- ban sobre las aguas, y se adivinaba un La cipncia i^rnora ?I porque, ppro la cl^eña «sabei» qnc 1c ba ll^j-ado la hora dp úticj^r e\ \üje. Una fuerza irrebjslíblo la obliga a abandonar el nido de pronto. Las cifñiPñss mUran en bandadas 7 sifTUcí incesante, soterrado rebullir de vida: gu- sanos, insectos, sapos y ratones desper- taban en sus gaferías bajo el primer sol primaveral. Pues bien: ese mismo día, cuando todo invitaba a quedarse en aquef na- ciente paraíso, cuando, tras un invierno riguroso despertaba por fin la primave- ra, las bandadas de grullas del Rosarito ihiüiiaban el v\a\e hacía iu^ altas y frías latitudes, todavía cubiertas de nieve y de hielo, seguramente. Se levantaron, entre gritos jubilosos, al amanecer; des- cribieron círculos durante varios minu- tos, adoptaron su clásica formación en uve y enfilaron el Noreste, Sus atas glo- riosas, iluminadas por el sol naciente, batían con rlimo isócrono, alelándolas de nosotros. Poco a poco, se fueron perdiendo en el hori¡onra y se desva- necieron sus voces, entre dulces y me- lancóficas. Mientras el operador comentaba con entusiasmo la riqueza de la fuz, !a be-

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uno de esos frecuentes caprichos de la meieorologfs, l^s lluvias y los vjentos no empañan la belleza M mes de marzo, me encontraba en el pantano del Rosarílo, en la provincia de Cáceres, para filmar un^ secuencia de grullas emigrantes. Mientras el operador comentaba con entusiasmo la riqueza de la fuz, !a be- Por el Dr Rodríguez de la Fuente Las dehesas que flanquean el embal- se, al abrigo

Transcript of Fauna Iberica 09.Aventura y misterio del viaje.Blanco y Negro.03.06.1967

FAUNA IBÉRICA/9;

Por el Dr Rodríguez de la Fuente

AVENTURA Y MISTERIO OEL VIAJE

HACE un par de anos, cuando por uno de esos frecuentes caprichos

de la meieorologfs, l^s lluvias y los vjentos no empañan la belleza M mes de marzo, me encontraba en el pantano del Rosarílo, en la provincia de Cáceres, para f i lmar un^ secuencia de grullas emigrantes.

Las dehesas que flanquean el embal­se, al abrigo <íe la sierra de Credos, con

el suelo suavemente ondulado, cubierto de hierba nueva, margaritas y otras f!o-recillas silvestres, bajo las encinas cor­pulentas, eran un verdadero paraíso para las grullas. Para las grullas y para lodo bicho viviente, porque en los char­cos y riachuelos croaban ya las ranas, las mariposas estrenaban el aire, albo­rozadas; fas torcaces y pinzones cruza­ban sobre las aguas, y se adivinaba un

La cipncia i^rnora ?I porque, ppro la c l ^ e ñ a «sabei» qnc 1c ba ll^j-ado la hora dp úticj^r e\ \ ü j e . Una fuerza irrebjslíblo la obliga a abandonar el nido de pronto.

Las cifñiPñss mUran en bandadas 7 sifTUcí

incesante, soterrado rebullir de vida: gu­sanos, insectos, sapos y ratones desper­taban en sus gaferías bajo el primer sol primaveral.

Pues bien: ese mismo día, cuando todo invitaba a quedarse en aquef na­ciente paraíso, cuando, tras un invierno riguroso despertaba por fin la primave­ra, las bandadas de grullas del Rosarito ihiüiiaban el v\a\e hacía iu^ altas y frías latitudes, todavía cubiertas de nieve y de hielo, seguramente. Se levantaron, entre gritos jubilosos, al amanecer; des­cribieron círculos durante varios minu­tos, adoptaron su clásica formación en uve y enfilaron el Noreste, Sus atas glo­riosas, iluminadas por el sol naciente, batían con r l imo isócrono, alelándolas de nosotros. Poco a poco, se fueron perdiendo en el hori¡onra y se desva­necieron sus voces, entre dulces y me-lancóficas.

Mientras el operador comentaba con entusiasmo la riqueza de la fuz, !a be-

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« mU:^ distinUs. 1^5 del Otste europeo bajan fasst» el África Iroplcal por el Sahara; las del Este, hasta la austral por el Nilo,

Jleza cinernaiográfíca de la escuadra viajera, sus limpios gritos, grabados ya en nuesiras cintas magnetofónicas, a mí me invadía una nostalgia tremenda. Nostalgia y envídta. Y me Imaginaba a las valientes aves volando Übremenle í^bre pueblos y ciudades, cruzando los Pirineos y los Atpes, airavesando nacit>-nes, sin perder el rumbo j^rnás. Bajo sus alas, quedaban los capnchosos y SiertTpre efímeros comparlimeníos polí­ticos y íerntoríaleí en que se encerra­ban fos hombres. Su rumbo siempre era el mismo: el que siguieron sus antepa­sados desde los albores de la especie.

Denrro de la bandada, que pora las grullas es una unidad v i ia l , se conserva tradición a I mente e! secreto de la más sencilla orientación^ la topografía- Hay vie¡as grullas que realizaron el viaje de ida y vuelta durante más de veinte años. Y , cada río, cada cordillera, cada gran ciudad quedaron grabados en su memo­ria como jalones que marcaran el i t i ­

nerario. Los Jóvenes irán aprendiendo, a su vez, las características de \a rula para transmitirlas a las futuras genera­ciones. Y si las nubes se agarran a las montañas y valles de Europa, la bandada roma altura, hasta los 7.000 metros, pa­ra volar, como los modernos reactores, por encima de la borrasca. En ese caso, pueden orientarse observando ef despJa-zamienio del sol sobre el horizonre.

Como todas las primaveras, una rno-ñaña de marzo, las parejas de grullas aparecieron llovidas del cielo, en sus nidos, ocultos en los pantanos y maris­mas de la Taiga, Del n^ismo modo que nuestros campanarios extremeños y cas­tellanos se adornan un buen día con sus cigüeñas, mientras el cierzo de enero aulla todavía en las espadañas. Igual que las golondrinas regresan af nido de ba­rro, pegado en un rincón del granero o la chimenea, y los pajarülos insectívo­ros toman posesión de los hereditarios sotos y matorrales, los patos se aposen-

FOTOGBAFIAS DEI OUB Oí CAZADOÍÉ5 M Q O N

tan en las charcas de siempre, y tos ven­cejos se meten, gritando, en las grietas de las ruinosas fortalezas que ocuparon sus tatarabuelos cuando los condes de Castilla izaban sus pendones en la torre de) homenaje,

FRENTE AL ENIGMA DE LA EMIGRACIÓN

Esto periódico o incesante trasiego de las aves, este latir del pulso del planeta que cubre mares y continentes, ha ffe-nado do asombro a los hombres de to­dos los tiempos. Los amantes del saber han tratado de explicarse de mi l mane­ras, muchas veces peregrinas, la des-aparición de las aves en otoño y su pun­tual llegada en prirnavera, Aristóteles decía que, sí bien algunos pájaros, como las grullas, se trasladan de unos países a otro de manera muy visible y llama^ líva. otros invernan ocultos en las espe­suras y en el barro, sumidos en pro-

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El gran enigma ignoto de las aves viajeras

fundo letargo, Duranle la Edad Medía, Jas leonas arislolélkas se repitieron fiet-menie, hasta que los grandes halcone­ros de la época, observadores minucio­sísimos y objetivos de la avifauna, inter­pretaron el fenómeno de la migración de modo mucho más correcto. El em­perador Federico 11 de Hohensiaufen, en su monumental obra de cetrería, «Ds Arte VenandJ Cum Avibus», escrita en el año 1245, dedica once capítulos a la^ aves migradoras. Nuestro gran cetrero, el canciller don Pero López de AyaJa, estudia <el paso de las aves», en su l ibro

ceirero, aparecido en el siglo XIV, y, con el rigor de un ornilólogo moderno ano­ta detallada man re sus observaciones per­sonales:

«Yendo el rey Don Pedro por el mar, teniendo guerra con el rey de Aragón, atravesando deide el cabo Marrin a Ibi-7a, que es una íravesTa de doce leguas, vi que en la galera de un caballero que llamaban Orejón, bien a seis leguas de tierra, cayó una codorniz, no sé si iban otras pero dicen que paian el mar. Vi También en el camino de la travesía de mar que se hace entre Bermeo, villa de Vizcaya, y la Rochela, que pueden ser ochenta leguas, poco más, yendo yo en una galera a media vía de mar, que po­día ser cuarenta leguas de tierra de cada parte, hallé garzas que llevaban aquella misma vfa, y asi andan buscando su camino y su paso las aves por natu-ralera,»

Desaparecidos estos notables estudio­sos de las aves —para su ¿poca— y ol­vidada la influencia de su obra, se vuel­ve a incurr ir nuevamente en los anti­guos errores. Un escritor inglés afirma que los pájaros ínvernan en ía luna, y el

propio Linneo, padre del «Sistema Natu-raei», reconoce que las golondrinas pa­san el invierno ocultas en los techos de las casas o sumergidas én los pan­tanos y marismas. No es raro, hoy día, escuchar de campesinos y sencillos ca­zadores, relatos referentes a pájaros ha­llados en sus escondites Invernales. Se afirma que las abubillas se meten en los [roncos huecos y las codornices se en-lierran en el barro. En todo ello no hay más que un remoto fondo de verdad. Existe una especie de chotacabras en Norteamérica que, realmente, se sume en un auténtico letargo para pasar el invierno. El doctor Edmund C. Jaeger observó uno de estos pájaros durante cuatro temporadas en un cafíón de Ca­lifornia. El ave se escondía siempre en la misma grieta y llegó a permanecer óchenla y ocho días en profundo estado de hibernación.

LA LUZ PONE £N MARCHA EL MOTOR

¿Por qué migran las aves? ¿Cómo sa­ben que ha llegado el momento de em-

Va día determinado del otoño, la bandada de patos que pasÚ la primavera y el otoño en una laj^in^ de la Manrha, emprender i el

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prender eJ v b j o ? ¿Con qué medios cuentan para a í ron la r e! largo y arr ies­gado despfazamiento? ¿Cómo eligen ía ruta que fes conduc i rá a las áreas de crfa o los cuarteles de ¡nvíerno? ¿Cómo mantienen el r u m b o duran te e\ v iaje? ¿Cómo se percatan de que han llegado a su meta?

MiJJares de orn i tó logos repar t idos por rodo el o rbe , empleando sistemas tan laboriosos y d iversos como el an i l lamien-ro masivo, fa observación constante, d iu rna y noc lu rna , d i rec ta o con póten­les an leo jos, los aviones, el radar, los aparatos t ransmisores y o i ro í i medios electrónicos^ t ra tan de dar adecuada res­puesta a estas interrogaciones que, des­de t iempos de Ar is tóte les, se ciernen so­bre el m is te r io de la m ig rac ión .

Es común la creencia de que go­londr inas, codornices, cigüfiñas y otras aves abandonan nuestras t ierras por te­m o r al f r ío del inviernos Sin embargo , se ha comprobado que los pájaros es­tán muy b ien capaci tados para sopor ta r las ba¡as temperaturas sí encuentran co­mida suf ic iente. En b s labora tor ios , con fos comederos b ien repletos, aves migra-

Je hacia sus cálidos cuarteles de ínvierao.

Las cigüeñas, reírpetady* y queríüsis en lodos los países, &oa P1 prototipo del ave mij^radoriu Su marcha dEJa Irí^tcfE y solitarío.s los canipaziaríoi^ y las torrea, y su regreso se considera como un pnísaffio optimista de buen tiempo y prosperidad.

doras han sopor tado grandes fr íos d u ­rante mucho t iempo sin pe l igro para su sa lud. El p rob lema, pues, sería la fatta de nu l r i c tún para la mayoría de los pá­jaros v ia je ros , Y digo para Ja mayor ía , po rque hay algunas aves mar inas á r t i ­cas que abandonan sus lat i tudes nativas mucho antes que los bancos de peces que const i tuyen su fuente de a l imento . Oí ros pájaros se t rasladan con Ímprobos esfuerzos y riesgos a unas zonas donde, tan to las condiciones c l imát icas como las a l imentar ias , son muy parecidas a las de los parajes que abandonaron. A lgo HEÍ como si h ic ieran el v ia|e por de­por te . Pero estas incer t idun ibres , estas excepciones — q u e pueden O n a conf i r -mf l r la r eg l a— son muy frecuentes en e! fenómeno m ig ra to r i o .

Lo c ie r to es que, apenas terminada ta cr ía, la go londr ina o el mosqu i te ro que pasaban su jornada acarreando insectos desde el ja rd ín o desde el aire hasta su n ido , exper imentan cambios notables en su f í i íü iógfa V Con^poí'farrtíehtO. El ape-[Eto se fes desarrol la much ís imo, y como ya no tienen que a f imenlar a sus h i |os , la grasa cubre sos cuerpecil los y se acu­mu la en el I n t e r i o r de la cavidad ab­d o m i n a l . Es el carburante que consumi­rán sus mi lsculos durante el largo vuelo. La go londr ina comenzará a sent i r im­pulsos gregarios, se posará j u n t o a sus congéneres en los cables o en las abr i ­gadas cornisas de los edi f ic ios. Y, de p ron to , como si algo muy esperado se hubiera d isparado en ^us pequeños ce­rebros, la gran bandada emprenderá el vuelo hacia el hemisfer io aus t ra l .

El mosqu i te ro notará inquietudes so­b re todo al anochecer, revoloteará de una zar^a a o t r a , emi t i rá suaves l lama­das, respondidas por compañeros le­janos, enf i la rá , una y o t ra vez, Ja di rec­c ión or ientada hacia el Sur^ que le atrae con la fuerza de un imán , Y una noche, cuando la bóveda celeste br i l le con el fu lgor de todas sus estrellas, el f rág i l mosqu i te ro , seguro de sí m i smo , se lan­zará hacia el Sur, en so l i ia r lo , oyendo todo lo más las vocecillas dispersas de o t ros viajeros-

FANTASTICOS VIAJES DE LOS NAVEGANTES ALADOS

Las cigüeñas y las grul las, capaces de real izar vuelos sostenidos y especiacufa-res, están consideradas por las gentes como indiscut ibles campeones entre las aveí viaj&ras. Pero sus cualidades a i lé t i -cas son infer iores a las de muchos pá ja­ros pfíqv>&ños e insignif icantes y, sobre

lodo, a las de las aves pelágicas. Las grandes zancudas vuelan a vela^ como los bu i t res , aprovechándose de las co­lumnas de aire ascendente, l lamadas tér­micas, para lomar a l tu ra . Por ello, no pueden atravesar los mares donde fa l -tan este t i po de corr ientes. Las cigüeñas europeas siguen dos rutas dist intas pa­ra llegar a sus afr icanos cuarteles de fn-víerno. Las or ientales, nacidas al este del Elba, descienden por el Bosforo, la pen-ínsula del Slnaf y el NI lo, hasta Áfr ica Orienla^ o del Sur. Las occidentales, or iundas del Oeste del c i tado rJo, atra-

víesan España, el estrecho de Gibraltar y el Sahara, hasta sus refugios de Áfr i ­ca tropical- Ambas poblaciones dan un rodeo para evitar el Mediterráneo, que crujan niuchos pajarillos insectívoros sin hacer escalas.

Las aves remeras y todas aqueflas ca­pacitadas para progresar en el aJre, ba­tiendo las alas con un r i tmo rápido, cu­bren etapas asombrosas para una cria­tura viviente. Gracias a la perfecta adap­

tación ds sus pequeños organismos pue­den realizar tal esfuerzo. Su muscula­tura pectoral, encargada de mover las alas, es Infatigable. Y no eo el sentido puramente lliGrano de la palabra, El meiaboll ímo de sus fibras estriadas, mucho más perfecto que BI de los ma­míferos, consume ta^ grasas sin produ­cir [os restos tóxicos causantes de! can­sancio y las agujetas. Con una cierta can­t idad de carburante acuniulado, un pá­jaro puede volar un número determina­do de kilómetros, restando o sumando solamente la oposición o el empuje de los vientos reinanleSs Exactamente igual que las modernas aeronaves. Por ello, antes de los vuelos migratorios de l^rgo alcance los pájaros comen mucho y ha­cen acopio de grasa hasta en un 75 por ciento de su propio peso-

Escribe el doctor Bernís, en su com-pleti'sima obra «Migración en avesv^ que algunos ornitólogos, sobre lodo Odum, se han dedicado a pesar aves antes y después de sus etapas viajeras y han lle­

gado a f i ja r la cantidad leórka de gra­sa que, un pájaro quema durante un de­terminado tiempo y para hacer un cierto número de kilómetros, Según estas o¡3-servaciones, un pájaro que acumula ©I 27 por ciento d© tejido adiposo, podría hacer sin escalas un viaje de LOOO kiló­metros. Se han pesado aves con reservas suficientes para volar 2.500 kilómetros de un t irón. Y un pajanllo norteameri­cano, llamado *Dendro¡ca slMala* por los hombres de ciencia, podrí;! volar sin descanso durante cien o ciento veinte horas; sl tiempo suficiente para trasla­darse desde Hueva Inglaterra a Sud-am¿ríca.

A tenor de estas experiencias y respe­tando los datos de observadores direc­tos, se piensa que muchos reyezueíos, papamoscas y currucas atravesarían el Mediterráneo y el Sahara sin escalas. To­das estas etapas son más o menos teó­ricas, pero no cabe ninguna duda de que los pájaros oriundos de Islandia que ín-vernan en Áfr ica, deben hacer sin escalas

Las ánades reales, o ¿LEOIOU^. se desplazan a una media de 90 ldL(jme(ros por hora. Durante el vuelo. los múíiculos consumen las reservas íjraías acumnladas bajo la p k l y en la cal idad abdominal. Y, mientras los depósitos de este combustible natura! no Sí* afioteo, las Incansables i ieronauUs pnedcn maolener la ru ta día y noche, como el hombre que diriee la oavegaciÚQ de nuctí-ITIS aeronaves. Las aves capacitadas p a r a progresar en el aire cubren distancias asombrosas en una criatura viviente.

La bandada de patos colorados cae del cielo en esta escondida charca. ¿«De dónde viene y cuánto tictupo p<^rmanecerá «repos­tando»? Los ornitúloKOfl t ra tan de descubrir susi ¡tmenirios empleando mÉlodoa que van tíd anülamiento hasta el radar.

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i!»Ío el püntadn cráneo del pato viajero fimcioium altímelroSn barúmctros, croaógrafoa j iDda clase de deliead^lmo^ apara tos de navf^aciÚD, que \es p«nnÍteQ fnantener el rumbo durante .-«us l a r c ^ s i n^adu ra s a través de \os ciclos COD sol o e á r c l ü s ,

un vuelo de SOO kilómetros hasta Esco­cia. Y la collalba gris, ave poco mayor que un gorr ión, totalmente incapacitada para podarse en el agua, r e a l i ^ un via­je migratorio de^de Groenlandia a Irlan­da: 2.500 kifómetros y, seguramente, desde Groenlandia hasta las costas del Norte de Esparta, 4.000 kilómetros.

LOS CAMPEONES ENTRE LOS TITANES DEL AIRE

El gran número de aves que se ani­llan anualmente —hasta 1960, más de 16,000-000 en Europa y 10.000.000 en Amarice— ha permit ido, medíante las frecuentes recuperaciones y controles, reconstruir las rutas migratorias de nu-merosas especies. La técnica y ut i l idad del anillamlento en algunos países e^ ya algo casi popular. Al anillar un ave, cap­turada en el nido o en pleno paso, se re­gistra el lugar y la fecha donde ^e ha ve­rificado ía operación, junto con el nú­mero y demás datos que la anilla lleva grabado^; en ese mismo sílio se la pone en libertad. Y caso de que, semanas, me­ses o años más tarde, el ejemplar sea abatido o capturado, el capturador debe enviar la anilla al centro científico reco-pitador, cuya dirección figura grabada en el metal, haciendo constar la fecha y

El campeonlsJmo Irabatiblo en el |n"an mara t án do los voli t í les migradorcs. cfi sin duda el c h a r r a árt ico, que viaja todos los años desde SUN áreas de cría fn las AHJ» latitudc?4 de Groeiilaiidla y el Canadá, hasta su aona de ÍD-veruada ej» loa m a n ^ aiLslrales, haciendo un fantistico cnicero de ida y Tueltu que abarca los 40.000 IdltSmetroH en un p r e d i c o de resistencia.

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La garceta común, en reposo, oíea lo» horirontcs dcsdc la plataforma TCgetal que le sirve de observatorio antes de seguir su vl»jc.

«Record» aéreo: 40.000 Kms. ¡da y vuelta

lugar donde ha ocurrido la captura. Más perfecto es lo que los ornitólogos llaman el control. Consiste en capturar a las aves anilladas con redes, ya en pleno via­je, hacer la lectura de la anilla, registrar los daíos y poner nuevamente aJ pája­ro en libertad. No es necesario insistir en la ayuda que prestan a la ciencia los caíadores o ciudadanos remitentes de anillas. Colaboran en una obra gigantes­ca Internacional, que pone muy bien de manifiesto la cultura de los pueblos y su amor a la naluraleia.

Si bien es cierto que la aniigua idea de ruta —en el mentido de un camino invariable^ trazado en el espacio—, es errónea, ya que los pájaros se desplanan en amplios frentes y, a decir verdad, no pasan dos veces por el mismo sitio, hay extensas zonas de mar y de tierra entre cuyos límites se llevan a cabo los viajes migraEorJos- Hoy se conocen muy bien algunos de estos itinerarios realizados por aves continentales y marinas. Su examen sobre el mapa acusa distancias que hubieran parecido increíbles.

El charrán ártico, que crta en las frías costas del Canadá y Groenlandia^ por encima de los 80" de latitud Norte, lle­

ne sus cuarteles de invierno en el Atlán­tico Sur y el mar Austral, a 20,000 kiló­metros de distancia. Anualmente, pues, este campeón absoluto de todas las aves realiza un viaje —ida y vuelta— de 40.000 kilómetros.

El gran picotijeras se traslada desde la isla antartica c3e Tristán de Acuña, su área de cn'a, hasta las regiones árticas, de donde regresa seis meses más larde, cubriendo un Itinerario de 34.000 kíló-metros-

Ft ornitólogo Erwin Siressman ha tra­ducido a cifras el titánico esfuerzo del chorl i to dorado que vuela desde Alaska hasta las islas Hawai, atravesando el Pa­cífico, sin escalas. Estos son los núme­ros: treinta y cinco horas d * vuelo sin interrupción, a una media horaria de 90 kilómetros, con un loiaí de 252.000 ale­tazos.

Una cigüeña común, nacida en Dina­marca, viaja para Invernar hasta el Sur de Áfr ica, pasando por el Bosforo y el Sinaí. El recorrido es de unos 12.000 kilómetros.

Acerca de la altura del vuelo de las aves migrantes se dieron datos en el pa­gado que is consideraron exagerados. Se hablaba de blindadas de grullas, gansos y otras aves, sorprendidas por los astró­nomos en las lentes de sus telescopios. frente al disco de la luna, a 7.000 me­tros de altura. Los testimonios irrefuta­bles del radar han venido a confirmar los asertos de fos astrónomos. Especia­listas como David Lack, computando la alt i tud de los migrantes nocturnos ingle­ses, ha encontrado cifras medias osci­lantes entre los ÓOO y 1.300 metros. Al­gunas aves de talla media votaban de 2.000 a 3.O0O metros. Y lo más asom­broso: pequeños pájaros insectívoros lle­

gaban cerca de los 7.000 metros. Se sa­be también que algunas especies Cru­zan los Andes y el Himalaya al cambiar de clima.

Las velocidades de crucero de las aves migrantes se han calculado cronómetro en mano y con muchos más parfectos y delicados procedimientos ópticos: las go­londrinas se desplanan a 44 kms, /hora, los estorninos, a 75, los ánades reales. entre 80 y 90, y los vencejos, entre 90 y 130. El campeón en este maratón for­midable seria el chorl i to dorado, con IBO ki lómetros/hora. Aunque este ré­cord no haya podido ser homologado, por haberse desplazado el páfaro con fuerte viento de cola.

EN LA NOCHE, GUIADOS POR LAS ESTRELLAS

Cuando los primeros europeos llega­ron a los Mares del Sur, encontraron is­leños capaces de navegar en canoas y balsas, en alta mar, de unas islas a otras. Durante la noche, aquellos primitivos y portentosos navegantes mantenían el rumbo observando [35 ostroHaj. Su fa­miliaridad con la esfera celeste era tan grande, que conocían fa posición de las constelaciones más importantes, en las diferentes épocas def año y a lo largo de las horas de la noche.

Si quisiéramos encontrar, en nuestros días, tan audaces y diestros navegantes, no habría que !r a buscarlos en las islas del Pacífico, Bastaría con examinar los zarzales, arbustos y matops que crecen a la vera de los caminos de Castilla. En ellos veriarnos unos pájaros diminutos, activísimos y muy amantes del gorjeo: tas currucas. Los científicos agrupan es-

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[OS insecifvoros en la familia de fos síl-/ftfos, y han hatíado, enire £us miem-ír05, algunos ds los naveganres nociur-loa más dea laca dos.

Lfegado el otoño, las currucas no se 'eOnen en bandadas para ©ítipgrar, como Tacen otra? aves; emprenden e\ viaje lo -¡tarjas, en plena noche, sin describir lírculos para decidir eE rumbo- Sencilla-•nenie, se lanzan de^de la rama del ar-j u í l o que las alberga, hacía sus le¡anos :uarleles de invierno. Tienen oTra parLi-:ular¡dad migratoria las currucas, que la resultado providencial para la cren-j a : los individuos cautivos sienten una jran inquietud cuando sus congéneres alvajes se ponen en viaje; se debaten te-laimenle en sus jaulas pugnando por íscapar, durante toda la noche, y no ce-an en su febril comportamiento hasta jue Termina la época migratoria de oto ío o primavera.

Un joven matrimonio de ornitólogos ilemanes, Franz y Eleonor Sauer. apro-fechó esta tendencia nocturna de las :urruC3s para iniciar, hace die j años, rna serie de experiencias que les ha be-ho famosos en el mundo entero. Comen-:aron los Sauer por criar diferentes es-)ecies de currucas, en habitaciones fran-jufías V silenciosas^ lejos de la ¡ntluen-¡a de \3 naturaleza. Puntualmente, cu^n-Jo llegaba el otoño O la primavera, estos láfaros testigos eran poseídos por la nisma inquietud migratoria que los que labían permanecido en el exterior. Algo iSj como si contaran con un calenda-io interno encargado de comunicarles rl r i tmo de las estaciones.

La segunda prueba consistió en ^acar as currucas al aire l ibre, en el mes de epliembre, pero no en su ¡aula habitual, ino en una circular, provista de una tercha también redonda y concéntrica, odeada por una l ira de f iel tro laterat-nenle y cubierta por un cristal en su sarte superior. Tal dispositivo permitía I las currucas observar un gran casque-e del cielo y orientarse en cualquier di-ección en la percha circular. El com->aríam¡ento de los pájaros fue revela-i o n bajo el cíelo de septiembre, presas íe la inquietud migratoria, aleteaban constantemente, pero no sallaban de la lercha: se limitaban a apuntar hacía ;us cuarteles de invierno.

3i se hacía girar la jaula sobre su cen-ro, desplazando al pajari to, éste iba CO­

T Í giendo su orientación, moviéndose icrviosamcnfe de izquí&rda a derecha lomo la aguja de un brújula, hasia re-:obrar el rumbo.

La curruca zarcerilla, especie que emi­gra por los Balcanes, Turquía. Israef y íl Nilo, hasta África Oriental, marcaba 'xactamente el Sudeste, en correcta orientación desde Dremen. Alemania Oc-:Ídental, donde se realizaba la observa-¡lión. La curruca mosquitera, en cambio, que emigra a través de España, Gibral-far V el Sahara hasta África tropical, se orientaba invariablemente hacia el Sud­este, enfilando la ruta de su especie.

Si el cielo estaba completamente nu-

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La garceta, ya en vuelo. Dotada úc Alas largas y anchas, Útbv aprovechar las Ci> rr ientei aéreas pa ra preprcsar por su camino aéreo, como todas las aves veleras.

I ^ pareja de cigüeñuelas busca sitio para el emplazamiento de su nido, Es príma,-vcra. Hace lan sólo unos días se paseaban aobre sus zancos cerca del cocodrilo

L i cerceta de Vi-rano sustituve txi nuestras charcas a IO'Í palos que MÍ van al Nor­te pa ra anidar. Cuando regresen, les cederá su plaza y d í a Sf marchara ai ; \*lca.

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Fantasía bajo el falso cielo del planetario

bledo, las currucas se debalfan sin or­den ni concierto, terminando por que­darse quieías y dormidas. Bastaba con que aparecieran unas pocas estrellas en un claro, para que los viajeros noctur­nos se orientaran correctamente de nuevo,

En primavera, la curruca zarcerllla apuntaba al Noroeste y la mosquitera al Noreste, adoptando las rutas tradiciona­les para el viaje de retorno. Parecía de­mostrado que los frágiles migradores nocturnos se guiaban observando las es­trellas, pero algunos críticos sugirieron que las currucas podían muy bien orien­tarse en la direccrón de sua objetivos obedeciendo al magnetismo terrestre o a las ondas eléctricas del espacio.

Para completar su trabajo y salir al paso de estas dudas^ el doctor Sauer se trasladó con sus currucas al planetario de Olbers, ea la Escuela Naval de Bre-

Esgucma mjcr^torio de la curruca ^arcerüUp que se despUza drade Alema­nia h u t a la irran curva del NUo, pasando por et Bosforo, Turquia s el Sinai.

Seria muy difícil averiguar si esle jílpucro, foloj^T^íí^do en invierno, ea oriundo de nuestros campos españoles o dn aÍRuno de la Europa centraL Porque las poblaeinnes continentales de estos frinEÍlidos de betlo cauto, emieran en otoño hasta Esps-ña, mientras las nuestras permanecen en la península. Los J u r e r o s ateman?>), austríacas. cCe,, también haeen el (arísmo del sol.

Los estorninos y las palomas del Dr. Kramer

dormido. El largo viaje habfa terminado. Para averiguar l i el prodigioso cono-

cifnienio M gran Atlas celeste y del cur­so de las estrellas, demostrado por las currucas^ era algo aprendido en su ju ­ventud o dependía de un factor heredi­tario, los Sauer criaron un ejemplar to-talmente aislado de los miembros de su propJa especie. Desde la eclosión del hue­vo hasta las primeras pruebas, perma­neció en el interior de un cuarto tran­qui lo y silencioso, sin ver jamás el cielo, durante el día o de noche. Cuando ilegó el mes de septiembre y el cautivo co­menzó a dar señales de inquietud m3-gratoria, se le metió en la jaula expe­rimental del planetario. Encendidas de goJpe todas las estrellas del f irmamen­to art i f ic ial , la curruca, tras unos minu­tos de asombro, enfi ló firmemente el Sudeste, como hubieran hecho sus con­géneres más experimentados.

Unos años antes de que el matr imonio Sauer iniciara sus famosas experiencias, otro sabio alemán, el doctor Kramer, trabajó con pájaros de migracióri diur­

na, en la jaula circular giratoria, real­mente, Inventada por é l . Sin duda, co­rresponde a e^ie investigador el mérito de haber iniciado los estudios de la orientación con aves enjaulada?, pero al ^er más sugestivas la? comunicaciones de los SaUer —el cielo nocturno ofrece muchas más posibilidades evperimenia-les que el d iurno—, los he concedido más amplio espacio en este capítulo de divulgación

Los € lorninos y palomas del doctor Kramer se orientaban siguiendo el cur­so del sal, con tañía exactitud como las currucas con las estrellas. También se les in i rodujo en una gran habitación que permitía desfigurar las informacio­nes solares, utilizando espejos. Las aves superaron correctamente infinidad de pruebas, Pero, en la primavera de 1959, el doctor Kramer se despeñó en Cala­bria, escalando un cantil para capturar palomas bravias, que pensaba utilizar en sus experiencias. El sabio había dedica­do su exisíencia a los pafaros y su f i n , trágico y glorioso, debe servímos de es­timulo a todos cuantos de una manera u otra estudiamos a los animales salva­jes en su propio ambiente.

Las pruebas realizadas con aves libres parecen corroborar ios brillantes resul­tados obtenidos con aves cautivas, aun­que sus actuaciones no sean siempre tan perfectas. Un charrán cogido en su colo­nia de las islas Tortugas y transportado en un navio a 1.000 kilómetros de dis­tancia, regresó prestamente a su nido. De diez golondrinas trasladadas en avión desde Berlín a Madrid, solamente dos volvieron a Ja capital alemana, distante

1,850 kilómetros, en línea recta. De 28 vencefos reales llevados en avión desde Suiza hasta Lisboa, retornaron 12, sobre una distancia de 1,620 kilómetros. Dos cigüeñas polacas transportadas a Pales- ' tina regresaron a sus nidos, situados a 2.240 kilómetros en tfnea recia.

Estas hazañas de tas aves viajeras que despiertan admiración de cuantos las co­nocen, no las libran e lo largo de los países que atraviesan de las asechanza*; de los cazadores. Contrariamente, las es­copetas, las trampas, los cepos, están siempre prestos para hacer más difícil la ya increíble aventura de los mlgrado-res. Pero hemos de reconocer que las bajas causadas por los cazadores son despreciables comparadas con las catás­trofes ocasionadas por los faros mari-, nos y terrestres, las altas torres de tele­visión, las pantallas de radar, los hura­canas V borrascas. Miles y miles de cria­turas Ignoradas perecen estrelladas con­tra el hierro de las máquinas humanas, contra las olas y los cantiles. Hace tan sólo unas semanas el petróFeo e^^capado del vientre del eTorre Canyon» ha ter­minado con colonias enteras que desde hace sfglos anidaban en las costes de Inglaterra y de Francia- El pulso de la tierra, el f lujo y el reflujo de las arterias de nuestro planeta no debe cesar. Por­que, cuando las alas de los pájaros no adornen en otoño y en primavera el cie­lo de nuestras ciudades y nuestros cam­pos, la vida habrá perdido, quizá, su más genulna y bella manifestación.

Félix R. DE LA FUENTE

Uno de los m i s asombrosos ejccursíomstaíi del espacio es la curruca, ave f r á ^ l e ¡nseclívora. que viaja de noche en soli' la i ie (guiándose por las pstrellss. El doctor Sauer ha Jiecbe famosos a ealo^ pajaríHos con sus maraviltofias experiencias.