Etica Del Lucro
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La tica del Lucro
Por: Armando de la Torre
Reanudo mi conversacin va Siglo XXI con el apreciado Mario Roberto Morales, que desde su columna en elPeridico ha cuestionado insistentemente algunas de las bases filosficas y de las conclusiones derivadas de ellas por quienes nos identificamos como liberales clsicos o, neoliberales. Algunos distinguen radicalmente entre esos dos trminos, pues al primero atribuyen tomas de decisiones coherentes en
todo y en todas direcciones con los principios whigs del siglo XVII, que los espaoles bautizaran de liberales a principio del XIX, mientras el segundo lo reservan para las decisiones aisladas dentro de marcos programticos en muchos puntos contradictorios al pensamiento original de los liberales clsicos: proteccin a
la propiedad, a la libertad y a la vida de los individuos. A m me da lo mismo que me etiqueten de cualquier
forma, pues cuento por anticipado, como cosa natural, que diferiremos a veces en su interpretacin.
Por problemas de salud, me permito en este momento transcribir unos prrafos de algo escrito por m
hace ya casi tres dcadas.
Con frecuencia se oyen ataques, unos abiertos y otros velados, contra el "lucro". Para los hombres y
mujeres condicionados por el modo de pensar marxista, probablemente no hay palabra en el vocabulario social
de connotacin emocional ms "sucia" que la de "lucro", sinnimo, para ellos, prcticamente de "plus vala" o
explotacin del que trabaja por el que no trabaja.
Para los propugnadores del "Evangelio Social" de principios de siglo y la Teologa de la liberacin de
hoy, parece que el "lucro" epitomiza lo que de peor aflora en el hombre al relacionarse con otros hombres.
Detrs de todo esto hay una larga historia de malentendidos y de, -por qu no decirlo?- muchas veces
de obstinada ignorancia.
Por tica entiendo el estudio de la accin deliberada desde el punto de vista de lo que debe moralmente
ser, no de lo que es. Ese "deber ser" en la conducta moral entraa dos grandes reas de debates: la de los
valores a llevar a la prctica y la de las fuentes de la obligacin moral. Yo me atendr a la primera de ellas.
Por lucro entiendo aqu lo que comnmente se tiene como tal: lo que resta en caja despus que se han
pagado todas las facturas.
El "lucro" empresarial, histricamente hablando, es un elemento imprescindible de la economa de
mercado, en cuanto sta se contra distingue de una consuetudinaria o de una de mandatos, es decir, en cuanto el
mercado surge identificado desde un primer momento con el grupo de personas "especializadas" en el
intercambio de bienes y servicios que por eso se llaman "mercaderes".
Todo eso es imposible sin libertad de contratacin. Pero tambin sin una garanta de obligatoriedad de
ciertas "reglas de juego", las dos principales de las cuales son: el respeto a la propiedad privada y el atenerse
ambas partes a lo libremente contratado.
La necesidad universal de "reglas" plante el primer gran problema por partida doble para los
mercaderes: el someterse a soberanos que reforzaran con su poder coactivo la obligatoriedad de los contactos, y
el subordinarse, simultneamente, a los juicios de valor de los profetas y sacerdotes de las varias religiones
constituidas. Es decir, que fueron los no mercaderes quienes iban a decidir y valorar en buena parte, ms all
de las propias decisiones y valoraciones de ellos mismos, el cmo y el para qu de la actividad mercantil.
Y no ha resultado menos obvio que el hombre custodio de lo divino tender a ver el mismo proceso
mercantil desde la exclusiva perspectiva del consumidor, y no de la del productor o del intermediario.
Siendo ello as, las transacciones para el libre intercambio de lo producido y su ampliacin lgica a
travs de las operaciones de crdito, ahorro e inversin, le resultarn mucho ms misteriosamente remotas y
sospechosas que las mismas exacciones fiscales del monarca, tan detestadas habitualmente por todos.
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II
Las principales objeciones que muchos telogos han levantado modernamente contra el concepto y la
prctica del "lucro" y que, desde otras premisas, materialistas y ateas, comparten los idelogos marxistas en
general y ciertos socialistas, son:
1) La motivacin del lucro consiste, segn ellos, en otorgar prioridad suprema al egosmo individual y no al servicio al prjimo.
2) La competencia de los que buscan lucrar en el mercado es la anttesis de la cooperacin; sustituye la confianza mutua por la hostilidad; lleva a los hombres a mentir y a engaar y, en ocasiones, hasta
matar.
3) Un sistema de lucro resulta en grandes desigualdades econmicas y sociales, lo que concentra el poder en unos pocos para explotar a los dems. Es una afrenta al clamor universal por la justicia, y adems,
deshumaniza al hombre al dejarlo a la merced de los vaivenes impersonales del mercado, al mismo
tiempo que mina las bases de la compasin hacia los que fallan y fracasan en la carrera competitiva.
4) El afn de lucro alimenta nuestras tendencias ms brutalmente groseras, que hoy se traducen a un consumismo desenfrenado, o sea, esa obsesin por tener ms a cambio de ser menos.
5) Conlleva, adems, al menor aprecio y aun a la hostilidad hacia la actividad reguladora del Estado que, a sus ojos, es el encargado de velar porque el bien comn prime a fin de cuentas sobre el particular.
Es esto as?
Para refutar tamaas objeciones, permtaseme extenderme algo en las siguientes consideraciones:
1) El riesgo empresarial de ganar o perder, esencial al mercado competitivo, es un instrumento moralmente neutro en la formacin de capital. Sin lucro -o ganancia-, tampoco podran darse esas otras
actividades "no lucrativas", tan apreciadas, sea el culto religioso, la beneficencia, o aun el mero hecho
de costear al gobierno. Porque de ah sale el dinero para sufragarlas, incluidos los salarios.
2) El sistema que descansa en lucro o prdidas deriva de las libres iniciativas de dos o ms individuos que han aceptado pacficamente obligaciones recprocas, de su entera y libre voluntad. Es decir que el
mbito de la actividad lucrativa coincide exactamente con el de la libertad. Y es bien sabido que sin
libertad se extingue toda responsabilidad moral. Por lo tanto, slo en un sistema en el que se produce y
no slo se consume parasitariamente, es dable el riesgo de lucrar o perder, de actuar ticamente bien o
mal, de observar una conducta aceptable o rechazable. Por el contrario, en un sistema donde el lucro (o
la prdida) para el individuo se hace imposible por la voluntad poltica de los que monopolizan la
fuerza, se extingue, en esa misma proporcin, aun el mero concepto de lo tico.
3) Slo logra lucrar quien bien ha servido a los consumidores desde el punto de vista de los consumidores. La imaginacin popular excluye este punto y se pinta cuadros fantsticos de supuestas enormes
ganancias por parte de las grandes empresas. Histricamente, la tajada del len de los precios al
consumidor va a retribuir el factor trabajo, no el del capital, el terrateniente o el empresario. Por eso,
cuando una corporacin lucra, hasta una tercera parte (o hasta una mitad) de su lucro le queda para
reinvertirlo o distribuirlo entre los accionistas. Idntica experiencia histrica muestra que a largo plazo,
y con una tasa de inflacin inferior al 4%, las utilidades de las empresas (cuando las hay) oscilan en
promedio entre un 3 y un 6% sobre el total de ventas.
Una equivocacin muy repetida por ciertos demagogos es la de que las utilidades o ganancias han sido
aadidas por el productor y el intermediario al precio de venta, a costa del consumidor. Nada ms falso. En
realidad, lucra quien ha logrado deducir de ese lucro los costos de produccin competitiva, gracias a una mayor
eficiencia en la asignacin de los recursos. De lo contrario, muy probablemente, hubiera sido barrido del
mercado por sus competidores ms eficientes y en un lapso ms o menos breve.
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III
Dejada a s misma (es decir, a la libre oferta y a la libre demanda agregadas), la competencia por lucrar
en el mercado tiende a la reduccin de costos y, por ende, de los precios, y as los consumidores que lo somos todos- devenimos siempre al mediano y largo plazo los ms beneficiados.
Fue precisamente ese fenmeno el principal detonante para la revisin de ciertas tesis de Marx y Engels
por Edouard Bernstein, a los cincuenta aos de la publicacin del Manifiesto Comunista (1848).
Porque ya a fines del siglo XIX se palpaba un crecimiento enorme y pacfico de la clase media en los
pases industrializados. Por lo tanto, propuso Bernstein, habran de eliminarse de entre los vaticinios
dialcticos aquellas tesis de la depauperizacin creciente del proletariado, de la revolucin violenta, y de la
subsiguiente dictadura del proletariado.
A ello intent ripostar Lenin con su Imperialismo, ltima etapa del capitalismo, sobre el supuesto equivocado de que las colonias eran un buen negocio para sus metrpolis.
En realidad, tanto progreso (la belle poque) se haba alcanzado a la medida de la implementacin internacional del libre comercio (incluso ms generalizado entonces que hoy) y de la estabilidad monetaria
bajo el patrn oro (de la que, por cierto, poco nos queda).
4) Por otra parte, "el poder tiende a corromper" -deca Lord Acton- "y el poder absoluto corrompe absolutamente".
Esa frase lapidaria, producto de una tristsima y larga experiencia de la entera raza humana, apunta
hacia otra de las ventajas que desde perspectivas exclusivamente ticas ofrece el sistema competitivo de
prdidas y ganancias.
En el mercado libre nadie est asegurado de su poder, lo que lo hace relativamente inocuo para la
libertad de los dems, nobles o innobles que hayan sido sus intenciones. Porque quien triunfa queda
automticamente expuesto a los mulos que intentarn arrebatarle, o reducirle, su ventaja.
En cambio, cuando el mercado se halla aherrojado a las prioridades polticas de los que detentan el
poder pblico, "los peores" -como observa Hayek- "acaban por llegar a la cima".
Porque cuanto ms abarcador e ilimitado se hace el poder legal de coaccin, ms seductor se vuelve
para los ambiciosos sin escrpulos valerse de l, como todava hoy lo atestiguan las corruptas
dictaduras totalitarias de Cuba y Corea del Norte, o los arrebatos colectivistas, y no menos corruptores,
de Hugo Chvez o de, probablemente, Evo Morales.
Es que el mercado, inevitablemente, descentraliza y fragmenta todo poder, y somete a quienes mejor
se hayan situado en l a que redoblen a diario sus esfuerzos para mantenerse frente a sus competidores
en el favor del voto annimo e inmisericorde de los consumidores.
5) Adems, en una sociedad de mercado libre, cada uno adquiere bienes y servicios nicamente a cambio de la oferta indirecta suya de otros bienes y servicios que los dems desean.
El sistema, por tanto, lucrativo del mercado acaba por distribuir de esa manera todo lo socialmente
producido con una justicia aproximada, esto es, de acuerdo a la utilidad marginal de lo que para la
produccin hayan aportado sus varios factores (la tierra, el capital, el trabajo, y, por supuesto, la misma
iniciativa empresarial).
Esta justicia distributiva del mercado lamentablemente es distorsionada cada vez que grupos de
presin, ya sean sindicalistas, empresariales, agrarios, religiosos, tnicos, promueven a travs del
Estado obstculos desalentadores a sus respectivos competidores y empobrecen as la provisin a los
consumidores de bienes y servicios de una mejor calidad y de un menor precio.
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IV
En contra de las tesis de la dialctica marxista, y de las posteriores del darwinismo social, segn las cuales
todo progreso es el resultado de algn choque frontal, de algn conflicto violento entre colectividades, la
percepcin liberal entraa lo contrario, esto es, que el progreso siempre ha sido el fruto de la cooperacin
pacfica entre individuos, de la mano de una creciente divisin del trabajo, la voluntaria, por la que cada uno, a
la bsqueda de su propio inters, descubre slo poder alcanzarlo en la medida en que satisfaga mejor intereses
ajenos.
Un hecho indiscutible para todos hoy es que las sociedades de la abundancia han sido el resultado de la
productividad del mercado competitivo. Una publicacin reciente de William Lewis, director del McKinsey
Global Institute, The Power of Productivity: Wealth, Poverty and the Threat to Global Stability (Universidad de Chicago), es el ultimo de la serie de estudios que lo confirman.
No menos indiscutible es que los intereses creados (es decir, los de los poderes fcticos), los de los privilegiados por el Estado -ciertos grandes empresarios, dirigentes sindicales, burcratas corruptos, polticos,
por supuesto, y todo el resto de los favorecidos con subsidios, rentas, cobertura mdica, crditos blandos no
merecidos por no haber agregado ellos por su parte valor suficiente a lo producido-, se oponen tenazmente al
acceso de nuevos competidores al mercado. En palabras de Carlos Alberto Montaner, fabricantes de miseria.
El mismo Marx hizo una renuente loa de la productividad del mercado competitivo en un clebre prrafo de
su Manifiesto Comunista (al tratar de los triunfos de la por l tan detestada burguesa) al concluir:
En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesa ha creado energas productivas mucho ms grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento
de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicacin de la qumica a la industria
y la agricultura, en la navegacin de vapor, en los ferrocarriles, en el telgrafo elctrico, en la roturacin de
continentes enteros, en los ros abiertos a la navegacin, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como
por ensalmo... Quin, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad
fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energas y elementos de
produccin? (Este subrayado es mo).
La comparacin, hacia el final de la Guerra Fra, de esos fecundos mercados con aquellos otros centralmente planificados en el bloque sovitico llev a nadie menos que a Deng Xiaoping, el sucesor de Mao,
a desmantelar gradualmente los obstculos a la libertad de competir en China, con los estupendos resultados
que hoy asombran -y atraen- a los inversionistas del mundo entero.
Adicionalmente, la evidencia histrica moderna constata que las migraciones de millones de seres humanos
se han dado desde los pases cuyos gobiernos ponen el nfasis en la seguridad social hacia los pases donde se
le pone a la libertad individual: de la Cuba de Castro a la Florida, de la extinta Alemania Oriental a la
Occidental, de la Corea del Norte a la del Sur, de la China Popular hasta 1996- a Hong Kong, de la antigua Unin Sovitica a los Estados Unidos, etc
Los enemigos del lucro empresarial monetariamente contable (pues los hay tambin inmensurables como la verdad, la belleza, la felicidad de nuestros seres queridos, el aumento de la esperanza) suelen ser hombres y
mujeres inseguros de poder competir bajo reglas iguales para todos.
A ellos habran de sumarse los a veces en exceso preocupados por los fines ltimos del hombre: profetas y sacerdotes, filsofos y literatos, que no tanto por los prosaicos medios para proveernos de una vida ms placentera y prolongada, la esfera propia de las iniciativas lucrativas.
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V
Los defensores de que eduquemos para el riesgo (de perder o de lucrar) en el mercado competitivo
tienden a ser hombres y mujeres de accin, no de contemplacin, atentos, ante todo, a los medios escasos para alcanzar sus fines, y con la puntillosa (y encima molesta costumbre para idelogos) de desinflar con
prosaicas consideraciones de costos/beneficios o de rentabilidad a mediano y largo plazo- las burbujas de ilusiones sociales imaginadas por soadores.
Gracias a ellos se forma capital -clave para todo progreso- y se siguen rentas para los terratenientes,
salarios para los obreros, intereses para los capitalistas, e impuestos para el Estado.
Adicionalmente, por ellos subsisten las actividades privadas no lucrativas (fundaciones), de las que
tanto nos enorgullecemos.
Tampoco se les entiende por el desconocimiento generalizado, entre quienes viven de un jornal o de un
salario ms o menos estable, de los costos de oportunidad de quienes trabajan por cuenta propia y que as, a
veces lucran, y mucho, y a veces lo pierden todo.
Esos costos (los posibles usos alternativos para sus talentos a que renuncian) los anticipan la mayora
tan altos e inciertos, que corren a refugiarse en la seguridad de menores ingresos insertados en cualquier
burocracia, a cambio, eso s, de que sean indudables (al final de la quincena o del mes).
Son los mismos que censuran la "injusticia" de todo lucro, a sus ojos siempre por dems "excesivo",
que se han ganado los que ms arriesgaron, los hombres de empresa (caso notable el de Bill Gates, pero el
tambin posible de un annimo vendedor ambulante o el de un lustrador de zapatos todava hoy desconocido).
Y quienes, por supuesto, ni siquiera ponderan los hbitos disciplinados que llevaron a esos hombres y
mujeres a sus respectivos (y envidiados) logros empresariales.
Todo el que honestamente ha lucrado empez por ofrecer algo que los dems valoraron. Es decir, supo
servir. Lucr porque sirvi mejor a los consumidores que su competencia.
Por otra parte, los lmites ticos al lucro son bien claros y sencillos: no usar de la fuerza y no engaar.
La mafia, por eso, no es parte de ningn libre mercado, pues viola y miente. Pero la condicin sine qua non desde un inicio ha de ser la de la igualdad ante la ley.
Hay ricachones abiertamente mafiosos, esto es, que lucraron al margen de la misma. Los hay, a la par,
ocultamente inmorales. Son quienes se valen de las grietas abiertas en la legislacin por polticos, y de las burocracias a sus rdenes, que les son cmplices. Les llamamos mercantilistas. De ah, la necesidad imperiosa, desde la perspectiva liberal, de recortar los poderes coactivos de los unos y de los otros.
Nuestras sociedades iberoamericanas han estado expuestas, a partir de los aos cincuenta del pasado
siglo, a incesantes ataques desde ctedras universitarias, plpitos religiosos y columnas de opinin en la
prensa, que denigran el espritu de amor al riesgo, a la innovacin, a la exploracin, en una palabra, al de la
libre iniciativa individual, porque crea desigualdades.
Se nos han propuesto, en su lugar, panaceas de seguridad entre "iguales -en ingresos-, es decir, la propia del rebao, bajo pastores arbitrariamente providentes (Castro, por ejemplo), y donde el rasero de lo
alcanzable por cada uno no se mide por el de los ambiciosos que triunfan sino por el de los resignados que
fracasan (el Che Guevara a la cabeza).
Ni siquiera la cada del Muro y la disolucin del bloque sovitico les han hecho entender. Para
muestra, la insensata alegra que algunos ostentan por esa ltima recada en Sudamrica hacia la izquierda ruinosa, y humanamente tan degradante, al estilo de Hugo Chvez.
No debe sorprendernos, por tanto, que el nuevo siglo se haya estrenado con amagos de dictaduras que
quisieran ser totalitarias y que, mientras tanto, se empeen en hipotecar el futuro de sus pueblos.
El "miedo a la libertad" contra el que ya nos haba prevenido Eric Fromm.
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VI
Ha tardado siglos en abrirse camino la comprensin de que el lucro, considerado en s mismo, es
moralmente neutro, es decir, en cuanto un factor ms para el proceso de producir.
Como cualquier herramienta, un martillo, por ejemplo, un azadn, unas tijeras, es un medio
simplemente, que nos ayuda a la consecucin de fines ulteriores.
El mercado ha desarrollado muchsimos otros: el trueque, el dinero, la moneda metlica, el crdito, el
contrato, el salario, la renta, el inters, adems del lucro, que permanecen enigmas, sin embargo, para profetas, sacerdotes, intelectuales, sindicalistas, polticos s lo ven todo desde el exclusivo ngulo del consumo
y no de la produccin.
Pero quedamos siempre abiertos al cuestionamiento moral o tico de los agentes humanos en el
mercado. Ah entramos todos, en cuanto hombres y mujeres libres, que escogemos individualmente, siempre al
margen, lo que creemos en cada momento nos habr de ser ms til.
As visto, no es ticamente indiferente, por ejemplo, que se lucre -o se gane un sueldo o se deriven
rentas e intereses- de una empresa especializada en vender imgenes religiosas que de otra en el trasiego de
pornografa infantil. O si se pretende movilizar turistas o, por el contrario, participar en el negocio de la trata de blancas. O de vender medicinas por prescripcin mdica o facilitar venenos (drogas?) a los ms jvenes e incautos.
Mucho menos, si lo lucrado -o ganado- se logr al costo de un dao deliberado al prjimo, digamos mediante la mentira, el secuestro, el robo, el asesinato, la extorsin y la destruccin criminal de lo
ajeno o la calumnia.
Aunque se hubiera hecho en pos de fines legtimos y deseables: el bienestar propio y de la familia, la
supervivencia de la empresa frente a sus competidores, la justicia para con los ms dbiles, la independencia
nacional, las ventajas gremiales de la tribu a la que se pertenece, la igualdad de gnero, de un ingreso mnimo para todos, o aun de la sociedad sin clases. El fin no justifica moralmente los medios. Cmo andamos aqu a este respecto?
Mal.
La mayora de los guatemaltecos, es verdad, prosigue pacficamente con sus vidas, devociones,
amistades. Pero nuestra tica de trabajo se ha vuelto precaria.
Los contratos se incumplen frecuentemente. El trfico poltico de influencias se calibra como algo casi normal. La palabra empeada poco vale; la suspicacia, por eso, se ha generalizado y dificulta an ms la cooperacin entre nosotros para competir en la aldea global.
De la impunidad, sobre todo entre ciertos hijos de alguien, hasta se alardea. Autoridades extranjeras, por su parte, se permiten manosear nuestra vida pblica a control remoto, y no chistamos. Al
interno, la desercin paterna se propaga como virus, y el nada edificante espectculo de la victimizacin arroja dividendos y mulos- crecientes.
Botn de muestra actual: el sindicato magisterial y su cabecilla, Joviel Acevedo.
Tanta flojera colectiva ante el mal termina por corroer la conciencia de muchos. Y as vemos que la
opulencia, una vez lograda, abre a los opulentos las puertas de los crculos sociales, no questions asked
Mire tras los tapiales, recomendaba el recordado Chico Luna. En la cauda de tales carencias morales, como de su caldo de cultivo, extraen algunos que hasta se dicen
pensantes multitud de recetas equivocadas: que tribute ms, por ejemplo, el que gane ms. O que el impuesto sobre la renta ha de ser progresivo. O el gobierno subir los salarios mnimos por decreto, o el Estado tutelar a unos ciudadanos a costa de otros, o endeudarnos, o subsidiarnos, mientras los criminales campean a sus anchas y la justicia agoniza.
Ni siquiera estn conscientes de que la prosperidad es el fruto de la libertad de mercado, y que sta
depende del respeto al derecho ajeno, y ste ltimo, a su vez, de nuestras motivaciones ticas.
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VII
A propsito de las motivaciones para lucrar, suelen darse dos posturas morales muy distintas desde las
que calibrarlas:
La una, en primer lugar, aquella que usualmente mide el lucro por el rasero de sus consecuencias
buenas o malas al largo plazo y para el mayor nmero posible de personas. La otra, en segundo lugar, la que juzga de acuerdo a las supuestas intenciones del que acta, cuando
sus acciones, por ejemplo, responden a mera codicia La primera coincide con aquella que en los libros de texto suele calificarse indistintamente de
prudencial o utilitaria (hipottica, en el caso de Kant). La segunda, en cambio, es la tpica de quienes creen que la conducta humana habr de guiarse siempre
por los preceptos absolutos del amor, de la justicia, de la compasin, sobre todo entre los fieles de religiones
monotestas que se proclaman reveladas (el judasmo, el cristianismo, el Islam). Quien de esa manera juzga, y se cuenta, empero, a s mismo entre los agnsticos, habr de refugiarse
entonces en los imperativos incondicionales de la razn abstracta.
A tales perspectivas intencionalistas se las ha llamado por turnos solidarias o benevolentes (y categricas en la terminologa de Kant). La inmensa mayora de los hombres y mujeres parecen ceir su diario vivir a la aplicacin ms o
menos sabia de las lecciones derivadas de sus propias experiencias y de las ajenas. Esto los sita, sin lugar a
dudas, dentro de la ancha corriente tica prudencial o utilitaria.
Ambas actitudes no tienen por qu excluirse mutuamente, pues parten del supuesto que el hombre es
libre en cada caso para obrar segn su mejor criterio. Un mismo agente puede remitirse en unos casos a la tica
consecuencialista, en otros a la intencionalista.
Por otra parte, quien se haya decidido por la una o por la otra no tiene derecho a minusvaluar la persona
que juzgue diferentemente. La libertad de conciencia es valor hoy universalmente reconocido, sobre esa
premisa conciliadora de que de las consecuencias de nuestros actos hemos de responder a diario ante los
hombres, y de nuestras intenciones slo ante Dios.
Profetas, sacerdotes, telogos, y hasta pensadores mesinicos como Marx, a veces han identificado errneamente los resultados desiguales en el mercado con las intenciones de quienes en l se han involucrado.
A Moiss, por ejemplo, se le atribuye la prohibicin del prstamo a inters, lo que retras enormemente
la expansin del crdito y fren el alza del nivel de vida de su pueblo. Y nadie menos que Santo Toms de
Aquino pareci no ver la incongruencia de la existencia de gremios y de la fijacin de salarios con la por l tan
pregonada primaca del bien comn. Telogos contemporneos de la liberacin no menos se equivocaron sobre el valor objetivo de cada bien y servicio en el mercado. Y de ah aquel su vehemente rechazo al lucro
empresarial. Seguidos de un largo etctera.
Por otra parte, obsesos enfermizos por el dinero, los avaros, los negreros de otros tiempos, incluso
ciertos intelectuales darwinistas -o simplemente totalitarios-, as como polticos improvisados que alardean de su menosprecio hacia semejantes sensibleras ticas de la burguesa, tampoco han mostrado mayor inteligencia de los finos matices morales nsitos, por naturaleza, a nuestra voluntad de escoger.
El mnimo moral lo fij Immanuel Kant: la persona es siempre un fin, jams un mero medio
(involuntario) al servicio de los fines de otros.
Esta apreciacin, sea dicho de paso, llev a la definitiva supresin de la esclavitud. Tambin a la
generalizacin del contrato laboral, cuya importancia decisiva para el avance de la libertad y de la dignidad
humanas supiera reconocer tan acertadamente, hace ya siglo y medio, Henry Maine.
Pero en todo ello, el respeto del lucro honestamente habido nos queda todava como su mejor garanta.
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VIII
Si lucrar es una actividad ticamente neutra, y slo los medios para lograrlo -o las intenciones de quienes procuran-, son moralmente aceptables o rechazables, de cul recodo, entonces, de la psique brota esa
animadversin antilucro, hecho rutina para algunos idelogos y resentidos sociales?
En primer lugar, debemos recordar que la funcin del lucro empresarial, en cuanto formador de capital y generador de empleos, se nos ha aclarado en un plazo relativamente corto: desde los tiempos ms o
menos de Jean Baptiste Say, a principios del siglo XIX, hasta nuestros das, con un Israel Kirzner, por ejemplo,
o un Melvyn Kraus (o un Manuel Ayau).
En segundo lugar, la anemia en muchos de rigor intelectual -y tambin de coherencia con sus
principios-, hace que el lucro de otros, nunca el propio, pueda antojrseles en ocasiones excesivo.
Por otra parte, no deja de sorprenderme -por muy montona que se me haya vuelto la experiencia-,
cruzarme con artistas que suelen demandar pagos exorbitantes por sus obras, o con profesionales de no menor
talento y xito que asimismo endilgan facturas jugosas a sus clientes, y que se permiten, sin embargo,
despotricar contra las ganancias de empresarios de cuna con frecuencia ms humilde que las suyas y de vidas
personales, encima, tambin mucho ms disciplinadas.
Pablo Picasso dej a mujeres e hijos de su eleccin un legado de unos trescientos millones de dlares,
aunque en vida nunca hubiera cesado de aupar al Partido Comunista francs al que, empero, no dej ni un
centavo en herencia a la hora de su muerte.
Hoy, a algunos de los grandes gurs de Hollywood, o a sus estrellas ms aclamadas, se les podra incluir no menos entre los marcados por tamaa incongruencia.
En tercer lugar, hay quienes genuinamente no le reconocen tanta importancia al dinero y siguen la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. Religiosos, maestros, artistas, incluso sindicalistas, polticos visionarios e intelectuales asalariados, se esperara que nutran las filas de los indiferentes al lucro.
Buda, Scrates, San Francisco de Ass, van Gogh, Pablo Iglesias, Gandhi, Kant,... as se mostraron. A
su manera, internaliz cada uno aquel reto espiritual que nos enderezara Cristo: De qu le vale al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?
Por qu habra de haberles molestado el que otros, igual de libres, se hubieran decidido por la senda
del lucro empresarial?
Y con respecto a la multitud de los mediocres que los emulan, qu les puede hacer sentirse tan
superiores como para despreciar a aquellos de cuyo lucro, lo sepan y les guste o no, indirectamente sobreviven?
Acaso el arte, la ciencia, la filosofa, no son locomotoras para el ascenso humano, s, pero que circulan
sobre los rieles de oro previamente emplazados por otros diestros en satisfacer las necesidades prosaicas de sus prjimos de techo, comida, ropa, transporte?
No se deriva el trmino civilizacin de la raz idntica a la de civitas, ciudad? Y no ha sido histricamente civitates marco indefectible del mercado? De dnde, si no del comercio, deriv el genio de la Atenas del siglo V antes de Cristo, o las glorias respectivas del quattrocento en Florencia y del cinquecento en Venecia?
Y cmo explicar los prodigios de la ciencia moderna sin la antecedente laboriosidad mercantil de
holandeses, franceses, ingleses, alemanes, norteamericanos, o japoneses?
Creo, en verdad, que la envidia, esa degradante tristeza por el bien ajeno- tan de la condicin humana!-, se nos cuela a ratos por entre las fisuras de la hipcrita indignacin contra el lucro ajeno, y aun les
juega ms de una mala treta a los fracasados que racionalizan su objecin al lucro de la mano del Evangelio.
Alegrmonos de toda buena suerte, pues en este mundo del intercambio recproco de bienes y servicios
nadie prospera a solas.