ESPELEOARQUEOLOGÍA
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2013 ESPELOARQUEOLOGÍA Norman Fernández
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ESPELEOARQUEOLOGÍA. Una aproximación al estudio de las
cavidades con uso humano en el pasado.
Norman Fernández Ruiz
Palabras clave: cueva, abrigo, karst, sedimento, arte rupestre, Paleolítico, refugio,
santuario, Espeleología, Geoarqueología.
Resumen
La Espeleoarqueología es una subdisciplina de la Arqueología que se encarga del
estudio de restos culturales depositados en formaciones subterráneas naturales, y de las
cavidades en sí, en todos sus aspectos, mediante técnicas y métodos propios de la
Espeleología, Arqueología y Geografía física. En la Arqueología prehistórica es de
suma importancia para la comprensión de los yacimientos, situados en su mayoría en
cueva, sima o abrigo.
Keywords: cave, rockshelter, karst, sediment, rock art, Paleolithic, covert, sanctuary,
Speleology, Geoarchaeology.
Abstract
The Speleoarchaeology is a subdiscipline of Archeology that deals with the study of
cultural remains deposited in natural underground formations, and cavities in themself,
in all their aspects, by means of techniques and methods of Speleology, Archaeology
and Physical Geography. In Prehistoric Archeology is of utmost importance for the
understanding of deposits, located mostly in cave, chasm or rockshelter.
1. Las cuevas y la ciencia prehistórica
Desde los comienzos de la
investigación de la Prehistoria, las
cuevas han jugado un papel esencial en
el conocimiento de todos los aspectos
relacionados con el hombre primitivo,
debido a que conservan una gran
variedad de datos relativos no solo a la
actividad humana, sino también al clima
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o al entorno donde se encuentran
(Renfrew y Bahn, 1993).
Las cuevas y abrigos son lugares
especiales, por sus características
geomorfológicas, independientemente
de las propias de cada cavidad, pues en
ellas se han podido conservar vestigios
humanos gracias a la protección que la
cubierta rocosa ofrece a los niveles de
ocupación que en ellas se han podido
dar, ya sea por sedimentación o por
conservación directa, lo cual es mucho
menos habitual, pero de lo que tenemos
un gran ejemplo en el paleosuelo
conservado en una galería inferior de la
cueva de La Garma en Cantabria, donde
la entrada original quedó cegada
durante la última glaciación,
permitiendo así la preservación del
último nivel de ocupación humana, con
fauna consumida, restos líticos, hogares,
estructuras y arte (González Sainz et al,
2000), frente a la deposición de
sedimentos exteriores, de la entrada de
escorrentía o del paso del hombre a lo
largo de la historia.
Abrigos y vestíbulos de las cuevas
fueron utilizados por los humanos como
hábitats o refugios ocasionales, y por las
condiciones de estos lugares para
preservar los restos, han ayudado a
periodizar la Prehistoria (Maroto, 1992)
y causa de esto se ha tendido a lo largo
de la historiografía prehistórica a
otorgar un mayor valor a los
yacimientos en cavidades que a los
ubicados al aire libre, por ser más
numerosos y contener mayor
información, puesto que al aire libre se
hallan expuestos a la erosión climática y
antrópica y su conservación resulta
mucho más complicada. Pero en todas
partes no encontramos la roca idónea
para que existan oquedades habitables y
en estos lugares los grupos humanos
debieron de utilizar estructuras
artificiales de habitación hechas con
rocas, madera, pieles y grandes huesos.
Además, no todos los yacimientos en
cavidades presentan restos debidos a
una ocupación humana. En ocasiones se
han hallado restos antrópicos que han
llegado a la cueva arrastrados por el
agua, llevados allí por carnívoros, o
despeñados a través de antiguas simas
abiertas al exterior, conservándose bajo
sedimentos que posteriormente
penetraron en la cavidad o bajo costras
carbonatadas originadas por el efecto
del agua en la roca caliza, como el caso
del conocido como Hombre de
Altamura, descubierto en 1993 en una
cueva italiana llamada Grotta di
Lamalunga, donde los espeleólogos
hallaron los restos de un homínido que
había caído por una sima, posiblemente
un Homo Heidelbergensis datado en
unos 400000 años, según los resultados
presentados por el equipo del profesor
Pesce Delfino de la Universidad de
Bari, cubiertos totalmente por una capa
carbonatada con espeleotemas en casi
toda su superficie (Pesce Delfino,
2004). Otro célebre ejemplo de restos
arrastrados a una cueva
involuntariamente lo encontramos en
Taung, Sudáfrica, con los restos de un
niño Australopitecus Africanus hallados
en una cantera de extracción de caliza y
que al parecer fueron llevados a la
antigua cueva por un depredador.
No obstante, también podemos
encontrar restos humanos depositados
de manera intencional en oquedades
donde no se habitó, pero que sin duda se
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hallaban cerca de los lugares de
habitación, tal es el caso de los restos de
unos 30 individuos de Homo
Heidelbergensis, con una cronología de
500000 años, hallados en una sima de
13 metros de la Cueva Mayor de
Atapuerca, llamada Sima de los Huesos,
por la enorme cantidad de restos de
Ursus spelaeus y Ursus arctos hallados
en su interior, que cayeron
accidentalmente actuando la sima como
una trampa natural, y lo mismo se pensó
de los restos humanos, pero su elevado
número además de la aparición de un
bifaz de cuarcita, hacen pensar a los
científicos del proyecto Atapuerca que
los cadáveres fueron depositados allí
intencionalmente, en una especie de
ritual simbólico (Arsuaga et al, 1998).
Las cuevas de inhumación múltiple
características de las primeras etapas del
Calcolítico son otro ejemplo de cuevas
con función funeraria pero no
habitacional; en este caso las cavidades
presentan una morfología distinta a las
elegidas como hábitat, siendo
generalmente oscuras y careciendo
algunas de las cualidades requeridas
para ser habitadas: una óptima
orientación, visibilidad, amplitud,
comodidad, accesibilidad, control de
recursos o seguridad. Solían ser
cavidades, por lo general más pequeñas
y situadas relativamente cerca del lugar
donde se ubicaba el poblado. Uno de los
más notables ejemplos lo encontramos
en el yacimiento de Camino del Molino
en Caravaca de la Cruz, una cueva de
enterramiento del III milenio a.C.
utilizada sistemáticamente durante casi
400 años, en la que se han hallado cerca
de 1300 individuos. Se trataba de una
cueva natural de planta circular y
abovedada de unos 7 metros de
diámetro, a la cual le faltaba la cubierta,
arrancada a principios del siglo XX
durante tareas de aterrazamiento de la
zona (Lomba et al, 2009). El estudio de
la geomorfología de la cavidad ha
podido establecer su forma original, con
la entrada en la parte superior de la
bóveda, los procesos erosivos que
llevaron a los travertinos a adoptar esa
forma y las modificaciones que la
cavidad sufrió en paredes y suelo para
su regularización interna.
Desde el descubrimiento de los
primeros restos de homínido
clasificados como anteriores al humano
anatómicamente moderno, en la cueva
Feldhofer del valle de Neander en 1856,
(aunque en Engis, -Bélgica- y Forbe´s
Quary, -Gibraltar-, se habían
descubierto en 1829 y 1848,
respectivamente, restos similares que
por entonces estaban aún sin clasificar),
o el descubrimiento del arte parietal de
Altamira por Sautuola en 1876, hasta
los más recientes hallazgos de la gruta
Chauvet en 1994 o Pestera cu Oase en
2002, el estudio de la Prehistoria ha ido
inexorablemente unido al del mundo
subterráneo y los métodos han ido
evolucionando según lo hacía la
tecnología, pudiéndose acceder a
yacimientos de enorme importancia,
que sin el material y técnicas
espeleológicas adecuadas hubiesen sido
pasados por alto.
De ahí la importancia de las
investigaciones espeleoarqueológicas de
prospección y catalogación de
yacimientos; sin embargo no debemos
pensar que esta disciplina es
competencia exclusiva de la Prehistoria,
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pues aunque es en este periodo donde
las cavidades eran utilizadas con mayor
profusión, en épocas históricas también
fueron utilizadas las cuevas y abrigos.
De tal modo tenemos de época romana
ejemplos como la Cueva-Sima de La
Serreta, que además de contener arte
parietal y un hábitat de época neolítica,
conserva restos de época tardorromana
donde se ha hallado un pavimento y un
zócalo de arenisca que formaba parte de
una habitación construida con vistas al
cañón de los Almadenes en Cieza
(Salmerón, 1993), la cueva de La
Barquilla, la primera estudiada con
interés espeleológico de la Región de
Murcia o la del Calor de la Peña Rubia
(San Nicolás, 1985, López-Mondejar,
2009) en Caravaca y Cehegín
respectivamente, o también la Cueva
Negra de Fortuna, santuario romano que
conserva un tituli picti dedicado a las
ninfas del agua. De igual modo en
época medieval tenemos ejemplos como
las cuevas de ocupación andalusí de
Priego de Córdoba (Cano Montoro,
2008) o las cuevas de Los Cirrios o Las
Cubrizas, en Piélago, Cantabria
(Gutiérrez y Hierro, 2007). Asimismo,
las cuevas son lugares utilizados por los
pueblos prehispánicos de toda América,
y en algunos países, como México, la
Espeleoarqueología goza de gran
tradición, con el estudio de las grandes
cavernas y cenotes, los cuales forman
parte de la cosmogonía y mitología de
estas sociedades.
Los numerosos ejemplos de
ocupaciones en cuevas para las distintas
épocas, muchas de ellas con ocupación
ininterrumpida desde la Prehistoria al
Medievo, nos muestran un uso de las
cavidades que va más allá del refugio de
grupos de cazadores-recolectores, y para
épocas históricas es un punto que se
tiene algo olvidado, pero la cantidad de
cuevas que presentan restos desde
ibéricos a musulmanes hacen pensar
que a este tipo de yacimientos se les
debería dar una mayor importancia
dentro de los estudios clásicos y
medievales, ya sea desde un punto de
vista material o etnográfico.
2. Espeleología y Geoarqueología: El
estudio de la cueva.
Para el estudio de los diferentes
tipos de cavidades, ya sean cuevas,
simas, grutas o abrigos rocosos, la
Espeleología y la Geoarqueología nos
ofrecen los medios y técnicas necesarios
para obtener una comprensión completa
del yacimiento. Se debe estudiar la
cueva como un todo: entorno y clima,
situación, geología, morfología,
espeleogénesis, cartografía y topografía
subterránea, biología subterránea,
microclima, sedimentos, corrosión y
conservación, aparte de los vestigios
hallados durante las prospecciones o
excavaciones que necesitarán de un
estudio específico y pormenorizado de
la mano del resto de subdisciplinas que
forman la Arqueología Prehistórica.
Las cuevas suelen ser comunes en
zonas donde abundan las rocas
carbonatadas, las calizas y dolomías.
Las primeras son rocas originadas por
un proceso de sedimentación directa
que puede tener diversos orígenes, si
bien el más común es el denominado
precipitación bioquímica, donde el
carbonato cálcico se fija, normalmente,
en forma de aragonito, en las conchas o
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esqueletos de determinados organismos,
y a su muerte, estas conchas o
esqueletos se acumulan, originando un
sedimento carbonatado. El aragonito,
inestable en condiciones atmosféricas,
se va transformando en calcita, y la
disolución parcial y reprecipitación del
carbonato cementa la roca, dando origen
a las calizas. Otra forma de depósito es
la fijación del carbonato sobre
elementos extraños, como granos de
cuarzo, o pequeños fragmentos de
fósiles, dando origen a las calizas
oolíticas. También las algas fijan este
compuesto, dando origen a mallas de
algas o estromatolitos, que si se
fragmentan y ruedan originan las calizas
pisolíticas. Todas estas posibilidades
dan origen a los diversos tipos de
calizas (Roselló et al, 1998).
Junto con el carbonato cálcico se
suele producir el depósito de otros
componentes, ya sean detríticos medio-
finos (arena-limo), o finos (arcillas); el
primer caso es propio de medio
energéticos, caracterizados por la
sedimentación de fragmentos de fósiles,
o resedimentación de fragmentos de
calizas ya más o menos consolidadas,
así se originan las denominadas calizas
bioclásticas o de intraclastos. En el
segundo caso, se produce la floculación
de las arcillas conjuntamente con el
depósito de los carbonatos, ya que
ambos son propios del depósito en
aguas tranquilas, y se originan las
denominadas margas, margocalizas, y
calizas margosas, formadas por
proporciones variables de caliza y
arcilla.
Las calizas suelen presentar escasa
porosidad primaria, por lo que las
calizas sanas y no fracturadas suelen
tener escasa capacidad de
almacenamiento de fluidos. Sin
embargo, en determinadas condiciones
(a bajas presiones y temperaturas)
pueden responder a la deformación
tectónica fracturándose, lo que les
confiere una cierta porosidad
secundaria. Además, el carbonato
cálcico es soluble en agua, sobre todo
en aguas cálidas, en las que existe ácido
carbónico disuelto como consecuencia
de las reacciones de disolución del
dióxido de carbono en agua y la
disociación acuosa del ácido carbónico.
De tal modo, bajo la acción del agua, ya
sea superficial o subterránea, las
formaciones de calizas desarrollan los
denominados procesos kársticos, que
implican la formación de cuevas y
cavernas, de lapiaces, de poljés, de
dolinas o de barrancos, todos de
formación exokárstica, y de simas,
sumideros, sifones y foibas, de
formación endokárstica.
La formación de las estalactitas y
estalagmitas sucede cuando el agua,
cargada de gas y piedra caliza disuelta
en forma de bicarbonato cálcico, llega a
una cavidad más grande que las fisuras
por las que ha pasado y evaporándose
lentamente, las sales disueltas en el
agua llegan a cristalizarse, creando
formaciones de diverso tipo.
Por otra parte, las dolomías se
originan como consecuencia de
procesos postsedimentarios: las calizas,
formadas por los procesos antes
descritos, pueden ponerse en contacto
con aguas enriquecidas en magnesio, lo
que da origen al proceso llamado de
dolomitización. Al ser la dolomita más
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densa y de estructura cristalina más
compacta que la calcita, este proceso
implica un aumento del volumen de
huecos de la roca, es decir, de su
porosidad. Aunque son más resistentes a
la meteorización que las calizas, en su
aspecto son muy parecidas, por lo que a
veces es difícil de discernir entre ambas
sin realizar algunos ensayos, sin
embargo no son susceptibles a amplios
e intensos procesos de karstificación a
diferencia de las calizas (Roselló et al,
1998).
También podemos encontrar
procesos kársticos en yesos, pero es un
material que se meteoriza con mayor
facilidad que la caliza y es común que
las cavidades lleguen a colapsarse antes.
En Sorbas encontramos el sistema
kárstico en yesos más célebre de la
Península Ibérica; en la Región de
Murcia encontramos la cueva de la
Maraña o la sima del Espejuelo. Un
ejemplo de yacimiento en cueva
yesífera lo tenemos en Estremera,
Madrid, donde la cueva de Pedro
Fernández conserva vestigios de la
Edad del Bronce datados entre el 1600 y
el 1200 a.C., sin embargo no es común
hallar yacimientos en este tipo de
cavidades, aunque si podemos encontrar
yesos en las zonas inferiores de
despegue tectónico de las calizas o
dolomías, así como en la composición
de ciertos niveles sedimentarios de las
cavidades.
Asimismo, también se pueden formar
cavidades por efectos del vulcanismo.
Se denominan tubos volcánicos y están
formados por acción de la lava caliente
que se endurece en la superficie
mientras en el interior sigue corriendo el
flujo magmático. Canarias alberga casi
la totalidad de este tipo de cavidades de
nuestro país y entre las que conservan
restos antrópicos podría citar las cuevas
del Rincón, la cueva de Alain, la Cueva
Excavada, la cueva del Polvorín
(Dumpiérrez et al, 2006), o la cueva del
Ratón (Martín, 2006).
Uno de los factores principales
para el desarrollo del karst, junto a la
fisuración y la textura de la roca, lo
constituyen los caracteres climáticos, es
decir, el tipo, volumen, distribución y
concentración de las precipitaciones
(S.E.I.S. Murcia, 1972). También
conviene para la comprensión total del
contexto del yacimiento, el estudio de la
hidrología relacionada con el entorno y
la cueva o abrigo que estudiamos:
fuentes en activo o extintas, ramblas,
barrancos, sumideros, pozos naturales o
artificiales, arroyos, ríos, lagunas,
paleolagos y acuíferos.
En el Cuaternario los agentes
geomorfológicos fluviales son de gran
importancia, los ríos evolucionan a lo
largo del Pleistoceno en función de los
condicionantes estructurales y de
fluctuaciones climáticas. Generan
formas de planación características: las
terrazas fluviales, y gracias a la
geomorfología las terrazas fluviales
pueden utilizarse como elemento de
relación espacial y temporal entre
conjuntos arqueológicos, aunque
también crean los paisajes kársticos, con
sus valles, cañones, gargantas y las
diversas formaciones que con la
karstificación pueden crearse en estos
entornos. Las terrazas en los valles de
los principales ríos y las oquedades
formadas en cañones y ramblas
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permiten asociar conjuntos
arqueológicos a ambientes fluviales y
comparar los comportamientos de los
homínidos en unos mismos entornos.
Normalmente encontraremos las
cuevas con potencial arqueológico en
zonas de paso como valles, ramblas y
barrancos, que permitan el control de
recursos, en sobreelevaciones con
amplia visión y en altidudes cercanas al
mar, donde la pesca y el marisqueo
formaban parte de su dieta o a lugares
fluviales o lacustres donde la fauna se
acercaría a beber.
El estudio del entorno puede dar
respuestas a los problemas relacionados
con el contexto de los objetos hallados
en la actividad arqueológica. El
contexto se compone del mismo
entorno, del tiempo que ocupan, y de la
forma en que se han preservado un
conjunto de objetos. Estos factores
permiten interpretar los objetos
arqueológicos y sus asociaciones.
Tendremos en cuenta todos los estudios
geoarqueológicos interrelacionados; no
estudiaremos el contexto
geomorfológico, la estratigrafía, la
sedimentología, como ámbitos
separados (Maroto, 1992). Mediante un
análisis topográfico debemos
plantearnos las preguntas sobre cómo se
podía utilizar ese territorio y que
cambios habría sufrido el paisaje con el
paso del tiempo. Al mismo tiempo se
registrará la ubicación exacta de la
cueva, mediante coordenadas GPS, así
como su altitud. El primer indicador del
potencial arqueológico es el tipo de
cueva en cuestión y tendremos que
realizarnos preguntas sobre su
accesibilidad, si era conocida desde
antaño y por tanto transitada, y en ese
caso ¿Qué impacto habrá tenido el
transito humano a lo largo de la
Historia? ¿La entrada es la original?
¿Qué tipo de erosión ha provocado el
colapso de ciertas partes? ¿Han podido
llegar al interior materiales
arqueológicos por arrastre desde el
exterior o viceversa? ¿Cuáles son los
caminos naturales de los flujos de
escorrentía? Atendiendo a los bloques
desprendidos ¿Cuál será el orden en que
se desprendieron y cuál sería su
morfología original? ¿Presenta o
presentaba surgencias de agua
susceptible de ser consumida por los
antiguos moradores de la cueva? ¿Qué
procesos han originado la cavidad y en
qué momento? ¿Qué tipos de materiales
componen las diferentes partes de la
cueva?
La topografía de la cavidad es
fundamental. Se crearán modelos
geométricos que deben ser lo más fieles
posibles a la estructura y tamaño de las
cavidades y de su entorno. Para ello se
tienen que obtener una serie de datos
numéricos durante el proceso: distancia
entre los puntos, rumbo o dirección
(ángulo en horizontal), inclinación o
desnivel (ángulo en vertical) y anchura
y altura de los conductos. A estas
medidas habrá que añadir una serie de
croquis para crear el modelo en 3D.
Aparte de la anotación métrica, la
topografía nos señala el tipo de
dificultades y el material que
necesitamos para progresar por la
cavidad, además de una serie de datos
que sirven como base de estudios
geológicos o hidrológicos.
Toda representación llevará la
escala, el norte (geográfico o
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magnético) y la fecha de las
mediciones. Los instrumentos que
utilizaremos serán: cinta métrica o
distanciómetro laser; la brújula para
marcar el rumbo que siguen las galerías
de una cavidad respecto al norte
magnético; el clinómetro para medir los
ángulos verticales respecto a la
horizontal; termómetro, para medir la
temperatura en varios puntos de la
cueva, tanto para la estación invernal
como para la estival.
La representación de una
topografía se divide principalmente en
dos grupos: la altimetría, que es el
alzado y marca las distintas cotas de
altura de la cavidad, y la planimetría,
que es la planta y representa la
proyección en un plano horizontal. El
relieve del suelo de la cavidad se
representará con curvas de nivel.
Finalmente los datos tomados nos dan
la base para el cálculo, utilizando
herramientas informáticas como Visual
Topo o Topo Win.
Los carbonatos que han crecido
lentamente en el interior de las cuevas
constituyen importantes herramientas
para la reconstrucción paleoclimática y
la datación de las diferentes fases de la
cavidad. Las variaciones en las
características de los espeleotemas a lo
largo del tiempo pueden reflejar
cambios ambientales en el exterior de la
cueva. Son sensibles al cambio
climático, pero generalmente no a los
eventos de tipo meteorológico. Se
pueden datar radiométricamente, lo cual
permite ubicar la información
paleoclimática en un marco temporal
preciso. El método más utilizado
consiste en la obtención de la relación
230Th/234U, que se basa en que a partir
de la precipitación de la calcita, la
desintegración radiactiva del uranio
comienza a producir torio, cuya
proporción irá aumentando conforme
pase el tiempo. Las medidas de la
relación isotópica se realizan con tres
técnicas: espectrometría alfa,
espectrometría de masas de ionización
térmica y la espectrometría de masas
con fuente de plasma. Además la
resolución cronológica de los
espeleotemas puede ser anual, pues
pueden presentar internamente una
microestratigrafía que permite afinar
mucho en la datación de las series
climáticas (Martín et al, 2004). Otra de
las técnicas es la datación mediante la
técnica de los isótopos de oxígeno: el
corte transversal de una estalactita o
estalagmita presenta una serie de anillos
concéntricos de crecimiento y cada
anillo conserva la composición
isotópica del agua que lo formó y, por
tanto, de la temperatura atmosférica y
las precipitaciones medias del momento
en que fue depositado (Renfrew y Bahn,
1993).
Una vez que hemos estudiado el
continente, en el que deberemos incluir
el análisis espacial de la cavidad
respecto a los diferentes microespacios
y usos que se les ha podido dar,
deberemos poner los datos en relación
con el contenido, es decir, con los
sedimentos depositados, con los
materiales o con los elementos artísticos
en el caso de que los hubiera. El estudio
espeleoarqueológico no debe quedarse
solo en los aspectos estructurales y
contextuales, sino que tiene que analizar
de igual modo los componentes internos
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de la cavidad, que son básicamente los
depósitos sedimentarios.
Los sedimentos que constituyen los
suelos de las cuevas se componen de
materiales arrastrados a su interior por
el aire, el agua, los animales y el
hombre a través de la entrada o agujeros
del techo, además de los depósitos
originados por la misma erosión de la
cavidad. El secreto de cómo estos
depósitos llegó hasta allí se manifiesta
en la estratigrafía y en los componentes
individuales del conjunto: arcilla, limo,
arena, grava, cantos rodados, piedra
variable... El contenido de los estratos
puede indicar los cambios de
temperatura a lo largo del tiempo, por
ejemplo, las filtraciones de agua pueden
desprender y romper fragmentos de
formas redondeadas de los muros y del
suelo, un tipo de meteorización
asociado con climas cálidos y húmedos.
En condiciones frías el agua de las
grietas de la roca se hiela y al aumentar
su volumen presiona la superficie
rocosa que puede disgregarse en
fragmentos angulosos. Ambos tipos de
fragmentos se irán acumulando a la
entrada de cuevas y abrigos, y aunque
los terremotos o ciertos microbios
también pueden contribuir en la
meteorización, se suele aceptar que un
estudio del tamaño y forma de los
fragmentos puede proporcionar
información sobre las fluctuaciones
medioambientales (Renfrew y Bahn,
1993).
El primer paso en el análisis es la
toma de muestras de varias zonas de la
cueva en función de los microclimas y
la variación horizontal. Si se da el caso
se deben relacionar las secuencias con
las de otras cuevas cercanas.
Generalmente se observan y retiran
todos los bloques de más de 100 mm,
luego se pasa el resto por una serie de
tamices y se clasifican en bloques,
gránulos, grava y arena-limo-arcilla.
Cuantos más bloques y gránulos haya
en un nivel, más intenso sería el frío en
aquella época (Renfrew y Bahn, 1993).
La Geoarqueología también se
encarga de analizar la micromorfología
de los suelos y sedimentos, mediante
láminas delgadas de muestras
facilitando la comprensión del registro
sedimentario, ya que mantiene la
organización espacial de los
componentes sedimentarios minerales y
orgánicos (Vallverdú, 2002). Y por
supuesto, de los sedimentos podemos
obtener mucha más información a
través de los análisis polínicos,
arqueobotánicos, arqueozoológicos,
paleoantropológicos, cronotipológicos,
etc., los cuales son indispensables para
entender completamente la cueva en
todos sus aspectos.
La ubicación de las cuevas o
abrigos también influye en el sedimento
que contiene, en su tipología y la
potencia estratigráfica. Así por ejemplo,
una cueva que se encuentra en un cauce
de rambla puede inundarse en varios
momentos diferentes, con la deposición
de los limos que arrastra el agua. Un
ejemplo lo tenemos en Cueva Victoria,
Cartagena, en la cual las crecidas de la
rambla que pasa junto al cerro de San
Ginés ayudaron en la colmatación de la
cueva en momentos en los que se
encontraba abierta al exterior (Gibert et
al, 1990). También las que se
encuentran junto a cauces fluviales han
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sido inundadas en diversos momentos
como la Cueva Antón, en Mula, la cual
se encuentra en el mismo cauce del rio
Mula y donde podemos observar una
potencia estratigráfica de más de 2 m
(Martínez Sanchez, 1995) o las que se
encontraban junto a antiguas lagunas
como la Cueva Negra de Caravaca,
donde la forma de la deposición de los
sedimentos en el abrigo implica que un
pantano en el terraplén del río Quípar
estaba antiguamente al mismo nivel que
el abrigo, que fue invadido por el agua
de vez en cuando, quizás
estacionalmente, introduciendo
sedimento desde fuera (Walker et al,
2010).
Mención aparte merecen las cuevas
que se encuentran junto al mar. En
épocas de regresión marina debieron
dominar una extensa pradera litoral, tal
es el caso de las cuevas musterienses de
Gibraltar, pero con la crecida del nivel
actual del mar, tras el paso al Holoceno,
muchas de las cuevas han desaparecido
o han quedado parcialmente
sumergidas, como la cueva C6 de
Águilas, la cual tiene su entrada original
sumergida varios metros y colapsada
por derrumbes, pero a la que se puede
acceder a través de una entrada superior.
En su interior se han hallado fragmentos
cerámicos y un hacha pulimentada, así
como restos humanos adscritos a época
neolítica y hallados durante las
exploraciones espeleológicas de las
lagunas del piso inferior de la cavidad
(San Nicolás y Martínez, 1987).
En definitiva, cada cueva presenta
unas características y morfología que la
hacen única, y el trabajo no será igual
en cada una de ellas. En una cueva
profunda el trabajo se hará más
complicado por la oscuridad, la
humedad, el frío, la amenaza de estar
bajo tierra, la falta de comodidad si no
se puede estar completamente
erguido…La indumentaria y materiales
también deben cumplir una serie de
requisitos. En caso de ser cavidades
complejas como Tito Bustillo, Nerja o
Cosquer, el material debe ser
espeleológico especializado: monos,
buen calzado impermeable (según el
tipo de cavidad), casco, luz principal y
de emergencia, y a ser posible
prescindir del carburo, pues crea
contaminación y residuos, y su uso está
vedado actualmente en la mayoría de las
cuevas. Además si la cavidad lo exige
se deberá utilizar material de técnicas
verticales, como cuerdas estáticas,
arneses, mosquetones, escalas,
descendedores, cordinos, puño, croll,
bagas de seguridad, poleas, spits o
parabolts, y en los casos donde proceda,
neopreno, balsa, material de
speleobuceo, etc.
3. Cuevas-refugio y cuevas-santuario.
El uso de las cavidades a lo largo del
tiempo.
Nuestro género, el Homo, ha
utilizado las cuevas desde el comienzo.
Durante el Paleolítico inferior era más
común el hábitat al aire libre, pero
también se utilizaron las cuevas y
abrigos como refugio y hábitat
semipermanente como muestran los
ejemplos de las cuevas de Zhoukoudian
cerca de Pekín, con restos de Homo
Erectus; en Dmanisi, Georgia, con
restos de la misma especie; las cuevas
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de l´Aragó y Vallonet, en el sur de
Francia; la Cueva Negra de Caravaca de
la Cruz, con restos de más de 650000
años pertenecientes al Homo
Heidelbergensis o en la célebre Sierra
de Atapuerca, donde los registros
arqueológicos muestran una ocupación
de sus cavidades desde hace más de un
millón de años, según los hallazgos
efectuados en Gran Dolina.
Con las oscilaciones climáticas que
dieron paso a periodos fríos parece
generalizarse el hábitat en cavidades,
coincidiendo con el nacimiento y auge
del Homo Neandertalensis, a comienzos
del Pleistoceno superior el cual utilizó
los abrigos y entradas de cuevas como
zonas de ocupación. Algunos ejemplos
los encontramos en cuevas como
Shanidar, en Irak; Vindija, Croacia;
Sima de las Palomas, Murcia; Boquete
de Zafarraya, Granada; o Gorham´s
Cave, en Gibraltar.
La llegada a Europa hace unos
40000 años del Hombre de Cromañón
supone un salto cualitativo en el uso de
las cavidades: mientras mantienen el
hábitat en abrigos y entradas de las
cuevas, además se introducen en las
oscuras galerías a decorar sus paredes y
bóvedas y a realizar rituales simbólicos
cuyo significado desconocemos. Hay
numerosos ejemplos plenamente
estudiados de los cuales podría nombrar
la cueva del Castillo, Cantabria; cueva
de Maltravieso, Extremadura; cueva de
La Pileta, Málaga; cueva de Los
Casares, Guadalajara; Papalló,
Valencia; o la cueva de Niaux, en el
pirineo francés.
Con los primeros pastores y
agricultores, durante el Neolítico,
Calcolítico y la Edad del Bronce, se
muestra un mayor conocimiento e
intensificación del uso del medio
subterráneo. En las entradas localizan
sus hábitats y rediles, mientras que
reservan las galerías del interior para
actividades simbólicas de carácter
sepulcral o ritual, en donde destacan las
manifestaciones artísticas, formando en
ocasiones auténticos santuarios. Como
ejemplos podríamos citar la Cova d
l´Or, Alicante; la cueva de Las
Ventanas, en Granada; Los Abrigos del
Pozo, en Murcia; la Torca l´Arroyu, en
Asturias; o la cueva Sagrada de Lorca.
A partir del Bronce Final y la Edad
del Hierro, se constata el abandono del
mundo de las cuevas y su cultura,
siendo probablemente este el momento
en el que empiezan a forjarse los
primeros mitos y leyendas. Los
hallazgos son excepcionales y
normalmente relacionados con
cavidades intensamente ocupadas en la
Prehistoria, como Ojo Guareña, en
donde se localizó el esqueleto de un
individuo de hace unos 2500 años.
De época íbera y romana tenemos
vestigios en varias cavidades, utilizadas
como lugares de culto y muy
puntualmente de habitación. Se ha
constatado un culto totémico hacia el
lobo en algunas cuevas-santuario íberas,
cuyas características de situación
geográfica y de morfología interior,
ubicación de materiales y paralelos
mediterráneos parecen vincular estas
cuevas con ritos de paso e iniciación. La
caverna, símbolo del útero materno
daba una significación especial a este
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volver a nacer (González-Alcalde,
2006). Algunos ejemplos los tenemos
en la cueva Román, en Burgos; La
Serreta, Murcia; la cueva del Cerro del
Castillo de Yecla, también en la Región
de Murcia; o la Cova del Vall de
Serbes, Barcelona.
Finalmente con la cristiandad el
mundo subterráneo va a estar vinculado
con el fenómeno eremítico, siendo
frecuentes los abrigos o cuevas
semiartificiales donde los anacoretas se
retiraban en busca de la soledad y la
oración. Como ejemplos tenemos las
cuevas de la Hiedra y de Juan el Pobre,
en Murcia. También con la construcción
de ermitas e iglesias en lugares donde
hay cuevas con carácter sagrado
heredero de las antiguas creencias
paganas, como en el Cañon del Rio
Lobo, o en San Juan de la Peña.
En cuanto a los diferentes usos que
se le ha dado a las cavidades tenemos:
cuevas- hábitat, utilizadas durante un
largo periodo, normalmente reúnen unas
características concretas, como un
amplio vestíbulo iluminado con luz
natural, y suelen estar cercanas a una
corriente de agua; cuevas oteaderos,
ocupadas estacionalmente, a veces solo
una vez, y en otras a lo largo de varios
periodos. Suelen estar situadas con muy
buena vista a zonas donde abundaba la
caza; cuevas-santuario, que son aquellas
cuevas que eran lugares sagrados con
arte parietal o acumulaciones de arte
mueble; cuevas de enterramiento, en las
que se depositó el cadáver acompañado
de un ajuar funerario. Suelen ser
pequeñas cavidades de poco desarrollo
horizontal y en general son
inhumaciones en las que el cuerpo fue
cubierto por lajas de piedras.
Mención aparte merece el arte
paleolítico y postpaleolítico. El primero
aparece en el interior de cavidades
oscuras y en ocasiones bastante
profundas, aunque también se dan
muestras en el exterior, en forma de
grabados, aunque probablemente
también había pinturas, solo que no se
han conservado por estar a la
intemperie. Pero el arte que se
encuentra en la caverna es el que nos
interesa y queda dentro de los límites de
este trabajo. No pretendo analizar las
características del arte, su función o
significado, sino ponerlo en relación
con el espacio que ocupa, con su lienzo,
la roca de la cueva.
La exploración de las cuevas
susceptibles de ser habitadas debió ser
uno de los objetivos más importantes de
nuestros antepasados que vivieron
durante el Paleolítico. Para acceder al
interior debían tener métodos de
iluminación duraderos. Aparte de
antorchas, que tendrían una durabilidad
bastante limitada, se ha constatado que
utilizaban lámparas portátiles de grasa
animal, posiblemente obtenida del
tuétano, en la que insertaban una mecha
de fibras vegetales para ser prendida. Se
han hallado restos de este tipo de
lámparas en algunas de las cuevas con
arte parietal, hechas con piedras tratadas
para conseguir una concavidad, algunas
incluyendo mango y decoración incisa.
En ocasiones han utilizado una
estalagmita de extremo plano o cóncavo
como soporte fijo de la grasa, como en
la cueva de Nerja (Medina et al, 2010).
Tras la elaboración del pigmento (o
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carbones), debían elegir el lugar idóneo
y preparar la roca. En la cueva de
Ardales tenemos otro ejemplo de
utilización de elementos de la cavidad:
un fragmento de estalagmita golpeado
para ser desprendido y utilizado como
soporte para los pigmentos del artista.
Pienso que no elegían los lugares al
azar o para ser vistos, al menos por los
no iniciados, o ciertas partes quedarían
vedadas, pues muchas pinturas se
encuentran en lugares recónditos y de
difícil acceso como chimeneas o
gateras. Quizás cada lugar se utilizase
con un propósito diferente, o
simplemente fuesen empleando los
lugares libres de pinturas, aunque la
superposición de grabados y pinturas en
muchas ocasiones hace pensar lo
contrario. La pintura (y grabados) ha de
relacionarse con la morfología de la
caverna. Cada espacio pudo servir a un
propósito concreto según la
interpretación personal de cada artista.
El arte paleolítico se muestra como
un arte del volumen, en el que los
relieves tienen un papel importante
primordial para la presentación de las
obras (Groenen, 2000). La superficie de
la roca y su relieve debe ir íntimamente
ligada a las pinturas o grabados que en
ella se encuentran. En ocasiones el
artista paleolítico utilizó espeleotemas
como soporte adaptando el dibujo a la
forma de la roca como un hombre-
bisonte en una estalactita de la cueva
Chauvet o el bisonte representado
verticalmente en una estalagmita del
Castillo. Otras veces utilizaron relieves
del techo y paredes como en algunos
bisontes de Altamira, las máscaras de la
“cola de caballo” también en Altamira o
un gran caballo de la cueva de Pech-
Merle (Clottes y Lewis-Williams,
2001). También se ha constatado la
presencia de huesos o lascas en fisuras
de techo y paredes de algunas cuevas,
con un significado incierto para
nosotros pero que incita a pensar en el
carácter sacro de la cueva, como
estructura poseedora de algún tipo de
poder telúrico para estos humanos.
Por otra parte, el arte
postpaleolítico, se da en otro tipo de
cavidades, salvo alguna excepción
como las cuevas de Peña Rubia de Las
Conchas o Las Palomas en Cehegín o la
Alicantina de Las Arañas, las pinturas
del postglaciar se encuentran en abrigos
rocosos, ya sea abrigos aislados como
La Fuente de Cañada de la Cruz,
Murcia, o en conjunto como los abrigos
del Pla de Petracos en Castell de
Castells, Alicante, siempre bien
iluminados y normalmente de caliza,
aunque también se dan en dolomías y
excepcionalmente en oquedades de
yeso. Suelen localizarse en cornisas de
las partes altas de sobrelevaciones,
como el Abrigo Riquelme de Jumilla o
en cavidades de ramblas y barrancos
como el conjunto de Los Grajos, Cieza.
La relación mágica de los humanos
con las cavidades ha ido cambiando con
el paso del tiempo. En las culturas
primitivas los elementos naturales a
menudo se identificaban con
determinados espíritus o divinidades.
Por ello, las cavernas, simas o
manantiales debían jugar un papel
esencial en el imaginario colectivo.
Durante decenas de miles de años
fueron lugares, a menudo en zonas
recónditas, con una simbología
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compleja que hoy no podemos
comprender del todo.
Muchas cuevas con surgencias de
agua eran los lugares elegidos para
determinadas ofrendas votivas en
momentos de la Prehistoria y de la
Protohistoria. Para el Mundo Antiguo,
las cavidades formaban parte de la
mitología. Se las suponía morada de las
divinidades y lugar de entrada al Hades.
La sima donde surgían vapores y
profetizaba el oráculo en Delfos o la
cueva de la Puerta de Plutón de
Hierápolis, hallada en Pamukkale,
Turquía, y considerada por los romanos
como una de las puertas al inframundo,
son algunos de los más conocidos
ejemplos. Muchos seres mitológicos
buenos y malos se identifican como
moradores de las cuevas: brujas, hadas,
trolls, dragones u otros seres fantásticos,
además de ser lugares donde abundan
las leyendas de espectros como en la
cueva de Los Encantados de Cieza.
También son comunes las creencias
sobre la conexión entre unas cuevas y
otras o sus comunicaciones con iglesias,
castillos o ríos, así como las leyendas de
bandoleros como Jaime el Barbudo, que
da nombre a varias cuevas de las Sierras
de la Pila, El Baño y Crevillente
(Montes, 1990).
4. Presente y Futuro
La minería sobre antiguos rellenos
kársticos, el uso industrial,
especialmente en el siglo XIX, de
fosfatos procedentes de brechas con
restos fósiles, la explotación de guano
como fertilizante o el abastecimiento de
agua directamente obtenida de los
acuíferos kársticos, son algunos de los
ejemplos de nuestra moderna utilización
de los recursos relacionados con el
karst, sin olvidarnos del turismo que
algunas cavidades generan alrededor de
sus bellezas naturales o hallazgos
arqueológicos. No obstante, mirando el
lado positivo, gracias a las
explotaciones mineras hemos podido
conocer yacimientos que hasta el
momento habían permanecido ocultos
como los de la trinchera de Atapuerca o
Sima de las Palomas, aunque siempre
pagando el precio de la pérdida de parte
del registro arqueológico. Y la puesta en
valor de ciertas cuevas como reclamo
turístico permite la divulgación de los
estudios y un revulsivo para la
economía local y regional, siempre y
cuando se gestione adecuadamente. Una
de las líneas fundamentales en la
gestión sostenible de una cavidad
turística debe consistir en la definición
del número máximo de personas y el
tiempo de permanencia de las visitas, en
cada pasaje de la cavidad y en función
de una serie de parámetros críticos
relacionados con la estabilidad del
sistema agua, aire y roca. El tratamiento
y análisis de los registros ambientales
de una cavidad, microclimáticos
principalmente, debe ofrecer a los
gestores turísticos una herramienta para
adelantarse a la presencia de ciertos
impactos ambientales, cuya
manifestación es apreciable a simple
vista cuando ya adquieren un carácter
irreversible. Algunos ejemplos de
cuevas arqueológicas turísticas son Tito
Bustillo, Nerja, La Pileta o la Cueva de
las Calaveras. Explotadas
turísticamente o no, las cavidades con
cierto interés espeleológico o
arqueológico deben ser conservadas por
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las comunidades autónomas y las
federaciones de Espeleología, con
cerramientos en caso de ser necesario,
con la limpieza, con el avance en el
estudio y con la preservación de los
microclimas, de los vestigios
arqueológicos y de los ecosistemas
subterráneos.
La labor de los espeleólogos se ha
hecho un hueco en la historia de la
arqueología prehistórica, creándose
incluso secciones de especialistas en
Espeleoarqueología en algunos clubs.
Tal es el caso del Grupo Edelweiss,
principales investigadores de cavernas
como la Cueva Mayor de Atapuerca o el
sistema kárstico de Ojo Guareña o el
Grupo Atalaya, descubridores de varias
cavidades con pinturas rupestres en la
zona kárstica y arqueológica de Los
Losares-Almadenes en Cieza.
La atracción por las cuevas
continúa hoy en la mente humana,
aunque adaptada a los aspectos
culturales y sociales de hoy en día, en
forma de deporte, ciencia, ocio o
cultura. Quizás los miles de años que
nuestros ancestros han utilizado las
cavidades, las infinitas búsquedas de un
refugio que debieron ocurrir o el
significado profundo espiritual que
representaban algunas cavernas, hayan
quedado grabados en nuestro
subconsciente y memoria colectiva, y
junto con la atracción por lo misterioso,
por lo desconocido y por lo oculto,
crean en nosotros esa curiosidad por las
cuevas y el mundo subterráneo, como si
perteneciéramos desde siempre a esos
lugares.
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