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ENTRE LA INFORMALIDAD Y EL DESEMPLEO. UNA PERSPECTIVA DE LARGO PLAZO SOBRE EL MERCADO DE TRABAJO EN LA ARGENTINA 1 Hector Palomino Jorge Schvarzer agosto de 1995 El tema del empleo en la Argentina ha avanzado hasta ocupar un lugar central del debate público. El impacto social del notable ascenso reciente de las tasas de desocupación abierta explica su repercusión. Esa inesperada y novedosa realidad induce, en general, una visión centrada sobre las tendencias de corto plazo del mercado de trabajo cuyos resultados contribuyen a una polémica alentada muchas veces por la urgencia en aportar soluciones. El énfasis en ese problema tiende a diluir ciertos aspectos de la estructura ocupacional, más durables y sujetos al influjo de las tendencias de largo plazo; esa estructura constituye, sin embargo, el ámbito de surgimiento del problema y su análisis permite situarlo en un escenario más amplio. Por esa razón, este artículo parte de una perspectiva de largo plazo sobre las tendencias de la estructura ocupacional, en continuidad con un análisis previo realizado sobre los cambios sociales registrados desde mediados de siglo en Argentina (Palomino, 1987). La difusión reciente de los primeros resultados del Censo de Población de 1991 (INDEC, 1995) ofrece la oportunidad de articular las tendencias de la década del ochenta con las de más largo plazo que se describían en aquel estudio. El tema se actualiza mediante el análisis de las estadísticas de coyuntura ya publicadas que permiten acceder a la evolución registrada en la primera mitad de la década del ´90 en algunos segmentos específicos del mercado de trabajo. 1 Publicado en Realidad Económica, nº 139, IADE, 1996, Buenos Aires (en colaboración con H. Palomino).

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ENTRE LA INFORMALIDAD Y EL DESEMPLEO.

UNA PERSPECTIVA DE LARGO PLAZO SOBRE EL MERCADO DE

TRABAJO EN LA ARGENTINA1

Hector Palomino

Jorge Schvarzer

agosto de 1995

El tema del empleo en la Argentina ha avanzado hasta ocupar un lugar central del

debate público. El impacto social del notable ascenso reciente de las tasas de

desocupación abierta explica su repercusión. Esa inesperada y novedosa realidad

induce, en general, una visión centrada sobre las tendencias de corto plazo del mercado

de trabajo cuyos resultados contribuyen a una polémica alentada muchas veces por la

urgencia en aportar soluciones. El énfasis en ese problema tiende a diluir ciertos

aspectos de la estructura ocupacional, más durables y sujetos al influjo de las tendencias

de largo plazo; esa estructura constituye, sin embargo, el ámbito de surgimiento del

problema y su análisis permite situarlo en un escenario más amplio.

Por esa razón, este artículo parte de una perspectiva de largo plazo sobre las tendencias

de la estructura ocupacional, en continuidad con un análisis previo realizado sobre los

cambios sociales registrados desde mediados de siglo en Argentina (Palomino, 1987).

La difusión reciente de los primeros resultados del Censo de Población de 1991

(INDEC, 1995) ofrece la oportunidad de articular las tendencias de la década del

ochenta con las de más largo plazo que se describían en aquel estudio. El tema se

actualiza mediante el análisis de las estadísticas de coyuntura ya publicadas que

permiten acceder a la evolución registrada en la primera mitad de la década del ´90 en

algunos segmentos específicos del mercado de trabajo.

1 Publicado en Realidad Económica, nº 139, IADE, 1996, Buenos Aires (en colaboración con H. Palomino).

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La combinación de las tendencias estructurales con los fenómenos ocurridos en los años

recientes permite trazar un panorama de transformaciones en ese ámbito que, no por

esperadas, resultan menos sorprendentes, dadas la magnitud y el sentido que adquieren.

La tarea propuesta se ha llevado a cabo a partir de los indicadores más gruesos de esa

evolución, indicadores que, por sus mismas características, contienen algunos

problemas de precisión; ofrecen, en cambio, una notable claridad para delinear lo

ocurrido. A partir de ellos se ensayan algunas hipótesis explicativas que solo pretenden

trazar un primer bosquejo del tema central que nos ocupa: el de la estructuración del

empleo y el desempleo en la Argentina moderna y sus consecuencias recientes dentro

del contexto de la evolución reciente de la economía argentina2.

1. LA EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN ECONÓMICAMENTE ACTIVA.

La evolución de la población económicamente activa (PEA) depende de un número muy

grande de factores. Si bien su magnitud tiende a aceptarse como un dato, se verifican a

veces cambios profundos en plazos muy breves debido a fenómenos que solo pueden

ser explicados a posteriori. De allí que conviene partir de las observaciones disponibles,

que ofrecen cifras sobre la dimensión del fenómeno, antes de extraer hipótesis.

1.1. UNA PERSPECTIVA DE LARGO PLAZO.

La PEA relevada por los censos de población exhibe un cambio notable de tendencia en

la última década (cfr. Cuadro 1). La tasa de actividad (definida, como se sabe, por la 2 La evolución de largo plazo del mercado de trabajo en Argentina ha sido encarada en estudios recientes (Torrado, 1993; Monza, 1993; etc.) cuyos valiosos aportes, así como otros que se citan a lo largo del texto, fueron incorporados a este análisis en los aspectos precisos que se tratan. Sin embargo, conviene aclarar que hay diferencias en las cifras que surgen en algunos de esos estudios y las de este trabajo, debido al manejo de distintas fuertes de información y a los criterios de agregación para su análisis. En este trabajo se utilizan los censos de población (de frecuencia próxima a la decenal, realizados en 1947, 1960, 1970, 1980 y 1991) para indagar sobre las transformaciones estructurales ocurridas y las encuestas de hogares para las variaciones de corto plazo de los mercados urbanos de trabajo, teniendo en cuenta las ventajas de la mayor precisión de las primeras y la mayor frecuencia de las segundas. Todos los datos utilizados provienen de la información editada por los organismos oficiales, de libre acceso público, dejando de lado los ejercicios que parten de estimaciones parciales o de fuentes inéditas que se prestan a confusión.

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PEA de 14 años y más sobre la población total) alcanzó al 40,5% en 1991, registro

superior al 36% de 1980 y superior también a los valores de los censos previos de 1960

y 1970. Vista en la perspectiva del largo plazo, la tasa de actividad disminuyó desde

1947 hasta 1960, se mantuvo estable en la década siguiente y volvió a descender en

1970-80; el aumento registrado a partir de entonces la llevó a retomar los valores que

alcanzara a mediados de siglo. Este cambio de tendencia resulta de tal magnitud que

entre 1980 y 1991 se incorporaron a la PEA (como saldo neto) casi tres veces más

personas que en los diez años transcurridos entre 1970 y 1980.

Como se verá más adelante, es probable que una parte de este crecimiento no se

explique sólo por el incremento de la participación de la población en las actividades

económicas sino tambien por diferencias en los criterios de medición; los resultados se

ven afectados por los cambios en la metodología de registro de la PEA, y en particular

de la femenina, en el censo de 1991. Esos cambios acotarían la magnitud del fenómeno

analizado pero no su naturaleza y sentido. La nueva tendencia al alza de la PEA es un

dato básico a tener en cuenta en todo análisis sobre el tema.

La similitud entre las tasas de actividad registradas en 1947 y en 1991, pasando sobre un

“valle” (de tasas de actividad más bajas) en el período intermedio entre esos extremos

temporales, suscita algunas reflexiones sobre los procesos de cambio económico y

social vinculados a esa evolución. Puesto que esos procesos siguen pautas y

movimientos cíclicos, que raramente coinciden en sus puntos nodales con la fecha de

los relevamientos censales, conviene elaborar una periodización adicional que sigue las

mayores tendencias del ciclo económico nacional como base de referencia para

ubicarlos.

Este criterio permite adelantar que la secuencia del relevamiento censal está desplazada

temporalmente del punto de quiebre de la tendencia secular de crecimiento económico

de la Argentina, que se puede ubicar en 1975. La serie histórica señala que, desde la

posguerra (y más ampliamente desde mediados de la década del '30) hasta esa fecha, el

país registró un avance continuo, salpicado por algunas crisis de coyuntura, con un

promedio de crecimiento del PBI del orden del 4% anual, que asciende al 6% si se

considera solo el aporte de la industria. En 1975 ese avance se detiene y se inicia el

período de estancamiento económico más prolongado de la historia argentina, cuya

mera extensión constituye un fenómeno peculiar en la experiencia de las economías

modernas.

La tasa de crecimiento del PBI resulta prácticamente igual a cero de 1975 a 1991, y lo

mismo ocurre con la evolución del producto fabril. Ese estancamiento implica que ni

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siquiera la rápida recuperación iniciada en 1991 ha logrado que el producto material

supere claramente las magnitudes registradas previamente3.

El punto inicial de la serie, 1947, se sitúa en una época en que la demanda de mano de

obra era impulsada por la fuerte expansión de la industria, factor clave del crecimiento

de la población urbana y de la incorporación de vastas categorías sociales, incluyendo

mujeres y menores de edad, al mercado de trabajo. El censo de 1960 mostró que el

crecimiento de la PEA era básicamente urbano y que su ritmo tendía a “retrasarse”

respecto del crecimiento de la población. Entre 1947 y 1960 no sólo la industria sino

también el comercio y los servicios jugaron un rol preponderante en la absorción del

incremento de la ocupación urbana.

Esta tendencia se fortalece luego dado que el censo de 1970 mostró que la industria era

desplazada por el comercio y los servicios como los sectores principales en la absorción

de mano de obra. Este punto resulta particularmente significativo si se tiene en cuenta

que el censo de 1970 se ubica en una fecha intermedia, muy cercana al fin del último

ciclo ascendente de crecimiento del producto industrial (1963-1974).

En rigor, las actividades “terciarias” del comercio y los servicios fueron los mayores

demandantes de empleo desde 1960; un número cada vez más significativo de

“cuentapropistas” y pequeños “patrones” que, junto con sus familiares, forman parte de

estas actividades, fue desplazando a los asalariados como factor central en el incremento

del mercado de trabajo urbano. Este proceso era muy visible ya en 1947-60 y tendió a

profundizarse en la década del setenta.

El censo de 1980 mostró otro “retraso” del avance de la PEA respecto del crecimiento

de la población. Ese fenómeno posiblemente refleje, en el plano de la actividad

económica, los primeros efectos del quiebre de la tendencia ascendente del producto

ocurrido en 1975 y el período de estancamiento económico que habría de prolongarse

hasta comienzos de la década actual. El año 1991 marca el fin de esa etapa, signada por

la inestabilidad económica -alta inflación y ciclos breves de recesión y reactivación-, y

3 Los cambios en la metodología y bases de cálculo del producto bruto dificultan la construcción de series homogéneas de largo plazo, mientras que el incremento notable de la participación de las ramas que no corresponden a la producción material genera genera dudas sobre los criterios de medida y los resultados que se obtienen, Aún así, el producto material no sería superior a 15% respecto a 1974, lo que arroja una tasa de crecimmiento anual menor a 0,7% en las últimas dos décadas.

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el comienzo de un nuevo ciclo (entre 1991 y 1994) caracterizado por la estabilidad de

precios y una onda positiva de crecimiento del PBI. Los resultados del censo de 1991

posiblemente reflejen mucho más el saldo neto de la evolución de la actividad y las

ocupaciones en la década del ´80, que los efectos en el corto plazo de la aplicación del

Plan de Convertibilidad que se lanzó pocos meses antes del relevamiento. El ciclo

siguiente sólo puede ser analizado, todavía, a partir de las encuestas periódicas de

hogares.

1.2. LOS COMPONENTES SOCIODEMOGRAFICOS DE LA PEA

La disminución de la tasa de actividad de la población local registrada desde mediados

de siglo hasta 1980 se vinculó con procesos de diferente carácter. El balance conjunto

de estos procesos determinó una orientación descendente de la tasa de actividad, pero no

todos concurrieron en el mismo sentido; algunas fuerzas acotaron la dimensión relativa

de la PEA, mientras que otras promovían el efecto contrario:

En primer lugar, la edad de incorporación a la actividad económica fué aumentando

progresivamente entre 1947 y 1980. Esta tendencia coincide con la continua ampliación

y extensión de la cobertura del sistema educativo y la mejora paulatina (aunque no

siempre sistemática) de los ingresos medios de las familias; esos elementos permiten

formular la hipótesis que esa cobertura sostuvo la prolongación de "latencia" social de

adolescentes y jóvenes previa al ingreso a la actividad económica (Cfr. Feldman, 1994).

Inversamente, puede suponerse que la baja sistemática de la tasa de actividad de los

menores de 20 años podría modificarse si ocurrieran tendencias negativas en cuanto a la

escolaridad y la magnitud de los ingresos percibidos por la población.

En segundo lugar, disminuye la edad de “salida” de la actividad, efecto directo de la

expansión del sistema previsional que tendió a fijar en alrededor de los 60 años (mayor

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para los hombres y menor para las mujeres) la edad de retiro por jubilación. Se aprecia

claramente la disminución de la tasa de actividad de los mayores de 55 años entre 1947

y 1980, con un ritmo intenso en su primer etapa (1947-60) generado por la aplicación

masiva del sistema previsional. La evolución de la presencia de ese grupo depende de

dos grandes factores: la estructura de edades de la población y los elementos que

estimulan o desestimulan el retiro del mercado de trabajo, definidos en especial por el

poder adquisitivo del haber jubilatorio.

La combinación de los dos procesos mencionados en ambos extremos de la pirámide de

población produjo una verdadera “compresión” de la dimensión relativa de la PEA por

el estrechamiento de la escala de edades. En un sentido contrario operó la tendencia al

alza de la tasa de actividad femenina, que será tratada por separado debido a su

evolución particular en el caso argentino.

En el último período intercensal (1980-91), el incremento de la PEA registra una tasa de

2,7% anual, valor superior al 1,5% anual del ritmo de crecimiento de la población total.

Ese avance revirtió el signo de la evolución registrada desde mediados de siglo hasta

1980 y se origina en las modificaciones operadas en la última década sobre el sentido y

la intensidad de las tendencias previas.

En efecto, la PEA creció debido a la estabilización de las fonteras generacionales

originado en el comportamiento de jóvenes, personas de mayor edad y al aumento de la

tasa de actividad femenina, tres factores que cabe detallar.

En primer lugar, la tasa de actividad de los más jóvenes, entre 14 y 19 años, se

estabilizó en torno a 34-35% entre 1980 y 1991 (Cfr Cuadro 2), mientras que en el

tramo de edad inmediato mayor, de 20 a 24 años, esa tasa ascendió de 64% a 67%. Esto

implica que por primera vez desde mediados de siglo dejó de operar el efecto de

“compresión” de la PEA por disminución de la tasa de actividad de los jóvenes. Es

presumible que la menor capacidad de retención del sistema escolar, sumada a la

demanda del hogar por mayores ingresos, genera esta tendencia que puede proyectarse

hacia el futuro previsible. En ese caso, el desplazamiento de esta frontera de edad puede

ser más lento que en el pasado o revertirse si la tasa de actividad de los jóvenes

aumenta, ya sea porque dejan antes la escuela o bien porque tiendan cada vez más a

combinar su calidad de estudiantes con la inserción laboral.

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En el extremo superior de la pirámide, la tasa de actividad de los mayores de 55 años

aumentó de 39% a 49% entre 1980 y 1991, luego de haberse mantenido estable las dos

décadas anteriores. En particular, la tasa de actividad de los mayores de 65 años trepó

de 10% a 17% en 1980-91, invirtiendo la tendencia sistemática a la baja registrada

desde mediados de siglo. Estos cambios de tendencia se observan para ambos sexos, lo

que sugiere que no se trata de una evolución que dependa en especial del

comportamiento de la actividad femenina, y no resulta difícil asociarlos al creciente y

agudo deterioro de haberes que ofrece el sistema previsional. Resulta plausible sostener

que un horizonte de bajos haberes por jubilación estimula a las personas de edad

avanzada a prolongar su permanencia en el mercado de trabajo, posponiendo su retiro;

por su parte, los ya jubilados se ven impulsados a retornar al mercado laboral, como

recurso extremo de supervivencia frente a la crisis del sistema previsional.

Por último, el mayor impulso al incremento de la PEA en la última década provino del

crecimiento de la actividad económica femenina, que registra magnitudes inéditas; su

tasa de actividad (población activa femenina mayor de 14 años sobre el total de

mujeres) saltó de 27% en 1980 a 40% en 1991 (Cfr Cuadro 3).

Es probable que una parte de este crecimiento esté influenciado por un cambio

metodológico en el registro de la PEA en el último censo; en ese caso, el cambio real

sería menor que el registrado debido a que las mediciones censales anteriores, al

parecer, subregistraron el trabajo femenino. Esa corrección, sin embargo, no afecta al

hecho de su elevada presencia en el mercado en el presente.

En definitiva, la evolución de la PEA entre 1980 y 1991 sugiere un punto de inflexión

de las mayores tendencias del mercado de trabajo registradas desde mediados de siglo.

La tasa de actividad económica de la población es ahora impulsada hacia arriba por el

incremento de la participación económica de las mujeres, y esa tendencia ya no es

contrarrestada por el estrechamiento de las fronteras de edades de ingreso y de retiro de

la PEA. El comportamiento de esos tres grupos estratégicos en la última década explica

la tendencia al aumento de las tasas de actividad.

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1.3. LA EVOLUCION DE LA PEA FEMENINA

La tasa de actividad femenina fué uno de los principales factores que contribuyó al

crecimiento de la PEA desde 1960. La evolución de esta tendencia secular tuvo un ritmo

más bien lento hasta 1980 y se mantuvo en niveles reducidos respecto a la registrada en

otros países. Luego, el alza muy rápida de la tasa de participación modificó el panorama

global. Como ya se ha mencionado, la tasa de actividad femenina subió trece puntos

hasta llegar al 40% en 1980-91, mientras la tasa de actividad de los hombres se mantuvo

estable en 75% durante el mismo período; en consecuencia, aquella fue la causa

principal del aumento de la PEA. Ese ritmo de crecimiento de la tasa de actividad

femenina suscitó múltiples interrogantes y obligó a revisar los criterios de registro y a

indagar los factores de base que explican su evolución.

Los investigadores que analizaron el tema (Orlansky, 1993; Marshall y Orlansky 1995,

Wainerman y Giusti, 1995) compararon los resultados de los censos de población y de

las encuestas periódicas sobre el mercado de trabajo de Capital Federal y Gran Buenos

Aires en 1980 y 1991; comprobaron que la inclusión de la categoría “cuidado del hogar”

(como actividad típica de las “amas de casa”, que contrasta con la actividad económica

del “jefe de familia” varón) como opción cerrada para clasificar la población femenina,

como se hacía en los censos de población hasta 1980, inducía a la baja del registro de la

actividad. A la inversa, en la medida que se eliminaba la opción de registro “cuidado del

hogar” y se abrían otras opciones de clasificación (económicas y no económicas), como

en el censo de población de 1991, la medida de la actividad económica de las mujeres

tendía a crecer.

Una estimación realizada para el área metropolitana de Capital Federal y los 19 partidos

del Gran Buenos Aires (Marshall y Orlansky, 1995) sugiere que alrededor de la mitad

del aumento de la tasa de actividad femenina registrado por los censos de población

entre 1980 y 1991 podría asignarse al cambio de criterio señalado; es decir que solo una

mitad correspondería a un aumento efectivo de la actividad económica de las mujeres.

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Otros estudios (Wainerman y Giusti, 1995) sugieren proporciones mayores para el

cambio de registro respecto del cambio efectivo.

El subregistro de la actividad femenina habría generado, obviamente, un subregistro de

la PEA total en los censos anteriores a 1991 (concentrado en especial en algunas

categorías ocupacionales tales como “patrones”); esta falla de registro se explica, al

parecer, por la dificultad que encuentran algunas mujeres para diferenciar sus tareas

domésticas de su actividad económica (en especial cuando se refiere a la atención

parcial de un pequeño comercio o unidad de trabajo en colaboración con el denominado

“jefe de familia”).

El crecimiento de la tasa de actividad femenina constituye sin embargo, más allá de

dicho subregistro, un factor clave del crecimiento de la PEA a un ritmo más acelerado

que el de la población. Se ha dicho que la corrección de ese subregistro atenuaría el

ritmo de crecimiento de la PEA femenina y de la PEA total, pero no su orientación.

Basta señalar que la tasa absoluta de actividad femenina registrada en 1991 se sitúa,

pese a su rápido crecimiento en la última década, debajo de la de muchos países de

capitalismo avanzado que, a su vez, se encuentran por debajo de algunos países

escandinavos como Suecia y Noruega (Revista de Trabajo, número 5, 1995). En

síntesis, la trayectoria histórica de Argentina al respecto, igual que la experiencia

comparada, permite sostener la hipótesis de que la tasa de actividad femenina en nuestro

país continuará en aumento en los próximos años y seguirá constituyendo, por lo tanto,

un factor decisivo en el incremento de la PEA por encima de las tasas de crecimiento de

la población total.

2. LOS CAMBIOS DE LA ESTRUCTURA OCUPACIONAL

Los censos de población presentan algunos problemas respecto a la estructura de

ocupación y desocupación. La medición de los desocupados en

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1991, por ejemplo, muestra un cambio notable en los resultados; por primera vez, un

censo registra niveles elevados de población desocupada (6,5% de la PEA),

contrastando agudamente con los censos anteriores que registraban relativamente pocos

desocupados. El censo de 1980, en particular, contabilizó sólo 147.000 desocupados

debido a que indagó sobre si se había buscado trabajo “en la última semana”; en

cambio, en el censo de 1991 se habría extendido dicha requisitoria a la búsqueda de

trabajo “en el último mes”, criterio que llevó a contabilizar más de 800.000

desocupados. Es difícil definir cuánto de esta evolución corresponde a las modalidades

de recolección del dato en cada censo y cuánto a una evolución real; por esas razones,

en lo que sigue serán obviadas las comparaciones que incluyan la población

desocupada. De todos modos, más allá de la diferencia del método de registro entre

ambos censos, las encuestas periódicas semestrales (encuestas de hogares, EPH) reflejan

una evolución de sentido similar: las tasas de desocupación abierta aumentaron entre

1980 y 1991 en la mayoría de los mercados de trabajo urbanos del país.

Los datos censales publicados por el INDEC son globales; no se dispone, en el

momento de escribir estas líneas, de los datos relativos a las ramas de actividad

económica ni a los grupos de ocupación para 1991. Aún así la información conocida

permite observar algunas tendencias significativas.

2.1. TRABAJO ASALARIADO VS. TRABAJO NO ASALARIADO

En primer lugar se observa un cambio inédito en la proporción relativa de los

asalariados, que de 72% del total de la PEA en 1980 disminuyeron a 65% en 1991. La

magnitud de esta caída permite sugerir un quiebre de tendencia, ya que en términos

comparativos los cambios en el mismo sentido ocurridos entre 1947 y 1980 (fuera de los

atinentes a las ocupaciones agrarias vs. urbanas) parecen fluctuaciones menores. En

efecto, entre 1947 y 1980 los asalariados constituían una proporción que oscilaba entre

70% y 74% de la PEA y no se registraba más que 2 ó 3 puntos porcentuales de

diferencia entre cada censo. Esto implica que la caída en la proporción de asalariados en

la última década fué tres a cuatro veces mayor que la variación promedio de su parte en

la PEA desde mediados de siglo.

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La contraparte de esa evolución radica en el hecho que las categorías ocupacionales no

asalariadas aumentaron de 28% a 35% su participación en la PEA ocupada entre 1980 y

1991; eso implica un brusco ascenso ya que en 1947-80 el conjunto de los no

asalariados no llegó en ningún momento a superar el 30% del total.

A lo largo de la década del ochenta, el crecimiento de los no asalariados duplicó, en la

práctica, al registrado por los asalariados, un dato relevante para seguir la dinámica de la

demanda de trabajo en el país.

Todas las categorías incluídas en este agregado y que para el análisis se toman en

conjunto por su semejanza global (cuentapropistas, familiares sin remuneración fija y

patrones) aumentaron su peso relativo en la PEA en la última década. Estos cambios en

el peso relativo de las categorías ocupacionales resultan más nítidos cuando se observa

el aporte de cada uno de esos grupos al crecimiento absoluto de la PEA en el período.

Los asalariados aportan sólo 35% del aumento de la PEA ocupada en 1980-91; es decir

que el 65% del incremento corresponde a no asalariados. En ningún otro período

intercensal se observan cambios de esa magnitud, aún cuando su sentido fuera

anticipado por la evolución registrada entre los censos de 1970 y 1980.

Colocar el foco de atención en las categorías de ocupación específicas que componen

los agregados de “asalariados” y “no asalariados” permite establecer algunas hipótesis

sobre el carácter de los cambios ocurridos en el último período intercensal. Si bien es

de lamentar que no se cuente aún con un detalle de esta evolución según ramas de

actividad y grupos de ocupación, la reproducción de algunos criterios de clasificación

en los censos de 1980 y 1991 permite analizar categorías significativas para interpretar

el sentido de los cambios registrados.

2.2. LOS ASALARIADOS

La categoría “asalariado” puede dividirse en un par de categorías registradas por los

censos. Estos lo clasifican, según el carácter del empleador, como “público” o

“privado”, pero mientras el censo de 1991 permite discriminar aún más las principales

jurisdicciones administrativas en “nacional”, “provincial” y “municipal”, ese dato no

puede obtenerse en el de 1980, que registra el empleo “público” sin desagregar. Esta

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diferencia obliga a trabajar al mayor nivel de generalidad dado por este último criterio.

Además, dentro del sector “privado” es posible discriminar dos categorías que

diferencian el “tamaño del establecimiento” donde se desempeñan los asalariados; estos

son de “hasta 5 ocupados” (o chicos) y “6 y más ocupados” (que engloba a medianos y

grandes dado que no hay otra clasificación). Por último, resulta posible diferenciar a los

trabajadores del “servicio doméstico” del resto de los asalariados; el dato es relevante

dado que esta categoría, como se sabe, ofrece una situación especial por su modo de

inserción en el mercado laboral y el carácter de su aporte en términos económicos.

Los cruces de estas clasificaciones arrojan resultados que revelan diversos aspectos de

interés (que se resumen en los Cuadro 4 y 5)..

En 1991, los asalariados del sector público sumaban algo más de 2,2 millones de

personas, equivalentes a 18% de la población total ocupada. Esa categoría creció mucho

menos, en términos relativos, que la PEA ocupada entre 1980-91, relación que sugiere

que en ese período el Estado (globalmente considerado y dejando de lado los cambios

que hayan ocurrido en algunas jurisdicciones) fue atenuando su rol en la creación de

empleos. La consecuencia de esa evolución fue que el sector público absorbió sólo el

7% del incremento neto del total de ocupados entre 1980 y 1991.

Los asalariados del sector privado ascendieron, en 1991, a unas 4,9 millones de

personas equivalentes a 40% del total de ocupados en esa fecha; representan una

proporción menor que antes en ese total debido a que absorbieron solo el 18% del

incremento de los ocupados registrado entre 1980 y 1991. Este fenómeno puede

relacionarse con las condiciones de estancamiento económico del período, lo que no

atenúa su importancia social.

El segundo aspecto decisivo de esta evolución radica en que la casi totalidad de dicho

incremento correspondió a los asalariados en establecimientos muy pequeños (los que

tienen “hasta 5 ocupados”). En cambio, resultó prácticamente nula la absorción neta de

asalariados por parte de establecimientos medianos y grandes (“más de 5 ocupados”); el

número de ocupados en estos últimos permaneció estancado durante el período ( y se

desplomó abruptamente en la década del noventa como se verá más adelante)..

Los trabajadores del servicio doméstico, por último, sumaban 884.000 personas en

1991, de modo que su participación en la PEA ocupada subió a 7% del total. Entre 1980

y 1991 esta categoría absorbió 11% del incremento neto de ocupados; su ritmo de

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avance fue tal que absorbió más que el sector público y, obviamente, mucho más que

los establecimientos de más de 5 ocupados.

En resumen, la evolución de los asalariados entre 1980 y 1991 parece agudizar varias

tendencias preexistentes: En primer lugar, se acentuó considerablemente la tendencia a

la disminución de la participación de los asalariados en la PEA, que ya fué notoria entre

1970 y 1980. En segundo lugar, los asalariados ocupados en pequeños establecimeintos

se incrementaron en número frente al casi estancamiento de los ubicados en unidades

medianas y grandes e, incluso, mucho más que los asalariados del sector público. Puede

afirmarse que se consolida la “dispersión”, o "atomización", de los asalariados, quienes,

tal cual se venía registrando ya en 1970-80, trabajan cada vez en mayor proporción en

pequeñas unidades en relación directa con su empleador, proceso que alcanzó en la

última década una intensidad sin precedentes.

Una información adicional registrada en el Censo de 1991 señala que una tercera parte

de los asalariados del sector privado (excluyendo al servicio doméstico) no aporta, o no

registra, el "descuento jubilatorio". Más allá de los problemas de evasión que afectan a

la recaudación de las cajas correspondientes, ese dato revela el grado de precariedad, al

borde de la ilegitimidad, de una parte considerable del empleo, factor que se relaciona, a

su vez, con la dispersión y dimensión absoluta de la demanda.

Por último, debe tenerse en cuenta que la categoría de asalariados incluye al servicio

doméstico, criterio que es objeto tradicional de una controversia por razones

económicas y sociales. Aquí se utiliza la definición censal, centrada en las dimensiones

de la variable dependencia-autonomía en cuanto a la prestación del trabajo y su carácter

remunerativo. En cambio, si se atiende a otras variables, es posible separar la categoría

de personal de servicio doméstico de la de asalariados, dado que sus tareas “tienen el

carácter de una prestación a las familias y no a las empresas” (Monza, 1993 y Torrado,

1993), con efectos conocidos en lo que respecta a la relación patrón-empleado,

informalidad, condiciones de trabajo, etc. Si se adopta esa definición más restrictiva,

resulta que los asalariados strictu sensu sólo habrían absorbido 24% del incremento neto

de nuevas ocupaciones entre 1980 y 1991; este dato, por sí solo, plantea un interrogante

sobre la dinámica de la demanda de trabajo en ese período.

2.3. LOS NO ASALARIADOS

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Las ocupaciones no asalariadas incluyen a la categoría de quienes trabajan por “cuenta

propia”, que no dependen de empleadores ni contratan trabajadores remunerados para

desarrollar sus tareas; a los “patrones” que, a

diferencia de los primeros, contratan personal remunerado, y, por último a los

“trabajadores familiares sin remuneración fija” que asisten laboralmente a cualquiera de

las otras dos categorías. La evolución de las categorías de ocupación no asalariadas, que

absorbieron 2 de cada 3 de las ocupaciones netas generadas en el período es la

siguiente:

En 1991, los trabajadores por "cuenta propia" sumaron 2,8 millones de personas,

magnitud que representa el 23% de la PEA. Esta fue la categoría de mayor crecimiento

absoluto entre 1980 y 1991, puesto que se incorporaron 885.000 ocupados, cantidad que

implica el equivalente al 38% del incremento neto del total de ocupados y resulta

superior al aumento de todos los asalariados en conjunto.

Los “patrones” incorporaron casi 300.000 personas en ese período, de modo que en

1991 sumaban 873.000, equivalentes al 7% de la PEA. Esta categoría está aumentando

su participación en la PEA total debido a su ritmo de crecimiento intecensal.

Los trabajadores “familiares sin remuneración fija” duplicaron su número en la década

hasta alcanzar en 1991 a 665.000 personas, equivalentes al 5% de la PEA; vale para

ellos las mismas consideraciones que para los patrones.

Los límites entre las categorías expuestas son relativamente lábiles y, probablemente, la

transferencia (real o de registro) entre las mismas sea muy frecuente. La distancia entre

un “cuentapropista” y un “patrón” que emplee una o dos personas no refleja, en general,

una distancia social, ni tampoco económica; las características de la actividad que

desempeña una misma persona permite clasificarla en una u otra categoría según

criterios más subjetivos que objetivos. Del mismo modo, la categoría “familiar sin

remuneración fija” puede expresar, o reemplazar, a un “cuentapropista” o a un “patrón”

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en ausencia de este, pasaje que constituye una expectativa vital para muchos de esos

familiares. Estos comentarios suponen que la categoría censal de “patrones” no se debe

identificar con la de “empresarios”, figura social que cubre al presente sólo una mínima

franja de la primera. En efecto, la abrumadora mayoría de los “patrones” del censo de

1980 -dos tercios de ese total- eran titulares de establecimientos de menos de 5

ocupados. Es probable que, como mínimo, el censo de 1991 reproduzca esa estructura,

si es que no la ha acentuado (como permite suponerlo el dato sobre el crecimiento del

número de asalariados en establecimientos de menos de 5 ocupados).

En un trabajo anterior (Palomino, 1987) se distinguían estas categorías ocupacionales de

cuentapropistas, patrones y sus familiares en dos grandes figuras sociales que parece

necesario diferenciar en el caso argentino:

i) los “integrados, formales y estables”, representados por profesionales, comerciantes

establecidos con local propio y otros grupos de ese carácter, con niveles de ingresos

relativamente permanentes y no exiguos respecto de sus necesidades;

ii) los “informales”, por el tipo de actividad que desempeñan -variantes de

“autoempleo”, ocupaciones “refugio”, etc. tal como las clasifican los especialistas en

economía del trabajo-,

relativamente “inestables” en su inserción laboral y en la continuidad y monto de sus

ingresos, y en situaciones de “precariedad” más o menos manifiesta respecto de su

cobertura de salud y/o previsional.

Es presumible, de acuerdo con diversas fuentes (Torrado, 1993; Monza, 1993; Beccaria

y López, 1995) que en el curso de la última década los “informales” hayan crecido

mucho más que los primeros. En otras palabras, que dentro de esa amplia categoría de

cuentapropistas esté ocurriendo una expansión de aquellos que no tienen una inserción

adecuada en el mercado de trabajo y cuya precariedad los asimila a un sector de pobreza

antes que a sectores medios.

3. SIGNIFICADOS SOCIALES DE LA EVOLUCION OCUPACIONAL DURANTE

LA ÚLTIMA DÉCADA

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Los cambios registrados en la estructura ocupacional entre 1980 y 1991, que se

observan a través de la composición del incremento de la PEA ocupada, agudizaron en

extremo varias de las tendencias preexistentes en el mercado de trabajo local. La

repercusión de estas tendencias trasciende la esfera económica y alcanza el ámbito

político y social. La exposición desarrollada hasta aquí permite resumir que 92% del

incremento ocupacional registrado en la década de 1980 se distribuyó en diversas

proporciones entre asalariados en establecimientos pequeños, trabajadores domésticos,

cuentapropistas, patrones (muy pequeños al parecer) y sus familiares. Los asalariados

del sector público absorbieron el 7% del incremento ocupacional y cabe estimar -

generosamente- en 1% el incremento que puede asignarse a los asalariados en

establecimientos grandes (más de 5 ocupados).

Algunas de las categorías y tendencias reseñadas fueron analizadas en términos de un

incremento casi exponencial de la “subutilización de la fuerza de trabajo” en un estudio

(Monza, 1995), cuyo notable ejercicio prospectivo sintetiza las principales tendencias

recientes; estas quedan subsumidas en las nociones de “subutilización” o “subempleo”

como variables que permiten un mecanismo global de “ajuste” del mercado de trabajo,

paralelo al ajuste convencional que ocurre mediante la desocupación abierta. Esta

“subutilización” adquiere diversas formas entre las que se destacan

i) los trabajadores del servicio doméstico,

ii) el sector informal urbano, compuesto por la mayoría de los asalariados ocupados en

establecimientos de escaso personal, más una parte importante de los cuentapropistas,

los pequeños patrones y sus familiares,

iii) una parte de los empleados en el sector público.

Precisamente estas fueron las categorías que absorbieron la mayoría del incremento

ocupacional en 1980-91. Las otras formas de subempleo incorporadas por Monza en su

análisis fueron los subocupados “visibles” -definidos como los que trabajan menos

horas que las correspondientes a una jornada “normal”, de acuerdo con los criterios de

las encuestas periódicas- y lo que el autor denomina “sector rural tradicional”.

Este carácter estructural de la subutilización de la fuerza de trabajo, sumado a la

tendencia creciente de la PEA y a la continuidad de la presión de crecimiento

demográfico auguran, para Monza, la reproducción de esas mismas

condiciones de subutilización en el largo plazo como método de ajuste en el mercado de

trabajo. El autor esboza diversos escenarios hipotéticos para argumentar acerca de la

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improbabilidad que un ritmo creciente de la tasa de crecimiento económico, y/o la

aplicación de políticas estatales de empleo, alcancen a modificar significativamente este

panorama en el corto o mediano plazo.

La presencia de una nueva forma de ajuste en el mercado de trabajo genera efectos de

muy diverso carácter sobre los comportamientos sociales y económicos que resulta

dificil detectar a pesar de su enorme importancia. Un caso paradigmático reside en el

proceso de disminución del peso relativo de los asalariados en el mercado de trabajo,

que no puede dejar de asociarse con la disminución abrupta de la base de reclutamiento

para la afiliación sindical y, en consecuencia, del poder político de los sindicatos en

Argentina. Esa caída se relaciona tanto con la pérdida relativa de participación de los

asalariados, como con la menor proporción de asalariados que trabajan en

establecimientos de mayor tamaño. En ese sentido, el hecho que entre 1980 y 1991 los

asalariados que trabajan en establecimientos de más de 5 ocupados disminuyeron su

participación de 31% a 26% del total de la PEA ofrece un dato revelador.

La menor demanda de empleo de los grandes establecimientos se explica por diversas

variables, aunque no se dispone de suficiente información estadística relevante al

respecto. En primer lugar, debe tenerse en cuenta la caída del ritmo de crecimiento de la

economía argentina y, sobre todo, la menor incorporación de nuevas empresas grandes

en los sectores productivos desde fines de la década del setenta. El único fenómeno

opuesto en este sentido fue la expansión de grandes empresas comerciales (cadenas de

supermercados, hipermercados y otros) que tuvo lugar desde mediados de la década del

ochenta, pero que no parece haber modificado sustancialmente las condiciones vigentes

en la demanda de trabajo global. En segundo lugar, se observa una reducción absoluta

de la ocupación en muchos grandes establecimientos a partir de mediados de la década

del setenta, debido a una convergencia de factores: cierre de plantas y concentración de

actividades fabriles (como en la siderurgia), despidos de personal por racionalización de

tareas (facilitado por el debilitamiento del poder sindical), cambios tecnológicos y

tendencia a la subcontratación de actividades en empresas menores. Esas tendencias

siguen operando con fuerza en los últimos años y se han visto reforzadas por el

fenómeno del franchising que permite la penetración en el mercado con productos y

marcas muy conocidos a partir de pequeñas y medianas unidades de gestión semi

autónoma.

En la medida que la afiliación sindical se correlaciona positivamente con el tamaño de

los establecimientos, la evolución descripta afecta considerablemente las posibilidades

de afiliación. Debe tenerse en cuenta además que el corte censal en 5 ocupados es muy

exiguo para medir esa tendencia ya que, en rigor, se requieren unidades de mayor base

unitaria de ocupación para sostener la afiliación sindical. Como se verá más adelante, la

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tendencia de ocupación en las grandes empresas muestra un descenso mucho más

pronunciado aún que las grandes categorías agregadas del censo de población.

El aumento del número de asalariados en el sector público en la década del ochenta,

aunque exiguo en términos relativos, tendió a redefinir la composición de los sindicatos.

El aumento progresivo del potencial de afiliación en sindicatos que nuclean al personal

estatal (en sus diversas jurisdicciones y actividades) junto a la disminución del potencial

de afiliación de las entidades que agrupan al personal de las empresas del sector

privado, transformó el mapa gremial del país. Un indicador claro de esta transformación

es el enorme peso alcanzado por los conflictos laborales en el sector público y la

progresiva disminución del peso relativo de los correspondientes a empresas privadas,

en relación con el total de conflictos registrado en esa década (Spaltenberg, R., 1995),

más allá de las diferentes condiciones de los trabajadores y de las organizaciones

insertas en uno u otro sector.

Naturalmente, el enérgico proceso de privatización encarado en los últimos años ha

vuelto a modificar ese estado de cosas en lo que se refiere a las empresas públicas,

aunque no en cuanto a los trabajadores que forman el núcleo decisivo de las actividades

estatales (docentes, judiciales, etc.).

Observada en su conjunto, la evolución de la década del ochenta muestra un aumento

considerable de la dispersión social generada por las condiciones de trabajo. Trátese del

servicio doméstico, de los asalariados en pequeñas unidades, de los cuentapropistas o de

los pequeños patrones, el denominador común es la extrema fragmentación de su

inserción económica y social; en 1991 esa condición ya abarcaba al 56% de la PEA

ocupada.

El trabajo en grandes establecimientos o unidades productivas y/o administrativas

genera bases objetivas para el desarrollo de la percepción de intereses comunes, la

constitución de organizaciones para la representación de intereses y múltiples formas de

movilización y acción colectiva. La dispersión ocupacional, por el contrario, fragmenta

la percepción del carácter social del trabajo y opaca el vínculo de pertenencia de los

individuos a un colectivo social y económico. La evolución ocupacional de la década

del ochenta siguió ese segundo derrotero; impulsó asi el deterioro del lazo social

emergente de la situación de trabajo, y favoreció, por el contrario, la ampliación de una

“masa disponible” de población que resulta cada vez más permeable a mecanismos de

agregación social y política “externos” a la situación laboral. Los mecanismos

"paternalistas" y "populistas" se apoyan en esa tendencia con la que tienen elementos de

congruencia.

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4. LA EVOLUCIÓN DE LA PEA Y DEL MERCADO DE TRABAJO DURANTE LA

DÉCADA DEL NOVENTA.

La evolución más reciente de la PEA, registrada por las encuestas periódicas de

hogares, muestra a grandes rasgos una profundización de las tendencias de la década del

ochenta y, por sobre todo, el aumento sostenido e inédito de las tasas de desocupación

abierta. En rigor, el crecimiento a niveles inéditos de esa tasa ofrece el fenómeno más

destacado de la evolución reciente de la situación ocupacional en Argentina. Ese

proceso debe seguirse a través de los datos de la Encuesta Periódica de Hogares (EPH) a

partir de 1991, dada la extensión de los períodos intercensales. La información

disponible al respecto señala un alza apreciable en 1994, cuando por primera vez esa

tasa supera al 10% de la PEA. En octubre de 1994, la tasa de desocupación llegó al

12,2% para los 24 conglomerados urbanos del país que la encuesta cubre de modo

sistemático; esa tasa duplica la registrada en 1991 así como el promedio observado a lo

largo de la década del ochenta (cfr. Cuadro 7).

En mayo de 1995 se detectó un nuevo y abrupto salto de la tasa de desocupación

abierta, que llegó a 18,6% de la PEA en esos mismos conglomerados urbanos. Este alza

de la desocupación, junto a la magnitud alcanzada, produjo un impacto considerable en

la opinión pública, al igual que entre los especialistas. Su impacto sobre la opinión

pública genera desde dudas sobre las bondades de la estrategia económica aplicada

hasta preocupaciones por la inexistencia de un sistema de seguro social apto para

amenguar el problema. Su impacto sobre la mayoría de los especialistas se originó como

reacción a la escasa disponibilidad de herramientas teóricas y de análisis aptas para

explicar cambios tan bruscos de magnitud; ese salto rechaza el hábito de reflexionar

sobre las variaciones menores, de corto plazo, que ocurren "en el margen" con las tasas

de evolución de esas variables. Esta vez, en el corto plazo ha surgido un cambio

estructural, reflejado por el elevado salto de las tasas entre 1992 y 1994 que se repitió,

otra vez, en el breve período de octubre de 1994 a mayo de 1995; un desplazamiento de

esa magnitud no parece constituir un cambio de coyuntura sino un fenómeno con

antecedentes y consecuencias de largo plazo.

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El proceso debe verse con más detalle. A partir de 1991, la desocupación creció al

mismo tiempo que la tasa de actividad, tal como era de esperar dadas las tendencias de

la década anterior4. El fenómeno es inédito en el sentido que la tasa de desocupación

parece haberse instalado en un nivel que triplica las registradas en la década del ‘80 que,

a su vez, habían prácticamente duplicado las tasas (notablemente bajas) registradas en

los ´70. Puede decirse que, desde que se llevan estadísticas sobre el tema, la

desocupación nunca había constituído, salvo en coyunturas críticas, un problema en

Argentina. En rigor, tendió a ocurrir lo contrario: la historia local desde la economía

agro exportadora, y pasando por la industrialización “sustitutiva” de importaciones,

exhibe permanentes e intensas corrientes migratorias (externas o internas) destinadas a

suplir la carencia de mano de obra local.

Los primeros signos de un debilitamiento de la demanda de trabajo, ya en las décadas de

los ´60 y los ‘70, no mostraron desequilibrios con la oferta gracias a mecanismos

particulares de la estructura social; la ya mencionada expansión de las categorías no

asalariadas constituyó un aspecto central de esos mecanismos.

El crecimiento de la tasa de actividad de la población, paralelo a la tasa de

desocupación, en los últimos cuatro años parece impulsado tanto por factores

sociodemográficos autónomos como por factores de demanda. Tal como se observó en

la primera parte de este artículo, en 1980-91 se registraron cambios de importancia en la

tendencia de la evolución y la magnitud de la población económicamente activa, debido

al comportamiento de los "jóvenes". los "viejos" y las "mujeres".

La combinación de esas tendencias produjo un considerable aumento de la magnitud de

la PEA en la década del ochenta, mucho mayor en términos absolutos y relativos que los

registrados previamente. Si la presión demográfica sobre el aumento de la PEA era

contrarrestada en parte, hasta la década pasada, por tendencias que atenuaban la

participación en la actividad económica, la evolución de la PEA en los últimos años

tiende a crecer a un ritmo más rápido que la población, “sumándose” (y no “restándose”

como en el pasado) a la presión demográfica.

4 Ya se ha señalado que la diferencia entre la tasa de actividad del cuadro y la consignada anteriormente se origina en la diferencia de fuentes, criterios y de cobertura geográfica; en este último aspecto, como se sabe, la tasa del censo corresponde a todo el país y la de la encuesta de hogares a 24 aglomerados urbanos.

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Las tendencias reseñadas operan como factores autónomos de ampliación de la oferta

disponible en el mercado de trabajo.

La percepción de este fenómeno condujo a un cambio de los enfoques prevalecientes en

el análisis y explicación del comportamiento económico de la población.

Hasta los ‘80, la hipótesis sobre el comportamiento de la oferta en términos del “efecto

desaliento” (referida a la ausencia de estímulos adecuados) para ingresar al mercado de

trabajo constituía una explicación usual de la tendencia a la disminución de la tasa de

actividad económica de la población. De acuerdo con esta hipótesis, personas

potencialmente activas retraían su participación económica, dado que las condiciones

del mercado de trabajo se situaban por debajo de sus expectativas de salarios y/o

calificaciones. Éstos “trabajadores desalentados” podrían eventualmente ingresar en la

actividad si mejoraban las condiciones del mercado, pero permanecerían inactivos

mientras ello no ocurriera. Este argumento ofrecía una razón plausible para algunas de

las tendencias comentadas, especialmente el crecimiento “excesivamente lento” de la

tasa de actividad femenina en Argentina, que la situaba muy por debajo de las tasas

respectivas en países comparables por su desarrollo social5.

Ahora, en cambio, se tiende a analizar el comportamiento de la oferta en términos de la

hipótesis del “trabajador complementario” para explicar el aumento de la disponibilidad

para incorporarse al mercado de trabajo. La causa básica sería el deterioro en los

ingresos de los hogares y la pérdida, o riesgo de pérdida, del empleo por parte de los

trabajadores “principales”, que son asociados con la figura de un “jefe de familia”

varón, de acuerdo con los estereotipos culturales prevalecientes y con la tasa

efectivamente elevada de actividad de los adultos masculinos. Ese proceso sería

congruente con un nuevo estímulo a la participación económica de mujeres, jóvenes e

incluso adultos de edad avanzada. En ese caso, los mecanismos sociales e

institucionales tradicionales tales como la demanda de quehaceres domésticos, el

sistema escolar o el sistema previsional resultarían cada vez más insuficientes para

mantener inactivas a vastas categorías de la población. La necesidad de mejorar, o al

menos equilibrar, los ingresos familiares estimularían a muchas personas a trascender

5 Esta perspectiva teórica que focaliza las variaciones de la tasa de desocupación en el comportamiento de la oferta de trabajo, está siendo dejada de lado por diversos economistas en favor de enfoques más "institucionales". Alguien tan comprometido con la visión neoclásica como R. Solow llegó a ironizar sobre la supuesta "preferencia por el ocio" que se supone se expresa durante las recesiones dado que ella debería incrementar "en teoría" ciertos consumos vinculados con el disfrute del ocio entre esos desocupados, desde la compra de palos de golf hasta los pasajes a las zonas de turismo. El que ello no se detecte pone en evidencia la inconsistencia empírica de la teoría.

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los márgenes de contención de los mecanismos señalados.

Las hipótesis aludidas enfatizan las condiciones del mercado de trabajo para explicar la

evolución de la tasa de actividad económica. Esas explicaciones no impiden que

también pueda asignarse a variables socioculturales una incidencia real en el

comportamiento de la población. Una de las características centrales de las sociedades

contemporáneas es su “engranamiento”, por así decir, en un proceso de cambio cultural

de vastos alcances (Castells, M. 1993). La redefinición social del rol de las mujeres en

el plano del trabajo, la familia, la crianza de los hijos, la pareja e, incluso, la sexualidad,

se ubica en el centro de ese proceso de cambio cultural.

De acuerdo con esta perspectiva, la progresiva igualación de roles sociales entre ambos

sexos se expresaría, entre otros aspectos, en la cada vez mayor proximidad de la tasas de

actividad masculinas y femeninas en los grupos de edad más jóvenes. Esta tendencia

induciría en el largo plazo a equiparar la tasa de actividad de la población, más allá del

cambio coyuntural en el mercado de trabajo, del funcionamiento de los mecanismos

institucionales o de la aplicación de políticas públicas, que estimulan la incorporación o

el retiro de la actividad económica.

4.1. UNA INTERPRETACION GLOBAL

Una parte de la explicación debe buscarse en las condiciones de funcionamiento de la

economía argentina en las últimas décadas, caracterizadas por el régimen de alta

inflación y el estancamiento productivo. Luego de diversos ensayos para resolver esos

problemas, en 1991 se lanzó el Plan de Convertibilidad, destinado a estabilizar el

sistema de precios y a consolidar y ampliar las reformas ya lanzadas en el sistema

global (Cfr. Schvarzer, 1994 y 1995).

La aplicación de este Plan generó dos efectos opuestos sobre la estructura del mercado

de trabajo. El primero fue de orden positivo, dado que la estabilidad de precios, luego de

la alta inflación, provocó un estímulo a la demanda,. tal como ocurrió u ocurre en otras

experiencias similares (Plan Austral en la Argentina, Planes Cruzado y Real en el

Brasil) a diferencia de lo supuesto por muchos defensores de la teoría ortodoxa. Esa

revitalización de la demanda generó condiciones de auge de una serie de áreas en una

onda expansiva que permitió retomar los niveles de actividad de mediados de la década

del ochenta en la mayoría de ellas, y hasta sobrepasarla en ciertos casos puntuales. Al

mismo tiempo, en paralelo a ese auge, comenzó a aplicarse un plan "de ajuste" basado

en la reducción del gasto público, privatización de empresas con despidos masivos de

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personal y apertura externa en condiciones que imponen un duro "disciplinamiento"

sobre los productores locales de bienes y servicios transables. El proceso de ajuste se

comenzó a mostrar efectos recesivos a partir de fines de 1994 debido a la reducción del

ingreso de fondos del exterior que se agudizó de modo muy brusco a partir del llamado

"efecto tequila", pero sobre condiciones definidas por las tendencias estructurales

previas.

Esta situación tuvo un efecto particular sobre la demanda de trabajo en el período. En

una primera etapa del Plan de Convertibilidad, el incremento de la demanda derivada

del auge de ciertos sectores tendió a compensar, u opacar, la caída que se producía en

otros como efectos directos de las políticas públicas (despido de personal) o de la

presión externa (despidos en empresas que cierran o se reacomodan frente a la

competencia de las importaciones). A medida que transcurre el tiempo, comienzan a

diluirse los efectos positivos de la estabilización y a agudizarse los negativos derivados

del ajuste. Si bien esos movimientos son tan difíciles de medir como de separar, hay

indicadores suficientes que sugieren que el auge de la estabilización tiene un plazo de

un par de años (luego del cual se satura el efecto del crédito sobre la demanda de bienes

durables y se agota el uso de la capacidad ociosa en la oferta de los mismos), luego de

los cuales la expansión de la actividad depende de otros factores (la inversión y la

expansión efectiva de la demanda). En cambio, el efecto negativo del ajuste demora en

hacerse sentir en plenitud por razones obvias: retrasos técnicos organizativos en el

proceso de importación y brecha de tiempo hasta que esos bienes logran efectos sobre

los productores locales, inercia de partes del gasto público a la baja en el corto plazo

(sobre todo en grandes obras públicas de largo aliento como Yacyretá), etc. Ambos

procesos comienzan a hacerse sentir hacia 1994 con efectos sensibles sobre la demanda

de trabajo, de por sí atenuada por las razones de orden estructural mencionadas más

arriba.

La oferta de trabajo, por el otro lado, exhibió un comportamiento inercial frente a las

nuevas condiciones de la coyuntura. Es presumible que la prolongada experiencia social

en el sentido de que era posible mantener ingresos operando en mercados informales

llevara a una gran parte de los primeros desocupados (o bien de los ingresantes en el

mercado de trabajo) a buscar la solución a los problemas de empleo en esos ámbitos.

Numerosos indicios al respecto surgen en estudios de casos particulares que, si bien no

pueden generalizarse, marcan una pauta de ese tipo de comportamientos. Las respuestas

ensyadas por los trabajadores frente a los despidos en la planta fabril de SOMISA ofrece

un ejemplo claro y fácilmente apreciable debido a la hegemonía de dicha planta en la

vida urbana de San Nicolás;parte apreciable de los despedidos optó por ingresar en

tareas informales (kioscos, taxis, remises, etc), convencidos, sin duda, de la

imposibilidad de encontrar puestos asalariados de reemplazo del perdido, y de las

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posibilidades latentes en la vía elegida, que consagraba una larga tradición social. Con

el paso del tiempo, esas actividades se revelaron no rentables debido a la saturación de

la oferta; por primera vez, la vía de la informalidad estable y más o menos integrada

dejaba de ser posible. Esos individuos pasaron entonces a la categoría de desocupados,

con un retardo sustancial respecto al momento del despido en la fábrica; el pasaje a la

desocupación abierta coincidió con el predominio de la onda recesiva del ajuste.

Es probable que situaciones similares hayan ocurrido con otros grupos de despedidos,

tales como los expulsados de las empresas públicas privatizadas y otros

establecimientos que redujeron su personal, aunque la inserción de esos individuos en el

ámbito global de la gran ciudad impidan conocer su evolución real frente al mercado de

trabajo con la misma facilidad que en el caso de una ciudad mediana como San Nicolás.

La combinación de estos procesos puede explicar la aparición abrupta del desempleo en

las estadísticas nacionales. La evolución de largo plazo (estructural) de la demanda de

empleo tendió a agotarse en lo que respecta a asalariados y ya deja poco espacio para el

empleo informal integrado. La evolución coyuntural a partir del Plan de Convertibilidad

disimuló ese proceso en una primer etapa para agudizarla en la siguiente. La evolución

de la oferta de trabajo, que ya venía creciendo en el largo plazo (estructural) mantuvo su

ritmo sin encontrar dificultades mayores en una primera etapa debido a la capacidad de

absorción remanente en el ámbito informal. La oferta continuó entrando a ese mercado

aún después de que este se agotara tanto por la lógica de tanteo (propia de todo

mercado) como por la fuerza de una imagen social adquirida. El ingreso de estos

oferentes se encontró súbitamente frente al cierre de esa posibilidad en un momento en

el que no existían otras alternativas, provocando la "salida" hacia la desocupación o

hacia las actividades más precarias que surgieron, o se fortalecieron en los últimos

tiempos (cartoneros, vendedores ambulantes, etc.).

La explosión de la desocupación, entonces, es la consecuencia de un proceso de largo

plazo sobre el que se montó el ajuste reciente, en condiciones tales que convergieron a

dicho efecto de manera abrupta. El lento, o nulo, crecimiento de la economía argentina

desde 1975, ofrece el telón de fondo de un fenómeno que ya no puede resolver el tema

del empleo por el recurso al cuentapropismo y que no ha generado condiciones para la

demanda de asalariados formales. El ajuste, iniciado hace dos décadas y reforzado en

los últimos años, comienza a imponer sus costos sociales.

El cuadro ocupacional de la Argentina contemporánea muestra un amplio deterioro,

dentro del cual las elevadas tasas de desocupación abierta constituyen solo un aspecto

del problema. El otro, igualmente decisivo, es el elevado grado de informalización de la

estructura ocupacional debido a las consecuencias de la orientación consolidada en la

últimas décadas. La política económica en general, y la política laboral en particular, no

fueron factores neutrales en estos resultados. La política económica aplicó el ajuste

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recesivo, mientras la política laboral llevó adelante la "flexibilización" de las normas y

regulaciones laborales en un período en que el mercado de trabajo formal inclinaba la

balanza a favor de los empleadores; la desocupación contribuye ahora a la reducción de

los salarios que demanda la continuidad del modelo económico.

RESUMEN

Retomando los principales hilos de la argumentación desarrollada hasta aquí, cabe

concluir que la articulación entre la tendencia creciente de la PEA (que impulsa el

crecimiento de la oferta de trabajo), las insuficiencias de la demanda de trabajo que se

traducen en la elevada tasa de desocupación, y la distorsionada estructura ocupacional

que favorece la “informalidad” y otras formas de subempleo, constituyen un cuadro

problemático. Ese problema es inédito en la historia moderna nacional y en el ámbito

externo, pues resulta difícil hallar experiencias comparables en el plano internacional.

En efecto, el ajuste puede producirse vía el desempleo o vía el escape hacia la

informalidad, tal como se observa en naciones con diferente estructura social.

E l “ajuste por informalidad” (una de las formas de lo que se denomina, en términos

más generales, “ajuste por subempleo”) constituye un mecanismo típico de “equilibrio”

de los mercados de trabajo en América Latina. En los grandes mercados de trabajo

urbanos de Brasil, por ejemplo, como Río de Janeiro y San Pablo, las tasas de

desocupación abierta son mucho menores (alrededor de la mitad) de las argentinas; en

cambio, la dimensión del mercado informal resulta igual o superior a la de nuestro país

(Revista de Trabajo Nº 6, 1995). Ejemplos similares se observan en los mercados de

trabajo urbanos de Chile, Venezuela o México, donde el “ajuste” se produce a través de

la informalidad más que a través de la desocupación.

El "ajuste por desocupación" constituye hoy un fenómeno generalizado en varios países

europeos; Francia, por ejemplo, tiene un registro de desocupados similar al que ofrecía

nuestro país el año pasado (12% a 13% de la PEA). Es posible detectar en esa nación

diversas formas de subutilización de la fuerza de trabajo, pero en general estas se

refieren a la subocupación horaria y no, como en América Latina, a la existencia de un

gran sector informal o la generalización del servicio doméstico; este último, en especial,

es, en términos comparativos, sumamente reducido en toda Europa pese a las

condiciones del mercado de trabajo. En Francia y otros países europeos, el principal

mecanismo de ajuste del mercado de trabajo es la desocupación y en menor medida la

subutilización horaria de la fuerza de trabajo; en cambio, el ajuste por “informalidad” o

bien no opera, o bien estaría muy atenuado. Esto se explica, en parte, porque Francia, al

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igual que los otros países de Europa, destina una parte considerable de su presupuesto

estatal a seguros sociales y programas activos de empleo: 3% del gasto público en 1992

fue asignado a este tipo de políticas.

La Argentina, en definitiva, parece combinar actualmente los principales problemas de

ambos mundos. A semejanza de otros países latinoamericanos, el país tiende hoy a

“ajustar por informalidad” y, al mismo tiempo, tiende a “ajustar por desocupación”

como en los países europeos occidentales (de los cuales se tomó el caso de Francia

como ejemplo ilustrativo). Por esa doble faz, la situación del mercado de trabajo en

nuestro país adquiere su carácter inédito. La experiencia sugiere que los países tienden a

alinearse según el predominio alternativo de uno de los dos mecanismos de ajuste

señalados, pero no por ambos a la vez. Argentina ha logrado la suma de ambos males.

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CUADRO 1

EVOLUCION DE LA POBLACION ECONOMICAMENTE ACTIVA

1947-1991

(en porcentajes)

Año Tasa Bruta

de

Actividad

1947 40,5

1960 38,1

1970 38,1

1980 36,o

1991 40,5

Nota: La Tasa Bruta de Actividad es el porcentaje de la relación entre la PEA

(población

económicamente activa) y lapoblación total.

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Fuente: Censos de Población. INDEC

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CUADRO 2

TASAS ESPECIFICAS DE ACTIVIDAD POR TRAMO DE EDAD

VALORES PARA 1980 Y 1991

(en pocerntajes)

Edades 1980 1991

14-19 35 34

20-24 64 67

25-34 65 74

35-44 64 74

45-54 58 69

55-64 39 49

Subtotal 20-64 59 68

65 y más 10 17

PEA total 14 y más 50 57

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Fuente: Censos de Población. INDEC.

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CUADRO 3

DIFERENCIAS DE ACTIVIDAD POR SEXO

1970-1991

(en pocerntajes)

a) TASA NETA DE ACTIVIDAD POR SEXO

1970 1980 1991

Mujeres 27 27 40

Varones 81 75 75

Total 53 50 57

Nota: en pocertaje sobre la población de 14 años y más

b) PARTICIPACION DE CADA SEXO EN LA FUERZA DE TRABAJO

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1970 1980 1991

Mujeres 25 27 36

Varones 75 73 64

Total 100 100 100

c) COMPOSICION DEL INCREMENTO DE LA OCUPACION

EN CADA PERIODO INTERCENSAL

1860-70 1970-80 1980-91

Mujeres 38 47 66

Varones 62 53 34

Incremento total 100 100 100

Fuente: Censos de Población. INDEC

CUADRO 4

ESTRUCTURA OCUPACIONAL EN 1991

(en miles de personas y porcentajes)

Categoría Cantidad

(miles)

%

Asalariados 7.980 65

Sector público 2.221 18

Sector privado 4.875 40

6 y más ocupados 3.176 26

hasta 5 ocupados 1.699 14

Servicio doméstico 844 7

No asalariados 4.363 35

Cuenta propia 2.825 23

Familiares 665 5

Patrones 873 7

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Total 12.343 100

Fuente: Censo de Población de 1991. INDEC

CUADRO 5

COMPOSICION DEL CRECIMIENTO DE LA OCUPACION

EN EL PERIODO 1980-1991

(en miles de personas y porcentajes)

Categoría Cantidad

(miles)

%

Asalariados 833 35

Sector público 156 7

Sector privado 427 18

6 y más ocupados 30 1

hasta 5 ocupados 397 17

Servicio doméstico 250 10

No asalariados 1.521 65

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Cuenta propia 885 38

Familiares 339 14

Patrones 297 13

Total 2.354 100

Fuente: Censo de Población de 1991. INDEC

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CUADRO 6

TASA DE DESOCUPACION ABIERTA

PARA EL TOTAL DE AGLOMERADOS URBANOS

(en porcentaje de la PEA)

Años %

Promedio 1976-80 3,8

Promedio 1981-90 6,2

1991 6,o

1992 7,o

1993 9,3

1994 12,2

1995 (mayo) 18,6

Fuente: EPH (Encuesta Permanente de Hogares). INDEC.

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Nota: La EPH se efectúa dos veces por año (en mayo y octubre) y los promedios que se mencionan en cada fila corresponden a las encuestas del período mencionado. Para 1995 sólo se dispone de la correspondiente a mayo.

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GRAFICO 1

GRAFICO 2

GRAFICO 3

GRAFICO 4

Fuente: Cuadro 1

Fuente: Cuadro 2

Fuente: Cuadro 5

Fuente: Cuadro 6

ASALARIADOS FORMALES

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NO ASALARIADOS

24 26 30 32

24 26 30 32

24 26 30 32

24 26 30 32