ENTRE EL COSTUMBRISMO NOVELA REGIONAL
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PEREDA, ENTRE EL COSTUMBRISMO Y LA NOVELA REGIONAL
José Manuel González HerránUniversidad de Santiago de Compostela
En los párrafos iniciales de su ponencia “Costumbrismo, regionalismo, provincianismo en las letras europeas y españolas del siglo XIX”, presentada en el II Congreso Mundial Vasco, explicaba José-Carlos Mainer:
Solamente existe costumbrismo si apreciamos un comportamiento como costumbre, como algo peculiar y típico, que, por otro lado, no es inmanente, sino transitorio (...) No hay costumbre para el pinto o para el literato, y por ende no hay escuela costumbrista, si no la precede una previa disposición para apreciar un atuendo, una ceremonia, un rasgo del habla coloquial, como costumbres.
Lo mismo sucede con el regionalismo artístico. Trátase también de una percepción de la realidad que solamente puede brotar de la conciencia de que un ámbito físico se ha convertido en región, en parte de un todo articulado en función de una ambición política y social más vasta. Región o provincia existen en el modo y medida en que reina un estado-nación o existe una capital.
Más adelante, a propósito de las semejanzas y relaciones entre los dos conceptos histórico-literarios aludidos en el título de mi comunicación, señalaba “los puntos de tangencia de cierto costumbrismo que no disimula su vocación elegiaca y el regionalismo o provincianismo literarios, que surgen (...) de dos motivaciones: una frustración, un quedarse a medio camino de la modernidad que alcanza la capital o el estado; [y] un plus estético, al ser provincia y región los productos privilegiados de una sustancia pintoresca más estable en un mundo de condición tan azarosa”1.
1 Mainer, J. C.: “Costumbrismo, regionalismo, provincianismo en las letras europeas y españolas del siglo XIX”, en Congreso de Literatura (Hacia la literatura vasca), Madrid, 1989, pp. 193 y 197, respectivamente.
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En los límites de esta comunicación2, me propongo confirmar esa estrecha correspondencia entre el costumbrismo y el regionalismo, ejemplificándola en los libros de José María de Pereda, acaso el autor más representativo de cuantos cultivaron aquellas modalidades en las letras españolas del siglo XIX: no en vano nuestra historia literaria ha acuñado para las suyas la etiqueta de novela costumbrista, cuando no la de novela regional.
Como han explicado sus biógrafos3, la actividad periodística fue el inicial contacto de nuestro autor con la literatura y con los lectores; no se diferencia en ello de otros novelistas de su tiempo (Alarcón, Galdós, Pardo Bazán, Alas), pero sí importa especialmente para el objeto que ahora nos ocupa: el joven Pereda (no tan joven, pues ya tiene 25 años), además de la crítica municipal, social, literaria o musical, cultiva con preferencia el artículo de costumbres4, con escenas y tipos de su región, que publica primero en periódicos santanderinos y pronto en álbumes y revistas de la corte5. La relativa fama y prestigio (fundamentalmente locales) que ello le proporciona, justifica el que en 1864 -siguiendo una práctica habitual en los maestros del género, como Larra, Mesonero, Esté- banez o Fernán Caballero- se decida a reunir parte de aquellos textos para confeccionar su primer libro, Escenas montañesas. Colección de bosquejos de costumbres tomados del natural, título que constituía una clara alusión a las matritenses de Mesonero, cuyo magisterio nunca desmintió Pereda6, y que, además, prologaba otro escritor entonces muy popular, también cultivador del costumbrismo regional, el vizcaíno Antonio de Trueba7; en sus dieciocho artículos, junto a escenas, cuadros y tipos en que lo costumbrista predomina sobre
2 Esta comunicación es un resumen del capítulo que he escrito para el tomo correspondiente a la segunda mitad del siglo XIX, de la Historia de la Literatura Española de Espasa-Calpe, coordinado por Leonardo Romero Tobar, de próxima aparición.
3 Aparte de los tempranos Apuntes para la biografía de Pereda, número extraordinario de El Diario Montañés, Santander, 1 de mayo de 1906, la síntesis biográfica de Gullón, R.: Vida de Pereda, Madrid, 1944, ha sido ampliamente superada por el documentado libro de Madariaga, B.: José María de Pereda. Biografía de un novelista, Santander, 1991.
4 García Castañeda, S., en: “Pereda y el costumbrismo montañés”, en González Herrán, J. M. y Madariaga, B. (eds.}, Nueve lecciones sobre Pereda, Santander, 1985, pp. 11-22; y en Los montañeses pintados por sí mismos. Un panorama del costumbrismo en Cantabria, Santander, 1991, ha recordado la vigencia de los géneros costumbristas en los periódicos de provincias de mediados de siglo, moda a la que no fue ajena la prensa santanderina en el momento en que Pereda accede a ella.
b Sobre esta etapa de la carrera de Pereda, cfr. Madariaga, B.: “Ficción y realidad en la obra costumbrista de Pereda”, en González Herrán-Madariaga (eds.), pp. 23-45, así como su biografía de Pereda (citada en nota 3); también García Castañeda, S.: “Del periodismo al costumbrismo: la obra juvenil de Pereda”, en Romance Quarterfy, n- 39 (1992), pp. 33-39; y “Pereda y la prensa: unos textos juveniles olvidados”, en ínsula, n° 547-548 (1992), pp. 22-23.
6 Hay abundantes muestras de ello: cfr. Varela Hervías, E.: “Cartas de José María de Pereda”, en Bulletin Hispanique, LX (1958), pp. 375-381; y la más significativa, la dedicatoria de Don Gonzalo González de la Gonzale- ra, donde le llama “maestro eximio cuyos cuadros eran, y siéndolo continúan hasta la fecha, mi delicia por lo primorosos y mi desesperación por lo inimitables” (Obras Completas, IV, Santander, 1991, 53-54; cfr. ahí mismo las notas de Miralles que comentan esa dedicatoria y las relaciones entre ambos escritores).
7 Y por cierto que, en aquel prólogo, Trueba formulaba algunos juicios poco gratos para el novel escritor (que prescindiría de tan incómoda presentación en sucesivas reediciones), pero que afectaban más a la intención del libro que a su calidad literaria: “Hay que confesar que la Montaña, si no es muy feliz en el concepto que de ella tienen sus vecinos, tampoco lo es en los informes que de ella suelen dar los escritores, Pereda mismo (...) ha
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la ficción narrativa, hay verdaderos cuentos y algún relato cuya extensión se aproxima a la de una novela corta8.
La recepción que obtuvo el libro fue lo suficientemente fría -cuando no desfavorable9- como para desanimar al autor a repetir la experiencia: seguirá colaborando en álbumes, periódicos y revistas, alternando el periodismo político y social con el costumbrismo y la ficción breve, pero tardará siete años en publicar una continuación de aquel libro: Tipos y paisajes. Segunda serie de Escenas montañesas (1871), en el que también alternan los artículos con los relatos de diversa extensión. En 1876 reúne tres novelas cortas (La mujer del César, Los hombres de pro y Oros son triunfos) en Bocetos al temple, título también de inequívocas resonancias costumbristas; y al tiempo que prepara ese volumen, publica en una revista santanderina una serie de cuadros satíricos sobre el veraneo en su ciudad, que reunirá en 1877 con el mismo título que la colección había tenido en la revista, Tipos trashumantes (y un subtítulo muy característico del género, Croquis a pluma).
En resumen, si consideramos esa primera etapa de la literatura perediana, observamos que en casi veinte años (los que van desde sus primeros escritos periodísticos, en 1858, hasta Tipos trashumantes) el autor sólo publica cuatro libros: tres recopilaciones de relatos y artículos de costumbres, y un volumen de novelas cortas. Mas, a pesar de su escasa fortuna en la recepción lectora y crítica, su vocación literaria persiste, aunque parezca indecisa en cuanto a los géneros: todavía en 1881, habiendo publicado ya sus tres primeras novelas -de las que enseguida me ocuparé- recoge en otro volumen de título muy convencional, Esbozos y rasguños, una miscelánea de textos costumbristas y narrativos.
Pero antes, en 1878, y siguiendo las sugerencias de Galdós10 y Menéndez Pelayo11, había avanzado un escalón más en el proceso que lleva del artículo
tenido el mal gusto de pasar de largo por delante lo mucho bueno que hay en la Montaña, y detenerse a fotografiar lo mucho malo que la Montaña tiene como todos los pueblos (...) No estoy del todo conforme con el pesimismo del autor de las Escenas montañesas. Su sistema podrá ser moral, pero no es patriótico.” (Trueba, A. de: “Prólogo” a José María de Pereda, Escenas montañesas, Madrid, 1864, pág. viii).
8 Para la configuración del contenido del libro, así como para los cambios en las sucesivas ediciones, cfr. Clarke, A. H.: Manual de bibliografíaperediana, Santander, 1974, pp. 19,33, 39-40; González Herrén, J. M.:La obra de Pereda ante la crítica literaria de su tiempo, Santander, 1983, pp. 18-20; García Castañeda, S.: “Introducción” a su edición de Escenas montañesas, en Obras Completas, I, Santander, 1989, pp. xvii-xxi: Aguinaga, M.: El costumbrismo de Pereda: innovaciones y técnicas narrativas, La Coruña, 1994 y El discurso narrativo de Pereda, Santander, 1994.
9 González Herrán, La obra de Pereda... (cit.), pp. 21-22.En una reseña sin firma (pero que, indudablemente, es del autor de los Episodios Nacionales), escribía:
“Por lo mismo que reconocemos en el Sr. Pereda cualidades rarísimas para observar y narrar, desearíamos que ensanchara la esfera de sus obras, dándolas una intención y un escenario más general, más comprensivo de la sociedad en sus múltiples aspectos y consideraciones (...) Quien sabe hacer los cuadros particulares de que hemos hablado, podrá, con ligero esfuerzo, reunir y armonizar aquellos elementos dispersos, darles unidad, método y pensamiento para formar la novela española contemporánea, que tanta falta hace” (cit. por González Herrán, La obra de Pereda..., pp. 41-42).
H En su reseña a Bocetos al temple hacía votos porque “así como pasó el Sr. Pereda del breve cuadro de costumbres a la novela corta, ascienda de ésta a la novela larga”; en González Herrán, La obra de Pereda..., pag. 52.
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costumbrista al relato extenso con El buey suelto... (Cuadros edificantes de la vida de un solterón), libro que, aunque parezca y quiera ser novela, no consigue ser más de lo que el propio subtítulo prometía. En efecto, sus principales defectos derivan de su lastre costumbrista; desde la concepción de su protagonista (que no es un personaje, sino un tipo “pintoresco”, con todas las limitaciones de un carácter convenido y paradigmático12), a la estructura del relato13, pasando por la concepción de algunos de sus episodios14, El buey suelto... no es otra cosa que una sarta de cuadros de costumbres con disfraz de novela.
Más lo parece la segunda, Don Gonzalo González de la Gonzalera (1879), aunque no esté libre totalmente de aquel lastre; el autor se sirve -con notoria eficacia- de elementos y procedimientos propios de la literatura costumbrista para relatar y explicar el proceso de corrupción colectiva que constituye el eje argumentai de la novela: los nefastos efectos de “la Gloriosa” en Coteruco, una aldea montañesa cuyos habitantes vivían felices e ignorantes de que tuviesen derecho a gobernarse democráticamente hasta que de la Corte llega un picaro que, so pretexto de predicarles la nueva idea, sembrará entre ellos la cizaña de la envidia, la ambición y la discordia.
En la siguiente novela, De tal palo, tal astilla (1880), de tendencia también deliberadamente polémica (la intransigencia en materia de matrimonio entre personas de diferentes creencias religiosas), los escasos elementos costumbristas parecen no tener otra función que la meramente ambiental, para manifestar una determinada visión de la vida aldeana. Probablemente sea su libro de 1882, cuyo título completo es El sabor de la tierruca. Copias del natural, el más representativo de la llamada novela costumbrista15: la trama argumentai -mera sarta de cuadros y escenas de género- se adelgaza hasta su casi total desaparición, algunos personajes no superan la galería de variados tipos populares y el asunto se reduce a recrear la vida aldeana en sus más diversas manifestaciones.
También enPedro Sánchez (1883) lo costumbrista tiene que ver con el sentido de la novela; como en mi edición16 he explicado, es esta una historia ejemplar, cuya enseñanza, como sucedía en los relatos picarescos, es inseparable de la perspectiva con que se narra: la rememoración autobiográfica, desde la ata
12 “Gedeón, tipo en que se resumen todas las especies de egoístas [...] siguió media carrera en la Universi- dad, o no pasó del Instituto de segunda enseñanza, o no tuvo otra que la que recibió, muy a la fuerza, de un dómine casero [...] Fue hijo único, o tuvo hermanos: como el lector quiera”; en Obras Completas, III, Santander, Tantín, 1990, pp, 403-404.
“Pong'a el lector entre este cuadro y el que antecede todo el tiempo que más le plazca”, ídem, pág. 503.14 "Una semana, quince días, dos meses... un año... lo que el lector quiera, lleva Gedeón de residencia en
aquel agujero, o en otro idéntico, de la misma fonda o de otra quizá peor”, ídem, pág. 465.Como bien ha estudiado mi discípula Raquel Gutiérrez Sebastián en Entre el costumbrismo y la novela
regional: “El sabor de la tierruca”, de José María de Pereda”, Memoria de Licenciatura presentada en la Facultad de Filología de la Universidad de Santiago de Compostela, 1995 [inédita].
Cfr. González Herrán, J. M.: “Lección y sentido de Pedro Sánchez”, prólogo a mi edición de Pedro Sánchez, Madrid, 1990, pp. 11-34.
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laya de una ancianidad desengañada, añade un matiz característico -la añoranza por las cosas perdidas- cuando el narrador protagonista evoca, a la manera de un Mesonero Romanos, episodios y situaciones, tipos y costumbres del Madrid de mediados de siglo; y otro tanto sucede en las páginas que recuerdan las tradicionales formas de vida aldeana, arrasadas por el avance del progreso17.
Aspecto en que el costumbrismo de esta novela difiere del que encontrábamos en las anteriores a 1883: mientras enDon Gonzalo, De talpalo, oEl sabor el material costumbrista que entraba en el relato correspondía a tipos, ambientes o costumbres todavía vigentes en la sociedad rural cántabra, aunque ya amenazados o en trance de pronta desaparición, en Pedro Sánchez (y más aún, en Soti- leza, 1885), la evocación costumbrista se refiere a un mundo (el Madrid de mediados de siglo, los pueblos montañeses, el Santander pescador y marinero anteriores a la llegada del ferrocarril) ya lamentablemente perdido para siempre. “Si el costumbrismo de las novelas anteriores a Pedro Sánchez venía a significar: «Esto es así», el de ésta equivale a constatar: «Esto era así; ya no lo es»”18. En efecto, el costumbrismo de Sotileza viene determinado por el objetivo declarado de aquella historia: salvar del olvido una ciudad, una época, unas gentes, unas costumbres que el viento del progreso amenaza llevarse; la “Dedicatoria” inicial del autor a sus coetáneos y coterráneos lo proclamaba sin lugar a dudas19 y la idea se repite en otros momentos del texto, hasta constituir uno de los motivos cardinales de la novela20.
La idea, tan extendida como justificada, de que el costumbrismo de los escritos peredianos se debe a su localismo santanderino podría hacernos creer
17 “¡Y cuántos pueblos había en la provincia en igual estado de patriarcal inocencia que el mío entonces, y aun muchos años después! (...) las vírgenes comarcas sometiéronse al imperio del invasor trashumante, que. sin imprimirles la cultura de que él alardea, les quitó, con la tranquilidad que era su mayor bien, cuanto de pintoresco y atractivo conservaban: el amor a sus costumbres indígenas, el color de localidad, el sello de raza” (Obras Completas,^ 1992,261-362).
González Herrán, J. M.: “Sotileza y Peñas arriba: su significado en el conjunto de la obra de José María de Pereda”, en Homenaje a Ignacio Aguilera y Santiago, Santander, 1981, p. 151.
1^ al fin y a la postre, lo que en él acontece no es más que un pretexto para resucitar gentes, cosas y lugares que apenas existen ya, y reconstruir un pueblo sepultado de la noche a la mañana, durante su patriaral reposo, bajo la balumba de otras ideas y otras costumbres arrastradas hasta aquí por el torrente de una extraña civilización (...) Y tratándose de esto, ¿a quién sino a vosotros, que las conocisteis vivas, he de conceder yo la necesaria competencia para declarar con acierto si es o no su lengua la que en estas páginas se habla; si son o no sus costumbres, sus leyes, sus vicios y sus virtudes, sus almas y sus cuerpos los que aquí se manifiestan?” (Obras Completas, VI, 1996, 65-66). Y el párrafo que cierra la novela reitera y confirma aquel propósito: “al dar reposo a mi cansada mano, siento en el corazón la pesadumbre que engendra un fundadísimo recelo de que no estuviera guardada para mí la descomunal tarea de cantar, en medio de estas generaciones descreídas e incoloras, las nobles virtudes, el mísero vivir, las grandes flaquezas, la fe incorruptible y los épicos trabajos del valeroso y pintoresco mareante santanderino” (Obras Completas, VI, 1996, 401).
20 “...aquel Santander, en fin, que a la vez que motivo de espanto y mofa para la desperdigada y versátil juventud de hogaño, que le conoce de oídas, es el único refugio que le queda al arte cuando, con sus recursos, se pretende ofrecer a la consideración de otras generaciones algo de lo que hay de pintoresco, sin dejar de ser castizo, en esta raza pejina'que va desvaneciéndose entre la abigarrada e insulsa confusión de las modernas costumbres” (Obras Completas, VI, 1996, 84).
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que poco costumbrista será una novela como La Montálvez (1888), de asunto, ambientación y personajes exclusivamente cortesanos. Pero lo es, y no poco, por su pertenencia a un género de cierta tradición ya desde mediados de siglo, la novela de costumbres urbanas, en la modalidad -entonces muy en auge- que tenía como tema la corrupción de la alta sociedad madrileña21. Ahora bien, si una de las cualidades del mejor costumbrismo es la exactitud y verdad, fruto del conocimiento y del aprecio, con que el autor sabe recrear la realidad social y humana que pinta, parece explicable que Pereda no fuese capaz de hacerlo, enfrentado a un mundo que sólo conocía a través de sus prejuicios o de testimonios ajenos igualmente parciales. La Montálvez queda así como un convincente ejemplo de lo negativo que puede ser para una novela el recurso costumbrista.
El “repliegue” a territorio conocido que significa la ambientación aldeana de La puchera ( 18 8 9)22, explica la recuperación de elementos costumbristas, aunque con un tratamiento próximo a la estética naturalista. Acaso sea este uno de los aspectos más interesantes de la novela: para su nueva manera de ver la realidad (la lucha por la vida de una pequeña comunidad campesina y marinera), mejor que aquel costumbrismo idílico de El sabor de la tierruca convenía un tratamiento desgarrado, como el que aparecía en ciertos momentos -los menos sentimentales- de Sotileza.
Lleguemos ya a los últimos libros de nuestro autor, en los años noventa. Varios críticos han advertido las semejanzas entre Nubes de estío ( 1891) y Tipos trashumantes23; una misma visión caricaturesca del veraneo -que ahora une en su sátira a los visitantes madrileños con los visitados de la capital provinciana- hace que, además de en asunto, ambiente y tipología humana, ambos libros coincidan en la manera costumbrista con que está vista y mostrada buena parte de esa sociedad; hasta tal punto ello es así que la escasa consistencia de su trama da a Nubes de estío más aspecto de galería de cuadros costumbristas que de verdadera novela24. En cuanto a la otra publicada el mismo año, Al primer vuelo, muchas de sus evidentísimas deficiencias artísticas tienen que ver, aunque no sea esa la única causa, con el lastre costumbrista, que hace de algunos
21 Cfr. sobre este género el artículo de Hemingway, M.: “Palacio Valdés y la novela aristocrática”, en Dend- le, B. J. y Miller, S.. (eds.), Estudios sobre Armando Palacio Valdés, Otawa, 1993, pp. 47-61.
“...libro con el cual retorna a las tierras, figuras, hablas, que mejor conocía (...) esta vuelta a los temas favoritos constituía, además, una posición de repliegue, típicamente perediana, ante los varapalos que la crítica había propinado a una novela cosmopolita como La Montálvez.” (Bonet, L.: “Introducción” a su edición de La puchera, Madrid, 1980, p. 42); sobre esos “varapalos”, cfr. González Herrán, La obra de Pereda..., pp. 263-317.
Montesinos, op. cit., pp. 1969, 229-230 comenta la semejanza de ambos libros en su “moraleja antiveraniega”; cfr. en González Herrán, La obra de Pereda..., p. 359 algún otro juicio coincidente en la crítica de la época.
Cfr. en González Herrán, La obra de Pereda, p. 362 algunos comentarios al respecto: “Bien se ve que para el autor el argumento de la novela ha sido casi un pretexto para enlazar los animadísimos cuadros de costumbres” (M. Menéndez Pelayo); “más que novela, resulta ser un cuadro de costumbres” (F. Miquel i Badía); “de cuando en cuando el innato costumbrista vencerá y ahogará al novelador reflexivo” (E. Pardo Bazán).
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de sus personajes tipos genéricos25, o que acumula un exceso de pintoresquismo en ciertas descripciones.
Por el contrario, en Peñas arriba (1895) los elementos costumbristas, muy abundantes, están no sólo plenamente justificados, sino sabiamente integrados en la estructura de la obra, cuya enseñanza26 exige una pintura de la comunidad aldeana que resalte sus virtudes frente a los yerros de la corte; pintura que el autor consigue seleccionando aquellos aspectos de la vida y las gentes de Tablanca más representativos de su concepción tradicional de la existencia: selección y procedimientos que, como es sabido, tienen mucho que ver con la literatura de costumbres. En cuanto al último título de la producción peredia- na, Pachin González (1896), sus rasgos costumbristas son escasos, aunque su comienzo -y la tesis que defiende- recuerden mucho una de sus primeras escenas, “A las Indias”27, recogida en su libro de 1864. Pereda se despedía de la literatura con una obra en la que, en cierta medida, recuperaba su primer contacto con el oficio de escribir, en las páginas de los periódicos santanderinos.
Este repaso a la obra perediana entre 1878 y 1896 justifica la afirmación de que “no hay novela suya en la que esté ausente el componente costumbrista, bien sea en la concepción de algún personaje, en el relato de determinados episodios, o, simplemente, en todo aquello que se refiere a la ambientación de la historia: escenarios, costumbres, lenguaje, procedimientos descriptivos...”28 29
Si la obra perediana ha sido considerada como paradigma de la llamada novela regional23 en la narrativa del último tercio del XIX, continuadora de lo que -a mediados de siglo- habían sido los relatos de Cecilia Bóhl de Faber30, ello se debe también a que, exceptuando algunos pocos títulos (La mujer del César y La Montálvez; Pedro Sánchez, en parte), todas sus ficciones están situadas en la Cantabria natal, y la ambientación (escenarios, tipos, habla, trabajos, fiestas...) está conseguida a través de mecanismos propios del género costum
25 Cfr.: “El comandante don Claudio, don Adrián el boticario, las Escribanas, todos pertenecen a la galería de tipos, con sus resabios costumbristas, que Pereda creó y observó en las colecciones tempranas de novelas y cuentos'’ (Clarke, A. H., “Al primer vuelo: contribuciones al estudio de una cenicienta”, en González Herrán- Madariaga [eds.J, 1985, pp. 139-140).
26 Según expliqué en una conferencia dictada hace algo más de un año en esta misma casa, en un ciclo dedicado a conmemorar el centenario de Peñas arriba: “«Érase un muchacho (de la corte) que emprendió un viaje (ala aldea)...»: Pereda, Peñas arriba”; está prevista su publicación en el volumen Peñas arriba, cien años después.
Lo señalé en mi “Estudio literario”, introductorio a la edición de Pachín González que preparé con B. Madariaga, Santander, 1985.
26 González Herrán, J. M.: “Sotileza y Peñas arriba: su significado en el conjunto de la obra de José María de Pereda”, en Homenaje a Ignacio Aguilera y Santiago, Santander, 1981, p. 148.
29 vid. un adelanto-resumen de lo que sigue en mi artículo “Pereda y la novela regional”, enlnsula, nQ 547- 548(1992), pp. 35-36.
30 “José María de Pereda, el más directo descendiente de la novelista y el más obediente de aquel hipotético dictado real de La gaviota”, escribe Mainer, art. cit. en nota 1, p. 204), aludiendo ala conocida frase de la novela de doña Cecilia: “Si yo fuera la reina, mandaría escribir una novela de costumbres por cada provincia”.
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brista. Por supuesto que ello no tendría por qué ser necesariamente así: la obra de algunos de sus contemporáneos (pensemos en las novelas andaluzas de Valera o las gallegas de Pardo Bazán, los cuentos rurales de esta misma o de Clarín) demuestra que es posible ofrecer una visión realista -y aún naturalista de la sociedad campesina o provinciana sin caer en la simplificación o superficialidad que parecen inevitables cuando predomina el gusto por el color local. En definitiva, lo que se plantea así es la relación -o la confusión- entre conceptos que aquí nos importan especialmente: costumbrismo y regionalismo.
¿Cómo es el regionalismo perediano? Aunque sólo llegó a formularlo explícitamente en dos ocasiones, a cual más solemne (su intervención como Mantenedor en los Juegos Florales de Barcelona, en mayo de 1892, y su discurso de ingreso en la Real Academia Española, sobre la “novela regional”, en febrero de 1897), la verdad es que ya desde sus inicios como articulista en la prensa san- tanderina Pereda tuvo muy claro cuál era el mundo que en sus escritos quería recrear (y defender): el de su región natal, paradigma de bellezas no sólo paisajísticas sino sociales y morales. Y es que su opción costumbrista no es sólo estética o literaria, sino fundamentalmente ideológica; de ahí que, cuando en sus cuentos y novelas retrata la vida de sus coterráneos, lo hace desde una postura beligerante, en contra de la de quienes habitan en ese foco de corrupción que es la corte31.
De allí vendrá la epidemia (el liberalismo democratizante opuesto al pater- nalismo caciquil) que produce la tragedia de Don Gonzalo, y allí encontrará el protagonista de Pedro Sánchez la tumba de sus ilusiones y de su inocencia: no será el único en descubrir las graves consecuencias de ese error que es traicionar la región natal (Los hombres de pro, Pachán González)-, en la aldea se conserva la santa intolerancia que no transige frente a positivistas y agnósticos (De tal palo), y sólo en aquella comunidad tradicional -que ha sabido resolver los conflictos sociales que angustian al mundo moderno- encontrará el abúlico cortesano de Peñas arriba el sentido de la existencia auténtica. Prácticamente
31 Sobre el regionalismo y la xenofobia peredianos, cfr. López de Abiada, J. M.: “Etnocentrismo, prejuicio y xenofobia en la obra de José María de Pereda: del regionalismo provinciano al paternalismo localista”, en Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, LXII (1986), pp. 163-186; Madariaga, B.: “Pensamiento político y xenofobia en Pereda”, en Insula, n2 547-548 (1992), pp. 23-24; sobre su antimadrileñismo y anticentralismo, cfr. Miller, S.: “Madrid y la problemática regionalista en Pereda y Galdós”, en Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, LXIV (1988), pp. 223-251. El reflejo de su pensamiento social y político en su obra literaria ha sido objeto de varios estudios, desde el pionero de Van Horne, J: “La influencia de las ideas tradicionales en el arte de Pereda”, en Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, I (1919), pp. 254-267, pasando por el de Swain, J. O.: “Reactionarism in Pereda’s Tío Cayetano”, enHispania [California], XVII (1934), pp. 83-96. (1934), hasta los de Allegra, G.: “Pereda o el sabor déla tierra”, en La viña y los surcos. Las ideas literarias en España del XVIII al XIX. Sevilla, 1980, pp. 251- 292, Acedo Castilla, J.F.: “La tesis política en las novelas de Pereda”, en Minervae Baeticae, Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, XIX, n9 107 (1991), pp. 73-90,, Aguinaga, M.: “El pensamiento político-social y religioso de Pereda en los años 1868-1869”, en Historias de Cantabria, ne 6 (1993), págs. 64-78; Suárez Cortina, M.: “José María de Pereda: Tradición, regionalismo y crítica de la modernidad”, en Montesino González, A. (ed.): Estudios sobre la sociedad tradicional cántabra. Continuidades, cambios y procesos adaptativos, Santander, 1995, pp. 317-334. (1995).
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no hay novela perediana en la que falte esa tesis: incluso cuando no se formula expresamente, la pintura de la vida campesina (idílica en El sabor de la tierru- ca, pobre pero honradamente trabajadora en La puchera) o la visión apocalíptica de la inmoralidad cortesana (La mujer del César, La Montálvez), no hacen sino proclamar implícitamente aquella misma idea. Y lo mismo vale para los relatos que se sitúan no ya en la sociedad rural, sino en la villa, la pequeña ciudad o la capital provinciana, reflejo del Santander en que residía, cuyos modos de vida no tienen más grave defecto que el de querer imitar el modelo cortesano que de manera inoportuna ha invadido aquella paz: esa era la tesis de Tipos trashumantes, que reaparecerá, con diversas modulaciones en Oros son triunfos, Sotileza, Nubes de estío o Al primer vuelo.
Bien es verdad que no siempre fue exactamente así: algún testimonio epistolar de su época juvenil nos descubre un Pereda aburrido de la provincia32, y la visión del campo y del campesino montañés que aparece en sus más tempranos textos dista mucho de ser favorable33. Y es que conviene distinguir entre el pensamiento político y social del autor un señorito provinciano, conservador y tradicionalista, que desdeña tanto el vicio de la corte como la zafiedad de la aldea y su plasmación en términos literarios; lo cual se manifiesta tanto en la elección como en el tratamiento de los asuntos, los escenarios y los personajes de sus ficciones. En El buey suelto ni la ambientación ni los personajes o los modismos lingüísticos son expresamente cántabros, aunque sí inequívocamente provincianos; pero a partir de Don Gonzalo (con las excepciones señaladas) todas sus novelas se sitúan en la región nativa, y a ella remiten las inevitables descripciones paisajísticas, la tipología y el habla de los personajes, sus actividades y costumbres.
“Menosprecio de corte y alabanza de aldea”: este tópico, que otro escritor cántabro del siglo XVI, Fray Antonio de Guevara, había utilizado para titular su libro más famoso, se ha recordado como lema de la tesis que vertebra toda la
32 “;Ay Mingo! -le escribía a su primo Domingo Cuevas, desde Madrid, en 1853- Preciso es que te confiese que aquí, cuándo por fas, cuando por nefas, siempre hay alicientes que arrastran a uno en pos de la corte, y que, al fin y a la postre, llega uno a mirarla con demasiado apego, y llegará día en que se la sienta trocar por la pluviosa e insípida Montaña.” (citado por Cossío, J. M.:La obra literaria de Pereda. Su historia y su crítica [1933], en Estudios sobre escritores montañeses, III, Santander, 1973, pp. 123-124).
33 Le Bouill, J., “Les maîtres dans la société rurale peredienne d’avant 1868: éstudes des rapports entre la création littéraire et l’idéologie. Un cas surprise”, en Diálogos Hispánicos de Amsterdam, n- 4, Narrativa de la Restauración, 1984, pp. 49-81 se ha ocupado del “antirruralismo” del primer Pereda, como parte de sus investigaciones acerca de la relación entre contexto social y ficción literaria en las obras rurales de nuestro escritor (cfr. Le Bouill, J.: “El propietario ilustrado o patriarca en la obra de Pereda. (Un ejemplo de las relaciones entre contexto histórico y ficción literaria en la segunda mitad del siglo XIX)”, en La cuestión agraria en la España contemporánea, Madrid, 1976, pp. 311-328: Les tableaux de moeurs et les romans ruraux de José María de Pereda. (Recherches sur les rélations entre le littéraire et le social dans l'Espagne de la seconde moitié du XIXé,,,e siècle, Thèse pour le Doctorat d’État, Université de Bordeaux, III, 1980 [inédita]; “Recherches sur les rélations entre texte et contextes dans la deuxième moitié du XIXènæ siècle: le village dans l’oeuvre de Pereda”, en Texte et Contexte (XV Congres de la Société des Hispanistes Français, Limoges, 1979), Trames, 1980, págs. 257-268; “Le paysage rural chez un romancier ‘réaliste’ espagnol (Pereda): construction et réception”, en L’homme et son espace dans las littératures, l’art et l’histoire en Espagne et en Amérique Latine, Lille, Publications de l’Université, 1985).
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obra de Pereda34. La idea es aceptable, siempre que entendamos el tópico no sólo en su dimensión estética o literaria, sino también -acaso más todavía- ideológica (política y social); el regionalismo perediano, (cuyos presupuestos arraigan en el pensamiento tradicionalista y participan de un proyecto más ambicioso, según ha explicado bien Suárez Cortina35), se formula con razones y argumentos que mezclan lo sentimental y lo moral, lo estético y lo religioso, lo folklórico y lo económico, sin que logre superar los clichés y tópicos más superficiales. Así puede advertirse en las dos solemnes ocasiones en que nuestro escritor explicó y defendió su concepción del regionalismo literario: la primera, en su intervención como Mantenedor en los Juegos Florales de Barcelona, en mayo de 1892:
Soy de los que ven en el pueblo (...) el fiel guardador de las sagradas tradiciones, de la lengua jugosa y pintoresca, del colorido indígena y sello genial de la raza, del sabor puro de la tierra madre; soy de los que, sin respeto a las leyes forzosas del continuo bullir de las ideas, causa del incesante andar de los sucesos, padecen en lo más sensible del corazón, a cada cosa que cambia de nombre en su comarca; a cada lugar de ella que varía de forma o de destino; a cada palabra de su lenguaje popular, a cada prenda de su vestido clásico, a cada nota de sus baladas castizas que se pule, transforma y al fin se diluye y pierde en el mar insulso y descolorido del hablar, del vestir y del cantar de todas partes, soy, en suma, de los que pretenden que, ya que no sea posible ni lícito siquiera en el sentir de muchos, oponerse al torrente nivelador que avanza para arrollarnos, presten las Letras y el Arte seguro refugio a esas cosas tan dignas de ser salvadas, para que jamás perezcan (...)
Entiendo, pues, por región en el caso presente, no el pedazo de tierra que señala para sus especiales usos la arbitraria mano de la geodesia oficial, sino la comarca que deslindan y acotan las inmutables y sabias leyes de la Naturaleza; y por mejorar y enriquecer esta comarca, no sólo el fomento y la prosperidad de la materia tributable para el erario público, sino también, y no secundariamente, el cultivo y el engrandecimiento de lo que, en la naturaleza misma de la región, es patrimonio perdurable de la inteligencia y del corazón del poeta y del artista.36
34 “Toda la novelística de Pereda depende de este tema y cabría hacer un estudio interpretativo de ella a la luz de éste’’ (Clarke, A. H., Pereda, paisajista, Santander, 1969, p. 98); algo en ese sentido he intentado -limitándome a Pedro Sánchez y a Peñas arriba- en “Lección y sentido de Pedro Sánchez” (cit. en nota 16) y en “«Érase un muchacho (de la corte) que emprendió un viaje (a la aldea)...»: Pereda, Peñas arriba” (cit. en nota 26).
35 Suárez Cortina (art. cit. en nota 31) ha estudiado esta dimensión de la literatura perediana, enmarcándola en un movimiento más amplio, el de la “invención de la tradición cántabra”, cuya iniciativa atribuye, entre otros, a Marcelino Menéndez Pelayo, Amos de Escalante y nuestro autor (cfr. Suárez Cortina, M.: Casonas, hidalgos y linajes. La invención déla tradición cántabra, Santander, 1994, pp. 19-51).
36 El texto íntegro del discurso de Pereda, tanto en su versión catalana (que íue la que se leyó en aquel acto, el 8 de mayo de 1892) como en la castellana, se reprodujo en diversos periódicos barceloneses y santanderinos de aquellos días, pero no ha sido recogido en ninguna edición de la obra perediana; lo reproduce Madariaga, B.: Crónica del regionalismo en Cantabria, Santander, 1986, pp. 53-56, por donde cito. Sobre ese importante episodio de la biografía perediana, vid. el relato del mismo Madariaga,/osé María de Pereda. Biografía de un novelista, Santander 1991, pp. 355-360 y el notable análisis de Bonet, L.: “Pereda, entre el regionalismo y la lucha de clases: crónica de un viaje a Cataluña”, en Literatura, regionalismo y lucha de clases (Galdós, Pereda, Narcís Ollery Ramón D. Perés), Barcelona, 1983, pp. 117-220; cfr. también Miralles, E. en su edición de Peñas arriba, Barcelona, 1988, pp. xxiv-xxxv.
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Cinco años más tarde, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, sobre la novela regional, reiteraba y desarrollaba aquellos mismos conceptos:
El regionalismo que yo profeso y ensalzo (...) se nutre de amor al terruño natal, a sus leyes, usos y buenas costumbres; a sus aires, a su luz, a sus panoramas y horizontes; a sus fiestas y regocijos tradicionales, a sus consejas y baladas, al aroma de sus campos, a los frutos de sus mieses, a las brisas de sus estíos, a las fogatas de sus inviernos, a la mar de sus costas, a los montes de sus fronteras; y como compendio y suma de todo ello, al hogar en que se ha nacido y se espera morir; al grupo de la familia cobijada en su recinto, o a las sombras venerandas de los que ya no existen de ella, pero que resucitan en el corazón y en la memoria de los vivos, en cada rezo de los que se pide por los muertos, entre las tinieblas y el augusto silencio de la noche, la voz, que jamás se olvida, de la campana de la Iglesia vigilante (...) El regionalismo de que voy hablando no tiene nada que ver con la Geografía política, ni con la Historia, ni con la ley fundamental del Estado, ni mucho menos con el Catastro nacional y demarcación de fronteras (...) puede extenderse su jurisdicción hasta la ciudad misma, o a la parte de ella en que, por milagro de Dios, respire todavía, como salamandra en el fuego, algo de la masa pintoresca del pueblo original y castizo (...) donde algo de esto quede, allí hay regionalismo de ese que yo profeso y ensalzo”37.
En tales presupuestos se sustenta la clase de novela que Pereda allí reivindicaba como específicamente suya, y que definía en estos términos:
... aquella cuyo asunto se desenvuelve en una comarca o lugar que tiene vida, caracteres y color propios y distintivos, los cuales entran en la obra como parte principalísima de ella; con lo que queda dicho implícitamente que no cae dentro de aquella denominación la novela urbana de donde quiera que fuere la ciudad, siempre que sea de las que se visten a la moderna y se rigen por la ley de todas las sociedades llamadas cultas por ir absorbidas, y muy a su gusto, en el torrente circulatorio de las modas reinantes. La novela a que yo me refiero aquí, tiene más puntos de contacto con la naturaleza que con la sociedad; con lo perdurable, que con lo efímero y pasajero; con la eternidad del arte, que con el humano artificio de las circunstancias-, y casi me atrevo a asegurar que en pocas naciones del mundo tiene esta importante rama de la literatura tan bien cimentada su razón de existencia, como en España, cuya unidad moral es, por la firmeza de su cohesión, tan de notarse, como la falta de ella en sus precedentes históricos y etnográficos, y en sus costumbres, climas y temperamentos38.
Resulta evidente que Pereda no se limitaba a definir o caracterizar una modalidad novelística, sino que, desde sus presupuestos ideológicos y estéticos, esa era la que defendía y propugnaba, tanto por razones patrióticas como estético-morales:
37 En Menéndez Pelayo, M., Pereda, J..M., Pérez Galdós, B.: Discursos leídos ante la Real Academia Espado- la en las recepciones públicas el 7y 21 de febrero de 1897, Madrid, 1897, pp. 110-111 y 119.
38 Op. cit., pp. 108-109.
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O no hay novela propiamente española, o lo es ésta, hecha precisamente con los elementos indígenas desdeñados o desconocidos por la otra; lo es, repito, esta novela, la novela de la provincia, la novela del campo o de la costa; la del pueblo, en fin, alto o bajo, urbano o rústico, pero pueblo siempre, libre aún del contagio de esa invasión extraña, que todo lo desnaturaliza y lo confunde y amontona (...) hay en aquella [la alta novela] mayor lujo de composición y de estudio del modelo; la otra [la novela regional] es, en cambio, más espontánea y briosa. La primera es la novela de las ideas; la segunda es preferentemente la de los hechos, más real, menos retórica. Aquella estudia las cosas en el estado en que las pone el movimiento incesante de las novedades que pasan; ésta prefiere lo inamovible y duradero; la una pule y cincela, investiga y ahonda en los organismos sociales influidos por el llamado medio ambiente; la otra esculpe las figuras de sus cuadros en la roca misma de los montes, al aire libre y a la luz del sol. La primera busca para fondo de sus creaciones el aliño artificioso de la ciudad, hechura de los hombres; la segunda, la naturaleza, obra de Dios e inmutable y de todos los tiempos. Aquella se cuida y se paga más del dibujo, de las filigranas; esta, del colorido39.
Todo lo anterior nos ha servido para mostrar a través de la literatura pere- diana la relación existente entre costumbrismo y regionalismo, o más exactamente, entre el género de costumbres, la novela costumbrista y la novela regional; y ello podría advertirse también en otros escritores coetáneos (de su región y de otras) que, siguiendo su ejemplo -cuando no imitándole de manera descarada- cultivaron la novela costumbrista regional; cultivo que, en general, está muy directamente vinculado a los regionalismos y nacionalismos entonces emergentes (aunque conviene tener en cuenta la matización de Romero Tobar: “la exaltación de las regiones tiene [en estos novelistas] una finalidad costumbrista y poética bastante alejada de los términos reales con que se planteaba entonces el problema de las nacionalidades peninsulares”40). En los autores que, como Pereda, retrocedían asustados ante cualquier insinuación separatista41 42, la actitud regionalista no era sino una forma de antimadrileñismo patriótico; y, en la medida en que la Corte era foco de corrupción modernista, una defensa de las concepciones tradicionales guardadas en el relicario regional y provinciano.
Por esta vía la novela regionalista de algunos autores de fines del XIX o principios del XX se confunde con otra modalidad narrativa, la novela regene- racionistai2: algunas de estas, las que proponen como modelo regenerador de una sociedad urbana en crisis la forma de vida tradicional tal como pervive en
39 Op. cit., pp. 127y 130-131.40 Romero Tobar, L.; “La novela regeneracionista en la última década del siglo”, en M. Etreros, M. I. Mon-
tesinos y L. Romero: Estudios sobre la novela española del siglo XIX, Madrid, 1977, p. 143.41 Lo ha explicado Bonet, op. cit. en nota 36, pp. 160-166, a partir del discurso en los Juegos Florales de Bar
celona en 1892 y de algunos testimonios epistolares.42. Estudiada por Romero Tobar en su artículo citado en nota 40.
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el mundo rural o provinciano43, parecen obedecer a presupuestos muy similares a los que Pereda propugnaba en Peñas arriba, un modelo de novela a la vez regional y regeneracionista44.
Pero esa sería ya otra historia, cuyo examen debe quedar para otra ocasión.
43 De nuevo es aquí pertinente la matización de Romero Tobar, art. cit., p. 181: “la virtualidad de los temas regeneracionistas está muy atemperada [en algunas novelas] por la hechura desmedrada de la novela misma; el sesgo costumbrista o regionalista [cursiva mía, G.H.] vacía de fuerza probatoria el hipotético alegato”.
Lo he explicado en González Herrán, J. M.: “Pereda y el fin de siglo (Entre modernismo y noventa y ocho”, en González Herrán-Madariaga (eds.), pp. 225-321; cfr. también Pageaux, D.: “Sur quelques «retours à la nature» dans la littérature espagnole fin du siécle”, enRomantisme, 30 (1980), pp. 49-60; y Clarke, A. H.: “El regreso a la tierra natal: Peñas arriba dentro de una tradición europea”, en Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pela- yo, LX(1984),pp. 213-269.