Enrique de Santiago Guervós - Nietzsche y la Danza
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Nietzsche y la expresión vital de la danza. Otra forma de lenguaje. Por Luis Enrique de Santiago GuervósFacultad de Filosofía. Universidad de Málaga
Facultad de Filosofía. Departamento de Filosofía
Campus de Teatinos
MÁLAGA - España
. “Desde sus primeros escritos Nietzsche se sirvió de la manifestación
artística de la danza como un recurso estético para describir, en un primer
momento, el espíritu dionisíaco, y posteriormente las connotaciones del espíritu
de la ligereza que se perfilaban de una manera paradigmática en la música del
sur. En realidad, esa insistencia en utilizar el simbolismo de la danza en sus
escritos, es otra manera de glorificar y reivindicar el valor del cuerpo. Además,
resultaría difícil entender las figuras de Dionisios, el coro, el sátiro, el espíritu
libre o Zarathustra sin hacer referencia a su modo de expresión más peculiar: la
danza. También podemos observar cómo en su última época Nietzsche ya no
busca un arte que no sea expresión de la vida, ni palabras que no canten, ni
música que no sirva para bailar, pues sólo el espíritu bailarín y ligero puede abrir
el camino que conduce al superhombre. Por eso, sólo “un arte bailarín”, con su
levedad y ligereza, puede elevar al hombre hacia lo más alto. Y Nietzsche cree
que ese arte, del que lo espera todo, es necesario, fundamentalmente, para
poder disfrutar de la “libertad sobre las cosas”, puesto que el arte que se
propone como alternativa es un “arte ligero”, ascendente, que se ha liberado de
las determinaciones asfixiantes del espíritu de la pesadez, que impide al hombre
ser libre. Frente a la moral y sus rígidos preceptos, no sólo hay que estar por
encima de ellos, sino danzar, ‘jugar y valorar’ por encima de la propia moral.
No sería muy arriesgado afirmar que Nietzsche parece que utiliza la
danza como criterio estético para evaluar las formas culturales y artísticas
auténticas. Wagner, por ejemplo, es un músico que no sabe danzar, solo sabe
“nadar”; los alemanes, los moralistas tampoco danzan, porque han sido picados
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por la tarántula, han quedado paralizados al inocularles el veneno de la
igualdad, de la venganza. Todos ellos están poseídos por el “espíritu de la
pesadez” que les arrastra hasta lo profundo y les impide elevarse y trascender
por encima de sí mismo, porque están sometidos al imperativo del “tu debes” y
al abismo vertiginoso del nihilismo. - Mi Alfa y mi Omega es que todo lo que es
pesado y grave llegue a ser ligero; todo lo que es cuerpo, bailarín; todo lo que
es espíritu, pájaro -. Lo grave y lo pesado ha de ser superado por la ligereza de
la danza, por eso a la hora de establecer criterios de valor Nietzsche señala que
- nuestra primera cuestión sobre el valor de un libro, de un ser humano o de una
composición musical es: ¿pueden ellos andar? Incluso más ¿pueden ellos
bailar? –
. Y es que para Nietzsche el bailarín es el que sabe escuchar a su
cuerpo, el que sabe ser a la vez de la tierra y del cielo, el que conoce la
embriaguez y el éxtasis, el que sabe convertirse en un intempestivo, el que
transfigura su fuerza y poder en gracia. O si no, ¿quién es aquel que expresa
mejor la alegría y la ‘gran salud’, quién es el que mejor sabe reír y el que festeja
mejor la vida, sino el bailarín? Lejos de ser un arte poco riguroso y evanescente,
la danza necesita de las leyes más elementales de la física, de la fisiología y de
la anatomía del cuerpo humano. Como disciplina es de lo más exigente y
rigurosa, puesto que se danza siempre ‘encadenado’, pero al mismo tiempo
representa de un modo más excelente que otras artes el libre juego de sus
elementos, acompasado con esfuerzos de los que no es posible evadirse. Esa
serie de movimientos y gestos, cada uno de los cuales no puede ser aislado,
forman juntos una expresión continua, mucho mayor que la suma de sus partes.
En la danza los símbolos no solamente se representan, como sucede en el arte
plástico, espacialmente, armónicamente, sino que lo espacial y lo temporal
(ritmo) se integran.
Ahora bien, se pueden distinguir en Nietzsche una serie de niveles en
torno a los cuales articula el sentido estético de la danza y su valor
transformativo. En un primer nivel, y siguiendo las pautas de su primera
estética, la danza forma, junto con la música y el poema, la tríada fundamental
de expresión de la estética dionisiaca; en el fondo es el cuerpo el que se eleva
con la danza a un lugar privilegiado. Un segundo nivel, tiene un perfil más
alegórico y metafórico, al poner la danza en relación con el pensamiento y el
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lenguaje. Y por último podemos señalar un tercer nivel en el que la danza
constituye el modo de expresión por excelencia de Zaratustra y esa forma
artística remite a su doctrina fundamental
1. Música y danza: expresión estética de la alegría dionisíaca:
En el marco de la estética de la música Nietzsche trató de establecer en
todo momento un equilibrio entre el canto, el poema y la danza: la santa
trinidad, el ‘simbolismo total’, algo que encontraba su ejemplaridad en la
tragedia griega. En primer lugar la música, y luego las palabras, y expresándolo
todo en la danza, en la danza de la vida, el gran sí: - Cantando y bailando
manifiéstase el ser humano como miembro de una comunidad superior: ha
desaprendido a andar y hablar y está en camino de echar a volar por los aires
bailando. Por sus gestos habla la transformación mágica (...) él se siente dios, él
mismo camina ahora tan estático y erguido como en sueños veía caminar a los
dioses. El ser humano no es ya un artista, se ha convertido en una obra de arte
-. Así habían comprendido los griegos la transformación que imprimía el espíritu
dionisíaco bajo las tres artes indisociables: la danza, la música y la poesía.
Tanto en el poeta como en el bailarín, o en el comediante, la expresión artística
conduce a menudo a una ‘alienación de su propia persona’. Liberado de las
tensiones de lo real, el artista recrea la ‘bella imagen del hombre’, como otras
veces los griegos recreaban las imágenes de los dioses. El bailarín, por la
fuerza de sus gestos y sus movimientos, hace presente el mundo que está más
allá de los fenómenos. La bella apariencia de sus gestos desvela lo profundo. Y
en lo profundo el dios Dionisios se mueve como un dios danzarín, un artista que
manifiesta su fuerza y poder creativo, que es el de transgredir, transcender y
transformar. Este dios de pies ligeros, de ojos risueños y bailarín, expresa su
mensaje por la danza, pues no hay otro lenguaje que pueda expresar mejor la
conciencia dionisíaca. La danza es su lenguaje y en ella se unen el tono, la
música, el ritmo y la armonía. Y como dios de las transformaciones, cuya
suprema metamorfosis es la muerte y la resurrección, fundamenta la estética
dionisíaca. Nietzsche quiere ejemplificar de esta forma la transvaloración de los
valores y la superación del hombre, que se trasciende a sí mismo mediante los
impulsos vitales que lo elevan hacia alturas imprevisibles
Es un hecho, que el hombre a lo largo de su historia ha danzado
siempre para celebrar sus cambios y transformaciones. La danza estuvo
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asociada primero a ritos sagrados; era un medio de comunicación entre el
hombre y sus dioses, una forma de veneración destinada a invocar la
manifestación de poderes sobrenaturales, pero también estuvo vinculada con
los ritos de fertilidad en los que se exaltaba la exuberancia de la vida. Una vez
desacralizada, se convirtió en medio de expresión del espíritu del pueblo.
Todavía los grandes acontecimientos de la vida diaria se celebran con el baile,
como manifestación de la alegría y de la vida. Nietzsche fijó su mirada en la
cultura griega y, sobre todo, en el origen de su obra de arte por antonomasia: la
tragedia. En ella querían ver expresada la fuerza de la naturaleza, y la ven bajo
la transformación del sátiro. El entusiasta dionisíaco se transforma en sátiro, y
es como sátiro como ve a su dios, es decir, en su transformación se ve en una
visión fuera de si. Para ello, el sátiro martillea la tierra con los pies, y así alcanza
el cielo, es decir, celebrando su pertenencia a la naturaleza alcanza la esencia
de la vida. Este era para Nietzsche el hombre dionisíaco, que transportado a
otro mundo por su danza se transforma y transciende por encima de sí mismo.
Pero estar fuera de sí no significa dejar este mundo, o perder el sentido de la
tierra, sino al contrario, unirse a él en su esencia. El bailarín metamorfoseado
adquiere todos los poderes. Al perder su identidad se une a la naturaleza, al
Uno primordial y entra en otro mundo donde las contradicciones de la existencia
se resuelven. Ahora sólo celebra la vida, danza en honor a Dionisios y es el
mediador de un dios. Ha transformado la pesadez en ligereza, la embriaguez en
éxtasis, se ha convertido en la misma imagen de Dionisios. Recordemos aquel
pasaje tétrico de La visión y el enigma, cuando el pastor mordió y escupió la
cabeza de la serpiente que se había deslizado en su garganta, y pudo por fin
‘reír’ y hablar; se puso de pie de un salto y ‘comenzó a danzar’ como la máxima
expresión de la afirmación de la vida.
Los griegos sabían que la música debe hablar al cuerpo, que le
responde danzando, dando alas a los pensamientos y al espíritu, como da alas
al bailarín y lo entrena en sus movimientos. Es a la vez, por lo tanto, estimulante
y liberación, hace al filósofo fecundo, como convierte al bailarín en inspirado.
Nacida del pathos, debe abrazar las pasiones, viva o lenta. En una palabra, la
música, como la danza, debe ser la expresión de la vida, de la fidelidad a la
tierra tan querida de Zarathustra, porque es el ‘retorno a la naturaleza, a la
santidad, a la alegría, a lo juvenil, a la verdadera virtud’. Así pues, la danza
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utiliza todo el cuerpo como vehículo de expresión y devuelve al concepto de
música su dimensión corporal, su ámbito más originario. Esa especie lenguaje
metasemántico comprende toda la ‘simbología del cuerpo’, la ‘mímica total de la
danza que mueve rítmicamente todos los miembros, hace que todas las fuerzas
simbólicas se desencadenen’. ‘Ahora la esencia de la naturaleza debe
expresarse simbólicamente; es necesario un nuevo mundo de símbolos, por lo
pronto el simbolismo corporal entero, no sólo el simbolismo de la boca, del
rostro, de la palabra, sino el gesto pleno del baile, que mueve rítmicamente
todos los miembros’. Por eso, el griego no ve en la danza un simple gesto, sino
la forma más expresiva de decir ‘sí’ a la vida ¿Acaso se puede comprender
mejor la vida, sino danzando?
Esta vinculación de la danza y el baile con la vida está muy presente
desde el principio en Nietzsche, ya que no son más que otra forma de decir la
vida. Mediante la danza es la vida la que penetra en el cuerpo, provocando un
estado de exaltación en el que el sujeto ya no es más artista, sino ‘una obra de
arte’; por eso la mejor manera de comprender y experimentar la vida es
danzando, escuchando los modos de decir del cuerpo. En la tragedia ática, - el
coro ditirámbico (dice Nietzsche) es un coro de transformados, en lo que han
quedado olvidados del todo su pasado civil, su posición social (...) Lo que está
ante nosotros es una comunidad de actores inconscientes, que se ven unos a
otros como transformados- . Así pues, danzar y bailar lleva consigo un
transfigurarse, entrar en otro cuerpo sin cambiar de piel, es descubrir en sí otro
yo, un yo que no obedece ya a la razón sino a la vida solamente, un yo que se
confunde con los árboles de la montaña o con las estrellas del cielo. Bailar es
devenir movimiento y participar en el baile cósmico de los astros que se mueven
en el universo, y por ello es acción, acto sagrado, por el que el hombre traspasa
lo real. La danza a diferencia de la música, que puede arrebatar al que la
escucha y transportarle a un mundo ideal, arrebata a aquel que la ejecuta, y es
el éxtasis supremo, puesto que en ella participa todo el cuerpo y no solamente
nuestros sentidos. Aquel que no danza, que no siente los ritmos acompasados
de su cuerpo, no se siente vivo. Esto explica por qué para Nietzsche todo arte
debe nacer del amor a la vida, de la alegría, de la ‘sobreabundancia’, no debe
nacer del hambre, ni del deseo de venganza. Todo lo que asciende hacia lo alto,
como el bailarín, es para encontrar la alegría. Pero la alegría,
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fundamentalmente, es la alegría de vivir, y bailar es vivir su alegría. La canción
del baile de Zarathustra es, por eso mismo, un nuevo himno a la vida, un canto
contra el espíritu de la pesadez que es el ‘señor del mundo’. Como una
serpiente, la vida corre entre los dedos y es precisa la agilidad de un bailarín
para seguirla sobre sus caminos tortuosos. El pie aprende antes que el espíritu.
Así pues, la danza repite la óptica dionisíaca de la vida, que destruye sus
creaciones en el juego incesante de las metamorfosis. Dionisios es el dios que
sube y baja, el dios errante. - Ahora soy ligero, (dice Zarathustra) ahora vuelo,
ahora me veo a mí mismo por debajo de mí, ahora un dios baila por medio de
mí- , pues en lo – dionisíaco - se expresa -una superación de la persona, de lo
cotidiano, de la sociedad, de la realidad, como un abismo del olvido, algo que se
infla dolorosamente, pasionalmente (...), un sí extasiado (...), una gran simpatía
panteísta en la alegría y en el dolor -.
2. Cómo aprender a trascenderse danzando:
Se ha llegado a considerar el Así habló Zarahtustra como ‘una
revolución en el arte de la comunicación humana’. Y entre esos elementos
nuevos de comunicación que introduce, la danza ocupa un lugar preferente.
Podemos decir que el tema de la danza alcanza su punto más álgido, cuando
Nietzsche trata de revelarnos el mensaje de Zaratustra. Éste, ante todo, enseña
la glorificación del cuerpo y de la apariencia, como síntoma de la preeminencia
de una filosofía del arte sobre el pensador metafísico. Su lema es que todo
cuerpo sea danzarín y que todo espíritu se convierta en .pájaro.. El cuerpo
tiene su lenguaje, nos habla, y en cuanto tal, el hombre debe estar .atento’ a lo
que le dice e insinúa. ¿Pero qué es lo que habla el cuerpo? Lo que habla el
cuerpo es el ‘sentido de la tierra’. El bailarín no tiene el oído en las orejas. Sus
músculos oyen el sentir del mundo mediante melodías que hacen contraer y
distender sus articulaciones mediante gestos. Todo su cuerpo está atento al
desplegarse del melos para articularlo en ritmos que hablan otro lenguaje. - Mis
talones se irguieron, (dice Zarathustra) - los dedos de mis pies escuchaban
para comprenderte. Lleva, en efecto, quien baila sus oídos ¡en los dedos de sus
pies! -.
Mediante la danza la gran razón que es el cuerpo ‘hace’ el yo, no es por lo tanto
el yo el que constituye la realidad. Detrás del pensamiento, de las palabras y de
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los sentimientos está la sabiduría del cuerpo, el ‘sí-mismo’ (Selbst), que es la
fuerza incesante que obedece a una razón oculta. Pero lo que realmente quiere
el cuerpo es ‘crear por encima de sí’“ y lo hace danzando, y el que no es capaz
de esto se enoja y se rebela contra la vida y el sentido de la tierra. El arte de la
danza nos enseña también a suspender la ‘pequeña razón’ del ego en orden a
seguir los movimientos del cuerpo, la ‘gran razón’ del yo que conduce,
finalmente, a una relación intuitiva y mística con el mundo de la voluntad de
poder. En otras palabras, moverse al ritmo de danza conduce a la más alta
posibilidad de moverse en armonía con la voluntad de poder, que se comprende
como la energía rítmica que subyace a todo movimiento y el eterno retorno es
también figurado en la imagen de la danza. Zarathustra lo expresa claramente: -
sólo en el baile sé yo decir el símbolo de las cosas supremas- , - sin la danza -
añade -, no hay para mí ni alivio ni felicidad-.
Una de las connotaciones más sugerentes que encuentra Nietzsche en la
simbología de la danza es la posibilidad del hombre de trascenderse o de
superarse. La profundidad de Zarathustra está en ‘arrojarse’ a las alturas del
cielo, porque el bailarín quiere estar ‘sobre cada cosa como su cielo propio,
como su techo redondo, su campana azul’, quiere estar allí donde bailan los
‘azares divinos’, en el ‘cielo Azar’, allí donde ya no hay ninguna servidumbre a la
finalidad. Él enseña a ver la sabiduría que hay en las cosas, esa pequeña
sabiduría y seguridad que no es otra que la de ‘bailar sobre los pies del azar’,
subir por encima de las propias cabezas y por encima del corazón, porque es
necesario apartar la mirada de sí a fin de ver otras cosas. Él mismo, en un acto
de osadía supremo, quiso ver ‘el fondo y el trasfondo de todas las cosas’, y por
ello tuvo que subir por encima de sí mismo: ‘¡arriba, cada vez más alto, hasta
que incluso tus estrellas las veas por debajo de ti!’. Y es que en lo alto, donde
nada es ya pesado, donde los pensamientos son puros, allí todo devenir no es
más que danza. Ese trascenderse o superarse a sí mismo que Nietzsche
explica por esa metáfora de la danza tampoco olvida la realidad de lo profundo.
Contemplar el horror de lo profundo, la dureza de la existencia, para luego
tender sobre ella la ilusión que crea el arte, es como ‘bailar encadenado’, es
decir “hacerse pesado y luego extender por encima la ilusión de la ligereza, esa
es la obra de arte que nos quieren mostrar’.
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La danza para Zarathustra, como expresión artística, simboliza también la
mediación entre dos esferas que se contraponen. Después de haber dejado el
país de los sabios, afirmaba: ‘no es más que danzando como yo se leer los
símbolos de las cosas más altas’, pues la danza actúa como mediación entre lo
visible y lo invisible, es la que reconcilia las fuerzas animales y las fuerzas
espirituales. Lo propio de la danza es el equilibrio entre la tierra y el cielo, lo
profundo y la altura, siempre amenazado y siempre reconquistado, y también lo
propio de la vida. ‘Caminar sobre toda cuerda, bailar sobre toda posibilidad:
tener su genio en los pies’. Así pues, la danza reconcilia el cielo y la tierra,
reconcilia todos los mundos: el bailarín, ligero como el viento, es libre, está más
allá del bien y del mal, más allá de la verdad y la mentira, revolotea por encima
de todas las cosas.
Esa imagen del bailarín que se eleva sobre la tierra, también reconcilia al
filosofo y al poeta, al sabio y al artista, simbolizando simplemente lo viviente,
pues no hay que olvidar que para Nietzsche el que danza reconoce la realidad
con la ‘punta de su pie’, al mismo tiempo que dialoga con la tierra que le
soporta y con el cielo que le atrae, expresando con su cuerpo y sus
movimientos todo un homenaje a la vida. Y es que ¿acaso podría ser
Zarathustra otra cosa que un danzarín? Y eso es lo que quiere Zarathustra,
enseñar a los ‘hombres superiores”’a trascenderse, a que ‘se sirvan de sus
piernas’ para que puedan danzar, y que así la tierra les sea más ligera. Hasta
que el hombre no sepa danzar y reír, no podrá superarse a sí mismo, ni podrá
religarse con el cosmos, ni podrá volar, ni acontecerá el superhombre. Pero
para volar, antes hay que aprender a bailar. Quien quiera aprender alguna vez a
volar, tiene que aprender a ‘tenerse en pie y a caminar y a correr y a saltar y a
trepar y a bailar por encima de todas las cosas’. Esta es la enseñanza de
Zarahtustra el bailarín, el ligero, el que ama los saltos y las piruetas, para todos
aquellos hombres superiores que tienen todavía ‘pies y corazones pesados’. “
de Santiago Guervós, Luis Enrique. Arte y poder. Aproximación a la estética de
Nietzsche. España, 2004. Editorial Trotta.
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