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Reseñas de Libros GARCIA RECIO, José María, Análisis de una sociedad de frontera. Santa Cruz de la Sierra en los siglos XVI y XVII. Sevilla, Publicaciones de la Excma. Diputación Provin- cial de Sevilla, 1988, 488 pp. En este espléndido libro, el autor describe y analiza la colo- nización del oriente boliviano, entre la mitad del siglo XVI y fines del XVII. El solo prólogo de Paulino Castañeda Delgado bastaría para presentarnos al académico e investigador de “talento nada común”, autor de esta obra, y a su obra, fruto de su tesis doctoral (1987) y prolongación de la de su licenciatura (1984) sobre el obispado de Santa Cruz. Un interesante ensamblado capitular, enmarcado por la introducción que declara los propósitos del trabajo, ...tratar de poner el proceso histórico y las formas de vida de una comunidad humana configurada, para nuestro periodo, como un grupo marginal, tanto desde el punto de vista de la geografía como de la demografía y la economía y, en consecuencia, también desde el punto de vista geopolítico, aunque en este sentido de una forma más matizada, exhibe la compleja realidad histórica: desde el papel de los mitos en las expediciones, conquistas y colonización españo- las (Cap. I), hasta la configuración de una sociedad hispano- mestiza en su demografía, sociedad, vida cotidiana y extraor-

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Reseñas de Libros

GARCIA RECIO, José María, Análisis de una sociedad de frontera. Santa Cruz de la Sierra en los siglos XVI y XVII. Sevilla, Publicaciones de la Excma. Diputación Provin­cial de Sevilla, 1988, 488 pp.

En este espléndido libro, el autor describe y analiza la colo­nización del oriente boliviano, entre la mitad del siglo XVI y fines del XVII.

El solo prólogo de Paulino Castañeda Delgado bastaría para presentarnos al académico e investigador de “talento nada común”, autor de esta obra, y a su obra, fruto de su tesis doctoral (1987) y prolongación de la de su licenciatura (1984) sobre el obispado de Santa Cruz.

Un interesante ensamblado capitular, enmarcado por la introducción que declara los propósitos del trabajo,

...tratar de poner el proceso histórico y las formas de vida de una

comunidad humana configurada, para nuestro periodo, como un

grupo marginal, tanto desde el punto de vista de la geografía como

de la demografía y la economía y, en consecuencia, también desde el

punto de vista geopolítico, aunque en este sentido de una forma más

matizada,

exhibe la compleja realidad histórica: desde el papel de los mitos en las expediciones, conquistas y colonización españo­las (Cap. I), hasta la configuración de una sociedad hispano- mestiza en su demografía, sociedad, vida cotidiana y extraor-

diñaría, conflictos, resistencias y ejercicio del poder (Cap. VII).

En el núcleo del proceso, se aborda el porqué de la situación de frontera, la belicosidad de los grupos indios, los enfrentamientos de hispanos con bandeirantes portugueses en busca de indios y piedras preciosas (Cap. II); luego, los aspectos demográficos indígenas de la gobernación de Santa Cruz (Cap. III), y la economía en cuanto a mano de obra, encomienda y servicio personal, actividades productivas, sis­tema de comunicaciones y comercio (Caps. IV, V y VI).

Difícilmente una reseña podrá ofrecer al lector la imagen justa de la obra de García Recio, donde al volumen de un texto profusamente anotado, se añaden mapas, cuadros, índices onomástico, toponímico y temático, más relaciones de fuen­tes documentales y bibliografía utilizadas, y donde se conju­gan la utilización y el aprovechamiento ejemplar de materia­les escasos, dispersos y confusos. Hacemos votos porque tal obra se difunda entre los científicos sociales latinoamerica­nos, en tanto ofrecemos esta reseña.

Microhistoria de una región marginal

La intención de García Recio no fue hacer una historia total, sino “descubrir los ejes en torno a los cuales se entreteje el entramado de la vida humana en una etapa y en una zona”. Mitos y leyendas que compaginan y adaptan lo recién descu­bierto con las vivencias hechas de antemano, originaron el poblamiento del oriente boliviano a partir de informaciones indias sobre las fabulosas riquezas hacia el norte y noroeste de Asunción, en Paraguay. Son 150 años de esperanzas, esfuerzos, violencias, hazañas y pobrezas de aquellos margi­nados santacruceños.

La fuerza de los mitos impulsó a conquistadores y colonos

a las correrías, expediciones, descubrimientos y riquezas, asemejándolos a otras poblaciones de frontera y del interior. ¿Cuál fue la razón de colonizar un área tan reducida en comparación con las mayores y mejores oportunidades de otros territorios sudamericanos? La pequeña hueste de Ñuflo de Chaves llegó del Paraguay al oriente boliviano, y fundó La Barranca y Santa Cruz de la Sierra, para de ahí buscar las riquezas y los sitios mitológicos de “Las tierras de los indios moxos o paititi”, “El Dorado”, “Caracaraes”, “Noticia rica”, “Candiré” y otros más de los que oyó Caboto en su entrada por el Río de La Plata.

El mito, al margen de su cuestionamiento de verdad o falsedad, racionalidad o irracionalidad, hará que permanez­can los colonos de los ríos Guapay y San Miguel; si bien las creencias míticas en metales y piedras preciosas, buenas tierras, aguas y pasturas, pueblos de numerosos indios aptos para el repartimiento y la encomienda, eran compartidas con espectativas distintas entre colonos, soldados y religiosos: oportunidad de riqueza, vida holgada, status social elevado, cristianización, educación.

El fenómeno de revitalización, aparición, sustitución y diversificación de la representación de los mitos; por ejemplo, el “paititi” era imaginado como río, lago, cerro repleto de riquezas o cacique, hizo a los colonos preparar sucesivas expediciones y mantener la voluntad y los ojos abiertos a todo descubrimiento, sobre todo después del hallazgo del Potosí.

Pero el cerco de los indios chiquitos, itatines, chiriguanos, yuracarés, jores y morotocos, “frontera de más de doscientas naciones de indios bárbaros”, hizo desaparecer o desplazarse a varios núcleos hispanos a sitios más seguros, impuso un tono militar a toda la frontera y reforzó el espíritu aventurero de los audaces santacruceños. De esa Frontera en Armas se ocupa el segundo capítulo, que da cuenta de los motivos del

conflicto secular, la inserción de Santa Cruz en una concep­ción política global, las relaciones con los indios y el nuevo frente que se abrió al oriente ante la penetración de los bandeirantes.

La sujeción de los temidos chiriguanos y demás indígenas aseguró la mano de obra para las minas, molinos de mineral, chacras,1 pastoreo, ingenios y remesas de indios al área andina y zonas de la audiencia de Charcas, y el tránsito hacia La Plata, Potosí y Cochabamba.

La rebelión chiriguana2 de 1564 contra La Barranca y La Nueva Rioja provocó al rey y al virrey a una política de sometimiento, con centro de operaciones en Santa Cruz. El interés económico de los colonos chocó con el de la corona; el enfrentamiento rayó en guerra civil y el gobernador Juan Pérez de Zorita fue expulsado.

La campaña contra los indios, encabezada por el virrey Toledo y Gabriel Paniagua de Loaiza, fracasó; los santacru- ceños depusieron su actitud y fue ejecutado el líder rebelde. Leyes marciales controlaron tanto los viejos asentamientos de frontera como los nuevos de Tarija y Tomina. Aunque el problema de los indios belicosos pasó a segundo término, frente al de los corsarios que amagaban las costas del Pacífico, se trató de reducir por tres frentes la movilidad de los chiri­guanos, mediante el establecimiento de los presidios de San Juan de Rodas, San Juan de la Frontera y Villar. Los años de 1584 y 1585 fueron de intensas matanzas.

Fue trascendente para toda la gobernación de Santa Cruz de la Sierra la fundación de San Lorenzo de la Frontera, en 1590, pues aligeró la presión india y permitió la exploración de los valles de Mizque, Omereque, Chaluani, Chilón, Pul- quina y el de Jesús. También propició la vuelta a la búsqueda mítica de los moxos. Disminuyó el problema chiriguano; su territorio se redujo a la mitad, algunos se rindieron, aceptaron

comerciar con los colonos y ser evangelizados, primero por jesuítas, después por franciscanos. Mas no todo se solucionó, tanto que entre 1621 y 1622 hubo que reforzar San Lorenzo con la población de Santa Cruz. Así se concentraron en la cordillera occidental los pueblos y presidios y se favoreció la incursión por el oriente de nuevos bandeirantes paulistas, con un saldo de once pueblos aniquilados, la destrucción de Villaríca y Ciudad Real y el repliegue español hacia el sur. El vacío de ocupación española al este de los Andes y norte del Paraguay3 impuso nuevas tareas militares y el aplazamiento en la búsqueda de las riquezas fantasiosas.

El territorio, aunque surcado por afluentes del río Ama­zonas que posibilitaban la comunicación con el Atlántico, escaseaba tanto en recursos de armamento, subsistencia y caballada que inmovilizaba a los soldados. Serían los jesuítas la clave del control fronterizo sobre el río Paraná, mediante sus “reducciones” entre los indios chiquitos y los moxos, que hicieron de guarda y retén de la frontera y de aliciente en la producción; si bien es cierto que el descubrimiento de minas en el vecino Mato Grosso acentuaría la vulnerabilidad de la gobernación y misión militar de los santacruceños.

Los indios vivos y los indios muertos: problemas para los colonos

La condición cultural de chiriguanos y yucarés correspondía a la de “agricultores de las aldeas de los bosques tropicales”: cultivadores de maíz, yuca, camote, sandía, algodón, tabaco, frijoles chiricaguanos y bananas yuracarés, y de cazadores, pescadores y recolectores de frutos, resinas y fibras. Comunes y dispersas eran las aldeas de una o varias familias, con jefaturas locales hereditarias y shamanes. La sociedad chiri-

guana estaba jerarquizada, estratificada para funciones de guerra, sometimiento y saqueo.

La mayor riqueza era la mano de obra india; pero el sarampión, viruela, rubiola, tifus y gripe, epidemias que se sucedieron cada 8,18, 30 y 39 años; los efectos de la conquis­ta, cargas laborales, guerras, hambrunas y la “tristeza de los nativos” privados de libertad, junto con la captura de indios de parte de tratantes portugueses y españoles, hicieron dismi­nuir drásticamente la población. En unos 15 ó 20 años los encomendados descendieron de 30 ó 40 mil que eran, a algo más de 15 mil.

La alternancia de treguas y ataques y el ritmo que impo­nían los colonos a sus necesidades de paz y violencia, gene­raron entre los hispanos la imagen de unos indios naturalmen­te “traidores y mentirosos”, y entre los aborígenes, la de unos blancos codiciosos, libres y autoritarios.

Chiriguanos y yuracarés pretendían que los intrusos aban­donaran su territorio, combatiéndolos o privándolos de la mano de obra. En momentos de tregua se procedía al inter­cambio de maíz, productos de caza y recolección, miel, pescado, indios prisioneros de guerra; contra ropa, quesos, conservas, caballos, plata, armas, parque, herramientas, todo ello dentro de un largo proceso de transculturación.

Las alianzas entre grupos indios ponían en aprietos a los españoles al aislarlos de las rutas de abastecimiento y comer­cio con el exterior. De ahí la política de fundaciones y fusiones de asentamientos hispanos y de reforzamiento de una “cultura de estado de guerra”, con los continuos empadronamientos de los varones capaces de “tomar el arma”, simulacros, entre­namientos, organización, jerarquización, sistemas de espio­naje y alarma, construcciones defensivas y amurallamiento.

El mismo estado de guerra afinó entre los santacruceños una visión del mundo de aprovechamiento y defensa; pero

también el aislamiento, el riesgo y la autodefensión, una actitud de autonomía e independencia proverbial en todos los finisterres americanos. El trabajo de García Recio ofrece el ejemplo del análisis de una sociedad militar con conocimien­tos originales adaptados a lo que aprendían del enemigo, fenómeno contracambiado por la parte india.

Dentro de estas relaciones de sometimiento se originaron las instituciones de la mita, la encomienda y el yanaconazgo,4 y las destinadas a someter y comerciar con los indios y obtener “piezas de servicio” por medio de correrías y “malocas”, equivalentes a las de caga a o indio de los portugueses. Capitulaciones, mercedes, titulaciones y otras formalidades eran las menos en una tierra de sufridos soldados, atribulados productores, pobrería, vagos, desterrados y deudores de la justicia que, militarmente, guardaban la frontera.

Las bases de sustento de una sociedad de colonos donde niños, mujeres y ancianos cuentan como carga, quedan bien enfocadas por la descripción y análisis de la mano de obra en la encomienda y el régimen de trabajo ulterior. El autor informa sobre las condiciones geográficas y biogeográficas, las actividades primarias, artesanales e industriales, el sistema de comunicaciones y transporte y la actividad comercial, justipreciando los factores materiales que aclaran la razón de existir y subsistir de esa sociedad de frontera.

En breve; estos tres capítulos pretenden, primero, dar cuenta del sustento básico (alimentario, laboral, legal y hasta ilegal) de una colonización que no podía atender de lleno a actividades que requerían de recursos y de un ambiente de paz; segundo, ligar en términos sociológicos, culturológicos y psicológicos el tema de la conducción mitológica de la colonización y de la preservación de los planes originales de los colonos con la contingencia de las relaciones de éstos hacia los indios y el exterior (corona española, virrey, corsa­

rios, bandeirantes, abastecimiento); finalmente, preparar el puente entre los capítulos I y II y el VII, todos ellos de amplio contenido social y cultural y apropiados para “descubrir los ejes en torno a los cuales se entreteje el entramado de una vida humana en una etapa y en una zona”.

Todo poblador, indio, negro, mestizo, español y de las castas, con necesidad de vender su fuerza de trabajo, integró la mano de obra de las diversas empresas y actividades; pero mientras el africano costaba demasiado, el mestizo aspiraba a elevarse, el español era muy selectivo de sus ocupaciones y el de las castas prefería vagabundear y vivir de la caridad o del crimen, el indio tuvo el mayor peso en la producción.

La corona se reservó la facultad de conceder encomien­das, pero otorgó a provincias, gubernaturas y alcaldías el privilegio de asignarlas. La primera parte del capítulo III apunta cómo el aislamiento, la necesidad de enraizar a los colonos en la gobernación, los enlaces matrimoniales, el fomento de la exportación de azúcar y ganado condujeron a irregularidades, transacciones y corrupción en su manejo. Asimismo, las disposiciones sobre esclavos, indios de enco­mienda, de servicio y tributarios también campearon según las peculiares condiciones de lejanía, baja demográfica y apremios militares que privaban en la provincia de Santa Cruz; por ejemplo, dejar a los indios en sus tierras o trasla­darlos a donde el encomendero, dependía de la empresa de éste o del grado de sujeción de aquellos, al tiempo que las maloqueadoras, la injerencia jesuíta, la dilación e imprecisión de las tasaciones, las dificultades del pago en especie o moneda, la pobreza de la tierra y la escasez de indios para los múltiples empleos de la fuerza de trabajo, también determi­naron las costumbres santacruceñas. Los encomenderos olvi­daban sus obligaciones, no había con qué pagar doctrineros, o formar los fondos para defensa del territorio, costear el

propio equipo militar, cubrir cargas fiscales, alcabalas, mesa­das, media annata y demás; notas de un sociedad pobre, sin recursos siquiera para mantener la ilusión de las míticas riquezas.

Recursos, favores, esfuerzos y adversidades

El territorio del oriente boliviano en su mayor parte es plano; en las partes más bajas se inunda hasta volverse pantano y los altosanos, islas. Se conoce esa porción como “pampas” o “islas”. Los grandes relieves inician con las estribaciones de los Andes: Chilón, Valle Grande, la cordillera de Chiriguanos; más el macizo de Chiquitos, hecho de planicies, sierras pe­queñas y colinas.

El clima tropical sólo muestra variaciones en el extremo norte del Chaco; allá llueve más y durante más tiempo que en el sur, donde hay sequías prolongadas. Una gran proporción de los llanos de moxos y de chiquitos tiene clima de sabana con invierno seco y lluvia en verano. En la cordillera chiri- guana, la zona andina de Valle Grande, el territorio de Chilón y en el sur prevalece un clima de pradera con el mismo régimen pluvial que en los meses de abundante precipitación origina ríos erráticos. La vegetación depende de la lluvia y la humedad ambiente: bosques de galería en los cursos de ríos, bosquecillos, monte cerrado de árboles y arbustos xerófilos al norte, bosques maderables al sur, pastizales en el centro de la chiquitanía, menos praderas y más bosque en los llanos de Grigotá.

Sobre ese medio geográfico se desarrollaron las activida­des de los colonos respaldados por las formalidades habitua­les de adquisición, posesión y tenencia de la tierra; la compo­sición, para comenzar. Si bien el cabildo civil de Santa Cruz, a partir de 1561, pudo asignar baldíos a sus habitantes,

también operó la adquisición de tierra por venta y composi­ción; pero dadas las condiciones descritas, no hubo realmente presión social en el acceso a la tierra.

Los colonos fueron agenciándose la mano de obra de donde podían. La falta inicial de labores obligó a los españo­les a consumir los tributos indios, como maíz, maní, zapallos y algodón. Pronto comenzaron la adaptación y cultivo de semillas y frutos europeos, menos el trigo, que no se dio. Se multiplicaron cultivos de uva, melón, membrillo, granada, frijol, caña y arroz. En las áreas periféricas andinas de Samai- ta, Chilón y Valle Grande la producción fue de trigo, papas, viñedos, legumbres, maíz y caña.

En Santa Cruz a las dificultades de aclimatación se suma­ron las del riego y drenado y las de las heladas. Las reduccio­nes jesuítas obtenían maíz, yuca, plátanos, zapallos, frijoles, papas y algodón, mas todo lo destinaban a su provisionamien- to sin lanzarlo al mercado.5

El ganado remedió necesidades de alimentación, trans­porte y arrastre y permitió el intercambio aun con los indios, tras la reproducción de los hatos bovino, caballar, porcino y caprino, así como de gallinas, patos y palomas. A mediados del siglo XVII los animales cimarrones de los pastizales de Grigotá propiciaron una “ganadería de captura”. La demanda se orientó a la cría de caballos, ovejas y cabras, si bien las heladas, las enfermedades y los felinos acometían las provi­siones de carne, queso, tocino, cecina, cueros y fuerza motriz.

La necesidad de asegurar un nivel mínimo de subsistencia alentó la complementaridad de la caza, pesca y recolección, suministró remedios y curaciones con resinas, yerbas, raíces y frutos y acarreó materiales de construcción y combustible. Integraban un tercer grupo de actividades las de las artesanías y la industria; pero sus productos eran pocos y sencillos. Los tejidos de algodón de los moxos y chiquitos bastaban para

españoles e indios y se exportaban al Potosí. Del garabatá elaboraban hilo; con las hojas de la palma motacú componían cestas y con piel y astillas de algarrobo, zapatos.

La cera era exportada en panes; pero el azúcar fue la producción preferida por los exportadores y comerciantes. La calidad del suelo y el clima favorecieron las plantaciones que acusaron mayores rendimientos en tierras boscosas que en la sabana. La caña maduraba en diez meses; en la sabana resistía tres o cuatro cortes; pero en los desmontes hasta trece.

La “instalación industrial”, a pesar de lo primitivo, tenía su complejidad: “trapiches” para la molienda, “casa de pailas” para la cochura y “casa de purga” para la limpia y cristaliza­ción del dulce. El trapiche tenía un juego de tres rodillos verticales, accionados por fuerza animal que se aplicaba al central; como la presión no era suficiente, se repasaban las cañas. Algunos trapiches disponían de cilindros chapeados de metal, más duros y durables. La cocción rendía un jugo espeso que, una vez reposado, se destinaba a la producción de mieles y azúcar; mas como no se daban muchas cochuras, el producto no era muy puro. En otros ingenios el proceso era más complejo, pues el caldo se iba espesando a través de siete u ocho pailas. En la última, en el tacho, el “azucarero”, como especialista, retiraba la espuma, regulaba el fuego, añadía una lejía para blanquear las mieles que, finalmente, colaba en un lienzo.

El cultivo de la caña implicaba la limpia del campo, el surcado profundo y el plantado vertical de brotes; luego, el desyerbe, el corte y el deshoje. Otros quehaceres se relacio­naban con el aprovisionamiento del combustible para las calderas; en ellos intervenían leñadores, carretoneros, bueyes y carretas. Por otro lado, las mujeres indias elaboraban las hormas, conos de barro para purgar la miel. De ellos, durante quince días, escurría la miel de barreno que, por su baja

calidad, se daba a los trabajadores. Periódicamente se airea­ban los panes y se devolvían a las hormas donde se les cubría con arcilla y agua. Así empezaba a deslitar la “miel buena”. No se sabe si también se producían conservas, dulces, guara­po o aguardiente.

El contingente y variedad de trabajadores eran grandes, aunque en el ingenio no eran muchos los empleados, españo­les y mestizos, que asistían al trapichero y al azucarero. Este recibía el salario más alto, equivalente a la octava parte de la producción de miel buena y azúcar. Otros subalternos recibían la caña, alimentaban el trapiche, retiraban el bagazo, cuidaban el fuego, limpiaban los recipientes y trasvasaban las mieles. Un mayordomo controlaba y distribuía los trabajos y un cañero respondía por el corte y el acarreo.

En el pueblo de Santa Cruz operaba el ingenio con indios de encomienda y los días laborables corrían de lunes a jueves, aunque realmente trabajaban toda la semana, sólo los benefi­ciarios de esa fuerza de trabajo podían aspirar a poseer un ingenio; pero el problema también tenía solución. Quienes contaban con indios, los arrendaban a un propietario a cambio de una parte de la producción; quien no disponía de gente para el acarreo de leña, la compraba. Algunos formaron sociedades para agenciarse pailas, tachos, molinos, bestias, aperos, hie­rro, cobre y demás. Lo que siempre fue difícil de resolver fue la escasez de mano de obra; por ejemplo, hacia 1610 varios ingenios contaban con más de cien indios y veinte años después no hubo “los que tengan cincuenta y los demás a treinta y cuarenta”. La última parte del capítulo V analiza la producción y la rentabilidad, encarando la relación entre el valor de los costos de un ingenio y sus ganancias. Un ingenio valía por el número de sus trapiches y bestias, trabajadores disponibles, tierras utilizables, reservas de leña, pastos, equi­po e inversión de capital.

Unas bases frágiles de colonización

La producción dependía del volumen de la cosecha, capaci­dad de molienda, rendimiento de la caña. Aunque se desco­noce esta última magnitud y es casi imposible la comparación al respecto entre ingenios grandes, más documentados, con pequeños, menos documentados, el autor ingeniosamente aventura sus cálculos sobre la buena rentabilidad del ingenio de Santa Cruz, frente al ingenio brasileño de Sergipe Do Conde, estudiado por Frederic Mauro.6 En 1630 se produje­ron en Santa Cruz más de 2 mil arrobas de azúcar.7

Los cuadros I y II compuestos por el autor con datos del valor de la producción, ingresos, gastos y beneficio, reflejan la productividad del ingenio de Santa Cruz en que la razón de los rendimientos netos estaba en

la minimización de la mayor parte de los gastos tanto de construcción

y mantenimiento (inversión) como del funcionamiento del ingenio y,

esencialmente, en la práctica gratuidad de la mano de obra no

especializada, la abundancia y fertilidad de las tierras cultivadas y de

las que proporcionaban, sin costo alguno, pasto para el ganado y leña

para los fogones y, por último, la falta de competencia en sus

mercados que les permitía vender una azúar no excesivamente refi­

nada a precios semejantes a los que en otros lugares tenía, prob­

ablemente, la de mejor calidad.

Una tercera y última parte de la economía aborda el tema de las comunicaciones y la actividad comercial, al estudiar los orígenes del aislamiento, las comunicaciones y transportes y la actividad comercial, para rematar con unas consideracio­nes finales. La búsqueda de caminos que ligaran la colonia española del Pacífico, el Perú, con el Atlántico y así acelerar la comunicación con España, desde Pizarro había sido una

Cuadro I*

Años Azúcar Miel Miel de Valorbuena purga producción

1624 526 — — 2,1041625 604.5 — — 2,418162 6 ........... 1,060 — — 4,240162 7 ........... 1,793.5 84 100 7,6101628 887 66 70 3,882162 9 944 77 100 4,184163 0 583 167 50 3,050

Totales............. 6,398 394 320 27,488

Las cantidades de azúcar en arrobas, las de miel en botijas, el valor de la producción está expresado en pesos de a ocho reales. El precio de la arroba de azúcar en Santa Cruz era de 4 pesos; el mismo tenía la botija de miel buena; la miel de purga valía 1 peso la botija. Autos relativos a la administración..., cits. a n b , e c - 9 (1632).

Cuadro II

Años Gastos % Ingresos % Beneficios %(pesos) (pesos) (pesos)

1624-1626.. 3,130 29,07 8,762 31.87 5,632 79.93162 7 ...2,551 p 4 r 23.69 7,610 27.68 5,058 p 4 r 198.25162 8 .... 2,551 p 4 r 23,69 3,882 14,12 1,330 p 4 r 52,14162 9 .... 1,444 13.40 4,184 15.22 2/740 189,75163 0 .... 1*092 10,14 3,050 11.09 1,958 179,30

Totales..........10,769 100,00 27,488 100,00 16,719 155,25

preocupación que suscitó una serie de medidas, razonamien­tos y planteamientos para resolver el problema de aquel virreinato y, en particular de la provincia de Charcas.

Antes de los españoles existía “una infraestructura de comunicaciones en la que la ruta de Tucumán se hallaba primada por una magnífica calzada, acompañada por los complementos imprescindibles de agua y pastos para permitir

el tránsito por ella”. El mismo aislamiento de la provincia de Santa Cruz y el Paraguay y la seguridad del camino entre el río de La Plata y Charcas, impusieron la preferencia de la ruta por Tucumán hacia el Perú. Su elección acentuó el aislamien­to de Santa Cruz y el Paraguay.

No obstante, las distancias eran imponentes. Unas 50 leguas separaban a Santa Cruz de la Sierra y San Lorenzo de la Frontera de ciudades como Guapay, u 80 de la reducción jesuita de Loreto, y hay que pensar que los recorridos por jornada, según los viandantes, eran de 3 ó 6 leguas. La opción de utilizar los ríos, como más rápidos, quedaba a merced de sus volúmenes surtidos por la lluvia. La muía, segura en los caminos accidentados, era reemplazada por el caballo en el plano; aunque la carreta transportaba cargas pesadas, no podía circular en todas las rutas. Las recuas, formadas por varios hatos de ocho muías cada uno y conducidas por un indio, eran encabezadas por un español. Llevaban azúcar y arroz al área andina. Aunque la técnica y la forma de cargar evolucionaron con la experiencia, los “costos de transporte elevadísimos influyeron negativamente sobre las posibilidades del comer­cio exterior de la gobernación” que, por otro lado, no podía prescindir de él para su abastecimiento y subsistencia. Tam­bién era disuasiva la concurrencia ajena que abarrotaba aque­lla zona.

De una forma u otra, Santa Cruz remitía lienzos de algodón, “fruteros”, telas de jubones, calcetas de aguja e indios en venta. A fines del siglo XVI, el azúcar y el arroz, sin competencia en Charcas, fueron la base del tráfico. Un siglo después, sin algodón ni telas indias, el azúcar con sus 6 mil arrobas de exportación anual, quedó como el único producto interesante.8

A su vez, los cruceños conseguían del exterior, aunque con las limitaciones que les imponía su precariedad y el

incremento de los precios, hasta con un aumento del 20 por ciento frente a Potosí y Grigotá, objetos comunes y de lujo, como candelabros, joyas y piezas de vajilla, hierro, acero y cobre para instrumentos y herramientas, machetes, armas, cuchillos, municiones, botijas de vino, panes de sal, tejidos, ropas, aceite, cera, harina, etcétera.

Durante las treguas comerciaban con los indios en maíz, bastimentos, telas, lienzos a cambio de caballos, cecina, tasajo, queso, alfajores y conservas. A partir de 1647 obtenían de los moxos tejidos de algodón a cambio de herramientas y objetos ornamentales, como “tembladeras” y chaquira. De los jores y tamacocíes, calabazos de miel, cera “yziga”, plumas de pava. Pero el bajo volumen de los intercambios, en reali­dad, no permitió la aparición de verdaderos mercaderes en toda la gobernación durante los siglos XVI y XVII, pues, “...muchos de los vecinos feudatarios y miembros del cabildo secular y, en general, los estratos más ricos y poderosos, fueron los que cubrieron la función que comerciantes profe­sionales desempeñaban en otras zonas”. Los medros y abusos de los intermediarios en los precios impulsaba a eclesiásticos y gobernantes a comprar directamente en Charcas.

La ausencia de circulación de la moneda empujaba la economía hacia la autarquía. Una solución parcial estaba en usar productos ya acostumbrados por el intercambio con los indios. En casos excepcionales se acudía al pago en plazos, tras reconocimiento mediante cédula, dita o vale; también se manejaron libranzas.

Las consideraciones finales del autor apuntan hacia una economía pobre, precaria y de tendencias autárquicas. Mitos, inquietudes e intereses en la conquista de los moxos y la contención de los chiriguanos, más el propio sentido militar, se sobrepusieron a las ansias de enriquecimiento y a la dedi­cación a tareas productivas. El traslado de los pobladores de

Santa Cruz de la Sierra a San Lorenzo de la Frontera a causa de sequías, pobreza, despoblamiento y situación de belicosi­dad, obligan a aceptar que buena parte de la producción y el intercambio se destinaba a funciones militares.

Esa actividad guerrera, en parte también económica, su­ponía que

las prestaciones de trabajo de los indígenas de las que se nutría casi por completo el sustento de los españoles, no significaba realmente

un excedente de fuerza productiva aplicado a mantener a un grupo

social cuya ocupación era ajena a las labores destinadas a la subsis­

tencia, sino, más bien, la enajenación de parte de las energías produc­

tivas de los indios necesarias a éstos para asegurar su propia subsis­

tencia... En consecuencia, el salario como forma de retribución por

la realización de un trabajo, si bien existió en aquella economía, no

debió, sin embargo, hallarse muy extendido.

Se trataba, en términos generales, de una economía mar­ginal, no de subsistencia, pues existía en ella, real aunque no legalmente, un grupo servil. No obstante, “el conjunto de factores que conformaron la economía cruceña impidieron que su producción habitual fuera más allá de los límites marcados por el nivel de autoconsumo”.

La configuración mestiza de la guarda de un territorio hispano

El capítulo VII se destina a la sociedad española de la gober­nación de Santa Cruz, a sus aspectos demográficos y sociales y a sus formas de vida y de ejercicio del poder.

Tras los primeros 45 expedicionarios de Ñuflo de Chaves, más otros colonos que fueron llegando, La Barranca y Santa Cruz de la Sierra ya agruparon, en conjunto, 120 pobladores.

Con aventureros procedentes del Paraguay, la “compañía” de Pedro de Castro y 25 de Pedro de Zorrilla, engrosó el conglo­merado; pero las muertes, fugas y bajas causadas por los combates, en 1585, después de un cierto incremento, reduje­ron la población de Santa Cruz a unos 160 vecinos; es decir, unos 800 en total. La creación de San Lorenzo y la espectativa del descubrimiento de los moxos convocaron más gente. En el cambio de siglo sumaron doscientos los “hombres de armas thomar”; aproximadamente un millar de almas entre los dos o tres asentamientos que había.

La población se estancó y debió disminuir por la epidemia de peste que la castigó entre 1620 y 1621. Hacia 1640 se repuso; en 1680 comprendía millar y medio de “españoles” con unos 300 capaces de guerrear. Veinte años después esos números ascendían a dos millares y a medio millar, respecti­vamente. Las dificultades ambientales y los problemas de la guerra desalentaban a nuevos colonos. Hubo quien rehusara hasta el cargo de gobernador que venía remunerado por 4 mil 500 pesos anuales. Eran aventureros, desterrados y deudores de la justicia los que “voluntariamente” ahí buscaban refugio.

Como estímulo se ofrecieron los gajes de la encomienda, las malocas y el comerciar con la región de los Andes; mas los resultados fueron contraproducentes. Las penalidades se encargaban de alentar las fugas, por más que el gobernador tratara de ejercer su autoridad civil y militar sobre las salidas de los pobladores. De seguro, para los que se quedaban el mayor atractivo era la autonomía y la libertad de acción.

Si la carencia de mujeres españolas, en un principio, desalentaba a los pobladores, el mestizaje, gradualmente, los iba reteniendo; más cuando los indios les dieron mujeres en prueba de amistad. Por otro lado, Ñuflo de Chaves también había llevado mestizos en su hueste. El hecho de que las continuas guerras ocasionara que hubiera más mujeres que

hombres y la práctica de la endogamia, originaron una intrin­cada red de parentesco donde más eran los mestizos que los españoles. Por su costo, no hubo más de 10 africanos entre 1521 y 1621; por las mismas andaban los mulatos. Además de la designación de mestizo, para el hijo de blanco e india, se llamó cuarterón al de blanco y mestiza y puchela al de blanco y cuarterona.

La condición étnica se complicaba con la de la estructrura social. Los documentos se refieren a vecinos, feudatarios, encomenderos, soldados, gente suelta y desacomodada, es­tantes, residentes, etcétera. La más precisa es la de vecino que individualiza a un nacido en el lugar o habitante de tiempo, poseedor de bienes, creador de un hogar y admitido como tal por un consejo. La existencia del grupo social de los artesanos y trabajadores, como herreros, carpinteros, mayordomos, tra­picheros, azucareros y cañeros, apunta hacia una estratifica­ción derivada de cargos en la milicia, riqueza, experiencia y prestigio social, y hacia la existencia del clientelismo a través del poder que proporciona la riqueza. El ascenso social tam­bién se relacionaba con el matrimonio.

Si habitualmente españoles y criollos despreciaban a in­dios y mestizos, el aumento de éstos llevó a la sociedad cruceña a distinguir entre mestizos legítimos e ilegítimos y a aceptarlos entre sus conséjales, oficiales y encomenderos. Mucho dependía de la actitud del progenitor si los educaba y situaba como “españoles” o los dejaba a la deriva en el mundo de la madre india.

El ambiente social conformaba una cultura de frontera, producto del aislamiento geográfico y de la necesaria adap­tación al medio que obligaban a los colonos a la eliminación, o al menos a la suspensión, de formas de vida que tenían antes de inmigrar. Pero en el campo de la religión y de las creencias, prevalecían los rasgos hispánicos por encima de los híbridos

que iban coloreando muchos aspectos de la tecnología, indu­mentaria, alimentación y vivienda. Los españoles comían yuca, frutos silvestres, maíz, camote y preparaban contrave­nenos y medicinas de la herbolaria local. Los indios adoptaron el consumo de carne, vinos, conservas y quesos; pronto elaboraron vino de maíz, yuca y camote, al lado del guarapo y el aguardiente. Parece que estuvo ausente el patrón cultural de la traza urbana española; en los poblados privaba la dis­persión, a la usanza india; algunas tapias kxs daban seguridad. El mobiliario era austero y pobre; pocos contaban con esca­ños, baúles, escritorios, bufetes, sillas o espejos. No hubo hospital y era habitual la carencia de médicos y medicinas. En momentos de urgencia, se formaba una especie de centro de beneficencia para atender enfermos y heridos.

Nota de ese ambiente cultural fue el bilingüismo y el plurilingüismo. Se entrecruzaban voces del guaraní y gorgo- toquí y del chañe y otras con las del castellano.

El género de vida de la frontera acabó por diferenciar a sus habitantes y señalarlos como hombres “sufridos para el trabajo”, “ inclinados al manejo de las armas” o “decidiosos” para el trabajo, calificativos que podían convertirse en impe­dimentos culturales consuetudinarios.

El control de la mano de obra, el manejo del poder, las cuestiones de honor, el trato directo y franco, la endogamia, la moral sexual nada tradicional, la justicia social a medias, hicieron del conflicto un fenómeno constante y de la violencia el único recurso para resolverlo entre parientes, autoridades, vecinos y los mismos eclesiásticos.

Casi nada pudo hacer la religión con sus enseñanzas y ministros para estabilizar aquella sociedad en que la fe se iba perdiendo y lo religioso se reducía a formalidades y ritos. No había una internalización del evangelio; también entre ellos, como en toda América, el catolicismo al modo hispano se fue

transformando. Religión y ritual hacían su comparecencia en la fundación de pueblos y ciudades, en la asignación de santos patronos y devociones; se mezclaban con celebraciones pro­fanas, políticas, laborales, con la institución de una cofradía, la bendición de un cultivo, la instauración de una obra pía o de un testamento.

En este proceso también tuvieron su parte el aislamiento, la falta de presión social, la ausencia de eclesiásticos. En esas mismas causas enraizó la escasa instrucción que no alcanzaba más allá de la lectura y escritura. La resistencia de los varones a una educación formal se veía aupada por los reclamos y urgencias del orden material y los malos ejemplos de los mentores religiosos, con frecuencia tachados de concubinato. A partir de la presencia y acción de los jesuítas, las relaciones sexuales extramatrímoniales fueron aminorando, aunque ellos mismos mantuvieron una conducta ambigua y tolerante ante las prácticas de malocas y guayabaras.

Las condiciones en que se debatía el ejercicio de la autoridad y del poder no eran mejores. Desde 1561 Santa Cruz contó con cabildo de dos alcaldes ordinarios, cinco regidores, un alguacil y oficiales. Entendía en asuntos administrativos de abastos, caminos, festejos, otorgamiento de tierras y sola­res, designación de mayordomos y del procurador general y, sobre todo en los comienzos, debían resistir los pujos de mando de los encomenderos.

Quienes aspiraban a una participación política de cara al cabildo, eran generalmente los que ansiaban el propio bene­ficio y obtener poder y pretigio. Los cabildantes demoraban la celebración de sus sesiones más de lo dispuesto; así como las familias principales trataba de prolongar el tiempo de los cargos en manos de sus miembros, partícipes de sus enlaces endogámicos.

La tensión por el poder obedecía a la confrontación entre

designios y presiones exteriores y aspiraciones sociales luga­reñas y a la contradicción entre la voluntad de autonomía y la necesidad de sujeción que esgrimía el “nuevo Estado” espa­ñol, ante la imposibilidad de revivir las estructuras políticas de prevendas medievales y ante la urgencia de limitar el ámbito de poder y de salvaguardar el “bien común” mediante leyes y disposiciones generales. La voluntad de autonomía se había acendrado ya que

...el proceso de la conquista de América fue una empresa librada por

la corona a las manos de los particulares, ante la imposibilidad de

abarcar tamaña obra con los débiles medios del Estado en el incipien­

te proceso de configuración que era España en los inicios del siglo

xvi.

Sin embargo, en los asentamientos españoles marginales, como los de Santa Cruz, donde la autonomía relativa favore­cía acuerdos y aquiescencias, los conflictos y enfrentamientos fueron menores que en los centros nucleares, donde las posi­ciones y oposiciones frente al poder exacerbaban las contra­riedades. No cabe duda que la estructura social de los cruce- ños y su papel en la colonización del oriente boliviano impusieron un “estilo” peculiar de gobernación. Aun la fun­dación de San Lorenzo, más ligado con el centro de poder de la zona andina, no logró el control del poder de parte del exterior, sino tan sólo la renegociación del que ejercía la gobernación porque

...la razón fundamental de la mayor parte de las tensiones registradas

entre los habitantes de Santa Cruz y las autoridades se halló en el afán

de los cruceños de decidir su propia actividad, que esto fue parcial­

mente posible por mor del aislamiento en que vivieron y que este

SANTAM ARIA DE LA GUARDIA

VALLE GRANDE

M A P A l

mismo hecho incentivó los deseos de proceder según su propio

albedrío,

afirmación que constituye el meollo de las reflexiones finales del libro de José María García Recio.

Por mi parte, no resisto a calificarlo como ejemplar apor­tación de los estudios que objetiva, documentada e interesan­temente habrán de hacer justicia a la obra de los españoles en América y al histórico papel de sus aborígenes y culturas para comprender lo que hoy somos los latinoamericanos.

José Lameiras Olvera El Colegio de Michoacán

NOTAS

1. Parcelas de cultivo y cría de ganado; del quechua chac-ra, huerta.2. Los indios chiriguanos estaban asentados en territorio limítrofe con el dominado por

los incas desde el siglo XV y principios del xvi. Junto con los yuracarés representaban una amenaza para la propia vida de los colonos españoles, al igual que un obstáculo para la realización de los planes de evangelización, expediciones y control del territorio.

3. El área geográfica de que se ocupa el trabajo es compleja. En ella confluyen diversos grupos de familias lingüísticas, áreas culturales y grupos tribales diferentes. De las lenguas, algunas, como el paño, son de filiación desconocida; otras más, como la uracare, son lenguas aisladas. Del área cultural andina se derivan grupos como el inca y el aymara; de la del Chaco, los chiriguanos, matacos, chorotí y ashwslay; de la del Amazonas, los sirionó y chañe.

4. Indios de servicio en una especie de esclavitud.5. Por lo común, el cultivo del ciclo anual se iniciaba en noviembre, con las primeras

lluvias, y concluía en marzo. La tecnología era pobre: sistema de roza y quema, bastón plantador (al que los españoles pusieron punta de metal) y desuso del arado que llegó tardíamente al área (1604). La plantación de la caña era más compleja.

6. LeBresil duXVe a la fin deXVIÍJe. París, Societé d'édition d'Enseignement Supérieur, 1977.

7. En otro ingenio, antes, en 1627, se produjeron 1 mil 7935 arrobas de azúcar, 84 botijas de “miel buena” y 100 botijas de “miel de barreno”. En 1624 una fanegada (64 áreas y 596 miliareas) de caña proporcionó 526 arrobas de azúcar (6 toneladas). La mayor plantación ocupaba 3 fanegadas de tierra (1.930788 ha).

8. Tal situación cambió en el siglo xvin, gracias a una paz duradera entre aborígenes y colonos que alentó al comercio. Igualmente sucedió con los jesuítas en cuyas reduc­ciones la proliferación del ganado tuvo salida mercantil a través de Santa Cruz. El asentamiento del comercio atrajo a numerosos comerciantes de fuera, como la zona andina, La Plata y Cochabamba que atenuó la condición marginal de Santa Cruz.