Elias,El Portador Del Celo de Dios - Parte 2

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    Frederick B. Meyer

    ELAS:

    El portavoz delcelo de Dios

    Parte 2

    Ediciones Tesoros ristianos

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    PREFACIO

    Para nosotros es un privilegio compartir con el cuerpo de Cristo unvolumen de la apreciada y valorada serie de biografas de personajesbblicos escrita por el gran evangelista y prolfico autor bautista in-gls de finales del Siglo XIX F. B. Meyer.

    Autor de numerosos libros, maestro notable de las Escrituras. Un dondado a la iglesia de Cristo. Uno de los principales exponentes del mo-vimiento Higher Life (Vida Superior), y por ms de 20 aos expositorde la Conferencia de Keswick.

    Spurgeon deca de l: Meyer predica como un hombre que ha visto aDios cara a cara.

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    INDICE

    Captulo 10

    La cada de los poderosos...

    ..4Captulo 11

    La benevolencia es mejor que la vida...7

    Captulo 12

    El silbo apacible.......10

    Captulo 13

    Ve, vulvete.......13

    Captulo 14

    La via de Nabot........16

    Captulo 15

    Recuperando el valor..........20

    Captulo 16

    Oracin vespertina...........24

    Captulo 17

    El traslado...........27

    Captulo 18

    Porciones del espritu de Elas........30

    Captulo 19La transfiguracin........33

    Captulo 20

    Lleno del Espritu Santo.........37

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    Captulo 10

    La cada delos poderosos

    ajo la tempestad que empapaba, con la cual termin el damemorable de la convocacin, el rey y el profeta llegaron aJezreel. Tal vez fueron los primeros que llevaron noticiasde lo que haba acontecido. Elas se fue a algn humildehospedaje para buscar alojamiento y comida; mientras

    Acab se retir a su palacio donde Jezabel lo esperaba.Todo el da se haba estado preguntando la reina cmo estaran

    marchando las cosas en el monte Carmelo. Ella abrigaba la febril es-peranza de que sus sacerdotes haban ganado el desafo del da, ycuando vio que las nubes de lluvia comenzaban a asomarse en el fir-mamento, atribuy el deseado fenmeno a la interposicin de Baal, enrespuesta a las plegarias de sus profetas...

    Cul no sera su estupefaccin cuando escuch la verdadera histo-ria de labios de Acab!

    Acab dio a Jezabel la nueva de todo lo que Elas haba hecho, y de

    cmo haba matado a espada a todos los profetas (1 R. 19:1). La ira deJezabel no tuvo lmites. Acab era sensual y materialista; si slo tenalo suficiente para comer y beber, y los caballos y mulas estaban biencuidados, l se senta contento. Segn su criterio, no haba mucho queescoger entre Dios y Baal. Pero Jezabel no era as. Ella era tan resueltacomo l indiferente. Astuta, sin escrpulos e intrigante, ella moldeabaa Acab segn su capricho.

    Para Jezabel la crisis era muy grave. Tanto la indignacin como la

    poltica la impulsaron a actuar de inmediato. Si se permita que se di-fundiera esta reforma nacional, se frustrara todo aquello por lo cualella haba estado trabajando a travs de los aos.

    Ella tena que dar el golpe, y darlo de una vez. As que esa mismanoche, en medio de la violencia de la tempestad, envi un mensajero a

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    Elas para que le dijera: As me hagan los dioses, y an me aadan, simaana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de

    ellos (vs. 2).Ese mensaje delata a la mujer. Ella no se atreva a matarlo, aunque

    fcilmente estaba a su alcance; as que se conform con amenazarlo.Tena pensado exiliarlo del pas, a fin de quedar libre para reparar eldao que l haba causado. Y, aunque es triste decirlo, en esto tuvoella mucho xito.

    La presencia de Elas no haba sido nunca tan necesaria como en-tonces. La obra de destruccin haba comenzado y el pueblo estaba enun estado de nimo para llevarla hasta sus ltimas consecuencias. Lamarejada se haba vuelto, y ahora estaba a favor de Dios. Pero, sor-

    prendentemente, leemos que Elas se levant y se fue para salvar lavida.

    Acompaado por su criado, y bajo la cubierta de la noche, se apre-sur a salir en medio de la tormenta a travs de las montaas de Sa-maria; y no disminuy la velocidad hasta que hubo llegado a Beerse-ba. All estaba seguro; pero ni siquiera all pudo permanecer, de modoque se meti en aquel indmito desierto que se extiende por el surhasta el Sina.

    Sigui su camino durante horas y horas de fatiga y bajo el ardientesol. El ardiente suelo le haca ampollas en los pies. All no haba cuer-vos, ni estaba el arroyo de Querit, ni Sarepta. Al fin, la fatiga y la an-gustia agotaron su fuerza vigorosa, y se ech bajo la sombra de unpequeo arbusto, un enebro, y le pidi a Dios que le quitara la vida:Basta ya, oh Jehov, qutame la vida, pues no soy yo mejor que mis pa-dres (vs. 4).

    Oh, qu hubiera ocurrido si tan slo Elas se hubiera mantenidofirme! Hubiera podido salvar a su pas y no hubiera habido necesidadde cautividad ni de dispersin para su pueblo. Los siete mil discpulossecretos se hubieran atrevido a salir de sus escondites y a mostrarse,y hubieran constituido un ncleo de corazones leales, los cuales hu-bieran sustituido a Baal por Jehov. Y el propio carcter de Elas ha-bra escapado de una mancha cuya memoria an permanece.

    Con frecuencia los santos bblicos fallan precisamente donde noso-

    tros esperaramos que estuvieran firmes. Abraham fue el padre de loscreyentes, pero su fe fall cuando descendi a Egipto y minti a Fa-ran con respecto a su esposa. Moiss fue el hombre ms humilde detodos, pero perdi la entrada a Canan por su nica falta. De la mismamanera Elas demostr que l fue en verdad un hombre sujeto a pa-siones semejantes a las nuestras.

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    Qu prueba la que tenemos aqu sobre la veracidad de la Biblia! Sihubiera sido slo obra del ingenio humano, sus autores habran evi-tado presentar el fracaso de uno de sus hroes principales. No haysiquiera un rayo de consuelo que se pueda reflejar del triste espec-

    tculo de la cada de Elas? De no haber sido por la claridad con que sepresenta aquella mancha en su vida, habramos pensado siempre quel fue un individuo completamente distinto de nosotros, y que, portanto, no podra ser modelo en ningn sentido.

    Pero ahora, cuando lo vemos tendido bajo la sombra del enebropidindole a Dios que le quite la vida, pensamos que l fue lo que llega ser slo por la gracia de Dios, que haba de triunfar por fe. Y con unafe similar, tambin nosotros podemos apropiarnos de una gracia se-

    mejante que ennoblezca nuestras vidas.Ciertamente, Elas estaba agotado fsica y mentalmente. Conside-

    remos la tremenda tensin a que haba estado sometido desde quesali del refugio tranquilo del hogar de Sarepta. La emocin prolon-gada de la convocatoria real, la matanza de los sacerdotes, la intensi-dad de su oracin, la distancia de casi treinta kilmetros que cubrien veloz carrera delante de la carroza de Acab, seguido todo de laapresurada huida, sin ocasin de descanso hasta que se tir a la arenadel desierto, todo ello haba dado como resultado el agotamiento to-tal. La reaccin natural fue un intenso sufrimiento.

    Su soledad lo hizo profundamente sensible: ...slo yo he quedado(vs. 10). Hay hombres que nacen para la soledad. Es el castigo de laverdadera grandeza. En tales condiciones el espritu humano puedefallar a menos que sea sostenido por un propsito heroico y por unafe inquebrantable.

    La fe siempre prospera cuando Dios ocupa todo el campo de vi-sin; pero cuando a Elas le llegaron las amenazas de Jezabel, se nosdice de la manera ms significativa que viendo, pues, el peligro, selevant y se fue para salvar su vida. As, Elas apart la mirada deDios hacia las circunstancias.

    Negumonos a fijarnos en las circunstancias aunque pasen delantede nosotros como un Mar Rojo y bramen alrededor como una tempes-tad. Las circunstancias, las imposibilidades naturales, las dificultades,

    nada son en la disposicin del alma que est ocupada en Dios. Es ungran error decirle a Dios lo que tiene que hacer.

    Elas no saba lo que deca cuando le manifest que bastaba ya, yque le quitara la vida. Si Dios le hubiera hecho caso, Elas habramuerto bajo una nube; nunca hubiera odo el silbido apacible y deli-cado; nunca hubiera fundado las escuelas de los profetas, ni hubiera

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    comisionado a Eliseo para su ministerio; nunca hubiera ascendido alCielo en una carroza de fuego...

    Qu gran misericordia demuestra el hecho de que Dios no contes-te todas nuestras oraciones! Sin duda, es mejor dejarlo todo al cuida-

    do del sabio y tierno pensamiento de Dios, y an viviremos para darlelas gracias por cuanto l se neg a satisfacer nuestro deseo cuando,en un momento de desaliento, nos tiramos a tierra y dijimos: Bastaya.

    Captulo 11

    La benevolencia es

    mejor que la vidauchos hemos aprendido algunas de nuestras ms pro-fundas lecciones sobre el amor de Dios cuando hemosexperimentado la tierna bondad de ese amor en mediode deficiencias y fracasos, como el que empa la carre-ra de Elas.

    Tal fracaso, como ya vimos, fue en extremo desastroso. Infligi unadeshonra duradera en la reputacin de Elas, frustr uno de los mo-vimientos ms esperanzadores que jams haban visitado la tierra deIsrael; sembr pnico y desilusin en millares de corazones que esta-ban comenzando a reunir valor, inspirados por su gran celo. Esto de-rrumb a los pocos valientes que hubieran podido impedir el descen-so en picada de Israel hacia la ruina.

    Pero los ojos de Dios siguieron con tierna compasin cada paso de

    la huida de su siervo a travs de las montaas de Samaria. Dios noam menos a Elas ahora que cuando el profeta se haba puesto depie, entusiasmado por la victoria, junto al sacrificio que arda.

    Y el amor del Seor asumi, si esto fuera posible, un grado mstierno y bondadoso cuando se inclin sobre su siervo mientras ste

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    dorma. El amor del Seor se le manifest a Elas cuando, con el cuer-po agotado por la larga fatiga y el espritu agotado por la batalla ferozde los sentimientos, se dej caer y se qued dormido debajo delenebro.

    Y Dios hizo algo ms que amarlo. Con tierna solicitud, trat de sa-nar y restaurar el alma de su siervo para que volviera a adquirir suanterior salud y gozo. A su mandato, un ngel le prepar comida dosveces sobre la arena del desierto, y lo toc, y lo inst a comer. No hu-bo reconvenciones, ni palabras de reproche, ni amenazas de despido;sino slo sueo y comida y bondadosos pensamientos sobre el granviaje que l tena intencin de hacer a Horeb, el Monte de Dios.

    No es difcil creer que Dios nos ama cuando vamos con la multitud

    a la casa de Dios, con voces de gozo y alabanza, y nos colocamos depie en el crculo interno iluminado por la luz solar. Pero es difcilcreer que l siente mucho amor por nosotros cuando, exiliada por elpecado, nuestra alma yace abatida dentro de nosotros. No es difcilcreer que Dios nos ama cuando, como Elas en el desierto, caemos sinrecursos, o como embarcaciones desarboladas y sin timn que semueven en el vaivn de las olas. Sin embargo, tenemos que aprendera conocer y creer en la constancia del amor de Dios.

    Tal vez no lo sintamos. Tal vez imaginemos que hemos perdido to-do derecho a l... Oh, hijo de Dios, que ests en medio de las desdi-chas de lo que pudo haber sucedido, anmate! Espera an en el amorde Dios; confa en l, entrgate a l, y an alabars a Aquel que es lasalud de tu rostro y tu mismo Dios.

    El amor de Dios se manifest con ternura especial por causa de unpecado especial. Nunca leemos que un ngel le apareciera a Elas en

    Querit o en Sarepta, o que lo hubiera despertado con un toque que ala vez tuvo que haber sido conmovedor y tierno. Los cuervos, losarroyuelos y una viuda le haban servido antes; pero nunca un ngel.

    l haba tomado del agua de Querit; pero nunca haba tomado aguasacada por las manos de un ngel del ro de Dios. Haba comido delpan y de la carne que le conseguan los cuervos, y de la comida multi-plicada mediante un milagro, pero nunca haba comido tortas mol-deadas por los dedos de un ngel. Por qu estas pruebas especiales

    de ternura? Se necesitaba una manifestacin especial de amor paraconvencer al profeta de que l an era tiernamente amado y paraconducirlo al arrepentimiento.

    El primer ngel vino de noche, y cuando el ngel del Seor vino lasegunda vez probablemente fue al rayar el alba sobre el mundo. As,en el transcurso de la noche, los ngeles de Dios montaron vigilancia

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    y guardia alrededor del profeta que dorma. Ninguno de nosotrospuede medir el poder de paciencia que hay en el amor de Dios. Nuncase cansa.

    Adems, dicho amor de Dios se adelanta a la necesidad futura. Este

    pasaje siempre se destaca como uno de los ms maravillosos relacio-nados con la historia del profeta. Podemos entender por qu Dios ledio una buena alimentacin y un buen sueo como los mejores me-dios para que l recuperara sus facultades. Esto es lo que debamoshaber esperado de Uno que conoce nuestra constitucin y recuerdaque somos polvo, y que se compadece de nosotros como el padre secompadece de sus hijos. Pero es maravilloso que Dios le proveyera asu siervo todo lo que necesitara para el largo viaje que lo esperaba:

    Levntate y come, porque largo camino te resta (vs. 7).El viaje lo haba emprendido Elas por su propio capricho; era una

    larga escapada de su propio puesto de responsabilidad y estaba des-tinada a encontrarse al fin con una grave reprensin: Qu hacesaqu, Elas?.

    Y, sin embargo, el Seor bondadosamente le dio alimento, con cuyafuerza pudo resistir la fatiga. La explicacin de esto tiene que buscar-se de nuevo en el tierno amor de Dios. La naturaleza de Elas estabaclaramente sobreexcitada.

    Sin duda, era l quien haba tomado esta decisin de hacer esteviaje tedioso hasta el Monte de Dios. Nada lo apartara de su propsi-to fijo. As, pues, Dios previ sus necesidades para el camino, aunqueeran las necesidades de un siervo holgazn y de un hijo rebelde. Enmedio de la ira, Dios se acord de su misericordia, y lo obsequi conlas bendiciones de su bondad, y le imparti, por medio de una sola

    comida, la fuerza suficiente para una marcha de cuarenta das y cua-renta noches.Ciertamente, estos pensamientos del amor de Dios impediran que

    alguien siguiera por el camino descarriado.Tal vez, lector, hayas fallado, pero no le tengas miedo a Dios, ni

    pienses que l nunca te volver a mirar. Ms bien, lnzate a sus bra-zos amorosos; dile que lamentas profundamente lo pasado; pdeleque te restaure; entrgate a l de nuevo, y cree que Dios te volver a

    usar como vaso escogido.

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    Captulo 12

    El silbo apacible

    eanimado por el sueo y el alimento, Elas prosigui suviaje a travs del desierto hacia Horeb. Tal vez no haya lu-

    gar en la tierra que est ms relacionado con la presenciamanifiesta de Dios que ese sagrado monte. Fue all dondela zarza arda y no se consuma; all fue dada la ley; all pa-

    s Moiss cuarenta das y cuarenta noches a solas con Dios. Era uninstinto natural el que llevaba al profeta hacia all, y el mundo enterono habra podido ofrecerle una escuela ms apropiada.

    Cuarenta veces vio el profeta la salida y la puesta del sol en el de-

    sierto desolado. Al fin lleg a Horeb, el Monte de Dios. Tenemos queconsiderar la manera en que trat Dios a su hijo decado y holgazn.En alguna cueva oscura, en medio de aquellos escarpados precipi-

    cios, Elas se aloj y, mientras esperaba en reflexin solitaria, el fuegoardi en su alma. Pero no tuvo que esperar mucho: Y vino a l pala-bra de Jehov (vs. 9).

    Esa palabra le haba venido antes con frecuencia. Le haba venidoen Tisbe. Le haba venido en Samaria, despus que le hubo dado su

    primer mensaje a Acab. Le haba venido cuando se sec el arroyo deQuerit. Lo haba llamado de las soledades de Sarepta al movimientode la vida activa. Y ahora lo hall en el desierto y le volvi a hablar. Yes que no hay lugar en la Tierra que sea tan solitario, ni cueva tan pro-funda y oscura, donde la palabra del Seor no pueda descubrirnos yvenir a nosotros.

    Pero aunque Dios le haba hablado a menudo antes, nunca le habahablado en un tono como el de ahora: Qu haces aqu, Elas?. El

    tono era severo y de reproche.Si el profeta hubiera respondido a aquella pregunta escudriadora

    de Dios con vergenza y dolor, si hubiera confesado que haba fraca-sado y hubiera pedido perdn, si se hubiera lanzado en los brazospiadosos y tiernos de su poderoso Amigo, no hay la menor duda de

    R

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    que hubiera sido perdonado y restaurado. Pero, en vez de esto, evadila pregunta divina. No trat de explicar por qu estaba all, ni qu es-taba haciendo.

    Ms bien decidi insistir en su propia lealtad a la causa de Dios y

    ponerla en notable relieve al contrastarla con las pecaminosas deser-ciones de su pueblo: He sentido un vivo celo por Jehov Dios de losejrcitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado

    tus altares y han matado a espada a tus profetas; y slo yo he quedado,

    y me buscan para quitarme la vida (vs. 10).Sin duda, haba verdad en lo que l deca. l estaba lleno de celo y

    santa devocin por la causa de Dios. Con frecuencia se haba lamenta-do de la degeneracin nacional. Senta profundamente su propio ais-

    lamiento y soledad. Pero tales no eran las razones por las que l esta-ba escondido en ese momento en la cueva.

    Con cunta frecuencia nos hace Dios an esta pregunta! Esto es,cuando una persona dotada de grandes facultades abre un hoyo en latierra y entierra el talento que Dios le ha encomendado, y luego quedaociosa todo el da...

    La vida es el tiempo de trabajar. Hay mucho que hacer. Hay muchomal que destruir y mucho bien que construir; hay individuos que du-dan a los cuales hay que dirigir; hay que buscar a los pecadores...Arriba, cristianos, abandonen sus cuevas, y a trabajar! No lo haganpara ser salvos, sino porque son salvos.

    Se le orden a Elas que saliera y se colocara en la entrada de lacueva. Entonces, Dios le ense una bella parbola de la naturaleza.Pronto oy el sonido de un viento grande y poderoso que rompa losrboles, y en seguida pas el tornado. Nada poda resistir su furia.

    Rompa los montes y quebraba las peas delante de Jehov. Los vallesse cubrieron de fragmentos astillados; pero Jehov no estaba en elviento.

    Y cuando se desvaneci el viento, hubo un terremoto. La montaase movi para all y para ac, con estremecimientos y crujidos; la tie-rra se comportaba como si una mano poderosa estuviera pasando pordebajo de ella; pero Jehov no estaba en el terremoto.

    Y cuando termin el terremoto, hubo un fuego. Los Cielos se con-

    virtieron en una llamarada ardiente; el valle de abajo se vea como uninmenso horno de fundicin; pero Jehov no estaba en el fuego.

    Qu extrao! Ciertamente estos eran los smbolos naturales apro-piados de la presencia divina. Pero oigamos! Un silbido apacible ydelicado estaba en el aire: muy apacible, muy delicado; y ese silbidotoc el corazn oyente del profeta. Pareca ser la tierna cadencia del

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    amor y de la compasin de Dios que haba acudido en busca de l. Sumsica lo sac de la cueva, hacia cuyos rincones ms internos lo ha-ban metido las terribles convulsiones de la naturaleza: Y cuando looy Elas, cubri su rostro con su manto, y sali, y se puso a la salida

    de la cueva.Qu significaba todo esto? No era difcil entenderlo. Elas anhela-ba mucho que la lealtad de su pueblo hacia Dios fuera restaurada; ycon frecuencia l pudo haberse hablado a s mismo del siguiente mo-do: Esos dolos nunca sern barridos de nuestra tierra, a menos queDios enve un movimiento rpido e irresistible como un viento, queapresure las nubes delante de s. La tierra nunca puede despertar, amenos que haya un terremoto moral. Tiene que haber un bautismo de

    fuego.Y cuando estuvo en el Carmelo, y vio el pnico entre los sacerdotes

    y el anhelo del pueblo, pens que ese tiempo -el tiempo sealado- ha-ba llegado. Pero todo se haba desvanecido. Ese no era el modo esco-gido por Dios para salvar a Israel.

    Entonces Dios le habl mediante esa parbola, como si le dijera:Hijo mo, t has estado esperando que Yo conteste tus oraciones conseales sorprendentes y maravillas; y por cuanto no las has visto demanera notoria y permanente, has pensado que no te pongo atenciny que estoy inactivo.

    Pero Yo no siempre he de ser hallado en estos movimientos gran-des y visibles; a m me gusta obrar de manera tierna, suave e imper-ceptible; he estado actuando de ese modo; an estoy actuando as. Ycomo resultado de mi ministerio quieto y apacible, quedan en Israelsiete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal y cuyas bocas no lo

    besaron. S, y no fue el manso ministerio de Eliseo aquel silbidoapacible y delicado que vino despus del viento, del terremoto y delfuego de Elas?

    Ciertamente la misma naturaleza nos reprende. Quin oye el mo-vimiento de los planetas? Quin detecta la cada del roco? Qu ojoshan sido lesionados al romper las leves ondas de luz del da en lascostas de nuestro planeta? En este mismo momento operan alrededorde nosotros las ms poderosas fuerzas, pero no hay nada que delate

    su presencia.Y lo mismo ocurri con el ministerio del Seor Jess. l no se es-

    forz, no grit, no se levant, no hizo or su voz en las calles, sino quedescendi como las lluvias sobre el csped cortado. Su Espritu des-ciende como una paloma cuyas alas no hacen vibrar el aire apacible.

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    Animmonos! Puede que Dios no est obrando como nosotros es-peramos, pero est obrando. Si no en el viento, entonces en la brisa. Sino en el terremoto, entonces en la angustia. Si no en el fuego, enton-ces en el silbido apacible y delicado.

    Es agradable pensar en aquellos siete mil discpulos que slo Diosconoca. Algunas veces nos sentimos tristes al comparar el escasonmero de los que profesan el cristianismo con las masas de impos.Pero podemos animarnos: hay an otros cristianos.

    Captulo 13

    Ve, vulvete

    s muy serio pensar que un solo pecado, en lo que conciernea este mundo, puede destruir para siempre nuestra utili-dad. No siempre ocurre as. Algunas veces -como en el casodel apstol Pedro-, el Seor bondadosamente restaura ycomisiona para su obra a aquel que pudiera haber sido

    considerado como inepto para volver a ocuparse en ella. Pero contraeste caso, podemos presentar otros tres...

    El primer caso es el de Moiss. Ningn hombre ha sido jamshonrado como lo fue l: hablaba Jehov a Moiss cara a cara (x.33:11).

    Sin embargo, por cuanto con sus labios expres palabras impru-dentes, y golpe la roca dos veces, por incredulidad y pasin, se vioobligado a cumplirla horrible sentencia: Por cuanto no cresteis enM, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no mete-

    rs a esta congregacin en la tierra que les he dado (Nm. 20:12).

    El segundo caso es el de Sal,el primer infortunado rey de Israel,cuyo reinado se abri tan favorablemente pero que pronto trajo sobres la sentencia de que sera depuesto. Sin embargo, eso se debi a unsolo acto.

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    Alarmado por la prolongada demora de Samuel, y porque el pueblose le dispersaba, se meti temerariamente de intruso en una funcinde la cual expresamente se le haba excluido, y ofreci el sacrificio conel cual los israelitas estaban dispuestos a prepararse para la batalla.

    As, en el mismo comienzo de su reinado, Sal fue rechazado.El tercer caso es el de Elas, quien nunca fue reintegrado a lamisma posicin que haba ocupado antes de su huida fatal. Es ciertoque se le dijo que volviera por su mismo camino, y se le indic unatarea que hacer. Pero ese trabajo consisti en ungir a tres hombres:Ve, vulvete por tu camino, por el desierto de Damasco; y llegars, yungirs a Hazael por rey de Siria. A Jeh hijo de Nimsi ungirs por rey

    sobre Israel; y a Eliseo hijo de Safat, de Abel-mehola, ungirs para que

    sea profeta en tu lugar (1 R. 19: 15 y 16).Esas palabras hicieron sonar las campanas que indicaban la muer-

    te de los ms acariciados sueos de Elas. Evidentemente, l no era elque iba a libertar a su pueblo de la esclavitud de Baal. Otros tendranque hacer la obra por l; otro habra de ser profeta en su lugar.

    Todos aquellos que entre nosotros ocupan posiciones prominen-tes, como maestros y dirigentes pblicos, bien pueden aprender laleccin de estos solemnes ejemplos. Tal vez no todos seamos tenta-dos, como Elas, a la incredulidad y al desnimo. Pero nuestro granenemigo tiene muchas otras trampas preparadas para nosotros.Cualquiera de ellas puede obligar a Dios a sacarnos de su gloriososervicio; a emplearnos slo en ministerios ms humildes, o para ungira nuestros sucesores. l nunca nos echar como hijos; pero, comosiervos, s puede.

    Tengamos cuidado! Un paso falso, un abandono apresurado de

    nuestro puesto, un acto de desobediencia, un brote de pasin, cuales-quiera de estas cosas puede conducir a nuestro Padre celestial a colo-carnos a un lado. Y jams volveremos a cabalgar sobre la cresta de laola en movimiento. Otros terminarn la obra que nosotros dejamosinconclusa.

    Pero as como hay el peligro hay tambin suficientes salvaguardas.Que Dios nos pode con el cuchillo dorado de su santa Palabra. Seamoscelosos con respecto a cualquier cosa que aparte nuestro corazn del

    Seor. Tengamos como perpetuo recurso de purificacin la sangreque Cristo derram para la remisin de pecados.

    Volvamos a los instrumentos de Dios designados a Elas en el mon-te Horeb: Hazael, rey de Siria, Jeh, el rudo capitn, y Eliseo, el jovenagricultor. Cada uno era tan diferente de los otros dos como era posi-

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    ble; y, sin embargo, cada uno de ellos era necesario para alguna obraespecial en relacin con aquel pueblo idlatra. Hazael estaba destina-do a ser la vara de la venganza divina que se aplicara a Israel sin res-tricciones. Ah, cruel, en verdad, fue el trato que este hombre les dio!

    (Vase 2 R. 8:12; 10:32; 12: 3, 17).Jeh habra de ser el azote de la casa de Acab, de la que no dejararaz ni rama. El ministerio de Eliseo habra de ser genial y manso, co-mo la lluvia en verano y como el roco de la noche; como el ministeriode nuestro mismo Seor, a quien prefigur, y de quien su nombre erasignificativa referencia.

    Es notable el hecho de que Dios cumple sus propsitos por mediode hombres que slo intentan obrar de acuerdo con su propio impul-

    so personal. Su pecado no disminuye ni les es condenado por el hechode que estn ejecutando los designios del Cielo; ese pecado aun sedestaca con toda su maligna deformidad. Sin embargo, aunque sonresponsables por el mal que hagan, es evidente, no obstante, que elloshacen lo que la mano y el consejo de Dios determinan con anticipa-cin de que sea hecho.

    Los hombres pueden hacer cosas malas contra nosotros, por lascuales sern condenados. Pero esas mismas cosas, que son permitidaspor la sabidura y el amor de Dios, son sus mensajes para nosotros.Antes que puedan llegarnos, tienen que pasar por su presencia envol-vente e incluyente; y si pasan, entonces se convierten en la voluntadde Dios para nosotros; y humildemente tenemos que aceptar la disci-plina de nuestro Padre, y decir: No sea como yo quiero, sino comot.

    Nadie puede escapar por completo de los designios personales de

    Dios. Las redes de Dios no estn todas tejidas con el mismo tipo demalla. Los hombres pueden escapar de algunas de ellas; pero no detodas: Y el que escapare de la espada de Hazael, Jeh lo matar; y elque escapare de la espada de Jeh, Eliseo lo matar.

    No leemos que Eliseo alguna vez manejara la espada; y, con todo,el ministerio del amor manso es algunas veces ms potente para aba-tir almas que el ministerio ms vigoroso de Hazael o de Jeh; y de talmatanza surge la vida.

    Y cuando vemos en torno a nosotros toda la gama de ministeriosde que est lleno el mundo, podemos estar seguros de que cada indi-viduo tiene, por lo menos, una oportunidad; y que Dios ordena lasvidas de los hombres de tal manera que durante su jornada terrenalse vean confrontados con la clase de argumento ms apropiado parasu carcter y temperamento, si no ms le ponen atencin y se entre-

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    gan. Dios nunca pasa por alto a ninguno de los suyos. Elas pens queslo l haba quedado como amante y adorador de Dios. Esa era unagran equivocacin. Dios tena muchos seguidores escondidos. No sa-bemos los nombres ni la historia de ellos. Probablemente eran perso-

    nas desconocidas en los crculos sociales, ignoradas, de corazn senci-llo y humildes. Lo nico que haban hecho fue dar testimonio con suactitud de negarse a participar en los ritos necios de la idolatra.

    Pero todos eran conocidos de Dios. l los cuid con infinita solici-tud; y por amor a ellos levant al bondadoso y manso Eliseo para quellevara a cabo la edificacin y disciplina de sus almas.

    Para m ha sido siempre motivo de admiracin el hecho de que es-tos siete mil discpulos secretos se mantuvieran tan annimos que

    escaparan al conocimiento de Elas. Es de temer que la santidad deestos seguidores ocultos fuera tan vaga y descolorida que se necesi-taba a un Dios omnisciente para notarla. Pero, no obstante, Dios laadvirti...

    Querido lector, puede que su vida le parezca dbil e insignificante;pero si tiene tan slo una chispa de fe y amor, y si se esfuerza pormantenerse sin mancha ante el mundo, ser reconocido por Dios. Sisu vida interna es genuina, no permanecer para siempre en secreto:romper a arder como un fuego oculto durante largo tiempo, saldr ala luz como la semilla que se entierra en la cual hay un germen de vi-da.

    Captulo 14

    La via de Nabot

    n una habitacin del palacio, Acab, rey de Israel, yaca sobre

    su lecho, con la cara vuelta hacia la pared, y se negaba a co-mer. Qu haba ocurrido? Haba cado el desastre sobrelos ejrcitos reales? Haba muerto su consorte? No; los sol-dados estaban an enrojecidos a causa de las recientes vic-

    torias que haban logrado sobre Siria. La adoracin de Baal se habarecuperado mucho del terrible desastre del Carmelo; Jezabel, la re-E

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    suelta, astuta, cruel y bella mujer, estaba ahora a su lado, buscandoafanosamente la causa de la tristeza de l. La incgnita se nos despejapronto...

    En Jezreel estaba la residencia favorita de la casa real de Israel. En

    una ocasin en que Acab se hallaba all, sus ojos divisaron una viacercana que perteneca a Nabot el jezreelita. Al rey le pareci la viauna adicin tan valiosa a su propiedad que decidi conseguirla a todacosta.

    En su impulso mand buscar a Nabot y le ofreci cambiar su viapor otra mejor, o el valor de la via en dinero. Para sorpresa e indig-nacin del rey, Nabot no acept ninguna de las dos ofertas: Y Nabotrespondi a Acab: Gurdeme Jehov de que yo te d a ti la heredad de

    mis padres (1 R. 21:3).A primera vista, este rechazo pareca grosero y falto de cortesa.

    Pero segn la ley de Moiss, la tierra de Canan era considerada, enun sentido peculiar, la tierra de Dios. Los israelitas eran los que ejer-can la tenencia de la tierra; y una de las condiciones de esa tenenciaera que ellos no vendieran aquello que les haba correspondido ensuerte, excepto en casos de extrema necesidad; y en esos casos, po-dan venderla slo hasta el jubileo.

    Nabot prevea que tan pronto como saliera de sus manos, su pa-trimonio se fundira con la posesin real, y nunca podra liberarla.Con esta actitud, basada en su creencia, pudo decir bien: GurdemeJehov de hacer eso. De manera que su denegacin fue, en parte, unacto religioso.

    Pero, sin duda, hubo algo ms. Sus palabras, la heredad de mis pa-dres, nos sugieren otra razn muy natural de su renuncia: durante

    generaciones, sus padres se haban sentado debajo de esas vides yrboles; all haba pasado l los aos soleados de su niez. El jugo quese exprimiera de todas las vias de la vecindad jams le compensarala nostalgia de aquellos recuerdos queridos.

    El hecho de que Nabot le negara la via hizo que Acab saltara a sucarroza y volviera a Samaria; y malhumorado, volvi la cara hacia lapared, triste y enojado. Al final del captulo anterior (vase 1 R.20:43) vemos que Acab estaba disgustado con Dios; ahora vemos que

    dirige su violencia hacia un hombre.A los pocos das se perpetr el horrible asesinato: de un solo golpe

    quedaron eliminados Nabot, sus hijos, y sus herederos. Y al quedar lapropiedad sin herederos, naturalmente caera en las manos reales. Esentonces que Elas fue llamado de nuevo al servicio...

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    No sabemos cuntos aos haban transcurrido desde que la pala-bra del Seor le haba venido por ltima vez a Elas. Tal vez cinco oseis aos. Durante todo ese tiempo, tuvo que haber esperado ansio-samente el bien conocido tono de aquella voz que deseaba or una vez

    ms. Y mientras los das tediosos pasaban lentos, prolongando suaplazada esperanza hasta convertirla en un lamento cada vez msprofundo, el profeta interrogaba continuamente su alma y escudria-ba su corazn.

    Acaso las horas, y aun los aos, de silencio estn llenas de oportu-nidades doradas para los siervos de Dios. En tales casos, nuestra con-ciencia no nos condena, ni nos incomoda con razn de nuestro propioentendimiento.

    Nuestro sencillo deber consiste, pues, en mantenernos limpios yllenos del Espritu; estar en la reserva para cuando el Maestro nosnecesite, con la seguridad de que servimos slo si nos quedamos allquietos y en espera, sabiendo que l aceptar y recompensar nues-tra disposicin al servicio.

    Elas no fue desobediente. En una ocasin anterior en que su pre-sencia se necesitaba urgentemente, Elas haba salido huyendo parasalvar su vida. Pero ahora no haba vacilacin ni cobarda. Se levanty fue a la via de Nabot, y entr en ella para buscar al rey criminal.

    No le import nada que detrs de la carroza de Acab fueran a caba-llo dos despiadados caudillos: Jeh y Bidcar (vase 2 R. 9:25). Por unmomento ni siquiera pens en que la mujer que antes haba amena-zado su vida ahora podra quitrsela, enfurecida como estaba por lasangre de sus sacerdotes que recientemente l haba derramado.

    Quin no se regocija por el hecho de que Elas tuviera tal oportu-

    nidad de lavar la oscura mancha de la infamia? No haba sido perdidosu tiempo de espera!Nabot estaba fuera del cuadro; y Acab pudo haberse consolado,

    como an lo hace la gente dbil, con la idea de que l no era quien lohaba matado. Cmo poda l haberlo matado?

    No se haba movido de su lugar. Sencillamente haba puesto su ros-tro hacia la pared, y no haba hecho nada. Si record que Jezabel lehaba pedido su anillo real, para sellar con l y as dar validez a algu-

    nas cartas que ella haba escrito en nombre de l, cmo iba l a saberlo que ella haba escrito? Por supuesto, si ella haba dado instruccio-nes para que se matara a Nabot, qu pena!, pero ya no poda hacersenada; por todo lo cual qu impeda ahora que tomara posesin de laheredad?

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    Con tales excusas, tuvo que apagar el ltimo destello de concienciaque pudiera quedar en su corazn. Fue entonces cuando lo sorpren-di una voz que no haba odo durante aos. La voz le dijo: As hadicho Jehov:No mataste, y tambin has despojado? (vs. 19).

    Elas, guiado por el Espritu de Dios, puso la carga de la culpa sobrelos hombros donde corresponda.Al principio, los actos de pecado arbitrario a menudo parecen

    prosperar: Nabot muere mansamente, la tierra absorbe su sangre, lavia pasa a manos del opresor Pero hay Uno que ve y que muy cier-tamente vengar la causa de sus siervos: Que yo he visto ayer la san-

    gre de Nabot, y la sangre de sus hijos, dijo Jehov;y te dar la paga enesta heredad, dijo Jehov (2 R. 9:26).

    Esa venganza poda demorar, pues los molinos de Dios muelenlentamente; pero sera tan cierta como el hecho de que Dios es Dios.Y, entretanto, en la via de Nabot estaba Elas el profeta. Y Acab dijoa Elas:Me has hallado, enemigo mo? (1 R. 21:20).

    Aunque el rey no lo saba, Elas era su mejor amigo; Jezabel era sums terrible enemiga. Pero el pecado lo tuerce todo.

    Del mismo modo, cuando los hombres malos piensan as de noso-tros, ello es indicacin de que nuestra influencia se opone a sus vidas.

    Elas actu como verdadero profeta. Cada una de las calamidadesque predijo se cumplieron. Con un arrepentimiento parcial, Acabpospuso su cumplimiento durante unos tres aos; pero al fin de esetiempo volvi a sus malos caminos, y cada una de las predicciones secumpli literalmente. l fue herido por una flecha que un hombredispar a la ventura en Ramot de Galaad, y la sangre de la heridacorra por el fondo del carro; y cuando lavaron el carro en el estan-

    que de Samaria, los perros lamieron su sangre.Veinte aos despus ya no quedaba de Jezabel nada para enterrar;con excepcin del crneo, los pies y las palmas de las manos, que ha-ban escapado de los voraces perros, mientras el cuerpo de ella yacaexpuesto en el mismo lugar. El cuerpo muerto de Joram, el hijo deellos, fue echado sin enterrar en la misma via de Nabot, por mandatode Jeh, a quien nunca se le olvidaron las memorables palabras delprofeta (vase 2 R. 9:25). Y es que Dios cumple no slo sus promesas

    sino tambin sus amenazas.Toda palabra dicha por Elas se cumpli al pie de la letra. Los aos

    que fueron pasando lo vindicaron ampliamente. Y al llegar al fin deeste trgico episodio de su carrera, nos regocijamos al saber que lvolvi a ser sellado con el sello divino de la confianza y de la verdad.

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    Captulo 15

    Recuperando el valor

    fin de entender el sorprendente episodio que tenemos

    delante, no debemos juzgar segn nuestras elevadasnormas de perdn y amor, aprendidas en la vida y lamuerte de Jesucristo, la ltima y suprema revelacin deDios. El Antiguo Testamento rebosa de sorprendente en-

    seanza acerca de la santidad y la justicia de Dios. Dios, nuestro Pa-dre, fue tan misericordioso y resignado en aquel entonces como aho-ra. Tambin entonces hubo abundantes vislumbres de su amorosocorazn.

    Pero los hombres no pueden percibir demasiados pensamientos almismo tiempo. Tienen que venirles las cosas lnea por lnea, preceptopor precepto. As que cada era preliminar tuvo alguna verdad especialque ensear.

    La edad de la ley mosaica, que ejerci su imperio sobre los tiemposde Elas, fue una era en que se destacaron de manera preeminente ymasiva aquellos atributos impresionantes y esplndidos del carcterdivino: la santidad, la justicia, la rectitud, la severidad contra el peca-

    do. Slo cuando esas lecciones se hubieron aprendido completamen-te, la humanidad pudo apreciar el amor de Dios que es en Cristo Jess,Seor nuestro.

    Los crticos -quienes insensiblemente han tomado sus conceptosdel amor infinito de los Evangelios que ellos mismos dicen que des-precian desaprueban el Antiguo Testamento a causa de su tono auste-ro y de sus leyes severas. Sealan que en l hay muchas cosas que son

    inconsecuentes con el espritu ms manso de nuestros tiempos.No hay nada de sorprendente en esto! No poda haber sido de otromodo en una manifestacin gradual de la naturaleza y el carcter deDios. Los santos hombres que vivieron en aquellos das nunca habanodo la tierna voz del Hijo del Hombre como cuando habl en el Ser-mn del Monte. Sin embargo, tenan conceptos muy definidos sobre la

    A

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    rectitud y la santidad de Dios, y sobre su pronta indignacin contra elpecado. Esto los estimul a hacer obras que nuestra naturaleza recha-za. Si no hubiera sido por esto, Lev nunca hubiera matado a sus her-manos, ni Josu a los cananeos; Samuel nunca hubiera partido a Agag

    en pedazos delante del Seor; ni Elas hubiera asumido la funcin dematar a los sacerdotes de Baal, ni de pedir que descendiera fuego delCielo para que destruyera a los capitanes junto con sus hombres.

    Puede que la lectura de estas cosas nos lleve al autoexamen en laquietud de nuestro fuero interno. Haremos bien en preguntar si, con-cediendo que prescindamos de la manifestacin externa, existe hoyda el mismo odio contra el pecado, el mismo celo por la gloria deDios, el mismo entusiasmo inveterado a favor de la justicia, que hubo

    en aquellos das de fuerza, decisin e inflexible rectitud.Estas consideraciones nos ayudarn a entender las cosas que ms

    adelante se narran y exonerar el carcter de Elas del cargo de ven-ganza y pasin. Esto nos capacitar para apreciar en verdad cmo re-surgi en el pecho del profeta algo de su viejo intrpido valor y de suporte heroico.

    Ocozas, el hijo de Acab, lo haba sucedido, tanto en el trono comoen los pecados. Rehuy con cobarde temor la dura vida del campa-mento y los peligros del campo, y permiti as que Moab se rebelarasin intentar subyugarlo. Se entreg a una vida de indulgente compla-cencia en el palacio.

    Pero los dardos de la muerte pueden hallarnos de igual maneracuando estamos en aparente seguridad como en medio de peligrosamenazantes. Estando recostado en la baranda que protega la azoteadel palacio, de repente la baranda cedi y Ocozas cay a tierra.

    Cuando se repuso al primer pnico, el rey envi mensajeros a unode los antiguos altares de Canan, dedicado al dios Baal-zebub, el diosde las moscas, el santo patrono de la medicina, quien tena cierta afi-nidad con el Baal de sus padres. Esto era un rechazo intencional deJehov que no poda pasar desapercibido. Elas fue enviado a encon-trarse con sus mensajeros cuando stos iban cruzando aprisa la llanu-ra de Esdraeln, y a darles el anuncio cierto de la muerte: as hadicho Jehov: Del lecho en que ests no te levantars, sino que cierta-

    mente morirs (2 R. 1:4).Los criados no conocan a aquel extrao. Sin embargo, quedaron

    tan impresionados por aquella figura imponente y por aquel tono deautoridad, y tan afectados por el terrible anuncio, que decidieron re-gresar de inmediato al rey. Cuando le explicaron la razn de su rpidoregreso, Ocozas tuvo que haber adivinado quin era el que se haba

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    atrevido a atravesarse en el camino de ellos y a enviarle a l tal men-saje. Pero para estar ms seguro les pidi que describieran al miste-rioso extrao. Ellos le respondieron que era un varn que tena ves-tido de pelo. Largas y pesadas trenzas de cabello no cortado le baja-

    ban por los hombros; su barba le cubra el pecho y se mezclaba conlas pieles toscas que constituan su nica ropa. Era suficiente; el rey loreconoci de inmediato, y dijo: Es Elas tisbita (vs. 8).

    Dos emociones llenaron entonces su corazn. Desesperadamentedeseaba tener a Elas en su poder para hacer caer su ira sobre l, y talvez abrigaba tambin la secreta esperanza de que los labios que ha-ban anunciado su muerte podan ser inducidos a revocarla.

    Por tanto, resolvi capturarlo, y a ese fin despach a un capitn

    con una tropa de cincuenta soldados. Y cuando stos murieron que-mados, volvi a mandar a otro capitn con sus cincuenta: Varn deDios, el rey ha dicho que desciendas (vs. 11).

    No haba venganza personal en la terrible respuesta del viejo pro-feta. Yo creo que l estaba lleno de un fuego consumidor por la gloriade Dios, que tan rudamente haba sido pisoteada: Si yo soy varn deDios, descienda fuego del Cielo, y consmete con tus cincuenta (vs.12).

    Y en ese momento descendi el fuego y derrib a los impos blas-femos. En la disposicin de Elas para ir con el tercer capitn, quien lehabl con reverencia y humildad, se ve claramente que no haba en lmalicia: Entonces el ngel de Jehov dijo a Elas: Desciende con l; notengas miedo de l. Y l se levant, y descendi con l al rey (vs. 15).

    Aqu se esboza una idea de la mansedumbre y dulzura de Cristo.Qu maravilloso es pensar que l, quien con una sola palabra pudo

    haber hecho descender fuego del Cielo para que destruyera a los sol-dados que fueron a arrestarlo al Getseman, no pronunciara esa pala-bra! Slo los hizo caer a tierra un instante, para demostrarles que es-taban absolutamente en su poder; pero se retuvo de tocar siquiera uncabello de sus cabezas. Y es que Jess estaba bajo el apremio de unaley superior: la ley de la voluntad de su Padre, la ley del amor altruis-ta, la ley del pacto sellado antes de la fundacin del mundo.

    El nico fuego que Cristo busc fue el fuego del Espritu Santo. Oh,

    qu incomparable mansedumbre! Qu maravilloso dominio de Smismo! Que a cada uno de nosotros, sus indignos seguidores, se nosconceda la gracia de andar en sus pasos y de emular su espritu; de noinvocar el fuego de la venganza, sino buscar la salvacin de aquellosque nos perjudicaran; de no invocar el fuego del Cielo, sino dejar que

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    las ascuas se amontonen sobre las cabezas de nuestros adversarios ylos derritan en dulzura, bondad y amor.

    Aqu tambin se sugiere la imposibilidad de que Dios alguna vezperdone el pecado desafiante y blasfemo. Es verdad que Dios suspira

    por los hombres con una indecible ternura que ruega. l no quiereque ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento(2 P. 3:9). En cada brote de pecado humano, en el destino de todos losperdidos, en cada refriega que se produce en la calle, en el peldao deentrada a toda taberna, en medio de las orgas blasfemas que hay entoda guarida de impureza y vergenza, ese amor de Dios aguarda,lleno de lgrimas, de anhelos, de ruegos...

    Porque de tal manera am Dios al mundo (Jn. 3:16).

    Y, sin embargo, lado a lado con este amor hacia el pecador est elodio de Dios contra el pecado. Esta paciencia slo dura mientras hayala posible esperanza de que el transgresor se aparte de sus malos ca-minos. La ira de Dios contra los pecadores, que definidamente deci-dieron pecar, tal vez dormita, pero no est muerta.

    Se cierne sobre ellos y slo es retenida por el deseo de Dios de dara todos la oportunidad de la salvacin. No obstante, la paciencia ter-minar al fin, como termin la espera en los das de No. Entoncesdescender el fuego, del cual la llama material que cay sobre estossoldados no es sino un smbolo leve e imperfecto.

    Entonces se descubrir lo amargo que es encontrarse con la ira delCordero, cuando se manifieste el Seor Jess desde el Cielo con los n-

    geles de su poder, en llama de fuego, para dar retribucin a los que no

    conocieron a Dios, ni obedecen al Evangelio de Jesucristo (2 Ts. 1: 7 y8).

    Necesitamos proclamar ms este lado del Evangelio. Entre noso-tros hay una falta alarmante de comprensin del pecado. Grandesmultitudes son indiferentes al mensaje de misericordia, por cuanto nohan sido despertadas con el mensaje de la santa ira de Dios contra elpecado. Necesitamos otra vez que alguien venga con el poder de Elasy haga la obra de Juan el Bautista y, con los dolores de la conviccin,prepare a los hombres para el dulce ministerio de Jesucristo.

    La necesidad clamorosa de nuestro tiempo es una conviccin ms

    profunda de pecado. Luego, cuando el fuego de la conviccin de Elashaya derribado al polvo todas las confianzas humanas, habr lugarpara que un Eliseo restaure los corazones afligidos con el mensaje dela misericordia.

    Tambin se nos asegura que Elas fue plenamente restaurado parael ejercicio de una fe gloriosa. En alguna ocasin anterior la amenaza

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    de Jezabel haba sido suficiente para hacerlo huir. Pero en este caso lse mantuvo firme, aunque una banda armada haba venido a captu-rarlo. Y cuando se le dijo que descendiera con el tercer capitn y sinvacilacin se presentara ante el rey, no titube, aunque tendra que

    pasar por las calles de la apiada capital directamente hacia el palaciode sus enemigos.No es bello contemplar este glorioso brote de la fe en Querit, en

    Sarepta y en el Carmelo? El viejo profeta, cuando ya estaba cercana surecompensa, estuvo tan vigoroso en esto como cuando le hizo el pri-mer desafo a Acab. Gloria a Aquel que restaura el alma de sus santosvacilantes y quiere usarlos una vez ms en su glorioso servicio!

    Captulo 16

    Oracin vespertina

    a bondadosa providencia de Dios permiti que Elas, trasuna vida llena de tormentas y tempestades, disfrutase de unatardecer de luz, de paz y de reposo. Fue como si el espritude aquel mundo en que l estaba a punto de entrar estuvie-

    ra ya derramando sus encantos sobre su sendero.Siempre hay algo bello en los aos postreros de uno que en la pri-

    mera parte de su vida se atrevi a hacer algo noble y tuvo xito. Laantigua fuerza an brilla en los ojos, pero sus rayos estn atenuadospor aquella ternura de la fragilidad humana y por aquel profundo co-nocimiento de s mismo que slo viene con los aos. Tal parece habersido el ocaso de la vida de Elas, y debe haber sido consolador para lel hecho de que se le concediera un tiempo de relativa calma al finalde su agitada carrera.

    Aquellos aos de retiro fueron valiosos en sumo grado, tanto porsus efectos inmediatos en centenares de vidas jvenes, como por susconsecuencias para el distante futuro. La vida de Elas se ha llamadoun ministerio de un solo hombre; y este solo hombre fue, como ex-

    L

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    clam Eliseo, carro de Israel y su gente de a caballo!. l caracterizsu poca. Sobresali por encima de todos los hombres de su tiempopor sus hazaas heroicas y por sus obras de fuerza sobrehumana. Lu-ch solo contra las olas de idolatra y pecado que estaban arrasando

    la Tierra.Aunque Elas tuvo amplio xito en cuanto a impedir que muriera lacausa de la verdadera religin, tuvo que haberse dado cuenta con fre-cuencia de que haca falta llevar adelante la obra de una manera mssistemtica y avivar el pas de manera ms completa con la influenciade hombres devotos. As pues, bajo la direccin divina, l promovicelosamente, o tal vez inaugur, las escuelas de los profetas. Cuan-do usamos la palabra profeta pensamos que se refiere a una perso-

    na que puede predecir el futuro.Pero esto es causa de no poca confusin en el estudio de la Biblia.

    Su verdadero significado incluye la idea de prediccin como parte deun conjunto ms amplio. La palabra original profeta significa re-bosar o desbordarse. De modo que un profeta era uno cuyo coraznestaba rebosante con algo bueno, comunicaciones divinas que lucha-ban dentro de l por ser expresadas.

    El profeta era el vocero de Dios. As que estas escuelas de los pro-fetas eran colegios en los cuales se reuna cierto nmero de hombresjvenes con el corazn abierto para recibir y los labios dispuestos apronunciar el mensaje de Dios.

    En sus ltimos aos, Elas reuni a su alrededor la flor de los sietemil, y los educ para que recibieran y transmitieran algo de su propiafuerza espiritual y de su fuego. Estos fueron los seminarios misione-ros de aquella poca.

    Tales jvenes se agruparon en compaas separadas de cincuenta,en diferentes pueblos. Eran llamados hijos; y al principal, como elabad de un monasterio, se le llamaba padre. Usaban ropa sencilla;coman juntos y vivan en cabaas hechas con maderas. Estos hom-bres estaban bien versados en los libros sagrados, los cuales ellosprobablemente transcriban para la circulacin y lean en pblico alpueblo.

    Con frecuencia eran enviados a hacer diligencias del Espritu de

    Dios: a ungir a algn rey, a reprochar a algn pecador altanero, o aponerse de parte de los inocentes oprimidos o injuriados. De modoque no fue pequea la obra que tuvo que realizar Elas para estable-cer estas escuelas sobre una base tan segura que, cuando l desapare-ciera, pudieran perpetuar su influencia de l y conservar vivas lasllamas que l haba encendido.

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    Nos impresiona profundamente la calma de espritu que el profetatuvo en sus ltimos das. l saba que antes que pasaran muchos so-les, estara en la luz de la eternidad, junto a sus colegas, entendiendotodos los misterios que haban dejado perplejo su anhelante espritu

    y viendo el rostro de Dios.Pero pas esos das, como antes lo haba hecho con frecuencia, vi-sitando las escuelas de los profetas, o conversando tranquilamentecon su amigo, de cuyo lado una carroza lo arrebat al final. La consi-deracin de esta escena nos ensea que un hombre bueno debe vivirde tal manera que no necesite ninguna preparacin especial paracuando de repente lo llame la muerte, y que nuestra mejor actitudpara esperar el paso de este mundo al otro consiste en continuar

    cumpliendo los deberes de la vida diaria.Wesley dio una sabia y verdadera respuesta a la siguiente pregun-

    ta: Qu hara usted si supiera que habra de morir dentro de tresdas?. Simplemente hara lo que ya tengo planificado hacer: serviren un lugar; encontrarme con mis predicadores en otro; alojarme enotro; hasta que llegue el momento en que yo sea llamado a entregarmi espritu a Aquel que lo dio. Debemos desear ser hallados, cuandonos llegue la llamada, haciendo el trabajo que se nos ha asignado, y enel lugar donde el deber demanda nuestra presencia en esa hora. Eltaller y la fbrica estn tan cerca del Cielo como el santuario; la tareaque Dios nos ha dado es una altura tan bella para la ascensin como elMonte de los Olivos o el de Pisga.

    A pesar de que Elas trat de persuadir a su discpulo muchas ve-ces para que no lo hiciera, Eliseo lo acompa en el escarpado des-censo hacia Betel y Jeric. El historiador sagrado destaca el poder del

    afecto que exista entre los dos usando en plural el verbo en tresoportunidades: Descendieron, pues, vinieron, pues, fueron,pues. Y la fuerza de ese amor se manifest tambin en la repetidaaclamacin: Vive Jehov, y vive tu alma, que no te dejar (2 R. 2:4).

    Es dulce pensar que en la naturaleza fuerte y ruda de Elas habacualidades tan atractivas que podan despertar un afecto tan profun-do y tenaz. Captamos una vislumbre de un lado ms tierno al cualapenas se le ha prestado atencin. Una rara emocin inundaba tam-

    bin los corazones de los jvenes, cuya reverencia por el profeta co-rra pareja con el amor que l les tena, mientras vean a su maestropor ltima vez.

    Pero en la relacin que hubo entre ellos, qu real pareci ser elSeor, y cun cercano pareci estar! Para Elas, el Seor era quien loenviaba de lugar en lugar. Para Eliseo, el que lo enviaba de un lugar a

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    otro era el Seor viviente a quien Elas acuda constantemente, el Se-or que viva en el otro lado del gran cambio por el cual su seor ha-ba de pasar hacia l. Para los profetas, el Seor era el que les quitabaa su maestro y adalid para llevrselo consigo. Ciertamente los que

    hablan as han llegado a una posicin en la que pueden encontrarsecon la muerte sin ningn temblor.

    Captulo 17

    El traslado

    l fin hemos llegado a una de las escenas ms sublimes del

    drama del Antiguo Testamento. Con slo una o dos fuer-tes pinceladas se nos dice todo lo que podemos saber. Elvelo de la distancia, o de la elevacin de las montaas, fuesuficiente para ocultar las figuras de los dos profetas que

    se alejaban de la mirada anhelante del grupo que los observaba desdelas cercanas de Jeric.

    Y la deslumbrante gloria del cortejo celestial hizo que el nico es-pectador no pudiera ver muy de cerca. No es nada extrao, entonces,

    que el relato se nos ofrezca en tres breves declaraciones!Y aconteci que yendo ellos y hablando, he aqu un carro de fuegocon caballos de fuego apart a los dos; y Elas subi al Cielo en un tor-

    bellino (vs. 11).Los dos amigos hicieron un breve alto ante las anchas aguas del

    Jordn, que amenazaba con impedirles el paso; y Elas tom su biendesgastado manto, lo dobl y golpe las aguas. Estas se apartaron auno y otro lado, y dejaron un camino claro por donde ellos pasaron.

    El lugar fue el adecuado. No ocurri en Esdraeln, ni en Sina, ni enlas escuelas de Gilgal, Betel o Jeric, sino en el escenario familiar de sujuventud; en un sitio desde el cual se divisaban lugares que estabanrelacionados con los sucesos ms memorables de la historia de la na-

    A

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    cin, rodeado por la solitaria grandeza de algn desfiladero. All Diosenvi su carro para llevar a Elas a su hogar.

    Tambin el mtodo fue adecuado. Elas mismo haba sido como untorbellino que arrasa todo lo que est delante con su impetuosa ca-

    rrera, y deja una estela de devastacin y ruina. Fue adecuado que unhombre torbellino fuera arrebatado al Cielo en el mismo elementode su vida. Nada ms apropiado que el hecho de que la energa tem-pestuosa de su carrera se fundiera en la espiral del torbellino, y la in-tensidad de su espritu, en el fuego que haca fulgurar a los serafinesenjaezados. Qu contraste el que hay entre esto y el suave movimien-to hacia arriba de nuestro Salvador en su ascensin!

    Fue asimismo adecuada la exclamacin con que Eliseo se despidi

    de Elas: Padre mo, padre mo, carro de Israel y su gente de a caba-llo! (vs. 12).

    Aquel hombre, a quien l haba llegado a amar como a un padre,haba sido en realidad una carroza armada de defensa para Israel.

    Ay, tales hombres son raros! Pero en nuestro tiempo los hemosconocido, y cuando de repente han sido quitados de nuestro lado,hemos sentido como si la Iglesia hubiera sido despojada de una de suscolumnas principales de seguridad y auxilio.

    Una de las principales razones de este traslado fue, sin duda, quesirviera como un testimonio para su poca. Los hombres de su tiempopensaban poco en la vida despus de la muerte. En el mejor de loscasos, los judos slo tenan nociones vagas de la otra vida. Pero aquse dio una evidencia convincente de que hay un mundo en que entranlos justos; y de que, cuando el cuerpo muere, el espritu no participade su destino, sino que entra en un estado de ser en que los instintos

    ms nobles hallan su ambiente propio y su hogar: el fuego con el fue-go; el espritu con el espritu; el hombre de Dios con Dios.Un testimonio similar se les dio a los hombres del tiempo de Enoc,

    cuando ste fue arrebatado antes del diluvio; y tambin se dio igualtestimonio mediante la ascensin de nuestro Seor desde el Monte delos Olivos. Dnde terminaron estos tres maravillosos viajes, que nofuera un sitio de destino apropiado como trmino o meta?

    Y al difundirse las noticias, que produjeron en todos los que las

    oan una misteriosa reverencia, no hubieran hecho nacer en ellos laconviccin de que ellos de igual manera tendran que hacer ese mara-villoso viaje hacia lo invisible, remontndose ms all de los mundos,o hundindose en el abismo insondable?

    Otra razn fue que Dios, evidentemente, quiso sancionar de mane-ra impresionante las palabras de su siervo. Qu fcil era para los

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    hombres de aquel tiempo evadir la autoridad del ministerio de Elas,afirmando que ste slo era un entusiasta, un alarmista, un revolu-cionario! Y si l hubiera muerto en la edad senil, se habran sentidoms animados an en sus impas conjeturas. Pero las bocas de los

    blasfemos y contradictores quedaron cerradas cuando Dios puso unsello tan conspicuo sobre el ministerio de su siervo.El traslado fue para la obra que hizo Elas en vida lo que la resu-

    rreccin fue para Jess: un innegable testimonio de Dios para el mun-do.

    Tengamos cuidado de no decirle a Dios lo que debe hacer. ste fueel hombre que se tir a tierra y le pidi a Dios que le quitara la vida.Cun bueno fue que Dios se neg a contestarle lo que anhelaba! No

    fue mejor que l pasara de este mundo, echado de menos y amado, enla carroza que su Padre haba enviado para l?

    Sin duda alguna, esta es una de las razones por las cuales nuestrasoraciones se quedan sin respuesta. No sabemos lo que pedimos. Laprxima vez en que nos sea denegada una peticin, pensemos que esose debe a que Dios est preparando algo para nosotros que es muchomejor que lo que le pedimos, as como el traslado de Elas fue muchomejor que lo que l pidi para s.

    Aprendamos tambin lo que es la muerte. Es un traslado; pasamospor una puerta, cruzamos un puente donde hay sonrisas y, luego,irrumpimos la oscuridad hacia la luz. No hay intervalo de inconscien-cia, ni un parntesis de suspenso inanimado. Ausentes del cuerpo,pero instantneamente presentes al Seor.

    Como por un solo acto de nacimiento, entramos en esta vida baja,as por un slo acto -que los hombres llamamos muerte, pero que los

    ngeles llaman nacimiento (pues Cristo es el primognito de entre losmuertos)- pasamos a la vida real. El hecho de que Elas apareci en elMonte de la Transfiguracin en santa comunin con Moiss y conCristo demuestra que los muertos bienaventurados son los que real-mente viven, y que entraron en esta vida en un solo momento, el mo-mento de la muerte.

    Algo referente a este augusto acontecimiento estuvo en la mentedel gran predicador gals Christwas Evans cuando, agonizante, movi

    majestuosamente la mano en seal de despedida a los que estabancerca y, mirando hacia arriba con una sonrisa, pronunci sus ltimaspalabras: Adelante! Las carrozas de Dios son veinte mil.

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    Captulo 18

    Porciones delespritu de Elas

    e nos dice que luego de haber pasado el Jordn, los dos ami-gos iban hablando. Tuvieron que haber discutido temas su-blimes mientras se hallaban en los mismos confines del Cieloy en el vestbulo de la eternidad! La apostasa de Israel cuyacondenacin se aproximaba, la perspectiva de la obra para

    entrar a la cual se estaba preparando Eliseo: estos temas y otros afi-nes tuvieron que haberlos ocupado.

    En el transcurso de esta conversacin, Elas dijo a Eliseo: Pide loque quieras que haga por ti, antes que yo sea quitado de ti (vs. 9). Erauna puerta que el amigo mayor abra completamente para su amigomenor.

    Eliseo no busc riqueza, ni posicin, ni poder del mundo, ni unaparticipacin en aquellas ventajas a las cuales dio la espalda parasiempre cuando se despidi de su hogar, de sus amigos y de las pers-pectivas del mundo...

    Y dijo, Eliseo: Te ruego que una doble porcin de tu espritu sea so-bre m.

    Qu quiso decir Eliseo con esta peticin? l estaba solicitando seconsiderado como el hijo mayor de Elas, el heredero de su espritu, elsucesor de su obra. Hay un pasaje en la ley de Moiss en que se indicaclaramente que la doble porcin era derecho del primognito y he-redero (vase Dt. 21:17). Esto fue lo que el profeta busc; y esto fueciertamente lo que obtuvo.

    Fue una peticin noble! Evidentemente Eliseo fue llamado a con-tinuar la obra de Elas; pero l senta que no se atreva a emprendersus responsabilidades, ni a enfrentarse a sus inevitables peligros, amenos que fuera especialmente equipado con poder espiritual.

    S

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    No tenemos que rehuir el intento de hacer la obra de Elas si anteshemos recibido el espritu de Elas. No hay obra a la cual Dios nosllame para la cual no nos haya preparado y considerado aptos.

    No olvidemos que el mismo Elas hizo lo que hizo, no por sus cua-

    lidades inherentes, sino porque por medio de la fe haba sido am-pliamente dotado por el Espritu de Dios; ni olvidemos que lo que lhizo podemos nosotros volverlo a hacer -los ms dbiles y humildespueden hacerlo- si slo estamos dispuestos a esperar, velar y orar,hasta que el Pentecosts irrumpa en nosotros, con su sonido de vien-to recio y sus lenguas de fuego, o sin ellas.

    Entendamos ahora claramente las dos condiciones que se le impu-sieron a Eliseo...

    En primer lugar, tenacidad en el propsito. Elas lo prob seve-ramente en cada paso del viaje de despedida. Repetidamente le dijo:Qudate aqu. Pero Eliseo saba lo que buscaba; l entenda el signi-ficado de la disciplina a que estaba siendo sometido; y con la pruebasevera, creci su resolucin heroica, como las aguas de una corrientese acumulan contra una represa que las detiene, hasta que pasan so-bre ella y siguen como un torrente por el lecho del ro.

    Con cunta frecuencia nos persuadimos de que podemos adquirirlas ms grandes bendiciones espirituales sin pagar el precio equiva-lente!

    Fue as como Jacobo y Juan pensaron que podan obtener cada unoun puesto al lado del trono con slo pedirlo. No comprendan que lacruz preceda a la corona; ni que la amarga copa del Getseman estabaentre ellos y el himno de coronacin. Tenemos que pasar el Jordn;tenemos que tomar diariamente la cruz y seguir a Jess; tenemos que

    conformarnos a l en la semejanza de su muerte y en la comunin desus padecimientos; la voluntad divina tiene que ser aceptada conamor, aunque cueste lgrimas de sangre y amargo dolor. Luego, unavez evidenciada la firmeza de nuestro propsito, habremos demos-trado que somos dignos de recibir el supremo don de Dios.

    En segundo lugar, se le otorg discernimiento espiritual. Si mevieres cuando fuere quitado de ti, te ser hecho as; mas si no, no (2R. 2:10).

    No haba nada arbitrario en esta demanda. Para ver las transaccio-nes del mundo del espritu se requiere un espritu de una pureza noordinaria, y de una fe no ordinaria. El simple ojo mortal no hubierapodido ver el cortejo de fuego. Los sentidos embotados por la pasin,o cegados por el materialismo, no hubieran podido ver el espacioocupado por los serafines de fuego; les hubiera parecido desprovisto

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    de ningn inters especial y vaco como el resto del escenario circun-dante. Tal vez en todo Israel no haba otro individuo que tuviera uncorazn lo suficientemente puro, o una naturaleza espiritual lo sufi-cientemente penetrante como para ser sensible a tan gloriosa visita.

    Pero, puesto que Eliseo lo vio todo, ello era clara indicacin de quehaba dominado sus pasiones; su temperamento se haba refinado ysu vida espiritual era saludable.

    He aqu, pues, la respuesta: Alz luego el manto de Elas que se lehaba cado... (vs. 13).

    Ah, ese manto que se cay! Cunto significaba! Se dice que el he-cho de otorgar el manto siempre ha sido considerado por el pueblooriental como parte indispensable de la consagracin para un oficio

    sagrado. Por tanto, cuando el manto de Elas flot hasta los pies deEliseo, ste entendi de inmediato que el mismo Cielo le haba ratifi-cado su peticin, crey que haba sido ungido con el poder de Elas.

    Si con fe y paciencia suplicamos del Padre Celestial que nos d laplenitud del Espritu Santo, jams debemos preguntarnos si nos sen-timos llenos. Tenemos que creer que Dios ha cumplido la palabra quenos ha dado y que estamos llenos, aunque no hayamos tenido sealescelestiales de la entrada de ese glorioso poder.

    Pero otros se darn cuenta de que en nosotros est presente algoque nunca antes tuvimos, cuando nos vean junto a un caudaloso Jor-dn, cuyas aguas turbulentas se separan y nos dejan pasar al golpe denuestro manto.

    Tan pronto como recibamos algn gran don espiritual, demos porcierto que ser sometido a prueba. As ocurri con Eliseo:...volvi, yse par a la orilla del Jordn (vs. 13).

    Vacil? En tal caso fue slo por un momento. Eliseo haba visto aElas en el momento de partir y crey, por tanto, que una doble por-cin de su espritu haba cado sobre l. De modo que con la seguridadde su fe tom el manto de Elas, que haba cado sobre l, golpe lasaguas y dijo: Dnde est Jehov, el Dios de Elas?

    Y as que hubo golpeado del mismo modo las aguas, se apartaron auno y a otro lado, y pas Eliseo. Vindole los hijos de los profetas queestaban en Jeric al otro lado, dijeron: El espritu de Elas repos sobre

    Eliseo (vs. 14 y 15).Dnde est Jehov, el Dios de Elas?, este clamor se ha levanta-

    do a menudo cuando la Iglesia, despojada de sus pastores, se ha vistofrente a frente con alguna dificultad grande y aparentemente insupe-rable. Y algunas veces ha habido ms desesperacin que esperanza eneste clamor.

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    Pero aunque Elas se va, el Dios de Elas permanece.Dios se lleva a sus obreros rendidos al Cielo; pero tiene el cuidado

    de proveer reemplazos y de ungir a otros para que continen la obra.Recojamos nosotros el manto del que parti. Sigamos su ejemplo,

    busquemos su espritu; golpeemos las amargas aguas de la dificultadcon una fe firme; y descubriremos que el Seor Dios de Elas har tan-to por nosotros como por los santos que han sido arrebatados a reci-bir su recompensa y que ahora estn entre la gran nube de testigosque observan nuestros conflictos, triunfos y alegras.

    Captulo 19

    La transfiguracin

    o obstante, el cansancio de su labor, Jess dedicaba tiem-po a la conversacin privada con sus amigos. Tena queprepararlos para la tragedia que se aproximaba, de lacual ellos estaban curiosamente inconscientes. Iba via-jando hacia el norte con sus discpulos, evitando el paso

    por pueblos grandes, hasta que llegaron a una de las aldeas ms pe-

    queas, asentada en las laderas del monte Hermn.Pasados ocho das, a la hora en que las sombras de la noche caan

    sobre el mundo, Jess tom consigo a Pedro, Jacobo y Juan, y los lleva una cumbre cercana, apartada de la vista y del sonido de la gente. ElSeor iba a prepararse para el venidero conflicto por medio de la ora-cin, y tal vez los tres discpulos favoritos le proveeran comuninpara la primera parte de la noche. Pero ellos pronto se cansaron; co-mo ocurri despus en el Getseman, no tardaron en quedarse dormi-dos, aunque en parte conscientes de la presencia de su Maestro mien-tras l derramaba su alma con fuertes gemidos y lgrimas.

    No sabemos cuntas horas pasaron antes que despertaran con unsobresalto de sopor, no por el tenue fulgir del amanecer sino por efec-to del intenso resplandor de gloria que emanaba de la Persona de su

    N

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    Maestro. La apariencia de su rostro cambi; resplandeci su rostrocomo el sol (Lc. 9:29). Su resplandor no era un reflejo procedente deafuera, como el de Moiss, sino que irradiaba desde adentro, como sila gloria (Shekinah), escondida durante tanto tiempo, estuviera fil-

    trndose a travs del frgil velo de la carne: Su vestido se hizo ()blanco y resplandeciente.Era ms resplandeciente que la nieve reluciente que estaba ms

    arriba; pareca como si los ngeles lo hubieran tejido de luz. Pero talvez la maravilla ms grande de todas fue la presencia augusta de doshombres, los cuales eran Moiss y Elas, quienes aparecieron rodea-dos de gloria y hablaban de su partida, que iba Jess a cumplir en Je-rusaln (vs. 31).

    Ciertamente, el Seor se estaba acercando a la hora ms oscura desu camino, cuando como Hijo de Dios sera llevado a un suplicio deignominia y vergenza. El mismo Cielo se puso en movimiento paraasegurar a sus amigos y convencer al mundo de la naturaleza especialque haba en l.

    Deba Dios comisionar para esto a los serafines? No, porque loshombres simplemente quedaran deslumbrados. Mejor enviar de re-greso a algunos de la familia humana, cuyas obras ilustres an sobre-vivan en el recuerdo de la humanidad, lo cual dara poso al testimo-nio de ellos. Sin embargo, a quines seleccionar?

    Hubiera sido bueno enviar al primer Adn, para que diera testi-monio de la suprema dignidad del Segundo; o a Abraham, el padre delos que creen. Pero estos dos fueron dejados en favor de otros dosque podran tener ms influencia sobre los hombres de ese tiempocomo representantes de dos grandes departamentos del pensamiento

    judo y de la Escritura: Moiss, el fundador de la ley, y Elas, el msgrande de los profetas.Es imposible exagerar la prominencia que tena Elas en la menta-

    lidad juda. En la circuncisin de un nio, siempre se colocaba unasiento para l; y en la celebracin anual de la Pascua en cada hogar,se serva vino para que l tomara. Era creencia general que l habrade volver para anunciar el advenimiento del Mesas. Por tanto, el he-cho de que l haba estado junto a Jess de Nazaret para rendirle ho-

    menaje y ofrecerle ayuda ejerca enorme influencia en aquellos disc-pulos, y a travs de ellos en la posteridad. Y fue en parte el recuerdode Pedro del homenaje que Elas le haba rendido a su Maestro lo quelo llev a decir aos ms tarde que l haba sido testigo ocular de sumajestad.

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    Otra razn de que estos dos hombres de fe fueran los comisiona-dos para hablar con el Seor puede hallarse en la circunstancia pecu-liar en que los dos abandonaron el mundo. Moiss muri, no por en-fermedad ni por decadencia natural, sino con un beso de Dios. Su es-

    pritu pas sin dolor y de manera misteriosa a la gloria, mientras Diosse encargaba de enterrar su cuerpo. Elas no muri. La enfermedad yla vejez no hicieron nada para quitar lo material de su ser. Simple-mente, fue arrebatado en un carro hacia el Cielo...

    Pero an otra razn se sugiere: el evidente cumplimiento de suministerio. Moiss y Elas haban sido enviados originalmente a pre-parar el camino para el Cristo.

    Hemos hallado -dijo Felipe- a Aquel de quien escribi Moiss en

    la ley, as como los profetas (Jn. 1:45).El mismo Pedro estuvo preparado para tratar a Moiss y a Elas en

    igualdad de condiciones con su Maestro, pues quiso hacer tres enra-madas. Por tanto, Moiss y Elas fueron arrebatados en una nube, y noqued sino Jess solo; y se oy una voz de Dios que insisti en quePedro y los otros dos discpulos slo deban orle a l. Fue como siDios hubiera dicho: Como vosotros habis odo la ley y los profetas,as ahora, od a mi Hijo. No os pongis otra vez bajo la ley, ni os con-formis con los profetas por ms altos que sean sus ideales y ardien-tes sus palabras; sino pasad de la esperanza a la realidad, del smboloal cumplimiento perfecto.

    Moiss, Elas y el Seor no hablaron de las ltimas noticias del Cie-lo, ni de su maravilloso pasado; ni tampoco del distante futuro. Habla-ron acerca de la partida que Jess habra de emprender pronto enJerusaln.

    Este tema llenaba el Cielo. Los ngeles estaban sumidos en asom-bro, reverencia y amor al observar cada paso hacia la sealada meta.No podemos imaginar que toda la vida del Cielo se paraliz e hizouna pausa ante aquella estupenda tragedia? Era, pues, natural queestos recientes visitantes procedentes de las celestiales alturas habla-ran sobre el ms fascinante de los temas en la Tierra de la cual elloshaban salido.

    La propia salvacin de ellos descansaba en el significado de aque-

    lla portentosa muerte. Si alguna vez hubo hombres que hubieran po-dido tener la oportunidad de ser aceptados por sus propios mritos,ciertamente stos eran de tales hombres. Pero ellos no tenan mritospropios. Su nica esperanza de salvacin estaba donde est la nues-tra: en que Cristo venciera el aguijn de la muerte y abriera el Reinodel Cielo para todos los que creen.

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    Y ciertamente nuestro Seor los hubiera guiado a insistir en untema que con tanta persistencia ocupaba su mente. Jess viva espe-rando la hora de su muerte. Para esto haba nacido.

    Pero ahora pareca muy cercana. Ya estaba dentro de la sombra de

    la cruz. Y tuvo que haber sido estimulante para l hablar con estosespritus elevados acerca de los diversos aspectos del gozo que estabapuesto delante de l. Moiss pudo haberle recordado que si comoCordero de Dios tena que morir, como Cordero de Dios redimira in-contables almas. Elas pudo haber insistido en la gloria que eso le da-ra al Padre.

    Veamos cmo contemplan los hombres la obra de Cristo a la luz dela eternidad. Ellos no abundaron primariamente en el misterio de la

    santa encarnacin, o en la filantropa de la vida de l, o en el conteni-do de sus enseanzas. Todas estas cosas empequeecen en compara-cin con su muerte. Esta es la pieza maestra. Los atributos de Dioshallan aqu su ms completa y armoniosa ejemplificacin.

    En la muerte de Cristo se hace frente al problema del pecado hu-mano y de la salvacin, y se resuelve. Cuanto ms nos acerquemos a lacruz, y cuanto ms meditemos en la muerte que se cumpli en Jerusa-ln, tanto ms nos acercaremos al centro de las cosas, tanto ms pro-funda ser nuestra armona con nosotros mismos y con todos los de-ms espritus nobles, y con el mismo Dios.

    Subamos, pues, a esa montaa frecuentemente, con santa reveren-cia; recordando que en todo el universo no hay espritu ms profun-damente interesado en los misterios y en el significado de la muertede nuestro Salvador que el noble profeta que ahora no busca honorms alto que el de estar para siempre cerca de su amado Maestro,

    como lo hizo Elas, durante breve tiempo, en el Monte de la Transfigu-racin.Entre las miradas de estrellas que brillarn para siempre en el

    firmamento del Cielo, ninguna brillar con ms brillante y constantegloria que Elas, un hombre que estuvo sujeto a pasiones semejantes alas nuestras, quien fue llevado al Cielo sin que lo tocara la muerte, yestuvo junto a Cristo en el Monte de la Transfiguracin. Profeta defuego, hasta entonces, adis!

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    Captulo 20

    Lleno delEspritu Santo

    u podemos hacer en nuestra vida breve, si estamos dis-puestos a ser sencillamente canales vivientes a travs de loscuales descienda el poder de Dios hacia otros? En este caso,el potencial de utilidad de nuestra vida no tiene lmite. Lonico que se necesita es un medio de comunicacin entre

    dos; por qu no ser nosotros tal medio?

    Hay una esplndida ilustracin de esto en la vida de Elas, de lacual ya nos vamos a despedir. Durante ms de cien aos la marejadase haba levantado furiosa contra la verdad de Dios. La idolatra habapasado de la adoracin de los becerros de Jeroboam a la adoracin deBaal y de Astarot; junto con las orgas licenciosas y los horribles ritosque acompaaban al antiguo culto que se renda a las fuerzas de lanaturaleza. El sistema era mantenido por una inmensa organizacinde astutos sacerdotes que haban surgido en la vida nacional como un

    brote de hongos, y haban echado profundas races en los corazones.En medio de tal situacin se present Elas, sin armas, procedente

    de las montaas del otro lado del Jordn, donde haba nacido. Era unmontas desgreado, rudo; no acostumbrado a los modales de lacorte ni al conocimiento de las escuelas. Y enseguida experiment unadecisivo freno el avance de la idolatra. Elas vindic la existencia y elpoder de Jehov. Infundi nuevo coraje al remanente de verdaderosdiscpulos. Reedific los altares; abri escuelas para la preparacin delos jvenes piadosos; fue escogido un sucesor para l; y en general ledio un mpetu a la causa de la verdad que repercuti a travs de mu-chas generaciones.

    Tal vez el mayor tributo al poder que ejerci Elas sobre sus con-temporneos sea el hecho de que su nombre y su obra se destacaron

    Q

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    de manera resuelta y definida durante novecientos aos despus desu muerte, sobrepasando la escuela entera de los profetas judos ysirviendo de modelo al precursor de nuestro Seor. Malaquas, el l-timo profeta, no pudo hallar mejor smbolo del pionero de Cristo que

    el famoso profeta que, siglos antes, haba sido llevado al Cielo en uncarro de fuego: He aqu, Yo os envo al profeta Elas, antes que vengael da de Jehov, grande y terrible (Mal. 4:5).

    Gabriel no hall forma mejor de comunicar al anciano sacerdote elsmbolo del maravilloso hijo que habra de alegrar su ancianidad queel nombre de Elas: E ir delante de l con el espritu y el poder deElas (Lc. 1:17).

    Cada vez que un intenso avivamiento espiritual conmova al pas,

    el pueblo tena la costumbre de pensar que el profeta del Carmelo ha-ba regresado a la Tierra. Fue as que una delegacin le pregunt aJuan el Bautista: Eres t Elas? (Jn. 1:21). Y cuando Uno ms pode-roso que Juan hubo puesto a todos los hombres a meditar en sus co-razones, como los discpulos le dijeron a nuestro Seor, muchos delcomn del pueblo creyeron que la larga expectacin de los siglos sehaba cumplido, y que Elas se haba vuelto a levantar.

    Todas estas cosas son evidencia de la cimera grandeza del carctery la obra de Elas. l fue un gran hombre y realiz una noble obra. Elsecreto de todo consista en que estaba lleno del Espritu Santo.

    Dios tomar mujeres y hombres, ancianos y nios, siervos y sier-vas de esta poca de decadencia y los llenar con su Espritu. Luego,cuando, como Juan el Bautista, estemos llenos del Espritu Santo, ire-mos como l delante de nuestro Seor con el espritu y el poder deElas.

    Fue esta plenitud del Espritu Santo lo que caracteriz a la Iglesia.En el da del Pentecosts todos fueron llenos del Espritu Santo: muje-res y hombres, oscuros discpulos e ilustres apstoles. A los nuevosconvertidos, como Saulo de Tarso, se les dijo que esperaran esta ben-dita plenitud. Los diconos que eran llamados a cumplir funcionesseculares en la Iglesia tenan que estar llenos del Espritu Santo.

    El hecho de que Bernab era un hombre bueno, lleno del EsprituSanto, significaba una recomendacin ms grande que el de haber

    donado sus heredades. Y aun iglesias, como las de las partes monta-osas de Galacia, a poco de haber sido fundadas como resultado de laobra misionera del apstol Pablo, fueron llenas del Espritu Santo. Dehecho, a los cristianos del primer siglo se les ense que esperaranesta bendita plenitud. Y la Iglesia Primitiva era un grupo de indivi-duos llenos del Espritu Santo. Si haba alguna persona que no estaba

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    llena de la presencia de Dios en el Espritu Santo, eso era probable-mente la excepcin, no la regla.

    Pero dicho Pentecosts tuvo simplemente el propsito de ser elmodelo y el smbolo de todos los das y de todos los aos de la era

    actual. Y si nuestros tiempos parecen haber cado mucho ms abajode este bendito nivel, ello se debe a que la Iglesia ha descuidado estasanta doctrina.

    La Iglesia ha estado paralizada sencillamente por falta del nicopoder que puede mucho en su conflicto contra el mundo: un poderque le prometi claramente el Seor cuando ascendi. Si somos cris-tianos, no hay duda de que l est en nosotros, pero nunca debemoscontentarnos hasta que l est en nosotros con poder. No como un

    aliento, sino como un viento poderoso; no como un arroyuelo, sinocomo un torrente; no como una influencia, sino como una Personapotente y enrgica.

    No obstante, se requieren ciertas condiciones para ser llenos delEspritu...

    En primer lugar, tenemos que desear ser llenos para la gloria deDios:...sea magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte(Fil. 1:20).

    En segundo lugar, hemos de presentarnos a Dios como vasos lim-pios. Dios no depositar su Don ms precioso en receptculos inmun-dos. Necesitamos ser limpiados con la preciosa sangre de Cristo antesde poder esperar que Dios nos d lo que buscamos. No podemos es-perar estar libres del pecado inherente en nosotros, pero por lo me-nos podemos ser lavados en la sangre de Cristo de toda inmundicia ymancha de la cual seamos conscientes.

    Adems, hemos de estar preparados para permitir que el EsprituSanto haga lo que quiera con nosotros y a travs de nosotros. No debehaber reserva, nada que se retenga, ningn propsito contrario. Todala naturaleza tiene que estar desligada de trabas, y toda parte de ellarendida. No ofrezcamos resistencia a la obra del Espritu Santo. Noolvidemos que Dios da el Espritu Santo a los que le obedecen (Hch.5:32).

    Y, por supuesto, hemos de que recibir al Espritu por fe. El Espritu

    Santo ha sido dado a la Iglesia. No necesitamos luchar y agonizar;simplemente debemos tomar lo que Dios est esperando para darnos.

    No alcanzara el tiempo para enumerar todas las bendiciones quevendrn como resultado. La presencia del Espritu Santo en el cora-zn, con toda su gloriosa plenitud, no puede ocultarse. Este conceptode su obra se ensea claramente mediante la palabra que seleccion

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