El Zorro y el cuy

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El Zorro y el cuy “El Zorro y el cuy” pertenece a la recopilación de Cuentos y Leyendas del Perú, de Arturo Jimenez Borja Todos los días, don Mariano Huallpa, se levantaba de mañanita, salía de su casa de paredes blancas, puerta pintada de color azul y techo rojo, para mirar su chacra de alfalfa. La chacra era bonita: pero un día, don Mariano vio que muchas de sus plantas de alfalfa estaban rotas, entonces, puso una trampa y una mañana, muy de mañana, escuchó unos chillidos, rápidamente fue hasta donde venían los chillidos y encontró un cuy. Muy molesto lo sacó de la trampa y lo amarró a un palo, cerca de su casa. “Qué rico cuy con papas voy a comer mañana”, pensaba don Mariano. El cuy estaba muy triste cuando pasó por allí un zorro. - Compadre, ¿qué ha pasado?- dijo. - Nada, compadrito – contesto el cuy, esta es la casa del famoso don Mariano que tiene tres lindas hijas, con una de ellas debo casarme y me tiene amarrado hasta que aprenda a comer gallina. Esta familia sólo come gallina. Si quisieras, podrías cambiar mi suerte. Pronto el zorro desató al cuy y se hizo amarrar. El cuy se fue muy contento. Al rato, salió de su casa don Mariano con un cuchillo en la mano para matar al cuy. Muy grande fue su sorpresa al encontrar al zorro. - ¡Sabido! -le dijo- me las vas a pagar. ¡Con que en la mañanita eras cuy y ahora eres zorro! Agarró un látigo y le pegó fuerte. - ¡Me casaré! ¡Estoy listo! – gritaba el zorro. Don Mariano le dio con el látigo hasta cansarse. El zorro seguía gritando que se casaría. Don Mariano le dijo por qué gritaba así. El zorro le contó lo que le había pasado con el cuy y al escucharlo le bailaba la barriga de risa a don Mariano.

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El Zorro y el cuy

“El Zorro y el cuy” pertenece a la recopilación de Cuentos y Leyendas del Perú, de Arturo Jimenez Borja

Todos los días, don Mariano Huallpa, se levantaba de mañanita, salía de su casa de paredes blancas, puerta pintada de color azul y techo rojo, para mirar su chacra de alfalfa.

La chacra era bonita: pero un día, don Mariano vio que muchas de sus plantas de alfalfa estaban rotas, entonces, puso una trampa y una mañana, muy de mañana, escuchó unos chillidos, rápidamente fue hasta donde venían los chillidos y encontró un cuy. Muy molesto lo sacó de la trampa y lo amarró a un palo, cerca de su casa. “Qué rico cuy con papas voy a comer mañana”, pensaba don Mariano.

El cuy estaba muy triste cuando pasó por allí un zorro.

-          Compadre, ¿qué ha pasado?- dijo.-          Nada, compadrito – contesto el cuy, esta es la casa del famoso don Mariano que tiene

tres lindas hijas, con una de ellas debo casarme y me tiene amarrado hasta que aprenda a comer gallina. Esta familia sólo come gallina. Si quisieras, podrías cambiar mi suerte.

Pronto el zorro desató al cuy y se hizo amarrar. El cuy se fue muy contento. Al rato, salió de su casa don Mariano con un cuchillo en la mano para matar al cuy. Muy grande fue su sorpresa al encontrar al zorro.

-          ¡Sabido! -le dijo- me las vas a pagar. ¡Con que en la mañanita eras cuy y ahora eres zorro!

Agarró un látigo y le pegó fuerte.

-          ¡Me casaré! ¡Estoy listo! – gritaba el zorro.

Don Mariano le dio con el látigo hasta cansarse. El zorro seguía gritando que se casaría. Don Mariano le dijo por qué gritaba así. El zorro le contó lo que le había pasado con el cuy y al escucharlo le bailaba la barriga de risa a don Mariano.

Suelto el zorro anduvo buscando por todas partes al cuy, hasta que lo vio. El cuy al darse cuenta que el zorro lo había visto corrió debajo de una piedra y parado en dos patitas se puso a sostenerla.

-          ¡Compadre, compadrito, que ya me canso! – gritaba.-          ¿Qué te sucede?- le dijo el zorro un poco desconfiado.-          Que el mundo se cae y hay que sostenerlo.

Entonces el zorro corrió hasta donde el cuy y se puso a sostener la piedra.

-          Para sostener la piedra, voy por un palo dijo el cuy- ahora mismo regreso.

El zorro estuvo esperando al cuy mucho rato. No quería soltar la piedra por temor a morir aplastado. Al fin, ya muy cansado, cerrando los ojos dio un gran salto. No pasó nada. Entonces, sólo entonces, se dio cuenta que el cuy era un mañoso.

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Otra vez el zorro se puso a buscar y lo encontró. Estaba en una chacra. Al ver al zorro, se puso a hacer un hueco en el suelo.

-          ¡Rápido! ¡rápido! – gritaba- que el fin del mundo llega. Que lloverá candela.

Al zorro le dio un gran susto y se puso a ayudar al cuy. Cuando el hueco ya estaba bien grande, el cuy se metió velozmente y le pidió al zorro:

-          Tápame, tápame con tierra, hermanito.-          Yo primero- rogó el zorro.-          Está bien- dijo el cuy y tapando con tierra poco a poco al zorro le iba diciendo: mira

cómo te salvo, mira cómo te salvo.

El muyik y el Espíritu de las AguasDe León Tolstoi, “El muyik y el Espíritu de las Aguas”

El Muyik y el Espíritu de las aguas

A un muyik se la cayó su hacha en un río, y apenado se puso a llorar.

El espíritu de las aguas se compadeció de él y presentándole un hacha de oro le preguntó:

-          ¿Es ésta tu hacha?

El muyik respondió:

-          No, no es la mía.

El Espíritu de las aguas le presentó un hacha de plata.

-          Tampoco es esa, dijo el muyik.

Entonces el Espíritu le presentó su propia hacha de hierro. Viéndola el muyik exclamó:

-          ¡Esa es la mía!

Para recompensarlo por su honradez, el Espíritu le dio las tres hachas.

De regreso a su casa, el muyik mostró su regalo, contando su aventura a sus amigos.

Uno de ellos quiso probar suerte: fue a la orilla del río, dejo caer un hacha y rompió a llorar.

El Espíritu de las aguas le presentó un hacha de oro y le preguntó:

-          ¿Es ésta tu hacha?

El muyik lleno de alegría, respondió:

-          Si, si, es la mía

El Espíritu no le dio el hacha de oro ni la suya de hierro, en castigo de su mentira.

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La Iguana que destronó a la LunaEl educador alemán Erich Avemann ha adaptado e ilustrado “La iguana que destronó a la luna”, cuento

quechua que tradujo José María Arguedas de la versión proporcionada por Luis Gilberto Pérez.

Era una vez que un hermoso pueblo en el Perú, donde la gente adoraba a la luna.

De este pueblo se retiraron un día las nubes… Durante todo el año no llovió. El sol brillaba día tras día. La sequía se apoderó de los campos, los montes se marchitaron, murieron las plantas.

Muchos animales abandonaron el pueblo y hasta la gente pensó ir en busca de otros  lugares dónde vivir. ¡Qué pena les daba abandonar su pueblo!

El sacerdote imploraba en vano que las nubes volvieran, y con ellas la lluvia. Pero un día, felizmente, pasó algo que nadie esperaba.

Dos niños del pueblo estaban persiguiendo una iguana, corre que corre tras ella.

Para escapar de sus perseguidores, la iguana se metió en un hueco hecho en la tierra. Los niños comenzaron a cavar para sacarla.

De repente, sintieron que la tierra estaba mojada en el fondo: ¡Había agua!

Sorprendidos y alegres los dos niños llamaron a gritos a la gente del pueblo. Hombre y mujeres se acercaron corriendo. Y agrandaron el hueco hasta que empezó a brotar el agua a chorros.

Tanta agua salía que los habitantes pudieron regar sus campos y sembrar de nuevo.  ¡Qué felicidad!

En gratitud a la iguana que había salvado a la comunidad, la gente le hizo una estatua del mismo barro del pozo y la llevó al pueblo.

Sacaron la imagen de la luna del pedestal donde estaba y pusieron allí la estatua de la iguana. Al fin y al cabo, la luna no les había ayudado durante la larga sequía.

El bolsillo del diabloVirú, viejo, era pura quincha; allí no había otra cosa que no fuera caña brava; algunas casas de caña brava estaban embarradas y otras, no; así es que podía mirarse el pensamiento de la gente; otros solamente embarraban la parte por donde el viento azotaba. Y eso era todo, viejo, y todo el mundo estaba contento.

Pero no era todo. Por el lado sureste del pueblo, a unos pasos de la  Acequia Grande y teniendo a la vista la Huaca de don Eloy, se levantaba una fila de ranchos de caña brava a ambos lados, desembocaba en el callejón que venía de Chequepe, faldeando la  Huaca de don Eloy; y se agarraba, después de un silencio de ranchos, a las otras calles del pueblo.

Viejo, no es por hablar; pero allí, en esos ranchos vivían una finas que daban que hablar. Estas facinerosas tenían todavía sus buenas chicherías, adonde nos íbamos a emborrachar y a perder el sombrero. Por esas chicherías adquirían mundo y arte la tal Jacoba Pura, la tal Naranjito, la tal Francisca Trinidad y otras que si alguna vez las vi, ahora  ya no me acuerdo. Pero qué causas, viejo, qué piqueos; lifes, camarones al río; cañanes, iguanas al monte; cabrito o huacho al rocoto; mejor ya no sigo para no provocarme de esas cosas.

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Esas brujas estaban reconocidas por el diablo; por eso era famoso El Bolsillo; no sé cómo lo hacían, pero estaban compactadas con el diablo; habían hecho pacto, porque el tío bajaba de lahuaca de don Eloy en caballo blanco bien jateado,  expresamente a verlas. En la desembocadura del Bolsillo había una piedra grande, a manera de Batán; llegó a ser batán, pero bien grande, donde las mujeres de la calle molían el chuño para la chicha; tú ibas en la mañana, en la tarde o en la noche, y siempre encontrabas alguna vieja moliendo algo, era famoso el batán del Bolsillo; hasta este batán llegaba el jinete y allí se detenía, se paraba un momento, seguramente a repasar la lista de la discípulas y luego se iba a visitarlas.

No me vas a creer viejo, pero siempre cuando no eran las seis de la mañana, eran las doce del día, las seis de la tarde o las doce de la noche en que ladraban los perros como pagados. A las doce de la noche sólo lo mirábamos los borrachos que nos quedábamos a majaderear y a tomar por amor al arte como dicen los que saben. En una de estas horas se aparecía el tío, pero antes se escuchaba como un tropel de caballos que corría, que venía, que se acercaba y en eso se aparecía el jinete vestido de blanco, montado en caballo blanco bien jateado, con espuelas y todo, igualito que el patrón, se paraba al lado del batán como a recordar algo, visitaba luego a la Pura, a la Naranjito, viejo, aquí entre nos, le sobraba el arte  a la Naranjito, y el tío de las veía  con ella, como se dice; visitaba  a la Francisca Trinidad, visitaba a las otras, y luego se le miraba salir medio borracho, porque llevaba ladeado el sombrero y hacía por caerse pero el jodido no se caía, porque si se caía se iba a quedar dormido igual que todos los borrachos, porque qué corona tenía el diablo para no roncar y no sentir como nosotros cuando estábamos con los alcoholes subidos, nos peleábamos por quitarle las espuelas, basta, decíamos, viejo, con eso ya no teníamos por qué preocuparnos qué íbamos a comer mañana.

Pero ve a ver, no se caía el bandido, salía del Bolsillo, se iba por la ruta de la huaca, arrendaba por el filo de la Acequia grande y galopaba al castillo de Tomabal y se perdía allí.

Por eso de que  habían brujas en el Bolsillo, y por eso de  que llegaba con cierta frecuencia el tío al lugar a visitar a sus muchachas, de ahí para acá viene el nombre del El Bolsillo del Diablo. Viejo, pero el diablo no es buen amigo que digamos, y nadie quería discutir con él, por eso cuando escuchaban el ruido como tropel  de caballos, se ocupaban de inmediato y se iban para sus casas a hacer lo que tenían que hacer y el diablo caminaba sin amigos, pero los perros si salían a ladrarle, al menos eso conseguía ya que no le dejábamos el menor resquicio para hacernos pecar, y nos llegaba el humo de la Naranjito, de allá de su rancho, y nosotros, desde el batán, olíamos la carne del diablo.

EL ZORRO Y EL CUY

El Zorro y El Cuy Para Niños - CUENTO EL ZORRO Y EL CUY

Alguien, un desconocido hacía destrozos en una chacra, de noche.Esto sucedió hace mucho tiempo.Las plantas amanecían rotas y a medio comer. Entonces, el dueño de la chacra construyó una trampa, la puso en el lugar adecuado y esperó atento, sin cerrar los ojos en ningún momento. A la media noche escuchó unos gritos; alguien había caído en la trampa.-

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Era un cuy grande y gordo. El dueño lo amarró a una estaca y regresó a su casa. -Mañana temprano hiervan agua para pelar un cuy. Almorzaremos cuyecito - les dijo a sus tres hijas, antes de irse a acostar. El cuy, amarrado a la estaca, forcejeaba y mordía inútilmente la soga.Y, así lo encontró un zorro que pasaba por allí.

- Compadre - le dijo el zorro - ¿Qué has hecho para que te tengan así? -Ay, compadre, si supieras mi suerte -le dijo el cuy -. Yo enamoraba a la hija más gorda del dueño de esta chacra y ahora él quiere que me case con ella. Pero esa joven ya no me gusta.

También quiere que aprenda a comer carne de gallina que a mí me da asco. Así le mintió el cuy. Después, haciéndose el sonso, exclamó el muy ladino: - Creo que a ti sí te gusta la carne de gallina. - A veces, le dijo el Zorro, también haciéndose el sonso. -¿Por qué entonces no me desatas y te pones en mi lugar? Así te casarás con una joven gorda y comerás carne de gallina todos los días. -Te haré ese favor, compadre - le dijo el zorro. Al día siguiente, muy temprano, cuando el dueño de la chacra vino a llevarse al cuy, encontró al zorro.

- ¡Desgraciado! ¡Anoche eras cuy y ahora eres zorro! Igual te voy a zurrar - dijo el dueño dándole latigazos.

- ¡Sí me voy a casar con tu hija! ¡Te lo prometo! También te prometo que comeré carne de gallina todos los días- gritaba el zorro. Al oír este atrevimiento, el dueño lo azotaba con más fuerza, hasta que en una tregua de la tunda, el zorro le explicó toda la mentira del cuy. El dueño se puso a reír y después lo soltó, un tanto arrepentido de haber descargado su ira en otra persona. Desde ese día, el zorro comenzó a buscar al cuy. Quería cobrarse la revancha de todos los latigazos que recibió del chacarero.

Un día se topó con él y pensó que había llegado la hora de la venganza. El cuy, viendo que ya no podía huir se puso a empujar una enorme roca y el zorro se le acercó para cumplir su cometido; pero, el cuy reaccionó:

- Compadre zorro - le dijo - a tiempo has venido. Tienes que ayudarme a sostener esta roca.La santa tierra se va a voltear y esta roca puede aplastarnos a todos. Al comienzo el zorro dudaba, pero la cara de asustado que ponía el cuy terminó por convencerlo.

Y empezó a ayudarlo, es decir, a sostener la gigantesca roca. Después de un rato, el cuy le dijo: - Compadre, mientras tú empujas yo voy a buscar una piedra grande o un palo para acuñar esta roca. Paso un día, dos días, y el cuy no volvía con la cuña. El zorro ya no podía más. "Soltaré la roca aunque me mate", pensó. Dio un salto hacia atrás, pero la roca ni se movió.

- Otra vez me ha engañado- dijo-. Pero, ésta será la última porque lo voy a matar. Día y noche le siguió el rastro hasta que lo encontró junto a un corral abandonado. El cuy lo vio de reojo, calculó que ya no podía escapar. Entonces se puso a escarbar el suelo.

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- Rápido, rápido -decía como hablando para sí mismo -. Ya viene el juicio final, va a caer lluvia de fuego.

- Bueno, compadre mentiroso, hasta aquí has llegado - le dijo el zorro-. Te voy a comer.- Está bien, compadre - le dijo el cuy- pero ahora hay que hacer algo más importante.Ayúdame a hacer un hueco porque va a llover fuego. El zorro se puso a ayudar. Cuando el hueco ya estuvo hondo, el cuy saltó dentro de él.

- Échame tierra, compadre zorro - le rogaba el cuy-. Tápame por favor, no quiero que me queme la lluvia de fuego.El zorro, asustado, le contestó: - Viendo bien las cosas, tú eres menos pecador que yo. A ti no te castigará demasiado la lluvia de fuego. Mejor entiérrame tú.

- Tienes razón compadre. Cambiemos, pues, de lugar - le dijo el cuy, saliendo del hueco. El cuy no solamente le echó tierra, sino también, ortigas y espinas. Y mientras lo tapaba iba diciendo:-¡Achacau, achacau, ya empezó la lluvia de fuego! Cuando terminó, se limpió las manos y se fue riendo. Pasaron los días y dentro del hueco el zorro empezó a sentir hambre.Quiso sacar una mano y se topó con las ortigas.

- Achacau- dijo-. Deben ser las brasas de la lluvia de fuego Guardó su mano y esperó. Días después, el hambre le hizo arriesgarse: salió entre el ardor de la ortigas y los pinchos de las espinas. Vio que afuera todo seguía igual.

"Ya se habrá enfriado el fuego ", pensó. Estaba más flaco que una paja. Finalmente, se convenció de que había sido burlado, nuevamente. Lo buscó, entonces, sin descanso, día tras día y noche tras noche. Una noche que andaba buscando comida, encontró al cuy al borde de un pozo de agua. El cuy, al verlo, se puso a lloriquear.

-¡Qué mala suerte tienes, compadre! - le dijo -. Yo estaba llevando un queso grande, pero se me ha caído en este pozo. El zorro se asomó al pozo y vio en el fondo el reflejo redondo de la luna.

- Ése es el queso - le dijo el cuy. - Tenemos que sacarlo - dijo el zorro. - Hagamos esto, compadre: Usted entra de cabeza y yo lo sujeto de los pies. - Y así lo hicieron por un buen rato. El cuy, sosteniéndolo, le decía:

- Es usted muy pesado, compadre. Ya casi no puedo sostenerlo. Dicho esto, lo soltó. El zorro, gritando, cayó de cabeza al fondo del pozo. Así dicen que murió.

- O – (*) Cuento extraído de la obra “Relatos de la Literatura Oral y Escrita del Altiplano Puneño, de Édwin P. Tito Quispe, Impresiones Gráficas REPSA, Puno 1997.

LOS Q’ANCHIS Y LOS Q’OLLAS

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Hace muchos, muchos años los Q’ollas, que eran habitantes de puno iban hasta Q’anhis a realizar el trueque de productos alimenticios. Los Q’ollas traían charqui, Q’añihua, sebo de oveja, lana de alpaca chitacos y otras cosas más para cambiar con papa, chuño, maíz, cebada y otros productos. En el pueblo de occobamba en aguas calientes (marangani), vivía una hermosa doncella, que fue el motivo de una disputa entre los Q’ollas  y los Q’anchis. Para evitar una pelea entre ambos pueblos, decidieron hacer una apuesta y se casaría con la doncella quien la ganara. La apuesta consistía en que el Q’anchi comería Q’anihua y el Q’olla, cancha de maíz; mientras tanto encerraron a la hermosa doncella en el cerro P’asña pakana, cuya puerta taparon con espinas y piedras para que no se escapara. La apuesta fue ganada por el Q’anchi que termino primero y cuando va en busca de la doncella, no la encuentra, porque se había escapado por un hueco del cerro, huyendo hacia puno. El Q’anchi va en su búsqueda y logra alcanzarla y abusa de ella, aprovechando su fuerza. En ese lugar existe ahora un manantial o puquio, cuyas aguas son de color rojo. El Q’anchi, logrado su propósito, regresa a aguas calientes para sembrar el maíz y comer junto a su pueblo que le iba a ayudar n la faena; luego de comer y tomar la chicha se da cuenta que unas aves llamadas chuchico se habían comido el maíz que iban a sembrar y se lo habían llevado hacia Urubamba (cusco). La siembra del maíz no se realizó, y según la leyenda, el sombrero y la junta del Q’anchi se convirtieron en piedra, la chomba de chicha se convirtió en volcán y desde esa época ya no crece maíz en aguas calientes.

 

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 Sra. Doris Huayapo Zelaya.