EL ÚLTIMO PAPA.- Martin Malachin-

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MALACHI MARTIN EL ÚLTIMO PAPA La historia como prólogo: indicios del fin 1957 Los diplomáticos, acostumbrados a tiempos difíciles y a los métodos más duros en la economía, el comercio y la rivalidad internacional, no son muy propensos a los augurios. No obstante, sus perspectivas eran tan prometedoras que los seis ministros de Exteriores reunidos en Roma el 25 de marzo de 1957 consideraban que todo a su alrededor -la centralidad pétrea de la primera ciudad europea, el viento purificador, el cielo despejado y la sonrisa benigna del clima reinante- era el propio manto de la bienaventuranza que los arropaba al colocar la primera piedra del nuevo edificio de las naciones. Como socios en la creación de una nueva Europa, que acabaría con el conflictivo nacionalismo que tantas veces había dividido este antiguo delta, aquellos seis hombres y sus gobiernos estaban unidos por la convicción de que sus países estaban a punto de abrirse a un amplio horizonte económico y a un elevado techo político nunca contemplado hasta entonces. Estaban a punto de firmar los tratados de Roma. Estaban a punto de crear la Comunidad Económica Europea. Hasta donde alcanzaba recientemente la memoria, sólo la muerte y la destrucción habían asolado sus capitales. Había transcurrido apenas un año desde que los soviéticos habían afirmado su determinación expansionista, con la sangre del intento de rebelión en Hungría, y el ejército soviético podía invadir Europa en cualquier momento. Nadie esperaba que Estados Unidos y su plan Marshall soportaran eternamente la carga de la construcción de la nueva Europa. Ni ningún gobierno europeo quería verse atrapado entre Estados Unidos y la Unión Soviética, en una rivalidad que sólo podía aumentar en décadas venideras. Como si estuvieran ya acostumbrados a actuar unidos ante tal realidad, los seis ministros firmaron como fundadores de la CEE. Los tres representantes de las naciones del Benelux, porque en Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo era precisamente donde se había puesto a prueba la idea de una nueva Europa y se había comprobado que era cierta, o por lo menos bastante cierta. El ministro francés, porque su país sería el corazón de la nueva Europa, como siempre lo había sido de la antigua. Italia, por su condición de alma europea. Alemania occidental, porque el mundo nunca volvería a marginar a aquel país. Y así nació la Comunidad Europea. Se felicitó a los visionarios geopolíticos que lo habían hecho posible: Robert Schuman y Jean Monnet de Francia, Konrad Adenauer de Alemania occidental y Paul Henri Spaak de Bélgica. Todo el mundo se congratulaba. Dinamarca, Irlanda y Gran Bretaña no tardarían en reconocer la sensatez de la nueva aventura. Y aunque con ayuda y paciencia, Grecia, Portugal y España acabarían también por integrarse. Evidentemente, quedaba todavía la cuestión de mantener a raya a los soviéticos, así como la de encontrar un nuevo centro de gravedad. Pero indudablemente la incipiente CEE sería la punta de lanza de la nueva Europa, si se pretendía que Europa sobreviviera. Concluidas las firmas, las rúbricas y los brindis, llegó el momento del característico ritual romano y privilegio de los diplomáticos: una audiencia con el papa octogenario en el palacio apostólico de la colina del Vaticano. Sentado en su tradicional trono papal, con todo el ceremonial vaticano en una engalanada sala, su santidad Pío XII recibió a los seis ministros y a sus séquitos con semblante risueño. Su acogida fue sincera. Sus comentarios, breves. Su actitud fue la de un antiguo propietario y residente en un vasto territorio, que ofrecía algunas indicaciones a los recién llegados y residentes potenciales. Europa, les recordó el Santo Padre, había tenido sus eras de grandeza cuando una fe común alentaba los corazones de sus pueblos. Europa, instó, podía recuperar su grandeza geopolítica, renovarse y brillar de nuevo, si lograban crear un nuevo corazón. Europa, indicó, podía forjar de nuevo una fe sobrenatural común y aglutinadora. 1

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EL ÚLTIMO PAPA.- Martin Malachin- Los efectos del nefasto Concilio Vaticano segundo.

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  • 1. MALACHI MARTINEL LTIMO PAPALa historia como prlogo: indicios del fin 1957Los diplomticos, acostumbrados a tiempos difciles y a los mtodos ms duros en la economa, elcomercio y la rivalidad internacional, no son muy propensos a los augurios. No obstante, susperspectivas eran tan prometedoras que los seis ministros de Exteriores reunidos en Roma el 25 demarzo de 1957 consideraban que todo a su alrededor -la centralidad ptrea de la primera ciudad europea,el viento purificador, el cielo despejado y la sonrisa benigna del clima reinante- era el propio manto dela bienaventuranza que los arropaba al colocar la primera piedra del nuevo edificio de las naciones.Como socios en la creacin de una nueva Europa, que acabara con el conflictivo nacionalismoque tantas veces haba dividido este antiguo delta, aquellos seis hombres y sus gobiernos estaban unidospor la conviccin de que sus pases estaban a punto de abrirse a un amplio horizonte econmico y a unelevado techo poltico nunca contemplado hasta entonces. Estaban a punto de firmar los tratados deRoma. Estaban a punto de crear la Comunidad Econmica Europea.Hasta donde alcanzaba recientemente la memoria, slo la muerte y la destruccin haban asoladosus capitales. Haba transcurrido apenas un ao desde que los soviticos haban afirmado sudeterminacin expansionista, con la sangre del intento de rebelin en Hungra, y el ejrcito soviticopoda invadir Europa en cualquier momento. Nadie esperaba que Estados Unidos y su plan Marshallsoportaran eternamente la carga de la construccin de la nueva Europa. Ni ningn gobierno europeoquera verse atrapado entre Estados Unidos y la Unin Sovitica, en una rivalidad que slo podaaumentar en dcadas venideras.Como si estuvieran ya acostumbrados a actuar unidos ante tal realidad, los seis ministros firmaroncomo fundadores de la CEE. Los tres representantes de las naciones del Benelux, porque en Blgica, losPases Bajos y Luxemburgo era precisamente donde se haba puesto a prueba la idea de una nuevaEuropa y se haba comprobado que era cierta, o por lo menos bastante cierta. El ministro francs, porquesu pas sera el corazn de la nueva Europa, como siempre lo haba sido de la antigua. Italia, por sucondicin de alma europea. Alemania occidental, porque el mundo nunca volvera a marginar a aquelpas.Y as naci la Comunidad Europea. Se felicit a los visionarios geopolticos que lo haban hechoposible: Robert Schuman y Jean Monnet de Francia, Konrad Adenauer de Alemania occidental y PaulHenri Spaak de Blgica. Todo el mundo se congratulaba. Dinamarca, Irlanda y Gran Bretaa notardaran en reconocer la sensatez de la nueva aventura. Y aunque con ayuda y paciencia, Grecia,Portugal y Espaa acabaran tambin por integrarse. Evidentemente, quedaba todava la cuestin demantener a raya a los soviticos, as como la de encontrar un nuevo centro de gravedad. Peroindudablemente la incipiente CEE sera la punta de lanza de la nueva Europa, si se pretenda que Europasobreviviera. Concluidas las firmas, las rbricas y los brindis, lleg el momento del caracterstico ritual romanoy privilegio de los diplomticos: una audiencia con el papa octogenario en el palacio apostlico de lacolina del Vaticano. Sentado en su tradicional trono papal, con todo el ceremonial vaticano en una engalanada sala, susantidad Po XII recibi a los seis ministros y a sus squitos con semblante risueo. Su acogida fuesincera. Sus comentarios, breves. Su actitud fue la de un antiguo propietario y residente en un vastoterritorio, que ofreca algunas indicaciones a los recin llegados y residentes potenciales. Europa, les record el Santo Padre, haba tenido sus eras de grandeza cuando una fe comnalentaba los corazones de sus pueblos. Europa, inst, poda recuperar su grandeza geopoltica, renovarsey brillar de nuevo, si lograban crear un nuevo corazn. Europa, indic, poda forjar de nuevo una fesobrenatural comn y aglutinadora. 1

2. Interiormente, los ministros se sintieron incmodos. El papa Po acababa de sealar la mayor delas dificultades a las que se enfrentaba la CEE en el da de su nacimiento. Bajo sus palabras se ocultabala advertencia de que ni el socialismo democrtico, ni la democracia capitalista, ni la perspectiva de unabuena vida, ni la Europa mstica de los humanistas, facilitaran el motor capaz de impulsar su sueo.En trminos prcticos, su Europa careca de un centro iluminador, de una fuerza o principio superior quela aglutinara y la impulsara. Le faltaba lo que era l. Hechas sus advertencias, el Santo Padre hizo tres cruces en el aire para otorgarles la bendicinpapal tradicional. Unos pocos se arrodillaron para recibirla; otros, que permanecieron de pie, agacharonla cabeza. Sin embargo, para ellos haba llegado a ser imposible relacionar al papa con el blsamosanador del Dios al que alegaba representar como vicario, o reconocer dicho blsamo como nico factoraglutinador capaz de sanar el alma del mundo; tambin eran incapaces de aceptar que los tratadoseconmicos y polticos no pudieran adherir los corazones y las mentes de la humanidad. No obstante, a pesar de su fragilidad, no tuvieron ms remedio que sentir envidia de aqueldignatario solitario en su trono, ya que, como el belga Paul Henri Spaak coment ms adelante, el papapresida una organizacin universal. Adems, no era un mero representante electo de dicha organizacin.Era el poseedor de su poder. Su centro de gravedad.Desde la ventana de su estudio en el tercer piso del palacio apostlico, el Santo Padre observ alos arquitectos de la nueva Europa cuando suban a sus limusinas en la plaza, a sus pies.-Qu opina su santidad? Puede su nueva Europa llegar a ser suficientemente fuerte para Mosc?Po mir a su compaero, un jesuita alemn amigo de toda la vida y confesor predilecto.-El marxismo es todava el enemigo, padre. Pero los anglosajones tienen la iniciativa. -En suslabios, anglosajn significaba podero angloestadounidense-. Su Europa ir lejos. Y con celeridad. Peroel mayor da para Europa todava no ha amanecido.El jesuita no alcanz a comprender la visin del papa.-Qu Europa, santidad? El mayor da para la Europa de quin?-Para la Europa nacida hoy -respondi sin titubear el Santo Padre-. El da en que esta Santa Sedese sujete a la nueva Europa de diplomticos y polticos, a la Europa centrada en Bruselas y Pars, aquelda comenzarn realmente los infortunios de la Iglesia -agreg, antes de volver la cabeza paracontemplar de nuevo los vehculos que se alejaban por la plaza de San Pedro-. La nueva Europa tendrsu pequeo da, padre. Pero slo un da. 1960Nunca haba estado pendiente una cuestin ms prometedora, ni haba tratado el papa de algo tanimportante con sus colaboradores, como el asunto de la agenda papal aquella maana de febrero de1960. Desde su eleccin haca poco ms de un ao, su santidad Juan XXIII -a quien no haba tardado endenominarse Juan el Bueno- haba trasladado la Santa Sede, el gobierno pontificio y la mayor partedel mundo diplomtico y religioso exterior a una nueva rbita. Ahora, pareca querer levantar tambin elmundo.A sus setenta y siete aos en el momento de su eleccin, aquel individuo de aspecto campesino ybonachn haba sido elegido como papa interino, como dignatario inofensivo cuyo breve mandatoservira para ganar tiempo -cuatro o cinco aos segn sus previsiones- hasta encontrar al sucesoradecuado, que dirigira la Iglesia durante la guerra fra. Pero a los pocos meses de su nombramiento yante el asombro general, haba inaugurado su reinado con la sorprendente convocatoria de un concilioecumnico. A decir verdad, casi todos los funcionarios vaticanos, incluidos los consejeros llamados aparticipar en aquella reunin confidencial -en las salas pontificias del cuarto piso del palacio apostlico-,estaban sumamente atareados con los preparativos de dicho concilio.Con la franqueza que le caracterizaba, el papa comparta sus opiniones con un puado de hombreselegidos a tal fin: aproximadamente una docena de importantes cardenales, as como cierto nmero deobispos y cannigos de la Secretara de Estado. Estaban presentes dos expertos traductores portugueses.-Debemos tomar una decisin -declar en tono confidencial su santidad-, y es preferible que no lohagamos solos. 2 3. El asunto, les dijo, concerna una carta ya famosa en el mundo entero, recibida por su predecesoren el trono de san Pedro. Las circunstancias de dicha carta eran tan conocidas, prosigui, que apenasnecesitaban un mnimo esbozo. Ftima, en otra poca uno de los pueblos ms desconocidos de Portugal, haba saltado de pronto ala fama en 1917 como el lugar donde tres jvenes campesinos, dos nias y un nio, haban recibido seisvisitas, o visiones, de la Virgen Mara. Al igual que muchos millones de catlicos, los presentes enaquella sala saban que la Virgen haba confiado tres secretos a los nios de Ftima. Todos sabantambin que, como lo haba pronosticado el ente celestial, dos de los nios haban muerto en la infanciay slo la mayor, Luca, haba sobrevivido. Era del conocimiento general que Luca, entonces monja declausura, haba revelado desde haca mucho tiempo los dos primeros secretos de Ftima. Pero segnLuca, era la voluntad de la Virgen que fuera el papa reinante en 1960 quien diera a conocer el tercersecreto y que, simultneamente, el mismo papa organizara una consagracin mundial de Rusia a laVirgen Mara. Dicha consagracin equivaldra a una condena pblica a nivel mundial de la UninSovitica. Si dicha consagracin se efectuaba, siempre segn Luca, la Virgen haba prometido que Rusiase convertira y dejara de ser una amenaza. Sin embargo, si el papa reinante en 1960 no satisfaca suvoluntad, Rusia divulgara sus errores por todas las naciones, habra mucho sufrimiento y destruccin,y la fe de la Iglesia sera tan corrupta que slo en Portugal se conservara intacto el dogma de la fe. Durante su tercera aparicin en Ftima en julio de 1917, la Virgen haba prometido sellar sumandato con una prueba tangible de su autenticidad como mensaje divino. El da 13 de octubre de aquelmismo ao, a las doce del medioda, hara un milagro. Y a aquella hora de aquel da, en presencia desetenta y cinco mil personas, algunas procedentes de lugares muy lejanos, incluidos periodistas yfotgrafos, cientficos y escpticos, y numerosos clrigos perfectamente fiables, los nios presenciaronun milagro asombroso. El sol viol todas las leyes naturales imaginables. Despus de interrumpir un persistentechaparrn, que haba dejado a todos los presentes empapados de agua y haba convertido aquel remotolugar en un autntico cenagal, se puso a bailar literalmente en el cielo. Arroj a la tierra un espectaculararco iris. Descendi hasta que pareca inevitable que envolvera a la multitud. Luego, con la mismapresteza, regres a su posicin normal y brill con su benevolencia acostumbrada. Todo el mundo estabaatnito. La ropa de los presentes estaba tan inmaculada como si acabara de salir de la tintorera. Nadiehaba sufrido ningn dao. Todos haban visto bailar el sol, pero slo los nios haban visto a la Virgen. -Creo que es evidente --dijo el buen papa Juan antes de sacar un sobre de una caja, semejante entamao a las de cigarros, que estaba sobre una mesa junto a l-, lo primero que se debe hacer estamaana. Una ola de emocin embarg a sus consejeros. El motivo de su presencia era, por consiguiente,leer en privado la carta secreta de Luca. No era una exageracin afirmar que decenas de millones depersonas en el mundo entero esperaban que el papa reinante en 1960 revelara las partes del tercersecreto tan bien guardado hasta entonces y obedeciera el mandato de la Virgen. Con dicha idea presenteen su mente, su santidad subray el significado exacto y literal del trmino privado. Con la certeza deque su advertencia respecto al secreto estaba clara, el Santo Padre entreg la carta de Ftima a lostraductores portugueses, que tradujeron el texto secreto de viva voz al italiano. -Bien -dijo el papa cuando concluy la lectura, sealando inmediatamente la decisin que preferano tomar a solas-, debemos tener en cuenta que desde agosto de 1959 hemos mantenido unas delicadasnegociaciones con la Unin Sovitica. Nuestra aspiracin es que por lo menos dos prelados de la Iglesiaortodoxa sovitica asistan a nuestro concilio. El papa Juan deca frecuentemente nuestro concilio para referirse al venidero Concilio VaticanoII. Qu deba hacer?, pregunt su santidad aquella maana. La providencia le haba elegido a lcomo papa reinante en 1960. Sin embargo, si obedeca lo que la hermana Luca describa claramentecomo mandato de la Reina de los Cielos, si l y sus obispos declaraban pblica, oficial y universalmenteque Rusia estaba plagada de errores perniciosos, arruinara su iniciativa sovitica. Pero adems de suferviente deseo de que la Iglesia ortodoxa estuviera representada en el concilio, si el sumo pontficeutilizaba su plena autoridad papal y su jerarqua para llevar a cabo el mandato de la Virgen, ello3 4. equivaldra a catalogar como criminal a la Unin Sovitica y a Nikita Jruschov, su dictador marxistavigente. Arrastrados por la ira, no tomaran los soviticos represalias? No sera el papa responsable deuna nueva ola de persecuciones y de la muerte de millones de personas a lo largo y ancho de la UninSovitica, sus satlites y pases ocupados?Para hacer hincapi en lo que le preocupaba, su santidad orden que se leyera de nuevo una partede la carta de Ftima. Vio comprensin, y en algunos casos alarma, en todos los rostros que haba a sualrededor. Si los presentes haban comprendido con tanta facilidad el pasaje clave del tercer secreto,pregunt, no lo entenderan los soviticos con la misma facilidad? No extraeran del mismo lainformacin estratgica que les otorgara una ventaja indudable sobre el mundo libre?-Todava podemos celebrar nuestro concilio, pero...No fue necesario que su santidad acabara la oracin. Ahora todo estaba claro. La publicacin delsecreto tendra repercusiones en el mundo. Perturbara gravemente a los gobiernos amistosos. Seenajenara a los soviticos por una parte y se les brindara ayuda estratgica por otra. El buen papa debatomar una decisin a nivel geopoltico fundamental.Nadie dudaba de la buena fe de la hermana Luca, pero varios consejeros sealaron que habantranscurrido casi veinte aos desde 1917, cuando haba odo las palabras de la Virgen, y el momento deescribir la carta, a mitad de los aos treinta. Qu garanta tena el Santo Padre de que el tiempo no lehaba ofuscado la memoria? Y qu garanta exista de que tres jvenes campesinos analfabetos,ninguno de los cuales llegaba en aquella poca a los doce aos, hubieran transmitido con precisin unmensaje tan complejo? No poda haber entrado en juego cierta fantasa infantil preliteral? Tropas de laUnin Sovitica haban penetrado en Espaa para participar en la guerra civil y luchaban a escasoskilmetros del lugar donde Luca haba escrito su carta. No habra influido en las palabras de Luca supropio miedo de los soviticos?Emergi una voz discrepante en el consenso que se formaba. Un cardenal, jesuita alemn amigo yconfesor predilecto del papa hasta el ltimo momento, no pudo guardar silencio ante tal degradacin delpapel de la intervencin divina. Una cosa era que ministros de gobiernos seglares abandonaran losaspectos prcticos de la fe, pero con toda seguridad era claramente inaceptable que tambin lo hicieranunos clrigos encargados de asesorar al Santo Padre.-La decisin que aqu se debe tomar -declar el jesuita- es simple y prima facie. O bien aceptamosesta carta, obedecemos sus instrucciones y esperamos luego sus consecuencias, o sinceramente larechazamos. Olvidamos el asunto. Guardamos la carta en secreto como reliquia histrica, seguimoscomo hasta ahora y, por decisin propia, nos desprendemos de una proteccin especial. Pero queninguno de los presentes dude de que hablamos del destino de la fe de la humanidad. A pesar de la confianza que a su santidad le inspiraban la experiencia y la lealtad del cardenaljesuita, la decisin fue desfavorable para Ftima. -Questo non per i nostri tempi (Esto no es para nuestros tiempos) -dijo el Santo Padre. A los pocos das, el cardenal ley en los peridicos el breve comunicado de la Oficina de Prensadel Vaticano. Sus palabras quedaran grabadas permanentemente en su mente, como desobedienciarotunda a la voluntad divina. Por el bien de la Iglesia y el bienestar de la humanidad, deca el comunicado, la Santa Sede hadecidido no publicar en este momento el texto del tercer secreto. La decisin del Vaticano se apoyaen varias razones. Primera: la hermana Luca vive todava. Segunda: el Vaticano conoce ya el contenidode la carta. Tercera: a pesar de que la Iglesia reconoce las apariciones de Ftima, no se compromete agarantizar la veracidad de las palabras que tres pequeos pastores aseguran haber odo de NuestraSeora. Ante tales circunstancias, es sumamente probable que el secreto de Ftima permanezcapermanentemente sellado. -Ci vedremo (Ya lo veremos) -dijo el cardenal, despus de leer el comunicado. Conoca el procedimiento. La Santa Sede intercambiara unas palabras amistosas con NikitaJruschov, y el sumo pontfice celebrara su concilio, al que asistiran los prelados ortodoxos de la UninSovitica. Pero quedaba por responder si su santidad, el Vaticano y la Iglesia padeceran ahora lasconsecuencias prometidas por Ftima. O para planteado en trminos geopolticos, la pregunta era si la Santa Sede se haba sometido a la 4 5. nueva Europa de los diplomticos y los polticos, como lo haba pronosticado el predecesor del buenpapa. -En aquel momento -haba declarado el caduco anciano-, empezarn realmente los infortunios dela Iglesia. -Ya lo veremos. De momento, al cardenal no le quedaba ms remedio que aceptar los acontecimientos. De unmodo u otro, era slo cuestin de tiempo.1963El entronamiento del arcngel cado Lucifer tuvo lugar en los confines de la ciudadela catlicaromana el 29 de junio de 1963, fecha indicada para la promesa histrica a punto de convertirse enrealidad. Como bien saban los principales agentes de dicha ceremonia, la tradicin satnica habapronosticado desde haca mucho tiempo que la Hora del Prncipe llegara en el momento en que un papatomara el nombre del apstol Pablo. Dicha condicin, el indicio de que el tiempo propicio habaempezado, acababa de cumplirse haca ocho das con la eleccin del ltimo sucesor de san Pedro.Apenas haban dispuesto de tiempo para los complejos preparativos desde la finalizacin delcnclave pontificio, pero el tribunal supremo haba decidido que no poda haber otra fecha ms indicadapara el entronamiento del prncipe que el da en que se celebraba la fiesta de ambos prncipes san Pedroy san Pablo, en la ciudadela. Y no poda haber lugar ms idneo que la propia capilla de San Pablo,situada como estaba tan cerca del palacio apostlico.La complejidad de los preparativos se deba primordialmente a la naturaleza de la ceremonia. Lasmedidas de seguridad eran tan rgidas en el grupo de edificios vaticanos, entre los que se encuentra dichahistrica capilla, que los actos ceremoniales no podan pasar en modo alguno inadvertidas. Si seproponan alcanzar su objetivo, si el ascenso al trono del prncipe deba efectivamente realizarse en eltiempo propicio, todos los elementos de la celebracin del sacrificio del calvario seran trastornadospor la otra celebracin opuesta. Lo sagrado debera ser profano. Lo profano, adorado. A larepresentacin no sangrienta del sacrificio del dbil innominado en la cruz, debera sustituirla laviolacin suprema y sangrienta del propio innominado. La culpa debera aceptarse como inocencia. Eldolor debera producir goce. La gracia, el arrepentimiento y el perdn deban ahogarse en la orga de suscontrarios. Y todo deba hacerse sin cometer errores. La secuencia de acontecimientos, el significado delas palabras y las acciones, deban constituir en su conjunto la perfecta representacin del sacrilegio, elmximo rito de la traicin.El delicado asunto se puso enteramente en las experimentadas manos del guardin de confianzadel prncipe en Roma. Aquel prelado de expresin ptrea y lengua viperina, adems de experto en lacompleja liturgia de la Iglesia romana, era sobre todo un maestro del ceremonial del prncipe del fuego yla oscuridad. Saba que el objetivo inmediato de toda ceremonia consista en venerar la abominacin dela desolacin. Pero el siguiente objetivo deba ser ahora el de oponerse al dbil innominado en supropia fortaleza, ocupar la ciudadela del dbil durante el tiempo propicio, para asegurar el ascenso delprncipe en la misma con una fuerza irresistible, suplantar al guardin de la ciudadela y tomar plenaposesin de las llaves confiadas por el dbil al guardin.El guardin se enfrent directamente al problema de la seguridad. Elementos tan discretos como elpentagrama, las velas negras y los paos apropiados podan formar parte de la ceremonia romana. Perolas dems rbricas, como por ejemplo la vasija de huesos y el estrpito ritual, o la vctima y los animalesdel sacrificio, seran excesivas. Debera celebrarse un entronamiento paralelo. Se alcanzara el mismoefecto con una concelebracin por parte de los hermanos en una capilla transmisora autorizada. Acondicin de que los participantes en ambos lugares dirigieran todo elemento de la ceremonia a lacapilla romana, la ceremonia en su conjunto alcanzara su objetivo especfico. Todo sera cuestin deunanimidad de corazones, identidad de intencin y sincronizacin perfecta de actos y palabras en lacapilla emisora y en la receptora. Las voluntades y las mentes de los participantes, concentrados en elobjetivo especfico del prncipe, trascenderan toda distancia.Para una persona tan experimentada como el guardin, la eleccin de una capilla emisora era fcil.Bastaba con una llamada telefnica a Estados Unidos. A lo largo de los aos, los adeptos del prncipe en 5 6. Roma haban desarrollado una impecable unanimidad de corazn y una inquebrantable identidad deintencin con el amigo del guardin, Leo, obispo de la capilla en Carolina del Sur. Leo no era su nombre, sino su descripcin. Sobre su gran cabeza luca una frondosa cabelleraplateada, para todo el mundo semejante a la melena de un len. En los cuarenta aos aproximadamentedesde que su excelencia haba fundado su capilla, la cantidad y categora social de los participantes quehaba atrado, la pundonorosa blasfemia de sus ceremonias y su frecuente disposicin a cooperar conquienes compartan su punto de vista y sus ltimos objetivos haban establecido hasta tal punto lasuperioridad de su parroquia que ahora era ampliamente admirada entre los iniciados como la capillamadre en Estados Unidos. La noticia de que dicha capilla haba sido autorizada como capilla emisora para un acontecimientode tanta importancia como el entronamiento del prncipe en el corazn de la ciudadela romana se recibicon sumo jbilo. Adems, los amplios conocimientos litrgicos y la gran experiencia de Leo permitieronahorrar mucho tiempo. No fue necesario, por ejemplo, evaluar su apreciacin de los principioscontradictorios sobre los que se estructuraba toda adoracin del arcngel. Ni dudar de su deseo deaplicar a aquella batalla la estrategia definitiva, destinada a acabar con la Iglesia catlica romana comoinstitucin pontificia, desde su fundacin por el dbil innominado. No era siquiera necesario explicar que el ltimo objetivo no era el de aniquilar la organizacincatlica romana. Leo comprenda lo poco inteligente y la prdida de tiempo que eso supondra. Eradecididamente preferible convertir dicha organizacin en algo verdaderamente til, homogeneizarla yasimilarla a una gran orden mundial de asuntos humanos; limitarla a objetivos nica y exclusivamentehumanistas. El guardin y el obispo estadounidenses, ambos expertos y con los mismos criterios, redujeron suspreparativos para la ceremonia a una lista de nombres y un inventario de las rbricas. La lista de nombres del guardin que asistiran a la capilla romana la componan hombres de grantalante: clrigos de alto rango e importantes seglares, verdaderos servidores del prncipe en el interior dela ciudadela. Algunos haban sido elegidos, introducidos, formados y promocionados en la falangeromana a lo largo de varias dcadas, mientras que otros representaban la nueva generacin destinada apromulgar la agenda del prncipe durante las dcadas venideras. Todos comprendan la necesidad depermanecer inadvertidas, ya que la regla dice: La garanta de nuestro maana se basa en la conviccinactual de que no existimos. La lista de participantes de Leo, distinguidos hombres y mujeres en la vida social, los negocios yel gobierno, era tan impresionante como el guardin esperaba. Pero la vctima, una nia, su excelenciaafirm que constituira un autntico galardn para la violacin de la inocencia. El inventario de las rbricas necesarias para la ceremonia paralela se centr principalmente en loselementos que no podan utilizarse en Roma. En la capilla emisora de Leo deberan encontrarse losfrascos de tierra, aire, fuego y agua. Comprobado. El osario. Comprobado. Los pilares rojo y negro.Comprobado. El escudo. Comprobado. Los animales. Comprobado. Y as sucesivamente. Comprobado.Comprobado. La sincronizacin de las ceremonias en ambas capillas era algo con lo que Leo ya estabafamiliarizado. Como de costumbre, se imprimiran unos fascculos, irreligiosamente denominadosmisales, para el uso de los participantes en ambas capillas y, tambin como de costumbre, estaranredactados en un latn impecable. Se establecera una comunicacin telefnica entre mensajerosceremoniales en ambas capillas, a fin de que los participantes pudieran desempear sus funciones enperfecta armona con sus hermanos. Durante el acontecimiento, los latidos del corazn de los participantes deberan estarperfectamente sintonizados con el odio, no el amor. Debera alcanzarse plenamente la gratificacin deldolor y la consumacin, bajo la direccin de Leo en la capilla emisora. El honor de coordinar laautorizacin, las instrucciones y las pruebas, elementos definitivos y culminantes de esa peculiarcelebracin, correspondera al propio guardin en el Vaticano. Por fin, si todo el mundo cumpla exactamente lo previsto por la regla, el prncipe consumara porfin su ms antigua venganza contra el dbil, el enemigo despiadado que a lo largo de los tiempos sehaba fingido el ms misericordioso, y a quien bastaba la ms profunda oscuridad para verlo todo. Leo poda imaginar el resto. El acto del entronamiento creara un manto perfecto, opaco y suave6 7. como el terciopelo, que ocultara al prncipe entre los miembros de la Iglesia oficial en la ciudadelaromana. Entronado en la oscuridad, el prncipe podra fomentar aquella misma oscuridad como nuncahasta entonces. Amigos y enemigos se veran afectados por un igual. La oscuridad de la voluntadadquirira tal profundidad que ofuscara incluso el objetivo oficial de la existencia de la ciudadela: laadoracin perpetua del innominado. Con el transcurso del tiempo, el macho cabro acabara por expulsaral cordero y tomara posesin de la ciudadela. El prncipe se infiltrara hasta apoderarse de una casa, lacasa, que no era la suya.-Piensa, amigo mo -dijo el obispo Leo, casi loco de anticipacin-. Lo inalcanzable ser alcanzado.ste ser el coronamiento de mi carrera. El coronamiento del siglo veinte!Leo no estaba muy equivocado.Era de noche. El guardin y sus aclitos trabajaban en silencio para dejado todo listo en la capillareceptora de San Pablo. Frente al altar colocaron un semicrculo de reclinatorios. Sobre el propio altar,cinco candelabros con elegantes velas negras. Un pao rojo como la sangre sobre el tabernculo cubraun pentagrama de plata. A la izquierda del altar haba un trono, smbolo del prncipe reinante. Unospaos negros, con smbolos de la historia del prncipe bordados en oro, cubran las paredes, as como sushermosos frescos y cuadros donde se representaban escenas de la vida de Jesucristo y los apstoles.Conforme se acercaba la hora, empezaron a llegar los verdaderos servidores del prncipe dentro dela ciudadela: la falange romana. Entre ellos se encontraban algunos de los hombres ms ilustres que enaquel momento pertenecan al colegio, la jerarqua y la burocracia de la Iglesia catlica romana, ascomo representantes seglares de la falange, tan destacados como los miembros de la jerarqua.Tomemos como ejemplo a aquel prusiano que entraba ahora por la puerta: un magnfico ejemplarde la nueva especie laica si jams haba existido. Sin haber cumplido todava los cuarenta, era ya unpersonaje importante en ciertos asuntos crticos de carcter transnacional. Incluso la luz de las velasnegras haca brillar la montura de acero de sus gafas y su incipiente calvicie, como para distinguirlo delos dems. Elegido como delegado internacional y representante plenipotenciario en el entronamiento, elprusiano llev al altar una cartera de cuero que contena las cartas de autorizacin y las instrucciones,antes de ocupar su lugar en el semicrculo.Una media hora antes de la medianoche, los reclinatorios estaban ocupados por la generacinvigente de una tradicin principesca, implantada, alimentada y cultivada en el seno de la antiguaciudadela, a lo largo de unos ochenta aos. Aunque durante algn tiempo poco numeroso, el grupo habapersistido al amparo de la oscuridad como cuerpo exterior y espritu ajeno dentro de su anfitrin yvctima. Se haba infiltrado en las oficinas y en las actividades de la ciudadela romana, y habadispersado sus sntomas por el flujo sanguneo de la Iglesia universal, como una infeccin subcutnea.Sntomas como el cinismo y la indiferencia, fecharas e infidelidades en cargos de responsabilidad,despreocupacin por la doctrina correcta, negligencia en juicios morales, desidia respecto a principiossagrados y ofuscacin de recuerdos esenciales, as como del lenguaje y actitud que los caracterizaba.sos eran los hombres reunidos en el Vaticano para el entronamiento, y sa la tradicinpromulgada mediante la administracin universal con cuartel general en la ciudadela. Con los misales enla mano, la mirada fija en el altar y el trono y la mente y la voluntad intensamente concentradas,esperaban en silencio el inicio a medianoche de la fiesta de San Pedro y San Pablo, la quintaesencia delos das santos en Roma. La capilla emisora, un amplio saln en el stano de una escuela parroquial, haba sidometiculosamente equipada de acuerdo con las ordenanzas. El obispo Leo lo haba dirigido todopersonalmente. Ahora, sus aclitos especialmente seleccionados se apresuraban para ultimar los detallesque l comprobaba. Lo primero era el altar, situado en el extremo norte de la capilla. Sobre el mismo yaca un grancrucifijo, con la cabeza hacia el norte. Al lado, el pentagrama cubierto por un pao rojo con una velanegra a cada costado. Encima del mismo, una lmpara roja con su llama ritual. En el extremo este delaltar, una jaula, y dentro de la jaula, Flinnie, un perrito de siete semanas al que se haba administrado unsuave sedante para su breve momento de utilidad al prncipe. Tras el altar, unas velas color azabache a laespera de que la llama ritual entrara en contacto con sus mechas.7 8. En el muro sur, sobre un aparador, el incensario y un recipiente con carbn e incienso. Frente alaparador, los pilares rojo y negro de los que colgaba el escudo de la serpiente y la campana de lainfinidad. Junto al muro este, frascos de tierra, aire, fuego y agua alrededor de una segunda jaula. En lajaula, una paloma, desconocedora de su suerte como parodia no slo del dbil innominado sino de todala trinidad. Libro y facistol, dispuestos junto al muro oeste. El semicrculo de reclinatorios, cara al norte,frente al altar. Junto a los reclinatorios, los emblemas de entrada: el osario al oeste, cerca de la puerta; aleste, la media luna creciente y la estrella de cinco puntas, con vrtices de astas de chivo erguidas. Encada reclinatorio, un misal que usaran los participantes. Por fin Leo mir hacia la propia entrada de la capilla. Vestimentas especiales para elentronamiento, idnticas a las que l y sus atareados aclitos ya llevaban puestas, colgaban de unperchero junto a la puerta. En el momento en que llegaban los primeros participantes, compar la horade su reloj de pulsera con la de un gran reloj de pared. Satisfecho de los preparativos, se dirigi a ungran ropero adjunto que serva de vestidor. El arcipreste y el fray mdico habran preparado ya a lavctima. Faltaban apenas treinta minutos para que el mensajero de la ceremonia estableciera contactotelefnico con la capilla receptora en el Vaticano. Habra llegado la hora. No slo eran diferentes los requerimientos materiales de ambas capillas, sino tambin los de susparticipantes. Los de la capilla de San Pablo, todos hombres, vestan tnicas y fajas segn su rangoeclesistico o impecables trajes negros los seglares. Concentrados y resolutos, con la mirada fija en elaltar y en el trono vaco, parecan los piadosos clrigos romanos y feligreses laicos que a todas lucesaparentaban ser. Con las mismas distinciones de rango que la falange romana, los participantes estadounidenses enla capilla emisora contrastaban no obstante enormemente con sus colegas en el Vaticano. Aquparticipaban hombres y mujeres. Y en lugar de sentarse o arrodillarse con un atuendo impecable, a sullegada se desnudaban por completo, para ponerse la tnica sin costuras prescrita para el entronamiento,roja como la sangre en honor al sacrificio, larga hasta las rodillas, desprovista de mangas, escotada yabierta por delante. Se desnudaron y vistieron en silencio, sin prisas ni nerviosismo, con un sosiegoritual, plenamente concentrados. Debidamente ataviados, los participantes pasaron junto al osario para recoger un pequeo puadode su contenido, antes de ocupar su lugar en el semicrculo de reclinatorios frente al altar. Conformedisminua el contenido del osario y se iban ocupando los reclinatorios, el barullo ritual empez a romperel silencio. Sin dejar de sacudir ruidosamente los huesos, cada participante empez a hablar consigomismo, con los dems, con el prncipe, o con nadie en particular. No muy estrepitosamente al principio,pero con una cadencia ritual perturbadora. Llegaron ms participantes, y cogieron su correspondiente puado de huesos. El semicrculo sellen. El ronroneo dej de ser un suave susurro cacofnico. La persistente algaraba de rezos, plegarias ychirrido de huesos gener una especie de caldeamiento controlado. El ruido se torn iracundo, como alborde de la violencia, para convertirse en un controlado concierto de caos; un barullo de odio y repulsinque impregnaba el cerebro; un preludio concentrado de la celebracin del entronamiento del prncipe deeste mundo, en el interior de la ciudadela del dbil. Con su elegante tnica, roja como la sangre, Leo se dirigi de manera parsimoniosa al vestuario.De momento, le pareci que todo estaba bien dispuesto. Debidamente ataviado, el arcipreste de gafas yalgo calvo con quien compartira la direccin de la ceremonia haba encendido una sola vela negra parael inicio de la procesin. Haba llenado tambin un gran cliz dorado de vino tinto y lo haba cubiertocon una patena plateada. Sobre sta, haba colocado una gran hostia. Un tercer hombre, el fray mdico, estaba sentado en un banco. Ataviado como los otros dos,sujetaba a una nia sobre su regazo: su hija Agnes. Leo observ con satisfaccin el aspectoinusualmente tranquilo y complaciente de Agnes. A decir verdad, en esta ocasin pareca lista para elacontecimiento. Llevaba una holgada tnica blanca hasta los tobillos. Y al igual que a su perrito en elaltar, se le haba administrado un suave sedante para facilitar su funcin en el misterio. -Agnes -susurr el mdico al odo de la nia-. Ha llegado casi el momento de reunirte con pap. -No es mi pap... -dijo la nia en un tono apenas audible, quien a pesar de las drogas logr abrir 8 9. los ojos para mirar a su padre-. Dios es mi pap... -BLASFEMIA! -exclam Leo despus de que las palabras de la nia transformaran su talante desatisfaccin, al igual que la energa elctrica se convierte en rayo-. Blasfemia! Escupi la palabra como una bala. En realidad, su boca se convirti en un can del que emergiun bombardeo de insultos contra el mdico. Doctor o no, era un inepto! La nia tena que haber estadodebidamente preparada! Haba dispuesto de tiempo ms que suficiente para ello! Ante el ataque del obispo Leo, el mdico se puso plido como la cera. Pero no su hija, que hizo unesfuerzo para volver sus inolvidables ojos, enfrentarse a la iracunda mirada de Leo y repetir su desafo. -Dios es mi pap...! Con las manos temblorosas por la agitacin, el fray mdico agarr la cabeza de su hija y la obliga que le mirara. -Cario -le dijo con dulzura-. Yo soy tu pap. Siempre lo he sido. Y tambin tu mam, desde queella nos abandon. -No eres mi pap... Has dejado que cogieran a Flinnie... No hay que hacerle dao a Flinnie... Esslo un perrito... Los perritos son hijos de Dios... -Agnes, escchame. Yo soy tu pap. Ya es hora de que... -No eres mi pap... Dios es mi pap... Dios es mi mam... Los paps no hacen cosas que a Dios nole gustan... No eres... Consciente de que la capilla receptora en el Vaticano deba de estar a la espera de que seestableciera el contacto ceremonial telefnico, Leo movi enrgicamente la cabeza para ordenarle alarcipreste que prosiguiera. Como en tantas ocasiones anteriores, el procedimiento de emergencia era elnico recurso, y el requerimiento de que la vctima fuera consciente de la primera consumacin ritual,significaba que deba llevarse a cabo inmediatamente. Cumpliendo con su obligacin sacerdotal, el arcipreste se sent junto al fray mdico y traslad aAgnes, debilitada por el efecto de las drogas, a su propio regazo. -Escchame, Agnes. Yo tambin soy tu pap. Te acuerdas del amor especial que existe entrenosotros? Lo recuerdas? Agnes segua obstinadamente en sus trece. -No eres mi pap... Los paps no me maltratan... no me hacen dao... no daan a Jess...Al cabo de algunos aos, el recuerdo de Agnes de aquella noche, ya que por fin la record, nocontena ningn aspecto agradable, ningn vestigio de lo meramente pornogrfico. Su recuerdo deaquella noche, cuando lleg, formaba un todo con el recuerdo del conjunto de su infancia. Un todo consu recuerdo del prolongado avasallamiento por parte del maligno. Un todo con su recuerdo, supersistente sentido, de aquel luminoso tabernculo oculto en su alma infantil, donde la luztransformaba su agona en valor y le permita seguir luchando.De algn modo saba, aunque todava no lo comprenda, que en aquel tabernculo interior eradonde Agnes realmente viva. Aquel centro de su existencia era un refugio intocable donde resida lafuerza, el amor y la confianza, el lugar donde la vctima sufridora, el verdadero objetivo del asalto quese perpetraba contra Agnes, haba santificado para siempre la agona de la nia unida a la suya.Fue desde el interior de aquel refugio donde Agnes oy todas y cada una de las palabraspronunciadas en el vestuario aquella noche del entronamiento. Desde el interior de aquel refugio violos ojos furibundos del obispo Leo y la mirada fija del arcipreste. Conoca el precio de la resistencia.Sinti que su cuerpo abandonaba el regazo de su padre. Vio la luz reflejada en las gafas del arcipreste.Vio que su padre se acercaba de nuevo. Vio la aguja en su mano. Sinti la punzada. Experiment denuevo el impacto de la droga. Se percat de que alguien la levantaba en brazos. Pero segua luchando.Luchaba contra la blasfemia, contra los efectos de la violacin, contra el canto, contra el horror quesaba quedaba todava por venir.Desprovista por las drogas de fuerza para moverse, Agnes evoc su fuerza de voluntad comonica arma y susurr una vez ms las palabras de su desafo y su agona: No eres mi pap... Nolastimes a Jess... No me hagas dao... Haba llegado la hora, el principio del tiempo propicio para el ascenso del prncipe en la ciudadela. 9 10. Cuando son la campanilla de la infinidad, los participantes en la capilla de Leo se pusieronsimultneamente de pie. Con los misales en la mano y el lgubre acompaamiento del tintineo de loshuesos, cantaron a pleno pulmn una triunfante profanacin del himno del apstol Pablo: -Maran Atha! Ven, Seor! Ven, oh, prncipe! Ven! Ven!... Un grupo de aclitos debidamenteentrenados, hombres y mujeres, inici el recorrido del vestuario al altar. A su espalda, demacrado perode porte distinguido incluso con su vestimenta roja, el fray mdico llev a la vctima al altar y laextendi junto al crucifijo. A la sombra parpadeante del pentagrama velado, su pelo casi tocaba la jaulaque contena su pequeo perro. A continuacin y siguiente en rango, parpadeando tras sus gafas, lleg elarcipreste con la vela negra del vestuario y ocup su lugar a la izquierda del altar. En ltimo lugarapareci el obispo Leo con el cliz y la hostia, y agreg su voz al himno procesional: -Y en polvo te convertirs! Las ltimas palabras del antiguo cntico flotaron sobre el altar de la capilla emisora. Y en polvo te convertirs! El antiguo cntico que envolvi el cuerpo lacio de Agnes ofusc sumente en mayor grado que las drogas, e intensific el fro que saba que se apoderara de ella. -Y en polvo te convertirs! Amn! Amn! Las antiguas palabras flotaron sobre el altar de la capilla de San Pablo. Con sus corazones yvoluntades unidos a los de los participantes emisores en Estados Unidos, la falange romana comenz arecitar las letanas de sus misales, empezando por el himno de la Virgen violada y concluyendo con lasinvocaciones a la corona de espinas. En la capilla emisora, el obispo Leo se retir del cuello el bolso de la vctima y lo colocreverentemente entre la cabeza del crucifijo y el pie del pentagrama. Acto seguido, ante el ronroneorenovado de los participantes y el traqueteo de los huesos, los aclitos colocaron tres piezas de inciensosobre el carbn encendido del incensario. Casi inmediatamente un humo azul se esparci por la estancia,y su potente olor envolvi por un igual a la vctima, los celebrantes y los participantes. En la mente aturdida de Agnes, el humo, el olor, las drogas, el fro y el barullo se mezclaban paraformar una nefasta cadencia. A pesar de que no se dio ninguna seal, el experimentado mensajero ceremonial le comunic a sucorresponsal en el Vaticano que las invocaciones estaban a punto de empezar. De pronto se hizo unsilencio en la capilla estadounidense. El obispo Leo levant solemnemente el crucifijo, lo colocinvertido frente al altar y, mirando a la congregacin, levant la mano izquierda para hacer la sealinvertida de la bendicin: el reverso de la mano cara a los participantes, el pulgar sujetando los dedoscorazn y anular pegados a la palma de la mano y el ndice y el meique levantados para simbolizar loscuernos del macho cabro. -Invoquemos! En un ambiente de fuego y oscuridad, el principal celebrante en cada capilla enton una serie deinvocaciones al prncipe. Los participantes en ambas capillas respondieron a coro. Luego, y slo en lacapilla emisora en Estados Unidos, un acto apropiado sigui a cada respuesta: una interpretacin ritualdel espritu y del significado de las palabras. La perfecta coordinacin de palabras y voluntades entreambas capillas era responsabilidad de los mensajeros ceremoniales, que se mantenan en contactotelefnico. De aquella perfecta coordinacin se tejera la sustancia adecuada de intencin humana, quearropara el drama del entronamiento del prncipe. -Creo en un poder -declar con conviccin el obispo Leo. -Y su nombre es Cosmos -respondieron los participantes en ambas capillas, fieles al textoinvertido de sus misales latinos. La accin apropiada tuvo lugar a continuacin en la capilla emisora. Dos aclitos incensaron elaltar. Otros dos recogieron los frascos de tierra, aire, fuego y agua, los colocaron sobre el altar,inclinaron la cabeza frente al obispo y regresaron a sus respectivos lugares. -Creo en el nico hijo del amanecer csmico -discant Leo. -Y su nombre es Lucifer. Segunda respuesta de la antigedad. Los aclitos de Leo encendieron las velas del pentagrama y loincensaron. -Creo en el misterioso. Tercera invocacin. 10 11. -Y l es la serpiente venenosa en la manzana de la vida. Tercera respuesta. Con un constante traqueteo de huesos, los asistentes se acercaron al pilar rojo y giraron el escudode la serpiente, en cuyo reverso se mostraba el rbol de la sabidura. El guardin en Roma y el obispo en Estados Unidos discantaron la cuarta invocacin: -Creo en el antiguo leviatn. Al unsono, a travs de un ocano y un continente, se oy la cuarta respuesta: -Y su nombre es odio. Se incensaron el pilar rojo y el rbol de la sabidura. Quinta invocacin: -Creo en el antiguo zorro. -Y su nombre es mentira -fue la quinta respuesta. Se incens el pilar negro, como smbolo de todo lo desolado y abominable. A la luz parpadeante de las velas y envuelto en una nube de humo azulado, Leo dirigi la mirada ala jaula de Flinnie, situada junto a Agnes sobre el altar. El perrito estaba ahora casi atento, e intentabalevantarse en respuesta a los cnticos, el tintineo y el traqueteo. Leo ley la sexta invocacin: -Creo en el antiguo cangrejo. -Y su nombre vive en el dolor -fue la sexta respuesta a coro. Clic, clac, hacan los huesos. Con todos los ojos clavados en l, un aclito subi al altar, introdujola mano en la jaula donde el perrito mova alegremente la cola, inmoviliz al inofensivo animal con unamano, ejecut una impecable viviseccin con la otra y extrajo en primer lugar los rganos reproductivosdel ululante animal. Con la experiencia que le caracterizaba, el ejecutante prolong tanto la agona delperrito como el jbilo frentico de los participantes, en el rito de la imposicin de dolor. Pero no todos los sonidos se ahogaron en el barullo de la temible celebracin. Aunque apenasaudible, persista la lucha de Agnes por la supervivencia. Su grito silencioso ante la agona de superrito. Susurros mascullados. Splicas y sufrimiento. Dios es mi pap!... Santo Dios!... Miperrito!... No dais a Flinnie!... Dios es mi pap!... No dais a Jesucristo... Santo Dios... Pendiente de todos los detalles, el obispo Leo baj la mirada para contemplar a la vctima. Inclusoen su estado semiconsciente, todava luchaba. Todava protestaba. Todava senta el dolor. Todavarezaba con una resistencia frrea. Leo estaba encantado. Era una vctima perfecta. Ideal para el prncipe.Sin piedad ni pausa, Leo y el guardin recitaron con sus respectivas congregaciones el resto de lascatorce invocaciones, seguidas cada una de ellas de la respuesta correspondiente, que convertan laceremonia en un alborotado teatro de perversin. Por fin, el obispo Leo dio por concluida la primera parte de la ceremonia con la gran invocacin: -Creo que el prncipe de este mundo ser entronado esta noche en la antigua ciudadela, y desde allcrear una nueva comunidad. -Y su nombre ser la Iglesia universal del hombre. El jbilo de la respuesta fue impresionante, incluso en aquel ambiente nefasto. Haba llegado el momento de que Leo levantara a Agnes del altar, para tomarla en sus brazos, y deque el arcipreste levantara a su vez el cliz con su mano derecha y la hostia con la izquierda. Haballegado el momento de que Leo recitara las preguntas rituales del ofertorio, a la espera de que loscongregantes leyeran las respuestas en sus misales. -Cul era el nombre de la vctima una vez nacida? -Agnes! -Cul era el nombre de la vctima dos veces nacida? -Agnes Susannah! -Cul era el nombre de la vctima tres veces nacida? -Rahab Jericho! Leo deposit a Agnes de nuevo sobre el altar y le pinch el ndice de la mano izquierda, hasta queempez a manar sangre de la pequea herida. Con un fro que le calaba hasta los huesos y una creciente sensacin de nusea, Agnes se percatde que la levantaban del altar, pero ya no era capaz de enfocar la mirada. Se estremeci con el dolordel pinchazo en su mano izquierda. Captaba palabras aisladas portadoras de un miedo que no poda 11 12. expresar. Vctima... Agnes... tres veces nacida... Rahab Jericho... Leo moj el ndice de su mano izquierda con la sangre de Agnes, lo levant para mostrarlo a losparticipantes y comenz el ofertorio: -Esta sangre, la sangre de nuestra vctima, ha sido derramada. Para completar nuestro servicio alprncipe. Para que reine soberano en la casa de Jacob. En la nueva tierra del elegido. Era ahora el turno del arcipreste, que con el cliz y la hostia todava levantados recit la respuestaritual del ofertorio: -Te llevo conmigo, vctima pursima. Te llevo al norte profano. Te llevo a la cumbre del prncipe. El arcipreste coloc la hostia sobre el pecho de Agnes y aguant el cliz sobre su pelvis. Con el arcipreste a un lado y el aclito mdico al otro frente al altar, el obispo Leo mirfugazmente al mensajero ceremonial. Convencido de que la sincronizacin con el guardin de expresinptrea y su falange romana era perfecta, empez a entonar la plegaria de splica con los otros doscelebrantes: -Te suplicamos, nuestro seor Lucifer, prncipe de las tinieblas... receptor de todas nuestrasvctimas... aceptes nuestra ofrenda... en el seno de mltiples pecados. Acto seguido, al unsono resultante de una larga experiencia, el obispo y el arciprestepronunciaron las palabras ms sagradas de la misa latina cuando se levantaba la hostia: -Hoc est enim corpus meum. -Y al levantar el cliz, agregaron-: Hic est enim calix sanguinis mei,novi et aetemi testamenti, mysterium fidei qui pro vobis et pro multis effundetur in remissionempeccatorum. Haec quotiescumque feceritis in mei memoriam facietis. Inmediatamente respondieron los participantes con una renovacin del barullo ritual, un mar deconfusin, una algaraba de palabras y traqueteo de huesos, acompaados de actos lascivos al azar,mientras el obispo consuma un diminuto fragmento de la hostia y tomaba un pequeo sorbo del cliz. Cuando Leo se lo indic, con la seal de la cruz invertida, el barullo ritual se convirti en un caosligeramente ms ordenado, conforme los participantes se agrupaban obedientemente para formar unaespecie de cola. Al acercarse al altar para comulgar -tragarse un trocito de hostia y tomar un sorbo delcliz-, tuvieron tambin la oportunidad de admirar a Agnes. Luego, ansiosos por no perderse ningndetalle de la primera violacin ritual de la vctima, regresaron inmediatamente a sus reclinatorios yobservaron anhelantes al obispo, que diriga a la nia su plena concentracin. Agnes intent por todos los medios librarse del peso del obispo que le cay encima. Inclusoentonces, lade la cabeza como si buscara ayuda en aquel lugar carente de misericordia. Pero no hallel menor vestigio de compasin. Ah estaba el arcipreste, a la espera de participar en el ms voraz delos sacrilegios. Ah estaba su padre, tambin a la espera. Los reflejos rojos de las velas negras en susojos. El propio fuego en su mirada. Dentro de aquellos ojos. Un fuego que seguira ardiendo muchodespus de que se apagaran las velas. Que siempre ardera... La agona que se apoder de Agnes aquella noche en cuerpo y alma fue tan intensa que pudohaber abarcado el mundo entero. Pero ni un solo instante estuvo sola en su agona. De eso estuvosiempre segura. Conforme aquellos servidores de Lucifer la violaban sobre aquel altar sacrlego ymaldito, violaban tambin al Seor, que era su padre y su madre. As como el Seor habatransformado su debilidad en valenta, haba santificado tambin su profanacin con los abusos de supropia flagelacin y su prolongado sufrimiento con su pasin. A aquel Dios, aquel Seor que era sunico padre, su nica madre y su nico defensor, Agnes diriga sus gritos de terror, horror y dolor. Yfue en l en quien se refugi cuando perdi el conocimiento. Leo se situ de nuevo frente al altar, con el rostro empapado de sudor, alentado por aquelmomento supremo de triunfo personal. Mir al mensajero ceremonial y movi la cabeza. Un momentode espera. El mensajero asinti. En Roma estaban listos. -Por el poder investido en m como celebrante paralelo del sacrificio y la consecucin paralela delentronamiento, induzco a todos los aqu presentes y a los participantes en Roma a invocarte a ti, prncipede todas las criaturas. En nombre de todos los reunidos en esta capilla y en el de nuestros hermanos en lacapilla romana, te invoco a ti, oh, prncipe! La direccin de la segunda plegaria de investidura era prerrogativa del arcipreste. Comoculminacin de lo que haba anhelado, su recital latino fue un modelo de emocin controlada. -Ven, toma posesin de la casa del enemigo. Penetra en un lugar que ha sido preparado para ti. 12 13. Desciende entre tus fieles servidores. Que han preparado tu cama. Que han levantado tu altar ybendecido con la infamia. Era justo y apropiado que el obispo Leo ofreciera la ltima plegaria de investidura en la capillaemisora. -Con instrucciones sacrosantas de la cima de la montaa, en nombre de todos los hermanos, ahorate adoro, prncipe de las tinieblas, con la estola de la profanidad, coloco ahora en tus manos la triplecorona de Pedro, segn la voluntad diamantina de Lucifer, para que reines aqu, para que haya una solaIglesia, una sola Iglesia de mar a mar, una vasta y poderosa congregacin, de hombre y mujer, de animaly planta, para que de nuevo nuestro cosmos sea libre y desprovisto de ataduras. Despus de la ltima palabra y de la seal de Leo, los feligreses se sentaron. El rito fue transferidoa la capilla receptora en Roma. El entronamiento del prncipe en la ciudadela del dbil ya casi haba concluido. Slo faltaban laautorizacin, la carta de instrucciones y las pruebas. El guardin levant la mirada del altar y dirigi susojos desprovistos de alegra al delegado internacional prusiano, portador de la cartera de cuero quecontena las cartas de autorizacin y las instrucciones. Todos le observaban cuando abandon su lugarpara dirigirse al altar con la cartera en la mano, sac los documentos que contena y ley la carta deautorizacin con un fuerte acento: -Por orden de la asamblea y de los padres sacrosantos, instituyo, autorizo y reconozco esta capillapara que de hoy en adelante sea conocida como el sanctasanctrum, tomado, posedo y apropiado poraquel a quien hemos entronado como dueo y seor de nuestro destino humano. Aquel que, mediante este sanctasanctrum, sea designado y elegido como ltimo sucesor al tronopontificio, por su propio juramento se comprometer, tanto l como todos bajo su mando, a convertirseen instrumento sumiso y colaborador de los constructores de la casa del hombre en la Tierra y en todo elcosmos humano. Transformar la antigua enemistad en amistad, tolerancia y asimilacin aplicadas a losmodelos de nacimiento, educacin, trabajo, finanzas, comercio, industria, adquisicin de conocimientos,cultura, vivir y dar vida, morir y administrar la muerte. se ser el modelo de la nueva era del hombre. -As sea! -respondi ritualmente la falange romana, dirigida por el guardin. -As sea! -repiti la congregacin del obispo Leo, a la seal del mensajero ceremonial. La siguiente etapa del rito, la carta de instrucciones, era en realidad un juramento solemne detraicin, en virtud del cual los clrigos presentes en la capilla de San Pablo, tanto el cardenal y losobispos como los cannigos, profanaban intencionada y deliberadamente el orden sagrado mediante elcual se les haba concedido la gracia y el poder de santificar a los dems. El delegado internacional levant la mano, e hizo el signo de la cruz invertida, antes de leer eljuramento. -Despus de or esta autorizacin, juris ahora solemnemente todos y cada uno de vosotrosacatada voluntaria, inequvoca e inmediatamente, sin reservas ni reparos? -Lo juramos! -Juris ahora solemnemente todos y cada uno de vosotros que en el desempeo de vuestrasfunciones procuraris satisfacer los objetivos de la Iglesia universal del hombre? -Lo juramos solemnemente. -Estis todos y cada uno de vosotros dispuestos a derramar vuestra propia sangre, por la gloria deLucifer, si traicionis este juramento? -Dispuestos y preparados. -En virtud de este juramento, otorgis todos y cada uno de vosotros vuestro consentimiento parala transferencia de la propiedad y posesin de vuestras almas, del antiguo enemigo, el dbil supremo, alas manos todopoderosas de nuestro seor Lucifer? -Consentimos. Haba llegado el momento del ltimo rito: las pruebas. Despus de colocar ambos documentossobre el altar, el delegado le tendi la mano izquierda al guardin. El romano de expresin ptrea pinchla yema del pulgar del delegado con una aguja de oro y apret el pulgar sangriento junto a su nombre enla carta de autorizacin. Los dems participantes del Vaticano lo emularon rpidamente. Cuando los miembros de la13 14. falange hubieron cumplido con aquel ltimo requisito, son una pequea campana de plata en la capillade San Pablo.En la capilla estadounidense, son tres veces el lejano taido musical de la campana de lainfinidad que asenta. Un detalle particularmente bonito, pens Leo, cuando ambas congregacionesiniciaban el cntico que conclua la ceremonia.-Ding! Dong! Dang! As la antigua puerta prevalecer! As la roca y la cruz caern!Eternamente! Ding! Dong! Dang!Los clrigos formaron por orden jerrquico. Los aclitos en primer lugar. Luego el fray mdico,con Agnes en brazos, lacia y temiblemente plida. Seguidos del arcipreste y del obispo Leo, que nodejaron de cantar mientras se retiraban a la sacrista.Los miembros de la falange romana salieron al patio de San Dmaso, en la madrugada del da deSan Pedro y San Pablo. Algunos de los cardenales y unos pocos obispos respondieron distradamente alos respetuosos saludos de los guardias de seguridad con una bendicin cuando suban a sus limusinas.A los pocos momentos, en las paredes de la capilla de San Pablo lucan como siempre los cuadros yfrescos de Jesucristo y del apstol Pablo, cuyo nombre haba tomado el ltimo papa. 1978 Para el papa que haba tomado el nombre del apstol, el verano de 1978 sera el ltimo en estemundo. Tan agotado por sus quince aos de turbulento reinado como por el dolor y la degradacin fsicade una prolongada enfermedad, el 6 de agosto su Dios se lo llev del trono supremo de la Iglesia catlicay romana. Sede vacante. Cuando el trono de San Pedro est vaco, los asuntos de la Iglesia universal se dejanen manos de un cardenal camarlengo. En este caso, al desgraciado secretario de Estado del Vaticano, sueminencia el cardenal Jean Claude de Vincennes, que segn las malas lenguas del Vaticano yaprcticamente diriga la Iglesia incluso cuando todava viva el papa. El cardenal De Vincennes era un hombre inusualmente alto, esbelto y robusto, con una dosissobrenatural de perspicacia gala. Su humor, que oscilaba entre acerbo y paternalista, regulaba elambiente tanto para superiores como para subordinados. Las severas lneas de su rostro eran la marcaincuestionable de su suprema autoridad en la burocracia vaticana. Comprensiblemente, las responsabilidades del camarlengo son abundantes durante el perodo desede vacante y dispone de poco tiempo para desempeadas. Una de ellas consiste en ordenar,seleccionar y clasificar los documentos personales del difunto papa, con el propsito oficial de descubrirasuntos inacabados. Sin embargo, uno de los resultados extraoficiales de dicha bsqueda consiste enaveriguar las ideas ms ntimas del ltimo papa, respecto a asuntos delicados de la Iglesia. Normalmente, su eminencia habra examinado los documentos del papa antes de la reunin delcnclave para la eleccin de su sucesor. Pero la preparacin del mismo, que deba celebrarse en agosto,haba absorbido toda su energa y atencin. Del resultado de dicho cnclave, y ms concretamente de laclase de hombre que emergiera como nuevo papa del mismo, dependa el futuro de complejos planeselaborados a lo largo de los ltimos veinte aos por el cardenal De Vincennes y sus colegas de ideasafines, tanto en el Vaticano como alrededor del mundo. Promulgaban una nueva idea del papado y de la Iglesia catlica. Para ellos, el papa y la Iglesiadejaran de mantenerse apartados y as aspirar a que la humanidad se acercara e ingresara en el rebaodel catolicismo. Haba llegado el momento de que el papa y la Iglesia colaboraran plenamente comoinstitucin, con los esfuerzos de la humanidad para construir un mundo mejor para todos; el momento deque el papa abandonara su dogmatismo autoritario, as como su insistencia en la posesin absoluta yexclusiva de la verdad definitiva. Evidentemente, dichos planes no se haban elaborado en el vaco aislado de la poltica interior delVaticano. Pero tampoco los haba divulgado el cardenal indiscriminadamente. Se haba formado unpacto entre los funcionarios vaticanos de ideas afines y sus promotores seglares, en virtud del cual sehaban comprometido todos a colaborar por fin en la transformacin deseable y fundamental de la 14 15. Iglesia y del papado. Ahora, con la muerte del papa, convinieron que aquel cnclave se celebrara en el momentooportuno para la eleccin de un sucesor complaciente. Con la organizacin en manos del cardenal DeVincennes, nadie dudaba de que el vencedor del cnclave en agosto de 1978, el nuevo papa, sera elhombre adecuado. Dada la importancia de dicha responsabilidad, no era sorprendente que su eminencia se hubieradespreocupado de los dems asuntos, incluidos los documentos personales del papa anterior. Un gruesosobre con el sello del papa permaneca cerrado sobre el escritorio del cardenal. Pero el cardenal haba cometido un grave error. Encerrados con llave, como es habitual en loscnclaves, los cardenales electores haban elegido a un hombre inadecuado, un hombre que nosimpatizaba en absoluto con los planes elaborados por el camarlengo y sus colaboradores. Pocos en elVaticano olvidaran el da en que se haba elegido al nuevo papa. De Vincennes abandoninmediatamente el cnclave en el momento en que se abrieron sus robustas puertas. Sin prestar atencina la bendicin acostumbrada, se dirigi furioso a sus aposentos. La gravedad del fracaso de dicho cnclave se puso de relieve durante las primeras semanas delnuevo reinado, en la reserva oficial del cardenal De Vincennes. Para l fueron semanas de autnticafrustracin. Semanas de pugna constante con el nuevo papa y de apasionadas discusiones con sus nuevoscolegas. Dada la sensacin de peligro caracterstica de aquellos das, el examen de los documentos delpapa anterior haba quedado casi olvidado. El cardenal no se atreva a pronosticar la conducta del nuevoocupante del trono de San Pedro. Su eminencia haba perdido el control. Estallaron el miedo y la incertidumbre, cuando aconteci lo totalmente inesperado. A los treinta ytres das de su eleccin, falleci el nuevo papa, y tanto en Roma como en el extranjero circularon feosrumores. Cuando los documentos del recin fallecido papa se reunieron en un segundo sobre sellado, elcardenal no tuvo ms remedio que colocarlo junto al anterior, sobre su escritorio. En la organizacin delsegundo cnclave que se celebrara en octubre, encamin todos sus esfuerzos a corregir los errorescometidos en agosto. A su eminencia se le haba concedido una prrroga. No le caba la menor duda deque su destino estaba ahora en sus manos. En esta ocasin, debera asegurarse de que se eligiera a unpapa debidamente complaciente. Sin embargo, lo impensable le acosaba. A pesar de sus descomunales esfuerzos, el cnclave deoctubre fue tan desastroso para l como el de agosto. Obstinadamente, los electores optaron una vez mspor un hombre que no se caracterizaba en absoluto por su complacencia. De haberlo permitido lascircunstancias, su eminencia se habra dedicado a desentraar el misterio de lo que haba fracasado enambas elecciones. Pero tiempo era algo de lo que no dispona. Con el tercer papa en el trono de San Pedro en el transcurso de tres meses, el examen de losdocumentos de los sobres sellados adquiri su propia urgencia. A pesar de sentirse acosado, sueminencia no estaba dispuesto a permitir que dichos documentos se le escaparan de las manos sininspeccionarlos meticulosamente.La seleccin se efectu un da de octubre, sobre una mesa ovalada del espacioso despacho delcardenal De Vincennes, secretario de Estado del Vaticano, situado a pocos metros del estudio del papaen el tercer piso del palacio apostlico. Sus palaciegos ventanales que contemplaban permanentementela plaza de San Pedro y el ancho mundo ms all de la misma, como ojos sin parpadear, no eran ms queuno de los muchos distintivos externos del poder universal del cardenal.Como lo exiga la tradicin, el cardenal haba llamado a dos hombres para que actuaran comotestigos y ayudantes. El primero, el arzobispo Silvio Aureatini, un hombre relativamente joven de ciertotalento y con una enorme ambicin, era un italiano del norte, observador e ingenioso, que contemplabael mundo desde un rostro que pareca culminar en la punta de su protuberante nariz, como un lpiz en elextremo del grafito.El segundo, el padre Aldo Carnesecca, era un simple e insignificante cura que haba vividodurante el reinado de cuatro papas y asistido en dos ocasiones a la seleccin de documentos de un papadifunto. Sus superiores consideraban al padre Carnesecca un hombre de confianza. Delgado, canoso,discreto y con una edad difcil de determinar, el padre Carnesecca era exactamente lo que indicaban su15 16. expresin facial, su sencilla sotana negra y su actitud impersonal: un subordinado profesional.Algunos hombres como Aldo Carnesecca llegaban al Vaticano repletos de ambiciones. Pero sinentraas para celos y odios partisanos, demasiado conscientes de su propia mortalidad para pisarcadveres en su ascenso por la escala jerrquica y excesivamente agradecidos para morder la mano dequien desde el primer momento los haba alimentado, se mantenan fieles a su ambicin bsica yperenne de ser romanos.En lugar de comprometer sus principios por una parte, o cruzar el umbral de la desilusin y laamargura por otra, los carneseccas del Vaticano aprovechaban plenamente su humilde categora.Permanecan en sus cargos a lo largo de sucesivas administraciones pontificias. Sin alimentar ningninters privado ni ejercer influencia personal alguna, adquiran un conocimiento detallado de hechossignificativos, amistades, incidentes y decisiones. Se convertan en expertos del ascenso y la cada de lospoderosos. Adquiran un instinto especial para diferenciar la madera de los rboles. Por consiguiente, noes una asombrosa irona que el hombre ms apto para la seleccin de los documentos papales aquel dade octubre no fuera el cardenal De Vincennes ni el arzobispo Aureatini, sino el padre Carnesecca. Al principio, la seleccin progres con toda normalidad. Despus de quince aos de pontificado,era de esperar que el primer sobre con los documentos del viejo papa fuera ms grueso que el segundo.Sin embargo, la mayora de los documentos eran copias de comunicaciones entre el sumo pontfice y sueminencia, con los que el cardenal estaba ya familiarizado. De Vincennes no se reserv lo que pensabamientras entregaba pgina tras pgina a sus dos compaeros, sino que haca comentarios sobre loshombres cuyos nombres aparecan inevitablemente en las mismas: el arzobispo suizo que crea poderintimidar al Vaticano, el obispo brasileo que se negaba a aceptar los cambios en la ceremonia de lamisa, aquellos cardenales del Vaticano cuyo poder l haba destruido, los telogos tradicionalistaseuropeos, a los que l haba sumido en la oscuridad. Por fin quedaban slo cinco documentos del viejo papa para concluir la inspeccin, antes deconcentrarse en el segundo sobre. Cada uno de ellos estaba sellado y lacrado en su propio sobre, y todoscontenan la inscripcin Personalissimo e Confidenzialissimo. Cuatro de aquellos sobres, dirigidos aparientes de sangre del viejo papa, no tenan ningn inters especial, a excepcin de que al cardenal lemolestaba no poder leer su contenido. En el quinto sobre haba una inscripcin adicional: Para nuestrosucesor en el trono de San Pedro. Aquellas palabras, inconfundible mente de puo y letra del viejopapa, colocaban el contenido de aquel sobre en la categora de algo destinado en exclusiva al recinelegido joven papa eslavo. La fecha de la inscripcin papal, 3 de julio de 1975, estaba grabada en lamente del cardenal como una poca particularmente voltil, en sus siempre difciles relaciones con susantidad. Sin embargo, lo que de pronto dej a su eminencia estupefacto fue el hecho, inimaginable aunqueevidente, de que el sello original del sumo pontfice haba sido violado. Increblemente, el sobre habasido cortado por la parte superior y abierto. Era evidente, por consiguiente, que alguien haba ledo sucontenido. Tambin era evidente la gruesa cinta con que se haba cerrado de nuevo el sobre, as como elsello pontificio y la rbrica de su sucesor, que de forma tan sbita haba fallecido y cuyos documentosno haban sido todava examinados. Pero haba algo ms. Una segunda inscripcin con la letra menos familiar del segundo papa:Concerniente al estado de la Santa Madre Iglesia, despus del 29 de junio de 1963. Durante un instante de laxitud, el cardenal De Vincennes olvid la presencia de sus compaerosjunto a la mesa ovalada. De pronto todo su mundo se resumi a las diminutas dimensiones del sobre quetena en la mano. Ante el horror y la confusin que paralizaron su mente al ver aquella fecha en un sobresellado por el papa, tard unos momentos en asimilar la fecha de la inscripcin papal: 28 de setiembrede 1978. Un da antes de la muerte del segundo papa. Perplejo, el cardenal palp el sobre como si su tacto pudiera revelarle su contenido, o aclararle enun susurro cmo haba abandonado su escritorio y haba luego regresado. Haciendo caso omiso delpadre Carnesecca, para lo cual no era preciso esforzarse, le pas el sobre a Aureatini. Cuando el arzobispo levant de nuevo su puntiagudo rostro, en sus ojos se reflejaba el mismohorror y confusin que en los del cardenal. Pareca que aquellos dos hombres no se miraran el uno alotro, sino a un recuerdo comn que tenan la seguridad de que era secreto. El recuerdo del momento de16 17. la apertura victoriosa. El recuerdo de la capilla de San Pablo. El momento de la reunin con tantos otrosmiembros de la falange, para cantar antiguas invocaciones. El recuerdo del delegado prusiano que lea lacarta de instrucciones, de pinchazos en el pulgar con una aguja de oro, de huellas de sangre en la cartade autorizacin.-Pero eminencia... -dijo Aureatini, que fue el primero en encontrar su voz, pero el segundo enrecuperarse del susto-. Cmo diablos pudo...?-Ni siquiera el diablo lo sabe -respondi el cardenal, que gracias a su enorme fuerza de voluntadempezaba a recuperar cierta compostura mental.Levant con decisin el sobre y lo arroj a la mesa. No le importaban en absoluto las ideas de suscompaeros. Ante tantas incgnitas, necesitaba hallar respuesta a las preguntas que atormentaban sumente.Cmo haba logrado el papa de treinta y tres das que llegaran a sus manos los documentos de supredecesor? Gracias a la traicin de alguno de los propios subordinados de su eminencia? La idea leoblig a lanzar una mirada fugaz al padre Carnesecca. En su mente, aquel subordinado profesional desotana negra representaba a todos los bajos funcionarios de la burocracia vaticana.Era evidente que el papa, tcnicamente, tena derecho a todos los documentos del secretariado,pero a De Vincennes no le haba manifestado curiosidad alguna por los mismos. Adems, qu eraexactamente lo que el segundo papa haba visto? Haba obtenido el archivo completo del papa anteriory se lo haba ledo todo? O slo aquel sobre con la fecha fundamental del 29 de junio de 1963, escritaahora de su puo y letra? En cuyo caso, cmo haba vuelto a reunirse dicho sobre con los documentosdel viejo papa? Y en cualquiera de los casos, quin lo haba dejado todo de nuevo, como si no sehubiera movido del escritorio del cardenal? Cundo poda alguien haber hecho tal cosa sin llamar laatencin?De Vincennes se concentr de nuevo en la segunda fecha, 28 de setiembre, escrita de puo y letradel segundo papa. De pronto se levant de su silla, se acerc decididamente a su escritorio, levant suagenda y la hoje en busca de dicha fecha. En efecto, por la maana haba mantenido su audienciahabitual con el Santo Padre, pero sus notas no le revelaron nada significativo. Por la tarde habacelebrado una reunin con el cardenal supervisor del Banco Vaticano, sin que tampoco emergiera nadade inters. Sin embargo, otra nota le llam la atencin. Haba asistido a un almuerzo en la embajadacubana, en honor a su amigo y colega que abandonaba el cargo de embajador. Despus del almuerzo,haban mantenido una conversacin privada.El cardenal puls el botn de su intercomunicador y le pidi a su secretario que comprobara quinhaba estado de servicio aquel da en la recepcin de la secretara. Tard unos instantes en recibir larespuesta, y cuando sta lleg, dirigi una lgubre mirada a la mesa ovalada. En aquel momento, elpadre Aldo Carnesecca se convirti para su eminencia en mucho ms que un simple smbolo de lossubordinados del Vaticano.Durante el tiempo que tard en colgar el telfono y regresar a la mesa, cierta frialdad penetr en lamente del cardenal. Frialdad acerca de su pasado, y de su futuro. Logr incluso relajar ligeramente suvoluminoso cuerpo, mientras encajaba las piezas del rompecabezas: los dos sobres pontificios de suescritorio, a la espera de ser examinados; su larga ausencia de su despacho el 28 de setiembre;Carnesecca de servicio solo, durante la hora de la siesta. De Vincennes lo comprendi todo. Haba sidovctima de una traicin, la insidia disfrazada de inocencia haba superado su astucia. Su gran apuestapersonal haba fracasado. Lo mejor que poda hacer ahora, era asegurarse de que el sobre con dos sellospontificios no llegara a manos del papa eslavo.-Terminemos nuestro trabajo!Cuando el cardenal mir fugazmente a Aureatini, todava plido como la cera, y al imperturbableCarnesecca, tena la mente clara y estaba muy concentrado. En el tono que utilizaba habitualmente consus subordinados, enumer una serie de decisiones que concluyeron la inspeccin de los documentos.Carnesecca se ocupara de hacer llegar a su destino los cuatro sobres dirigidos a parientes del papa.Aureatini entregara el resto de los documentos al archivador del Vaticano, que se asegurara de que secubrieran de polvo en algn recoveco inslito. El cardenal se ocupara en persona del sobre sellado porduplicado.Entonces su eminencia empez a examinar con rapidez los escasos documentos que haba dejado17 18. el segundo papa despus de su breve reinado. Convencido de que el documento ms significativo era elque ya tena delante, hoje fugazmente los dems. En menos de un cuarto de hora, se los habaentregado a Aureatini para que los llevara al archivo. De Vincennes se qued solo junto a uno de los ventanales de su despacho, hasta ver al padreCarnesecca que sala del edificio al patio de San Dmaso. Sigui con la mirada al delgado cura cuandocruzaba la plaza de San Pedro hacia la residencia del Santo Padre, donde pasaba la mayor parte de sutiempo laboral. Durante unos buenos diez minutos, contempl el paso sosegado, aunque decidido yseguro, del padre Camesecca. Si alguien mereca llegar prematuramente a la fosa, decidi, era AldoCarnesecca. Y no sera necesario tomar nota en su agenda para recordarlo. Por fin, el cardenal regres a su escritorio. Todava deba ocuparse del infame sobre sellado porduplicado. No era inaudito en la historia pontificia que, antes de haber finalizado el escrutinio de losdocumentos de un papa difunto, alguien con acceso a los mismos hubiera examinado incluso alguno conla inscripcin Personalissimo e Confidenzialissimo. Pero en este caso, con las inscripciones no de unosino de dos papas, nica y exclusivamente, el sumo pontfice poda leerlo. Haba ciertas barrerasaplicables incluso a De Vincennes. De todos modos, estaba seguro de conocer la esencia de sucontenido. No obstante, reflexion su eminencia, la amonestacin bblica Dejad que los muertos entierren alos muertos estaba abierta a ms de una interpretacin. Sin humor ni autocompasin, pero con supropio destino claro en su mente, levant el telfono con una mano y el sobre con la otra. Cuandorespondi el arzobispo Aureatini, le dio brevemente las ltimas rdenes relacionadas con el escrutinio delos documentos. -Excelencia, ha olvidado usted un documento para el archivo. Venga a recogerlo. Hablarpersonalmente con el director del archivo. l sabr lo que hay que hacer.La inoportuna muerte de su eminencia el cardenal Jean Claude de Vincennes, secretario de Estado,tuvo lugar en un lamentable accidente de trfico cerca de Mablon, su ciudad natal en el sur de Francia, el19 de marzo de 1979. Entre las noticias que informaron al mundo del trgico suceso, indudablemente lams escueta fue la del Anuario Pontificio de 1980. En dicho grueso libro, que contiene una til gua delpersonal religioso del Vaticano y otros datos de inters, apareci nica y exclusivamente el nombre delcardenal en una lista alfabtica de prncipes de la Iglesia recientemente fallecidos. 18 19. PRIMERA PARTEAtardecer PapalPlanes impecablesUNO En el Vaticano, a principios de mayo, a nadie le sorprenda que su santidad se dispusiera aemprender todava otra visita pastoral al extranjero. Sera, despus de todo, una ms de las muchsimasvisitas que habra hecho hasta ahora a unos noventa y cinco pases de los cinco continentes, desde sueleccin en 1978. A decir verdad, desde haca ahora ms de diez aos, aquel papa eslavo pareca haber transformadosu pontificado en un largo peregrinaje por el mundo entero. Lo haban visto u odo, en directo o pormedios electrnicos, ms de tres mil millones de personas. Se haba reunido, literalmente, con docenasde dirigentes gubernamentales, sobre cuyos pases e idiomas posea unos conocimientos inigualables.Haba impresionado a todo el mundo por su carencia de grandes prejuicios. Dichos gobernantes, ascomo los hombres y las mujeres por doquier, lo aceptaban tambin como dirigente, como hombrepreocupado por los indefensos, los indigentes, los que no tenan trabajo y los devastados por las guerras.Un hombre preocupado por todos aquellos a quienes se les negaba el derecho a la vida: los niosabortados y los nacidos slo para morir de hambre y enfermedad. Un hombre preocupado por losmillones de seres humanos que slo vivan para morir del hambre provocada por los propios gobiernosen pases como Somalia, Etiopa y Sudn. Un hombre preocupado por las poblaciones de Afganistn,Camboya y Kuwayt, en cuyos territorios se haban sembrado indiscriminadamente ochenta millones deminas. En definitiva, aquel papa eslavo se haba erguido como un espejo cristalino ante el mundo real,donde se reflejaba el autntico sufrimiento de todas sus gentes. Comparado con dichos esfuerzos sobrehumanos, el viaje que el papa se dispona a emprenderaquel sbado por la maana sera breve: una visita pastoral al santuario de Sainte-Baume, en los Alpesmartimos franceses. All el sumo pontfice dirigira las plegarias tradicionales en honor de santa MaraMagdalena, en cuya cueva, segn la leyenda, dicha santa haba pasado treinta aos de su vida comopenitente. Por los pasillos de la Secretara de Estado del Vaticano circulaban rumores irnicos sobre lanueva excursin piadosa de su santidad. Pero eso, en aquella poca, era comprensible dado el trabajoadicional -ya que as se interpretaba- que exiga el constante deambular del papa por el mundo. El sbado en que el papa deba emprender su viaje a Sainte-Baume amaneci fresco y claro.Cuando el cardenal Cosimo Maestroianni, secretario de Estado del Vaticano, sali con el papa eslavo ysu pequeo cortejo por uno de los portales traseros del palacio apostlico, para cruzar los jardines endireccin al helipuerto, no manifestaba indicio alguno de burla ni irona. El cardenal no se distingua porsu sentido del humor. Sin embargo, se senta aliviado, ya que despus de asegurarse de que el SantoPadre haba emprendido su viaje a Sainte-Baume, como sus obligaciones y el protocolo lo exigan,dispondra de unos valiosos das de descanso. Maestroianni no se enfrentaba realmente a ninguna crisis. Sin embargo, en aquel preciso momentoel tiempo era importante para l. Aunque todava no se haba hecho pblica la noticia, por acuerdoprevio con el papa eslavo, el cardenal estaba a punto de abandonar su cargo como secretario de Estado.Pero aun despus de su jubilacin, no se alejara de la cpula de poder del Vaticano; l y suscolaboradores se haban asegurado de ello. El sucesor de Maestroianni, ya elegido, era un hombre deconducta pronosticable; no era la persona ideal, pero s la ms manejable. No obstante, era preferibleresolver ciertos asuntos cuando todava ocupaba su alto cargo. Antes de abandonar la Secretara deEstado, su eminencia deba ocuparse de tres tareas en particular, cada una de ellas delicada pordiferentes razones. Las tres haban llegado a un punto decisivo. Le bastara con avanzar un poco por19 20. aqu y dar unos toques por all para estar seguro de que su programa sera imparable.Lo esencial ahora era ajustarse al programa. Y avanzaba inexorablemente el tiempo.Aquel sbado por la maana, rodeado por los omnipresentes guardias de seguridad uniformados,seguidos de los acompaantes del sumo pontfice en aquel viaje y de su secretario personal, monseorDaniel Sadowski, que cerraba la comitiva, el papa eslavo y el secretario de Estado del Vaticanoavanzaban por el camino arbolado como dos hombres unidos por lazos inquebrantables. Su eminencia,que con sus cortas piernas tena que dar dos pasos apresurados por cada uno del Santo Padre, enumerrpidamente los compromisos del sumo pontfice en Sainte-Baume, antes de retirarse con las siguientespalabras:-Pdale a la santa que nos colme de gracia, santidad. De regreso a solas hacia el palacio apostlico, el cardenal Maestroianni se concedi unosmomentos de reflexin en aquellos hermosos jardines. La reflexin era algo natural para alguien acos-tumbrado al Vaticano y al poder global, especialmente en la vspera de su dimisin. Tampoco era unaprdida de tiempo. Sus reflexiones eran tiles, en torno al cambio y a la unidad. De un modo u otro, su eminencia consideraba que todo en su vida, todo en el mundo, haba estadosiempre relacionado con el proceso y el propsito del cambio, y con las facetas y usos de la unidad. Adecir verdad, con la sagacidad propia de la visin retrospectiva, su eminencia consideraba que incluso enlos aos cincuenta, cuando haba ingresado como un clrigo joven y ambicioso en el serviciodiplomtico del Vaticano, el cambio haba entrado ya en el mundo como constante nica. Maestroianni dej flotar la mente hasta su ltima y prolongada conversacin con el cardenal JeanClaude de Vincennes, su mentor durante mucho tiempo. Haba tenido lugar en aquellos mismos jardines,un buen da a principios del invierno de 1979. De Vincennes estaba entonces sumergido en los planespara la primera salida del Vaticano del recin elegido papa eslavo, que conducira al inesperadamentenombrado sumo pontfice a su Polonia natal. Para la mayora del mundo, tanto antes como despus de dicho viaje, se trataba del regresonostlgico de un hijo victorioso a su pas de origen, a fin de despedirse de forma digna y definitiva. Perono para De Vincennes. A Maestroianni le haba parecido curioso el estado de nimo de De Vincennesdurante aquella remota conversacin. Como sola hacerlo cuando tena algo particularmente importanteque comunicarle a su protegido, De Vincennes haba iniciado lo que pareca casi una conversacinentretenida. -El da uno -dijo De Vincennes para referirse a su poca al servicio del Vaticano durante el largo yagobiante perodo de la guerra fra. Lo curioso era que su tono pareca deliberadamente proftico, como si en ms de un sentidopronosticara el fin de aquel da. -A decir verdad -prosigui De Vincennes confidencialmente con Maestroianni-, el papel deEuropa durante este da uno ha sido el de un pen supremo, aunque indefenso, en el mortfero juego delas naciones: el juego de la guerra fra. Siempre ha existido el miedo a que, en cualquier momento,empezaran a arder las llamas nucleares. Incluso sin la retrica, Maestroianni lo haba comprendido muy bien. Siempre le haba apasionadola historia. Adems, desde principios de 1979, haba adquirido experiencia de primera mano en su tratocon los gobiernos de la guerra fra y las cpulas mundiales de poder. Saba que el temor de la guerra fraafectaba a todo el mundo, dentro y fuera de los gobiernos. Incluso las seis naciones de Europa occidentalcuyos ministros haban firmado el tratado de Roma en 1957, configurando con gran valenta lacomunidad europea, as como sus planes y sus actos, estaban sometidas permanentemente al presagio dela guerra fra. A juzgar por lo que Maestroianni haba visto en aquellos primeros das de 1979, aquella realidadgeopoltica que De Vincennes denominaba un da no haba cambiado en absoluto. Lo primero que ledesconcert, por consiguiente, fue la conviccin de De Vincennes de que aquel da estaba a punto determinar. Ms desconcertante todava para Maestroianni fue la expectativa de De Vincennes de queaquel intruso eslavo en el trono de San Pedro se convirtiera en lo que denomin ngel del cambio. -No se confunda -insisti categricamente De Vincennes-, puede que muchos lo tomen por untorpe poeta filosfico convertido en papa por error. Pero mientras come, duerme o suea, no deja de20 21. pensar en la geopoltica. He visto los borradores de algunos de los discursos que piensa pronunciar enVarsovia y Cracovia. Me he preocupado de leer algunos de sus discursos anteriores. Desde 1976 no hadejado de hablar de la inevitabilidad del cambio, la emergencia inminente de las naciones en un nuevoorden mundial. Tal fue el asombro de Maestroianni, que se qued parado junto a De Vincennes. -S -declar De Vincennes desde las alturas, con la mirada fija en su diminuto compaero-, me haodo usted perfectamente. l tambin anticipa la llegada de un nuevo orden mundial. Y si no meequivoco en la interpretacin de sus intenciones durante esta visita a su pas de origen, puede que sea elprecursor del fin del da uno. Si estoy en lo cierto, el da dos amanecer con mucha rapidez. Ycuando eso suceda, si mi intuicin no me engaa, ese nuevo papa eslavo se habr situado en cabeza de lamanada. Pero usted, amigo mo, debe correr con mayor rapidez que l. Debe colocarse a este SantoPadre en la palma de la mano. Su doble confusin dej atnito a Maestroianni. Confusin, en primer lugar, en cuanto a que DeVincennes pareca excluirse a s mismo del da dos, pareca hablarle a Maestroianni como si dierainstrucciones a su sucesor. Y confusin, en segundo lugar, en cuanto a que De Vincennes consideraraque ese eslavo, que tan inadecuado pareca para el papado, pudiera jugar un papel clave en la poltica depoder mundial. Haba cambiado mucho hasta el da de hoy Maestroianni, cuando esper un poco ms antes deentrar por el portal posterior del palacio apostlico. La voz de De Vincennes haba permanecido acalladadurante los ltimos doce aos. Pero esos jardines, que seguan siendo los mismos, eran testigos de laprecisin de su profeca. El segundo da haba empezado con tanta sutileza, que tanto los lderes orientales como losoccidentales descubrieron slo lentamente lo que De Vincennes haba vislumbrado en los primerosdiscursos de aquel eslavo, que ocupaba ahora el trono de San Pedro. De forma paulatina, los ms lcidosentre los hijos del dios de la avaricia empezaron a atisbar lo que aquel sumo pontfice les repeta en suestilo, aunque persistente, desprovisto de recriminaciones. Con su viaje a su pas de origen y su reto victorioso a los lderes orientales en su propio terreno,aquel papa haba desencadenado la energa de uno de los cambios geopolticos ms fundamentales de lahistoria. No obstante, a los gobernantes occidentales les resultaba difcil discernir hacia dnde sealabael papa eslavo. Hasta entonces haban estado convencidos de que el centro mundial del cambio radicaraen su propio y artificial diminuto delta europeo. Pareca increble que el epicentro del cambio seencontrara en los territorios ocupados, entre el ro Oder de Polonia y la frontera oriental de Ucrania. Pero si las palabras del sumo pontfice no haban bastado para convencerlos, lo lograron por finlos acontecimientos. Y cuando estuvieron convencidos, no hubo quien detuviera el alud para unirse alnuevo flujo de la historia. En 1988, la antes diminuta comunidad europea abarcaba ya doce Estados, conuna poblacin total de trescientos veinticuatro millones, que se extenda desde Dinamarca, al norte,hasta Portugal, al sur, y desde las islas Shetland, al oeste, hasta Creta, al este. Era razonable esperar queen 1994 hubieran ingresado otros cinco Estados en la comunidad, con otros ciento treinta millones dehabitantes. Pero incluso entonces Europa occidental segua siendo un testarudo pequeo delta sitiado yacechado por el temor de que la madre de todas las guerras aniquilara su antigua civilizacin. Elenemigo ocupaba todava sus horizontes y frustraba sus ambiciones. Pero por fin, con la cada del muro de Berln a principios del invierno de 1989, desaparecieron lascortapisas. Los europeos occidentales experimentaron la sensacin visceral del gran cambio. Aprincipios de los aos noventa, dicha sensacin se haba transformado en una profunda conviccin sobres mismos como europeos. La Europa occidental en la que haban nacido haba dejadoirremediablemente de existir. Su larga noche de miedo haba concluido. El segundo da habaamanecido. Inesperadamente, la fuerza de la nueva dinmica en Europa central arrastr a todo el mundo a surbita, con la consiguiente preocupacin por parte de su competidor oriental: Japn. Afect tambin aambas superpotencias. Al igual que el mensajero en las tragedias clsicas griegas, que aparece en elescenario para anunciar la accin inminente ante un pblico incrdulo, Mijal Gorbachov emergi en laescena poltica como presidente sovitico para comunicarle al mundo que su Unin Sovitica siempre 21 22. haba sido una parte integral de Europa. A medio mundo de distancia, el presidente estadounidenseBush afirmaba que su pas era una potencia europea. Entretanto, en la Roma pontificia, el segundo da tambin haba amanecido, aunque su alborpasaba inadvertido en el bullicio del cambio, que flua como un torrente candente en la sociedad de lasnaciones. No obstante, otra corriente de cambio todava ms diligente y fundamental, de la mano hbilde Maestroianni y sus muchos colaboradores, afectaba el estado y el destino terrenal de la Iglesiacatlica, y de la propia Roma pontificia. La Roma del viejo papa que haba soportado la segunda guerra mundial haba desaparecido. Ya noexista aquella organizacin rgidamente jerrquica. Aquellos cardenales, obispos y sacerdotes, lasrdenes e instituciones religiosas distribuidas por dicesis y parroquias en el mundo entero, unidas entres por su obediencia y fidelidad a la persona del sumo pontfice, formaban ahora parte del pasado.Tambin haba dejado de existir la Rom