El sentido común de la Ciencia

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EL SENTIDO COMN DE LA CIENCIA Jacob Bronowski

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Obras Filosóficas

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Jacob Bronowski

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Índice

1. Ciencia y Sensibilidad 2

2. La Revolución Cientí�ca y la Máquina 9

3. El modelo de Isaac Newton 18

4. El siglo XVIII y la idea del orden 27

5. El siglo XIX y la idea de causalidad 36

6. La idea de probabilidad 50

7. El sentido común de la ciencia 60

8. Verdad y valor 74

9. La ciencia destructora o creadora 85

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1. Ciencia y Sensibilidad

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Llegué a Inglaterra cuando tenía doce años y no era capaz de pronunciar en inglésmás que las dos o tres palabras que había aprendido durante la travesía del Canalde la Mancha. Sólo dos o tres años más tarde leía sin grandes di�cultades el inglés.Recuerdo que los primeros escritores que fui capaz de identi�car con lo que mis pacientesprofesores llamaban estilo fueron Macaulay y Joseph Conrad. No recuerdo si entonceslograba distinguir sus estilos. Leía con voracidad, emoción, cariño, con una inagotablesensación de descubrir una nueva y, como poco a poco fui comprobando, gran literatura.Pero me veía limitado, y todavía no me he librado de ello, por el modo desordenadocomo descubrí las obras maestras: Dickens mezclado con Aphra Behn y Bernard Shaw,y por otra parte dejando obras olvidadas por el siglo. Hasta este momento no he leído loscuentos de Waverley y, en consecuencia, me he mantenido bastante indiferente respectoa la novela histórica, particularmente si la mayor parte de los diálogos están escritos enformas dialectales.Con�eso esto porque creo que en esta situación se encuentran también muchas otras

personas. Las di�cultades que encontré no fueron sólo mías y no son de ningún mododi�cultades de carácter literario. Al contrario, lo que ahora me sorprende es su parecidocon las di�cultades que otras personas encuentran en la ciencia. En el fondo, lo másdifícil al enfrentarme con una literatura extraña era precisamente lo que todas laspersonas inteligentes experimentan al intentar establecer algún orden a partir de lociencia moderna.Vivimos rodeados por el aparato de la ciencia; el motor diesel y la experimentación,

el tubo de aspirinas y los sondeos de opinión. A duras penas nos damos cuenta detodo ello, pero detrás suyo tomamos conciencia de que la ciencia es cada vez másimportante. Empezamos a comprender que ésta no es un conjunto casual de técnicasde producción puestas en práctica por la competencia entre habitantes de laboratoriosde dedos amarillentos por los ácidos y lentes de acero y sin vida privada. La ciencia,como nos vamos dando cuenta, es un método y una fuerza particulares, que tienen supropio sentido y estilo y su propia pasión. Ahora sabemos que en algún lugar dentrode la selva de válvulas, fórmulas y probetas está un contenido, está, hay que admitirlo,una nueva cultura.¿Cómo podemos llegar a esta cultura a través de su especial lenguaje, y traducirlo

a otro que conozcamos? Las di�cultades del profano son las de mi juventud. Abreel periódico y ve una noticia en mayúscula: EL CEREBRO ELECTRÓNICO, o ELVUELO SUPERSÓNICO, o ¿Hay vida en Marte? Pero, tanto si aparece en mayúsculacomo en cursiva, la noticia es un enigma para él. El lenguaje le resulta tan extrañocomo lo era para mi The Anatomy of Melancholy a los quince años. Dispone sólo deun reducido vocabulario adquirido a través de artículos de divulgación, recuerdos de loaprendido en el maloliente laboratorio del colegio y unos pocos nombres de cientí�cosesparcidos al azar a lo largo de la Historia. La misma historia de la ciencia, que podría

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proporcionar un cierto orden a sus ideas, es para él la mayor de las dudas. Yo notenía ninguna noción de la historia de Inglaterra y, por tanto, no podía tener idea deldesarrollo literario. Recuerdo la sensación de desamparo que sentí cuando me enfrenté auna lista de nombres tales como Marlowe, Coleridge y H. G. Wells. No podía ordenarloscronológicamente. Cuesta trabajo expresar mi di�cultad y, sin embargo, es la misma conque lodo lector tropieza cuando ve los nombres de Napier, Humphry Davy y Rutherford.Estos tres cientí�cos fueron contemporáneos de los tres escritores antes citados, y enmodo alguno fueron hombres menos importantes.

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Desde luego, el hecho de tener un conocimiento de la Historia, incluso de la historiade la ciencia, no es ciencia. Pero sí nos muestra la estructura en la que se basa elcrecimiento de la ciencia, hasta el punto de que los titulares de la mañana ocupen sulugar correspondiente en el desarrollo de nuestro mundo. Establece un puente entre laciencia y todo punto de vista humanista desde el cual partamos. Esto es así porquerea�rma la unidad no sólo de la Historia sino del conocimiento. Para el profano, laclave de la ciencia es su unidad con las artes. Considerará la ciencia como una culturacuando intente seguir su rastro en su propia cultura.Uno de los prejuicios contemporáneos más nefastos ha sido el de que el arte y la

ciencia son cosas diferentes y en cierto modo incompatibles. Hemos caído en el hábitode contraponer el temperamento artístico al cientí�co; incluso los identi�camos conuna actividad creadora y otra crítica. En una sociedad como la nuestra, que practicala división del trabajo, existen naturalmente actividades especializadas como algo in-dispensable. Es desde esta perspectiva, y sólo desde ella, que la actividad cientí�ca esdiferente de la artística. En el mismo sentido, la actividad del pensamiento di�ere dela actividad de los sentidos y la complementa. Pero el género humano no se divide enseres que piensan y seres que sienten; de ser así no podría sobrevivir mucho tiempo.La disputa entre ciencia y espíritu fue debida en gran parte a los apólogos religiosos

de la época victoriana, quienes querían a toda costa considerar a la ciencia como mate-rialista y rastrera. La creencia de que la ciencia es sólo crítica procede de otros. Partióde los tímidos y so�sticados artistas del siglo pasado con el �n de que, en contraste,ellos pudiesen aparecer como creadores e intuitivos. Pero ya no podían ocultar lo queellos mismos sabían que las mejores personalidades se veían arrastradas a la prácticade las nuevas ciencias; un movimiento que Peacock ya había previsto setenta y cincoaños antes en The Four Ages of Poetry.Desde entonces las artes y las ciencias se han disputado las inteligencias más despier-

tas. Esta diputa es en sí la prueba más evidente de que los verdaderos talentos puedensentirse satisfechos tanto en un campo como en el otro. En realidad, uno de los pocosdescubrimientos psicológicos de nuestra generación en los que podemos con�ar con unrazonable margen de certeza es el de que la con�guración de los factores intelectualesque diferencian la persona inteligente de la estúpida se encuentran la mayoría de vecestanto en un tipo de hombre como en el otro, tanto en el cientí�co como en el humanista.

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La educación y la experiencia nos diferencian unos de otros, y también, aunque menos,nuestras aptitudes, pero en el fondo participamos de una misma base, más profunda,de inteligencia común. Esto es lo que permite con�ar en que lo que escribo interesaráa las personas profanas y a los cientí�cos, porque el lector que está interesado en unaactividad que exige re�exión y capacidad de juicio es seguramente una persona a quienla ciencia puede decirle algo. No es que esta persona sea sorda, sino que han sido losespecialistas � tanto en el campo del arte como en el de la ciencia� quienes no hansabido expresarse.Mucha gente está convencida de que no pueden entender los objetos técnicos, o de

que los números no les entran. Esto les hace sentirse seguros y, desde luego, les ahorramuchos problemas. Pero el lector interesado está bastante seguro de que tiene capacidadpara todo lo que esté dispuesto a aprender. Suponiendo que le interesen las matemáti-cas, por ejemplo, su interés ha sido generalmente ahogado por una enseñanza rutinaria,al igual que el interés por la literatura de muchos cientí�cos (y, por la misma razón,de muchos no cientí�cos) se ha visto abortada por las obras completas y la comediade Shakespeare. Pocas personas sostendrían que aquellos cuyo gusto por la poesía noha sobrevivido al certi�cado de enseñanza secundaria son básicamente insensibles conrespecto a la poesía. No obstante, se privan alegremente de vastos placeres intelectualesde la ciencia como si fuesen patrimonio sólo de mentes privilegiadas. La ciencia no exigeun sentido especial. Es tan amplia como el signi�cado literal de su nombre: conocimien-to. La noción de talento especializado es en comparación tan moderna como la delespecialista, «el cientí�co» , palabra que sólo lleva cien años de existencia.

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Por ello, el tipo de lector en quien pienso cuando escribo es el que está interesado notanto en las ciencias como lo está en la ciencia. En los Institutos Técnicos existía en elsiglo pasado la tradición del autodidactismo, que en aquel entonces era algo de lo queuno podía sentirse orgulloso. Pero esta tradición ha desaparecido y no ha representadouna pérdida, porque el interés por la ciencia se ha ampliado. Todos tenemos concienciade este fenómeno. Los que quieren tener algún conocimiento de la ciencia no buscaninformación técnica. Ya no existen aquellos infortunados a los que hubiera gustadotrabajar también en un laboratorio, si el destino no les hubiese con�nado a un molinodesde los doce años. Supongo que los que emprenden la lectura de este libro se sientensatisfechos de lo que saben y hacen, y no se consideran subalternos, como el héroecon bata blanca de una segunda versión �lmada del descubrimiento del Compuesto E.Tampoco supongo que tengan que sentirse necesariamente fascinados por las maravillasdel microscopio electrónico o del yodo radiactivo. Los considero personal conscientes deque el mundo en que han nacido se está transformando a lo largo de su vida, y queacerca de este cambio sienten la misma curiosidad que la que sienten por las novedadesque ocurren a su alrededor por la literatura o las artes o la política nacional o los asuntosdel club de tenis.Casi nadie pone hoy en duda realmente la amplitud y la importancia duradera

de esta transformación. Pero muchas personas la relegan al olvido, decididamente o

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con turbación, y pasan la mayor parte del tiempo temiendo enfrentarse a este hecho,porque temen admitir que este movimiento está transformando sus vidas, va borrandolos límites de su mundo familiar, y enterrando sus valores, y al �nal cubriendo totalmentelas personalidades que tenían que durar toda su vida. Sin embargo, estos temores sonno tanto temores de los cambios sociales que efectúa la ciencia como simples temorespersonales. El miedo que se tiene, el miedo que tenemos todos, es a quedar marginados.Tenemos miedo de que ocurra algo que no seamos capaces de comprender y que nosaparte de la compañía de las personas más inteligentes y más jóvenes.Considero que estos temores son infundados. Creo que resulta sencillo para una

persona a quien le gusta discutir los problemas y leer los artículos de fondo con asiduidadno sentirse incómoda ante la ciencia: tan sencillo como para un cientí�co puede sertener una cierta a�ción a la biografía. La di�cultad reside en el lenguaje y en una ciertaprevención hacia lo nuevo. Pero quienes alimentan esta di�cultad son aquellos cientí�cosentusiastas que escriben como si el profano tuviese que ser compadecido, y que lo tratancomo a un pretendido cientí�co a quien debería hacérsele ver lo verdaderamente esencial.Desde luego, al escribir no pienso en semejante lector. Imagino a mis lectores, tantocientí�cos como profanos, como personas equilibradas que observan a su alrededor elmundo en movimiento y que quieren conocer su�cientemente acerca de las fuerzas dela ciencia más allá del mundo que les es familiar, con el �n de tomar parte en esteprofundo y total movimiento de la Historia.

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A muchas personas les gusta creer que la ciencia ha ahogado progresivamente lasartes, o que les ha dado una desagradable forma «moderna» , y, por lo tanto, que elúnico modo de revitalizar las artes es desbancar a la ciencia. Desde luego, con frecuenciano se trata más que de un sentimiento de persona madura en favor del arte de nuestrajuventud, y la verdadera cabeza de turco no es la ciencia sino el cambio. Pero incluso allídonde este sentimiento es menos parcial, nace de una mala interpretación de lo que esel progreso en arte y en ciencia. Hoy la ciencia es indiscutiblemente más poderosa que,por ejemplo, en tiempos de Isaac Newton, Contra esta opinión se alega que las artes,en la actualidad, raramente alcanzan las cumbres que alcanzó su contemporáneo JohnDryden. Con ello quiere llegarse a la conclusión de que la ciencia supera incesantementesus propias ideas, mientras que la gran literatura permanece siempre. Pero esto es unembrollo de conceptos que no conduce a nada. Hoy no abundan más los Newton quelos Dryden; por otra parte, la obra de Newton está con respecto a la ciencia actual enla misma relación que la prosa de Dryden respecto a la prosa contemporánea. Drydeny Newton revelaron cada uno toda una nueva gama de posibilidades en sus formas deconocimiento. Ambos son clásicos en el sentido de que a la vez fueron descubridores yhombres de grandes realizaciones, y sólo en este sentido puede cali�carse a alguien declásico.La creencia de que la ciencia destruye la cultura se ha visto apoyada a veces por las

a�rmaciones de que las artes han �orecido sólo cuando las ciencias han sido descuidadas.

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Esta tesis es tan directamente opuesta a la Historia que nos parece difícil intentar dis-cutirla. ¿Cuál fue la edad de oro del arte no empañado por la tosca mecánica? ¿Dóndeexistió? ¿En Oriente? Las civilizaciones de Egipto, la India y del mundo árabe contradi-cen esta teoría. El único poeta oriental bien conocido en Inglaterra, Omar Khayyam, fueun astrónomo persa. ¿En Occidente? La cultura occidental empieza en Grecia, y en lagran época de la cultura griega el arte y la ciencia se in�uyen mutuamente de modo másestrecho que en ninguna época moderna. Pitágoras vivió antes de que Esquilo crease latragedia griega. Sócrates enseñaba cuando la tragedia estaba en su máximo esplendor;y ¿Consideraríamos a Sócrates en el campo del arte o en el de la ciencia? Y Platón,que no toleraba poetas en su estado ideal, era todavía un muchacho cuando Aristófanescerraba los ojos a la tragedia griega. El ejemplo de estos hombres tanto en la cienciacomo en el arte fue la llama que forjó el mundo moderno en el Renacimiento. El tipo yel símbolo del hombre del Renacimiento fue desde el primer momento, y todavía lo es,Leonardo da Vinci, pintor, escultor, matemático e ingeniero. Ningún otro hombre hademostrado tan extraordinariamente la universalidad y la unidad del intelecto.En Inglaterra situamos la edad de oro en el reinado de Isabel I, y en esta época

�orecieron tanto el comercio y la industria como la creación literaria. Viajeros y aven-tureros como sir Walter Raleigh fueron los Leonardo de aquel tiempo, y el propiocírculo de Raleigh, que hizo de Christopher Marlowe un racionalista tenía como cabezaa Thomas Hariot, matemático y astrónomo. La navegación depende de la astronomía;se desarrollaba simultáneamente a las nuevas especulaciones acerca del mundo y el sis-tema solar; y, a su vez, los viajes de los grandes navegantes inspiraron la literatura de laInglaterra isabelina. El mundo del arte y de la ciencia y el mundo físico se desarrollaronjuntos. No fue por accidente que la primera tabla de logaritmos fuese publicada pocosaños después de la primera edición de las obras completas de Shakespeare.Sesenta años después de la muerte de Isabel I, Inglaterra vivió otra gran época, la

edad de la literatura de la Restauración. En este libro vamos a prestar especial atencióna este momento, porque fue una característica de la época la fundación de lo que siguesiendo todavía hoy la sociedad cientí�ca más importante del mundo. La reunión quela fundó el 28 de noviembre de 1660 se inauguró con una conferencia sobre astronomíaa cargo de Christopher Wren, arquitecto. Esta sociedad, la Royal Society, recibió sunombre y su lema del más entusiasta de sus fundadores: John Evelyn escritor de unfamoso diario. Cuando la sociedad quiso fomentar el uso de una prosa sencilla y clara,nombró un comité que incluía un miembro de la entidad con una especial aptitud paraello: John Dryden, poeta.

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Las edades de oro de la literatura fueron en realidad grandes épocas en que lasciencias y las artes avanzaron juntas, ¿Existe aún esta posibilidad? Los críticos literariosdicen que no, que se perdió en Inglaterra con la Revolución Industrial, entre 1760 y1800. Sin embargo, estos críticos sitúan el Renacimiento Romántico entre la muerte deCollins en 1759, que tanto signi�có para Wordsworth, y la publicación de las Lyrical

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Ballads en 1798. Este espacio de tiempo corresponde casi exactamente al anterior, y¿Puede establecerse una distinción razonable entre ellos? ¿Puede sostenerse la idea de laRevolución Industrial como una especie de muerte? Dio a nuestro mundo su estructura.Apartó a la ciencia de la astronomía orientándola hacia lo que hoy son esencialmentesus objetos de estudio, que dependen de la utilización del poder técnico. Y creó en lospoetas románticos y los reformadores lo que todavía hoy sigue siendo la sensibilidad denuestro tiempo.Digo que creó nuestra sensibilidad, aunque desde luego sólo hemos indicado la coin-

cidencia de fechas: que Blake, Coleridge y Wilberforce fueron al �n y al cabo contem-poráneos de Arkwright y James Watt. Contra esta teoría, quienes sostienen la ilusión deque la Inglaterra preindustrial era más sensible y educada señalan la miseria de la épocaindustrial: mujeres en las minas, niños en las fábricas, los desastres de la propiedad pri-vada en la agricultura, el hambre, las guerras napoleónicas y el reaccionarismo político.Fueron males muy terribles, pero hay males más antiguos que la época de 1800 y lasmáquinas. El trabajo de las mujeres y los niños durante interminables horas en suspropios hogares aparece con mucha frecuencia con los escritos de Defoe en 1725. Contodo, los augustos optimistas de su tiempo no lo vieron como algo contra lo cual habíaque protestar. Pero con la fábrica estos males pasaron al dominio público con toda sucrudeza; y el impulso reformador vino de los hombres del taller, de Robert Owen y elviejo Peel. Todavía hoy nos sentimos escandalizados de que los muchachos limpiasen laschimeneas casi ochenta años después de que Blake escribiese sobre ellos, en 1790, unosenternecedores poemas; el último de estos muchachos deshollinadores, Joseph Lawrence,vive todavía en el momento de escribir este libro. Pero los niños habían limpiado chime-neas cien años antes de Blake sin suscitar una sola línea de protesta desde Addison oGay o el doctor Johnson. En su gran día de esplendor, los mineros escoceses todavíaeran legalmente siervos, del mismo modo que los mineros de Grecia habían sido siempreesclavos; y ninguna de estas civilizaciones lo consideraba reprobable. Del mismo modohoy en China, India y otros países subdesarrollados, la vida es brutal y dura, y la sen-sibilidad es desconocida; he visto esto con mis propios ojos bajo la delgada y ruda capade mecanización en el Japón, lo mismo para las mujeres que para los animales. Fue elmotor, la máquina de vapor, lo que aportó una cierta consideración por el caballo; yfue la Revolución Industrial lo que creó nuestra sensibilidad.

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La ciencia cambia nuestros valores en dos aspectos; introduce nuevas ideas en lacultura común y subordina ésta a la presión de los cambios técnicos, del modo como lohemos descrito, hasta que toda la base de nuestra cultura ha sido imperceptiblementetransformada. Parece que la invención de la imprenta no afecte muy directamente elcontenido de la poesía. Pero cuando un poema puede ser leído y releído de nuevo, esnormal que el objetivo del poeta pase del ritmo al signi�cado y a la alusión. Asimismola invención de la fotografía ha hecho que el pintor y su cliente perdiesen interés por la�delidad de la representación, trans�riéndolo a algún modelo más formal. Toda nuestrasensibilidad ha sido recreada por tales sutiles desplazamientos.

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En la actualidad, las ciencias y las artes no discrepan tanto como mucha gentecree. Las di�cultades con que nos enfrentamos como profanos inteligentes a la hora deseguir la literatura, la música y la pintura actuales no dejan de tener su importancia.Son una prueba de la ausencia de un lenguaje amplio y general en nuestra cultura. Lasdi�cultades que tenemos para entender las ideas básicas de la ciencia moderna son otrastantas pruebas de esta misma ausencia. Las ciencias y las artes compartieron el mismolenguaje durante la Restauración. Hoy parece que ya no es así. Pero la razón es quecomparten el mismo silencio: carecen de un lenguaje común. La misión de cada uno denosotros es intentar reconstruir el lenguaje universal; sólo él puede unir el arte con laciencia, el artista con el cientí�co, en un mutuo entendimiento.

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2. La Revolución Cientí�ca y la Máquina

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Existen tres ideas creadoras que, cada una en su momento, han sido fundamentalespara la ciencia: la idea de orden, la de causa y la de probabilidad, de las que este librova a ocuparse. Empezaremos por la que es tal vez la más difícil de tratar, la idea deorden.Ninguna de las tres es exclusiva de la ciencia, y la de orden, la que lo es menos. La

ciencia ha hecho uso de ellas, pero las tres existían mucho antes de esta utilización. Sonmás generales y profundas que las técnicas en que la ciencia las expresa. Son ideas delsentido común, en el sentido de que son generalizaciones que todos hacemos a partir denuestra vida cotidiana y que empleamos continuamente para ayudarnos a vivir nuestrasvidas.Por desgracia, el sentido común no tiene registrada una historia. A menudo damos

por supuesto que no experimenta ningún desarrollo y que lo que hoy llamamos sentidocomún ha sido siempre esto mismo para todo el mundo, lo cual no es verdad.La ciencia registra todo esto con más claridad. La ciencia no posee una historia

en que pueda seguirse fácilmente el desarrollo de estas ideas. No obstante, en estahistoria podemos distinguir uno de los momentos más sobresalientes cuando las ideasdel sentido común se formaron. Este momento aparece claramente en el siglo XVII.Esta época, que hizo a Newton y que Newton hizo, fue un momento culminante yel verdadero nacimiento de la ciencia inglesa. Es a Newton a quien vamos a estudiarinmediatamente, porque nada revela mejor esta época como la insigne personalidad deeste gran hombre.

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Ningún cientí�co, ningún pensador ha alcanzado nunca la reputación de Isaac New-ton. Nunca ningún otro hombre dejó una huella tan profunda sobre su tiempo y sobrenuestro mundo, a menos que fuese un hombre de acción, un Cromwell o un Napoleón.Como las relaciones de Cromwell y de Napoleón, las de Newton fueron posibles graciasa la coincidencia, o mejor a la conjunción, de dos factores: personalidad y oportunidad.Cada uno de estos hombres, tanto el pensador como el hombre de acción, pasaron ala Historia en un momento de inestabilidad social. Newton nació durante la revoluciónde Cromwell, en la turbulenta década de 1640; había cumplido dieciocho años en elmomento de la Restauración en 1660, y publicó los Principia durante las intrigas queterminaron con la llegada a Inglaterra de Guillermo de Orange, en la revolución de1688. Éstos son los momentos en que el espíritu poderoso o el carácter tenaz siente elfermento de la época, en que sus pensamientos se aceleran y en que puede inyectar enlas dudas de los demás las ideas creadoras que les darán vigor y orientación. En talesmomentos, el hombre que puede dirigir a los demás, en el campo del pensamiento o enel de la acción, puede rehacer el mundo.

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Newton fue una de estas personalidades. Su espíritu complejo y no obstante claro,su capacidad imperturbable de re�exión han dejado su sello sobre todo lo que hizo. Lacaracterística de Newton estriba en su estilo, y estilo y contenido son una misma cosa;ambos son proyecciones de la misma y única personalidad.La ciencia no es una construcción impersonal. No es ni más ni menos personal que

cualquier otra forma de pensamiento transmitido. Este libro no es menos cientí�coporque mi estilo sea personal, y no me excuso por ello. La ciencia busca la experienciacomún de la gente; la hace la gente y tiene su estilo. El estilo de un gran hombredetermina no sólo su propia obra, sino que, a través de ella, ejerce su in�uencia en laobra de los demás durante generaciones. El estilo de la obra de Newton tanto como sucontenido han dominado el mundo de la ciencia durante dos siglos, y en el transcursode este período dio forma a sus hábitos y a sus objetos. Pero el estilo no es el monopoliode los grandes hombres ni su apreciación una tarea reservada a los especialistas. Elestudiante que es capaz de pasar brillantemente una prueba obtusa conoce el estilo, ylo goza. Ciertamente encuentra más fácil apreciar el estilo de los grandes cientí�cos queel de Shakespeare.No pretendo aquí reproducir aquel estilo, su sensibilidad y sus rasgos especí�cos.

No puede ser comparado con otros, ni sopesado ni analizado en unas cuantas páginasde la historia del saber universal escrita por alguien, ni en los capítulos dedicados ala ciencia o a Shakespeare. Todos comprendemos que Shakespeare, en su totalidad, nopuede ser entendido a través de un libro, sino sólo a través de sus obras completas. Delmismo modo, si queremos conocer la totalidad de Newton, el hombre y su estilo, lagran sagacidad, la vigorosa prosa, hemos de leer los Principia y las Opticks, Sólo así senos mostrará la personalidad y la dinámica de la obra, la sólida naturalidad y la �uidaseguridad que las Opticks comparten sorprendentemente con Antonio y Cleopatra.Pero no tenemos por qué llegar a un punto muerto en estética. Al �n y al cabo,

pocos de entre nosotros sabemos apreciar tanto el estilo que no podamos leer a Balzacy Stendhal traducidos, o incluso a Flaubert y Proust. Desde luego, pocos aprenderíamosfrancés sólo con el �n de conservar este puritanismo estético. Del mismo modo tenemosque sentirnos satisfechos de que existan traducciones de obras cientí�cas. La ciencia deuna época, como su arte o su música, tiene un estilo. Pero también tiene un contenidoy una estructura más amplios que cualquier obra de un solo Individuo, y dentro de estecontenido y estructura las obras de los hombres adquieren una forma y un signi�cado.Shakespeare formó parte de un grupo de escritores de obras de teatro, y él y los restantesmiembros de este grupo compartieron el mundo en expansión de los navegantes y aven-tureros de la época isabelina. Newton fue uno de los jóvenes descubrimientos de la RoyalSociety en sus primeros tiempos, en los turbulentos años que hemos descrito. El hechode saber esto no implica que estemos en disposición de apreciar las realizaciones detodos estos hombres, y todavía mucho menos puede este conocimiento suplir el criteriode valoración del arte o la ciencia. Pero nos proporciona una visión del contexto generalque nos permite ver, más allá del ámbito limitado de nuestros intereses, el vasto y fértilcampo global del conocimiento.

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Ningún otro momento de la historia de Inglaterra ha igualado en promesas al deceniode 1660, cuando se fundó o�cialmente la Royal Society. Y si bien no alcanzó la mismaintensidad en otros países, fue un momento culminante de la historia europea. La an-tigua tradición de la astronomía en las naciones con aspiraciones marítimas alcanzó supunto más elevado, en Inglaterra, con Newton y, en Holanda, con Huygens.¿Qué da este carácter extraordinario a la época de la Restauración? Todos nos

formamos una determinada idea de esta época, y esto ya es en si un rompecabezas.¿En qué reside exactamente el aprecio que se tiene por la subida al trono de CarlosII? Seguramente no en los acontecimientos políticos y literarios que citan los libros deHistoria. El conservador más romántico no podría declarar que Carlos II fuera un granrey, Dryden fue un gran poeta: no obstante, como poeta, no puede equipararse a supredecesor Milton. Asimismo, respecto a los dramaturgos de la Restauración, hay quereconocer su sano humor, pero a duras penas puede otorgárseles un lugar destacadoentre los escritores de obras de teatro ingleses.En realidad nuestra opinión de este período es favorable al mismo porque se asienta

sobre realizaciones más amplias y sobresalientes que las citadas. Éstas son de ordencientí�co más que de carácter literario, pero no son claramente de un tipo o de otro,del mismo modo que no lo es la excelente prosa de Dryden. Son las realizaciones másavanzadas de una cultura liberal, y forman parte de una espontánea ola de simpatía eintereses que se extendió por toda Europa. Podemos descubrir este carácter incluso enlas extrañas condiciones políticas que hicieron posible la restauración de la monarquíasin derramamiento de sangre y poca sed de venganza, después de una larga dictadurasurgida y perpetuada con violencia y sangre. Consideremos además las circunstanciasen que a la subida al trono de Carlos II, se fundó la Royal Society. La mayoría desus presidentes eran profesores de tendencia puritana y algunos de ellos incluso teníancargos de los cuales Cromwell había desposeído a los realistas que los ostentaban. Natu-ralmente, el matemático John Wallis obtuvo su puesto gracias a su habilidad en aplicarla ciencia a las necesidades militares de Cromwell: fue un auténtico pionero en echarabajo los cálculos del enemigo, y éste ha continuado siendo la tradicional ocupación delos matemáticos en épocas de guerra. Carlos II no podía apreciar a estos hombres ytampoco sentía un especial interés por la ciencia. Sin embargo, Evelyn le convenció paraque diera su nombre a la nueva sociedad, y los literatos se disputaban con los cientí�coslos puestos en la misma.Puede establecerse un cierto paralelismo entre la posición de Huygens en laAcadémie

Royale des Sciences de París y la de estos hombres. Christian Huygens nació en Holandaen 1629. Su padre y su abuelo eran diplomáticos al servicio de la casa de Orange. Lafamilia era amiga de Descartes, el cual estuvo exilado en Holanda durante la juventudde Huygens. En 1660, Luis XIV empezó a presionar sobre la casa de Orange y un pocomás tarde invadió Holanda. A pesar de todo esto. Huygens, un holandés, protestante ycartesiano, fue invitado a ir a Francia a establecer las bases de la Academia Royale en1666, y permaneció como su presidente hasta mediados de la década de 1680, cuando

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la política antiprotestante se volvió al �n demasiado dura para él.El hecho de poner a su frente a Huygens era tan importante para la Académie como

lo sería poco después para la Royal Society el hacerlo con Newton, que era trece añosmás joven que Huygens. Como cientí�co, éste no podía equipararse a Newton, no teníani la capacidad ni el alcance de Newton para las matemáticas o la experimentación. Sutemperamento era más que el de un inventor o un técnico � el cientí�co inglés que se leparece más es Robert Hooke, director del departamento de experimentación y secretariode la Royal Society� ; era más bien el de una persona caprichosa, cuya antipatía porNewton (y la de Newton por él) dio un aire de extravagancia a las polémicas cientí�casde la época. Como Hooke, Huygens aportó mejoras fundamentales a los relojes buscandouna ayuda para la astronomía. En realidad inventó el péndulo como un mecanismo paramedir el tiempo; y Hooke inventó el primer escape de reloj con el mismo propósito. Lasobras de cada uno, como las de Newton y las de todo cientí�co en este brote de invenciónabarcaban un campo vastísimo. Huygens descubrió los anillos de Saturno y la fórmulade la fuerza centrifuga. Realizó importantes aportaciones al campo de la mecánica y laóptica, y uno de sus mayores méritos es haber despertado el entusiasmo por todas estasmaterias en el joven Leibnitz.Hemos señalado que estos hombres no eran solamente cientí�cos y que no existía

una barrera entre sus intereses y los de los hombres dedicados a otros campos. Artistas,escritores y cientí�cos compartieron sus intereses y sus pasiones. En Inglaterra, entrelos miembros de la Royal Society se contaban Robert Boyle y el poeta Denham, SamuelPepys y el matemático Wallis, sir William Petty Edmund Waller y John Aubrey. Estasociedad se interesaba por las matemáticas y los fósiles, por la mecánica y la botánica,y por las aplicaciones prácticas que iban desde la metalurgia hasta la estadística delas poblaciones. Tenía un único y universal anhelo, «ampliar el conocimiento de laNaturaleza mediante la experimentación» .Lo mismo que en Inglaterra ocurría en el resto de Europa. Tomemos de nuevo el

mundo de Huygens como un ejemplo, para mostrar cómo toda la cultura de aquel mo-mento se mantenía unida por los mismos intereses. Los libros de texto citan a Huygensporque creía que la luz era un movimiento ondulatorio y porque desarrolló esta ideacon éxito. Newton sostenía el punto de vista contrario, según el cual la luz es una cor-riente de partículas diminutas; y en este punto Newton estaba equivocado, aunque loque importa no es que esto fuera verdad o no. Lo verdaderamente importante es vercuan extensa era la in�uencia de la óptica en la cultura de la época, principalmente enHolanda. Huygens era el contemporáneo de Rembrandt, Spinoza y del gran naturalistaLeeuwenhoek. Este último era un constructor a�cionado de microscopios simples y sedestacó en el estudio del microcosmos gracias a su habilidad como técnico y observador.Spinoza fue un experto pulidor de lentes. Fue un subproducto de su profesión (comolos poetas artesanos de la tradición alemana), pero esta tradición dio origen a los des-cubrimientos holandeses; el propio Galileo construyó su telescopio en 1609 sólo despuésde haber oído que los pulidores de lentes holandeses podían ver muy lejos Juntando unaslentes. No resultó descabellado relacionar el trabajo cotidiano de estos hombres con laimportancia que Huygens dio a luz en su pensamiento y Rembrandt en sus cuadros.

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Este interés por la luz no estaba ausente en Inglaterra; los bellos experimentos con loscolores que Newton describe en sus Opticks tuvieron la misma repercusión sobre lospoetas y los pintores de esta nación. Las descripciones de la Naturaleza efectuadas porlos poetas del siglo XVIII tienen unos colores mucho más vivos que las de los poetas deépocas anteriores. No siempre advertimos la sensual abundancia de colores en Pope talvez porque surge de este interés olvidado por el espectro. Sin embargo. Pope empleatres o cuatro veces más nombres de colores que Shakespeare y los utiliza unas diez vecesmás.Así, pues, alrededor de 1660, Europa estaba a punto de efectuar una gran revolución

en el campo del pensamiento. Ésta seria la Revolución Cientí�ca y se manifestaría entodas las formas de la cultura. A veces hablamos como si la ciencia hubiera suprimidolas formas de pensar tradicionales. Nada de esto es cierto. La Revolución Cientí�cadel siglo XVII tuvo un carácter universal. Desde luego, no hubiese tenido lugar de nohaberse producido entre los pensadores una profunda transformación de la actitud paracon todo lo natural y sobrenatural. El puritanismo en Inglaterra y la persecución delprotestantismo en el resto de Europa son las pruebas religiosas de esta transformación;Marweit y Moliere lo expresan en las artes, y la revolución de Cromwell y las guerras deLuis XIV son los signos políticos del mismo fenómeno. Desde luego, este movimiento detransformación no estaba desprovisto de algunos antecedentes concretos en el mundodel intelecto. En el fondo, todo esto proviene de la explosión de la rígida jerarquía deterratenientes y artesanos que formaba el mundo medieval, explosión originada por eldesarrollo del comercio y la industria para aumentar las ganancias. Pero esta retro-spección hasta las causas primeras nos aparta demasiado de la Revolución Cientí�camisma.Lo importante aquí es que la transformación de la que laRoyal Society y la Académie

Royale eran las pruebas visibles fue más amplia y profunda que la ciencia, y tuvo queocurrir con anterioridad a la misma aparición de aquéllas. Evidentemente, Carlos I yLuis XIII no podían dar su beneplácito a estas sociedades: sin embargo, sus sucesoreslo encontraron natural porque a mediados de la década de 1660 las sociedades habíanexperimentado un mayor desarrollo. Carlos II y Luis XIV no favorecían la ciencia; enrealidad no hicieron más que doblegarse a un cambio universal de perspectiva. Natu-ralmente, en el siglo siguiente se produjo una reacción, y con aspectos tan interesantesque tendremos que examinarla más de cerca. Y precisamente, esta reacción es lo quenos lleva a considerar los progresos más recientes de la ciencia como unas consecu-ciones absolutamente nefastas. Pero no dejan de ser re�ujos de menor importancia enla corriente de la Historia. La gran marea fue el siglo XVII. Fue el momento de latransformación, de la crisis en que hombres como Cromwell y Newton pudieron rehacerel mundo. Ellos trastornaron el mundo con las crecidas del Severn y, por un momento,lo sacudieron: pero la transformación en perspectiva, la inevitable inundación, habíaestado acumulándose desde mucho tiempo atrás. Para ver lo que ocurrió en 1660, ten-emos que observar el panorama de la ciencia y el pensamiento antes de esta época, yver qué aspecto ofrecía antes de que el cambio le infundiese nueva vida.

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Es difícil comprender hoy en día la estructura global del pensamiento en la EdadMedia. Se caracterizaba por un orden especí�co, pero los principios según los cualesestaba organizada nos parecen ahora extraños y absurdos. Tomemos, por ejemplo, lasimple pregunta que se dice llevó a Newton a plantear el problema de la gravitaciónuniversal: ¿Por qué cuando una manzana se desprende del árbol cae hacia el suelo?Este problema ya había sido planteado varias veces a partir del siglo XIV, cuando losactivos e inquietos hombres del Renacimiento italiano empezaron a interesarse por elmundo de la mecánica. Para responder a esta pregunta recurrieron a uno de los grandesredescubrimientos de los árabes y del Renacimiento, las obras de los �lósofos griegos.Para nosotros, esta respuesta sabe a la más pomposa tradición �losó�ca, y no explicael mundo, sino que lo complica en una serie de tautologías: la Edad Media respondió ala cuestión suscitada por la caída de la manzana a la luz de la tradición de Aristóteles,diciendo que la manzana cae hacia abajo y no hacia arriba porque su naturaleza es caerhacia abajo.Enunciándola de esta forma, hemos hecho desde luego una parodia de la respuesta.

Lo hemos hecho no para burlamos de ella, sino, al contrario, para mostrar que, incluso enesta forma extravagantemente ingenua, la respuesta no es de hecho pueril. Sólo lo seríasi leyésemos: «Esta manzana cae hacia abajo y no hacia arriba porque la naturalezade esta manzana en este instante es caer hacia abajo.» Pero esto no es lo que dijoAristóteles. Para él, esta manzana cae hacia abajo ahora porque la naturaleza de todaslas manzanas es caer hacia abajo siempre. Por simple que nos parezca esta idea es enrealidad un atrevido y notable desarrollo de la inteligencia. La simple creación de unaclase permanente de manzanas, la simple generalización del concepto de manzana, esun acto de importancia fundamental. Desde luego es lo su�cientemente simple comopara crear una clase de objetos idénticos como, por ejemplo, peniques o las letrasA mayúsculas de este libro. Pero la Naturaleza no proporciona objetos idénticos; alcontrario, siempre son creaciones humanas. Lo que la Naturaleza proporciona es unárbol lleno de manzanas que son todas visiblemente semejantes pero no idénticas: haypequeñas y grandes, rojas y verdes, con gusanos y sin gusanos. Formular una a�rmaciónsobre todas estas manzanas juntas, y sobre las clases de manzanas (Crabs, OrangePippins y Beauties of Bath), constituye la base de todo razonamiento.Este hecho es tan importante que no podemos dejar de señalarlo. El hecho de reunir

cosas no idénticas en un grupo o clase es tan común que olvidamos su enorme alcance.Este hecho consiste en admitir que una serie de cosas que no son idénticas, son seme-jantes. Luego las ordenamos según lo que creemos que tienen en común, es decir, porlo que las hace semejantes. El hábito hace que nos parezca evidente esta semejanza,por ejemplo: que todas las manzanas o árboles o toda la materia son semejantes. Sinembargo, existen lenguas de las islas del Pací�co en que cada árbol de la isla tiene unnombre, pero que ignoran la palabra árbol. Para los habitantes de estas islas, los árbolesno son semejantes, sino que lo importante para ellos es que los árboles son diferentes.En estas islas los hombres se identi�can con el tótem de su clan, por ejemplo con el

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papagayo, y les parece evidente que son como papagayos, mientras que a nosotros estaidea nos parece simplemente ingenua e inadmisible.Esta capacidad de ordenar las cosas según si son semejantes o diferentes es, a nuestro

parecer, la base de la inteligencia humana, y ciertamente es una capacidad humana, yaque distinguimos y en cierto modo introducimos la semejanza que en modo alguno laNaturaleza ofrece a la vista de todos. El mismo ejemplo de la manzana de Newtonilustra concretamente esta teoría, en tanto que la intuición repentina de Newton, talcomo él mismo contó, consistió en advertir precisamente la semejanza, que nadie anteshabía visto, entre la caída de la manzana y la oscilación de la luna en su órbita alrededorde la tierra. La teoría de la gravitación se basa en esto, y tan común y evidente comoresulta ahora la semejanza para nosotros, habría parecido simplemente fantástica a losaristotélicos de la Edad Media.

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Pero, desde luego, las generalizaciones contenidas en cada respuesta no terminancon las manzanas. Los aristotélicos decían que la manzana cae hacia abajo y no haciaarriba porque la naturaleza de las cosas terrestres es caer siempre hacia abajo. Veíanuna semejanza entre todos los cuerpos, y con ella ordenaron el Universo a su alrededoren distintas categorías de cosas según los cuatro elementos clásicos: la tierra, el agua,el aire y el fuego. Esta teoría tenía un enorme alcance, y era aplicada al cuerpo y alespíritu tanto como a la materia inerte. Pero lo que nos interesa ahora es el tipo deestructura que proporcionó al Universo, según la cual las cosas terrestres pertenecíana la tierra; su lugar natural era el centro de la misma, y calan porque tendían a ella.Lo que hacía �otar al Universo y le impedía alcanzar el punto de reposo de�nitivo ensus centros naturales eran las luchas entre los elementos, la materia terrestre levantadapor la acción del fuego, el agua empujada por una corriente de aire. El Universo vivíaa través de la tensión entre sus elementos, todos ellos con objetivos que se interferíanentre sí porque todos buscaban sus distintos centros. Es una idea vigorosa y un ordende la Naturaleza basado en semejanzas y diferencias constatables. Sin embargo, paranosotros ahora no es más que una pura Fantasía; los criterios de semejanza sobre losque se asentaba nos parecen basados en características inesenciales y nos parece muyestúpido no comprender cómo funciona realmente el Universo.El sistema de la Edad Media, tomado de Aristóteles, di�ere en dos puntos princi-

pales de nuestra idea de sistema físico. En primer lugar, contiene acerca de la materianociones distintas y, por cierto, bastante diferentes de las nuestras. En esta concepciónse encuentran causas de acción de un tipo que no se nos ocurriría pensar como exis-tentes en la materia: causas de la acción humana, allí donde sólo vemos el impersonalfuncionamiento de una máquina. La tierra, el agua, el aire y el fuego tienen naturalezasque en el fondo son naturaleza humana, y los que construyeron esta concepción losconsideraron partes de la naturaleza humana. Lo que los impulsa en una especie devoluntad, tal vez una voluntad ciega, pero sí una obstinada voluntad animal. Los cuer-pos querrían, por así decirlo, alcanzar el reposo en el centro de la tierra, el aire querría

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correr hacia arriba. Aristóteles podía sostener en teoría que, dadas estas naturalezas delos elementos, todas las demás cosas se deducen en consecuencia. Pero en realidad noera entendido o tratado como un mecanismo. Se desprendía de una concepción de laNaturaleza como esencialmente animal, intencionada y viva.En segundo lugar, el orden de la concepción medieval era realmente una Jerarquía,

según la cual todo sigue los designios de la Naturaleza tal como debe ser; el gran proyectotiende hacia un orden, y al alcanzarlo queda transformado y se realiza plenamente. Todose dirige a su centro, las cosas de la tierra van hacia abajo y las del aire hacia arriba,porque su lugar estable y justo es éste; sin embargo, al llegar a él, todo se pararía yel mundo dejaría de moverse en este punto central. Vemos como esto concuerda con lavisión griega de un mundo inmóvil constituido por una serie ininterrumpida de instantes,y también con la concepción religiosa de la Edad Media según la cual toda vida terrenales imperfecta. El mundo es desorden y busca el orden en la gran jerarquía ideal segúnla cual todo debería regirse, y que sería una perfección estable.Esta concepción nos resulta ahora inconcebible. Pero no lo es como fábula, sino que,

al contrario, continúa siendo muy común y poderosa, como podemos comprobar consólo leer los últimos poemas de Yeats. Lo que resulta inimaginable para nosotros esque haya sido considerada como lo que debe ser una teoría cientí�ca. No explica nada,decimos, no es coherente, es insostenible, no tiene sentido. Con ello queremos decir queeste mundo no se parece en modo alguno a la máquina inhumana, ciega y automáticaque consideramos es el Universo; una máquina en la que todo lo que ocurre, ocurre sóloporque algo ocurrió antes.

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Hay un caso que nos permite apreciar la diferencia entre la concepción de, porejemplo � y para seguir con el caso citado� , Leonardo da Vinci y la de Isaac Newton.Da Vinci era un gran inventor muy versado en mecánica, como lo eran Newton ysus amigos. Sin embargo, una rápida lectura a sus apuntes nos muestra que lo que lefascinaba de la Naturaleza era su variedad, su in�nita adaptabilidad, su idoneidad y laindividualidad de todas sus partes. En cambio, lo que Newton encontraba fascinante enla astronomía era su unidad, su singularidad, su modelo de una naturaleza en que laspartes diversi�cadas eran meros aspectos de los mismos indistintos átomos. Y cuando DaVinci buscaba un efecto planeaba la manera de hacer que ocurriera: tal era el �n de susmáquinas. Pero las máquinas de Newton (era ciertamente un dotado experimentador)son medio no para producir unos efectos sino para observarlos. Veía un efecto, y buscabasu causa.Hemos llegado de este modo a la idea de causalidad, y hemos demostrado que es uno

de los aspectos más importantes que distinguen la Edad Media de la Edad Cientí�ca.Podría incluso constituir en si misma el punto fundamental de esta distinción; es unprocedimiento natural y convincente. Podríamos decir que la Edad Media considerabaa la Naturaleza como algo que tiende a su propio orden interior; y que la RevoluciónCientí�ca destruyó este orden y puso en su lugar el mecanismo de la causalidad. Pero

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esto no es el fondo de la cuestión. Por un lado, toda ciencia, y desde luego todo pen-samiento, tiene su punto de partida y su base en la noción de orden; lo que caracterizala Edad Media es que su orden era siempre una jerarquía. Y, por otro lado, lo quecaracteriza la concepción cientí�ca no es que partiese del mecanismo de las causas, sinoque consideraba el mundo absolutamente como un mecanismo, una máquina de acon-tecimientos. Al observar los acontecimientos de la marea alta en Greenwich o un eclipseen La Haya, no observaba la naturaleza del agua o del fuego, sino otros acontecimientos,anteriores y posteriores. La Revolución Cientí�ca representó un cambio: de un mundode cosas ordenadas según sus naturalezas ideales, pasó a un mundo de acontecimientosque se desarrollan de acuerdo con la mecánica constante del antes y el después.

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3. El modelo de Isaac Newton

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Las grandes revoluciones que estudiamos siguen un largo proceso de desarrollo yal �nal acaban por transformar todas nuestras formas de pensar. Pero este cambio seefectúa primero en un campo del conocimiento que ocupa un lugar especial en la vidasocial e intelectual de aquella época. En el siglo XIX, el interés que compartían profanosy especialistas era la edad de la tierra y el origen del hombre, y fue precisamente en estecampo donde las ciencias biológicas empezaron a desarrollarse. En los siglos XVI y XVIIel campo central del conocimiento era la astronomía, que era de la mayor importanciasocial para las naciones y las clases mercantilistas. Era un terreno práctico, técnico; noera despreciado, pues, como apto sólo para marineros y matemáticos. La astronomíaera una actividad de caballeros, mino tocar el laúd, como podemos ver por el númerode composiciones para este instrumento cuyos grabados están salpicados de estrellas.Hemos indicado que Christopher Wren fue profesor de astronomía, primero en Londresy luego en Oxford.Los pasos que precedieron y prepararon la gran irrupción y transformación de la as-

tronomía en 1687 son ahora bien conocidos, y sólo vamos a recordarlos brevemente. Loshombres han sabido durante varios miles de años que el sol y los planetas se mueven conregularidad sobre un trasfondo de estrellas que parecen inmóviles. Estas regularidadespueden servir para prever o reconstruir un momento dado: los babilonios se servían deellas para predecir eclipses de la luna y del sol, más o menos cada dieciocho y sesenta yseis años. El sol, la luna y los planetas pueden representarse como moviéndose alrede-dor de la tierra por estas órbitas regulares en grandes capas o esferas. Ahora bien, lasórbitas, que vistas desde la tierra están curiosamente entrelazadas, pueden ser consider-adas como la rotación de discos sobre discos; de este modo Ptolomeo y otros griegos deAlejandría las trazaron en el cielo, de noche, mil ochocientos años atrás. La descripciónde Ptolomeo no pretende explicar el movimiento de los planetas, si pudiésemos hacerlecomprender el signi�cado de la palabra «explicar» , tan natural para nosotros. Ordenasus movimientos describiéndolos, y de este modo nos dice dónde podemos esperar verlosla próxima vez.En el siglo XVII se produjeron dos hechos que hicieron que la astronomía no estuviese

de acuerdo con esta descripción; ambos son interesantes porque nos recuerdan que laciencia se compone de hechos y lógica. El astrónomo danés Tycho Brahe efectuó mejoresy más regulares observaciones de las posiciones de los planetas, y éstas demostraronque las órbitas de Ptolomeo, fascinantes aunque apareciesen como curvas matemáticas,sólo eran en realidad guías bastante imperfectas para saber por dónde se mueven losplanetas. Incluso antes, en 1543, Copérnico demostró que estas órbitas eran mucho mássimples si eran observadas no desde la tierra sino desde el sol. A principios del sigloXVIII, estos dos descubrimientos fueron combinados por Kepler, el cual había trabajadocon Brahe. Kepler utilizó los cálculos de Brahe y las especulaciones de Copérnico paradeducir una descripción general de las órbitas de los planetas: por ejemplo, demostró

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que, visto desde el sol, un planeta recorre un espacio igual de su elipse en el mismoespacio de tiempo.Newton y sus contemporáneos operaban a partir de estas generalizaciones empíricas

de Kepler cuando empezaron a buscar un orden más profundo bajo los movimientosde los planetas. Disponían además de una nueva teoría como arma, porque mientrasque Kepler había estado trabajando en el Norte de Europa, en Italia, Galileo habíatrastornado de�nitivamente las concepciones físicas de las obras de Aristóteles, quedesde hacía tiempo eran atacadas en París. En el momento de fundarse la Royal Society,las complicadas ideas griegas sobre el movimiento, con su con�icto entre tierra y aire,choque y vacío, eran relegadas al olvido. Aún no habían sido formuladas claramente unasnuevas leyes del movimiento; esta sería la tarea de Newton. Había claras descripcionesde cómo y por dónde los cuerpos se mueven realmente, pero en ellas no se pretendíaexplicar por dónde deberían moverse.

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¿Cuál fue el carácter de la intuición de Newton? ¿Cómo puso en práctica sus grandesdotes y aprovechó la gran oportunidad que hemos descrito?Para empezar por donde menos acertó, recordemos que continuó la simpli�cación

que Kepler había empezado, pero llevándola de la geometría a la física. Ptolomeo,Copérnico, Tycho Brahe y Kepler, en el fondo no buscaban nada más que trazar las ór-bitas de los planetas. Kepler descubrió entre estas órbitas un parecido más profundo quecualquier otro fenómeno en la astronomía tradicional, ya que para él había semejanzade movimientos pero también de formas. No obstante, sus órbitas continuaron siendodescripciones, más cuidadas y concisas que las de Ptolomeo pero ya no universales.Porque incluso cuando Kepler especulaba sobre una atracción de los planetas por elsol no disponía de ningún principio para relacionarla con el movimiento de los cuerposterrestres. Galileo fue quien primero vislumbró esto, y también hubo otros pensadoresa lo largo del siglo XVII que tenían conciencia de qué tipo de principio buscaban;pero fue Newton quien lo formuló, de repente y completamente. Dijo que el cambiode movimiento es producido por una fuerza, que el movimiento de los cuerpos, sea unamanzana, la luna y la tierra, o un planeta y el sol, es debido a unas fuerzas gravitatoriasque se atraen entre sí. Y sólo él entre sus contemporáneos demostró matemáticamenteque, si estas fuerzas son postuladas de modo correcto, pueden mantener los planetasmoviéndose como la maquinaria de un reloj; ellas mantienen la luna en su órbita, ylas mareas que se mueven bajo el in�ujo lunar, y la unidad del Universo entero. Estasaportaciones son de tal importancia que con ellas culmina la astronomía, y sólo consti-tuyen una parte de las aportaciones totales de Newton a la ciencia. Con todo, nuestroestudio tiene por objeto no tanto los logros como el pensamiento que los inspiró. En élencontramos la penetrante concepción del Universo como una máquina; no un modelosino una maquinaria de relojería. Encontramos también la de las fuerzas motrices dentrode la máquina: la única fuente de la acción es la gravitación. Existe también el brillantecompromiso entre la descripción de los astrónomos y la causa primera de los teólogos,

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en la que Newton modeló de una vez por todas la noción de causa tal como ha llegadohasta nosotros. Ciertamente Newton asimiló su�cientemente la noción aristotélica de lanaturaleza de las cosas como para explicar el Universo dando a toda la materia una solanaturaleza, todo cuerpo tiende a juntarse con los demás. Y, para terminar, encontramosla extraordinaria solución de la ambivalencia dentro de toda ciencia, mostrando que secompone misteriosamente de hechos y lógica, de tal modo que todavía queda más alláde todo análisis.De todas estas impresionantes aportaciones vamos a separar dos. Una es el desarrollo

que hace Newton del concepto de causalidad, trans�riéndolo de su forma escolástica,por ejemplo, en santo Tomás de Aquino, a la forma moderna que ahora nos parecetan evidente. Vamos a tratar este tema en este mismo capítulo, y lo abordaremos através de una aportación emparentada con este concepto, y que a nuestro parecer estan importante como este último: la unión del método lógico con el empírico. Lo queNewton realizó en este punto se ha convertido en un lugar común del método cientí�co,pero ya no somos tan conscientes de lo que es.

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Para obrar de un modo cientí�co, de un modo humano simplemente, son necesariasdos cosas; hecho y pensamiento. La ciencia no consiste sólo en hallar hechos; ni bastacon pensar, aunque sea racionalmente. Los procesos de la ciencia son característicosdel obrar humano en el sentido de que se desarrollan a través de la unión del hechoempírico y el pensamiento racional, de modo tal que pueden ser separados. Hay en laciencia, como en nuestras vidas, un continuo ir y venir de descubrimientos reales, yluego de re�exión sobre las implicaciones de lo que se ha descubierto, volviendo luegoa los hechos para comprobar y descubrir el desarrollo paulatino de la experimentacióny la teoría, un eterno vaivén entre ambos.La unión de los dos métodos es la base misma de la ciencia. Whitehead, que ya puso

de relieve este hecho, sitúa la fecha de la Revolución Cientí�ca en el momento en queGalileo y sus contemporáneos se dieron cuenta de que los dos métodos, el empírico y ellógico, no tienen sentido separados, y que han de ir reunidos. Según Whitehead, la EdadMedia era tan lógica en sus especulaciones sobre la Naturaleza como lo somos nosotros.No es como racionalistas que les aventajamos; nuestros éxitos materiales resultan dejuntar a su lógica, a cada paso audaz de la razón deductiva, una vuelta inexcusable alos duros hechos empíricos. El momento en que empezó, y en que la autoridad del pen-samiento y la palabra respondió al desafío del hecho, suele situarse en un acontecimientoque ocurrió en Pisa. Se dice que Galileo dejó caer un cuerpo grande y otro pequeñodesde lo alto de la torre inclinada, y llegaron al suelo más o menos juntos, contradi-ciendo irrefutablemente las a�rmaciones de Aristóteles y Tomás de Aquino. Pero rarasveces es la Historia tan simple o decisiva. Galileo no realizó este experimento en Pisa, yquienes lo intentaron fracasaron. Y mientras tanto la lógica proyectaba el experimento.Algunos espíritus independientes de la avanzada Escuela de Paris dudaban desde hacíatiempo de la a�rmación aristotélica según la cual los cuerpos mas grandes caen más

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rápidamente. La objeción lógica que presentaban puede enunciarse así: puesto que trescuerpos lanzados al mismo tiempo caen uno al lado del otro, es por lo menos improbableque dos de ellos caigan más deprisa que el tercero simplemente porque estén ligados oreunidos en un cuerpo mayor. Galileo en sus propias obras cuenta, no los experimentosde Pisa, sino este curioso experimento teórico.No hay que preguntarse demasiado escrupulosamente si tomaremos este acontec-

imiento o este pensamiento como la hora cero de la Revolución Cientí�ca. Ningúncambio de perspectiva es tan directo como viene a suponer Whitehead, o tan repentinocomo a veces podemos haberlo descrito. Los orígenes de la Revolución Industrial seremontan a los años anteriores a 1760 y los de la Revolución Cientí�ca a mucho antesde 1660 o naturalmente hasta este remoto día, real o imaginario, en lo alto de la torreinclinada de Pisa hacia 1590. Pero lo que nos interesa no son fechas, sino el evidentecambio sustancial de una perspectiva a otra más actual. El punto de vista antes de laRevolución Cientí�ca estaba de acuerdo con la lógica escolástica aplicada a la natu-raleza de las jerarquías. La Revolución Cientí�ca terminó con él: unió lo racional con loempírico, el pensamiento con el hecho, el experimento práctico con la teoría, y esto siguesiendo desde entonces el fundamento de la ciencia. De vez en cuando, grandes cientí-�cos especulativos, como Eddington, parecen haber sostenido de nuevo que podemosdeducir todas las leyes físicas sin necesidad de la experimentación. Pero cuando estu-diamos sus obras encontramos que no se trata de una vuelta a la Edad Media, y quelo que pretenden es que las leyes físicas pueden ser deducidas de experimentos muchomenos rigurosos que los que estamos acostumbrados a considerar como necesarias.

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Se suele relacionar a dos grandes pensadores de la primera mitad del siglo XVII,uno caracterizado por el modo racional de abordar los problemas cientí�cos y el otropor el modo empírico de enfrentarse a los mismos problemas. Descartes es quien pro-porciona el método de la lógica y Francis Bacon el de la experimentación. Desde luegoambos hombres contrastan claramente con lo que suelen considerarse los hábitos depensamiento en Francia e Inglaterra. Característicamente, Descartes realizó la mayoríade sus trabajos cientí�cos en la cama, y Bacon murió de un resfriado que cogió, diceThomas Hobbes, cuando a la edad de sesenta y cinco años efectuaba un experimento derellenar de nieve una gallina. No hay duda de que la poderosa in�uencia de Descartestendía a chocar con la inquisitiva escuela inglesa, tal vez más a causa de su rigidezformal que de su contenido. Hemos señalado antes que Huygens había recibido la in-�uencia de Descartes, al cual conocía desde muy joven; ésta fue una de las razones queimpidieron a Huygens darse cuenta de las verdaderas dimensiones de lo que estabanllevando a cabo Newton y la Royal Society.Pero el ejemplo de Descartes era tan fundamental para la formación intelectual

de Newton como lo era el de Bacon. En ciertos aspectos fue incluso más importante,porque la Royal Society estaba saturada de aburridos experimentos según el gran �aunque en cierto modo caótico� estilo de Bacon. Le faltaba la búsqueda cartesiana de

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un sistema, y su fe en que la Naturaleza es siempre y en todas partes semejante y quetiene una unidad, unidad que para él y Newton estaba representada por la aplicabilidaduniversal de las matemáticas. La vida entera de Descartes tomó forma en un momentode intuición en que de repente, a primeras horas de la madrugada, se le reveló con unainmediatez casi física que la clave del Universo es su orden matemático. Hacia el �nalde su vida. Descartes recordaba la fecha de esta revelación. 10 de noviembre de 1619� cuando tenía veintitrés años� , y siempre hablaba de ella con el temor de un místico.En cambio, Bacon siempre despreció la importancia del método matemático, y en estecampo su in�uencia fue perniciosa.Hemos dicho que los métodos empírico y lógico, en ciencia, han de progresar alter-

nativamente; un progreso en un campo prepara un nuevo progreso en el otro. Es naturalque el método empírico ponga el acento sobre los hechos, y que advierta al pensadoraplicado a problemas teóricos que efectúe sus deducciones a partir de los mismos. Esnatural que el pensador construya un universo y que luego intente ver cuan lejos está enrealidad del mundo empírico. La mayoría de nosotros mostramos una fuerte inclinaciónhacia lo empírico. Como profanos intuimos que los hechos son maravillosos y que lateoría resulta siempre difícil, y nos sentimos inclinados a imaginar a toda ciencia comoun proceso lógico que se basa en los hechos y que a partir de ellos deduce algún sistemaque determinan. Esto no es lo que hizo Newton, ni naturalmente, a pesar de que puedaresultar sorprendente, es el método habitual de la ciencia tal como la conocemos. Alcontrario, lo sorprendente es que creamos que este método deductivo sea utilizado outilizable.Lo que Newton hizo fué algo bastante diferente. Tomó de los experimentos de Galileo

y otros italianos algunas nociones generales sobre el comportamiento de los cuerpos: quese mueven en línea recta y a una velocidad uniforme, y que continúan moviéndose asía menos que una fuerza los desplace, etc. En este sentido el método puede considerarsedeductivo, ya que se encuentra muy cerca del método experimental; sin embargo, inclusoaquí la deducción no encaja con la verdadera descripción del método, el cual exige grancantidad de experimentación teórica en la construcción de universos posibles a partirde diversas leyes.Pero cuando se produce realmente la ruptura es en la etapa siguiente. Newton supuso

que las normas generales que los cuerpos de tamaño medianamente grande parecenobedecer son verdad para cada partícula de materia, sea cual sea su clase y tamaño.Después de haber decidido poner en práctica esta idea, construyó por si mismo un nuevouniverso, hecho con los fragmentos más pequeños de la materia, cada uno siguiendo lasmismas leyes o axiomas. Este universo es tanto una construcción como el universoabstracto de la geometría que Euclides construyó a partir de sus axiomas. Euclidesde�nió un punto, una línea, un plano, y formuló los axiomas que deben obedecer ensus relaciones mutuas. Luego construyó en una serie de proposiciones un número másextenso de consecuencias que se derivan de éstas. Lo que hace que perdure todavíanuestra admiración por Euclides es que este universo abstracto aparece ahora comoevidentemente parecido a aquella parte del mundo real que podemos ver y compararcon nuestros propios ojos. Creemos en sus axiomas, no porque se deduzcan del universo

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real, sino porque las consecuencias que descubre a partir de ellos encajan con esteuniverso.Este fue también, en cierto modo, el método de Newton, pero éste lo aplicó por

primera vez al Universo físico. Supuso que todo lo que existe en el Universo resulta de launión de pequeñas partículas, a las que nunca de�nió y que nosotros hemos imaginadocomo los átomos de Demócrito y el poeta Lucrecio. Aunque Newton nunca hizo tala�rmación, y no podemos asegurar que lo creyera; dudamos que realmente quisiesediscutir si estas partículas podían o no ser divididas en unidades más pequeñas. Apesar de que escribía con gran claridad, Newton no sabía mantener una polémica ytrataba de evitarla, no porque no fuese capaz de advertir las di�cultades con que seenfrentaba su contrario, sino porque en su obra había previsto y resuelto este problemadesde hacía tanto tiempo que no creía no poder ayudar a quien no hubiera resuelto estopor si mismo. Como consecuencia de ello, Newton era una persona difícil y arisca ensus relaciones con los demás cientí�cos y no se preocupaba de convencer a nadie que nofuese capaz, de pensar por si solo a través de los naturales, pero superables, obstáculos.Newton, pues, edi�có su mundo a base de minúsculas y desconocidas partículas

que formaban cuerpos tales como las manzanas, la luna, los planetas y el sol. Segúnél, cada una de estas unidades es semejante a las demás, puesto que está formada deestas minúsculas partículas de materia. En cada una de estas unidades compuestas,las diminutas partículas de materia obedecen las mismas leyes; si están inmóviles, per-manecen inmóviles; si se mueven, continúan moviéndose rápidamente en línea rectahasta que se ven desplazadas por fuerzas externas. La mayor de todas estas fuerzas esla que hace que cada una de estas diminutas partículas del universo de Newton atraigaa todas las demás partículas iguales con una fuerza que depende sólo de su distancia,decreciendo de tal modo que cuando la distancia se dobla, la fuerza disminuye hastauna cuarta parte de su intensidad. Pero cuando se altera la distancia, la fuerza se alterainversamente al cuadrado de la distancia.Ahora bien, éste es, evidentemente, un universo �cticio. Es una descripción, y hasta

este momento ni siquiera se ha demostrado que sea una máquina. Es decir, en el actualestado de desarrollo de nuestros conocimientos no sabemos siquiera si continuará hacien-do todo lo que en él descubrimos. Podría simplemente dejar de moverse, o bien porquetodas sus partículas se desparraman alejándose unas de otras para siempre, o porquetodas se precipitan al centro. Hasta aquí sólo disponemos realmente de las de�niciones ylos axiomas: el paso siguiente será, como en Euclides, el de desarrollar las proposiciones,o sea las consecuencias de esta tenebrosa danza entre las fantasmagóricas partículas. Yaquí es donde Newton demostró su capacidad como matemático. Hooke y otros que yahabían conjeturado la misma descripción no pasaron de la especulación general porqueles faltó la habilidad matemática para desarrollar las consecuencias exactas. En primerlugar, hay que demostrar que bajo estas leyes un conjunto de partículas que formanuna esfera compacta se comporta, en relación a todo lo exterior a aquélla, simplementecomo una partícula pesada en su centro. La simplicidad de las matemáticas, que hacenposible la astronomía, depende exactamente de este hecho, que a su vez depende dela gravitación que disminuye según el cuadro de la distancia y no de otro modo. En

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un universo con otra ley de gravitación, aunque pudiese discrepar sólo de un modomínimo de la ley de la proporcionalidad inversa de los cuadrados de las distancias, loscuerpos celestes no se comportarían como puntos singulares de materia concentrada, yen general las órbitas planetarias no serían ni estables ni podrían ser calculadas.Esto no es mas que el primer paso. Newton prosiguió su trabajo y demostró que,

como resultado de esta ley, pueden calcularse las órbitas de los planetas, que son laselipses que Kepler había medido; que las órbitas son estables y giran como la maquinariade un reloj divino. Calculó también las mareas y las órbitas de los cometas, y así fueconstruyendo poco a poco una imagen del Universo que corresponde a la imagen que delmismo se forman el marinero, el astrónomo y los veraneantes en la playa de Brighton. Depronto el universo de la especulación aparece en concordancia con el mundo real, comolas manecillas de un reloj que se juntan para dar la hora en un momento imperecedero.Esta concordancia es lo que nos induce a creer en la verdad de la imagen newtoni-

ana, y debajo de ella, en sus leyes. Éstas no son una deducción de la experimentaciónen un sentido evidente. Su éxito no estriba en que se derivan del universo real, sino enque adivinan un universo que es esencialmente como el nuestro. Además este éxito nospermite con�ar en el substrato de minúsculas partículas cada una obedeciendo las leyessobre las que está construida la imagen newtoniana del Universo. Esta hipótesis sobrelas bases de la imagen, esta fe en el substrato microscópico ha tenido importantes con-secuencias para la formación de nuestros métodos y nuestra metafísica desde entonces;más adelante tendremos ocasión de volver a tratar de todo ello.

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Cuando describimos la reconstrucción newtoniana del universo estelar, lo relacionamoscon el modo euclidiano de construir algo evidentemente semejante al espacio que nosrodea a partir de una serie de entidades hipotéticas que se supone obedecen a una seriede reglas simples. Allí donde Newton di�ere de Euclides es en que lo construido debeajustarse a los hechos observados más �elmente y en más aspectos. Nos sentimos ten-tados de decir que los datos físicos son también más inmediatos y más importantes quelos datos de la geometría. Pero no estamos seguros de que esto no sea una ilusión en laque todos creemos porque la obra de Euclides ha formado parte del pensamiento civi-lizado durante más de dos mil años, mientras que la de Newton, aunque con trescientosaños de existencia, despierta todavía en nosotros algo de la sorprendente sensación deirrefutabilidad en la simplicidad con que aparecía a los ojos de sus contemporáneos.En realidad el hecho de que la construcción geométrica de Euclides se ajuste a nuestroespacio reside en que se ajuste globalmente a la estructura física de la descripción deNewton. Pero existe una diferencia. La física de Newton encaja en muchos más pun-tos, y tenía que ser revisada y ampliada para conformarse a su época y a los siglosXVIII y XIX. Tenía que pasar por pruebas experimentales más minuciosas y rigurosas,porque es una construcción que pretende ajustarse en cada momento a un universo enconstante cambio. Y es por este hecho que resulta más difícil y más profundo que lareconstrucción euclidiana del universo del espacio sin tiempo ni movimiento.

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Por esto hemos dicho que el método de Newton consiste en la unión de las dostendencias de la ciencia, la racional y la empírica. Aquí se unen la concepción lógicade Descartes con la pasión experimental de Bacon, y es justo recordar nuevamenteque Newton fue un experimentador dotado e incansable. Los Principia nos dan unoidea exacta de su capacidad intelectual, porque el trabajo experimental sobre el cualse basaba en este estadio había sido elaborado por otros y era ampliamente conocido.Pero Opticks es una obra impresionante, con unos rasgos más personales, porque nostransporta de un experimento al siguiente con tal claridad e intuición que nos vemosreducidos al silencio ante la claridad y la coherencia de su método. Tenemos la impresiónde que aquí no dejó nada importante sin veri�car, y además de que no es una simpledivagación con el solo objeto de ver si hay algo aquí o allí. Newton tenía la perspicaciaimperturbable, el don de aislar y eliminar cada alternativa lógica que caracteriza alexperimentador profundo tanto como al cientí�co teórico: esto es lo que, evidentemente,caracteriza al espíritu profundo.No descubrimos al Joven de Opticks en las moderadas páginas de los Principia,

aunque incluso cuando se publicaron éstos, mucho después de que Newton los hubieraescrito, no tenía más de cuarenta años. Pero la capacidad es la misma: construir parteshipotéticas y reunirlas en un mecanismo que se conformará en cada estadio con las revi-siones experimentales y el mundo real, y también inventar como enOpticks o determinarcomo en los Principia las correcciones críticas: en el punto correcto. He aquí por quésubrayamos la unión del pensamiento y los datos empíricos, las corrientes racionalesy empíricas que �uyen juntas. La Revolución Cientí�ca fue el punto de con�uencia,y, desde entonces, la fuerza del método cientí�co se ha derivado, como la fuerza delRódano, de la conjunción de dos corrientes.

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Otro gran paso dado por la Revolución Cientí�ca fue el de dar un nuevo � y claro�signi�cado al concepto de causa. Los escritores escolásticos de la Edad Medía habíanotorgado gran importancia a la discusión sobre la causalidad. Tomás de Aquino efectuóuna impresionante disposición de categorías: las causas inmediatas, las causas e�cientes,las necesarias y la causa primera. Y bajo estos conceptos se halla la noción medievalde que cada parte de la Naturales está dotada de una voluntad y un carácter humanos,y que se esfuerza por alcanzar un �n propio. Todas estas causas son aderezos de lalógica; pero la noción de causa y efecto tal como los siglos XVI y XVIII poco a pocodesarrollaron no es una derivación de la lógica. En el siglo XIX, los �lósofos intentaroncon grandes di�cultades restablecer alguna necesidad lógica, es decir, mental, en larelación de causa y efecto; la tentativa más sobresaliente en este sentido fue la de JohnStuart Mill. Pero en realidad se trató una vez más de intentar introducir en el mundofísico la actividad del espíritu humano. Es una especie de patético so�sma de la ciencia,como el patético engaño de la poesía que hace llorar a la Naturaleza, con Milton, porla muerte de Licias.La noción de causalidad que desde la Revolución Cientí�ca nos parece tan natural

y evidente no es la noción de una secuencia lógica. Como los demás grandes principios

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de la ciencia, como los de que la Naturaleza es racional y uniforme, su rati�cación es deorden metafísico. De hecho esto signi�ca que es una regla operante basada en nuestraexperiencia del pasado y en el modo cómo organizamos nuestras vidas sobre esta expe-riencia en vista de enfrentarnos al futuro. La concepción que tenemos de la causalidades de que dada una determinada con�guración de la totalidad de las cosas materiales,siempre se desarrollará el mismo acontecimiento observable. Si repetimos la con�gu-ración, siempre obtendremos el mismo acontecimiento que se desarrolla en ella. Cuandoel sol se pone, la recepción radiofónica mejora. Cuando apretamos el interruptor, la luzse enciende. Cuando el niño crece, aprende a hablar. Y si el acontecimiento esperadono sucede, si la recepción no mejora o la lámpara no se enciende, o el niño continúabalbuceando, estamos convencidos de que la con�guración de la cual partíamos no es lamisma. Ha ocurrido algún cambio, sin duda, y este cambio es concreto y ha introducidouna diferencia concreta en la con�guración supuesta, que se había comportado siemprey en todas las ocasiones del mismo modo. El presente in�uencia el futuro y, además, lodetermina.Tal es el concepto de causalidad que ha sido elevado al rango de concepto central

de la ciencia. Y, en efecto, jugó un papel decisivo en la clari�cación de lo que era nuevoen la Revolución Cientí�ca, e hizo que el universo de Newton fuese diferente del deAristóteles. Cuando el Universo pasó a ser una máquina, pasó a ser el dios dentro de lamáquina. Pero vamos a demostrar que se ha sobrevalorado su importancia. Hay otrosdos cambios que a nuestro entender son más importantes; uno es el paso del universode la voluntad al universo de las máquinas. El otro es el que hemos señalado con mayorénfasis, es el paso de un universo jerarquizado al Universo modelado de Newton que seasienta sobre un substrato de partículas inde�nidas y de leyes simples, pero que tañetriunfalmente en cada vuelta sobre las órbitas del universo real. La noción de causalidades el armazón esencial de estas nociones, la del Universo como máquina y como modelo.Pero no es la noción fundamental. Puede ser reemplazada por otros cimientos. Y si noes reemplazada en el momento preciso, puede inmovilizar la máquina y el modelo. Talha sido su proceso histórico, y se mani�esta actualmente en los problemas de la cienciay fuera de ella. Es este proceso lo que vamos a estudiar, su historia y su estado actual.

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4. El siglo XVIII y la idea del orden

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La gran obra de Newton había terminado antes de que empezara el siglo XVIII. Lenombraron inspector de acuñación en 1699. Dirigió su trabajo con energía y cuidado,y porque aprobó el medio penique de Wood en 1720, Swift le convirtió en uno de susblancos favoritos. Pero ya no hizo más especulaciones atrevidas, excepto sobre temascomo el signi�cado del Libro de la Revelación. Y, puesto que tenia ideas excéntricassobre la religión, no hizo fortuna con ellas en Cambridge. Había sido condecorado, peronunca tuvo una cátedra.Hemos considerado las aportaciones cientí�cas de Newton como símbolo sólido de

toda la Revolución Cientí�ca. Tomamos también su pérdida de interés por la cienciacomo un signo adecuado de la decadencia de la ciencia durante el siglo XVIII. Seprodujo una pérdida de fuerza e inventiva, una mella y un embotamiento del cortante�lo de la promesa, lo cual es algo tan sorprendente como lo había sido la aparición dela promesa misma. La gran efervescencia de 1660, como la rotura de una presa, era sóloun recuerdo. La Royal Society y la Académie Royale des Sciences habían sido fundadas.Hombres como Huygens, los Bernoullis, Fontenelle, cientí�cos y vulgarizadores, artistasy escritores, habían llenado sus salas para compartir los nuevos intereses y las nuevastécnicas. Nunca se había producido semejante llamarada de promesas, que duró hastael �nal del siglo. En 1700, dos de los arquitectos más destacados de Inglaterra eranChristopherWren y John Vanbrugh. Uno estaba dando los toques �nales a la catedral deSan Pablo, y el otro empezaba el castillo de Blenheim. Pero ya hemos señalado queWrenera también un distinguido matemático, y Vanbrugh había escrito The Relapse, que espor lo menos una de las más divertidas entre las severas comedias de la Restauración.Nadie podía prever en aquel momento que la literatura y la ciencia augustianas iban

a descender muy pronto a un nivel muy bajo. La �losofía se volvió pulida y escéptica ala vez, con pensadores de segunda categoría como Bolingbroke, y también con grandespensadores como Berkeley y Hume. La actitud del siglo XVIII se convirtió en un respetotolerante, cómodo, pero en el fondo profundamente cínico por las viejas instituciones.Es la actitud de Gibbon frente al Imperio Romano, y es el encanto especial que sentíaBoswell por el doctor Johnson.No es una actitud útil, y resulta particularmente desalentadora para la ciencia, que

es esencialmente inquisitiva, inventiva y bastante seria. Desde luego, es natural queSwift, en los Gulliver�s Travels considerase a la ciencia como uno de los engaños másridículos del Cuento de los Mares del Sur. Es natural que Pope y Gay se burlasen delos buscadores y coleccionistas de fósiles:

Philosophers more grave than wiseHunt science down in Butter�ies;Or fondly poring on a Spider,

Stretch human contemplation wider:Fossiles give joy lo Galen�s soul,

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He digs for knowledge, that all agreeNo �sh that swims knows more than he!

In such pursuits if wisdom lies?Who, Laura, shall thy taste despise? 1

Eran los derrotados tories, y era natural que se sintiesen amargados por el triunfode los cientí�cos, la mayoría de los cuales eran disidentes y whigs2. La Royal Societyno había sido capaz de ignorar al miembro cientí�co del grupo Scriblerus3 el doctorArbuthnot, médico de cabecera de la reina Ana, matemático, humorista y creador dela �gura de John Bull. No obstante, la Society, bajo la presidencia de Newton, pasó aser durante veinticinco años, como la sociedad augustiana, una especie de bastión whig.El descontento de los tories por la ciencia y la erudición es, pues, comprensible;

su descontento iba dirigido a los whigs. Pero, de éstos, los más sobresalientes, desdeAddison y Steele adelante, consideraron la ciencia como algo poco valioso. Los grandeshombres de cada partido ya no se interesaban por la Royal Society, como antes Cowley,Waller y Dryden. Y cuando el siglo XVIII se consolidó en una alianza, la Royal Societyse convirtió en un club para amigos y dilettanti en que durante más de cien años los�cientí�cos constituyeron una tímida y servil minoría.En consecuencia, la auténtica ciencia del siglo XVIII era practicada por tipos raros

solamente; por excéntricos como Cavendish o los anticuarios de Oxford, por unitar-ios y quákeros de las Midlands, y por técnicos ignorantes como James Brindiey quetrazaron todo el sistema de los canales ingleses pero nunca aprendieron a pronunciar«navegación» . El siglo acabó dividiéndose en dos campos reaccionarios; los reaccionar-ios literarios y, bastante a pesar suyo, los reaccionarios cientí�cos. Éste es el origen dela errónea oposición entre ellos, oposición que todavía hoy sufrimos nosotros.

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¿Qué fue lo que originó esta imprevista inversión? Existen al menos tres causas.Primero, en el siglo XVIII, Inglaterra había sido una nación marinera, y como en Holan-da, las ciencias de la navegación (la astronomía, la hidráulica, la óptica y la relojería)

1Los �lósofos más serios que sabios / persiguen la ciencia en las mariposas; / o escudriñandoamorosamente una araña, / amplían la contemplación humana; / los fósiles alegran el alma de Galeno,/ que cava, como un topo, en busca del conocimiento; / tan doctos en conchas, creen todos / queningún pez que nade sabe más que ellos! / Si en tales ocupaciones reside la sabiduría. / ¿Quien, Laura,tus gustos despreciará?

2Tory (forajido irlandés = anglicano y �el al rey): Partido político formado en 1679, contrario a laexclusión del duque de York (Jaime II), se puso al lado de los Stuarts después de 16S9, aceptó a JorgeIV y el orden establecido entre la Iglesia y el Estado, se opuso al Reform Bill de 1832 y desde entonceseste nombre ha sido identi�cado con el partido conservador.Whig (designación irónica para los campesinos escoceses = burgués y adversario de los Stuarts):

Partido político fundado en 1679; después de la Revolución del 1689, partidario de la subordinacióndel poder de la corona al del Parlamento y las clases altas, voló a favor del Reform Bill, y en el sigloXIX fue sustituido por el partido liberal. (N. del T.)

3El Club Scriblerus era un grupo literario ingles constituido en 1713 para satirizar los «falsos gustospor el saber» . Entre sus miembros se contaban Gay, Pope, Swift y el citado Arbuthnot, autor de unasMemorias del Club de Martinus Scriblerus. (N. del T.)

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dominaban ampliamente. Carlos II fundó el observatorio de Greenwich pocos años de-spués de la fundación de la Royal Society. Pero si Inglaterra hubiese continuado siendouna nación marinera, habría decaído como Holanda durante el siglo XVIII. Lo quele permitió crecer inmensamente más allá de sus dimensiones marineras fue el hechode que fuese también una nación manufacturera. Desbancó a Holanda y Francia enla conquista del mundo porque producía lana, hierro y carbón, y con ellos los mediospara usar el algodón. La Royal Society no ignoraba esto. Sus primeras reuniones habíanversado sobre el estudio de actividades prácticas: tintorería, acuñación de moneda, fab-ricación de armas y técnicas de re�nación, la campana de inmersión y la estadísticade población. Pero aunque la Society se daba cuenta de estas necesidades, no podíasatisfacerlas. Las nuevas técnicas serian creadas por hombres que practicaban su o�-cio en sus propias casas: personas sencillas, prácticas y no muy respetables. En el sigloXVIII, hubiera sido necesaria una sociedad muy enérgica para reclutar a estos hombres,y para vencer los obstáculos sociales que se oponían a su entrada. Ante la alternativa,la respetable Royal Society cayó de modo natural y sin ofrecer resistencia en manos delos hidalguillos.La segunda desventura de la ciencia fue precisamente el éxito espectacular del sis-

tema de Newton en la astronomía. El alcance y la �nalidad de su sistema, que como ladiosa de la sabiduría, pareció a sus contemporáneos que surgía totalmente hecho de unsolo cerebro, constituye un ejemplo evidente. A partir de un rompecabezas de obser-vaciones e hipótesis de trabajo había formado un sistema único ordenado sólo por lasmatemáticas y unos cuantos axiomas; ordenado, parecía, por un decreto divino, la leyde la proporcionalidad inversa de los cuadrados de las distancias. Éste era el problematradicional de los pueblos mercantiles desde los tiempos bíblicos, y su solución no estabadesprovista de sentido para toda persona culta. Esta solución era notablemente sencilla;todo el mundo podía entender la ley de la proporcionalidad inversa de los cuadrados delas distancias. Desde el momento en que se vio que este rayo de luz bastaba�

Dios dijo, ¡Sea Newton!; y Todo fue Luz

� desde este momento se tuvo la idea de que se trataba simplemente del orden deDios. Cinco años habían transcurrido desde la publicación de los Principia cuando eldoctor Bentley, el famoso erudito en temas clásicos y tirano del Trinity College, pidió aNewton y obtuvo su consentimiento para interpretar las leyes de la gravitación universalcomo el ejemplo decisivo del designio divino. El resultado fue que lo que había sido undinámico descubrimiento se convirtió pronto en una rígida prisión del sistema. Paralos pensadores del siglo XVIII, por lo menos en Inglaterra, quedaba establecido de unavez por todas. Ninguna idea nueva, por ejemplo la de energía, podría desarrollarse enél; en todo caso tenía que venir de fuera. Es sintomático que la obra de Newton enastronomía fuese ampliada y completada durante el siglo XVIII no en Inglaterra, sinoen Francia, donde Voltaire la había considerado como un sistema sin Dios. Incluso eldescubrimiento matemático de Newton del cálculo permaneció intacto en Inglaterra,mientras que en el resto de Europa todos los matemáticos, a partir de Leibnitz, loutilizaban para desarrollar sus teorías.

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Esto nos lleva al tercer descubrimiento de la ciencia del XVIII, descubrimiento quea nuestro parecer es el más interesante. Una ciencia que ordena demasiado pronto supensamiento se ahoga. Por ejemplo, las ideas de los epicúreos sobre los átomos, dos milaños atrás eran bastante razonables; pero sólo perjudicaron a una física que todavía noestaba en disposición de calcular la temperatura y la presión, y que no podía formularlas leyes básicas que las rigen. Sin embargo, una vez más, la esperanza de los alquimistasmedievales de que los elementos podrían ser cambiados no era tan fantástica como sesuponía. Pero no hacía más que dañar a una química que aún no podía entender lacomposición del agua y la sal.La ambición de los sistematizadores del siglo XVIII era la de imponer una �nalidad

matemática a la historia, la biología, la geología, la minería y la hilatura. Era unaambición errónea y muy perniciosa. Una ciencia es una descripción del Universo o,mejor, un lenguaje para describirlo. Cuando una ciencia ha sido estudiada durante tantotiempo como la astronomía, puede desarrollar una descripción concisa en el enunciadode unas leyes como las formuladas por Newton. Pero antes de que esto pudiera ocurrirtenían que existir las observaciones, no sólo de Tycho Brahe y Kepler, sino de los árabes,los griegos e incluso de los babilónicos. Hasta que la ciencia no ha pasado por un largoproceso de observación y prueba, no puede desarrollar un sistema de ordenación de susobservaciones; y no es más que una simple presunción el intentar ajustarías a un ordentan ambicioso como el de Newton.Ciertamente no tenemos por qué pensar que el método matemático sea siquiera

apropiado a todo tipo de ciencias. Pero no nos podemos parar a discutir esto en estecontexto. Aquí, lo cierto es que, incluso donde el método de axiomas que rigen unsubstrato de partículas o acontecimientos elementales es apropiado, no puede ser enabsoluto hasta que la ciencia haya acumulado un número excepcionalmente elevado deobservaciones. En el siglo XVIII ninguna ciencia, con excepción de la astronomía, habíaalcanzado este requisito. En realidad no existía ninguna otra posibilidad para el métodomatemático.Por lo tanto, el progreso importante de la ciencia en el siglo XVIII se realizó, no bajo

la dominación de los matemáticos, sino imprevisiblemente por dos tipos de artí�ces em-piristas. Existían los inventores autodidactas de que ya hemos hablado, como Brindieyy los Wedgwoods, la familia Darby y James Watt. Existían también los naturalistasy coleccionistas, los a�cionados excéntricos, de quienes estaba de moda burlarse. Eranhombres como sir Hans Sloane, cuya colección fue el origen del British Museum, y sim-ples observadores de la Naturaleza como Gilbert White de Selborne. Eran viajeros quevolvían de Italia con antigüedades y con inscripciones de Turquía. Thomas Je¤erson,el político americano, es el modelo del cientí�co naturalista y coleccionista de la época.Coleccionaba de todo, desde pedernales hasta lenguajes de los indios americanos, loobservaba todo, desde las plantas de América hasta la Revolución Francesa, y era almismo tiempo un gran humanista.En Inglaterra, esta personalidad y la del inventor industrial se combinaban en las pe-

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queñas sociedades dirigidas por destacados manufactureros de las Midlands y el Norte.Estas asociaciones eran la Manchester Literary and Philosophical Society, que protegióal químico Dalton, y la Lunar Society of Birmingham, donde se reunían hombres comoJoseph Priestley y Josia Wedgwood y probablemente Wilkinson y Edgeworth. ErasmusDarwin, el abuelo de Charles Darwin, era miembro de la Lunar Society. Sus notas sobrebotánica, escritas en verso, con temas como Los amores de las plantas, fueron la primeranueva acometida contra las rígidas enseñanzas de la época.

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La botánica es el mejor ejemplo del orden nuevo que empezaba a descubrirse en lasciencias no matemáticas. Todavía hoy sigue siéndolo la obra de una serie de naturalistas,entre ellos del sueco Linneo, quien estableció en el siglo XVIII el sistema de clasi�caciónpor familias y especies en el que se basa aún hoy. ¿Qué clase de orden buscaba Linneo?¿Por qué su orden pareció, de un modo tan evidente, más razonable que, por ejemplo,una clasi�cación de las �ores según sus colores?Esta es la pregunta más difícil que tiene planteada la ciencia. La noción de orden

no puede ser de�nida sobre ninguna base, excepto la de su éxito. No puede aplicarse enabsoluto a una ciencia de un modo apriorístico. Evidentemente, no es disparatado clasi-�car las �ores por sus colores; al �n y al cabo las �ores más azules suelen ser asociadasa climas más fríos y mayores altitudes. De antemano, no hay ningún inconveniente eneste sistema. Simplemente no sirve de un modo tan conveniente como la clasi�caciónpor semejanzas de familia de Linneo.El orden es la selección de una serie de rasgos frente a otra porque proporciona una

idea mejor de la realidad que se oculta tras los rasgos visibles. La ciencia es un lengua-je ordenado para describir algunos hechos y predecir otros parecidos. El orden es unaselección de rasgos, y toda selección implica en sí misma, e impone, una interpretación.Si escogemos con fortuna un orden, como hicieron Linneo y sus contemporáneos, lleva-mos naturalmente a la ciencia al descubrimiento, primero, de la evolución, y luego, delcamino de los mecanismos de la herencia. Si escogemos una prudente clasi�cación de loselementos químicos siguiendo un orden, como lo hace la tabla periódica de Mendeleev,nos conduce paulatinamente a las teorías de las moléculas y las estructuras atómicas.En cada caso, nuestra opción ha sido una interpretación inconsciente, del mismo modoque el escritor realista interpreta la vida con el sólo acto de escoger la porción de lamisma que el ofrece tan �el y depresivamente.Tenemos mucho que aprender de estos humildes órdenes de los naturalistas del XVI-

II. Sus originales espíritus estaban notablemente libres de prejuicios teóricos, tenían queestarlo para resistir el prestigio del método matemático. Así, construyeron el lenguaje desu ciencia del modo más humano, como la formación de una personalidad. No podemoscambiar de personalidad, sólo podemos desarrollarla. Sí somos inteligentes, aprendemosininterrumpidamente durante toda nuestra vida, y vamos ajustando lo nuevo a lo quehemos aprendido antes, poco a poco. Al �nal de nuestra vida tenemos una plena yordenada personalidad en que el muchacho, el estudiante, el fanático y el amante per-duran todos y a la vez son ampliados y completados. Tal es el orden del coleccionista,

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del biólogo y del historiador: el tipo de orden que llena The Golden Bough de Frazercon, por ejemplo, la sensación de gente ocupada en seguir sus propias costumbres, delas cuales realmente gozan. Es un orden que los demás cientí�cos y humanistas podríanenvidiar.

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El paso importante de toda ciencia es la construcción de un primer orden razonableen sí y basado en los datos experimentales conocidos. Esto aparece claramente en elorden que Linneo y otros establecieron en botánica, y que habría de tener más tardeprofundas repercusiones en la teoría de la evolución y luego sobre la genética. Perotambién resultó importante para las demás ciencias que en el siglo XVIII no habíanefectuado todavía una ordenación del material procedente de sus observaciones, a pesarde que algunas de ellas eran ya viejas. Encontramos los ejemplos más sobresalientes enlas demás ciencias biológicas, por ejemplo, la más importante, la medicina. Su historiase remonta hasta la prehistoria; ya entonces se conocían operaciones quirúrgicas como,por ejemplo, la trepanación; a partir de Grecia ya adquiere un elevado rango, luego atra-jo el interés de algunos de los hombres más brillantes del Medioevo y del Renacimiento,especialmente entre los árabes y judíos del Norte de África y España. Durante el sigloXVII se efectuaron en este campo grandes descubrimientos, por ejemplo. William Har-vey descubrió la función del corazón como bomba. Desde luego la medicina disponíaya de un sistema. Palabras que todavía utilizamos, como «�emático» y «apasionado» ,dan testimonio de la profunda y duradera in�uencia del sistema de los cuatro humoreso �uidos corporales, porque la teoría de los humores no fue la base de los tipos psi-cológicos a que las comedias de Ben Jonson nos han familiarizado. Fue una teoría detipos médicos, basada a su vez en la de los cuatro elementos que indicamos antes.La teoría de los humores era un intento de analizar las enfermedades y temperamen-

tos en uno o más de cuatro tipos generales: sensual, melancólico, optimista y apasionado.Lo disparatado de esta teoría era que intentaba basar un sistema sobre unos hechos queno hablan sido su�cientemente observados; y con el tiempo llegó a conformar las ob-servaciones mismas según el sistema. En el siglo XVIII los médicos que seguían estateoría no podían imaginar otra cosa más que reducir sus observaciones a menos tipostodavía que los cuatro clásicos. Vamos a tomar, como ejemplo, la �gura de un hom-bre, no porque esté fuera de lugar, sino porque fue un hombre de maneras bruscas ytemperamento tenaz que a�rmó sus ideas de un modo más rotundo que sus cautelososcolegas. El doctor John Brown de Edinburg fue una fuerte personalidad, algo así comoun ave que vuela contra el viento huracanado de la medicina, pero también fue uno desus miembros más distinguidos y un hombre que realizó verdaderas aportaciones en elcampo de los diagnósticos y técnicas médicas. En 1780, el doctor John Brown declaróque todas las enfermedades tienen una o dos causas. Se deben, o bien a la tensión delas partes sólidas del cuerpo, o a su relajamiento. Por lo tanto sólo hay dos tipos detratamientos; uno, soporífero para la tensión, y otro estimulante para el relajamien-to. Esta teoría se conoce todavía con el nombre solemne de Brunooiana. El soporíferorecomendado por el doctor John Brown era láudano, y el estimulante el Whisky.

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Estas teorías desatinadas ridiculizaron la medicina y convirtieron al médico en cu-randero: aplicando sanguijuelas, drogando y aserrando, curando al obispo Berkeley conesencia de brea y matando a Oliver Goldsmith con polvos para la �ebre, todo ellosiguiendo unas normas que eran simplemente fantásticas. Los grandes adelantos de lamedicina de �nales del siglo XVIII eran de un tipo muy diferente. Fueron observacionesescrupulosas del conjunto de los síntomas que caracterizan una enfermedad y no otra.Al �nal los médicos determinaron una enfermedad y la de�nieron; dejaron de llamarla�ebre y la distinguieron como tifus, malaria o gripe. Esta actitud modesta, pero prác-tica, dio un sentido al diagnóstico y luego a la experimentación y a la cura especí�ca.Tal actitud es típica de las mejores obras del siglo, hechas con paciente observación yorden que no deben ser menospreciadas ante las conquistas de la astronomía. Podemosver sus frutos en el proceso que condujo a la demostración de que existía una relaciónentre la viruela y la vacuna, y a la búsqueda de un tratamiento preventivo, primero porinfección y luego mediante inoculación �desde lady Mary Wortiey Montagu a principiosdel siglo XVIII al doctor Jermer a �nales del mismo siglo, en 1796.Este trabajo de exploración alcanzó una unidad y fue terminado en el siglo siguiente.

Los geólogos y los buscadores de fósiles habían estado sondeando durante un sigloantes de reconstruir la capa terrestre, que sorpredió y alarmó al mundo religioso deprincipios del XIX. Cincuenta años más tarde las cuidadosas observaciones sobre elmundo animal y la botánica coincidieron de modo tan repentino como incómodo. Linneohabía clasi�cado estas observaciones por lo que libremente hemos llamado semejanza deespecie. Darwin proporcionó los fundamentos para lo que son literalmente semejanzasde especie. Las semejanzas ya no eran puramente un método de clasi�cación, sino queaparecieron de pronto como las huellas de sus causas históricas.Al mismo tiempo se produjo un ensanchamiento de las demás ciencias experimen-

tales, tanto físicas como biológicas. En el siglo XVIII, la física, la química, la electricidady la ingeniería no habían alcanzado la sistematización, y ésta fue una de las razonespor las que no tenían el aplauso de un público. El fabricante y el técnico eran sus pro-pios experimentadores, y su incansable interés creó la Inglaterra industrial al tiempoque las nuevas ciencias. Sólo hay que recordar la casa Boulton & Watt, que fabricó lasmáquinas de vapor en Birmingham. Desde 1780, ambos socios se contaban entre los másdestacados hombres de ciencia ingleses y consiguieron introducirse en la Royal Societya pesar de sus simpatías por los radicales. Más aún, fueron capaces de introducir enesta Sociedad un tercer miembro, William Murdock, el cual había entrado en la �rmacomo un trabajador, llevando un sombrero de madera que él se había hecho en un tornopara demostrar lo que un hombre hábil podía hacer con sus manos. Éstos fueron loshombres que reemplazaron las ciencias físicas en la Lunar Society y los Mechanics�In-stitutes y todos los pequeños clubs de personas disconformes y de habilidades e ingeniodestacados.Una vez más, lo que hoy nos resulta peculiar del siglo XIX es lo que se hizo en el

trabajo experimental, perfeccionándolo y uni�cándolo en un orden único. Dalton revelólas bases físicas del comportamiento de los elementos químicos, y Humphry Davy susbases eléctricas. Faraday descubrió el nexo entre movimiento mecánico y corriente eléc-

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trica. A mediados de ese siglo se difundió la creencia de que todas las formas de energíason en el fondo idénticas. En 1860 James Clerk Maxwell formuló matemáticamente estacreencia e hizo por la física tanto como Newton había hecho por la astronomía doscien-tos años antes. Otro optimismo �rme, racional, como el de la época de Walpole parecióque descendía sobre la Inglaterra de la reina Victoria.

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La época de que hemos hablado, aproximadamente el siglo y medio que va del 1730al 1880, es una de las más viólentas de la historia mundial. Federico el Grande diocomienzo al expansionismo de Prusia, el viejo Pitt tomó el Canadá y la India de manosde los franceses, los Estados Unidos de América fueron creados después de dos guerras;la Revolución Francesa y sus secuelas bélicas iban a cambiar Europa; reforma y reacción,carlismo, revolución y represión se sucederían alternativamente, y la época terminaríacon la aparición del Imperio Alemán y la industria. Pero bajo estos cambios políticosocurrieron transformaciones igualmente grandes en las vidas y preocupaciones de lassociedades que los sufrieron. Europa pasó de un conjunto libre de países agrícolas a ladura rivalidad entre Estados, en cada uno de los cuales la industria modelaba las formasde vida y de gobierno. En Inglaterra, la Revolución Industrial determina este periodo.En el momento en que el príncipe consorte inauguraba la Gran Exposición del Palaciode Cristal de Hyde Park en 1851, no podía encontrarse casi nada que pudiese haber sidovisto o incluso imaginado en Strawberry Hill cuando Horace Walpole se estableció allícien años antes. En este espacio de tiempo la población de Inglaterra se había elevado deseis a dieciocho millones. Las desperdigadas aldeas donde unos trabajadores manualesy sus hijos hacían vestidos, clavos y sombreros con pieles de castor en el West Ridingy las Midlands, habían crecido hasta convertirse en las ciudades industriales de Leeds,She¢ eld, Manchester, Birmingham y Liverpool. El carbón, el hierro y el algodón, sehabían convertido en la espina dorsal de Inglaterra, cuya base anterior había sido lalana y la agricultura de campo abierto.Los inventos que transformaron el país a �nales del siglo XVIII fueron la fundición

del acero mediante el carbón, la máquina de vapor, el torno de hilar, el telar mecáni-co y los procesos de fabricación. Tanto éstos como los progresos en agricultura que serealizaron al mismo tiempo fueron descubrimientos técnicos. Hasta cierto punto, pues,estaban basados en los descubrimientos cientí�cos del siglo XVII. Pero sólo hasta ciertopunto: no hay mucho de tales descubrimientos en la estructura de un telar de Arkwrighto incluso en la máquina de vapor que Leonardo da Vinci no hubiera comprendido. No,el resultado importante de la Revolución Cientí�ca estribó, no en descubrir los mediosque hicieran posibles estas máquinas, sino en preparar el clima para su aparición. Loque ocurrió a partir de 1660 fue que el interés por tales inventos había crecido enorme-mente. Heargraves, que inventó el tomo para hilar, era tejedor. Cartwrigth era párrococuando inventó el telar mecánico; y el experto en canales, el duque de Bridgewater, erapropietario de una mina de carbón. Estos hombres se diferenciaban de otros como elloscien años antes, no tanto por sus conocimientos e ingenuidad como por su temperamen-to. Les resultaba natural pensar en la mecánica de la industria y en su �nanciamiento.

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Arkwrigth, que era barbero, y bastante pendenciero, no tenía en realidad ningún otroconocimiento profundo que lo que llamaríamos capacidad para la administración deempresas. Veía la fábrica misma como una máquina, y la industria como una especiede casa de la moneda.Estas transformaciones tuvieron lugar muy rápidamente y en muchos campos que

no hemos intentado seguir en esta obra. Tampoco queremos buscar sus causas primeras;nunca ha resultado claro cómo la Revolución Industrial se desarrolló tan rápidamentey en tales proporciones. Lo que nos interesa es la relación de la Revolución Industrialcon los conceptos de la ciencia. La ciencia no engendró la Revolución Industrial. Ni tansiquiera la provocó, porque este trabajo quedaba más allá de las posibilidades mismasde la ciencia en el siglo XVIII; no poseía un conocimiento seguro que pudiese ayudara John Roebruck a hacer ácido sulfúrico en Edinburgh o a Benjamín Franklin a hacervolar una cometa en una tormenta eléctrica, o a que el más inspirado de los aventurerosamericanos, el conde Rumford, concibiese en Munich el ánima estriada del cañón. Lo quela ciencia hizo por estos hombres, y por miles como ellos, trabajadores en minas, molinosy talleres, fue despertar su interés, Ya no veían el mundo como algo �jo o vigilado, sinocomo hecho y ordenado por el hombre, y en cada parte del mismo veían la máquina. Estoes sorprendente, incluso en la imaginación de los místicos de la Revolución Industrial.Los escritos de Swedenborg nos recuerdan que había sido un experto en metales y minas,y que los libros proféticos de Blake están llenos del simbolismo de las ruedas que giransobre otras ruedas; las buenas ruedas van de acuerdo con el sol, y las malas contra él.Una de las a�ciones favoritas entre los pitagóricos y cabalistas, y los que pretendíanleer el futuro en las pirámides, había sido siempre la de relacionar acontecimientos ynombres con números. Pero fue lo que hizo, de modo característico, el testarudo socio deWatt, Boulton, quien dedujo un sentido místico y de destino del año de su nacimiento,1728, porque éste es el número de las pulgadas cúbicas del pie cúbico.

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5. El siglo XIX y la idea de causalidad

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Nos estamos acercando a los problemas centrales del método cientí�co actual, y noqueremos ahorrarnos di�cultades para mostrar claramente lo que aquí está en cuestión.En numerosos problemas cientí�cos la di�cultad estriba en enunciar el problema cor-rectamente; una vez hecho esto, casi siempre surge la respuesta por si misma. Esto escierto al menos en los problemas �losó�cos, pero sobre todo es cierto respecto a losproblemas de método, que es lo que ahora nos ocupa.Por esta razón queremos estar seguros de que nunca perdemos de vista los pasos

mediante los que la ciencia ha llegado a suponer que todas las leyes deben estar es-tructuradas de forma causal. Estos pasos constituyen una secuencia importante, y eldominio de las leyes causales surge sólo al �nal. No tenemos por qué dar por supuestoque la ciencia sea necesariamente y sólo la búsqueda de las leyes de causa y efecto.La ciencia empieza con la creencia de que el Universo está ordenado, o mejor, de

que puede ser ordenado por el hombre. Esta ordenación consiste en disponer las cosassegún grupos, no de cosas idénticas, sino de cosas que parecen ser o comportarse demodo semejante. Decimos comportarse de modo semejante porque la actividad de or-denar no se desarrolla como tal, del mismo modo que se dice que Adán puso nombre alos seres vivos simplemente quedándose quieto y pronunciando las palabras adecuadas.Es una actividad experimental basada en la comprobación y el error. Desde un prin-cipio debemos poner de relieve su carácter empírico, porque no puede establecerse ladistinción entre lo que es semejante y lo que no lo es sin someterlo a una comprobaciónempírica, de modo que la ordenación de cosas en estos grupos concuerde y se ajusteal tipo de mundo y de vida que estudiamos. En particular, creemos que las cosas seasemejan en ciertos aspectos importantes y no en otros antes de establecer un grupo enel que reunirías. Creemos que es más importante, útil y agudo, establecer el grupo delos mamíferos que el de los seres que nadan o ponen huevos, incluso cuando esto creaanomalías como la ballena o el ornitorrinco. Ordenamos por semejanza, y escogemosaquellos rasgos que en principio creemos más importantes y que luego comprobamosque realmente lo son.Hemos de considerar, por otra parte, que la ciencia estudia siempre procesos mecáni-

cos. Esto no quiere decir que su acción tenga que parecerse a algún conjunto imaginariode palancas, poleas, resortes, imanes, dinamos y lámparas. Ninguna construcción deeste tipo podría imitar el comportamiento del éter en la física de Clerk Maxwell; perono fue por esta razón por la que se dejó de lado el éter. Fue abandonado porque resultóque no tenía propiedades que pudiesen ser inscritas en las del espacio. Y ninguna con-strucción mecánica semejante puede reproducir las propiedades del espacio tal comolas imaginamos hoy; no obstante, no suponemos que el espacio pueda ser de otro mo-do más que mecánico. Un mecanismo en ciencia es un concepto con unas propiedadesdeterminadas que pueden ser determinadas, que pueden ser aisladas y reproducidas enel espacio y en el tiempo, y cuyo comportamiento puede ser predicho. Y con ello no

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queremos decir que este comportamiento esté determinado en cada caso particular. Lasleyes de la herencia tal como fueron formuladas por Mendel mostraban un mecanismo,aunque no pretendían predecir el color del resultado de un cruce de guisantes rojos yblancos. Muestran un mecanismo aunque incluyan especí�camente cruces causales en-tre los genes. No hay nada en nuestro concepto de mecanismo que excluya del mismouna elección hecha lanzando una moneda al aire o recurriendo a una tabla de númerosfortuitos, o prediciendo el futuro de tal forma que diga que existen tres posibilidadesentre diez de que haga buen tiempo. Y desde luego la modi�cación de la herencia queLamarck sugirió a �nales del siglo XVIII es igualmente un mecanismo, porque tambiénpostula que los procesos biológicos pueden ser aislados de la irrupción arbitraria defactores desconocidos, y pueden ser reducidos por los llamados agentes a una secuenciade operaciones, que siguen unas leyes ejecutadas por estos mismos.El mecanismo, repite; el modelo, imita. El postulado del mecanismo es de que desde

los mismos orígenes llegará siempre a los mismos �nes. No es necesario que exista sólo un�n, pero si hay más, tienen que ocurrir en proporciones repetibles a lo largo de ensayosrepetidos. El modelo da lugar tras el mecanismo a un mundo hipotético sometido a losmismos desenlaces. En el modelo se muestran los pasos por los que se alcanzan estos�nes desde el principio. Es decir, el modelo de�ne una serie de unidades fundamentales,y establece leyes o axiomas que deben obedecerse; muestra también que, si el mundo realfuese el conjunto de estas unidades, que siguen estas leyes, entonces su comportamientocoincidiría con lo que observamos. En el ejemplo que hemos tomado de Mendel, elmecanismo dice simplemente que el cruce de la progenie de guisantes rojos y blancosproduce una nueva generación de guisantes rojos y blancos en una proporción casiconstante, y, por tanto, empíricamente, podemos predecir la proporción una sobre tres.El modelo postula un modo mediante el cual la Naturaleza no alcanza esta proporción,pero a través del cual podría alcanzarla. Por esta razón postula los genes y sus leyesde clasi�cación casual. Desde luego, tanto el modelo como el mecanismo puede inducirrelaciones de opciones casuales. Un modelo no necesita estar sujeto a las leyes de causay efecto.

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No obstante, la idea de causa y efecto ha llegado a tener una poderosa in�uenciasobre nosotros. Nos resulta difícil sustraernos a su poder, incluso cuando re�exionamosde modo consciente y con sumo cuidado sobre problemas cientí�cos. Y, de modo con-sciente, caemos en ello una y otra vez. Así se ha convertido en nuestro modo naturalde considerar todos los problemas.La razón por la que esto sucede ha de buscarse en el éxito obtenido por los cientí�cos

Victorianos al tomar el principio de causa y efecto como principio rector. Hemos habladobastante del fracaso de las ciencias formales del siglo XVIII para desarrollar la biologíao los nuevos trabajos experimentales en física, química, electricidad y magnetismo. Loque entonces necesitaban estas ciencias era un mayor número de datos obtenidos porobservación o experimentación. Pero el siglo XIX fue capaz de construir a partir de este

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trabajo preparatorio, y creando una unidad en el gran cuerpo de las ciencias físicas ybiológicas de principios de nuestro siglo.Se había creado la unidad en cada uno de estos campos del conocimiento introducien-

do el principio ordenador de causa y efecto. Esta idea se apoderó de los Victorianos. Seconvirtió para ellos en el centro del método cientí�co, tal como lo había sido para loscontemporáneos de Newton, de quienes, naturalmente, la habían tomado. Lo que habíaimpresionado a los contemporáneos de Newton, y que los había apartado de los demáscampos cientí�cos, había sido su éxito al introducir las Causas en el cielo nocturno. Losplanetas están obligados a seguir sus órbitas, dijo Newton, por una especie de elásticocelestial invisible: la fuerza de la gravitación. Y, ¡por Júpiter!, ese simple modelo de lascausas fue válido.Ahora, el siglo XIX se veía alentado por éxitos del mismo tipo, sobre todo en física,

hasta el punto que llegó a reclamar un mecanismo de causa y efecto en cada ciencia.Esto aparece claramente en la diferencia entre los descubrimientos en geología y biologíaque hemos indicado. A principios de este siglo, la geología no había dudado en poneren entredicho la historia bíblica de la creación, sin ofrecer en su lugar una explicaciónmás o menos precisa de causalidad. Se creyó que bastaba con la evidencia de las rocas.Cuando los creyentes objetaron que Dios podía, al �n y al cabo, haber sobrepuesto losestratos y esparcido en ellos los fósiles, los geólogos no creyeron necesario demostrar estateoría, ya de por si imposible; se contentaron con considerarlo una locura: simplementeno coincidía con su idea de cómo un universo racional debe funcionar. La visión quetenían de la Naturaleza es la que Einstein ha establecido en la observación de que Dioses ingenioso pero no malicioso.Pero los biólogos se mostraron más cautelosos. La mayoría creía en la evolución; o

sea, que las especies deben su semejanza a un origen común. Pero ninguno se atrevíaa admitir esta idea hasta conocer algún mecanismo de causalidad que pudiese haberproducido las diferencias y las semejanzas. Charles Darwin no inventa la teoría de laevolución: su abuelo ya la conocía. Lo que buscaba era una explicación mecanicistade la evolución: el mecanismo de la selección natural. Darwin se dio cuenta, como élmismo dice, «de pronto e inesperadamente» , de que la evolución quedaba explicadasi suponemos que el medio ambiente es la causa de que los animales mejor adaptadosal mismo sobreviven frente a sus rivales en la lucha por la existencia. Una vez Darwinhubo propuesto esta idea de causalidad, la teoría de la evolución fue aceptada por todoel mundo, y pareció la cosa más natural del mundo llamarla la teoría de Darwin.Doscientos años más tarde, pues, el método de Newton, el método basado en la ex-

plicación causal y mecánica de los fenómenos, se había convertido en el método típico detoda ciencia. No se concebía ningún otro método; cualquier otro orden era consideradoun substituto momentáneo. Había muchas ciencias, como las que hemos descrito, en queesta exigencia de un sistema causal tuvo resultados admirables. Pero hubo otras paralas cuales tuvo resultados desastrosos. No hay más que echar un vistazo a la economía.No se ha convertido nunca en una ciencia empírica porque nunca se ha recobrado de lafatal razonabilidad de La riqueza de las naciones, de Adam Smith. Lo mismo ha ocurri-do con la psicología. En ésta, la palabra causa ha sido traducida por motivo o impulso,

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y efecto por conducta. Los sistemas mecanicistas que se han construido sobre esta baseno representan ningún avance en relación con la antigua teoría de los humores.Este ejemplo no es desatinado. Todos estamos muy condicionados por la relación de

los motivos con la conducta. Desde el renacimiento romántico, la literatura occidental haestado condicionada casi exclusivamente por ella. Pero ningún observador sensible puedecontentarse con los crudos análisis de los motivos que todavía pasan por cientí�cos. Espor esta razón que los escritores se han sentido como escribiendo a contracorriente delas idas cientí�cas. Se han retratado a ellos mismos y sus héroes como excéntricos orebeldes, como almas perdidas o acosadas en un mundo que las va cercando. Esto lesha dado el aire de pesimismo que domina la novela, desde Thomas Hardy a VirginiaWoolf.

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Aquí nos enfrentamos con el problema más acuciante y profundo que la Naturalezanos ha planteado desde la Revolución Cientí�ca. Y, precisamente, lo que le da uncariz terrible y a la vez sugestivo es que no se trata sólo de un problema técnico delmétodo cientí�co. Hay un problema en un rincón de la metafísica sobre el cual todossomos capaces de pensar y libres de hablar; en todo caso, somos libres de pensar siqueremos pensar. Una de las di�cultades de discutir llanamente sobre temas cientí�coses, por regla general, la de que no existe un lenguaje común que permita al cientí�coy al hombre de la calle discutir sobre cuestiones cientí�cas. En cada generación, lostemas más candentes son, por esta razón, aquellas raras excepciones en que semejantelenguaje existe. He aquí por qué el siglo XIX se apasionó tanto por descubrir la edad dela tierra y la genealogía del hombre. Pero éstos no eran los avances de las ciencias másimportantes, más interesantes, o incluso, más populares; ni eran nada excepcionales.Eran simplemente típicas ideas cientí�cas; pero lo eran en el único campo en que todoel mundo se entendía. Aquí, pues, el resultado del contacto entre la opinión tradicionaly la nueva tendencia cientí�ca permitía una clara comprensión y discusión. De estemodo, la polémica entre nuestras acostumbradas nociones de causa y el nuevo conceptode azar proporcionó una base común de entendimiento entre el hombre de la calle yel cientí�co. Y, al igual que en el siglo pasado, hay un gran número de cientí�cos quepersisten en la concepción tradicional. Creemos que, aquí, podemos ver mucho másclaramente que en ninguna otra parte la forma cambiante de la ciencia y, en este punto,el hombre de la calle está más cerca que nunca del cientí�co porque las nuevas ideasson nuevas para ambos. Pero para tener una clara noción de lo que ocurre en la ciencia,y para el signi�cado de la transformación, debemos comprender sobre qué bases tanreducidas se asienta la conocida idea de causalidad. Es por esto que le hemos prestadotanta atención. Históricamente, el punto de in�exión fue la Revolución Cientí�ca delsiglo XVII. Pero aquella revolución creció en profundidad; el concepto de causalidad fuesólo un producto marginal de este desarrollo; y aunque hasta ahora ha aparecido comosu producto lógico, es cada vez más evidente que no es así. Pero la ciencia no es todaastronomía, ni tampoco un juego de billar, aunque el siglo XIX construyese a partir deéste una descripción dinámica del comportamiento de los pases.

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Más claramente que los demás, fueron los pensadores franceses de la Encyclopédiequienes llegaron a la conclusión de que toda predicción cientí�ca es semejante a lapredicción astronómica. Según Newton, dadas la situación y las velocidades de todoslos cuerpos celestes en un momento dado, podemos predecir todos sus movimientosa partir de este momento hasta el in�nito. Si esto fuera cierto, había declarado elmatemático francés Laplace, podemos imaginar en este instante las situaciones y lasvelocidades dadas de todos los átomos del Universo. Conociendo todos estos datos,podemos predecir el destino del Universo, de sus moléculas y sus hombres, sus nebulosasy sus naciones, desde este momento hasta el in�nito. Y más aún: podemos retroceder enel tiempo, tanto como podemos avanzar en él, y reconstruir el pasado hasta el in�nito.Desde luego, la esperanza de desarrollar semejante cálculo de un modo real es bastantefantástica. No obstante, para Laplace, la ciencia continuaba siendo el descubrimientode las leyes causales que nos ayudan a que esta esperanza sea cada vez más realizable.Laplace vio claramente las muchas implicaciones de esta concepción y las defendió

audazmente. Esta concepción ha tropezado siempre con algunas di�cultades, en par-ticular respecto al lugar que puede asignarse a la acción humana; para evitarlas se harecurrido a diversos rodeos y excusas. Por ejemplo, se ha sugerido que hay momentosen que las leyes naturales se alteran de repente, y un aumento cuantitativo se convierteen un cambio cualitativo, pero, puesto que todavía se postula que estos estadios críticosestán totalmente determinados temporal y esencialmente por lo que les precedió, y queestos cambios han originado las nuevas leyes, no se ha producido ninguna verdaderaquiebra de la causalidad. Se ha producido un viraje brusco, pero todos los datos queLaplace exigía, hasta este viraje, son calculables.Estos recursos, pues, no niegan una creencia en la completa y universal causalidad.

Di�cultan el trabajo de calcular el pasado del futuro. Pero no cambian su naturaleza,ya que continúa siendo una tarea puramente matemática resolver alguna disposiciónhipotética de ecuaciones sobre el movimiento. Estos recursos complican la creencia enla causalidad, pero no la transforman, y durante el siglo pasado no se les podía permitirque lo hiciesen.

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Existen varias razones por las que esta creencia irá desapareciendo. Son razonesde diverso peso; nosotros mismos nos sentimos muy impresionados por una razón queno es de�nitiva, pero que muestra con�anza en esta idea y posiblemente la de otrosse tambalee. Hemos pensado durante casi trescientos anos que si hay alguna ley sobrecuya certeza no existen dudas es la de la gravitación. Toda la tradición de la ideade la causalidad se deriva de este hecho. Cien años atrás, cuando el lejano planetaUrano parecía que sufría retrasos se supuso que al aún planeta invisible, todavía máslejano, alteraba su órbita con su fuerza gravitatoria, Dos hombres. Adams, en Inglaterra,y Leverrier, en Francia, trabajando sin tener noticia alguna el uno del otro, y consólo un lápiz, papel y las leyes de Newton, calcularon el hipar donde este planetatenía que estar. Y cuando el gran telescopio de Berlín fue enfocado hacia aquel punto,

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el día que recibieron los cálculos de Leverrier, el 23 de septiembre de 1846 aparecióclaramente Neptuno, y además la espectacular rea�rmación de las inalterables leyes dela gravitación universal.Y, sin embargo, las leyes de la gravitación han sido refutadas. No hay gravitación, no

hay fuerza, el esquema total estaba equivocado. Toda aquella teoría no era más que unafeliz aproximación a lo que realmente ocurre. Cuando Newton estableció la fuerza comocausa, daba a la materia la propiedad del esfuerzo, del mismo modo que Aristóteles ladio una vez a la voluntad humana. Las causas verdaderas residen ahora en la naturalezadel espacio y en la distorsión que la materia provoca del espacio; y éstas no se parecenen nada a los causas en que creímos por espacio de casi trescientos años. Irónicamente,Adams y Leverrier retrasaron la catástrofe sesenta años, porque el comienzo de la crisisde la física clásica alrededor del año 1900 fue una rareza como la que habían intentadoexplicar; sólo que ahora era el planeta Mercurio el que sufría alteraciones gravitatoriasy fue el propio Leverrier quien lo descubrió. Pero por donde quiera que se busque, nose ha podido hallar un nuevo Neptuno para culparle de la irregularidad. Este misteriosólo se aclaró con un examen radical de los supuestos fundamentales de la �losofía deNewton, en particular de su concepción del tiempo.Dijimos que esa no es la objeción de�nitiva a las leyes de la causalidad. Al �n y

al cabo, la nueva teoría que Einstein puso en lugar de la vieja, aunque como teoríasobre el terreno es menos mecánica que la de Newton, es todavía una teoría causal. YEinstein, casi el único entre los grandes físicos contemporáneos, continuó defendiendola causalidad de un modo resuelto. Sin embargo, nos parece, por dos razones distin-tas, que la demolición de una causa durante largo tiempo aceptada ha de trastornarprofundamente nuestra con�anza. Primero, toda la concepción de las causas en cienciatiene históricamente su origen en el éxito de la gravitación. Y segundo, ahora vemos quees posible que toda persona confíe en un mecanismo causal, tener la seguridad de quees así como se mueve la Naturaleza, de que aquí es donde aparece desnuda su propiadinámica, y que es posible toda demostración de que algún aparente punto de partidaencajara realmente con esa causa; pudo creerse esto, mantenerse intacto y cada vez más�rme, durante doscientos años. Y, no obstante, al �nal descubrimos que la causalidadera una ilusión. Algo más debía actuar, algo que no tenía nada en común con esa famosacausa. La máquina nunca fue una copia de la Naturaleza; era sólo una especie de gi-gantesco astrolabio o planisferio, que situaba los cuerpos celestes en el lugar adecuadoy en el momento oportuno, pero cuyo mecanismo causal no era más parecido al de laNaturaleza que el del propio Ptolomeo.

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Einstein descubrió el fallo de la teoría de la gravitación de Newton examinandosu mismo núcleo. Allí encentró el supuesto de que el tiempo y el espacio son dardosabsolutamente, y son idénticos para todos los observadores. Pero cuando recorrió lasetapas por las que diferentes observadores pueden comparar realmente su tiempo en elespacio, descubrió que no coincidían con este supuesto. No podemos comparar el tiempo

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en dos lugares distintos sin enviar una señal de uno a otro, el recorrido del cual tomaen sí mismo un tiempo determinado. En consecuencia, Einstein mostró que no hay ununiversal ahora: sólo hay un «aquí y ahora» para cada observador, de tal manera queel espacio y el tiempo están inextricablemente unidos entre si y constituyen aspectos deuna misma realidad. Además, la estructura del espacio a su vez no puede ser desligadade la materia que esto empotrada en ella.En la física relativista de Einstein, pues, el tiempo no es una secuencia estricta

de un antes y un después universales. Acontecimientos estrechamente espaciados queaparecen en un orden a un observador pueden aparecer en un orden contrario a otro.Hume y John Stuart Mili habían insistido hacia tiempo en que la esencia de la causa yel efecto es una secuencia; la causa tiene que ir delante y el efecto ha de venir después.Así la nueva concepción del tiempo de Einstein añade otra di�cultad a la de�nición decausalidad.Esta di�cultad es profunda porque signi�ca que no podemos relacionar ni un solo

acontecimiento con los demás; sin embargo, puede que ésta no sea de�nitiva. La di�cul-tad de�nitiva procede de otro campo: el de la física cuántica. Einstein realizó tambiénimportantes aportaciones en este campo; el Premio Nobel que se le otorga en 1921 nofue por sus trabajos acerca de la relatividad, sino sobre la física cuántica.El paso fundamental que creó la física cuántica había sido dado por Max Planck

en 1900, cuando descubrió que la energía, como la materia, no es continua, sino queaparece siempre como conjuntos o quanta de determinados tamaños. Desde un prin-cipio, las ideas de la física cuántica no podían concordar con la mecánica clásica delas partículas. Habían de darse unas fantásticas propiedades a un electrón siempre queemitía o absorbía un quantum de energía. Las di�cultades aumentaron hasta que en ladécada de los veinte se empezó a ver que no podía formularse simplemente una teoríapara describir los acontecimientos microscópicos, y esperar mantenerla rígidamente enel marco clásico de la causalidad. En esta última no puede describirse el presente y elfuturo de las partículas y los acontecimientos microscópicos de modo que aparezcantotalmente determinados. Esto fue enunciado en un principio formal en 1927 por elfísico alemán Heisenberg y recibió el sensato nombre del principio de incertidumbre.Heisenberg demostró que toda descripción de la Naturaleza contiene una incertidum-

bre esencial e inamovible. Por ejemplo, cuanto más cuidadosamente intentamos calcularla posición de una partícula fundamental, por ejemplo, de un electrón, menos segurosestaremos de su velocidad. Cuanto más exactamente intentemos estimar su velocidad,menos seguros estaremos de su posición exacta. Por lo tanto nunca podemos predecirel futuro de una partícula con absoluta seguridad; porque en realidad no podemos es-tar completamente seguros de su presente. Si queremos predecir con cierta exactitudsu futuro, tenemos que admitir una cierta incertidumbre: un margen de alternativa,una ambigüedad �lo que los ingenieros llaman una cierta tolerancia. Podemos admitirlos presupuestos metafísicos que queramos, tanto si el futuro real y verdaderamente,esencialmente, está determinado o no por el presente. Pero el hecho físico sobre es-tos acontecimientos a escala microscópica es indiscutible, Nadie que los observe en elpresente puede predecir su futuro con absoluta certeza. Y, desde luego, una vez ten-

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emos una cierta incertidumbre en la predicción, aunque sea de algún pequeño y remotorincón del Universo, el futuro es, pues, esencialmente incierto, por más que pueda seraplastantemente probable.Dijimos que este principio de incertidumbre se aplica a partículas y acontecimien-

tos microscópicos. Pero estos acontecimientos tan pequeños no son en modo algunoinsigni�cantes. Son precisamente aquellos tipos de acontecimientos que se producen enlos nervios y el cerebro, y en las macromoléculas que determinan las cualidades queheredamos. Y a veces los extraños pequeños acontecimientos se suman a uno tremenda-mente grande. Los juegos de manos con helio líquido a que tan ávidamente se dedicanahora los físicos son de este tipo. Por ejemplo, a temperaturas cercanas al cero absolutono es necesario, para hacer pasar helio líquido de una botella a otra, comunicarlas pormedio de un tubo tipo sifón. Si ponemos en contacto las dos bocas de las botellas, elhelio se escapará suavemente de una botella hacia la otra por si solo y, lástima, fuerade ambas.El principio de incertidumbre, que nos proporciona un medio para descubrir el sig-

ni�cado de estos trucos, nos hizo vacilar a todos. Al �n y al cabo, decía que la Naturalezano podía describirse como un rígido mecanismo de causas y efectos. Y recordamos unavez más que todos los éxitos de la ciencia, el de Newton y los del siglo pasado, parecían,hasta aquel momento, haber sido alcanzados ajustando la Naturaleza a este tipo demáquina. Y decir de pronto que en el fondo estas cadenas causales no son verdad, queen conjunto no es verdad, pareció un extraño descubrimiento, sumamente desagradable.Pero fue un descubrimiento y tuvo profundas consecuencias. Mas ahora no parece

tan extraño o incongruente. Al contrario, para nuestra generación, el principio de incer-tidumbre es la observación más natural y razonable del mundo. No nos parece que hayaexpulsado el orden fuera de la ciencia. Ha quitado de ella la metafísica y ha dejado loque durante mucho tiempo había permanecido olvidado: el objetivo cientí�co.El objetivo de la ciencia es describir el Universo en un esquema o lenguaje ordenado

que nos ayude a mirar hacia adelante. Queremos predecir lo que sea posible del futurocomportamiento del Universo; en particular queremos predecir cómo se comportaríabajo varias acciones alternativas realizadas por nosotros, acciones entre las cuales in-tentamos, por regla general, escoger. Pero cate es un objetivo muy limitado. No tienenada que ver con las intrépidas generalizaciones acerca de la dinámica universal delas causas y los efectos. No tiene absolutamente nada que ver con la causalidad, ocon cualquier otro mecanismo especial. Nada en este objetivo, que es el de ordenar elUniverso de tal modo que nos facilite el camino en el momento de tomar decisiones yactuar, implica que el orden tenga que ser de un tipo más que de otro. Descubrimos queel orden actúa, de modo conveniente o instructivo; no es algo que estipulamos, nadasobre lo que podamos dogmatizar. Es lo que descubrimos; es lo que descubrimos quetiene una utilidad.Pongamos un ejemplo. Un mecanismo causal en la reproducción de las plantas es

evidentemente el sexo, pero nadie había demostrado que las plantas tuviesen sexo hastaprincipios de la época de las Luces, alrededor de 1694, Pero los hombres habían estadocultivando plantas durante miles de años antes. En la mayor parte del mundo, el hombre

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ha creado realmente una cultura conviniendo unas pocas y �acas espigas en trigales. Losmétodos empleados no eran causales, pero sus resultados fueron al �nal tan afortunadoscomo todo lo que llevaron a cabo los racionalistas de la época de las Luces.Para obrar no es necesario tener una creencia metafísica según la cual las reglas por

las que obramos son universales, y también que todas las demás reglas son exactamentecomo ellas. AI contrario, en el fondo, todas las convicciones de carácter general aventa-jan los principios de la ciencia. Laplace creía que si llegábamos a conocer absolutamenteel presente, podríamos determinar completamente el futuro. Esta convicción tuvo unacierta fuerza religiosa y política para los franceses de la Revolución, pero no tenía ningúnsentido cientí�co. No tiene nada que ver con un enunciado cientí�co, ni, por esto mis-mo, literario, porque no es un enunciado sobre la realidad, ni en la actualidad ni en elfuturo. Simplemente es absurdo a�rmar qué ocurriría si conociésemos absolutamente elpresente. No lo conocemos y resulta evidente que no podremos conocerlo nunca.Precisamente esto es lo que dice el principio de incertidumbre a la física moderna. No

a�rma nada acerca de si podríamos o no predecir el futuro de un electrón, suponiendoque conociésemos esto o aquello de su presente. Simplemente señala que no podemosconocer de modo absoluto su presente. Por ejemplo, podemos conocer su situación o suvelocidad con notable precisión, pero no podemos conocerlas ambas, y, en consecuencia,no podemos predecir su futuro.En el fondo, pues, el principio de incertidumbre a�rma en términos especiales lo

que siempre se supo. La ciencia no es un modo de describir la realidad, por lo tantoestá determinada por los limites de las observaciones, y no a�rma nada que esté fueradel campo de la observación. Todo lo demás no es ciencia, es escolástica. El siglo XIXestuvo dominado por la creencia de Laplace, según la cual todo puede ser descrito porsus causas. Pero esto no es menos escolástico que la creencia medieval de que la causaprimera lo contiene todo.

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En este punto, aquéllos para los que la causalidad es como una segunda naturaleza sesienten inclinados a iniciar una nueva línea de retirada. ¿Por qué, dicen, no podríamoscontinuar creyendo de todas formas en una naturaleza estrictamente determinada? ¿Porqué hemos de decir que algún acontecimiento futuro no está determinado, simplementeporque la ciencia dice que no puede ser previsto? Supongamos incluso, como insisteen a�rmar ahora la ciencia, que no es meramente un hueco momentáneo. Supongamostambién que los cientí�cos tienen razón y que nunca descubrirán nuevas leyes que lespermitan predecir estos pequeños acontecimientos. Admitamos lodo esto, dicen conrecelo, admitamos que hay acontecimientos materiales que puede demostrarse que sonimpredecibles mediante cualquier método cientí�co tanto ahora como en el futuro. ¿Esesto un descubrimiento tan profundo? ¿Es algo más que un descubrimiento sobre laciencia misma? ¿Es algo más que una demostración de que los métodos de la cienciason de�cientes y tienen un alcance limitado? ¿Por qué tenemos que suponer que porquela ciencia no puede descubrir la estructura de la causalidad en la Naturaleza, esta

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estructura ya no existe? Al �n y al cabo, ni Laplace supuso nunca que algún ser humanopudiese realmente calcular de modo total el futuro a partir del presente, en la práctica.Él era del todo consciente de las limitaciones prácticas de la predicción cientí�ca. ¿Porqué no podemos continuar sosteniendo, pues, el punto de vista de que el futuro está enteoría determinado, por más que los cientí�cos puedan en la práctica predecirlo o no?Por desgracia, estas atractivas e ingeniosas observaciones no dan en el blanco. Des-

de luego Laplace no creyó que el futuro pudiese derivarse del presente mediante unamáquina calculadora que los hombres pudiesen fabricar. Pero creía que en principiopodía conseguirse esto, si no con una computadora humana, con una sobrehumana.Creía que el futuro está total y �nalmente determinado. El futuro como sería ya existeen las matemáticas, y el Universo mismo es precisamente una máquina que lo calculamediante unos procesos matemáticos estrictos.Esta idea di�ere bastante de la noción que nos formamos de la relación entre presente

y futuro. Ciertamente no podríamos establecer el presente basándonos en un mecanismouniversal como el de Laplace, y esto por dos razones, primero, porque la relatividadha mostrado la di�cultad de de�nir el instante presente en dos puntos separados en elespacio, y, segundo, porque el principio de incertidumbre ha evidenciado que incluso enun punto el presente no puede de�nirse con una in�nita exactitud.Estas di�cultades expresan en lenguaje técnico la diferencia entre nuestra concep-

ción del Universo y la de Laplace, que en términos vulgares es bien de�nida y clara.Según Laplace, la ciencia, ahora o más adelante, sabría cómo calcular exactamente el fu-turo, pero eso no podría ponerse en prédica porque costaría demasiado. No obstante, ladi�cultad estriba en las capacidades prácticas del hombre. Del mismo modo podríamosdecir que en teoría todo el conocimiento humano podría estar contenido en la Enciclo-pedia Británica, aunque en la práctica el personal necesario para redactarlo y el papelpara imprimirlo serían imposibles de manejar. Este argumento es fundamentalmentedistinto del que aducimos para decir que no podemos predecir exactamente el futuro,a saber, que no sabemos, ni en teoría, cómo ni por dónde empezar. No conocemosninguna ley que nos permita prever con exactitud cuál será el futuro de un electrón apartir de su presente, porque precisamente no sabemos qué es su presente o su futuro, y,además, podemos demostrar que esto es una limitación esencial, porque ningún métodocientí�co puede descubrirlos o predecirlos con una exactitud de�nitiva o absoluta.Pero, por el solo hecho de no conocerlo, porque la ciencia no puede conocerlo, ¿quiere

decir esto que el futuro es indeterminado? ¿No hemos confesado que todo esto no esmás que una limitación de descripción? Y, ¿Por qué tiene que signi�car que no existe unmecanismo perfectamente adecuado que actúa, y que nuestros telescopios y microscopiosson demasiado poco penetrantes para ver su funcionamiento exacto?Esta es una argumentación interesante pero, creemos, bastante patética, porque lo

que realmente dice es que el que hace la pregunta tiene que escoger entre la cienciay la causalidad, y que pre�ere inclinarse por la causalidad. Puesto que esta última noes más que uno de los instrumentos de la ciencia, nos parece absurdo aferrarse a ellaciegamente cuando parece con toda evidencia que no funciona ya como un instrumento.Desde luego, cada uno es libre de preferir su artículo de fe favorito al cientí�co, es decir,

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al método empírico. Pero no creamos que esta fe sea algo más que un pedazo confortabley de rutinaria superstición. Intentar establecer una estricta distinción entre lo que laciencia puede predecir y lo que está determinado de algún modo sobrenatural, no dejade ser más que un remiendo hecho de autoengaño elegante, pero realmente bastantedesvergonzado. La ciencia es un estudio práctico de lo que puede ser observado, y, apartir de ello, la predicción de lo que se observará. Decir que las causas están de algúnmodo distribuidas debajo de este mundo observable, cuando cualquier cosa debajo delmismo es esencialmente imposible de observar, no es ni útil ni signi�cativo, no es más queuna postura de ciega comodidad. Del mismo modo podríamos decir que los electronesson realmente arrastrados por duendes azules con narices rojas que saben exactamentelo que están haciendo, sólo que cada vez que miramos hacia ellos se ocultan al momento.Si son esencialmente imposibles de ser observados, más allá de toda esperanza de unafutura posibilidad de poderlo hacer, entonces simplemente no tiene sentido juntarlos enun sistema, sea lógico, metafísico o, incluso, religioso.Estas consideraciones no son totalmente abstractas. Deberíamos recordar que tienen

unos signi�cados muy prácticos, y que se usan cotidianamente para proyectar, dentrode sus propios límites, unos resultados prácticos. Tomemos algo tan serio como un pocode uranio-235 potencialmente explosivo. Es absolutamente improbable que explote unapequeña cantidad, pero una gran cantidad es del todo probable que lo haga. ¿Cuál esla proporción critica que separa ambas cantidades? Esta pregunta es del tipo a queel principio de incertidumbre ha respondido con destacado éxito. Hemos presenciadoeste éxito, y aunque, desde luego, no es ni más ni menos decisivo que el de Adams yLeverrier al descubrir Neptuno, muestra que todo ello no es pura especulación y fantasía.Podemos tomar otro modelo de la �sión nuclear; éste es irónicamente adecuado, porqueHeisenberg fue el único gran cientí�co que permaneció en Alemania para trabajar en elproyecto de Energía Atómica, y el fracaso alemán fue en gran parte su propio fracaso enla dirección de tal proyecto. Tomemos luego como moelo una buena masa arti�cial deplutonio, teniendo cuidado en mantenerla por debajo de la proporción crítica. Sabemosque algo más de la mitad de la misma habrá sufrido una disminución radiactiva al cabode veinticinco mil años, Pero no qué mitad será; no podemos decir de ningún grano sicaerá en la mitad degradada o en la activa, porque no existen las leyes físicas que noslo digan � y porque no pueden existir. Lo sorprendente es esto: John von Neumannprobó que ninguna teoría causal, fuese la que fuese, podría emitir semejante predicciónsin alterar alguno de los datos conocidos.

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Puede parecer que caemos en una extraña contradicción. La ciencia ha andado unlargo camino desde que Hobbes insistió por primera vez hace unos trescientos años so-bre el gran alcance del principio causal, y lo ha andado gracias al uso de este principio.Ahora decimos que este principio es en si un error, que la Naturaleza no es estricta-mente una sucesión de causas y efectos. Luego, ¿cómo ha logrado la ciencia describir elUniverso siguiendo los cauces de las leyes causales? Y si no existen las leyes causales,¿no abandonamos el Universo al puro caos, no renunciamos a la idea de toda ciencia?

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Vamos a responder a estas preguntas en el siguiente capitulo. Demostraremos queley y certidumbre no son la misma cosa, y que es posible establecer las leyes de la prob-abilidad, menos comunes pero bastante rigurosas. Veremos luego que las leyes causalesno son más que unas acumulaciones de éstas, y que deben su éxito al hecho de queson aproximaciones admirables de aquellos casos en que las leyes de probabilidad secombinan hasta dar una probabilidad de certeza abrumadora.Pero querríamos cerrar este capitulo con una re�exión más profunda. Hemos dicho

que la búsqueda de las leyes causales ha creado la mayor di�cultad con que se enfrentaactualmente la ciencia, sobre todo la física, Pero aquí no termina todo. Cabe recor-dar que ningún método cientí�co es verdaderamente deductivo, porque no toma losdatos físicos y, a partir de los mismos, in�ere las leyes. En la base del método cientí�cose encuentra el tipo de imaginación que empleó Newton, quien de�nió un universo departículas, postuló leyes o axiomas que éstas siguen individualmente, y, luego, demostróque se combinan hasta constituir un universo muy parecido al que conocemos. Newtonno formuló ninguna teoría acerca de lo que son estas partículas fundamentales, y hemossido nosotros quienes hemos intentado identi�carlas, primero con las moléculas, luegocon los átomos, y posteriormente con los electrones y otros minúsculos e indivisiblesconstituyentes de la materia. Pero hemos fracasado. Ya que el Universo esta constituidopor electrones o algo parecido, luego es cierto que no se comportan como las partículasde Newton, sino que a veces lo hacen como ondas y otras veces como partículas; notienen el mismo momento una velocidad y se encuentran en un lugar exactos. Ademástienen otras particularidades. Cuando decimos, por ejemplo, que la situación y la ve-locidad no pueden ser exactamente observadas a la vez, queremos decir que no podemosformular la hipótesis de las partículas individuales y asignarles al mismo tiempo lugaresy velocidades determinadas en nuestras ecuaciones.Estas di�cultades no pueden ser totalmente deducidas de la investigación basada en

el principio de causalidad. Mis bien aparecen porque hemos creído de modo más profun-do que todos los acontecimientos descubiertos por la ciencia pueden ser descompuestosen unidades más y más pequeñas, unidades que obedecen las leyes de la causalidad.Hemos llegado a suponer que todo acontecimiento que pareciese no resultar de unaserie que le precede, sí aparecería así si lo descompusiésemos en fragmentos lo su�-cientemente pequeños, ya fueran de hecho o de materia. Este proceso analítico ha sidorealmente la base de nuestra noción de determinismo: pero lo que ahora vemos es que nopodemos tenerlos a la vez. No podemos fabricar un modelo constituido por partículasy acontecimientos microscópicos y que al mismo tiempo cada partícula y acontecimien-to se desarrolla en un ámbito estrictamente causal. El proceso que se da entre causa yefecto es una operación macroscópica, pero el proceso analítico al �nal revela una formade ley de tipo distinto � una ley de probabilidad en vez de causalidad.Desde que esta división pasó a ser aceptada como evidente en física, se vio, de modo

inesperado y extraño, que tenía raíces mucho más profundas que se prolongaban hastalas bases mismas de la lógica. Esta es la cara del problema que continúa siendo casidesconocida, incluso para los cientí�cos, porque deriva de la parte más remota de lasmatemáticas: el estudio de la estructura lógica de todos los sistemas matemáticos. En

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1931, Godel demostró que hasta en un sistema de axiomas puramente abstracto comoel de Euclides, surgen preguntas perfectamente lógicas que no tienen respuesta, es decir,incluso en semejante sistema cerrado, claro, lógico y. por decirlo así, absolutamente ar-itmético, es posible formular teoremas que no puede demostrarse que sean verdaderos ofalsos. SI concebimos tal sistema desarrollándose a través del tiempo, equivale a pregun-tar si este sistema podría alcanzar determinados estados en el futuro. Y la respuesta esque nunca lo podremos saber; el problema no tiene solución. Hay teoremas que puedeno no ser verdad y hay estados que podrían o no ser alcanzados; las matemáticas nadapueden decidir. Y ello en un mundo sin microscopios, materia e indeterminación, en unmundo de lógica pura. Esta grieta en el campo de la certidumbre es algo verdadera-mente abrumador; y sus implicaciones sólo de modo muy lento aparecerán claras a loscientí�cos empiristas cuando conozcan más datos acerca de la falla geológica que se haabierto en los estratos de la lógica misma. . En el campo de la física y en el de la lógicamisma, lo que ha aparecido realmente es la demolición del modelo sencillo de un univer-so exterior a nosotros, al cual sólo observamos y consideramos. Se ha descubierto quepodemos abordar la física cuando establecemos esta separación, pero también que hayun punto en que esta aproximación se desploma. Cuando en astronomía se alcanzó estepunto, las leyes de Einstein reemplazaron las de Newton, porque la relatividad se derivaesencialmente del análisis �losó�co que a�rma que no existe un hecho y un observador,sino la combinación de ambos en una observación. La observación real es la unidadfundamental de la física, y esto es lo que el principio de incertidumbre reveló en la físicaatómica; que no puede separarse el acontecimiento del observador. Algo muy parecido aesto ha ocurrido, pero con menos publicidad, con la lógica. Desde luego, Von Neumannha dado los primeros pasos al desarrollar un sistema de las matemáticas, la Teoría delos Juegos, basada en las esencialmente indeterminadas y plurivalentes actitudes delpensamiento que todo el mundo mantiene en las relaciones cotidianas. Todas las cor-rientes de la ciencia coinciden en este punto: que la concepción analítica e impersonaldel Universo está fallando. Antaño bastaba con pensar que el Universo está quieto ydistante mientras nosotros cuidadosamente lo recortamos en secciones para someterlasa examen microscópico, pero esto no era más que una simpli�cación a la cual le hallegado el momento de desaparecer. Hemos alcanzado el estadio en que el Universo seÍntegra en si mismo, y el abismo entre hecho y observador se cierra. La base de esteuniverso es la observación. Todas las di�cultades, tanto si se trata del comportamientode Mercurio o el fracaso de la causalidad, derivan de la separación entre el conocedor ylo conocido. Sólo reuniéndolos tendremos el conocimiento.Éstas son las nuevas e incómodas ideas que se han introducido en nuestra vida a

través de lo que parecía el �rmemente establecido mundo de la física. Por lo que sere�ere a los resultados prácticos, han tenido un éxito inmenso, si podemos considerar aHiroshima como un éxito. Han funcionado. Sin embargo, en teoría, todavía no hemossentido su fuerza. Han sido un consuelo para muchas personas que las han tomado parasostener su creencia en un libre albedrío, y han aturdido a muchas otras porque ofendensu sentido común. No es una obscura conspiración del sinsentido o la malevolenciasacada de una novela de Thomas Hardy. El humanista puede sentirse confortado; el

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Universo está lleno de sentido común. Pero el sentido común no es lo que introducimosen el Universo. Es lo que encontramos en él.

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6. La idea de probabilidad

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Nos hemos referido repetidas veces a la ciencia como lenguaje. Esta analogía nosparece tan sencilla y útil que resultó la cosa más natural empezar este libro comparandola ciencia con la lengua inglesa. Nos parece natural concebir la óptica, por ejemplo,como un lenguaje para describir la visión y lo que se ve. Como lenguaje, resulta pocofrecuente, por ejemplo, desembarazarse de la confusión que podía crear la incapacidadde distinguir los colores, y evitar los tópicos más atractivos del desear una cosa o creeren ella. La óptica es el lenguaje en que la visión es visión y nada más, ni tan sólocreencia.Esta analogía no se les había ocurrido de modo tan natural a los cientí�cos del siglo

pasado, porque un lenguaje no es más que un código, para describir algunos rasgos es-cogidos del Universo. Desde luego, el objetivo de un lenguaje es acordar con los demáscómo vamos a actuar en el mundo. Pero metodológicamente continúa siendo una de-scripción que nombra los hechos y reproduce su orden. El siglo XIX habría consideradoesta noción como una idea demasiado modesta de la ciencia. Las personalidades másdestacadas de este siglo veían a la ciencia como una gula para la acción, pero estabanconvencidas de que les ayudaba a actuar prácticamente porque además de describir elUniverso también lo explicaba. Y por explicación entendían un modelo que se ajustabaexactamente a la Naturaleza, paso a paso, siguiendo una cadena de causas y efectos.Un animal es precisamente una máquina que funciona con calor, decían, o un gas esuna colección de pequeñas bolas de billar, o el cerebro una o�cina de telégrafos. Creíanque en último término sólo existe un método cientí�co: establecer un sistema de causasy efectos. Sostenían que si la ciencia describe, describe la causa por sus efectos; y sipredice, predice el efecto a partir de sus causas.Hemos dicho repetidas veces que ya no es posible seguir sosteniendo esta idea por

más tiempo. Muy bien; abandonaremos la búsqueda universal de las causas. ¿Qué pon-dremos en su lugar? Por toda respuesta tenemos que retroceder hasta el principio yrepetir algo que no puede decirse muy a menudo. El objetivo de la ciencia es describirel Universo en un lenguaje ordenado, de tal modo que podamos, si es posible, preverlos resultados de aquellos cursos alternativos de la acción entre los cuales escogemossiempre. El tipo de orden que sigue nuestra descripción es enteramente de conveniencia.Nuestro �n es siempre predecir. Desde luego que es más adecuado si podemos encontrarun orden causal, porque simpli�ca nuestras posibilidades de escoger, pero no es esencial.Lo que buscamos, tanto en la ciencia como en nuestra vida cotidiana, es un sistema

de predicción: es, por decirlo así, un adivino. Los principios que nos guían en nuestraspredicciones, en el fondo, no son más que los pasos que siguen nuestros cálculos. Lavida no es un examen; no disponemos de señales para estos pasos, pero lo que importaes alcanzar la respuesta correcta. Así, pues, es perfectamente posible no basar un sis-tema de predicción en ningún principio con excepción de intentar obtener la respuestacorrecta. Esto es exactamente lo que hacen las plantas y los animales. El murciélago

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evita los obstáculos emitiendo un grito tan agudo que nuestro oído no lo puede captar,y luego escuchando su eco. Sea cual sea el sistema de que disponemos para traducir eleco en una predicción, lo ha encontrado por evolución, y ésta, a su vez, la ha descubier-to por prueba y error. La estación de radar hace esto mismo más racionalmente. Sinembargo, los procesos que siguen sus cálculos no son mejores que los del murciélago, nipeores. Por ejemplo, el murciélago y la evolución descubrieron hace ya tiempo que lasmejores longitudes de onda para calcular la distancia entre un objeto y un emisor sonlas centimétricas, que son las que también usa el radar. Un hombre que para una pelota,o un muchacho que hace volar un cometa, o un gato en una ratonera, todos ellos sonadivinos, y todos ellos nos recuerdan que la ocupación de la predicción es permitirnoshacer simplemente lo correcto en el momento oportuno.

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Desde luego, no hay nada sagrado acerca de la forma causal de las leyes de la Natu-raleza. Nos hemos acostumbrado a esta forma, hasta el extremo de que se ha convertidoen nuestro modelo de lo que debería ser toda ley de la Naturaleza. Si dividimos elespacio que ocupa un gas en dos mitades, y mantenemos todo lo demás constante,habremos doblado la presión, decimos. Si hacemos esto y lo otro, el resultado será éstey aquél, y siempre será así. Y sentimos que nos hemos acostumbrado a que es este«siempre» lo que convierte la predicción en ley. Pero, desde luego, no hay razón paraque las leyes tengan esta característica, esta forma tan absoluta. Si cruzamos las semi-llas de guisantes blancos con las de guisantes rojos, dijo Mendel, una cuarta parte delos guisantes nuevos serán blancos y el resto rojos. Este enunciado puede ser una leytan válida como cualquier otra; dice lo que sucederá en una proporción apreciable, yesto se demuestra como verdadero. No es menos respetable por no hacer el alarde depredecir exactamente lo que ocurrirá cada vez, como la ley de los gases. Y ciertamente,la ley de los pases adquiere el aire de �nalidad, sólo que a causa de la acumulación deprobabilidades tales como las que explícita la ley de Mendel.Es de suma importancia recordar esto. Si decimos que después de una semana de

buen tiempo, el domingo llueve siempre, es admitido y considerado como ley. Pero sidecimos que después de una semana de buen tiempo es más probable que llueva eldomingo que no que no llueva, se toma como una a�rmación dudosa; y se supone queno hemos llegado a ninguna ley fundamental que coincida con nuestro hábito de exigirque la ciencia diga de modo tajante o «siempre» , o bien, «nunca» . Incluso si decimosque después de una semana de buen tiempo llueve el domingo con una proporción desiete sobre diez, se aceptaría como una estadística, pero no se le concedería la categoríade ley, porque de algún modo parece carecer de fuerza de ley. Sin embargo, esto esun mero prejuicio. Resulta cómodo disponer de leyes que digan: esta con�guración dehechos siempre estará seguida por el acontecimiento A el cien por cien de las veces.Pero ni las preferencias ni las conveniencias permiten realmente que sea una forma deley más esencial que la enuncia que esta con�guración de hechos irá seguida por elacontecimiento A siete de cada diez veces, y por el B, tres de cada diez veces. Formal-mente la primera es una ley causal y la segunda una ley estadística. Pero en cuanto

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al contenido y a su aplicación no hay por qué preferir la primera a la segunda. Lasleyes de la ciencia tienen dos funciones, ser verdaderas y útiles; posiblemente estas dosfunciones se incluyen mutuamente. Si la ley estadística cumple a ambas, es todo lo quepuede pedírsele. Podemos convencernos de que resulta intelectualmente menos satis-factoria que una ley causal, y en cierto modo no consigue proporcionarnos la mismasensación de comprender los procesos de la Naturaleza. Pero esto no deja de ser unailusión provocada por el hábito. Ninguna ley proporcionó nunca una mayor sensaciónde seguridad que la ley de la gravitación universal. No obstante, hemos visto que la ex-plicación que daba de los procesos de la Naturaleza era falsa y, por tanto, que nuestromodo de ver el Universo derivado de la misma nos conducía al error. Lo que realmenterealizó, y espléndidamente, fue predecir los movimientos de los cuerpos celestes con unaaproximación excelente.

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Existe, sin embargo, una limitación dentro de toda ley que no contiene la palabra«siempre» . Sin rodeos, cuando digo que una con�guración de hechos estará seguida aveces por un acontecimiento A, y otras veces por B, no puedo estar seguro de si enel momento siguiente aparecerá A o B. Podemos saber que A aparece siete veces y Btres de cada diez; pero esto no aumenta mis posibilidades de saber cuál aparecerá en lasiguiente ocasión. La ley de Mendel resulta muy fácil de entender cuando se siembranguisantes; pero no dice, porque no puede, si la simiente de la segunda cosecha seráblanca o roja. < El propio Mendel se enfrentó con este problema cuando comprobó suley, porque tuvo que realizar su trabajo experimental en el huerto, bastante pequeño,de un monasterio.Hasta aquí resulta bastante evidente. Es obvio que si supiésemos qué va a ocurrir

precisamente la próxima vez, ya no tendríamos de antemano una ley estadística, sinouna ley cierta en la que podríamos escribir la palabra «siempre» . Pero esta limitacióntrae consigo otra menos evidente. Si no estamos seguros de qué acontecimiento, si Ao B, se producirá luego, entonces no podemos estar seguros de cuál se producirá lapróxima vez ni las veces sucesivas. Sabemos que A ocurrirá siete veces, y B tres, peroesto no signi�ca que cada serie de diez pruebas nos dé con exactitud siete A y tres B.En realidad, no es posible registrar una línea irregular de A y B de tal modo que cadaserie de diez letras sucesivas que podemos coger al azar de la misma esté constituidaprecisamente por siete A y tres B. Y, desde luego, resulta casi imposible registrarlas demodo que toda elección de diez letras cogidas aquí y allá contenga precisamente sieteA.Así, pues, ¿A qué nos referimos cuando decimos que esperamos que A se produzca

siete veces y B tres? Queremos decir que entre todos los grupos de diez pruebas quepodemos escoger a partir de una serie más amplia, y escogiendo como queramos, elmayor número contendrá siete A y tres B. Esto es lo mismo que decir que si efectuamoslas pruebas su�cientes, la proporción de A a B tenderá a la razón de siete a tres. Pero,desde luego, ninguna serie de pruebas, por larga que sea, es necesariamente lo bastante

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larga. No podemos estar seguros de alcanzar, en una serie de pruebas, la proporción desiete a tres.Entonces, ¿como sabemos que la ley es en realidad siete A y tres B? ¿A qué nos

referimos cuando decimos que la razón tiende a ser ésta en una larga serie de prue-bas, cuando no sabemos si la serie es lo su�cientemente larga? Y todavía más cuandosabemos que en el mismo momento en que alcancemos esta razón, la siguiente prue-ba va a desequilibrarla, porque añadirá a un acontecimiento absolutamente A o unoabsolutamente B, y no puede añadir siete décimas partes de A y tres décimas de B.En suma, queremos decir que después de diez pruebas, puede que tengamos ocho Ay dos B, lo cual no es nada improbable. Es posible también que tengamos nueve A,e incluso no resulta excesivamente improbable que tengamos diez. Pero en cambio, s(lo es que, después de cien pruebas, tengamos ochenta A, y más aún que después demil pruebas hayamos alcanzado una cantidad de ochocientos acontecimientos A; cier-tamente es muy improbable que en este estadio la proporción de A pase de siete pordiez a cinco por cien, Y si después de cien mil pruebas alcanzamos una proporción quedi�ere de la estipulada por nuestra ley tanto como un uno por cien, entonces tendremosque enfrentarnos al hecho de que la ley misma es casi con toda seguridad un error.Citemos una anécdota a título de ejemplo. Uno de los encyclopédistes franceses del

siglo XVIII, el gran naturalista Butrón, era un hombre que se interesaba por numerosasramas del saber. Sus estudios en el campo de la geología y la evolución le granjearonla enemistad de la Sorbona, la cual le obligó a retractarse de su idea, según la cual latierra habría cambiado desde el Génesis. Sus trabajos sobre las leyes de la probabilidaderan menos peligrosos, de modo que en 1733 pudo plantearse una interesante cuestión.Si echamos al azar una aguja de coser sobre una hoja de papel en la que hemos trazadounas líneas paralelas separadas por una distancia exactamente igual a la longitud de laaguja, ¿Cuántas veces podemos esperar que caiga en una línea y cuántas en un espacioen blanco? La respuesta es bastante extraña: debería caer en una línea poco menos dedos veces de cada tres, exactamente debería caer en una línea dos veces sobre el número�, en que �, es la conocida razón de la circunferencia de un círculo a su diámetro,y cuyo valor es 3.14159265... ¿Con qué aproximación podemos realizar esta respuestaen las pruebas reales? Esto depende, desde luego, del cuidado con que tracemos laslíneas y echemos la aguja; pero, al �n y al cabo, depende sólo de nuestra paciencia. En1901, un matemático italiano poco conocido, Mario Lazzerini, con el cuidado debido,demostró su paciencia echando la aguja tres mil veces. El valor que obtuvo para �, enun momento dado correspondía al sexto lugar de los decimales, lo cual es un error desólo una cienmilésima parte del uno por ciento.

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Este es el método que emplea la ciencia moderna. En realidad no utiliza ningúnprincipio, con excepción del de prever con la mayor exactitud posible, pero nada más queposible; es decir, que idealiza desde el mismo comienzo el futuro, no como absolutamentedeterminado, sino como determinado dentro de una área de�nida de incertidumbre.

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Intentaremos ilustrar este tipo de incertidumbre. Sabemos que los hijos de unos padrescon los ojos azules tendrán ciertamente los ojos azules, por lo menos no se ha encontradoninguna excepción a esta regla. En cambio, no podemos estar seguros de que todos loshijos de dos padres con los ojos castaños tendrán todos los ojos de este color, ni aunqueya hayan tenido diez hijos con los ojos castaños. La razón de ello es que no podemosdejar de contar nunca en un giro azaroso del tipo que el doctor Johnson observó una vezen casa de un amigo suyo que se dedicaba a la crianza de caballos: «Ha tenido � dijoel doctor Johnson� dieciséis potrancas sin ningún potro, lo cual es un accidente másallá de todas las probabilidades calculables.» Pero lo que podemos hacer es calcularlas rarezas contra esta probabilidad, lo cual no es tan difícil como suponía el doctorJohnson. A partir de aquí podemos calcular las posibilidades de que el siguiente niñonazca con los ojos castaños. Es decir, podemos elaborar una predicción que establezca demodo preciso nuestro grado de incertidumbre. Curiosamente, aquí es donde los cálculosde Mendel están equivocados, �n efecto, admitió que una vez una pareja ha tenido diezhijos con los ojos castaños, la posibilidad de que todavía puedan tener hijos con ojosazules es ín�ma. Pero no lo es.Esta área de incertidumbre retrocede proporcionalmente muy deprisa si formulamos

nuestras predicciones, no sobre una familia, sino sobre muchas. No sabemos si esta oaquella pareja tendrán un hijo al año próximo, ni siquiera si lo tendremos nosotros,pero es fácil calcular el número de hijos que nacerán del conjunto de la población, yestablecer los límites de la incertidumbre en nuestro cálculo. Los motivos que conducenal matrimonio, los pequeños detalles que conducen un coche a estrellarse, el azar deque el sol luzca hoy o la tortilla de mañana, son elementos particulares, privados eincalculables. No obstante, como Kant advirtió hace ya tiempo, las sumas totales delos mismos en un determinado país a lo largo de un año son notablemente estables, yhasta sus márgenes de incertidumbre pueden ser previstos.Esta es la revolucionaria concepción elaborada por la ciencia moderna. Reemplaza

al concepto del efecto inevitable por el de la tendencia probable. Su método se basa enseparar lo más posible la tendencia constante de las �uctuaciones particulares. Cuantomenos la tendencia se ha visto determinada en el pasado por las �uctaciones, mayores la seguridad con que podemos mirar, siguiendo la tendencia, el futuro de la misma.No aislamos una causa. Trazamos un múdelo de la Naturaleza en todo su conjunto.Nos damos cuenta de las incertidumbres que este conjunto vasto y �exible introduce ennuestro esquema. Pero el Universo no puede ser aislado de sí mismo: la incertidumbrees el Universo. Debemos contentarnos con trazar los puntos en que puede moverse yasignar una mayor o menor probabilidad a ésta o aquélla de sus áreas de incertidumbre.Tales son las ideas de probabilidad de la ciencia actual, Son ideas nuevas: dan un

nuevo orden al azar, en tanto que lo recrean como la vida dentro de la realidad. Es-tas ideas han llegado a la ciencia desde fuentes diversas. Algunas fueron descubiertaspor los tra�cantes del Renacimiento, otras por los jugadores del siglo XVII y otras pormatemáticos interesados en recti�car errores, comprender el comportamiento de los gas-es y, más recientemente, la radiactividad. Pero las más fecundas han sido las aportadaspor la biología durante los últimos cincuenta años. No es necesario repetir cuan útiles

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han sido en estos últimos tiempos, por ejemplo, en física: Nagasaki ha quedado comoprueba palpable. Pero todavía no hemos empezado a sentir su importancia fuera de laciencia. Por ejemplo, estas ideas demuestran que problemas como el del libre albedríoo el determinismo son simples malentendidos de la historia. La historia no es ni azarni necesidad. A cada instante avanza por un terreno cuya forma general conocemos,pero cuyos límites son inciertos y difíciles de trazar. Una sociedad se mueve bajo unapresión concreta, como un chorro de gas, y, estadísticamente, sus miembros obedecenesta presión; pero, en todo momento, cualquier individuo puede, como los átomos deun gas, moverse a través o contra la corriente. La voluntad, por un lado, y la coacción,por otro, existen y juegan un papel dentro de estos límites. En las ideas de la cienciaactual, el concepto de probabilidad ha dejado de ser obtuso y estéril, y ha adquirido unanueva profundidad y poder, ha vuelto a la vida. Algunas de estas ideas han empezadoa in�uir las artes: podemos seguir vagamente sus rastros en las novelas de los jóvenesescritores franceses. A su tiempo, librarán nuestra literatura del pesimismo que tienesu origen en nuestros intereses escindidos; nuestra veneración por las máquinas y, enabierto antagonismo con ella, nuestra nostalgia por la personalidad. Nos consideramoslo su�cientemente jóvenes como para creer que esta unión, la unión por decirlo así delazar con la necesidad, nos proporcionará a todos un nuevo optimismo.

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Intentaremos explicar más este punto. Se suponía, en las ciencias clásicas del siglopasado que un fenómeno como la radiactividad, o la herencia de un grupo sanguíneo,o la timidez, o la subida de los precios en tiempos de escasez, son producto de muchasin�uencias; y que paso a paso podrían ser aisladas y se podrían conocer las causasdel fenómeno. En cada caso, lo que ocurría podía ser tratado como un experimentode laboratorio. Podría ser aislado de los demás acontecimientos del Universo que notienen nada que ver con él, y podría ser observado como si estuviese detrás de la cajadel laboratorio. Y dentro de esta caja, las causas podrían ser estudiadas una por unadel mismo modo que estudiamos cómo cambia el volumen de un gas cuando varía lapresión a la vez que la temperatura se mantiene igual, y luego cuando la temperaturavaría mientras que la presión es la misma.Pero esta descripción del fenómeno aislado del resto del Universo y del observador

ha aparecido ser falsa. Llega un momento en que ya no puede considerarse ni como unaaproximación. Luego se demuestra que el tiempo y el espacio, que Newton creyó ab-solutos, no tienen sentido, en física, independientemente del observador. El laboratoriono puede existir en el vacío y el experimento no puede ser encerrado en una caja. Y amedida que perfeccionamos nuestros cálculos, las limitaciones del observador aparecencada vez mayores. El líquido sobre cuya super�cie se enfocaba el microscopio salta yse estremece bajo las lentes hasta que podemos ver el movimiento browniano de susmoléculas. El imponente �ujo del gas atravesado por todos lados por el fortuito mar-tilleo de sus partículas. Alarguemos el indicador sobre el dial un millón de veces, yya no podremos leer el instrumento porque el turbulento movimiento de sus átomos

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desplaza incesantemente la aguja. Los errores experimentales se encuentran implícitosen la sustancia misma del Universo.Y mientras todo esto se desarrollaba en el laboratorio, en el exterior la Naturaleza

y la sociedad se vetan abrumadas por ejemplos de proporciones mil veces mayores.Todo, en la planta y el organismo vivo, en los terremotos y el tiempo atmosférico, enlas sociedades animales y las fábricas del hombre y tos precios de las comunicacionestelegrá�cas, está más allá del control del experimento puro. Hubo un momento en laHistoria, un momento imaginario pero no por esto menos importante, cuando los pesosque caían de la torre inclinada fueron la llave que abría el secreto de las estrellas. Desdeentonces, el silencioso investigador en su laboratorio había persistido en la idea de quesu pequeña caja escogería los ciclos de las manchas solares, la llegada de la Peste Negray el crac de Wall Street. El Universo es una máquina, y, como investigador, repetiría lahazaña de Newton y construiría un modelo que describiría su destino minuto a minuto.Adam Smith, Jeremy Benthan, Stuart Mili, Haríley, Mesmer, Freud, Zola, Proust yTheodore Dreiser, cada uno a su manera dedicaron toda una vida a esta esperanza.Pero también habla hombres que se enfrentaban a problemas particulares y que no

podían esperar tres siglos hasta lograr su total disección. No siempre eran respetablesproblemas cientí�cos. Los jugadores amigos de Pascal y Euler eran personas impacientes.Los corredores de seguros de Florencia, Amsterdam y Londres no se preocupaban delos problemas teóricos, sólo querían resultados prácticos. Luego � y esto es mucho másinteresante� , a �nales del siglo pasado, Francis Gallón y posteriormente Karl Pearsonempezaron a observar los rasgos humanos: tamaño, peso, con�guración y crecimiento.No formularon teorías sin tacha como la de Lombroso sobre las características de loscriminales. Incluso parecían tener alguna severa sospecha acerca de la teoría de laherencia de Mendel. Sin embargo, dedicaron más bien la atención a obras como lasde Laplace y Gauss, los cuales habían creído por primera vez que los errores tienenque considerarse como inevitables incluso en la observación astronómica. De este modollegaron a formular la noción de la distribución probable de una serie de caracteres entreun determinado número de personas, A su vez, de este trabajo se ha derivado toda lateoría de las diferencias estadísticas, que consideramos que son las bases de la cienciafutura.Citaré un ejemplo sacado de mi experiencia personal. En 1945 fui al Japón y, puesto

que no hablaba japonés, en mi grupo había varios jóvenes japoneses muy cordiales quese habían educado en América. Lo que más me sorprendió fue que todos eran másbajos que los americanos blancos del grupo. Cuando llegamos al Japón todavía mesorprendió más ver que los japoneses de nuestro grupo eran todos más altos que losjaponeses nativos. En este caso había dos diferencias creadas una por la Naturaleza yotra por la sociedad que no podían ser tratadas como material para la experimentaciónen laboratorio. Tampoco había diferencias constantes. Aunque por término medio elgrupo de los americanos blancos era más alto que el de los japoneses que habíamostraído con nosotros, y éstos a su vez eran más altos que los japoneses nativos, habíahombres en cada grupo que sobrepasaban a los demás. Ciertamente el más bajo detodos era un americano blanco y había un japonés americano muy alto. No obstante,

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estaba ansioso de formular dos hipótesis personales: que los japoneses son por herenciamás bajos que los americanos blancos, y que los japoneses que han crecido en Américason más altos que los del Japón, probablemente porque América les proporciona unaalimentación y un medio ambiente diferentes.¿Cómo veri�car tales hipótesis? Este problema es del mismo tipo que los que trató

Pearson, y el método para resolverlos fue descubierto con una curva estadística porél y un cervecero que se llamó a sí mismo student. Calculamos el término medio decada uno de los tres tipos y, al mismo tiempo, una medida, a partir de los individuosde cada grupo, de las variaciones sobre este término medio que este mismo grupoparece desarrollar. Puesto que en la naturaleza de las cosas observamos sólo unos pocoselementos en cada grupo, ni nuestros promedios ni nuestros cálculos de la variaciónestán libres de error. Pero en cada caso la variación nos permite calcular el mayor errorque podríamos cometer al medir estos promedios. Es decir, rodeamos cada promedio,una vez medido, por un área de incertidumbre. Si estas tres áreas de incertidumbreno se desbordan, podemos saber con cierta seguridad que nuestras hipótesis estabanjusti�cadas. Pero si dos de estas tres áreas se desbordan, entonces no podemos estarseguros de que es real la diferencia entre los dos promedios en tomo a los cuales lashemos trazado. No hemos logrado establecer una diferencia sistemática entre estos dosgrupos, porque las �uctuaciones Fortuitas dentro de cada grupo, como hemos podidoobservar en esta ocasión, son lo bastante grandes como para borrar la posible diferencia.

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Éste es el contenido esencial del método estadístico. Tiene muchas aplicaciones yse diferencian entre sí sólo en los detalles de las aplicaciones. Pero la idea en que sebasan es la misma; fundamentalmente no depende de la ilimitada exactitud al calcularuna característica, sino de Juzgar la exactitud mediante el cálculo de las variacionesinherentes que distinguen los individuos entre si, y a las que no podemos aludir. Bus-camos una tendencia o una diferencia sistemática. El inestable ritmo de la �uctuaciónprobable o fortuita borrará la línea de esta tendencia. No podemos desembarazamos deeste movimiento imprevisible. Pero a partir de él podemos determinar un cálculo de lavariación casual y emplearlo para delimitar, en torno a la tendencia, una zona de in-certidumbre. Si esta zona es su�cientemente reducida para los criterios que acordamos,entonces la tendencia queda establecida y conocemos los límites dentro de los que esprobable que se encuentre. Si esta zona es demasiado vasta y los límites demasiado ex-tensos, quiere decir que no hemos logrado establecer una tendencia. Puede que exista,pero, en esta serie de observaciones, la �uctuación fortuita la ha desbordada.Tomemos otro ejemplo concreto. Creemos que la estreptomicina es efectiva para

curar la tuberculosis. Para ello nos basamos en la experimentación. Pero en cada exper-imento, los pacientes mismos están en diversos estadios de la enfermedad; inevitable-mente reciben diferentes dosis y responden en diferentes grados; al �nal el cuadro generalqueda cubierto por unas inevitables variaciones. ¿Podemos sacar algún resultado pos-itivo en un campo tan variable? Sí, si hacemos uso de la técnica estadística de modo

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inteligente. Por ejemplo, supongamos que tenemos datos de la salud de cada pacienteobtenidos en diferentes momentos durante el tratamiento. Entonces podemos compro-bar la hipótesis de que en general los pacientes experimentan una mejoría a medidaque el tratamiento progresa. Lo primero es encontrar, calculando los promedios gen-erales después de cada mes de tratamiento, lo que parece ser el promedio de mejoramensual. Esto nos permite trazar una línea de la mejora en nuestro grá�co. Los pa-cientes todavía están ampliamente desperdigados en torno a esta línea. Pero podemoscalcular alrededor de la misma el grado de dispersión o variación imprevisible de mejo-ra, y podemos compararla con el grado de dispersión de todos los resultados cuandono tenemos en cuenta la tendencia o línea sistemática. Éste será nuestro criterio parajuzgar si la línea de mejora es o no un efecto real. Veremos cuánto queda reducida ladispersión total cuando la comparemos con la dispersión alrededor de nuestra línea. Sila reducción es sustancial según los criterios acordados, decimos que hemos encontradoun efecto signi�cativo del tratamiento, y lo llamamos signi�cante. No obstante, todavíatendremos que avanzar más en nuestros análisis para asegurarnos de que lo que haceque el tratamiento sea útil es la estreptomicina. Pero si la hipótesis de que existe unatendencia con tratamiento demuestra que no reduce la dispersión al azar en el estadode los pacientes, entonces no habremos de�nido ningún efecto y el resultado de nuestrotrabajo no tendrá sentido.Esta aproximación es de concepción muy simple. En el fondo, divide en dos partes

el fenómeno que observamos en un centenar de casos. A estas partes las he llamadosistemática y fortuita, o tendencia y �uctuación, o efecto y probabilidad. Pero bajotodos estos términos se encuentra esencialmente la misma concepción: podemos aislarel efecto hasta un determinado grado de exactitud. Para determinar si este efecto esreal tenemos, pues, que comparar su área de incertidumbre con la exactitud con quepodemos aislarlo. Debemos juzgar el efecto según la �uctuación a que está sujeto nuestrocálculo. SÍ el efecto se mantiene �rmemente por encima de la �uctuación, tenemos unresultado insigni�cante. Hemos establecido su efecto, y aunque la inevitable �uctuacióntodavía lo rodea con un área de incertidumbre, podemos aplicar nuestro descubrimientocon este pequeño margen o tolerancia. Pero si el efecto no aparece lo su�cientementegrande cuando lo comparamos con la �uctuación inherente, no habremos determinadosu importancia; e, incluso aunque exista, su área de incertidumbre es demasiado grandecomo para ser útil. Nuestra única esperanza, pues, es efectuar más experimentos, yaque cada experimento reduce el área de incertidumbre.La idea de probabilidad tal como la hemos expuesto aquí no es difícil de comprender,

pero es nueva y resulta poco conocida. Por esto no parece ser tan incisiva como lassencillas leyes causales. Parece que nos encontramos en el terreno de la ambigüedad,mientras que siempre hemos deseado vivir en el de la certeza. Podemos ver, una yotra vez, que los fumadores contraen cáncer de pulmón con más frecuencia que losno fumadores, pero continuamos creyendo (al mismo tiempo que nerviosamente nosconsolamos con un cigarrillo) que no se ha «demostrado» que exista esta relación.Sin embargo, pensamos que la di�cultad no es sólo de hábito. Nos acostumbraremos

a las nuevas ideas tan pronto como queramos y como nos veamos en la necesidad de

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hacerlo. Por todos lados la ciencia se está introduciendo en campos del conocimientoque no pueden separarse del laboratorio y nos está urgiendo a que lleguemos a con-clusiones en materias en las que no podemos esperar poder trazar un proceso causal.Podría parecer que sobrecargamos la noción que tenemos de ciencia con�ando en queencontraremos algún método común de abordar los problemas de la física y la economía,de la evolución y la petroquímica, de la medicina y la meteorología, de la psicologíay los bombardeos aéreos sistemáticos. Nos hemos acostumbrado a imaginar la cienciamisma como dividida en compartimentos de especialidades más y más reducidas, y ensí misma como un universo atómico de conocimientos que nada ni nadie puede esperardominar, Pero esto podría muy bien ser una ilusión. Las distintas ramas de la cien-cia pueden parecer tan separadas sólo porque nos falta el método común sobre el quese desarrollan y que las mantiene orgánicamente unidas. Contemplemos el estado delconocimiento en el año 1600; las ramas de la ciencia y de la especulación parecían tandiversas y especializadas que nadie podía predecir que convergirían en un mismo puntocuando Descartes y Hobbes introdujeron el concepto uni�cador de causalidad. De modotan sorprendente como este, el concepto de probabilidad estadística puede que llegue enel futuro a uni�car los desperdigados fragmentos de la ciencia. Hobbes y Newton trans-formaron completamente el concepto de ley natural: en vez de basarlo en la analogíade la voluntad humana, lo construyeron sobre las nociones de causa y fuerza. Pero estaanalogía con el esfuerzo humano va ahora borrándose. Nos encontramos en el umbral deotra revolución cientí�ca, en tanto que el concepto de ley natural se va modi�cando. Aprimera vista parece que las leyes de la probabilidad no siguen ninguna regla. Pero eneste capitulo hemos demostrado que pueden ser formuladas de modo tan riguroso comolas leyes de causa. Desde luego ya podemos considerar que abarcan un campo in�nita-mente más extenso de la experiencia humana en la Naturaleza y la sociedad. Y podríaser que diesen a este campo la unidad que le ha faltado durante los últimos cincuentaaños, y si lo logran, también lograrán darnos una nueva con�anza. Nos hemos vistobarridos por una gran ola de pesimismo, derivada de la sensación de desamparo que seapodera de nosotros cuando advertimos que nadie comprende los procesos profundosdel Universo. Puesto que la ciencia y el conocimiento se han roto en pedazos, hemosperdido la calma, Pero esto ya ocurrió a la antigua cultura clásica del Mediterráneo enel siglo XVII. El futuro estaba en hombres activos y decididos, llenos de optimismo, delNorte de Europa, que tomaron la noción de causa y �n, y con ella conquistaron la Nat-uraleza y el mundo. Ahora estamos buscando otro concepto universal semejante parauni�car e iluminar nuestro mundo. La palabra probabilidad no produce mucho consue-lo a nuestros oídos. Pero las leyes de probabilidad son vivas, vigorosas y humanas, ypueden devolvernos aquella visión que durante los últimos cincuenta anos tanto se hadebilitado.

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Hemos tratado en diversos puntos enmarañados y difíciles temas de la ciencia; mástodavía, en varios puntos cruciales, hemos escarbado la super�cie de los datos en buscade las capas �rmes sobre las que la ciencia se asienta. Empleamos precisamente lasimágenes de exploración y búsqueda porque el proceso de seguir paso a paso el sentidode la ciencia es un viaje de descubrimiento, y la dimensión de éste es la temporalidad.Como los viajes de los conquistadores españoles hacia las Indias fabulosas, la ciencia,incluso en lo más audaz, hace la voluntad de la Historia, y, a su vez, ayuda a decidirla dirección de la misma. Como la civilización y nuestra sociedad, existe en el marcoinmenso de la Historia; no existe, crece. La civilización no llega a los diez mil años deexistencia; en este espacio de tiempo el hombre ha creado el mundo que conocemos,desde Ur a Radio City, desde Confucio y Pitágoras a Rabelals y Einstein, y en estacorta y apasionada aventura, la ciencia ocupa un espacio todavía menor.La ciencia tal como la conocemos es, naturalmente, una creación de los últimos

trescientos años. Ha sido formada en el mundo y por el mundo que recibió su formade�nitiva alrededor de 1660, cuando por �n Europa se desembarazó de la larga pesadillade las guerras religiosas y ordenó la vida sobre la base del comercio y la industria. Laciencia se encarnó en estas sociedades, es un producto de las mismas al tiempo que lasha formado. El mundo medieval era pasivo y se regía por símbolos; veía en las formasde la Naturaleza la mano del Creador, pero a partir de los primeros balbuceos de laciencia entre los mercaderes aventureros italianos del Renacimiento, el mundo modernose convirtió en una máquina imposible de detener. El mundo, en el siglo XVII, pasóa ser el universo cotidiano del comercio, y los objetos de interés de la ciencia eran, deacuerdo con ello, la astronomía y los instrumentos de navegación, entre ellos la brújula.Cien años más tarde, en plena Revolución Industrial, el centro de interés se desplazóhacia la generación y utilización de la energía. Este impulso � extender el poder delhombre y las posibilidades del trabajo cotidiano� continúa siendo desde entonces elnuestro. En el siglo pasado se pasó del vapor a la electricidad. Luego, en 1905, enaquel maravilloso año en que a la edad de veintiséis años publicó unos trabajos quefueron decisivos para el avance de tres diferentes ramas de la física, Einstein formulópor primera vez las ecuaciones que sugerían que la materia y la energía son estadosintercambiables. Cincuenta años más tarde, dominamos una reserva de energía en unamateria casi tan grande como el sol; ahora sabemos que éste produce su calor paranosotros aniquilando su materia.Estos grandes movimientos históricos se encuentran en la base de todo lo que pueda

decirse acerca de la ciencia. Deberíamos sentirnos orgullosos de su participación en laciencia y de la que la ciencia tiene de ellos. En estos movimientos, la in�uencia real, lainterconexión de todas nuestras acciones, alcanza niveles mucho más profundos que lasimple super�cie de la sociedad: la pantalla de radar, la calefacción y las píldoras devitaminas de nuestro siglo, o el pan blanco, los zapatos de cuero, los vestidos de algodóny el somier metálico de la Revolución Industrial. La ciencia se ha introducido en la viday la estructura de la sociedad hasta el punto de que el hombre que vive en una huerta de

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Kent y el que dibuja cómica con rubias heroínas en naves espaciales puede considerarseque deben su mercado a nuestra sociedad técnica. Y si uno no puede dar empleo a niñosde diez años, y el otro tiene que sazonar sus dibujos con torturas re�nadas y sexy, estasensibilidad, buena y mala, es, sin duda, una creación de la ciencia. La vida humana esvida social, y no existe ninguna ciencia que en algún aspecto no sea social.Por esta razón, hemos considerado siempre las ideas de la ciencia en el marco de su

época. De año en año van desarrollándose hasta que al �nal la con�guración generalaparece totalmente cambiada. Este desarrollo, sin embargo, no tiene lugar en el espaciovacío, ni siquiera en un espacio abstracto en que no hay nada más que ideas. Tienelugar en el mundo, el mundo racional y empírico. La superioridad y la grandeza de laciencia residen en último término en que en ella se juntan lo racional y lo empírico. Laciencia es dato empírico y re�exión que se dan consistencia de modo reciproco.

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Con todo, deberíamos trazar un mapa de la tierra que hemos explorado, y es ahoracuando ha llegado el momento de dejar a un lado la Historia y los demás instrumentosde ayuda en nuestra trayectoria. Incluso siguiendo los estadios de crecimiento de laciencia, hemos llegado en los últimos capítulos a preguntarnos más o menos cuál es labase del método cientí�co actual. Ahora es el momento de recapitular todo lo que hemosdescubierto a lo largo de nuestro recorrido hasta este punto. El mapa que trazamos espor así decirlo un mapa geológico: indica las capas sobre las que se asienta nuestracapacidad técnica, porque la capacidad manual y la intelectual van juntas. Como losfabricantes de instrumentos y los constructores de máquinas del siglo XVIII mostraron,nuestra comprensión de la Naturaleza sólo puede ser tan exacta como las partes de lamáquina con las cuales la exploramos y controlamos. Del mismo modo, como el progresoentero de la física cuántica ha mostrado desde las primeras ecuaciones de Max Plancken 1900 hasta las pilas atómicas actuales, nuestra fortuna técnica se basa en la habilidady audacia intelectuales para pensar a través de las implicaciones de la experimentaciónsin tener en cuenta nuestros hábitos derivados de la �losofía, lanío si son escépticoscomo materialistas.Tanto si son lo uno como lo otro, estos hábitos están profundamente arraigados

en el proceso que nos ha conducido a pensar que la ciencia tiene que comprender elmundo real. Todos somos conscientes, aunque raramente pensamos en ello, de que todaprevisión humana depende de que reconozcamos o pongamos algún tipo de orden en elUniverso. Tanto como la teneduría de libros, el gobierno o el ir de compras el �n desemana, la ciencia es la actividad de ordenar nuestra experiencia. Esto es cierto inclusopara la ciencia de Tomás de Aquino. En los siglos XVI y XVII se añadió una nuevasuposición acerca del tipo de orden que la ciencia se propone encontrar o formular. Entérminos generales esta suposición puede enunciarse así: la ciencia se desembaraza de losángeles, las hadas azules con narices encarnadas y demás sujetos cuyas intervencionesreducirían la explicación de los acontecimientos físicos a términos del todo diferentesde los físicos. El Universo en sí está ordenado; el Universo es una máquina.

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Para representar el movimiento de esta máquina, describimos generalmente un mod-elo compuesto de unidades simples y que obedecen unas leyes también simples, unidadescuyos movimientos aparecen luego que se desarrollan exactamente en aquellos puntosdel espacio y el tiempo en que el experimento puede confrontarlos al mundo físico. Noimporta si este modelo está compuesto de poleas, resortes y tubos catódicos cuyo com-portamiento nos es ya familiar, o si es simplemente una serie de ecuaciones para resolver.Uno y otro son modelos. La verdadera esencia del modelo es que es una construcciónaxiomática como la de Euclides. De hecho postula que el Universo está constituido porunidades, átomos, células o re�ejos repetidos que obedecen a unas leyes determinadasy cuyo comportamiento es simplemente la acción de estas leyes a través del tiempo.Para terminar dejamos por supuesto que estas leyes deben tener la forma de los

axiomas de Euclides, que determinan lo que ocurre cuando trazamos una con�guracióndada de líneas, y lo determinan de modo preciso y de�nitivo. Si dibujamos tres líneasque se entrecruzan por pares en tres puntos diferentes, habremos dibujado un triángulo,la suma de cuyos ángulos es ciento ochenta grados. Estas líneas no constituyen unasveces un triángulo y otras veces otra cosa. Los ángulos no suman ciento ochenta gradossiete de cada diez veces y otro número las restantes tres décimas partes, ni es tampocoaproximadamente ciento ochenta grados, con un cierto margen de incertidumbre. En elmundo de Euclides, todo ocurre tal como ha sido previsto. Así pensaban los matemáti-cos, hasta la reciente perturbación ocasionada por la existencia de teoremas que nopodía demostrarse si eran verdaderos o falsos. Desde luego, ocurre que el universo deEuclides no contiene el tiempo y esto lo distingue del nuestro de modo decisivo. Noobstante, nos hemos acostumbrado al cabo de trescientos años a pensar que todas lasleyes deben ser precisas, determinadas e invariables. En un universo que contiene eltiempo, son leyes causales, y éstas son las que hemos llegado a considerar esenciales enla ciencia.Esto es lo que hemos intentado mostrar con detalle en este libro. Además hemos aña-

dido también otro tipo de ley que puede ser introducida en un universo dinámico. Esteuniverso tendrá un orden especí�co, será una máquina, y puede ser representado por unmodelo, aunque no tengamos necesidad de él. Sin embargo, se distingue esencialmentedel euclídeo porque las leyes que lo rigen tienen una forma distinta: la probabilidadreemplaza la causalidad. Pero en el mapa que estamos trazando, debemos mirar un niv-el más profundo. Debemos mirar por debajo de las diferencias metodológicas el origende las mismas en la naturaleza de la ciencia tal como la concebimos ahora. ¿Cuál esla naturaleza de la ciencia? Esta es la cuestión que planteamos en este capitulo. Desu respuesta deberán desprenderse directamente los nuevos métodos de la ciencia, y eneste punto nuestra especulación tiene que ser más penetrante y original.

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Si empezamos por el principio, debemos comprender que todos somos parte del Uni-verso que observamos. No podemos dividir el Universo en, por un lado, nosotros, comoespectadores, y todas las demás cosas, por otro, como un espectáculo que observamos

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a distancia. Esto podría parecer simplemente como una indicación �losó�ca, y, desdeluego, es posible basar bastante ciencia efectiva en una falsa �losofía: fabricar máquinasde vapor, licuar el nitrógeno del aire y resolver varias ecuaciones diferenciales. Perollega el punto de precisión en que estas técnicas toscas y fáciles fracasan, y entoncesya no es posible encontrar las respuestas correctas hasta que disponemos de la nocióncorrecta de qué es lo que estamos haciendo. En este punto nuestra �losofía tiene que sercorrecta, si �losofía es el término conveniente para designar esta actitud crítica respectoa nuestros propios hábitos de pensar. Debemos mirar no hacia alguna visión abstractade la ciencia, sino a los procesos reales que completamos cuando practicamos la ciencia.Hemos citado antes el ejemplo concreto más notable de esto. Desde Newton, los físi-

cos han descrito el Universo como una red de acontecimientos. Pero la física no consisteen esto, sino en observaciones, y entre nosotros y el acontecimiento que observamosdeberá pasar una señal � un rayo de luz tal vez, una onda o un impulso� que nopuede ser separado de la observación. Esto es lo que Einstein demostró en 1905. Dehecho se le ocurrió cuando, estudiando las discrepancias existentes en el interior de lafísica, se preguntó cómo en realidad podría efectuarse lo que Newton daba por sentado,a saber, comparar el tiempo en dos lugares separados. Una vez planteada la preguntaasí, cualquiera puede responderla: no puede establecerse ninguna comparación entre doslugares diferentes sin enviar una señal y observar su llegada. La intuición no está enresponder la pregunta, sino en plantearla. Acontecimiento, señal y observador: ésta esla relación que Einstein descubrió como la unidad fundamental de la física. La relativi-dad equivale a comprender el Universo, no como series de acontecimientos, sino comorelaciones.Algo parecido a esto es lo que durante algún tiempo han declarado algunos �ló-

sofos: la ciencia tiene que desembarazarse de las abstracciones y construir su sistemasólo a partir de lo realmente observado. Pero Einstein fue el primero en tomar en seriola �losofía; la formuló en ecuaciones. Al cabo de unos pocos años los físicos se sor-prendían al descubrir que explicaba el comportamiento errante de Mercurio y predecíala curvatura do la luz al pasar cerca del Sol.Recalcamos este ejemplo sacado de la física macroscópica por esta razón. A menudo

suelen citarse ejemplos sacados de la física cuántica para demostrar que el mismo actode observar afecta a las partículas que estamos mirando, del mismo modo que un conejose escapa de la luz de los faros del coche en la noche. Así, resulta difícil efectuar, enciencias sociales, un sondeo de la opinión y formular la pregunta de forma que no puedapredisponer las respuestas. En psicología, el método de plantearse uno mismo unaspreguntas ha resultado ser sumamente falible: no se puede escrutar la propia mente ypretender uno mismo que no está observando. Con todo, ninguna de estas di�cultades estan fundamental como la que Einstein reveló. En todos estos ejemplos, la observación seintroduce meramente en el experimento. Pero la relatividad profundizó más y demostróque las observaciones son la materia prima de la ciencia.A causa de unos determinados hábitos, este punto cuesta bastante de comprender.

Lo aceptamos durante el experimento, y cuando ha terminado hacemos marcha atráselaborando un modelo cuyas piezas no son observaciones, sino cosas idealizadas. ¿Por

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qué no?, preguntamos; no es más que un modelo. Y, ciertamente, funcionará bastantebien como modelo aproximado de grandes acontecimientos, tales como eclipses y presashidroeléctricas, o la acción de la penicilina de detener la proliferación de las arterias.Pero cuando tratamos de efectos que nos interesa conocer con suma exactitud tenemosque ser más modestos y realistas. Porque entonces debemos emplear la ciencia tal comoes, o sea, como un conjunto de observaciones ordenadas de tal modo que nos dicen loque podemos esperar observar en el futuro.

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Al emplear la palabra «observación» nos damos cuenta de que hemos trazado unaimagen demasiado pasiva de los procesos de la ciencia. Podemos sentimos tentados aimaginar el Universo como un cuerpo que sigue su enorme camino y que sólo impresionaal cientí�co con algún re�ejo pasajero de su imperturbable movimiento. Esto seria unserio error. Desde luego ensancharía el abismo entre el mundo y el experimentador,abismo que hemos intentado colmar. La ciencia no es solamente racional, también esempírica; la ciencia es experimentación, o sea actividad ordenada y meditada. La esenciade la experimentación y de toda ciencia es que es activa. No escruta el Universo, lo palpa.Desde luego, esto no es una característica peculiar de la ciencia. Todo lo vivo es

acción, y la vida humana es acción pensada. Si esto resulta su�cientemente evidente encalidad de enunciado acerca de lo vivo, requiere todavía que sea recalcado respecto a laciencia: ésta es una actividad característica de la vida humana. El rasgo sobresalientede la acción humana es que es una elección planteada a cada momento entre lo quecreemos que son los diversos posibles caminos que se nos ofrecen. Los hombres puedenconcebir estas alternativas y los animales probablemente no; pero tanto en unos casoscomo en otros, la acción signi�ca elección, incluso cuando suponemos que la elecciónes libre o efectuada bajo alguna coacción. En unos como en otros, la acción va dirigidahacia el futuro. Los hombres tienen conciencia de esta tendencia, y escogen una accióny no otra porque confían que les llevará a un tipo de futuro más que a otro. Hemos deañadir que esta a�rmación se re�ere a lo que hacen, tanto si creemos que su elección eslibre o determinada.A nuestro Juicio ésta es la indicación más importante que podemos hacer, y que,

de modo paradójico, ha despertado menos atención en el pasado. La característicade los seres vivos es de que sus acciones tienden al futuro, En términos más directospodemos decir que ésta es simplemente la característica de la acción; pero nos pareceuna abstracción inútil, puesto que acción y vida son nociones intercambiables. Los serescambian, hoy son diferentes de ayer, y las acciones que hoy efectúan van dirigidas haciamañana. Las enzimas en una célula no saben que lo que hacen hará que la célula empiecea dividirse al cabo de veinte minutos a partir del momento de su intervención, pero sino lo logran, ni ellas ni la célula tendrán futuro: morirán. No conocemos qué pone enmovimiento el ciclo de la vida del gusano de tierra, la tenia o el roble; pero sabemosque cada estadio de este ciclo es una disposición para el siguiente, y que si el organismono alcanza la disposición completa, muere. El mecanismo de ordenar esta disposición es

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extraño y complejo: vemos la oscuridad y cerramos los ojos, oímos un ruido y nuestrasglándulas inyectan adrenalina a nuestra sangre, de tal manera que el pulso se acelera,los músculos se ponen tensos y los nervios están alerta. Pero en cada caso nuestrasacciones apuntan a algún futuro oscuramente entrevisto. Esto es cierto para la célulamás primitiva, y para las montañas de erudición de Gibbon, aunque sólo fuera por elplacer de forjar una sonora nota a pie de página.Todo esto está oculto en el proceso de la vida, pero aparece claro y explícito cuando

buscamos las leyes cientí�cas, porque, desde luego, una ley cientí�ca es una normapor la cual guiamos nuestra conducta e intentamos asegurarnos de que conduzca a unfuturo conocido. La ley formula nuestra anticipación del futuro de modo sistemático,como una especie de taquigrafía. Y cuanto más amplias son las condiciones en quese aplica la ley, y más compacta es, por así decirlo, su taquigrafía, más poderosa ynotable la consideramos. Pero una ley cientí�ca di�ere de nuestro modo habitual deorientar nuestras acciones hacia el futuro sólo en el hecho de que es más sistemáticay explícita. Todos somos seres que miran hacia adelante. La vida es un proceso demirar hacia adelante. Va hacia el futuro del mismo modo que los insectos que vuelanhacia el foco de luz. Naturalmente sólo las cosas vivas atraviesan procesos, como elenvejecimiento y la muerte, por los cuales se puede describir el futuro a partir delpasado. Estos procesos revelan el tiempo, mientras que no hay nada en el mundo inerteque nos permita describir con facilidad el pasado a partir del futuro. En la mecánicaclásica no se asigna una dirección determinada al tiempo; el Universo seria igual aunquecada átomo del mismo girase hacia atrás.

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La clave de la acción de los seres vivos es que va dirigida hacia el futuro; tienenun modo de saber lo que va a ocurrir la próxima vez, o más exactamente, cómo obraren previsión de lo que va a ocurrir inmediatamente después. La mayor parte de estesaber es inconsciente. No hay por qué asombrarse de esta capacidad de previsión, oen todo caso no hay por qué considerarla más sorprendente que el resto del mundo.Es evidente que ha sido siempre la condición para la supervivencia de los seres vivos,individuos y especies. A menos de que puedan adaptarse al futuro, e interpretar susseñales de antemano, están destinados a perecer. Cualesquiera que sean los ritmos y lasuniformidades de la Naturaleza, lo que ha sobrevivido de la vida ha tenido que estarnecesariamente en concordancia con todo; ésta es la condición de la supervivencia. Sedice que Galileo descubrió en la catedral de Pisa, en 1583, un péndulo que señalabaaproximadamente un tiempo �jo poniendo en contacto una lámpara oscilante a su pulso.La anécdota ilustra nuestra idea de una manera clara y simbólica, porque, desde luego,todo lo que Galileo, o nuestro doctor o cualquier otro ha descubierto es no que el pénduloo el pulso señala un tiempo �jo, sino que ambos señalan el mismo tiempo. Sea cual seasu ritmo, mantienen el mismo. Consideramos que el mundo es regular del mismo modoque lo encontramos hermoso, porque estamos ajustados a él. Leibnitz llamó a esto laarmonía preestablecida, y la convirtió en el pilar central de su �losofía.

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Hemos explicado que al emplear esta previsión, tanto inconscientemente en el campode los instintos y hábitos como conscientemente por re�exión, loa seres vivos han tenidoque adaptarse o perecer. Podríamos enunciar esto mismo de modo más acusado: el actode prever es en si la adaptación al futuro. Por este acto, los individuos se adaptan, asícomo las sociedades y todos los grupos de seres vivientes. De este modo la adaptaciónde una especie al medio ambiente es una lenta acción dirigida hacia el futuro, acciónen la que todo el grupo interpreta las señales, tanto de la llegada de una época glaciarcomo de la erosión de un continente, e inconscientemente cambia su estructura paradescubrir la posibilidad de supervivencia.Hemos repetido la palabra «inconscientemente» porque no implica nada que tenga

que ser comprendido racionalmente o deseado de modo consciente. Para la totalidad delas especies, el mecanismo de adaptación puede ser bastante impersonal, puede inclusooponerse a la supervivencia del individuo, como la picadura de la abeja que le acarreala muerte. La selección opera inevitablemente en el presente, y, no obstante, las especiesse adaptan también inevitablemente al futuro: las generaciones se preparan cada unapara la siguiente. No hay por qué ver detrás de este proceso un espíritu rector ni un �ndeterminante. Es, repetimos, la condición de la vida misma del individuo y las especies.El presente no es como el futuro, pero tampoco es completamente diferente; es unaseñal del futuro; y los seres vivos, tomados individualmente o agrupados en especies,son pronosticadores que interpretan la señal de tal modo que se disponen para el futuro.La idea de una máquina que pronostique el futuro es absolutamente nueva. Pero es

de extraordinaria importancia y debemos acostumbramos a ella. De hecho abarca todaslas acciones básicas de los seres vivos, desde la búsqueda del alimento en la célula maspequeña hasta las creaciones más atrevidas de la imaginación humana. Según nuestroparecer, nos proporciona un profundo conocimiento de la función y los procesos de lamente humana, procesos que habían sido relegados al olvido por las viejas �losofías.Además no hemos de sorprendemos porque es difícil ver todo el alcance que podríatener una máquina que pronostique hasta que no se ha intentado construir una.Una máquina que prediga el futuro se sirve de la información sobre el pasado y el

presente con el �n de prever el futuro. En la naturaleza de las cosas, ni su informaciónni sus previsiones pueden ser completas. Pero tampoco intenta que lo sean: no buscaser una versión de bolsillo del hipotético ángel de Laplace, una especie de Tiresiascientí�co que lo sabe todo y que lo ha previsto todo. Una máquina que pronostiquetoma su información en forma de señales, y su mecanismo interpreta estas señales paraanticipar el futuro; esta acción es un proceso ininterrumpido. Capta continuamenteseñales incluso cuando está trabajando en la predicción del futuro, y las transmite almecanismo de forma que, por decirlo así, continúa escrutando el futuro a cada instante.Esta imagen es igualmente aplicable a un mecanismo pronosticador que está siguiendoa un avión para que los cañones puedan alcanzarlo en el momento correcto, o a unmurciélago que envía sus chillidos en onda corta para detectar los obstáculos, o a losmecanismos que mantienen la temperatura de nuestro cuerpo constante o que envíansangre al cerebro cuando estamos pensando. Lo que hemos llamado la interpretación deestas señales es en sí una actividad fascinante, porque en cada sistema mecánico, vivo

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o fabricado, implica una elección del signi�cado del mensaje a partir de las oscilacionessin sentido que se transmiten con él. Desearíamos, no obstante, mostrar la relaciónesencial: el presente proporciona una serle de señales, que continuamente transmitenun sentido que anticipa el futuro, A cada momento la máquina tiene que reunir en untodo las señales que capta; la función del proceso es una síntesis, no un análisis.

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Lo que nos interesa es la ciencia, donde el proceso de predicción es consciente yracional. Incluso en los seres humanos no es este el único tipo de predicción. Los hombrestienen intuiciones profundas que ciertamente no han sido analizadas de modo racional,y algunas de las cuales no lo serán nunca. Podría ser cierto, por ejemplo, como se hapretendido algunas veces, que la mayoría de la gente se siente un poco mejor al adivinaruna carta no vista, y algunas personas mucho mejor, de lo que se sentiría una máquinaque escoja sus respuestas sólo al azar. Esto no es nada sorprendente, porque, sea cualsea la mente humana, ciertamente no es una máquina que formula sólo adivinanzasfortuitas, como una tabla de números al azar. Ciertamente la evolución nos seleccionarápidamente porque poseemos dotes de previsión a un nivel muy superior al de losdemás animales. La inteligencia racional es un don, y en el fondo es tan notable comoinexplicable. Y allí donde la inteligencia racional se vuelve hacia el futuro, y a partir deexperiencias pasadas, saca inferencias para un mañana desconocido, su éxito es casi unmisterio tan grande como los muy modestos éxitos de incluso los más dotados adivinos� fuera del escenario del music hall� que hayan existido nunca.Hay aquí dos puntos que es necesario ver más claramente. El primero es una vieja

confusión. Durante doscientos años, los �lósofos han establecido una distinción entre ra-tonar por puros procesos deductivos, como podemos ver en Euclides, y el razonamientoinductivo, que proyecta la experiencia del pasado en el futuro. Pero esta distinción esmuy apreciada. Todo lo que puede decirse acerca del método deductivo es que podemosdeterminar sus procesos y formular de modo preciso sus reglas para decidir lo quees aceptable. Pero las sanciones por creer que sus conclusiones serán verdad mañanaporque eran verdad ayer no son diferentes de las que se aplican a cualquier otra teoríaque pretende tener validez para el futuro. Si un triángulo tiene tres lados iguales, sus tresángulos serán iguales, decimos. Pero lo que queremos decir es que los tres ángulos soniguales; hemos deducido que lo son por medio de cálculos lógicos que siempre han dadobuenos resultados. Si decimos que los tres ángulos serán iguales, luego queremos decirque estos cálculos continuarán siendo lícitos y que producirán resultados verdaderos enel futuro. Esta pretensión es de hecho una típica inducción del pasado al futuro.El segundo punto aparece a un nivel más profundo. Existe una suposición tácita en

todas nuestras especulaciones de que el ideal de la ciencia es formular predicciones quesiempre se cumplirán. Ansiamos la máquina de predecir de Laplace, que sería perfectapara conseguir que todas las respuestas fuesen correctas. Esto equivale a decir quequeremos un modelo que no se distinga del mundo real en cada observación. Pero ésteno es el objetivo. Aquí aparece claramente expresada la diferencia entre el modelo y la

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máquina de predecir. He aquí por qué introducimos la palabra «predecir» ; no es unamáquina que pretenda mostrar el futuro con antelación. Intenta preverlo, por el propioproceso del mismo, y sus predicciones no son siempre correctas. No supone que el futuroya existe, que puede ser invocado o conjurado anticipadamente con sólo ordenarlo. Nopretende decir nada más que el futuro puede ser, en general, predicho, dentro de unosdeterminados limites de incertidumbre. Y puesto que hay incertidumbre, la máquinaprofeta a veces se equivocará.Debemos hacer frente al hecho de que en la naturaleza de las cosas las predicciones

resultan a veces equivocadas. Desde luego, lo que pretendemos es que sean correc-tas lo más a menudo posible y, por lo menos, que sean correctas con más frecuenciaque erróneas. Pero las previsiones pueden ser útiles incluso si son a menudo erróneas.Bromeamos acerca de las predicciones del tiempo que hará, pero en tiempo de guer-ra había que mantenerlas en secreto. En los principales procesos biológicos, como laevolución, la predicción equivocada desempeña una importante función. Los factoresgenéticos que, en una especie, permanecen incluso aunque su efecto sea el de impedirque ésta se ajuste bien al medio ambiente, son una especie de predicción errónea y, porasí decirlo, un error residual. Sin embargo, sin ellos, las especies no pueden adaptarsea nuevos cambios. Algunos monstruos pesadamente equivocados probablemente se ex-tinguieron por falta de estos medios de futura adaptación, del mismo modo que lasrazas puras de ratas blancas morirían si se las sacaba fuera del laboratorio para el cualhan sido criadas de un modo demasiado perfecto. Una aptitud para un determinadouso debe contener un elemento de inaptitud y �exibilidad para que pueda constituiruna aptitud para el cambio. Cuando Boligbroke y Paley declararon que el hombre estádiseñado como un reloj, que se ajusta a su funcionamiento perfectamente, no pensabanen la posibilidad de una futura evolución. De un modo característico, el siglo XVIII erapara ellos la cumbre y el punto �nal de la historia de la Naturaleza.En cambio, nos hemos acostumbrado a ver el Universo en movimiento y transfor-

mación. Tenemos una idea más clara de nuestros propios defectos, pero también hemosaprendido a no detenemos en ellos con afectación. Porque lo que es verdad de las es-pecies cuando se enfrentan al futuro es verdad también del individuo. Ambos se adaptanal futuro efectuando continuas correcciones, como hace toda máquina de predecir. Elproceso que se sigue es el de prueba y error, proceso al que llamamos de aprendizaje,y los errores forman una parte esencial del mismo tanto como los aciertos. Si ponemosun ratón en un laberinto y logra salir la primera vez, no quiere esto decir que hayaaprendido a escapar del laberinto. De hecho no aprenderá hasta que haya cometidoalgunos errores y aprenda a evitarlos. Un ratón puede aprender a partir de sus erroresmás rápidamente que otro, pero ni siquiera el ratón ideal del laboratorio de psicologíapuede aprender de otro modo que cometiendo algunas equivocaciones.El proceso de aprendizaje es esencial para nuestras vidas. Todos los animales su-

periores lo buscan deliberadamente. Son curiosos y efectúan experimentaciones. Unexperimento es una especie de inofensiva carrera de pruebas de alguna acción que ten-dremos que ejecutar en el mundo real, y es esto tanto si es efectuada en un laboratoriopor cientí�cos o por cachorros de zorra fuera de su terreno. El cientí�co experimenta y

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el cachorro juega; ambos aprenden a corregir los errores de juicio en un terreno en quelos errores son fatales. Puede que sea esto lo que les da este aire de felicidad y libertadal poner en práctica estas actividades.Es por esto que debemos comprender que por su misma naturaleza las predicciones

pueden estar a veces equivocadas. Sólo así podemos aprender en tanto que individuos yespecies. La ciencia aprende del mismo modo. Precisamente éste es el paso que dieronGalileo y Francis Bacon hace más de trescientos años, paso que dio origen a la cienciaactual. Porque hasta que pusieron en marcha la Revolución Cientí�ca, los hombrescreían que sólo un profundo discernimiento intelectual podía comprender la mecánica dela Naturaleza. Galileo y Bacon añadieron a esta exigencia de la razón la nueva exigenciade loa datos empíricos. Desde entonces, la veri�cación de una explicación cientí�ca hasido siempre en último término empírica: ¿Concuerda con los hechos? La ciencia ha sidoconcebida, aunque inconscientemente, como un proceso de aprendizaje, porque recurrira la realidad empírica en la especulación es admitir la posibilidad de error. La cienciaes un mecanismo de predicción en proceso de incesante autocorrección. El camino queva de la astronomía de Ptolomeo a la de Newton y luego a la de la relatividad esprecisamente una serie de estadios de aprendizaje en que cada uno de éstos corrige elpequeño pero demostrable error que se ha abierto entre la predicción y los hechos; nodebemos despreciar los errores, son el humus sobre el que se desarrolla el proceso de lavida. Al mismo tiempo que Peley trazaba la voluntad de Dios en la perfección de relojdel hombre, William Blake dijo con más modestia, pero con intuición más aguda:

«Ser un error y ser arrojado es parte de la voluntad de Dios.»7

Las ideas fundamentales que hemos estado desarrollando pueden resumirse así: todaacción de un ser vivo es un acto de elección orientado hacia el futuro. La máquina queimaginamos en la misma es un adivino que interpreta la información pasada y presentecomo señales para ajustarse a un futuro esperado. La interpretación y el ajuste nopueden estar libres de error, porque éste es esencial para el proceso de aprendizaje quelos rige.En todo esto hay una atrevida analogía entre el modo como aprenden los individuos,

el modo como las especies se adaptan y el modo como opera la ciencia. Pero, desdeluego, nuestro parecer es que no se trata meramente de una analogía, sino de unarelación íntima y verdadera. La ciencia no es una actividad especial, es algo común atoda actividad humana. Un italiano que va a Nueva York se acostumbra en seguidaa tomar cereales para desayunar. Existen pruebas de que la gente que come cereales,como grupo, adapta su mandíbula a su dieta mediante los lentos procesos de la selecciónnatural. Pero entre estos extremos se encuentra la actividad igualmente humana deldesarrollo cientí�co. La invención y popularización de los cereales en el desayuno es ensí una solución cientí�ca a un conjunto de problemas, que abarcan todo el camino queva desde la distribución del tiempo entre levantarse de la cama y coger el tren hasta elpleno uso de las más logradas comidas rápidas de Norteamérica.

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Lo que caracteriza a la ciencia como sistema de predicción y adaptación de los demássistemas del individuo y de la especie es que, en el fondo, es un método compartidopor toda la sociedad al mismo tiempo y de un modo consciente. A la vez esto implicaque la ciencia tiene que ser comunicable y sistemática. Las señales y predicciones debenser comunes para todos. A mi modo de ver, los �lósofos invierten el orden cuandodeclaran que la ciencia construye un mundo escogiendo todo lo que las experienciasde diversas personas tienen en común. AI contrario, la práctica de la ciencia suponela existencia de un mundo real y común, y presupone que el impacto del mismo sobrecada individuo que de él forma parte es a su vez modi�cado por este individuo en elsentido de que constituye su experiencia personal. No construimos el mundo a partirde nuestras experiencias, tomamos conciencia de él a través de las mismas. La cienciaes un lenguaje para hablar no acerca de la experiencia, sino acerca del mundo.Pero lo más sorprendente de las predicciones de la ciencia es que no son un conjunto

de conjeturas diversas. La ciencia es una forma de ordenar los acontecimientos, y el �nde sus investigaciones es encontrar las leyes en las que basar las predicciones simples.Lo que da el toque �nal a nuestra descripción es que la ciencia es sistemática por lo queal método se re�ere porque busca un sistema de predicción. El objetivo de la ciencia esordenar los casos particulares encuadrándolos en la estructura de una ley general.Una vez más lo que hemos dicho acerca de la ciencia no es algo exclusivo de la

misma. Toda conducta humana está modelada por lo que los individuos creen que sonleyes generales. Una persona que pretenda adivinar lo que va a ocurrir interpreta la señalpor un acto de reconocimiento que la enmarca en alguna categoría general. Suponemos,pues, que el futuro tendrá algún parecido general con los futuros que hemos vividoanteriormente y que siguieron a este tipo de señal, y nos preparamos para este futuroespecí�co. Vemos un par de pesas y las cogemos con fuerza para levantarlas; cuandodescubrimos que son de cartón, experimentamos una sensación desagradable porquenos resulta inesperada. Lo extraño acerca de las generalizaciones de la ciencia no es queabarquen un número de casos que rebasa los hábitos de un individuo. Es, de hecho, unadiferencia importante, pero no la esencial, que consiste en que las generalizaciones de laciencia son explícitas, lo cual es una consecuencia directa del hecho de que la ciencia escomunicada. El individuo no tiene nunca necesidad de hacer una lista de sus hábitos, esdecir, de sus generalizaciones, porque no necesita comunicarlos a nadie. Creerá formasde anticipar el futuro a partir de las señales presentes aunque no espere encontrar nuncaotra persona. Así lo hizo Robinson Crusoe; y Defoe demostró una asombrosa intuiciónpsicológica cuando describe el desorden en que se precipitó Crusoe cuando descubriólas pisadas, no porque Crusoe temiese la presencia de otras personas, sino porque lapresencia de éstas había dejado de formar parte de su mundo conceptual. Aunque nopodemos estar seguros de ello, es probable que algunos animales no posean ningunaforma de comunicación; sin embargo, es cierto que todavía desarrollan hábitos.El carácter explícito de estas leyes hace de la ciencia una actividad diferente, y este

carácter se deriva de la comunicación. La ciencia es la actividad de aprender, actividadejecutada por la sociedad entera, aunque esta sociedad divida sus tareas de tal man-era que ponga la responsabilidad de esta actividad en manos de unos pocos hombres.

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Por otro lado, las leyes de la ciencia son aquellos principios de predicción y adaptaciónal futuro que se aplican al conjunto de la sociedad y que todos sus miembros puedenaprender de modo explícito. Esta necesidad de conjunción simultánea de dos requisitos,utilidad universal y formulación explícita, es precisamente lo que hace que la descrip-ción cientí�ca del Universo aparezca tan extraña a nuestra experiencia personal. Comoindividuos no analizamos el Universo descomponiéndolo en células, coenzimas, mesones,genes y espacio curvo, porque éste no es el análisis que un individuo hace de su propiaexperiencia. Precisamente este análisis individual es el tema que tratan Berkeley, Hume,McTaggart y Moore, cuyas �losofías tienen su punto de partida en una situación per-sonal única. No debe sorprendemos que la ciencia y la �losofía se hayan distanciadopaulatinamente, en tanto que una y otra hablan de cosas distintas. El núcleo, la energíay el sistema nervioso central son entidades que descubrimos cuando buscamos el ter-reno común bajo las �uctuaciones fortuitas de la experiencia personal. Y las extrañaspropiedades que poseen son parte del precio que pagamos por explicitarlas. El mundochoca con nuestra experiencia de modo tal que podemos reconocerlo como voluntad,sentido, causa y efecto, y todas estas interpretaciones resultan ser admirablemente vál-idas como aproximaciones a la experiencia de todos nosotros. Pero cuando intentamospulir nuestro lenguaje para describir con detalle el mundo real en el que se basan nues-tras experiencias, tropezamos con las di�cultades de todo lenguaje. Ningún enunciadoexplícito, ningún lenguaje comunicable puede formular generalizaciones que sean másprecisas que los acuerdos comunes entre los que las utilizan. Por esto no podemos for-mular leyes cientí�cas que tengan una �nalidad mayor que la de los cálculos y reglas quepodemos compartir. Nuestras leyes de predicción están limitadas por nuestros erroreshumanos y necesarios. No hay nada dramático en esto, no es un defecto más trágico queotros que hacen que seamos humanos y no otra cosa, como el hambre o la ambición,Estas son las fuerzas que impulsan las sociedades humanas, y hemos demostrado queel error en la formulación de las leyes de la ciencia también participa de ambas.

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La base de la descripción que hemos trazado en este capitulo ha sido la relaciónentre el presente y el futuro. Es como si el futuro fuese Norte y la Estrella Polar;determina la dirección y la estructura de la actividad y el pensamiento tanto de lavida como de la ciencia. Por esto no nos sentimos inquietos por las di�cultades quelos �lósofos encuentran al intentar racionalizar el proceso de la inferencia o deducciónintelectuales. Los �lósofos quieren dar a la inducción acerca del futuro el mismo statusque la deducción tiene en una ciencia intemporal como la geometría. Además, ya hemosseñalado que, tan pronto como se usa la deducción en una ciencia que tiene en cuentael paso del tiempo, no tiene un status superior al de la inducción.El �lósofo y el hombre de la calle desarrollan normalmente sus especulaciones a partir

de una re�exión sobre el pasado y el presente, en calidad de base sólida del conocimiento.Pero esto no es útil por dos razones distintas. En primer lugar, sólo conocemos el pasadoy el presente de nuestra experiencia. El mundo real que compartimos con los demás

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resulta tan misterioso en el pasado y en el presente como en el futuro. Y, en segundolugar, es una grave equivocación suponer que el proceso básico del pensamiento esechar mano de lo desconocido, y que sólo así puede justi�carse mirar hacia el futuro.Exactamente es el sentido contrario del proceso de la vida. La anticipación del futuroes una actividad fundamental; los bebés hacen esto antes de nacer. La operación deanalizar el pasado y el presente es un proceso secundario, cuyo �n es que aprendamosa reconocer e interpretar las señales para el futuro. Seria absurdo preguntar por qué elfuturo ha de revelarse en concordancia con nuestro conocimiento del pasado. Esto noes más que plantear la pregunta al revés y convertirla en un sinsentido. Lo que hemosaprendido del pasado es conocimiento sólo porque el futuro con�rma que era verdad.La única pregunta que cuerdamente cabe plantear acerca del método de inducción

respecto al futuro es: ¿En qué nos basamos para preferir una predicción y no otra? ¿Porqué escogemos este curso posible de la acción más que este otro, en circunstancias en lasque el futuro que prevemos continúa siendo tan incierto sea cual sea el que escojamos?No basta con responder que una predicción contiene una zona calculada menor deincertidumbre que otra, porque como toda ley cientí�ca, este mismo cálculo presuponeuna preferencia, si no entre estas predicciones si entre otras más fundamentales. Esto,no obstante, no inducirá a nadie a decir que se ha con�rmado que una predicción escorrecta con más frecuencia que otra; porque el siguiente acontecimiento no es el mismoque el último, y, en realidad, porque no existe ningún modo de comparar acontecimientoscomo tales. No, nuestra elección no se efectúa entre previsiones, sino entre modos deprever. No preferimos una predicción determinada, sino una ley cientí�ca a otra. Y,naturalmente, las leyes, al contrario de los acontecimientos, pueden ser ponderadas porlos ejemplos pasados aunque deberíamos evitar la palabra «pasado» ; lo que realmentequeremos decir en otras ocasiones en que predecimos el futuro basándonos en estasleyes.Una de las di�cultades que han preocupado a los �lósofos y al hombre de la calle

sobre tales cuestiones, es que ofrecen una descripción del futuro sumamente estática.Imaginan el futuro como el pasado o el presente, ni más ni menos que un momento enla in�nita alfombra roja del tiempo que se desenrolla ante nosotros y se enrolla detrásnuestro. El futuro es como el presente, han dicho, sólo que en otro tiempo. Este errorse deriva de la descripción newtoniana del tiempo, en la cual éste no tiene ningunadirección y podría haber transcurrido en sentido inverso. Pero desde �nales del siglopasado se ha descubierto una propiedad física que da una dirección al tiempo. Es ésta:si observamos un chorro de gas que se escapa de un agujero, podemos decir qué partedel gas está más lejos del agujero, o sea, cuál se ha escapado primero, todo ello sin ver elagujero. La parte que salió primero tiene un desorden mayor y sus moléculas se muevenmás al azar. Han perdido la dirección impuesta por el paso del chorro por el agujero.Del mismo modo el paso del tiempo en el Universo está absolutamente marcado por elaumento del estado de desorden físico o azar; esto es lo que dice la segunda ley de latermodinámica. Cabe señalar que en sí es un efecto probabilístico, aunque sólo éste daal tiempo (y con él la causalidad) su dirección.El punto esencial es el que distingue el futuro del pasado: es la única ley general

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acerca del futuro a la cual nos ajustamos todos. No sabemos cómo experimentamos es-to, pero desde luego lo experimentamos. Naturalmente la propiedad esencial de la vidaes que se opone a esta corriente: la vida impone un orden creciente en cada momento,mientras que el Universo físico se arrastra hacia un desorden cada vez mayor. Incluso laprobabilidad de adivinar una carta no vista no está más allá de las fronteras de lo intel-igible, una vez que hemos comprendido que el futuro tiene unas propiedades especí�casque lo distinguen claramente del presente. Lo distinguen claramente, pero en un senti-do estadístico: porque el futuro se diferencia del presente por contener estadísticamentemás azar. Adivinarlo seria inexplicable sólo si se acertase siempre.

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8. Verdad y valor

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Las personas que se inquietan ante los cambios que la ciencia ocasiona en su mundo,generalmente sólo tienen en cuenta los cambios técnicos: el aeroplano, las bombas,la costumbre de leer los periódicos, el desplazamiento del bienestar y las discusioneshogareñas respecto a la televisión. Pero bajo estos cambios existe en todos nosotrosuna división más profunda entre los hábitos sociales de nuestros días de estudiantes ylos nuevos hábitos del pensamiento. Nos inquieta la existencia en nuestra conducta dedos aspectos opuestos: lo que siempre se nos ha ensenado a considerar como valores,y, por otra parte, el éxito en el mundo. Cada día nos enfrentamos con acciones de lasque nuestro código de conducta nos hace sentirnos avergonzados, pero que encontramosútiles si tenemos que enfrentamos con los duros hechos de la sociedad.No reprobamos conscientemente a la ciencia por ello hasta que revela algún peligro

inevitable, como el que ha planteado a nuestra época la bomba atómica. Pero estoejemplo es meramente un símbolo. Más allá de todas nuestras acciones se extiende unasombra mayor: ¿Cómo escoger entre lo que se nos ha enseñado a considerar correctoy lo que indiscutiblemente ocurre? Esta comprobación empírica del éxito se hace másacuciante a medida que nos vamos acostumbrando a verla en la ciencia. El hecho dehabituarse a un esquema empírico no tarda en afectar las creencias tradicionales, inclusoen el campo de la ciencia. Ha costado mucho durante seiscientos años cambiar los moldesaceptados como buena y recta conducta.Desde luego, estos moldes no han permanecido intactos desde los tiempos de William

de Ockham. Los ideales de lo que es bueno han sufrido lentos pero notables cambios,incluso en el interior mismo de la Iglesia; si no fuera así todavía se llevarla a la hogueraa brujas y herejes. Resulta bastante evidente que los ideales del Renacimiento no son losmismos que los de los Padres de la Iglesia, y más recientemente, que las virtudes protes-tantes di�eren de las católicas, las cuales han asimismo cambiado; la doctrina medievaldel precio justo ha tenido que cambiar profundamente antes de que un papa4 pudiera es-cribir la Rerum novarum, en 1891. Vemos también en qué se han convertido las virtudescristianas en la doctrina metodista de principios del siglo pasado; cómo, de modo bas-tante inconsciente, se ha desplazado el énfasis puesto en la caridad y la verdad amorosahacia las virtudes socialmente importantes del ahorro, la sobriedad, la frugalidad y laindependencia. También nosotros hoy estamos en un estado de modi�cación, pero noporque nos hayamos desembarazado de alguna antigua idea de perfección absoluta, sinoporque como en cada época, la nuestra intenta redescubrir su propia conciencia.Tampoco la ciencia es el único fermento activo. Hemos dicho repetidas veces en este

libro que la ciencia es una parte, una parte característica, de la actividad humana engeneral. En el último capitulo hemos tratado de demostrar que el método cientí�co esel método de toda investigación humana, que se distingue de los demás sólo en que esexplícito y sistemático. Esto aparece claramente cuando tratamos problemas de recto

4Se trata de S.S León XIII (Vincenzo Gioachino Pecci [1810 - 1903])

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juicio y buena conducta. En ningún momento se ha creado un gran libro a una obra dearte importante que no haya sido considerada inmoral por las gentes de vieja tradición.Los judíos todavía consideran inmoral el Nuevo Testamento, y los cristianos el Corán.Savonarola consideró licencioso el arte �orentino, y cuando George Eliot escribió sobreél en el siglo pasado, se consideró también licencioso, a él, y lo mismo pensaron de ellosus críticos. La Apologie for Poetry de Sidney es ahora un libro de texto en las escuelas,como también lo es Defence of Poetry de Shelley. Sin embargo, Sidney defendía todaliteratura de la acusación de ser corruptora de los hombres; esto ocurría en los mismosalbores del �orecimiento artístico de la época isabelina, y gran número de personasfueron a la cárcel por vender los poemas de Shelley. El áspero estilo de los escritos deSwift fue proscrito porque escandalizaba la sensibilidad religiosa de la reina Ana. Ennuestros días, Thomas Hardy, James Joyce y D, H. Lawrence han sido prohibidos porultrajar y socavar la moralidad. Sin embargo, es absolutamente seguro que sus obrassobrevivirán cuando los elegantes y decentes críticos de la época hayan sido olvidados.Con frecuencia el ataque a una nueva perspectiva artística se desarrolla en un terreno

ligeramente diferente. Un libro o un cuadro puede ser considerado pernicioso para elpúblico no por ser inmoral, sino por estar desprovisto de moral. En su día Rafael fuecriticado por ser amoral, como también lo fueron Whistier y los prerrafaelitas. Enliteratura. Ana Karenina, de Tolstoi, fue tachada de amoral, junto con muchas otrasobras de novelistas y dramaturgos rusos; y la lista de dramaturgos ingleses acusadosde estar faltos de todo sentido moral va desde la Restauración hasta Oscar Wilde yBernard Shaw.

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Ésta es la acusación que suele formularse, por regla general, contra la ciencia. Conello no quiere decirse que la ciencia sea de modo activo antimoral, sino que no contienemoral de ningún tipo. Esto implica que, por tanto, alimenta en las mentes de los quela practican una indiferencia para con la moral que con el tiempo llega a atro�arles lacapacidad de Juzgar rectamente y el imperativo de una buena conducta.Esta acusación me parece tan falsa respecto a las ciencias como a las artes. Nadie

que hoy piense un poco acerca de Ana Karenina cree que está desprovista de moraly que no emite ningún Juicio de valor sobre las complejas acciones de su heroína, sumarido y su amante. Al contrario, encontramos que es un libro mucho más profundo ymás emocionante que un centenar de convencionales novelas acerca de este triángulo,porque muestra más cuidado, comprensión y compasión en el estudio de las fuerzasque arrastran a sus hombres y mujeres. No es una obra convencional, es una obraautentica. Y por auténtica no entendemos alguna probable correspondencia entre lanoticia aparecida en un periódico sobre una mujer que desesperada se echó al tren y elhecho en si. Entendemos, sí, que Tolstoi comprendió a las personas y los acontecimientos,y vio en ellos la interrelación entre las personalidades, las pasiones y las convenciones,y el Impacto sobre ellas de las veleidades de los acontecimientos exteriores. Hoy en díano reconocemos la validez de ninguna ética o escala de valores que no admita esto.

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No existe un sistema de moralidad que no asigne un elevado valor a la verdad yal conocimiento, en particular a un conocimiento consciente de sí mismo. Por tanto,es extraño que se cali�que de amoral a la ciencia, y por parte de personas que en suspropias vidas asignan un elevado lugar a lo verdadero. Porque sea lo que sea lo que setenga en contra de la ciencia, no puede negarse que su criterio último de juicio es de quealgo sea verdadero, Si algún sistema puede pretender una consideración más fanáticapor la verdad de Lao-Tse y los puritanos de Massachussets es ciertamente la ciencia.No podemos, desde luego, presentar la verdad o los demás valores humanos de forma

tan simple. Tenemos que observar más detenidamente y ver si, en ética o ciencia, laverdad no va más allá de una simple �delidad a los hechos. Podemos considerar estainvestigación sobre la verdad como un test para la ciencia, sobre el que poder basar laproblemática más amplia acerca de si la ciencia posee o no sus propios valores. Pero noperdamos de vista el punto que nos interesa. Sea lo que sea lo que entiendan por verdad,aquellos que están orgullosos de su conducta y los valores sobre los que la basan hacenacopio de �delidad en sentido literal. Se avergüenzan de basarse en los datos empíricos yen la intencionalidad. Pero este respeto supremo por la �delidad a la verdad la compartela ciencia. T. H. Huxley fue un agnóstico. Cli¤ord, un ateo, y conozco por lo menos ungran matemático que es un ser insigni�cante. Sin embargo, todos ellos asientan su feen la ciencia con una adhesión incondicional a la verdad y al irresistible imperativo dedescubrirla. Todos ellos desprecian la gris llamada a la conveniencia, que es la impresióndigital del administrador delegado que marchita todo lo que toca.

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En los últimos treinta anos se ha desarrollado una escuela �losó�ca que parte de laestrecha noción de que ser verdadero signi�ca ser comparable de hecho. Va más allá ysostiene que ninguna proposición tiene sentido si no puede sometérsela, por lo menosen teoría, al test de la verdad factual.Este test debería limitar nuestra seria discusión acerca de lo que el hombre de la

calle llama materias cientí�cas, que pueden ser determinadas y veri�cadas con exacti-tud. Rechaza enteramente tópicos tales como valor, ética y sentimientos, pretendiendoque la discusión de todos ellos puede ser reconfortante e incluso divertida, pero queestrictamente hablando no tiene sentido. «La virtud es su propio premio» constituyeen esta �losofía un poco de buen consuelo sin sentido; los �lósofos sensatos discutenenunciados del tipo «el agua se compone de hidrógeno y oxígeno» . Aquí tenemos una�losofía en que la ciencia parece haber pasado al contraataque, replicando a la acusaciónde que no contiene valores con la escueta observación de que los valores no tienen muchosentido.Pero, como ocurre con frecuencia cuando los �lósofos se ponen del lado de la ciencia,

la ciencia defendida por ellos ya ha sido superada hace tiempo. El ideal de los enunciadossigni�cativos y verdaderos que a�rma esta �losofía positivista corresponde exactamentea la cocepción que el siglo XIX tenía de la ciencia. Éstas son las nociones de signi�cacióny verdad de Joule, cien años atrás, cuando demostró que el calor es precisamente una

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forma de energía mecánica, o posteriormente de Hertz cuando descubrió las ondas deradio, cuya existencia apareció implícitamente indicada por las ecuaciones de JamesClerk Maxwell acerca de los campos electromagnéticos, pero ya se ha demostrado queestas nociones de verdad resultan insu�cientes para la ciencia misma en el sentidomoderno de ésta. Por esto es ciertamente poco favorecedor el hecho de barrer los valoresy la ética de la puerta del conocimiento cientí�co con esta escoba que se desembarazaal mismo tiempo de la ciencia y del conocimiento humano.Hay una serie de principios que no permiten al positivismo lógico ser operante,

porque, y esto es lo que tienen en común todos ellos, es una �losofía fragmentaria. Sumodelo lo constituye el heroico intento de Russell y Whitehead de derivar todas lasmatemáticas, incluyendo ideas tan difíciles como la del continuo y el in�nito, a partirde un número �nito de axiomas. Las matemáticas tenían que ser desarrolladas paso apaso a partir de una serie de proposiciones particulares o independientes unas de otras.Esto representó un gran avance en el terreno de la lógica, pero no logró alcanzar el éxitoni siquiera en su propio campo. A pesar de ello, continúa siendo un monumento a lamemoria de los dos maestros que la crearon.Los �lósofos positivistas tomaron esta tentativa por modelo al describir el conocimien-

to como si estuviese constituido por piezas de hechos independientes. Pero si ya lasmatemáticas encuentran difícil componer una estructura coherente a partir de estosfragmentos, es evidente que el conocimiento empírico ni siquiera puede intentarlo. Ob-viamente, nuestro conocimiento no resulta de este proceso, del ajuste de observacionesindependientes entre si de información del tipo «esto es rojo» . La mente no está con-stituida de experiencias de este tipo, sino siempre de grupos de ellas, es decir, de cosas.¿Cómo sé que lo que estoy mirando es un libro, y lo identi�co como el mismo libro queyo miraba antes de girar la página? No construimos nuestro conocimiento como si fueseun mecano, ajustando pequeñas tuercas y tornillos sacados de la experiencia.Hasta aquí no es en si más que un problema de psicología. Pero hay una teoría más

profunda según la cual no podemos descomponer nuestra experiencia en estas tuercas ytornillos, ni siquiera como hipótesis podemos imaginar el conocimiento como reduciblea proposiciones atomísticas.Hemos indicado antes las razones lógicas por las que no puede ser así. Si lo fuese,

continuaría habiendo, en este mundo atomístico del conocimiento, enunciados que noserían ni verdaderos ni falsos. Por esto, el positivismo lógico, después de haberse em-peñado en considerar sin sentido todas las cosas que no entraran en su mundo demecano, habría de descubrir que incluso este mundo está lleno de sinsentidos. Pero noqueremos detenernos más sobre este fracaso de la lógica, como si estuviésemos haciendouna lista de puntos a discutir. ¿Cuál es la razón principal del fracaso de la construcciónatomística del pensamiento? ¿Por qué deberíamos haber previsto que tenía que caer enla contradicción?La respuesta es que esta construcción atomística presupone, como la ciencia atom-

ística del siglo pasado, que debajo de nuestra experiencia se encuentran una serie dehechos que son más exactos que la experiencia misma; lo cual es ciertamente exacto.«Esto es rojo» , nos dicen, con lo cual se presupone que ya hemos alcanzado un pun-

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to tan fundamental que ya no queda sitio para el desacuerdo: o bien es rojo, o no loes. Pero, ¿Qué es «esto» que ambos suponemos, el que habla y yo, que vemos comoel mismo punto? ¿Y qué es el rojo acerca del cual, como seres sensibles, no podemosdiscrepar? La luz roja tiene una longitud de onda alrededor de una cincuenta milésimade pulgada: ¿A qué orden de exactitud debemos considerarla para concordar en nuestraproposición atomística?En el mundo de la ciencia, ni «esto» ni «rojo» son entidades que pueden ser

de�nidas con absoluta precisión. «Esto» siempre se nos escapará en el vaivén brow-niano de los átomos, y «rojo» tiene que ser situado en unos márgenes de incertidumbrede unas cuantas longitudes de onda. El mundo no puede ser descrito, como los positivis-tas han supuesto tan a menudo, dando las exactas coordenadas físicas a cada punto enuna proposición, y veri�cando luego sí la proposición es o no verdadera. Cada referenciacoordinada lleva consigo necesariamente una zona de incertidumbre. Esto implica quela veri�cación misma es en sí incierta, y tiene que permitir un margen de error. Pensarde otro modo es querer retroceder al paraíso atomístico de ciento cincuenta años atrás,y a la dichosa simplicidad, de la cual Blake dijo con imaginativo desprecio que esperaba«construir un universo con el menor número posible de esferas» .Es evidente que la concepción fundamental del positivista es esencialmente errónea

al creer que podemos discernir la verdad con un simple acto de veri�cación, ¿Qué vamosa veri�car? Una proposición atomística, es decir, un enunciado en su forma más simplesobre el tipo de hecho más simple. Pero los hechos no se quedan quietos para nosotros,en el espacio o en el tiempo. Yo no puedo veri�car ahora un enunciado sobre un hechoque ya ha ocurrido. Debo formular un enunciado sobre un hecho futuro, y esto signi�caque debo convertirlo en una predicción, y la predicción, como hemos visto, no puedesepararse de su propio margen de incertidumbre.

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Muestra idea en el párrafo anterior no es minimizar la ciencia del siglo XIX deningún modo; constituyó una magni�ca realización, y continúan siéndolo para nosotrosen la actualidad la mayor parte de sus descubrimientos. Pero debajo de todo esto hayuna concepción del Universo que se ha demostrado que era demasiado simple. Segúnésta, se podría describir exactamente el mundo, si no por los cientí�cos actuales, por losde mañana. Aprendí a pensar acerca de este mundo gracias a la viva descripción que deél hacía un maestro de la exposición sencilla, el �lósofo y geómetra William Cli¤ord. Suescrito se titulaba, de modo característico, El sentido común de las ciencias exactas. Ladiferencia entre este título y el mío no es casual. Escogí deliberadamente el título de Elsentido común de la ciencia porque subraya la diferencia entre nuestros dos siglos. Hoyvemos que en sentido estricto no existen ciencias exactas; existe la ciencia, y. por otrolado, existe el sentido común, y ambos tienen que aprender a asimilar en sus métodose ideas básicas la incertidumbre fundamental de lodo conocimiento.Los más grandes cientí�cos del siglo pasado previeron esto. Hemos hablado de Clif-

ford, y es justo recordar a la memoria de este gran hombre que fue él quien intuyó en

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parte esta evolución. Ciertamente Cli¤ord poseía un don especial para semejante intu-ición profética. El sentido común de las ciencias exactas contiene la primera alusión a laidea de que los cuerpos sólidos causan al espacio una curvatura local, idea que a partirde aquí Einstein desarrollaría ampliamente, Al �n y al cabo, Cli¤ord fue contemporáneode Gallón, y cuando falleció a la edad de treinta y cinco años, su libro fue editado porel fundador de la estadística moderna, Karl Pearson. He aquí lo que Cli¤ord dijo acercade la verdad cientí�ca, anunciando en pleno siglo XIX los descubrimientos de nuestrotiempo;«Recordemos, pues, que el pensamiento cientí�co es el guía de la acción; que la ver-

dad que alcanza no es la que cabe contemplar de modo ideal, desprovista de error, sinoaquélla sobre la que podemos actuar sin temor; y es necesario ver que el pensamientocientí�co no es una condición o algo que acompaña al progreso humano, sino que es elprogreso humano mismo.»Estas consideraciones atraen la atención sobre un gran número de cálculos. Estable-

cen �rmemente la visión de la ciencia como acción, hecho que ya hemos recalcado. Laacción apunta hacia adelante y se distingue de la contemplación porque mira hacia elfuturo. También aquí se destaca el criterio de lo que es lo verdadero. Las bases realistasde la ciencia, como hemos señalado anteriormente, no podían quedar mejor enunci-adas que en la de�nición de Cli¤ord, según la cual su verdad «no es aquélla a la quecabe contemplar de modo ideal sin error, sino aquélla sobre la que se puede actuar sintemor» .Lo que la ciencia observa y predice tiene todos los defectos del hecho. Los hechos

aportan la �echa del futuro, pero ésta es necesariamente incierta y su interpretaciónfrente al telón de fondo de lo irrelevante será imprecisa. La predicción que podemosestablecer en la Hecha será de carácter estadístico. No lee el futuro, lo predice; y lapredicción sólo tiene sentido porque la unimos a su propio grado de incertidumbre, Elfuturo está siempre, por así decirlo, desenfocado, y todo lo que podemos predecir sobreel mismo aparece rodeado de una pequeña zona de incertidumbre. Tal es la situaciónhumana y la de la ciencia. No contemplamos los hechos sin error, pero por esta razónpodemos actuar sobre ellos sin temor alguno.«Porque sabemos lo que hacemos» , he aquí la clave de la ciencia. No observamos

y predecimos hechos solamente: ésta es la razón por la que toda �losofía que basela ciencia sólo en los hechos es un error. Conocemos, es decir, descubrimos leyes; ytoda acción humana utiliza estas leyes, y al mismo tiempo las comprueba y orientahacia otras nuevas. Lo que importa no es la forma de de estas leyes. Las leyes de laciencia, como las que utilizamos en nuestra conducta personal, son útiles y verdaderassi contienen palabras como «siempre» , o sólo «con más frecuencia» . Lo que cuentaes el reconocimiento de la ley en los hechos. Nosotros veri�camos la ley; la clase, elorden, la estructura de los acontecimientos. He aquí por qué la ciencia está tan llenadel simbolismo de los números y de la geometría, que son las expresiones más comunesde las relaciones estructurales.

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No existe ningún aspecto en el que la ciencia pueda considerarse como una meradescripción de hechos. No es, en ningún sentido, como a veces pretenden los human-istas, un registro objetivo de lo que ocurre en una interminable enciclopedia mecánica.Esta errónea visión se prolonga hasta el siglo XVIII. Describe a tos cientí�cos comoutilitaristas que todavía gritan ¡Que sea! creyendo que el mundo gira mejor sin otrosprincipios reguladores que la gravitación natural y el interés humano por sí mismo.Pero la descripción del mundo de Mandeville y Bentham y Hard Times de Dickens

no fue nunca ciencia. Porque ésta no ha sido nunca un simple registro de hechos, sinoel intento de poner orden en los mismos. La verdad de la ciencia no es verdad empírica,que no podría ser más que aproximada, sino la verdad de las leyes que vemos en loshechos. Este tipo de verdad es tan difícil y tan humana como el sentido de verdaden una pintura que no es una fotografía, o el sentimiento de una verdad emotiva enun movimiento musical. Cuando hablamos de verdad, formulamos un juicio entre loque importa y lo que no, y sentimos la unidad de sus diferentes partes. Efectuamosesto tanto en la ciencia como en las artes o en la vida cotidiana. Formulamos un juiciocuando preferimos una teoría a otra, incluso en el campo de la ciencia, puesto que existesiempre un número interminable de teorías que pueden dar razón de todos los hechosconocidos. Los principios de este juicio poseen alguna atracción profunda. Guillermode Ockham sugirió por primera vez a los cientí�cos que debían escoger la teoría que sesirviera en sus explicaciones del menor número de fuerzas desconocidas. La ciencia hapermanecido �el a este principio durante más de seiscientos años. Pero, ¿existe algunaotra razón que no sea de un cierto tipo de satisfacción estética, como el de sacri�car ladama en el ajedrez con el �n de hacer jaque mate con un caballo?No podemos de�nir la verdad en ciencia hasta que no pasamos de los hechos empíri-

cos a la ley. Y, a su vez, dentro del cuerpo de las leyes, lo que nos impresiona como ley esla ordenada coherencia de los conjuntos. Se juntan unos con otros como los personajesen una gran novela, o como las palabras en un poema. Ciertamente deberíamos tenersiempre presente esta última analogía. Porque la ciencia es un lenguaje, y, en cuantotal, un signi�cado de�ne sus partes. Cada palabra en la oración tiene un cierto gradode incertidumbre de de�nición, y, sin embargo, la oración de�ne su propio signi�cadoy el de sus palabras de modo completo. La unidad y coherencia interna de la cienciaes lo que le da verdad, y lo que hace de la misma un sistema de predicción mejor quecualquier lenguaje menos ordenado.

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Por esta razón hemos escogido la verdad entre los valores humanos. Es común atodos los sistemas de valores y es fundamental para la mayoría de ellos. Además ellamisma es un valor. No podemos darla por supuesta como algo por sí mismo evidente enla ciencia, del mismo modo que no podemos hacerlo en arte, moral o religión. En todosellos, la verdad reside en un acto de libre juicio humano. En ninguno de ellos, desdeluego, puede este juicio ser formulado sin la experiencia; no existe verdad, ni siquierareligiosa, que no requiera sanción por parte de los hechos empíricos. Hay otros valores:

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bondad, belleza, recto proceder, que encuentran eco incluso en la ciencia; y hay otrovalor, la libertad de las ideas humanas, que es la condición esencial para la salud dela ciencia. Pero nuestro propósito no es mostrar trabajosamente que la ciencia, comolas artes, crea e implica todos los valores humanos. Hemos querido mostrar sólo conun ejemplo que la ciencia no puede existir sin juicios de valor. Este ejemplo, la verdad,tiene un carácter crítico, y servirá para demostrar que la ciencia no puede existir comoactividad vacía y mecánica.La ciencia, no obstante, contiene mucho más. Comparte los valores de toda acción

humana, y añade a éstos otros nuevos. Los valores humanos impregnan todas nuestrasacciones y son asombrosamente parecidos en civilizaciones separadas por miles de años.Los aztecas y los cretenses, los caldeos, los cherokees y los cuáqueros Shakers teníanideas comunes acerca de la dignidad y valor humanos mucho más profundas que lasdiferencias super�ciales de espacio y tiempo. Los parecidos son igualmente vigorososentre sus artes y sus especulaciones. Sin embargo, aunque los valores son parecidos,no son idénticos. Los valores humanos cambian, lenta pero irremisiblemente; en estecambio, la ciencia juega un papel determinante.Los valores se asientan sobre actos de juicio, y cada acto de juicio es una división del

campo de nuestra experiencia en lo que nos importa y lo que no. Ya hablamos de estoal principio del libro, y dijimos que en la base del pensamiento humano se encuentra eljuicio de lo que es verosímil y lo que no lo es. Al escoger una determinada relación desemejanza, efectuamos el juicio fundamental de que en ella hay algo importante paranosotros. Hacemos esto cuando decimos que el hombre es parecido a la mujer, o que latierra es como los planetas, y el aire como el vino. Aldous Huxley, en su novela BarrenLeaves, especula ampliamente sobre la palabra «amor» en diferentes lenguas europeas,pero a mi mismo, al llegar a Inglaterra de muchacho, me sorprendió más la existenciasólo en inglés del verbo to like.Los valores humanos están relacionados con la idea de semejanza y diferencia, y

cuando la ciencia cambia este juicio, efectúa un cambio igualmente profundo en estosvalores. Los griegos construyeron una espléndida civilización; sin embargo, no afectabaen absoluto su escala de valores el hecho de tener esclavos. Para ellos no había ningunasemejanza entre el ciudadano y el esclavo. A �nales del siglo XVIII se desarrolló en elmundo occidental la idea de que lodos los hombres blancos eran iguales, pero WilliamsWilberforce pasó toda su vida intentando convencer a su generación de que los esclavosnegros y los hombres blancos tienen la misma dignidad humana. La ciencia ayudóa crear esta sensibilidad ampliando la noción de lo que es de la misma especie y loque no lo es. La desarrolló hasta tal punto que la crueldad para con los animalesse convirtió en Inglaterra en un acto particularmente aborrecido. En nuestra propiageneración, hemos visto los valores humanos corrompidos en la Alemania nazi hasta unaescala monstruosa de auto-aprobación. Y esta corrupción fue apoyada por un deliberadointento de retroceder ante lo que la ciencia y la humanidad habían conseguido poco apoco descubrir; la igualdad de los hombres. Los odiosos valores de los nazis residían enel juicio falso, que la ciencia durante trescientos años ha intentado echar abajo, segúnel cual lo que yo hago no es igual a lo que hacen los demás.

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El constante apremio de la ciencia y de las artes es ampliar la igualdad que bus-camos a tientas debajo de los hechos. Cuando descubrimos una igualdad más extensa,tanto si es entre el espacio y el tiempo, como entre los bacilos, los virus y los cristales,ampliamos el orden en el Universo; pero, más aún, ampliamos su unidad. Y es la unidadde la Naturaleza, animada e inerte, que busca nuestro pensamiento. Ésta es una con-cepción mucho más profunda que toda suposición de que la Naturaleza tiene que seruniforme. Buscamos descubrir una naturaleza, una unidad coherente. Esto proporcionaa los cientí�cos su sentido del deber y, admitámoslo, de realización estética: de que cadainvestigación contribuye a tejer la trama del mundo como una tela modelo.Cada ley de la ciencia reúne un número desperdigado de hechos. Pero las leyes

mismas no son los agentes uni�cadores de�nitivos. Cada ley no es más que una regla paraformular predicciones, como Aristóteles predijo que las manzanas continuarían cayendoal suelo. Las grandes ideas uni�cadoras son nudos en que las leyes se ligan entre si ypermanecen juntas: la idea de que toda la materia es igual, o de que el espacio terrestrese prolonga hasta más allá de las estrellas, o de que existe una continuidad física entreuna generación y la siguiente. Llega un momento en que dejamos por supuestos estospuntos de reunión, y olvidamos cuánto tiempo le costó a la Humanidad formular estosconceptos. Sin embargo son ellos los que dan unidad a nuestra visión del Universo:los conceptos de materia, de espacio, de evolución y de herencia. Son los nudos y lasarticulaciones críticas de la estructura entera de nuestro conocimiento. Además no sonevidentes en sí mismos; masa, energía, mente, sistema nervioso, la ecología de la célula yde las enzimas; para Tomás de Aquino no eran evidentes, ni ningún dotado matemáticoiba a formularlas pronto como leyes. Al contrario, del mismo modo que las leyes unenhechos, los conceptos de la ciencia reúnen sus leyes en un universo ordenado cuyaestructura depende de estos audaces nudos.Cuando seguimos el desarrollo de una ciencia, comprendemos cómo ese movimiento

ha tenido siempre a estos conceptos uni�cadores. Observemos el desarrollo de la bi-ología desde los días de Ray y Linneo: la clasi�cación de las especies según el criterio desemejanza, el descubrimiento de la célula, su división y su fusión sexual, la elaboraciónde los mecanismos de la herencia y de la selección natural, y, a partir de todo esto, lalarga formulación del rico y complejo concepto de la evolución. Observemos la química,desde !a ley de la combinación de pesos atómicos constantes de Dalton, pasando porla tabla periódica de los elementos y los trabajos de Davy y Faraday sobre su compor-tamiento eléctrico, hasta los complejos conceptos actuales de estructura molecular y delas más o menos saturadas órbitas de los electrones en el átomo químico. O veamos elcamino seguido por la física hacia su unidad: la lenta cristalización en la RevoluciónCientí�ca de los conceptos universales de materia, masa y peso atómico; el concepto deconservación de la masa, el de energía en sus diversas formas, formulados por Rumford,Joule y James Clerk Maxwell y el de su conservación; el salto dado por Planck en 1900al descubrir la naturaleza molecular de la energía, y luego la pieza más brillante deintuición uni�cadora, la identi�cación de masa y energía en un solo concepto efectua-

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da por Einstein. Hemos visto que esto condujo a la creación de energía a partir de lamateria, a la descripción del espacio como cerrado, pero posiblemente en expansión;y ahora, en los últimos años, a la especulación de que en el proceso de expansión laenergía gravitatoria se degrada indirectamente y puede reaparecer como materia creadade nuevo. La ciencia es un proceso de creación de nuevos conceptos que uni�can nuestrarepresentación del Universo, y este proceso es hoy más audaz y de mayor alcance quenunca, más triunfal incluso que en los albores de la Revolución Cientí�ca.

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Los conceptos de valor no son cualitativamente diferentes de éstos. No resulta fácilformular las leyes del arte; por lo menos, como demostraron tan tristemente los escritoresde la época de oro inglesa, las leyes fácilmente formuladas son malas leyes. Sin embargo,existe un elemento común a todas las obras de arte, y las obras particulares estánrelacionadas entre sí por criterios comunes. Los criterios a su vez se reúnen formandoconceptos más amplios, en nudos que mantienen unidos los diversos gustos históricos,como son los conceptos de belleza, verdad y coherencia. Del mismo modo las reglas deconducta se reúnen por lo menos en los conceptos de verdad, bondad, justicia, derechoy deber. Estos conceptos de valor no son los mismos que los de la ciencia. Pero, comoéstos, expresan la profunda relación existente entre la mente humana y el mundo queésta uni�ca.Si éste fuese un libro sobre estética, habríamos estudiado el modo en que conceptos

como gusto, adecuación y belleza se han desarrollado y cómo se unen entre si. Y si fueseun libro de ética, habríamos estudiado otro orden de conceptos de valor. En un librosobre ciencia, hemos seguido el desarrollo de sus conceptos, la máquina y el modelo, elorden, la causalidad y la probabilidad, la predicción y el futuro, el concepto fundamentalde ley y los conceptos particulares que van desde el de ondas a los de materia y célula.Todos ellos son expresiones de la relación del hombre y sus sociedades con la naturalezauniversal. Ninguno es completo sin el juicio del hombre sobre este orden, cómo es ycómo no es, qué importa en él y qué no importa. No olvidemos esto ni siquiera enla más sencilla ley sobre ohmios, voltios y amperios, porque en el fondo se asienta enuna elección de algo que el hombre siente que lo une a lo que le rodea. Este juicio yaes operante. La obra de arte contiene el Juicio del artista, de modo que se ha dichodoctamente de la misma que no somos nosotros a través de nuestros criterios quienesJuzgamos la obra de arte, sino que es la obra misma quien nos juzga. Y, en el mismosentido, no somos nosotros quienes quedamos perplejos ante los descubrimientos de laciencia, quienes juzgamos a ésta, sino que es la ciencia quien nos juzga.Con Einstein culminaron tres siglos de la interpretación de la Naturaleza cuando

relacionó energía y masa en una sola ecuación.

E = mc2

Pero ésta no es la misma uni�cación de conceptos que Keats buscaba cuando terminóla Ode on a Grecian Urn con los versos:

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Beauty is truth, truth beauty, �that is allYe know on earth, �nd all ye need to know5

Pero el parecido es más importante que la diferencia. El parecido es más útil porquenos ayuda a comprender que los conceptos de la ciencia son, como conceptos de valor,monumentos a nuestro sentido de la unidad del mundo físico.

5La belleza es verdad, verdad belleza � es todo / lo que sabemos en la tierra, y todo lo quenecesitamos saber.

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9. La ciencia destructora o creadora

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Todo el mundo conoce la historia del aprendiz de brujo, o Frankenstein, que MaryShelley escribió en competición con su marido y Byron, o alguna otra narración delmismo tipo sacada de los macabros inventos del siglo XIX. En todas ellas, alguien quetiene poderes especiales sobre la Naturaleza conjura o crea una vara o una máquina paraque haga en su lugar lo que él quiere hacer, y luego descubre que no puede destruir lavida que él ha creado. El monstruo estúpido le obsesiona, y lo que empezó como unainvención para hacer las labores del hogar termina destruyendo al dueño junto con lacasa.Estas narraciones se han convertido en el resumen de nuestros propios temores.

Hemos estado inventando máquinas a un ritmo creciente durante unos trescientos años.Incluso para nuestra propia historia no es mas que un breve instante, y no es ni unamilésima parte de la historia de la Humanidad. En este breve periodo de tiempo hemosdescubierto una notable intuición en la dinámica de la Naturaleza, dinámica que hemosutilizado para ser mucho más �exibles en nuestra adaptación al mundo exterior quenunca ningún otro animal. Podemos sobrevivir en climas que incluso para los gérmenesresultan difíciles. Podemos hacer crecer nuestros propios alimentos. Podemos viajar portodo lo ancho de la Tierra, atravesamos montanas, navegamos y volamos, lodo connuestro cuerpo. Pero más importante que todo esto es que nos hemos aproximado alsueño de Lamarck: que los animales podrían heredar los conocimientos que sus padresaprendieron. Hemos descubierto los medios para registrar nuestra experiencia de modoque los demás puedan vivirla también. La historia de las demás especies de animalesmuestra que los que han tenido más éxito en la lucha por la supervivencia han sido tosque se adaptaron mejor a los cambios de su mundo. Por medio de nuestros instrumentosnos hemos hecho, más allá de toda medida, más adaptables que ninguna otra especie,viva o extinta, y continuamos haciendo esto a ritmo creciente. Sin embargo, los diarioshablados nos asustan con nuestra propia sombra, y nos preguntamos si sobreviviremosa un ser tan superespecializado como el pequinés.

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A todos nos gusta culpar de nuestra sensación de frustración a alguna otra persona,y por algún tiempo los cientí�cos han sido un blanco predilecto. Quisiera ver más decerca su responsabilidad, y por esta causa, la de cada uno de nosotros. Tienen, desdeluego, una responsabilidad especial, pero es compleja y no es toda la responsabilidad.Por ejemplo, la ciencia no es responsable evidentemente de la disposición de las personasque no pasan en sus disputas privadas del estadio de los insultos, a llevar sus disputaspúblicas hasta el punto de la guerra. Muchos animales luchan por sus necesidades, yalgunos por simple codicia, hasta la muerte. Los machos cabrios luchan por sus hembras,y los pájaros por sus territorios. Los hábitos belicosos del hombre son extraños porquelos despliega sólo en grupo. Pero estos hábitos no se los proporcionó el cientí�co. Al

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contrario, la ciencia ha contribuido a terminar con varios tipos de asesinato de grupo,como la caza de brujas y los tabús de principios del siglo XIX contra las medidas dedesinfección de los hospitales.Tampoco la ciencia es responsable de la existencia en grupos que se creen en franca

competición: la existencia, ante todo, de estados soberanos. Y la amenaza de guerracontinua siendo todavía una amenaza a nivel de Estado. Se identi�ca un punto parala disputa y la dignidad del Imperio Austríaco, y al �nal los Estados europeos estándispuestos a organizar y alentar la muerte de los ciudadanos de ambos lados con el�n de alcanzar estos objetivos colectivos. La ciencia no creó los Estados; al contrario,ayudó a mitigar las fuertes idiosincrasias nacionales que parece necesario explotar si hayque hacer la guerra con entusiasmo. Las guerras, a su vez, no son hechas por ningúngrupo tradicional: las desencadenan las sociedades altamente organizadas, los Estadossoberanos. La mayoría de nosotros hemos visto cómo hombres del Yorkshire invadían elOld Tra¤ord, y una o dos narices sangraban si se había bebido bastante. Pero ningúnyorkshireman hubiera palidecido si se le hubiese dicho que los de Lancashire poseían labomba atómica.La sensación de condena que experimentamos hoy no es miedo a la ciencia; es miedo

a la guerra. Las causas de la guerra no fueron creadas por la ciencia; en realidad, nose distinguen del tipo de las conocidas causas de la guerra colonial entre España eInglaterra de 1739-1741, o la guerra de las Dos Rosas, que se desarrollaron sólo conuna modestísima aportación cientí�ca. No, la ciencia no ha inventado la guerra, perola ha convertido en algo muy diferente. Las personas que desconfían de ella no estánequivocadas. El hombre en el bar dice «Barrerá el mundo» , la mujer haciendo cola dice«No es natural» ; no se expresan muy bien, pero lo que intentan decir tiene sentido.La ciencia ha extendido el mecanismo de la guerra y lo ha descompuesto. Esto lo hallevado a cabo por lo menos de dos distintas maneras.

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En primer lugar, la ciencia ha multiplicado evidentemente el poder de los señores dela guerra. Las armas actuales pueden matar a más personas de modo más silencioso ymás desagradable que las del pasado. Este proceso � por falta de otra palabra tenemosque utilizar ésta� se ha desarrollado durante algún tiempo; siempre se dijo, de cadanueva arma, que era tan destructiva y horrible que atemorizarla a la gente, y obligaría alos Estados a desistir de la guerra por falta de carne de cañón. Esta esperanza no fe havisto realizada nunca y no conocemos hoy a nadie que se refugie en ella. Estas simplescoacciones no dictan los actos de los hombres y las mujeres; ni ellos pueden in�uir enlas decisiones de las naciones que componen. La metralla, la dinamita y los gases nohan logrado poner fuera de la ley la guerra, y no hay ningún síntoma de que la bombade hidrógeno o una bocanada de bacterias tendrá más éxito en hacer que los hombresse vuelvan cuerdos mediante la coacción.En segundo lugar, la ciencia ha dado al mismo tiempo a los Estados bastantes

ocasiones nuevas para pelearse. No nos referimos a objetivos tan simples como una

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mina de uranio o una isla del Pací�co rica en fertilizantes orgánicos. Tampoco nosreferimos a las fábricas de otro Estado y su población especializada. Todo esto no esmás que parles del excedente de la satisfacción de nuestras necesidades, necesidades queellas mismas ayudan a crear y que dan a nuestra civilización su carácter; y la guerra ennuestro mundo se ceba en este excedente. Tal es el objeto de la voracidad de los Estados,y también esto les proporciona el ocio necesario para los entrenamientos bélicos y losmedios para prepararse para la guerra. En el fondo, hemos continuado siendo demasiadovoraces para distribuir nuestros excedentes, y colectivamente demasiado estúpidos paraacumularlos de una forma más útil que la tradicional montaña de armas. La cienciapuede pretender haber creado los excedentes de nuestra sociedad, y sabemos, por lajornada laboral y las dietas cotidianas, hasta qué punto han crecido durante los últimosdoscientos años. La ciencia ha creado los excedentes. Ahora pongamos, en cualquierpaís del mundo, el presupuesto estatal de este año al lado del de 1750, y veremos quéhacemos con el.Yo mismo creo que existe una tercera dimensión que la ciencia ha añadido a la guerra.

Ha creado la neurosis bélica y la guerra de nervios. No me re�ero a las condicionestécnicas para una guerra de nervios: el fotógrafo, la radio y el despliego masivo defuerza. Me re�ero al clima en que esta composición escénica se ilumina y se la haceaparecer como real. Los últimos treinta anos nos han dado una terrorí�ca muestrade estos estados mentales. Se ha creado una división en la mente de cada uno denosotros, división que ha sido convertida en común, entre el hombre y la bestia; el abismopuede ser ensanchado y el hombre puede ser sumergido en él, con cínica simplicidad,con los sórdidos instrumentos de la envidia y la frustración, cosa que en mi juventudhubiera sido considerada inconcebible en una sociedad civilizada; volveremos a hablarde esta escisión en nuestras mentes porque es mucho más que un elemento tomado deuna lista de crímenes de guerra. Pero es un elemento, en tanto que ayuda a crear lascondiciones para el desastre. Creemos que la ciencia ha contribuido a ello. La ciencia;el hecho de que la ciencia está ahí, misteriosa, poderosa; el hecho de que la mayoría sesiente impresionada por ella pero al mismo tiempo ignorante y desamparada: todo esto,a nuestro parecer, ha contribuido a la división de nuestras mentes: ningún cientí�copuede escapar a esta responsabilidad. Ellos han disfrutado representando el papel delextranjero misterioso, la voz poderosa desprovista de emoción, el experto y el dios.No han logrado sentirse cómodos en las conversaciones del hombre de la calle; nadieles enseñó la trampa, evidentemente, pero tampoco se mostraron muy dispuestos aaprenderla. Y ahora han descubierto que la distancia de que gozaban se ha convertidoen recelo, y el temor se ha convertido en angustia; y personas que no son de ningúnmodo idiotas creen realmente que estaríamos mejor sin la ciencia.

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Estas son acusaciones de las que los cientí�cos no pueden escapar. A menudo, desdeluego, están mal expresadas, de forma que los cientí�cos pueden evitarlas generalizandoacerca de la responsabilidad general, y sobre quién votó, al �n y al cabo, los créditos para

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la investigación atómica, lo cual es perfectamente justo, pero en absoluto pertinente.Éste no es el núcleo de la cuestión que la gente en las colas y los bares busca a tientas.No saben expresarse y no dan respuestas claras en las entrevistas, Pero cuando dicen«hemos olvidado lo que está bien» , o «no alcanzamos a comprender tales cosas» , lo quepiensan es perfectamente verdad. La ciencia y la sociedad siguen caminos diferentes.La ciencia no ha dado a nadie en particular un poder que nadie sabe cómo usar. ¿Porqué los cientí�cos no inventan algo juicioso? Las amas de casa dicen esto cada vez quese encuentran con la despensa vacía, y los maridos también dicen lo mismo cuando sefunde un fusible. ¿Por qué nadie se encarga de impedir que la ciencia continúe por mástiempo aplicándose a la muerte y empiece a dedicarse a favorecer la vida? Estamosde acuerdo en que la ciencia aplicada a la guerra no es más que un resultado de unasociedad que se vierte a la guerra. La ciencia sólo ha proporcionado los medios, tantopara bien como para mal, pero la sociedad se ha apoderado de ellos para mal. ¿Quépodemos hacer?A nuestro parecer, lo primero que hay que hacer es tratar este problema como una

cuestión cientí�ca, es decir, como una cuestión práctica y razonable que requiere quesea abordada de modo efectivo y se le de una respuesta meditada. Ahora que hemosestado hablando en favor de los cientí�cos, y esto a una escala que algunos de ellos con-siderarían demasiado amplia, vamos a omitir lo que normalmente ocurre en este puntode la discusión, la avalancha de recriminaciones. Los cientí�cos son conscientes de suserrores; y no queremos discutir los errores de los no cientí�cos � aunque han cometidomuchísimos� excepto aquéllos que todos nosotros debemos empezar a recti�car.Hemos dicho que una respuesta cientí�ca tiene que ser práctica y juiciosa. Esto ex-

cluye de golpe las panaceas que tienden también a conducir la discusión en este estadioa un callejón sin salida; las panaceas que dicen escuetamente «desembaracémonos deellos» . Naturalmente, no creemos que sea muy juicioso desembarazarse de los cientí�-cos; pero, en todo caso, no es evidentemente una solución muy práctica. Y hagamos loque hagamos con nuestros cientí�cos, está claro que no es nada práctico desembarazarsede los cientí�cos de naciones rivales, porque si existiesen las condiciones para llegar aun acuerdo entre las naciones en este esquema tan vasto, las condiciones para la guerraya habrían desaparecido. Si existiesen las condiciones para un acuerdo internacional, esdecir, para suspender toda investigación cientí�ca, o abandonar la investigación bélica,o, de todas formas, abstenerse de emplear la ciencia como instrumento del nacionalismo,si estos acuerdos pudiesen ser alcanzados, entonces ya serían innecesarios, porque lascondiciones para la guerra ya habrían desaparecido. Así, por más que podamos suspi-rar por las panaceas de Samuel Butler en Erewhon., simplemente despachar todas lasmáquinas, no hay de qué discutir acerca de esto. Para la Humanidad sería un desastre,algo así como la llegada de la edad de las tinieblas. Pero no hay que discutir de esto.Nacional o internacionalmente, es irrealizable.No existe ninguna panacea, y es mejor que afrontemos esta realidad. No podemos

nada inmediato, en una semana o un mes, que pueda arreglar con una simple imposiciónde manos la antigua distorsión de nuestra sociedad. No soñemos que alguno de nosotrosredacte la conmovedora carta a «The Times» que cambiará el negro curso de la Historia

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y las instrucciones de los diplomáticos. Esto no se lograría poniendo a cientí�cos en elGabinete ministerial, o mujeres en el Departamento de Guerra, ni obispos en el ConsejoPrivado. No hay panaceas, Somos los herederos de una tradición que ha distanciado laciencia de la sociedad. El hombre de la calle tiene razón: no hemos aprendido nunca acompaginar ambas cosas. Haremos exactamente lo que aprendamos. Pero no se aprendeen un año. Nuestra posibilidad última de supervivencia está en nuestras manos. Nuestrasupervivencia, mientras aprendemos que es una cosa mucho más azarosa. Deberíamosser más realistas acerca de esto.Mientras tanto, más vale que nos preparemos para nuestra supervivencia extrema, y

que nos pongamos ahora mismo manos a la obra. La ciencia y nuestros hábitos socialesno marchan al mismo paso, y el remedio tampoco es muy costoso. Debemos aprendera concordarlos, y el único modo de aprender a hacerlo es comprender ambos.

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De los dos, desde luego, el extraño es la ciencia. Ya le hemos reprobado esto alcientí�co. Ha sido el monje de nuestra época, tímido, desconcertado, ansiando que sele pidiese ayuda, y con una secreta ambición de representar el papel de eminencia gris.Durante los años de miseria juvenil no soñó más que en esto. El conocimiento cientí�coera una puerta azul que le hacía señas, que debería abrirla la sociedad de los dignatariosestatales. Pero los motivos privados del cientí�co no son la tendencia de la ciencia.Ésta viene determinada por las necesidades de la sociedad: la navegación antes del sigloXVIII, después la manufactura, y, en nuestra época, la liberación de la personalidad. Seacual sea la parte que los cientí�cos quieran representar, o del mismo modo, los pintores,la ciencia comparte los objetivos de la sociedad, como hace el arte. Las di�cultades decomprender una y otro no son fundamentales; no son más que di�cultades de lenguaje.Acostumbrarse a vivir con las ideas principales de la ciencia requiere paciencia y unesfuerzo de atención, pero esperamos haber demostrado que compensa con creces.Durante doscientos años, estas ideas han sido aplicadas a las necesidades técnicas,

y han rehecho nuestro mundo, triunfalmente, de arriba abajo. Nuestros zapatos soncurtidos y cosidos, nuestros vestidos son hilados, teñidos y tejidos, somos iluminados,transportados y mecánicamente cuidados por medios desconocidos en época de Mr.Pope en Twickenham, en 1740. Podemos pensar que no tiene importancia si lo con-frontamos con los ochenta mil muertos de Hiroshima, o podemos pensar que sí la tiene.Podemos pensar que no compensa la ausencia de un Mr. Pope de Twickenham hoy;podemos incluso sostener que es responsable de ello. Ciertamente no es una realizaciónespiritual. Pero todavía no lo ha intentado ser. Ha aplicado monótonamente sus ideas alcurtido de zapatos y a la fabricación de timbres de bicicletas, y ha sacado un magní�copartido. No hay más que comparar la marca alcanzada en su propio campo con la de lasdemás ideas de la misma época; las ideas de Burile sobre la imaginación, o de Benthamsobre el gobierno o de Adam Smith sobre economía política. Si algunas ideas puedenpretender que se las considere creadoras por haber creado algo, son ciertamente las dela ciencia.

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Cabría pensar que todo lo que ha creado la ciencia es el confort; y desde luegolo ha realizado � la misma palabra «confortable» en el sentido moderno nace con laRevolución Industrial. Pero, ¿Nos hemos detenido alguna vez a pensar en lo que laciencia ha hecho, no a nuestra forma de vivir, sino a nuestra vida? Nos referimos alas investigaciones para descubrir armas letales, a la amenaza de guerra y al númerode personas civiles muertas. Pero, ¿Hemos sopesado alguna vez esto en relación conla prolongación de nuestro propio tiempo de vida? Hagamos una pequeña suma. Elnúmero de personas muertas en Gran Bretaña durante los seis años de guerra por lasbombas alemanas, las bombas volantes y las V2 fue de sesenta mil. Esta cifra no tieneen cuenta las edades de las personas muertas, lo cual representa que por término medioperdieron la mitad de su posible tiempo de vida. Una división tan larga muestra queel efecto de esta guerra sobre la población de Gran Bretaña, de cincuenta millones, fueacortar el tiempo de vida por término medio en menos de una décima parte del unopor ciento. Esto es aproximadamente unos quince días. Pongamos esto al lado de saldosdesfavorables. Y en el lado de los saldos favorables, sabemos que durante los últimoscien años el tiempo de vida por término medio en Inglaterra ha aumentado en veinteaños. Tal es el precio de la ciencia, o tomarla o dejarla quince días por veinte añosde vida. Además estos veinte años han sido creados aplicando a la vida cotidiana, alvestir y al dormir, a la higiene y a la infección, al nacimiento y a la muerte, las simplesideas de la ciencia, las ideas fundamentales de que hemos hablado; orden, causalidad yprobabilidad. Si algunas ideas pueden pretender que se las considere creadoras, porquehan creado vida, son las de la ciencia.

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No hemos descuidado ninguna de estas ideas en nuestra organización social. Pero,y es una observación que ya hemos hecho repetidas veces, hemos ido desesperadamenteen su busca. La idea de un orden es ahora lo su�cientemente vieja como para haberllegado por lo menos a nuestros �cheros. La idea de causa y efecto se ha introducidoen nuestros hábitos hasta convertirse en el nuevo a priori en la confección de los planesadministrativos. La di�cultad estriba en desalojarla ahora que se esté petri�cando enuna fórmula escolástica, porque la idea que ha infundido nuevo vigor a la ciencia ennuestra generación es más amplia que el mecanismo de la causalidad. Esta nueva idea noestablece ningún mecanismo especial entre presente y futuro. Se contenta con predecireste, sin insistir en que la computación tenga que seguir los pasos de la ley causal. Hemosllenado de probabilidad esta idea, porque su método es estadístico y porque reconoce quecada predicción trae consigo su propia incertidumbre calculable. Una buena predicciónes la que determina su área de incertidumbre; una mala predicción la ignora. En el fondo,esto no es más que una vuelta a la naturaleza experimental, esencialmente empírica, dela ciencia. La ciencia es muchas cosas, y las hemos denominado de modos distintos; peroal �nal todas se reducen a esto: la ciencia es la aceptación de lo efectivo y el rechazo delo que no lo es. Esto, sin embargo, exige más coraje del que podamos imaginar.Exige más del que nunca hayamos dispuesto cuando nos hemos enfrentado a nuestros

problemas mundanos. Así es como la sociedad se ha distanciado de la ciencia: porque

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ha dudado a la hora de juzgarse a si misma por el mismo código impersonal de lo quecuenta y lo que no. Nos hemos adherido a Adam Smith y Burke, o nos hemos disputadopor Platón o Tomás de Aquino, a través de guerras y hambres, a través de subidas ydisminuciones de los índices de natalidad, y a través de montañas de libros de sabiosrazonamientos. AI �nal, nuestra mirada siempre ha pasado del índice de natalidad a losrazonamientos, es decir, del Índice de natalidad a lo que hemos querido creer. Éste esel punto central de la presente argumentación. Aquí está contenida la última esperanzaque nos queda de salvarnos de la extinción. Hemos aprendido a comprender que elcontenido de todo conocimiento es empírico; que su comprobación es ver si es efectivo,y tenemos que aprender a actuar basándonos en esta comprensión tanto en el mundocomo en el laboratorio.El mensaje de la ciencia es que nuestras ideas deben ser realistas, �exibles, abiertas,

tienen que ser humanas, deben crear su propia autoridad. Si algunas pueden pretenderque se las considere creadoras porque han liberado el impulso creador, son las ideas dela ciencia.

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Esto no es sólo un código material. AI contrario, esperamos que pueda sanar lagrieta espiritual que dos guerras han puesto al descubierto. A lo largo de mi vida, hevisto cómo se abría un abismo en el espíritu humano: una sima entre la empresa de serhombre, y el placer de ser una bestia. Evidentemente, los cientí�cos han contribuidoa ello, pero también los demás especialistas, con su afectado desapego y sus aires deadivinos. Con todo, la enorme tensión que ha creado este error es de carácter social.Hemos hecho que los hombres vivan dos vidas, una de ocio y otra de trabajo. Leshemos ordenado que amen a sus vecinos y que ofrezcan la otra mejilla, en una sociedadque constantemente les obliga a dar la espalda a sus vecinos y a ignorarse. Así hemoscreado una salvaje sensación de frustración que, como sabemos a costa de sufrimientos,puede palparse con una facilidad espantosa, y que puede clavar, con fuerza explosiva,un símbolo para repetir a una gente infeliz su sueño más envilecedor.¿Puede la ciencia subsanar esta plaga neurótica que padecemos? Si la ciencia no

puede hacerlo, nada lo podrá; no nos engañemos; los sublimes preceptos morales nocuran. Demasiado tiempo los hemos predicado a hombres que se ven obligados a vivircomo pueden: esto es lo que crea la tensión que no somos capaces de soportar. Tenemosnecesidad de una ética que sea moral y efectiva. Con frecuencia se dice que la cienciaha destruido nuestros valores y que no ha puesto nada en su lugar. Lo que realmenteha ocurrido es, desde luego, que la ciencia ha mostrado clara y duramente la divisiónentre nuestros valores y el mundo en que vivimos. Ni siquiera hemos empezado a dejarque la ciencia se incorpore a nuestros esquemas mentales: ¿Dónde, pues, se suponíaque creaba estos valores? Nos hemos servido de ella como una máquina sin voluntad,como el espíritu conjurado que hace las tareas del hogar. Creemos que la ciencia puedeformar valores, y que los creará precisamente como lo hace un escritor: observando lapersonalidad humana; descubriendo lo que divide y lo que la mantiene unida. Así es

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cómo grandes escritores han explorado al hombre, tanto si, como personas, se han vistoimpulsados a la angustia, como en Los viajes de Gulliver, o por la simpatía, como enMoli Flanders. La intuición de la ciencia no es diferente de la de las artes. La ciencia,creemos, creará valores y descubrirá virtudes siempre que observe al hombre; cuandoexplore lo que hace que éste sea un hombre y no un animal, y lo que hace que suscomunidades sean humanas y no rebaños animales.Creemos que podemos alcanzar esta unidad en nuestra cultura. Empezamos este

libro recordando que las naciones en sus grandes épocas no han destacado en arte o enciencia, sino en arte y en ciencia. Rembrandt fue contemporáneo de Huygens y Spinoza.Al mismo tiempo, Isaac Newton discutía con Dryden y Christopher Wren. Sabemos quenuestra época se caracteriza por un notable desarrollo de la ciencia. Depende de nosotrosutilizarla para ampliar y liberar nuestra cultura. Las características de la ciencia son: quetodos pueden escucharla y exponer en ella sus ideas. Éstas son las mejores característicasdel mundo y del espíritu humano en su expresión más sugestiva.

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