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    'El Pirata Negro', cuyo nombre era CarlosLezama, viajaba a bordo del Aquiln combatiendoa los buques ingleses y holandeses que se oponanal dominio hispano de los ocanos, sobretodo enPanam, donde el Pirata Negro tena su moradahabitual. Su ropaje consista en un traje de pirata, pauelorojo en la cabeza y un enorme medalln colgadodel cuello.

    El Pirata Negro se public en 85 nmeros, desde1946 hasta 1949. N 5 de la coleccin

  • ARNALDO VISCONTI LA CARABELA DE LA MUERTE Coleccin El Pirata Negro n. 05 Primera edicin Mayo - 1946 Es propiedad del editor Reservados todos los derechos Impreso en GRAFICAS BRUGUERA - Mora deEbro, 92 y 94 - BARCELONA

  • PRLOGO A corta distancia de las inhspitas y desiertascostas del bajo Veracruz hallbase anclado elvelero Aquiln en cuya cubierta medio centenarde piratas iban uno tras otro tendiendo su escudillapara recibir en ella el cazo de ron que el cocineroles reparta. Y cada uno de los piratas complementaba sudesayuno pinchando la racin de tasajo con elcuchillo mientras el cocinero, servido el ron,echaba dentro de la escudilla un puado de galletaseca. Soolientos an, los piratas masticaban con losojos semicerrados y el tibio amanecer contribua amantenerlos adormilados. Sentados en los blandos hacinamientos de lasvelas arriadas, les resultaba grato desmadejar losmiembros y crearse la ilusin de que seguandurmiendo, mientras por sus gargantas el rondestilaba calorcillo y el nico ruido que se

  • perciba era el blando lametn de la marejadillachocando contra el Casco anclado y mezclndosesu leve chasquido con la pastosa sinfona groserade los dientes masticando. Pero en el torpor y lasitud de los piratas pareciobrar como un repentino latigazo o un enrgicorevulsivo los cuatro silbidos cortos lanzadosestridentemente desde lo alto del castillete deproa. Con su caracterstico andar felino y silencioso,el Pirata Negro acababa de encaramarse a lo altodel castillete de proa y sus labios habanmodulado los silbidos con los que les anunciabaque quera hablarles. Todos al unsono tensaron sus msculos para,puestos en pie rpidamente, tratar de llegar losprimeros a la base del castillete y as poderescuchar ms de cerca la voz del que era paratodos, ms que un hombre y un jefe, un semidis deprivilegiada inteligencia que saba conducirles abellas empresas arriesgadas, recompensadas confructfera largueza. Carlos Lezama, el Pirata Negro, tena las tres

  • cualidades del jefe nato: saba hacerse respetarvoluntaria y ciegamente, sin servilismo, susjusticieros castigos eran soportados sin rencor ysus palabras eran indiscutibles artculos de leypara los que bajo su mandato acataban cuantoordenaba, prestos a morir por la sonrisa de burlnafecto con la que siempre les hablaba. Buenas maanas, bellacossaludalegremente el Pirata Negro. Ya el ron hasacudido en parte vuestra modorra lavando vuestroestmago, que es lo nico que os lavis. Luce elsol de un nuevo da y han transcurrido dos desdeque arribamos por esos andurriales. Cien leguas ababor estn las frescas tabernas de Veracruz.Vinazo pelen del que tanto gustis yaterciopelados ojos que saben mentir amores...Eso es Veracruz para vosotros, que soisricachones desde que premi con holgura vuestravencedora lucha en el Islote de los Cuervos1, y unaatroz comezn cosquillea en vuestras palmashoradadas, afanosos que estis de convertiros denuevo en pobretones.

  • El Pirata Negro apoy sus dos manos en elpasamanos del castillete mirando sonriente losrostros apiados que desde abajo le escuchabancon la mxima atencin. Iris a Veracruz por tandas de a diez y enturnos de cinco das con sus noches enteras. Misegundo, el guapetn Cien Chirlos, cuidar demi velero y de vuestra conducta a bordo. En tierra,all cada cual con sus bolsas y sus vidas. Peronecio ser para siempre en mi recuerdo el necioque muera en necia pendencia tabernaria. Yoquiero que mis hombres si han de morir lo haganen combate de machos y no en rias de malosbebedores. Quedis, pues, avisados que ojos demujer asalariada y vino de taberna son vuestrospeores enemigos, si a ellos no les sabis dar sujusto valor. Justiprecio en dos meses a lo sumo eltiempo que tardaris en fatigaros de tierra yquedaros deslastrados y sin blanca. Es ms deltiempo que preciso para llevar a cabo un viaje yuna empresa para la que necesito a seis devosotros. Seis de vosotros que se considerarn portoda la duracin del viaje en acto de servicio; no

  • podrn beber la ltima copa que apuntilla ni jugaral naipe ni tocar dados. Sern seis hombres quepor acompaarme tendrn tapiados los hoyospestilentes que son sus bocas. A babor los quequieran descansar dos meses en tierra y a estriborlos seis que estn dispuestos a acompaarme enacto de servicio. Simultneamente, todos los piratas a una,corriendo a la borda de estribor zancadillendosetraidoramente y repartindose brutales codazospara lograr ser los primeros en tocar la borda deestribor. Agradable cosa es para m, bribones, el verque prefers mi compaa al trasiego de mostosbajo el son de las mejicanas guitarras dijosonriente el Pirata Negro, que con gil saltoquedse sentado en el pasamanos del castillete,balanceando con indolencia las botas en el vaco. Odo al parche! Formacin en triple hilera dea quince! A cinco pasos de distancia por hilera! Qued la cubierta de estribor ocupadaenteramente por la disciplinada maniobra con lacual brazos extendidos prolongando sus hombros

  • separbanse entre ellos los cuarenta y cincopiratas formaban tres hileras dando frente a laescalera de cala, sobre la que saltacrobticamente Carlos Lezama desde el castilletede proa. Brazos en jarras, pierniabierto y los puos en lascaderas, fu contemplando uno a uno los rostros desus hombres en actitud de firmes. La mayora de los semblantes plasmaban labestial naturaleza de aquellos instintos salvajesque slo el Pirata Negro lograba reprimir yencauzar. Rapando pelos sobrantes y empleando reciosestropajos jabonosos algunos de vosotros podrisacercaros algo a la semejanza con seres humanos.Aquellos que mi dedo toque retrocedern un paso. Fu el Pirata Negro pasando ante las tres hilerasy doce de sus hombres retrocedieron un paso al serempujados en el pecho por el ndice de su jefe. Los dems a babororden. Y en cuanto avosotros doce aadi ni quedarse en estriborfrente a los seleccionados, deberis ahorademostrarme que sabis lo qu es una espada.

  • Donde iremos no quieren reconocer la utilidad deun buen sable lo abordaje. Castigan su empleo osimplemente el lucirlo en el cinto, con la horca. Delos doce que sois, llevar conmigo a los seis quemejor demuestren conocer el arte de la esgrimacon espada de caballero, aunque empleen tajos ymandobles de bandidos sableadores. Carlos Lezama hizo un ademn y su segundo,Cien Chirlos, dirigise hacia el camarotecapitana. La espada, bellacos, es arma que pincha comolengua de mujer astuta y cndida en aparienciafu diciendo el Pirata Negro mientras CienChirlos regresaba portando dos espadas deduelista sin filos y agudizadas sus puntas conmuela de piedra. Semejan largos alfileres ycndidas son comparadas con la amenazadoraanchura de las hojas de los sables queacostumbris manejar. Pero el diminuto agujeroque infieren mata mejor que la aparatosa heridadel sable. Antes de reclutaros a todos y fletar miAquiln fui profesor de esgrima durante losaos de mi primera juventud. Cada uno de

  • vosotros al empuar la espada que me ataque debehacerlo, pues, bravamente y a matar. Debo tantearvuestro temple... y el que tema herirme y por elloluche con cautela recibir veinte latigazos que leadministrar con tanta ms fuerza cuanto menosdemuestre al atacarme. Sera la peor de las injurias que pensarais tan nisiquiera rozarme con el pincho. T mismo, Juann,coge una de las espadas y colcate frente a m.Dejad espacio los dems. Juann, el pirata de rostro angelical, molletudo ycolorado, psose en guardia. Estaba dispuesto aacompaar a su jefe y se lanz como un torbellinocontra la espada del Pirata Negro, asestandovigorosos tajos altos para abatir el acero enemigo. Limitbase el Pirata Negro a parar el remolinoatacante con simples torsiones de mueca. Juannarrodillse y avanz su espada con recia estocadaa fondo. Carlos Lezama lade la cintura y el acerode Juann resbal sobre su costado mientras confuerte golpetazo de la cazoleta de la espada hacael Pirata Negro saltar de manos de Juann el armaque por milmetros acababa de rozarle en estocada

  • mortal. Todos los piratas espectadores rieronalegremente respirando aliviados. Por un instantehaban credo que Juann haba perforado a sujefe... y en sus mentes fraguaron los ms atrocesmartirios para aquel corpachn rematado enredonda cabeza bobalicona. Sirves, Juanncoment el Pirata Negro.Tu estocada habra encontrado carne en unespadachn, pero yo reputado charlatn einmodesto, poseo tambin una espada invencible.Aparta a un lado, Juann. Eres ya el primero delos seis que me acompaar. Otro al palenque. Tmismo, Piernas Largas. Un pirata de esquelticas piernas y ampliasespaldas asi la espada cada en el suelo y finthbilmente, con frialdad de tcnico. Trat deenlazar la hoja de su jefe en maniobra de escuelaitaliana, y Carlos Lezama latigueando paraevitar el ardid, ri mientras obligaba a retrocederal pirata espadachn. Cuando los nios jugaban a los bolos en tualdea estoy cierto que t a su edad repartas

  • cintarazos con espada que hurtabas del tahal desoldados fu diciendo a la par que con tresrestallidos laterales haca saltar de manos dePiernas Largas la espada. Sirves tambin,eres el segundo de los que me acompaarn. El peligroso juego mortal repitise diez vecesms, al fin de cuyos asaltos, ninguno se habahecho merecedor de los latigazos. Quedaron elegidos los seis que demostraron serms que capaces de enfrentarse con espadachinesprofesionales. El torso hercleo y desnudo del Pirata Negroluca al sol perlado por el sudor del ejercicio labronceada tez de sus elsticos msculos acerados. Apoy ambas manos en la empuadura de laespada hincada de punta en la madera de cubierta. El rapabarbas que afile su navaja y os ponga alos seis limpios de vellos superfluos. Despus osquiero ver en remojo y cuando os pase nuevarevista brillaris como manzanas, limpios detiznones y suciedad. Debis hacer honor al vestidoque luciris. Desde este instante sois los seis

  • mosqueteros espaoles del capitn a sueldo delque mejor pague, Carlos Lezama. Y a bordo de unmercante honesto embarcaremos rumbo a Francia.

  • Captulo Primero El simptico fanfarrn El caballero Jarnac de Lesperruy estaba muyorgulloso de su robusta complexin fsica y de suarrogante prestancia de hombre curtido en lides deguerra. Mosquetero del rey, habase en la corteenamorado de la dulce timidez de una provincianay Jarnac de Lesperruy pidi una licencia temporalpara vivir la reposada e idlica luna de miel en elcastillo que su esposa posea en el alto Loira,cerca de la costa bretona. El primer blasn de orgullo de Lesperruy era elhaber sido calificado por la corte de primeraespada del Reino. Su segundo orgullo era ostentarunos largos bigotes galos, rubios y sedosos, quearmonizaban con su barba en perilla. A esosaditamentos capilares atribua el enamoramiento

  • que su esposa le profesaba. Y en cambio Jarnac de Lesperruy considerabantimamente como sus dos peores defectos lo quepara Leonie de Kerdal, su esposa, haba sidoprecisamente la causa de que aceptara almosquetero por esposo: la brutal generosidad delgascn y su impetuosa franqueza, poco acorde conlas intrigas y las maneras palaciegas. Gascua es la regin francesa que es tomadacomo punto de comparacin para referirse a unexceso de imaginacin: Tan fanfarrn como ungascn, decase. Y Jarnac de Lesperruyconfesaba ser el gascn ms puro que Gascua,haba prohijado. El castillo de Kerdal elevbase en un altozanodominando con su altiva silueta el valle de Kerdaly el ro del mismo nombre, que serpenteando por la ascendente ladera describa una amplia curvaalrededor del castillo. Macizo, ada parrado, el castillo parecarememorar desde su altura los cercanos tiempos dela Edad Media, en que rebosantes de agua losfosos hoy secos y alzado el puente levadizo, hoy

  • convertido en puente fijo, defenda desde suprivilegiada posicin el suelo de Kerdal contra losembates de los mauros, arribados desde playascantbricas. El cinturn de fosos era hoy un alarde dejardinera y la policroma de los parterresmatizaba suavemente la gris silueta guerrera delcastillo, cuyas dos torres, Oeste y Este, alzabansus cilndricas moles en esttica vigilancia. El inmenso jardn rezumaba lquida melancola.El persistente y blando murmullo de la lluvia, envolva con su montona cantinela el castillo deKerdal, formando a modo de brumosa cortina queobscureca los cristales del amplio ventanal en laencristalada galera, desde la que la condesa deKerdal diriga la luz azul de sus ojos hacia elvalle, deseosa de ver la inconfundible figura acaballo del hombre que para ella todo lo era. Pero el camino que naca en el pueblo de Kerdalsegua desierto... y Jarnac de Lesperruy noapareca... Quiz fu la influencia melanclica deljardn bajo la lluvia la que humedeci las cndidaspupilas de la mujer que se haba enamorado con

  • toda su alma del mosquetero gascn que respondaal altisonante nombre de Jarnac de Lesperruy. * * * El nico mesn de Kerdal hallbase instalado alextremo de la carretera procedente de Burdeos.Era lugar en el que Jarnac de Lesperruy era muyconocido y al que invariablemente entrabasaludando al peculiar estilo de un mosquetero delRey, que adems era gascn: Paz a los honestos pueblerinos! deca convoz fuerte y ondeando el chambergo destocado.Buen mosto para un mosquetero, Ivn! El posadero, luciendo la ms complacida de sussonrisas, apresurbase a colocar frente a la mesatras la que se sentaba el esposo de la condesauna jarra rebosante. Y segn cual fuese su auditorio, as eran lasnarraciones de Jarnac de Lesperruy. Si eranancianos, limitbase a comentar asuntos deGobierno, relatando fiestas cortesanas, en las quel, Jarnac de Lesperruy, era saludado como la

  • primera espada del Reino. Si eran jvenes y robustos campesinos,Lesperruy entreabra el coleto de su jubn yatusaba repetidamente sus largos mostachos. Y en aquella tarde de lluvia el mesn estabarepleto de jvenes aldeanos que oan absortos lasrelaciones de los blicas hazaas que Jarnac deLesperruy haba realizado en los campos de dueloy en los terrenos de batalla. ...y no debera decirlo porque lo veis todoslos que me escuchisfanfarroneaba elmosquetero gascn. Mis dos brazos levantan untonel de cien litros como si se tratara de un blandocojn. Alguno de vosotros lo duda? Los fieros ojos grises de Lesperruy iban mirandolentamente a cuantos estaban sentados en la ampliasala del mesn. Nadie rechistaba. Bien, bien dijo Lesperruy. Eso estresultando pesado. Nunca nadie me contradice,nunca nadie me llama fanfarrn... Dnde tenisla sangre, hombres de Kerdal? Invito a doble jarrade vino al que levante ms alto que yo ese tonelque all veis.

  • En el centro de la sala, una barrica de cientodiez litros ofreca su ventruda mole conteniendovino joven del que nunca el posadero serva enespera de que adquiriese el paladar adecuado. Jarnac de Lesperruy levantse dejando sobre elbanco su tahal con la espada. Junto al tonel abrien cruz Ion largos y potentes brazos a cuyoextremo dos grandes manazas de fuertes dedosdenotaban que en cuanto a vigor el gascn noalardeaba de cualidad inexistente. Abraz el tonel y las venas de su cuello sehincharon a medida que en herclea tensin detodos sus msculos el gascn elevaba la barrica,hasta formar con ella, encima de su amplio pechoun arco, Arquendose por los riones, colocabaLesperruy sus dos manos en la base del tonel y conltimo y prodigioso esfuerzo atltico levantaba eltonel encima de su cabeza. Cuando lo hubo Inmovilizado semejando laplasmacin de una caritide escultrica,murmullos de admiracin recorrieron por la sala. Y Jarnac de Lesperruy sonri satisfecho. Era

  • poco... pero al fin y al cabo era algo el homenajesilencioso de los aldeanos de Kerdal. Deposit el tonel en el suelo y limpindose elsudor con el dorso de la manga de su jubn, fu asentarse, apurando de un largo trago todo elcontenido de la gran jarra de vino. Un valiente que se atreva a repetir lo queacabo de hacer! ret. Aguard unos instantes yal ver los ademanes negativos de todos sonrivanidosamente. De Gascua ha tenido que venirel hombre que os ensease lo que es un hombrefuerte. Sin rencor, pueblo de Kerdal. Srveles a todosuna ronda por mi cuenta, posadero. Apur Lesperruy la mitad de la nueva jarra queacababan de servirle y sopl en sus mojadosbigotes enderezndolos con un brusco golpe delpulgar. Sus ojos grises miraron de nuevofieramente a todos los concurrentes. Quin es el ms fuerte entre todos vosotros?pregunt. Valentn Bougre, mi hijo dijo un anciano alotro extremo de la sala. Pero con toda su fuerza

  • no puede compararse a vos, seor. Nadie puede compararse a m, viejo Bougredijo con la sencillez y conviccin con que seexpresan evidentes verdades el mosquetero. Osapuesto mi bolsa contra una jarra de vino, a quevuestro hijo no es capaz de lograr que yo retrocedani un pice mi cuello, viejo Bougre. El anciano aldeano no pudo evitar que susojillos llenos de cupidez y avaricia, brillaranansiosamente. Vuestra bolsa decs, seor? pregunt conavidez. S. Esta bolsay el mosquetero en reposo porlicencia, tir sobre la mesa un saquito repleto demonedas de oro. Creo que contiene unos treintaluises de oro. No los he contadoaadiindolentemente. Correra peligro mi Valentn, seor?pregunt el padre, vacilante. Sois fuerte yavezado a lides sangrientas. Mi hijo es fuerte, peroporque no tenemos caballos y tira l de la yunta.Treinta luises de oro es cantidad grande, seor.Qu ha de hacer mi hijo para ganarlos?

  • Demostrarme que es ms fuerte que yo. Yhasta hoy nadie me ha ganado en el juego delpual. Del pual, decs?y el mozo jaquetn yrobusto que avanzaba hacia el gascn retrocediindeciso. T eres Valentn? S, lo eres. Tienes cuellode toro y espaldas de potro perchern. Acrcatesin miedo, machito. Te explicar en qu consiste eljuego y vers que no hay el menor riesgo para ti...y en cambio s puedes ganarte treinta luises de oro. Valentn Bougre aproximse, mientras elmosquetero sacaba del cinto tahal un largo pualde duelista. Hinc la punta aguda en la madera dela mesa. Atiende a las reglas del juego, Valentn explic Lesperruy. Yo continuar sentado. T tesentars frente a m. En mi diestra sostendr elpual aplicando su punta encima de mi garganta...Y el juego es fcil. T, con tus dos manos rodearsmi mueca y empujars hacia delante... Si una solagotita de sangre resbala por la piel de migarganta... tuyos son los treinta luises de oro.

  • Pero... seor! exclam Valentn,asombrado. Os puedo herir de muerte! Fanfarrn!ri el ms fanfarrn de losgascones. Herir t a un mosquetero del Rey quetiene por nombre Jarnac de Lesperruy Deberapropinarte una paliza por tu insolencia... No latomo en cuenta. Anda, sintate delante mo ycontempla qu bonita es esta bolsa llenita y tanrolliza como los flancos de tus vacas. Valentn Bougre sentse, tras consultar con lamirada a su padre, que mudamente asinti con lacabeza. Alrededor de la mesa se congregarontodos los concurrentes al mesn. Jarnac de Lesperruy asi el pual desclavndolode la mesa. Aplic su punta contra su propiagarganta y con la mano libre se atus los bigotes. Coge mi mueca, Valentn. As, con tus dosmanos. Cuando yo te d la orden de empezar eljuego, puedes empujar con todas tus fuerzas.Listos? Valentn Bougre apres con sus manazas laancha mueca del gascn. Estaba dispuesto aganarse los treinta luises... no slo por la sequedad

  • que en su boca pona la idea de sentir entre susdedos la caricia de tantas monedas de oro, sinotambin porque le molestaba que todas las mozasde Kerdal languidecieran los ojos cuando anteellas se mentaba el nombre del mosquetero gascn. Puedes ya empezar, Valentn. Y aprieta defirme, que una gotita de mi sangre te valdr treintaluises... Valentn Bougre empez ladinamente, consocarronera de aldeano astucioso. No empuj contodas sus fuerzas, sino que limitse a comprobar sila punta del pual estaba bien en contacto con ladescubierta garganta del gascn. Cerciorado deello, fingi empujar liada delante vigorosamente.Pero se reservaba... Not la resistenciainconmovible que la mueca de Lesperruy oponaal avance... y de pronto empuj con todas susfuerzas, pensando as sorprender a su contrincante. Pero la mueca del gascn segua pareciendo unposte empotrado slidamente, aun cuando estabaen el aire y aprisionada por las robustas manos delaldeano. Eres listo, Valentn sonri Lesperruy,

  • pero yo lo soy ms. Y eso ardid ya lo conozco. Enespada lo llamamos ceder la resistencia. Sigue,contina... An ests a tiempo de ganarte lostreinta luises. Menudas gotitas de sudor perlaban la frente delgascn. El rostro de Valentn Bougre presentaba unviolento color anaranjado y reluca detranspiracin, mientras ahora, sin disimulos,tensaba todos sus msculos en intiles intentos devencer la frrea resistencia que con un solo brazole opona Lesperruy... El pual no se mova y era una lnea acerada yrecta la que permaneca esttica entre la gargantadel mosquetero por la punta y las manos deValentn rodeando la mueca del mosquetero. Laempuadura estaba ante el rostro de Valentn y sinreparos, animado por frases pronunciadas en vozbaja por su padre, Valentn apoy su barbillasobre la empuadura ayudando con ella, elempujn de sus manos, vido de ver dibujarse enla piel de la garganta del marido de la seoracondesa la ansiada gotita roja que indicase que elpual haba herido...

  • Pero transcurrieron dos, tres, cuatro minutos... yal fin, agotado, Valentn Bougre cay de brucessobre la mesa, con las manos sudorosas pendientesa ambos costados. Jarnac de Lesperruy mantuvo unos momentos elpual sobre su garganta. Atusse los bigotes con lazurda, y, al fin, envain el pual. Es fuerte el mozo, viejo Bougre. Podis estarorgulloso de l, pero ha quedado bien patente quenadie puede vencer a Jarnac de Lesperruy. Bien,posadero; otra jarra a todos por mi cuenta... Ycantaris todos conmigo la balada del galantemosquetero. Aquella que os ense en la que sehabla del ms valiente y del ms fuerte de losmosqueteros del Rey... El poeta msico que lacompuso no cita mi nombre..., pero, naturalmente,se refera a mi. * * * Esos pasatiempos en los que el caballeroLesperruy empleaba las horas de la tarde, no eranlos que empaaban de llanto los azules ojos de su

  • esposa. Leonie de Kerdal amaba el vigor fsico de sumarido y sonrea indulgente ante el relato de lasfanfarronadas de su adorable fanfarrn. Pero Leonie de Kerdal, buena, sumisa einteligente, senta que su docilidad tena un fallo:estaba dispuesta, desde el da en que se cas conel mosquetero gascn, a soportar muchas cosas.No desconoca que Jarnac era bebedor,pendenciero y jugador. Pero Jarnac nunca habamirado a otra mujer que no fuera Leonie deKerdal... hasta que apareci la duea del lejanocastillo de la cumbre opuesta. Y desde que la enigmtica Jacqueline de Bresthallbase recluida en su castillo, Jarnac deLesperruy, que slo la haba visto una vez pasar ensu carroza en direccin de Burdeos, parecaimantado por algn sortilegio cuya brujera debabuscarse en el bosquecillo que rodeaba el castillode Jacqueline de Brest. Desde haca dos semanas, al obscurecer, Jarnacde Lesperruy abandonaba el mesn y dando unrodeo prudente para no ser visto por los aldeanos

  • de Kerdal, tomaba luego el camino que conducaal bosquecillo del castillo donde morabaJacqueline de Brest. Y el mosquetero gascn apebase y manteniendopor la brida a su caballo, internbase en el bosquehasta dar frente a las ventanas en las que de vez encuando, ignorante de que era secretamenteavizorada por los ardientes ojos impetuosos delmosquetero, Jacqueline de Brest asomaba sudelicado rostro de melanclica belleza altiva. Y sabedora de ello, Leonie de Kerdal llorabasilenciosamente en la encristalada galera desde laque poda ver regresar dando otro prudente rodeoa Jarnac de Lesperruy, que se dispona a cenar. La inteligente provinciana estaba dispuesta a noperder el amor de su marido y por ello, cuandoJarnac de Lesperruy haca resonar fuertemente susbotas por los baldosines de la antesala, la Leoniede Kerdal que sala a recibirle no ostentaba en sudelicado rostro ms que sonrisas y en sus ojos nohaba la menor huella de llanto. Los polvos queemblanquecan sus prpados y mejillas ayudaban ala ficcin y ella reciba los besos de su esposo,

  • maldiciendo mentalmente a Jacqueline de Brest, laenigmtica parisina, que sin salir de su castilloms que en una ocasin, haba embrujado algascn. Y durante la cena, Jarnac de Lesperruy seextenda en la narracin detallada de susproezas... Pero nunca sala del mesn en susnarraciones. Tambin l finga ignorar que en elbosquecillo del castillo de Jacqueline de Bresttranscurra en muda atraccin acechando susventanas, ms de media hora, creyendo ser unasombra ms, por todos ignorada, entro las sombrasdel crepsculo. No debis repetir eso juego, Jarnacsuplicella. Qu juego?pregunt l ligeramentealarmado y poco ducho en el arte de conservar unsecreto que la conciencia le reprochaba. Me refiero a lo que habis hecho esta tarde.Valentn Bougre es muy fuerte y poda haberosdaado. Bah!rea el gascn, alegremente. No hayen todo Kerdal nadie que pueda vencerme. Y si no

  • fuera tan modesto, afirmara que no hay en todaFrancia quien conmigo pueda competir. Bebi Jarnac y secse limpiamente con unaservilleta. Recordaba siempre a tiempo ante suesposa que ella era condesa de Kerdal, yprocuraba no emplear los dedos como servilleta. A veces pienso, querida ma, que t puedessuponer, como muchos suponen, que yo soy unfanfarrndijo pensativamente. Es fanfarrn quien no cumple aquello quedice, Jarnac dijo ella dulcemente. Y voscuanto decs, lo cumpls. Eso es. Cuando digo lo cumplo. Pero si ante tialguna vez fanfarroneo demasiado, corrgeme.Confo en tu buen sentido... en todo el buen sentidoque yo no poseo. Si alguna vez para m fuerais algo... gascn...no por eso dejarais de ser el ms adorable ysimptico de los fanfarrones. Jarnac de Lesperruy levantse y arrodillndosejunto a ella, bes sus manos, devotamente. Y erahombre que se jactaba de no doblar la rodilla niante el propio Rey.

  • Qu hacis, Jarnac? Me merezco, acaso,esos besos tan de cortesano amante? Debera rezar ante ti, mi dulce Leonie. Yo soyquien no se merece tanta dicha como la de seramado por ti. Pero ms no poda decir el simpticofanfarrn. No poda confesar que tras suexcursin al bosquecillo ensombrecido por elcrepsculo, cuando regresaba al castillo de Kerdaly vease ante la luminosa dulzura de las pupilas deLeonie, sentase ms culpable que el peor de losasesinos. Lo cual no obstaba para que al da siguiente,cuando el crepsculo caa, Jarnac de Lesperruy seinternase en el bosquecillo desde el que veanselas ventanas en las cuales de vez en cuandoJacqueline de Brest asomaba su delicado rostroaltivo, impregnado en inexplicable melancola...

  • Captulo II Mosqueteros espaoles Ivn, el mesonero de Kerdal, cerraba ya supuerta cuando oy a lo lejos el ruido de varioscaballos acercarse a todo galope. Kerdal era ya una aldea silenciosa y todos sushabitantes dorman siendo nicamente Ivn, por sucometido, el nico ser humano en Kerdal quehallbase despierto a aquella hora, porque trashacer sus cuentas y observar los cerrojos de susbodegas, disponase a cerrar la gran puerta deentrada al patio y a los corrales. Siete jinetes acercbanse por el camino deBurdeos. Vestan los vistosos jubones rojos y lasnegras calzas enfundadas en negras botas altas devuelta, de los mosqueteros espaoles a sueldo, enterreno francs, del que mejor les pagara. Los chambergos pardos, de pluma roja, y la

  • banderola amarilla que atravesaba los jubonesformando tambin cinto-tahal, eran suficientesdatos para permitir reconocer en los jinetes a unescuadrn volante de mosqueteros espaoles. Quedse Ivn parado ante su puerta, creyendoque los jinetes pasaran de largo. Pero el que ibaen cabeza del escuadrn volante, aplicativo conel que se designaba a fuerzas aisladas sin divisa,apese del caballo que montaba, con una ligerezade consumado jinete. El caballo no habasedetenido an, cuando ya su jinete estaba en pieante el mesonero. Es Kerdal esta aldea, buen hombre?pregunt el recin llegado en un francs perfecto,aunque con leve acento espaol. En Kerdal estis, seorreplic Ivnolfateando por el buen estado de las ropas y de loscaballos de los mosqueteros espaoles que stosllevaban dinero fresco. Y el agradable tintineo que despeda la bolsa delque le hablaba, era grato acorde a los odos delmesonero, cuyos mayores beneficios se losproporcionaba Jarnac de Lesperruy.

  • Pienso para siete caballos y pienso para sietehombres. Heno para que se tumben las bestias;colchones para que nos tumbemos los siete. Hayde eso en tu pocilga, mesonero? Lo hay, seor; y todo est a vuestro serviciodijo Ivn con sincero respeto. Voto a sanes, bergante! ri el desconocido,mientras los seis hombres se apeaban tras l.Conque todo est a mi servicio? No quiero henoni cebada. Quiero buen vino y jugosa carne parareparar la fatiga de un largo viaje. Toma esa bolsa.De ella te irs cobrando y si se vaca me lonotificas. Entraron en el patio los seis mosqueterosconduciendo por la brida a los caballos hasta lascorralizas. Ivn a la luz de las linternas examin aljefe del escuadrn volante, que, brazoscruzados, habase reclinado indolentemente contrael poste central del patio, aguardando que sushombres instalaran los caballos. Alto y moreno, el recin llegado tena impresoen el bronceado rostro el sello de la viril energade un carcter dominante. El cabello rizoso era

  • negro y encrespado. Adems de la tez bronceada, otro detalledesentonaba de la costumbre de la poca en quelos caballeros acudan a empolvarse el rostro parablanquearlo y cubran sus labios y barba conprofusos adornos capilares. El desconocido lucauna barbilla voluntariosa, hendida en su mitad,pero completamente rasurada; slo un fino trazosedoso y negro sombreaba su labio superior, queentreabierto dejaba ver los agudos incisivosblancos. La nariz breve y aguilea; las cejas arqueadas ylos negros ojos de intensa brillantez, contribuan adar una fiel expresin facial de un temperamentoapasionado y turbulento. Distinguase del resto de los otros mosqueteros,porque su ropa la llevaba con distincin yfacilidad y tambin porque colgando de cadena deoro de grandes eslabones, llevaba sobre el pechouna placa redonda de oro. Si preguntan por vos, caballero, a qunombre debo responder?pregunt ladinamente elmesonero, para enterarse de la identidad de su

  • inesperado cliente. Nadie preguntar por mi, bergante. Pero si esquin soy lo que quieres saber, aprende que alojasal capitn Carlos Lezama, mosquetero espaol,que al frente de seis espadachines, sirve a quienbien le sabe pagar. Pensis permanecer largo tiempo en Kerdal,capitn Lezama? Es cosa que no te incumbe, preguntn. Atiendeslo a que mi bolsa se vace en tus manos. Algunosdas aqu nos quedaremos, porque estamosdeseosos de reposo. Danos tu habitacin mejor,donde quepan seis camas y la mejor de las mejoresdonde quepa la ma. Y no quiero vecindad. Losruidos me molestan. Estad tranquilo, capitn. Vos y vuestroshombres sois mis nicos huspedes y os dar elpiso alto. Estaris como en la mejor de lasposadas parisinas. Carlos Lezama, el Pirata Negro2 bebi un sorbocontemplando a sus hombres comer vorazmente. El posadero haba recibido la orden de acostarsey en el piso alto del mesn, en el gran dormitorio,

  • slo hallbanse los seis piratas comiendo ensilencio, algo cohibidos por la presencia en sumesa del que era su jefe. Carlos Lezama examin la lejana puerta de reciamadera bien atrancada y cerciorado de que suspalabras no podran ser escuchadas por ms odosque por los de sus seis piratas, acodse en elsilln. Henos ya al fin de nuestro viaje, mis valientes.En Burdeos he logrado la pista que buscaba. Aquien deseo ver s ya dnde encontrarlo. Cerca deese pueblo se alza un castillo... y tendr quevisitarlo. Pero odme bien, bribones. Vosotrosllevis ropas de mosquetero espaol. Os sientancomo guantes a un pato, pero nadie puede dudarque sois mosqueteros. Cuanto menos abris lasbocas menos sabrn lo bellacos que sois. Mi ordenes, pues, silencio y boca cerrada. Desde que el piepusimos en la dulce Francia os habis comportadobastante decentemente... No olis demasiado abandidos piratas. Tened en cuenta que si nuestraidentidad es descubierta, trabajo nos costaraevitar que siete corbatas de camo nos rodeasen

  • el cuello. Os permito que bajis durante el da alpatio del mesn, pero ni hablaris ni beberisdemasiado. Si os provocasen o algo excitaravuestra fcil clera, aguantaos hasta que yo estpresente. Slo por mi orden pueden vuestrasespadas flamear al aire. Y ahora, saciadas vuestras barrigas, a la cama.Y para que vuestros sueos sean agradables osprometo que nuestra estancia en Kerdal ser breve.Tambin yo deseo sentir pronto bajo mis pies lacaricia de la cubierta del Aquiln. Los seis piratas, uno tras otro, fueron saludandoa Carlos Lezama y se dirigieron a sus lechos. ElPirata Negro abandon el comedor dormitorio yentr en la adjunta alcoba. Antes de desvestirse bes la placa de oro queencima de su pecho reluca. Retardo el momento de verte, Jacqueline musit. Porque... aun no s si en ti ver a laadolescente feliz de la isla solitaria o versolamente a la Bella Corsaria. * * *

  • La caminata que todas las maanas efectuabaLeonie de Kerdal haba encendido sonrosadoscolores en sus mejillas. Dejse caer sentada sobreel verde csped del claro del bosque frente a sucastillo. Quitse la gran pamela de encajes tupidos queresguardaba su semblante de los rayos del sol y ladej junto a s, en la hierba. Entretvose Leonie arrancando amapolas de lasque le rodeaban. Pronto tuvo sobre el regazo de suamplia falda acampanada un montn de rojasflores que fu entretejiendo, absorta en suspensamientos. En aquel claro del bosque, el sol que penetrabaamortiguaba sus rayos en las copudas crestas delos alerces. La primavera francesa desparramabasu tibieza sobre el valle de Kerdal. Todo en elaire, en el azul del cielo, en el paisaje de gloga,cantaba el esplendor de aquel da de abril. De pronto, levant Leonie la vista que tenaabsorta en el jugueteo de sus manos y en la msabsorbente tarea de procurar poner en orden sus

  • pensamientos. Crea estar sola, puesto que se hallaba en losbosques del castillo de Kerdal, y, sin embargo,detenido en el lindero del claro, un arrogante yatezado mosquetero, vistiendo jubn espaol, lacontemplaba en silencio. Con las mejillas arreboladas, psose ella en piea la par que dejaba escapar un leve grito desorpresa. Perdonad, seora, si os alarm dijo elmosquetero, destocndose y rozando con la plumaroja de su pardo chambergo el suelo. Debohaberme extraviado. Ante vos y a vuestros piesest Carlos Lezama. Leonie de Kerdal pens por unos momentos queaquel mosquetero espaol poda ser un amigo desu esposo. Jarnac de Lesperruy haba combatidodos aos en Espaa, cuando era solamente uncadete. Acaso buscis a mi marido, seor Lezama?Soy la condesa de Kerdal y hace tres mesescontraje enlace con el caballero Jarnac deLesperruy. Es a l a quien deseis ver?

  • No tengo el honor de conocer a vuestroafortunado esposo, condesa. Sin duda alguna me heextraviado. En Burdeos me informaron de que apocas leguas de Kerdal alzbase un castillo dondemoraba una beldad para la cual tengo un mensaje.Vi este castillo y me acerqu. Vos tenis beldad dehada, pero no sois la dama para quien porto unmensaje. Acaso es la dama Jacqueline de Brest? Carlos Lezama tard unos instantes enresponder. Contemplaba el rubio cabello deLeonie, abundante y sedoso y mantenidodisciplinadamente por un lazo de seda azul; labrevedad de la recta nariz y los labios mrbidos einfantiles daban al perfecto valo del rostro unencanto indescriptible. El blanco cuello de lnea suave y grcil, losredondos hombros erguidos, el breve talle queavaloraba el torneado busto, las plidas manosfrgiles y la natural elegancia con la que Leonie deKerdal vesta, fueron detalles que justiprecirpidamente Carlos Lezama, decretando para sufuero interno que el desconocido Jarnac de

  • Lesperruy era hombre feliz al ser poseedorlegtimo de tanta belleza romntica: Conocis vos a Jacqueline de Brest?demand, oponiendo pregunta por pregunta. No. Solamente s que es dama de la corte yque ahora habita el palacio de la cumbre. Veis aoriente los torreones de aquel castillo? All habitaJacqueline de Brest, aunque... ahora no laencontraris, porque esta maana temprano vi salirsu carroza y ella iba en el interior, camino deBurdeos. Gracias, seora, por vuestra bondadosaamabilidad hacia un forastero. Y decidme, si ainsolencia no lo tomis, sois por ventura la damaque inspir al poeta Villon su estrofa en la quehablaba de la esposa que ningn hombre supohallar porque era ensueo de embriaguez potica?Vos sois la realidad del ensueo potico y elcaballero Jarnac de Lesperruy gran hombre deboser cuando supo conseguir vuestra mano. Agradezco en su nombre los cumplidos queme tributis, seor espaoldijo ella irguiendo lacabeza algo molestapero os ruego que os

  • retiris porque l podra venir y me honra con sucelosa espada. Y quiz no supiera comprender quevuestras palabras galantes son solamente cualidadde espaol. Si en Espaa, seora, ateos hubiera, ante vosrezaran porque tenis de la Virgen la purezadelicada. Y ya no os importuno ms. Quedovuestro devoto servidor, seora.

  • Leonie de Kerdal quedse sola y respiraliviada cuando a lo lejos vi venir a su esposo.Ya no era visible la gallarda figura del mosqueteroespaol y eso la tranquilizaba porque habaadivinado que el atezado intruso posea untemperamento muy semejante al de su esposo en loque al fcil manejo de la espada se refera. * * * Piernas Largas estir los atributos de suanatoma que le valan el apodo entre latripulacin del velero pirata Aquiln. Ahora, enaquella sala del mesn de Ivn, sentase incmodoculpando las recias botas altas de mosquetero.Prefera el hmedo roce de las maderas de lacubierta del Aquiln andando sobre ellasdescalzo. Rentados en el mismo banco, los otros cincopiratas sorban lentamente su primera jarra devino. Juann, el pirata de rostro mofletudo ybobalicn, bisbise entre dientes: Recordad, compadres. Boca cerrada y poco

  • pelen. l lo ha dicho as. Hola, hola!... Picos cerrados, que elrubiales que se acerca parece deseoso de charla.No ha hecho ms que graznar desde que haentrado. Jarnac de Lesperruy detvose ante el silenciosogrupo de los seis mosqueteros. Atusse losmostachos. Saludos, espaoleshabl en bastantedefectuoso castellano. Pele contra vosotros hatiempo, y a fe de hombre conocedor, que no lohacis mal. Me aburro, y veo entre vosotros seisrecios puos y caras de decisin. Alguno devosotros quiere ganarse treinta luises de oro? Piernas Largas trag dificultosamente y Juannpestae. Los otros cuatro piratas calcularonmentalmente la cantidad de frascos de Borgoa yBurdeos que podan adquirirse con treinta luises...pero los seis guardaron el ms absoluto de lossilencios. Sois mudos, espaoles? Vests ropamosquetera y esa es ropa que slo llevan loshombres que saben contestar a las palabras de un

  • caballero educado cuando ste les dirige lapalabra. Os he saludado. Los seis piratas siguieron silenciosos.Amostazado, Jarnac de Lesperruy desenvain suespada y asiendo la punta con la mano zurdaflexion la hoja de acero hasta arquearla frente surostro. Voto a los calzones de Belceb! grit.Vosotros queris callar y yo quiero que hablis.Seis mosqueteros espaoles son pocos para Jarnacde Lesperruy. Al aire las espadas! Piernas Largas prefiri cerrar los ojos. Nopoda levantarse ni sacar la espada; eran rdenesde l, pero... habra dado una mano para poderpelearse con aquel fanfarrn que les retaba. Continuis sentados? dijo triunfanteLesperruy. Es prudencia que desconoca enespaoles. En fin, no puedo atravesar a seishombres sentados, aunque... por pollosmerecerais que os embrochara. Qu os hicieron mis hombres, seor? pregunt una voz a espaldas del gascn. Y Carlos Lezama, que atrado por las voces de

  • Lesperruy haba asomado a la escalera del pisoalto, descenda ahora hasta quedar entre Lesperruyy el banco donde los seis piratas enmudecidos ycolricos sonrieron ahora satisfechsimos. Jarnac de Lesperruy contempl al recin llegado.Segua manteniendo en arco su espada. Nada me han hecho, caballero, pero esdisgustante que no sepan responder cortsmentecuando un caballero francs, por aadidura gascny mosquetero del rey, les saluda. Tienen orden ma de no hablar con nadie.Deseabais algo? Yo soy el capitn Carlos Lezamay disponed de m para lo que gustis. Y el Pirata Negro destocse, barriendo el suelocon la pluma de su chambergo. Lesperruy envainy devolvi el saludo. Me llamo Jarnac de Lesperruy, seor, yacepto vuestro saludo en desagravio al quevuestros hombres no supieron concederme.Tambin yo soy mosquetero, aunque del Rey de laFrancia, y ahora en licencia temporal de descanso.Aceptis una jarra rio vino, caballero? Gustoso. Y aceptara tambin que invitaseis a

  • mis hombres, porque han sufrido un mal rato. Jarnac de Lesperruy ri fuertemente,interpretando mal las palabras de Carlos Lezama. Lo supongo. Deben saber que soy la primeraespada de Francia, y sin duda estaban encantadosde que vuestras rdenes les impidieran hablar yrecoger mi desafo. No, es el contrario, caballero Lesperruy. Sondisciplinados, pero son bravos. Tierra brava laespaola tierra de proceden, y no gustan de dejarsin adecuada respuesta reto rio quien sea, aunqueproceda de la primera espada de Francia.Afortunadamente llegu a tiempo de desvanecervuestro error. Ellos enmudecan y dejaron quietassus espadas porque as yo lo orden. Jarnac de Lesperruy atusse los bigotes. Aquelespaol le estaba pareciendo algo insolente. Quietas dejaremos las espadas, caballeroLezama, por ahora. Pero vos parecis hombrefuerte y mosquetero sois, aunque espaol. Gustisde apostar? A veces. Segn la cantidad y segn con quin. Mi licencia temporal se prolonga y esta aldea

  • no abunda en diversiones? Me gustara apostar convos que nadie vence al caballero Jarnac deLesperruy, sea en el terreno que sea. Veis aqueltonel? Pesa y contiene ciento diez litros. Diezluises de oro si lo levantis ms alto que yo. Pocas veces me he dedicado a ese pasatiempo dijo Lezama, mientras descindose su tahalentregaba su espada y pual a Juann. Jarnac de Lesperruy no comprendi por qu losseis mosqueteros espaoles rean silenciosamente,No haba presenciado el especial procedimientopor el cual Carlos Lezama, el Pirata Negro,incendiaba las Santas Brbaras de los buquespiratas enemigos3. El gascn abraz el tonel, lo aup sobre supecho y poco despus realizaba su hazaa deelevarlo encima de su cabeza. Quedse as, ypregunt galleando: Cunto apostis de que sois incapaz delevantarlo ms alto? Cincuenta luises si vos no slo lo levantis,sino lo arrojis ms lejos de donde yo lo lance. Jarnac de Lesperruy al or aquellas palabras,

  • deposit el tonel en el suelo ms rpido de lo queacostumbraba, tal era la sorpresa que le habacausado or al moreno capitn mosquetero. Fanfarrn!musit por lo bajo. Y ya en vozalta aadi: Van los cincuenta luises, aunque meduele ganaros el dinero. Sabis que levantar labarrica ya es algo fuera de lo comn? Cmopretendis pues arrojarlo lejos de vos? En Espaa no explicamos cmo hacemos lascosas. Las hacemos, seor gascn. Y Carlos Lezama, menos corpulento y aparatosoque Lesperruy, pasm a todos los aldeanos deKerdal que estaban en el mesn, cuandoaparentemente sin esfuerzo, sus msculosabultaron las mangas del jubn rojo mientrasencima de su cabeza balanceaba el tonel. Procurar que caiga sobre aquellas albardasdijo sealando con la barbilla un montn desillas muleras. No debe romperse, porque esvino joven el que se desparramara y trae malasuerte. Una exclamacin unnime de sorpresa acogi elarco que describi en el aire el tonel para ir a

  • abatirse con precisin diez metros ms all, sobreel hacinamiento de albardas que amortiguaron sucada. El viejo Bougre expres su opinin de que"aquel moreno espaol tena que haber hecho unpacto con el diablo". En las aldeas francesas seestipulaba la fuerza por la grasa y la corpulencia yno saban que la ejercitada musculatura felina deCarlos Lezama posea ms vigor que lavoluminosa humanidad de Jarnac de Lesperruy. El gascn levant el tonel, arque los rionestensando los abultados, msculos de sus piernas.Lanz una exclamacin para ayudarse en elesfuerzo, pero aunque despleg todas sus fuerzas,el tonel fu a caer exactamente encima de lasalbardas. Bravo, caballero Lesperruy! Habis logradoigualar mi tiro. Tenis buenos msculos.Repetimos?pregunt Lezama. Lesperruy prefiri no exponerse a una primeraderrota. Sentase incapaz de volver a arrojar tanlejos la pesada barrica. Pero deba velar por miprestigio. Nunca haba sido vencido en el juego

  • del pual... y aquel insolente espaol iba aaprender lo qu era un mosquetero gascn. Queda en pie nuestra apuesta, seor espaol.Dignaos sentaros en esta mesa, que es la ma.Conocis el juego de los cuerpos de guardia?Slo pueden realizarlo hombres que como yo y vossean fuertes a toda prueba. Consiste en apoyarse lapunta de un pual sobre la garganta. Veis? As y Lesperruy apoyse su propio pual en lagarganta. Vos con... una mano rodeis mimueca y tratis de hundirme un poco de acero enla garganta. Si vierto tan slo una gotita por unaraazo habis ganado y vuestro pulso serasuperior al mo. Hace? No. No me gusta ese juego... Ya lo supona se envalenton Lesperruy. Mal suponis, puesto que no termin dehablar. Quera decir que no me gusta el juego talcomo lo presentis. Juann!llam Lezama.Dame mi pual. Cuando el Pirata Negro tuvo empuada su armacorta, imit el gesto de Jarnac de Lesperruy.Aplicse la punta en su propia garganta, y coloc

  • la empuadura tocando contra la empuadura delpual de Lesperruy. Ved como as est mejor, caballero Lesperruy.Diestra contra diestra, pulso contra pulso. Y quegane el ms fuerte de los dos. Cuando queris...Aguardo a que empecis a demostrarme quevuestro pulso de gascn puede vencer al pulso deun espaol... Ivn, el mesonero, asisti angustiado alsilencioso duelo. Tema perder a uno de sus dosmejores clientes. Saba que en aquel juego mortalera indigno retroceder el rostro y por lo tanto elpulso que venca hincaba la punta del pual en lagarganta enemiga. Generalmente eran slo heridasms o menos largas en curarse, pero dada lafortaleza de Lesperruy y la asombrosareciedumbre de los msculos que el capitnespaol haba demostrado poseer, a Ivn se leantojaba ver no ya una gotita de sangre perlarsucesivamente en cada una de las dos gargantas,sino verdaderos raudales sangrientos brotar paracubrir la mesa en que se apoyaban los dos codosadversarios.

  • Buen pulso tenis, voto al diablo! mascull Lesperruy tras dos minutos de peligrosoforcejeo en que no consigui mover la empuadurade su contrincante. Lo mismo digo, por Baco!rezongsonriente Lezama. Transcurrieron otros dos minutos en medio delmayor de los silencios y al fin, Lesperruy,agarrotados ya los msculos de su brazo derecho,exclam fatigado: Ni yo ni vos, caballero. No piensopermanecer toda la tarde as. Tampoco yo. Reconocis, pues, que porahora somos iguales? En el lanzamiento del tonel y en ese juego delpual, s. Pero... y envain su arma, hay otrasmaneras en otros terrenos de... Perdonad, caballero Lesperruy. Por hoybastan esas dos pruebas. Tengo ahora que acudir auna cita que ha tiempo contraje. No vine a Kerdalpara entretener vuestro aburrimiento. Aunque osdoy mi palabra que maana a esta misma hora aquos espero para cuanto gustis proponerme... sea en

  • el terreno que sea. Gracias. As lo espero yo tambindijoLesperruy, destocndose. No debe quedar entoda Francia quien dude de que yo soy... El afortunado Jarnac de Lesperruy. Lo s interrumpi Lezama. Perdonad ahora, porque eltiempo apremia. A maana. Y Carlos Lezama tocse de nuevo el chambergo,recogi su tahal de manos de Juann y abandonla estancia. Pesaroso por no haber podido vencer segnacostumbraba siempre, Jarnac de Lesperruy bebidos jarras seguidas. Limpise los mostachos conel dorso de la mano y murmur: Por qu me habr llamado afortunado? Ignoraba que aquella misma maana, CarlosLezama haba apreciado la encantadora figura deLeonie de Kerdal. El crepsculo empezaba ya a esparcir sus tintesobscuros por el valle. Jarnac de Lesperruy, comodominado por un impulso irresistible olvidrepentinamente al fanfarrn espaol y sali parainstantes despus cabalgar camino del bosque

  • cercano al castillo de Jacqueline de Brest.

  • Captulo III Jacqueline de Brest Un suave cfiro entibiaba el crepsculo. La lunaapareca y desapareca velada a instantes pornubecillas blancas. Jacqueline de Brest, La Bella Corsaria, estabarecostada en un divn recubierto de damasco azul.Sus largos cabellos negros desparramados cubranel almohadn sobre el que su cabeza estabaapoyada. Con los ojos cerrados pareca hacer un esfuerzopara mantenerlos as. Un nico candelabro deplata penda iluminando tenuemente la estancia yproyectando su luz sobre el plido rostro y losencendidos labios de Jacqueline. No dorma; una penosa pesadilla parecaagitarla. Desde que haba huido de la isla solitaria,escapando al amor de Carlos Lezama, el nico

  • hombre al cual ella quera, Jacqueline luchabaentre dos sentimientos dispares: para tratar deolvidarlo habase recluido en el castillo. Y al noconseguirlo, por dos veces haba ido hastaBurdeos, dispuesta a embarcar hacia el Caribe, yvolviendo a ser la Corsaria Bretona, verse denuevo frente al hombre que era su nica ilusin. Un leve crujido de unas botas sobre el tapiz, lahicieron abrir los ojos. Se estremeci y a duraspenas ahog un grito de espanto. Los ngeles deben contemplar as al demonio,Jacqueline dijo Carlos Lezama, arrodillndosejunto a ella. Pero bien sabes que no soy ms queun pobre diablo... Un pobre diablo que no puedevivir sin ti. Ella hundi su bello rostro en el almohadn ydej escapar de sus labios temblorosos un gemidoen el que se mezclaban honda pena y ladesesperante alegra de volverlo a ver... Se levant sobre un codo, sacudi susesparcidos cabellos que le cubran el rostro yasiendo la mano de Lezama la aplic sobre susien. l sinti la tenue vena azul latir con fuerza.

  • Tu mano es fra, Carlos... Calma mi pobrecerebro que enloquecer. Te advert que era intil combatir contra eldestino escrito, Jacqueline dijo l sentndosejunto a ella. Al pisar por vez primera suelofrancs supe al verte que de ti en la tierradependera mi felicidad4. Cuando averig queeras la corsaria bretona sufr... Pero yo quin era?Simplemente, el Pirata Negro. Podamos unirnuestros destinos. Y t, amndome, huiste de m 5.Por qu? Acaso podemos huir a nuestrospensamientos? Hme aqu de nuevo, Jacqueline. Siquieres ser la adolescente que renaci en la islasolitaria, yo dejar de ser el Pirata Negro. Lejospartiremos, donde nadie nos conozca, y todas lasbellezas del mundo sern nuestras porqueposeeremos el tesoro de un amor sin igualcompartido. Si no puedes olvidar a la corsaria,ven conmigo, y donde el mar abra su encaje deespumas para el Aquiln, viviremos felices,dueos del Aquiln y dueos del mar hasta queste nos sepulte juntos. S!... Yo quisiera...! Coloca tus dedos sobre

  • mis prpados; esto me aliviar. Creo que sipudiese llorar sufrira menos; pero no puedo. Hubo un largo silencio, interrumpido slo por larespiracin entrecortada de Jacqueline. Lezamabesaba de vez en cuando los prpados cerrados.Su mano izquierda estaba apoyada en elalmohadn y los dedos femeninos enlazados conlos suyos apretaban convulsivamente. El aliento de Jacqueline, dulce y ardiente,acariciaba los labios de Lezama. No conozco el sabor de tus besos, Jacqueline.Por qu atormentarte, torturndome? Si mequieres, por pi me huyes? Es vano escrpulocontra el que no podrs luchar, detenerte a pensarque t, una corsaria, no puedes ofrecerme lafelicidad. No debiste venir, Carlos... Hubiese intentadoolvidarte... Carlos Lezama se puso en pie. Sonri sin burlaalguna, en sonrisa amarga y triste. Si a ti puede serte fcil el pensar que puedesolvidarme, entonces debo irme. Si tu amor sera lamejor de las limosnas para Carlos Lezama, hay

  • algo que se opone a que la reciba. Aunque tuvieraque arrancarme el corazn a pedazos, yo nomendigo de quien cree poder olvidar. Encendisteun infierno en mi alma, Jacqueline. Si no quieresconvertirlo en paraso, qudate en tu castillo... yolvida que un da en tu camino se cruz un pobrediablo que tuvo la debilidad de enamorarse de ti...y que pese a todo seguir amndote porque l nopuede olvidar. Carlos Lezama bes una de las pendientes manosde Jacqueline, que no le miraba, y se dirigi haciala ventana. Iba a atravesarla para saltar al jardn,cuando en su hombro se coloc una mano blanca. Qudate, Carlos... Yo soy la que mendigo lalimosna de tu amor. * * * Jarnac de Lesperruy al llegar al linde del bosqueque daba frente al castillo de Jacqueline de Brest,no pensaba ya en el espaol que le haba igualadoen sus retos forzudos. Pensaba slo en si vera, aunque de lejos, el

  • rostro de la mujer que entrevista slo una vez,haba causado en l tan fuerte impresin. Sedetuvo en seco, reprimiendo una malsonantemaldicin. Acababa de ver encaramarse por elmuro norte, la inconfundible figura del mosqueteroespaol... La figura del fanfarrn que habaopuesto su pual... Maldito insolente!bram Lesperruy.Entra por la ventana al interior! Debo... No, no esaccin en la que puedo Intervenir... Ella misma lehar echar por sus lacayos... y entonces, sabr esteaudaz canalla salteador de moradas, qu largomide la espada de Jarnac de Lesperruy. El gascn, mordindose las uas, fu contndosementalmente la serie de estocadas con las quedejara el cuerpo del atltico espaol convertidoen un cedazo. Deba entretener la espera que seprolongaba, y cuando en su mente no qued ya unsolo lugar anatmico de Carlos Lezama sin sucorrespondiente estocada, Jarnac de Lesperruyensart una tras otra una larga letana demaldiciones. Tambin en aquel juego haba ganado el

  • espaol? * * * Fu ella la que al or sonar los toques de uncarilln, desprendise de los brazos del nicohombre que ahora en el mundo entero era el nicoque conoca el sabor de los besos de Jacqueline deBrest, la inconquistable. Debes marcharle, Carlos. La noche es joven, amada ma. No ha llegadoan la hora de la cena. Cuando apreso un tesoro... No puedo an explicarte, Carlos. Pero te losuplico. Vete... y maana te explicar. Oh, no!dijo sonriente Lezama. No, miquerida nia caprichosa. No quiero exponerme auna de tus huidas. Podran renacer tus absurdosescrpulos, y yo te juro que esta vez si huyeras,palabras de Pirata Negro te doy, que no teperdonara. Volvera en tu busca... pero ya nuncams escaparas, porque juntos emprenderamos elltimo de los viajes y envueltos los dos ensudarios, nunca, nunca ms huiras de m.

  • Te lo suplicodijo ella temblorosa. Ahorano puedo explicarte. Pero por el amor que metienes y por mi amor, ahora debes marcharte. Me reputan galante y siempre dispuesto acumplir los deseos de las damas. Pero no correrun nuevo riesgo. Recuerdas la isla solitaria dondeintilmente te llam? No me avergenza decirloque una bruma especial se form en mis ojos. Y noha de repetirse... No sabes ver que no te miento ya? Quieroslo evitar que quien ha de venir esta noche, puedaverte. Es hombre de influencia en la Corte y deborecibirlo. Viene de Burdeos para comunicarmeasuntos de gobierno. No olvides que en Pars yosoy siempre Jacqueline de Brest y sonri ellatristemente. Y por mi corazn, que es tuyo, tejuro que maana al amanecer, cuando an elruiseor siga cantando, en esta misma ventana teaguardar... Y partiremos donde quieras. Ahora sya que slo contigo podr ser feliz., o intentarvolver a ser la adolescente que tuvo la desgraciade no conocerte a tiempo. Me crees, Carlos? Quiero creerte. Dame tus manos y mrame en

  • los ojos. As, rectamente. Si, te creo. Hasta elamanecer, Jacqueline. Alborear como siemprepara los dems mortales, pero para nosotros seralborada que marcar el renacer de nuestra ilusinde antao. Bes las dos manos que aprisionaba yacercndose a la ventana, subi a horcajadasencima de ella. Jacqueline corri hacia l y apoysus labios en la frente atezada. Que renazca en tu espritu la paz, Carlos,como tu presencia ha hecho renacer la calma en elmo. Hasta la alborada. * * * Jarnac de Lesperruy tembl de impacienciacontenida cuando vi asomar por la ventana eljubn rojo y el chambergo pardo. Pero una extraatransformacin se oper en su mentalidad cuandopercibi a Jacqueline de Brest besando conrendida expresin de amor la atezada frente delmosquetero espaol. Imbcil de m! mascull. Dijo que l

  • deba dirigirse a cita que ha tiempo habacontrado. Dos trtolos, y yo, olvidando que poseola esposa ms buena que el mundo cre. Malditosea por haberme dejado arrastrar a tal ridculo!Pero... si bien ya comprendo que no he de volvernunca ms a este bosque, esto mosquetero va asaber lo que es un mosquetero rascn. No tiene lla culpa de nada, pero da lo mismo. Probar lafrialdad de mi acero. Carlos Lezama dirigise al bosque, y loatravesaba camino del mesn, cuando ante l unaalta y robusta silueta se interpuso. Buenas noches, capitn Lezama. Jarnac deLesperruy os saluda. Oh, oh!... Fea cosa es espiar, gascn. Quhacis aqu? Si mis pasos seguisteis, vais a darmecuenta de ello. As os quiero, espaol. Bravo y retador. Antesde que os atraviese el pecho de parte a parte,quiero dejar Ilion' claro que yo, Jarnac deLesperruy, ni espo ni sigo los pasos de nadie.Vine aqu... porque vine. Leal explicacin, a fe ma!

  • Quiero decir... que, en fin, sabedlo. Tuve ladebilidad de enamorarme de una mujer que slouna vez vi. Y acuda todos los crepsculos a estebosque para tratar de avizorarla desde lejos. Carlos Lezama sonri burlonamente, apoyandola diestra en la guarda de su espada. Mi querido seor. Es hora de cenar, a lo queme parece, y si no me engao tenis esposa que envuestro hogar os espera. Dejad en paz a mi esposa! Podra deciros que vos sois quien debe dejar enpaz ese bosque, porque es camino mo. Y ella,Jacqueline de Brest... es mi esposa. Os presento todas mis excusas, caballerodijo contritamente Lesperruy saludando conamplio ademn de su. chambergo. De haberlosabido, bien me hubiera guardado de ofenderos. A nadie habis ofendido adorando desdelejos. Es loa que tributis a la sin par belleza demi esposa. Pero a quien ofendis es a la condesade Kerdal. A la luz de la luna y en el circulo abierto entrelos rboles, fu visible la lividez que invadi el

  • rostro de Lesperruy. Voto a sanes, espaol! Guardaos vuestrosconsejos! Desenvainad y demostradme quemanejis la espada como manejis la lengua! Pelea queris? Por qu? Os avergenzacomprender que la condesa de Kerdal no semereca esta ofensa? Exasperado, Jarnac de Lesperruy flame al airesu tizona. Carlos Lezama cruz los brazos,reclinndose indolentemente contra el cercanotronco de rbol. El gascn, creciente suexasperacin, agit la tizona ante el rostro delPirata Negro. He dicho que desenvainis!rugi. Escuchadme, gascn impetuoso. Habissurgido repenti-namente en m camino, cuando yoslo pensaba en la felicidad de haber encontradopor fin a mi esposa. No os pido cuenta de ello,cuando la razn me asiste, y sin embargo vos, elculpable, vos a quien nadie ha llamado aqu medesafiis? Charlatn sois! Deber abofetearos? Nadie ha tocado nunca mi cara, gascn.

  • Alguno lo intent y cra malvas que le nacen de latierra que cubre su hoyo. Sea como queris. Perotened presente que eso ya no es un juego. Ni vossois un tonel ni apostamos cincuenta luises de oropor una gotita de sangre. Menos hablar, maldita sea! Desenvainad! Osdoy ventaja; usad tambin el pual. Yo no loemplear... porque soy la primera espada deFrancia. Erais, gascn. Lo erais... hasta que llegu yo. Condenado fanfarrn! clam Lesperruy enel colmo de la exasperacin. Y lanzse a un ataque a fondo, prodigandovarios mandobles con los que crey suficientepara apartar la espada de Lezama. No pensabamatarlo, pero s le herira para que por insolentey fanfarrn conservase una muestra de quin erael mosquetero Jarnac de Lesperruy. Carlos Lezama, serenamente, soport el aluvinde mandobles, limitndose a parar, sin romper laguardia ni retroceder. Con giros de mueca fudeteniendo los latigazos de la espada deLesperruy.

  • El gascn empez a impacientarse. El espaolera mejor esgrimidor de lo que haba credo.Abandono el ataque por la fuerza, para iniciar elataque de habilidad. Fint una larga estocada al muslo y realizando lamaniobra italiana del serpenteo, enlaz sucazoleta con la enemiga, levantando rpidamentela hoja adversaria. Y entonces se tir a fondo,seguro de perforar el brazo derecho de Lezama. Retrocedi de un salto y, por escasosmilmetros, evit que su propio brazo derechofuera atravesado por la punta de la espada deLezama. Estocada muy conocida, LesperruysonriLezama defendindose ahora de varios molinetesque reciamente prodig el irritado espadachngascn. Hacedme el honor de valorarme en ms.Tratad de emplear una estocada ms original odejaris de ser la primera espada de Francia. Esaya est mejor! La clsica rapierada del maestroLecler... Enlace en cuarta..., traba en tercia y rectaen sexta cant como los profesores de esgrima. Pero... ya veis. Si no saltis de nuevo hacia

  • atrs, os hubiera embrochado... Jarnac de Lesperruy ech mano de todo surepertorio. Esgrima magnficamente y por espaciode tres minutos consecutivos llev a la prcticasiete estocadas de las que le haban valido, conjusticia, el ser considerado la mejor espada delReino. Carlos Lezama, siempre sonriente, aunque elsudor invada su rostro, debido al violentoejercicio, iba cantando las fases de cada estocadaprevinindolas y contrarrestndolas con lasdefensas clsicas. Bien, caballero gascn. Hasta ahora os hedejado atacar... Empieza mi brazo a cansarse, ypaso al ataque. Os lo prevengo. Nada tengo contravos, pero, por terco y fanfarrn, quiero daros unaclase gratuita de esgrima de alta escuela. El fanfarrn, lo sois vos! Parad sta, sipodis! Y Lesperruy lanzse al suelo cuan largo era. Suespada elevse como una lengua de vbora y, cualsaeta veloz, intent morder la mueca derecha deLezama. Otro esgrimidor no habra, podido evitar

  • el desarme. A duras penas consigui Lezama detener, contajo desde lo alto, la punta de la tizona deLesperruy. La estocada Nevers era imparable,pero si milagrosamente fallaba, quien la lanzabaquedaba a la merced de su adversario, porque,tendido en el suelo, ofrecase inerme al armaenemiga. Carlos Lezama poda haber atravesado a sucado enemigo. Caballerosamente, no slo noabati su espada, sino que fingi perder elcontacto con la empuadura de resultas delcontragolpe defensivo, y, as, di tiempo aLesperruy a que se pusiera en pie, de nuevo, con laespada en lnea recta y defensiva. Pero entonces fu el simptico fanfarrn el queobr caballerosamente. Descendi la hoja deacero colocando su punta en el extremo de supropia bota. Gracias, seordijo Lesperruy, y en susmejillas se encendi un violento rubor. Le dolareconocer que, por fin, haba hallado quien levenca. No puedo seguir combatiendo con quien

  • acaba de perdonarme la vida, hacindoloelegantemente. Qu decs, seor?pregunt Lezamacortsmente. Resbal mi mano y no pudeperforaros como era mi Intencin. Repito las gracias ahora por vuestras palabras.Pero yo, Jarnac de Lesperruy, conozco lasuficiente esgrima para saber que al fallar mibotte Nevers, que nunca me fall, estaba avuestra merced. Como queris. Agradezco que no sigiscombatiendo porque ya mi bravo empezaba a tenerhormigueos... y creo que hubierais seguido siendola primera espada de Francia. Lo creis as?pregunt jubiloso Lesperruy.Y su rostro se ilumin repentinamente de alegra. Vaya un "viva por los dos mejoresesgrimistas del mundo. Lanz un estentreo viva y envainando, abraza Carlos Lezama. Hacedme ahora l honor de compartir la cenacon la condesa de Kerdal y conmigo! Quieropresentar a mi esposa al nico hombre en el

  • universo que ha podido por tres veces igualar aJarnac de Lesperruy. * * * Leonie de Kerdal trataba intilmente de contenerlos sollozos que pugnaban por estallar. NuncaJarnac haba tardado tanto, y sinti ella, la dulce ybuena provinciana comprensiva, que un obscurosentimiento de odio naca en su pecho contra laculpable. Contra la enigmtica Jacqueline deBrest, que haba venido a aquel apacible rincnpara turbar con su presencia el idilio sindisonancias hasta entonces de su amor conyugal. Lentas, desfilaron las horas... y, al fin, corriella a su alcoba. Haba visto la gallarda silueta desu esposo, que entraba por el puente acompaadodel mosquetero espaol que aquella mismamaana la haba sorprendido con sus galantesfrases. Y, empolvada discretamente, para ocultar lashuellas de su llanto, Leonie de Kerdal descendi ala antesala, al pie de cuya escalera Jarnac de

  • Lesperruy design con efusivo ademn a suacompaante. Linda Leonie, ms linda que nunca. Permtemepresentarte al mejor de mis amigos. CapitnCarlos Lezama, bravo espaol, caballero a quiendeseo honres con tu amistad como yo me honro conla suya. Leonie de Kerdal correspondi con levereverencia al profundo saludo de Carlos Lezama. Bienvenido seis, caballero. Un amigo deJarnac es amigo mo. Esta maana, seora, no tena aun el originalprivilegio de gozar de la amistad con la que ahorame favorece vuestro esposo. Pasemos a cenar, LezamaapremiLesperruy. El ejercicio me ha abierto el apetito. Y el gascn demostr que en la mesa era tambinde primera categora. La condesa fu la quesostuvo la conversacin al principio banal queinici Lezama. Pensis permanecer algn tiempo porKerdal?pregunt ella. Ah, s, es cierto!...barbot Lesperruy con

  • la boca llena. Olvid deciros, Lezama, que si...,en fin si no pensis habitar permanentemente en elcastillo de Jacqueline de Brest, tenis aqu vuestracasa. Jacqueline de Brest?inquiri Leonie.La conocis vos tambin, Jarnac? Era hasta esta noche mi prometida intervinoprontamente Lezamay ser maana mi esposa. Los azules ojos de Leonie de Kerdalresplandecieron de sbita alegra. Fingi atender a servirse fruta de la fuente queLezama le tenda. Pensais residir en Kerdal? interrog sindemostrar la avidez con la que aguardaba larespuesta. Seguramente, no. Tan pronto pueda, partircon mi esposa a otras tierras. Y si la suerte mefavorece, ser maana mismo. Lstima!mascull Lesperruy. Por unavez que haba encontrado un hombre de mi temple,debo perder su amistad tan fugazmente como sepresent. Pero Leonie de Kerdal era ya feliz. Saba que

  • nunca ms esperara conteniendo sus lgrimas enla galera encristalada, porque el espaol, alllevarse a Jacqueline de Brest evitara ese peligro. Y aquella primera infidelidad platnica yromntica de su esposo no tendra repeticin,porque en su fuero interno reconoca que no existamujer que compararse pudiera a la bella yenigmtica Jacqueline de Brest. Y el resto de la cena fu para la condesa deKerdal un recuerdo que en su mente perdurara, yera ya de su completo agrado el mosqueteroespaol que por la maana habale dedicadogalanteras y ahora acababa de dedicarle la mejorde las ofrendas: llevarse muy lejos a laresponsable de las visitas de Jarnac de Lesperruyal bosquecillo. Y, como esposa amante y comprensiva, notildaba al gascn de culpable, sino que,inteligentemente, y sin envidia, reconoca que eralgico que tan gran belleza como la de Jacquelinede Brest atrajese al hombre que por su fama yarrogancia pudiendo casarse con dama de corte,haba elegido a quien como ella, modestamente, se

  • calificaba, era una ignorada provinciana. Jarnac de Lesperruy, ajeno a los pensamientosque la tersa frente de su esposa ocultaba, devorabapantagrulicamente y le satisfaca ver la alegraque mostraba el angelical semblante de Leonie deKerdal.

  • Captulo IV Camino de Burdeos Jacqueline de Brest apenas perdise en elbosquecillo la silueta de Carlos Lezama, volvi atenderse como ni un repentino desfallecimiento laapresara. Pero era slo una suave laxitud la queinvada sus miembros y en su pensamiento slohaba ya una idea. No quera luchar ms contra su corazn: alamanecer siguiente partira con Carlos Lezama ysera feliz, feliz... La despert de su ensueo la respetuosa voz deBecassine, la mujer que al frente de laservidumbre estaba siempre permanentemente enel castillo. La cena est servida, seora. No quiero cenar, Becassine. Puedes, siquieres, irte a acostar. Bastar con que quede un

  • lacayo. Aguardo visita. Becassine sali, pero no se fu a acostar.Orden a toda la servidumbre que se retirase alpabelln donde se alojaban, y ella quedse a laespera. Desde haca tres aos estaba asalariadapara mantener en buen estado el castillo deGinzac, adquirido por Jacqueline de Brest. Pero la vieja Becassine tena muy desarrolladoel instinto de la curiosidad y hubiera dado aos devida por saber cul era el motivo quefrecuentemente impona a su seora repentinasausencias... hacia el mar y no hacia la corte dePars. Una hora faltaba para la medianoche cuando unacarroza tirada por briosos caballos se detuvo en elpatio del castillo. Dndole escolta treinta jinetesataviados como la gente de mar, descabalgaron yen posicin de firmes, abrieron una humana galerapor la que avanz el que acababa de apearse de lacarroza. Era un hombre de recia complexin y altivocontinente. Vease en l ni personaje acostumbradoa inundar. Vesta la ropa azul, de casaca abierta,

  • con botones dorados, propia de los malinos deguerra. Tocaba su blanca peluca con bicornio decomandante de nave. Sus botas sin lustrar y sucorvo sable eran los complementos que indicabanal marico. Pero lo que dej boquiabierto a Becassinecuando sali a recibir al visitante fu darse cuentarepentinamente de que el marino tena un rostrocompletamente imberbe y blanqusimo. El afilado rostro no posea cejas ni pestaas;slo unos escasos pelos blancos, no por la vejez,pues el marino no tendra ms all de los treintaaos, eran los que hacan las veces de pestaas. Ylos ojos del visitante parecan cuencas de cristalrojizo. Sin poderlo remediar, Becassine la bretona, sepersign. Era sntoma de mal augurio ser miradapor un albino. Y las pupilas rojizas del visitanteclavbanse sin amenidad en el rostro de laestupefacta sirvienta. Condceme donde se halle tu seora. Aguardami visita.

  • A quin... a quin anuncio, seor?preguntella, balbuciente. He dicho que me lleves ante ella. Obedece pronto, o mis corsarios te sacudirnpara despejar tu imbecilidad. Becassine corri ms que anduvo, precediendoal marino. Albino y corsario! Volvi apersignarse. El visitante no poda ser otro que elfamoso Gars, El Albino. * * * Jacqueline hunda sus manos en un cofrecito dejoyas, entretenindose en juguetear con ellas,mientras oa en el patio del castillo el resonar delos cascos de los caballos. Limitse a inclinar levemente la cabeza cuandoen el umbral del saloncito se dibuj la figura delvisitante. A tus pies, Jacqueline de Brest. Puedosentarme? Es largo cuanto he de decirte. Si para el Rey eres su ms eficaz corsario,Gars, para m eres un simple bandido con suerte.

  • Y nunca, que yo sepa, te autoric a que metutearas. Gars, El Albino, sentse frente a la corsariabretona, que, segura de su identidad como dama dela corte, frunci el entrecejo altivamente. Por dos veces que lie ido a burdeos, unemisario tuyo me abord. Me dijo que deseabashablarme. En la corte tengo amigos tan influyentescomo t puedas tenerlos, y tu incorreccin podrser castigada. El que ha de castigar, ms tarde lo sabremosdijo El Albino y, extrayendo del faldn de sucasaca una larga pipa de blanco marfil, frot layesca, exhalando una gran bocanada de apestosohumo. No slo te tuteo, Jacqueline, sino queharto honor te hago con venir personalmente avisitarte. Pero sabes con quin hablas, insolente? Abandona tu actitud de dama ofendida. Dime,bella, qu diferencia haces t entre un pirata y uncorsario? Contesta. Es importante para ti elreplicarme adecuadamente. Corsario es quien tiene autorizacin real para

  • saquear flotas de otras naciones. Pirata, quien a sulibre arbitrio y sin patente de corso, saquea a lasflotas que le placen. Bien explicado est, bella. No en vano tienesen la corte reputacin de mujer inteligente.Explcame, pues, por qu diablos te llaman laCorsaria Bretona... si no eres ms que un vulgarpirata? Jacqueline de Brest no se alter. Habaadivinado una obscura amenaza en las palabras delcorsario y ahora comprenda que Gars, ElAlbino, haba descubierto su verdaderaidentidad. No s a qu te refieres, y considero tan de malgusto tus ltimas palabras como tu libertad degan aldeano al fumar ante m sin mi permiso. Gars, El Albino, ri con grosera carcajadabrutal. Tus ademanes de gran dama han tenidoengallados a toda la corte dura ule largo tiempo,bella. Pero tiempo es ya rio que cese el engao.Escucha la historia que he venido a contarle, bellapirata. El Rey flet la mejor rio sus carabelas para

  • que yo la mandase. Tuve aciertos y rellen loscofres franceses del Estado. Cuando tocaba tierrae iba a la corte para dar cuenta de mi misin alGran Almirante, varias veces vi a una dama queera llamada Jacqueline de Brest. Bella cual soltras tormenta, eras para m, basto marino, quenunca pens en ti ms que como se admira el sol.Lejano e inasequible. La ltima misin que el GranAlmirante me encomend fu la de dar muerte a unpirata espaol llamado el Pirata Negro. Leconoces, bella? He odo hablar de l en el Caribe. Gata! Mentirosa eres, pero conmigo no ha devalerte. Sgueme escuchando. Navegu con micarabela rumbo al Caribe. Surqu las aguasantillanas y nadie supo darme noticias de dondefondeaba el velero del Pirata Negro, pero, encambio, fui oyendo distintos relatos: todoscoincidan en un punto. Una corsaria bretona, malllamada corsaria, porque eres una pirata sinautorizacin, era el seuelo tras el que el PirataNegro corra enamorado. Algunas lenguaspretendan que t, la inconquistable, rendiste tu

  • corazn al pirata espaol. Corle esas lenguas. Pormi singladura cruzaron dos galeones espaoles ylos abord. He venido a vaciar mis calas... y antesde visitar al Gran Almirante, ya terminada ladescarga de los tesoros por m apresados, hevenido a verte... y desenmascararte. Jacqueline de Brest extrajo del cofrecito uncollar de perlas. Gruesas perlas de puro orienteque rodearon mi cuello alabastrino. Magnfico collar, bella! Dnde lo robaste? En las mismas calas de donde tu robas. Qupretendes, Gars? De dos cosas, una. Delatada al GranAlmirante, t grcil cuello de pirata ser segadopor el hacha riel verdugo. Si hablo, morirs deinfamante muerte. No saba que un corsario de tu renombre serebajara hasta la triste faena de delator. Poco sabes de m. La segunda proposicin quetengo que hacerte es una debilidad ma. Quieroalcanzar el sol. Hay a bordo de mi carabela uncamarote para ti. Jacqueline de Brest morir, yslo quedar a bordo de mi carabela una corsaria

  • que compartir mi lecho y mi yantar. La diestra de Jacqueline de Brest cruzrpidamente el aire, abatindose en sonoro bofetncontra la mejilla de El Albino, que enrojeci. El filo del hacha del verdugo ser cariciagustosa que aceptar, Albino. Pero as comonunca alcanzars el sol, as nunca podrs jactartede que yo, para salvar mi existencia, me entregu aun canalla como t. Te crees acaso que no s dequ eres capaz? El hombre dispuesto a delatar hoy,lo est maana. Cuando el sol dejara de serlo parati, me entregaras igualmente.

  • Gars, El Albino, retorci sus poderosasmanos, dominndose. Te quiero, bella, como el nio quiere al mejorde sus juguetes. Nada debes temer de m. Siempresers en mi carabela la reina de mi voluntad. Jacqueline mordisque una (le las perlas. Sealuna luna de azogue que, colgada del muro,reflejaba el rostro de Gars, El Albino. Dicen los bretones que los albinos sois

  • malvados y sin alma, Yo no creo ensupersticiones, pero, yeme bien, Gars, antes quetuya, prefiero ser del hacha del verdugo. Quizs cambiars de pensamiento. Treintahombres aguardan en el patio. Ahora mismomontars en mi carroza y te alojars en un mesnde Burdeos. En El alegre grumete tomars tudecisin. Desde sus ventanas vers mi carabelaanclada en el puerto. All estar tu vida. Y en elrumbo opuesto, tierra adentro..., all estar elverdugo. Cuando quieras, Albino. No poda yomatarme y bendigo la muerte que me traes. As...l pronto me olvidar, y le evitar la deshonrade tomarme por esposa. l? Quin es l? Un hombre que t no puedes comprender,porque lo que de canalla t tienes es todo locaballero que l sabe ser. Y ahora, presta estoy aseguirte. Levantse ella, cogiendo un manto. Gars, ElAlbino, sigui tras ella, y para sus treintacorsarios, ms que una prisionera, la mujer que

  • entraba en la carroza, pareca una reina seguida deun lacayo. La carroza emprendi rauda carrera haciaBurdeos. La madrugada difuminbase ya en una nacienteaurora griscea, cuando el caballero Lesperruy fusacado de su pesado sueo por las respetuosassacudidas de su escudero. Jarnac de Lesperruy frotse los ojos atusse losmostachos y tosi colricamente. Qu horas son stas de despertarme,calzonazos bribn?murmur en voz baja para noturbar el sueo de su esposa, que habitaba envecina alcoba. Una mujer, mi capitn, una mujer que deseahablaros con toda urgencia. En el mundo no hay ms mujer que mi esposa,bribonazo. Que se vaya enhoramala y vuelva ahora cristiana. Se llama Becassine y dice que lo que debecomunicaros os pondr el cabello de punta. A m? A Jarnac de Lesperruy ponrsele elcabello de punta? Trae mi espada... No, es mujer

  • la que tal insolencia dijo. Voy a verla. Lepreguntar si tiene esposo que se hace solidario desus palabras. A medio vestir y envuelto en su capa, descendiLesperruy hasta enfrentarse en la antesala delcastillo de Kerdal, con Becassine, la guardiana delcastillo de Jacqueline de Brest. Seor, seor!solloz ella, arrojndose alos pies del gascn. Ella era pirata... y elverdugo le cortar el cuello... y Gars, ElAlbino, la ha raptado con treinta corsarios... Detn la catarata, buena mujer, maldita sea!De qu me hablas? Me dijisteis, seor, que cuanto informe osdiera sobre Jacqueline de Brest, mi seora, me lopagarais con largueza. Alto el galope. Eso era ayer, no hoy.Jacqueline de Brest... no s quin es. Mi esposa esla condesa de Kerdal, y no existe en todo elplanisferio otra mujer ms que ella. Pero os interesar, sin duda, saber, seor, que elmosquetero espaol que habita en el mesn, no estal mosquetero. Es el Pirata Negro.

  • Qu... qu dices, lengua loca? Bendice que tuedad y tu sexo me impidan degollarte para que nohables mas calumnias. Becassine, algo asustada, sac fuerzas deflaqueza y explic que tena por costumbre or trastodas las puertas cerradas, si estaban cerradasconteniendo alguien que hablase. Explicdetalladamente la entrevista de Carlos Lezama conJacqueline al crepsculo. Y detalladamenteexplic cuanto Gars, El Albino, haba dicho... Jarnac de Lesperruy atusse los bigotes. A leyenda me suenan tus relatos, buena mujer.Y dices que al amanecer deba el... el mosqueteroespaol visitar a tu seora? S. Y yo no quiero estar all... con un pirata. El es quien no quisiera estar a solas contigo.Toma esta bolsa, y escchame con atencin.Cuanto ha pasado no lo has visto ni odo.Jacqueline de Brest sigue siendo Jacqueline deBrest, y mi amigo el mosquetero espaol es y sersiempre mi amigo Carlos Lezama. No lo olvides,porque freira tu lengua para comrmela con setas. Jarnac de Lesperruy tir una repleta bolsa a los

  • pies de la bretona, y corriendo atraves el patiohasta salir de las caballerizas poco despus a todogalope. Amaneca... * * * Amaneca cuando Carlos Lezama at las bridasde su caballo alrededor del tronco de un alerce allinde del bosquecillo que daba frente al castillo,donde iba a reunirse con su amada. Era para l una alborada simblica. Tras la cenaen el castillo de Kerdal habase retirado tarde almesn, donde pas la noche en vela, edificandolas bases de su futura vida. Dejara de ser el Pirata Negro y donara, elvelero Aquiln a su fiel segundo Cien Chirlos,para convertirse simplemente en Carlos Lezama,un hombre sin historia, porque vivira conJacqueline de Brest en cualquier aldea al norte deItalia, donde nadie le conociera. Y su frtilimaginacin transportbase a la regin de losidlicos lagos alpinos, donde, entre pinares,ocultara su hogar dichoso.

  • Plena su mente de dulces imgenes y lleno sucorazn de paz espiritual, silb alegremente,modulando con habilidad el trino de un ruiseor.Repiti por varias veces los arpegios que, enmeldica cascada, deban advertir a Jacqueline deBrest de su presencia. Daba frente a las ventanas de sus habitaciones...Una manaza robusta posse encima de su hombro.Sorprendido, di Lezama media vuelta para verante s a Jarnac de Lesperruy. Buenos das, hidalgosalud el gascn. El da no naci an, Jarnac. Es para m unaalborada a nueva vida. Por cierto, mis trinos oshabrn hecho sonrer. Excusadlos, son licencias deenamorado. Pero... leo en vuestro rostro,habitualmente risueo, una cierta pesadumbre. Yno os amostacis si os digo que no comprendo quhacis aqu a hora tan temprana. Tengo que hablaros y, creedme, que no scmo empezar. Carlos Lezama, sonriendo, seal las torres delcastillo. Me es grato siempre oros, Jarnac, pero en

  • estos instantes os ruego que imitis a los dostorreones. Fijaos que mudos estn! No quierenturbar el silencio, porque saben que hoy alborea el da que me ha de convertir en otrohombre. Me juzgaris lento y pesado, pero es precisoque hablemos ahora mismo, sin ms tardanza. Vos sois un egosta. Poseyendo la mujer msdulce, dcil, inteligente y comprensiva que heconocido, es lgico que no sepis comprender laprisa que me atenaza. Puntuando: Jacqueline deBrest me aguarda. Marchse esta noche. No volver. Carlos Lezama retrocedi un paso. Despus,impulsivamente, asi por las vueltas de la capa almosquetero gascn. Qu habis dicho? Podis soltarme, hidalgo. No es porsacudirme a m que en el castillo aparecerJacqueline. Siento tener que decroslo, pero quieroevitar vuestra desilusin al hallar vacos losaposentos de vuestra prometida, Jacqueline partia medianoche en una carroza. Lejos, muy lejos, y

  • estoy en estado de afirmaros que no ha deregresar... nunca. Carlos Lezama solt la capa del gascn,abatiendo los brazos. Sonri amargamente. Triste cosa es enamorarse de mujer que nosabe corresponder, Jarnac. Le ofrec un hogar, pazdel alma... y se fu. Prefiri ser la dama de corte aser la humilde esposa de un ignorado espaol. No digis lo que no es cierto. Ella os ama. Osama como dudo tal vez que mujer alguna pudoquerer... exceptuando la ma. Cmo sabis tanto de quien confessteis noconocer? S ms de lo que quisiera saber, seor CarlosLezama. Slo hay una cosa que admiro en unhombre: la fuerza, cuando se ala a la audacia y ala valenta. Y ante vos debo descubrirme, porquesi fuerte sois, ms audacia poseis, Pirata Negro. Inconscientemente, la diestra de Carlos Lezama,al ver descubierta su identidad, apoyse en laguarda de su espada. Jarnac de Lesperruy, al sorprender el gesto dealarma, atusse el mostacho, pensativo.

  • S, ya s, seor Pirata Negro, que mi deber demosquetero del Rey es deteneros. Todo pirata quepise m suelo fraileas ser apresado, para que elhacha del verdugo le rasure la nuca. Pero... estoyen licencia temporal de reposo,., y, adems, y porencima de todo, admiro al hombre que tanbravamente vino a Francia en pos... de la CorsariaBretona. Sabis... pues, quin ella es?.. Hablad, votoal diablo! Demasiado informado estis. No os alteris, porque no hablo como servidorde Francia y del Rey, sino como hombre valienteante otro que quiz en valenta le supera. Yo no squin es el Pirata Negro, ni nunca lo lio visto.Slo conozco a un mosquetero espaol llamadoCarlos Lezama. Honra tal frase a vuestra caballerosidad, peroperdonad si no puedo apreciarla en todo su valor.En estos momentos slo me apremia saber unacosa: Dnde est ella? Donde no podris darle alcance. Ha cado enpoder del Rey. Carlos Lezama di media vuelta y se dirigi

  • hacia su caballo. Dnde vais?grit Lesperruy. Donde ella est. Son dos cuellos los queofrecemos al buen Rey de Francia. No os dije queme iba a casar con Jacqueline de Brest? En elcesto, cuando el verdugo me haya decapitado,nadie podr impedir que mi cabeza bese la de ella.Y tal boda nadie la impedir. Sed menos impetuoso, diablos! gritimpetuosamente Jarnac. No sabis ni siquieradnde tenis que ir. Acaso los verdugos de la corte son muchos? No ensillis an, hidalgo. Palabra porpalabra, os repetir lo que oy Becassine. El relato de Jarnac, narrando la visita de Gars,El Albino, imprimi temblores de ira a lasnervudas manos morenas de Lezama. Cuando elgascn finaliz su fiel reproduccin de losucedido, Carlos Lezama le tendi la mano. Os recordar siempre con afecto, Jarnac.Hombres de vuestro temple y hombra no abundan.Adisy se dispuso a montar. Detenos, si amistad me profesis. Puedo

  • indagar dnde vais Al mesn, a por mis hombres, y luego galoparcamino de Burdeos. Qu pensis hacer? Sea como sea, matar a Gars, El albino, nopor delatarla, sino por ofenderla. Gars, El Albino, es hombre prudente. Treintacorsarios le rodean prudentemente a sol y sombra.No est solo ni un instante. Siete espadas sumis,aunque la vuestra valga por veinte. Pocos sois. Matar a Gars, El Albino. Era tal la expresin sombra del Pirata Negro,que Jarnac de Lesperruy no dud que Gars, ElAlbino, perecera a manos del que sufra lamayor de las penas. Bien, como queris, hidalgo. Vamos, pues, aBurdeos. Y Jarnac de Lesperruy salt a lomos de su potro. No, Jarnac. Os agradezco vuestro gesto...,pero vuestra esposa os aguarda en un hogar. Elhogar que para m Gars, El Albino, ha destruido.No debis venir conmigo. Slo Jarnac de Lesperruy puede impedir que

  • Jarnac de Lesperruy haga aquello a que estdecidido. Dije que iba con vos y slo espada enmano podrais intentar detenerme. Y reservadvuestras fuerzas para matar al canalla de Gars, ElAlbino. Camino de Burdeos, ocho jinetes galopabandesenfrenadamente. Seis de ellos, pese a espolearduramente los ijares de sus monturas, distabanmedia legua de los dos mosqueteros que iban encabeza. Y tambin, en aquel combate de velocidad, losdos caballos de los mosqueteros igualaban susfuerzas. Carlos Lezama y Jarnac de Lesperruy,agitados por distintos sentimientos, galopabanrodilla contra rodilla...

  • Captulo V La isla solitaria El alegre grumete rezaba el carteln quependa sobre la vasta entrada a la mejor hosterade Burdeos. Slo la frecuentaban marinos degraduacin y ricos comerciantes. No fu muy del agrado del mesonero ver, amedia maana, detenerse ante su puerta ochocaballos, del primero de los cuales, encabritado ylevantado de manos, se apeaba de un salto unmosquetero espaol. Los polvorientos uniformes y los sudorososflancos de los caballos hablaban de una largacarrera sin etapas. Jarnac de Lesperruy desmont y corri parallegar con Lezama al mismo tiempo donde, boneteen mano, aguardaba el posadero. Gars, El Albino dijo secamente el Pirata

  • Negro. Quin decs, seor?pregunt el posadero. Aparta, buen hombreintervino Jarnac,empujando al barrigudo y corpulento patrn delAlegre grumete. Mosqueteros del Rey enmisin de servicio. Condcenos a las habitacionesde Gars, El Albino. Los seis piratas, obedeciendo rdenesanteriores, habanse desplegado estratgicamente,dando vista a las dos nicas salidas del mesn.Deseaban ya ver asomar la figura de un corsario,porque desde haca ms de un mes no habanpeleado con nadie y esto les pona de mal humor. Gars, El Albino, decs?habl elmesonero. Parti de madrugada. Dnde? Al mar. Lev velas su carabela. A las ocho era an visible la figura, de laVengeance, pero a estas horas ya la carabeladistar de la costa millas y millas. No comprendi el mesonero el gesto de trgicadesesperacin que se dibuj en el rostro atezadodel mosquetero espaol. No poda saber que en el

  • pensamiento de Lezama una horrible duda acababade nacer: acaso Jacqueline de Brest, mujer joven,haba al fin sucumbido al temor de una prximamuerte a manos del verdugo y haba accedido aaceptar el amor de Gars, El Albino? Jarnac de Lesperruy vi de reojo las gruesasgotas de sudor que resbalaban por la frente de suamigo. Asi por el delantal de cuero al ventrudoposadero. Gars, El Albino, lleg a tu pocilgaacompaado de una dama. Fuse tambin ella? No, mi seor. Ella est an en su alcoba. Raudo a ella, malandrn!exclam gozosoLezama, empujando precipitadamente al posadero. Ya mismo estamos donde ella est. Jarnac de Lesperruy se atus complacido elbigote, mientras vea al posadero subirrpidamente la escalera que conduca al piso alto.Las grasas del posader