El Personalismo Comunitario en La Doctrina Social de La Iglesia
Click here to load reader
-
Upload
gilberto-rodriguez-barriga -
Category
Documents
-
view
36 -
download
3
Transcript of El Personalismo Comunitario en La Doctrina Social de La Iglesia
El personalismo comunitario en la Doctrina Social de la Iglesia.
Por Gilberto Rodríguez Barriga.
Introducción.
El presente trabajo tiene como objetivo esclarecer el personalismo comunitario en la Doctrina
Social de la Iglesia. No sin antes precisar qué es el personalismo comunitario desde los
precursores del personalismo: Maritain y Mounier. En el desarrollo de este ensayo será
posible advertir que el mismo personalismo tiene fuertes raíces cristianas gracias a la
concepción que la Iglesia tiene del hombre como Imago Dei.
La historia da cuenta de momentos en los que se desconoció o se redujo el valor de la
persona, o en su extremo contrario, se sobre exalto a la persona pero únicamente como
individuo solitario. El Renacimiento es el punto de partida de la decadencia del
individualismo que dura aproximadamente cuatro siglos, que como reacción a ello convergen
dos ideologías con tendencia comunitaria: el fascismo y el comunismo. Mounier propone un
segundo Renacimiento completo, es decir, personalista y comunitario, toda vez que el primer
renacimiento fracasó por descuidar el aspecto comunitario y los movimientos comunitarios
fracasaron por descuidar a la persona (Mounier, 2002, pág. 81)
Desarrollo.
El personalismo saca del Cristianismo conceptos e ideas que hasta entonces la Filosofía sólo
había considerado de forma precaria (Burgos, 2003, pág. 76). Sin embargo, Mounier
desprecia el cristianismo burgués, piadoso y sin decisiones profundas, pero a su vez defiende
la radicalidad evangélica, él miraba un cristianismo de izquierda apegado a la ortodoxia de la
Iglesia, que muchos de sus seguidores no Supieron mantenerse en la delgada línea del
equilibrio y se perdieron en los excesos del comunismo (Burgos, pág. 78).
La persona antes de ser una categoría filosófica fruto de la reflexión teórica, es fruto
de una experiencia histórica que fue tema de controversia en los primeros siglos de la Iglesia
pero en la modernidad se perfeccionará. Pero sus raíces se encuentran en la historia religiosa.
Se parte de una llamada por parte de Dios al hombre, y por lo tanto le abre el camino a la
trascendencia. Dios se hace presente a Abraham y de manera gratuita y libre le ofrece una
relación. Esta experiencia de dos sujetos, el que llama y el que es capaz de ser llamado, es lo
que hace posible que el hombre tome conciencia de ser alguien que es llamado en persona
para ir a otras personas (González de Cardedal, 2011).
De igual manera, afirma Burgos, Dios da a la persona humana un sentido comunitario,
toda vez que Dios al llamar al hombre a la existencia por amor, y a la vez que Dios mismo
deja de ser una abstracción o una idea impersonal para hacerse persona, establece una relación
personal con cada ser humano y les participa su divinidad, por lo que se forma un Cuerpo
místico, una comunidad (2003, pág. 59).
Ahora bien, el término de personalismo comunitario se le debe a Maritain, maestro de
Mounier: “En una época en la que importaba oponer a los eslóganes totalitarios otro
eslogan, pero verdadero, me había exprimido el cerebro y finalmente había lanzado en uno
de mis libros de esa época la citada expresión (Burgos, pág. 78).” Pero fue Mounier quien
elaboró una doctrina donde la persona tiene la primacía, como realidad espiritual y de relación
con los otros, por eso es personalismo comunitario (Burgos, pág. 57).
El precursor del personalismo comunitario es Jaques Maritain quien afirma que no es
el hombre quien está al servicio de la sociedad sino la sociedad debe ponerse al servicio de la
persona, por su valor que está por encima de cualquier organización. A su vez la persona debe
reconocerse como un ser social y de relación, que se debe a la comunidad, aun y cuando este
ontológicamente por encima de ella (Burgos, pág. 50).
El régimen personalista que propone Maritain debe tener dos características
principales: primero debe ser comunitario, en el sentido de que su fin y sentido debe ser el
bien común y no la simple suma de bienes individuales. Pero dicho bien común no debe ser el
fin último, sino el fin último debe ser la perfección y libertad espiritual. De esto se deduce su
segundo carácter, debe ser personalista, el bien común debe servir a los fines trascendentales
de la persona humana (Maritain, 1966, pág. 105).
Mounier es quien desarrolla el personalismo comunitario. La persona tiene primacía
fundamental con realidad espiritual y de relación. La persona para lograr personalizarse debe
desarrollar sus cualidades en torno a tres dimensiones, a saber: vocacional, de encarnación y
de comunión. En cuanto a la dimensión de comunión, que es la que nos interesa, la persona no
logra su personalización en el egoísmo sino mediante la donación de sí a los demás, toda vez
que los otros no limitan sino que hacen ser más y crecer (Burgos, pág. 63).
En este sentido Mounier distingue a la comunidad de la sociedad:
“ya no hay prójimo sino semejantes. Parejas entristecidas en que cada uno está junto
al otro en un consentimiento vulgar y distante de costumbres estandarizadas. Camaderías
inciertas, biológicas, agrupadas por circunstancias o funciones, no por acontecimientos o
elecciones (Mounier, 2002, pág. 83).”
En una comunidad se debe considerar a la persona en serio, ver al otro y relacionarse
con él para llegar a ser un nosotros, para caminar en hacia un proyecto común, el amor como
vínculo y unidad de esa comunidad (Burgos, pág. 65). Ese nosotros comunitario del que habla
Mounier se realiza en el momento en que cada uno de sus miembros ha descubierto a cada
uno de los otros como una persona y comienza a tratarlos como tal (2002, pág. 88).
En Mounier la relación del yo con el tú es por medio del amor “el amor es la unidad
de la comunidad como la vocación es la unidad de la persona.” Ya que sin el amor las
personas no logran ser ellas mismas, ya que cuanto más extraños me son los otros, más
extraño soy para mí mismo (2002, pág. 90).
Pero ese amor, aclara Mounier, no es consonancia, complacencia o acuerdo, ya que
esta interpretación del amor hace caer en la mediocridad. El amor supera al yo para ir al
encuentro del tú, supera las diferencias superficiales entre personas y no busca ser amado sino
amar (2002, pág. 90).
Ahora bien, después de aclarar a grandes rasgos del personalismo comunitario, y
afirmar que esta doctrina tiene fuertes raíces cristianas, falta ahora abordar la Doctrina de la
Iglesia. La Iglesia en su Compendio de Doctrina Social, en adelante CDS, en su capítulo
tercero aborda el principio personalista como parte integrante de dicho compendio:
“Toda la vida social es expresión de su inconfundible protagonista: la persona humana. De esta conciencia, la Iglesia ha sabido hacerse intérprete autorizada, en múltiples ocasiones y de diversas maneras, reconociendo y afirmando la centralidad de la persona humana en todos los ámbitos y manifestaciones de la sociabilidad: « La sociedad humana es, por tanto objeto de la enseñanza social de la Iglesia desde el momento que ella no se encuentra ni fuera ni sobre los hombres socialmente unidos, sino que existe exclusivamente por ellos y, por consiguiente, para ellos ». Este importante reconocimiento se expresa en la afirmación de que « lejos de ser un objeto y un elemento puramente pasivo de la vida social », el hombre « es, por el contrario, y debe ser y permanecer, su sujeto, su fundamento y su fin ». Del hombre, por tanto, trae su origen la vida social que no puede renunciar a reconocerlo como sujeto activo y responsable, y a él deben estar finalizadas todas las expresiones de la sociedad (106).”
De la anterior transcripción de advierte la centralidad de la persona en toda
manifestación de la sociabilidad. La sociedad existe para y por la persona y por lo tanto es el
fundamento y fin de toda sociedad, por lo que toda expresión o manifestación de la sociedad
debe tener como fin a la persona humana. Esta es una respuesta a los excesos que se
mencionaron en líneas precedentes donde se olvido la supremacía de la persona.
La doctrina de la Iglesia reconoce la dimensión social como connatural al hombre, por
lo que ella no puede desplegar sus cualidades sin relación con el otro (110). En igual sintonía
se afirma en Gaudium et Spes, en adelante GS, que el hombre únicamente desarrolla sus
cualidades y responde a su vocación mediante el trato con los otros, con la ayuda mutua y en
el dialogo (25). Pero la simple sociabilidad del hombre no es suficiente para que este responda
a su vocación, toda vez que el ámbito social se pervierte por la soberbia y egoísmo del
hombre por su la inclinación al mal. Es necesario que se promueva el bien común como
camino para que cada persona humana logre su propia perfección. El orden social se debe
subordinarse al bien de las personas y cada persona debe ver al prójimo como otro yo, servirle
activamente, incluso en aquellos que sienten y actúan de manera diferente (27).
Cada persona es custodio de la vida del otro toda vez que la vida del hombre es
sagrada e inviolable (CDS, 112). Todos los valores, especialmente los sociales, están
vinculados con la caridad. La caridad trasciende las relaciones de proximidad y de actuación a
favor del otro, debe ser el criterio supremo y universal de toda ética social (CDS, 204).
Lo anterior es así ya que del amor nacen relaciones vividas como entrega gratuita, que
respetando y favoreciendo en todos y cada uno la dignidad personal como único título de
valor, se hace acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio
generoso y solidaridad profunda (CDS, 221).
El equilibrio de debe regir entre la plenitud y perfección de la persona y el orden de la
sociedad es el bien común, que media entre el individualismo y el colectivismo. Para lograr
este equilibrio es posible seguir cuatro principios: el pluralismo ideológico, ya que en la
sociedad humana hay diversas maneras de pensar, y cada hombre busca su perfección y
plenitud por diversos caminos; la solidaridad, el hombre en sociedad debe colaborar al bien
común, por lo que se debe evitar el desinterés egoísta; la subsidiaridad, lo que puede realizar
una persona por sí sola, no debe intervenir el otro, sólo ayudar cuando el otro lo necesite; y el
desarrollo, la sociedad debe apoyar con medios para que cada persona logre su desarrollo y
bienestar integral, ya que en esa medida se logrará el desarrollo y bienestar común (Héctor
González Uribe, 1989, pág. 112).
Conclusión.
De este ensayo que tiene como objetivo esclarecer el contenido personalista comunitario en la
Doctrina Social de la Iglesia, es posible advertir una semejanza con la filosofía personalista
comunitaria de Maritain y Mounier. Tanto la Iglesia como el personalismo reconocen la
centralidad de la persona sobre toda manifestación social. De igual manera son acordes en
afirmar la naturaleza relacional del hombre que por medio del amor se hace posible hacer una
comunidad. Tanto en el personalismo como en la doctrina eclesial, el amor entendido como
entrega a los demás es el fundamento de toda ética social, ya que la donación de sí hace
posible caminar en común, en el dialogo y en la solidaridad.
Pero esa naturaleza social del hombre tiende a pervertirse por el egoísmo y soberbia
humana. En esta tensión entre la persona y la sociedad debe buscarse el bien común. La
persona que busca su propia realización y plenitud y la sociedad que busca el orden, en esta
tensión entre individualismo y colectivismo deben prevalecer principios rectores en toda
sociedad que armonicen a la persona con la sociedad, para lograr finalmente el bien común, y
se concretice finalmente una verdadera comunidad.
Referencias.
Burgos, J. M. (2003). El personalismo. Madrid: Palabra.
González de Cardedal, O. (21 de 10 de 2011). La entraña personalista del cristianismo. Acontecimieto, 87,88. Obtenido de www.mounier.es
Héctor González Uribe, S. (1989). Persona humana y sociedad. En I. M. Cristiana, Manual de Doctrina Social Cristiana (págs. 105-112). México: IMDOSOC.
Maritain, J. (1966). Humanismo integral. Buenos Aires: Carlos Lohlé.
Mounier, E. (2002). El personalismo: Antología esencial. Salamanca: Sígueme.