EL MAGISTERIO SOCIAL DE LA IGLESIA (*)

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i Jorge Medina E. Pro Gran Canciller de la U.c., profesor de la Facultad de Teología EL MAGISTERIO SOCIAL DE LA IGLESIA (*) A L cumplirse 85 orlOS de la publicación de la Encíclica "Rerum Novarum" del Papa León XIII, nuestra Pontificia Universidad Católica se asocia since- ramente a la celebración de este aniversario. Y lo hace no por cumplir un compromiso, sino porque su propia e irrenunciable condición de católica y de Pontificia la hacen mirar la doctrina de la Iglesia con respecto al ámbito social como algo de su alma misma, como una parte de su quehacer permanente, como uno de los elementos que la distinguen y especifican. Me propongo articular estas palabras en cuatro partes: 1. Una breve aproximación histórica; 2. La fundamentación de la competencia de la Iglesia en la moteria; 3. Unas consideraciones evangélicas, y 4. Algunas orientaciones para nuestra Universidad. 1. APROXIMACION HISTORICA Al hoblar de un "mogisterio sociol" de la Iglesia, la primero IJregunta que viene a la mente es la que se refiere Cl la significación de "lo sociol". Sin pretendt:r dar una definición rigumsCl, digamos que esto palabra expresa aquí el conjunto de realidades y relaciones que surgen en un grupo humano, generalmente considerado mós allá del horizonte familiar. Abarca, pues, una enorme gamo de contenidos: lo cultural, lo político y lo socio-económico, sin que sea realista reducir lo social al solo campo de lo socio-económico. Por eso los problemas "sociales" son tan viejos (*) Exposición eJel Pro-Gran Canciller de Ja Pontificia Un¡versidad Católica de Chile, Mons. Jorge Medina Estévez, en el acto académico celebrado en el Campus Dia'Jonal Oriente de la Universidad, el día 20 de mayo de 1976. como adhesión a la celebración del 85'! aniversario de la publicación de la encíclica "Rerum Nov3rum" por &1 Papa Le6n XIII

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t Jorge Medina E.Pro Gran Canciller de la U.c., profesor de la Facultad de Teología

EL MAGISTERIO SOCIAL DE LA IGLESIA (*)

AL cumplirse 85 orlOS de la publicación de la Encíclica "Rerum Novarum"del Papa León XIII, nuestra Pontificia Universidad Católica se asocia since-ramente a la celebración de este aniversario. Y lo hace no por cumplir uncompromiso, sino porque su propia e irrenunciable condición de católica yde Pontificia la hacen mirar la doctrina de la Iglesia con respecto al ámbito

social como algo de su alma misma, como una parte de su quehacer permanente,como uno de los elementos que la distinguen y especifican.

Me propongo articular estas palabras en cuatro partes:1. Una breve aproximación histórica;2. La fundamentación de la competencia de la Iglesia en la moteria;3. Unas consideraciones evangélicas, y4. Algunas orientaciones para nuestra Universidad.

1. APROXIMACION HISTORICA

Al hoblar de un "mogisterio sociol" de la Iglesia, la primero IJregunta queviene a la mente es la que se refiere Cl la significación de "lo sociol". Sin pretendt:rdar una definición rigumsCl, digamos que esto palabra expresa aquí el conjunto derealidades y relaciones que surgen en un grupo humano, generalmente consideradomós allá del horizonte familiar. Abarca, pues, una enorme gamo de contenidos:

lo cultural, lo político y lo socio-económico, sin que sea realista reducir lo social alsolo campo de lo socio-económico. Por eso los problemas "sociales" son tan viejos

(*) Exposición eJel Pro-Gran Canciller de Ja Pontificia Un¡versidad Católica de Chile, Mons. Jorge MedinaEstévez, en el acto académico celebrado en el Campus Dia'Jonal Oriente de la Universidad, el día20 de mayo de 1976. como adhesión a la celebración del 85'! aniversario de la publicación de laencíclica "Rerum Nov3rum" por &1 Papa Le6n XIII

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como la humanidad, aunque los énfasis hayan variado de campos. Y es ¡usto notarque desde tiempos muy remotos los responsables de las comunidades establecieron,con la cooperación de ellas, normas que regularan las relaciones sociales, cuyoequilibrio aparece desde antiguo como precario e inestable. Sin entrar en detallesdebemos recordar que la propia literatura bíblica del Antiguo Testamento contieneelementos de lo que podríamos llamar una "legislación social", lo que ya es decidorpara el cristiano, que reconoce en la Biblia la palabra de Dios.

Pero, si bien los gérmenes de la problemática social son tan vie¡os como 101

humanidad, no cabe duda que la evolución de las relaciones que ha tenido lugaren los últimos cuatro o cinco siglos, ha dado origen a una realidad nueva pormuchos capítulos. El hombre se ha hecho consciente de un estado de cosas que yano es aceptado como simplemente irreformable. La interdependencia social, políticay cultural hace que los fenómenos y las ideas tengan inmediata repercusión enámbitos muy vastos. Consecuencialmente las limitadas economías de otros tiempos,caracterizadas al menos parcialmente como de tipo artesanal, han visto su impoten-cia ante los modernos mercados y sistemas de producción. De donde resulta expli-cable que las dimensiones mundiales del nuevo horizonte vengan a condicionar enel hecho hasta la misma soberanía de los Estados.

Esta nueva problemática podría caracterizarse tal vez como la aparición deestructuras dotadas de ingente poder, y frente a las cuales el hombre se preguntalangustiosamente si él, que las ha creado, continúa pudiendo dominarlas, o si ellashan adquirido, al menos en apariencia, un dinamismo propio que parado¡almenteesclaviza al hombre, se vuelve contra él y lo amenaza de destrucción.

En esta perspectiva se comprende la diferencia de las intervenciones quehistóricamente ha hecho la autoridad de la Iglesia frente a la gama de problema3que llamamos "sociales". Sin pretender hacer un inventario completo, recordemosque ya en el siglo V se suscita un problema "social" importante en la época, comoes el de las relaciones entre las autoridades respectivas de los Emperadores cris-tianos y de los Romanos Pontífices. Más tarde, en la organización de la sociedadmedieval, las variantes del sistema feudal van a ser nuevo campo de tensiones. Lasprácticas inherentes a la forma de conducir la guerra no deiaron a la Iglesia comosimple espectadora. El descubrimiento de las nuevas tierras de las Indias, como sellamó en un principia nuestro continente, dio ocasión para que en España se plan-tearan, por parte del eminente fraile dominico Francisco de Vitoria, las cUe5tionesrelativas a la legitimidad de la conquista y a los derechos de los naturales. Y eshonra y gloria de los Reyes de España haber sabido respetar la libertad de una

discusión teológica que tenía muchas y muy concretas consecuencias para la prose·

cución de la empresa que dio origen a Latinoamérica. Ni se detuvo la discusión a la

altura de los grandes teólogos españoles: en un nivel más modesto Fray Gil Gonzá-

lez de S. Nicolás hizo presente su punto de vista doctrinal al flamante y ¡oven

gobernador D. Garda Hurtado de Mendoza, recién llegado a Chile. Todavía enel siglo XVI, el viejo Obispo de Santiago, Fr. Diego de Medellín, escribió varias

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cartas al Rey don Felipe 11,haciéndole presente con términos enérgicos su preocupa-ción por los abusos que se cometían con los indígenas. Y llegó a tanto el celo del

casi nonagenario Prelado, que reservó a sí la concesión de la facultad de confesary absolver encomenderos, en virtud de la fundada sospecha de ser en general,autores de no pocos abusos con los indígenas de sus encomiendas. En el siglo si-

guiente, el iesuita Luis de Valdivia volvió a replantear el problema de la guerra,y los Obispos no dejaron de insistir en el tema del respeto al derecho de los naturales.

La doctrina social de la Iglesia se vivió en los hechos mucho antes de ser objetode una redacción orgánica, como lo ha sido a partir de León XIII. Si alguien seextrañara de lo tardío de la aparición del cuerpo doctrinal escrito de la Iglesiasobre la materia, podría recordarse que algo similar ha sucedido con la exposiciónorgánica de la doctrina sobre la Iglesia misma: nadie duda que la Iglesia existió apartir de la voluntad fundacional de Jesús, pero no se escribe un tratado sobre laIglesia hasta el siglo XIV, y hay que esperar hasta nuestros días para recibir deun Concilio Ecuménico un cuerpo doctrinal como el contenido en la Constitución"Lumen Gentium". Y del mismo modo que la Iglesia va adquiriendo, con la luz delEspíritu Santo, una conciencia y conocimiento más profundos de sí misma, y perci-biendo con mayor claridad lo que en tiempos antiguos estaba solo insinuado o soloimplícitamente contenido en conductas y tradiciones, así también la Iglesia ha idoclarificando su conciencia acerca de las implicancias sociales de la revelación cris-tiana. Ni debe extrañar que las mismas autoridades de la Iglesia hayan adoptadoa veces conductas en materias sociales que hoy nos parecen inexplicables ya que,dejando aún de lado las flaquezas humanas, es necesario tener en cuenta el gradode conciencia de los términos reales del problema para poder dar un juicio de valoracerca de la actitud asumida. También los hombres de Iglesia, laicos o eclesiásticos,soportan el condicionamiento del medio que, si no les priva totalmente de su libertad,los influye en medida variable.

La conclusión de esta aproximación histórica quisiera ser simplemente unaclarificación al sentido de "lo social" yola secuencia histórica de la intervenciónde la Iglesia en la materia.

2. FUNDAMENTACION DE LA COMPETENCIA DE LA IGLESIA EN LO SOCIAL

El esbozo de aproximación histórica que se acaba de hacer puede ser inter-pretado de dos modos muy diferentes. Unos quisieran ver en la parquedad de lasintervenciones de la autoridad de la Iglesia en materia social durante largos siglos,una especie de confirmación de la idea según la cual tales intervenciones serían, sino abusivas, al menos absolutamente excepcionales y casuales. De ahí una reticenciahacia la amplitud del magisterio social contemporáneo, considerado quizás comouna proliferación inorgánica. Otros, por el contrario, tienden a juzgar la parquedadanotada como una falla sustancial de la Iglesia en su misión, tal vez porque sienten

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o conciben al cristianismo como una dimensión exclusiva o preponderantemente tem-poral, o bien porque se dejan seducir por la falacia de proyectar los problemas dehoy y sus eventuales soluciones a una época en que no había ni conciencio de ellos

comparable a la actual, ni medios para enfrentarlos, además de la evolución mismade lo realidad. Una y otra actitud debe ser descalificada en primer lugw por estor'viciada de falta de sentido histórico. No queremos decir que no haya habido fallastanto en el sentido de callar cuando debía haberse hablado, como de haber habladocuando mejor hubiera sido guardar silencio, y esto no por oportunismo sino enrazón de la competencia. Lo que no hay que olvidar es que no sólo en el seno dela Iglesia, sino en la conciencio humana se ha dado un progreso de torna de COlr·ciencia a medido que la problemática ha variado y se ha hecho rnás urgerlte. Hoydía asistimos a la percepción de alguno,~ problemas, sea a nivel r,aciono! corno inter-nacional, que hace apenas algunos años pasaban desapercibidos y respecto de loscuales sólo lentamente se va comprendiendo su relevancia. Pensemos en los proble-mus del medio ambiente y del equilibrio ecológico, por no citar silla do;,. Y respectooe ellos no es aventurado decir que el juicio moral apenas si comienza a Jélinear:.e.Tal vez dentro de un siglo habrá quien se admire de nuestra inconciencia, no deotro moclo como algunos se admiran hoy de la poca percepción que tuvieron losgeneraciones pasadas.

Poro el espíritu desapasionado es evidente que la Iglesia, nacida del Evange-lio que reclama una respuesta vital, cuyo centro, que es el culto, no puede desvincu-larse de la ofrenda de la vida cotidiana, tiene forzosamente una palabra que deciren el ámbito de lo social. Negarlo sería cercenar sin razón alguna del campo cri~¡·

tiano un conjunto de elementos humanos, todos ellos relacionados con la vocaciónque el hombre ha recibido de Dios, y que constituyen por lo mismo derechos y debe-res imposibles de sustraer al signo moral. Porque si el hombre tiene en su octividCld

una necesaria dimensión social, es c!elro que el imperativo moral se exlie/ll,' no ""loo su intimidad personal, sino también Cl su vida de relaciól\. Y si lo Igleoia, er¡virtud del encmgo de anunciar el [varlgelio, recibido de Jesucristo, tiene que rilO';·

Irar cuál es el Iilodo coherente con la fe de vivir cri':>liar1Umente,nadie pudrio FJr"tender que tal deber se limita C1 un sector de la actividod IrUI1lCIilCl,COII exclu~i""1de otros o siquiera de alguno.

y Clquí es necesario decir que si la procklmación de la doctrina sociul es UIIOp'Jrk del nwgi':terio moral, lul proclanlClción 110es, l'n su intencionolidud lIló:, profunda, un otuque a nadie. Me explico. El anuncio de la doctrina social de lu IQlesiuno es otro coso que la indicoción de conductas, deberes y derechos, que formCHIparte en cudo hombre, y en la medida de sus responsabilidaJL;s, de su urdelluci6na Dios. Por lo mismo, si la Iglesia exige que tales o cuales valores, deberes y c!eré'··chos seon a:.umidos aún con socrificio, no está ejercitando uno acción de nivelpolítico, apuntoda simplemente a lograr mejores condiciones de convivencia sociul,sino que está actuando en el campo de lo religioso, de la relación del hombre conDios, la que no puede ser realidad sino en un esfuerzo sincero pOI' ordenar todo la

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actividad humana. Y por lo mismo si la acción de la Iglesia constituye en un momentodeterminado una crítica a talo cual situación o modelo, ello no puede ser en virtudde una competencia técnica, que Jesucristo no le confió, sino en virtud de la caridadpastoral que urge a pedir pronta y eficaz rectificación de lo que constituye unabandono o ale¡amiento de la ley de Dios. Y si la Iglesia apoya demw~das de quie-nes se ven en condición desmedrada, lo hace no por estrategia y cálculo, sino por-que dichas demandas contienen una búsqueda de mejor ordenamiento, nuevamente,

porque allí está en juego el querer de Dios. Y es esta la razón por qué, aun cuandoalguna exigencia de la Iglesia sea planteada con términos duros, esa dureza no tieneotro sentido que la que empleó el mismo Jesús para vencer la resistenc;a que su

gem;ral tono de bondad no logró penetrar. Porque a veces la caridad tiene que

actuar con rigor so pena de ser ineficaz. Llegará un momento en que el afectado

comprenderá que si se le trató en forma adusta fue precisamente en su propio bene-

licio y que, aunque parezca paradoja, él tenía derecho a recibir un remedio omargo,

como el magisterio de la Iglesia tenía por caridad el deber de dárselo.

De lo dicho fluye una conclusión: la intervención de la Iglesia en lo sJeial

no es un tomar partido incondicionalmente, como si se tratara de dos bandos, auno de los cuales le asisten todos los derechos y al otro sólo deberes. Si es ciertoque el sector socio-económicamente más débil requiere una ayuda especial precisa-mente porque no logra hacerse oír, no es menos cierto que también él tiene deberes.y lo mismo vale, en sentido inverso, del sector socio-económicamente más poderoso.Pero es iusto reconocer que mayor responsabilidad pesa sobre quien, por variadascircunstancias, ha tenido y tiene mayores posibilidades tanto en el orden económicocomo en el cultural y político.

Nada desea más vehementemente la Iglesia que la paz en la convivenciasocial. Pero esa paz no puede ser verdadera si no se paga por ella el precio quevale: el esfuerzo continuado por un orden estructural más justo, en el que cada cualsea respetado y en el que el esfuerzo de todos logre una distribución racional delos bienes que Dios creó para todos. Sería un grave error de perspectiva pensarque la paz social se logrará mediante el triunfo de un sector por aplastamiento delotro, porque fatalmente el círculo volverá a repetirse invirtiéndose los papeles pro-tagónicos. Lo Iglesia cree que la paz se logrará, o mejor, se estará logrando y cons-truyendo a cado momento, en la medida en que cada componente del cuerpo socialaporte un esfuerzo leal al bien común, con conciencia a la vez de los propios dere-chos y deberes, como los de los demás.

Ojalá de una vez por todas quedara claro en el espíritu de los católicos yde los hombres de buena voluntad el sentido de la competencia de la Iglesia en losocial: no por compromiso político, ni en virtud de calificación técnica, ni por opor-tunismo de cualquier signo que sea, sino por amor ardiente a la verdad y a losderechos de Dios que nadie puede decir respetar ni amar si no respeta y ama losde los hombres. Por eso es doloroso sentir que alguien quiera utilizar a la Igles'iapara finalidades que no son las que Cristo Jesús le dio. No sé cómo podría decir

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alguno que acude sinceramente o lo Iglesia cuando lo que desea en el fondo es ~servirse de ella, oyéndola cuando le conviene y rechazándola cuando ella le 'indicalas conveniencias más altas que no siempre cuadran con los intereses inmediatos.

Quisiera terminar estas consideraciones con dos citas del Concilio.La primera ilumina los distintos niveles de responsabilidad en lo temporal:

"Es propio de toda la Iglesia trabajar para que los hombres se hagan capaces derestablecer rectamente el orden de las cosas temporales y de ordenarlas a Dios porJesucristo. Corresponde a los pastores enunciar con claridad los principios sobre el)

fin de la creación y sobre el uso del mundo, y proporcionar las ayudas morales yespirituales para que el orden de lo temporal se restaure en Cristo. Los laicos debenasumir la restauración del orden temporal como su tarea propia, y actuar en esecampo en forma directa y concreta, conducidos por la luz del Evangelio y por 8,1pensamiento de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana" (Decreto sobre elapostolado de los laicos, n. 7).

La segunda se refiere a las legitimas diferencias de criterio. "Pero podrásuceder, como sucede frecuentemente y con todo derecho, que otros fieles, guiadospor una no menor sinceridad, juzguen del mismo asunto de distinta manera. En estoscasos de soluciones divergentes, aún al margen de la intención de ambas partes,muchos tienden a vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todosque en tales casos a nadie le está permitido reivindicar con exclusividad a favor desu parecer la autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente conun diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial por elbien común" (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy, n. 43).

Nuestro conclusión en este segundo acápite podría resumirse diciendo que laautoridad de la Iglesia en materias sociales tiene un fundamento que no es otroque su competencia, derivada de la predicación del Evangelio, para iluminar alhombre con respecto al orden moral. Que esa iluminación no es en modo algunode orden político o técnico; y que nadie puede sentirse amagado por ella, ya quesu finalidad apunta al crecimiento en el amor a Dios y a los hombres.

3. CONSIDERACIONES EVANGELICAS

Si bien es cierto que la doctrina recién expuesta no pretende más que seruna reflexión, ciertamente incompleta, sobre un aspecto del tema, es convenienterecordar en su límpida pureza algunos textos bíblicos que atañen al amor 01 prójimo.Es cierto que en dichos textos no hay una explícita diferenciación entre obligacionesde caridad y de justicia, pero no lo es menos que el problema de fondo al queapuntan es el mismo. No pretendemos organizarlos en forma de una síntesis, sinosimplemente oírlos para dejarnos impregnar por su requerimiento. Se podrá echarde menos otros textos, tan hermosos y exigentes como los que van a continuación,pero no se dirá que éstos no sean auténticos y apropiados.

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y en primer lugar recordemos lo que podríamos llamar el "temario deljuicio", tal como lo presenta el Evongelio de S. Mateo en su cap. 25: "Tu-ve hambre", y me disteis de comer; tuvo sed, y me disteis de beber; es-tuve desnudo, y me vestisteis. ¿Cuá71do, Señor'? En verdad os digo quecuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a Míme lo hicisteis". Notemos que el texto tiene la contrapartida recia de lospecados de omisión. Y lo que es particularmente interesante es que estasactitudes con los hombres son las que condicionan la entrada en la glo-ria, es decir, el gozo definitivo e inexpresable de la presencia e intimi-dad de Dios.El "temario del juicio" tiene estrecha vinculación con las diversas formascómo la unidad en Cristo es presentada en las Escrituras. Recordemosla manifestación del Seriar glorioso a Saulo, en el camino a Damasco:"Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Y Saulo perseguía a los cristia-nos. San Juan desarrolla en el cap. 15 de su Evangelio el tema de la vi-da común entre Cristo y sus discípulos a través de la alegoría de la vi-da y los sarmientos, mientras S. Pablo va a desarrollar progresivamenteel tema de la Iglesia como cuerpo de Cristo, en que cada miembro essolidario de la suerte de los demás, y en que el Señor es Cabeza. Im-posible no ver en esa línea temática un fundamento muy sólido para losrequerimientos que las situaciones injustas plantean al discípulo de Jesús.

Lo comprendió así el Apóstol y Evangelista San Juan cuando dice en suprimera carta que "sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vidaporque amamos a los hermanos. El que no ama, permanece en la muerte. Quienaborrece a su hermano es homicida, y ya sabéis que todo homicida no tie'ie en síla vida eterna. En esto hemos conocido la caridad, en que El dio su vida por nosotros,y nosotros debernos dar nuestra vida por nuestros hermanos. El que tuvie¡'E) bienesde este mundo y, viendo a su hermano pasar necesidad, le cierra sus entrañas,¿cómo mora en él la caridad de Dios? Hi¡itos, no amemos de palabra ni de lengua,sino de obra y de verdad". (1 Jn, 3,14-18). La carta del Apóstol refleia rasgos delos testimonios consignados por él mismo en su Evangelio: el terna de dar hasta lavida por los que se ama, así como el amor fraterno señalado como distintivo deldiscípulo de Cristo. Nos interesa nuevamente subrayar que la actitud de relacióncon el pró¡imo es inseparable de la relación con Dios. El propio Apóstol Juan loexpresa más adelante en la misma carta: "Si alguno dijere: Amo a Dios, pero abo-rrece a su hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no esposible que ame a Dios, a quien no ve. Y nosotros tenernos de El este precepto:que quien ama a Dios, ame también a su hermano" (ibid., 4, 20s).

Más riguroso es el lenguaje de Santiago en su canónica: "Y vosotros los ricos,llorad a gritos por las desventuras que os van a sobrevenir. Vuestra riqueza estápodrida; vuestros vestidos, consumidos por la polilla; vuestro oro y vuestra plata, co-midos del orín, y el orín será testigo contra vosotros y roerá vuestras carnes comofuego. Habéis atesorado para los últimos días. El jornal de los obreros que han segadovuestros campos, defraudado por vosotros, clama, y los gritos de los segadores hanllegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en la molicie sobre la

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tierra, entregados a los placeres, y habéis cebado vuestros corazones para el día deldeguello. Habéis condenado al justo, le habéis dado muerte sin que él os resistiera"(Sant., 5, 1 - 6). El texto es indudablemente duro. Pareciera que su intencionalidad

apuntara a dos actitudes inaceptables: una, la de poner en el dinero la meta supremade la vida, la misma tentació;-, que Jesús había exorcizado advirtiendo que no esposible servir a Dios y a las riquezas; y la otra, la de adquirir bienestar y holgura acosta de defraudar en su jornal al trabajador. Pero no parece hacer violencia al textoquien descubriera en él una tercero Jill1ensión, sobre todo teniendo presente un lugaranterior de la misma carta, en el cual dice Santiago: "Si el hermano o la hermanaE;stán desnudes y carecen de alimento cotidiano, y alguno de vosotros les dijere: Iden paz, que podáis abrigaros y hartaros, pero no les diereis con qué satisíocer lanecesidad de su cuerpo, ¿qué provecho les vendría?". Esta tercera dimensión es la dela omisión del bien que hubi6rQ podido hacerse y no se hizo. No es otra la acusa-ción subyacente a la parábola del ¡"ico epulón y del pobre Lázaro, cuyo texto trae eiEvangelio según S. Lucas. La formulación del Evangelista es mós suave en la expre-sión literaria, pero en el fondo es tan dura como la de Santiago: el olvido de la ne-cesidad del prójimo conduce a la condenación, o sea a la eterna distancia de la inti-midad de Dios. Porque no es otro el reproche que se desprende e1el relato que da S.Lucas de la parábola, a no ser que se considere también la guia, aunque esta pare-Ciera más bien enfocarse como la causa del olvido del pobre mendigo. Y así llegamosuna vez más a lo que es como la médula de estas consideraciones: la inseparabilidaddel amor de Dios y del prójimo.

Antes de terminar esta tercera parte, séame permitido recoger dos textos delNuevo Testamento referente al trabajo. En el primero S. Pablo dirige a los íieles déSalónica estas palabras: "mientras estuvimos entre vosotros, os advertíamos que el queno quiere trabajar, que no cema. Porque hemos oído que algunos viven entre voso-tros desordenadamente, sin hacer nada, sólo ocupados en curiosearlo todo". (11Tes 3.11). Y a los siervos de la época recomendaba el Apóstol trabaja "no sirviendo aiojo del amo, como quien busca agradar a los hombres, sino con sencillez de corazón,por temor del Señor. Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como obedeciendo 01Señor y no sólo a los hombres" (Col. 3, 22s). Es claro que S. Poblo inculca el deberdel trabajo y el espíritu con que el cristiano lo debe realizar.

La Palabra de Dios que hemos escuchado en este tercer acápile tiene unafuerza especial. Si la escuchamos con corazón sincero, dará mucho fruto. lul vez nao;será dolorosa porque, como advierte S. Pablo, ella es cortante como una espada de

doble filo, y llega a discernir médulas de tuétanos, Pero un dolor amorosamente reci-

bido es doblemente fecundo.

4. ORIENTACIONES PARA NUESTRA UNIVERSIDAD

Nuestra Universidad realiza hoy este acto, asociándose a este aniversario, no

por compromiso, cemo dije al principio, sino por convicción. Ni basta haber asistido

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a él para creer que hemos cumplido nuestras responsabilidades en materia de doc-trina social de la Iglesia, muy lejos de eso. En este campo, como en toda la vidacristiana, siempre queda mucho por hacer aunque algo o mucho se haya hecho, afor-

tunadamente.No me puedo detener a recordar los nombres de los hombres que inspiraron

a la Pontificia Universidad Católica de Chile una honda preocupación por lo social.Pero de entre los que yo pasaron de este mundo a la casa del Padre, séame permi-tido recordar' al que fuero Vicerrector de esta cosa, y luego Obispo de Talco, Mon-señor Manuel Larroín Errázuriz, y jUllto a él al Prorrector Monseñor Juan FranciscoVives Estévez. Lo que ellos y otros sembraron sigue dando fruto y por eso su me~maria es bendecida. Y si no nombro a los que aún viven, lo hago por no her·ir sumodestia y por temor de olvidar a alguien, mer'ecedor de público recuerdo y gra-titud,

Hoy no comenzamos esta tarea. Sería presuntuoso creer que con nosotros seinicia una época. Tantos lo han creído con infantil ingenuidad, Somos 105 continuado-res de una herencia, de una tradición, de una noble l'esponsabiliJad. Nobleza obliga.Quisiera tender por eso la mirada al futuro para reproponer algunas metas que cadacual debe lener como suyas, a las que debe consagrar esfuerzo y tesón, y que nose lograrán sin sacrifi·cio.

y la primera es responder a lo que la Patria y la Iglesia esperan de nuestraUniversidad. Responder con un tl'Oba¡o denodado, rechazando las formas de perezaa todos los niveles, tomando la vida universitaria como un aporte a la comunidad quetiene derecho a recuperar lo que ella misma, con sacrificio, da a la Universidad. LaExcelencia académica no debe ser para nosotros un precio pagado a la vanidad,sino la única respuesta posible a Dios y a la sociedad. El espíritu de estudio serio,esforzado, científico, es un aporte que tiene un sentido social del cual el alumno de

esta Universidad debe estar consciente a fin de realizarlo no en la mediocridad deuna supervivencia de matrícula, sino con noble emulación de rendimientos óptimos.

En este terrono habrá que velar a ¡in que siempre las relaciones de trabajoen la Universidad se desarrollen según la doctrina social de la iglesia, perfeccionandolo que aún no es óptimo, corrigiendo los defectos allí donde se presentan, Y si laautoridad universitaria tiene el deber de velar por la iusticiCl de las relaciones labo-rales, no debe olvidar el que tl'Obaia en esta casa que su pereza sería un perjuicioo la comunidad y en el fondo una injusticia. Lamentable se,-ía que en nuestra comu-nidad, donde se vive con tantos sacrificios y estrecheces, hubiera quien considerarasu trabajo, a cualquier nivel que sea, con frivolidad, con más deseo de aprovechar

en propio interés que de servir a los demás. Nuestrascon'licciones cristianas y ca-tólicas nos debieran llevar a un estilo fraterno, sobrio, austero, y no por ello menosjovial y alegre, que fuera como la característica de la vida de la Universidad Ca-tólica en sus momentos de alegría y también en sus penas y contratiempos. Cada cualvea qué responsabilidad le cClbe en las pérdidas de tiempo útil, en la conservacióndsl patrimonio material de lo Universidad, adquirido con tanto esfuerzo, y sobre todo

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a él para creer que hemos cumplido nuestras responsabilidades en materia de doc-trina social de la Iglesia, muy lejos de eso. En este campo, como en toda la vidacristiana, siempre queda mucho por hacer aunque algo o mucho se haya hecho, afor-

tunadamente.1',10 me puedo detener a recordar los nombres de los hombres que inspiraron

a la Pontificia Universidad Católica de Chile una honda preccupación por lo social.Pero de entl'e los que ya pasaron de este mundo a la casa del Padre, séame permi-tido recordOl' al qU8 f1J8r<lVicerrector dp rsta casa, y lusgo Obispo de Talco, Mon-señor Mcmuel Larrain Errózuriz, y ¡Ullto a él al Prorrector Monseñor Juan FranciscoVives Estévez, Lo que ellos y otros sembraron sigue dando fruto y por eso su me~maria es bendecida. Y si no nombro a los que aún viven, lo hago por no herir sumodestia y pOI' temor de olvidar a alguien, mer'ecedor de público recuerdo y gra-titud.

Hoy no comenzamos esta tarea. Sería presuntuoso creer que con nosotros seiniCia una época. Tantos lo han creído con infantil ingenuidad. Somos los continuado-res de una he'encia, de una tradición, de una noble I'esponsabilidad. Nobleza obliga.Quisiera tender por eso la mirada al futuro para reproponer algunas metas que cadacual debe tener como suyas, a las que debe consagrar esfuerzo y tesón, y que no

se lograrán sin sacrificio.

y la primera es responder a lo que la Patria y la Iglesia esperan de nuestra

Universídad. Responder con un tmba¡o denodado, rechazando las formas de perezao todos los niveles, tomando la vida universitaria como un aporte a la comunidad quetiene derecho a recuperar lo que ella misma, con sacrificio, do a la Universidad. LaExcelencia académica no debe ser para nosotros un precio pagado a la vanidad,sino la única respuesta posible a Dios yola sociedad, El espíl'itu de estudio serio,esforzado, científico, es un aporte que tiene un sentido social del cual el alumno deesta Universidad debe estar consciente a fin de realizarlo no en la mediocridad deuna supervivencia de matrícula, sino con noble emulación de rendimientos óptimos.

En este terreno habrá que velar a fin que siE:mpre las relaciones de trabajoen la Universidad se desarrollen según lo doctrina social de la Iglesia, perfeccionandolo que aún no es óptimo, corrigiendo los defectos allí donde se presentan. Y si laautOíidad universitaria tiene el deber de velar por la ¡ustic:el de las relaciones labo-rales, no debe olvidar el que trabaja en esta casa que su pereza sería un perjuicioa la comunidad y en el fondo una injusticia. Lamentable ss,ia que en nuestra comu-~lidad, donde se vive con tantos sacrificios y estrecheces, hubiera quien considerarasu trabajo, a cualquier nivel que sea, con frivolidad, con más deseo de aprovecharen propio interés que de servir a los demós. Nuestras convicciones cristianas y ca-tólicas nos debieran Ileval' a UIl estilo fraterno, sobrio, austero, y no por ello menosjovial y alegre, que fuera como la característica de la vida de la Universidad Ca-tólica en sus momentos de alegría y también en sus penas y contratiempos. Cada cualvea qué responsabilidad le cobe en las pérdidas de tiempo útil, en la conservaciónc!~1 patrimonio material de lo Universidad, adquirido con tanto esfuerzo, y sobre todo

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a él para creer que hemos cumplido nuestras responsabilidades en materia de doc-

trina social de la Iglesia, muy lejos de eso. En este campo, como en toda la vidacristiana, siempre queda mucho por hacer aunque algo o mucho se haya hecho, afor-tunadamente.

t'Jo me puedo detener a recordar 105 nombres de 105 hombres que inspirarona la Pontificia Universidad Católica de Chile una honda preocupación por lo social.

Pero de entre 105 que ya pasaron do 85te mundo a la C050 del Padre, séame permi-tido recordor 01 que fU8ro Vicerrector ele "'sto C05a, y luego Obispo de Talco, Mon-señor Memuel Larrain Errózuriz, y jUlltO (1 él 01 Prorrector Monseñor Juan FranciscoVives Estévez, Lo que ellos y otros sembraron sigue dando fruto y por eso su me~maria es bendecida, Y si no nombro a los que aún viven, lo hago por no herir sumodestia y pOI' temor de olvidar a alguien, mel'ecedor de público recuerdo y gra-titud.

Hoy no comenzamos esto tarea. Sería presuntuoso creer que con nosotros seinicia una época, Tantos lo han creído con infantil ingenuidad. Somos 105 continuado-res de una he¡'encia, de una tradición, de una noble I·esponsabilidad. Nobleza obliga.Quisiero tender por eso la mirada 01 futuro paro reproponer algunas metas que cadacual debe tener como suyos, a las que debe consagrar esfuerzo y tesón, y que nose lograrán sin sacrificio.

y la primera es responder a lo que la Patria y la Iglesia esperan de nuestraUnivel'sidad. Responder con un trabajo denodado, rechazando las formas de perezaa todos 105niveles, tomando la vida universitaria como un aporte a la comunidad quetiene derecho a recuperar lo que ella misma, con sacrificio, do a la Universidad. LaExcelencia académica no debe ser para nosotros un precio pagado a la vanidad,sino la única respuesta posible a Dios yola sociedad. El espíl'itu de estudio serio,esforzado, científico, es un aporte que tiene un sentido social del cual el alumno deesta Universidad debe estar consciente a fin de realizarlo no en la mediocridad deuna supervivencia de matrícula, sino con noble emulación de rendimientos óptimos.

En este terreno habrá que velar a fin que siempre 105 relaciones de trabajoen la Universidad se desarrollen según la doctrina social de la iglesia, perfeccionandolo que aún no es óptimo, cOl'rigiendo 105 defectos allí dando se presentan. Y si laclUtoridad universitaria tiene el deber de velar por la justic:C1de los relaciones labo-rales, no debe olvidar el que trabaja en esta cosa que su pereza sería un perjuicioa la comunidad y en el fondo uno iniusticia. Lamentable sería que en nuestra comu-~lidad, donde se vive con tantos sacrificios y estrecheces, hubiera quien considerarasu trabajo, a cualquier nivel que sea, con frivolidad, con más deseo de aprovecharen propio interés que de servir a 105 demás. Nuestras convicciones cristianas y ca-tólicas nos debieran llevar a un estilo fraterno, sobrio, austero, y no por ello menosjovial y alegre, que fuera como la característica de la vida de la Universidad Ca-tó!ica en sus momentos de alegría y también en sus penas y contratiempos. Cada cualvea qué responsabilidad le cobe en las pérdidas de tiempo útil, en la conservaciónc!~1patrimonio material eJe lo Universidad, adquirido con tonto esfuerzo, y sobre todo

Page 12: EL MAGISTERIO SOCIAL DE LA IGLESIA (*)

en el acrecentamiento del patrimonio espiritual que es fruto del amoroso quehacer

de todos. Hay pues que vivir la doctrina, en la misma Universidad ante todo y por

todos.

Pero hay más. La formación académica de la Universidad Católica debe estar

impregnada de la doctrina social de la Iglesia. Para ello no basta con un pequeño

curso optativo, ni siquiera con un mínimo obligatorio; se requiere una atmósfera, una

sensibilidad, un enfoque, una preocupación que llegue a permear cada disciplina y

sobre todo su conjunto. Es obvio que eso no puede ser realidad a nivel universitario

sin un estudio especifico de las enseñanzas de la Iglesia en la materia. Una cátedra

de Doctrina social de la Iglesia debe tener un lugar de honor en esta Universidad y

no sólo en una que alTa Unidad Académica. Es triste reconocer, sin embargo, que no

son excepción los miembros de nuestra comunidad que no conocen ni siquiera alguno

de los grandes documentos en que los Papas y el Concilio Vaticano 11f¡¡aron la doc-

trina social católica. Eso no puede dejarnos tranquilos. Permítanme aquí un recuerdo

personal. El 3 de diciembre de 1947 me presenté con mis compañeros de curso y

acompañados por nuestro profesor, a rendir examen de Derecho del Trabajo en la

Universidad de Chile. Eran los tiempos en que la Universidad Católica no tenía aún

el derecho de tomar exámenes a sus alumnos. Me examinó el presidente de la Comi-

sión, D. Francisco Walker. y me hizo una sola pregunta: "Exponga la doctrina social

de la Iglesia católica". Esa pregunta me dejó una impresión que dura todavía. En el

ánimo del eminente profesor de la Universidad de Chile era impensable que un alum-

no de la Pontificia Universidad Católica de Chile pudiera presentarse y dar examen

de derecho del trabajo, sin conocer las orientaciones de los Romanos Pontífices en

materia social. Esa lección que recibí con tan pocas palabras hace casi treinta aiíos,

sigue siendo válida. Un profesor o un alumno de esta Universidad no puede conside-

rar este campo del sabel' como algo ajeno a sus preocupaciones. Menos aún pensar

que él pertenece a los que se identifican con talo cual tendencia política. la doc-

trina social de la Iglesia es patrimonio de todo el pueblo de Dios, y a ningún di5-

cípulo de Jesucristo puede resultarle ajena o incómoda, así como ninguno tiene el

derecho de considerarla como un patrimonio propio con exclusión de los demás.

¿Cómo lograr algo de estas metas?

Confío mi preocupación a las autoridades académicas de la Universidad. las

exhorto a no dejarse absorber por los rodajes de la administración hasta el punto de

olvidar asuntos como éste que pertenecen al alma de la Universidad Católica de Chile.

Les ruego que hagan un esfuerzo de imaginación para buscar tiempo, personas,

recursos y todo lo que sea necesario para que esta parte de nuestro acervo espiritual

tenga el impacto que requieren nuestras mentes y pueda proyectarse hacia la socie-

dad de nuestra patria, y más allá de sus fronteras, como uno de los más preciosos ser-

vicios que de nosotros se esperan. Y lo haremos con generosidad, sabiendo que de-

trás del rostro de cada hermano está el rostro de Cristo el Señor.