El istmo centroamericano ante la globalizacion viejos problemas, nuevos conflictos. 191212
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EL ISTMO ANTE LA GLOBALIZACION: VIEJOS PROBLEMAS, NUEVOS
CONFLICTOS.
I- INTRODUCCION.
El presente ensayo interpretativo defiende la tesis de que la actual inserción de las
economías centroamericanas en el orden económico mundial (globalización) alimenta
un escenario que, lejos de tender hacia el desarrollo sostenible, incrementa la
desigualdad y el deterioro ambiental y presagia futuros conflictos sociales. El ensayo
fundamenta su análisis en una revisión crítica del modelo de desarrollo propuesto para
Centroamérica en el proyecto “Harvard-INCAE” y ejemplifica, tomando el caso de
Honduras, el nuevo tipo de conflictos, que con la aplicación de este modelo, presagian
un escenario de mayores desigualdades y fuerte conflictividad social para la mayoría
del Istmo.
II- LA GLOBALIZACION EN CENTROAMERICA.
Entendemos la globalización como “...una intensificación sin precedentes y una
aceleración de un flujo cada vez mayor de las comunicaciones y el movimiento de
personas, tecnología, dinero bienes, imágenes e ideas a través de las fronteras
nacionales” (Marín 2009 a:4). A efectos del presente ensayo, lo que nos interesa de la
globalización no son las consecuencias, en cierto modo naturales, del avance de las
comunicaciones, el transporte y la información; sino la construcción política del
proceso del globalización. Dicha construcción, levantada sobre la base del
pensamiento neoliberal, condena a buena parte de la de los centroamericanos a
conformarse con un papel de “perdedores”, mientras eleva a una minoría al papel de
actores estratégicos y por lo tanto a la condición de “ganadores”.
Como propone Marín, (2009 a: 4 y 5), la Globalización no es un fenómeno nuevo para
Centroamérica, sino que ha vivido dos grandes momentos en la Región, “Una primera
globalización entre 1870 y 1980, la cual está marcada por el orden económico
internacional. Y una segunda globalización, la globalización contemporánea, que va de
1980 al presente y que está marcada por el orden económico mundial”.
Desde la perspectiva socio-política los efectos del primer período de globalización en
Centroamérica los podríamos resumir en dos constantes: En primer lugar la alta
desigualdad social y la pobreza extrema; y en segundo lugar, la permanente
concentración del poder político, como respuesta ante los diversos intentos de
pluralizarlo, que impidió que los sectores más desfavorecidos estuvieran
efectivamente representados y tuvieran opciones reales de participar en el poder para
transformar sus condiciones de vida. Como señala Marín (2009,b) resulta evidente la
relación causa-efecto, de doble vía, entre la desigualdad-pobreza y la concentración
del poder político. En cuanto a la segunda globalización, los procesos de paz y la
tercera ola de la democratización, operada durante la década de los 80s, que supone
la transición de regímenes autoritarios a otros formalmente democráticos, supone una
esperanza de transformación hacia un desarrollo “incluyente” que, con el transcurrir de
los años, se antoja cada vez más lejano.
III- CRITICA AL MODELO “HARVARD-INCAE” COMO PROPUESTA PARA EL
DESARROLLO REGIONAL.
Siguiendo la tesis de Marín (2009 a:3), es evidente que “los cambios socioeconómicos
contemporáneos se fundamentan en ideologías y en teorías del desarrollo
económico”. El conocimiento del paradigma de desarrollo económico que impera en la
Región, parte central de este ensayo, nos ayuda a entender porqué la inserción de
Centroamérica en el orden económico mundial, presagia un escenario de mayores
desigualdades y fuerte conflictividad social.
La base de la actual estrategia de desarrollo económico centroamericano se ubica en
el pesamiento de Michael Porter. Este autor propone, en The competitive Advantage of
Nations, (1990) una teoría del crecimiento en la cual los países transitan desde una
economía basada en los factores productivos (tierra, mano de obra, infraestructura,
recursos naturales y capital) hacia una economía basada en la inversión, y finalmente
en la innovación. El trabajo de Porter, que se fundamente en la experiencia de los
países capitalistas más avanzados, aboga por un enfoque en el cual las empresas.-y
los países- crean ventajas comparativas a través de la inversión y la innovación. Esto
permite a los países pasar de una etapa a la otra y, en concreto, dejar atrás la etapa
de crecimiento en base a los factores productivos, la que el mismo autor considera
inferior a las otras dos. En cada una de estas etapas de crecimiento hay cuatro
elementos que determinan el grado de éxito o fracaso: 1) Calidad y cantidad de
factores productivos. 2) Condiciones de la demanda en el mercado interno. 3) La
presencia de industrias interconectadas. 4) Estrategia, estructura y rivalidad
empresarial. Si bien estos cuatro elementos son interdependientes, las políticas
públicas influyen sobre la relación que existe entre ellos y pueden incidir sobre el éxito
o fracaso de cada etapa. El Estado, por ende, tiene un importante papel que cumplir
incluso si los actores principales son las empresas y la mayor parte de las decisiones
se adoptan a nivel de mercado, (Bulmer-Thomas, Douglas Kincaid, 2000: 42 y 43)
promoviendo la típica agenda de reformas propuestas desde el pensamiento
neoliberal formulado en el famoso “Consenso de Washington”, tendientes a mejorar la
competitividad, la apertura económica, la disciplina fiscal y del gasto público así como
la estabilidad macroeconómica, entre otros aspectos.
El Proyecto Harvard-INCAE (1999) “Centroamérica en el siglo XXI, una agenda para la
competitividad y el desarrollo sostenible; bases para la discusión sobre el futuro de la
región”, se inspira en el trabajo de Porter y “adapta este marco intelectual al caso de
América Central, postulando que el objetivo es pasar del crecimiento en base a
productos básicos a un crecimiento en base a la inversión, para lo cual se deben
desarrollar cuatro “núcleos” o “clusters”: turismo, agroindustria de alto valor agregado,
textiles y vestuario, y la manufactura de piezas electrónicas y prestación de servicios
informáticos” (Bulmer-Thomas, Douglas Kincaid, 2000: 43). El concepto de “Clusters”
es importante en el pensamiento de Porter (1998) y se puede traducir también como
“conglomerados”, término que define a un grupo geográficamente próximo de
compañías y entidades asociadas que operan en un campo empresarial particular,
vinculadas por características comunes y complementarias.
Tanto la propuesta de Porte, como la del proyecto Harvard-INCAE, objetan el
crecimiento en base a los factores productivos argumentando que el aporte acumulado
de los factores productivos genera un aumento en la producción que no se traduce en
un aumento significativo en la productividad final. Se asume que el crecimiento en
base a los factores productivos implica menores tasas de inversión, y por tanto se
percibe como inferior al crecimiento en base a la inversión. No obstante, como
demuestran diversos autores, esta distinción puede ser más es más aparente que real
(Bulmer-Thomas, Douglas Kincaid, 2000: 44).
Bulmer Thomas y Douglas Kincaid (2000) en su documento “Centroamérica 2020:
hacia un nuevo modelo de desarrollo regional, realizan un análisis exhaustivo y crítico
del modelo “Porter” adaptado al contexto centroamericano por el proyecto “Harvard-
INCAE”. Según estos autores, el crecimiento de la productividad total de los factores
no tiene la misma importancia en países pobres, donde la razón capital/fuerza de
trabajo es muy baja y el capital, tanto natural como físico, se puede acumular durante
años sin que se produzca utilidades decrecientes. Para estos autores, en países
pobres, la acumulación de capital está casi invariablemente asociada a la
transferencia de tecnología, de modo que un aumento de la productividad de los
factores es perfectamente posible. El crecimiento de América Central se ha basado
siempre en los factores productivos y es poco probable que ello vaya a evolucionar
durante las próximas décadas, (Bulmer-Thomas, Douglas Kincaid, 2000: 44-45). “El
problema no es tanto en el sector exportador.-que ha sido y sigue siendo muy
dinámico, con altas tasas de productividad e inversión-.sino en el sector no exportador,
que sigue atrapado en un círculo vicioso de poca productividad y baja inversión
sostienen”. (Bulmer-Thomas, Douglas Kincaid, 2000: 49).
De acuerdo a estos autores, Centro América necesita aumentar el valor de sus
exportaciones a fin de mejorar la competitividad, pero también es necesario crear y
desarrollar oportunidades para diversificar las exportaciones y reducir el costo del
crédito. En este sentido y siguiendo la tesis de Bulmer-Thomas y Douglas Kincaid, me
parece poco probable, y posiblemente poco deseable en este momento, por los graves
costos sociales que acarrea, que Centro América pueda desvincularse de un modelo
de desarrollo basado en los factores productivos. Si bien es cierto que la
diversificación de la productividad es un paso fundamental para fortalecer la economía
y promover el desarrollo, parece claro que ésta debe plantearse tomando como base
la inversión en los sectores productivos más significativos en la economía nacional no
sólo por su alto potencial en la generación de valor agregado; sino muy especialmente
por su valor combinado entre el peso económico y su mayor capacidad de redistribuir
la riqueza entre los sectores medios y bajos de las sociedades centroamericanas.
Pensamos aquí, por ejemplo, en la agricultura campesina tradicional, y las micro y
pequeñas empresas que se integran en el sector social de la economía.
En definitiva, el modelo Harvard-INCAE para Centroamérica, que es hoy por hoy el
enfoque predominante en la perspectiva gubernamental y empresarial, no sólo “corre
el riesgo de agudizar las tensiones sociales que han dividido a las sociedades
centroamericanas durante tantos años” (Bulmer-Thomas, Douglas Kincaid, 2000: 49),
sino que ya agudiza dichas tensiones, como demuestra el exitoso “Golpe de Estado”
ocurrido en Honduras a mediados del año 2009. Desgraciadamente el renovado
proceso de integración regional protagonizado por el Sistema de Integración
Centroamericano (SICA) y la firma del tratado de libre comercio de Centroamérica con
Estados Unidos (CAFTA, por sus siglas en inglés) no suponen una propuesta
alternativa de modelo económico, sino que representan la confirmación, en el terreno
regional e internacional, del Enfoque Harvard-INCAE. En relación al CAFTA, éste no
presagia mejores resultados sociales que el TLCAN (entre México, USA y Canadá),
pero sí plantea nuevas y más vigorosas formas de oposición de los movimiento
sociales centroamericanos (Quintero, Et al 2005). Por todo ello es previsible que el
escenario de la globalización en Centroamérica sea el de creciente injusticia y alta
conflictividad social. El análisis de las causas estructurales del Golpe de Estado en
Honduras permite extraer importantes conclusiones de cara a proyectar posibles
escenarios político-sociales para la Región de Centroamérica.
IV- LAS CAUSAS ESTRUCTURALES DEL GOLPE DE ESTADO EN HONDURAS.
Siguiendo la argumentación de diversos autores tales como, Salomón, Gallardo, y
Torres, las causas generadoras de la crisis que actualmente vive la Nación Hondureña
son complejas y múltiples. Quizá la clasificación más adecuada a dicha complejidad la
propone Torres al establecer dos grandes grupos causales: el estructural, con una
transición democrática incompleta y fallida cuyos efectos sociales son agravados por
la aplicación del modelo de desarrollo propuesto en el Proyecto Harvard-INCAE,
combinado con la imposición de las recetas neoliberales del Consenso de Washington
y la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos; y el coyuntural,
que gira entorno a la propia figura “popular-caudillista” del presidente Zelaya, la
convocatoria a la consulta popular de la “Cuarta Urna” y la influencia “chavista” (Torres
2009). A los efectos del presente trabajo nos interesa sobretodo analizar las causas
estructurales pues, consideramos que, aun con aspectos diferenciales en relación a
los otros países del área Centroamericana, señalan problemas comunes que se
repiten en el resto de Centroamérica.
Desde la perspectiva estructural nos encontramos con lo que podríamos calificar como
la “agenda perdida” de la transición democrática hondureña (Torres 2009: 2). Se
esperaba que dicha transición llevara adelante con éxito una serie de cambios
concentrados en cuatro grandes ámbitos: el aspecto jurídico, pasando de un régimen
de facto a uno de derecho, el político, consolidando un régimen de alternabilidad en el
gobierno y de imperio de los derechos civiles ciudadanos, el aspecto económico,
pasando de una economía cerrada a una abierta y por último el aspecto social,
transformando Honduras desde una sociedad autoritaria y represiva a otra
democrática que redujera significativamente la pobreza y la desigualdad social (Torres
2009: 5).
Lo cierto es que al igual que sucede en otros países de América Central, el saldo
actual del proceso de transición democrática es más bien pobre. Aunque se produjo el
cambio del régimen militar al civil, se establecieron elecciones periódicas, se abrió el
mercado a la competencia internacional y se produjo la alternancia en el gobierno,
quedaron pendientes los grandes problemas que en los últimos años evidenciaban el
agotamiento e incluso retroceso del proceso de transición. De entre los problemas
más importantes se deben destacar los siguientes: la falta de un sistema de justicia
independiente, la necesidad de lograr la apertura interna de la economía con la
eliminación de las prácticas monopólicas y oligopólicas, el combate efectivo a la
pobreza, la reducción de las desigualdades sociales y el combate real a la corrupción
fuertemente enraizada en el Sistema Bipartidista Hondureño que se fundamenta en la
construcción de un Estado patrimonial y clientelista (Torres 2009: 7), que responde a
los intereses de una pocas familias y grupos de poder.
La aplicación irrestricta del modelo Harvard-INCAE, las medidas económicas
neoliberales del Consenso de Washigton, con la consabida reforma del mercado, el
ajuste fiscal y la reducción del papel protector del estado, así como la apertura
comercial vía TLC, acentuaron la concentración de la riqueza e incrementaron la
desigualdad. Honduras no escapó a la paradoja que experimentaron otros países de
América Central en los que la conquista democrática se desarrolló en el marco de la
creciente pobreza y desigualdad social, lo que finalmente supone un gran riesgo para
la continuidad y vigencia de las propias conquistas democráticas alcanzadas. Algunos
analistas esperaban que este fuera el caldo de cultivo idóneo para el surgimiento de
un “outsider” político, que consiguiera superar el tradicional bipartidismo, pero la
sorpresa en Honduras fue que nos encontramos con un “insider” que surge de en el
seno del Partido Liberal.
En el caso Hondureño el saldo de todo este período es dramático. Honduras es el
tercer país mas pobre del Continente Americano, con el 68,9 % de su población
caracterizada como pobre y el 45,6 viviendo en condiciones de indigencia (CEPAL,
2009: 54). Además Honduras es de los países más desiguales de la Región, con el
10% de los hogares percibiendo el 36,9% de los ingresos y el 40% de los más pobre
sólo el 10,1% de los ingresos totales (CEPAL, 2009: 56). Durante el período del 2002
al 2007 fue uno de los pocos países del área, junto con Guatemala y República
Dominicana, donde la desigualdad aumentó (CEPAL 2009: 14).
La difícil situación social contrasta con los alarmantes niveles de corrupción. Honduras
ocupa el puesto numero 130 del Indice de Percepción de la Corrupción sólo superado
por Ecuador, Paraguay, Venezuela y Haití en América Latina (Transparencia
Internacional 2009: 3). “Se estima que entre 1982 y el 2006 las pérdidas de fondos
públicos por la vía de la corrupción suman más de 700 mil millones de lempiras
(tomando como promedio 10% del Presupuesto Nacional de cada año”. (Torres 2009,
7).
No debe extrañarnos entonces el paulatino desencanto de la población hondureña en
relación a la democracia y la política. Según los datos del Tribunal Supremo Electoral
de Honduras, para las elecciones del año 2005 los niveles de participación no
superaron el 56% del padrón electoral y en las elecciones recientemente celebradas
apenas se alcanzó el 50% del mismo. Estas cifras contrastan con el histórico 84% de
participación logrado en las primeras elecciones democráticas celebradas en
Honduras al comienzo de la transición. Con ello se confirma el rechazo creciente a la
política tradicional, aunque el mismo todavía no se ha traducido en la aparición de
opciones políticas alternativas.
Ante este panorama el presidente Zelaya había logrado plantear elementos novedosos
en el ejercicio del poder que movilizaron la ilusión por el cambio de modelo de
desarrollo. Los más importantes a nivel nacional fueron la adopción de mayores
controles en la licitación de medicamentos, la reducción de los precios del combustible
a través de la licitación internacional del petróleo y la entrada en PETROCARIBE, el
aumento significativo del salario mínimo y el lanzamiento de la Red Solidaria
(merienda escolar, matrícula gratis, paquete básico de salud, bono tecnológico, bono y
becas estudiantiles), que comprometió importantes fondos nacionales en favor de los
sectores sociales más desfavorecidos. Al mismo tiempo y debido a la imposibilidad de
satisfacer las demandas sociales de un cambio estructural, Zelaya propuso la idea de
“refundar Honduras” mediante la convocatoria a una Asamblea Nacional
Constituyente. La Nueva Constitución se presentaba por parte del ejecutivo como la
solución a todos los problemas nacionales, pero contaba con la oposición de los
sectores más conservadores de Honduras.
En términos generales la gestión del Presidente Zelaya era desaprobada por sus
propios compañeros del Partido Liberal, así como por la clase político-empresarial
bipartidista, pero había despertado las simpatías y apoyo de los movimientos sociales
hondureños. En todo caso las razones del Golpe no deben buscarse en el nivel
perjuicio concreto que el Gobierno de Zelaya le hubiera podido causar a los llamados
“poderes fácticos”. Zelaya había tenido muy poco margen para impulsar verdaderas
transformaciones en el “status quo” hondureño. En realidad el Golpe actuó, si se
quiere, como “medida preventiva” ante los hipotéticos y futuros cambios, en perjuicio
de la clase dominante hondureña, que hubieran podido gestarse en el modelo de
desarrollo hondureño, por el acercamiento del Presidente Zelaya al movimiento
popular de Honduras y la convocatoria de la Asamblea Constituyente. En este sentido
como bien afirma Torres, “el sistema político bipartidista, manipulado desde despachos
empresariales, no admite fisuras (en el modelo económico, político y social), por
pequeñas que sean en un Estado de características corporativas, patrimonialistas,
clientelares, centralizadas y autoritarias.” (Torres 2009: 3).
CONCLUSIONES.
El presente ensayo señala como Centroamérica pone en práctica un modelo de
desarrollo que, en términos generales, no es el más adecuado para responder a las
características económicas y sociales de los países del Istmo. El caso de Honduras
nos demuestra, de manera fehaciente, como la aplicación de dicho modelo, en el
contexto de la inserción de Centroamérica en el proceso de globalización, ha
acrecentado la sensación y la experiencia de “promesas incumplidas” en amplias
capas de las sociedades centroamericanas. Este creciente desencanto arrastra a
diversos sectores de la ciudadanía hacia el apoyo a propuestas de un cambio radical
de modelo, así como a la creciente conflictividad social, como demuestra el dramático
aumento que sufren los movimientos sociales del Istmo que en el período 1989-2010
que se han multiplicado por 4, destacando las distintas formas de protesta social y los
nuevos movimientos, (Marín 2010:6). En el caso hondureño, como ocurrió tantas otras
veces en la historia centroamericana, ante las posibilidades de un cambio orientado
hacia una mayor apertura democrática y la ampliación de los derechos económicos, la
respuesta fue la dura represión policial y militar orquestada por la élite económica y
política nacional. En este sentido, el ejemplo hondureño nos indica que “...las
previsiones optimistas de los 80 y 90 no se han cumplido y una mezcla de elementos
autoritarios y democráticos –el régimen híbrido del que habla Terry Lynn Karl–
persiste, en mayor o menor medida, en países como Guatemala, El Salvador,
Honduras y Nicaragua...Pero quizá la característica más sobresaliente sea la
presencia de concentraciones de poder político que impiden el desarrollo del
pluralismo y la construcción de opciones efectivas para la construcción de alternativas
ciudadanas, que fortalezcan la representación y las respuestas a las demandas de la
población” (Rojas Bolaños. 2006: 3).
Si la historia de la Región en los últimos 100 años es la constante tensión entre los
intentos de transición a la democracia y la imposición autoritaria por parte de una
minoría; habría que preguntarse qué le deparará el futuro al actual período de
expansión democrática que ha vivido la Región. Nuevamente el caso de Honduras,
(dejando de lado sus aspectos circunstanciales, como por ejemplo la “supuesta
amenaza Chavista” o el “liderazgo de corte populista” del Presidente Zelaya),
parecieran apuntar hacia un nuevo período de conflictividad social y tentaciones
autoritarias.
Por: Francisco José Tomás Moratalla.
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