El Giro Contextual

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Enrique Bocardo Crespo (Editor) .. . ... EL GIRO CONTEXTUAL CINCO ENSAYOS DE QUENTIN SKINNER, Y SEIS COMENTARIOS RAFAEL DEL ÁGUILA JOAQUÍN ABELLÁN ,/ PABLO BADILLO O'FARRELL ENRIQUE BOCARDO CRESPO SANDRA CHAPARRO JOSÉ M.ª KARI PALONEN . ·:·.e , . -.'._), '

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Libro

Transcript of El Giro Contextual

  • Enrique Bocardo Crespo (Editor) ......

    EL GIRO CONTEXTUAL CINCO ENSAYOS DE QUENTIN SKINNER, Y SEIS COMENTARIOS

    RAFAEL DEL GUILA JOAQUN ABELLN

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    PABLO BADILLO O'FARRELL ENRIQUE BOCARDO CRESPO SANDRA CHAPARRO t JOS M. GONZLEZ~ARCA KARI PALONEN . :.e ,

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  • Diseo de cubierta: JV Diseo grfico, S. L.-

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    Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra est protekido-_ por la Ley, que establece penas de prisin y/o multas, adems de las co-rrespondientes indemnizaciones por daos y perjuicios, para quienes re-produjeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren pblicamente, en todo o en parte,. una obra literaria, artstica o cientfica, o su transformacin, interpretacin o ejecucin artstica fijada-en cualquier tipo de soporte o comunicada a travs de cualquier medio, sin la preceptiva autorizacin.

    RAFAEL DEL GUILA TE.lEruNA, JOAQUN ABELLN GARCA, PABLO BADILLO O'FARRELL, ENRIQUE BOCARDO CRESPO, SANDRA CHAPARRO, JOS M. GONZLEZ GARCA y

    KARr PALONEN, 2007 EDITORIAL TECNOS (GRUPO ANAYA), S. A., 2007

    Juan Ignacio Luca de T~na, 15 - 28027 Madrid ISBN: 978-84-:309-4550-4

    Depsito LegI: M :--24.856-2007 ) ~ . ' ~ -. . .

    Printed in Spain. Impreso ei:J:Espaa por Femndez Ciudad

  • NDICE

    NOTA SOBRE LOS PARTICIPANTES ................................................................... Prg. 9 SOBRE LA PRESENTE EDICIN ................................................................................... 11 AGRADECIMIENTOS....................................................................................................... 15 PREFACIO: ALGUNAS MITOLOGAS EN LA HISTORIOGRAFA RECIENTE ESPA-

    OLA ........................................................... :.............................................................. 17

    l. INTRODUCCIN ............................................................................................ 43 LA HISTORIA DE: MI HISTORIA: UNA ENTREVISTA CON QUENTIN

    SK.INNER ........ ;: .. : ........................................ :.: ........................................ ;......... 45

    II. CINCO ENSAYOS DE QuENTIN SKINNER ..................................... 61 d;;. '

    l. SIGNIFICADO Y COMPRENSIN EN LA HISTORIA DE LAS IDEAS...... 63 2. MOTIVOS, INTENCIONES E INTERPRETACIN :,~.................................... 109 3. INTERPRETACIN Y COMPRENSIN EN LOS ACTOS DE HABLA ....... 127 4. LA IDEA DE UN LXICO CULTURAL.......................................................... 161 5. AMBIGEDAD MORAL Y EL ARTE DE LA ELOCUENCIA DEL RENA-

    CIMIENTO......................................................................................................... 183

    ID. SEIS COMENTARIOS ................................................................................... 213

    l. EN TORNO AL OBJETO DE LA

  • De Ideas y Poltica

    Coleccin patrocinada por la Obra Cultural de la Caja San Femando

    Directores de la coleccin: Enrique Bocardo Crespo y Pablo Badillo O'Farrell

    Consejo Asesor de la Coleccin:

    Joaqun Abelln Garca (Universidad Autnmna de Madrid) Rafael del guila Tejerina (Universidad Autnoma de Madrid)

    Noam Chomsky (MIT, Estados Unidos) Anthony Pagden (UCLA, Estados Unidos)

    Antonio E. Prez Luo (Universidad de Sevilla) Philip Pettit (Princeton University, Estados Unidos)

    J.G.A. Pocock (John Hopkins University, Estados Unidos) Quentin Skinner (Cambridge University, Reino Unido)

    Femando Vallespn Oa (Universidad Autonma de Madrid)

  • NOTA SOBRE LOS PARTICIPANTES

    JOAQUN ABELLN. Licenciado en Filosofa y Letras, en Ciencias Polticas y Sociologa, y en Derecho. Doctor en Ciencias Polticas (Universidad Complu-tense de Madrid). Catedrtico de Ciencia Poltica en la Universidad Complu-tense de Madrid. Profesor invitado en la Universidad Humboldt de Berln{l992-1993, 1999-2000, 2002, 2004). Autor de El pensamiento poltico de Guillermo de Humboldt (1981 ), Nacin y nacionalismo en Alemania (1997), Poder y pol-tica en Max Weber (2004). Editor y traductor de varias obras de Max Weber [Sociologa del poder (2007), La poltica como profesin (2007), Conceptos sociolgicos fundamenta}es (2006), entre otras] y de otros clsicos .del pensa-miento alemn (Lutero, Kant, I!umboldt, Lassalle, Rotteck, Mohl, Be:nstein). Autor de numerosos trabajos sobre historia de la teora poltica; prepara actual-mente una monografa sobre Max Weber para la editorial Tecnos.

    RAFAEL .DEL GUILA. Catedrtico de Ciencia poltica y de la Administracin en la Universidad Autnoma de Madrid y Direc.tor del Centro de Teora Poltica (CTP). Ha sido profesor visitante, entre otras instituciones, en la University of California (Berkeley), la Universidad Veracruzana (Mxico), el Asia Europe Ins-titute (University Malaya) y en el Instituto Universitario Europeo (Florencia). Su especialidad es la Teora Poltica y en este campo ha publicado trabajos sobre: la teora poltica renacentista, el liberalismo, la democracia, la legtimidad, la postmodernidad, la teora poltica contemporJ1ea, los intelectuales, el fanatis-mo y los ideales, la tolerancia, la responsabilidad, etc. Recientemente ha publi-cado: La senda del mal. Poltica y raz6n de Estado, Taurus, Madrid, 20QO; Machiavelli and the Tragedy of PoliticalAction>>, QuademiFiorentini, 4, 2003; Scrates furioso: el pensador y la ciudad, Anagrama, Barcelona, 2004; La rep-blica de Maquiavelo, Tecnos, Madrid, 2006 (en coautora con S. Chaparro),

    PABLO BADILLO O'FARRELL. Catedrtico de Filosofa Moral y Poltica en la Universidad de Sevilla y miembro de varios comits consultivos de revistas espaolas e internacionales, es autor o editor de una decena de libros --espe-cialmente centrados en la historia de las ideas polticas, y que van desde la patrs-tica hasta la filosofa anglosajona actual-, y de entre los que cabe destacar La filosofa poltico-jurdica de James Harrington (1977), Qu Libertad? (1991 ), Fundamentos de Filosofa Poltic (1998), Pluralismo, tolerancia, multicultu-ralismo. Reflexiones para un mundo plura/(2003), De repblicas y libertades (2004), Entre tica y Poltica (2004). Ha coeditado con el ,Profesor Bocardo Crespo: Isaiah Berln. La mirada despierta de la historia (1999), y R. G. Colling-wood. Historia, Metafsica y Poltica (2005). Asimismo es autor de numerosos artculos monogrficos.

    ENRIQUE BOCARDO CRESPO. Profesor Titular de Filosofa Moral y Poltica en la Universidad de Sevilla. Mster en Humanidades por la Universidad de

    [9]

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    Chicago y Visiting Fellow del Wolfson College en la Universidad de Cambrid-ge. Ha publicado Tres Ensayos sobre Kelsen (1993), y en la coleccin Clsi-cos del Pensamiento de Tecnos ha editado y traducido El sentido comn y otros escritos de Thomas Paine (1990), Un Fragmento sobre el Gobierno de Jeremy Bentham (2003) y LaLey de la Libertad en una Plataforma de Gerrard Wins-tanley (2005). Ha coeditado con el Profesor Badillo O'Farrell, Jsaiah Berlin: la mirada despierta de la historia (1999) y R. G. Collingwood. Historia, Metaf-sica y Poltica (2005). Por su parte, es autor de cercade una veintena de ensa-yos sobre historia intelectual de la tica, filosofia moral y conceptos polticos.

    SANDRA CHAPARRO. Licenciada en Derecho y en Historia. Actuahiiente rea-' liza su tesis doctoral en el Departamento de Historia Moderna en la UAM. Es profesor de los Talleres de Historia de las Mujeres. Recientemente ha traduci-do, entre otros, a B. Parekh (Repensando el multiculturalismo, Istmo, 2005)y a L. Ferry (Aprender a vivir, Taurus, 2007). Ha publicado trabajos sobre tefo:. ga y teora poltica (Revista de Librs, 62, 2002), sobre Q. Skinner (Foro Inter-no, 5, 2005), sobre los orgenes premodernos d_el concepto de individuo (Revis-ta de Estudios Polticos, 130, 2005). Tambin ha publicado un libro sobre La repblica de Maquiavelo, Tecnos, 2006 (en coautora con R. del guila).

    Jos M. GONZLEZ GARCA. Profesor de Investigacin en el Consejo Supe-rior de Investigaciones Cientficas, de cuyo Instituto de Filosofia es director desde 1998. Ha-sido profesor visitante en numerosas universidades como Hei:. delberg, Konstanz, la Universidad Centroamericana de El Salvador, o la Uni-versidad Pontificia Bolivariana, entre otras muchas. Es lije member de Clare Hall en la Universidad de Cambridge; Es autor de ms de un centenar de publi-caciones. Entre sus libros destacan: La sociologa del conocimiento hoy (1979); La mquina burocrtica: Afinidades electivas entre Max Weber y Kajka (1989), La sociologa del conocimiento y de la ciencia (con Emilio Lamo de Espinosa y Cristbl Torres, 1994) y La diosa Fortuna, metamoifosis de una metfora poltica (2006).

    KARI PALoNEN. Es Profesor de Ciencias Polticas en la Universidad de Jyvas-k:yHi. (Finlandia) desde 1983 y actualmente dirige el Finnish Centre of Exce-llence in Political Thought and Conceptual Change. Su campo de investigacin se centra principalhente en la historia de los conceptos polticos, teora polti-ca europea y la retrica parlamentaria. Entre sus publicaciones destacan: Eine Lobrede auf Politiker. Kommentar zu Max Webers Politik als Beruf (2002), Quentin Skinner: History, Politics, Rhetoric (2003), Die Entzauberung der Begriffe. Das Umschreiben der politischen Begriffe bei Quentin Skinner und Reinhart Kosellei::k (2004), The struggle with time: a conceptual history of Poli-tics as an activity (2006): Es editor jefe de Redescriptions, Yearbook of Polj-_ tical Thought and Conceptual History.

  • SOBRE LA PRESENTE EDICIN

    Es la primera vez que se traducen al castellano los.cinco ensa-yos de Quentin Skinner que aparecen en este volumen. La elec-cin de esos ensayos fue una decisin personal del Profesor Skin-ner, que respondi a mi sugerencia original de ofrecer una visin amplia de su metodolOga histrica, de la que escaso c.onocimien-to se tiene en castllano. La incorporacin del ltimo ensayo se concibi como un ejempfo para ilustrar sus presupuestos bsicos metodolgicos. El texto de los cuatro primeros ensayos: Signifi-cado y comprensin en la historia: de las.ideas, MtiVos, inten-cicmes e interpretacin>>, Intefpretaciny compfensip. en los actos de habla y La idea de un lxico cultural corr~spoiide a los taptulos 4, 5, 6 y 9 del primer volumen de Visioris of Politics (Regarding Method) que edit la Cambridge University Press en 2002. Por su parte, el ltiino titulado

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    tro pas, es posible que la tarea siempre ingrata de traducir no sea un empeo vano. En cuanto al segundo objetivo, todos los autores que han participado en la elaboracin de este volumen plantean problemas sugerentes para que el lector sea tambin consciente de algunas de las limitaciones que presentan las propuestas histri-cas del Profesor Skinner.

    Joaqun Abelln en En torno al objeto .de la "historia de los conceptos" de Reinhart Kosellecl0> desarrolla una exhaustiva inves-tigacin de la nocin de concepto de Koselleck con el objeto de mos-trar algunas diferencias particularmente significativas con respecto a la metodologa de Skinner, como son la posibilidad de desarrollar una metodologa alternativa que explique la nocin de progreso con-ceptual. Sus conclusiones son pertinentes para revisar la estrecha nocin de hi;storia que parece reivindicar Skinner entendida cmo

  • SOBRE LA PRESENTE EDICIN 13

    giro en el que la atencin a la retrica, a los

  • AGRADECIMIENTOS

    He contrado una gran deuda con el Profesor Quentin Skinner. Gracias a l fui admitido como Visiting Professor en la Facultad de Historia de la Universidad de Cambridge en el otoo de 2005, donde hizo todo cuanto estuvo en su mano para facilitarme el es-tudio y la discusin de sus escritos. Tambin le estoy agradecido al personal administrativo de la Facultad de Historia de Cambridge. Asimismo la Dra. Elizabeth Haresnape demostr una eficacia valio-sa para resolver todos los trmites administrativos, lo que ayud en gran parte a facilitar el desarrollo de mi trabajo. Debo de citar tambin al Profesor Eugenio F. Biagini por la amabilidad y las atenciones que tuvo conmigo mientras estuve en Cambridge. El Profesor Badillo O'Farrell sufri las consecuencias de mi ausen-cia y se hizo cargo amablemente de mis clases. Debo de agrade-cer a D. Luis Navarrete, Presidente de la Caja San Femando, el apoyo que desde el principio le dio a este proyecto editorial, sin cuya ayuda y financiacin el libro probablemente no se hubiera llegado a publicar.

    Nada de lo que he hecho editando este volumen lo hubiera podi-do hacer sin la colaboradn de mi mujer, Inmaculada Reina Coba-no. Durante dos meses se hizo cargo de nuestros hijos para que pudiera investigar en Cambridge, aunque logre vivir mil aos jams podr devolverle el amor que pone en todo lo que hace.

    [15]

  • PREFACIO

    ALGUNAS MITOLOGAS EN LA HISTORIOGRAFA RECIENTE ESPAOLA ENRJQUE BOCARDO CRESPO

    I shall thinl< it my gain, as. do es the experienced master, when by laying himselfopen now andthen to the pushes ofhis Pupil,

    he teaches him to discover the secret of his strength.

    JEREMY BENTHAM

    I

    Se podra decir con cierto viso de verosimilitud que la contri-budn ms significativa de Quentin Skinner a la historia concep-tual contempornea ha sido ofrecer una nueva concepcin que nos permita entender el significado genuino de los textos polticos y filosficos. Aqu la palabra genuino significa que no llegaremos a comprender lo que un autor quiso decir hasta que estemos en condiciones de identificar las i:ritenciones originales con ias que escribi el texto. Lo que sugiere que, enprindpio, la propuesta hermenutica de Skinner se basa sustantivamente en la posibili-dad de recuperar la~ intenciones originales del autor. No estoy muy seguro que Skinner est diciendo que slo sabemos lo que un texto significa hasta que descubramos las intenciones originales de su autor, ms bieri que es esencial para entender el significado que sepamos qu fue lo que originariamente quiso decir su.autor cuan-do lo escribi. La primera posicin dejara fuera de la compren-sin de un texto lo que PUl Ric;oeur ha llamado el szgrzificado exce-dente, como parte del significado que un texto va adquiriendo a medida que es inter}retado por las generaciones posteriores.

    Entender un txto significa ser. capaz de verlo. esencialmente como un acto de comunicacin que el autor establece dentro del contexto original.en donde se emiti .. El planteamiento tiene dos implicaciones para la historia de las ideas. La primera es que el

    [17]

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    significado de un texto viene condicionado por los actos de habla que el autor tiene a disposicin para expresar su pensamiento, como los actos de habla son actos convencionales, la intencin de un autor slo se puede recuperar si es posible identificarlas conven-ciones lingsticas que tiene a su disposicin para expresar aque-llo que se propone decir o quiere decir. Estrictamente hablando, las intenciones --entendidas como entidades subjetivas- no son recuperables. Lo que nos permite hablar de recuperar las inten-ciones es el conjunto de actos de habla que viene determinado por las convenciones del lenguaje de su poca. La tesis que se encuen-tra detrs de la recuperacin de las intenciones de un autor es que se asume, sobre la familiaridad del lenguaje que usa, que cada vez que el autor tenga la intencin de expresar algo se guiar por la convencin lingstica de utilizar la expresin adecuada para hacer-lo, de suerte que sobre este hecho su audiencia reconozca el sig-nificado de lo que quiera decir. La idea es que existe una conven-cin que regula el uso de la emisin de las intenciones de manera que si el autor quiere que se entienda lo que dice como, por ejem-plo, un ataque a un doctrina particular, o la propuesta de una nueva solucin a un problema, utilizana aquellas expresiones lingsti,.. cas que regula la convencin para que su audiencia reconozca su intencin original. La base la proporciona un conjunto estable de usos ms o mens normativos del tipo. ste es el tipo de cosas que alguien dira dentro del uso_ de est~ lenguaje si quisiera que lo que dice sea entendido como una broma, un nuevo plan-teamiento o como una crtica a los planteamientos de cierto autor relevante.

    Y la segunda es que no existen problemas perennes en la histo-ria de las ideas. Una tesis que ya adelant Collingwood basada, sin embargo, en otra clase de argunientos. Si el significado de un texto viene determinado primariamente por su contexto de emisin, entonces el significado de;las palahra,s vendr. determinado por el acto de comnicacin que se establee y depender, por lo tanto, del conjunto de convenciones que gobiernan en esa poca el uso de las :fras~s. Como los contextos de emisit1 no son siempre los mismos y las conveneio:q.es lingisticas varan con el tiempo, no es posible suponer que el significado de una fiase sea el mismo a lo largo del tiempo. No puede haber, por consiguiente, problemas perennes, porque el significado de esos problemas vara segn vaya variando los diferentes contextos de emisin. Como corolario de

  • ENRJQUE BOCARDO CRESPO 19

    esta implicacin tenemos una curiosa conclusin: estrictamente hablando; no podemos hacer una historia que se base en la persis-tencia de ciertas ideas, en realidad, como lo enuncia Skinner,

    no hay una idea deterrpinada a la que hacen su contribucin los diversos escritores, sino slo una variedad de enunciados hechos por una gran variedad de agentes con una gran variedad de diferentes intenciones, lo que descubrimos es que no existe una historia de la idea que se tenga que escribir. Slo existe la historia de sus diferentes usos y de la variedad de intenciones con las que se utilice1

    Esta tesis parece que entrara en conflictO con la idea que con ms frecuencia se asume de pensar que las palabras que leemos en el texto que queremos entender deben de significar lo mismo que pensamos que significan para nosotros. Que el sentido de .las pala-bras que utilizaron los escritores pasados sigue siendo el mismo que tienen las nuestras, y que en el fondo estn tratando y discu-tiendo los mismos problemas que nos preocupan a nosotros. Maquiavelo expresa esta peculiar tendencia mental en una carta que le escribi a su amigo Vettori:

    Llegada la noche regreso a casa y entro en mi estudio; y en el umbral me despojo de aquella ropa cotidiana, llena de barro y lodo, y visto pren-das reales y curiales; y decentemente vestido, entro en las antiguas c"or-tes de los hombre antiguos, donde rcibido amorosamente por ellos, me alimento de esa comida que es slo mia, ya que nac para ella; all no me avergenzo de hablar con ellos y preguntarles la razn de sus acciones; y ellos, por su humanidad me responden; y durante cuatro horas de tiem-po no siento tedio alguno, olvido todo afn, no temo la pobreza, no me asust la muerte: me transfiero del todo en ellos2

    Esta idea de familiaridad semntica atemporal se encuentra si-mismo presente en los escritores polticos neo-romanos con res-pecto a las ideas de esclavitud y libertad que utilizaron Tito Livio, Salustio o Tcito. Tambin puede verse en la relacin que la mayor parte de los autores de los panfletos radicales de la Revolucjn Inglesa mantenan con los .textos de las Sagradas Escrituras, el libr()

    1 Quentin Skinner, Significado y comprensin en la historia de las ideas, pp. 98-99. La referencia de las pginas corresponde a la traduccin castellana que aparece en este volumen.

    2 Citado por Maurizio Viroli en La sonrisa de Maquiavelo, p. 183, traduccin de Atilio Pentimalli, Tusquets Editores, Madrid, 2000.

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    de: Daniel, Samuel y en particular con el Apocalipsis. No existe separacin entre el significado de sus palabras y el significado de los textos antiguos que utilizan, como en el caso de Maquiavelo, ven en los textos del pasado esa comida que es slo ma. Pero la expresin esa comida que es slo ma puede tener unas con-notaciones histricas decisivas; se puede entender como si estu-viera expresand la creencia, comn por lo dems en la mayora de los escritores polticos del pasado, de que los autores anterio-res escribieron para nosotros, la expresin del predicamento ego-cntrico con el que interpretamos la historia intelectual de las ideas que hemos recibido del pasado.

    La actitud en su forma ms cruda consiste en asumir, como un asunto que no admite discusin, que todos los autores cuyas obras nos proponemos entender han escrito para nosotros, y que, por consiguiente, es nuestra responsabilidad construir esquemas his-tricos que justifiquen esta actitud. Estos esquemas estn pensa-dos para mostrar principalmente el desarrollo de las doctrinas filo-sficas, porque ahora la tarea del historiador se entiende como la elaboracin de las doctrinas desde una perspectiva que no toma en consideracin la distancia histrica que nos separa de las ideas que queremos comprender. Una doctrina es una elaboracin nuestra que refleja nuestro punto de vista egocntrico, que probablemen-te no tenga nada que ver con las intenciones originales con las que actu su autor en su poca.

    En el momento en que asumimos que las historia del pasado ha sido elaborada para resolver nuestros problemas, y que podemos acceder a ella con el mismo conjunto de presupuestos ideolgicos con los que operamos en nuestro tiempo, estamos dando el primer paso para crear una nueva mitologa basada en un predicamento egocntrico: ls intereses y los fines de los que hablan los autores del pasado, as como sus respuestas y sus preguntas son esencial-mente los mismos que los nuestros.

    Cuando Skinner plantea la cuestin de recuperar las intencio-nes originales de un autor est proponiendo una metodologa his-trica que evite algunas de las distorsiones interpretativas que sur-gen precisamente de un conjunto de mitologas especficas de la historiografa contempornea. Una mitologa es el conjunto de pre-supuestos interpretativos egocntricos que proyectamos sobre un texto y que invariablemente conducen a distorsionar el sentido del texto que queremos comprender. Lo que queremos que un texto

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    diga cuando, por proseguir con la expresin de Maquiavelo, con-vertimos el texto en esa comida que es slo nuestra. Skinner dis-tingue al menos dos tipos de mitologa. La primera es Ja mitolo.:. ga de las doctrinas, en esencia, el historiador parte inicialmente de un conjunto de doctrinas especficas sobre un tema, y analiza

    e~ sentido de la obra de un autor como la contribucin que ese .autor ha hecho a la doctrina que previamente ha elaborado. Desde esta presuncin inicial elhistoriador.ha de elaborar una teora que expli-que el sentido de un texto en base a la contribucin particular que hace el autor a la doctrina, y en segundo que le permita identifi-car ciertos errores de apreciacin por parte del autor en la com-prensin de los elementos esenciales que forman parte de la doc-trina que est exponiendo3

    El segundo tipo de mitologa es lo que Skinner llama la bs-queda de la coherencia en los escritos de un al1tor4. No slo se trata de presentar la doctrina, tambin hay que hacerlo de tal manera que la contribucin de un autor a una cierta,doctrina se convierta a su vez en una doctrina coherente; lo que implica en primer lugar descartar cualquier enunciado que haga el autor sobre sus inten-ciones como un asunto irrelevante para entender el sentido .de la doctrina; y en segundo, que debe de ser posible explicar las supues-tas incoherencias en las que incurre un autor, aun cuando nunca hubiera sido consciente de ellas.

    El resultado son dos notorias distorsiones del sentido de un texto: una la necesidad de presentar los escritos de un autor libres de cualquier contradiccin, de lo contrario su contribucin no sera significativa. Es posible que ese autor nunca hubiera sido cons-ciente de que tena que salvar las dificultades lgicas que le impo-ne la interpretacin del historiador, pero forma parte de la mito-loga suponer que lo hubiera querido. Y la otra la de presentar lo que dice como si lo que el autor hubiera querido es que su obra se entendiera como su particular contribucin a una doctrina espec-fica, lo que le autoriza al historiador a pensar que pu autor no hubie-ra sido consciente de apreciar algunos de los presupuestos bsicos de la doctrina que presumiblemente est. elaborando.

    El problema que tiene este enfoque es que fuerza al autor a decir cosas que nunca se le hubiera ocurrido decir y que el historiador

    3 Skinner, Significado y comprensin en la hisforia delas ideas, p. 71. 4 Ibd., p. 76.

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    tiene que asumir que pudo haber dicho o incluso debi de haberlo dicho, para que sus textos encajen dentro del esquema que impone la nocin de doctrina. Naturalmente nos encontramos con dos con-juntos incompatibles de intenciones, una las intenciones con las que escribi originariamente el autor, y el otro las intenciones histri-cas que maneja el historiador para form.lar el sentido. de los tex-tos dentro de los presupuestos previos de la doctrina. Estas inten-ciones histricas no forman parte del contexto histrico en donde aparece la obra ni tiene nada que ver con las circunstancias y suce,.. sos que vivi el autor, forman parte de la elaboracin terica que hace el historiador para entender el significado de una doctrina, lo que implica descartar como irrelevantes todas aquellas circunstan.;. cas que contribuyen a pensar que un txto se dio en una determi-nada poca, dentro de un, contexto .diferente, con unas presuposi-ciones ideolgicas diferentes, tratando unos problemas diferentes, y con una visin tambin diferente. Pero todas estas diferencias _son irrelevantes para la mitologa de las doctrinas. Si pensamos que entender el significado de un texto es analizar la contribucin espe-cfica que su autor ha hecho a una cierta doctrina,lo natural es que no nos preocupemos de averiguar las relaciones que tena con los problemas de su poca, si discuta o no algunas creencias estable-cidas o si se mantiene en una cierta tradicin de pensamiento, o pro-pone, por el contrario, otra visin, silo que dice est relacionado con otras concepciones c.lturales de su tiempo ya sean estticas, cien-tficas, filosficas o religiosas, o en qu medida los sucesos hist-ricos contribuyeron a presentar esos problemas, o qu nos propon-gamos averiguar si los problemas quela gente de una determinada poca perciban como acuciantes o perentorios siguen siendo real-mente los mismos que nos preocupan a nosotros.

    II

    Afortunadamente, la historiografia espaola ms reciente pre-senta una gran variedad de mitologas, unas entran en la tipologa original de Skinner; otras, ~esafiando cualquier intento de clasifica-cin, constituyen ejemplos dignos de una audacia intelectual sin precedente en la historiografia intelectual contempornea. Cu_ap.-do se habla de entenderlas motivaciones que le llevaron a Hobbes a escribir se nos advierte que la cuestin central estriba en saber

  • ENRIQUE BOCARDO CRESPO 23

    elegir entre dos tipos de orientaciones: una es la orientacin sin-tctica representada por Tonnies o Watkins, Oakeshott, Robertson o Gauthier centradas en la nocin de coherencia. La otra es una orientacin ms analtica en l que se trata de averiguar los mvi-les, las finalidades y la funcin histrica5 que incluyen los traba-jos de Horkheimer y Habermas. Despus se afirma que

  • 24 EL GIRO CONTEXTUAL

    te nos encontremos ante una nueva mitologa, la de los motivos esenciales. Si un motivo es un motivo psicolgico inconsciente, entonces el sentido de los escritos debe de responder siempre a esa motivacin fundamental. Es comprensible que desde esta perspec-tiva no se entienda que el miedo tal vez pueda estar relacionado con las convulsiones sociales que se produjeron en Inglaterra entre 1642 y 1649, o con la necesidad de ~xplicar la legitimidad de un nuevo rgimen poltico o incluso con la controversia del juramento pol-tico. Establecida la motivapin, slo nos queda comprender su ethos.

    Es cierto que para conjurar el peligro de ver a Hobbes como si fuera un filsofo existencialista avant la lettre, se nos dice.que el miedo de Hobbes tella como fundamento el escalofro existencial que se debe de experimentar cuando se pierde el suelo metafsi-co que haba sostenido siglos de cultura occidental>>, que en el caso de Hobbes, se vea agravado por la sensacin de soledad en el universo humano, porque es natural pensar que estas sensacio-nes de vaco, soledad y de falta de fundamentos metafsicos pro-ducen miedo9

    La mitologa qel motivo fundamental ofrece adems un juego adicional importante para hacer algunas relaciones histricas con otros autores. Resulta que el miedo de Hobbes se trata del cona-tus del endeavour tan querido de Espinoza, o del temor de los dioses delque hablaba Lcrecio y naturalmente del temor que infunden las instituciones religiosas, porque como se nos asegura citando a Sombart el Dios de Calvino y de John Knox era un Dios terrible, un Dios que infunda pavor, un tirano sanguinarim>10 Un hecho que nos ayuda a corrobor~ por qu en la sociedad en la que vivi Hobbes reinaba tanto miedo. Cmo se podra entender de otra manera las obras de Hobbes ms que como la manifestaci6n de la conciencia del miedo que era un factor psicolgico tan deter-minante en la sociedad en la que vivi?

    Tambin encontramos ciertos trazos de la mitologa de las doc-trinas. Hobbes no slo guarda semejanzas con Lucrecio, Espin-sa y los filsofos existencialistas del siglo XX, tambin anticipa algunas tesis de Hegel, si se examina detenidamente el papel que hace en su filosofa poltica el estado de naturaleza. Primero la referencia a Hegel:

    9 lbd., p. 80. JO lbd., p. 81.

  • ENRIQUE BOCARDO CRESPO 25

    Hegel rechaza el mito del estado de naturaleza por carecer del menor fundamento histrico y ofrece a cambio un ser en s; un hombre gober-nado por el deseo, presa de sensaciones primarias y de su satisfaccin que, a travs del proceso de desarrollo que se describe en la fenomeno-loga del espritu llega a ser un ser para s capaz de crear el Estado11

    Despus la conclusin, por consiguiente: No hay tanta dife.,. rencia entre Hobbes y Hegel. Y para justificarla una cita a Roux:

  • 26 EL GIRO CONTEXTUAL

    el empirismo de Hobbes no admite. En consecuencia, para Hobbes, el Leviatn se constituye de una forma artificial, impuesto desde arriba y efectuado mediante el terror. Tiene que ser as, en virtud de un nomina-lismo sobre el que ser necesario volver enseguida 13

    La explicacin es bien simple. Primero es necesario contar con una referencia que Hobbes no hace, pero que es conveniente hacer sobre dos postulados previos. Uno, la teora del motivo fundamen-tal: el miedo; y el otro, el empirismo y el nominalismo de Hobbes. Sobre esta base se afirma que aunque Hobbes no mencione el terror en ninguna parte de los captulos XVI y XVII del Leviathan, tena que haberlo hecho en virtud de su profesin al empirismo y al nominalismo, dos corrientes filosficas con las que Hobbes estu-vo comprometido toda su vida y que debieron de guiar-sin saber-lo, una vez ms- su pensamiento. Cuando se explica el sentido de u:n texto poltico sobre la base de los motivos fundamentales o sobre la profesin de ciertas corrientes filosficas no es necesario prestar atencin a lo que el propio autor dice en su texto. Una vez ms, la referencia que hace Hobbes a la nocin de persona y a su etimologa, la nocin de autor y autorizacin, los textos que cita de Cicern, el problema de saber si una comuni_dad puede o no ser representada si se la entiende como universitas, tampoco son relevantes para entender el sentido de lo que dice, en gran parte porque ese sentido ya viene definido por los motivos esenciales y las corrientes filosficas que dominan el pensamiento del autor. Presumiblemente este hecho sera el responsable de que el histo-riador de las ideas polticas se tome la libertad de hacer enuncia-dos normativos que incluso contradicen la expresin verbal del autor que pretende estudiar; y tambin que se pueda sealar cier-tas insuficiencia,s en su pensamiento.

    El pensamiento poltico de Hobbes tiene tres grandes insufi-ciencias. La primera est relacionada con limitar el momento democrtico a la constitucin del Leviatn>>14, la segunda con dejarnos privados de toda instancia utpica positiva15 y la ter-cera es que Hobbes se habra hecho responsable de suministrar argumentos a los sistemas totalitarios16, La primera sera verda-

    13 lbd., p. 90. 14 lbd., p. 103. 15 lbd. 16 lbd., p. 102.

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    deramente una insuficiencia, si Hobbes hubiese querido hablar de democracia, pero no lo hace. La cuestin no es la de saber si el Leviatn recibe su autoridad original de arriba o de abajo, sino ms bien la de saber qu condiciones son las que se estipulan en el acto de autorizacin, dos cuestiones que no tienen nada que ver con la nocin de democracia formal, que por otra parte es com-pletamente ajena al pensamiento poltico de Hobbes. -Por otra parte, la solucin que s presenta a esta insuficiencia no dejara de ser ingeniosa:

  • 28 EL GIRO CONTEXTUAL

    los totalitarismos aparecen en el siglo xx y que no guardan rela-cin alguna ni -por su justificacin ideolgica ni en sus contex-tos sociales- con los argumentos pretendidamente cientficos de Hobbes. Seria como decir que Darwin apoy el genocidio nazi por-que sus teoras sobre la evolucin natural fueron utilizadas por los seguidores de la Liga Monista para defender la pureza de la raza aria y justificar el genocidio.

    Por su parte, para entender la filosofa poltica de John Locke es necesario plantear dos cuestiones preliminares. La primera: [e ]s Locke un filsofo de la poltica o, ms bien, un poltico ansia.so de dar una salida racional y justa a las sucesivas crisis de la historia de Inglaterra?. Y la segunda: [e]n los Treatises est justificando la revolucin whig o, ms all de la circunstancia his-trica, quiere hallar el fundamento filosfico de la obligacin pol-tica en general?22 La respuesta es que Locke est haciendo ambas cosas23 Tenemos, pues, a Locke hecho todo un filsofo de la pol~ca y un poltico. ansioso de dar una salida racional y justa de las crisis de Inglaterra, y adems est justificando la revolucin whig ms all de }a circunstancia histrica, porque Locke:

    es un lcido ejemplo de lo que todo filsofo de la prctic~ debera hacer: elevar la ancdota a la categora, emprender la reflexin a partir de la rea-lidad vivida, de las dificultades y problemas de la vida poltica del momen-to, para acabar con una propuesta que transciende el prppio contexto his-trico24.

    Primero nos hacemos una idea de lo que todo filsofo de la prctica debe de hacer, elevar la ancdota a la categora [ ... ] para acabar con una propuesta que trasciende el propio contexto hist-rico. Una vez que tenemos la idea la aplicamos para entender el sentido de sus escritos, de manera que entender lo que un filso-fo de la prctica. hace es lo mismo que verificar si satisface o no las condiciones que hemos estipulado en nuestra idea; y despus identificamos las contribucio,nes qu~ ha hecho a los problemas con independencia del contexto histrico en el que vivi, que, al pare-cer, no debe ser ms que un mero accidente para que el filsofo de la prctica pueda elevar la prctica a la nocin de categora.

    22 lbd. 23 lbd. 24 lbd.

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    La historia se mueve una vez ms con categoras, que se con-sideran como las verdaderas contribuciones que debemos de reco-nocer en los filsofos polticos. Esta asuncin nos impone la necesidad de entender sus contribuciones con una intencin que no est corroborada en sus escritos, a saber: la de, pensar que el propio Locke tena la intencin original de trascender su propio contexto y ofrecer una solucin, no tanto al problema de obliga-cin poltica tal y como se presenta en esa poca en Inglaterra, sino ms bien al fundamento filosfico de la obligacin poltica en general, una propuesta que se reconoce que transciende el pro-pio contexto histrico, aun cuando Locke ni siquiera se le hubie-ra ocurrido plantearlo de esa manera.

    Como resultado de la aplicacin de la idea, nos encontramos por una parte que el

  • 30 EL GIRO CONTEXTUAL

    puede considerarse como una apologa de la revolucin de 1689, a menos que se suponga que Locke debi de haber tenido un excep-cional sentido para anticipar acontecimientos futuros.

    En este caso los problemas que se plantean y las soluciones que se ofrecen estn estrechamente relacionadas con el contexto poltico en el que el texto de Locke apareci: las dificultades que tuvo el Exclusion Bill de 1679 para que se aprobara en el Parlamento, las maniobras del conde de Shaftesbury por excluir al hermano de Car-los II de la sucesin, la supuesta conspiracin papista, la legitimidad del voto negativo del rey, y finalmente el fracaso que tuvo la ley en el parlamento de Oxf ord. Ninguno de esos sucesos tiene nada que ver con la revolucin de 1688, constituyen ms bien una clase de pro.:. blemas caractersticos del reinado de Carlos II entre los aos 1678 y 1681. Incluso el problema mismo de la obligacin poltica; que se entiende como un ejemplo de lo que se considera la elevacin dela ancdota a la categora, no surge hasta 1679 en el momento en el que Shaftesbury necesita encontrar mi buen argumento que justifique el cambio de constitucin; lo que hace que sea virtualmente irreleVan~ te sostener que la idea de obligacin que defiende Locke se deba d entndr com. la solucin al problema sobre el fundamento filos'-fico de la obligacin poltica en general, cuando ni siquiera fue este el problema que realmente le precup a Locke. A pesar de la evi:.. dencia histrica en su contra, se nos dice que en los dos Tratados, aun cuando Locke jams hubiera tenido la intencin de hacerlo:

    Locke acaba distancindose de la historia concreta y sus Tratados se convierten en la expresin de los derechos burgueses frente a.los privi-legios de la sociedad feudal, en la proclamacin de la autonoma polti-ca del ciudadano, base terica de una poltica constitucional28

    Una conclusin. admirable si se tiene en cuenta que ni Locke ni Shaftesbury llegaron a tener la menor conciencia de pertenecer a la clase social burguesa que tuviera ciertos derechos que deberan de defender, o que la intencin de poltica del conde no tenga la ms remota relacin ni con el concepto de autonoma poltica del ciuda-dano que, por su parte, es completamente ajeno a su vocabulario poli::. tico, ni con la supuesta base terica de una poltica constitucionaL

    28 Victoria Camps (ed.), Historia de la tica, 3 vols., Crtica, Barcelona, 1992, vol. 2, p. 144.

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    Locke tambin incurre en ciertas incoherencias obvias de sus teoras filosficas polticas29 Naturalmente estas contradiccio-nes surgen como consecuencia de aplicar la metodologa de las preguntas fundamentales: fue Locke ms poltico que filsofo? A nadie se le ha ocurrido pensar que esta pregunta es completa-mente insignificante para entender el pensamiento poltico de Locke. En realidad no descubrimos nada sobre el sentidode sus escritos, si alguna vez llegsemos a saber si Locke fue un poltico o un filsofo; o ya puestos, tambin nos podramos preguntar si fue un filsofo metido en poltica o un poltico que se dedicaba a la filosofia en sus ratos libres,. o si cuando escribe sobre poltica hace filosofia poltica o slo filosofia, o si cuando escribe sobre filosofia est escribiendo tambin sobre poltica. En cualquier caso, parece ser que el valoerico de estas preguntas reside en su habi-lidad para sealar algunas incoherencias en-el pensamiento de Locke; incoherencias, se nos advierte, que encierran el peligro pri-mero paralos intrpretes liberales que son capaces de leer a Locke con cierta frialdad, y de clasificarlo _sin escrpulos como el gran terico del constitucionalismo poltico>~30 Y en segundo de que los intrpretes menos liberales -o decididamente marxistas- se fijan en Locke como eldefensor acrrimo del derecho de p;ropie-dad privada, lo que basta para descalificarle como representante y claro soporte.dl orden burgus. Resulta que segn Macphrson, que .no ve sino contradicciones, Locke es n individualista incongruente porque la individualidad plena de uno se consigue a costa de la individualidad de los otros y en con9lusin su indi-vidualismo resulta que no es ms que colectiv.ismo31 No es rele-vante constatar que los trminqs individualismo, colectivismo yla incongruencia ~ntre unos y otros sean el producto de las inter-pretaciones posteriores de la obra de Locke, que son las que en realidad plantean las contradicciones queLocke, por su parte, jams tuvo la intencin de plantear. _ .

    No hay motivos, sin embargo, para sentirno_~ desesperados; las dos interpretaciones resultan ser omplementarias, las dos son explicaciones distintas de una clara deficiencia: Ia insuficiente concepcin de la justicia de Locke porque al final:

    29 Ibd., p. 153. 30 Ibd., p. 152. 31 Ibd., p. 153.

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    [l]a poltica liberal del laissez-faire ser econmicamente eficaz; pero no produce justicia. Si sta se mide con elcriterio ancestral de a cada uno lo suyo --entendido ahora como a cada uno el producto de su traba-jm>-, la funcin del Estado justo debe ir m.s all de la simple protec-cin de ese derecho. Pero el estado del bienestar era una idea desconoci-da en tiempos de Locke32

    Notable conclusin, si se tiene en cuenta la insuficiente con-cepcin de la justicia que tena Locke. Resulta que la poltica libe-ral del laissez-faire, que no pudo conocer Locke porque -no se uti-liz en el sentido en que habitualmente se emplea hasta el siglo XVIII por los fisicratas :franceses, nos lleva a pensar que es una incon-gruencia que Locke no hubiera percibido que la funcin del Esta-do justo deba de ir ms all de la proteccin del derecho de pro-piedad, porque el estado de bienestar era una idea desconocida en tiempos de Locke.

    Adems de estas incongruencias, Locke aparece como el [p ]recedente ya de una filosofia tpicamente anglosajona porque

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    Finalmente, una conclusin sobre el conocimiento morl, la moral se nos dice es tan susceptible de certidumbre como el mate-mtico, [p]or la simple razn de que la verdad de ambos proce-de del acuerdo35 Es cierto que Locke mantiene que la moral es una ciencia demostrativa y elabora algunos argumentos particu-larmente en el libro IV ( caps. III, IV y XII) del Essay, pero es del todo improbable que lo creyera porque pensara que, como las mate-mticas, su verdad se basara en el acuerdo. Las demostraciones morales no dependen de un acuerdo entre los hombres, sino de la posibilidad de entender las relaciones morales como nombres de modos mixtos de ideas simples, que gracias a una definicin rigu-rosa, son capaces de abstraer las consideraciones de las circuns-tancias particulares36

    No slo encontramos mitologas, tambin existen plantea-mientos metodolgicos innovadores y audaces como los que se propone para estudiar la filosofa prctica de Kant Parece ser que la tica de Kant se puede entender siguiendo ciertas met-foras muy iluminadoras, o bien prosiguiendo la nueva metodo-loga de las verdades ocultas. La necesidad de recurrir a las met-foras se impone como consecuencia de reconcer que algunas preguntas metodolgicas no son, en contra de lo que pudiera aparecer, un sin sentido. Todo el mundo sabe que uno de los aspectos que ms han llamado la atencin sobre la tica de Kant es que

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    realidad no lo es, he aqu la respuesta y la solucin de la meto-dologa de las metforas:

    Pues no, no lo es. La filosofia de Kant, su sistema, es un juego mvil de lentes, y este [sic] es su mrito ms preciso: su conciencia de que el mundo no se puede captar de un vistazo. El universo kantiano est des-centrado, y no asume esa perspectiva caballera de la pintura y de los sis-temas modernos39

    El problema del que no nos hemos percatado se hace visible una vez ms con la metfora de las lentes, de lo que se trata es ql1e

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    Las ltimas dcadas del siglo anterior se ven ahora en tan lejano pasa-do que ms parecen pertenecer a la Edad Media que al presente. Entre nuestro tiempo y el tiempo de nuestros padres se alza la divisoria de la Revolucin43

    Y ahora la explicacin del sentido del texto de Perthes: ,

    Lo que la cita dice es que con la Revolucin Francesa acaba la Edad Media en el universo prctico. La tesis no carece de relevancia, porque si hay un autor que sistematice el campo de fa praxis en las ideas del siglo XVIII, ste es sin duda Kant44. ,

    Y finalmente la verdad oculta que encierra el text:

    La experiencia descrita en el texto incorpora entonces una verdad oculta que procurar mostrar en estas pginas: que el sistema moral kan-tiano es altamente tradicional, que profesa na obediencia obstinada, aun-que no visible, al padre de la tica clsica, Aristtles. El texto vendra a decir esta verdad. Mientras que en filosofa terica, en fsica, en cosmo-loga, etc., Galileo pone fin a la Edad Media, en el universo de la praxis la Edad Media acaba con Kant45

    Se trata, como cabrfade esperar, de una verdad oculta, que habi-tualmente ha pasado desapercibida para todo el que. la ha ledo. No hay duda, se requiere tener una imaginacin histrica muy singular para ser capaz de ver tantas implicaciones para la filoso:fia.prctica de Kant en una sola frase; pero hemos de asumir S!J. reto metodol-:-gico como parte de la metodologa ms amplia de la reconstruccin de un puzzle. Primero se nos informa de una nueva verdad histrica, que seguramente tambin habra permanecido oculta: la Edad Media acab con la Revolucin Francesa de 1789. Lutro, Maquivelo y Calvino, Locke, Shaftesbury, Hutcheson, Butler,Mndeville, Adam Ferguson y Hume, Grocio, Pufendorf, Rousseau, Voltaire, Leibniz, Montesquieu y Espinoza, son todos ellos pensadores medievales. Es un planteamiento audaz porque nos obligar a revisar la historia de nuestras ideas ticas hasta descubrir alguna con,exin quiz entre la filosofia medieval de los siglos XIII y XIV y los plnteamientos de los filsofos modernos, que ahora no son modernos sino que resul-tan ser medievales. Y en segundo lugar nos propone un dilema:

    43 lbd., p. 317. 44 lbd. 45 lbd.

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    cmo es posible entender que el universo de la praxis de la Edad Media acabe con Kant y que al mismo tiempo el sistema moral kan-tiano sea altamente tradicional, porque profesa una obediencia obs-tinada, aunque no visible, al padre de la tica clsica? La riqueza terica de la nueva metodologa se encuentra precisamente en su habilidad para resolver este tipo de problemas.

    Kant, como Jano, tiene dos cabezas -debe de ser otra verdad oculta-, porque

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    de un

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    variedad de utilitarismos, hay uno

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    La doctrina naturalmente admite tambin algunas revisiones. As la. formulacin del hedonismo psicolgico de Bentham es excesivamente tosca y falta de matices y corre el riesgo de caer en la falacia naturalista de Moore69 Para evitar esos inconvenien-tes se nos recomienda que hagamos una lectura caritativa>> de Bentham para que su hedonismo psicolgico no se entienda como algo mecnico70 lo que, por su parte, tiene la ventaja de evitar la incongruencia de pedir que las leyes y los individuos se ejerqiten en la bsqueda de la felicidad de todos, cuando a cada cual le inte;. resa nicamente la felicidad propia personah>71 En este caso nos veramos ante otra variedad de hedonismo psicolgico, al que se le llama

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    abandono de nuestras formas habituales de pensamientos para intentar recuperar un sentido que, sin ser ya el nuestro, estamos, sin embargo, en condiciones de recuperar, slo si somos capaces de entender las palabras con un sentido diferente al nuestro.

    El aura de familiaridad que creamos mantener con los textos del pasado del que hablaba Maquiavelo empiezaa desvanecerse; y los clsicos ya no nos hablan en nuestra lengua. La genuina histo-ria que reivindica Skinner nos proporciona antes que nada una pers-pectiva histrica que nos separa del pasado y lo coloca en un con-texto que no es el nuestro. Ver as la historia es un proceso de reconstruccin en el que las palabras de los textos empiezan a adqui-rir un sentido que no hubiramos podido descubrir sin haber renun-ciado antes a nuestra posicin egocntrica. Puede que resulte inte-lectualmente muy estimulante comprobar que, despus de todo, las palabra~ adquieran un significado que nuestro predicamento ego-cntrico nos impide apreciar. De hecho, la mitologa de las doctri-nas como las de la coherencia se podran considerar como la mani-festacin de un cierto predicamento egocntrico: la tendencia a pensar que el S,entido de las frases que leemos en los textos del pasa-do depende n ltimo extremo de la coincidencia que manifiestan con los parmetros que nosotros utilizamos .para entender lo que hacemos. La mitologa se_ encuentra en. asumir que_ esos parmetros son precisamente los mismos en cualquier poca, y que slo se nece-sita descubrirlos para que el sentido .ele los textos se haga accesi-ble. El resto lo proporcionan las doctrinas que dabOremos.

    En segundo lugar podramos preguntamos sobre qu razones se justifican los presupuestos historiogrficos ms corrientes de la meto_dologa espaola. En conjunto, ningn caso revela la menor preocupacin por justificar con cierto rigor histrico por qu se habra de estudiar a los autores segn el enfoque que utilizan. Unas veces se trata de lentes pulidas y ae aumentos, otras es una cues-tin de puzzles que al final nunca se resuelven, otras se trata de la persistencia de las doctrinas, en. ocasiones hasta de elaborar doc-trinas ticas que han de ser aceptadas por cualquier mortal con un mnimo de sentido comn, y casi siempre los consabidos cnones de coherencias o incongruencias formulados sobre preguntas qe no aportan nada a la hora de averiguar seriamente lo que un autor quiso de decir.

    Sea como fuere, es dificil escapar a la impresin de que los fil-sofos del pasado, cuando aparecen como los protagonistas de las

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    historias que sobre ellos escriben nuestras autoridades acadmi-cas, se convierten en agentes supra-histricos que en primer lugar no actan como normalmente lo hacen los seres humanos movi-dos por las circunstancias histricas en que nacieron, sino por cate-goras histricas como la normatividad, el ser para s o el ser en s, o movidos por la fuerza de las doctrinas que se han elaborado para ensear filosofa en el bachillerato: el nominalismo, elindi-vidualismo, el colectivismo o el hedonismo psic9lgico ya sea osco o ms refinado. En segundo lugar, sus textos se han de entender como si fueran doctrinas que fueron pensadas para trascender el contexto histrico en el que vivieron y con el que p:~esurniblemente guardan una ciertarelacin, como si el sentido de sus obras slo se pudiera entender en trminos de las contribuciones que hacen a las doctrinas que elaboran los historiadores de las ideas. De lo que se trata es de identificar la doctrina, saber cules fueron sus antecedentes, las inconsistencias que presenta no con respecto al sistema de sus creencias, sino en relacin con un esquema ideol-gico ms amplio que se supone que debera de saber, como cuan-do se nos descubre la ausencia de la nocin de justicia en Locke, o se nos dice que no debemos de ser condescendiente conHobbes por haber anticipado con argumentos pretendidanente cientficos algunos postulados del totalitarismo moderno, o se nos presenta el utilitarismo como una corriente de pensamiento que ha permea-do la historia de la filosofa, y es esencial asimismo percatarse si Bentham o Mill incurrieron en la falacia naturalista, una cuestin que se plantea en el siglo XX y que se presume que debieron con-siderar. Y por ltimo, los autores son esencialmente seres pensan-tes abstractos, gente con una visin histrica trascendente, que son conscientes de estar aportando una contribucin decisiva a la doc-trina filosfica que en ocasiones no son capaces de reconocer y que forma parte de la tarea del historiador identificar. Desde esta perspectiva no es necesario sealar las relaciones que mantiene con la cultura de su poca, o con los diferentes vocabularios que se pueden encontrar en su lenguaje. El principio parece ser que las ideas se bastan por s mismas y que su sentido depende en ltimo extremo de la coherencia interna del texto, un texto habla siempre de s mismo.

    Finalmente nos podramos preguntar tambin si hay alguna manera de evitar las distorsiones de nuestra historiografa ms reciente. La solucin ms inmediata es verlas como distorsiones y

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    para eso hace falta que se abandone la mayor parte de los presu-puestos que se asumen sin la menor discusin. Primero habra que discutir sobre qu bases se podra hacer una historia de las ideas polticas y morales. La metodologa de las metforas y de las ver-dades ocultas es demasiado restrictiva y exige una intuicin his-trica que no est al alcance de la mayora, su ejercicio debe ser una labor de mentes excepcionalmente clarividentes. No es una opcin, por consiguiente, viable para el historiador medio.

    Es plausible esperar que algun~s ideas de Skinner puedan resol-ver el problema para los que quiern. hacer una historia ms humil-de, sin que tengan.la pretensin de exhibir esquema trans-histri-co alguno y se contenten con descubrir el sentido de un texto, que vean a un autor como alguien que tiene ciertas. creencias, fines, motivos o intenciones y que lo que dice se pueda entender, sin grandes aspavientos metafsicos, como la respuesta de ciertas pre-guntas cuyo sentido forma parte de un tiempo, de una poca que no es la nuestra, y cuyos presupuestos se justifican sobre ideas o principios que no tienen nada que ver con los nuestros. Entonces es posible que esos autores no nos hablen con nuestra propia len-gua, pero si somos capaces de apreciar la distancia ideolgica que nos separa de ellos, comprenderemos mejor las9lucin que die-ron a sus problemas, y descubriremos tal vez lainutilidad de esca'." par hacia ellos buscando el consuelo de un tedio que es el nuestro, y que ellos no pudieron sentir ..

    ENRIQUE BocARDo CREs:eo

    Sevilla, invierno de 2006

  • I. INTRODUCCIN

  • LA HISTORIA DE MI HISTORIA: UNA ENTREVISTA CON QUENTIN SKINNER

    It is difficult for a man to speak long of himself without vanity; therefore I shall be short.

    DAVID HUME: My own Lije.

    ENRlQUE BocARDo.-Dentro de dos aos se celebrar el 30. aniversario de la publicacin de la que unnimemente es consi-derada como una de las ms innovadoras contribuciones al estu-dio de la Historia de las Ideas Polticas: l.os dos volmenes que componen Los Fundamentos del Pensamiento Poltico Moder-no. Cmo se le ocurri concebir un proyecto de tanto alcance y cmo explicara el nuevo enfoque histrico que se propuso seguir?

    QUENTIN SKINNER.-Permtame responder a sus dos preguntas una por una. Primero cmo conceb el proyecto. Cuando me.nom-braron por mi primera vez Lecturer para dar clases en la Univer-sidad de Cambridge en 1965, me pidieron que diera un curso sobre la historia .de la teora poltica desde el Renacimiento a la Ilustra-cin. Posteriormente di algunos cursos similares durante algunos aos, primero dando 24 clases y despus 32. Durante esttiempo intent clarificar y ampliar los materiales con los que c9ntaba, que ya empezaban a tener alguna extensin para que me decjdiera a pensar que podra reunirlos en un libro.

    Upa razn para interesarme en hacerlo as fue que, durante el 1 mismo tiempo, me preocup de saber cul era la mejor manera de . estudiar la historia de la filosofia y. de la historia intelectual ms genricamente. Publiqu una serie de artculos sobre estas cues-tiones a finales de los aos sesenta y a comienzo de los setenta, pero una de las objecins que aparecieron cuando estudiaba esas cuestiones ms filosficas es que no fui capaz de suficientes ejem-plos para explicar la relevancia prctica de mis preceptos. Comen-c a pensar en el libro que tena en mente no slo como un estu-dio general del pensamiento poltico de principios de. la poca

    [45]

  • 46 EL GIRO CONTEXTUAL

    moderna, sino como un vehculo para ilustrar alguns de mis con-cepciones generales sobre la interpretacin de los textos.

    Encontr un gran estmulo para empezar a darfo una forma ms definida a mis planes en uno de mis colegas mayores que yo en-contr en Cambridge, el profesor J. H. Plumb. En ese momento estaba' preparando una serie de obras introductorias sobre la histo-ria del pensamiento poltico para la Editorial Penguin. Temeraria-mente, llegamos a un acuerdo para que hiciera una introduccin al volumen que cubra ms o menos el mismo perodo que haba cubierto en mis clases. Present una propuesta a la editorial, me propusieron un.contrato y hacia finales d 1960 empec a traba-jar sistemticamente sobre este lienzo y. m.s grande.

    Resulta ahora fcil comprender que mis planes originales eran demasiado ambiciosos, especialmente si tene:ios en cuenta que tena la esperanza de escribir algo ms desafiante que Un simple manual. Estoy seguro que habra abandonado mis planes iniciales mucho antes de lo que lo hice de no haberse producid un gran cambio en mi vida intelectual en la dcada de los setenta. Fui nom-brado para un puesto de visitante en el Institute far Advanced Stu-dies de Princeton en 197 4, y mientras permanec all el Instithto me ofreci una beca durante cinco aos que naturalmente acept. Con este regalo inmensamente g~neroso de tiempo, me sent en frente de una enorme torre cmpuesta de notas de clases y esbozos preli-minares que haba acumulado, y por fin comenc a escribir mi libro.

    Pronto se me hizo evidente que haba grandes reas dentro de la extensin en el tiemp que me.haba propuesto abarcar en las que penas s se haba hecho alguna investigacin histrica. Mere-ce la pena que resalte que un rea de importancia excepcional en la que me pareca que esto e.ra particularmt'.nte evidente era la teo-ra poltica espaola de priricipios de '.este perocio. Pude ap~eciar que la Escuela de Salamanca tena Un.a inmensa'. sgnificaci6n no slo en relacin en.el ciesarrollo de las ideas sobre la leyyls derechos naturales, sino tambin en relacin con cuestiones. sobre lajustificacin del imperio. Tenia ya esbozado una buena parte del material sobre el Renacimiento as como con la teor'! poltica de la Contrarreforma que tambin einpec en Princeton, aunque ls captulos que escrib se.convirtieron eventualmente en la segunda parte del volumen segundo de mi libro.< . .

    Mientras trabajaba en Princeton, dos cosas se hicieron cada vez ms claras. Una era que de alguna manera me vi obligado a ser

  • QUENTIN SKINNERJENRIQUE BOCARDO 47

    ms ambicioso con respecto a las aspiraciones de mi libro. Antes que escribir un libro de texto que cubriera el perodo que va de 1500 a 1800, llegu a comprender que, si tena que decir algo que tuviera algn valor, era necesario que hiciera ms investigaciones y que escribiera con una visin ms amplia de la que originaria-mente haba concebido. La otra con la que haba cierta relacin es que era fcil de entender que nunca sera capaz de escribir mante-niendo esa visin si tuviera que hacerlo hasta el perodo de la Revo-lucin Francesa .. Me habra llevado toda la vida.

    Fue el momento en el que decid concentrarme en el Renaci-miento y en la Reforma, e intentar escribir algo sistemtico sobre ese perodo. Tambin fue el momento en el que empec a pensar de una manera ms prctica sobre el libro que estaba en ese momento escribiendo. Le ped a Penguin Books que rescindiera mi contrato, y poco despus contact con la Cambridge Univer-sity Press con el objeto de saber si estaran interesados en un libro que a gran escala abordara la aparicin de la idea del estado moder-no a comienzos de la poca moderna. Me animaron de una mane-ra muy clida, y gracias en gran parte al excelente juicio de su edi-tor en filosofia, el Dr. Jeremy Mynott, mi libro comenz a adquirir su forma final. Me cost otros tres aos acabarlo, trabajando den-tro del plan que Mynott y yo habamos acordado; jams he traba-jado tanto en mi vida. Complet el libro en la primavera de 1978, y se public en noviembre de ese mismo ao. De principio a fin me llev cerca de doce aos escribirlo.

    Me pide usted que diga algo sobre -utilizando sus palabras- el nuevo enfoque histrico que yo reclamaba que segua en mi libro. No estoy muy seguro hasta qu punto mi enfoque era nuevo, ya en la Introduccin hice hincapi en el nombre de R. G. Collingwood como alguien cuya teora sobre la interpretacin de los textos haba tenido una gran influencia sobre m. Si tuviera que decir en una sola frase lo que significaba mi enfoque dira que intentaba alejar-me de la manera tradicional de escribir la historia de las ideas pol-ticas como una sucesin de textos clsicos. Si usted me pregun-ta qu hay de errneo con este enfoque, la respuesta que le hubiera dado entonces es que no me pareca que fuera genuinamente his-trico. Dira que para escribir una historia adecuada del pensa-miento poltico se debera de entender el pensamiento poltico como una actividad que se haca con idiomas diferentes, en socie-dades distintas y en diferentes pocas. Por entonces me gustaba

  • 48 EL GIRO CONTEXTUAL

    reivindicar la idea de que pensar se debera de tratar ni ms ni menos que como se abordaban el resto de las actividades de las que se ocupaba la investigacin histrica: la actividad de gober-nar, de luchar, o las que estaban relacionadas con la produccin de manufacturas.

    Intent, por mi parte, decir algo sobre lo que se pierde al enfo-car la historia del pensamiento simplemente como una sucesin de textos cannicos. Una de las cosas que se pierden es que es imposible esperar explicar de alguna manera por qu se produje-ron precisamente esos textos. Para remediar este defecto propuse que tenamos que empezar por estudiar las sociedades en las que y para las que originariamente se escribieron estos textos, inten-tando comprender aquellos problemas que los textos procuraban resolver. Como lo expliqu atrevidamente -en el que se ha con-vertido en uno de los enunc.iados ms discutidos de mi libro-- la vida poltica misma establece los principales problemas para el terico de la poltica, que hace que ciertos aspectos aparezcan pro-blemticos, con lo que alternativamente ciertas clases de cuestio-nes se conviertan en los principales problemas de discusin. Es fcil darse cunta que era la lgica de las preguntas y respuestas de Collingwood la que subyaca detrs de la lnea de pensamien-to que tena por entonces.

    La prdida ms grave, sin embargo, que quisiera sealar cuan-do se entiende la historia como una sucesin de textos, es que este enfoque en nada nos ayuda a encontrar, como lo indiqu, qu es lo que estn haciendo as como diciendo esos textos. En este punto me bas en el trabajo que haba publicado sobre la teora de los actos de habla haca una dcada. Para entender una emisin que se hace en serio, haba argumentado, no es slo necesario enten-der el significado de lo que el escritor ha dicho. Tambin es nece,.. sario comprender lo que el escritor puede haber estado haciendo al decir lo que dijo. Se necesita, en la terminologa de J. L. Austin, comprender la naturaleza del acto de habla que se hace. Qu haca el .escritor, estaba repitiendo, defendiendo o aceptando alguna acti-tud o punto de vista? O quiz, por el contrario, estaba negando o repudiando, o tal vez crrigiendo o revisando alguna creencia que haya sido aceptada genricamente? A lo mejor se est mofando de la aceptacin de un punto vista, o tal vez pase delargo en silencio. Tal vez puede haber estado desarrollando o aadiendo algo a un argumento que ya se ha admitido, extrayendo algunas conclu,..

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    siones de una manera inesperada. Quiz al mismo tiempo haya estado forzando o exigiendo que se reconozca un punto de vista nuevo, recomendando o incluso advirtiendo a su audiencia que es necesario que se adopte. Y as con otros muchos otros casos parecidos.

    En trminos generales, mi.punto de vista es que no podemos decir que entendemos un texto a menos que seamos capaces de responder a las cuestiones de esta clase. Sin embargo jams cabra esperar llegar a encontrar tales respuestas estudiando simplemen-te los textos mismos .. Para comprenderlos actos de habla ~ntender tanto lo que el texto est haciendo como lo que est diciend~ es necesario que nos familiaricemos con el contexto. preciso en donde sucedi. Es preciso encontrar los medios para recobrar el dilogo especfico dentro del cual el texto aparece conio un paso ms. dentro de la _estrategia de un argumento. sta es, como hice hincapi, nuestra tarea ms ineludible si el objetivo es compren-der los textos ya sean clsicos o de cualquier otra ndole. Para realizar esta empresa, tambin propuse, se requiere un enfoque his-trico ms amplio para estudiar la historia de la teora poltica del que hasta ahora se ha propuesto. No digo que yo personalmente haya logrado el nivel requerido de historicidad en lo que he sido capaz de es.cribir. Pero cuando menos he propuesto un programa, y, al mismo tiempo, he intentado poner en.prctica mis propios preceptos tan bien como he podido. De hecho es lo que estoy inten-tando hacer desde entonces.

    '

    E. B.-El enfoque que propuso R. G. Collingwood para estu-diar .el sentido de las acciones histricas plantea dos dificultades insuperables que a mime parecen decisivas, y.que no estoy muy seguro que la historiografia moderna haya s;;ibido resolver. La pri-mera es que la explicacin de las acciones de un agente se basa principalmente en la asuncin de que el historiador es capaz de recrear los pensamientos pasados que eJ agente tuvo al hacer tal o cual accin. Y la segunda es que al recrear realmente los pensa-mientos que el agente tuvo cuando hizo la accin, el historiador se encuentra en situacin de entender las intenciones con las que ori:-ginariamente el agente obr, por consiguientea.men()s que se recu:-peren -recrendolas en su cabeza- esas intenciones, no se podra decir que entendemos el sentido de lo que el agente hizo .. As pues, parece que e13 necesario contar con la13 intencionessi queremos

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    entender el sentido de lo que alguien hizo o escribi. La solucin de ambas dificultades me parece que est estrechamente relacio-nada con su propuesta de entender los textos histricos esencial-mente como actos de comunicacin ~ actos de habla-. cuyo sentido se puede eventualmente recuperar si somos capaces de situarlos dentro de su contexto preciso de emisin. Qu papel desempearon la filosofa del lenguaje de Wittgenstein y de J. L. Austin en la formacin de su concepcin de los textos polticos?

    Q. S.-Como en la pregunta anterior, creo que nos encontra.,. mos con dos cuestiones distintas, es necesario que empiece por distinguir una de otra. En primer lugar me parece que.hace usted una excelente observacin crtica sobre la teora de Collingwood de las explicaciones histricas entendida como 9e los pensamientos del agente. Estoy enteramente de acuerdo con usted en que este enfoque plantea algunas dificultades insuperables, pero me apresuro a insistir que nunca llegu a suscribirla. Jams he supuesto que tuviramos la menor posibilidad de volver atrs y me-ternos en la cabeza de los agentes histricos para ver el mundo desde su perspectiva; ste 'fue, en efecto, el objetivo de la herme-nutica tradicional,' que el propio Collingwood lleg a suscribir; Pero si es as como se supone que tenemos que proceder para recu-perar la intencionalidad, entonces estoy enteramente de acuerdo con Gadamer de que la empresa resulta ser imposible. Se constru-ye las intenciones como elementos que se encuentran enla cabe-za del agente, y si estn all entonces me parece que est claro que no se pueden recuperar. sta esllila observacin demasiado obvia, y aun cuando se haya trabajado recientemente mucho ms de lo que mereca,. no veo cmo no se podra aceptar.

    Lo que me gustara continuar diciendo, sin embargo, es que en manera alguna estamos comprometidos en pensar en las intencio-nes cmo si fueran entidades mentales en este sentido, como Gada-mer no menos que Collingwood parecen suponer. Las intenciones que me interesan n son eltipo de intenciones que necesitamos recuperar si estamos realmente interesados en interpretar el signi-ficado de los textos: Me interesan las intenciones no en relacin con la recuperacin del significado sino en relacin conla explica-cin de las acciones, y afortiori, con la interpretacin-delos actos de habla. Como le indiqu en la respuesta que antes le di a su pri-mera pregunta, como intrprete de los textos me interesa sobre todo

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    no tanto el significado como el acto de habla, en lo que el hablan-te y el escritor pueden haber estado haciendo al decir.lo que dicen o escriben. As pues, estoy principalmente interesado, como ya le he dicho, en cuestiones tales como si est defendiendo .o no un deter-minado punto de vista, o si lo est cuestionando, o criticndolo, o lo est tratando de una manera sarcstica, o lo est ignorando deli-beradamente, y otras cosas por el estilo, como se lo indiqu en su primera pregunta. Para comprender la fuerza y la direccin de un enunciado en este sentido, necesitamos ciertamente recuperar las intenciones del hablante y del.escritor en cuestin. Sin embargo no tenemos por qu pensar en las intenciones como si fueran entida-des mentales en absoluto. Estn incorporadas en los actos de habla que se realizan, y se pueden recuperar gracias al procedimiento nter-textual de relacionar el texto en el que estamos interesados con el abanico de textos con los que est discutiendo, criticando, comentando, o haciendo cualquier otra cosa.

    Cuando nos proponemos recobrar las intenciones de esta mane-: ra, no estamos intentando metemos dentro de la cabeza de los escri-tores del pasado para saber qu fue lo que les pas por ella. Esta-mos hablando simplemente de las relaciones que se .establecen entre los diversos textos. Estamos reivindicando que, cuando hemos descubierto, por ejemplo, que un texto es una critica de otro, o una burla, o el rechazo de sus argumentos, entonces hemos recobrado las intenciones con las que el texto fue originariamente escrito. Por poner la cuestin en trminos de su sentido, lo que hacemos no es descubrir el significado del texto (que no era lo que en principio queramos descubrir), sino ms bien lo que elhablant pudo haber querido decir cuando escribi lo qU:e dijo en el texto.

    E. B.-Pero se recuperan o no se recuperan las intenciones con las que el autor escribi el texto, o nos. limitanis simplemente a postular como una hiptesis probable que las tuvo cuando escri-bi .el texto de. esa manera?.

    ..

    Q. S.-Bueno, si se objetara que, cuando le imputamos ciertas intenciones al hablante o a.l escritor, no hacemos ms que ppstular meras hiptesis, respondera qu~. es eso lo que justamente:hac:-mos. Por qu se ha de entender eso como. una objecin? Lo que nos gusta llamar conocimiento cientfico no es a menudo menos hipottico ni depende menos de las teoras y de la evidencia que

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    podamos reunir para justificarlo. Lo importante es que algunas de nuestras hiptesis explicativas sern mejores que otras, y algunas hasta pueden dar lugar a creencias (lo que no significa lo mismo que decir que sean correctas). Mi propuesta es que si situamos a los textos dentro de los contextos en los que originariamente fue-ron concebidos, y si lo hacemos con la habilidad y la imaginacin que podamos contar, entonces cabra esperar establecer el sentido preciso de qu fue exactamente lo que el autor del texto en cues-tin concibi como su proyecto, con qu propsitos lo escribi y de qu manera entendi lo que estaba haciendo al escribirlo.

    Como puede usted comprender, no estamos hablando de los fines tradicionales de la hermenutica en absoluto. Estoy abogan-do por un nuevo enfoque en la interpretacin textual, en el que se haga hincapi no en los significados sino en los elementos perfor-mativos de los textos. Una de las ventajas de este enfoque es que se puede hacer frente a las objeciones presentadas por los crticos post-modernos en contra del proyecto de recuperar el significado y la intencionalidad sin dejar de insistir que esos trminos tienen un sentido que los mantienen en el centro de la misma tarea her-menutica. No estoy de hecho muy interesado en la crtica post-modema de la hermenutica tradicional, las dos partes me pare-cen que siguen dando vueltas alrededor de lo que me parece que es un conjunto de cuestiones menos interesantes que aquellas que se pueden y se deben de preguntar sobre la interpretacin de los textos.

    E. B.-Y, siri embargo, no veo yo del todo muy claro la inde-pendencia que quiere reivindicar para su proyecto. No cree que no se distancia mucho de la hermenutica tradicional al insistir en las interi.cions individuales del autor y en descubrir el proyecto que tuvo al escribir el texto?

    Q. S.-No creo realmente que sea ese el caso, porque la conse-cuencia que tiene seguir el mtodo nter-textual del que le he habla-do es hacer historias no de los autores, sino de los discursos, de los vocabularios, de lo queJohn Poock llama'lenguajes, en la que los autores individuales en gran medida desaparecen. Si quie-re usted decir, sin embargo, que lo que tenemos que hacer s dejar de hablar de los autores individuales, no pondra ninguna objecin. Si prefiere decir que estamos simplemente hablando de los textos,

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    que un texto se puede considerar como un comentario de otro, o como una crtica, o un intento de desacreditarlo me parece que es una forma de hablar igualmente buena sobre el enfoque de la inter-pretacin textual que quiero resaltar.

    Puede que sea incluso preferible hablar simplemente de los tex-tos y no de los autores, lo que nos permitira soslayar tener que hablar de intencionalidad. No quiero, sin embargo, tener que sim-plificar tanto las cosas, quisiera retener la categora tradicional de autor aunque slo fuera para ser capaz de explicar el sentido de todos esos momentos en la historia del pensamiento en los que queremos decir que alguien fue capaz de alcanzar una concepcin o comprensin genuinamente novedosa. Pero me habra evitado ciertamente un gran nmero de confusiones si me hubiera limita-do a hablar ms de los textos y no sobre sus autores, y, como le he sugerido antes, tal vez la prdida no habra sido tan grande.

    Dejemos estas cuestiones, y permtame que retome su pregun-ta sobre Wittgenstein y Austin, cuya relacin con Collingwood espero que se haga ms evidente tan pronto como empiece a res-ponderla. .

    Siempre me ha parecido que una de las grandesleccionesque se puede aprender en las Philosophical Investigations de Wittgens-tein es que no debemos de pensar en los significados de las pala-bras de una manera aislada. Debemos ms bien enfocar la aten-cin en sus usos dentro de un juego de lenguaje especfico y en trminos ms generales, dentro de las formas particulares de vida. ste fue, creo, el desafio que J. L. Austin haba asumido. Empez por preguntarse qu podra significar exactamente investigar eluso de las palabras como algo opuesto en contraste a examinar sus sig-nificados, y lo que en consecuencia podria significar decir, como Wittgenstein lo haba sugerido, que las palabras tambin se pue-den considerar como hechos.

    Austin prosigui argumentando que, en el caso en que quera-mos investigar la emisin de un enunciado que se hace en serio, necesitamos comprender algo ms que los significados de los tr-minos que se utilizan para expresarlo. Mientras intentaba respon-der a su pregunta sobre Collingwood, ya me serv de la frmula principal que Austin utiliza para expresar esta observacin. Ade-ms, segn argumentaba l, encontrar los medios para recuperar lo que el hablante o el escritor pudo haber estado haciendo al decir lo que dijo para que podamos comprender lo que el agente puede

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    haber querido decir cuando expreso tales palabras. Austin intent clarificar este punto fundamental al introducir un neologismo con el objeto de distinguir el sentido preciso del

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    Q. S.-S, pero no, como espero haber dejado en claro, por nin-guna de las razones que ha puesto de relieve la hermtica tradicio-nal, o las que han de-construido los crticos post'."modernos.

    E. B.-Para acabar, creo que sera una falta imperdonable por mi parte que no le pregunte por la filosofia poltica de Hobbes, cuya orientacin parece haber cambiado ostensiblemente en gran parte debido al peso de sus contribuciones. Lo cierto es que, vien-do el volumen de sus escritos, habra que empezar diciendo que Hobbes ha ejercido sobre usted una considerable influencia.

    Me parece que dos de sus primeros trabajos The ideological context ofHobbes's Political Thought (1966) y Conquest and consent: Thomas Hobbes and the Engagement controversy (1972) trataban sobre Hobbes. En segundo lugar, el tercer volumen de su Visions of Politics trata enteramente sobre Hobbes, y antes haba publicado en 1996 Reason and Rhetoric in the Philosophyof Hob-bes. Por ltimo, uno de sus trabajos ms recientes Hobbes on representatiom> (2005) trata una vez ms sobre Hobbes. Qu fue lo que encontr usted en la filosofia poltica de Hobbes para haber-le dedicado casi un tercio del trabajo que ha hecho a anali.Zar su pensamiento?

    Q. S:-Tiene razn al decir, cronolgicamente como lo ha hecho; que Hobbes fue el primer filsofo que estudi en serio, y creo que hasta sera justo decir que ha sido probablemente el nico que haya estudiado en profundidad. De hecho publiqu mi primer artculo sobre Hobbes en 1964, y el ms reciente, como usted ha dicho, cuarenta aos despus; as que nunca he sabido cmo ale-jarme de l. Sin embargo, las razones que he tenido para interesar-me en su trabajo han ido variando considerablemente a lo largo del tiempo. Podra caracterizar el cambio como un intento por distan-ciarme de mi deseo inicial de invocar la filosofia de Hobbes para plantear ciertas cuestiones metodolgicas y poder centrarme en un compromiso ms sustantivo con su teora poltica y el lugar que ocupa en la vida intelectual a comienzos de la era moderna.

    Permtame comenzar diciendo algo sobre mis originarios inte-reses metodolgicos en Hobl2es. Cuando empec primeramente a investigar a comienzo delos aos sesenta, creoque sera justo decir que haba dos enfoques prevalecientes en el estudio y en la inter-pretacin de los textos en la historia de la filosofia. Me pareci

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    que la literatura interpretativa sobre Hobbes ofreca un ejemplo perfecto de los dos enfoques, y me atrajo inicialmente Hobbes prin-cipalmente porque el estudio de su pensamiento me ofreca una oportunidad de estudiar los dos enfoques y lo que me pareca que haba de debilidad en ellos.

    Un enfoque era de inspiracin marxista, y surgi con particu-lar prominencia en la cultura anglfona en 1962, el mismo ao, curiosamente, en el que me licenci y comenc a investigar. Fue el ao en el que C. B. Macpherson public su The political theory of possessive individualism, un texto clave en la historia de la teo-ra poltica para la gente de mi generacin, un libro que me esti-mul y me enfureci por igual cuando se public; Macpherson concibi la teora poltica del siglo XVII como si girara alrededor de un solo eje, y trat la supuesta lnea de desarrollo de Hobbes a Locke (el subttulo de su libro) como un reflejo ideolgico de una supuesta sociedad burguesa que se est aburguesando. De acuerdo con esta concepcin, a Hobbes se le consideraba el pro-tagonista antirrealista y antiaristocrtico de la concepcin hurgue,.. sa del hombre; su filosofia no era tanto una reflexin sobre la socie,.. dad de su pca como un reflejo de ella;

    Permtame decir alguna palabra sobre e'l otro enfoque ms extendido de la filosofa de Hobbes que haba en el momento cuando empec yo a estudiarlo. Este enfoque surgi a partir de la creencia general de que la mejor forma de estudiar los principa-les textos filosficos es someterlos a un proceso puramente inter-no de exgesis, con el fin eventual de demostrar las contribucio-nes que se puede decir que hace a algunos de los supuestos problemas perennes de la filosofia. La filosofa poltica de Hob-bes generalI11ente se consideraba en los aos demijuventud como una contribucin al pensamiento sobre los conceptos de la obli-gacin poltica y los derechos. A Hobbes eravisto ampliamente como el prototipo de utilitarista, cuyas opiniones sobre la obliga-cin poltica era que sus fundamentos y lmites se pueden deter-minar igualmente calculando los intereses egostas de los indivi-duos. En 1957, sin embargo, Howard Warrender public un trabajo provocador, titulado The Political Philosophy of Hobbes, en el que reivindicaba que la teora de la obligacin de Hobbes adopta una forma deontolgica. Ms especficamente, Warrender trataba la explicacin de Hobbes de nuestro deber de obedecer el estado como una instancia ms de nuestro deber de obedecer a las leyes

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    de la naturaleza en virtud de reconocerlas como las leyes de Dios. Le sigui poco despus en 1964 el libro de F. C. Hood, The divi-ne Politics ofThomas Hobbes. Hood haba contrado una deuda con Warrender, pero hizo un esfuerzo ms genrico por leer a Hob-bes como el autor de un sistema cristiano de poltica basado en la idea de que nuestra obligacin fundamental es obedecer los man-damientos de Dios.

    Pero a m no llegaban a convencerme del todo ni la visin mar.:. xista ni la del enfoque puramente interno para estudiar los textos de Hobbes, y en primer artculo

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    basa en la doctrina tradicional del derecho natural cristiano. En suma, estudi a Hobbes como parte de la tarea metodolgica que me haba impuesto de intentar demostrar que los enfoques preva-lecientes para estudiar la historia de la filosofia estaban mal plan-teados.

    E. B.-Perdone mi interrupcin, pero por qu precisamente Hobbes? Si su inters era demostrar que ciertas metodologas his-

    tricas~estaban mal planteadas, podra haber construido segura-mente los mismos argumentos con los dems autores del canon clsico. Francisco de Vitoria, Locke, Grocio, Surez, Harrington, Puffendorf, o Maquiavel -por citar slo los ms representativos-tambin estaban en el punto de mira. Insisto; por qu fue Hobbes yno otro?

    .Q. S.-No puedo estar seguro de recordarlo correctamente, pero creo que debi de haberme influenciado en parte la idea del canon mismo. A los especialistas britnicos de ese perodo les pareca obvio (a pesar de ser una concepcin sorprendentemente estrecha) que los dos grandes padres fundadores de la teora poltica moder":' na eran Hobbes y Locke. Al primero se le consideraba el ejemplo original y sobresaliente de lateora del estado; al segundo de la soberana popular. Si se aspiraba a hacer alguna contribucin a la comprensin de la historia de la teorapoltica anglfona, era enton-ces inevitable que por esa poca uno tuviera que gravitar hacia el estudio de Hobbes o de Locke. Mi amigo y gran contemporneo, John Dunn, estaba ya trabajando sobre Locke, sobre el que publi-c su monografia clsica en 1969; as que supongo que deb de creer (espero no parecer demasiado arrogante al presentarme en estos trminos) que a mme haba tocado Hobbes.

    Creo razonablemente estar seguro, sin embargo, que mi princi-pal y peculiar razn para centrarme en Hobbes fue que ympec a tener algunas dudas sobre la idea del canon>> mismo, y mi estu-dio sobre Hobbes me ayud a articularlas; Para explicarle lo que tena en mente, es necesario que le cuente una ancdota. Tiene que ver con Peter Laslett, a cuyas clases sobre la historia de la teora poltica asist como estudiante mientras haca la licenciatura en la Universidad de Cambridge, y a quien conoc poco despus de licen-ciarme en 1962. Laslett haba publicado su edicin definitiva de Two treatises of Government de Locke en 1960, le enseguida.su

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    introduccin con gran inters. Laslett demostraba que los dos tra:.:. tados de Locke, que siempre se haban considerado como una cele-bracin de la Revolucin Gloriosa de 1688, se haban escrito en gran parte casi diez aos antes, como una contribucin a la cam-paa que el conde de Shaftesbury haba orquestado en oposicin a la supuesta poltica arbitraria. del rey Carlos It Hablando con Laslett sobre su descubrimiento, me sorprendi comprobar lo que l pensaba sobre la significacin de su estudio. Crea que haba demostrado que el tratado de Locke era esencialmente el panfleto de un partido poltico. Pensaba que, al demostrar cmo haba sur-gido de una crisis poltica especfica, lo haba degradado del canon al sembrar algunas dudas sobre su carctery significacin ahist-ricas. Recuerdo haberme dicho que haba demostrado que a Locke no se debera situar a la altura de los arquitectnicos escritores como Hobbes, sobre el que no se poda hacer este tipo de anlisis.

    Sent como si fuera de una manera a priori que debera de haber algn trabajo de contextualizacin que se podra aplicar igual-mente a cualquier texto de la filosofa poltica. No estoy seguro de dnde vino esa confianza, pero sospecho que se deba en gran medida a mis lecturas de Collingwood. Pero cualquiera que haya sido su origen, el resultado fue que tuve la ambicin de hacer con Hobbes lo que Laslett haba hecho con Locke. No lo consegu desde luego, y no tengo la menor intencin de comparar los ensa-yos que escrib entonces con el trabajo de investigacin que mar-caba toda una poca de Laslett. Pero creo que fue esto lo que prin-cipalmente me condujo a poner mi atencin en Hobbes, y que a finales de los aos sesenta publicara una serie de artculos sobre su filosofa poltica. Como ha observado usted acertadamente, el ttulo de uno de ellos fue el contexto ideolgico del pensamien-to poltico de Hobbes. Pero el fin que persegua en todos ellos era el de intentar demostrar que exista en realidad un contexto ideolgico que uno poda invocar para entender el sentido de lo que Hobbes estaba haciendo al escribir como lo hizo sobre la pol-tica de su tiempo.

    A primeros de la dcada de los aos setenta abandon a Hob-bes para estudiar la teora poltica del Renacimiento. Esta segun-da fase de mi carrera continu hasta mediados de los aos ochen-ta, para entonces ya haba publicado mis Foundations of modern Political Thought, que como le indiqu en su primera pregunta se centra fundamentalmente en el siglo XVI, as como un gran nme-

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    ro de artculos que reedit en mi libro Renaissance virtue. Sin embargo, en 1987 me invit Franc;ois Furet a dar un curso en la cole des Hautes Etudes en Pars sobre la teora poltica inglesa del siglo XVII, lo que me recondujo nuevamente a la filosofa de Hobbes. La razn que me llev a aceptar esta invitacin fue, sin embargo, el haberme interesado profundamente, durante el tiem-po que haba estado trabajando en la teora poltica del Renaci-miento, las cuestiones relativas a la teora de la libertad, de mane-ra que fue manteniendo a la vista las teoras de Hobbes y Locke sobre la libertad poltica como desarroll mis conferencias en Pars.

    Una vez que volv a adentrarme en el mundo de lafilosofa del siglo XVII, me di cuenta que lo que realmente me interesaba era la manera en la que la llamada Nueva Filosofa del siglo XVII se poda leer como una serie de reacciones en contra del aristote-lismo y de los elementos republicanos del pensamiento del Rena-cimiento, y es lo que he estado intentando hacer desde. entonces. El resultado es que me ha conducido a estudiar no slo Ja teora de la libertad de Hobbes, sino sus conexiones con sus opiniones sobre la soberana, la representacin y el carcter del Estado. Escri-b una serie de artculos sobre estos problemas en la dcada de los aos noventa que se reunieron todos en mi libro Hobbes and Civil Scince. Estoy ahora trabajando, sin embargo, en un estudio ms general de la teora poltica de la Revolucin Inglesa, en el que Hobbes, una vez ms, est jugando un papel destacado. Parece pues muy probable que encontrar, como ya lo dej escrito el poema inmortal de T. S. Eliot, mi principio en mi fin.

  • II. CINCO ENSAYOS DE QUENTIN SKINNER*

    * Reproducidos con permiso de Cambridge University Press, 2006. Traduccin de Enrique Bocardo Crespo.

  • 1. SIGNIFICADO Y COMPRENSIN EN LA IDSTORIA DE LAS IDEAS*

    I

    La tarea del historiador de la ideas1 consiste en estudiar e inter-pretar el.canon.de los textos clsicos. El valor que tiene escribir esta clase de historia surge del hecho de que los textos clsicos morales,. polticos, religiosos, o de cualquier otra clase de pensa-miento, contienen una sabidura inmemorial2 en la forma de ideas universales3 Como rsultado de