El escándalo de la cruz

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Thomas Eakins, La crucifixión (1880)

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Reflexiones (abril de 2012)

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Thomas Eakins, La crucifixión (1880)

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1. EL CONTENIDO DEL EVANGELIO: LA LOCURA DE LA CRUZ

Porque la palabra de la cruz es locura (mōría) para los que se pierden,

pero para... los salvos es poder de Dios.

I CORINTIOS 1.18

Hemos rodeado el escándalo de la cruz de coronas de rosas. hemos

hecho de él una teoría salvífica. pero eso no es la cruz. Ésa no es la

dureza puesta por Dios en ella.1

H. IWAND

ada vez que se recuerdan los días de la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret

resulta imprescindible confrontarse con el misterio contenido en el escándalo de su cruz. Y es

que no se puede hablar de ella impunemente, o de sus consecuencias en la historia, en la vida

humana, individual y colectiva, e incluso en la cultura, religiosa o no. La cruz de Jesús no es

patrimonio de las personas religiosas pues es una realidad y un símbolo que apela a las fibras más

profundas de la existencia humana. Así lo comprendieron los primeros seres humanos que debieron

procesar todo el conjunto de paradojas, contradicciones y ambigüedades que produjo el sufrimiento

y muerte de Jesús en ese instrumento de tortura utilizado por los romanos para acabar con sus

enemigos visibles, en este caso un aparente y peligroso agitador.

También es posible preguntarse, a partir de la cruz, qué tipo de humanidad, de Iglesia o de

espiritualidad puede proceder de ella, a la luz de 20 siglos de promoción casi irreflexiva, al menos en

el plano más popular, de una fe cristiana situada en el marco de una comprensión meramente

sacrificial y de “satisfacción del Dios ofendido”. La idea de un “sacrificio expiatorio vicario por

nuestros pecados” se relaciona más con la imagen de un señor feudal a quien sus súbditos han

deshonrado, que con la de un Dios que acompañó en la cruz el sufrimiento de su Hijo. Las preguntas

que brotan ante semejante acontecimiento están ligadas a las múltiples desviaciones del mensaje

neotestamentario sobre la cruz:

¿Cómo ha de entenderse esta muerte? ¿Fue el castigo de un criminal, que no se atuvo a las leyes religiosas y

civiles en vigor? ¿Fue el final de un agitador político que suscitaba el levantamiento contra la soberanía romana?

¿O tal vez la muerte libremente aceptada, suicida, de un desesperado que se entregó a sí mismo en manos de

sus adversarios? ¿O es la muerte de Jesús el asesinato de un incómodo maestro de la verdad, la prueba de

credibilidad de un ideal, por el que un idealista luchó durante toda su vida, el sacrificio voluntario de un mártir,

1 Cit. por H.-G. Link, “Para la praxis pastoral”, en L. Coenen et al., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. I. Salamanca, Sígueme, 1990, p. 369.

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que permaneció fiel a sus ideales hasta llegar a un amargo fin? ¿O tiene razón Pablo cuando habla de ofrecerse

por amor llegando hasta la entrega de la propia vida?2

Las comunidades cristianas del primer siglo no evadieron el debate y la reflexión, pues

dejaron constancia y testimonio de ello en los documentos del Nuevo Testamento. Incluso mucho

antes de que surgiera la figura de Pablo de Tarso, quien establecería como canónica y casi única su

interpretación de la cruz como parte de una historia de salvación, los demás apóstoles desarrollaron

una interpretación de los alcances de la muerte martirial de su maestro. Para los discípulos/as

directos de Jesús, la cruz representó, al principio, el derrumbe de las esperanzas que sólo la

resurrección vino a despertar de nuevo. Dado que la vida de Jesús terminó “fuera de las murallas”

(Heb 13.12) y entre criminales (Lc 22.37), la pregunta sobre si en su enseñanza y en su vida se

había manifestado el Reino de Dios era candente. Dios mismo tuvo que responder con la

resurrección para completar el cuadro. Pablo sigue la fórmula primitiva: “Cristo murió por nuestros

pecados conforme a las Escrituras” (I Co 15.3b).

Cuando el apóstol de los gentiles tiene en mente la ignominia y la maldición ligadas a la

presencia de un hombre muerto en un madero (Dt 21.23; Gál 3.10), procede a dar el salto más

grande que ninguno de los demás apóstoles imaginó: confrontar la muerte de Jesús en la cruz en los

ambientes religiosos y culturales para demostrar que el poder de Dios es superior a cualquier forma

de conocimiento y práctica religiosa. Y lo hizo para responder a las dudas que aparecieron entre la

comunidad cristiana de Corinto, una de las ciudades griegas más importantes de su época. El

contenido central del Evangelio, explica, no consiste en argumentar sólidamente para convencer a la

humanidad sobre los buenos deseos de Dios para redimirla. Se trata, más bien, y por sobre todas

las cosas, de mirar el escándalo, la locura de la cruz, con los ojos de la fe. Porque si ésta no se

posee, agrega, la cruz ensangrentada y mortífera sólo será eso, un mecanismo de tortura para

someter a una persona y asesinarla sin piedad. La fórmula que elige Pablo para definir lo que es el

Evangelio en profundidad

muestra que la cruz de Cristo no ha de entenderse como un acontecimiento inmanente a la historia, sino como

actuación de Dios; y en realidad Dios actúa al proclamar la cruz de Cristo como su “palabra”, como su mensaje,

liberador y lleno de exigencias, a la humanidad. En el kerigma de los mensajeros de Cristo, la acción

ultramundana de Dios se hace presente como mensaje de cruz. Por eso la predicación relativa a Cristo no se

entretiene en pintar, con afán historicista, los detalles del crucifijo y en ponerlos ante la vista, sino que presenta

públicamente a Jesucristo como el crucificado; le proclama oficial y legalmente como acontecimiento salvífico,

visible para todos y cada uno […]3

2 H.-G. Link, op. cit., pp. 369-370. 3 Egon Brandenburger, “Cruz”, en L. Coenen, op. cit., p. 363.

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Pablo afirma que no fue enviado a celebrar sacramentos, como el bautismo (I Co 1.17), sino a

predicar el evangelio sin palabrerías sabias para no hacer vana “la cruz de Cristo”. El poder de Dios

contenido en ella (v. 18) rebasa las expectativas de sabios, escribas e intelectuales que debaten (vv.

19-20): Dios ha trastornado y trastocado la “sabiduría mundana” para manifestar ese poder salvador

(v. 20b). Si en la sabiduría divina los seres humanos se negaron a recibirlo, ahora Él viene a hablar

el lenguaje de la “locura de la predicación” (morías toũ kerígmatos, 21b), la insensatez de la

proclamación profética, ligada a la tradición de la actuación del Espíritu. Si los judíos pedían señales,

signos, milagros, y los griegos sabiduría, argumentación, Dios se niega a caer en su juego (v. 22),

pero incluso ofreciendo ambas cosas en Jesús y en sus seguidores/as, va más allá y entrega una

respuesta aterradora: la imagen de un hombre colgado de un madero, inaceptable por ser maldición

para los primeros, y la irracionalidad pura para los segundos. Unos y otros caen en su propia trampa

y exigencia desproporcionada (v. 23). ¡No se puede tratar con un Dios así! Pero de entre ambos

pueblos Dios ha salvado personas ya, en poder y sabiduría divinas (v. 24). Porque lo insensato,

irracional y necio de Dios, ya en ese plan, es superior incluso a lo humano más sublime. ¡Es la crítica

radical a la religión natural! (La razón del pleito entre los teólogos reformados Barth y Brunner…).

He ahí el desafío para hoy también: predicar la cruz de Cristo con toda su crudeza,

consecuencias y proyecciones. Escándalo y locura, provocación y desatino, paradoja y falta de

lógica: la cruz de Jesucristo se presenta ante la humanidad como síntesis del proyecto redentor de

Dios.

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2. JESÚS Y JERUSALÉN: UNA RELACIÓN CONTRADICTORIA

ucas escribe desde la órbita del pensamiento paulino. Fue seguidor y acompañante de Pablo

en sus viajes misioneros. El esquema con que construye su historia de la vida, pasión, muerte y

resurrección de Jesús forma parte de un proyecto amplio que debía reconstruir los orígenes del

movimiento de Jesús. De médico pasa a ser narrador y también teólogo, aunque deudor de la

enseñanza de Pablo. Además de manejar el mejor griego de los evangelios, su visión humanista

debida a la profesión que tenía, no se pierde en ningún momento.

En su relato, Jesús sube a la ciudad capital judía (Lc 19.28) y, fiel a su costumbre, envía una

avanzada de dos discípulos para preparar su entrada (v. 29). A diferencia de Mateo, que hubiera

citado cuando menos lo referido por Zacarías, presenta la decisión de Jesús como parte de un

proceso bien determinado para completar su intención salvífica. Las advertencias que les hace se

cumplen plenamente y a las preguntas de la gente responden según sus instrucciones (vv. 30-34).

Finalmente, Jesús entra a la ciudad y se produce una reacción popular en la que seguramente

contaba, pero que a él no le afecta en cuanto a la actitud que debía asumir sobre lo que vendría.

Las alabanzas de los discípulos (vv. 37-38) prefiguran y anuncian el fervor y la esperanza

relacionados con la venida del Reino de Dios. Es como un remanso antes de la tormenta: el pueblo

se vuelca a las calles y reconoce en Jesús una forma de cumplimiento al “Hosanna” del salmo 118.

El grito “¡Sálvanos ahora!” que aquí no aparece es sustituido únicamente por la afirmación del

carácter real de Jesús y de su relación con Dios (“cielo, alturas”, v. 38).

A la reprensión por este júbilo Jesús responde con una frase lapidaria: “Las piedras hablarán”

(vv. 39-40). Jesús pasa ahora a referirse a la ciudad como el centro neurálgico de la fe y del

gobierno de Israel (vv. 41-44). Él no será aceptado por ella, porque es una ciudad “que mata

profetas”, que los engulle. Jesús anuncia su ruina, la del año 70, y el fin de su orgullo (vv. 42-44).

El relato concluye con Jesús presente en el templo y actuando proféticamente en contra de los

mercaderes. Jesús procede a enseñar en el lugar idóneo, pero enfrenta la oposición, porque la

suerte estaba echada: ya no hay retorno y morirá sin remedio (v. 47). Pero Lucas concluye diciendo

que no había llegado aún el momento y se abre el suspenso para la cadena de polémicas teológicas

que protagonizará en el templo.

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3. COMUNIÓN, FRATERNIDAD Y COMPROMISO CON JESUCRISTO

Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor

Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo

partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido;

haced esto en memoria de mí.

I CORINTIOS 11.23-24

Corintios 11 comienza con una afirmación sorprendente del apóstol Pablo: “Imítenme a mí, como

yo imito a Cristo” como enlace de una serie de instrucciones para el comportamiento de los

creyentes en una ciudad muy conflictiva. Las urgencias pastorales en Corinto, producto de las

características culturales de la ciudad, obligaron al apóstol, que conocía muy bien el ambiente

(estuvo allí cuando menos en tres ocasiones), a responder con orientaciones muy específicas en las

que él aprueba, objeta o modifica determinadas posturas de la comunidad. Explica Rolando López:

“Ciudad muy rica, gracias a su posición estratégica entre dos mares con un puerto hacia el Egeo

(Cencreas) y otro hacia el Adriático (Lequeo), Corinto fue una ciudad eminentemente comercial y

punto de encuentro entre oriente y occidente. Resalta su carácter cosmopolita; en la época de Pablo

habitaban en ella entre quinientos y seiscientos mil habitantes de diversa procedencia. Desde el

punto de vista social, existía un gran desequilibrio entre ricos y pobres. Entre estos últimos se dieron

las primeras conversiones (I Co 1.26ss)”.4

Al escribir sobre el orden y la fraternidad que debía haber en las asambleas litúrgicas y criticar

las tendencias al divisionismo (I Co 11.17-19), el apóstol se concentra en los momentos

sacramentales, ligados a la cotidianidad de las casas, algo que no se alteraba y que se insertaba en

las prácticas comunitarias. Irene Foulkes resume la conflictividad que afloraba en los actos

eucarísticos:

Las causas de los conflictos dentro de iglesia naciente no se limitaban a las condiciones internas de cada

comunidad sino que en gran medida se encontraban ligadas a otros conflictos en su entorno socio-político y

económico. […] …el conflicto surgía por el acceso desigual a los bienes no materiales valorados por el grupo. En

la iglesia primitiva estos bienes incluyen el derecho al ingreso y la participación en el liderazgo. […]

Una vez adentro, ¿quiénes tenían acceso a una participación que iba más allá de una presencia pasiva como

catecúmenos o comulgantes? ¿A quiénes se les reconocía el derecho a la palabra y al liderazgo dentro de la

iglesia? ¿Cuál era la interacción de factores religiosos, socio-económicos y de género en el debate sobre estas

cuestiones?5

4 R. López, “La cruz en 1 y 2 Corintios. Cartas desde la práctica de las comunidades”, en RIBLA, núm. 20, www.claiweb.org/ribla/ribla20/la%20cruz%20en%201y2%20corintios.html. 5 I. Foulkes, “Conflictos en Corinto. Las mujeres en una iglesia primitiva”, en RIBLA, núm. 15, http://claiweb.org/ribla/ribla15/conflitos%20en%20corinto.html.

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Pablo introduce la sección al referirse a la tradición que había recibido (v. 23; cf. 15.3) y

procede a aplicar un criterio a la situación de Corinto. Allí, algunas personas se hartaban y se

emborrachaban mientras sus hermanos pobres pasaban hambre y vergüenza. Porque el contexto de

toda la carta era la división entre “fuertes” y “débiles”: “Los fuertes lo son seguramente en ciencia,

pero a la vez también en bienestar económico. Mientras los débiles lo son a la vez en ciencia (o

cultura) y en nivel social. Son estos los que tal vez se quejan a Pablo de que los demás „comen

carne‟. Los pobres, como siempre, no podían, y al menos querían aprovechar las fiestas paganas

para comer gratis”.6 Corrían los años 50-55 y el escenario puede reconstruirse: reunidos una vez por

semana, el grupo tenía una cena comunitaria, seguramente en la casa de algún creyente de

recursos, los demás participantes comían su propia cena y no esperaban a quienes llegarán tarde

porque terminaba tarde su jornada laboral. Algunos de los otros comienzan a emborracharse, lo que

ocasionaba una situación de evidente falta de fraternidad (v. 21: “Porque al comer, cada uno se

adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga”). Luego pasaban a

celebrar la eucaristía. “Pablo va a demostrar que una reunión de estas características es

exactamente lo contrario de lo que Cristo pensó cuando nos encargó que celebráramos la eucaristía.

Es un pecado social: no contra Cristo directamente, o contra la eucaristía mal celebrada en sí

misma. El pecado está en la cena previa y es un pecado contra los hermanos: “despreciáis a la

comunidad de Dios… avergonzáis a los que no tienen‟”.7

Sin fraternidad auténtica, no puede existir comunión ni compromiso con Jesucristo. La

verdadera solidaridad es el fruto de la genuina comunión con Jesucristo, de ahí que nadie pueda

presumir de estar en muy buenas relaciones con él si su trato con los semejantes es pésimo. El

apóstol no puede alabar estas reuniones (vv. 17, 22) porque hay divisiones y cismas, sectores

dentro de la comunidad, unos que pueden comer su propia comida y otros que no tienen. “Eso no es

comer la cena del Señor”, dice el apóstol (v. 20), porque ésta produce comunión efectiva con Cristo y

nuevas relaciones entre seres humanos. La argumentación paulina es intensa: lo que hacen los

corintios en la Cena no es la intención original del sacramento instituido por Jesús de Nazaret. El

pecado es contra la comunidad (v. 22): desprecian al grupo y avergüenzan a quienes no tienen, se

trata de ostentación y falta de solidaridad.8 Entonces viene al caso, en esta línea de ideas, la

mención del origen del sacramento. Una celebración viciada de este modo no puede ser un

memorial de la muerte de Cristo capaz de proclamarla adecuadamente (v. 26).

Participar en la celebración, incluso sin recordar con insistencia las palabras de Jesús, ya es

un acto proclamador, una “condensación de todo el misterio de la pascua que se entiende siempre

6 José Aldazábal, La eucaristía. Barcelona, Centre de Pastoral Litúrgica, 1999, p. 82. 7 Ibid., p. 88. Énfasis agregado. 8 Ibid., p. 89.

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presente y operante en medio de la comunidad” (Aldazábal), porque la Cena ocupa el tiempo

intermedio hasta la manifestación plena del Reino de Dios (v. 26b). Mientras tanto, la comunidad es

desafiada a vivir en comunión, compromiso y fraternidad. Como concluye Aldazábal:

Que Pablo dé tanta importancia a la fraternidad, en el contexto de la eucaristía, es una idea que concuerda con el

espíritu de Mt 5.23 (reconciliarse con el hermano antes de ofrecer en el altar) y con el lavatorio de los pies de Jn

13. La eucaristía como constructora de la comunidad es también una idea que ya se encuentra implícita en la

noción misma de la alianza, en la entrega de Cristo el Siervo por los muchos, y en el espíritu de toda cena

pascual para los judíos. […]

Por parte de la comunidad, además de la celebración ritual, hace falta una actitud interior de fraternidad.

Recibir „dignamente‟ el cuerpo y sangre del Señor […] significa la actitud de la caridad fraterna, „reconociendo‟ en

la comunidad al cuerpo de Cristo e imitando la entrega por los demás del mismo Señor”.9

Jesús es alimento y juez al mismo tiempo.

9 Ibid., p. 95. Énfasis agregado.

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4. LA ANTIGUA HUMANIDAD FUE CRUCIFICADA CON JESUCRISTO (Ro 6.1-14)

…sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado (sunestauróthe)

juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido (katargethê),

a fin de que no sirvamos más al pecado.

ROMANOS 6.6

El Verbo, cuando fue hecho carne, pasó de la ubicuidad al espacio, de la

eternidad a la historia, de la dicha sin límites a la mutación y a la muerte…10

J.L. BORGES, “Tres versiones de Judas”

Pablo frente a la cruz de Jesús

no de los primeros conflictos que debió enfrentar el antiguo fariseo Pablo de Tarso en relación

con la realidad de la cruz de Jesús fue la afirmación de Dt 21.22-23 sobre la maldición para

quien muere en un madero. Su conciencia religiosa, formada en el más estricto apego a la ley, debió

confrontarse con la cruda visión de la fe cristiana acerca de los momentos climáticos de la muerte de

Jesús en el madero del Gólgota, una imagen intolerable para la perspectiva judía sobre el

ajusticiamiento de una persona. En ese caso, Jesús no había sido ejecutado como blasfemo sino

como un enemigo de la paz pública y del Estado romano. Cuando tuvo la visión cerca de Damasco,

seguramente el choque debió ser brutal para él:

¡A quien él perseguía, era precisamente el Mesías, de quien Dios mismo daba testimonio resucitándolo de entre

los muertos y glorificándolo, como los cristianos perseguidos por él testimoniaban! Pablo creyó en Jesús, pero

tuvo que replantearse el problema de su muerte. Si Jesús, pues, no era un „maldito de Dios‟, ¿por qué su muerte

en la cruz? La comunidad de Damasco, que le acogió, le dio la primera respuesta: „murió por nuestros pecados‟,

según testimoniaban las Escrituras”.11

Esta creencia, que Pablo repite modificada varias veces, se deriva de una lectura cristológica

de Isaías 53.5a (“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados…”), y

formaba parte de las primeras afirmaciones de fe de las comunidades creyentes. La mirada realista

acerca de un instrumento de tortura secular usada por los garantes de estabilidad social, los

militares romanos, contrasta con la interpretación del proyecto divino de salvación que

progresivamente elaboró el apóstol. Poco antes de desarrollar su teología de la cruz propia, formula

preguntas tan acuciantes como en I Co 1.13: “¿Acaso crucificaron a Pablo por ustedes?” para

10 Cf. Winston Enrique Sabogal, “La deuda con Judas”, en El País, 5 de abril de 2012, http://blogs.elpais.com/papeles-perdidos/2012/04/en-deuda-con-judas.html. Agradezco la referencia al maestro Sergio Cárdenas. 11 Ángel Pérez Gordo, “La cruz interpretada por San Pablo (II). Las fiestas de Israel, tipo de las nuevas realidades”, en Staurós. Teología de la Cruz, núm. 27, 1997, p. 17, www.pasionistas.net/documentos/stauros/stauros_indice.html.

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demostrar que sólo quien pasó por la cruz podía atribuirse la propiedad de la iglesia. Para él, todos

los seres humanos, tanto judíos como gentiles, son irredentos, por lo que su necesidad de apelar a

esa muerte es obligada.

En Gálatas 3.13-14 se refiere explícitamente a Dt 21.23: “Cristo nos redimió de la maldición de

la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un

madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que

por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. Ridderbos comenta: “El texto afirma que Cristo, al

dejarse crucificar por nosotros, se hizo maldición por nosotros, para que la bendición de Abraham

pudiera comunicarse a los gentiles por medio de la fe, y no en base a las obras”.12 “Así, ellos pueden

ahora recibir mediante la fe lo que no estaban capacitados para recibir por medio de la ley”.13

Probablemente Pablo esté acá reflejando su sensibilidad pre-cristiana: ¿cómo puede alguien decir que Jesús es

enviado de Dios, si Dios lo ha maldecido en la cruz? Esta paradoja sólo alcanza su sentido con la fe en la

resurrección: “Dios lo resucitó” (1.1); es decir: la cruz es signo de que Dios ha maldecido a Jesús, pero la

resurrección es signo de que lo ha bendecido. Llegando a lo profundo de la maldición (haciéndose maldito),

Jesús llega al extremo de la debilidad, de hacerse nada (kénosis), para así poder llegar a todos, no sólo a los que

tienen poder o fuerza. Llegando hasta lo más profundo, liberándonos de la ley, la bendición “a todas las

naciones” que Dios hizo a Abraham (Gen 12.3) llega ahora a los paganos (3.14).14

Procesando así esta enorme paradoja pudo san Pablo relanzar la imagen salvífica de un

“malhechor rehabilitado” que, condenado por la ley antigua, podía funcionar como salvador en e l

nuevo esquema de Dios. De ahí que su lenguaje asuma las metáforas jurídicas de la redención y la

justificación, por igual, para referirse a los logros de la cruz de Jesucristo, que él vería ya como

centro y razón de ser de cualquier comprensión de la obra salvadora de Dios, porque “el fin de

cualquier teología de la ley es Cristo, y no otro que el crucificado, en el sentido de la expresión

paulina, „palabra (o mensaje) de la cruz‟”.15

Crucificados/as con Jesús para una vida nueva

La carta a los Romanos representa uno de los momentos más altos en la reflexión paulina sobre la

fe y la actuación de Dios en Cristo. En el cap. 6, el apóstol desarrolla, como algunos estudiosos han

observado, dos lenguajes simultáneos, el cúltico o jurídico, y el participativo o “místico”, acerca de la

12 H. Ridderbos, El pensamiento del apóstol Pablo. Grand Rapids, Libros Desafío, 2000, p. 216. 13 D. Brondos, Paul on the cross. Reconstructing the apostle’s story of redemption. Minneapolis, Fortress, 2066, p. 148. Gracias a Rosa Hamdan por el acceso a este volumen. 14 E. de la Serna, “Gálatas: la novedad de estar en Cristo”, en RIBLA, núm. 62, http://claiweb.org/ribla/ribla62/eduardo.html. 15 E. Brandenburger, “Cruz”, en L. Coenen et al., Diccionario Teológico del Nuevo Testamento. I. Salamanca, Sígueme, 1990, p. 365.

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muerte de Jesús por la humanidad. Eso se puede resumir con una fórmula: “Es la distinción entre

decir que Cristo murió por los creyentes y que ellos mueren con Cristo, entre decir que los

cristianos/as son santificados y justificados, y que ellos han muerto con Cristo al poder del pecado”.16

De este modo, la muerte de Jesús en la cruz sirvió para dos propósitos: tratar con el castigo y las

consecuencias del pecado humano y, al mismo tiempo, con su poder: “La muerte de Cristo consiguió

la absolución y para hacer posible la participación en su muerte al poder del pecado”.17

Explorar el primer énfasis, el legal o litúrgico, conduce inevitablemente al segundo, el

participativo, en el que según este pasaje, cada creyente se identifica profundamente con la muerte

de Cristo en el rito bautismal, pues “al quedar unidos a Cristo Jesús en el bautismo, quedamos

unidos a su muerte” (v. 3); “por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos” (v. 4); “nos

hemos unido a Cristo en una muerte como la suya” (v. 5); “lo que antes éramos fue crucificado con

Cristo” (6.6); “nosotros hemos muerto con Cristo” (v. 8). Esa identificación nos lleva a vivir de otra

manera: “para ser resucitados y vivir una vida nueva” (v. 4); “para que el poder de nuestra naturaleza

pecadora quedara destruido y ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado” (v. 6); “muertos

respecto al pecado, pero vivos para Dios en unión con Cristo Jesús” (v. 11). “La lógica de este

cambio es bastante sencilla: „Porque, cuando uno muere, queda libre del pecado‟ (6.7), y de

cualquier otra cosa que pudiera mantenemos „enganchados‟ del sistema pecador, de la obligación y

la „vida muerta‟”.18

En el bautismo, según Pablo, “nos hemos despedido simbólico-políticamente de este mundo

pecador/de muerte, confiados en que pronto compartiremos la otra vida manifestada en la

resurrección de Cristo, una vida libre de temor, de odio, de resentimiento, de tanta falta de

satisfacción”.19 Y ya es posible disfrutar de esta nueva forma de existencia, aun cuando su plenitud

no se alcance, pues nuestra vida es, desde ahora, la “semilla de otro reino”. “Lo que hace de la

muerte de Cristo uno de los símbolos más aptos de la vida cristiana, en cuanto “liberada” del poder

del pecado y de la muerte, y por ello capaz de enfrentarse sin miedo o temor al porvenir, es la

relación que tiene para Pablo la imagen de la cruz con la „espiritualidad‟ de lucha y perseverancia,

que en Ro 8 se presenta como la base del proyecto cristiano.20

Gálatas 2.19-20 retoma la experiencia de estar crucificados con Cristo y allí crucifica al yo,

“que es pecador por estar sometido al legalismo”. En Ro 6.6a, “nuestro hombre viejo quedó

juntamente crucificado con él; es decir: fue aniquilado el cuerpo carnal poseído por el pecado (el

16 E.P. Sanders, Paul and palestinian judaism. Filadelfia, Fortress, 1977, p. 520, cit. por D. Brondos, op. cit., p. 103. 17 Ibid., p. 507. 18 Leif E. Vaage, “Redención y violencia: el sentido de la muerte de Cristo en Pablo. Apuntes hacia una relectura”, en RIBLA, núm. 18, http://claiweb.org/ribla/ribla18/redencion%20y%20violencia.html. 19 Idem. 20 Idem.

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individuo pecador, 6b); de este modo ha sido quebrantado el poder del pecado (6.2; 6.6c)”.21 De

modo paralelo, en Gál 6.14 todo esto se expresa con una fórmula cósmica: “por la cruz de Cristo el

„mundo‟, de tentador del poder, fue crucificado en favor del yo creyente, y por otra parte el yo fue

entregado a la muerte para afrenta del mundo, ya que pierde su base de operaciones […] Los

creyentes, transformados en propiedad de Cristo, han crucificado su carne con sus pasiones y

deseos desordenados (Gál 5.24)”.22

Desde esta perspectiva “mística”, lo que los creyentes han hecho es “compartir es una

condición presente similar a la del Cristo crucificado y resucitado como resultado de haber roto

radicalmente con el pecado junto a su Señor a fin de vivir para Dios”.23 Y todo ello acontece,

efectivamente, mediante la incorporación al cuerpo de Cristo por la fe y el bautismo. Mueren junto

con Cristo y se identifican con la condición suya de estar “muertos al pecado” y a la era presente. En

la cruz muere la vieja humanidad y se anuncia el surgimiento de una nueva en la resurrección de

Cristo, quien ha ganado para quienes “son sepultados con él” (4a) por el bautismo una “vida nueva”

para andar en ella (4c, kainóteti zoēs peripatésomen). Ya no hay identificación esencial con el

mundo de hoy sino con la vida experimentada desde la cruz y resurrección de Cristo. La “visión

mística”, entonces, exige una aplicación ética para lograr la superación de los valores contrarios al

Reino de Dios. ¡Es la preeminencia de la gracia, sí, pero que reclama un compromiso en todos los

órdenes de la vida!

Además, la actualización de la crucifixión exige ampliar los contextos para la aplicación de la

muerte de Jesús, pues la experiencia humana sigue produciendo crucificados: “La Semana Santa

traiciona la pasión cuando es algo sólo emocional, folclórico y festivo. Es memoria de la cruz y toma

de conciencia de que muchos conciudadanos están viviendo una pasión, crucificados por los

poderes de este mundo. Cuando esto se concientiza y compromete a los cristianos, entonces es

cuando la celebración es actual y tiene fuerza”.24 El Viernes Santo, lamentablemente, es la situación

permanente de muchas personas en nuestras sociedades, por lo que el salto al Domingo de

Resurrección para ellas es de una urgencia pasmosa.25

***

21 E. Branderburger, op. cit., p. 366. 22 Idem. 23 D. Brondos, op. cit., p. 175. 24 J.A. Estrada Díaz, “¿Es actual la Semana Santa?”, en Diario de Sevilla, 4 de abril de 2012, www.diariodesevilla.es/article/opinion/1225535/es/actual/la/semana/santa.html. 25 Juan José Tamayo Acosta, “Viernes Santo en la sociedad del bienestar social. La experiencia del mal desde la perspectiva de las víctimas”, en Moralia, núm. 22, 1999, pp. 223-252, en Staurós, núm. 37, primer semestre de 2002, www.pasionistas.net/documentos/stauros/stauros_indice.html.

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Ante la cruz

VIENE EL RECUERDO OTRA VEZ

el impacto de esos días ambiguos

cuando un hombre transparente

fue asesinado por amor a la causa divina:

paladeó el dolor como pocos

y abrió la puerta universal de la fraternidad/

subió a un madero ignominioso

y ganó una salvación desde el abandono

ese recuerdo golpea paredes y conciencias

convoca rituales ceremoniosos

mas sobre todas las cosas

viene desde un tiempo pleno

a decir que la justicia es un derecho

para todos/ su camino de sangre

lo han recorrido millones de seres

que soñaron y sueñan con un reino de paz

su voz maltrecha en el suplicio

apeló y apela a la ausencia de Dios

pero resuena en la concavidad del cielo:

recordar su martirio atribulado

sin sumarse a las huestes de fe

es un flaco homenaje a su lucha

al amor inobjetable que lo habitó

e incluyó a sus enemigos

hoy su cruz nos llama a todos

(LC-O)

***

Sergio Cárdenas, “Ante tu cruz”, www.youtube.com/watch?v=7--f1WhVMIo

Page 15: El escándalo de la cruz

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5. “EL ÚLTIMO ENEMIGO QUE CRISTO DESTRUIRÁ ES LA MUERTE” (I Co 15.1-26) Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.

I CORINTIOS 15.13-14

bsesionado con el tema de la resurrección de Jesús, Pablo escribió prácticamente un tratado

completo al respecto, el cap. 15 de I Corintios. Su introducción es un resumen de las

enseñanzas básicas que recibió como nuevo creyente y de la manera en que Cristo se manifestó a

sus seguidores después de la resurrección (vv. 1-11). A continuación, presenta de manera polémica

su preocupación principal: “Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen

algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?” (v. 12), con base en algunas

afirmaciones presentes en medio de la comunidad. Es imposible no recordar la manera en que el

apóstol afrontó el rechazo y la burla al exponer este mismo asunto, nada menos que en el Areópago

de Atenas (Hch 17.16-34), en donde tuvo que interrumpir su discurso, justamente al afirmar la

resurrección de Jesucristo ante un público reacio a aceptar la recuperación “metafísica” de las

realidades corporales.

Vanas serían la predicación y la fe y si Cristo resucitó, argumenta Pablo (vv. 14, 17), para

luego afirmar categóricamente. “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que

durmieron es hecho”. (v. 20). La firmeza con que expone sus argumentos se complementa con la

manera en que encadena, a partir del v. 21, las raíces antiguas, en la revelación histórica de Dios,

de los sucesos. Si por una sola persona entró la muerte al mundo, agrega, por una también la

resurrección (v. 21), y si en el Adán bíblico “todos mueren”, “en Cristo serán vivificados” (v. 22). El

orden de salvación es muy claro para él:

a) “Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias” (v. 23a);

b) luego los que son de Cristo, en su venida (v. 23b);

c) Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo

dominio, toda autoridad y potencia (v. 24);

d) Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus

pies (v. 25);

y e) Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte (v. 26)”.

Esta sucesión de acontecimientos escatológicos evidencia la forma en que se encadena la

actuación histórica y suprahistórica de Dios con la existencia humana a fin de conducirla por los

senderos misteriosos de la vida y la muerte para así establecer, con todo ello, la victoria de

Jesucristo, Hijo de Dios, sobre todos los ámbitos. El propósito es firme: “La meta de Pablo […] es

O

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que aquellos corintios que están negando la posibilidad de la resurrección de los muertos en Cristo

se den cuenta de la amplitud del impacto de la resurrección de Cristo sobre sus hermanos y

hermanas muertos en Cristo sobre la historia entera de la humanidad y sobre la muerte y los

poderes malignos del mundo que bien conocen”.26 Ciertamente, no se deja de reconocer que el

enemigo, por así decirlo, más difícil de someter, es precisamente la muerte. Y es que el apóstol

entiende, como continúa en su discurso, que si Jesucristo ha sometido todas las cosas (vv. 27-28),

la muerte inevitablemente perderá su poder también. Sus palabras se atropellan un tanto, en su afán

por demostrar, a los ojos y oídos de la fe, que la resurrección no es un mito ni una patraña, sino que

es, nada menos, que el fundamento de la salvación conseguida por Jesucristo. Bautizarse en su

nombre, si él no volvió a la vida, sería vanidad (v. 29).

En los vv. 30-34 no duda en combinar su testimonio con una afirmación de corte místico y en

contradecir a los epicúreos con un lenguaje apasionado: “Os aseguro, hermanos, por la gloria que

de vosotros tengo en nuestro Señor Jesucristo, que cada día muero” v. 31). Y: “Si los muertos no

resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (v. 32). La relación que ve entre la

resurrección y una vida cotidiana nueva, transformada, es muy clara. Pero nuevamente regresa a la

polémica y en ella se sostiene durante el resto del capítulo hasta afirmar triunfalmente y con su

correspondiente cita del A.T.: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos

seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se

tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos

transformados. […] ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el

aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que

nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (vv. 51-52; 55-57).

La inevitabilidad de la muerte no es el problema que ve Pablo sino todo lo que ella representa

y la manera en que, mediante sus “armas”, se hace presente en el mundo para deshumanizar y,

sobre todo, restar la esperanza humana en una vida plena, auténtica y libre. Su resistencia al plan

divino la coloca como “último enemigo” en el horizonte de la consumación del designio redentor,

pues se desdobla en diversas manifestaciones: enfermedades, tragedias, crímenes, violencia,

etcétera, pero en ninguna de ellas podrá prevalecer ante el poder de Dios manifestado en Jesucristo.

Y la muerte no impondrá su reino

Dylan Thomas (Inglaterra, 1914-1953)

Y la muerte no impondrá su reino.

Desnudos hombres ya muertos se confundirán

26 Efraín Agosto, 1 y 2 Corintios. Minneapolis, Augsburg, 2008 (Conozca su Biblia), p. 122.

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Con el hombre en el viento y la luna del oeste;

Cuando los huesos sean descarnados y los ya mondados se hayan ido,

Habrá estrellas en torno al pie y entre sus codos

Y aunque pierdan la razón no perderán su lucidez

Aunque se hundan bajo el mar de nuevo en vilo se alzarán

Pues se acaban los amantes mas no el amor

Y la muerte no impondrá su reino.

Y la muerte no impondrá su reino.

Quienes yacen tendidos

Bajo interminables pálpitos del mar

No morirán palpitando de terror:

Retorciéndose en el potro en tanto el músculo se afloja

Y abiertos en canal, su esqueleto ha de resistir;

La fe gemirá en sus manos al partirse en dos

Y demonios unicornes los penetrarán,

Pero aun así, hendidos de principio a fin, no van a crujir

Y la muerte no impondrá su reino.

Y la muerte no impondrá su reino.

El grito de la gaviota puede no estallar en sus oídos

Ni una ola ruidosa romper en la costa;

Donde una flor brotó quizá ya no exista ninguna

Que al golpe de la lluvia alce la frente;

Pero aunque estén ebrios y muertos como clavos

Y las calaveras hundan con su martilleo a las margaritas

Ellos golpearán al sol hasta que sus puertas cedan

Y la muerte no impondrá su reino.27

Versión de Marco Antonio Montes de Oca (México, 1932-2009)

27 M.A. Montes de Oca, sel. y pról., El surco y la brasa. Traductores mexicanos. México, FCE, 1974 (Letras mexicanas), pp. 335-336.