El enfoque educativo tradicional

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El enfoque educativo tradicional: la barbarie intelectual de nuestros tiempos 7 DICIEMBRE, 2012 La mayor parte de las prácticas educativas siguen estando basadas en la memorización de la información, que luego será reproducida durante un examen. Este enfoque tradicional de la educación es totalmente retrógrado. Exigir a los estudiantes memorizar información es totalmente inútil. No sólo porque la información en el mundo real está al alcance de la mano, sino porque constituye una práctica pedagógicamente inoperante, que no sirve más que para ejercitar la memoria. Este tipo de prácticas supone un retraso pedagógico y epistemológico importante, en tanto impide el desarrollo de la creatividad y de la capacidad de crear conocimiento que tienen los individuos naturalmente. Es absurdo que la educación implique un esfuerzo desagradable y penoso. Debería ser exactamente lo contrario, un esfuerzo agradable y constructivo, como el que se requiere para realizar una obra de arte. A lo que cualquier práctica educativa debería apuntar es a la comprensión profunda, a la reflexión, a la capacidad de resolver problemas, a la búsqueda de respuestas pero también de otras preguntas, a relacionar los datos de los que se dispone para arribar a conclusiones fundadas. Estar debidamente preparados para el mundo en el que vivimos y el que se avecina a futuro, implica que los estudiantes de hoy, además de poseer la información adecuada, deben aprender a trabajar en colaboración con otros, a pensar creativamente, a comunicarse eficazmente, a enfrentarse a distintos problemas y a pensar críticamente. La información sólo es la materia prima a partir de la cual las habilidades intelectuales más altas deben ser desarrolladas. Como señala David H. Jonassen en Learningtosolveproblems, “pedirles a los estudiantes que memoricen información para una examen insulta a los alumnos y evita que se conviertan en pensadores intelectualmente capaces.” Y esto es tan obvio, que resulta escandaloso que se siga manteniendo el enfoque educativo tradicional en el mundo en el que vivimos. Diversos autores coinciden en señalar como parte de las habilidades que la escuela debería incentivar las relacionadas con la metacognición, el pensamiento creativo, el pensamiento crítico, la resolución de problemas, la toma de decisiones, el trabajo colaborativo y la comunicación. Si analizamos algunas de estas habilidades, vemos claramente por qué deberían estar en el centro de atención de cualquier sistema educativo que se precie de ese nombre. La metacogniciónes la habilidad para comprender nuestros propios procesos de aprendizaje y aplicar las estrategias que mejor funcionan para nosotros.

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El enfoque educativo tradicional: la barbarie intelectual de nuestros tiempos

7 DICIEMBRE, 2012

La mayor parte de las prácticas educativas siguen estando basadas en la memorización de

la información, que luego será reproducida durante un examen. Este enfoque tradicional

de la educación es totalmente retrógrado. Exigir a los estudiantes memorizar información

es totalmente inútil. No sólo porque la información en el mundo real está al alcance de la

mano, sino porque constituye una práctica pedagógicamente inoperante, que no sirve más

que para ejercitar la memoria. Este tipo de prácticas supone un retraso pedagógico y

epistemológico importante, en tanto impide el desarrollo de la creatividad y de la capacidad

de crear conocimiento que tienen los individuos naturalmente.

Es absurdo que la educación implique un esfuerzo desagradable y penoso. Debería ser

exactamente lo contrario, un esfuerzo agradable y constructivo, como el que se requiere

para realizar una obra de arte. A lo que cualquier práctica educativa debería apuntar es a

la comprensión profunda, a la reflexión, a la capacidad de resolver problemas, a la

búsqueda de respuestas pero también de otras preguntas, a relacionar los datos de los

que se dispone para arribar a conclusiones fundadas. Estar debidamente preparados para

el mundo en el que vivimos y el que se avecina a futuro, implica que los estudiantes de

hoy, además de poseer la información adecuada, deben aprender a trabajar en

colaboración con otros, a pensar creativamente, a comunicarse eficazmente, a enfrentarse

a distintos problemas y a pensar críticamente.

La información sólo es la materia prima a partir de la cual las habilidades intelectuales más

altas deben ser desarrolladas. Como señala David H. Jonassen en

Learningtosolveproblems, “pedirles a los estudiantes que memoricen información para una

examen insulta a los alumnos y evita que se conviertan en pensadores intelectualmente

capaces.” Y esto es tan obvio, que resulta escandaloso que se siga manteniendo el

enfoque educativo tradicional en el mundo en el que vivimos.

Diversos autores coinciden en señalar como parte de las habilidades que la escuela

debería incentivar las relacionadas con la metacognición, el pensamiento creativo, el

pensamiento crítico, la resolución de problemas, la toma de decisiones, el trabajo

colaborativo y la comunicación. Si analizamos algunas de estas habilidades, vemos

claramente por qué deberían estar en el centro de atención de cualquier sistema educativo

que se precie de ese nombre.

La metacogniciónes la habilidad para comprender nuestros propios procesos de

aprendizaje y aplicar las estrategias que mejor funcionan para nosotros.

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El pensamiento crítico es la habilidad para descubrir y poner en duda los supuestos que

subyacen implícitamente en las ideas que se discuten, la capacidad de analizar los

diversos fenómenos a partir de entender sus causas. Es, básicamente, el ejercicio

intelectual de aquel que desconfía de las respuestas simples y de lo ya está establecido,

buscando siempre pensar las cosas más allá de lo evidente.

El pensamiento creativo tiene que ver con la creación, con la habilidad para

interrelacionar elementos diversos y pensar fuera de la caja, como se dice habitualmente.

El creativo recorre caminos divergentes, que están por fuera de lo común, lo cotidiano y lo

conocido. Más aún, es quien crea esos caminos.

Los enfoques educativos que basan sus estrategias y metodologías de enseñanza en el

desarrollo de estas habilidades aún son incipientes. En algunos casos estas prácticas se

integran a la educación tradicional, pero aún falta recorrer un largo trecho para que se

transformen en la norma.

Siguiendo con la descripción de estas capacidades, Arthur Costa y BenaKallick describen

dieciséis hábitos intelectuales que refieren a comportamientos inteligentes que adoptan los

individuos frente a los problemas. Los denominan hábitos de la mente y señalan que en

general aparecen actuando en conjunto.

En el aspecto comunicativo, por ejemplo, estos autores mencionan como uno de los

hábitos deseables el escuchar a otros con entendimiento y empatía. Las personas que se

comunican eficazmente no sólo escuchan a los demás, sino que son capaces de ver a

través de las diversas perspectivas. La habilidad para escuchar incluye la capacidad para

ponerse en el lugar de otros y entender sus estados emocionales. Es decir, aquello que

está más allá de las palabras. También destacan el hecho de que lenguaje y pensamiento

están íntimamente relacionados, como las dos caras de una moneda. Un comunicador

eficaz utiliza un lenguaje preciso, evita las generalizaciones excesivas y las digresiones,

sostiene sus argumentos con explicaciones claras y evidencias. Un lenguaje confuso, en

cambio, es síntoma de un pensamiento confuso.

Por su parte, en HowtoTeachThinking and LearningSkills, C. J. Simister propone veinte

características o predisposiciones de un aprendiz activo. Estas características se alejan de

la concepción tradicional y monosemántica de lo que significa ser inteligente. Algunas de

las características propuestas por Simister, son las siguientes:

Cooperación y colaboración: predisposición para trabajar en equipo, para aprender de

los diferentes puntos de vista, y para desarrollar nuevas ideas a través de la suma de

talentos.

Valor y confianza en uno mismo: la confianza de proponer sugerencias e ideas y de

aferrarse a una opinión razonada independientemente de la reacción de los demás,

sabiendo que muchas buenas ideas son inicialmente ridículas.

Curiosidad y entusiasmo:el afán de hacer preguntas, de explorar más allá de lo que se

es requerido y descubrir nuevas cosas.

Empatía: predisposición para escuchar a otros e intentar cosas desde la perspectiva que

proponen.

Flexibilidad: la habilidad de adaptarse, de generar alternativas y de cambiar la propia

opinión cuando información o argumentos nuevos son presentados.

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Buen criterio:el deseo de evitar la ingenuidad y de pensar críticamente las ideas y la

información antes de decidir.

Humildad: predisposición a ser autocrítico, a aceptar cuando se está equivocado, a

buscar ayuda cuando se la necesita y a aprender de otros.

Imaginación: la inclinación a visualizar, a soñar, a ser creativo con los pensamientos

antes que a pensar dentro de los límites convencionales.

Independencia e iniciativa: conciencia de las estrategias y opciones que están

disponibles, y la voluntad de formarse opiniones y tomar decisiones basándose en ellas.

Una mente abierta: implica estar listo para recibir ideas inusuales, aun si parecen

extrañas al principio, y considerar cómo las ideas existentes pueden ser mejoradas y

adaptadas.

Perseverancia y tenacidad: predisposición para mantenerse atento, mirando, pensando y

aprendiendo, antes que conformarse con la primera respuesta plausible que aparezca.

Precisión:predisposición a ser cuidadoso, preciso y prestar atención a los detalles.

Reflexividad:inclinación a pensar sobre los métodos y abordajes que han sido intentados,

para analizar tanto los éxitos como los fracasos.

Resiliencia: la confianza para “resistir” cuando pensar y aprender “duelen”, no abandonar

al primer obstáculo y reconocer la importancia de la lucha intelectual.

Asumir riesgos: el valor de arriesgarse e intentar cosas nuevas, incluso cuando el éxito

no está asegurado.

Las prácticas educativas que toman en cuenta estos y otros conceptos similares, como las

inteligencias múltiples o el aprendizaje a través de las artes, son enfoques renovados que

cuentan con amplia difusión en la literatura especializada, pero aún con escasa aplicación

en la mayoría de las escuelas. Debemos señalar, sin embargo, que afortunadamente son

tomados en cuenta e implementados en algunas instituciones con prácticas educativas

más vanguardistas, con resultados sumamente positivos.

El aprendizaje cooperativo, por ejemplo, ha emergido hace un tiempo como un nuevo

abordaje para la enseñanza. Diversos estudios dan cuenta de que los estudiantes que

participan de grupos cooperativos de aprendizaje obtienen notas más altas, tienen mayor

autoestima, más habilidades sociales y logran una mayor comprensión de los contenidos

enseñados.

Estas experiencias educativas marcan una diferencia muy grande en el desarrollo personal

e intelectual de los estudiantes y algún día serán parte de la manera en que se enseña y

se aprende normalmente. Ese día miraremos al pasado y veremos las prácticas educativas

tradicionales de la actualidad como la prehistoria de la educación. Un tiempo en el que la

barbarie intelectual reinaba en las aulas de la gran mayoría de las escuelas.