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“EL COMIENZO DE TODAS LAS
LITERATURAS CULTAS ES
FOLCLORE TRADUCIDO”
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Érase una vez, cuando los pájaros aún no volaban, unas
personas mayores que explicaban cuentos a los pequeños. Y,
escuchando con los ojos abiertos y las orejas tiesas, aprendían
qué es la vida.
Vino la televisión, vino la técnica y las horas extras... Y los niños
empezaron a molestar en su casa. Y los padres compraban
televisores para tenerlos callados y ocupados. Y se empezó a
interrumpir un diálogo generacional muy enriquecedor.
Hoy en día ya nadie explica cuentos. Sólo algún nostálgico y
cuatro educadores tozudos con lo del folclore y la cultura
popular. Y los cuentos empiezan a ser ya una pieza de anticuario.
Y aquí termina esta historia.
Pero empieza otra: la de posibilidades que tienen los cuentos.
Empecemos.
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¡QUÉ ME CUENTAS!
Déjame que te cuente algo que seguramente tú ya sabes, pero
que resulta importante para entender mejor los cuentos.
Como te habrán explicado en las
clases de Literatura, el cuento
es un subgénero de la narrativa
literaria y se caracteriza por su
brevedad, por la rapidez en el
planteamiento y desarrollo de la
acción y por el escaso número
de personajes.
En sus orígenes estos relatos,
además de entretener,
pretendían enseñar
determinadas conductas. Solían
agruparse en recopilaciones:
conjuntos de cuentos enlazados por los asuntos, los personajes...
Las mil y una noches es la más famosa colección de cuentos
en árabe.
En los cuentos de Scherezade, esta joven, bella y prudente,
narra diversas historias:
Hechos sobrenaturales, con genios, gigantes y duendes: Aladino y
la lámpara maravillosa.
Aventuras de caballeros y truhanes: Alí Babá y los cuarenta
ladrones.
Viajes maravillosos, como los de Simbad el marino.
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ÉRASE UNA VEZ...
El cuento es una palabra que viene de muy lejos, afirma un sabio
oriental. El escuchar y el contar son necesidades primarias del ser
humano. La necesidad de contar también resulta del deseo de
hacerlo, del deseo de divertirse a sí mismo y divertir a los demás
a través de la invención, la fantasía, el terror y las historias
fascinantes.
La palabra cuento
procede del término
latino computare, que
significa contar,
calcular. Luego, por
extensión, pasó a
referir o contar el
mayor número de
circunstancias, es
decir lo que ha
sucedido o lo que
pudo haber sucedido.
Las culturas de todos los tiempos tuvieron deseos de contar sus
vidas y experiencias, así como los adultos tuvieron la necesidad de
transmitir su sabiduría a los más jóvenes para conservar sus
tradiciones y su idioma, y para enseñarles a respetar las normas
establecidas por su cultura ancestral.
El origen del cuento se remonta a tiempos tan lejanos que resulta
difícil indicar con precisión una fecha aproximada de cuándo
alguien creó el primer cuento. Se sabe, sin embargo, que los más
antiguos e importantes creadores de cuentos que hoy se conocen
han sido los pueblos orientales. Desde allí se extendieron a todo el
mundo, narrados de país en país y de boca en boca.
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...Y COMIERON PERDICES:
PERSONAJES MÁS COMUNES DE LA LITERATURA
INFANTIL
Cada personaje se identifica con rasgos o valores que el
narrador quiere destacar como representantes del bien o del
mal, como ejemplo a imitar o a repudiar.
He aquí algunos de esos personajes más comunes, y su posible
interpretación:
EL HADA: representa la magia “blanca”, los espíritus
sobrenaturales femeninos, la madre protectora (hada madrina).
El Hada protege al héroe (príncipe), a la niña inocente (“La Bella
durmiente”), contra el poder destructor de la bruja o el mago.
LA BRUJA: representa el poder del mal que ha de ser
combatido y destruido, representa la parte mala de todo ser
humano.
EL OGRO: representa la maldad, la violencia
.
EL LOBO: simboliza el miedo a la noche, a la oscuridad. Es el
animal salvaje que más veces aparece como villano en los cuentos
(“Caperucita”, “Los tres cerditos”)
LA MADRASTRA: representa la destrucción de la vida familiar,
la pérdida de la seguridad que ampara al niño. Su intervención en
el cuento siempre da lugar a la aparición de la heroicidad en el
niño o la niña desamparado.
LA PRINCESA: simboliza generalmente a la niña mimada, inútil y
caprichosa que ha de ser protegida por el héroe.
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CÓMO EMPEZAR UN CUENTO
Cada relato popular presenta unas estructuras fijas de entrada
y salida que enmarcan el momento mágico de la narración.
Así, los narradores incorporan algunas fórmulas de inicio como
una manera de cambiar el mundo real por el fantástico que van a
narrar.
Las fórmulas más usuales, no las únicas, para empezar a contar
son:
“Érase una vez”
“Había una vez”
“Esta era una vez”
“En los tiempos de Mari Castaña”
“En los tiempos en que las culebras andaban paradas”
“Hace mucho tiempo”
“Érase que era”
“Cuando mi abuelo era joven”
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CÓMO ACABAR UN CUENTO
Para terminar un cuento, seguro que habrás oído alguna de estas
fórmulas de cierre:
“Colorín, colorado, este cuento se ha acabado”
“Y fueron felices para siempre”
“Y fueron felices y comieron perdices”
“Y si quieres asombrar a todos, no dejes de hablar por los codos”
“El gallo cantó y mi cuento se acabó”
“Pasó por un zapatito roto, para que mañana te cuente otro”
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LAS PALABRAS QUE NOS TRAJO EL VIENTO
Como ya te dijimos antes, el cuento es una palabra que viene de
muy lejos. Hemos querido hacer realidad esta máxima y os hemos
traído, por escrito, cuentos que vienen de muy lejos. Lejos en el
tiempo y lejos en el espacio.
Y es que si queremos conocer algo, nos lo tienen que contar y, de
todas las maneras posibles de explicar una cosa, la más bella es la
que utiliza el lenguaje simbólico de la mitología popular.
Lo que viene a continuación es una pequeña recopilación de
narraciones para pequeños y mayores. Historias de comunidades
lejanas e incluso desconocidas para ser explicadas aquí y contadas
o leídas. Con esta finalidad las hemos escogido. En la selección
hemos intentado dar prioridad a la astucia por delante de la
violencia, a los personajes humildes por delante de los poderosos,
a la tenacidad por delante del prodigio.
Confiamos plenamente en que vosotros sabréis qué hacer con ellas
y cómo hacerlo.
Sobre todo si, como nosotros, tenéis muchas ganas de integrar en
nuestro patrimonio oral aquellas palabras que nos llegan de tan
lejos, porque la palabra es una herramienta sencilla, que actúa como
puente entre el tú y el yo, entre los otros y nosotros.
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EL GUSANO Y LOS ANIMALES SALVAJES
Cuento masai
Este cuento provoca muchas risas entre el pueblo masai. Debéis
saber que los masai tienen la reputación de ser la tribu más
valiente de África central. Altos y valientes recorren la sabana a
buen paso, siempre directamente hacia sus objetivos, con su lanza
y su escudo en la mano. Los habréis visto en alguna película, como
por ejemplo Memorias de África. Tras sus largas caminatas,
seguramente les apetece ridiculizar sus propias proezas con
historias tan repletas de ironía como las de este gusano fanfarrón.
Porque reír es una de las mejores virtudes humanas y, por tanto,
una de las más entrañables cualidades del pueblo masai, que sabe
usar una máscara animal para parodiar actitudes muy humanas.
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El gusano y los animales salvajes
Cuento masai
Érase una vez una liebre que salió de casa para ir de paseo. Aprovechando
su ausencia, un gusano se coló en casa de la liebre.
Cuando la liebre regresó y vio unas huellas en el suelo, desconfió y gritó:
-¡Eh! ¿Quién se ha metido en mi casa?
El gusano proclamó a gritos con la voz más potente que pudo:
-¡Soy el gran guerrero, hijo del gigante que perdió los grilletes de los
tobillos en la batalla de Kurtiale! ¡Yo tiro por los suelos al rinoceronte y hago
del elefante caca de vaca! ¡Soy invencible!
La liebre huyó a toda prisa, pensando:
-¿Cómo voy a enfrentarme yo, que soy tan pequeñita, a un animalote que
usa al rinoceronte de alfombra para limpiarse los pies de la caca de vaca en que
ha convertido al elefante?
Por el camino encontró al chacal y le pidió que fuera con ella a parlamentar
con aquel tipejo que se había instalado en su casa. El chacal accedió y cuando
llegaron a casa de la liebre, ladró con fuerza y preguntó:
-¿Quién se ha metido en casa de mi amiga la liebre?
El gusano respondió con un gran vozarrón:
-¡Soy el gran guerrero, hijo del gigante que perdió los grilletes de los
tobillos en la batalla de Kurtiale! ¡Yo tiro por los suelos al rinoceronte y
convierto al elefante en caca de vaca! ¡ Soy invencible!
Al oír estas palabras, el chacal dijo con las orejas gachas:
-No tengo nada que hacer con un tipo así... -y se largó con el rabo entre
las piernas.
Entonces la liebre fue a buscar al leopardo, y le pidió que fuera a
parlamentar con el gigante que tenía metido en casa.
Al llegar a casa de la liebre, el leopardo rugió:
-¿Quién se ha metido en casa de mi amiga la liebre?
El gusano volvió a responder a gritos:
-¡Soy el gran guerrero, hijo del gigante que perdió los grilletes de los
tobillos en la batalla de Kurtiale! ¡Yo tiro por los suelos al rinoceronte y
convierto al elefante en caca de vaca! ¡Soy invencible!
El leopardo se asustó:
-¡Si hace picadillo al rinoceronte y al elefante, imagínate qué hará
conmigo! -y huyó muerto de miedo. Había que empezar de nuevo. Esta vez la
liebre fue a pedir ayuda al rinoceronte. Cuando el rinoceronte llegó ante la
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casa de la liebre y preguntó quién estaba ahí adentro, oyó un
vozarrón que decía:
-¡Soy el gran guerrero, hijo del gigante que perdió los
grilletes de los tobillos en la batalla de Kurtiale! ¡Yo tiro por los
suelos al rinoceronte y convierto al elefante en caca de vaca!
¡Soy invencible!
¡Uy, lo que pensó el rinoceronte de verdad cuando oyó estas
palabras!
-¿Quéééé? ¿Dices que me puedes tirar por los suelos de un
soplido? Ay, no, yo prefiero seguir vivito y coleando.
Y puso pies en polvorosa. Y así fue como a la liebre no le
quedó más remedio que ir a buscar al elefante y pedirle ayuda.
El elefante la acompañó, preguntó quién estaba dentro de la
casa, escuchó la respuesta y finalmente dijo que no tenía ni pizca
de ganas de que le convirtieran en caca de vaca.
¡Pobre liebre! ¿Qué podía hacer? Ni siquiera los animales más
fuertes y grandes de la selva se atrevían a echar a aquel huésped
indeseable que se le había metido en casa...Lloraba y suspiraba por
su desgracia, cuando pasó por allí una rana.
La rana le preguntó por qué lloraba, y la liebre se lo contó todo.
Entonces la rana se acercó al portal de la casa de la liebre y preguntó quién
estaba dentro. Obtuvo la misma respuesta que los demás animales:
-¡Soy el gran guerrero, hijo del gigante que perdió los grilletes de los
tobillos en la batalla de Kurtiale! ¡Yo tiro por los suelos al rinoceronte y hago
del elefante caca de vaca! ¡Soy invencible!
Pero la rana, en vez de huir, se acercó más a la puerta y gritó:
-¡Pues prepárate porque ahora vengo yo! ¡Puedo saltar como una
catapulta y además tengo un aspecto monstruoso!
Cuando el gusano lo oyó, se puso a temblar como una hoja. ¡A
saber quién estaba en la entrada! ¡Y a saber si de un brinco saltaría
sobre el tejado y lo dejaría hecho polvo! Prefirió asomar la nariz y
confesar: -No soy más que un gusano...
Todos los animales del lugar, que se habían acercado a la
cabaña de la liebre para ver qué tipo de gigante gigantón gigantazo se
había colado allí, y para saber cómo acababa todo, no pudieron evitarlo y
soltaron la gran carcajada.
Y mientras la liebre y la rana saltaban y bailaban de alegría, el chacal, el
leopardo, el rinoceronte y el elefante querían morirse de vergüenza.
¡Mira que tener miedo de un gusanillo ridículo!
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EL GATO Y LOS RATONES
Cuento tibetano
Esta fábula de animales procede del Tíbet, que es una nación
situada en lo más alto del mundo. La lengua tibetana proviene del
sánscrito, y su patrimonio de narraciones tradicionales tiene
fuertes influencias de la India. Los cuentos tibetanos tienen un
carácter burlón e irónico, tanto los que narran peripecias
humanas como las simples historias de animales.
A pesar de todo, en el cuento que os presentamos no hay nada
que no pudiera haber ocurrido en la esquina de vuestra casa. No
busquéis en él ningún rasgo exótico, porque no lo tiene.
Solamente el profundo respeto por los ancianos, y la necesidad
de proteger al pueblo de los ratones de cualquier calamidad
provocada por el más fuerte, dejan entrever el origen tibetano
de esta narración, porque los tibetanos siempre han recelado de
la invasión de los más fuertes, como China, que actualmente,
como el gato del cuento, ha tomado la decisión de devorarlos.
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El gato y los ratones
.
Cuento tibetano
Había una vez un caserón situado en la cima de la montaña más alta del
mundo. En él vivía un gato que siempre tenía la panza llena, porque la casa
estaba llena de rincones y recovecos que eran la madriguera de cientos de
ratones. O sea que Don Gato cazaba y comía cada día a pedir de boca.
Sin embargo, llegó un día en que el gato se hizo viejo. Le pesaba la
barriga y no tenía las patas tan ágiles como antaño.
¡Pero seguía teniendo un hambre tremebunda!
- ¿ Qué voy a hacer? -se preguntaba el gato, y discurría buscando la
manera de comer ratones sin tener que cazarlos.
¡Y la encontró!
En cuanto cazó un ratón, se lo puso ante los ojos y le dijo con voz
zalamera:
-No tengas miedo, no voy a comerte. Ya soy viejo, he reflexionado sobre
mi vida y me he dado cuenta de que he hecho mucho daño al pueblo de los
ratones. ¿Podrías avisarlos a todos y pedirles que se reúnan en la sala grande
para que les pida perdón?
El ratoncito, con tal de salvar la vida, se lo prometió y huyó, patas para qué
os quiero, a avisar a todos sus amigos y compañeros del deseo de Don Gato.
Cuando la tropa de ratones que vivía en el caserón oyó el mensaje, la mitad
no podía creerlo:
-¿Y si es mentira?
-¿Y si es verdad? -replicaba la otra mitad. E intentaban convencer a los
demás que valía más una posibilidad de paz entre ellos y el gato que ninguna.
Con mucha prudencia se fueron reuniendo en la sala, muy cerca de las
grietas y de los agujeros de salida, por si tenían que huir a toda prisa.
Y llegó Don Gato, con el andar pausado de los ancianos, un aire arrepentido
y la cabeza gacha, como corresponde a alguien que pide
clemencia. Se sentó en su gran almohadón en el centro de la
sala y dijo, haciendo mucho cuento:
-Amigos ratones, me he hecho viejo, he revisado mi
vida y de todas mis fecharías la que más me duele es
haberos hecho tanto daño, persiguiéndoos y devorándoos
sin contemplaciones. Os pido humildemente perdón. A partir
de ahora no volveré a comerme ningún ratón...
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-¡Ooooh! -exclamaron los ratones entre grandes aplausos.
-Pero... -prosiguió el gato-, me gustaría mucho que, para sellar este
compromiso, cada día, al mediodía y por la noche, todos vosotros desfilaseis
ante mí por esta sala para hacerme una reverencia.
-¿Y por qué tendríamos que hacerla? -preguntó un ratón muy avispado
que se llamaba Ambé.
-Porque los libros antiguos dicen que una de las costumbres más hermosas
de nuestro pueblo es la de ser agradecidos. Y si yo, contradiciendo a mi
naturaleza, dejo de cazar ratones, vosotros bien podéis agradecérmelo con una
reverencia. Esas reverencias irán al cielo y así, por cada reverencia, allá arriba
se borrará una de mis fechorías.
-¡Ah, es cierto! ¡Así lo dicen los libros antiguos! -exclamó otro ratón que se
llamaba Rambé y que era muy sabio y muy amigo de Ambé.
Y, puesto que los libros lo decían, acordaron hacerlo así.
Aquella misma noche, los ratones se pusieron en fila y
desfilaron delante de Don Gato que observaba complacido sus
reverencias relamiéndose. Cuando el último ratón de la cola
pasó por delante del gato... alargó la zarpa y, izas! se lo
zampó de un bocado. Como era el último, nadie se dio
cuenta. Y el gato se quedó muy satisfecho de su astucia por
haber logrado comer sin preocuparse de cazar.
Lo mismo se repitió desfile tras desfile,
cada mediodía y cada noche, y Don Gato siempre tenía ratón para almorzar
y para cenar.
Los ratones parecían satisfechos de haber hecho las paces con su enemigo
el gato. Todos menos el astuto Ambé y el sabio Rambé, que no lo veían muy
claro. Decidieron mantenerse al acecho porque... ¿dónde se había visto un gato
que no comiera ratones? No existe ningún libro en el mundo que no cuente que,
desde el amanecer de los tiempos, los gatos se comen a las ratas, ¿verdad?
Vigilando, vigilando, Rambé y Ambé se dieron cuenta de que cada día había
menos ratones como ellos y desconfiaron. Desconfiaron de Don Gato.
-¿Sabes qué vamos a hacer, Ambé?
-¿Qué vamos a hacer, Rambé?
-Esta noche te pondrás en el primer lugar de la fila y yo en el último.
Yo no pararé de llamarte y tú, sobre todo, no dejes de responderme. ¿ Lo
has entendido bien, Ambé?
-Perfectamente, Rambé. ¡Soy muy listo!
Y así fue como aquella noche Ambé se las apañó para ser el primero
de la fila que iba a desfilar delante del gato haciendo reverencias mientras
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que Rambé se hizo el remolón para colocarse el
último. Desde allí no paraba de gritar:
-Ambé, ¿me oyes?
-¡Sí, Rambé! ¿Cómo estás?
-Muy bien. ¿Y tú, Ambé?
-¡Yo también, Rambé!
Y así no paraban de llamarse de un extremo a otro de la fila.
El gato también oía aquella conversación que no paraba ni se cortaba y
pensó que si devoraba a Rambé, el último ratón, el primero de la fila, Ambé, se
daría cuenta, con lo que se descubriría su enredo y perdería para siempre la
posibilidad de almorzar y cenar sin cazar. De modo que prefirió no echarle el
guante a Rambé y se acostó sin cenar. «Mañana será otro día», pensó.
Pero al día siguiente, a la hora de almorzar, Rambé y Ambé repitieron
su estratagema. Y a la hora de cenar, también.
-Ambé, ¿me oyes?
-¡Sí, Rambé! ¿Cómo estás?
-Yo muy bien. ¿Y tú, Ambé?
-¡Yo también, Rambé!
El gato traidor no sabía qué hacer. Se le removían las tripas y los ojos
le centelleaban de rabia. Rambé pudo verlo al desfilar ante él para hacerle la
gran reverencia.
-¡Ay, Ambé! Ese gato está que muerde. No resistirá muchos desfiles más
oyendo nuestros gritos. ¡Al final nos hará picadillo!
-¡Ay, Rambé! ¿Qué podemos hacer?
-Avisemos a los demás. Tenemos que salvar al pueblo de los ratones.
¡Tenemos que mantenemos unidos y estar al acecho!
Aquella noche, Ambé y Rambé reunieron al pueblo ratonil y se lo contaron
todo: su desconfianza, la estratagema que habían tramado y cómo había
funcionado, pero también les avisaron de que aquello no iba a durar demasiado.
Los ratones agradecieron mucho las palabras de Ambé y Rambé y se
comprometieron a mantener los ojos bien abiertos en el próximo desfile, listos
para echar a correr y escapar en cuanto Don Gato moviera uno solo de los pelos
de su bigote.
Al mediodía del día siguiente hubo un nuevo desfile con Ambé al principio
y Rambé al final de la fila, llamándose uno a otro de aquella manera que ponía
tan nervioso a Don Gato.
Cuando el gato se dio cuenta de que aquel día tampoco podría comer ratón,
se impacientó y decidió que si no podía zamparse al último ratón, se comería al
del medio de la fila. ¡Ya le habían tomado bastante el pelo!
¡Menos mal que los ratones estaban avisados! Al pasar el del medio de la
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fila, el gato levantó la pata y... ¡fiu! una desbandada de ratones se escondió por
todos los agujeros de la sala y se coló en sus madrigueras. ¡Se habían acabado
las reverencias! ¿Qué clase de agradecimiento merecía aquel gato traidor y
mentiroso?
Don Gato tuvo que resignarse a hacer dieta.
Y, en sus madrigueras, en aquel caserón de la cima de la montaña más
alta del mundo, los ratones celebraron que el sabio Rambé y el astuto Ambé
los habían salvado de morir bajo las zarpas de Don Gato. Y los ratones
tibetanos todavía conservan la memoria de aquellos dos antiguos ratones
que salvaron a su pueblo.
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SARSAUR
Cuento marroquí
Este cuento proviene de Marrakech, ciudad de Marruecos y
centro comercial de los pueblos nómadas del Sahara. En sus
zocos siempre hay narradores de cuentos, magos y adivinos,
personajes tan importantes en este relato. Y la gente se
detiene ante ellos, formando un corro, y escucha complacida
sus historias, a veces llenas de una poesía mágica que hace
soñar, a veces tan pícaras como para echarse a reír. Sarsaur
sintetiza bien los dos aspectos de las narraciones
tradicionales árabes: aparecen en él princesas y palacios de
las Mil y una noches y pícaros acuciados por el hambre. Una
vez leída, explicadla en clase con los chicos y chicas sentados
formando un corro, como si os hallarais en el zoco o en la
plaza de Djemaa el Fna ante una perla llegada del sur de
Marruecos para incluirla en la corona de nuestro patrimonio
oral.
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Sarsaur
Cuento marroquí
Érase una vez, en las montañas del Atlas, un pobre jornalero a
quien todos llamaban Sarsaur. En la lengua de los habitantes del
Atlas, sarsaur significa «saltamontes», y como aquel pobre hombre
era pequeño y esmirriado, todo piel y huesos, y con sólo una pizca de
cerebro, sus vecinos creyeron que el apodo de Saltamontes le iba que
ni pintado.
Sarsaur se pasaba el día
lamentándose de su mala
suerte en voz alta: -¡
Estoy tan cansado!
¡Trabajo, trabajo y trabajo
pero no logro hacerme rico!
Ni siquiera puedo comer
tres veces al día, como la
gente de bien. Un
mendrugo y basta...
Trabajo, trabajo y trabajo
pero ni siquiera puedo
acostarme en un colchón de lana, como los ricos. Mi cama es una
estera y mis huesos crujen cuando me tumbo en ella... Trabajo,
trabajo y trabajo... y al llegar a casa, ¿qué veo? Una choza con la
cama junto a los fogones. ¡Ya estoy harto! ¡Si yo pudiera comer tres
veces al día...! ¡Si yo pudiera dormir en una cama blandita...! ¡Si yo
pudiera vivir en un palacio...!
Sarsaur se pasaba el día quejándose.
Un día fue al mercado de Marraquech para ver si alguien lo
contrataba para trabajar corno jornalero y pasó un buen rato
contemplando todas las cosas que había para vender y comprar en
aquel rico mercado. No faltaba la comida, ni las ropas, ni las
joyas, ni los cachivaches de todas clases, ni, por supuesto,
narradores de cuentos, encantadores de serpientes o adivinos que
revelaban los secretos del pasado o del futuro. Viendo cómo la
gente llenaba los bolsillos de aquellos magos que trabajaban
sentados, Sarsaur no pudo evitar refunfuñar:
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-¡Mira si hay gente lista, en este mundo! Ni aran, ni siembran,
ni siegan. Pasan el día dándole a la lengua y todos les dan dinero.
Yo también sabría hacerlo. ¿Y, por qué no lo hago?
Dicho y hecho.
Sin pensarlo dos veces, Sarsaur, que tenía la cabeza hueca
como un saltamontes decidió cambiar el oficio de jornalero por el
de adivino.
Anda que andarás, con su hatillo al hombro, Sarsaur rondaba por
los caminos polvorientos de su tierra sin encontrar más que pobres
gentes, jornaleros o campesinos, que mal podrían pagarle sus
supuestas dotes de adivino, porque eran tan miserables como él
mismo. Anda que te andarás, Sarsaur llegó junto a una verja altísima
que rodeaba el jardín de un gran palacio. Nunca había visto nada
igual.
Agotado por la caminata, Sarsaur se sentó a descansar a la
sombra del muro. De repente, escuchó sollozos y gemidos y alboroto.
Y, sobre todo, un llanto de mujer. Extrañado, Sarsaur, que si bien es
cierto que tenía poca cabeza no lo es menos que tenía buen corazón,
corrió a la puerta del palacio para averiguar qué desgracia era aquella
que hacía llorar tanto a una mujer.
En la puerta encontró a un criado y le preguntó cuál era la causa
de aquellos lamentos.
-¡Ay! ¡Es que mi señora, la princesa, ha perdido su anillo más
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preciado! Un anillo con un rubí precioso que le había regalado su padre
antes de morir. Ella adoraba a su padre y cada vez que miraba el
anillo se acordaba de él. Y ahora está muy triste porque lo ha
perdido. Y muy asustada...
- ¿Y por qué está asustada? -
preguntó Sarsaur, que no lo
comprendía porque en su cabeza
solamente cabían las cosas de una en
una-. ¿Acaso no tiene bastante con
estar triste como para que además
tiene que asustarse?
-Está asustada porque cuando
regrese su marido, el príncipe, se
enfadará mucho y le reprochará que
haya perdido el anillo.
Entonces Sarsaur tuvo una idea y
exclamó:
-Amigo mío, precisamente soy
adivino. Déjame entrar para que
hable con la princesa y encuentre su
anillo.
A pesar de que el criado no podía creer que aquel pobretón
harapiento fuera un adivino, lo dejó pasar y lo condujo ante la
princesa, a través de un frondoso jardín en el que docenas de fuentes
manaban agua fresca y por el que revoloteaban cientos de pájaros de
mil colores.Sarsaur pensó que en todo Marruecos no podía haber otro
lugar más maravilloso.
Encontró a la princesa llorando desesperadamente en el centro del
jardín. Cuando supo que Sarsaur, a pesar de ir tan mal vestido,
era un adivino que se ofrecía para encontrar el anillo perdido, le
hizo un gran recibimiento.
-¿Qué debo hacer, oh bienvenido adivino, para encontrar
mi anillo?
Ya podéis suponer que Sarsaur no tenía la más mínima idea
de lo que había que hacer para encontrado, pero en cambio sí
que sabía lo que él quería hacer.
-Bella princesa, estoy agotado del viaje que me ha traído
hasta tus pies. Si ordenas que me sirvan tres buenas comidas,
enseguida podré encontrar tu anillo -le dijo.
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A la princesa le faltó tiempo
para entrar en palacio, instalar a Sarsaur en el comedor,
cómodamente sentado sobre los almohadones de pluma, y mandar
que le sirvieran tres comidas suculentas, mientras le lavaban y le
perfumaban los pies, las manos y los cabellos, y le servían
bebidas refrescantes.
Sarsaur se sintió tratado a cuerpo de rey, y hubiera querido que
aquella buena vida durase para siempre. Entonces se dio cuenta de que
después de la comilona tenía que buscar un anillo que no sabía ni cómo
era ni dónde estaba, y aún menos cómo podía encontrarlo. Y, si no lo
recuperaba, seguramente el príncipe ordenaría que lo colgaran. Pero
eso pasaría después de los tres festines que Sarsaur tenía entre ceja
y ceja, y pensó que, puestos a morir, al menos moriría con la panza
llena. Y como esto era lo único que pretendía en este mundo, la boca
se le hacía agua pensando en los banquetes que iban a preceder su
muerte.
Justo en aquel instante un criado le presentaba la bandeja repleta
de exquisiteces que la princesa había ordenado preparar como primer
festín.
-¡Aquí llega el primero! -exclamó Sarsaur, que no podía evitar
hablar en voz alta.
Se zampó los pichones asados con canela y especias, los huevos
de codorniz, los pastelillos de almendra...Y entró el segundo criado
con una bandeja aún más repleta de manjares deliciosos que la
primera.
-¡Y aquí está el segundo! -volvió a decir Sarsaur en voz alta. Y
devoró la espalda de cabrito asada, las berenjenas rellenas y los
dátiles dorados, todo regado con el más delicioso té de menta que se
puede probar... Y se abrió la puerta y entró otro criado con la
tercera bandeja de comida.
-¡Y por fin llega el tercero! -contó Sarsaur en voz alta como
siempre, antes de abalanzarse sobre el plato de cuscús humeante, los
higos bañados en almíbar, y las pastas de pistachos crujientes. Y se
hartó tanto que cayó dormido sobre los almohadones.
Sarsaur hubiera dormido como un tronco hasta el día siguiente si
alguien no le hubiera dado unos golpecitos en el hombro. Se despabiló
y se encontró con los tres criados arrodillados ante él pidiendo
clemencia.
-¿Qué sucede? ¿Por qué me pedís perdón? -les preguntó sin
entender nada de nada.
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-jOh, gran adivino! Es verdad que nosotros tres somos los que
hemos robado el anillo de la princesa y no podemos ni imaginar cómo
has logrado adivinarlo, diciendo «aquí llega el primero, aquí está el
segundo y por fin llega el tercero» cuando hemos entrado a servirte
la comida. Te rogamos que tengas piedad de nosotros. Estamos
casados y somos padres de familia. No nos acuses ante el príncipe,
porque estamos seguros de que nos matará si se entera.
Sarsaur, despierto solamente a medias, no acababa de
comprender de qué hablaban aquellos granujas. Pero, como ya hemos
dicho que tenía más corazón que cerebro, se compadeció de ellos e
ideó un plan para que nadie tuviera que morir por aquella falta.
-Está bien, está bien. Dejad de llorar. Dadme el anillo e id a
buscar un pavo real del jardín.
Los tres criados se apresuraron a buscar un pavo y llevárselo a
Sarsaur junto con el anillo robado.
Sarsaur agarró al pavo por el pescuezo y, como pudo, le hizo
tragar el anillo.
-Ahora, devolved el pavo al jardín y atiborradlo bien. Mientras
tanto yo iré a ver a la princesa.
La pobre muchacha estaba impaciente por saber qué le diría
Sarsaur.
-¡Mi gran señora y princesa! Haz que desfilen ante ti todas las
aves del jardín y te prometo que pronto volverás a lucir el anillo en tu
dedo.
La princesa, muy extrañada, ordenó que hicieran
lo que había dicho Sarsaur, y las aves desfilaron
ante ella como una tropa ante un general. A cada
ave que pasaba, Sarsaur decía que no, que no con
la cabeza, hasta que llegó el pavo real luciendo su
esplendorosa cola. Entonces Sarsaur lo señaló con el
dedo y dijo:
-Éste es el ladrón. Dadle una purga y el
anillo saldrá.
Y así lo hicieron. Con ayuda de la purga, el
anillo salió a la luz del día ante la sorpresa de
los espectadores de aquel desfile, que
aplaudieron a rabiar la sagacidad de aquel
adivino que veía rubíes donde ellos no veían
más que plumas de colores.
La princesa mandó limpiar el anillo y se
25
lo puso de nuevo, prometiendo que jamás volvería a quitárselo.
Y rogó a Sarsaur que se quedara para siempre en aquel palacio
como adivino de la corte.
Era justo lo que Sarsaur quería oír.
-¡Por fin podré dormir en una cama con tres colchones, comeré
tres veces al día y tendré tres techos sobre mi cabeza! ¡Seré muy
feliz!
Y lo fue hasta que llegó el príncipe, a quien la princesa contó todo
lo que Sarsaur había hecho por ella.
El príncipe no acababa de creer que aquel hombrecillo canijo y
esmirriado pudiera ser un adivino de verdad. Lo miraba fijamente y
movía la cabeza con escepticismo.
-No puedo creerlo, querida. Cuanto más le miro más me parece
que tiene más cara de bobo que de sabio.
-Pues, bobo o no, supo encontrar
el anillo. Pregúntale lo que quieras y
él te lo dirá -le decía ella.
-De acuerdo, haremos una
prueba -aceptó el príncipe.
El príncipe salió al jardín y
agarró el primer bichejo que vio y se
lo escondió en el sombrero. Entonces
mandó llamar a Sarsaur.
Sarsaur temblaba de pies a
cabeza con sólo pensar en que tenía
que superar una prueba delante de aquel príncipe que lo miraba de
reojo.
El príncipe le dijo:
-Adivino, deseo conocer tus poderes. A ver si sabes qué bicho
tengo debajo de mi sombrero...
Sarsaur sintió que un sudor frío lo empapaba. ¿Cómo iba a saber
qué había ahí debajo? ¿Por qué había dicho que era adivino? Había
sido muy tonto por no haberse marchado de allí cuando aún estaba a
tiempo...
Y, una vez más, pensó en voz alta, como hacía siempre que se
lamentaba.
-¡Ay, pobre Saltamontes!. Ahora sí que te han pillado.
El príncipe levantó el sombrero y comprobó con gran sorpresa
que, efectivamente, aquel bichejo era un saltamontes.
¿Os acordáis que hemos dicho que en las tierras del Atlas,
26
Sarsaur significa «saltamontes»? Pues así fue cómo un apodo salvó
la vida de un dueño bocazas.
El príncipe se quedó pálido por la sorpresa y reconoció que
Sarsaur era un gran adivino.
El saltamontes dio tres saltos y se perdió entre el verdor de aquel
jardín maravilloso.
Y Sarsaur aceptó todas las recompensas que los príncipes quisieron
darle por sus servicios. Se construyó una casita con un solo tejado,
una cama con un solo colchón y, eso sí, comió tres veces al día
durante todos los días de su larga vida.
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EL VIEJO ALLANAMONTAÑAS
Cuento chino
Ante algo que pide mucha paciencia, en más de una
ocasión hemos oído cómo la gente exclama: “Es un trabajo
de chinos”, o bien “Se necesita una paciencia de chinos”.
¿De dónde les viene a los chinos esa fama de pacientes?
Pues de esta leyenda mitológica que os ofrecemos ahora y
que esconde un bello mensaje esperanzador: no hay nada
imposible si ponemos manos a la obra, por larga que sea
la tarea y por utópico que sea el objetivo, si nos ponemos
a ello entre todos.
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El viejo allanamontañas
Cuento chino
Hace muchos años, vivía en la China un hombre de noventa años
tan sabio que todos lo llamaban el Viejo Sabio. Andaba de acá para
allá, recogiendo y dejando constancia por escrito de las mil y una
formas de sabiduría que existían entonces en la antigua China. Se
admiraba ante todo y de todo sabía sacar una lección para sus
discípulos.
Un buen día, anda que te andarás, llegó a un pueblo encaramado
entre dos montañas altísimas. El Viejo Sabio tenía sed y pidió agua a
una muchacha que pasaba por allí. Ella, amablemente, le dio agua y le
preguntó cuántos años tenía:
-Noventa -le dijo el Viejo Sabio.
-jUy, como mi abuelo! También tiene noventa
años...
-¿Y cómo se llama tu abuelo?
-Kuifu, pero todos le llaman el Viejo Bobo.
-Entonces no nos parecemos tanto... -
concluyó el Viejo Sabio.
Sin embargo, el Viejo Sabio quiso
averiguar por qué llamaban a aquel hombre tan
anciano el Viejo Bobo. Siguiendo a la muchacha,
fue a conocerlo. El Viejo Bobo no estaba en
casa sino en el campo, arando y arando sin
parar.
-Buenos días -dijo el Viejo Bobo cuando vio al forastero.
-Buenos días -respondió el Viejo Sabio, observando
atentamente a aquel anciano que trabajaba con sudor y esfuerzo
pero era capaz de arar en surcos muy rectos, de conducir al buey
eficazmente y de ser amable con los recién llegados.
Cuando terminó la jornada, el Viejo Bobo invitó al Viejo Sabio a
dormir en su casa.
Era una casa ordenada y pulcra, llena de hijos y nietos. Y todos
trabajaban con gran afán.
Viendo que todos trabajaban diligentemente, cada uno de acuerdo
con su edad y con su condición, el Viejo Sabio se extrañó aún más del
29
apodo del dueño de la casa. Detuvo un momento a su mujer y le
preguntó:
-Hace rato que observo a vuestro marido y no sé adivinar por qué
le llaman Viejo Bobo. ¿Acaso es un hombre muy chapucero?
-¡Ni hablar! Mi marido es un buen hombre, de lo más habilidoso,
tanto para cazar como para labrar, cavar, segar o trabajar la
piedra y la madera. ¿Qué os creíais?
-Entonces, ¿tendrá pocas luces, será estúpido o irreflexivo?
-¡Ni hablar! Mi marido es inteligente y juicioso, optimista y listo,
amable y leal. ¿Qué os creíais?
-¿Quizás es un haragán?
-¡Ni hablar! Eso sí que no. ¿Qué os creíais? Trabaja cada día de
sol a sol, y es muy capaz de desafiar al viento y la lluvia para llevar
a cabo su labor.
-¿Y cuál es esa labor?
-Ay, Viejo Sabio, preguntádselo a él... -respondió la buena
mujer, harta de tantas preguntas.
De modo que el Viejo Sabio al final fue a preguntarle
directamente al Viejo Bobo por qué le llamaban así.
-Me llaman Viejo Bobo porque no paro de trabajar.
-¿Y no os parece que a vuestra edad ya habéis trabajado
bastante? Tenéis hijos y nietos que pueden trabajar los campos y
poneros un plato en la mesa -le propuso el Viejo Sabio.
Entonces el Viejo Bobo tomó por el brazo al Viejo Sabio y lo
llevó a la puerta de su casa, desde donde se veían las cimas de
aquellas montañas tan altas. Las señaló y le explicó al Viejo Sabio
lo siguiente:
-Soy un hombre afortunado. Tengo hijos y nietos. Todos tienen
boca para comer. Y yo soy el responsable de todos ellos. Cuanto
mayor es la prole que viene detrás de mí, más bocas debo alimentar.
Y los campos que cultivamos no son tan grandes como eso. Por este
motivo, cada día, muy de mañana, salimos todos hacia las cimas de
esas dos montañas y cada uno de nosotros se lleva un capazo de
tierra y roca. Cuando logremos allanarlas, nuestros campos serán más
grandes y habrá suficiente comida para todos: para mí, para mis
descendientes, para la gente de mi pueblo, y para todos los
forasteros que, como vos mismo, vienen a casa a cenar.
30
-¡Hombre de Dios! ¿Qué decís? Ya tenéis
noventa años. ¡Nunca conseguiréis allanar
esas montañas! ¡Ahora entiendo por qué os
llaman bobo!
-¿Y a vos os llaman Sabio? ¡Claro que soy viejo! ¡Tanto como vos!
Pero tengo hijos y nietos y biznietos, y
ellos también tendrán hijos y nietos y
biznietos, y aunque yo me muera, si
ellos siguen mis enseñanzas,
capazo a capazo conseguirán
allanar la montaña y habrá
comida para todos. Empecé esta labor
cuando era joven y aún no estaba
casado. El primer día solamente saqué un capazo de tierra. Ahora,
gracias a mis descendientes, cada día sacamos veinte capazos. ¡Y
vendrá el día en que sacarán un centenar de capazos! Porque yo tengo
la ventaja de que mis descendientes se multiplican día tras día,
mientras que la montaña no puede crecer por más años que pasen. Si
trabajamos todos juntos, un día este terreno será llano y podremos
cultivarlo y comer a pedir de boca.
Éstas fueron las palabras del Viejo Bobo.
Y el otro viejo, el que lo sabía todo, no supo qué replicar de
tanta razón que tenía el Viejo Bobo.
Cuenta la leyenda que una noche, los dioses de las montañas,
enternecidos por la tenacidad y las generosas
intenciones del Viejo Bobo, salieron de su morada,
tomaron las dos montañas en brazos y las tiraron
al mar. Y así fue como el Viejo Bobo,
antes de cumplir cien años, vio cómo su
sueño se hacía realidad y tenía la posibilidad
de plantar arroz para que todas las personas del
mundo pudieran comer. Ojalá que esta leyenda fuera
verdad (¡sin provocar ningún desastre ecológico,
claro!).
31
EL CUENTO DEL OSO GIGANTE Y LA OSA MAYOR
Cuento iroqués
Los iroqueses son un pueblo que forma parte de una de
las principales naciones de los indios americanos. A
mediados del siglo XV abandonaron sus territorios del
Misisipí y se establecieron en el lugar donde hoy se
encuentra la ciudad de Nueva York y entre los estados
de Ohio, Pennsylvania y el sudoeste canadiense. Su forma
de vivir y de regirse inspiró la Constitución americana de
1776. A pesar de ello, el
pueblo iroqués no tiene
derecho a la ciudadanía
americana.
Las tribus iroquesas
conforman cinco grandes
naciones o pueblos, de los
cuales uno de los más
importantes es el de los
mohawk, que han sabido
conservar las tradiciones y
leyendas de su pueblo sin
utilizar la escritura, sino
los pictogramas. Con pictogramas como los que
reproducimos aquí se identificaban los árboles y las
grandes casas largas (wigwams) hechas con corteza de
abedul, que podían superar los cien metros de largo y en
las que vivían unas veinte familias. En estas casas se
reunía el consejo de los ancianos y, además de tomar
decisiones importantes para la tribu, se explicaban
leyendas como ésta, que narra el origen de la constelación
de la Osa Mayor.
32
El cuento del Oso Gigante y la Osa Mayor
Cuento iroqués
Esta es una historia que los iroqueses contaban a los niños
durante las lunas invernales y comienza así:
Hace muchísimos inviernos, siguiendo el curso del río
Oswego, existía un poblado mohawk de casas largas
fabricadas de corteza de árbol.
Un buen día, los cazadores mohawk
descubrieron las huellas de un oso realmente gigantesco.
Y las vieron muchas otras veces; en ocasiones, las
huellas circundaban por completo el poblado mohawk.
Los animales desaparecieron del bosque y los
mohawks comprendieron al momento que el gigantesco
oso era el culpable. Sin duda los estaba exterminando
o poniéndolos en fuga.
La escasez de alimento trajo el hambre a los mohawk. Las
despensas estaban vacías, y el pueblo, hambriento. La inanición se
reflejaba en cada rostro.
Uno de los jefes dijo: «Debemos matar al oso gigante,
causa de todos nuestros males.»
Inmediatamente una partida de guerreros abandonó el
poblado en busca del oso. Pronto encontraron
sus huellas sobre la nieve y siguieron aquel
rastro durante varios días.
Finalmente encontraron a la horrible
bestia, y al momento todos los guerreros dispararon
sus flechas.
Pero cuál no sería su sorpresa y su consternación
cuando vieron que las flechas se partían contra la
gruesa y fuerte piel. Muchísimas flechas se rompieron y ninguna llegó
a herir al oso.
El oso, enfurecido, se volvió y cargó contra los cazadores, que
intentaron huir. En aquella huida precipitada la fiera mató a muchos
guerreros.
Sólo dos cazadores consiguieron escapar y volver al poblado a
contar el triste relato.
33
Aquellos dos guerreros explicaron lo sucedido durante la
celebración del Consejo del Gran Oso. Contaron el destino de aquella
partida de caza. El triste final de los guerreros en el bosque.
Decidieron atacar de nuevo, y de grupo en grupo, los guerreros
abandonaron el poblado con el mismo objetivo siempre:
destruir al Gran Oso. Pero siempre fallaron.
Se sucedieron las batallas y muchos guerreros no
volvieron jamás de ellas.
El tiempo fue pasando. Los venados huyeron de los
bosques y las despensas se vaciaron por completo.
El pueblo enflaquecía y se debilitaba terriblemente por
la carencia de alimentos. Muchos cayeron enfermos.
El pueblo, amedrentado, calentaba sus cuerpos
hambrientos alrededor del fuego nocturno.
Asustados por aquel oso enorme de garras gigantescas
que cada noche merodeaba amenazador por los confines del
poblado.
Siempre con miedo a abandonar la aldea, pues de la
espesura tenebrosa del bosque surgían los horribles rugidos del Gran
Oso.
Una noche, tres hermanos tuvieron cada uno un sueño extraño.
Durante tres noches consecutivas tuvieron la misma visión. Soñaron
que seguían la pista del Gran Oso y lo mataban.
Así pues, cogieron sus armas y provisiones y salieron tras el oso.
Al poco tiempo dieron con las huellas de la fiera. Aumentaron
el ritmo de la marcha siguiendo aquel rastro con los arcos
siempre preparados.
Durante muchas lunas, siguieron las huellas del oso a
través de la Tierra.
Las huellas les condujeron al Fin del Mundo, al tiempo que
veían cómo la bestia saltaba de la tierra firme a los cielos. Sin
dudarlo un instante, los tres cazadores dieron también el Gran Salto
más allá de las nubes.
Sin vacilación, los tres siguieron al oso por el blando
tapiz del Cielo. Y allí, en el Cielo, pudo vérseles
persiguiendo al oso durante aquellas largas noches de
invierno.
Moría ya el año cuando el oso se preparó para
dormir el invierno. Los tres cazadores se acercaron
entonces lo suficiente como para disparar sus flechas con
34
seguridad de atravesar la gruesa piel.
La lluvia de sangre provocada por tanta herida de flecha tornó
rojas y amarillas las hojas del otoño. Pero el oso siempre encontraba
la manera de escapar al asedio de los cazadores. Se hacía a veces
invisible, aun después de herido; desaparecía para aparecer más
tarde, lejos, fuera del alcance de sus perseguidores.
Por eso cuando los iroqueses ven la Osa Mayor brillando en el
Cielo, dicen: «Mirad, los tres cazadores aún persiguen al Gran Oso.
La caza continúa.»
35
EL ORIGEN DEL VIOLÍN
Cuento roma
Los miembros del único pueblo nómada que aún queda en
Europa, los roma (a quienes algunos llaman “gitanos” o
“cíngaros”) se explicaban esta bonita leyenda al amor de
la lumbre. Es fácil atribuirla a las comunidades cíngaras
del centro de Europa, que cuentan, como todo el mundo
sabe, con virtuosísimos violinistas. Tanto es así que
algunos músicos han compuesto sus partituras basándose
en la gran habilidad de los roma para sacar del violín las
notas más juguetonas y las más líricas.
36
El origen del violín
Cuento roma
Érase una vez un matrimonio que no tenía hijos. Estaban muy
apenados
por ello y cada noche lloraban y suspiraban por tener al menos uno.
Una noche en que habían acampado en el centro de un bosque
espeso, la mujer fue a buscar agua al riachuelo que corría a pocos
pasos de allí, donde encontró a una anciana que le dijo:
-Lloras y suspiras por un hijo, ¿verdad? Pues vuelve a tu casa,
parte una calabaza por la mitad, echa leche dentro y después
bébetela. ¡Tendrás un hijo que será rico y feliz!
Dicho esto, la anciana se esfumó dejando tras ella un intenso
perfume de nardos.
La mujer, como es lógico, regresó a su carro a toda prisa. Le
explicó a su marido el extraño consejo que había recibido junto al
riachuelo y entre los dos corrieron a buscar una calabaza para hacer
lo que había dicho la anciana perfumada.
Al cabo de nueve meses tuvieron un hijo tan moreno y primoroso
que daba gusto verlo. Y aquella familia fue muy feliz hasta que la
madre y el padre murieron.
Entonces el muchacho, Yosa, que había crecido en edad y en
valentía, se dijo:
-¿Qué voy a hacer aquí solo? ¡Me iré a ver mundo!
Fue de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, hasta que un día
llegó a la ciudad más grande del país, donde vivía un rey que tenía una
hija bellísima y un tesoro que ofrecía, junto a la mano de la princesa,
a aquel de sus súbditos que supiera hacer algo que nunca se hubiera
hecho antes, y que fuera, además, algo tan insólito como bueno para
todo el reino.
Cuando Yosa lo oyó, fue sin dudarlo a ver al rey y le dijo:
-Quiero casarme con vuestra hija. ¿Qué debo hacer?
-¡Menuda pregunta! ¿Y tú quieres casarte con mi hija? ¿Cómo
vas a ser capaz de hacer algo nuevo, y bueno si no eres más que un
pobre vagabundo harapiento que, por no tener, no tiene ni casa? Yo
te daré un hogar muy adecuado para alguien tan atrevido y pedigüeño
como tú. ¡Llevadlo a la cárcel!
Y los guardias encerraron al pobre muchacho en una mazmorra
37
oscura como la boca del lobo.
Allí estaba, triste y abatido, cuando, de repente, sintió un
intensísimo perfume de nardos que era como un bálsamo para su
tristeza. Apenas habían pasado cinco minutos desde este prodigio
cuando, en la misma celda, se le apareció una dama bellísima que
desprendía un intenso resplandor. No era otra que Matuya, el hada
de los pájaros. En la mano llevaba una varita, como era de esperar,
y una calabaza seca y alargada. El hada de larga cabellera blanca le
dio la calabaza y la varita al muchacho, diciendo:
-No te preocupes. Todavía puedes lograr la mano de la princesa.
Aquí tienes una calabaza y una varita. Arranca algunos cabellos de mi
melena de cisne y ponlos, bien tensados, de un extremo al otro de la
calabaza hueca y de la varita.
El joven no veía muy claro eso de arrancar cabellos de hada, pero
puesto que ya no importaba un prodigio más, pensó que lo mejor era
hacer lo que le mandaban, como su madre había hecho años atrás con
el consejo que le había dado otra mujer que también olía a nardos y
que quién sabe si no era la misma...
Con mucho cuidado, arrancó un mechón de cabello del hada y
tensó los cuatro más blancos a lo largo de la calabaza y el resto a lo
largo de la varita. Una vez hecho esto, que parecía tan extraño, se
volvió hacia Matuya, interrogándola con la mirada.
-Con esta calabaza haremos un violín. Con él podrás conseguir que
la gente se ponga triste o
contenta, si tú quieres. Si
están tristes, se alegrarán,
y si están contentos,
llorarán. Lo que tú decidas.
.
Entonces, el hada hizo
un agujero en forma de efe
a ambos lados de la
calabaza. Se colocó uno de
los agujeros delante de la
boca y empezó a reír y reír
para meter muchas risas en
su interior. Después, se puso
el otro agujero ante los ojos
y empezó a llorar y llorar
para meter muchas lágrimas
38
en su interior. Y entonces le dijo a Yosa, que la miraba muy
extrañado:
-Ahora, friega y refriega la varita por encima de la calabaza
que ahora es un violín, frotando mis cabellos entre sí.
Y dicho esto, Matuya desapareció tan misteriosamente como
había llegado, pero el dulce aroma de nardos permaneció allí.
Yosa intentó hacer lo que Matuya le había propuesto.
Y del violín nacieron unas notas que jamás se habían
escuchado en ningún lugar del mundo. Unas canciones tan hermosas
que emocionaban a los corazones alegres o alegraban a los
corazones tristes.
Los carceleros bajaron sus armas y aguzaron el oído para
escuchar aquella música tan extraña, tan dulce y tan
estremecedora que salía de la mazmorra. y pidieron a Yosa que
tocara más y más. Pero él les dijo:
-Si queréis que os toque otra canción con mi violín, tenéis que
llevarme ante el rey.
Y se dirigieron todos a la sala del trono.
Ya en presencia del rey, Yosa exclamó:
-Ahora, rey, escuchadme. Sé hacer algo nuevo y bueno,
distinto de todo lo que hay en el mundo.
Y empezó a tocar el violín con mucha habilidad.
El rey lloraba y reía a la vez de lo emocionado que estaba.
La princesa reía y lloraba, porque nunca había oído algo tan bello. Y
toda la corte estaba embelesada y tenía ganas de bailar o de
cantar siguiendo la música de aquel instrumento que nadie había
oído ni visto hasta entonces.
Naturalmente, el rey quiso que el
músico se casase con la princesa, y que
cada día del mundo en palacio se
escuchasen las notas melancólicas o
alegres de aquel violín que tanto placer
y tanta paz llevaba a los corazones de
la gente.
Y así fue como el violín vino al
mundo.
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LA ESPADA DE BANZO
Cuento japonés
Muchos de los chicos y chicas que escucharán esta
historia ven los dibujos animados de la televisión y se
apasionan por las aventuras “manga”, tan de guerreros y
de espadas. No obstante, no les vendrá mal saber qué
hay que hacer para llegar a ser un gran guerreo samurai,
según la tradición.
Las victorias fulminantes que tienen lugar en la pequeña
pantalla son -como los mismos dibujos animados intentan
demostrar a veces- fruto de un largo y paciente
aprendizaje que, según la cultura del zen japonés, tiene
más que ver con la paciencia y la humildad que con el arte
de la esgrima o del pim pam pum violentos a los que nos
va acostumbrando el cine occidental.
Ojalá que este relato sirva para comprender mejor
aquella cultura oriental que se ha mostrado, desde
siempre, más atenta a la esencia que a la acción.
40
La espada de Banzo
Cuento japonés
Matajuro Yagyu era hijo de un famosísimo espadachín samurai,
y habría hecho cualquier cosa por ser tan famoso y diestro como su
padre.
Pero su padre estaba convencido de que ésta no era la mejor
actitud para manejar la espada, y viendo que su hijo iba por el
mundo galleando, cortando melones y sandías como si fueran las
cabezas de los enemigos, alegando que él era hijo de quien era y
que por el hecho de llevar en las venas la sangre que llevaba no
necesitaba justificarse, llegó un momento en que lo
desheredó y renegó de él, harto de tener que asumir
los destrozos y las fechorías de su hijo.
Entonces, Matajuro se marchó muy decidido al
monte Futara en busca de Banzo, el mayor
maestro de espadachines samurais que existía en
Japón.
-¿Quieres aprender a manejar la
espada bajo mi guía? -le preguntó el
maestro.
-¡Por supuesto que sí! ¡Y
cuanto antes mejor! -respondió
Matajuro. Ante esta respuesta, Banzo coincidió con la opinión de su
padre.
-No pareces apto...
-Pero si trabajo de veras, ¿cuántos años necesitaré para
convertirme en maestro de esgrima? -insistió el joven.
-Todo el resto de tu vida.
-¡No puedo esperar tanto! -replicó Matajuro-. Si aceptas ser
mi maestro estoy dispuesto a soportar todas las fatigas. Si soy tu
devotísimo sirviente, ¿cuánto tiempo me hará falta?
-¡Oh, unos diez años, quizá! -dijo Banzo, sonriente.
-Es que, ¿sabes qué ocurre?, mi padre se hace viejo y pronto
tendré que cuidar de él -fingió Matajuro-. Si trabajo y practico
más a fondo, ¿cuánto tardaré?
-En ese caso quizá treinta años -fue la respuesta de Banzo.
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-¿Cómo se entiende eso? Primero me has dicho diez años y
ahora treinta. Aceptaré cualquier servidumbre o privación con tal
de aprender a manejar la espada cuanto antes.
-Está bien -respondió Banzo-. Entonces, debes quedarte
conmigo durante setenta años. Un hombre que tiene un anhelo
tan grande de obtener buenos resultados, rara vez aprende
deprisa.
-¡De acuerdo! -masculló el chico, que finalmente había
comprendido que cuanta mayor desazón demostrase, más
largas le daría el maestro, que le reprochaba su
impaciencia-. ¡Acepto!
Así pues, Matajuro se convirtió en el discípulo y
sirviente de Banzo, de quien recibió la orden de no
hablar nunca de esgrima y de no tocar ni una sola
espada para nada. Cocinaba para su maestro, lavaba los platos, le
hacía la cama, barría la casa, cuidaba el jardín, y a cambio recibió el
daimio convenido, pero sin tocar una espada ni hablar de esgrima.
Pasaron tres años y Matajuro seguía trabajando para su maestro
y pensando que su futuro sería muy triste si no podía dedicarse a un
arte que admiraba por encima de cualquier otra cosa. Pero no se
lamentaba por ello.
Un día, cuando estaba cavando en el jardín, Banzo se plantó
detrás de él y le dio un estacazo terrible con una espada de madera.
-¡Banzai!
Después, el maestro se marchó tan silenciosamente como había
llegado y ninguno de ellos comentó aquel hecho durante el día.
Al día siguiente, mientras Matajuro cocinaba el arroz, Banzo volvió
a abalanzarse sobre él como un gato, y le pegó otro golpe de espada.
-¡Banzai!
Y ninguno de ellos comentó nada sobre lo sucedido aquella
tarde.
Por la noche, mientras Matajuro dormía, recibió otra vez un
golpe de la espada de su maestro.
-¡Banzai!
Pero se mantuvo en silencio.
Día tras día, noche tras noche, semana tras semana, mes tras
mes, Matajuro se fue acostumbrando a los ataques imprevistos de
Banzo. No había ni un solo día ni un solo instante en que no tuviera
que recelar de la espada de madera, que podía surgir del lugar más
insólito en el momento más inesperado. Matajuro llegó a anticipar a
42
la legua el sabor y el olor de aquellos golpes.
Aprendió tan deprisa que la cara de su maestro resplandecía de
alegría mientras gritaba «¡Banzai!», golpeándolo con la espada de
madera.
Ahora Matajuro ya sabía esquivar tan bien los golpes que
enseñarle el arte de la espada fue cosa de un santiamén.
Y así fue como Matajuro Yagyu se convirtió en el más grande de
los samurais de su tiempo.
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“CADA VIEJO QUE MUERE ES
UNA BIBLIOTECA QUE ARDE”
INSTITUTO DE EDUCACIÓN SECUNDARIA RUSADIRBIBLIOTECAABRIL 2008