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EL ANTIGUO RÉGIMEN Y LA REVOLUCIÓN DE ALEXIS DE TOCQUEVILLE (1856) Alexis de Tocqueville es un hombre aristocrático en una aristocracia en decadencia, además, un liberal que no cree en el principio de libertad. El pensador francés del siglo XIX sufría las contradicciones del sistema democrático que se expandía por occidente luego de la victoria revolucionaria de 1789. Durante la primera mitad del siglo XIX, la idea de la historia como mera contemplación basada únicamente en la observación y descripción de los hechos del pasado va desvirtuándose y da paso a la reflexión de los hechos históricos a partir de los problemas del presente. El escritor francés es un claro ejemplo de la corriente del realismo histórico, que surge de la crítica al pensamiento propio de la Ilustración que concibe la histo- ria racionalista y mecanicista, distante de las acciones humanas manifiestas en las pasiones, los odios y los vicios. Además, el realismo histórico vislumbra una utilidad del conocimiento histórico para comprender la sociedad y sus formas de gobierno. De ahí que Tocqueville re- flexione sobre el Antiguo Régimen para comprender su realidad política posrevolucionaria. El autor ha sido considerado como uno de los padres de la sociología histórica. La obra de Tocqueville toma como punto central la Revolución de 1789, hito que marca el final de la aristocracia francesa tras una decadencia paulatina en la que se erige la burgues- ía y el pueblo impulsados por el principio de igualdad. Se adentra en el análisis de un proceso Sayra Rodríguez G. Historiadora de la Universidad Nacional y miembro del Comité Editorial de HistoriK [email protected] Imagen tomada de Tocqueville, Alexis de. El antiguo régimen y la revolución. Alianza editorial S.A, 2004.

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EL ANTIGUO RÉGIMEN Y LA REVOLUCIÓN DE ALEXIS DE TOCQUEVILLE (1856)

Alexis de Tocqueville es un hombre aristocrático en una aristocracia en decadencia,

además, un liberal que no cree en el principio de libertad. El pensador francés del siglo XIX

sufría las contradicciones del sistema democrático que se expandía por occidente luego de la

victoria revolucionaria de 1789. Durante la primera mitad del siglo XIX, la idea de la historia

como mera contemplación basada únicamente en la observación y descripción de los hechos

del pasado va desvirtuándose y da paso a la reflexión de los hechos históricos a partir de los

problemas del presente. El escritor francés es un claro ejemplo de la corriente del realismo

histórico, que surge de la crítica al pensamiento propio de la Ilustración que concibe la histo-

ria racionalista y mecanicista, distante de las acciones humanas manifiestas en las pasiones,

los odios y los vicios. Además, el realismo histórico vislumbra una utilidad del conocimiento

histórico para comprender la sociedad y sus formas de gobierno. De ahí que Tocqueville re-

flexione sobre el Antiguo Régimen para comprender su realidad política posrevolucionaria. El

autor ha sido considerado como uno de los padres de la sociología histórica.

La obra de Tocqueville toma como punto central la Revolución de 1789, hito que marca

el final de la aristocracia francesa tras una decadencia paulatina en la que se erige la burgues-

ía y el pueblo impulsados por el principio de igualdad. Se adentra en el análisis de un proceso

Sayra Rodríguez G.

Historiadora de la Universidad Nacional y

miembro del Comité Editorial de HistoriK

[email protected]

Imagen tomada de Tocqueville, Alexis de. El antiguo régimen y la revolución. Alianza editorial S.A, 2004.

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único en el mundo considerando que el acontecer histórico se compone de leyes inmóviles

naturales y de acciones humanas. Entonces, la concepción de la historia de Tocqueville se

mueve entre lo social y lo político, entre la sociedad y su forma de organización del poder. El

historiador francés escudriña en la sociedad que la Revolución eliminó, en sus instituciones,

tradiciones y prácticas administrativas y busca “penetrar hasta las entrañas mismas de ese

Antiguo Régimen, tan cerca de nosotros por el tiempo pero que la revolución nos ocul-

ta” (Tocqueville, 1996: 76). Su primer aporte significativo es el pensar el proceso histórico a

partir de la sociedad y no de una acción providencial.

Su obra tiene dos ejes que engloban su concepción de la historia y evidencian su com-

promiso con la objetividad: una primera, más de tipo empírico o de corte “científico” que re-

coge los datos y los organiza en un orden lógico o “una cadena de hechos” que describen el

proceso revolucionario; una segunda en la cual se reflexiona sobre los hechos descritos y su

relación con la realidad social y política. Su análisis de la sociedad del Antiguo Régimen gira

alrededor de tres interrogantes primordiales: cuál fue el objeto de la revolución, por qué tu-

vo lugar en Francia, y cómo se caracterizó. A cada uno de estos tres interrogantes le corres-

ponde un libro de la obra.

El espíritu de la sociedad: lo político y la acción humana

La visión política de Tocqueville resulta de la influencia de François Guizot y la llamada

Escuela Política que surge junto a la escuela romántica de Thierry y Michelet (Gooch, 1977).

Para los escritores políticos es primordial “más bien explicar que relatar, enseñar que pintar,

para quienes el individuo tenía menos interés que el Estado, la anatomía y la fisiología de la

historia mucha más importancia que su forma y sus colores externos” (Gooch 193). J.P. Ma-

yer enfatiza que el análisis del “mundo político” en la obra de Tocqueville cuenta con fuen-

tes históricas de gran relevancia precisamente con el ánimo de explicar las causas más que

describir (Mayer, 1965). Por demás, la influencia de Montesquieu y su Espíritu de las Leyes es

notable a la hora de interpretar las formas de gobierno.

El espíritu aristocrático de Alexis de Tocqueville define su obra pero no por ello falta al

análisis metódico. Estudiosos de su pensamiento coinciden acerca de su decidida oposición a

cualquier forma de tiranía ya fuera “tiranía de las masas” o “tiranía elitista”. Como dijo Hay-

den White, Tocqueville profesa un “punto de vista liberal” en un reconocible “tono conserva-

dor” (White, 1992: 187-222). Para el autor, la revolución que da entrada a la clase burguesa en

Francia se logra por el principio de igualdad que hace de los individuos una masa homogénea

que relega su libertad individual. Así se distancia de la idea romántica de “las masas” que se

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forjan motivadas por el principio de igualdad pues, para él, los gobernantes son necesarios

para dirigir un pueblo ignorante; por ello, su defensa del gobierno de Luis XVI que dio prospe-

ridad a Francia. En El Antiguo Régimen y la Revolución el principio de libertad adquiere otra

connotación. El derrumbe de la nobleza se relaciona con el desprecio que causa a las clases

emergentes. Encuentra que las libertades que alcanzan los campesinos los convierte en

“propietarios de bienes territoriales”, por lo que la revolución no consiste, entonces, en

“dividir el suelo sino en liberarlo por un momento” (Tocqueville, 1996: 188). Así, el pueblo

adquiere cierta autonomía de la nobleza y de la burguesía a través de la adquisición de la tie-

rra. Empero, la idea de libertad que movía al pueblo era “irregular, intermitente, limitada, de

privilegios”, lo que facilita la posterior instalación del despotismo.

En ese marco, un poder centralizador promovido por los revolucionarios va desplazan-

do a las autoridades y leyes provinciales representadas en la aristocracia. De ahí que el con-

flicto entre ellas se haga inevitable. Tal “desplazamiento de poder” despierta las pasiones

revolucionarias. Lo particular es que el autor defiende la idea que la centralización del poder

que suplanta a los viejos poderes irónicamente conlleva a la monarquía y no a la democracia.

La revolución extiende la monarquía, no la derrota: si se me pregunta cómo pudo esa porción del Antiguo Régimen transportarse así, en su totali-dad, a la nueva sociedad e incorporarse a ella, responderé que si la centralización no pereció en la Revolución fue porque ella misma era comienzo y signo de esa revolución; agregaré además que cuando un pueblo ha destruido en su seno a la aristocracia, corre por sí mismo hacia la centralización” (Tocqueville 145).

En la decadencia del Antiguo Régimen las clases sociales mueven hacia el cambio social

y político. Cada una en su particularidad es agente activo en el acontecer histórico. De acuer-

do a Tocqueville, a finales del siglo XVIII los ilustrados intervienen en los asuntos del gobierno

y crean una “política literaria y abstracta” en la que se sustituyen las costumbres en la mane-

ra de gobernar pues las reglas se construyen bajo la razón y la ley natural. El principio de

igualdad precisamente cohesiona a los burgueses con el pueblo. Tocqueville crítica que los

filósofos de finales del siglo XVIII disfrazaron sus pasiones bajo teorías, les faltaba un conoci-

miento del gobierno: Conocían a fondo todos los detalles de la administración pública de su época; pero a esa gran ciencia del gobierno que enseña a comprender el movimiento general de la sociedad, a juzgar lo que ocurre en el espíritu de las masas y a prever lo que habrá de resultar, todos eran tan bisoños como el mismo pueblo. En efecto, sólo el juego de las instituciones libres puede ense-ñar por completo a los estadistas esta parte principal de su arte (227).

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Tocqueville menciona un punto clave respecto al gobierno que se instala. Previo a la

revolución política se adelanta una reforma administrativa que ocasiona el conflicto entre las

clases: La renovación repentina e inmensa de todas las reglas y hábitos administrativos que precedió entre nosotros a la revolución política y de la cual poco se habla hoy en día, ya era sin embargo una de las mayores perturbaciones que se hayan presentado jamás en la historia de un gran pueblo (279)

Con la revolución de 1789 el mundo político se divide en dos: la administración (lo real)

y sus principios abstractos (lo teórico). Los intelectuales impulsan principios abstractos que

conducen a la construcción de una sociedad imaginaria, uniforme, equitativa, gobernada por

la razón. Los nuevos franceses imponen un lenguaje político distinto. Sin embargo, advierte

a través de su análisis que la utilidad pública así como los ideales socialistas atentan contra la

libertad política. La magistral obra de Tocqueville reúne los eventos centrales del estallido

revolucionario en 1789 y concluye que aunque no se alcanzaron los ideales propuestos pues

el pueblo no se gobernó a sí mismo, este sí “imprimió su espíritu en el gobierno”.

La pintura de la revolución: el lienzo y el color

Tocqueville como historiador se halla en medio de las transformaciones del pensamien-

to histórico del siglo XIX. La historia escala a convertirse en ciencia. En ese marco el autor

reflexiona sobre cómo estudiar el pasado de manera científica1. En tal panorama, la historia y

la filosofía de la historia se confunden; mientras tanto Tocqueville en una carta que dirige al

Conde Loius de Kergorlay en 1850 describe tal tensión:

Veo las partes de la obra, pero no percibo el conjunto; tengo los hilos, pero me falta la trama para confeccionar la tela. Me falta hallar en alguna parte, para mis ideas, la base sólida y conti-nua de los hechos. Esto sólo puedo encontrarlo escribiendo historia (...) el principal mérito del historiador consiste en saber entretejer bien la trama de los hechos y yo ignoro si ese arte está a mi alcance... (...) Pero las dificultades son inmensas, una de las que más perturban mi espíritu deriva de la mezcla de la historia propiamente dicha con la filosofía de la historia. Todavía no veo cómo mezclar ambas cosas y (sin embargo es necesario que así sea, pues podríamos decir que la primera es el lienzo y la segunda el color, y que para hacer el cuadro se requiere tener ambas a la vez)” (Mayer, 1965: 50).

El antiguo Régimen y la revolución retrata aquellas dos partes inextricables. Como en

una pintura, el lienzo refleja la preocupación común por el método histórico, la reconstruc-

1 White. “Michelet: el realismo histórico como romance”. Metahistoria: la imaginación histórica en la Europa del

siglo XIX. México: Fondo de cultura económica, 1992, pp. 135-160. El autor propone la forma de comprensión del

pasado de Tocqueville como un paradigma de la historiografía decimonónica. Se considera a Alexis de Tocqueville

como el “virtual fundador de la historia social” y base del pensamiento sociológico. La forma en la que realiza la

narración histórica responde a como el autor se pronuncia con respecto a la diferencia entre la “historia” y la “filosofía de la historia”, propia de esa época histórica.

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ción de los hechos y el compromiso con la verdad; y el color explica y da sentido a la trama.

Todo ello a brindar luz a los hombres contemporáneos preocupados por el tipo de gobierno

y sociedad que se consolida tras la revolución. Con tal fin, Tocqueville advierte la continuidad

de formas aristocráticas pero con otros nombres, mostrando que Francia aún se está defi-

niendo, que la revolución es un proceso no finalizado. El optimismo se atenúa y la visión

trágica del proceso histórico surge. Como se dijo antes, al establecer que la centralización del

poder es una tendencia histórica (ley) que la revolución no elimina sino que fortalece (Jardin,

1988), se da otro sentido al conocimiento histórico.

Hayden White califica la visión de la historia de Tocqueville como realista-trágica. El pro-

ceso histórico se compone del tránsito de un sistema social a otro y la revolución como el ac-

to violento que liquida a uno de los dos. Uno era el sistema aristocrático y el otro el sistema

democrático. White en la obra de El antiguo Régimen percibe una noción irónica de la historia:

la revolución tiene vida gracias al Antiguo Régimen. Ello resume la concepción de la historia

de Tocqueville: “el hombre surge de la naturaleza, crea una sociedad adecuada a sus necesi-

dades inmediatas partiendo de su razón y su voluntad, y luego inicia un combate fatal con

esa propia creación, para crear el drama del cambio social” (White, 1992: 219). Además defi-

ne la obra de Tocqueville como “una especie de reivindicación de los ideales culturales aris-

tocráticos” (ídem). La nueva sociedad burguesa no era totalmente contraria a la aristocrática

pues reconoce su espíritu “generoso, lleno de virilidad y grandeza” (207). Empero, es una

reivindicación de la aristocracia como parte de la política. Por tanto, la explicación de revolu-

ción francesa está incompleta si no se comprende el mundo político y social que la precedió.

El pensador decimonónico, según afirma Mayer, registra en lo político dos grandes

ejes. De un lado, lo inamovible en la naturaleza misma del hombre que establecen las leyes;

del otro, la práctica, las pasiones efímeras, de allí deriva el arte del gobierno (1965: 122). La

concepción de Tocqueville del campo político permite diferenciar el mundo de las ideas y de

los hechos. Por lo anterior se completa la concepción de Tocqueville: la política se constituye

en la base de la historia. En el cuadro de la revolución francesa, la historia es el lienzo y la polí-

tica el color: he vivido con hombres de letras que han escrito historia sin mezclarse a los negocios públicos, y con hombres políticos que nunca se ocuparon de otra cosa que producir los acontecimientos, sin pensar en describirlos...los primeros veían por doquier causas generales, mientras los otros... solían figurarse que todo había de atribuirse a incidentes particulares...es de suponer que unos y otros se equivocan (Mayer 127)

La obra de Alexis Tocqueville es valiosísima, envuelve lo histórico, lo político y lo social;

revisa la Revolución francesa desde una perspectiva que toma distancia de la historia como

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descripción de los hechos en sí mismos. Aquí, el proceso histórico se desarrolla no solo por la

interacción de fuerzas humanas movidas por sus pasiones -y en tal caso detonadas por el de-

seo de libertad- sino por la existencia de tendencias naturales –centralización del poder-. Por

ello el trágico retorno al despotismo. Tocqueville no se aleja del todo de la visión racionalista

de la historia pero da cabida a lo irracional a través de las acciones particulares de las clases

sociales que nutren a la sociedad: “las causas particulares del fenómeno deben buscarse mu-

cho más en el estado de la sociedad que en el de la religión” (Tocqueville 232). Su crítica a la

revolución se basa en el desequilibrio entre los principios de igualdad y libertad. La idea de

igualdad inserta en la burguesía y el pueblo y que movió el cambio social conduce a la demo-

cracia inexperta y corrompida que olvida rápidamente el ideal de libertad individual (287).

La revolución como acto humano combina el ideal y la acción. Por ello su realismo

histórico –“la alianza entre la idea y la realidad”, de acuerdo a Ranke-. Esa es la forma en la

que Tocqueville explica su presente. Aunque los ideales y las acciones humanas no escapan a

las leyes de la sociedad, el conocimiento histórico toma un lugar preponderante porque per-

mite una crítica comprensión del presente.

FUENTES

Diez del Corral, Luis. El pensamiento político de Tocqueville. Formación intelectual y

ambiente histórico. Madrid: Alianza, 1989

Gooch, George P. Historia e historiadores del siglo XIX. México: Fondo de Cultura

Económica, 1977.

Jardín, André. Alexis de Tocqueville, 1805-1859. México: Fondo de Cultura Económica,

1988.

Mayer, J.P. Alexis de Tocqueville. Estudio biográfico de ciencia política. Madrid: Tec-

nos, 1965.

Tocqueville, Alexis de, y Mill J.S. Correspondencia. México, 1985.

Tocqueville, Alexis de. El antiguo régimen y la revolución. México: Fondo de Cultura

Económica, 1996.

White, Hayden. “Tocqueville: el realismo histórico como tragedia”. Metahistoria: la

imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económi-

ca, 1992, 187-222.

-------------------------- “Michelet: el realismo histórico como romance”. En: Metahistoria: la

imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económi-

ca, 1992, 135-160.