Eides 64 2a, Acompañar Servicio de Iglesia 01

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    ACOMPAÑAR, SERVICIO DE IGLESIA (I)

    Josep Baquer, s.j.

    1. ACOMPAÑAR PERSONAS  ............................................................................................1. Algunas consideraciones previas ....................................................................2. El acompañamiento personal como tiempo de gracia ( Kairós) .................3. Posibles situaciones de quien es acompañado ..............................................4. El que acompaña a personas situadas ............................................................

    5. Referencia a los Ejercicios ignacianos ...........................................................2. ACOMPAÑAR A GRUPOS Y A COMUNIDADES  .........................................................

    1. Dimensión comunitaria de la búsqueda .........................................................2. Buscar y encontrar la voluntad de Dios en comunidad ...............................

    3. EL DISCERNIMIENTO DE LAS MEDIACIONES Y SUS DIFICULTADES ...................1. Las mediaciones .................................................................................................2. Vivencia teologal ................................................................................................3. Acompañar en la elección de mediaciones ....................................................

     NOTAS .................................................................................................................................

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    Edita CRISTIANISME I JUSTÍCIA • Roger de Llúria, 13 - 08010 Barcelona • Tel: 93317 23 38 • Fax: 93 317 10 94 • [email protected] • Imprime: Edicions Rondas S.L.• ISSN: en trámite • ISBN: 84-9730-280-X • Depósito Legal: B-37.738-2011 •Noviembre 2011

    La Fundación Lluís Espinal le comunica que sus datos están registrados en un fichero de nombre BDGA-CIJ, titularidad de la Fundación Lluís Espinal. Solo se utilizarán para la gestión del servicio que le propor-

    cionamos y para mantenele informado de nuestras actividades. Puede ejercer los derechos de acceso, rec-tificación, cancelación y oposición dirigiéndose por escrito a Barcelona, c/ Roger de Llúria 13.

    Josep Baquer, s.j. es licenciado en Teología y Arquitectura Técnica. Asistente eclesiastico deCVX-Sagrada Família y profesor del postgrado de acompañamiento espiritual de la FundaciónVidal i Barraquer.

    Este cuaderno es fruto de mi trabajo como profesor en el Postgra-do de Acompañamiento Espiritual (PAE) que coorganizan EIDES-Cristianisme i Justícia y la Fundació Vidal i Barraquer . Durante loscursos 2005/2010 fui enriqueciendo mis apuntes que ahora pre-sento en dos partes: la primera que se publica en este cuadernoy otra que se publicará próximamente.

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    1.1. Soledad acompañadaAunque parezca un contrasentido, ten-dríamos que decir que el éxito de la vi-da radica en esto: en vivir plenamente ycon calidad la soledad. No habría expe-riencia creadora sin soledad, y la capa-cidad de ser “creador” es lo que hace ala persona como tal y le da todo su pe-

    so específico. Así lo quiere explicar elredactor Sacerdotal (P), en la primera

     página de la Biblia, en el libro del Gé-nesis, cuando deja abierto el séptimo díaa la mano del hombre hecho a imagende Dios, ¡hombre y mujer, por cierto!Ya se presenta, pues, la soledad acom-

     pañada como núcleo de la creación.Parece, por tanto, que el secreto para vi-vir la vida plenamente reside en encon-

    trar las personas adecuadas en que apo-yarnos, y aquellas a quienes apoyar,3

    1. ACOMPAÑAR PERSONAS

    Dicen que la vida humana es esencialmente soledad, y que esta sole-

    dad resulta más o menos plena según cómo se haya encontrado deacompañada, según haya sido la calidad de la compañía. Dicen tam-bién que el peor acompañamiento, dejando de lado los acompaña-mientos directamente destructivos, es la masificación.

    1. ALGUNAS CONSIDERACIONES PREVIAS

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    mientras hacemos camino en “solita-rio”.

    La calidad de la vida interior se ba-sa en la soledad, pero es impensable sinel hecho del encuentro, de la relación.La solitud que no encuentra compañía,la soledad que no es capaz de acompa-ñar, sólo conduce al vacío y al sinsenti-do. Probablemente el fracaso de tantasvidas radica en la falta de acompaña-miento: la soledad totalmente sola, unasoledad vacía. Esto quizá a primera vis-ta puede parecer una   contradictio interminis, pero de hecho no lo es. Todossabemos y conocemos bien de qué es-tamos hablando. Todos sabemos y co-nocemos a muchos “fracasados”, y sa-

     bemos que el fracaso radica en elno-acierto (o la inexistencia) en lo querespecta al hallazgo de los acompañan-tes adecuados en cada momento o si-tuación vital: hablamos del matrimonio,de los religiosos, de los solteros, de losancianos, de los enfermos... situacionesque resultan positivas o negativas segúnsea el acompañamiento. ¡Qué diferentees la situación de un anciano, con todassus limitaciones (que pertenecen a susoledad radical insoslayable), si es aco-gidoyquerido,osiesrechazadoyaban-donado de la mano de Dios por los quelo tendrían que querer y acompañar! ¡Ola de un enfermo, aunque sea terminal,o la de un adolescente cuando experi-menta tantas incertidumbres e inseguri-dades, o la de quien sea!

    El acompañamiento personal, tal ycomo nos lo planteamos en este cuader-no, se inscribe en este contexto. Acom-

     pañamiento espiritual lo llamamos, an-

    tes lo llamábamos dirección espiritual.Hablamos pues de un encuentro entre

    dos soledades, que no renuncian de nin-gún modo a la propia soledad, ni quie-ren huir de ella, sino que la quieren ple-nificar para enriquecer de sentido elvivir, para convertirse en “creadores” a

    imagen de Dios. Sólo se convierte unoen creador desde la riqueza interior ges-tada en una soledad de calidad. Uno esacompañado y el otro acompaña, peroen realidad son dos funciones que se im-

     plican mutuamente. Sin la una no exis-te la otra.

    1.2. La persona situadaEl acompañamiento espiritual tienecomo punto de partida el encuentro dedos personas situadas y condicionadas

     por un montón de cosas y de historias. Nunca se parte de cero. Condiciona-mientos de formación y de estudios, defamilia humana y/o religiosa y eclesial,de relaciones personales, de profesión,de condicionamientos sociales y políti-cos... ¡de tantas facetas de la vida!

    Este contexto vital puede ser perci- bido de muchas formas por quienes seencuentran en esta situación. Aquí los

     psicólogos tienen mucho que decir ymucho que estudiar. Sin embargo, másallá de que la sensación subjetiva de ca-

    da uno de los que se encuentran en elacompañamiento se pueda ver afectada por primeras impresiones de signo po-sitivo o negativo, debería entenderse“cordialmente” que todo lo que sabe,siente o recuerda la persona acom-

     pañada (o la que acompaña), no es en principio ni bueno ni malo, sino que esel bagaje que lleva en la propia mochi-

    la para hacer camino. Ahora bien, esevidente que esta carga condiciona a4

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    quien la lleva arriba y abajo. Y de estohay que ser conscientes. Pero, como pa-sa al ir a la montaña, la mochila es im-

     prescindible, aunque a veces se nos ha-ga pesada. El buen montañero sabe qué

    lleva dentro, y por qué lo lleva. Pocasascensiones podría realizar si rechazaseya de entrada el mismo hecho de tener que cargar a sus espaldas el macuto.

    1.3. Realidad epifánica

    El encuentro de dos personas cristianas,

    que quieren seguir más de cerca a Jesúsel Señor (¡que para esto se encuentran!)saben (¡creen! ¡Ay la fe, qué oscura es aveces...!) que la realidad concreta de un

     pequeño y pobre país, sometido al po-der del imperio de turno, fue el lugar demanifestación del Hijo de Dios. Unamanifestación que fue largamente pre-

     parada en la historia. Una historia im-

     prescindible. ¡Y qué historia! Tan llenade fracasos, de violencia y de malen-tendidos, de miserias humanas... perotambién de profunda humanidad mani-festadaentantagentedefe,losunoscon

    nombres conocidos, y la mayoría gente“pequeña” y sin nombre.

    Desde el punto de vista creyente lahistoria es el lugar concreto de manifes-tación del mismo Dios. La historia eslugar epifánico imprescindible. La his-toria es el lugar (teológico) donde semanifiesta el encuentro de Dios y la hu-manidad, la situación en la cual Dios sedeja encontrar, el contexto en el cual sehace realidad el Dios que acompaña a lahumanidad. Este acompañamiento re-sulta evidentemente el referente para to-

    do acompañamiento humano y espiri-tual. Ahora bien, lo que caracteriza lacalidad del acompañamiento de Diosmismo es la “compasión”: Dios que sehace cargo de la condición y de la si-tuación humanas, Dios que la percibecomo propia, Dios que en definitiva lahace suya pero no para hundirse en ella,sino para transformarla: para pasar de

    muerte a vida. La historia resulta a ojosde la fe (que no olvidemos que es esen-cialmente “noche oscura”) realidad epi-fánica y pascual, ¡porque el Dios deJesús en quien creemos es así…!

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    2. EL ACOMPAÑAMIENTO PERSONAL COMO TIEMPO DE GRACIA

    (KAIRÓS )

    2.1. Dimensión creadora

    Entendemos, pues, que el hecho del en-

    cuentro se convierte en un tiempo degracia,   kairós  en el griego del Nuevo

    Testamento. Un tiempo de creación, untiempo de crecimiento, un tiempo para

    la vida. Es un encuentro ocasional, aco-tado en el tiempo. No es para toda la

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    vida y a pesar de ello, si es auténticoencuentro, deja un poso que permanecetoda la vida. Porque el encuentro cuan-do es profundamente humano (¡y divi-no!) tiene una cierta dimensión de eter-

    nidad, aunque físicamente se haya esta- blecido en un segmento del tiempo dela historia de unas personas. Todo loque es profundamente humano, tiene ladensidad de lo que es definitivo. Tiem-

     po de gracia, porque es ocasión mani-fiesta de la acción de Dios, del Espíritu.Hablo, evidentemente, desde mi fe cris-tiana. Pero sin necesidad de referenciaexplícita al hecho creyente, podríamosdecir que todo acompañamiento espiri-tual, en principio, es gracia, es  Kairós.Los cristianos no tenemos la exclusivade ello, ciertamente: existe toda una tra-dición presente en las diversas religio-nes.

    Como decíamos más arriba, el en-

    cuentro permite convertirse en imagende Dios más plenamente. El acompaña-miento como encuentro de dos soleda-des “cualificadas” es lugar para la gene-ración de vida, de nueva vida, lugar endonde el Espíritu creador incuba huma-nidad plena. Y es esta dimensión crea-dora y generadora de vida la que noshace ser imagen del único creador:

    Dios.

    2.2. Reconciliación con la historia

    El acompañamiento es un tiempo degracia porque se convierte en ocasiónde reconciliación con la propia historia.Muy a menudo el inicio de un encuen-

    tro, ya sea “espiritual” (acompañamien-to) o con carácter terapéutico, está mar-

    cado por el desgarramiento interior. Pa-sa un poco como el caso de quien va almédico porque se encuentra mal con sucuerpo y consigo mismo. Es evidenteque sin reconciliación no hay posibi-

    lidad de avanzar vitalmente, creandonueva vida. Si la “mochila” es sólo unlastre pesado y molesto, la ascensión ala cima resulta una especie de tortura:no se puede disfrutar del paisaje, ni dela compañía, ni de la naturaleza, ni denada. Sólo se percibe el enorme peso dela mochila. Desde el punto de vista psi-cológico (que de hecho no se puede se-

     parar del espiritual) se hace necesariauna reconciliación que posibilite ir ha-cia delante creando nueva vida.

    Desde un punto de vista “creyente”,quisiera apuntar un referente clave: lamirada de Dios. Si la persona no va másallá de recordar, ver y contemplar loque pasa o ha pasado con la propia mi-

    rada, está condenada al fracaso. Nues-tra mirada suele ser tendenciosamentenegativa. Aún recuerdo con terror aque-lla pedagogía de la que fuimos objetocuando éramos pequeños basada en unmal entendido “temor de Dios”, cuandonos hablaban de la práctica del examende conciencia como un recuento deaquellos pecados que provocaban la ira

    de Dios. Eran nuestros pecados, vistoscon nuestra mirada, enrarecida aún más por los condicionantes pedagógicos dela época. Una mirada que cuanto másdetallada era, más nos hundía en elabismo de la impotencia humana.Supongo que esto marcó toda una gene-ración educada no en un temor de Dios,sino en un rechazo de Dios. No quisie-

    ra ser injusto porque afortunadamentehubo muy buenos pedagogos que nos6

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    acercaron al Dios de Jesús, al Padrecompasivo.

    Pues bien, pienso que el acierto delacompañamiento radica precisamenteen esto: disponer a la persona a un cam-

     bio de mirada. Disponer a la persona arecibir el don más preciado que es el de

     poder ver las cosas con los ojos deDios. Ver la realidad interior y exterior,ver la historia y el presente, con la ter-nura lúcida de la mirada de Dios. Y di-go disponerse a “recibir el don” porquese trata de pura “gracia”: algo, por lotanto, que es necesario pero que no está

    de entrada a nuestro alcance y que sóloDios mismo nos puede conceder. Aquínos sumergimos en otra cultura y enuna otra pedagogía: la que nos adentraen la posibilidad de adquirir una sensi-

     bilidad (espiritual y humana) que nos permita captar la “misma” realidad deuna manera renovada. El creyente sólose podrá reconciliar a fondo con su his-toria en la medida en que vaya desean-

    do y acogiendo este don. Aquí tendría-mos que decir algo obvio: hablar dedon de Dios es hablar de gratuidad.Desde este referente se abren caminos

     profundos a la oración como realidadque sitúa adecuadamente a la personaen su relación con Dios, que es relaciónde gratuidad. Se entiende que un doncomo éste de poder ver las cosas con la

    mirada de Dios se tiene que desear, setiene que pedir y hay que estar dispues-to para recibirlo. Toda una pedagogíaque se tendrá que hacer presente en elacompañamiento espiritual.

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    3. POSIBLES SITUACIONES DE QUIEN ES ACOMPAÑADO

    Considero, aquí, como persona acom- pañada una persona creyente cristiana.Es verdad que muy a menudo nos en-contramos también con personas que seconsideran no creyentes, pero que por razones diversas se aproximan porquenecesitan abrirse, explicar sus inquietu-des sobre la vida..., y porque quizás tie-nen la intuición de que serán escucha-das con confianza. Pero dejo de ladoahora estas situaciones. La persona ex-

     plícitamente creyente “confesional” que

     busca acompañamiento es, como todos,un sujeto “situado” y “condicionado”.

    Selecciono tres posibles situacionesde estas personas. Hay otras, seguro, pe-ro me interesan especialmente éstas que,desde mi experiencia, son las más fre-cuentes, enumerando de forma resumi-da los elementos básicos que definen ca-da una. Propongo, pues, unas situacio-nes “aparentes” en el sentido etimológi-co de tal y como “se nos manifiestan”,tal y como “se nos aparecen”. Sabemosque toda clasificación es teórica, peronos puede ayudar a aclararnos. La vida,

    gracias a Dios, es mucho más rica ycompleja.

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    3.1. Aparentemente negativas

     –   Desgarramiento interior/exterior debido a causas explícitas y muy amenudo implícitas, que de momen-

    to no aparecen, pero que están ahí. –  Sentimiento de culpabilidad (quea veces tan sólo es un cierto comple-

     jo que enrarece el espíritu: no olvi-demos que aún hay personas muyescrupulosas).

     –  Patologías propias del estrés am- biental y también del estrés apos-tólico, cuando la necesidad impe-riosa de “producir” ha creado adic-ción.

     –   Decepción personal por razonesinstitucionales “exteriores” a la per-sona (muchas veces gente decepcio-nada de la Iglesia institución a cual-quier nivel).

     –   Cansancio vital (y espiritual) y

    sensación de vacío y de fracaso hu-mano.

     –  Vida familiar (humano-religiosa)en crisis.

    Estas personas en el fondo tienen ungran deseo de encontrar la paz: nece-sitan reconciliación interna y externa;necesitan aliento vital; necesitan, como

     Nicodemo, “volver a nacer”.

    3.2. Aparentemente positivas

     –  Sentimiento de paz y de equilibrio“ecológico” en su hacer y en su ser.

     –  Vida plena y realizada, a través delas ocupaciones y responsabilidadescomunitarias, eclesiales, profesio-nales, o de formación y estudios.

     –  Vida familiar “arreglada”

    Estas personas, aunque no lo verba-licen, acostumbran a vivir movidas por un deseo de crecer (en el Señor), y por esta razón buscan acompañamiento.

    3.3. Ocasionales

    Dejando de lado aquellas personas quehan decidido hacer Ejercicios Espiri-tuales y que por tanto ya saben que se-rán acompañadas, y de una manera de-terminada de acuerdo con el “método”de los EE, me refiero a las personas que

     buscan acompañamiento personal en suvivir normal, sin estar en EE.

     –  En situación de tomar decisiones

    importantes en la vida y de cara aencauzar procesos de elección.

     –   Religiosos en etapas de forma-ción.

     –  Parejas en etapas previas al matri-monio.

     –  Matrimonios en determinadas fa-

    ses de su vida de pareja.Personas que normalmente lo que

     buscan es encontrar la voluntad de Diosy desean el magis: aquello que más losoriente a responder al deseo del Señor 

     por lo que respecta a su vida.

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    4.1. Disposición inicial

    El que acompaña, ya desde el primer momento en que se establece la rela-ción con la persona concreta, ha de ser consciente, y no sólo dar por supuesto,que la persona está “situada” y “condi-cionada” por un cúmulo de circunstan-cias, y en este sentido tendrá que mos-trarse decidido e ilusionado a acoger aalguien que busca espacios de libertadinterior. Pero sobre todo tiene que vivir la certeza de que se inicia un tiempo degracia, de   kairós.  Se inicia un tiempo“favorable”, porque, y aquí es verdadaquello del Evangelio, cuando se en-cuentran dos personas en nombre delSeñor, Él se hace presente.

    Por otro lado, tendrá que considerar 

    que no hay circunstancias ideales, quela situación única ideal es el punto delcual parten: aquella realidad que ambosirán conociendo cada vez más. En estesentido, quien acompaña deberá tener muy presente que, a pesar de no coinci-dir o de no estar de acuerdo con los sen-timientos de quien se le acerca, tieneque acogerlo porque es el bagaje de la

     persona que tiene delante de él. Se ten-dría que evitar ya desde el primer momento cualquier juicio ético. Otracosa es que determinados temas o situa-ciones, la persona que se nos acerquelos viva como auténticos dramas perso-nales (que quizás objetivamente lo son)o como éxitos muy positivos (que qui-zás también lo son). La “materia

     prima”, sin embargo, es la que hay, y esésta la que se convertirá en el lugar pri-

    vilegiado de encuentro y de acogida de

    todo el amor y fidelidad del Señor.Hay que esperar que vaya evolucio-

    nando desde este punto de partida. Encualquier caso, todo proceso personal“positivo” (la esperanza de todo acom-

     pañamiento es que el proceso sea posi-tivo) resulta siempre conversión de unomismo hacia los que nos rodean y, endefinitiva, hacia el Señor.

    Finalmente, quien acompaña debetener un gran deseo de ser “sacramen-to” eficaz de la presencia de Dios-Compasión, de Dios-Padre-Madre. Eneste sentido, deberá tomar conscienciade que es sólo un instrumento para unatarea muy delicada no de cara al propioservicio o beneficio, sino por causa deaquel que nos ha llamado a repartir el

     pan que él nos da y que no es nuestro(Mt 15,35). Es como el cirujano quetiene en sus manos una vida que no essuya y que él intenta mejorar o salvar.Hay que pensar que muchas veces laenfermedad radical que padecen mu-chos de los que se nos acercan para quelos acompañemos, es haber interioriza-do una imagen de Dios muy deformaday muy alejada de la que nos mostró elmismo Jesús.

    4.2. Modo de proceder 

    Sólo unas pistas para el camino que pueden ayudar, siendo muy conscientetambién de aquello que la sabiduría po-

     pular afirma de que «cada maestrillotiene su librillo».9

    4. EL QUE ACOMPAÑA A PERSONAS SITUADAS

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    Ya desde el inicio de la relación deacompañamiento, la persona acompa-ñada tendría que ser objeto preferentede la plegaria de quien lo acompaña. Sicomo decíamos, él sólo es un instru-

    mento y un sacramento en manos deDios, tendrá que estar muy bien comu-nicado con el Señor para poder ayudar a aquella persona que se le acerca bus-cando la paz, buscando caminos de cre-cimiento, buscando la reconciliacióninterior o buscando encontrar a Dios,de quien quizá tenga una imagen muydistorsionada. Pero sólo el Señor es el

    maestro y el guía.

     –  Emplear una pedagogía de carizmayéutico. Como Sócrates, el acom-

     pañante debería estar convencido deque la verdad ya anida en el corazóndel discípulo y sólo hay que dejarlaaflorar, pero que tiene que ser el dis-cípulo quien haga el proceso: no se

     puede imponer nada desde fuera.Dejar, por lo tanto, que el   nous  deaquel que quiere ser acompañadovaya haciendo su proceso, conven-cidos, con Agustín, de que en lo ínti-mo más íntimo de uno mismo estáDios. La tarea de quien acompañaconsiste en ayudar sólo a ir desen-mascarando falsas imágenes y todo

    tipo de impedimentos que dificultenla eclosión del mismo Dios haciafuera.

     –  No convertirse nunca en juez ni dela persona acompañada ni de aquelloque él percibe como suyo, sea apa-rentemente bueno o aparentementemalo. Quien acompaña ni tiene ni es

    la verdad, ni nadie lo ha nombrado juez de un hermano ni de sus actos.

    Lo que no supone renunciar a aque-lla sabiduría que va en contra detoda ingenuidad. Una sabiduría quedeberá iluminar precisamente elcamino de quien es acompañado,

     pero nunca desde el juicio. –   Trabajar, básicamente “de escu-chador” sin estar condicionado por aquel “y ahora qué le diré” o “quéle tendré que aconsejar”. En princi-

     pio, la actitud debería ser la de quienno tiene nada que decir, sino sóloescuchar. El encuentro de ambos es

    hacer presente el misterio del uno yel misterio del otro, y el misteriodel otro jamás se puede manipular,sólo se puede interiorizar generan-do así procesos de conversión mu-tua. Sólo cuando uno se ha dejadoafectar por el misterio del otro, des-de la sabiduría del corazón, le podrádecir una palabra no destructora

    sino constructora. Y sólo así la pa-labra puede ser acogida y recibida.Hablar de acompañamiento es, endefinitiva, hablar de conversión, pe-ro conversión de quien acompaña yde quien es acompañado: sólo laconversión genera encuentro y pa-labra “creadora” como decíamos alinicio.

    Hay que tener muy presente quetodo aquello que es esencial y vital parala persona es siempre aparentementeinútil: no va por caminos del dios-pro-ductividad o del dios-éxito. El amor eneste sentido es “inútil”, y también la so-lidaridad, la estética y el arte (el autén-tico, no el de mercado...). Tampoco el

    encuentro de acompañamiento espiri-tual va por caminos de productividad.10

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    Tanto es así que los resultados aparen-tes no son la causa ni el motivo. Sólo elmismo Dios es quien tiene acceso alcorazón de la persona y quien puede

    reorientar todo lo que haga falta. Por esto podemos decir que el acompaña-miento espiritual tiene toda la utilidadde aquello que es inútil.

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    5. REFERENCIA A LOS EJERCICIOS IGNACIANOS

    Teniendo en cuenta estos tres modelos,

    a la hora de la práctica nos puede ayu-dar tener en cuenta algunos aspectos bien conocidos de los Ejercicios que propone san Ignacio.

    5.1. Situación aparentementenegativa

    Puede ayudar considerar el conjunto de

    las Reglas de discernimiento de la Pri-mera Semana, y esto sin necesidad decitarlas explícitamente al acompañado.Estas reglas explican las tentaciones“típicas” de la persona que se encuen-tra en este momento y los consejosadecuados para superarlas. No olvide-mos que la malicia del “mal espíritu”radica en hacer todo lo posible paraque el ejercitante “abandone” y lo dejecorrer. Son unas tentaciones que pre-tenden frenar cualquier proceso de cre-cimiento. Hay que considerar que elhecho mismo de ser tentado no esnegativo, sino al contrario: es señal deque la persona está haciendo verdade-ramente el proceso. De otro modo, el

    “mal espíritu” no se tomaría la moles-tia de “tentar”.

    5.2. Situación aparentemente

    positivaEs mucho más delicada, porque quienestá en este proceso ya está decidido air hacia adelante, como le pasa a quienestá en Segunda Semana de Ejercicios.Por esto habría que tener presente lasReglas de discernimiento de SegundaSemana. El tentador cambia de táctica:ahora ya no pierde el tiempo intentando

    interrumpir el proceso o frenar la mar-cha. Difícilmente lo conseguiría. Ahoralo que busca es desviar poco a poco elcamino para conducir al ejercitante has-ta allí donde él, el tentador, quisiera: adejar de buscar la voluntad y el deseode Dios. Son las tentaciones a base defalsas consolaciones, tendentes a fo-mentar especialmente los autoengañosde quien hace camino.

    5.3. Situaciones ocasionales

    Estas situaciones pueden ser muy varia-das, pero en todo caso todas acostum-

     bran a ir por caminos de elección o deconfirmación de la elección del camino

    iniciado. En este sentido, habrá que ha-cer camino de Segunda y sobre todo de

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    Tercera y Cuarta semanas, acompañan-do al Señor que camina tocando de piesen el suelo hacia Jerusalén. Un tiempo

     pues de confirmación teniendo comoreferencia la totalidad del misterio pas-

    cual que es cruz, resurrección y don delEspíritu. Así, se deberá ayudar a la per-sona acompañada a profundizar en elconocimiento de la realidad propia ydel entorno para que pueda vivir des-

     pierta (sin ingenuidad) su elección. Esdecir, para que pueda asumir de formaadulta todos los aspectos tanto los apa-rentemente positivos como los aparen-temente negativos. O sea, el acom-

     pañamiento será una lenta pedagogíaorientada a ordenar, aliviar si es necesa-rio y optimizar la propia mochila hastallevarla con afecto hacia arriba, hasta lacumbre.

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    1.1. Seguimiento del Cristo comovocación (vocare) y convocatoria(cum-vocare)

    En los evangelios, sobre todo en los pri-meros capítulos, encontramos muchosrelatos en los cuales Jesús llama a per-sonas concretas y las invita al segui-

    miento más radical. El contexto de lallamada es, sin embargo, normalmente

    comunitario. Incluso dicen “te hemosencontrado”. Si nos fijamos un poco,nos damos cuenta de que Jesús no sólollama personalmente al seguimiento, si-no que invita a la comunidad de discí-

     pulos a participar muy de cerca. Es lo primero que hace al iniciar la vida pú-

     blica: convocar a una comunidad de dis-cípulos a su alrededor.13

    2. ACOMPAÑAR A GRUPOS Y A COMUNIDADES

    Propongo como punto de partida cuatro ideas que todos conocemos y

    vivimos intensamente, pero que quizás conviene formularlas paraenmarcar mejor el desarrollo ulterior del tema. Me ahorro citas bíblicaspara no hacer aún más denso el contenido de la exposición.

    1. DIMENSIÓN COMUNITARIA DE LA BÚSQUEDA

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    Así pues, podríamos afirmar, sin de-tenernos demasiado en el tema, que elSeñor no sólo llama (vocat ) sino queconvoca (cum-vocat ): reúne a unas per-sonas que han sido llamadas por su

    nombre para ser enviadas a predicar.Desde el primer momento, pues, quedaclaro el paradigma del seguimiento cris-tiano: seguir al Señor tiene una dimen-sión personal y a la vez comunitaria. Es-ta dimensión se ilumina y toma cuerpoa partir de la experiencia pascual. Todoslos seguidores de Jesús son llamados

     personalmente y se incorporan a la co-

    munidad vinculada íntimamente conCristo: serán los bautizados en Cristo,llamados a participar en la muerte y laresurrección del Señor, llamados a ser testimonios del Resucitado.

    1.2. Iglesia (cristiana) cuerpo-de-Cristo articulado en grupos que

    lo hacen presente y actualAsí, las primeras comunidades de tradi-ción paulina entienden la Iglesia (eccle-

     sia) como el Cuerpo del Cristo, sacra-mento de su presencia salvadora enmedio del mundo. La dimensión comu-nitaria resulta esencial al hecho cristia-no, porque ella misma significa, mani-

    fiesta y realiza el misterio pascual enmedio del mundo y de la historia. Ahora bien, este Cuerpo de Cristo se hace pre-sente en cada iglesia y en cada comuni-dad particular y local que vive en co-munión con la totalidad de la Iglesia.Dejo de lado ahora todas las patologíasacumuladas a lo largo de la historia quenos han llevado a dividir este sacra-

    mento de salvación universal que ten-dría que ser la Iglesia.

    1.3. El Espíritu como dony como tarea: búsqueda yencuentro mientras se hacecamino

    La comunidad cristiana lo es en la me-dida en que está vinculada íntimamentea Cristo, como lo están la vid y los sar-mientos, y es esta unión con Cristo laque es fruto de la acción del Espíritu. Esél quien nos reorienta hacia el Padre ynoshacedecir“ Abba”: es la plegaria delHijo que se comunica con el Padre en elseno de la Trinidad. Aquí adquiere todasu fuerza la plegaria que enseñó Jesús ala comunidad de los discípulos cuandole pidieron que les enseñara a rezar, y elSeñor les enseñó la plegaria de las “sie-te peticiones”, una plegaria dirigida al“Padre nuestro” (no al Padre mío).Desde entonces los seguidores de Jesús,con Él mismo, se dirigen al Padre conel impulso del Espíritu, y lo hacen co-mo “cuerpo-de-Cristo”, como comuni-dad, como iglesia, aunque la plegariasurja de los labios y del corazón de unasola persona en su plegaria íntima.Quizás es cuando rezamos cuando másexperimentamos el don del Espíritu enel mismo deseo de comunión y comu-nicación con el Señor dirigiéndonos anuestro Padre.

    Unadelessietepeticionesqueseex- presan en la plegaria del Hijo, la terce-ra, es aquel “hágase tu voluntad” comoconsecuencia de la anterior, “venga anosotros tu Reino”. Fue el núcleo de la

     plegaria de Jesús a lo largo de su vida,y es el núcleo de la plegaria de la Iglesiamientras hace camino: hágase tu volun-tad “en nosotros” para que “venga tu

    Reino”. En realidad es una sola peticiónque tiene el Reino como objetivo y la14

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    implicación total del Hijo en esta vo-luntad del Padre. Es el Espíritu quieninspira esta plegaria, es el Espíritu quienalimentaeldeseodecaptarcuáleslavo-luntaddeDios,yeselEspírituquienim-

     pulsa a hacer esta voluntad. Acoger es-to es el gran don del Espíritu a la Iglesia.Y como pasa en todo don auténtico, elhacer la voluntad de Dios resulta una ta-rea para aquel que lo pide: la tarea de

     buscarla, la tarea de acogerla y la tareade llevarla a cabo.

    1.4. El Espíritu como “certeza”pero no como “evidencia”

    La comunidad vive, por la fe, la certezade la presencia activa del Espíritu enella. Y sabe que es este Espíritu quien loimpulsa a buscar y a encontrar la vo-luntad del Padre. Tiene la certeza, perono la evidencia. La comunidad vivesiempre, como vivió el mismo Jesús, elriesgo de la fe. Y por lo tanto tiene queasumir que el buscar y encontrar la vo-luntad de Dios no es un camino de evi-dencias, sino un camino de fe. LaIglesia, como el mismo Jesús, sabe que,como dice la canción que glosa unosversos de san Juan de la Cruz, «de no-che iremos, de noche, que para encon-trar la fuente, sólo la sed nos alumbra».Esta sed es la acción del Espíritu.

    En este contexto se inscribe la nece-sidad que tiene el Cuerpo-de-Cristo devivir siempre la provisionalidad quecomporta la fe. Un camino de búsquedaconstante que cada seguidor de Cristodeberá hacer teniendo como referente lacomunión eclesial, y que la propia co-

    munidad tendrá que realizar teniendocomo referente la acción del Espírituque se manifiesta en la historia, y en elmismo camino.

    1.5. Búsqueda de la voluntad deDios

    Esta dinámica de búsqueda constante dela voluntad de Dios tiene unos momen-tos más fuertes e intensos en la vida dela comunidad. Pero estos momentos demayor grado de sacramentalidad pue-

    den ser posibles porque la dinámica ha- bitual de la iglesia, de la comunidad, delgrupo eclesial es la que alimenta la ple-garia del Hijo: hágase tu voluntad.

    Podríamos decir, utilizando termi-nología informática, que en este “pro-grama” hacia el Reino, haciendo cami-no con el Hijo, hay un “bucle”: en lamedida en que la comunidad vive vin-

    culada a Cristo, experimenta el deseo de buscar y de encontrar la voluntad deDios; y en la medida en que se pone a

     buscarla, experimenta la vida del Espí-ritu y se siente crecer como iglesia. Di-cho de otro modo: la búsqueda eficaz dela voluntad de Dios en comunidad ge-nera comunión, y en la medida en quecrece la comunión, se experimenta el

    deseo de buscar y de encontrar aún másla voluntad de Dios. El Cuerpo-de-Cris-to experimenta pues una espiral de cre-cimiento hacia la plenitud de la Pascua.

    La búsqueda de la voluntad de Diosen comunidad, en iglesia, no es algo ac-cidental en la vida de la Iglesia, sino quees un elemento constitutivo.1

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     bros, sus cualidades y capacidades, suedad, su formación, sus ocupaciones,sus tradiciones, etc. Al empezar a cono-cer un grupo o una comunidad se puedeintuir, sin prejuzgar, si hay más o me-

    nos subiecto de cara a un posible pro-ceso de búsqueda en comunidad. A par-tir de lo que hay, hay que pensar encómo iniciar el camino.

    2.1.3. Niveles de búsqueda: diversas“velocidades”

    En cualquier caso, el punto de partida

    es el que es. Hay que presuponer siem- pre que si hay comunidad eclesial, laque sea, no es por azar, sino porque hahabido una “convocatoria” del Señor, yque por lo tanto se podrá esperar aque-llo que el Señor espera. Siempre unacomunidad podrá dar un paso adelante,

     podrá crecer algo en acogida de lavoluntad de Dios. Así pues, hay que ser 

    radicalmente optimistas, en este senti-do, y hacer lo posible para que desdecada realidad siempre se pueda “empe-zar” a hacer camino de búsqueda y cre-cimiento. Es evidente, sin embargo, quesi hay grupos y comunidades con más

     subiecto, habrá que aprovecharlo a fon-do. Supongamos: determinados equiposapostólicos, equipos de gobierno, gru-

     pos de superiores, sacerdotes de unarciprestazgo o grupo de parroquias,grupos de estudiantes (religiosos), con-sejos pastorales, etc.

    Por esto podríamos hablar de comu-nidades/grupos de diversas velocidadesen cuanto a las posibilidades de entrar en procesos formales y explícitos de

     búsqueda de la voluntad de Dios. Qui-zás habrá comunidades que en determi-

    nados casos deleguen en algunos de susmiembros la gestión de un proceso deeste tipo, participando el resto en el pro-ceso “sólo” desde su plegaria. Pense-mos en el Concilio Vaticano: sólo unos

     pocos “cristianos” participaron directa-mente, como padres conciliares, comoteólogos o consultores, como organiza-dores o invitados... pero todos nosotros

     participábamos desde nuestra oración.Este es el caso de muchas congrega-

    ciones religiosas: no todas las comuni-dades tienen el mismo  subiecto de cara

    a iniciar procesos de búsqueda más ex- plícitos, pero es seguro que todas estánllamadas a participar desde sus posibi-lidades reales. La tarea de los “líderes”será muy a menudo la de entusiasmar,animar y motivar para que todos sesientan participantes activos. Aquí po-dríamos hablar de la pedagogía de la

     participación en los procesos de bús-

    queda comunitaria, para que nadie sesienta excluido, sino bien al contrario:cada uno, cada comunidad, participedesde sus posibilidades. Pensemos quelos procesos de búsqueda comunitariason tan o más importantes que las posi-

     bles conclusiones o decisiones finales.Recordad aquello del “bucle” que antescomentaba, entre la búsqueda y el re-

    sultar o el crecer como comunidad.

    2.2. Las condiciones

    2.2.1. Unos previos necesarios

    Voluntad de búsqueda

    A partir de ahora me referiré al hechode la búsqueda de la voluntad de Dios

    inherente al hecho cristiano personal ycomunitario, pero no en abstracto sino a17

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     partir de procesos explícitos de búsque-da que inicien o quieran iniciar grupos,equipos o comunidades eclesiales o deotros colectivos.

    Aunque parezca obvio, hay que de-

    cir que entrar en un proceso de este tiposupone por parte de los que se lo pro-

     ponen una voluntad decidida de buscar y encontrar la voluntad de Dios a partir de una determinada situación o circuns-tancia que la comunidad en cuestiónentiende que se tiene que plantear, y, enconsecuencia, la disposición a poner to-dos los medios al alcance para poder 

     proceder eficazmente en el camino quese quisiera iniciar. Por analogía a aquelque desea iniciar un proceso de Ejer-cicios Espirituales, y que se le pide en-trar  «con grande ánimo y liberalidad»[EE 5], todos aquellos que entran en un

     proceso comunitario de búsqueda tam- bién deben estar muy animados y muy

    dispuestos. Nadie debería iniciarlo por obligación o en contra de su voluntad, porque esto sería un impedimento decara el proceso.

    Causa proporcionada

    Evidentement, el hecho de iniciar un proceso de este tipo supone muchainversión de tiempo, de recursos y deesfuerzo. Por eso, antes de empezar,habrá que ponderar si el motivo es pro-

     porcionado. No se puede iniciar un pro-ceso serio de búsqueda para cualquier minucia. Pensemos que la mayoría decosas que hay que decidir “en cristia-no” son sencillas para aquellos que tie-nen buena disposición interior y una

    inteligencia y cualidades humanas yespirituales proporcionadas a las deci-

    siones que han de tomar. A menudo, basta con unas cuantas consultas y ratosde reflexión y de oración para decidir correctamente. Por esto «no se tienenque matar moscas a cañonazos». Pero,

    si hay razones proporcionadas, vale la pena plantearse seriamente la oportuni-dad de iniciar un proceso explícito de

     búsqueda. Por ejemplo, a la hora de for-mular un proyecto apostólico comuni-tario, o a la hora de elaborar un planestratégico, para decidir temas gravesque afectan al colectivo o a otras perso-nas.

     Estabilidad 

    Para poder llevar a cabo todo el proce-so, hace falta que los que integran elequipo, el grupo o el colectivo perti-nente, se comprometan “eficazmente” a

     participar en él a todos los efectos y contoda la dedicación necesaria. Como

    veremos más adelante, la principal acti-vidad, la que supondrá más tiempo ydedicación, es la oración personal, másque las reuniones. Hay que contar conello. Se tienen que evitar entradas y sa-lidas (de participantes) que generaríaninestabilidad en el grupo y disfuncionesinternas en el proceso.

     Disposiciones personales

    Tenemos que volver de nuevo a aquellodel subiecto. Las personas que tendríanque participar en el proceso de búsque-da deberían ser las más adecuadas, por su responsabilidad, por sus conoci-mientos o su experiencia, o por sus cua-lidades humanas y espirituales. Si es un

    colectivo suficientemente extenso, qui-zás no todos tendrán que participar de18

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    la misma forma. Un núcleo debería lle-var a cabo la tarea principal mientrasotros actuarían como informadores,otros darían apoyo logístico y otrosacompañarían desde la oración.

    En cualquier caso, aquellos que par-ticipen en un proceso de este tipo quecomporta dedicación en privado y dedi-cación en común, deberían tener sufi-ciente espacio en las agendas y cons-ciencia de priorización de este asuntoque les ocupará tiempo, cabeza y cora-zón, a lo largo de unas semanas o deunos meses.

    Esto es lo que les sucede también aaquellas personas que deciden hacer losEjercicios en la vida ordinaria: sin dejar las ocupaciones habituales, tienen quereestructurar el tiempo para que puedanhacer con orden y concierto y sin pre-siones las actividades propias de los EE.

    Querer “perder tiempo” para “ganar tiempo”

    De hecho lo acabamos de decir: hayque estar dispuestos a perder tiempo

     para ganar tiempo. El núcleo de perso-nas que dio lugar a la Compañía deJesús, cuando tenían que separarse concierta urgencia por causa de las misio-nes que se les encargaban, y, dado quetenían algunos temas de importancia

     por decidir [sobre la obediencia, sobrela pobreza de las casas], decidieroninvertir  más tiempo en la oración paraencontrarse brevemente y así poder de-cidir con acierto. Las prisas empujan atomar decisiones de forma precipitada,y en el momento de una búsqueda efi-

    caz de la voluntad de Dios, hay queestar dispuestos a “perder” tiempo.

    2.2.2. Unas actitudes necesarias

    Saber y querer escuchar 

     Normalmente estamos acostumbradosen nuestras reuniones a hablar mucho y

    a estar siempre pendientes de ver quédice el otro para poder responder conagilidad. A veces, ya ni nos detenemosa ver qué dice porque ya “sabemos”qué queremos decir o qué tenemos quedecir. A menudo en nuestras reunionesdiscutimos los temas buscando las ra-zones más convincentes, y a veces sonlos que tienen más experiencia o más

    elocuencia, los que acaban llevándoseel gato al agua. Es aquello del vencer  pero no convencer.

    Cuando entramos en un proceso co-munitario de búsqueda sincera de lavoluntad de Dios, tiene más importan-cia el saber escuchar que el saber ha-

     blar, porque el objetivo no es el de im- poner la verdad de nadie, sino encontrar 

    el deseo de Dios mismo sobre algunacosa y, si somos comunidad, sabemosque Él se manifiesta, entre otras cosas,a través de aquello que siente y expe-rimenta cada miembro de la comuni-dad. Así pues, es necesario que todosestén más dispuestos a escuchar que ahablar.

     Hablar con ponderación

    Cuando alguien hable, que evidente-mente todos tendrán que hablar y ex-

     presarse confiadamente, lo tendrá quehacer con ponderación y respeto sinningún tipo de complejo: ni el de tener o poseer la verdad, ni el de creer que loque diga no tiene ningún interés. Esto

    requiere adquirir una cultura especial,la cultura de la escucha, poco frecuente19

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    en nuestra cultura dominante, y menosen la cultura política. Es cierto sinembargo que un proceso de búsquedatiene muy poco que ver con una tertuliaentre políticos. Es otra cosa.

     Hacerse indiferente

    Porque somos humanos y porque esta-mos condicionados por un montón decircunstancias, es seguro que al iniciar cualquier proceso de búsqueda los par-ticipantes están mediatizados por deter-minadas razones, motivos, prejuicios y

    otros condicionamientos. El punto de partida no acostumbra a ser neutro nihace falta que lo sea. Siempre va bienque de entrada se sepa que hay opinio-nes diversas sobre el tema que seráobjeto de análisis y de estudio “en elSeñor”.

    Sin embargo, el proceso deberá ir avanzando, y avanzará, en la medida en

    que todos vayan entrando por caminosde indiferencia. El crecer en esta actitudes lo que permitirá escuchar y dejarseafectar por los puntos de vista de losdemás. Finalmente se llegará a conclu-siones, a consensos, a decisiones en co-mún. Pero serán fruto del camino hecho

     por todos hacia la indiferencia. Sólodesde la indiferencia toma sentido la

     plegaria del Señor: «hágase tu volun-tad». En definitiva, se trata de ir despla-zando el “centro”: desde el propio yohacia la comunidad, hacia el Señor.

     Discreción y respeto

    Aquellos que participan en un procesode búsqueda tienen que sentirse en un

    ambiente de confianza plena. Todos de- ben saber que la gente sabrá guardar 

    secretos; que nadie difundirá puertasafuera aquello que se haya visto o quese haya escuchado en los encuentros y

     puestas en común. Todos deberían res- petar y deberían sentirse respetados. No

    hablamos de secretismo, sino de respe-to profundo y de discreción. Hace faltaque se genere en todo momento unambiente de profunda confianza.

    Conjunción de la cabeza y del corazón

    Todo camino de búsqueda de la volun-tad de Dios en comunidad pone en mar-

    cha la cabeza y el corazón. Las cuestio-nes se tienen que clarificar, se tienenque entender; hay que saber qué conse-cuencias pueden tener las posibles op-ciones; si se requiere la intervención de

     peritos en determinadas materias habráque convocarlos; si se requiere que al-guien estudie especialmente algún te-ma, habrá que hacerlo: la cabeza tendrá

    que hacer trabajar la inteligencia parailuminar las cuestiones. Pero todo ellotendrá que llegar al corazón, porque esen el corazón donde se toman las deci-siones, y es el corazón quien lo muevetodo. Si los afectos no se han converti-do, difícilmente las decisiones seránefectivas. Pero si sólo los afectos son elmotor de todo, se pueden hacer muchosdisparates.

    Así pues, hace falta que haya con- junción entre la cabeza y el corazón. Yesto requiere tiempo. Requiere “proce-so”, porque esta conjunción no es unarealidad de entrada sino la culminaciónde un camino. La inteligencia aportarádatos objetivos, aspectos positivos y as-

     pectos negativos (toda decisión es unamezcla de los dos), pero el corazón ten-20

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    drá que asumir los dos aspectos ya en elmismo momento de tomar la decisión,y tendrá que encontrar el impulso parainiciar la resolución y seguirla eficaz-mente.

    Conversión (del corazón)

    En realidad un proceso de búsquedasiempre resulta un proceso de conver-sión, porque la dinámica de la escucharespetuosa y de querer captar la verdadque hay en las aportaciones de losdemás va configurando la cabeza y el

    corazón de otra manera. Las reservasiniciales desaparecen, los prejuiciostambién. La decisión será la que sea,

     pero irá llena de la verdad aportada por todos.

    2.2.3. Unos ingredientes necesarios

    Oración personal “discernida”

    Hasta ahora sólo hemos hablado de elloindirectamente o bien dándolo por su-

     puesto, pero ahora nos planteamos la pregunta abiertamente: ¿qué hace posi- ble todo lo que hemos ido hablandohasta ahora? La oración personal. Nadaque no pase por la oración de cada unoresulta aportación válida para comuni-car a los demás. Es más, todo aquello

    que los demás aportan, tiene que ser objeto de oración por parte de aquellosque escuchan. Quien acompaña el pro-ceso es quien irá marcando el ritmo y

     proponiendo la materia de reflexión personal que tendrá que conducir a laoración. De tal modo que en los en-cuentros y en las reuniones, sólo será

    objeto de comunicación y puesta encomún aquello que cada uno haya ex-

     perimentado en la oración a propósitodel trabajo personal entre encuentro yencuentro.

    Para poder aportar lo oído y experi-mentado, todos los participantes en el

     proceso deberán examinar y evaluar laoración para darse cuenta de aquelloque les ha dicho o les ha manifestado elSeñor. Habrá que darse cuenta de todoslos sentimientos espirituales que se ha-yan manifestado: iluminaciones sobrealgún aspecto, penumbras sobre otros,desconcierto, esperanza, paz, angustia...

    Estos movimientos interiores, serán losque habrá que comunicar sencillamentea los hermanos y a las hermanas en la

     puesta en común.Por este motivo hay que hablar no

    sólo de la oración como núcleo de todo proceso de búsqueda comunitaria, sinode una oración “discernida”, “examina-da” y “evaluada”.

    Un método

    Como en el caso de los Ejercicios desan Ignacio, que tanto ayudan a aque-llas personas que quieren encontrar yhacer la voluntad de Dios en/con suvida (en definitiva, que quieren deci-dir), también un proceso comunitario

    de búsqueda de la voluntad de Dios re-quiere un cierto método. Evidentemen-te, ahora no podemos trabajar este as-

     pecto, pero al menos dejarlo enunciado.Quien acompañe deberá tener expe-

    riencia y conocimientos para hacer “deentrenador” y conducir el camino de lacomunidad. Es bueno, y parece casi ne-

    cesario, que alguien que no esté inmer-so en el proceso, por lo tanto, alguien

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    “exterior”, acompañe al grupo o la co-munidad en el camino, en su búsqueda.

    Calendario/agenda

    Casi no hace falta ni comentarlo porquees obvio. Hay que revisar las agendas yconcretar los ritmos de los encuentros ylos horarios, de manera que sean realesy posibles para que todos participen.

    Conocimiento interno (información +afección)

    Acabamos de hablar de ello ahora mis-mo, pero quizás hay que hacer constar este “ítem” como título aparte. Para

     poder decidir según los planes de Dios,hay que llegar a tener un conocimientoclaro del tema que está en estudio, unconocimiento que afecte a aquella per-sona (personas) que se lo ha planteado.

    Este conocimiento va más allá del

    “saber” sobre alguna cosa. La oración personal y la escucha de los demás vaintroduciendo poco a poco en el cono-cimiento interno que se necesita para

     poder decidir según Dios, o con la mi-rada de Dios. Dios se ha dejado afectar 

     por aquello que es nuestro (misterio dela Encarnación). Nosotros nos tenemosque dejar afectar si queremos sentir el

    deseo de Dios. A este tipo de conoci-miento de la realidad y de las personases al que nos referimos.

    Comunicación (desde la oración)

    También nos hemos referido a ella, pe-ro hace falta que conste explícitamentecomo ingrediente básico. Sólo es objeto

    de comunicación aquello que se ha vis-to y experimentado en la oración. Aquí

    no valen improvisaciones de últimahora o reacciones primarias para “que-dar bien” o para hacer ver que ya se han

     pensado las cosas. Hay que ser muyhonrado, porque todos los que escu-

    chan tienen que suponer que aquelloque les dice del otro ha sido sopesadoen la plegaria y en este sentido lo reci-

     ben como “palabra de Dios”.Por esto, si alguno de los participan-

    tes, por lo que sea, no ha podido hacer los “deberes” (la oración) en casa, con-viene que lo diga al empezar el encuen-tro y que se abstenga de hablar. Sí que

    tendrá que escuchar para no perder elhilo y poder volver a orar a propósito detodo lo sentido y escuchado de losdemás.

    2.3. Acompañar un procesocomunitario de búsqueda

    Todo lo que hemos dicho hasta ahoradebería servir para comprender el papelde quien acompaña un proceso de bús-queda de la voluntad de Dios en comu-nidad. Veréis que me referiré desde el

     principio a los Ejercicios de san Igna-cio, pues es en mi experiencia de acom-

     pañar (y ser acompañado) donde he vis-to más claro, por analogía, cuál es el

     papel, el rol y la función (y la necesidad)de quien acompaña una comunidad.

    2.3.1. El que acompaña los EE 

     Función

    Primero comentaré la función de quienda los Ejercicios y después lo haré ex-tensivo a quien acompaña a una co-

    munidad. Cito directamente el texto deIgnacio:22

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    «La persona que da a otro modo yorden para meditar o contemplar debe narrar fielmente la historia, dela tal contemplación o meditación,discurriendo solamente por los pun-

    tos, con breve o sumaria declara-ción; porque la persona que contem-

     pla, tomando el fundamento verda-dero de la historia, discurriendo yraciocinando por sí mismo […] esde más gusto y fruto espiritual quesi el que da los ejercicios hubiesemucho declarado y ampliado el sen-tido de la historia.» [EE 2]

    «En los tales ejercicios espiritualesmás conveniente y mucho mejor es,

     buscando la divina voluntad, el mis-mo Criador y Señor se comunique ala su ánima devota, abrazándola ensu amor y alabanza y disponiéndola

     por la vía que mejor podrá servirleadelante.» [EE 15]

    Hace falta que sea consciente, pues,de que su principal servicio es el de po-sibilitar que Dios mismo entre en con-tacto con la persona que sinceramente

     busca su voluntad, no interfiriendo enel proceso, sino ayudando a acoger esta

     presencia. Es Dios y sólo Él quien pue-de abrir los ojos del corazón del ejer-citante, y quien puede animarlo (¡entu-siasmarlo!) en su seguimiento. Quienda los EE es “sólo” la Iglesia que acom-

     paña discretamente sin ningún tipo de protagonismo añadido.

    En segundo lugar, ser consciente deque su trabajo es el de ofrecer “modo yorden”: por lo tanto, hacer de entrena-dor proponiendo método para poder 

    hacer camino a buen ritmo, sin prisas, para que el Señor pueda “atrapar” a la

     persona y esto permita al “peregrino”encontrar por sí mismo la presencia delSeñor que invita a hacer camino, sucamino.

     Modo de proceder 

    Aparte de esto, las anotaciones2 dejan bien claro que el papel de quien “da losejercicios” es propio del maestro espiri-tual que sabe hacerse cargo de las situa-ciones diversas por las que pasa quienhace los EE, de manera que, como buen

     pedagogo, ilumine al ejercitante, le ha-

    ga entender el sentido de todo aquelloque está experimentando y lo oriente enla manera de actuar para hacer frente alas diversas circunstancias, siempre

     buscando sólo la voluntad de Dios. Latemática principal de las primeras orien-taciones del libro de los EE se muevealrededor de las mociones internas deconsolación y desolación, las posibles

    causas y los efectos que producen. Lasanotaciones sólo hacen referencia a las“reglas” de primera y de segunda sema-na que se explican más adelante en ellibro de los EE.

    El magisterio del guía hará que elejercitante, a partir de lo que experi-menta, llegue a “conocer” los diversosespíritus [EE 8] y por esto, quien im-

     parte los EE tendrá que animar a quienlos hace a “examinar” en todo momen-to para darse cuenta de lo que le estásucediendo [EE 18], a ser sincero y aabrirse confiadamente a quien le acom-

     paña [EE 7] y a animarlo a ser fiel en elcamino iniciado [EE 6; 12].

    Para que esto sea posible, las anota-

    ciones recomiendan a quien da losEjercicios:23

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     –  Que esté muy atento, sobre todoa las situaciones de desolación dequien hace los EE y le anime a ser comprensivo y paciente, alentandoal ejercitante para que se prepare a

    a recibir la consolación del Señor [EE 7].

     –   Que se adapte plenamente a la persona que hace los Ejercicios [EE18] incluso teniendo en cuenta sus

     posibilidades reales de dedicación[EE 19] (de aquí nacen lo que ahoradenominamos los EE en la vida co-

    tidiana). –  Que no quiera condicionar la elec-ción de quien hace los EE y queevite que el interesado se precipite ala hora de decidir [EE 14; 15].

     – Y, sobre todo, que le dé en cadamomento “sólo la comida que pue-de digerir”: es decir, que no se pre-

    cipite por lo que respecta a su ma-gisterio referente a las “reglas” dediscernimiento. Que le explique ocomente en los momentos adecua-dos aquello que necesita saber paramejor “conocer” lo que le está pa-sando y cómo tiene que actuar se-gún los casos, evitando quemar eta-

     pas.

    Las anotaciones no lo dicen, pero síque se comenta en muchos directorios,3

    y es evidente que quien da los EE tieneque haber hecho él primero la experien-cia a fondo y tiene que conocer el méto-do consciente de que el magisterio espi-ritual es un carisma que Dios ofrece amuchas personas para el servicio de los

    demás que no se improvisa y que hayque trabajar y cultivar.

     Normalmente, el auténtico “maestroespiritual” tiene consciencia de su pe-queñez y sabe que no se puede atribuir sin más ni más esta capacidad. Entiendeque es el Espíritu quien se quiere valer 

    de él para llevar a cabo una tarea que losupera. Sabe también que si él, a pesar de ser indigno, ha recibido algún don eneste sentido, lo tiene que poner al servi-cio de los demás sin querer lucir ningúntipo de “título” por delante.

    Muy a menudo es desde fuera comose ven determinadas capacidades en al-gunos cristianos, y es la comunidad laque les pide que hagan este servicio yse pongan a la disposición de quien selo pida.

    2.3.2. Quien acompaña a unacomunidad 

    Hay muchas similitudes entre quienacompaña EE personales y quien

    acompaña un grupo completo. Resu-miendo y aprovechando lo que se pro-

     pone en las anotaciones ahora citadas, podríamos enunciar algunos de losaspectos más destacados:

     –  El guía del proceso de búsquedaes alguien que conoce sinceramentesu pobreza, pero desde su experien-

    cia espiritual y apostólica se hacedisponible hacia la comunidad, con-fiando sólo en el Señor. Es por lotanto una persona disponible, queacoge con alegría la llamada que lehace la comunidad (la Iglesia) y sesiente enviado (en misión).

     –  A él le corresponde dar el modo y

    el orden en cada momento del pro-ceso y de tal modo que posibilite24

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    todo el protagonismo al Señor y ala comunidad que desea encontrar-lo.

     –   Tendrá que estar siempre atento para darse cuenta de todo lo que pa-se, tanto al grupo o comunidad, co-mo a las personas concretas, siem-

     pre dispuesto a atender y a escuchar.

     –  Tendrá que ser capaz de hacersecargo de todo y de animar, especial-mente en tiempos de desolación,4

     para poder iluminar el camino ha-ciendo que la comunidad “conozca”

    aquello que vive y siente, explican-do qué hay que hacer en estas situa-ciones.

     –  Habrá que ir abriendo camino demanera proporcionada a las posibi-lidades de la comunidad, evitandoque no “se duerma” [EE 6], sino quevaya decididamente hacia delante,confiando en la actuación del Espí-

    ritu.

     Función

    Así pues, quien acompaña (lo podría-mos llamar “guía”) actúa en una comu-nidad o grupo sólo como guía (referen-te externo), no como un miembro más.Será por lo tanto el animador del proce-

    so, dando “modo y orden”, siempreatento al ritmo del grupo y atento a cadauno de sus componentes. Su tarea noacaba en la reunión de grupo, sino queabarca también un cierto acompaña-miento de sus miembros para animar,motivar y alentar a los más atrasados,siempre como amigo en el Señor. Por lotanto, tiene que ofrecer su buena dispo-

    sición en este sentido para que todos sesientan con la suficiente libertad como

     para pedir su ayuda cuando lo conside-ren oportuno.

    Él tendrá que conocer las grandeslíneas del proceso (objetivo y forma de

     proceder) y tendrá que saber explicar 

    en cada momento aquello que más con-venga y sólo lo que haga falta en cadacaso para que todos se sientan compro-metidos en el proceso, sin querer expli-car de golpe todo el camino, cosa querepresentaría una dificultad. Recorde-mos la Anotación 11: «Al que tomaejercicios en la primera semana aprove-cha que no sepa cosa alguna de lo que

    ha de hacer en la segunda semana; sinoque trabaje en la primera de tal manera

     para conseguir la cosa que busca, comosi en la segunda ninguna buena espera-se hallar» [EE 11].

    Por esto, el guía organiza las diver-sas etapas y marca los ritmos del proce-so, situando al grupo en cada una de lasetapas de tal manera que todos sepan encada momento el lugar donde se en-cuentran.

    El guía tendrá que estar muy atentoa todo lo que se diga (o no se diga: aveces lo que no se explicita es muyimportante), muy atento a todo lo quese comparta y se manifieste directa oindirectamente, para percibir los senti-mientos internos (mociones del Espíri-tu) que se hacen presentes en la comu-nidad. De esta forma, el guía se conver-tirá en el espejo que retorna los reflejosal grupo para poder hacer caminosabiendo «a dónde vamos y a qué»[EE 239].

    Conviene que el guía vaya tomandonotas en las reuniones, no a modo de

    acta, sino para resumir sobre todo sus percepciones por lo que respecta a los25

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    “espíritus” (movimientos internos, sen-timientos espirituales) que se van mani-festando a lo largo del encuentro y parair haciendo el mapa del camino que seestá siguiendo. Así, los miembros del

    grupo no tendrán que preocuparse denada aparte de escuchar atentamente lavoz del Señor en la de sus compañerosy de manifestar aquello que ellos ha-

     brán experimentado en la oración per-sonal. Estos resúmenes serán muy bue-nos “puntos de oración” de cara a inte-riorizar todo aquello que se habrá escu-chado y percibido en los encuentros de

    grupo o de comunidad. No olvidemosque todo el proceso de discernimientose lleva a cabo desde la oración perso-nal, examinada y compartida.

    Por otro lado, el guía también en su plegaria personal tendrá muy en cuentatodo aquello que habrá reflejado en suresumen para ir orientando el ritmo del

     proceso.

     El magisterio en equipo

    En el caso de comunidades muy nume-rosas que quieran iniciar un camino de

     búsqueda comunitaria de la voluntadde Dios por lo que respecta a su actua-ción apostólica o de cara a tomar deter-minadas decisiones importantes, hará

    falta que se articulen en grupos de tra- bajo menos numerosos (de entre seis ydiez personas) que permitan una comu-nicación suficientemente fluida. Cadagrupo debería disponer de un compa-ñero guía. Estos guías tendrían que for-mar un pequeño equipo o comunidadde discernimiento, que permitiera arti-cular el proceso conjunto de toda la co-

    munidad. Sería bueno que otra perso-na, quizás con más experiencia, hiciera

    de coordinador y líder del equipo, demanera que todos juntos fueran comoel “guía” del proceso de toda la comu-nidad.

    En el equipo se compartiría toda la

    información de lo que está pasando entodos los grupos para percibir clara-mente el ritmo del conjunto y así poder equilibrar las diversas velocidades, te-niendo en cuenta que el mismo procesoen sí mismo ya es objetivo a lograr, da-do que es generador de comunión yapertura a la acción del Espíritu. En es-te sentido, hay que evitar las prisas por decidir y acabar pronto (recordemos laanotación 14: «El que da los ejercicios,si ve al que los recibe que anda conso-lado y con mucho fervor, debe prevenir que no haga promesa ni voto algunoinconsiderado y precipitado» [EE 14]).De nada serviría el hecho de acelerar innecesariamente el ritmo si todo aque-llo que se está procesando no se integray se convierte en vida propia y según elquerer de Dios. No olvidemos que loque nos mueve, y mueve a una comuni-dad, como decíamos antes, son princi-

     palmente los afectos. Así pues, se nece-sita un ritmo proporcionado para quetodo aquello que en un momento sevaya viendo con la cabeza, vaya llegan-

    do al corazón de toda la comunidad.Así pues, en el equipo de guías se produce un auténtico transvase no sólode información sino de la vida y la ac-tuación del Espíritu en el hacer de losgrupos y del conjunto de la comunidad.En el equipo se reciben muchos datos yde algún modo se van homologando.Esto permite la elaboración de síntesis

    del camino que pueden ser devueltas alos grupos que las van integrando en su26

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    ritmo particular. A todos les interesa sa- ber qué está pasando en los demás gru- pos que participan en el camino de bús-queda, dado que es el mismo Señor y suEspíritu quien se está manifestando y

    actuando.Desde el equipo de guías se puede

     promover y organizar encuentros, días

    de retiro, celebraciones de la eucaristíay otros signos sacramentales que ayu-den a todos a sentir viva la dimensiónde iglesia (Cuerpo-de-Cristo) que se vatejiendo al hacer camino. Una dimen-

    sión que ya se va percibiendo comorealidad en el mismo proceso de bús-queda.

    27

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    1.1. Mediación e intermediario

    Mediación es un concepto fundamentalde la teología que explica las múltiplesconexiones existentes entre la gracia di-vina y la realidad humana, entre la his-toria humana y la historia de salvación.La espiritualidad se ocupa de la viven-cia teologal, permite valorar personas,hechos y cosas a la luz de su finalidadverdadera: el encuentro personal entreDios y el hombre.

    En la exhortación a los cristianos he- breos (He 1,1s) se nos dice que Jesucris-

    to es “el” intermediario de toda la eco-nomía de salvación: único y definitivo,

     presente y futuro, de la salvación. En losevangelios, sin emplear el término “in-termediario”, se lo denomina mesías,salvador, revelador, palabra, camino,verdad, vida; Hijo de Dios venido del

    Padre, el único que lo conoce y lo pue-de dar a conocer.

    «ElamorhumanodeCristohacialoshombres es la manifestación comu-nicadora del amor de Dios hacia loshombres: la misericordia redentoradel mismo Dios que llega a nosotrosa través de un corazón humano... En

    Cristo no sólo se nos ha reveladoDios y su amor sino que Dios nos ha28

    3. EL DISCERNIMIENTO DE LAS MEDIACIONES Y SUSDIFICULTADES

    Hablar de mediaciones comporta pensar primero en la persona del in-termediario a pesar de que el concepto de mediación en el acompaña-miento personal no se agota en esta figura.5

    1. LAS MEDIACIONES

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    manifestado qué es un hombre quese entrega enteramente a él, el Padreinvisible.»6

    El mismo Cristo, sin embargo, utili-

    za mediaciones: la Ley, las fiestas; eltacto, la saliva y el barro, imposición demanos; lavar los pies, el pan, la copa devino; la palabra, los relatos o las pará-

     bolas.Jesús quiere devolver a las media-

    ciones su sentido básico de encuentrocon Dios: la plegaria sencilla, la limos-na discreta, la prioridad de la vida fren-

    te al sábado, de la ayuda a un necesita-do más que el sábado; del corazónlimpiomásquelasmanosolospieslim-

     pios.Jesús se indigna a causa de las per-

    versiones del sentido de las mediacio-nes: el Templo reducido a cueva de la-drones, frases bíblicas reducidas acolgantes (filacterias), el sábado enten-

    dido como un absoluto, etc.

    1.2. Acción visible de Jesúsinvisible

    Jesús es, en la actualidad de su pasión yglorificación, el intermediario de la

     Nueva Alianza: no es algo acabado sino presente.7 La misión que le confió el

    Padre la sigue desarrollando a través delEspíritu y de las mediaciones que dancuerpo a su presencia-ausente.

    «La economía de la encarnación postula, desde la ascensión de Jesús,una mediación corporal que la pro-longue. El “cuerpo sacramental” delSeñor es la Iglesia (“sacramento de

    salvación” como reconoce el Vatica-no II). Jesús invisible, actúa visible-

    mente en su cuerpo y por su cuerpoque es la Iglesia.»8

    Evidentemente la mediación eclesialanimada por el Espíritu resulta más opa-

    ca y difícil que la del puro Evangelio. Ninguna mediación es evidente. Ni tansólo en el caso de Jesús histórico: vién-dolo y viendo las señales que hacía,unos se volvieron creyentes y otros de-cidieron matarlo (cfr: Jn 11,45s).

    Las mediaciones, sin embargo, sonesenciales en plan salvífico de Dios.

    1.3. Naturaleza y funciones de lasmediaciones

    Todas nuestras relaciones con Dios es-tán enriquecidas y grabadas con el rea-lismo denso de la naturaleza, de la his-toria, de la psicología personal.Dios nosviene a encontrar a través de personas,libros, acontecimientos o señales.

    Entendemos por mediación la capa-cidad espiritual que poseen determina-dos objetos, actos, personas… de co-municar al hombre la acción de Dios yde despertar y expresar en el hombreacogidayrespuestadecomunión.Sison

     personas, las denominamos intermedia-rios; medios, si son objetos o actos. Si

    uno y otro actúan cumpliendo su fun-ción, hablamos de mediación.

    1.4. Elementos principales de lamediación

    Son éstos:

     –  Dios, que se comunica al hombre

     por los caminos de la encarnaciónsensible y de la historia.29

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     –  El hombre, capacitado para aco-ger a Dios y darle respuesta por losmismos medios.

    Las realidades de la creación, dela historia, de la psicología… asu-midas por Dios para esta relaciónde gracia.

    La función mediadora de estasmismas realidades que despiertanla conciencia teologal del sujeto.

    En toda mediación, en el centro, seencuentra Dios y el hombre en comu-nión. Todo se orienta hacia esta rela-

    ción. Todo tiene que servir a esta comu-nión, lo que no quiere decir que se tengaque negar la autonomía a la realidad me-diadora en sí misma, sino desde su afir-mación, transcenderla para llegar a susentido más profundo.

    Distinguimos entonces la realidaddesnuda de su función relacional. Dios

    ha querido hacerse presente en toda re-alidad por creación y por redención. Su propósito es querer hacer llegar hasta laconciencia y la libertad del hombre suamor y crear diálogo con él. Dios ha in-yectado gracia en la creación entera, enlos hechos de la historia, en las perso-nas, en las cosas. Adentrándose en elabismo de las mediaciones, Dios acaba

    haciendo, de prácticamente todo, lugar de gracia y de diálogo. Sin embargo, larealidad, por sí misma, no puede hacer la función mediadora, ni la funciónmediadora puede prescindir de la reali-dad.

    1.5. Las mediaciones personales

    La presencia de la persona en las me-diaciones impone al sujeto que las utili-za una especial penetración de fe para

    llegar a la sustancia de la comunión.Pero impone a la persona que intervie-ne la grave responsabilidad de que susintenciones y actos correspondan a larealidad que representa. En otras pala-

     bras, el superior o el responsable ecle-sial a cualquier nivel, para que se con-vierta en voz de Dios, él mismo tieneque hacerse “voz de Dios”. Con sabidu-

    ría, humildad, compasión y oración, de- berá ser muy receptivo a la voz de Dios para poderla transmitir.

    La persona interviene también comoobjeto receptivo de nuestra relación conDios. El amor y el servicio al hermanoacaba en Cristo: «Os lo aseguro: todoaquello que hacíais a uno de estos her-manos míos más pequeños, a mí me lo

    hacíais» (Mt 25). Evidentemente, la re-lación que se establece con una personaen la que Dios se manifiesta y sale al en-cuentro, no es la misma que podemostener con un paisaje. El hermano es por sí mismo núcleo de una relación perso-nal, en la que la persona encuentra a la

     persona, y en ella y por ella encuentra aDios. El otro, no es sólo un “pretexto”

     para encontrar a Dios, sino que es en-cuentro con Dios. No hay comunicación con Dios, ni

    tan sólo en el caso de los místicos, fue-ra de toda mediación subjetiva y de to-da cultura.

    30

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    2.1. Actitud de vida teologal

    La comunión personal con Dios sólo es posible porque él se nos acerca a noso-tros y quiere y desea un encuentro per-sonal, una comunión personal. A estaoferta y respuesta creyente, en plenagratuidad, la denominamos vida teolo-gal. Entonces, Dios se convierte en elDios vivo, el Dios de la Vida. La fe, la

    esperanza y la caridad son las causantesde esta relación inmediata entre Dios yel hombre, y son, por lo tanto, las quedan vida a las mediaciones.

    Dios, que inicia esta relación,9 ofre-ce y deposita en la persona todo suamor, su esperanza y su fe (confianza

     plena). Las tres virtudes teologales sonlas que realizan en y a través de las me-diaciones, la comunión directa de Dioscon la persona (y también podríamosdecir de Dios y la comunidad).

    La respuesta de la persona tiene co-mo inicio la acción de Dios y se mani-fiesta también en la caridad, la fe y laesperanza. La respuesta de la persona esobra de Dios mismo en el Espíritu. Dice

    Juan de la Cruz:«Allí le da su amor, en el mismo lamuestra amarle como de él es ama-da, porque, además de enseñar Diosallí a amar al alma pura y libremen-te sin intereses como él nos ama,transformándola en su amor, comohemos dicho; en lo cual da su mis-

    ma fuerza con que pueda amarle.»10

    (C 38,4)

    2.2. Inmediatez en las mediaciones

    En realidad, son los medios asumidos por Dios en su revelación los que posi- bilitan la comunión inmediata. Sin estasmediaciones la comunión pierde con-sistencia. Esto sucede en las relaciones

     personales: sin las mediaciones como por ejemplo la palabra, la mirada, el re-galo, el gesto, el recuerdo histórico o el

    lugar adecuado, no hay comunión posi- ble: los medios favorecen la inmediatezdel encuentro personal.

    Diríamos que la vivencia teologalestá integrada por dos actitudes comple-mentarias, que parecen contradictorias:

     –  Adhesión a la realidad sensible ensu propio valor y significado.

     –   Transcendencia (de la realidadsensible) dentro de la misma comu-nión personal con Dios.

    La experiencia simultánea de estasdos fuerzas pide equilibrio vivo, y es in-dispensable para poder aprovechar es-

     piritualmente (¡vitalmente!) las media-ciones.11

    2.3. Discernir 12

    Las virtudes teologales, aparte de posi- bilitar y de realizar la comunión directacomo decíamos antes, permiten llevar acabo una tarea subsidiaria de cara a dis-cernir las mediaciones: asumen la pala-

     bra, la persona, el objeto como presen-cia de Dios, pero no los identifican con31

    2. VIVENCIA TEOLOGAL

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    Dios ni equiparan las diversas mediacio-nes entre sí. Hace falta la vivencia teo-logal para saber discernir (distinguir) yno identificar a Dios con las mediacio-nes, y para ordenar y valorar la calidad

    de presencia de Dios en las mediaciones.

    Cuando falta el espíritu teologal, losmedios producen frustración y asfixia:un mundo cerrado en el que no encon-tramos nada aparte de a nosotros mis-mos y una historia inexpresiva, sin sen-

    tido y quizás abocada al absurdo.

    32

    3. ACOMPAÑAR EN LA ELECCIÓN DE MEDIACIONES13

    3.1. Pedagogía y mistagogíaSerá necesario que la pedagogía de la fese oriente en el sentido de reanimar siempre la vida teologal, que es el almade las mediaciones: el sentido de Dios ydel encuentro con Él, como misterio nu-clear de la fe. En otras palabras, unamistagogía que tenga cuidado de la asi-milación experiencial del misterio por 

     parte de la persona en la síntesis entreactuación e interiorización.

    Por este motivo, hará falta que elacompañamiento del creyente tenga un

     primer tiempo de reeducación en la fe,dirigido a reanimar la vivencia teologal,que es el alma de las mediaciones. Esuna tarea interna: de interiorización.

    La reeducación teologal del creyen-tesellevaacabo,enparte,enelusomis-mo de las mediaciones adecuadas, co-mo lugar de encuentro con Dios. En estesentido, hará falta desarrollar una edu-cacióndirectadelavidateologal:elsen-tido de Dios y de su encuentro; los con-tenidos del misterio, las formas de

     presencia y de su acción en la historia,

    actitudes para detectar esta acción deDios y para colaborar en ella.

    Por esto citábamos la “mistagogía”:es decir, aquella pedagogía iniciática,que se encarga de la asimilación expe-riencial del misterio por parte de la per-sona; acción que tendería a cultivar aquellas actitudes vitales que deberían

     permitir al creyente acoger el  misterioy por tanto dejarse afectar y transformar 

     por el misterio, para convertirse en me-

    diación para la acción de Dios (el Reinode Dios) en nuestra historia. Estamoshablando de experiencia de Dios, es de-cir, de comunión con Dios, comuniónde toda la persona: desde el pensa-miento hasta los sentimientos y la prác-tica de la vida (la forma de hacer “cre-yente”). Nos referimos a la experienciadel Dios siempre más grande: del Diostranscendente, que cuando más vivo yen comunión con nosotros le sentimos,más lejano e inalcanzable le percibi-mos. Una pedagogía de la fe que ex-

     prese claramente que los caminos deseguimiento son “noche oscura”14 comodiría Juan de la Cruz, y que por lo tan-to animen al creyente a implicarse en

    el reto del misterio de Dios con noso-tros.

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    3.2. La pedagogía de la evaluación

    3.2.1. El pedagogo

    En el Antiguo Testamento, el prototipode acompañante, lo podríamos llamar 

     pedagogo, es Moisés. Según se nos re-lata en el libro de los Números (6,24-26), el Señor Dios habla a Moisés y ledice cómo tendrán que bendecir al pue-

     blo Aarón y sus hijos. Le dice que lo ha-gan con estas palabras:

    «Que el Señor te bendiga y te pro-teja. Que el Señor te mire con agra-do y te muestre su bondad. Que elSeñor te mire con amor y te conce-da la paz.»

    Piensoqueesunresumenclaro(yun“programa pedagógico”) del deseo y dela intención que tendría que mover aaquellas personas que acompañen aotros cristianos en el camino de segui-miento del Señor, y por lo tanto en el ca-

    mino de búsqueda de las mediacionesmás adecuadas. Desde esta clave “pe-dagógica”, quien acompaña, poco a po-co tendrá que ir ayudando y enseñandoal creyente fomentando en él una seriede actitudes y creando unos determina-dos hábitos. El primero quizás fuera elde ayudarlo a rezar cada día, de formasencilla, breve, mirando la realidad vi-

    vida: hechos, acontecimientos, perso-nas, circunstancias... teniendo pues lamisma vida como argumento de la ora-ción. Podríamos denominarla: la peda-gogía de la evaluación.

    3.2.2. El don de la claridad de la mirada

    Poco a poco, el creyente deberá ir de-seando y recibiendo el don de la mira-

    da iluminada para adquirir la lucidezinterior. Hará falta desear y pedir estedon:

    «[Jesús] le preguntó: “¿Qué quieres

    que haga por ti?” El ciego le res- pondió: “Maestro, quiero recobrar lavista”» (Mc 10,51).

    Y esto hacerlo insistentemente, ca-da día. Sólo desde esta mirada tan es-

     pecial, que en definitiva vendría a ser lamirada de Dios mismo sobre nuestra re-alidad, el creyente puede llegar a ver elmundo y la historia que se va tejiendoen cada momento, de una manera hon-da, de una manera nueva y transforma-da. Sólo desde esta mirada podrá cap-tar la radicalidad del misterio que seesconde. Todo ello es fruto de un apren-dizaje que se desarrolla a lo largo de lavida.

    3.2.3. Ver qué pasa afueraEn estos “signos de los tiempos” (y me-diaciones) es donde Dios mismo se de-

     ja encontrar y donde se pueden captar (entender) sus inquietudes y deseos pa-ra nosotros. Deberemos aprender a mi-rar aquello que pasa en nuestro entorno

     para que nos afecte. Es un pasar de ser espectador a ser “afectado”. Aunque elúnico maestro de oración es el Espíritu,quien acompaña es mediación del mis-mo Espíritu como pedagogo para iniciar y acompañar por caminos de oración yde búsqueda del deseo y de la voluntadde Dios. Será una ayuda que busca ac-tivar la sensibilidad humana y espiritualde quien es acompañado, para que nada

    de lo que afecta a la vida y a las perso-nas le deje indiferente.33

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    3.2.4. Ver cómo afecta dentro

    La mirada hacia el exterior, poco a po-co se va girando hacia dentro de unomismo. Entonces, progresivamente unose va dando cuenta de que los afectossufren un vuelco; que hay una agitacióninterior, un movimiento interno que secapta como novedad. Así, poco a pocose va aprendiendo una rara morfología,que es la que configura la voz de Diosdirigida a la persona dentro de su cora-zón. A través de estos movimientos in-ternos, poco a poco se va aprendiendo a

    descifrar el lenguaje que Dios dirige alos afectos y también a la cabeza: unlenguaje que mueve el corazón, lo cam-

     bia, y que al mismo tiempo ilumina lacabeza. Es lo que podríamos denominar la sabiduría del corazón.15 El pedagogotendrá que ayudar a clarificar este len-guaje y a tomar conciencia de que esDios mismo quien se quiere comuni-

    car.16

    3.2.5. Generar hábitos

    Todo esto comporta generar el hábito deorar la vida cada día. No hace falta quesea demasiado larga. Bastan unos diez oquince minutos. Debería ser una oraciónsencilla, que tuviera como argumento lamisma vida: lasrelaciones, laspersonas,los acontecimientos, aquello que parecevulgar. Habrá que reservar espacio den-tro de la agenda, cosa posible sólo siexiste el deseo de encontrar cada día unespacio de paz. Una oración que tendríaque crear adicción en el creyente, por-que el arte de decidir y optar (decisiónsobre las mediaciones) comporta una ta-

    rea constante, escondida y de fondo, ca- paz de generar una nueva sensibilidad

    sobre el entorno y sobre uno mismo. Seasemeja al que, queriendo estar en for-ma, reserva cada día un rato para hacer algo de ejercicio físico. Para decidir encristiano sobre las mediaciones, hay que

    tener un sexto sentido capaz de captar con nueva sensibilidad la llamada y lavoz de Dios, que resulta reclamo e invi-tación al seguimiento. Se trata, en defi-nitiva, de ir adquiriendo una miradanueva que es la claridad de la mirada deDios.

    3.3. El que es acompañado3.3.1. La comunicación con quienacompaña

    El que acompaña no sólo es quien en-seña y anima al creyente a introducirseen este camino de la “mirada nueva”, si-no que también es su confidente. El cre-yente que poco a poco va siendo cada

    vez más consciente de los reclamos delSeñor le comunica con confianza sussentimientos, los movimientos interio-res que va experimentando. Entonces elque acompaña viene a desempeñar el

     papel de espejo que le devuelve la ima-gen recibida, evitando transformarla se-gún los propios intereses, sólo procu-rando ayudar a clarificarla. En cualquier 

    caso, su papel será el de quien sabe es-cuchar con mucho respeto, y el de ani-mador del proceso que el cristiano, él ensolitario, tendrá que hacer, a la búsque-da de la voluntad de Dios en cuanto a laelección de las mediaciones.

    3.3.2. Rectitud de intención

    Este hábito de búsqueda, sencillo, de ca-da día en la oración confiada, ayuda a34

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    orientar al cristiano hacia Dios y suReino. Aquel “hágase tu voluntad” delPadrenuestro va tomando sentido y varesultando la clave que abre la puerta dela libertad.17 Evidentemente no podría-

    mos hablar de libertad, si la opción por Jesús y su causa no fuese el punto de

     partida (y de llegada). Pero esto que pa-rece fácil de entender es un don (graciade Dios) y una conquista de cada mo-mento en la vida del creyente, porquelas interferencias son constantes y los“afectos” se mudan. Precisamente cada

     posibilidad de elección de una nuevamediación será un tiempo favorable pa-ra renovar la opción primordial del se-guimiento de Cristo, y al mismo tiempouna expresión clara de este seguimien-to. No olvidemos lo que decíamos alempezar: Cristo es “el” intermediario.

    3.3.3. La conversión del corazón

    La oración-evaluación de cada día don-de se descubre el paso del Señor por nuestra vida, ayuda a clarificar las in-tenciones y a renovar las actitudes cre-yentes, y a hacerlo desde la aceptaciónde la pobreza radical de cada uno, contoda la dimensión de pecado que com-

     portan los afectos mal ordenados o malorientados. Un tiempo, por lo tanto, deconversión desde la lucidez, viendo loque está pasando en el fondo del cora-zón y cómo en el día a día se produce laelección de malas mediaciones. Este re-alismo nos ayuda a entender que elSeñor no nos llama porque somos bue-nos, sino porque nos ama y nos quierecomo intermediarios que hagan presen-

    te su Reino, ya ahora, en la historia. Laclaridad de la mirada que sólo el Señor 

    nos puede conceder nos hace autocríti-cos y nos empuja a la conversión. ElReino de Dios empieza en “nuestra ca-sa”, una casa que no siempre está lo su-ficientemente limpia y ordenada.18

    3.3.4. La llamada del Señor 

    A través de este constante goteo diario, poco a poco o de repente, ¡quién sabe!,el Señor deja sentir su llamada al segui-miento, siempre en forma de invitación,ofreciendo nuevas mediaciones (o vie-

     jas, que habrá que estrenar) como obje-

    to de elección para el cristiano. Hay queestar preparado y siempre a punto parano dejar pasar el momento favorable,con las antorchas llenas de aceite(cf Mt. 25,10).

    3.3.5. La búsqueda del quién y el cómo: movimientos interiores

    En todo proceso de búsqueda, el diálo-go creyente entre quien hace camino yquien lo acompaña (¡cuidado!, ¡quetambién éste hace camino y también esacompañado!) acostumbra a ser unamediación muy necesaria. Ayuda a ob-

     jetivar, ayuda a evitar engaños,19 ayudaa distinguir los afectos y sentimientos,anim