Eides 70, Pedro Claver Esclavo de Los Esclvos

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    PEDRO CLAVER,

    ESCLAVO DE LOS ESCLAVOS

    Pedro Trigo, sj.

    I NTRODUCCIÓN ...................................................................................................................

    1.VIDA Y FUENTES ............................................................................................................

    2. APOSTOLADO DE SAN PEDRO CLAVER  ....................................................................

    3. DEDICACIÓN A LOS ENFERMOS ..................................................................................

    4. ATENCIÓN INTEGRAL A LOS PRESOS Y CONDENADOS A MUERTE ......................

    5. LA FUENTE DE SU APOSTOLADO ...............................................................................

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    Edita Cristianisme i Justícia, Roger de Llúria, 13 - 08010 Barcelona

    Tel. 93 317 23 38 - [email protected] - www.cristianismeijusticia.net

    Imprime: Edicions Rondas S.L. - Depósito Legal: B-4.060-2013

    ISBN: 978-84-9730-313-2 - ISSN: 2014-654X - ISSN (ed. virtual): 2014-6558

    Mayo 2013

    La Fundación Lluís Espinal le comunica que sus datos están registrados en un fichero de nombre BDGA-CIJ, titularidad de la Fundación Lluís Espinal. Solo se usan para la gestión del servicio que os ofrecemos,y para mantenerlo informado de nuestras actividades. Puede ejercitar sus derechos de acceso, rectifica-ción, cancelación y oposición dirigiendose por escrito a c/ Roger de Llúria 13, Barcelona.

    Pedro Trigo, sj., es profesor de Teología en el Instituto de Teología para religiosos,

    Facultad de Teología de la UCAB (Caracas - Venezuela). Vive en una zona popular y acom-

    paña a comunidades cristianas de base.

    Este año se cumple el 125 aniversario de la canonización por Leon XIII dePedro Claver, jesuita catalán nacido en Verdú (Lleida). Hemos creído inte-

    resante publicar este estudio, a la vez profundo y crítico, sobre el amplio

    apostolado que realizó Pedro Claver con sus amados esclavos negros.

    Va destinado a todas aquellas personas que deseen conocer mejor este

    santo y su manera de evangelizar, muy alejada de lo que hoy sería un pro-

    grama de catequesis. El artículo fue publicado en Revista Latinoamericana

    de Teología (2004).

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    INTRODUCCIÓN

    Pedro Claver es un caso extremo de solidaridad, tanto por lo que rea-

    lizó como por la perspectiva desde la cual lo llevó a cabo. Treinta y

    ocho años dedicado en cuerpo y alma a los esclavos, en el puerto de

    Cartagena, con altísima eficiencia y contentamiento de los destinata-

    rios, es vivir una vida llevada hasta el extremo. Pero más aún lo es vivir-

    la «desde el reverso de la historia», es decir, perteneciendo a los escla-vos. Pedro Claver se expropió a sí mismo para pertenecer a los expro-

    piados de todo derecho, también del derecho de disponer de sí mis-

    mos.

    La legitimidad de la esclavitud, en una sociedad cristiana, se ampa-

    raba en la distinción entre alma y cuerpo. El alma de los esclavos

    seguía siendo libre y pertenecía a Dios; el cuerpo, es decir, la fuerza de

    trabajo, estaba enajenada, ya que pertenecía al amo. Esta separación,

    literalmente diabólica, aparecía como tal por el dualismo de la cristian-

    dad, agudizado en el postrento. Para pertenecer a los esclavos, Claver mortificó su cuerpo para vivir casi de forma exclusiva como símbolo

    espléndido del amor que Dios les tenía. Difícilmente encontraremos un

    santo que haya negado tanto su cuerpo, y es seguro que no habrá otro

    que haya abrazado y acariciado tanto a tanta gente con tanto amor.

    La relación entre solidaridad y cuerpo es un tema crucial, en la época

    postmoderna, más aún, es un avance respecto de la modernidad. El

    cuidado es una actitud básica de nuestros tiempos. El cristianismo,

    desde su irrenunciable perspectiva creatural, asume esta perspectiva,pero dialectizándola. El caso de Claver, desde otra época, sin duda,

    puede arrojar mucha luz sobre el modo de encarar vitalmente este

    tema, desde el seguimiento de Jesús de Nazaret.

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    1.1. Bosquejo biográfico

    En 1602, entra en la Compañía de Jesús.Hace el noviciado en Tarragona conextraordinarias muestras de fervor. Deallí lo envían a Gerona, donde estudiaun año de humanidades, y a Mallorca,en1605, para estudiar filosofía. Allí, enel colegio de Montesión, es clave parasu vida el encuentro con el hermano

    Alonso Rodríguez, un anciano que lle-vaba largos años de portero. El superior le da permiso para hablar con él uncuarto de hora diaria. Él le inculca ladevoción, la humildad y la mortifica-ción, así como la vocación misionera.El hermano le entregó un cuadernode apuntes espirituales, que él leyó asi-duamente, a lo largo de su vida y que,

    al enfermar, legó, con el permiso delGeneral, al noviciado de Tunja.

    A finales de 1608, regresa a la pe-

    nínsula, habiendo pedido ya ir a misio-nes, y en efecto, en 1610, cuando co-menzaba su segundo año de teología, loenvían a América. Es significativo quese embarca solo, en un barquito con po-cas condiciones de navegabilidad, perollega sin novedad a Cartagena. De allílo mandan a Bogotá, donde le enseñanteología. La estudia de 1612 a 1615, cul-minándola exitosamente con el examenad gradum. En sus exequias, el vicariogeneral de la diócesis de Cartagena, quela gobernaba por estar la sede vacante,dio un testimonio muy laudatorio de lostiempos en que ambos estudiaron jun-tos, alabando de forma especial su inte-ligencia e integridad.

    Ese mismo año es destinado a Car-tagena, donde es ordenado sacerdote en5

    1. VIDA Y FUENTES

    Claver nace en Verdú (Lleida), en 1580. Después de estudiar en su ciu-

    dad natal, sus padres lo enviaron a Barcelona, en cuyos EstudiosGenerales hizo cuatro años de gramática y uno de retórica.

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    1616. Se inicia en el trabajo con los es-clavos con el padre Alonso de Sandoval,que en el año 1617 es llamado a Perú,hasta 1620, recayendo todo el peso so- bre el neosacerdote Claver. Sandoval

    llevaba en Cartagena desde 1605 y per-manecerá en el apostolado de los negroshasta su muerte, en 1652. En 1623, con-cluye su tratado De instauranda aethio- pum salute, el único tratado sistemáticosobre la evangelización de los negros,inspirado en el De procuranda indurum salute, de Acosta. En él sobresalen a lavez la erudición y la capacidad para

     visualizar situaciones y sistematizar  experiencias. Fue el maestro de Claver quien sigue sus métodos y su espíritu, personalizándolos. En abril de 1622,Claver hace la profesión solemne. Enella estampó después de su firma la fór-mula que definió su vida: Petrus Claver,aethiopum semper servus.

    Dice Astráin, en su bosquejo biográ-

    fico, que los jesuitas «le miraban comoa un pobre hombre» que no servía paraotra cosa «sino para lo que estaba ha-ciendo: esto es, para catequizar a los ne-gros bozales que desembarcaban enCartagena y luego eran distribuidos por otras partes de América. Confirma suapreciación, entre otros datos, con losinformes secretos que enviaban a Romalos superiores. El de 1616 dice así: «P.Pedro Claver: ingenio, mediano; juicio,menos que mediano; prudencia, corta;experiencia de los negocios, corta; apro-vechamiento en las letras, mediano; talento; sirve para predicar y tratar conindios». En los de 1642, dice el histo-riador, «el ingenio, el juicio, la pruden-

    cia y la experiencia llevan siempre la calificación de mediocris; solamente

    se le llama insigne en el ministerio decatequizar a los negros. En el catálogode 1649 varían poco las calificaciones,con la diferencia de que el ingenio es bueno y la prudencia pequeña, exigua».

    Es un hecho que nunca es propuesto pa-ra superior, ni se le consulta nada, y esoque había una gran penuria de padres profesos y, por eso, de superiores. Elúnico cargo que desempeña, además desu dedicación a los negros, es el de pre-fecto del templo.

    Da mucho que pensar por qué fuetan poco estimada una persona tan no-table por muchos motivos. En algo con-tribuiría el arte que tenía para ocultar  todo lo bueno y para rebajarse siempre.Aunque ese tenía que haber sido más bien otro motivo de estima, en una épo-ca en que tantos ambicionaban la profe-sión solemne y los cargos. En este con-texto, es significativa de su actitud lacarta que dirigió al General, pidiéndoleque no le diesen ningún grado, sino quelo mantuviesen con los votos del bienio,después del noviciado. El General lerespondió expresándole que se edifica- ba de su propuesta, pero que se mantu-viese indiferente a lo que determinase laCompañía.

    Se dice que era mediocre en los ne-

    gocios; pero en asuntos de los esclavos,con la logística tan complicada que re-quería, se desempeñó perfectamente bien, y lo mismo puede decirse de laatención a la organización de la cuares-ma y la pascua. Para él era fundamen-tal, por ejemplo, disponer de intérpretes para cada lengua, aunque consta que élhablaba la general de Angola. Debió te-

    ner dificultades para disponer estable-mente de ellos, y por eso recurrió, en6

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    1626, al General para procurárselos yque se los dedicara en exclusiva a estamisión. El General le respondió, en1628, apoyándolo entusiásticamente yencargando al Provincial que se dedica-

    ran sólo a su servicio los ocho esclavosque requería.

    Creo que la clave del problema es-taba en el juicio o la prudencia. Para no pocos jesuitas, y entre ellos los superio-res, su carencia en este punto tan crucialera tan grave que lo volvía no apto parala Compañía. Esta discusión nos intro-duce en la entraña del ministerio de Cla-

    ver. Pero eso lo dejaremos para el final,después de haber dado los elementosque están en juego.

    Acabaremos el esbozo de su vida di-ciendo que enfermó de una epidemiamuy mortífera, que se desató en 1651 enla ciudad. Al regresar de la misión queemprendía todos los años, en pascua por las haciendas, vino con un temblor enmanos y pies que, al poco tiempo, le im- pidió decir misa e incluso mantenerseen pie. De todos modos, con ayuda desus fieles intérpretes, continuó como pudo asistiendo a los leprosos y a otrosministerios, hasta que murió, en 1654.En su lecho de enfermo tuvo la alegríade escuchar el relato de la vida de sumaestro, el hermano Alonso Rodríguez,escrita por Francisco Colín, en 1652.Su funeral constituyó una verdaderaapoteosis.

    1.2. Características de las fuentes

    Estudiaremos a Pedro Claver a partir delas actas de los procesos de beatifica-

    ción y canonización. El estudio será, pues, un análisis de textos, enmarcán-

    dolos en la época, que es de decadenciaespañola y de consolidación de la Amé-rica hispánica como América criolla. Elambiente cultural se caracteriza como barroco americano, que expresa ante

    todo una sensibilidad. El ambiente reli-gioso es el postrento americano, y, den-tro de él, el de la piedad popular ba-rroca, como ocurría en la Compañía deJesús, tal como lo había configurado elGeneral Aquaviva, como expresión ex-trema y sobresaliente de la contrarre-forma.

    Como todo material de este tipo,

    hay que tener en cuenta que las pregun-tas que aparecen en las actas configuranun prototipo de santidad que actúa co-mo parámetro. Esto quiere decir que losque dan testimonio (y lo dan porquecreen en la santidad de esa persona)deben demostrar a la Santa Sede quecumple con los requisitos que ella pone para declarar santa a una persona. Si seles hubiera dejado testimoniar libre-mente, saldría a relucir tanto lo que lesimpactó de la persona como su propio paradigma de santidad. De este modo,en cambio, deben aceptar el modelo propuesto y medir por él a la persona.

    Esto opera un desplazamiento de paradigmas, y desde este esquema, la

    historia no es reveladora de lo que enuna época determinada es el seguimien-to eximio de Cristo, sino la confirma-ción de que sí existen en ella ejempla-res de los prototipos establecidos porla Santa Sede. La novedad del Espírituqueda opacada, la adecuación del se-guimiento no es tal, porque se pone en-tre paréntesis la novedad de la historia

    y la del seguidor de Cristo. Sin embar-go, a pesar de la rigidez del esquema,7

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    no puede dejar de relucir la genuinidaddel santo, si en verdad lo es, y esto estanto más notable cuanto menos rígidoes el cuestionario. En el caso de Claver,esto resulta muy evidente: hay pregun-

    tas sobre las que apenas dicen nada lostestigos, y lo dicen un tanto genérica eincluso forzadamente, mientras que enotras, los testimonios forman una ver-dadera avalancha, por el volumen de lasaportaciones. El contenido, además, esmuy concreto y trasmite la honda emo-ción que el santo dejó en ellos.

    El otro problema de este tipo de ma-terial es que no da pie para rastrear el proceso de la persona, es decir, cómoha llegado a esa plenitud cristiana, yaque se parte de su estado de santidad.En el caso de Claver, los testigos sontodos de Cartagena, y hablan de él des-de sus treinta y seis años de edad enadelante, cuando ya era sacerdote yestaba dedicado al único ministerio quedesempeñó a lo largo de su vida.

    Esto no sólo impide el análisis ge-nético, sino también el estructural. Co-mo los testigos deben ceñirse al cues-tionario previo, se tocan cuestiones, enlas cuales la persona no era relevante,mezcladas con otras en las que sí lo fue.De este modo se dificulta extraordina-

    riamente ver los ejes estructuradores desu vida, y la figura que ésta compone. No sólo eso, incluso la descripción desu ministerio y de acontecimientos rele-vantes no se recoge en su integralidad pluridimensional, sino que se vuelve aellos una y otra vez, y cada vez desdeuna virtud del santo: su deseo de propa-gar la fe, la caridad para con los próji-

    mos, la atención a los enfermos, la mor-tificación…

    1.3. El testimonio del hermanoNicolás González

    En particular, habría que mencionar lamano del hermano Nicolás González,

    que conoció al santo durante más deveintisiete años, cinco antes de entrar ala Compañía y veintidós como religio-so. Fue sacristán de la iglesia cuandoPedro Claver era su prefecto, y fue elacompañante permanente del santo.Debía hacerlo uno, por la llamada «re-gla del compañero», según la cual un jesuita no podía estar solo, cuando salía

    de casa, y el encargado de acompañarloera ordinariamente él. El hermano pro-fesaba a Pedro Claver un inmenso cari-ño y admiración, que confiesa de modoexpreso, en varias ocasiones. A su vez,el santo le daba plena confianza.

    Su testimonio es tan amplio queocupa 130 pliegos, en el legajo original,y además, no se restringe a la mera des-

    cripción de la persona de Claver, sinoque demuestra que había comprendidotanto la lógica y estructura de sus mi-nisterios como los móviles más íntimosdel sujeto. Por eso, él es la base paracualquier vida que quiera escribirsesobre Pedro Claver. Además de eso, puede presumirse que influyó en el tes-timonio de los negros intérpretes. No

    significa eso, en modo alguno, que in-ducía su testimonio, pues ellos profesa- ban al santo un cariño personalísimo yuna extrema veneración, y a la vez, seve que dominaban su oficio, pero sí podía estar influyendo el testimonio,ordenándolo y dándole forma.

    Por si esto fuera poco, el hermano Nicolás González actuó, en la última

     parte del proceso, como procurador dela causa. Su testimonio es muy consis-8

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    tente y convincente, porque no sólo ofrece un caudal impresionante dedatos, sino porque los comprende einterpreta de forma convincente, de talmodo que de ellos mana la figura viva

    del santo y, más aún, el misterio de suvida. Que su testimonio es fehaciente,se prueba porque es corroborado, tanto por numerosos datos complementarioscomo por apreciaciones de personasindependientes y con autoridad, queenriquecen mucho el cuadro que com- pone el hermano, pero sin cambiar nunca la clave.

    1.4. Otros testimonios

    Los testigos son variadísimos: tantovarones como mujeres, de todas lasedades, estados de vida, condicionessociales, razas y culturas. Componenun conjunto los hermanos jesuitas quevivieron con él y sus intérpretes escla-vos negros: son los colaboradores per-manentes de su apostolado y testigoscontinuos e íntimos de su vida. Otroestá formado por devotos y devotas dela Compañía de Cartagena, que lo trata-ron de forma familiar. Entre éstos, esrelevante mencionar a los devotos ydevotas particulares del santo, que le pedían ayuda espiritual y que lo ayuda- ban, a su vez, de modo asiduo para suapostolado con los negros y los enfer-mos. Otro conjunto significativo es elde los religiosos de san Juan de Dios yotras personas, ligadas a los hospitales,que lo trataron mucho, específicamen-te, en ese medio. Otro grupo, con una perspectiva muy concreta, son los veci-

    nos de Cartagena, entre los que cabemencionar a los sacerdotes y religiososde otras órdenes, a las autoridades, a losnacidos allí y que lo conocieron desdeniños y a mucha gente popular, entre

    ellos, enfermos y pobres a los que soco-rría habitualmente y a los que tambiénrecurría para ayudar a otros.

    Una ausencia en extremo significa-tiva son los padres jesuitas. En la edi-ción de las actas no aparece ninguno, bien porque no testificaron, bien por-que la traductora (una historiadora ita-liana) no juzgó relevante nada de lo que

    dijeron, y de hecho, no traduce todoslos testimonios para no alargar tanto eltexto, ni hacerlo demasiado reiterativo.Tal vez para paliar esta ausencia tanescandalosa, el traductor oficial al latíny al italiano llama reverendos padres alos hermanos jesuitas que testifican. Unhecho que, en parte, explica esta omi-sión tan llamativa es que en la pesteque hubo tres años antes de la muertedel santo murieron nueve del colegiode Cartagena. Además, habría quemencionar al padre Diego RamírezFariña, a cuyo cuestionario se refierenconstantemente los testigos. Este padrellegó al colegio para continuar el apos-tolado del santo, quince días antes desu muerte. Claver, que estaba muyenfermo, se emocionó con esta noticia,y de lo contento que se puso, bajó a besarle los pies y lo recomendó a una«devota suya como confesor». Así, pues, aunque indirectamente, este padre sí intervino, testificando así quelo tenía por santo, insistimos en quecasi no vivió con él.

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    2.1. Dedicación a la salvaciónintegral de los negros

    Quiero insistir que, en su caso, esa con-sagración es un documento personalísi-mo: pretende ser la expresión cabal dela opción fundamental, tornada despuésde un largo proceso de decantación dela voluntad de Dios sobre su vida y deliberación de su libertad para podérselaentregar efectivamente. Pues bien, lafórmula de los votos no le pareció sufi-ciente para expresar su consagración personal y añadió, como lo más genui-no y auténtico en lo que desembocabatodo lo demás, su entrega a los negros.

    Esta entrega fue comprendida y vi-

    vida como una expropiación de sí y una pertenencia a ellos. Esta pertenencia dio

    cauces y contenido a su vida, la salvóy plenificó, además de que dio vida aotras vidas: fue fecunda. Pero, no loolvidemos, fue una consagración reli-giosa, formó parte de su consagración aDios. Para Claver, esto no significabaninguna mediatización ya que, para él,era obvio que el bien de los negros erasu salvación integral: su vida de hijos ehijas de Dios, que implicaba una vidavirtuosa y provechosa, pero, antes queeso, que vivieran sanos y que fueranrespetados.

    Así, pues, para Claver querer a losnegros –o querer ayudarlos– y querer su salvación, no era de ningún modo undilema, sino que era una misma cosa,

     porque la salvación que él proponía noera impersonal, sino que era personali-10

    2. APOSTOLADO DE SAN PEDRO CLAVER 

    Desde los testimonios que poseemos, parece claro que la clave de la

    vida de Claver es la consagración a los negros como expresión de suconsagración a Dios. En efecto, en la fórmula de su profesión escribióque se dedicaba a la salvación de los negros, que se hacía esclavo delos esclavos para siempre.

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    zada, aunque tuviera elementos objeti-vos, como el aprendizaje de la doctrinacristiana, el bautismo y, luego, la confe-sión, la misa y la vida virtuosa. El núcleoera la oración, la relación personalizada

    con Dios y con Jesús, con la Virgen ylos santos y la vida que de ahí dimana- ba. Tampoco había ninguna dicotomía, porque buscó la salvación de los escla-vos negros, a través de una relación tan personalísima, que todos los testimo-nios subrayan que amaba a los negros ylos trataba como si fueran su familia,sus hermanos e hijos.

    Por tanto, en nuestro análisis, vamosa partir de este apostolado, tanto conlos que desembarcaban provenientes deÁfrica y que serían vendidos o trans- portados hacia el sur, como con los dela ciudad de Cartagena, como con losque vivían en las haciendas de la costay de los ríos.

    2.2. Apostolado con los negros«bozales»

    2.2.1. Recibimiento y primeras atenciones a los que llegaban

    Como marco, la referencia obligada esel De instauranda Aethiopum salute, desu maestro y compañero Luis de San-

    doval, que murió dos años antes que él,después de cuarenta años de ministeriocon los negros en Cartagena. Él descri- be de forma minuciosa cómo son cap-turados los esclavos, cómo hacen la tra-vesía, en qué estado llegan a Cartagenay cómo son vendidos. Son descripcio-nes escalofriantes. Los testimonios lascorroboran abundantemente, en lo que

    respecta a cómo llegan los negros ycómo son puestos en cuarentena. De los

    testimonios se deduce que en cada lotesiempre había un grupo de esclavos queenfermaban por las condiciones de latravesía y que nadie los atendía. El ence- rrarlos en las bodegas del barco, la hu-

    medad, el hacinamiento, la inmovilidad,la mala comida y los excrementos acu-mulados llevaba a que contrajeran en-fermedades contagiosas, tanto de la piely luego de la carne (llagas infectadas ytumores), como de las vías digestivas, yse supone que también de las res pirato-rias. En esas condiciones, el hedor teníaque ser absolutamente insoportable. Los

    testimonios abundan en las llagas, la pusy la carne que se caía a pedazos, además,de las frecuentes diarreas.

    El hedor y el temor al contagio ais-laban a los enfermos. En las casas enque los tenían en cuarentena no teníanatención médica y estaban desnudos,sin ninguna medida profiláctica.

    Sandoval trata minuciosamente lorelativo al modo de catequizarlos y ad-ministrarles el bautismo, y en particular,la dedicación de los jesuitas a este mi-nisterio. En el texto, los testimonios quedescriben el apostolado de Claver, enesas primeras semanas, están distribui-dos en diversas preguntas. La primera,sobre la administración del bautismo einstrucción a los negros infieles; la se-gunda se refiere a su celo por la salva-ción de las almas; la tercera, a la caridadcon los enfermos; la cuarta, a la caridad.

    Al saber que venía un barco, teníatal alegría que decía misas por el que ledaba la noticia. Y así, deseosos de quese las aplicaran, iban rápido a avisarlelos primeros que se enteraban. Él averi-

    guaba de qué naciones eran y conseguíaintérpretes, si ya no los tenía, incluso11

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    mandándolos a buscar, fuera de la ciu-dad y pagándoles a ellos o a sus amos loque le pidieran. Con el tiempo, consi-guió un cuerpo completo de intér pretes,unos dieciocho, no pocos multilingües.

    Recogía limosnas entre sus devotos, ycon los intérpretes, iba al mercado acomprar regalos para llevarles, y conellos se dirigía, en barca, a los barcos.

    Al llegar, por medio de los intérpre-tes, les daba la bienvenida, abrazandoy acariciando a cada uno. Les decía queestaba allí como padre de todos. Lesinsistía que no iban a asesinarlos, sino

    a servirse de ellos, y que, si se portaban bien, serían bien tratados. Se extendíaen estas razones y en esas pruebas deamistad porque, como confirman abun-dantemente los testimonios, en su tierrales hacían creer que los matarían parasacarles la manteca y pintar con su sangre los barcos. Por eso, venían llenosde desesperación y se dejaban morir dehambre o se arrojaban al mar. Les decíaque Dios los había traído para que loconocieran y para hacerlos sus hijos.

    Averiguaba si había enfermos gra-ves o recién nacidos en peligro, se diri-gía donde ellos limpiándolos, alivián-doles con lo que había traído al efecto ydándoles algunas golosinas y de beber.Luego, les preguntaba si habían recibi-do el bautismo. Si no lo habían reci- bido, por medio de los intérpretes, los preparaba lo mejor posible y con lasolemnidad del caso, los bautizaba. Alos ya bautizados, los instruía. A todosles imponía los óleos.

    Y volvía a hablar al conjunto de losnegros del barco con muestras de gran

    cariño. Pedía a los capitanes y a losamos que desembarcaran primero a los

    enfermos y él y los intérpretes les ayu-daban para que sufrieran lo menos posi- ble en el traslado. Al desembarcar, man-daba nuevamente a los intérpretes conregalos para que les dieran la bienveni-

    da y les aseguraran su compañía y ayu-da. Cuando fue mayor y su salud se que- brantó, los superiores le prohibieron ir alos barcos; entonces, enviaba con esasinstrucciones a los intérpretes y él salíaa recibirlos al muelle. Se aseguraba quese trasladara con el mayor cuidado a losenfermos y él mismo ayudaba.

    Cuando estaban en las estancias queles habían reservado, repetía lo mismo,abrazándolos, consolándolos y distribu-yendo regalos. Dedicaba mucho tiempocada día con los enfermos, atendiéndo-los personalmente. Todos ponderan quelo hacía como si fueran de su familia,con todo amor y delicadeza y con suma paciencia y eficacia. Nunca daba laimpresión de que se estaba mortifican-do, aunque los intérpretes, sólo por res- peto a él, toleraban permanecer con losenfermos. Todos insisten en que parecíaimpasible, de bronce, como si no fuerade este mundo, ya que parecía no afec-tarle ni el aspecto repugnante, ni elhedor, ni las enfermedades contagiosas.Subrayan que el rostro se le trasfigura-

     ba de tanto cariño y gusto. También in-sisten en el cuidado que tenía con losintérpretes y acompañantes para que nose contagiaran. No soportaba que losenfermos no soportaran su propio he -dor, y hacía infusiones de yerbas aro-máticas y arropaba al enfermo en sumanteo para que le envolviera más elaroma. Era diestro en remedios, y así

    no sólo mostraba una voluntad de oro,sino eficacia.12

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     No es fácil captar lo que sentiríanlos negros. Varios intérpretes dicen queellos habían llegado con gran desfalle-cimiento vital y gran angustia y que laactitud del padre los ganó para siempre.

    Los habían capturado con violencia, loshabían vendido como mercancía. Comotal, los habían trasportado sin ningunaconsideración. Y cuando esperaban yala muerte, aparecía este personaje contal capacidad comunicativa, en una on-da radicalmente diferente. No les seríafácil procesar lo que estaba ocurriendo, pero por todos los testimonios, consta

    que se abrían al ofrecimiento amistosode Claver, que su actitud era fehaciente.

    2.2.2. Instrucción en el cristianismo

    En las estancias donde los tenían encuarentena, esperando a que se recupe-rasen para venderlos o trasladarlos alsur, comenzaba el proceso de instruc-

    ción en el cristianismo. Procuraba ropas para los varones y sobre todo para lasmujeres, pues todas venían desnudas.Ponía a un lado a los varones, al otro alas mujeres y los enfermos aparte con elacomodo posible. Hacía traer sillas paraque se sentaran los intérpretes y paraque esa muestra de autoridad animaraa los esclavos a hacerse cristianos. Los

    instruía con mucha mímica, lograndoque los negros participaran con todoentusiasmo. Les hacía repetir los gestosmuchas veces, hasta que los incorpora- ban. También les mostraba cuadros muygráficos, en los que aparecían negroscon caracterizaciones deseables o re pul-sivas, según lo que quería inculcar. Al-ternaba lo grupal y lo individualizado.

    La instrucción tenía cinco puntos:la Trinidad, la encarnación, la pasión y

    muerte en cruz, la resurrección de Jesúsy la resurrección universal en el juiciofinal. Se lo explicaba con ilustraciones,con comparaciones, con narraciones.Tenía también una lámina con un alma

    en llamas atormentada por los demo-nios. El padre explicaba que era el almade un negro muerto sin bautismo. Por eso, debían agradecer a Dios por haber-los llevado a tierra de cristianos, dondese bautizarían, haciéndose hijos de Diosy entrarían en la Iglesia. Pero lo mássustancioso de su instrucción era sacar el crucifijo del pecho y decir cómo elSeñor se había puesto en esa cruz para pagar por nuestros pecados y salvar asíal género humano. Si querían ser sushijos, les debía doler haber vivido sinconocerlo y sumidos en la idolatría, laebriedad, la lujuria y otros pecados. Por eso, tenían que arrepentirse de corazóny pedir perdón a ese Señor. El padrerepetía una y otra vez, mostrándolesel Cristo y dándose golpes de pecho:«Jesucristo, Hijo de Dios, tú eres mi padre y mi madre, yo te amo mucho,me duele en el alma haberte ofendido».«Era tanto el fervor con que decía esto,que quedaba largo tiempo en suspensoy como fuera de sí derramando con granternura muchas lágrimas». Los negros

    también se enternecían y se golpeabanel pecho. Luego, les decía que, así co-mo la serpiente muda de piel, ellos de- bían arrancar de sí la idolatría y los vi-cios. Y mientras lo decía, hacía ademánde que se quitaba la piel de cada partedel cuerpo, «imitándolo todos en estaacción con tanto fervor que parecía quese despojaban verdaderamente de su

     piel y la arrancaban de sí, y la escupíanen señal de que se despojaban del anti-13

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    guo Adán y de sus pasiones y vicios, yse vestían del hombre nuevo, Cristo, yde sus virtudes, profesando la ley evan-gélica que Él enseñó».

    Estas instrucciones las repetía mu-chos días, muy personalizadamente yles explicaba lo que es la fe y les ense-ñaba a hacer actos de fe. También losanimaba a que tuvieran esperanza dever a Jesús o y gozarlo en el cielo; lesdecía «lo que en este mundo tocaba a laesperanza con palabras tan ardientes yvivas razones que parecía que les en-cendiera los ánimos e inflamara sus al-mas con seguras esperanzas de la gloriaque ha bían de alcanzar por medio del bautismo». Luego, los llevaba a actosde amor de Dios y les decía también«cómo por Él y por su amor se debíanamar mucho unos a otros sintiendo por cualquier prójimo o compañero suyo elmismo afecto que se tenían a sí mis-mos». Y decía ejemplos muy concretoscomo compartir la comida, deponer lasenemistades que tenían en su tierra o lasque surgieron en el viaje, renunciar avenganzas. Y pedía que los que habíansido enemigos se perdonaran y se abra-zasen, «tratándose como hermanos ehijos de Dios». Concluía diciendo queen la caridad se contenía el resumen de

    toda la ley de los cristianos. No parece muy pedagógico empe-zar por la Trinidad, ni omitir al Creador,la creación y su espíritu, que animatodas las cosas, ya que considerar todocreación de Dios y al espíritu animán-dolo todo podía haber sido el lazo deunión con su religión africana. Omitir la vida de Jesús, pasando de la encarna-

    ción a la pasión no ayuda a captar elcristianismo como la religión de la hu-

    manidad. Sí tiene sentido la insistencia,tan paulina, en el amor de Jesús, quereluce en la cruz, y cómo la respuesta esno crucificarlo con nuestros pecados yamarle. Él es nuestro padre y nuestra

    madre. Un Dios humanado y crucifica-do sí podía ser captado con naturalidad, por estos condenados de la tierra. Elque el amor, el de Jesús y el de ellos, esdecir, la relación personal por excelen-cia, llevara la voz cantante, tenía queemocionarles, aunque les tenía que re-sultar no fácilmente verificable, fuerade la actitud del padre y sus ayudantes.

    La situación tan extrema en la que esta- ban sí era propicia para un renacimien-to. De este modo, tenían un lugar y unadignidad en ese mundo al que llegabancomo condenados. Adquirían una inte-rioridad, que era un modo de libertad.El que ese desconocido, que no les pe-día nada sino que les daba cosas nece-sarias y gustosas y cariño, les dedicara

    tanto tiempo era la mayor buena nueva,ése era propiamente el evangelio. Éseera el sacramento de que Dios los ama- ba y los quería hacer sus hijos. Sin em- bargo, al irse el padre, todo quedabaigual de deprimente, el trato era cruel ydespersonalizado. No era fácil compo-ner el mundo del padre y su nueva coti-dianidad.

    2.2.3. Bautizo

    La ceremonia del bautizo trataba de ser lo más solemne y grata posible, perotambién lo más gráfica y personalizada.De ahí, el cuadro del negro sin bautizar en el infierno y el negro hermoso, lava-do por el agua del bautismo, que viene

    de la sangre de Cristo en cruz. De ahí,las preguntas que debía responder cada14

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    uno: si quería ser bautizado, de quiénera esa agua (de Dios), de quién queda- ba hijo, recibiéndola (de Dios), dóndeiría con aquella agua (al cielo). «Todoencendido y llameante de amor de

    Dios» (dice uno de los intérpretes ne-gros) lo bautizaba derramando el aguasobre su cabeza con un jarro de barrovidriado. Enseguida ordenaba que se le pusiera al cuello una medalla de plomocon Jesús a un lado y María al otro.«Después de haberlos bautizado a to-dos, se ponía de rodillas frente al altary permanecía en oración por un largo

    rato, dándole gracias a Dios por los fa-vores que le había hecho de habersequerido servir de él como instrumento para que los infieles recibieran el aguadel bautismo. Abrazándolos a todos, losdespedía diciéndoles que recordarancómo eran antes de recibir el santo bau-tismo, porque ahora estaban en graciade Dios, eran hijos adoptivos suyos y

    herederos de la gloria».Realmente, la escena es grandiosa.

    Según la teología de la época, que ne-ga ba la salvación a los que estaban fue-ra de la Iglesia, bautizar a los infielesera lo más sublime que se podía hacer.Pero aún hoy, aunque nosotros creamosque Jesús en la pascua ha derramado elEspíritu en todos los corazones, saber todo lo que el padre explicaba, creerlo yconsagrarse a ello, ¿no es también lomás grandioso que puede suceder a una persona? ¿No es comprensible que a unhombre de fe como Claver le colmarade felicidad que Dios lo hubiera elegi-do para que llevara a esta relación conÉl a cientos de miles de personas, y

      precisamente a personas no tratadas co-mo tales que, por eso estaban en trance

    de despersonalizarse y que, sin embar-go, eran en realidad los predilectos deDios?

    Sin embargo, hay un punto que paralos negros tenía que resultar muy amar-go: el que los antepasados estuvieran enel infierno. Para ellos, los ancestros sonsagrados: les han dado vida, han vividoy muerto para darles lugar a ellos. Sesentían ligados a ellos, por lazos sagra-dos, por el espíritu. ¿Cómo podían creer que por no conocer a Jesús sin culpa su-ya y por no estar bautizados, estarían enel infierno? Está bien que se exalte demodo positivo la grandeza del bautis-mo, pero no que se denigre lo anterior.Fue el mismo problema que palpóJavier, en Japón. La diferencia es queallí eran libres, tenían voz, estaban ensu casa y el misionero era huésped su-yo. Por eso, pudieron expresar a Javier esa tristeza, que él no pudo remediar.Aquí, los negros no tenían voz, no po-dían manifestar pesar y menos desa-cuerdo. Además, ¿cómo hacerlo respec-to de la única persona que los recibía,les daba la bienvenida, les manifestabasu amor, les aliviaba en su estado tandesesperado y les introducía en ese mun-do nuevo, colocándolos en un estado dedignidad, la dignidad de los hijos de

    Dios?Al día siguiente del bautizo, volvíamuy de mañana y les manifestaba que,como eran hijos de Dios, debían evitar ofenderle; pero que, como eran débiles,si pecaban, tenían como remedio laconfesión. Les enseñaba la manera dehacerla y les decía que no tuvieran ver-güenza de decir sus pecados, porque

    el confesor estaba en lugar de Dios yguardaría secreto. Durante muchos días15

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    los instruía sobre la confesión. Tambiénlos días de fiesta los llevaba a la misa.«Y era tan fuerte el mal olor, que lasmujeres españolas no lo podían tolerar y salían de la iglesia». Esto debía ser 

    muy notorio, porque hay muchos testi-monios al respecto.

    2.2.4. Despedida a los que seguíanviaje hacia el sur 

    Cuando sabía que algunos grupos de- bían viajar a otras partes, sobre todo aPerú, iba a verlos y los animaba, dicién-

    doles que encontrarían buenos amos,que los atenderían bien y les darían ves-tidos. Les insistía en que, si alguno en-fermaba en el viaje, le llevaran al con-fesor. Les recordaba los mandamientosde Dios y de la Iglesia y les volvía aexplicar que debían confesar con dolor y arrepentimiento de haber ofendido aDios y propósito de no volver a hacer-

    lo. Si no había sacerdote, debían hacer un acto de contrición. Era el mismo queles enseñara al comienzo. Se lo repetíahasta que lo supieran de memoria:«Jesucristo, Hijo de Dios vivo, tú eresmi padre y mi madre; yo te amo mucho,me duele en el alma haberte ofendido.Yo te amo mucho, mucho, mucho».Todo esto se lo encargaba, encarecién-

    doselo mucho, al negro que los dirigía.«Finalmente hablaba a los capitanes y alos dueños, pidiéndoles que por amor de Dios tuvieran mucho cuidado deellos y les dieran regalos en el viaje.Ellos se lo prometían y el padre conta- ba lo referido a los negros para conso-larlos y animarlos mucho. Y estando yacercano el viaje, un día o dos antes, iba

    a sus casas y les llevaba tabaco y algu-nos otros regalos».

    2.2.5. Valoración de este ministerio

    Es importantísimo entender la teologíade la época para comprender esteministerio, ya que el bautismo era demodo absoluto la puerta para llegar aser hijo de Dios, y la confesión, lasegunda tabla de salvación, si se había pecado después, suplida por el acto decontrición, si no había confesor. ParaPedro Claver, como para nosotros, nadaes comparable a la dignidad y dicha deser hijo de Dios y de vivir y morir comotal. Por eso, este ministerio se tomabatan en serio, que los negros llegaban ahacerse cargo de algún modo de la gran-deza a la que habían sido llamados. Éllos introducía con su devoción en elmisterio y ellos participaban, a su modo,de él. De ahí, la gran alegría del santo.

    Pero hay que enfatizar que el queDios nos haya hecho sus hijos era paraél la mayor manifestación posible de

    amor. Por eso, el amor humano de PedroClaver a los negros era el sacramentodel misterio al que habían sido llama-dos. La verdad de este amor, su ingenio,su generosidad, su afecto, les hacía ver que ese misterio era muy real. Por eso,la fórmula del acto de contrición, reci-tada por él con toda el alma, era la sín-tesis de todo. El que él fuera para ellos

    realmente su padre, su madre y su her-mano, les revelaba la verdad de que eranhijos de Dios. Esa profunda realidad ledaba la fortaleza, la constancia, el inge-nio, la ternura. El estar absorbido por esa relación con los negros, hacía que elhedor, el peligro del contagio y la fatigano hicieran mella en él. También constaque esta actitud impresionaba, no sólo a

    los vecinos de Cartagena, especialmen-te a los curas y a los oficiales reales,16

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    sino también a los que tenían a cargo alos negros: los dueños y capitanes.

    2.3. Atención integral a los negros

    residentes en la ciudad

    El segundo ministerio con los negrostenía que ver con la perseverancia delos ya bautizados, que vivían en la ciu-dad y en sus alrededores. A los prime-ros se dedicaba diariamente, pero demodo muy particular en la cuaresma,y a los segundos atendía durante varios

    meses, después de la pascua. El resul-tado de este apostolado, según un sacer-dote cartagenero que conoció al padredesde que tuvo uso de razón, es que «laexperiencia ha demostrado que todoshan perseverado en la fe primera queles enseñó, cuidadosos de asistir a misay de visitar los templos y ejercer la cari-dad. En particular tienen devoción de

    mandar decir misas por sus difuntos».

    2.3.1. Dedicación a oírles en confesión

    Los textos sobre la atención en la cua-resma son muy abundantes. Lo que ha-cía todos los días era confesar, desdeque se abría la iglesia hasta las diez, losdías laborables, y hasta las once, los

    domingos y fiestas. Entonces decía mi-sa, la última misa, para dar oportunidada los que estaban ocupados. Muchasveces, estaba tan abstraído en este mi-nisterio que había que llamarlo paraque fuera a decir la misa. Después de laacción de gracias, seguía confesando,hasta que se cerraba la iglesia, y luego,a las dos, cuando se abría, seguía hasta

    las seis de la tarde. De día, confesabasobre todo a negras, y en una sala de

    recibir, a los negros, hasta las nueve dela noche, hora en que se cerraba el cole-gio. En la capilla, cerca de su confesio-nario, tenía cuadros devotos del infier-no, el purgatorio y el cielo, y también

    de la pasión, incluida la crucifixión. El padre hacía pláticas fervorosísimas conlos tres primeros cuadros, tanto que «nosólo alzaban las voces conmovidos por la fuerza del dolor que sentían y por loque el padre les decía, sino que tambiénelevaban las manos, como queriendo pedir perdón y misericordia al cielo».Por último, se arrodillaba, y todos con

    él, «y les hacía un acto de contriciónmuy fervoroso. El modo como lo decíaera ya suficiente para mover a contri-ción y dolor a los corazones más durosy empedernidos. A este acto, si bien el padre lo hacía sólo para los negros ynegras de los que tenía especial cuida-do, se acercaban para oírlo este testigoy muchas otras personas españolas».

    Como la iglesia era muy húmeda por la cercanía del mar, ponía una tari-ma y tablas con esteras para que se sen-taran mientras esperaban, y como seensuciaban, él y los intérpretes las la-vaban con frecuencia. A los viejitos yenfermos, él mismo les ayudaba a ir alconfesionario y luego al altar, y a ellos

    y a las que tenían que irse donde susamas, les daba la comunión y después,remedios, galletas, plantas aromáticas yun traguito de vino, para que se repu-sieran y no desfallecieran por el camino.

    Los testigos insisten mucho en lacálida humanidad con que los acogía,tanto que siempre recurrían a él. Por lanoche, se quedaba tan extenuado que

    tenían que llevarlo cargado a hombrosal comedor. Allí comía plátano asado y17

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     pan untado en vino aguado, y dice unode los intérpretes, que «comía tan pocoque casi todo lo daba a este testigo quelo acompañaba». Cuando estaba muycansado, pedía que le echaran unas gotas

    de vino en un pañuelo y lo olía de vezen cuando. Sin embargo, algunas veces,llegó a desmayarse en el confesionario.

    2.3.2. Misa y procesión, en los díasde fiesta

    Los domingos y días de fiesta, por latarde, salía con un bastón rematado por 

    un crucifijo y con una campanilla, quehacía sonar convocando a los negros.Se formaba una gran procesión. Iban por las calles, cantando las oraciones.Precedía un estandarte rojo. Tambiénenviaba a los intérpretes a reunirlos. El punto de concentración era la plaza dela Yerba, que era donde ellos se reuní-an. Allí, se subía a una tarima, les pre-

    guntaba el catecismo y les daba regalosa los que mejor contestaban. Luego,dos intérpretes lo recitaban todo, pre-guntando y respondiendo. Seguidamen-te, él les explicaba algunos puntos, queveía no entendían y les hacía una exhor-tación «más con fervor y devoción quecon abundancia de razones y palabras».Luego, regresaban a la iglesia, cantan-

    do oraciones. Allí, «estando todos arro-dillados y el padre Claver en medio deellos, con voz tierna y afligida, les hacíarecitar el acto de contrición. Luego losdespedía».

    En la mañana, ya dijimos que envia- ba a los intérpretes a buscarlos para lamisa de once. «A veces eran tan nume-rosos que no cabían en la iglesia y era

    tanto el mal olor que exhalaban, que aveces vio este testigo cómo algunas

    damas españolas salían huyendo de laiglesia; pero este olor era para el padreClaver de flores y rosas».

    2.3.3. Valoración de este ministerio

    Sin duda que en este proceder del padre pesaba mucho el que tenían que cum- plir con el precepto de la Iglesia de con-fesar y comulgar. Pero el modo como lohacía nada tenía de convencional. Éltrataba realmente de que los negros ynegras sintieran el amor de Dios y, alsentirlo, se dolieran por lo que le ha bían

    ofendido y procuraran de veras unaconversión sincera. Él quería inculcar-les ese amor de Dios, que reluce sobretodo en su pasión. Sabía que ese proce-so les dignificaba, les enaltecía. Quería, por todos los medios, que se vieran a símismos como hijos e hijas de Dios. Por eso, los recibía con un amor infatigable.Por ese ardiente deseo, es verdad que su

    olor, por ser suyo, de sus hijos y herma-nos, era de rosas. Por eso, salía a buscar-los y ellos se dejaban encontrar y res- pondían a su solicitud. Esa dignidad lesdaba derecho a estar con los españoles,que en la iglesia no eran sus amos, sinosus hermanos. Ocupar ese espacio sa-grado tenía que darles inmensa satisfac-ción. Claro que hubieran deseado que

    todos se quedaran; pero el hecho de quelas mujeres tuvieran que salir expresabatambién que reconocían su derecho aocupar ese espacio. Esto se debía al mi-nisterio de Pedro Claver. Experimenta- ban en él el amor maternal de Papa-Dioscomo fuente de reconocimiento social.

    La ternura que perfumaba ese reco-nocimiento se percibía en los obsequios

    que tenía para ellos en el confesionario.Sólo un hombre santo podía llegar a18

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     ban. Por lo general, estaba muy sucia ycon ratas y murciélagos. Él ayudaba alimpiarlo todo y se quedaba en ella. Nodormía en la cama que le ponían, sinoen una estera. Estaba confesando hasta

    las once, hora en que decía la misa, paradar lugar a que asistieran los vecinos.Luego, se retiraba a su habitación. Unode los hacendados decía que tenía que ir a llamarlo para comer: «muchas veceslo encontraba tan elevado, con la caramirando al cielo y el misal abierto en la pasión que, si bien se le acercaba paraverlo y llamarlo, el padre no se percata-

     ba ni se movía hasta que este testigo lehablaba diciéndole que viniera a comer,que era tarde. Entonces no se excusaba,antes con mucha modestia se mostrabaobediente, y doblando la hoja del misalse iba con este testigo». Sólo comía untrozo de carne salada y arepa o casabe,y por la noche, plátano asado y agua.Las demás cosas que había en la mesa,las tomaba para dárselas a los esclavos.Y si le regalaban huevos o pollos, losaceptaba y, o se los daba al más pobre omandaba prepararlos para los enfermos.Por la tarde, predicaba, catequizaba yconfesaba. El intérprete declara que selo comían los mosquitos, y que le insis-tía que los matara y él le respondió«que más bien le hacían un favor puesle extraían la mala sangre».

    Quiero destacar la insólita libertadespiritual para colocarse de forma tandecidida en el mundo de los esclavos, pues comía lo que comían ellos y dis- ponía de la comida de los señores paradárselo a ellos. Y más todavía, paradedicarles a ellos, en la práctica, todo

    su tiempo, porque a los señores y, másen general, a los vecinos, sólo les dedi-

    caba la misa y la confesión y, si lo ins-taban demasiado, un momento en lamesa, ya que enseguida se levantabadiciendo que tenía que ocuparse delnegocio de los negros. Uno piensa lo

    que tendrían que resentirse los amos.Pero los testimonios de que dispone-mos indican que, más bien, se queda- ban muy edificados porque lo interpre-taban como extrema humildad, y en elfondo, como si no estuviera en las cosasdel mundo, sino exclusivamente en lasde Jesucristo, cosa que era cierta.

    Como no comía hasta pasado elmediodía y lo hacía tan parcamente, ycomo seguía en su ministerio hasta muyde noche, alguna vez se desmayó, peroal volver en sí, no aceptó ningún repo-so, ni regalo, y siguió en lo que estabahaciendo.

    Atestigua su médico que «su mayor recreación y alegría era después de

    Pascua de Resurrección ir fuera de estaciudad a las poblaciones de los negros».Éste fue su apostolado más duro, tantoque al regresar de uno de esos viajes,vino ya con la enfermedad de la quemurió. Sin embargo, su instinto evan-gélico le hacía ver que lo más cercano aJesús era ir en busca de los pobres parallevarles la única riqueza que tenía:

    Dios y Jesús como Padre materno yhermano misericordiosísimo. Les acer-caba a Dios y a Jesús y les movía a co-rresponderles. Lo lograba, no sólo consus fervorosísimas exhortaciones, sinosobre todo entregando, como Pa blo, su propia persona junto con el evangelio.Su solicitud humilde, generosa, tierna,dedicada y fuerte era la certificación

    humana de que Dios y su Hijo se lesentregaban de veras. El que viviera en20

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    su mundo y no en el de los amos, el queles hiciera saber a éstos que lo suyo erael negocio de los negros, el que les con-cediera a los de arriba el menor tiempo posible y se lo prodigara a ellos, el que

    comiera lo de ellos y les diera a ellos lode los blancos, el que el enviado deDios fuera de ellos, tenía que dejarlosgratificados, dignificados, confortados.

    2.5. El escándalo de dar lacomunión fácilmente a los negros

    Quiero insistir en un aspecto muy sig-nificativo de su certero instinto evangé-lico. Dice el hermano Nicolás: «Tam- bién observó este testigo que el padrePedro Claver que con su gran devocióny fervor fue, no obstante, poco escrupu-loso en dar licencia para que cualquier clase de personas comulgara, tanto es- pañoles como negros e indios, cuandoencontraba en ellas una capacidad me-diana para poderla recibir. Exhortaba atodos generalmente a la frecuencia dela comunión, instruyendo con muchadiligencia a aquellos que no estaban aúndispuestos para recibir este Venera bleSacramento. Y tenía tan poco escrúpuloen esto que algunas veces era criticado por la mucha facilidad en conceder esta

    autorización a las personas, tanto ne-gras como indias. Y respondía con todamansedumbre, modestia y particular humildad, a algunos religiosos de nues-tra Compañía y a otros de fuera, reli-giosos y seglares, contándoles la pará- bola del Evangelio de aquel rey quehizo el convite esplendoroso y ha- biéndose excusado algunos, ordenó a

    los sirvientes que condujeran al convitea los ciegos, locos y lisiados. Y añadía

    que adivinaran a quiénes se refería: alos pobres negros, esclavos y abando-nados de esta ciudad».

    El conceder con facilidad la comu-nión a negros e indios fue criticado tan-

    to por los de su comunidad como por otros religiosos y seglares. Él respondíacon la parábola del banquete y la aplica- ba sin titubear a los esclavos y abando-nados de Cartagena. Dar la comunión aindios fue una decisión de los primeros jesuitas que Acosta tuvo que defender hasta plantearla al mismo Papa que con-firmó su derecho. Sin embargo, en unasociedad de castas, donde la comuniónfrecuente era para las almas selectas, no podía aceptarse que entre ellas se conta-ran los esclavos. Si los ellos son tan se-lectos, ¿qué argumento se puede esgri-mir para que sean esclavos? Lo que esselecto para el Dios de Jesús no coincidecon la jerarquía social. Eso en una men-talidad de cristiandad es muy difícil detragar. Pero, puesto el argumento por unhombre santo, no es fácil de rebatir.

    Dar la comunión a los negros es elsímbolo más delicado de lo inasimilablede la actitud evangélica de Pedro Cla-ver. Nadie que lo viera preparándolos para la confesión y comunión podríaacusarlo de ligereza. Más bien, tendría

    que reconocer que ellos no se prepara- ban tan fervorosamente. El problemade fondo es por qué gastar pólvora enzamuros, por qué dedicar un esfuerzotan cualitativo a los que no tenían cali-dad, en vez de emplearlo en sujetos másrespetables. Éste es el problema de fon-do, que no era fácil plantear, ya queClaver respondía con el puro evangelio:

    el de la predilección de Dios y Jesús por los pobres.21

  • 8/9/2019 Eides 70, Pedro Claver Esclavo de Los Esclvos

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    A los hospitales, sin embargo, sólo ibanlos pobres o, a lo más, gente del pueblo.Al Hospital de San Lázaro debían ir por ley todos los leprosos, aunque los de

     buena posición, si por excepción se en-fermaban, se recluían en alguna depen-dencia aislada de su mansión o en unahacienda de su propiedad. Hablaremos, pues, de la atención al Hospital de SanSebastián, llevado por los hermanos desan Juan de Dios, al de San Lázaro paraleprosos, y de la atención a enfermos,que yacían en cuartuchos aislados, o a

    esclavos, que vivían en casa de susamos o a los propios amos.

    3.1. Servicio en el Hospital deSan Sebastián

    3.1.1. Servía como un religioso másde san Juan de Dios

    De la comunidad de san Juan de Dios,dice el hermano Nicolás, que eran «susmás dilectos amigos», «Era muy sin-gular el amor y afecto que mostraba alos religiosos de San Juan de Dios, ha- blándoles muy amorosamente y abra-zándolos con grandísima humildad ysumisión donde los veía o encontraba,

    movido sólo por la gran caridad queejercían con los enfermos». El prior le22

    3. DEDICACIÓN A LOS ENFERMOS

    La segunda dedicación asidua de Pedro Claver, a la que en parte ya

    nos hemos referido, son los enfermos. La mayor parte de ellos eran,obviamente, negros por ser los más abandonados, los que soportabantrabajos más duros y en condiciones de vida menos sanas. Pero tam-bién había españoles pobres, y también se enfermaban los que esta-ban en buena posición.

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    llamába «general amparo de este Hos- pital», y por eso dice que la comunidaden pleno asistió a su funeral, «sin llama-da ni invitación, por el gran afecto y lomucho que estimaban al padre». Otro

    religioso dice que cuando estaba fuerade la ciudad de misión lo «sentían mu-cho, tanto los religiosos de este Hospi-tal como los pobres; porque era consue-lo de todos, tanto en lo espiritual comoen lo temporal. Y cuando regresaba[…] era recibido por todos con generalalegría y aplauso; y él venía muy con-tento a su centro que era este Hospital».

    Otro dice que a la hora de la comida ola cena servía como un religioso más desan Juan de Dios, obedeciendo puntual-mente al que comandaba la operación.Sobre todo, los religiosos le agradecíancuando venía la armada, porque enton-ces los enfermos podían llegar hastanovecientos y ellos no daban abasto.«En esos tiempos el padre venía a ayu-dar, no sólo a repartirles la comida, con-fesarles, administrarles los sacramentosy darles la Extrema Unción, sino tam- bién a desempeñar los otros oficios detenderles las camas y demás».

    Atendía especialmente a los más en-fermos y a los de enfermedades más re- pugnantes y contagiosas. Los religiosos

    se impresionaban de que no tenía nin-gún miedo al contagio, ni daba muestrade repugnancia. Dicen que se veía quelo hacía con gusto, con amor misericor-dioso y tierno, como «un hombre muytocado de la mano de Dios».

    Más aún, no parecía cansarse y esoque nunca comía ni bebía nada, a pesar del trajín tan excesivo y el calor tan

    intolerable que hacía. Dicen que «todolo encaminaba a que se dirigieran a

    Dios de todo corazón». «Y es cierto –dice otro– que fue grande el fruto querecogió en servicio de Dios NuestroSeñor, reduciendo muchas almas a susanto servicio con el ejemplo de su san-

    ta vida y con saludables consejos».

    3.1.2. Cuidado de los cuerpos y de los ánimos

    Pero también observan lo cuidadosoque era en la atención a sus cuerpos,cuidando que estuvieran cómodos ylimpios y que hicieran todo lo posible

     por sanarse. Hay muchos testimoniossobre remedios que él mandaba y sobresu tenacidad en atender hasta que salíandel peligro, o su conocimiento de cuán-do la enfermedad era mortal. El médicomás afamado y asiduo al hospital diceal respecto que, a veces, daba por desa-huciado a un enfermo, «y sin pena pedía al padre que dijera su paternidad

    lo que juzgaba. Muchísimas veces de-cía el padre a este testigo que asistieratal y tal enfermo, y que aplicara losremedios posibles; que mientras teníael alma en el cuerpo era contrario a lacaridad dejar de aplicar remedios; y no-tó este testigo que los enfermos por losque decía esto se sanaban y se levanta- ban sanos. Y tiene por cierto que fue

    cosa sobrenatural el sanar a muchos delos enfermos». Más aún, añade que «te-nía tanta confianza en el padre, quetenía por cierto que nada les podía dar que no fuese saludable para los enfer-mos por la mucha caridad y amor deDios con que lo hacía». Es cierto queobservaciones que él hace sobre los sín-tomas, aún hoy parecen congruentes.

    Así, pues, tenía una atención muy por-menorizada al estado del enfermo.23

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    También se cuidaba, más aún sicabe, de su estado de ánimo. Tenía grancapacidad para consolar y animar. Enesto empleaba muchísimas horas. Pa-rece congruente que esta actitud contri-

     buiría mucho a que los enfermos cobra-ran ánimo y sanaran. Los religiososnotan ese contraste: que él toleraba losmalos olores con toda fortaleza como sifuera de bronce, y «al mismo tiempoera muy compasivo con los enfermosy se dolía mucho de ellos cuando ledecían que los molestaba algún malolor. Para confortarlos y refrescarlos les

    ungía las narices y las muñecas convinagre disuelto en agua». Lo mismodicen cuando alguien estaba impedidode comer: «le daba los bocados con susmismas manos sin escrúpulo ni náuseaalguna, antes mostrando en eso gran ca-ridad y fraternal amor». Parecería que,al estar volcado en las personas, no lequedaba atención para reparar en cómo

    le afectaba a él el estado físico en quese encontraban.

     No sólo iba él. Siendo maestro denovicios de los hermanos jesuitas, dosveces a la semana iba con todos ellos,escoba en mano, al hospital, para tender las camas, barrer las salas, distribuir lascomidas y limpiar los platos, además delo que él hacía como sacerdote: confe-

    sar, llevar los óleos y consolar a losenfermos.

    3.1.3. Trasunto del amor gratuito y personalizado de Dios

    Quiero insistir que lo que sostiene estatenaz energía es la atención integral alenfermo. Para él, el objetivo último era

    que el enfermo llevara la enfermedadcomo buen hijo de Dios, que se sirviera

    de ella para progresar en las virtudes yvencer los vicios y, si es caso, que mu-riera como verdadero cristiano. Perocomo esto lo hacía por amor al enfer-mo, porque sabía que en eso consistía

    su bien definitivo, ese amor relucía entodo: en su actuación de diligente enfer-mero para curar su enfermedad y en suatención personalizada. Como la enfer-medad, si era contagiosa o repugnante,solía retraer a los demás y aislar al en-fermo, él mostraba que le interesaba la persona, venciendo la repugnancia y la prevención, y volcándose sobre el que

    estaba necesitado, no sólo de alivio, si-no de cercanía humana.

    Los enfermos percibían que sóloquería su bien. Por eso, cuando les ha- blaba de Dios o les proponía la confe-sión, comprendían que eso también lohacía por su bien. Era claro que no les proponía la confesión para cumplir consu oficio, como también lo era que nose empeñaba tanto en hacer méritos, buscando su propio provecho y perfec-ción. Todos notaban la alegría del en-cuentro, la entrega personal a ellos. Así,Pedro Claver era para ellos el trasuntode ese amor de Dios de que les hablabay de ese Cristo que les predicaba y conel que buscaba ponerlos en contacto. Enesto consistía la calidad evangélica desu dedicación a los hospitales y, engeneral, a los enfermos.

    Esa caridad como expresión de tras-cendencia fue lo que vieron los piratasingleses capturados o los moros en es-tado de semiservidumbre; y por eso, a pesar de su contumacia, acabaron rin-diéndose a ella y convirtiéndose, «por 

    los consejos y santas exhortaciones del padre, y por la humildad con que lo24

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    asistió en su enfermedad». También seconvirtieron, por lo mismo, pecadores públicos y gente que hacía muchos añoshabía dejado el sacerdocio y la consa-gración religiosa.

    3.2. Atención integrala los leprosos

    3.2.1. Padre y madre de todos y de cada uno

    Pero su dedicación era mayor aún alHospital de San Lázaro, ya que el de

    San Sebastián tenía una comunidadmuy celosa, que sí velaba por él, mien-tras que los leprosos estaban muchomás desasistidos. Un religioso de laMerced decía que «si no hubiera sido por el padre Pedro Claver, se habríanmuerto aquellos pobres». Respecto deeste Hospital, se cuidaba de la comida,de las medicinas, de las instalaciones,

    de limpiarlos y darles remedios, y másaún de acompañarlos, de quererlos yconsolarlos, así como también de velar  por su cercanía a Dios y salud espiritualy, finalmente, de ofrecerles unas exe-quias dignas y encomendar su alma.Era tanta su solicitud que, el limosnerodel hospital, que era un enfermo delhospital, decía que «venía todos los

    días a este Colegio por orden del mis-mo padre y le daba cuenta del estado delos enfermos; y el padre le daba algo para llevar, así vestidos como medica-mentos; y les enviaba lo que pedían. Sialguien tenía necesidad de confesarse,al primer aviso de aquel limosnero, ibade inmediato a escucharle». Así, pues,«no era sólo procurador y maestro de

    casa del hospital, sino también cura y pastor de él». Además, les hizo una

    iglesia de piedra y consiguió toldillos para cada uno, para que no les molesta-ran los mosquitos y pudieran dormir  bien. Era tal la estima que sentían por el padre que, cuando murió, declararon

    «que si hubieran muerto sus padres ymadres no les causaría tanta pena comoles causaba la pérdida del padre PedroClaver; y que estaban muy dolidos yafligidos por una pérdida tan grandecomo la del padre, que era padre ymadre de todos y de cada uno en parti-cular».

    Al llegar, le salían al encuentro y él

    iba abrazando a cada uno. Congregadostodos, puestos con la mayor comodidad posible y él en medio, hacía la señal dela cruz y recitaba con ellos las oracio-nes. «Enseguida les exhortaba a tener  paciencia y a conformarse con la volun-tad de Dios. Y para que esto fuera degran mérito ante Nuestro Señor, lesdecía que convenía estar siempre en sudivina gracia y amistad, amándose losunos a los otros como hermanos e hijosde Dios y absteniéndose de juramentosy de todo pecado y ofensa a Dios».Luego, les hacía un acto de contriciónmuy fervoroso del que todos partici- paban. A continuación, confesaba a losque querían y, para acabar, distribuía lo

    que había traído para ellos.Luego iba a los bohíos de los másllagados e impedidos, y en primer lugar,los consolaba con su cercanía humana,luego les arreglaba la cama, levantán-dolos y aliviándolos lo mejor que podíay, finalmente, si lo deseaban, les confe-saba. Todos insisten que atendía parti-cularmente a los que, por causar hedor 

    y horror a los demás, estaban desampa-rados. Con ellos estaba mucho tiempo,25

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    tocándolos, curándolos y dándoles decomer con su mano, sin ningún temor alcontagio. Por lo cual los enfermos de-cían «que el padre no era hombre deeste mundo sino del cielo». Esa misma

    admiración causaba a los religiosos quelo acompañaban de ordinario y a losseglares que lo hacían eventualmente yregresaban impresionadísimos y muyedificados. Cuando un vecino le decíaque podía caer enfermo, el padre «sereía mucho de eso». Todos coincidenque iba «muy alegre y contento». Unmendigo, que se recluyó en el hospital

    un tiempo, dice que «el padre mostrabatanta alegría y satisfacción cuando losabrazaba como si estuviera en los másgrandes entretenimientos del mundo».Dice que «con gran amor el padre consus manos consagradas les limpiaba las babas y les hacía sacar la lengua y leslimpiaba el humor y las costras quetenían en ella, cosa que hacía maravillar 

    a este testigo. Se extrañó aún más al ver que, arrodillado, con su boca y lenguales lamia las llagas de sus pies y los besaba».

    3.2.2. Su cercanía les hacía sentirsehumanos

    El leproso, en todas las culturas, es el

    intocable por antonomasia. Por eso, esnormal que lo que más sientan sea elaislamiento, el desamparo. Este puedederivar, muy fácilmente, en la pérdidade autoestima, esperanza y respeto, yen la entrega a las pulsiones más ele-mentales, sean de autodestrucción, deresentimiento o de erotización. Por eso,con certero instinto, Claver buscaba que

    vivieran desde su estatuto de hijos deDios y que, al relacionarse con Dios,

    encontraran compañía y, desde ella, pudieran relacionarse entre sí como her-manos. Al mantener el respeto, también podían mantener la esperanza y hacer  por curarse.

    La cercanía cordial y espontánea del padre les hacía sentirse humanos. Así podían aceptar la invitación a la pacien-cia como un modo de dignidad. Podíanllegar a aceptar que Dios no era el autor de su enfermedad, sino su compañía enella. Es cierto que uno no se imagina aJesús lamiendo las llagas de un enfer-mo, pero también es cierto que tocó al

    leproso. El que Claver no se contagiaraes señal de que esa relación nada teníade morbosa, sino que era cercanía ma-ternal, como lo apreciaban los enfer-mos.

    3.3. Cuidado de los enfermos particulares

    3.3.1. Una relación mutua

    Respecto a enfermos particulares abun-dan los casos en los testimonios. Lo quedicen generalmente es que, si le avisa- ban de algún enfermo o lisiado, enespecial si eran negros o negras incura- bles, los visitaba con regularidad, lleva- ba comida y vestidos, se interesaba por 

    su salud y les daba remedios, los con-solaba, los confesaba y, si era inminenteel peligro, les ungía con los óleos. Nosólo eso, sino que también «entraba auna de las casas vecinas y pedía a losdueños que por amor de Dios tuvierancuidado del enfermo y no se olvidarande él, enviándole algo y visitándolo devez en cuando; que Dios se lo pagaría».

    Incluso lograba que personas piadosastuvieran algún enfermo en sus casas26

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    4.1. Disponibilidad en orden a la

    rehabilitación

     No pasaba semana que no fuera a visi-tarlos. Como sucedía con los enfermos,les llevaba diversos regalos, los escu-chaba todo lo que querían hablar, le con-taban sus casos. Si le pedían que hicieraalguna diligencia, él la hacía puntual-mente, insistiendo a los abogados de-

    fensores que no omitieran ninguna co-sa, «que patrocinaran las causas de esos pobres presos». Confesaba a los quequerían hacerlo, exhortándolos a ello.Luego, los reunía a todos y «les decíaque era mejor pagar en esta vida las pe-nas de los pecados que cometemos, que pagarlas en el infierno donde no hay finni término. Y para terminar, sacaba el

    crucifijo de bronce […] y les decía queel remedio de todos sus afanes se en-

    contraba en aquel Señor crucificado.

    Y para que quedaran más consolados ydispuestos a soportar con paciencia losafanes, les hacía recitar un acto de con-trición muy fervoroso […] Al despedir-se, les decía que cualquiera que lo ne-cesitara a cualquier hora lo mandarallamar, que lo asistiría con mucho gus-to y puntualmente lo atendería». A losque estaban en celdas de castigo, los visitaba durante mucho tiempo, conso-lándolos.

    Como vemos, también aquí la rela-ción es realista, humana, integral. Antetodo, los insta «a soportar con pacienciasu encierro». Luego, los escucha, ya queel condenado tiene su versión de lo su-cedido y quiere darla a quien juzga im-

     parcial y humano. En este punto, el con-denado no espera respuestas, sino sólo29

    4. ATENCIÓN INTEGRAL A LOS PRESOS Y CONDENADOS A MUERTE

    Un tercer campo de acción, también muy extremo, en el cual PedroClaver desbordaba su celo y en el que se ve su fecundidad apostólica esla atención a las cárceles y, en particular, a los condenados a muerte.

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    que la escucha sea real. Después vendríael ayudar al que crea que todavía se pue-de hacer algo por él , y consolar a todoscon palabras y con obsequios.

    Los que están en la cárcel, bastante

    castigo tenían con estar allí; por eso, elque se les tratara humanamente y no co-mo monstruos es fundamental para evi-tar que llegasen a serlo o para lograr quedejasen de serlo. Luego, la propuesta dela confesión. Este acto es crucial para el preso: confesar la verdad ante Dios.Solo confesándola, podía darse la re-conciliación de uno consigo mismo y la

    rehabilitación personal. El presentar alos condenados al Condenado tiene unsignificado muy especial: él les podíacomprender y con él se podían desaho-gar. Para los que están encerrados, saber que pueden disponer de una persona queestá libre es muchísimo, es un sacra-mento de dignidad, reconocimiento yesperanza. Por eso, la despedida de

    Claver fue tan significativa.

    4.2. La oportunidad de redefinir definitivamente su vida

    La atención al condenado a muerte con-densa con la mayor fuerza posible todolo dicho hasta ahora. Toda la relación

    con él iba encaminada a que olvidara toda su vida pasada y todo lo que hayexterior a él y se concentrara en ese mo-mento supremo. Le insistía en que «elcamino que debía recorrer era muy lar-go y el tiempo muy corto, que así era ne-cesario animarse con el incentivo de laconsideración, y hacer muchos actos deverdadera contrición». Le ponía en la

    mano un crucifijo con el Cristo pintadoy le decía: «Este es el madero con el que

    has de huir de esta gran borrasca y notienes otro remedio para librarte de ellaque abrazarte a esta cruz, no perderla detu vista y abrazarte a ella pues allí estátu salvación». Llevaba, pues, al conde-

    nado a que hiciera del morir el acto quedefiniera su vida. Por eso, debía olvidar-se de todo y concentrarse en ese paso. No debía vivir su muerte como víctima, poseído por el terror, el abatimiento y lamalevolencia con la sociedad que iba aacabar con su vida. Él tenía la oportuni-dad de definir su muerte y así rectificar y sellar toda su vida. Por eso, le ponía

    en la mano, como compañero, a otroajusticiado, que vivió el suplicio comosu acción más consumada. Jesús consu-mó su vida, él debía rectificarla. Paraeso murió Jesús. Y para eso estaba el pa-dre a su disposición todo el tiempo, has-ta que muriera.

    Él tenía la oportunidad, que no tienecasi nadie, de definir su vida. Por eso, ledecía el padre sin ironía: «Tienes suer-te, hermanito mío, de saber el día en elcual debes morir. No te queda otra cosaque tener buen ánimo». Por eso, le de-cía también a él, como a los agonizan-tes: «Afortunado sería yo si me llevarascontigo». Él quería vivir el último mo-mento con esa capacidad de decidir, que

    se le había ofrecido al condenado. Todoel empeño de Claver es que ésta fuera laclave del tránsito y que el condenado lahiciera suya. Este planteamiento es enrealidad, grandioso. El presupuesto esque el crimen no define al criminal. Diosle da realmente la oportunidad y la fuer-za de redefinir su vida. Claver no es, obviamente, representante de la ciudad

    terrena, sino del Dios que no quiere lamuerte del pecador, sino que se con-30

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    vierta y viva, del Buen Pastor, que noescatima ningún esfuerzo para rescatar a la oveja perdida.

    4.3. Ayudar a morir la muerte deun perfecto cristiano

    Después de esta preparación, «oía laconfesión general del condenado por largo tiempo. Enseguida, si la hora lo permitía o si no al día siguiente, le cele- braba misa, le daba la comunión y reci-taba sobre él un Evangelio […] y no lodejaba de ninguna manera ni de día nide noche, asistiéndolo y animándolo sincesar». Mientras le ponían los vestidosy las cuerdas «eran tantas las palabrastiernas que pronunciaba, que endulzabaen aquel paciente aquella hiel amarga y[…] enternecía a todos los presos quese encontraban presentes». Cuando iban por la calle al suplicio, daba lugar aotros sacerdotes y religiosos para que loconfortaran. En los cruces de calles,donde se aglomeraba la gente, «hacíaque el condenado se detuviera y habla-ra al pueblo, pidiéndole perdón del malejemplo que había dado y que apren-diera de él a no ofender a Dios». Mien-tras caminaban, lo iba rociando conagua bendita y le refrescaba la nariz con

    agua perfumada, «Al llegar al lugar delsuplicio le hacía besar la escalera comoel instrumento por el cual debía subir agozar de Dios; y allí, con sus propiasmanos, le limpiaba el sudor del rostro yle daba algunos bocados que llevaba lis-tos para que no se desmayara en tanamargo momento. Después de haberloreconciliado y absuelto por medio de la

     bula, dándole mil abrazos lo consolabay animaba, diciéndole que ojalá él fue-

    ra tan afortunado de ir con él al cielo; ycon la misma caridad y celo que se hadicho, no lo abandonaba hasta que nohabía muerto. Mientras agonizaba hacíaque se le cantasen con música prepara-

    da en la catedral, un responso con el ór-gano y con todos los instrumentos ne-cesarios para ello».

    Claver quería lograr la muerte de un perfecto cristiano. Él, con su compañía,que no recriminaba, sino que reconci-liaba y rehabilitaba, era el sacramentode la acogida de Dios. Y así, el reo, quedio mal ejemplo, era capaz de dar aho-ra buen ejemplo. Y Claver lo conducíaa que afrontase la muerte con valor, co-mo expiación de sus culpas, y más aún,como tránsito a los brazos del Padre,tránsito al cielo. Nada le decía de seguir  purgando, pues bastante amargo era eltrago de la ejecución. Y por eso, como propio de persona digna, solemnizabasu agonía con canto y música de varia-dos instrumentos, incluido el órgano.

    La ejecución, que era un acto dolo-roso y afrentoso, presenciado por lamultitud proclive a verlo como una ven-ganza, se transformaba en el acto de re-habilitación final del reo, que era así,más aún que paciente, actor. La músicacoreaba como un aplauso el buen de-

    sempeño del ex criminal. Esta sobrede-terminación del acto redimía también ala justicia de la ciudad, que no buscabasólo el restablecimiento del orden, por el castigo del trasgresor, sino también larehabilitación del reo, con lo cual se res-tablecía no sólo el orden externo, sino elinterno, quedando ya no sólo sellada lafuente del desorden, sino trasmutada en

    fuente que mana humanidad. Hay quehacer notar al respecto que eran los al-31

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    caldes de la cárcel los que llamaban al padre en cuanto notificaban la sentenciade muerte a un preso.

    4.4. A favor de la persona:no trataba a nadie como reo

    Los casos que se narran son muy ex- presivos de la humanidad extrema deClaver que, de lo extremada que era, po-día dar la impresión de que se ponía afavor del reo, que no lo trataba como tal.Por eso, cuando un religioso le reprochaque lo que está haciendo no es regular,le responde: «Sí no incurro en algunairregularidad dejándolo, mucho menosseré irregular ayudando a salvar a estaalma». Es, como en el caso de las dis- putas de Jesús con los fariseos, la dis-cusión sobre sí debe prevalecer la nor-mativa o el bien último de la persona,fin al cual debe enderezarse cualquier normativa, en una sociedad cristiana.

    Esto reluce más aún en su trato conlos condenados por la inquisición. Aun-que le parecía que las procesiones de pe-nados daban fruto y, en ese sentido, eran

    saludables, «con todo sentía gran com- pasión por los reos procurándoles, encuanto podía, el consuelo espiritual ytemporal de sus almas y cuerpos, ex-hortándolos a que soportaran con pa-

    ciencia, silencio y humildad aquellas penitencias». El padre se unía a la pro-cesión y se acercaba a los penitenciados.«Ellos se alegraron mucho al verlo, y algunos decían: ‘Padre, encomendadmea Dios’ y otros: ‘Celebrad una misa por mí’, y él respondía que lo haría con mu-cho gusto». Y les llevaba regalos a lacárcel y los consolaba y animaba a la pa-

    ciencia y tolerancia.Es un toque de realismo su llamada

    al silencio, ya que alegar algo en su de-fensa, sería considerado como contu-macia. Pero Claver no aludía al silenciomotivado por el miedo o el engreimien-to y, por eso, inculcaba también los sen-timientos de humildad, aceptando la

     propia falibilidad, y tolerancia, aceptan-do la de los demás, y encomendando to-do a Dios. Es de notar que muchos fun-cionarios del Santo Oficio testificaron asu favor, reconociendo su santidad.

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    mencionan que «estaba muy arrobado ycasi fuera de sí de manera que no nota- ba la presencia de este testigo ni lo oíacuando le hablaba».

    5.2. Piedad popular barroca

    Podemos decir que su religiosidad erala religiosidad popular, la piedad cató-lica barroca. Y así, el hermano Nicolásse refiere a su devoción tan jugosa a laVirgen, que incluye la práctica del rosa-rio y la difusión de esa devoción. Tantoes así que tenía montada una verdaderafábrica de rosarios, que distribuía con profusión y eran muy estimados por ve-nir de él.

    También tenía gran devoción a lacruz. En todos los apostolados sacaba arelucir el Cristo de bronce que llevabaconsigo y que daba a besar a los enfer-mos y necesitados de consuelo o contri-

    ción. Tenía una cruz tosca de madera al pecho que estimaba muchísimo y dabaa las personas cuando el caso era deses- perado, pidiendo que se la devolviesen.Esta cruz, según aducen varios testimo-nios, hizo curaciones. Cuatro años antesde morir pasaba el virrey del Perú a losreinos de España y quiso visitar al pa-dre por la fama de santidad que tenía.

    Después de intentar en vano besarle lamano, le pidió que le encomendara a ély a su familia, lo que el padre le pro-metió. Le pidió que en prenda le dieraalgo suyo. Él «le contestó que era pobrey no tenía nada para darle». Entonces,el rector le preguntó al hermano Nicolásque qué tendría el padre para darle, y élle dijo que lo que más apreciaba era esa

    cruz de madera. Él ordenó que se la tra- jera y se la diera. «El padre, como tan

    obediente que era, fue inmediatamente por la cruz y la llevó al señor marquésdiciéndole que se la daba de muy malgusto porque había sido siempre su mé-dico y su medicina». Como en otras oca-

    siones, reluce aquí tanto el aprecio quetenía a esa cruz como el poco aprecio alas grandezas sociales, y por eso, la fran-queza de decirle que se la daba por obe-diencia, ya que le parecía el acto comouna frivolidad, como lo era realmente,aunque el marqués no pudiera captarloy lo tomara con devoción y sumo apre-cio, diciendo «que la estimaba más que

    un toisón».También era muy devoto del agua

     bendita y rociaba con ella a los enfer-mos y a los condenados. También élse santiguaba siempre con ella y teníacuidado de que no faltara en el templo.Igualmente, lo era de las ánimas, del ángel de la guarda, del santo de su nom- bre, de san Ignacio, santo Domingo ysan Antonio Abad. También asistía condevoción a los sermones, a la imposi-ción de ceniza, a las disciplinas de cua-resma con sus correspondientes ejem- plos predicados, a la bendición de las palmas el domingo de Ramos…

    5.3. En toda su vida se crucificó

    a imitación de Cristo

    Pero lo más característico suyo, lo queda su fisonomía espiritual, es su contem- plación constante de la pasión de Jesu-cristo: «Lo que meditaba con mayor fre-cuencia era la oración del Huerto, losazotes en la columna, el escarnio de lacoronación de espinas, la crucifixión del

    Señor y el descendimiento de la cruz».Tenía estampas de cada paso de la pa-34

  • 8/9/2019 Eides 70, Pedro Claver Esclavo de Los Esclvos

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    sión. Dejaba todo el día el libro abiertoen su cuarto, en el paso que contempla- ba. Le dijo al hermano Nicolás «que mu-chas de sus mortificaciones y peniten-cias las hacía en reverencia y memoria

    de la Pasión». Varios atestiguan haber-lo sorprendido en su cuarto con una co-rona de espinas de cedro en la cabeza yuna soga al cuello. También se azotabaal acostarse a las nueve y al pararse ha-cia las cuatro de la madrugada. Lo ha-cía tan prolongadamente y con tal inten-sidad que hasta un vecino testifica quelo oía habitualmente.

    Además del libro de estampas, teníaen su cuarto cuadros de la pasión, «demanera que adonde quiera que se vol-viera tenía algo que le recordaba estosmisterios». También tenía cruces de ma-dera con un Cristo pintado para llevar-las a los enfermos y condenados. En lacapilla frente a su confesionario, colo-caba el hermano Nicolás cuadros de la pasión, que él mostraba a los penitentesmás rudos o poco dispuestos, exhortán-dolos a penitencia. Acababa siempre conun acto de contrición muy fervoroso,golpeándose el pecho, mientras les mos-traba el Cristo de bronce, repitiendo muysentidamente: «Señor, yo te quiero mu-cho». Los penitentes acababan repitién-

    dolo con él con verdadero dolor de sus pecados. Era tan devoto de la pasión quequería que todos lo fueran y recomen-daba esta devoción a sus penitentes yamigos. Más aún, se puede decir que to-da su vida fue «imitar a Cristo en sus do-lores y sufrimientos. Tenía grabadas eimpresas en el corazón las insignias dela pasión, y a Cristo Crucificado con

    ellas. Porque en toda su vida se crucifi-có a imitación de Cristo».

    Esta crucifixión se manifestaba en la pobreza absoluta, que es la característi-ca externa en la que todos se fijan, yaque nadie lo vio con sotana nueva, sinosiempre viejas y remendadas, aunque

    limpias. En su cuarto no tenía sino unamesa y una silla viejas y un taburete, enel que se sentaba. No dormía en la ca-ma, sino cuando estaba muy enfermo.Como le dijo al marqués, «era pobre yno tenía nada». Y nada necesitaba. Sucrucifixión se manifestaba también ensu obediencia, ya que para todo pedía permiso muy minuciosamente y obede-

    cía en lo que se le mandaba, como cuan-do le ordenó el provincial quitarse loscilicios, después de una de sus enfer-medades. Se manifestaba en la perfectamortificación de todos los sentidos, em- pezando por la vista y el oído, de tal ma-nera que no se enteraba de lo que no te-nía que ver con su misión, ni teníacuriosidad de ello. También hemos vis-to cómo se mortificaba en el olfato y elgusto, ya que ni en las fiestas los satis-facía en el comer. Pero la crucifixión erasobre todo de su amor propio. Por esodicen varios testigos que, cuando habla-

     ban bien de él, huía; que cuando le pe-dían que los encomendara, presupo-niendo que estaba más cerca de Dios,respondía que era una mala recomenda-ción, que les podía hacer mal. Él se te-nía por el hombre más bajo y ruin delmundo.

    5.4. Cuerpo mortificado, cuerpoliberado

    Teniendo en cuenta el apostolado tan

    desgastante, y digamos, sobrehumano,que ejercía, parecería que las peniten-35

  • 8/9/2019 Eides 70, Pedro Claver Esclavo de Los Esclvos

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    cias tan excesivas estaban totalmentefuera de lugar. Demasiada penitenciaeran las fatigas apostólicas. Más aún, sumédico insistía en que las enfermedadesque tuvo tenían como causa «el mal tra-

    to que daba a su cuerpo con muchas abs-tinencias, disciplinas y cilicios y otrasmortificaciones que hacía». Pero, mi-rando más de cerca, habría que recono-cer que durar treinta y ocho años en es-te apostolado, que hemos descrito, enlos calores de Cartagena, es durar mu-chísimo tiempo. Así, pues, no se puededecir que le hizo mal su modo de vivir.

    Pero el fruto de su mortificación fue,como dijimos, que su cuerpo no sólo nofuera obstáculo para el apostolado, sinoque se volcara completamente en él. Siel cuerpo tiene la función orgánica y lafunción simbólica, se puede decir queClaver logró que lo primero se redujeraal mínimo y que lo segundo desaguaradel todo, en la relación con el prójimo.Así dicen muchos testigos que su sem- blante parecía el de una persona sin vi-da. Sin embargo, todos los testimonioscoinciden en que con los pobres y en-fermos, con los esclavos recién venidosy con los leprosos estaba de lo más co-municativo, que irradiaba cariño, que surostro relucía de alegría y fervor. Es loque dice Pablo a los Corintios: «pasea-mos continuamente en nuestro cuerpo elsuplicio de Jesús, para que también lavida de Jesús se trasparente en nuestrocuerpo […] Así la muerte actúa en noso-tros y la vida en ustedes» (2Co 4, 10.12).

    Es muy claro que la ascesis que practicaba no es ni masoquismo, ni en-cerrarse en sí mismo, sino, por el con-

    trario, liberación personal para entre-garse con una humanidad consumada a

    los que tenían necesidad de él, sobre to-do a los que estaban abandonados y erandespreciados. El no necesitar nada seconver