Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

173
Dulce María Loynaz PREMIO DE LITERATURA en lengua castellana MIGUEL DE CERVANTES tm

Transcript of Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Page 1: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Dulce María Loynaz

PREMIO DE LITERATURA

en lengua castellana

MIGUEL DE CERVANTES

tm

Page 2: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 3: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 4: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Dulce María Loynaz

Page 5: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

MINISTERIO DE CULTURA Dirección General del Libro y Bibliotecas

Centro de las Letras E s p a ñ o l a s

Edita: Dirección General del Libro y Bibliotecas

Centro de las Letras Españolas

(Ministerio de Cultura)

Colimaría de la exposición:

Clcva Solis

Diseño gráfico: Lola Garrido + Pablo Olivares ((fl rtecontexto, S. L.)

Maquetación: Mar García Lozano

Fotografías: KORDA,José Antonio Figueroa, archivo personal de Dulce María Loynaz y Casa de America

Fotomecánica:

Punto Láser, S. A. • Madrid

Impresión:

Artcgraf, S. A.

Sebastián Gómez, 5 - Madrid

ISBN: 84-7483-934-3

Depósito Legal: M. 10.133 - 1993

Page 6: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Dulce María Loynaz

PREMIO DE LITERATURA

e n l e n g u a c a s t e l l a n a

MIGUEL DE CERVANTES

1992

MINISTERIO DE CULTURA

| Dirección General del Libro y Bibliolecai |

Cantío d» ! • • Litrai Españolea

Page 7: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 8: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I DULCE MARÍA LOYNAZ

Page 9: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

PRELIMINARES

fe

Page 10: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 11: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

PRESENTACIÓN

ulce María Loynaz, la segunda mujer que inscribe su nombre en el palmares del *S Premio Cervantes y a la que dedicamos las páginas de este á lbum, ha v iv ido su

existencia en la atmósfera recoleta de un jardín. Ese jardín es real, rodea una casa de E l Vedado, el barrio de La Habana que la vio nacer, en el que ha transcurrido casi la to­talidad de su vida y por el que han pasado ilustres personalidades hispanoamericanas en épocas sucesivas. Muchos de los personajes que trabaron amistad con Dulce María o con la familia Loynaz aparecen retratados en este á lbum. T a m b i é n se refleja en él lo que escribie­ron algunos de los que conocieron a la escritora, y sobre todo se incluyen numerosos frag­mentos, algunos inédi tos , de la obra de la propia homenajeada.

E n estos úl t imos textos, se vislumbra que el j a rd ín en el que vive esta cubana es tam­bién s imból ico . Además de t í tulo de su única y lírica novela, Jardín es emblema del mundo imaginario en el que se desenvuelve la obra poét ica de Dulce María . U n a obra en la que germinan las semillas de la memoria, proliferan las flores nocturnas del sueño , se entrelazan las lianas del sentimiento y, a veces, acallando el drama apenas presentido, una mística cal­ma se adueña de todo y se abisma en el abrazo del ser con los otros, con la naturaleza, con los objetos.

E n 1958, poco después de su ú l t imo viaje al exterior, a España, donde visitó las Islas Canarias, de donde era su marido, y los valles vascos, de los que proced ían los Loynaz, Dulce María dec id ió aislarse del universo, sin más dedicac ión que la de la lengua española. E n la vieja casona de E l Vedado empezaron, poco después, a tener lugar las reuniones de la Academia. Pensó que había pasado el tiempo para el tipo de poesía en el que siempre había cre ído: " U n poeta es alguien que siempre va más allá del mundo circundante y más aden­tro en el mundo interior". Se rec luyó en el silencio, tal vez en una forma esporádica de es­critura secreta.

Ahora , la conces ión del Premio Cervantes ha desmentido a la escritora que se creía o l ­vidada. R e v i v e n las huellas que su obra, inicialmente publicada en la España de los años

u

Page 12: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

cincuenta, dejó entre sus coetáneos y sus libros se reeditan provocando la admiración de nuevas generaciones de escritores y lectores. C o n la exposición y con este álbum, que i n ­tenta la tarea imposible de desvelar la vida y la obra de Dulce María Loynaz, el Ministerio de Cultura cumple con inmensa satisfacción una de las tareas que tiene encomendadas: d i ­fundir la obra de los autores distinguidos con el más alto galardón de las letras españolas a fin de procurar resarcirles del mestímable don que ellos han hecho a la colectividad con sus creaciones, que nos pertenecen a todos, nos ayudan a perfeccionarnos con sus hallazgos ét i ­cos y nos invitan a gozar con su belleza estética.

Feder ico I b á ñ e z Soler

D I R E C T O R G E N E R A L D E L L I B R O Y B I B L I O T E C A S

12

Page 13: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

INTRODUCCIÓN

DI ulce María es una de las voces más altas del idioma castellano. C o m o poetisa ha ga­nado, sin proponérselo , los lauros más difíciles. Y también como novelista, ensayista, periodista. A sus 90 años, ella prestigia el hemisferio de las Letras, con su figura soli­

taria, dueña absoluta del magisterio que representa su pensamiento. Más de una vez lo ha puesto a prueba. Ejemplo de ello es el Premio de Periodismo que en 1991 obtuvo en España con su ensayo El último rosario de la Reina sobre la venerada Doña Isabel la Católica.

Sólo otras dos importantes mujeres en el ámbi to hispanoamericano han sido objeto de una dist inción de semejante naturaleza: la chilena Gabriela Mistral, Premio N o b e l en 1945, y María Zambrano, la magistral española, que residiera en Cuba alrededor de quince años, y ob­tuviera el Cervantes en 1990.

Dulce María Loynaz ha cumplido su hora de gloria más destacada con el Premio de Literatura Migue l de Cervantes del año 1992, fecha memorable en su grandeza y controversia.

E n Dulce María todas las finezas de la autoría se desprenden de su lírica contemplación. Su sabiduría reposa en el genio que la gobierna, genio precursor de este siglo X X que ya declina.

Nacida en 1902, su historia personal es en parte la historia de esta Isla. Dulce María repre­senta, con su imagen, ceremoniosa y autént icamente cubana, el ú l t imo miembro de una fami­lia fundadora: la del General Enrique Loynaz del Castillo, hé roe de la Cuba que nace con el siglo.

España, con este galardón, vuelve ahora a dar a la poetisa cubana la admiración, la reveren­cia y el respeto que siempre ha merecido, sumándose estos honores al brillo regio de su estirpe.

Posiblemente ella posee el poderoso misterio de un lirismo americano, y así pudo lograr no sólo viajar a España en compañía de su esposo, Pablo Alvarez de Cañas, sino triunfar en la tierra de sus más lejanos ancestros. Dulce María ama al pueblo español, y a sus gentes de letras, con los cuales siempre mantuvo una entrañable amistad: Federico García Lorca la visitó en 1930, Juan R a m ó n J imémez y Zenobia Camprub í , en 1936 ... E n las visitas que realizara a España desde 1947 hasta 1958, Dulce María fue haciendo muchos y buenos amigos, en una España a la que dedicó gran parte de su mejor literatura.

Page 14: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Dulce María Loynaz ganó en 1987 el Premio Nacional de Literatura de Cuba y posee, en­tre otros muchos galardones, dos Premios de la Crítica. Desde 1959 es la Directora de la Academia Cubana de la Lengua, y es miembro de la Real Academia Española. Doctora en Derecho C i v i l , es Honoris Causa por la Universidad de La Habana.

Quiero expresar m i reconocimiento más sincero a los señores Carlos Barbáchano , Agregado de la Embajada de España en Cuba; a Manuel Iglesa-Caruncho, Coordinador General de la Agencia Española de Cooperación Internacional en Cuba, y a la Dra. Isolina Aragón, médico y secretaria de Dulce María Loynaz, por la fidelidad y atención que han brin­dado en todo momento a nuestro trabajo. Sin esa valiosa ayuda no hubiese sido posible cum­plir los programas previstos para este acontecimiento.

Dulce María, con la cubanía señorial que la caracteriza, se nos muestra digna y confiada, y se prepara para asistir a los festejos de la ceremonia en la que le será entregado, en Alcalá de Henares, de manos de Su Majestad el Rey Juan Carlos de España, el galardón más preciado de las Letras hispánicas.

Cleva Solís

La Habana, 23 febrero de 1993

I F O T O D E 1937, D E D I C A D A A S U A M I G A D E L A I N F A N C I A A N G E L I N A D E M I R A N D A

11

Page 15: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

<

Page 16: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I A C O M P A Ñ A D A D E SU P A D R E Y D E SU P E R R I T O

Page 17: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

CRONOLOGÍA

1902 Nace el 10 de diciembre en la calle Prado n° 4, en La Habana. Hija primogénita de María de las Mercedes M u ñ o z Sañudo , y del Mayor General del Ejército Libertador, Enrique Loynaz del Castillo.

1919 E l 16 de noviembre aparecen en el periódico habanero La Naáón, sus dos primeros poemas, a los quince años, Vesperal e Invierno, precedidos de una carta de su padre para su publicación.

1920 Viaja a los Estados Unidos de Norteamérica.

1926 Es incluida en La poesía moderna en Cuba (Í882-1925) por Félix Lizaso y José Antonio Fernández de Castro.

1927 Aprueba los exámenes para doctorarse en Derecho C i v i l , en la Universidad de La Habana.

1928 Comienza a escribir su novela lírica Jardín, que concluye siete años después. José María Carbonell la incluye en su libro La poesía lírica en Cuba.

1929 Visita Turquía , Siria, Libia , Palestina y Egipto. Escribe su poema Carta de amor al rey Tut-Ank-Amen, al visitar la tumba del joven faraón.

1930 Federico García Lorca, durante su permanencia en La Habana, conoció a la familia de los Loynaz, estrechándose una gran amistad, haciéndole el poeta granadino el obsequio a Flor Loynaz de su obra de teatro en manuscrito Yerma, y a Carlos Manuel, su hermano, la obra El Público.

1934 La poetisa española Carmen Conde le dedica el poét ico texto Del lírico epistolario. Carta a la poetisa cubana Dulce María Loynaz.

1935 Concluye su novela lírica Jardín, que mantiene inédita hasta 1951.

1931 E l 16 de diciembre contrae matrimonio con su primo Enrique de Quesada y Loynaz. La revista Bimestre Cubana publica su poema Canto a la mujer estéA, en el número julio-octubre. Juan R a m ó n J iménez la incluye en La poesía cubana en 1936.

a

Page 18: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

1938 Se publica en La Habana la primera edición de su libro Vasos (1920-Í938). Publica en la revista Grajos la Carta de amor al rey Tut-Ank-Amen. E l 3 de diciembre ofrece un recital de sus poemas en la Sociedad Pro-Arte Musical (hoy Amadeo Roldan).

1942 Juan R a m ó n J iménez publica una semblanza sobre la poetisa en la revista Sur de Buenos Aires.

1943 E l 4 de noviembre se dicta sentencia firme, por la cual queda divorciada de su esposo Enrique de Quesada y Loynaz.

1944 E l Colegio Nacional de Abogados de Cuba le otorga la Orden González Lanuza, que se confiere a juristas distinguidos.

1946 Contrae matrimonio con el periodista Pablo Alvarez de Cañas, el 8 de diciembre. Viaja a América del Sur (Perú, Chile , Argentina, Uruguay, Brasil), y en Montevideo se encuentra con Juana de Ibarbourou, quien elogia sus poemas, y los lee en un programa radial. Desde América del Sur escri­be crónicas de estos viajes que se publican en el periódico £ ( País.

1941 Publica en Madrid su libro Juegos áe agua y del amor. Es condecorada en España con la Cruz de Alfonso X el Sabio. Ofrece recitales poéticos en el Ateneo de Madrid, y en el Paraninfo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. Aparece en Tenerife la segunda edición de Versos (1920-1938). Comienza a publicar en el periódico £ ( País una serie de crónicas de viajes desde Europa (Inglaterra, Francia, España), con el título de Impresiones de un cronista. E l 10 de octu­bre el Estado cubano le otorga la Orden Nacional de Méri to Carlos Manuel de Céspedes, en el grado de Dama, condecoración que ascendería años mis tarde al grado de Comendador.

1948 Recibe un homenaje público en un acto celebrado en el marco del Aula Magna de la Universidad de La Habana. Inicia la publicación de Crónicas Sociales en el periódico El País, cuyo título era El Succis de la Semana. Ofrece recitales de sus poemas en el Ateneo de La Habana, y en el Lyceum Lawn Tennis Club . L a Asociación Internacional de Poesía, con sede en R o m a , la nombra miem­bro de honor. Publica en España el poema Las cuatro estaciones de San Martín Loynaz.

1950 E l 10 de agosto pronuncia una conferencia en L a Habana sobre su poesía, en el Lyceum Lawn Tennis C l u b , para los alumnos del profesor Ra imundo Lazo, en la Escuela de Verano de la Universidad de La Habana. Es designada miembro de Honor del Instituto de Cultura Hispánica.

Ja

Page 19: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Aparece en Madr id una tercera edición de Versos (1920-Í938). Publica en La Habana un alegato en contra de las corridas de toros en Cuba. E n la Academia Nacional de Artes y Letras, presenta a un grupo de poetas españoles de visita a La Habana.

1951 V i a j a p o r E u r o p a . Se p u b l i c a en M a d r i d su nove la l í r i ca Jardín. Es e legida M i e m b r o Correspondiente de la Academia Nacional de Artes y Letras, y en ese acto da a conocer su ensayo Poetisas de América. Ofrece una conferencia titulada El último rosario de la reina, sobre la personalidad de D o ñ a Isabel la Católica, Reina de España. Ofrece varias conferencias en España y entre ellas una en el Instituto Migue l de Cervantes Saavedra, de Filología Hispánica. Visita las Islas Canarias, donde es objeto de grandes honores, entre ellos el título de Hija Adoptiva del Puerto de la Cruz , y un bello homenaje en el Hote l Taoro, en Tenerife. E n el Ateneo de L a Laguna pronuncia su discurso Mujer entre dos islas. E n Madrid es nombrada miembro del Jurado de Calificación de la Exposición Bienal Hispanoamericana de Arte.

1952 E l primero de diciembre es invitada por el profesor Federico de Onis, y dicta una conferencia en la Universidad de Columbia en los Estados Unidos, siendo presentada por el poeta Eugenio Florit. Gabriela Mistral la propone al Premio Nobe l de Literatura. Pronuncia su conferencia El día de las Artes y de las Letras, en la Sociedad de Artes y Letras. También en La Habana, habla sobre Gertrudis G ó m e z de Avellanada, y sobre el periodista español Rafael Marquina.

1953 Invitada por la Universidad de Salamanca, asiste a la celebración del V Centenario del nacimiento de los Reyes Católicos, y como un homenaje especial le ofrecen la cátedra de Fray Luis de León, donde se ocupa de su conferencia Influencia de los poetas cubanos en el modernismo. Asiste como delegada al II Congreso de Poesía presidido por Azorín, celebrado el 6 de junio en Salamanca, España, con asistencia de ochocientos poetas de Europa y América. Es nombrada Vicepresidente en este congreso, y en sustitución de Azorín preside varias sesiones. Publica en España Poemas sin nombre y Carta de amor al rey Tut-Ank-Amen. Gabriela Mistral se hospeda en su casa, y ambas poetisas ofrecen un recital en el Ateneo de La Habana recitando Dulce María poemas de la poetisa chilena. Las escritoras españolas residentes en Madrid , le rinden un homenaje, con motivo del éxi to alcanzado por la reciente edic ión de Poemas sin nombre. Ofrece una lectura de sus poemas en la Tertulia Literaria Hispanoamericana, donde es presentada por la poetisa española Carmen Conde . L a R e a l Academia Gallega celebra una sesión en su honor en L a C o r u ñ a . Encabeza una campaña públ ica , con el fin de solicitar el nombre de Gertrudis G ó m e z de Avellaneda para el nuevo Teatro Nacional, recién construido en La Habana. E n la Sociedad Liceo

12

Page 20: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

de Camagüey, pronuncia una conferencia titulada La Avellaneda, una cubana universal, editada este mismo año. E n el Teatro Auditorium (hoy Amadeo Roldan), el compositor Frieder Weissmann estrena dos Lieder con textos poéticos de Dulce María Loynaz. Ofrece un recital en el Liceo de Matanzas, donde es presentada por el poeta Agustín Acosta. Publica poemas en la revista Orígenes.

1954 Comienza a publicar durante un año sus artículos Crónicas de ayer y Entre dos primaveras, que aparecerían en los periódicos El País y Excelsior, los sábados y domingos. Publica un artículo con motivo del fallecimiento del poeta Emil io Ballagas.

1955 Se publica en Madr id Obra linca, que reúne sus libros de poesía publicados hasta el momento. E l Instituto Editoriales Cisalpino de Milán edita en idioma italiano su libro: Poemas sin nombre. L a compositora Gisela Hernández crea el Lied Diálogo, con texto del poema h o m ó n i m o incluido en Versos (1920-1938). Es nombrada académica correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, en Málaga, España.

1956 Ingresa como miembro de n ú m e r o en la Academia N a c i o n a l de Artes y Letras, con una conferencia titulada: Ausencia y presencia de Julián del Casal, texto que se publica en ese año.

1957 C o m o parte del ciclo de conferencias organizado por el Lyceum, con motivo del fallecimiento de la poetisa chilena Gabriela Mistral, ofrece su conferencia titulada: Gabriela y Ludia, trabajo que aparecerá en las obras completas de la Premio Nobel, publicado en España por Editorial Aguilar.

1958 Viaja a España. Publica en Madr id Un verano en Tenerife y Ultimos dios de una casa. Ofrece una lectura de un capítulo de Un verano en Tenerife en el Instituto de Cultura Hispánica en Madrid. Ofrece recitales en la Asociación de Escritores Españoles, y conferencias en La Habana, Madrid y en las Islas Canarias. D a a conocer al profesor Federico de Onís , en una reunión con intelectuales cubanos. Poemas sin nombre es traducido por Herriet de Onís al inglés, y al trances por Francisco de Miomandre, trabajos aún inéditos. Parte de su poema Tiempo es utilizado por Gisela Hernández en el Lied titulado Voy a medirme el amor. Participa en el homenaje a Juan R a m ó n J iménez en el Ateneo de La Habana.

1959 Es elegida miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua. Hace una lectura de sus poemas en la Sociedad Liceo de Matanzas, donde es invitada para celebrar los cien años de esa insti tución, siendo presentada por el poeta Agustín Acosta, el 29 de mayo. Por acuerdo de la municipalidad, una calle de Santa Cruz de Tenerife es designada con su nombre.

21

Page 21: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

1960 Hace un corto viaje a los Estados Unidos.

1961 Deja de ejercer la abogacía. Su esposo Pablo Álvarez de Cañas viaja al extranjero donde permanece varios años.

1962 Su Ensayo Gabriela y Lucila sobre la poetisa chilena Gabriela Mistral, se incluye con el titulo de Un recuerdo Urico, en las poesías completas (Premio Nobel) , publicadas en Madr id , por la Editora Aguilar, en 1957.

1963 E l 10 de febrero tallece en La Habana su padre, el Mayor General del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo. C o n motivo del centenario del poeta Julián del Casal, ofrece una conferencia en el Ateneo de La Habana.

1966 E 29 de mayo fallece en La Habana su hermano, el notable poeta Enrique Loynaz.

1961 Es incluida por Carmen Conde en la Antología Once granáes poetisas americohispanas, publicada en Madrid.

1968 Junto a Juan Mar ine l lo , José Z . Tallet, Reg ino Pedroso y otros poetas cubanos, integran la presidencia del Festival de la Poesía 68, celebrado por la U N E A C . E l 23 de ju l io asiste a la sede de la U N E A C , donde la institución rinde homenaje a un grupo de personalidades de la lírica cubana. Es elegida miembro correspondiente de la Rea l Academia Española de la Lengua.

Regresa a Cuba su esposo Pablo Álvarez de Cañas.

1974 E l 3 de agosto fallece en La Habana su esposo, el periodista Pablo Álvarez de Cañas.

1977 E l 18 de agosto fallece en L a Habana su hermano Carlos M a n u e l Loynaz M u ñ o z , poeta y compositor de una obra inédita.

1978 E n la Academia Cubana de la Lengua redacta un informe a solicitud del Rector de la Universidad de los Andes, con motivo de un congreso a celebrarse en Bogotá, en favor de la preservación del idioma. E n la propia Academia, el 23 de abril, hace la presentación de un acto con motivo del milenario del idioma Castellano.

21

Page 22: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

1979 E l 23 de abril con motivo del Día del Idioma, pronuncia una conferencia en la Academia Cubana de la Lengua sobre la poetisa uruguaya Delmira Agustini.

1980 Lee su Ensayo sobre André s Be l lo en la Academia Cubana de la Lengua, con mot ivo del bicentenarío de este filólogo.

1981 E l 20 de octubre es condecorada con la Distinción Por la Cultura Nacional, que otorga el Ministerio de Cultura de Cuba.

1982 E n la Academia Cubana de la Lengua escribe una memoria sobre la obra del poeta R e g i n o Pedroso, para proponerlo como candidato al Premio Migue l Cervantes, de España. E n la propia Academia, pronuncia una conferencia sobre el escritor José de la L u z León.

1983 E l 20 de octubre, D ía de la Cultura Nacional , le es otorgada por el Consejo de Estado y el Ministerio de la Cultura de Cuba, la Medalla Alejo Carpentier. Diserta sobre el poeta Julián del Casal en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio de La Habana. Pronuncia un discurso en la Academia Cubana de la Lengua con motivo del Día del Idioma.

1984 La Rea l Academia de la Lengua Española la nomina candidata al Premio Migue l de Cervantes. E n Pinar del R í o , dice las palabras de apertura del homenaje rendido a su hermano Enrique Loynaz M u ñ o z en el Museo Polivalente de Historia. Publica Julián del Casal, poeta de la soledad y los enigmas, en la revista Revolución y Cultura, e Imágenes de Raimundo Lazo, en el periódico Juventud Rebelde.

1985 Asiste a la presentación de su libro Poesías escogidas, publicadas por la editora Letras Cubanas, en el Palacio del Segundo Cabo. L a presentación fue realizada por el historiador pinareño Aldo Martínez Malo , y allí leyó varios poemas y dialogó con el público. E l Archivo de la palabra de la Casa de las Américas graba en su voz una amplia selección poética. E l 23 de abril pronuncia un discuno sobre el escritor José Antonio Portuondo, al ser designado miembro de número en la Academia Cubana de la Lengua. Se publica, por primera vez, en la revista Revolución y Cultura, su colección de poemas breves titulados Bestiarium, que escribiera en los años veinte.

1986 E n la Casa de las Américas pronuncia una conferencia titulada Delmira Agustini: el misterio en su obra y en su muerte, con motivo del centenario de la poetisa uruguaya. E n la Sala R u b é n Mart ínez Vil lena, de la U N E A C , preside, junto a Elíseo Diego, Pablo Armando Fernández y Lisandro Otero, el acto por el cincuentenario del asesinato de Federico García Lorca, y presenta una

22

Page 23: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

ponencia en la que relata sus recuerdos del poeta granadino en La Habana. E n la Academia Cubana de la Lengua, pronuncia el discurso conmemorativo por cumplirse sesenta años de esta institución. Expresa las palabras de resumen del acto en el Instituto de Literatura y Lingüistica, con motivo del sexquicentenario del Dkáonario... de Esteban Pichardo. Fallece el 22 de junio, en L a Habana, su hermana Flor Loynaz M u ñ o z , destacada poetisa y combatiente contra la tiranía de Machado.

1987 Es nominada a propuesta de la Academia Cubana de la Lengua, como candidata al Premio Migue l de Cervantes, y la propuesta cuenta con la adhesión de la U N E A C . E n la Sala José Lezama Lima del Gran Teatro de L a Habana, pronuncia una conferencia titulada Enrique Loynaz: un poeta iesconoááo. C o n motivo del aniversario del primer combate y la primera victoria militar, que dirigiera su padre el Mayor General Enrique Loynaz del Castillo, recibe en la Academia Cubana de la Lengua un busto del ilustre mambí , creado por el escultor Gelabert, ocasión en que ella habla sobre la obra de este artista. Asiste a la inauguración de la Exposición Biobibliográfica, organizada por la Biblioteca Nacional José Mart i , con motivo de cumplir la poetisa ochenta y cinco años de edad, estando las palabras de presentación a cargo del poeta Cint io Vitier. E l primero de diciembre se le otorga el Premio Nacional de Literatura, que recibe de manos del Ministro de Cultura de Cuba, D r . Armando Hart Dávalos, en acto público celebrado en el Palacio del Segundo Cabo, estando a cargo del D r . José Antonio Portuondo, Presidente del Jurado, las palabras que confiere el Premio. Recibe el Premio de la Critica Nacional.

1988 L a Casa de las Américas pone en circulación un disco de la serie Palabras de esta América, con poemas grabados en la voz de la poetisa. Recibe un homenaje en la Casa de la Cultura de Plaza. E l 23 de abril en la Academia Cubana de la Lengua pronuncia una conferencia sobre Félix Várela, el precursor, con motivo del bicentenario del natalicio del ilustre patricio. E n agosto, lee y ofrece una conferencia sobre Federico Garda Lorca en la Biblioteca Nacional José Mart í . E l 20 de octubre, Día de la Cultura Nacional, el Consejo de Estado de la Repúbl ica de Cuba, le otorga la Orden Félix Várela, de primer grado, máxima distinción cultural conferida en Cuba. E l Ballet Nacional de

Cuba estrena jardín, inspirado en su novela homónima , con coreografía de Hi lda Rivero , siendo designada Alicia Alonso en el personaje de Bárbara. Ofrece una nueva conferencia en La Habana y Pinar del R i o , sobre Félix Várela, el desterrado.

1989 E l 24 de abril es proclamada miembro Emér i to de la U n i ó n de Escritores y Artistas de Cuba ( U N E A C ) en acto púb l i co , celebrando en esta ins t i tución E l D i a del Idioma. Diserta sobre Gabriela Mistral en la Sala R u b é n Martínez Villena de la U N E A C , en ocasión del centenario de la poetisa chilena.

Page 24: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Durante la IV Feria Intemaáonal del Libro, celebrada en La Habana, presenta al público Las memorias de la Guerra escritas por su padre el Mayor General Enrique Loynaz del Castillo, que cuenta con una introducción de la poetisa. Junto al Ministro de Cultura de Cuba, D r . Armando Hart Dávalos, inaugura, en Pinar del R i o , el Centro de Promoción e Información de la Literatura Hermanos Loynaz. Se le otorga un diploma del escudo pinareño de Pinar del R i o . Recibe la Orden Jovellanos, otorgada por la Federac ión de Asociaciones Asturianas de Cuba . Pronuncia una conferencia titulada Memorias de una casa, su ámbito y su época, en la Sala José Lezama Lima del Gran Teatro de La Habana.

Son editados los libros: Bestiarium por la U N E A C , los Poemas náufragos, por la editora Letras Cubanas, asi como La Hija del General, de Vicente González Castro, sobre la vida de la poetisa. Se le adjudica el Premio de periodismo D o ñ a Isabel la Católica en España, por su ensayo £ ( último rosario de la Reina, que se publicó fraccionado en artículos en el periódico ABC de Madrid. Se le confiere Diploma Honoris Causa en Letras por la Universidad de La Habana.

E l 5 de noviembre le fue otorgado el Premio Migue l de Cervantes de Literatura en España. E l jurado la determinó a ella elegida entre los finalistas: Mario Vargas Llosa, Camilo José Cela, Rosa Chacel , M i g u e l Delibes, Gui l lermo Cabrera Infante. E l mundo de España y de Amér ica se regocijaron con este triunfo literario. Muchas instituciones y personalidades se han ocupado de enviar sus felicitaciones. Rec ib ió la estatuilla de la Giraldilla de L a Habana, de mano de Pedro Chávez , presidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular, por acuerdo del Gobierno cubano en el cuatrocientos aniversarios de la fundación de L a Habana. Se le otorga el Premio de la Critica en Cuba, por su libro Poemas Náufragos.

Page 25: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 26: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I

Page 27: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

BIBLIOGRAFÍA SELECTA

I. Obras de poesía, novela, prosa

Caria de amor al Rey Tut-Ank-Amen, Egipto, 1929; T ed., Madrid 1953. Versos (Í920-1983), La Habana, 1938; 2 ' ed., Sta. Cruz de Tenerife, 1947; 3 a ed., Madrid,

1950. Canto a la mujer estéril, La Habana, 1938.

Juegos de agua; versos del agua y del amor, Madrid, 1947. Jardín (novela lírica), Madrid, 1951; 2 o ed., Barcelona, 1993. Obralírica, Madrid, 1955. Poemas sin nombre, Madrid, 1953. Mi poesía autocrítica, La Habana, 1951. Ultimos días de una casa, Madrid, 1958. Poesías escogidas, La Habana, 1985. Dulce María Loynaz: ensayos, La Habana, 1992. Un verano en Tenerife, Madrid, 1958. Poemas náufragos, La Habana, 1991. Bestiarium, La Habana, 1991. Alas en la sombra. Hermanos Loynaz, La Habana, 1992.

II. Periodismo (crónicas)

"Crónicas de ayer", El País, La Habana, 1954. "Entre dos primaveras", Excelsior, La Habana, 1954. " E l Succés de la semana", El País, La Habana, 1948. "Impresiones de un cronista", El País, La Habana, 1947. "Crónicas de América del Sur", El País, La Habana, 1947.

2Z

Page 28: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

m . Ensayos, conferencias, artículos

Al César lo que es áel César (sobre la Avellaneda), La Habana, 1951. Gabriela y Lucila, La Habana, 1957. M i Poesía autocrítica, La Habana, 1950. Gertrudis Gómez de Avellaneda, La Gran Desdeñada, La Habana, 1951. Poetisas de América, La Habana, 1951.

José de la Luz León, La Habana, 1982. Andrés Bello, La Habana, 1980. Mujer entre dos islas, Sta. Cruz de Tenerife, 1951. Esteban Rodríguez Herrera y su pasión por las letras, La Habana, 1981. Cuba en García Urca, La Habana, 1986. El Poeta Emilio Bailabas ha muerto, La Habana, 1954. Más sobre Urca, La Habana, 1988. Ausencia y presencia de Julián del Casal, La Habana, 1956. El último rosario de la Reina, La Habana, 1951. Delmira Agustini: el misterio de su obra y de su muerte, La Habana, 1976. Félix Várela: el precursor, La Habana, 1988. Félix Várela: el desterrado, La Habana, 1988. Enrique Uyanz: un poeta desconocido, La Habana, 1987. El Día de las Artes y de las Utras, La Habana, 1952. U injluenáa de los poetas cubanos en el Modernismo, Salamanca, España, 1953. U Avellaneda: una cubana universal, La Habana, 1953. Esteban Pichardo, La Habana, 1986. Nombre para un teatro, La Habana, 1951. Rafael Marquina y la asistencia intelectual, La Habana, 1959.

28

Page 29: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I MERCEDES MUÑOZ SAÑUDO, MADRE DE DULCE MARÍA (1908)

Page 30: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I SALÓN C O L O N I A L

• LOS CUATRO HERMANOS LOYNAZ. ENRIQUE, DULCE MARÍA. CARLOS MANUEL Y FLOR

GENERAL ENRIQUE LOYNAZ, PADRE DE DULCE MARÍA

Page 31: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

•z. z

8 i

Page 32: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 33: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

POESÍA

fe

Page 34: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 35: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

VERSOS (1920-1938)

Profesión de fe

Creo en el cielo azul: (azul y cielo...) Creo en la tierra humilde, en el precioso don de la tierra tibia y fuerte, de la tierra bella. Creo en el oscuro éxtasis del estanque; en la palabra buena que dijo alguien y en el ala de oro prometida al gusano... Creo en la Noche. Creo en el Silencio y en un día de luz maravilloso...

Creo en tu corazón azul y fulgido y también en m i corazón, un poco...

ESCRIBÍ ESTOS VERSOS PARA ANGELINA MIRANDA:

O M X S B I E N P O R E L U

25

Page 36: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Más bien...

¿Estrella dices? No . . . Más bien la nube... La nube un poco borrosa: La nube que no tiene color ni forma ni destino; a la que no se dan bellos nombres de dioses... Más bien la fugitiva nube siempre flotando..., la desflecada nube que nadie ama... Sí, más bien la nube que se va pronto, se esfuma, se deshace... Y más nada.

Versos, Sta. Cruz de Tenerife,

1947

Page 37: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Señor que lo quisiste...

Señor que lo quisiste: ¿Para qué habré nacido? ¿Quién me necesitaba, quién me había pedido?

¿Qué misión me confiaste? Y por qué me elegiste, yo la inútil, la débil, la cansada... La triste.

Y o que no sé siquiera qué es malo ni qué es bueno y si busco las rosas y me aparto del cieno

es sólo por instinto... Y no hay mérito alguno en la obediencia fácil a un instinto oportuno...

Y aun mis: ¿Pude hacer siempre todo lo que he intentado, soy yo misma siquiera lo que había soñado?...

¿En qué ocaso de alma he disipado el luto? ¿A quién hice feliz tan siquiera un minuto?

¿Qué frente oscura y torva se üuminó de prisa tan sólo ante el conjuro de mi pobre sonrisa?

¿Evitar a cualquiera pude el menor quebranto? ¿De qué sirvió mi risa; de qué sirvió mi llanto?

Y al fin cuando me vaya fría, pálida, inerte... ¿Qué dejaré a la Vida? ¿Qué llevaré a la Muerte?...

2Z

Page 38: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Bien sé que todo tiene su objeto y su motivo: Que he venido por algo y que para algo vivo.

Que hasta el más v i l gusano su destino ya tiene, que tu impulso palpita en todo lo que viene...

Y que si lo mandaste fiie también con la idea de llenar un vacio, por pequeño que sea...

Que hay un sentido oculto en la entraña de todo: E n la pluma, en la garra, en la espuma, en el lodo...

Que tu obra es perfecta. ¡Oh Todopoderoso Dios Justiciero, Dios Sabio, Dios Amoroso!...

E l Dios de los mediocres, los malos y los buenos... E n tu obra no hay nada ni de más ni de menos... Pero... N o sé, Dios mío: M e parece que a ti - ¡ u n dios...!- te hubiera sido ficil pasar sin mí.. .

"Señor que lo quisiste", Vasos, Su. Cruz de Tenerife, 1947, pp.18-19

2fi

Page 39: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Miel Imprevista

Volvió la abeja a m i rosal. Le dije:

- Es tarde para mieles; aún me dura el invierno. Volvió la abeja...

- E l i g e - le dije- otra dulzura, otra frescura inocente...

(Era la abeja oscura y se obstinaba en la corola hueca...) ¡Clavó su sed sobre la rosa seca!...

Y me fue cargada de dulzura...

"Miel imprevista'^ Versos, Sta. Cruz de Tenerife, 1947

32

Page 40: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Arpa

¿Quién toca el arpa de la lluvia? M i corazón mojado se detiene a escuchar la música del agua: M i corazón se ha puesto a escuchar sobre una rosa...

¿Qué dedos pasan por las cuerdas trémulas de la lluvia? ¿Qué mano de fantasma arranca gotas de música en el aire?

£1 corazón suspenso escucha; La rosa lentamente se dobla bajo el agua...

PARA MARGARITA Y SU ARPA:

Dos ARPAS.

"Arpa", Vasos, Sa. Cruz de Tenerife,

1947, p. 25

Page 41: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Retrato de una Infanta (Una Infanta parecida a la Sita. M 1 Terna Echeverría)

María Teresa Alejandrina (el retrato de alguna infanta rubia sobre un oscuro fondo de vitrina gótica. £1 retrato que una tarde de lluvia vemos en un museo...),

María Teresa Alejandrina, perfil de camafeo, porcelana de plato antiguo Su carne rosa-azul que se adivina fría y dura...

U n verde ambiguo le pinta el ojo claro; el mismo verde que se pierde luego en la colgadura...

María Teresa Alejandrina. (Su nombre suena como una ocarina...), María Teresa Alejandrina, María Teresa Alejandrina...

Parece un poco rígida en su traje de Corte, recanado de oro y piedras, engolado de encaje...

Page 42: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

E l pelo tiene un rubio de ceniza que recuerda las yedras de los viejos castillos medioevales; una mano de luna se desliza por sobre el galgo elástico... E n la sombra queda la otra: -Bri l lan apenas los cristales del ventanal. U n guante ha caído en la alfombra...-

María Teresa Alejandrina tiene manos de luna y pelo de ceniza fina... Se piensa en el amor que ella amaría; y en su beso primero... Se quisiera saber por qué caería aquel guante en el suelo...

María Teresa Alejandrina, nacida el 27 de febrero de 1622: U n a neblina de siglos nos la envuelve y nos la veda con su traje de seda, con su galgo y sus ojos color de aguamarina donde jamás brilla un deseo...

María Teresa Alejandrina es un pálido cuadro de museo: Sólo resta al que pasa junto a ella, mirar... Mirar y pasar.

Ü

Page 43: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

La mujer de humo

Hombre que me besas, hay humo en tus labios. Hombre que me ciñes, viento hay en tus brazos.

Cerraste el camino, yo seguí de largo; alzaste una torre, yo seguí cantando...

Cavaste la tierra, yo pasé despacio... Levantaste un muro ¡Yo me fui volando!...

T ú tienes la flecha, yo tengo el espacio; tu mano es de acero y mi pie es de raso...

Mano que sujeta, pie que escapa blanco... ¡Flecha que se tira!... (El espacio es ancho...)

"Retrato de la Infanta", Versos, S ü . Cruz de Tenerife,

1947, pp. 43-45

Page 44: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I EN EL ATENEO DE LA LAGUNA, RECITANDO SU l'OESÍA

ii

Page 45: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

JUEGOS DE AGUA

Los Estanques

Y o no quisiera ser más que un estanque verdinegro, tranquilo, limpio y hondo; U n o de esos estanques que en un rincón obscuro del silencioso parque, se duermen a la sombra tibia y buena de los árboles. ¡Ver mis aguas azules en la aurora, y luego ensangrentarse en la monstruosa herida del ocaso...! Y para siempre estarme impasible, serena, recogida, para ver en mis aguas reflejarse el cielo, el sol, la luna, las estrellas, la luz, la sombra, el vuelo de las aves... ¡Ah el encanto del agua inmóvil, iría! Y o no quisiera ser más que un estanque.

"Los estanques",jM#» i e ^ m . U Habana, 1946, p.78

li

Page 46: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

AI Almendares

Este rio de nombre musical llega a mi corazón por un camino de arterias tibias y temblor de diástoles... E l no tiene horizontes de Amazonas ni misterio de Nilos, pero acaso ninguno le mejore el cielo limpio ni la finura de su pie y su talle.

Suelto en la tierra azul... C o n las estrellas pastando en los potreros de la Noche... ¡Qué verde luz de los cocuyos pisa y qué ondular de los cañaverales!

O bajo el sol pulposo de las siestas, amodorrado entre los juncos gráciles, se lame los jacintos de la orilla y se cuaja en almibares de oro... ¡Un vuelo de sinsontes encendidos le traza el dulce nombre de Almendares!

Su color entre pálido y moreno: -color de las mujeres tropicales... Su rumbo entre ligero y entre lánguido... Rumbo de Ubre pájaro en el aire.

Le bebe al campo el sol de madrugada, le ciñe a la ciudad brazo de amante.

Page 47: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

¡Cómo se yergue en la espiral de vientos del cubano ciclón...! ¡Cómo se dobla bajo la curva de los Puentes Grandes...! Y o no diré que mano me lo arranca, ni de qué piedra de mi pecho nace: Y o no diré que él sea el más hermoso... ¡Pero es mi río, mi país, mi sangre!

" A l Almendares" en Juegas de qua, Madrid,

1947, pp. 49-50

áZ

Page 48: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

El Cántaro azul

A l atardecer iré con mi azul cántaro al río, para recoger la última sombra del paisaje mío.

A l atardecer el agua lo reflejará muy vago; con claridades de cielo y claridades de lago...

Por última vez el agua reflejará mi paisaje: Lo cogeré suavemente como quien coge un encaje...

Serán al atardecer más lejanas estas cosas... Más lejanas y más dulces, más dulces y más borrosas.

Después... ¡Que venga la noche! Que ya lo tenue de sueño -de sueño olvidado... lo delicado, gris, sedeño

de tela antigua,..y lo fino, lo transparente de tul... ¡Será un sólo temblor dentro del cántaro azul!

"El cántaro azul", en Juegos áe agua, La Habana, 1946, p. 62

Page 49: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Marinero de rostro obscuro

Marinero de rostro obscuro, llévame en tu barca esta noche... ¡Y no me digas dónde vamos! Quiero partir sin rumbo: Dejaremos en tierra las intrigas de la esperanza y del recuerdo cómplices... ¡Y nos daremos a la mar...! ¡Que el viento empuje nuestra barca a donde quiera mientras la luna llena da un momento sobre tu rostro obscuro...! ¡Que las olas nos llevan y nos vuelvan muchos días y muchas noches...! ¡Navegar sin rumbo como las nubes lentas y sombrías!

Como las nubes... Entre las neblinas, por mares misteriosos, bajo cielos blancos y soledades infinitas, navegar sin temor y sin anhelos...

Marinero de rostro obscuro, nunca me digas dónde voy ni cuándo llego: ¡Qué son ya para mí, ruta ni hora...! Serás como el destino, mudo y ciego, cuando yo, frente al mar, los ojos vagos, de pie en la noche, sienta una ligera y lánguida emoción por la lejana playa desconocida que me espera.

"Marinero de rostro obscuro", en Juegos át agua, l a Habana,

1946, pp. 38-39.

12

Page 50: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I DULCE MARÍA LOYNAZ. EN SU JUVENTUD

5¡¡

Page 51: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

POEMAS SIN NOMBRE

Poema XXVTJ

M i r o siempre al sol que se va porque no sé que algo mío se lleva.

Poema X X X

Soledad, soledad siempre soñada... Te amo tanto, que temo a veces que Dios me castigue algún día llenándome la vida de ti. . .

Poema XXXI

Cuando yo era niña, mi madre, siguiendo una tierna tradición entre las festividades reli­giosas, gustaba de enviarme por el mes de mayo a ofrecer flores a la Virgen María en la vieja iglesia familiar.

C o n sus hábiles, firmes, delicadísimos dedos, cosía en pocos minutos un par de alas doradas a aquellos flacos hombros de mis diez años faltos de sal y de sazón, me miraba un instante con su mirada capaz de embellecerme y me decía adiós, rozando apenas las gasas que me envolvían como si fueran nubes fáciles de deshacer.

Tocaba con aquel signo seráfico, con aquella seguridad de sus ojos, de pronto desaparecía todo mi encogimiento y mi desgarbo; más erguida que las flores que llevaba en la mano, me­jor que atravesar, hendía el atrio con una íntima conciencia de ser digna del servicio de Nuestra Señora, digna de posarme en la luna que tenía a sus plantas, dispuesta a hacerlo, pues en verdad tornábame ligera y me movía como si no tuviera ya los pies en tierra.

¡Qué hermoso deslumbramiento el que daba a mis ojos transparencias de auroras, a m i sangre levedad de rocío, y otra vez a mis huesos flexibilidad de criatura nonata, no soltada to­davía de la mano de Dios!

¡i

Page 52: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

¡Qué hechizo el de aquellas alas cosidas por m i madre que podían hacerme creer que yo era un ángel auténtico en la ronda de niñas que llevaban sus ramos a la Virgen, y, como todo un ángel, pasar con pecho florecido de piedades entre las compañeras desprovistas de aquel mi atuendo celestial, y mecerme en el húmedo y estancado aire de la iglesia con la sensación de estar inmersa en un cielo azul, trémulo de atardeceres y de pájaros!

Nadie poseyó entonces en tierras o papeles, libros, arcas o brazos, lo que yo poseí serena­mente entre mis alas postizas.

Pude ser el Arcángel San Miguel abatiendo al demonio con su espada; y pude ser San Rafael, capaz de transmutar en viva luz la entraña gélida de un pez. Hasta San Gabriel me prestó su vara de lirios pascuales, y el Avemaria tuvo en mis labios infantiles frescura matinal de Anunciación...

Muchos diciembres han pasado por encima de aquellos luminosos mayos; muchas cosas mías, verdaderamente mías, ganadas con mi sangre y con mi alma, he perdido después.

Pero supe perder con elegancia, y en verdad puedo decir que de nada conservo esa amar­gura de despojo, esa nostalgia de patria lejana, como la que me queda aún de unas perdidas alas de cartón, que mi madre cosía a mis hombros maravillosamente: zurcidora de vuelos i m ­posibles, hacedora de ángeles y cielos.

Poema XXXVI

He de amoldarme a ti como el rio a su cauce, como el mar a su playa, como la espada a su vaina.

He de correr en ti , he de cantar en ti , he de guardarme en ti ya para siempre. Fuera de ti ha de sobrarme el mundo como le sobra al río el aire, al mar la tierra, a la espa­

da la mesa del convite. Dentro de ti no ha de faltarme blandura de limo para mi corriente, perfil de viento para

mis olas, ceñidura y reposo para mi acero. Dentro de t i está todo; fuera de ti no hay nada. Todo lo que eres tú está en su puesto; todo lo que no seas tú me ha de ser vano.

52

Page 53: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

E n ti quepo, estoy hecha a tu medida; pero si fuera en mí donde algo falta, me crezco... Si fuera en mí donde algo sobra, lo corto.

Poema XXXVn

Ayer me bañé en el río. E l agua estaba fría y me llenaba el pelo de hilachas de limo y hojas secas.

E l agua estaba fría; chocaba contra mi cuerpo y se rompía en dos corrientes trémulas y os­curas.

Y mientras todo el río iba pasando, yo pensaba qué agua podría lavarme en la carne y en el alma la quemadura de un beso que no me toca, de esta sed tuya que no me alcanza.

Poema XXXVm

Si dices una palabra más, me moriré de tu voz; me moriré de tu voz, que ya me está h in­cando el pecho, que puede traspasarme el pecho como una aguda, larga, exquisita espada.

Si dices una palabra más con esa voz tuya, de acero, de filo y de muerte; con esa voz que es como una cosa tangible que yo podría acariciar, estrujar, morder; si dices una palabra mis con esa voz que me pones de punta en el pecho, yo caería atravesada, muerta por una espada invisible, dueña del camino más recto a m i corazón.

Pumos sin nombre, Madrid,

1953, pp. 33-35.

SI

Page 54: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I CON P A B L O ALVAREZ DE CAÑAS EN LAS MERCEDES, SU CASA D E VERANO

I SU HERMANA FLOR I EN VENECIA (1953)

Page 55: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

CANTO A LA MUJER ESTÉRIL

Madre imposible: Pozo cegado, ánfora rota, catedral sumergida... Agua arriba de ti . . . Y sal. Y la remota luz del sol que no llega a alcanzarte: La vida de tu pecho no pasa; en ti choca y rebota la Vida y se va luego desviada, perdida, hacia un lado -hacia un lado...— ¿Hacia dónde?... Como la Noche, pasas por la tierra sin dejar rastros de tu sombra; y al grito ensangrentado de la Vida, tu vida no responde, sorda con la divina sordera de los astros... Contra el instinto terco que se aferra a tu flanco, tu sentido exquisito de la muerte; contra el instinto ciego, mudo, manco, que busca brazos, ojos, dientes... tu sentido más fuerte que todo instinto, tu sentido de la muerte. T ú contra lo que quiere vivir, contra la ardiente nebulosa de almas, contra la obscura, miserable ansia de forma, de cuerpo vivo, sufridor... de normas que obedecer o que violar...

¡Contra toda la Vida tú sola!... ¡Tú: la que estás como un muro delante de la ola! Madre prohibida, madre de una ausencia sin nombre y ya sin término.. . -Esencia de madre... - E n tu

Page 56: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

tibio vientre se esconde la Muerte, la irvminente Muerte que acecha y ronda al amor inconsciente...

¡Y cómo pierde su filo, cómo se vuelve lisa y cálida y redonda la Muerte en la aniebla de tu vientre...

¡Cómo trasciende a muerte honda el agua de tus ojos, como riza el soplo de la Muerte tu sonrisa a flor de labio y se la lleva de entre los dientes entreabiertos!...

¡Tu sonrisa es un vuelo de ceniza!.., - D e ceniza del Miércoles que recuerda el mañana o de ceniza leve y ftanciscana...-

La flecha que se tira en el desierto, la flecha sin combate, sin blanco y sin destino, no hiende el aire como tú lo hiendes, mujer ingrávida, alargada... Su aire azul no es tan fino como tu aire... ¡y tú andas por un camino sin trazar en el aire! ¡Y tú te enciendes como flecha que pasa al sol y que no deja huellas!... ¡Y no hay mano de vino que la agarre, ni ojo humano que la siga, un pecho que le abra... ¡Tú eres la flecha sola en el aire!... Tienes un camino que tiembla y que se mueve por delante de ti y por el que tú irás derecha. Nada vendrá de ti: N i nada vino de la Montaña, y la Montaña, es bella.

Page 57: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

T ú no serás camino de un instante para que venga más tristeza al mundo; tú no pondrás tu mano sobre un mundo que no amas... T ú dejarás que el fango siga fango y que la estrella siga estrella... Y reinarás en tu Reino. Y serás la Unidad perfecta que no necesita reproducirse, como no se reproduce el cielo, ni el viento, ni el mar...

A veces una sombra, un sueño agita la ternura que se quedó estancada -s in cauce... - en el subsuelo de tu alma... ¡El revuelto sedimento de esa ternura sorda que te pasa entonces en una oleada de sangre por el rostro y vuelve luego a remontar el río de tu sangre hasta la raíz del rio...!

¡Y es un polvo de soles cernido por la masa de nervios y de sangre!... ¡Una alborada íntima y fugitiva!... ¡Un fuego de adentro que ilumina y sella tu carne inaccesible!... Madre que no podrías aun serlo de una rosa.

Fragmento de Cunto a k mujer estirií, La Habana, 1938, pp. 3-5

52

Page 58: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

• TEIIKAZA DI-I LA I'AIITE ALTA

I FRA( I M E N T O MANUSCRITO DEL POEMA ÚLTIMOS OÍAS DE ('A'.l CASA

Page 59: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

ÚLTIMOS DÍAS DE UNA CASA

N o sé por qué se ha hecho desde hace tantos días este extraño silencio: silencio sin perfiles, sin aristas, que me penetra como un agua sorda como marea en vilo por la luna, el silencio me cubre lentamente.

M e siento sumergida en él, pegada su baba a mis paredes; y nada puedo hacer para arrancármelo, para salir a flote y respirar de nuevo el aire vivo, lleno de sol, de polen, de zumbidos.

Nadie puede decir que he sido yo una casa silenciosa; por el contrario, a muchos muchas veces rasgué la seda pálida del sueño - e l nocturno capullo en que se envuelven-con mi piano crecido en la alta noche, las risas y los cantos de los jóvenes y aquella efervescencia de la vida que ha barbotado siempre en mis ventanas como en los ojos de las mujeres enamoradas.

N o me han fallado, claro está, días en blanco si; días sin palabras que decir en que hasta el leve roce de la hoja pudo sonar mi l veces aumentado con una resonancia de tambores!

52

Page 60: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Pero el silencio era distinto entonces: era un silencio con sabor humano.

Quiero decir que proveía de «ellos», los que dentro de mí partían el pan; de ellos o de algo suyo, como la propia ausencia, una ausencia cargada de regresos, porque pese a sus pies, yendo y viniendo, yo los sentía siempre unidos a mí por alguna cuerda invisible, ktimamente maternal, nutricia.

Y es que el hombre, aunque no lo sepa, unido está a su casa poco menos que el molusco a su concha. N o se quiebra esta unión sin que algo muera en la casa, en el hombre.... O en los dos.

Decía que he tenido también mis días silenciosos: era cuando los míos marchaban de viaje, y cuando no marcharon también... Aquel verano... - ¡ cómo lo he recordado siempre!-en que se nos murió la mayor de las niñas de difteria.

Y a no se mueren niños de difteria; pero en mi tiempo -bien lo sé . . . -algunos se morían todavía. Acaso Ana María fue la última.

Fragmento de Ultimos Has ie m casa, Madrid 1958, pp.1-2

Page 61: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 62: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

DULCE MARÍA LOYNAZ

I EN

EL

HU

ERTO

DE

FRAY

LUI

S DE

LEÓ

N, C

ON

UN

GRU

PO D

E ES

CRIT

ORE

S (19

53)

Page 63: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

CARTA DE AMOR AL REY T U T - A N K - A M E N

oven R e y T u t - A n k - A m e n : En la tarde de ayer he visto en el museo la columnita de marfil que tú pintaste de azul, de rosa y de amarillo.

Por esa frágil pieza sin aplicación y sin sentido en nuestras bastas existencias, por esa simple columnita pintada por tus manos finas -hojas de o t o ñ o - hubiera dado yo los diez años más bellos de mi vida, también sin aplicación y sin sentido... Los diez años del amor y de la fe.

Junto a la columnita vi también, joven R e y T u t - A n k - A m e n , vi también ayer tarde -una de esas claras tardes del Egipto tuyo- , vi también tu corazón guardado en una caja de oro.

Por ese pequeño corazón en polvo, por ese p e q u e ñ o corazón guardado en una caja de oro y esmalte, yo hubiera dado mi corazón joven y tibio; puro todavía.

Porque ayer tarde, R e y lleno de muerte, mi corazón latió por ti lleno de vida, y mi vida se abrazaba a tu muerte y me parecía a mí que la fundía...

Te fundía la muerte dura que tienes pegada a los huesos con el calor de mi aliento, con la sangre de mi sueño, y de aquel trasiego de amor y muerte estoy yo todavía embriagada de muerte y de amor...

Ayer tarde -tarde de Egipto salpicada de ibis blancos- te amé los ojos imposibles a través de un cristal...

Y en otra lejana tarde de Egipto como esta tarde - l u z quebrada de pájaros- tus ojos eran inmensos, rajados a lo largo de las sienes temblorosas...

Hace mucho tiempo en otra tarde igual que ésta tarde mía, tus ojos se tendían sobre la tie­rra, se abrían sobre la tierra como los dos lotos misteriosos de tu país.

Ojos rojizos eran; creados de crepúsculo y del color del río crecido por el mes de sep­tiembre.

Ojos dueños de un reino eran tus ojos, dueños de las ciudades florecientes, de las gigantes piedras ya entonces milenarias, de los campos sembrados hasta el horizonte, de los ejércitos victoriosos más allá de los arenales de la Nubia , aquellos ágiles arqueros, aquellos intrépidos aurigas que se han quedado para siempre de perfil, inmóviles en jeroglíficos y monolitos.

Page 64: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Todo cabía en tus ojos, R e y tierno y poderoso, todo te estaba destinado antes de que tu­vieras tiempo de mirarlo... Y ciertamente no tuviste tiempo.

Ahora tus ojos están cerrados y tienen polvo gris sobre los párpados; más nada tienen que ese polvo gris, ceniza de los sueños consumidos. Ahora entre tus ojos y mis ojos hay para siempre un cristal inquebrantable...

Por esos ojos tuyos que yo no podría entreabrir con mis besos, daría a quien los quisiera, estos ojos míos ávidos de paisajes, ladrones de tu cielo, amos del sol del mundo.

Daría mis ojos vivos por sentir un minuto tu mirada a través de tres mi l novecientos años... Por sentirla ahora sobre mí -como vendría- vagamente aterrada, cuajada del halo páli­do de Isis.

Joven R e y Tut-Ank-Amen, muerto a los diecinueve años; déjame decirte estas locuras que acaso nunca te dijo nadie, déjame decírtelas en esta soledad de m i cuarto de hotel, en esta frialdad de las paredes compartidas con extraños, más trías que las paredes de la tumba que no quisiste compartir con nadie.

A ti las digo, R e y adolescente, también quedado para siempre de perfil en su juventud i n ­móvil, en su gracia cristalizada... Quedado en aquel gesto que prohibía sacrificar palomas ino­centes, en el templo del terrible Ammon-Ra .

Así te seguiré viendo cuando me vaya lejos, erguido frente a los sacerdotes recelosos, entre una leve fuga de alas blancas...

Nada tendré de ti, más que este sueño, porque todo me eres vedado, prohibido, infinita­mente imposible. Para los siglos de los siglos tus dioses te guardaron en vigilia, pendientes de la última hebra de tus cabellos.

Pienso que tus cabellos serian lacios como la lluvia que cae de noche. Y pienso que por tus cabellos por tus palomas y por tus diecinueve años tan cerca de la muerte, yo hubiera sido lo que ya no seré nunca: un poco de amor.

Pero no me esperaste y te fuiste caminando por el filo de la luna en creciente; no me espe­raste y te fuiste hacia la muerte como un niño va a un parque, cargado de los juguetes con que aún no te habías cansado de jugar... Seguido de tu carro de marfil, de tus gacelas temblorosas...

Page 65: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Si las gentes sensatas no se hubieran indignado, yo habría besado uno a uno estos juguetes tuyos, pesados juguetes de oro y plata, extraños juguetes con los que ningún niño de ahora -balompedista, boxeador- sabría ya jugar.

Si las gentes sensatas no se hubieran escandalizado, yo te habría sacado de tu sarcófago de oro, dentro de tres sarcófagos de madera, dentro de un gran sarcófago de granito, te hubiera sacado de tanto siniestra hondura que te vuelves más muerto para mi osado corazón que haces latir... que solo para ti ha podido latir ¡Oh, R e y dulcísimo! en esta clara tarde del Egipto-brazo de luz del N i l o .

Si las gentes sensatas no se hubieran encolerizado, yo te habría sacado de tus cinco sarcófa­gos, te hubiera desatado las ligaduras que oprimían demasiado tu cuerpo endeble y te hubiera envuelto suavemente en mi chai de seda...

Así te hubiera yo recostado sobre m i pecho, como un niño enfermo... Y como a un niño enfermo habría empezado a cantarte la más bella de mis canciones tropicales, el más dulce, el más breve de mis poemas.

En Pomas náufragos, E i Letras Cubanas, La Habana, 1991, pp. 33-36.

Page 66: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I E N 1923 I E N 1951

CON P A B L O A L V A R E Z D E CAÑAS

Page 67: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

NOCHEBUENA EN GRANADA

N ochebuena en Granada... Desde por la mañana hay un ajetreo loco por mi calle. Pasan las comadres arrebuja-

i das en sus negras mantas de lana, ladeados los hombros por el peso de las canastas re­pletas de turrones, botellas, frutas y molletes de pan blanco de trigo.

Junto al muro de la Catedral se han situado los vendedores de churros y mantecadas; los que tuercen el barquillo caliente y los amasadores de las rosquitas con vino. Los amasadores están sudorosos, tienen las caras blancas de harina y las manos rojas de vino. ¡Qué bonito luce el vino tan rojo entre la harina tan blanca!...

¡Y c ó m o chisporrotean los traseros donde se tuestan las castañas llenando el aire de estrellas menudas y fugaces!...

Sobre una tabla tapada con tarlatanas desteñidas, se alinean los alfajores recubiertos de azú­car y nadando en almíbar. U n viejo vende un pastel que tiene la forma de Alhambra hecha con chocolate, merengue y confites de colores.

Acuden los chicos olfateando los dulces y las mujeres agitan con furia grandes plumeros de cáñamo para espantar la nube de moscas que se cierne en el ambiente.

Pasa una bandada de mozas con matracas y rehiletes cantando y bailando; hay un denso olor a azúcar quemada y a vino agrio: Los pregones, el mido de los cacharros, de la gente que pasa, de un repique de campanas a lo lejos, todo unido y confuso, levanta ese sordo zumbido tan particular y tan triste, de la alegría del pueblo.

La hojalata relampaguea a la luz mañanera y los alfajores se derriten lentamente goteando almíbar sobre la tarlatana...

U n n iño llora a lo lejos. Pasa una recua de burros cargados con serones de vino; el vino trasuda el cuero y huele ásperamente. Los burros se desvían corriendo, derriban algunos table­ros y pisotean sendas canastas de legumbres: Berenjenas aplastadas, ruido de lozas rotas, chi l l i ­dos, insultos... La pobre Alhambrita de dulce está desparramada sobre las piedras, rotos sus aji­meces y sus torres, vuelta un amasijo de merengue y fango...

8

Page 68: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Ha habido un silencio súbito y extraño, solemne casi... E l viejo dueño de la Alhambra ha prorrumpido en llanto. Las vendedoras empiezan a reírse bajito, los chiquillos recogen pedazos del dulce y se los comen después de limpiarlos con la manga... E l viejo sigue llorando: Llora como Boabdil, un Boabdil mugriento, mis cansado, más feo, más triste acaso...

He pasado en Granada unos días que pudiera llamar ensimismados: Días vagos, aislados en m i vida. Ando como una sombra por el Albaizyn (la verdadera Granada, la que amó y lloró Boabdil; lo demás es postizo y populachero).

Subo todas las tardes a la Alhambra que está enclavada en la cima de un alto monte a cuyos pies corre un río, el Dauro. E l pueblo lo llama Darro, pero yo prefiero darle su verdadero nombre, su nombre árabe y melancólico como él mismo.

La Alhambra tiene salas de oro y grana, paredes recaladas como encajes y fuentes de már­moles raros donde sueña el agua verde. La fuente de los leones es la más linda de todas. También tiene un patio sembrado de arrayanes y un gran estanque donde nadan pececillos de color morado; sólo aquí he visto peces de ese color.

E n el jardín de Lindaraja, la favorita de pies blancos, crecen rosales con rosas blancas y amarillas; y naranjos con doradas naranjas olorosas. E n el tazón de alabastro sigue goteando el agua y nada sabe que los cristianos están cerca... ¿Dije ya que las paredes de la Alhambra son todas caladas y trabajadas como encaje de piedra? Como encaje de piedra son y el viento se cuela por ellas roto en flautas rmnimas... A l caer la noche los aromáticos arrayanes llenan el ai­re de pesados olores y los peces brillan en el estanque a modo de un collar de amatistas en un estuche de terciopelo negro.

Por el día la gente se amontona en los segmentos de la calle donde da un poco el sol. Vejetes raídos se frotan las manos mientras los gabanes se ponen tornasolados a la luz... -Buen sol nos ha dado hoy Dios, señó Gregorio... Buen sol... Y yo miro de frente ese cristalito amarillo y redondo que cuelga del cielo

brumoso. De noche una vendedora de castañas hace una fogata en un recodo de calleja oscura y se

van juntando gentes en derredor. - ¡A las castañas, a las castañas calentitas!... - Y la gente se anima al calorcillo de la fogata y

al de las castañas jugosas...

Page 69: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Corren chismes y cuchufletas, se hacen viejos cuentos de aparecidos... - S i zeñó, que llevaba un rebozo blanco y un cirio encendió en la mano... Así lo v i en la

casa del Ahorcao, mare de mi alma... lo v i , lo v i con estos ojos que se va a come la tierra... U n silencio confuso se hace el corro... N o se oye más que el chisporroteo de la hoguera y

el crujido de las castañas removidas nerviosamente en el brasero... Por el fondo de la calleja brillan los ojos de un gato y un pedazo de luna empieza a asomar

tras un tejado... Rompen a cuchichear dos viejucas: -Mañana el Padre Serafín hace la letanía en Santo Tomé. . . Las llamas se animan, los hombres se ponen en pie, estirando las piernas entumecidas y sa­

cudiéndose las capas del sereno de la noche... La luna ha salido toda redonda y rosada. A l pasar, una niña me ha dado una ramita de cantueso. (No sé si será esta la misma niña

que encontré ayer llorando en el umbral de una casucha sórdida; tenía los ojos muy abiertos y un manchón amoratado en la cara... Le pregunté si prefería un beso o una pesetilla... Dijo que la pesetilla y se la di sonriendo; ella entonces también me sonreía...)

- ¡ A las castañas, a las castañas calentitas!... E n el silencio de la callejuela los asnos rebuznan melancólicamente: ¡Qué bonitos, qué

dulces me parecen estos burritos de provincia con sus alforjas rellenas de calabazas y sus anchos ojos sin color!

Mansos burritos hermanos de Platero, que rebuznan en la soledad del mediodía mansa­mente, melancólicamente. ¡Cómo gusto de tocar sus pelambres grises y sus hocicos húmedos y temblorosos! Burritos de pueblo, burritos dominicales con cintas y flores de papel en la paz de la calle...

Nochebuena en Granada: La gitanería de la montaña ha bajado por la tarde y en el Albaizyn se alegra la zambra.

E n el cielo se arremolinan negros nubarrones, del río viene una neblina helada y transpa­rente, y el viento se cuela silbando por la calleja: Los gitanos han encendido una hoguera y bailan al son de la fanfoña.

Las mujeres se retuercen epilépticamente y suenen sus ajorcas y sus pendientes de oro macizo. La fanfoña no tiene más que dos notas ásperas, chillonas, dolorosas casi.

Í2

Page 70: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Y a las mujeres están sudadas y su respiración silbante se mezcla al ruido de las ajorcas; el viento arremolina las nubes arriba y las mujeres siguen bailando jadeantes, desmadejadas, trágicas...

De pronto las nubes se rompen desatando el aguacero; huyen las mujeres en un revuelo de trapos azules y amarillos, estrépito de banquetes derribadas, de pasos en tropel...

Soledad y silencio: la noche se viene arriba, deprisa, cargada de presentimientos... Entre las piedras, bajo la lluvia, quedó la fanfofia callada.

La iglesia de San Pedro está a la orilla del Dauro y tiene una plazoleta al frente que forma como una terraza sobre el rio. E n la plazoleta hay grandes olmos centenarios que alfombran el suelo de hojas secas: La iglesita se llama San Pedro... (qué airecillo más frío viene del río... M e parece sentir la mano de un muerto sobre la cara...)

Las hojas secas siguen cayendo y yo recojo algunas desvaídamente. Allá se ve el puente de piedra áspera y musgosa, y más allá, en el fondo, hay casas blancas con tejados rojos; detrás de las casas asoman puntas de cipreses negros y detrás de los cipreses, la Sierra Nevada.

Q u é bonita es la iglesita de San Pedro... Q u é airecillo más frío viene del río. H o y he ido al Generalife: Es un palacio moro que está en la misma montaña de la

Alhambra, pero que por ser más modesto y menos importante, no es muy visitado ni muy cu­rioseado.

E n el Generalife no hay profusión de oros ni mármoles pero la piedra está también delica­damente labrada y hay tanta agua que de continuo, dondequiera que se esté, hay que oír un mismo rumor de chorros y cascadas.

Los jardines son inefablemente bellos; hay grandes árboles oscuros, flores extrañas y mu­chas violetas; como una alfombra de violetas.

Nochebuena en Granada: Llueve y la lluvia cae con un ruido monótono sobre los tejados; en el reloj de la Catedral

han sonado lentamente once campanadas. La Nochebuena ha sido un poco triste; a mí hace ya mucho tiempo que me parecen tristes

todas las Nochebuenas...

21

Page 71: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Veo en la calle los últimos restos de los puestecillos de por la mañana: E n la sombra hay una confusión de tablones y trapos mojados...

De pronto ha vibrado una guitarra en el silencio de la noche y una voz grave, un poco apagada, empieza a cantar:

La niña está calladita recontando las estrellas...

Abro la ventaja; la lluvia me moja la cara y no veo al cantador. ¿Dónde canta este hombre que no teme al aguacero ni a la ventisca?...

La niña está calladita recontando las estrellas, que al amor que quiere irse no hay nada que lo detenga. ¿Quién va a detener el sol cuando se hunde en la Sierra?...

E l viento ha tumbado uno de los tiestos de jazmines que hay en m i balcón; me he estre­mecido ligeramente al ruido de casa rota...

¿Quién va a detener el sol cuando se hunde...

H e cerrado la ventana y he empezado a remover el fuego. A través de los cristales todavía me sigue la voz ya lejana y desfallecida:

La niña está calladita...

En Poemas náufragos, Lebas Cubanas, La Habana, 1991, pp. 47-53.

21

Page 72: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I M A T R I M O N I O D E D U L C E MARÍA CON l'AHLO ÁLVARL7. D E CAÑAS. LA H A B A N A , 8 D E D I C I E M B R E D E 1946

22

Page 73: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

L A NOVIA DE LÁZARO

A MI HERMANA Fl.OR

Y el que había estado muerto, salió atadas las manos y los pies con

vendas y su rostro estaba envuelto en un sudario

Evangelio de S. Juan, 8 . 44.

ienes por fin a mí , tal como eras, con tu emoc ión antigua y tu rosa intacta, Lázaro V rezagado, ajeno al fuego de la espera, olvidado de desintegrarse, mientras se hacía

" ~ ~ polvo, ceniza, lo demás. Vuelves a mí , entero y sin jadeos, con tu gran sueño inmune al frío de la tumba,

cuando ya Marta y María, cansadas de esperar milagros y deshojar crepúsculos, bajaban en si­lencio lentamente la cuesta de todas las Bethanias.

Vienes; sin contar con más esperanza que tu propia esperanza ni más milagro que tu pro­pio milagro. Impaciente y seguro de encontrarme uncida todavía al úl t imo beso.

Vienes todo de flor y luna nueva presto a envolverme en tus mareas contenidas, en tus nu­bes revueltas, en tus fragancias turbadoras que voy reconociendo una por una...

Vienes siempre tú mismo, a salvo del tiempo y la distancia, a salvo del silencio: y me traes como regalo de bodas, el ya paladeado secreto de la muerte.

Pero he aquí que como novia que vuelvo a ser, no sé si alegrarme o llorar por tu regreso, por el don sobrecogedor que me haces y hasta por la felicidad que se me vuelca de golpe. N o sé si es tarde o pronto para ser feliz. De veras no sé; no recuerdo ya el color de tus ojos.

29

Page 74: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

II

T ú dices que no es tarde y que la muerte no tiene mis sabor que tiene el agua. Dices que fue apenas en la reciente lunada cuando te dejamos tras la terrible piedra del sepulcro y aún no segaron en las mies el trigo que estaba verde la mañana aquella en que salimos a castrar colme­nas y nos besamos por la vez última...

Y o no contaba el tiempo, bien lo sabes. Sólo cuando te fuiste empecé a contarlo, empecé a morirme bajo los números y las horas y los días que en mi cuenta se hicieron infinitos como son infinitas las angustias que caben en un instante de mal sueño.

¿Por qué quieres que cuente bien ahora, que tengo prisa ahora, cuando ya con los dientes le gasté todos los filos a la prisa? Y o esperé un siglo sin esperar nada. ¿Y tú no puedes esperar un minuto esperándolo todo?

Dime, Lárazo: ¿Acaso no era más difícil resucitar que quedarte, cuando mi alma se abraza­ba a la tuya forcejeando hasta desangrarse, con la muerte?

Vamos, refrena ahora los corceles de tu estrenada sangre y ven a sentarte junto a mí, ven a reconocerme.

Y o también soy ya nueva de tan vieja: de los milenios que envejecí mientras el trigo ma­duraba en la misma mies, mientras lo tuyo era tan sólo una siesta de niño, una siesta inocente y pasajera.

Y no te impacientes, amado mío, que yo aprendí paciencia como letra con sangre, bien entrada.

III

N o se me oculta no, que es la felicidad la que no espera. Hora es de ser feliz y habrá que serlo o no serlo nunca. Se me devuelve el bien que di por perdido, el amor, la dulzura en lon­tananza del hogar, de los hijos, de las veladas a la lumbre en invierno; bajo la enredadera en el estío, unas tras otras dulces, pequeñitas, alargándose hasta el confín del tiempo.

Todo eso comienza a tomar forma, a ponerse de nuevo al alcance de m i mano y de mi pe­queña, femenina capacidad de imaginar la dicha.

21

Page 75: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Pero aún sabiéndolo asi, no es culpa mía que esta dicha me tome por sorpresa, me en­cuentre desprevenida como invitados a la fiesta que llegan antes de que la casa esté arreglada.

Tiempo hubo de arreglarla y en verdad la arreglé muchas veces... Hasta que luego no la arreglé más y el polvo siguió cayendo, poseyendo la casa sin dueño.

N o te empeñes, Lázaro mío, en echarme cuentas sobre el polvo: soy una novia vieja a la que habrá que perdonarles sus torpezas tanto como su piel marchita y sus ojos cerrados todavía a tal milagro.

Soy una novia vieja, y este amanecer en que vienes de donde vengas, de donde nadie vino antes, es un amanecer nuevo o demasiado viejo; es ciertamente como el primer amanecer del mundo. Toda la vida, toda la Creación, todo tú mismo están por delante.

Sólo yo quedé atrás. Todavía en las mieses de la mañana aquella, todavía en el beso perdi­do entre las mieses. Todavía en todo lo que ha dejado de ser, o no fue nunca.

IV

Como el primer amanecer del mundo... Eso es, y hay que ajustarse a eso. Pero mientras se ajusta el corazón, será inútil que me fatigues con premuras.

Tuve una noche larga... ¿No comprendes? T ú también la tuviste, no lo niego. Pero tú es­tabas muerto y yo estaba viva; tú estabas muerto y reposabas en tu propia muerte como en un lago sin orillas, como el niño antes de nacer en la remansada sangre de la madre.

E n tanto yo seguía viva con unos ojos que querían taladrar tu tmiebla y unos huesos nega­dos a tenderse y una carne mordida, asaeteada por ángeles negros rebelados contra Dios.

¡Tú estabas muerto y yo seguía viva sintiendo el paso, el peso, el poso de la noche que se me había echado encima, incapaz de morir o conmoverla!

Conmover la muerte... Eso yo pretendía. Conmover a la Inconmovible, a la Ciega, a la Sorda, a la Muda.. .

Fue otro quien lo hizo. V ino y la noche se hizo aurora, la muerte se hizo juego, el mundo se hizo niño.

zs

Page 76: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Vino y el tiempo se detuvo, le abrió paso a su sonrisa como las aguas del Mar Rojo a nuestros antiguos Padres.

N o necesitó más que eso, llorar un poco, sonreír un poco y ya todo estaba en su puesto. Dulcemente. Sencillamente. Indolentemente.

V

Ahora tú eres su obra, el recién nacido de su palabra taumatúrgica. Las que me digas en adelante, sólo serán el eco de la suya dominadora, vencedora de la

muerte. Serán las que no supe arrancar de tu pecho vivo o muerto ni ganarle a su mano, ni beber en mi sed. Ellas caerán en mi alba horadada por la espera, como flores extrañas en un pozo.

¿Te será lícito servirte de ellas para jurarme amor en la ventana; para minar al temerillo enfermo, para cantar al son de la vihuela como gustabas de hacerlo al atardecer, de vuelta de las faenas campesinas?

N o lo sé, ni tú mismo puedes saberlo ahora. Sé que estás aquí, pálido todavía y todavía erguido en el deslumbramiento de tu alba, devueltos a tus labios los besos que no tuviste tiem­po de besar.

Pero sé también que entre tú y yo ha ocurrido algo inefable, y aunque yo estoy aquí como tú estás, yo me he quedado fuera del prodigo, ajena a lo que hacían con tus labios, con tu cuerpo, con tu alma, con todo lo que antes era mío.. .

Cierto, la vida apremia y no hay que pedir más milagros al Milagro: la vida apremia y tus labios están cerca, exactos en su media luna rosa.

Y o podría besarlos si quisiera y lo querré muy pronto, amado mío.. . Pero ¡qué miedo co­mo lepra, qué duda para siempre de no besar en ellos lo que besaba entonces, lo que tal vez no vahó la pena resucitar!

Page 77: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

V I

Aprenderé de nuevo el vuelo de tus garzas, los diminutos ríos de tu sangre, la mtimidad de tus luceros.

De la muerte rozada en punta de ala, borraremos las cicatrices mínimas, luz o sombra en tu carne rescatada.

Encontraré entre todo lo perdido, la miel que te era grata, la canción que te hacía sonreír y la que un día te ganó una lágrima. Y otra vez anudaré una cinta a mi trenza, una ilusión de novia a mi ventana.

Pero ¿y si fueras tú quien no me hallaras? ¿Sí fueras tú quien en vano buscaras lo que de­jaste tras esa ventana vanamente engalanada, y en la miel no adivinaras tus abejas, y en la ofrenda de mí misma sólo tuvieras la de mi fantasma?

Si fueras tú quien a tu vez me hablaras sorda, me besaras fría, me sacudieras rígida... T ú quien me sorprendiera muerta, muerta sí, inexorablemente muerta hasta en la sonrisa, liberada ya de cuanto pudiera ser gloria o tragedia en nuestro destino...

A h , te estremeces Lázaro, porque hasta ahora tú sólo has querido seguir siendo tú mismo y no te has preguntado si yo sigo siéndolo.

He podido morirme ante tus ojos que me ven viva todavía. H e podido morirme hace un instante del encuentro contigo, del choque en esta esquina de mis huesos con tu rostro per­dido... Choque de tu presencia y m i recuerdo, de tu realidad y m i sueño, de tu nueva vida efímera y la otra que ya te había dado yo en él y donde tú flotabas perfecto, maravilloso, i n ­mutable, rabiosamente defendido...

Sí, yo soy la que más ha muerto y no lo sabe nadie. V e y dile al que pasó, que vuelva, que también me levante... M e eche a andar.

En Poemas náufragos, Ed. Letras Cubanas, La Habana,

1991, pp. 66-72

ZZ

Page 78: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I BAJ

ANDO

LA

ESCA

LERA

. AYU

DADA

POR

LA

DO

CTO

RA IS

OLIN

A AR

AGÓN

, SU

MÉD

ICO

Y SE

CRET

ARIA

Page 79: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 80: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 81: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I A N T E L A M E S A A U X I L I A R D E ] C O M E D O R ( S E P T I E M B R E 198?)

Si

Page 82: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I SILLÓN DE DULCE MARÍA, EN EL VESTÍBULO

Page 83: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I DETALLE DE LA BALCONADA DE LA CASA DE LA LÍNEA

86

Page 84: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I ROTONDA DEL PORTAL, CON ESCULTURA DECAPITADA

88 82

Page 85: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I CASA DE DULCE MAIÜA, EN EL VEDADO. PORCHE DE LA CALLE E.

21 21

Page 86: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I PO

RCH

E CO

N B

ALAN

CES

Page 87: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

NOVELA

Page 88: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 89: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

JARDÍN - NOVELA LÍRICA

CAPÍTULO 111 Bárbara en el mundo

A sí entró Bárbara en el mundo. Cogida al brazo musculoso del hombre, sin soltarse I ya nunca de él, adentró sus pies un poco torpes, que sólo conocían las veredas de un

jardín , por el dédalo sinuoso de calles, de encrucijadas, de templos, de casas, de l u ­gares llenos de gente viva, movediza, ruidosa.

Y él había pensado con razón: Vestida como las demás mujeres, como las demás mujeres era ella también.

N o había nada exótico ni nuevo en su abreviada persona. N o era ella, por cierto, de las que hacen volver el rostro al pasar, o a las que es grato hablarles en voz baja.

Más de una desilusión produjo en el grupo de personas de imaginación algo exaltada, que se habían dejado sorprender por las contradictorias cuanto fantásticas versiones que al principio circularon de su origen.

Una vez en presencia de la criatura, se vieron con una mujercita bastante bien parecida, que hablaba poco y sonreía mucho.

Mirada con cierta atención, acaso intrigaban ligeramente los anchos ojos incoloros, que pa­recían derramarse por su cara como dos cuajarones de un líquido turbio y espeso. Nada más.

Sus facciones eran correctas y fáciles de atribuir a cualquier derivado de la raza aria. Hablaba sin acento particular muchos idiomas, y todos parecían serles asequibles de seguida,

como si los hallara familiares, como si en vez de aprenderlos los fuera recordando solamente. N o gustaba de las flores, y a veces mostraba un exagerado apasionamiento por cosas vulga­

res, como el asfalto derretido con que se pavimentan las calles o los lápices de colores, que co­leccionaba por docenas en el escritorio, donde no escribía nunca.

Encargaba sus sombreros a Marcel et Soeurs, y sus libros de misa a Pere Naziancennes. Cenaba los viernes en el Claridge.

Realmente no había en todo ello nada de particular. Alguien dijo que el Euryanthe la había traído de una de esas islas que salpican los mapas del océano Indico como una lluvia de oro.

Page 90: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Más tarde se aseguró que pertenecía a una familia de casta sacerdotal, consagrada a un antiguo rito olvidado, en las cercanías del golfo Pérsico.

N o faltó quien creyera reconocer en ella un vastago decadente de los vikingos, cuyos res­tos se Geminaron por el norte de Europa a la caída de la dinastía bárbara. Otros más sensatos se encogieron de hombros, diciendo que había comprado mangos a muchas criollas semejan­tes, que iban descalzas a recibir los barcos en los puertos de la Guayra y Pernambuco... Luego, no se habló más del asunto.

Comparada a las rarezas y curiosidades con que el joven dueño del Euryanthe acostumbra­ba sorprenderlo al retorno de sus largos y ya famosos viajes, aquella muchachita callada y son­riente no constituía por cierto ningún hallazgo. Más interesante era el árbol cuyas hojas cam­biaban de color por la tarde, traído del archipiélago malayo, o el enorme carbunclo arrancado al ojo izquierdo de la diosa En-Ayamba, que adoran los antropófagos del Africa Oriental. De todo lo cual se alegró bastante el enamorado marino, que de ese modo se sentía más libre en sus sentimientos, mis dueño de hacer de Barbara lo que mejor pluguiera a su capricho.

Asi , pues, sin que nadie protestara, ni ella misma, hizo cortar sus largas trenzas color de río, de igual manera que ya había hecho cortar la cola de sus vestidos. Mostraba una singular anti­patía por las cosas prolongadas. N o satisfecho con esto, la llevó él mismo al gabinete de los pe­luqueros, pintado de rosa, y con adornos de cabellos postizos y sin cuidarse mucho del silen­cioso y obscuro terror que le licuaba más los ojos, hizo que colocaran la femenina cabeza en­tre los tentáculos escalofriantes de una monstruosa araña de metal. Y el pelo de Bárbara lacio como la lluvia que cae de noche, se encaracoló de súbito y tornóse áspero y chirriante bajo el peine.

Se ocupó personalmente del grado bermejo de su lápiz de labios, la atavió con los trajes d i ­señados por las modistas más refinadas, por los artistas en boga; hizo sonar sus pulseras de fan­tasía, más de moda y más costosas casi que las legítimas, a la música feble de los casinos noc­turnos, y sólo no consiguió, entre tantas complacencias, que ella probara sus magníficas dotes de nadadora en las playas de veraneo y baraja francesa.

Él tan viri l , tan entero de ánimo y amplio de inteligencia, no desdeñaba el atender a estas minucias de la mujer amada; era un homenaje a ella, y al mismo tiempo una nueva actividad, una forma graciosa de entretener sus ocios en tierra, sus largos ocios de hombre marinero, y

26

Page 91: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

también -¿Por qué no?- una manera mis de amar a Bárbara, tan pequeña, tan débil, tan nece­sitada de él en todas las cosas, desde la más pequeña a las más grandes.

Y en todas habíale asistido. N o tendió una sola vez su mano de niña que no encontrara la suya pronta, firme, segura. La agraciaba el papel de salvador que los dos, de acuerdo, habíanle asignado. Si salvador parecía un vocablo demasiado novelesco, podía sustituírsele por mentor, que resultaba, desde luego, más discreto. Las palabras eran lo de menos, lo cierto era que ella lo necesitaba, que moriría si le faltaba su presencia, como muere la rosa desprendida de su tallo. (Le pareció ajustada la idea de comparar a Bárbara con una rosa; más que muchas otras, mere­cía la comparación. Y caballero gentil y noble que era, se prometió a si mismo no ensayar nunca las tijeras en el fino tallo espigado).

Ella por su parte, pensaba poco. N o tema tiempo. Se sentía vagamente aturdida, y por la mañana la acometían vértigos y mal sabor en la boca. Algunas señoras ingeniosas aventuraron ciertas conjeturas acerca del particular, pero ella sólo entendía que tal vez el mundo era menos grande de lo que había imaginado y las gentes demasiado apresuradas.

La prisa de las gentes fue lo primero que la sorprendió; una prisa tiránica, inexplicable, contagiosa. Parecía la enfermedad del siglo.

Teman prisa para comer, prisa para beber, prisa para dormir, prisa para despertar, prisa para reír, prisa para amar. Iban apresurados al baile, y no menos apresurados a las oficinas públicas. Se les veía anclar casi corriendo por las calles, atrepellándose unos a otros a la subida de los ómnibus, volverse a atrepellar a la bajada, adelantarse a alcanzar justamente el tranvía en mar­cha y comprimirse, ahogarse todos en el primer ascensor, para no esperar el segundo.

- ¿Adonde van tan de prisa? -había preguntado ella al principio. Después no preguntó más, porque la respuesta era siempre por la misma o parecida: iban al

trabajo, a la fiesta, a un entierro muchas veces. Entonces Bárbara evocaba vagamente los días lentos de allá lejos. Se acordaba de haber

empleado días enteros en trenzar su cestillo de esparto, en recoger los primeros albaricoques del otoño ¡Qué bien olían aquellos albaricoques septembrinos!...

Casi siempre se privaba de comerlos para poder perfumar con ellos la ropa blanca de su ar­mario. Recordaba también otra vez en que estuvo desde la mañana a la noche, observando una peregrinación de hormigas que juntaban provisiones para el invierno.

2Z

Page 92: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

¡Y las distintas sensaciones, los mi l y un pensamientos que había ella devanado de aquella cosa pueril, aquella cosa sobre la que hoy pasaría imperturbable, de prisa también, elevada dos pulgadas mis por encima de la tierra en sus flamantes tacones Luis X V !

Sí, había pensado cosas, había hecho comparaciones con la vieja fíbula tantas veces leída: la Cigarra cantadora que muere y la Hormiga laboriosa que vive...

¡Oh las deliciosas moralejas de las fíbulas, con las que a menudo estaba ella en contradic­ción!... Siempre había tenido lástima de la pobre cigarra loca de primavera, embriagada con su propio canto; pero aquella vez la prefirió definitivamente, y odió a la hormiga egoísta, cuidan­do tanto de su vida insignificante y vulgar, y hasta pensó por un momento en barrer de un so­lo golpe de su mano vengadora la hilera negra y delgada que se movía en el piso a manera de sierpe finísima...

Pero no lo había hecho; se había quedado pensativa, turbada por una ambigua mezcla de desprecio y de lástima, de lástima y de respeto, si, de un obscuro e inconsciente respeto por las cosas que sin razón quieren vivir...

¡Qué cosas!... Frente a la vida de aquellas gentes, sus veinte años eran sólo veinte días bre­ves y nublados.

E n una reunión de personas de su edad, a la hora del té, esa bella hora nacarada que parece haberse inventado exclusivamente para hablar e ingerir cosas insulsas, entre mujeres jóvenes y elegantes como ella, se encontraba con que no tenía nada que decir, nada que contar.

Sobraba ella en el terreno de las confidencias y las aventuras; su misma fuga en el Euryanthe no emocionaba ya a nadie, había perdido todo interés. Dentro del mismo género, ya bastante manoseado, de las escapatorias, podían encontrarse otras más nuevas, más movidas, más escabrosas que la suya.

Se sintió desairada y se volvió a otros rumbos. T o m ó parte en fiestas de caridad, vendió chuletas condimentadas con sonrisas de vampire­

sa y propuso con bastante donaire una nueva marca de sorbetes. Luego pareciéndole todo aquello demasiado frivolo y ruidoso, a imitación de la bella reina Santa Isabel de Hungría, des­cendió muchas veces a los barrios bajos, cargada de hogazas y legumbres.

Llegó hasta esperar vagamente la renovación del milagro... ¡Que él la sorprendiera airado, y al tirar del bulto de comestibles, lo encontrara de súbito convertido en fragante rosaleda!...

28

Page 93: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Pero ello no llegó a suceder, entre otras razones, porque él, siempre amable y enamorado, le­jos de oponerse a sus nuevas manías de caridad, la ayudaba solícitamente a cargar y repartir las hortalizas.

Prefirió entonces coser ropas demasiado lujosas para los recién nacidos abandonados; visitó las Crecherías ventiladas, modernas, con piscina y calistenia sueca; anduvo por las anchas salas repletas de niños silenciosos y domesticados.

Aquellos niños que jugaban por horas marcadas, sin proferir un solo grito ni hacer ruido, le recordaron demasiado otra infancia muda para no disgustarle.

Quiso un niño de ella, un hijo a quien ella enseñaría otras cosas o nada enseñaría... Y tuvo hijos. Y sus caderas se ensancharon como arcos de triunfo. Y las gentes seguían

presurosas siempre; iban y venían de los mismos lugares a otros semejantes con un paso febril y agigantado.

Prisa para comer, prisa para dormir, prisa para despertar. Usaban un reloj que antes de salir el sol los arrancaba brutalmente del sueño con un alarido estridente e inacabable.

Las seis y cuarto... Pensar que había un reloj en el mundo en el cual siempre eran las seis y cuarto.

E n el que grises arañas del color del tiempo habían apresado a aquel minuto de la Vida, que ya no podría escaparse... (¿Qué cosa era lo que escapaba por la azotea? U n aeroplano ar­queado, sonoro, ligerísimo. Era el mundo.)

Y Barbara sacudía lenta su melena ondulada. Y miraba, miraba infinitamente con sus ojos, cada día más anchos, cada día más desvaído, más líquidos...

Quiso viajar, visitar países donde ya ella había estado en sueños. Confrontar, como tanto gustaba de hacer y tenía ocasión de ensancharlo frecuentemente, la realidad con sus sueños; o, mejor dicho, la realidad que había hecho suya con los sueños que ya habían dejado de serlo. Comparaba entonces la visión encontrada con la presentida, y casi siempre atinaba y se satisfa­cía de ello con la ingenuidad de una niña que va acertando un crucigrama.

Viajó, zarandeó sus inquietos pies, calzados en botas de alpinista, en skies escandinavos, en babuchas musulmanas. Se la vio llorar de emoción frente al mármol aristado de las catedrales góticas, y saltar de gozo en las cumbres de los Andes, con grave riesgo de desriscarse por un desfiladero, ante el asombro de él, un tanto alarmado y sin acabar de comprender...

22

Page 94: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Una vez riñeron a propósito de un horario de trenes; no la besó él a la hora del desayuno, y ella creyó perderlo para siempre. Decidió morir, ahogar de una vez en las frías y serenas aguas del lago aquella inquietud obscura e incurable que la corroía por dentro desde el princi­pio del mundo.

Se aterró él ante el sesgo dramático a que hacia ella derivar el asunto, y se apresuró a con­tentarla conformándose con situar entre beso y beso alguno que otro leve consejo acerca de la discreción en el gesto y la templanza en el carácter.

Le dio ella la razón en lo del horario y en todo lo demás. ¿No era él la razón misma? Prometió enmendarse, lo procuró sinceramente, hizo cuanto pudo por ligar con agua clara

aquel vino fermentado y ardiente que era su corazón. Como al principio de conocerlo, se volvió a calificar a sí misma de salvaje, de tosca, de

criatura indigna de la inteligencia, de la cultura, y refinamiento del hombre que tenía al lado; de nuevo se sintió tímida en su presencia y se hizo más silenciosa que de costumbre.

Él la sorprendió muchas veces mirándolo con sus grandes ojos licuados, absortos en su contemplación, olvidados de parpadear, plenos de dulzura y de deslumbramiento... La acerca­ba entonces a sí, pasaba ligeramente su mano por la raíz tibia de sus cabellos...

Recorriendo las iglesias del Medioevo, encontró Bárbara viejos amigos; eran los Santos, los tenebrosos Santos de su infancia, martirizados con pecho herido de dardos, con piernas tritu­radas por enormes y dentadas ruedas de oro puro...

Habló de ellos de manera familiar y ligera; sus conocimientos en esta materia superaban con mucho a los de él y trató de hacérselo notar... ¡No era ella absolutamente ignorante!... H e aquí a San Damián con su casulla de esmalte y su sonrisa bienaventurada. ¿Y no es aquel San Sebastián, el hermoso guerrero que amara la romana altiva Fabiola, la de los ungüentos precio­sos, la de las trenzas arrolladas a manera de tiaras? Si, es él mismo, es su mismo cuerpo joven, desangrado, donde tiemblan aún las últimas saetas...

Este otro es un Santo casi desconocido, y resulta en extremo curioso que hayan revivido su olvidado culto en este templo.

Se trata de San Agatán, abad, cristiano de los primeros siglos. Este santo mantuvo durante tres años una piedra en la boca para obligarse a callar, a no pronunciar palabra pecadora. Fue el precursor de los amantes del Silencio.

m

Page 95: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Aquí tenemos a Santa Filomena, la tierna santita degollada un 10 de agosto, a las dos y me­dia de la tarde... ¿Qué suave impresión de frescura da su rostro de niña santa, los pliegues de su tánica de virgen desdibujando los contornos del nubil cuerpo mártir!...

Pero... ¿dónde está él? Se ha quedado atrás, examinando en el muro la estrellada huella de un casco de obús... £1 calibre y la extensión de los cañones alemanes parecen interesarle algo más que sus viejas historias de Santos...

Y Bárbara calla; calla y besa muy despacio los pies taladrados, los corazones sangrantes, con un hondo, largo, entristecido beso, en que hay más amistad, más ternura que unción, más ca­ridad que fe y esperanza...

Jardín, cap. III, Madrid,

1951, pp.270-276

Page 96: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I SU

PER

RO. A

SOM

ADO

A L

A BA

LCON

ADA

Page 97: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

CAPITULO IV El baño

A zul, verde, rosa, amarillo. I E l pelo mojado luce azul entre las violetas que nadan sobre el agua. De l agua,

—— Bárbara emerge fina y blanca como un jacinto sin hojas. E l pelo mojado y espeso pega a las paredes de porcelana de la banadera.

Amari l lo, rosa, verde, azul. El sol se vuelca desde el techo agujereado de cristales, y se disuelve en grumos de plata so­

bre el agua. E l piso es de mármol ; caída en el piso está la ropa de la que se baña. Los zapatos vacíos se

van llenando de luces de colores. Cada cristal embutido en el techo es un surtidor de luz. Los chorros amarillos, verdes, ro­

sados, se cruzan en el aire y descienden en una lluvia fina sobre el baño . El agua se tiñe de rosa; luego de un azul vidriado, que el rosa de antes quiebra y vuelve

violáceo. E l aire ligeramente viciado se satura de agua de colonia, de j abón de olor, de transpiración

de carne tibia que se moja, de pelo sudado que se abre bajo el chorro de agua... ¡ C ó m o acaricia el agua después de las caminatas a pleno sol sobre los arrecifes! ¡ C ó m o endulza el agua después del salitre quemado todo el día sobre los ojos, sobre los la­

bios, aventado dentro de los pulmones por las ráfagas del mar!... ¡ C ó m o refresca el baño después del remo duro, de la arena caldeada, del vino salobre y se­

co de su barco! Baño , baño de agua dulce y de luz; baño de espuma de j abón y vapores de colonia; baño

bajo los cristales del techo que filtran el sol y lo dejan caer va enfriado sobre el desnudo cuer­po yacente, entre violetas maceradas...

¡Azul!... Las violetas forman una trémula nata azul sobre el agua. La fiebre de Bárbara, como otro

sol enfermo, se disuelve entre la frialdad líquida, sobre la frescura sedante de los pétalos. La fie­bre deja correr su zumo de oro, que el j a b ó n enturbia y deshace...

La pastilla de jabón tiene impresa en relieve la palabra Euryanthe, el nombre del barco.

12}

Page 98: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Bárbara siente pena por el bello nombre que empieza a borrarse, que se derrite poco a po­co entre sus manos...

Todo se pierde en el agua. Ella misma se siente desleír, aligerar bajo el chorro gordo que le penetra por el pelo, por la cabeza vacilante, que le clava, si se mueve, miles de alfileres vivos en la carne, que le desata la madeja de venas azules sobre el agua...

Él hizo ayer el elogio del baño. Dijo palabras hermosas sobre el jabón y sobre la toalla de felpa. Las toallas bien felpudas, estregadas sobre la carne para revolver la sangre y hacerla correr batida, hormigueante y tumultosa...

Él ama el baño matutino, que disipa las neblinas del sueño y la pereza tibia de las sábanas, y ama el baño de la tarde, que limpia el cuerpo y el alma del polvo de cada día.

E l baño es bueno. Bañarse es volver a vivir. Y a se borró el nombre del barco que estaba en el jabón. Y a la fiebre del cuerpo y la del sol

se hacen un oro único en el agua. Y el sol sigue cayendo roto en luz, y en el agua se siente un hormigueo de oro, y al calor

de la fiebre y del sol, las violetas con el jabón ya se amasan en punta de estrellas... Rosa, azul, verde. (Rosa, el de una boca joven; no quisiera ella otra rosa en el mundo...

Azu l , menos azul que aquellos ojos suyos. Verde, el mar libertador, él mismo hecho de mar, traído por el mar para su tristeza; fuerte, grande, simple como el mar.)

Rosa, azul, verde. E l jabón se escapa de sus manos y las violetas mustias se le quedan pega­das a la espalda fina, ágil, en curva de arco entesado.

Y cada movimiento y a cada efecto del sol. Bárbara es unas veces azul, hecha con la som­bra azul de los pinos en el atardecer; o dorada como una moneda de oro, o gris, laminada de lejanías, o rosa, trémula de amaneceres... ¡Arco iris vivo es ella, arco iris, tibio, tendido del cie­lo, doblado a la tierra amorosamente...!

Azul , rosa, verde. Sus pensamientos flotan con las violetas en el agua, no menos ligeros y perfumados.

Ella era una muchacha enamorada, él era bueno y tenía los dientes alineados y blancos co­mo los guisantes en su vaina.

(Las luces caen en el suelo casi sonando. Se diría que desgranan collares de cuentas menudas en el aire.)

Él era bueno y le dio un ramito de albahaca y un pañuelo de seda.

na

Page 99: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

(Las paredes de bruñido granito multiplican la danza de las luces.) La otra mañana, ella le miró a los ojos, y sin saber se puso triste y se quedó ya triste todo el

día. (El arco iris vivo se pliega sobre el agua.) Triste todo el día y toda la noche, hasta que Laura trajo la vela y encendió la lámpara del

lecho. (¿Se habría derretido el arco iris en el agua, que se llena de burbujas plateadas?) ¿Qué pensará Laura? Laura no piensa, Laura no existe. (El agua se agita levemente, y el arco iris emerge vivido y triunfante.) E l agua es un compuesto de oxígeno e hidrógeno, y el beso que no damos hoy... (Azul, verde, amarillo, rosa, rosa-lila...) Él le ha dicho que la quiere, y ella cree que también lo dijo. ¡Qué sencillo ha sido todo,

Dios mío! Fue en uno de los últimos días de marzo, con viento de Cuaresma y mar picado. Quemadas por el salitre, las hojas secas caían y caían... (Azul, verde, amarillo, rosa...) ¡Qué bueno es ser una muchacha enamorada!... Dan ganas de llorar y de reír a un mismo tiempo; los pies se ponen fríos y se mira mucho

al cielo... (Azul, verde, amarillo...) ¡Qué bueno es ser una muchacha enamorada y tener un barco cerca!... U n barco fino y l i ­

gero, el más ligero de los salidos de los astilleros de Newport. Y que se llame el Euryanthe, un nombre que parece hecho de cristales: así tintinea y reluce... Es el nombre de la heroína de una leyenda nórdica; ya ella la había leído, pero ¡qué nueva le fue en los labios de él, junto al bigote de seda, que hacía a sus palabras una sombra turbadora!...

(Azul, verde...) Será en una mañana de abril o de mayo. Será con un largo beso apasionado... ¡El barco, el mar, el mundo! La Cigüeña de sus cielos nublados, que trae un hijo rubiecito... (Azul, azul...)

Jardín, cap. IV, Barcelona,

1993, pp. 216-218.

m

Page 100: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

ISU HERMANO ENRIQUE IA SU REGRESO DEL VIAJE A EUROPA (1948)

I EN EGIPTO (1955)

Page 101: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

VIAJES

Page 102: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 103: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

UN VERANO EN TENERIFE

CAPÍTULO xxx Adiós

L I a semana voló como un pájaro maravilloso, sin dar a los viajeros tiempo de solazarse I con el iris de sus plumas, ni con el aljófar de sus cantos. Y nos fuimos sin conocer a

Tijarafe, sin conocer la calle encarecida por nuestro buen amigo. ¿ Q u é secreto alentaba en ella que su recuerdo había perdurado a través de una distancia

que se medía por las olas, de un tiempo donde cupo casi toda la vida? Lo supimos después. N o era sombra de amor ni de misterio, no era aroma de leyenda. Tal

vez mientras lo escribo en esta página, que es ya la última del libro, el lector que leyó con l i ­gereza se sienta un poco desilusionado. Adiós sencillamente era la calle que conducía al cam­posanto.

Pero voy a decir que lo era de manera exquisita; lo era con poesía, que es una cosa que se da muy poco en materia municipal, y, por mejor decir, poco en cualquier materia.

N o creo que haya habido concejales padrinos; fue el pueblo, un pueblo diminuto, el que se acos tumbró a llamarla así, o ella misma nació ya con su nombre, que le era ín t imo, consus­tancial, exacto. De ahí la gracia, la finura que no pudo olvidar quien la mirara en otros días con sus ojos de n iño .

La calle va en declive, cortada sobre un risco; el pueblo queda arriba, recogido el puñado de sus casas al filo del barranco. Pero hacia abajo, y ya en el mismo talud que desciende verti-calmente, en un repliegue de la roca han puesto el cementerio, como quien pone un ramo de azahares al pecho de la montaña .

Bien se comprende que es difícil llegar hasta aquel sitio, aún para los hijos de esa fragosa tierra, avezados a franquear desfiladeros; fue así que se hizo uso con el tiempo el detenerse en cierta escotadura donde la calle sé que quebraba por un corte de tajos descendentes.

Era el umbral de las despedidas; allí quedaban los acompañantes todavía por unos minutos, viendo bajar ya a pico de las breñas un reducido resto del cortejo. Allí, en silencio conmovi -

iiíi

Page 104: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

do, daban el último saludo el amigo al amigo que se iba, el hermano al hermano... Luego se volvían callados calle arriba, y la calle, impregnada de suspiros, hecha de adioses sin salida, no podía tener ya más que un nombre: y se llamaba adiós.

Adiós se llama también esta sombra que me sigue desde que salí de Tenerife, que creí con­fundir y esquivar cambiando el escenario, y acaso lo logré, pero que ahora vuelve a m i en­cuentro, se me enreda inasible y asidora, me espera en ese barco blanco que pronto ha de arrancarme de las Islas.

Adiós es la emoción con que ya estrecho cada mano, la intensidad con que contemplo cada mañana al levantarme, la crestería familiar de los montes, o cuando voy por los caminos, cual­quier casa cubierta por la yedra, cualquier mujer que pasa con su cesta cargada de verduras.

Atrás quedó La Palma con el hechizo de sus hondos pinares, de sus cascadas, de sus cráteres vueltos maceteros de flores. Atrás Piedad Carrillo con su niña de la mano, y el pañuelo en la otra, cada vez más pequeña a la orilla del mar, reintegrándose poco a poco al sueño en que la v i por vez primera. Y a hemos regresado a Tenerife, pero para partir seguidamente, y esta vez rumbo a Europa.

E l viaje continuará para nosotros, que allá en el viejo continente siempre hay mucho que ver, a más de otros gratos amigos que nos esperan ya impacientes. Seguiremos por tanto, des­hojando la rosa de los vientos, pero el verano en Tenerife ha llegado a su fin. Y fue un verano tan hermoso, que no he querido guardarlo para mí sola: ya con octubre encima, pensé que acaso en algún libro podría compartirlo con todos los que quisieran asomarse a él. Porque las nobles emociones no se gastan aunque hagamos a otros participes en ellas. Antes bien, parece, que se crecen mientras más largo eco puedan hallar en otros corazones.

Sería también un homenaje a la tierra de mi esposo, a la que me acogió no como nuera, sino como hija suya, y en la que pude contar, uno tras otro, cuatro meses perfectos. Y contar­los asi no es fácil, ya madura la vida, en tierra alguna.

Va septiembre por sus primeros días dorados como abejas, como las uvas moscatel que em­piezan en el campo a trasegar para la próxima vendimia, y nuestra marcha se ha fijado para el lunes siguiente a las famosas fiestas del Cristo lagunero, que Pablo tiene mucha ilusión en pre­senciar al cabo de tantos años de ausencia.

11a

Page 105: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Eran las fiestas más sonadas del ya remoto mundo de su infancia, un mundo coincidente con aquel que hoy nos parece fabuloso, de los primeros novecientos. Y mientras el pequeño Pablo estrenaba un lindo traje de marinero para ir a sus fiestas, nuestro mundo estrenaba un si­glo nuevo para ir... ¿Hacia dónde?

Pero eso no era muy importante para el niño de gorra con el nombre de algún barco i m ­posible en el cintillo. Lo que importaba para él, lo que hacía caracolear su corazón de siete años, era aquel tableteo pirotécnico en la noche cuajada de incienso, de linternas, de grifos diamantinos...

¿Por qué gustarán tanto los fuegos de artificio en estas tierras? Aquí no se ha extinguido todavía la pasión por las luces de colores, signo y reminiscencia de las lamosas tracas o corridas de pólvora que los árabes trasplantaron a España.

Pero esta disgresión debe de ser extravío del pensamiento, y la culpa es de Pablo, que en toda la semana no ha hecho más que hablarme de sus fiestas, y casi hasta parece haber olvidado que nuestro estío está viviendo sus postreras jornadas.

E l hombre gusta siempre de volver al pasado, conserva verde la esperanza de hallar por al­gún sitio al niño que fue ayer; ese niño perdido y encontrado con su poco de pena y alegría, como el quinto misterio gozoso del rosario. Varia la decoración, pero el niño es el mismo, porque si se logra cortar ese otro cordón umbilical que lo une a su futuro destino, un niño no es muy distinto a otro niño. Para que Pablo encuentre el suyo, se ha demorado la partida, y nuestro verano, que empezó cuando era aún la primavera, va a terminar exactamente con la entrada del equinoccio bajo el arco que trazó Ptolomeo sobre el manojo de estas Islas: el pri­mer meridiano de la tierra y el último de lo que ya parece sólo un sueño.

Porque en efecto, la festividad del Santo Cristo de las Victorias cae el catorce de este mes, y siete días más son veintiuno. Siete días más todavía catorce, si hoy es siete... Y estos días tie­nen ya un sabor otoñal, una luz más cernida, no porque aquí se marque mucho el paso de una estación a otra, sino más bien porque son nuestros pasos los que se marcan rectos al horizonte.

Los preparativos del viaje, las visitas que nos hacen y debemos hacer, los recados de última hora me aturden vagamente, diluyen un poco en su trajín la sensación de marcha próxima, pero no alcanzan, no, a borrarla del pecho. Y , como habrá ocurrido a todos en trance seme-

íu

Page 106: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

jante, los versos inmarcesibles rondan nuestra ventana y nuestras rutas, nos acercan de rato en rato su melancólica fragancia. Todo dice en ellos: partir es morirse un poco...

Hoy hemos almorzado en la Capitanía General: el duque de la Torre quiso muy gentil­mente despedirse de los cubanos. Y a Pablo lo es también, y él mismo viene a serlo por algún recodo de su sangre, pues una de sus abuelas fue la hermosa trinitaria doña Antonia Domínguez de Guevara y Borrell, condesa de San Antonio por herencia y duquesa de la Torre por su rnatrimonio, la misma a quien llamara un buen cronista la cubana que casi fue la reina de España.

Lo fue de tacto cuando su marido, el general Serrano, se sentara un momento a descansar en el trono que había abandonado Isabel II, la reina que un día, siendo niña —niña y reina—, lo bautizaron muy donosamente con el nombre entre ingenuo y malicioso de General Bonito. Puede que no faltara razón para el bautizo, pero bonita de verdad era la generala, no al modo en que gustaban entonces las mujeres: rubias lánguidas, febles, sino como una espléndida criolla. Pintada por Madrazo la he visto en algún lado, y no recuerdo dónde. También he visi­tado en Trinidad la casa en que nació, un típico palacio de esa ciudad difunta, que ojalá nues­tros expertos en turismo nunca se ocupen de resucitar.

E l Palacio de la Capitanía me lo recuerda un poco ciertamente, no sé si por asociación de ideas o porque es tal vez el único edificio que he hallado aquí con aire colonial. Tiene un jar­dín cerrado de altas tapias que sustituye al patio clásico bajo los mangos o a los tamarindos, y salones tapizados de damasco granate con molduras de oro, como eran todavía en 1922 los de la casa de Borrell en Trinidad dormida, ya divididos en viviendas parvas con llantera de niños y mujeres cocinando su arroz, lavando ropa, tendiéndola a secar en los balcones, por cuyo ba­randaje aún discurría sin rumbo, sin sentido, no sé qué rezagada fauna heráldica. Terminado el almuerzo, al que concurren los mismos personajes antañones, las mismas damas linajudas que v i el día 4 de septiembre sacando en procesión al Cristo lagunero, el duque nos acompaña siempre muy duque, muy señor, hasta el umbral de su palacio: es un hombre maduro, alto, magro, elegante, que el Greco hubiera retratado a gusto. Se le tiene en la ínsula por seco, no sólo de carnes, sino también de genio; pero conmigo fue sin que nada lo exigiera, delicado y hasta cordial.

112

Page 107: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Y a a tiempo de marcharnos, añade a su saludo unas palabras que, aunque el uso ha hecho familiares, me pareció que no tenía sentido en la ocasión.

-Fel iz viaje y muchos recuerdos...- ha dicho sonriendo. Y como lo mirase yo asombrada, pues no podía imaginar a quien habría de dárselos, me aclara casi jovialmente: -Recuerdos a la linda cubana de mi casa... -Serán dados- respondo yo muy seria.

Pero sólo mis tarde comprendí que aquella singular salutación para una dama extinta hacía tantos años era un posible indicio de que el buen caballero estaba aclimatándose a su isla, y era también en cierto modo un tributo de fe que don Carlos Martínez de Campos y Serrano ren­día a lo que está mis allá de nuestras realidades: a la leyenda, a la poesía. Y asi fue como el du­que se nos volvió poeta.

N o he querido irme sin recorrer, siquiera de pasada, los sitios donde viví algunos días que quise años, o simplemente a los que debo cualquier pequeño regocijo, unas horas de paz, una firmeza.

E l Puerto de la Cruz es el primero: el del mar bravio, el de las casas soleadas. E l Puerto sin barcos para dejar anclar en él todas las naves del ensueño. Pero una vez llegados al promonto­rio desde el cual se divisa su blanco caserío, no tenemos valor para bajar y allí nos despedimos de su dársena rota, de su Virgen dormida al arrorró que le cantan las olas, y de las dos poetisas yacentes que guarda como perlas en su concha. (La perla blanca era Victoria, y Fernanda, la perla negra.)

Después al alejarnos por las grávidas tierras de Taoro, José Manuel y Carlos, que, como en julio, nos acompañan, permanecen tan quietos, tan callados, que no aparecen ellos, sino las sombras de sí mismos. Y mi atención se va a otros viejos amigos que nos salen al paso, criatu­ras de ayer y de hoy, que, confundiendo rasgos y memorias, también tienen su parte en el adiós.

Allí está Juan Felipe esperando junto a la cancela para ofrecerme sus últimas dalias; y al lado suyo el último mencey brindándome igualmente en una red de juncos las seis islas sedientas. Una séptima salta entre mis manos, la de San Borondón, nunca trovada. Y yo la dejo ir como la dejaron ir siempre, porque su tiempo - o mis bien el m í o - ya pasó.

A l doblar por el Risco de Oro , doña Elisa Machado nos detiene un momento para presen­tarnos a las señoritas de Monteverde, que han venido a visitarla porque piensan confeccionar

111

Page 108: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

una alfombra de flores para el Corpus, y están en duda entre el jacinto y las anémonas... Y o les digo que vayan a buscar la rosa verde que he visto en un bancal del Instituto, y ellas ríen i n ­crédulas... Son las dos muy graciosas, con sus tirabuzones, sus fichús y sus pamelas de jardín; nos saludan con una amplia reverencia de los tiempos de Eugenia de Monüjo . E l coche se desliza por entre los paisajes familiares, tocados de improviso por algún raro sortilegio, por no se sabe qué reversibilidad del tiempo: diríase que al perderme ellos también, quisieran mostrar­se ante mis ojos, o ante otros sentidos más sutiles, no sólo como son, sino, asimismo, como pudieron ser ayer y antes de ayer, y mucho antes de que yo llegara. Hay una entrega del espa­cio en todo tiempo suyo, una entrega del tiempo por su espacio.

¿Por qué se agolpa tanta gente hoy junto a la caleta? ¡Acaban de sacar a flote el galeón en­terrado!... Pero, ¡Oh desilusión!... Aquel navio, con sus catorce pares de troneras, sus seis lom­bardas y el bosque de sus mástiles vibrando a los ciclones y tifones, aquel María Galante devo-rador de mares tenebrosos, tan gallardo a la luz de su leyenda, a nuestro sol del siglo X X , ha quedado reducido a un barco de cartón, a un barco de juguete... ¡El mismo cielo santo, que a la Virgen del Carmen regaló el Ult imo Pirata!...

Y a no vale la pena detenerse y seguimos de largo; nada tenemos que decir a estos hom­bres atónitos, exhaustos, que han trabajado quince años por rescatar lo que no era más que una ilusión.

E l camino da vueltas, salta barrancos y vertientes, se hace una espiral, ascienda, vuela... Tantas veces lo anduve, y que de pronto me parezca que lo recorro por primera vez...

Aquí está el drago milenario, lo reconozco, por más que es todavía un dragón niño entre cien árboles más bellos. Aún no ha pasado una centuria sobre él, y es otro gran monarca vege­tal el que se lleva la pleitesía del concurso: el Garoé fabricante de linfas, con sus estanques ge­melos a los pies. Sin embargo ninguno alcanzará los largos años en la tierra que se reservan al primero, y entre todos ha sido elegido.

Lo sé porque al pasar he visto una paloma que acaba de posarse en una de sus ramas. La ra­ma tierna vacila al leve peso, y la paloma se mece en ella como jugando.

Subimos ya la cuesta de la Orotava; la anciana vendedora de flores está regando sus rosales, pero, tras ella, otra mano corta las rosas que las suyas riegan. Es la marquesa viuda que un día conocimos con bastante coraje como para enfrentarse a las potencias terrenales y ultraterrenas.

w

Page 109: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Y ese muchacho no es su hijo, sino Guillen Peraza, caído entre las flores. Vemos también a Juan de Bethencourt, muy tieso en su loriga, y a don Andrés de Arroyo, cambiando sus dis­cursos por manzanas.

Siempre sentado a la ancha sombra de su castaño, Betzenuhia se levanta cortesmente cuan­do nos ve asomar por el recodo, mientras Tinguaro y su Guajara, sin llegar a vernos, pasan junto a nosotros mirándose a los ojos enlazadas las manos.

Pero la infanta guanche tiene el rostro de Candelaria Reimers, y Betzenuhia, el del alcalde don Isidoro Luz. £1 rostro de Tinguaro no es visible, porque trae vuelta la rebelde testa hacia su amada, aunque seguramente corresponde a un esposo feliz y enamorado.

Las tierras de Taoro ya van quedando atrás y todavía persisten estas vagas imágenes, galo­pan junto al coche estos centauros de ensueño y realidad, de mitos y de páginas de Historia, de muerte antigua y vida fresca.

Y el Teide sobre todo, y siempre el mismo: Antorcha de Colón, eclipse del almirante Nelson. £1 Teide con las siete Vírgenes, y cada virgen con su isla como un nenúfar en la mano.

La noche empieza a fluir en negro surtidor por algún punto del paisaje. Tenemos que lle­gar antes que ella a Santa Cruz, porque una dama nos espera para tomar el té en su terraza. E n la terraza habrá unas macetas de geranios y un canario en su jaula. Pero no llegaremos y la da­ma nos odiará toda la vida.

Ahora estamos llegando a una ciudad que no es todavía Santa Cruz. Se ha hecho más de noche y no la adivino a través de la masa de agua y niebla; pero es un viejo burgo gris, cuyo nombre pudiera ser Perusa o Aviñón. E n sus desiertas calles no encontramos mis que un vian­dante solitario: es un hombre a caballo que acaba de perder un reino.

Pero todos perdemos nuestro reino y pocos se resienten de ello. Aprisa, aprisa, que es muy tarde, tal vez las once de la noche, y otra ciudad asoma en lontananza con leve parpadeo de luciérnagas. Esta sí la conozco por las agujas de su catedral y por su olor a muérdago mojado. Es San Cristóbal de La Laguna.

Llueve todavía cuando cruzamos la plaza del Adelantado, y tras los cendales de la lluvia se distingue la gran laguna que le da nombre, como un bruñido espejo reflejando los faroles del

Page 110: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

coche... U n cingulo de casas la rodea, pero a estas horas sólo dos permanecen encendidas guardando la vigilia de sus dueños.

Desde una de ellas una mujer se asoma a los postigos al sordo ruido de las ruedas sobre el empedrado: es María Rosa Alonso, que enternecida por sorpresa, nos envía un beso con la punta de los dedos.

E n la casa de al lado, también escasamente alumbrada, alcanzo a ver a su vecino, el futuro arcediano don Joseph Viera Clavijo, sentado a la ventana y escribiendo... Escribiendo a la luz de un velón la Historia de Canarias.

Hemos llegado a Santa Cruz ya tarde para el té. ¿Y qué hacemos ahora? Podríamos volver­nos atrás, seguir indefinidamente por estos vericuetos surrealistas, o bien seguir por ellos hasta que la sirena de nuestro barco nos reclame a bordo.

Pero también podríamos, si alguien se siente fatigado -que la marcha a través de una qui­mera a veces cansa más que por vereda pedregosa-, podríamos, decía echar pie a tierra, esto es, a la verdad actual, que por actual, aun con su tinte melancólico, será menos poesía que la verdad antigua.

Sólo el tiempo - u n minuto, una centuria- es lo que diferencia ambas sustancias, pero el hombre también está aprendiendo a eliminar el tiempo, y la poesía no ha hecho más que ade­lantársele... Poesía vale aquí a acontecer remoto puesto en duda por los desconfiados; a eso lla­mé, cuando iniciaba el curso de este libro, casi verdad, y entre sus lindes anduvimos hasta ese instante, y volveremos, si Dios quiere, pues de las Islas no se despide nadie para siempre, ni ellas se despiden del misterio.

N o estar seguro de una cosa casi es mejor que poseerla con todas sus medidas; que se nos deje una parcela mínima para imaginar, para soñar, para instalarnos a nuestro gusto en ella, se­ría lo mejor que hoy por hoy, pudiésemos pedir a la vida.

Por eso debo confesar que aunque, en lo concerniente a mis experiencias personales, me he mantenido fiel a la verdad total, no he puesto, a cambio, demasiado empeño en pasar por tamiz de siete capas aquellas verdades o casi verdades que me dieron otros, y hasta me he complacido en cultivarlas tal como eran, junto a otras verdades propias; las tangibles, las inta­chables. Verdades intrascendentes como hortalizas de m i huerto.

IIÍ

Page 111: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Adiós. Adiós. Adiós. Adiós se llama todo. N o un olvido, sino todos los olvidos. N o un re­cuerdo, sino todos los recuerdos.

N o una calle, sino todas las calles, y los lugares adonde van las calles, y las casas que las flanquean, y las gentes que viven en las casas. Todas las calles con su cielo, con el campo donde no se trazaron todavía, y el otro dormido bajo su asfalto, con su mar esperando a cada esquina.

Adiós es mi querido maestro don Francisco Bonnin, cubriéndome de rosas la partida, qui­tándose una lágrima que tiembla en su barba de mosquetero. Son los poetas que me tejen re­des de versos a los pies con la esperanza de sujetarme en ellos.

Y las mujeres con sus mimos, y los chiquillos con sus juegos, y las gentes humildes con sus detentes de papel rizado y el pañolito de algodón, que es más difícil de calar que el lino.

Es Carmen Rosa, con su cara bonita siempre alegre, súbitamente ensombrecida; y las largas agujas de Blanquita tejiendo infatigables su mortaja temprana sin saberlo.

Adiós es la palabra que no dice R a m ó n Boudet, mientras nos colma de regalos las manos, el bagaje, el corazón. Es la que todas las mañanas espanta Emilia del jardín con los abejorros que se comen las flores; pero ella, con tenacidad de insecto, siempre vuelve.

Vuelve y se posa luego en las cerezas que me borda de prisa Carolina y que parecen frutas de verdad. De las cerezas vuela a las muchachas, Bolina y Lourdes, y a la madre, lozana toda­vía, confundiéndolas tal vez con otras flores frescas, con otras frutas finas. Pero también acaba de posarse en el primo Manolo, donde la confusión ya no es tan fácil.

Adiós es don Domingo Cabrera, gran señor, afirmando que el humo de los muelles le ha nublado los ojos. Es Lázaro, el chófer, cubriéndoselos al pie de la escala, y esa mujer descono­cida que me tira un clavel que cae al agua.

Adiós es Carlos R i z o , el preferido de m i esposo, y en él son todos sus amigos, que tam­bién lo fueron míos; los de la nueva amistad que pudo parecer tan añeja como la que mi com­pañero vino a buscar y halló en esta tierra donde toda flor es posible.

Adiós es este beso de José Manuel en m i mano, cuando ya el barco se sacude sus últimas amarras. E l beso y la sonrisa y la mirada de sus ojos azules; él es el único que nos despide sere­na, suavemente. Y él es también, con Blanca de Antequera, el que no volveré a ver en este mundo.

ni

Page 112: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Adiós isla florida, donde fui tan feliz, tierra fragante que casi no eres tierra. Adiós, espuma de volcanes, rosal de aire, sueño de sirena. Que los dioses te guarden y de dejen recordar al­gún día a la viajera.

Adiós, valles y montes, leyendas y verdades, pasado y hora en que lo digo. Adiós, morenas Vírgenes, cada una velando por su isla. Adiós, verano inolvidable, por cuyas golondrinas siem­pre espero.

Un mimo a Ttnmfi, cap. X X X , Aguilar, Madrid,

1958, pp. 390-399.

1U

Page 113: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I EN CIUDAD RODRIGO, DE POESÍA

PRESIDIENDO UNA SESIÓN DE UN CONGRESII

I EN MADRID, CON SU ESPOSO Y UN GRUPO DE AMIGOS (1958)

112

Page 114: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I DURANTE UNA CONFERENCIA EN LA UNIVERSIDAD DE COLUMMA

EN NUEVA YORK (1952)

I EN CANARIAS (1951)

120

Page 115: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

CONFERENCIAS, ARTÍCULOS

Page 116: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 117: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

INFLUENCIA DE LOS POETAS CUBANOS EN EL MODERNISMO

Buena lengua nos dio España pero nos parece que no

puede quejarse de que se la hayamos maltratado.

JOSÉ MARTÍ

onviene desde el comienzo dejar sentado que este ensayo sobre los escritores llama­dos modernistas se concretará a la poesía lírica, y no traspasará las playas de América o, por mejor decir, de una porción de América. Tampoco ha de apartarse de la eta­

pa inicial del Modernismo, ya que la índole del tema así lo exige. Si ha de tratar del influjo que los bardos cubanos ejercieron en esta magna revolución de las Letras, debo tener siempre a la vista sus límites precisos; y lo cierto es que ellos sólo tocan al per íodo de gesta. Por extrañas razones, el árbol se extingue en la propia tierra cuando empezaba a dar su fruto en las demás. Siendo ello así, resulta, sin embargo, tan interesante y decisivo el aporte de nuestros líricos, y al mismo tiempo tan poco estudiado por los investigadores de la reforma modernista, que en cualquier momento podría estimarse obra útil ponerlo de relieve.

C o m o se sabe, casi todos los estudiosos están de acuerdo en que esta escuela o movimiento -cues t ión también muy debatida, en la que no vamos a entrar- tuvo por sus legítimos ascen­dientes a los finos poetas franceses, que reaccionaron de diversas maneras contra el romanticis­mo imperante en el pasado siglo, muy particularmente los parnasianos y los simbolistas. Hay quienes extienden a otros países del continente la zona de su influencia; pero, de todos modos, en Europa se centra el origen del Modernismo y su formación en una veintena de años, más o menos los últ imos del siglo X I X . Todo esto es, claro está, materia objetable; pero el caso es que, circunscrita como se ve su órbita en lo que hace a tiempo y espacio, en límites muy con­cretos, no es raro, pues, que tanto eruditos como profanos, que hayan alguna vez vuelto sus ojos sobre estas cosas, se asombren de que el Pontífice de la gran reforma no sea un poeta de Europa, sino un poeta de América.

U n hecho tan significativo por sí solo, debería llevarlos a un estudio más detenido de la poesía de América contemporánea y hasta anterior a R u b é n Darío. Debería llevarlos, pero no los lleva. Siguen escarbando en la misma tierra, descubriéndole abuelos y bisabuelos europeos

122

Page 118: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

al bardo, sin ir derechamente a lo inmediato, a las circunstancias que, aun cuando les fuera ne­gada toda posible facultad creadora -que ya es conceder...-, fueron, sin duda, las que estaban presentes y lo acompañaron hasta el momento en que se revela como el primer poeta de su época. Esto acontece, según criterio unánime, con la publicación de sus libros Azul... y Prosas profanas. Sin saber por cuál decidirse, a pesar de la diferencia de fechas y aun calidades entre ambos, ellos dos se han elegido por todos los tratadistas a manera de hitos para marcar los pun­tos decisivos que deja al arrancar la enorme trayectoria de su obra. A ellos, pues, habremos de atenernos. N o era R u b é n Darío el único, por cierto, que ya había sobresalido en el hemisferio por sus conceptos revolucionarios. Mucho antes que él -antes que todos acá y allá- estaban un poeta de bruma. Edgard Alian Poe; y un poeta de granito, Walt Whitman, que el mismo Darío admiraba tanto. Estaba Olavo de Bilac, el suntuoso brasileño de quien se habla tan po­co, autor de poemas exquisitos y, al mismo tiempo, inusitados, como «La reina de Saba» y «Los bandeirantes». Pero, sin salimos de la América de habla española, no hay que olvidarse de los llamados precursores: José Asunción Silva, en Colombia, arrancando a la lengua las mis ex­trañas melodías; en Méjico, Gutiérrez Najera y Díaz Mirón, mayores en años, antípodas entre sí, buscando la verdad única por distintos caminos. Se podrían añadir otros hombres, pero no es necesario hacerlo. De todos modos, por una causa u otra, fue Darío quien llegó a la meta, o por lo menos, quien llegó el primero. Es el realizador, el que lleva a cabo la proeza de desen­tumecer los sordos oídos del Olimpo y ganar para su tierra un laurel mis hermoso que los lau­reles guerreros, teñidos siempre en sangre. A él, pues, hay que volverse a cada instante, empe­zando por sus dos libros, las piedras angulares donde habrá de asentarse el nuevo Credo. Azul... como es sabido, se publica en 1888, y Prosas profanas, en 1896. Para esta última fecha R u b é n Darío andaba ya por la treintena, y había nacido y vivido siempre en tierras americanas. Después de Azul... aún tendrían que transcurrir cuatro años para que hiciera su primer viaje al Viejo Mundo - u n viaje de sólo cuatro meses a España - , y aún tardaría un lustro en trasladarse a Europa con más carácter ya de estancia y convivencia 1. Sabemos que leyó mucho, al igual

1. £1 primer viaje de R u b é n Darlo a Europa fue en 1892, y el segundo a finales de 1893, ocasión en que pasó por París. £1 tercer viaje fue al comenzar 1899, desde Buenos Aires, y esta vez se quedó a vivir en Europa como corresponsal del periódico La Naáón.

121

Page 119: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

que la mayoría de los jóvenes de su generación, y leer entonces significaba, o al menos ha sig­nificado asi para sus biógrafos, leer libros franceses, españoles y alemanes. Tener en cuenta sólo estos libros, y olvidarse del elemento humano, del calor vivo y presente que arropara su cuña y su espíritu mientras se le iba agigantando, resulta, por de pronto, una falta de método, una ligereza.

Durante más de treinta años, ese elemento humano, esa presencia viva, están en América; en América, pues, hay que estudiarlas. Hay que enterarse, pero no al vuelo, sino con verdade­ro ánimo de investigación, del ambiente en que el poeta se desarrolló en todo este tiempo, de los amigos que trató, de los paisajes y las cosas y las gentes que lo rodearon; en una palabra, del mundo que fue suyo, un mundo real y tangible, al cual hay que conceder, por lo menos, tanta beligerancia como al etéreo mundo de sus sueños. ¿Pero es que fue ajeno alguna vez ese mun­do exterior al interior? E n modo alguno; se hace en verdad difícil situar entre ambos la frontera. Este poeta no podía vivir sino en poeta; y, a semejanza del rey Midas, trocaba en dul­ce oro de poesía cosa tocada por sus dedos. Por otra parte, él iba instintivamente a la poesía, de suerte que, aun antes de tocarla, ya la poesía era, ya estaba allí. A esa, a la poesía que ya es­taba allí, voy a ceñirme; hemos llegado al punto en que debemos detenernos a inquirir qué es lo que sucedía con los poetas de nuestra América, que fue justamente uno de ellos el elegido para la misión que habría de cambiar los destinos de la poesía del mundo.

Creo que jamás desde el llamado Siglo de Oro , experimentaron las letras universales una revolución tan trascendente. N i aun el Romanticismo, que dura casi un siglo y cambia tantas cosas, removió, arrasó y construyó con tal radicalidad.

De entonces a nuestros días me atrevería a decir que casi no se ha escrito en lengua caste­llana, y aun en las extranjeras, cosa genuinamente bella que no se deba a aquella levadura que puso en la tierra el Modernismo. Y eso que los sabios lo consideran Liquidado al terminar la primera guerra mundial. E l Modernismo no trazó caminos, sino ensanchó horizontes. N o dijo al que tenía su auténtico mensaje: «Ven por este camino...», sino: «Ven por todos los caminos. Todos son tuyos si los sabes andar con plata firme y corazón honrado. Para quien anda asi, y tiene, además, su ofrenda que traer, todos los caminos llevan a la belleza.» L o dijo y lo hizo. E n realidad, el mundo entero quedó hecho un inmenso camino, que recorrió a su hora la inquie­tud de varias generaciones, aquellas sobre cuyas cabezas se cernía ya la sombra de la catástrofe.

12a

Page 120: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Por tanto, señoras y señores, véase, que importancia tiene conocer las condiciones en que pu­do esto producirse. Intentar ese conocimiento es la tarea, ajuicio mío, insoslayable - y , a pesar de eso, bastante soslayada- que me he impuesto en estas sencillas páginas, escritas con más alientos que pulmones. Hasta ahora, ellas no han hecho más que proceder al replanteo de la cuestión; pero era necesario hacerlo para estrecharle el cerco a la Verdad, que tiene, como la Fortuna, cuerpo resbaladizo.

Transcurría el último tercio del siglo X L X ; a la fiebre del Romanticismo había sucedido una profunda laxitud, de la cual, aquí y allá, iban saliendo algunos lentamente, con esa desgana propia de los periodos de convalecencia, en que los más suculentos manjares son apenas to­mados con mano lánguida y remisa. América seguía siendo la tena ignota de los mapas anti­guos; no hay que alarmarse. Tengo para mí que lo sigue siendo todavía. Pero el misterio que la envuelve no mengua en nada su hermosura, y sólo la impide salir con profusión de láminas y citas en las Enciclopedias ilustradas. Si esto no hubiera sido así, las gentes de letras se habrían enterado de que por tierras americanas, hacia el año 1881 ó 1882, un joven recién casado ha­bía escrito para el hijo que le acababa de nacer un librito pequeño; un librito pequeño que se llamaba bmaelillo. Era aquel mundo finisecular muy apegado a las cosas del espíritu. Escribir un Übro entonces no era como ahora. N i como ahora tampoco, todo el mundo escribía libros. Había un instintivo, un natural respeto por la letra impresa, que no se estampaba ni se leía sin revestirse de dignidad.

A u n tratándose de libros de versos -tan venidos a menos, ¡ay!, en nuestros días-, aunque ya no entusiasmaran sus reiteraciones o no convencieran sus novedades, su aparición era debi­damente registrada, no obstante el estado de fatiga en que el espoleo de la hipérbole había su­mido al buen gusto.

Así, pues, publicaciones literarias de mucho menos importancia que aquel bmaelillo ameri­cano fueron en la grande Europa, por aquella época, para bien o para mal, tenidas en cuenta. N o aconteció lo mismo con aquel, a modo de breviario, del joven padre; el libro, que sólo se escribió para un niño, para un niño sólo se quedó. Fue entonces, y continúa siendo, tan des­conocido que casi no me asombra ya ver cuántos autores de amplios tratados sobre el Modernismo lo ignoran en absoluto. Repito que es un libro pequeño. También es pequeño el grano de radio, que lleva consigo, como el bello decir de las Letanías, la salud de los enfermos.

w

Page 121: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Pequeños son casi siempre los resortes que mueven los mecanismos más complicados: la fuerza en la rueda, el vapor en la caldera, la electricidad en la pila. Pequeña es la amiba en la gota de agua y la muerte en la cápsula de plomo.

¿Qué era, pues, lo que aparecía en la pequenez de ese bmaelillo! Pues casi nada y casi todo. Cada vez que lo hojeo, me convenzo de que ahí está apretada, concentrada, viva como en su cáliz la rosa antes de nacer, toda la esencia del Modernismo. A hojearlo vamos ahora, no pro­piamente a hacer su exégesis. Para hablar de este pequeño libro, sería hoy necesario escribir otro gran libro. Y no porque él mismo sea -hay que decirlo al paso- una obra maestra, sino por el material que está proporcionando, al que sepa hallarlo, para muchas obras maestras. Descúbrese una insospechada variedad de recursos dentro de su aparente monotonía. Y ahora viene lo más importante: da la casualidad que estos recursos son los mismos que esgrimirá más tarde el Modernismo, y con los que ganará su batalla. Vamos a verlo enseguida.

E l título del libro es ya de una fragante sugerencia: bmaelillo... ¿bmaelillo? ¿Por qué? Sabemos que Ismael es el hijo de un patriarca y de una esclava. La desgracia de la madre pasará en él mis que la paterna grandeza; pero, de todos modos, su prosapia es la de los fundadores de pueblos... También él lo será algún día, aunque el grito de Agar nadie lo escuche en el de­sierto. De ese grito nace este hijo callado, silenciado, enjuto... Pero si no hubiera sido por Isaac, de él hubiera partido el linaje del cristianismo. ¿Dijo Abraham a su Ismael algo parecido a esto?:

Más si amar piensas el amarillo R e y de los hombres, ¡muere conmigo! ¿Vivir impuro? ¡No vivas, hijo!

E l tiempo es todavía amanecer, y ya pasa una sombra de tramonto, un presentimiento del becerro de oro, del Baal de todos los tiempos acechando a lo lejos... Es entonces cuando

122

Page 122: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Ismael se convierte en Isaac por el sacrificio que le impone el padre. Sacrificio que sólo hay derecho a exigir a un hijo legítimo y sólo en nombre del verdadero Dios.

¿Vivir impuro? ¡No vivas, hijo!

Esto es sutil, pero, en el fondo, simple. Simple y conmovedor. Y aun más teniendo en cuenta que el conjuro se dirige a quien es todavía una tierna criatura, un hijo tan amado...

Se me dirá acaso que el sentimiento no es nuevo... Pero ¿cuándo lo han sido los senti­mientos? Desde que el hombre es hombre, ¿no está sintiendo, más o menos, las mismas casos? Sólo en la expresión caben descubrimientos, y, aún así, ¡cuan difícil lograrlos!... Para decir lo que dice el padre de Ismaelillo, un poeta de entonces hubiera necesitado una página entera de transporte lírico, épico, bíblico, un desbordamiento de patetismo y de elocuencia... Martí lo dice con tres palabras: «¡No vivas hijo!» Esto es también Modernismo. Síntesis, concisión, esencia pura. Modernismo igualmente, aunque de muy distinta naturaleza, las innovaciones métricas, y entre ellas, una de las más sonadas el verso de doce, llamado de seguidilla. A pesar de que sobre este punto yo mantengo las dudas que diré más adelante, hay sin embargo una cosa cierta, y es que ya José Martí utiliza en su libro el mismo ritmo en forma de dos versos, o sea haciendo corresponder al primer verso el hemistiquio de siete, y al segundo, el hemistiquio de cinco:

A mis ojos, los antros son nidos de ángeles.

Otras de las características del Modernismo es, sin duda alguna, la radical renovación de la imagen, renovación que va más allá de la imagen misma, esto es, hasta a la manera de usarla. Desde que el movimiento se inicia, el poeta entra directamente en la imagen; no se la pone a modo de pantalla, sino que se incorpora a su sustancia. E l rostro y el espejo se vuelven uno solo, como si le fuera dable penetrar el cristal y rundirse dentro con el propio reflejo. Quedan casi relegados los vehículos, el «cómo» y sobre todo, aquel «cuál» que era la delicia

w

Page 123: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

de los vates antiguos. Antes que el coche de caballos, empiezan ellos a caer en desuso, pues desde que el escritor vuela por sí mismo hacia la luz de su inspiración y su aspiración, no ne­cesitan ya de medios de transporte. Pero, además, ¡qué luces las que permiten el vuelo! Luces nuevas para el ojo humano, que sólo conocía el gas en las arañas aderezadas de lágrimas y flo­res de vidrio... Luz de astro sin nombre todavía, asoma ya de aquellos versos paternales:

¡Hete aquí, hueso pálido, vivo y durable! ¡Hijo soy de mi hijo! ¡Él me rehace!

Imposible ya desentrañar el sujeto de su imagen, tanto ha entrado uno en la sustancia del otro. E n realidad, ya no hay imagen, sino sustancia viva. Por sublimarse tanto queda abolida la metáfora. Y , por otra parte, ¡qué difícil hallar una más cabal expresión del amor engendra­do, capaz por sí sólo de redimir la perecedera condición humana! E l poeta no es más que un hueso pálido; pero el padre vivirá todavía por encima de la propia muerte, y entonces ya no es el padre, sino el hijo de su hijo... ¡Cuánta altivez y rendimiento unidos en esta certidumbre de la perennidad! Modalidad del Modernismo es también la introducción de vocablos, no d i ­ría yo que nuevos, pero sí audaces. Es condición de hacerlo que, sin perder el sentido origi­nal, ese vocablo adquiera otros distintos por la simple distensión o contracción de las sílabas, o por darle cuando no la tiene, flexibilidad de verbo a un hombre, o de participio activo a uno pasivo, o viceversa. Frecuentemente, el vocablo transplantado conlleva una característica gra­cia eufórica, expresiva también de ese sentido. Así, las palabras alígero, humildoso, undívagos, vagarosos.

Algo parecido vislumbró el gran Góngora en sus arranques geniales. Y resulta cosa muy curiosa que muchos escritores de hoy, que desdeñan el Modernismo, se tienen - y lo son- por gongorianos. Sólo que Góngora hizo algo más que violencia en la sintaxis, y los modernistas no robaron el fuego de los dioses sólo para encender pirotecnias artificiales con las palabras. Pues bien: volviendo a aquel ramillete de poemas silvestre que estábamos contemplando, ha-

122

Page 124: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

llamos asimismo un muy bonito ejemplo de la misma técnica cuando el poeta exclama, siem­pre con ese acierto de captación y síntesis:

¡De virtud mercaderes, mercadearme!

Hora es ya de que cierre el libro encantador, hora de que me substraiga a su hechizo... Pero creo que no necesito estar hechizada para pensar que la crítica contemporánea, que vibró de asombro ante la aparición de Azul... y Prosas profanas, no se hubiera asombrado tanto de haber conocido ya este poemario para un niño, publicado muchos años antes. La critica, y so­bre todo la crítica europea, no lo conocía; pero, seguramente, R u b é n Darío lo conoció muy bien. Tal vez no al momento de su publicación, pues sólo tenía él catorce años; pero sí antes de 1888 y, desde luego, en 1896. También lo conocía José Asunción Silva, el gran poeta co­lombiano, considerado por todos los tratadistas como uno de los dos o tres fundadores del Modernismo. Encontré este dato curiosísimo en la descripción que de su primer encuentro con el poeta y su hermana Elvira hace Max Grillo. Nos cuenta, sin intención alguna, el en­tonces joven estudiante, que vio el libro de Martí en el escritorio de Silva. «Guardado como una joya en estuche precioso», dice textualmente. N o hay que extrañarse de ello. La poesía circulaba por aquellos tiempos, a pesar de que los medios de locomoción eran más lentos. También la gente era más cortés; se atendía al prójimo, se contestaban las cartas. Y la legión de poetas la formaban generalmente soñadores sin más quehacer que el de soñar. Mantener entre sí copiosa corriente epistolar, intercambiando versos, libros, revistas y hasta retratos, era una condición de serlo. Acaso porque las reducían a menos estaban mejor enterados que nosotros de lo que sucedía en el campo de sus actividades. Y en América puede decirse que el que no conspiraba hacía versos. O hacía las dos cosas a la vez sin perjuicio de ninguna.

Esto, que dicho así se arriesga a parecer una humorada, es, sin embargo, rigurosamente

cierto. Nada menos que el mismo José Martí pudiera ilustrar un ejemplo. Sólo que él no fue

jamás un hombre desocupado; más como su tiempo era una maravilla, le alcanzaba también

para contestar la correspondencia. Tiempo y mano maestra tuvo para contestarla; fue un mara­

villoso escritor de cartas, que las prodigaba a todos los hombres notables y hasta no muy nóta­

l a

Page 125: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

bles, de su América. Él mismo era un mensaje vivo, no sólo por la hermosura de su palabra, sino también por su persona física, por su fino nervioso cuerpo, constantemente trasladado de un lugar a otro. Y no ha habido hombre como él para hacer amigos. £1 que lo viera una vez, no lo olvidaba ya aunque viviera cien años. Y esto no lo digo yo, lo dice el propio R u b é n Darío en una página que le dedica al maestro cubano en su autobiografía. Y conste que o lv i ­dadizo por excelencia era el bardo. A los efectos de la tesis que estamos desarrollando, convie­ne mantener en la memoria esta personalidad de José Martí. £1 poeta sólo lo vio en dos o tres ocasiones; pero se le quedó siempre en el pensamiento. Es una de las personas de quien más habla en esos apuntes autobiográficos, bastante deshilvanados por cierto, y uno de los tres grandes hombres americanos que cita en su libro Los raros. Y no hay que olvidar que es preci­samente este libro el que él escribe para proclamar ante el mundo la realidad de su gran labor, la ya cuajada flor del Modernismo.

Hemos dicho que R u b é n Darío vio pocas veces a aquel cubano pálido y ardiente que íbe­ra a recibirlo a Nueva York. Pero la obra del cubano la vio mucho más de lo que dicen sus biógrafos, pues no se explica de otro modo la gran pena, el sincero y casi rencoroso senti­miento que le hace estampar frases verdaderamente duras para la tierra que se atrevió a mere­cer el sacrificio de tal hijo... E n el brillante artículo que le dedica a raíz de su muerte, llega a afirmar también, con una convicción muy centroeuropea, que si alguna vez el genio se ha da­do por tierras de América, hay que pensar que fue en José Martí. Digo estas cosas porque creo que deben esclarecerse a la hora de formar juicio. Líbrenme los dioses de pretender con ellas atribuir la gloria rubeniana al Apóstol de las Antillas, que, por otro lado, tampoco la necesita, porque tuvo la suya. R u b é n Darío es único. De modo que no insinuó siquiera que la obra de ambos guarde algún notable parecido.

Pero sí me extraño de que los críticos sesudos europeos y aun muchos de nuestro hemisfe­rio nos vengan durante años repitiendo el sonsonete de nombres tan revueltos como Gaurier, Verlaine, D'Annunzio, Verhaeren, en su afín de explicar la obra de Darío, y no hayan todavía reparado en el importante antecedente de este cubano, al par modesto como grande, que tienen sin ver delante de los ojos. Debe de ser que los críticos tienen miedo - y con razón- de los nombres nuevos. José Martí aún es un nombre nuevo para ellos, y su misma personalidad prin­cipal, su condición de Apóstol de las libertades patrias, ha apagado toda otra dentro de su fulgor.

121

Page 126: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

H o y me es grato reconocer que fue en tierra española, allá por el año 1925 donde yo v i por vez primera expuesto en el escaparate de una librería un tomo de las poesías de Martí. Porque no son las del Istnaelillo las únicas que hizo, según sabemos todos. Hay otras, como aquellos Versos libres, tan gratos a vuestro Unamuno; hay muchas, a cuál más sugestiva e intuitiva, que nada más citarlas brevemente haría este estudio asaz largo. Y si es el btnaelillo el que yo elegí, se debe a que, por varias razones, no todas dichas, hay que considerarlo decisivo en su tiempo y en su espacio.

Tampoco es sólo José Martí el cubano que puede figurar al lado del bardo nicaragüense en la magna gesta del Modernismo. C o n él tenemos que recordar también a Julián del Casal, ya clasificado en nuestra América como un iniciador del movimiento modernista. Sin embargo, ni aún los que le tienen por tal han estudiado bastante la verdadera naturaleza de su aporte. Este poeta será siempre un misterio; pero una de las cosas que se sabe es que murió prematu­ramente sin llegar a realizar su obra que hubiera sido algo muy grande en el reino de las Letras. Julián del Casal, muerto a los treinta años, nace en 1863, diez años después q u e j ó s e Martí y cuatro antes que R u b é n Darío. N o se parece a ninguno de los dos, y casi cabe decir que les fue diametralmente opuesto. Casal tenía también su propia personalidad y no imitaba a nadie, aunque compartía con R u b é n el gusto por la poesía francesa. N o con José Marti , que no se derritió nunca ante ningún exotismo.

Ese gusto y la capacidad creadora es lo único que los une. La capacidad de forjar con hie­rro mohoso, con chatarra sin destino, las más nuevas, extrañas y complicadas filigranas, filigra­nas en el aspecto; en la consistencia, fuerte estructura, como para sustentar un edificio. Poniendo el uno a contraluz del otro - y así parece que estuvieron en la v ida- no vemos más sino que R u b é n Darío, después poeta de fama universal, conoció en su isla, de paso para España, a otro poeta tampoco entonces brillante, fallecido al año siguiente sin alcanzar la gloria que correspondió al primero.

Pero bien: ¿qué cosa era la que habían hecho ambos poetas hasta esa fecha de su encuen­tro? Pues antes de ese suceso ya se había publicado Azul...; no así Prosas profanas, que viene a serlo tres años más tarde. Pese a la publicación de Azul..., R u b é n Darío tenia a los veinticinco años una obra exuberante, pero exenta de aquellas singularidades inauditas que la caracteriza­ron después; en ello, todas las opiniones están conforme, y si al mismo bardo, cuya sensibili-

122

Page 127: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

dad era exquisita de la tama, por un día que le iban a resucitar en la edición de sus obras com­pletas, la mayoría de sus versos de esa época los hubiera rechazado con espanto, como terrorí­ficos fantasmas, que su agobio aparecido cuando él los dio por muertos. A cambio, Julián del Casal, que no tuvo tiempo de hacer nada mejor que lo que hizo, era ya un escritor original, personalísimo en aquel medio. Su primer libro ve la luz en 1890; pero hay razones para pensar que el poeta, muy pobre, no pudo editarlo antes, a pesar de pertenecer la mayoría de los poe­tas allí impresos a una producción muy anterior a esa fecha. Así lo reconocen algunos críticos, basados en los relatos de personas todavía vivas que frecuentaron el trato de su autor. De todos modos, tanto este libro como los otros dos que llega a escribir son anteriores a Prosas profanas.

N o encierra Hojas al viento la energía liberadora, el potencial del hmae\i\\o\ pero, sin duda, estamos ya frente a un libro distinto. La personalidad que en él se dibuja se hace seguidamente nítida en Nieve y vigorosa en Bustos y rimas que es ya libro postumo. Darío se olvida de Casal y Casal no se olvida de Darío. Son cosas de la memoria, más que del corazón. «Con las glorias se olvidan las memorias», dice el refrán español. De todos modos, la gran gloria de R u b é n so­breviene después, años después de la muerte de Julián, ocurrida en 1893. Es muy interesante anotar ahora que el Coloquio de los centauros, arquetipo de la poesía rubeniana, no se escribió, como creen muchos, hacia el año 90, sino bastante posteriormente, o sea cuando el poeta es­taba ya en Buenos Aires, alrededor del 96. E l error viene de que la poesía Palimpsesto se llamó primero Los centauros, y el poeta le cambió el nombre al escribir su famoso Coloquio..., precisa­mente en evitación de confusiones. Pero es que, aún el Palimpsesto o Coloquio de los centauros -muy avanzada ya en su forma ella también- , tampoco debe haberse escrito en 1890, según creen haber descubierto los críticos, sino en 1892, cuando es ya indiscutible el conocimiento por Darío de la obra de Casal.

E n efecto, este Palimpsesto, con el nombre de Los centauros, se publica por vez primera en la Revista de Costa Rica, en el año 1892, y después en El Fígaro, de La Habana, en el mismo año, con una dedicatoria a Raú l Cay, hermano de María, precisamente la única mujer amada por Julián del Casal. Véase qué ligado andaba ya todo y cómo por la madeja va saliendo el ovillo.

N o es probable que Darío mantuviera escondida una composición más de dos años, ni fá­cil imputar a su buen gusto la dedicación a un prestigioso hombre de mundo, muy conocido y conocedor de la literatura ambiente, de un poema ya fiambre. Desde luego, en el Archivo de

m

Page 128: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Rubén Darío, publicado por Alberto Ghiraldo después de su muerte, no aparece corresponden­cia alguna con Julián del Casal. Tampoco aparece con José Martí. Pero ello no significa nada, porque este Archivo comprende casi exclusivamente la correspondencia del poeta habida en años muy posteriores a la muerte de los dos cubanos, acaecida casi al mismo tiempo, por lo cual mal podía figurar en esta parcial recopilación, cualquiera que entre ellos hubiera existido.

La razón de no haber incluido Ghiraldo la correspondencia anterior se debe, sencillamen­te, a que no pudo hacerlo. Hay que tener en cuenta la vida del bardo, eterno viajero enfermo de inquietud, que a pesar de estar casado dos veces no conoció hogar sino ya bien entrado en la madurez de la vida, pues la primera esposa se la arrebata la muerte al año escaso de matri­monio, y la segunda la repudia, por razones no del todo aclaradas, el mismo día de la boda. Careció, pues, de esa humilde y preciosa asistencia que pone orden en la vida de los poetas, generalmente en la vida de todos los hombres geniales. La asistencia de la compañera; no la eventual compañera de un día, sino la de todos los días, la única digna de este nombre. Así, la avilesa Francisca Sánchez, que no fue nunca su esposa, fue, sin embargo, la compañera que re­conoció los preciosos papeles del poeta, bien que para ella no tenían más valor que el de ha­berle pertenecido. Existen contradictorias versiones respecto a la compañía que ofreció esa mujer tosca y sensible al mismo tiempo, a quien Darío enseñó a leer. De todos modos, gracias a ella tenemos hoy mucho caudal que de otro modo se hubiera perdido como el resto. Pero Francisca Sánchez guardó lo que encontró, no pudo hacer más, e hizo bastante.

Ella es la que suministra a Alberto Ghiraldo las cartas que aparecen en el Archivo. Esta obra, muy interesante por cierto, resulta, a pesar de ello, por las razones dichas, una obra incompleta. Poco o nada puede aportar para un juicio sobre la formación del gran poeta, ya hecho y con­sagrado en la época a que esos documentos se refieren. Debe, pues, mirarse con recelo, pues a veces sucede con las recopilaciones precarias - y no por selección, sino por imposición de las circunstancias- como con esa hora peculiar del crepúsculo, en que se ve mejor sin ayudarse de la luz prestada cuando éste viene insuficiente. Pero si no aparece correspondencia epistolar en­tre ambos poetas, otras correspondencias resaltan entre ellos, por lo mismo que tan distintos eran sus temperamentos.

Es innegable que anduvieron los dos muy pagados de lo exótico y de lo suntuoso. Siempre muy pulcros, muy preocupados por la forma. Les encantaba, como a casi todos los modernis-

131

Page 129: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

tas, inventar o resucitar nuevos ritmos y rimas; pero haciéndolo discretamente el uno y eufóri­camente el otro, jamás se acercaron a los linderos del mal gusto, demasiado frecuentemente transpuestos por otros vates de la misma escuela. Así, ambos han cultivado con rara maestría la seguidilla y con sin igual elegancia el eneasílabo. £1 eneasílabo es verso duro e ingrato, puesto a un lado por los poetas hasta que ellos lo sacan de la sombra. Justo es decir que Darío, más hábil versificador que Casal, arrancó a esta cuerda sonidos insospechados. Fue el gran domador del eneasílabo. E n este metro están los famosos versos del Clavicordio de la abuela, dedicados al bardo cubano, aunque asi no aparezca en los libros que se editaron después.

En Bét Marlt Loynaz: ensayos, La Habana,

1992,pp.-9-22

Page 130: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I HOMENAJE DE l AS ESCRITORAS ESPAÑOLAS A DULCE MARÍA LOYNAZ

Page 131: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

ENRIQUE LOYNAZ. U N POETA DESCONOCIDO

scribir sobre mi hermano Enrique, como poeta y como persona, ha sido tal vez la -•—' tarea más ardua en mi vida de escritora, y si hoy me dedico a hacerlo ha sido por la

esperanza de que mi esfuerzo propicie algún día la publicación de su obra. Sin em­bargo, no haré de ella un juicio crítico: quede esa labor para otros en su día. La fragilidad, por decirlo así, del material tan poco material en que tendría que moverme, inhibe en mí todo i n ­tento de exploración. Adentrarse en la poesía de Enrique Loynaz es traspasar las fronteras de la realidad y el sueño, con todos los riesgos que ello conlleva en el tiempo en que nos ha tocado vivir. Por otra parte, este fue un poeta que escribió para él solo. Nunca quiso publicar nada, a pesar de los reiterados ruegos que en tal sentido se le hicieron. Esta actitud mantenida a lo lar­go de su existencia imprime una extraña aura de desasimiento a todos sus poemas. Da la sensa­ción de que escribe en una isla desierta.

De tarde en tarde pasan sombras que no llegan a plasmarse, hayan tenido o no corporeidad física. Cuando esto ocurre, su palabra puede tomar un sesgo levemente epigramático como en los tres Salustios o en el García, personales desvaídos que en efecto existieron en el acaecer co­tidiano. Pero las más de las veces esa palabra no toma amibo alguno, se diluye en una suerte de delirio onír ico. Así en Los poemas del mor y del vino. Empero por mucho que haya tratado yo de no romper esa especie de música cristalizada o cristal delicuescente, ese diálogo sin i n ­terlocutor posible tendría siempre que pasar por la poesía si quería llegar hasta el poeta. Debo ir a buscarlo en los primeros recuerdos, porque a través de ellos empieza a dibujarse el ser fu­turo. Esta búsqueda me es posible porque comenzamos la vida juntos, apenas con un año de diferencia entre los dos.

N o obstante, la identidad de mi hermano me resulta muy confusa en aquellos tiempos. Pese a la precisión con que recuerdo los pasajes de nuestra remota infancia, siempre lo veo a él como una prolongación de mí misma, algo así como mis largas trenzas de chiquilla o la cade-nita de oro que llevaba al cuello. N o puedo explicarme bien esta absorción que hacía yo de su persona; él pensaba siempre lo que yo pensaba o tal vez no pensaba nada. Se limitaba a seguir mis pasos, a jugar mis juegos, a repetir mis palabras. Necesito llegar a un episodio tragicómico

12Z

Page 132: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

para presumir mis o menos el momento en que mi hermano Enrique empezó a existir. Existir para mi , quiero decir, porque hasta ese instante no caí en cuenta de que él podía tener tam­bién su existencia propia. Y entonces, no de manera muy halagüeña para él. Fue en ocasión de los carnavales. Nuestra madre, artista del pincel y de la aguja, había confeccionado un trajecito de bailarina y otro de payaso que habríamos de lucir los dos en el clásico paseo de los coches. La confección se llevó a cabo sin permitirnos el acceso a ella pues la ilusión materna era darnos también una sorpresa.

Llegó el día esperado y yo me vestí encantada el precioso atuendo hecho de gasas y flecos de cristal; pero he aquí que cuando el pequeño Enrique quedó enfundado en su disfraz, tor­nóse intensamente pálido, se llevó ambas manos al pecho y rompió a llorar amargamente. Nadie se explicaba lo sucedido: solícitos buscaron alfileres que pudieran pincharle, insectos ca­paces de deslizarse por las costuras. Nada, no aparecía nada. Y el niño no acertaba a hablar, pero la expresión de terror se hacía por minutos más potente en su descompuesto semblante. Fui yo quien explicó el caso, sin duda hecha todavía al pensamiento correlativo entre los dos.

-Tiene miedo -d i je - tiene miedo de su traje. Y en efecto, así era. Nuestra madre había pintado en lo que hacía el delantero de la blusa

un gran sol a la manera que gustaban los antiguos de representarlo, esto es con rasgos huma­nos, y lo había hecho, según parece, con harto verismo, pues aquel rostro ceñudo, rodeado de rayos, resultaba, a la verdad, un tanto impresionante. Desvistiéronle el traje y los sollozos del asustado niño íuéronse aplacando. Entonces mi madre que no se decidía a renunciar al pro­yecto de lucir a su lindo varón con aquellas obras de sus manos, le dijo para infundirle ánimo y estímulo:

-Vamos a vestirle el disfraz de payaso a tu hermana para que veas qué bonito es y cómo ella no llora.

De momento no me agradó mucho la idea, pero me presté valiente al simulacro. Y suce­dió que luego cuando quisieron quitármelo para probar de nuevo con mi hermano, fui yo la que se opuso con firmeza:

- N o -d i je - ahora el traje es mío porque él ha tenido miedo y yo no. Él llora y yo no l lo ­ro. Él no es igual a m i ,

na

Page 133: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

La escisión acababa de producirse. Es muy curioso que fuera el sol la primera cosa que asustó a mi hermano en este mundo, una de las pocas, si no la única que lo asustó.

Pienso ahora si aquello fue un presagio, fue como un signo que lo marcaba desde tan tem­prana edad, que lo destinaba a huir siempre de la luz. N o quiso el sol en su pecho, no lo quiso en su vida, ni lo quiso en su obra; prefirió quedar en la sombra, contento de ver brillar a otros, de que no le impusieran ropajes que si ya no le infundían miedo, por lo menos seguían pare-ciéndole molestos. ¿No le infundían miedo? De esto estoy muy cierta. N i de que no me lo i n ­fundieran a mí también, aunque si bien algo tardíamente, logré más adelante sobreponerme a esa sensación.

Era Enrique, éramos los cuatro hermanos unos muchachos tímidos y al mismo tiempo or­gullosos, que es una mala mezcla para empezar la vida. Lo que no nos vedaba la timidez, nos lo vedaba el orgullo, de forma que todo o casi todo nos estaba vedado. Cuento aquel pequeño incidente en colecta de datos que me ayudan a hurgar en esa modalidad suya y nuestra cuyo origen siempre será difícil de explicar. Nos transcurrió la niñez y la adolescencia en un am­biente de clausura, rodeados de solícitos afectos, de cuidados excesivos en los que había como un afán de preservarnos de vagos peligros, de mantenernos lejos del oleaje del mundo. ¿Influyó ello en la voluntaria clausura en que a su vez quisimos luego mantener nuestra obra? ¿Por qué no quiso Enrique dar la suya a la luz? ¿Por qué no lo quisieron mis hermanos y yo misma permanecí reacia a hacerlo muchos años hasta que otra voluntad más fuerte que la mía, consiguió doblegarla? E n cuanto a él, puedo afirmar que no era falta de fe lo que lo impulsaba al retraimiento. Estaba muy seguro de lo suyo, de que lo hecho por él respondía al canon de belleza que se había trazado, y muy seguro también de sus cualidades de esteta. ¿Modestia acaso? Alguna vez se ha dicho eso y cabe la posibilidad. Sin embargo, no acabó de verlo en ese plano. Era sencillo en su trato, pero lo era naturalmente y siempre con un innato señorío. Por otra parte creo que desdeñaba un poco las virtudes caseras. N o es improbable que contara la modestia por una de ellas.

Pero volvamos a los días de niñez, ya que como aseveran los sabios, éstos han de pesar tan­to y siempre en los días futuros. A partir del lamentable suceso del disfraz, empecé a ver a mi hermano como a un ser aparte, siempre junto a mí, pero de una manera diferente a como ha­bía estado antes. Y asi muy pronto caí en cuenta de que no sólo constituía un ser aparte, sino

122

Page 134: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

también enteramente distinto a mi . Él era dulce, pacifico, paciente, un poco ensimismado; yo era áspera, violenta, dominante. Él era manso y yo era batalladora. Él, candido y yo bastante avispada. Otra cosa muy singular venía a acentuar las diferencias: mientras yo aprendía con gran facilidad cuanto se me enseñaba y hasta lo que no se me enseñaba, Enrique mostraba una extraña incapacidad para asimilar conocimientos. Tenía nueve o diez años y no sabía leer ni escribir. N o había modo de introducir en su cerebro siquiera las primeras letras.

Nunca fuimos a colegios, pero maestros y maestras por docenas venían a instruirnos a la casa. Este despliegue de actividades pedagógicas era inútil con Enrique y así lo manifestaron, uno tras otro los fracasados profesores, en vista de lo cual tomó a su cargo nuestra abuela la d i ­fícil misión. Pero no era la abuela un dechado de paciencia y la única vez que oí en mi casa una palabra bastante gruesa fue en una de aquellas clases. La había arrancado de sus coléricos labios la cerrazón de mente de mi hermano, imposibilitado hasta de deletrear. Más tarde él me explicaba que todo había dependido de un pequeño error inicial: él no creía que había que deducir sino que adivinar. Creía que le proponían acertijos y naturalmente no atinaba nunca. Sea como fuere, lo cierto es que por entonces se determinó consultar el caso con un médico. N o era lo que se llama hoy psiquiatra porque entonces no florecía su ciencia como ahora, a lo menos en Cuba; pero si se trataba de un doctor con larga experiencia profesional y humana, dotado por lo que se vio después, de un certero ojo clínico.

Nuestra abuela empezó por decirle que el niño había nacido con la cabeza muy grande, tanto que cuando se lo mostraron no pudo evitar prorrumpir en llanto, pues creía que aquel nieto «le había salido un fenómeno». Agregó que los otros hermanos eran niños normales, tal vez muy inteligentes para su edad, y era este el que constituía un problema. N o sé qué tipo de examen le haría el doctor, pero su conclusión no muy ortodoxa, fue la siguiente:

-Tranquilícese señora, esta criatura lo que tiene es la inteligencia dormida. Cuando des­pierte verá que deja atrás a sus hermanos.

Y antes del año se había verificado el vaticinio. Siguió siendo un chico endeble, todo ojos, pero puede decirse que de sus once a sus doce abriles aprendió todo cuanto sabíamos nosotros que era bastante más de lo corriente en niños de esa edad, y aun nos aventajó en va­rias materias. Una vez que aprendió a leer, devoraba cuanto libro caía en sus manos y lo que es mejor, retenía cuanto leía, cualidades ambas que le acompañaron hasta el final de su existencia.

m

Page 135: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Entrar en el mundo de los libros fue para él explorar un planeta desconocido y deslumbrador, sentirse de golpe transportado a él, por encima del tiempo y del espacio. Lo recuerdo por esos días con un aire de sonámbulo, absorto en su descubrimiento, olvidado de cuanto le rodeaba. Y o observaba con un vago recelo la nueva rase por la que él iba atravesando. Sin duda Enrique se me escapaba un poco, no dependía en todo, como antes, de mí. Y a en el cine no necesitaba que le leyera los letreros y hasta empecé a echar de menos sus preguntas que en otros tiempos eran tantas que se me hacían fastidiosas.

E n aquella época dormíamos todavía en la misma habitación donde se habían dispuesto las dos pequeñas camas de modo que ambas se tocaban por las pieleras. M i hermano consiguió que le instalaran junto a la suya una lamparita de pie en el velador para poder seguir leyendo después de recogerse. Este placer no le duró más que una noche: cuando yo v i que la lectura se prolongaba hasta cerca de la madrugada con aquel resplandor frente a mis ojos, decidí que el caso no se repitiera ni una vez más. A l día siguiente tomé la lámpara y la arrojé por el ojo del patio que daba a las caballerizas. N o hubiera sido menester el gesto de violencia porque Enrique, a pesar de sus progresos en la sabiduría, no había dejado de ser dócil y gentil conmigo. Hubiera bastado una suave queja un simple ruego para que de inmediato renunciara a su lectura nocturna. Pero no estaba en mi carácter quejarme o suplicar; y es probable que yo juzgara conveniente hacerle ver con tal desplante que su hermana seguía siendo la más fuerte. «Más fuerte que el ciclón», como se oía antes - también innecesariamente- amenazarte para l o ­grar pronto la satisfacción de un capricho.

Las conmociones de la adolescencia no alteraron aquella paz interior que ya nunca habría de perder, cualesquiera que fuesen las circunstancias en que lo colocara su destino. Era una paz - también debo decirlo- un poco fría, un poco distante que acaso por eso mismo no alcanzaba a traspasar a otros. Hay quien no teniendo paz en si mismo, ejerce sin embargo una influencia serenadora en torno suyo. E n él se daba el caso a la inversa y en más de una ocasión v i gente impacientarse por la calma con que afrontaba situaciones que hubieran hecho perderla a los demás. Era noble de índole, aunque a veces lo asaltaban extraños caprichos que nosotros califi­cábamos de crueldad, como amarrar un perro a la pata del piano y asi obligarle a oír toda la partitura de una ópera que había compuesto y cuya duración era de cuatro horas. (Tal fue el

111

Page 136: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

espanto del animal que una vez suelto, huyó de la casa y no regresó a ella sino al cabo de ocho días, con la consiguiente consternación de la familia).

E n ocasiones el capricho no se concretaba a los seres irracionales, obligados a sufrirlo, y pa­recía divertirse encolerizado a algunas personas sin razón ni animadversión previas, entre ellas a la hermana menor que tenía el genio vivo y por lo demás sabía defenderse. E n otras afectaba poses de epicúreo con ribetes mefistofélicos «pour épater les bourgeois» y a veces hasta a los no «bourgeois». Así vemos que nuestra gran amiga de esa época María Villar Buceta, le dedica unos versos publicados en la revista Sodaí donde lo ve «a un tiempo candido y perverso», uniendo «la humildad franciscana a su soberbia de creador» y en definitiva «mis allá del bien y del mal». Convengo en que existieron estos cultivos paradójicos y digo cultivos por lo que te­ma de artificial en su naturaleza: era algo asi como lagunas esporádicas en las que su bondad original siempre acababa por salir a flote, nos lo devolvía en su verdadera identidad.

112

Duke María Loynaz: ensayos, Instituto del Libro, La Habana,

1992, pp. 31-49.

Page 137: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I RECIÉN CASADA CON PABLO ÁLVAREZ DE CAÑAS

113

Page 138: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I EN MADRID, C O N JOSEFINA DE LA MAZA. CARMEN DE ICAZA Y EL MARQUÉS DE SANTO ELORO (1953)

I CON JOAQUÍN CALVO SOTEI.O Y JOSÉ NIETO. EN MADRID (1958)

Page 139: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

CRÓNICAS DE AYER

Doña María de las Mercedes Reina de España Breve boceto de la Reina novia

L.i Reina Mercales que sólo alcanzó serlo por seis meses, es verdad una estampa muy

decimonona, una figura delicada y romántica.

Yo la veo siempre dentro de un medallón de marco negro, guarnecido por un cristal

convexo y una orla de llores de biscuit. No hay modo de sacarla de este marco,

ni aún para estudiar las misteriosas concomitancias de ralbas heladas..,

Q . uede pues en su marco la pequeña Reina , que todo intento en torno a la cuestión, equivaldría a poner rayos X en el alba, a hacer la disección de una descolorida mari-

Era ella como se sabe prima del R e y Alfonso X I I : su padre el Duque de Montpensier estaba casado con la hermana menor de Isabel 11, aquella famosa cuanto límbica infanta Luisa Fernanda que sin salir del l imbo digo, porque no se la puede culpar en rigor his­tór ico, de las ambiciones de su turbulento esposo.

Porque no fue este duque tan apetecido de centros el que casase con la heredera de Fernando VII , es cosa que no me explico, aunque se dijo que lo estorbó Inglaterra, pues ya se sabe que en los matrimonios regios todos tienen derecho a opinar menos los contrayentes.

Más fue precisamente Alfonso X I I , la excepción de esta regla: enamorado de la tierna p r i ­ma, la levantó como una flor sobre ministros y espadones, y sonriendo con sonrisa que nadie había visto en su rostro, que nadie volvería a verle más, dijo un día que siendo aún de invier­no, y aparecía claro anticipo de la primavera:

- H e resuelto casarme con Mercedes... El idilio de los jóvenes primos, surgido entre los surtidores de los jardines andaluces, fue

objeto de recelos para unos y de esperanzas para otros: los oposicionistas alegaban las conve­niencias de un entronque con algunas de las casas reinantes extranjeras, poniendo en guardia a la nación contra el astuto Montpensier que hasta el día anterior había pretendido sentar a su

Page 140: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

mujer en el trono de la hermana, mientras por otra parte los simpatizadores de la real pareja veían en los dieciocho años de Mercedes, dieciocho palomas de la paz volando sobre la espa­ñola tierra, apenas recién salida del diluvio.

Lo que fuera no hubo tiempo de saberlo: el rey casó en febrero y ya en agosto, andábanle buscando nueva esposa, que es febrero un mal mes para casarse, encapotado y lleno de presa­gios, por más que engañe a veces con un rayo de sol en la ventana. De aquella Reina adoles­cente hay muy pocos retratos; era de cara muy llenita, florecida de hoyuelos la sonrisa; se pa­recía por cierto a nuestra gran cantante Iris Burguet; tenia como ella, una mata de pelo negro muy hermosa, que la corona real apenas sujetó una primavera.

E n una vitrina de cierta casa del Vedado, hay un lindo abanico negro de nácar y encaje, en cuya primera varilla puede verse una M gótica coronada por el escudo real de España. Dicen que este abanico perteneció a la idílica Mercedes, y es una de las pocas cosas que como Reina poseyera, ya que lo fue tan poco tiempo.

Tal vez no sea verdad, pero de todos modos me es grato imaginar este abanico en la mano rosada y gordezuela de la Reina, y casi me parece que al moverlo traería un aire suyo, una irreal fragancia de jazmines meridionales, fenecidos hace ya casi ochenta años.

En El País, La Habana,

28 mayo 1955, p. 3

Page 141: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I UNA SESIÓN DE LA ACADEMIA CUUANA DE LA LENGUA

ICON ALICIA ALONSO

Page 142: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I SALÓN DORADO

US

I CON

SU

HERM

ANA

FLO

R. E

N LA

BIB

LIOT

ECA

DE P

INAR

DEL

RÍO

(19

84)

Page 143: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

MÁS SOBRE LORCA

s difícil decir algo nuevo sobre Federico García Lorca porque sus pasos en la tierra -breves, pero de profunda huella- han sido ya contados y puestos bajo lupa, su obra enfocada desde todos los ángulos y sólo resta situarlo en el ambiente cotidiano, m í ­

nimo si se quiere, que por algún tiempo otros todavía vivos, hayan compartido con él. C o m o de estos «otros» ya no queda más que un n ú m e r o exiguo, Nidia Sarabia que prepara

un libro sobre los días cubanos de Lorca, me ha pedido un testimonio extraído de esos días que en buena parte transcurrieron en nuestra casa.

N o quiere un prólogo que generalmente sólo sirve para alabanza del libro prologado. Ella, historiadora seria y responsable, sólo desea aportar a su relato las impresiones personales de al­guien que haya tenido ocasión de conocer y tratar al poeta en las mismas jornadas a que se re­fiere el libro.

Y he aquí que por uno de esos caprichos del destino parece que he venido a ser la única persona viva que está en condiciones de hacerlo dentro de tan estrecho marco, teniendo en cuenta estas razones que en cierto modo obligan, me he puesto a la tarea y lo primero que de­bo advertir es que mi trato con el famoso autor, si bien ininterrumpido durante el tiempo que permaneció en Cuba, nunca fue como el que mantuvo con mis tres hermanos.

Diferencias de caracteres y no resquemores en el oficio, como se ha dicho luego, estorba­ron una verdadera camaradería entre los dos. Porque él era alegre y yo melancólica, él indisci­plinado y yo metódica , él fogoso, entusiasta y yo, comedida, de manera que salvo el amor a las bellas letras, nada podía unirnos.

Dejo en claro este punto para que nadie espere de mí revelaciones importantes. Puedo decir cosas que ya tal vez se saben y cosas que a la mejor no se saben, pero todas

muy simples, pudiéramos calificar de muy «caseras» y sólo por relacionarse con él, pudieran suscitar algún interés.

Han transcurrido ya casi sesenta años de aquellos bellos días de nuestra juventud, pero creo que aún no me falla la memoria y puedo ver a Lorca como lo vi aquel día del primer encuen­tro, sencillo, sonriente, desenvuelto, extendiendo una mano que era ya mano de amigo.

Page 144: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Los ojos y ese modo de estrechar la diestra ajena, fueron lo primero que en él me i m ­presionó. Daba la mano como si diera el corazón con ella.

Los ojos eran lo único hermoso que habia en su persona física, sin que por esta afirmación deba entenderse que el resto fuera desagradable. Simplemente no habia en él otro rasgo digno de atención.

Se le pudiera describir por ausencias; no era alto ni bajo, ni grueso ni delgado, ni blanco ni trigueño o moreno como dicen por allá. Pudiéramos sugerir que su rostro tenia un tinte olivá­ceo, tal vez el mismo que gustaba de poner en su gente gitana.

Hablaba un buen español y no recuerdo que lo hiciese con ese acento regional propio de los pueblos del sur. Recuerdo sí, una voz más bien grave y en verdad arrebatadora cuando de­cía sus propios versos.

Gustaba de cantar coplas de su tierra acompañándose él mismo al piano y lo hacia con bas­tante gracia. Tantas veces se lo oí que aún conservo en la memoria la letra de algunas de ellas.

Para cualquier trance difícil tenía la palabra ingeniosa y ágil: en una ocasión me permití por broma hacer unos versos imitando el estilo suyo tan particular, como si dijéramos una ca­ricatura de sus versos, y mis hermanos, por divertirse a costa de los dos, se los mostraron, pese a mis protestas, pues sinceramente me apenaba la idea de poder ofenderlo; cuando inesperada­mente le oigo decir fresco y tranquilo: -Pues no sé por qué se alarma tanto Dulce María: ¡Si eso es lo mejor que ella ha escrito!

M e sentí en el caso del burlador burlado.

* * *

Nunca le oí hablar de política ni nadie me dijo que hablara de eso, lo cual sí es un dato muy interesante si se tiene en cuenta todo lo que se ha dicho luego acerca de su militancia.

N o la estoy negando, entiéndase bien. Incluso pudiera admitir que sentara plaza en ella, una vez llegado a una España turbulenta, sacudida entonces por un vendaval de pasiones en­contradas.

Sólo me limito a exponer lo que le oí, y lo que no le oí. Creo que así debe ser un testi­monio.

ía

Page 145: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

* * *

He dicho que era de carácter alegre, pero a veces le acometían extraños miedos: estando en perfecta salud, temía morir de cáncer y a la menor alteración de su organismo, bien fuera una mala digestión, un ligero dolor de cabeza, se echaba a temblar pensando que ya tenía el cáncer encima.

Se resignó - é l siempre tan inquieto- a pasar una semana hospitalizado, sólo para que le ex­tirparan todas las verrugas del cuerpo, que por cierto eran bastantes. Recuerdo que fuimos a visitarlo a la clínica Fortun que ya no existe, y allí lo vimos con el desnudo torso acribillado de pequeñas quemaduras e incisiones.

Pero estaba contento y nos decía que ya había tapado todas las rendijas por donde podía colarse la obsesionante enfermedad.

* * *

Era un enamorado de Cuba y lo era de verdad; quiero decir que lo era sin pretensión de halagar a los cubanos que, por otra parte, sin necesidad de ser halagados de igual forma le co­rrespondían.

Más de una vez se le oyó decir que el pueblo más hospitalario del mundo era el pueblo cubano, que las mejores frutas del mundo eran las cubanas y en ñn, que las mujeres más her­mosas del mundo eran las mulatas cubanas.

* * *

E l viaje a Santiago de Cuba del que tanto se ha hablado y dio lugar a un famoso poema, fue tan cierto como otras escapadas matanceras que hacía con Enrique a una finca de sencillos campesinos llamada La Condesa, y así se lo dije a Nidia hace muchos años muy interesada en el de Santiago por ser ella de esa región. Este viaje que por una razón desconocida quiso hacer solo sin enterar a nadie, casi dio lugar a una polémica.

Pero mi hermana conservaba una pequeña efigie de la Virgen del Cobre, allá venerada, que él le trajo como recuerdo de la excursión, y ya que hablo de mi hermana, conviene aquí dejar aclarado otro punto concerniente a los dos: sabida es la gran amistad que hubo entre Flor

151

Page 146: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

y Federico tan parecida ella a él en el carácter y en hacer caso omiso de la opinión del mundo. Fue a ella a quien envió el original de Yerma, hoy guardado en el Patrimonio Nacional.

Este envío habría de constituir una de las últimas disposiciones del poeta, pues se lo encar­gó a don Adolfo Salazar, musicólogo y amigo suyo en vísperas del día en que ambos abando­narían Madrid, Salazar rumbo a Cuba, él rumbo a la muerte.

* * *

Esta amistad de Lorca con mi hermana, como suele suceder entre personas de distinto se­xo, afínes en edad y gustos, dio pie a que se pensara alguna vez en la posibilidad de un roman­ce entre los dos.

Pero ella lo negó siempre, aun a mi misma y hasta parecía que le molestara que se aludiese a tal posibilidad. U n día en que se lo mencionaron, la oí contestar con cierta aspereza que era propio de gente vulgar confundir una amistad tan limpia y tan bonita con un idilio de cine­matógrafo.

* * *

Muchos años después, ya ella próxima a morir, visitaron mi casa unos escritores extranje­ros, procedentes de un país socialista cuyo nombre ahora no recuerdo.

Hablaban bien el español y querían conversar con mi hermana sobre Lorca pues estaban escribiendo un libro sobre él.

Les expüqué que Hor estaba muy enferma pero que de todos modos le pasaría su recado por si ella se sentía con fuerzas para recibirlos, así lo hice y tuve que ayudarla a levantarse del lecho y llegar hasta el salón donde ellos estaban.

N o sé de lo que hablaron porque no siendo yo el objeto de la visita no me parecía discreto asistir a ella. Sólo cuando se retiraron, mientras la ayudaba a volver a la cama, pregunté a Flor qué le habían dicho.

- L o mismo de siempre... Pero no podía excusar m i ayuda tratándose de Lorca

* * *

1SÍ

Page 147: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

* * *

N o fue el manuscrito de Yerma el único original lorquiano que quedara en casa. El Público, otro inédito supuestamente desaparecido hasta hace poco, se lo regaló el autor a mi hermano Carlos Manuel, de quien decía que era el mejor poeta entre nosotros cuatro. Esta apreciación me parecía muy singular pero cuando se hablaba de nuestras facultades en este campo, el bino­mio era siempre Enrique-Dulce María, o bien Dulce María-Enrique.

Carlos Manuel ajuicio nuestro tenía su verdadera personalidad en la música, y en cuanto a Flor, no la tomábamos en serio todavía; nos divertían sus ocurrencias, sus travesuras, pero para todos seguía siendo la Beba, la bebita, la benjamina de la casa.

Pero bien, el decía que era Carlos Manuel y le regaló el manuscrito de su última obra, la titulada £1 Público.

Debo confesar ahora que ninguno de nosotros apreció mucho el regalo: Otras obras de él, nos entusiasmaban - a m i particularmente Doña Rosita la Soltera- pero la verdad es que Eí Público nunca fue entendido, ni siquiera por el obsequiado.

Sin embargo algunas escenas quedaron grabadas en nuestra imaginación por lo insólitas y lo disparatadas. Sé que muchos me tendrán por blasfemas estas palabras, pero a mi edad me considero con licencia para decir lo que siento.

Pues bien, entre esas escenas a que me refería antes, nos leyó una en que el disparate era casi genial: Situada en los años futuros, la humanidad se enfrentaba a un pavoroso problema: N o sabía qué hacer con tantos viejos que habían llegado a poblar el mundo, pues los inven­tos modernos retardaban por décadas y más décadas la hora en que normalmente debieran desaparecer.

Ante esta situación verdaderamente crítica se decidió fabricar una alta torre por el estilo de la de Babel, con el propósito de encerrar allí a los ancianos en espera de que la Naturaleza cumpliera su deber con ellos, pero entre tanto sacándolos de la circulación, recogiéndolos donde no estorbaran a la gente útil y en fin librándose en alguna forma de ellos.

Recientemente y en ocasión de estrenarse El Público en Madrid -según dicen con mucho éx i to - me visitó un periodista español de apellido Coterelo, muy interesado en el asunto.

122

Page 148: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Hombre joven, cordial, conocedor del tema, quería saber todo lo que yo pudiera contarle acerca de dicha obra. Le referí entonces lo poco que recordaba de ella, porque en realidad era muy poco; y cuando llegué a la escena de los viejos, con gran asombro mío lo v i regocijarse como ante la presencia de algún hallazgo: Según me dijo, esa era probablemente la escena que faltaba en el borrador utilizado para el reciente estreno de El Público.

Cosas de la vida.

* * *

Debo decir ahora que el manuscrito ofrecido por Lorca a mi hermano -que nunca apare­c i ó - lógicamente tuvo que ser destruido por él mismo. Era quien lo tenía en su poder por de­signio del autor, que a mí nunca me lo hubiera regalado.

Se sabe bien -porque nuestras interioridades nunca han podido permanecer mucho tiempo ignoradas- que Carlos Manuel al comienzo de los años cuarenta perdió la razón y ya no vo l ­vió a recuperarla.

Y así fue como en un rapto de locura dio fuego a todos los papeles que guardaba, edicio­nes de libros raros, originales de versos, cuentos, partituras y como es de suponer, el manuscri­to de El Público que debió estar entre ellos. Esta es la razón por la que muy poco se conserva de Carlos Manuel que, si no tan copiosa como la nuestra, sí lo era en creación musical.

Aún viven personas que presenciaron este acto de piromanía, tan frecuente en los enfer­mos mentales. Ellas pueden dar testimonio de lo ocurrido.

Este lamentable suceso, ya a tantos años de distancia, ha salido a la luz ahora, pero no para contarlo como fue, sino para atribuirme con solapada malicia la destrucción del documento que gustárame o no me gustara, ya pertenecía a la literatura universal.

De tal infundio tuve que defenderme públicamente, no en Cuba, sino en Madrid, porque era allí donde circulaba el insidioso rumor. Y ahora resulta que ha llegado también hasta Italia donde una señora haciendo crítica teatral lo paladea como si se tratase de uno de los sabrosos caramelos de su tierra y es que el sensacionalismo con ribetes de escandalito, resulta siempre tentador.

* * *

1M

Page 149: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Hace poco recibí la visita de Ian Gibson, el apasionado y apasionante biógrafo de Federico García Lorca.

Su último libro sobre el poeta -que tuvo la amabilidad de enviarme desde España con Miguel Barnet- ha sido, según me dicen, el mayor éxito registrado por muchos años en los círculos literarios de Madrid.

Ian Gibson es joven y no pudo conocer a su biografiado; ya puede suponerse la sed con que se acerca a cualquier fuente -aunque sea un hilo de agua- donde crea que puede beber al­gunas gotas sobre un tema en que de todos modos ya es maestro.

- ¿ C ó m o era Lorca?- fue lo primero que me preguntó. Le dije más o menos lo que acerca de su persona digo aquí. Pero él insistía, no se daba por satisfecho y seguíamos dando vueltas en torno a las palabras, porque cuando se habla con alguien como él, cada una tiene su peso y su valor. De pronto saltó la pregunta clave:

- Y usted que tuvo la suerte de verlo día a día, ¿No pudo observar nada especial en su perso­na? Y o sonreí y pude constatar sin faltar a la verdad:

- N o observé nada. Absolutamente nada.

Conferencia pronunciada en la Biblioteca Nacional de Cuba en 1988.

Page 150: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

IJU

NTO

A S

U R

ETRA

TO. P

INTA

DO P

OR

TEO

DO

RO R

ÍOS

EN 1

949

(SEP

TIEM

BRE

1989

)

Page 151: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

SEMBLANZAS

t 4

Page 152: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 153: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

CONVERSACIÓN CON D U L C E M A R Í A LOYNAZ*

J^CZ> ODIO se ¡nido usted en la poesía?¿Existían antecedentes de creación literaria en su familia?

A decir verdad, yo había hecho versos antes de cumplir los diez años, pero muy malos. Creo que la poesía estaba dentro de nosotros - m e refiero a mis hermanos Enrique, Carlos Manuel y F lor - , como esos ríos que corren gran trecho bajo tierra hasta que al fin en­cuentran cualquier grieta por donde brotar. En mí , una vez brotaba, siguió corriendo al aire del mundo; en mis hermanos volvió a soterrarse, siendo como eran ellos - o pudiendo haber s ido- tan poetas como yo.

N o había en la familia antecedentes literarios, salvo algunas composiciones de nuestro pa­dre, cuando joven, asentadas en álbumes de señoritas. También, desde luego, el Himno invasor, con letra y música suyas.

Pero sólo después de muerto él, al leer esas Memorias de la Guerra que tanto he luchado por publicar, fue que vine a descubrir que había en su autor un verdadero maestro de la pluma.

Si bien los antecedentes literarios no abundaban, como ya dije, no es menos cierto que nuestros mayores eran gentes de gustos y conocimientos cultivados. M i madre había estudiado pintura con buenos profesores y poseía una voz bella, dramática. Solía cantar y acompañarse al piano como una profesional. Este era el ambiente de nuestra casa. Todos veían con benepláci­to la sensibilidad que íbamos descubriendo. Más, sucede que a fines de 1919, a raíz de un su­ceso luctuoso en nuestra morada (un familiar que falleció), fuimos los hermanos y los dos pr i ­mos, Manolo y María Teresa Aranda, confinados, puede decirse puertas adentro de la casa. Nunca hubo muchas ocasiones de trasponerlas; entonces, la clausura fue casi total.

* En casi sesenta años de carrera literaria, Dulce María Loynaz ha concedido numerosas entrevistas a pu­

blicaciones cubanas y extranjeras. La presente es una selección de sus respuestas, especialmente revisada por la

escritora, a quien pedimos las adiciones o enmiendas que creyera oportuno, con el fin de precisar o completar

las informaciones y puntos de vista expuestos por ella en el transcurso de los años.

Page 154: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Amábamos más que nada la música y entre todos dominábamos el piano y otros instru­mentos con los cuales solíamos formar una pequeña orquesta. Pero eso también nos fue veda­do, porque los duelos antes eran muy rigurosos, y entonces nos refugiamos en la poesía. Organizamos un concurso poético y nombramos a los abuelos por su mayor edad y autoridad, jueces en el torneo. Presentamos todos nuestras composiciones y yo gané el premio con un poemita un poco cursi, pero curiosamente bien medido y rimado sin saber nada de metros. Lo titulé Invierno de almas y desde luego nunca lo incluí en mis libros.

Cuando mi padre lo conoció, quedó encantado y se lo llevó a Osvaldo Bazil que era en­tonces el director de La Nación, diario de gran circulación por esa época. Bazil - u n personaje para mí fabuloso, pues había sido amigo de R u b é n D a r í o - no sólo publicó la poesía, sino que la acompañó de mi retrato y de un articulo más que generoso en el cual hacía la presentación de la poetisa adolescente.

Naturalmente, hay que pensar que estos buenos auspicios con que hice mi entrada en el mundo de las letras, tuvieron mucho que ver con la popularidad de mi padre. Algo debo ha­ber sospechado porque no me envaneció el fácil triunfo, como es corriente a esa edad. Por el contrario, me sorprendió aun más que días después el dueño del periódico, un caballero cama-güeyano que tenía fama de ser un poco snob, le pidiera a mi padre que me llevase a su casa, pues quería conocerme. Así lo hizo él, muy orgulloso, y muy asustada yo, que con mis senci­llas ropas de luto me v i de pronto frente a un señor de edad, sentado en una butaca de tercio­pelo rojo con dos perros galgos a los pies. Tenía al fondo una vidriera gótica y a mí me pare­ció que estaba contemplando el cuadro de un museo.

Había otros visitantes, pero yo era la única que representaba al sexo femenino en la reunión. Esto acabó de turbarme y no recuerdo haber pronunciado una sola palabra durante la visita.

A l siguiente día, don Pedro Marín Herrera, que no era otro el señor de los galgos, tuvo la gentileza de enviarme, en gratitud por mi presencia en su casa y en su periódico, según decía su tarjeta, un pájaro canario en preciosa jaula que tenía hasta una pequeña fuente dentro; un libro con la vida de Santa Teresa de Jesús y el carné de periodista del diario La Nación, donde seguí colaborando los domingos con mis versitos que en verdad nada valían por entonces.

w

Page 155: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Pero si se tiene en cuenta la fecha del carné que aún conservo, tal vez sea yo la periodista viva más antigua de Cuba.

Es significativo que un critico tan bilioso como Emilio Bohardilla (Fray Candil), en una de sus crónicas de París, anotara al paso que una tal María Loynaz -no sabía mi nombre a dere­chas- prometía algo en el campo de la poesía. N o debió entusiasmarme mucho su escueta apreciación, porque años después, cuando al fin decidí publicar mi primer libro, Versos, todas las poesías de aquellos comienzos fueron cuidadosamente eliminadas. Ojalá no se encontraran nunca, aunque recientemente un amigo, joven investigador, me aseguró que las había encon­trado para desesperación mía.

¿Dónde reábieron, usted y sus hermanos, la instrucáón escolar?

Se me pregunta cómo estudiábamos de niños pues ha llamado la atención el hecho de que nunca asistiésemos a un colegio. Sobre este punto debo aclarar que nuestra familia se interesó siempre por darnos la mejor educación, pero temerosa a la vez de ponernos antes de tiempo en contacto con el mundo, procuró que todo lo que hubiéramos de aprender, lo aprendiéra­mos en casa.

Profesores de las más diversas disciplinas se turnaban día por día y casi hora por hora, en la tarea de enseñarnos y hasta nuestro padre tomó, algún tiempo, parte en ella. Pero como ese tiempo suyo no era mucho, quería dar sus lecciones a los cuatro juntos, lo cual era un error pedagógico por la natural diferencia de edad entre los hermanos. De manera que se cansó pronto con gran alivio nuestro, pues era un profesor en extremo severo y exigente.

Se dice que hay entre sus antepasados personajes ilustres ¿quiere hablamos de su árbol genealógico?

La verdad es que este árbol genealógico merecía más atención por mi parte, pues hasta un santo figura en él: San Martín de la Ascensión de Loynaz, misionero franciscano, natural de Guipúzcoa, que halló el martirio en tierras del Japón allá por el siglo X V I . M i apellido enlaza también - y de esto no me satisfago menos- con nuestro Bayardo que, como es sabido, lo l le­va a continuación del suyo. Su madre, Filomena Loynaz, era, según tengo entendido, tía car-

M i

Page 156: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

nal de m i abuelo Enrique Loynaz Arteaga. E n mi árbol genealógico, aunque poco estudiado por mi , sé que hay de todo o casi todo: títulos nobiliarios, cuantiosas fortunas quemadas en la gran pira de la guerra libertadora y otras reunidas peso a peso por modestos y laboriosos co­merciantes...

¿Puede participamos algunos recuerdos de su padre, el general Enrique Loynaz del Castillo?

E l primero que me viene a la mente no es propiamente mío sino de él, relacionado conmigo. Lo cito porque se lo oí muchas veces, ya que gustaba de repetirlo. Cuando la llama­da «guerrita de agosto», yo no tenía más que tres años y sin recordarla, sé, como saben todos, de la intervención que en ella tuvo mi padre. Y sucedió que desde el primer momento la po­licía allanó nuestra casa con la orden de detener al general Loynaz del Castillo. E l general, que era todavía joven y ágil, saltó por las azoteas vecinas y vino a parar al patio de una casa desco­nocida. Los inquilinos, que lo eran de poco tiempo, pensando que se trataba de un malhechor, se disponían a pedir auxilio, cuando la pequeña niña de la casa - m i compañerita de juegos en la m í a - les dijo: «¡Pero si ese es el padre de Dulce María!».

Cesó al punto la alarma y la familia convertida en abada del perseguido, no sólo lo ocultó en ese momento, sino que le facilitó el modo de escapar. Comentaba m i padre regocijado: «fue la primera vez que con provecho dejé de ser el general Loynaz del Castillo para conver­tirme en el padre de Dulce María». Hay otro recuerdo que me ha seguido siempre por lo mu­cho que se repitió en mi infancia: el de las multitudes frente a mi casa aclamando a mi padre que asomado al balcón les improvisaba discursos. A veces esto ocurría a la medianoche desper­tando a toda la casa, y él tenía que saltar del lecho para acudir al reclamo popular.

Aunque yo no podía darme cuenta de ello, sé que fue un gran orador, de esos que electri­zan a las muchedumbres. Había momentos en que la voz se le rajaba por la emoción y yo me asustaba mucho pensando que iba a llorar, lo cual hubiera sido una catástrofe para mí, porque era del todo inconcebible que mi padre llorase. Sin embargo, ya anciano, v i más de una vez humedecerse sus ojos cuando me contaba la muerte en combate de su muy amado jefe, el ge­neral Serafín Sánchez.

Page 157: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

U n recuerdo indeleble es el de tres visitas a mi casa, las tres bien distintas entre sí, las cuales tuvieron lugar siendo yo muy niña. La primera se repitió muchas veces y era la de un anciano de larga barba blanca, siempre correctamente vestido de alpaca negra. C o n él mostraban mis padres una particular deferencia.

Como este caballero hablaba poco y parecía de carácter seco, yo no me explicaba por qué su presencia les impresionaba así. Cuando llegaba el señor Montesino, mi madre salía a reci­birlo, cosa que no solía hacer con otros visitantes de mi padre, y si el anciano aceptaba la inv i ­tación a almorzar, se le daba el mejor puesto de la mesa. Nunca lo pregunté ni me lo dijeron, pero hoy, al cabo de tantos años, he llegado a presumir - s o ñ a r acaso- que aquel señor Montesino, objeto de tan reverente trato, era, tema que ser, el robusto mozo isleño, encade­nado al mismo grillete de Martí, el que levantaba los pedruscos como si estuvieran huecos...

Otra visita por mí recordada en todos sus detalles a causa de los sucesos que la siguieron, fue la de un señor de cabellos abundantes y rojizos -particular raro en C u b a - que vino un día a visitar a mi padre sin hallarlo en casa. £1 señor pidió permiso para esperarlo. Y a sentado, to­m ó en brazos a mi hermana Flor, que sólo tendría dos o tres años y le dio la leontina de su re­loj para que jugara con ella. Como m i padre tardaba en llegar, decidió no esperar más y po­niendo de nuevo a la pequeña en el suelo, pidió su sombrero y se fue.

Esta escena, al parecer insignificante, quedó fotografiada en mi memoria, porque el caba­llero de la melena leonada, pocas horas después estaría muerto. Era el representante a la Cámara, Meleón, que esa misma noche atacó a tiros a su adversario en las luchas políticas, el representante también o senador Sánchez Figueras, mientras conversaba con su novia en la ventana. Este disparó a su vez y mató a Meleón en el acto.

M e he preguntado muchas veces cómo aquel hombre que, probablemente, ya llevaba en su pecho tan siniestro propósito, pudo detenerse un instante en la ruta de su destino y ponerse a jugar con una niña.

Otra visita más grata, pero igualmente incomprensible para mí, fue la de una nutrida re­presentación de dependientes del comercio, que vestidos con sus trajes de domingo, hizo irrupción un día en nuestra casa. Traían a mi padre un rollo de papel encintado el cual desple­gó el de mayor edad un poco torpemente, y se puso a leer con voz temblorosa. Terminada la lectura, m i padre lo abrazó y dirigió a todos breves palabras, más breves y apacibles que los

Page 158: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

discursos del balcón, y mi madre hizo descorchar botellas de sidra para obsequiarles. Venían estos sencillos peninsulares -asi llamaban todavía a los españoles en Cuba - a agradecer al gene­ral Loynaz la famosa «Ley del cierre a las seis», de la que fuera hasta lograrla, fogoso paladín. Por ella se disponía que todos los establecimientos de comercio existentes en el país, cerrasen sus puertas a las seis de la tarde, sin rebajar por ello el sueldo a sus empleados.

N o sé si las nuevas generaciones sabrán que hasta entonces en aquellos humildes meneste­res, con igual salario se trabajaba a veces doce y catorce horas diarias porque cada dueño de comercio podía cerrar el establecimiento cuando le conviniese. Fue, que yo sepa, la primera ley de carácter social que se produjo en la República.

¿Qué significado tuvo, en su vida personal y en su carrera literaria, su esposo Vahío Álvarez de Cañas?

Conocí el amor a través de un hilo telefónico, a través de una voz desconocida que venía por aquel hilo y que habría de convertirse con el tiempo en el «fantasma de mi oído». Aún si­gue siéndolo cuando ya la boca que la articulaba se ha deshecho bajo la tierra. L o proclamo aquí y lo he dicho siempre. Sea cualquiera el valor que las generaciones venideras quieran dar­le a mi obra, más que a mí, se deberá a Pablo, porque sin él, nada hubiera hecho o nadie hu­biera conocido lo que hacía.

Él fue no sólo el animador, el inspirador de mis mejores poemas -incluso las Cartas de Jardín, que están en buena parte filtradas de las suyas-, sino también el que les dio viabilidad, esa condición jurídica que significa aptitud para mantenerse en el mundo.

Hace más de tres décadas, un periodista le preguntaba sobre sus hábitos, o métodos, en la creación li­teraria, En síntesis, recogía los siguientes detalles: usted acostumbraba a escribir por las mañanas. En la prosa, escribía sin esfuerzo, pero con lentitud; sin fatiga, pero con trabajosa elaboración. Terminada k pri­mera versión revisaba, quitaba y ponía. Concluida esta labor, comenzaba a poner en limpio. Y este era el segundo filtro. Tras de él venían los filtros sucesivos, y había ocasiones en que llegaba al sexto. No ocurría asi con la poesía: el periodista apuntaba que «el verso le cae solo, espontáneamente, y tal como sale, así lo deja, sin enmienda ni alteraciones, y nunca vuelve a él...» Por otra parte, en su discurso de agradecimien­to

Page 159: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

to por el homenaje que reábió en las Islas Canarias, usted se refirió a la angustia del creador ante «lo mu-cho que se puede sentir y lo poco que se puede expresar». Afirmaba en su intervención:«...no siempre aquello que en el alma brota como en su tierra natural a plenitud y maravilla, logra sin embargo aflorar a la superficie: una raya tenue, una linea ligera lo detiene allí mismo, se toma barrera infranqueable entre él mundo interior y el exterior». En otra parte de su intervención, expresaba: «cuántas cosas que yo siento se me quedan sin escribir, rendidas ante la palabra reacia, impotente ante ella, la que me ven todos como al­mohada y me es cilicio, la que me ven camino aneo, y se me vuelve selva donde me pierdo inmensamente. Té vez este sea él drama de toda creación, que por serlo así, ha de ser también un drama sin espectado­res; el de tener que luáar a sangre y fuego con los mismos elementos y los mismos instrumentos de que ha de brotar la obra propuesta. (...) Sólo que esta lucha íntima del artista con sus rebelados siervos, no la pre­sencia nadie, y no trasciende por tanto al mundo. El mundo sólo conoce el resultado de ella, triunfo o de­rrota; pero el combate sostenido, los desfallecimientos y el empezar de nuevo, el bregar sordo y el avanzar a tientas en la obra virgen, se queda en casa.».

Sólo puedo añadir que con el paso de los años ya es mucho más difícil escribir. Y cuando comprobé que la decadencia se iniciaba, dejé de hacerlo. N o todos tienen esa elegancia... Ahora sólo hago lo imprescindible, discursos académicos, y aunque con la dificultad ya apun­tada, me parece que al fin los logro, pues tampoco se necesita «entrar en trance» para ello.

Hay otra respuesta suya, más reciente, sobre este tema. Cuando en 1986 le preguntaban: ¿Ha escrito con facilidad? Decía usted: «cuando se escribe bien no es posible eso. Para mí ha sido como un sangra-miento, un parto». ¿Agregaría ahora algo más?

Si . Sabido es que la gente anciana no procrea.

En Í927 usted aprobó los exámenes de Dereáo Civil en la Universidad de La Habana. ¿Ejerció es­ta carrera con agrado? ¿Fue útil a su profesión de escritora?

Aprobé con muy buenas notas mi carrera de Derecho en la universidad de La Habana, y no sólo la aprobé, sino que la ejerd mucho tiempo con alguna suerte, aunque siempre en

Page 160: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

asuntos de mi familia. N o puedo decir que me agradara su ejercicio, pero la redacción de los códigos me aatoiraba siempre por lo precisa, medular y exacta. N o hay en ellos palabras de mis o de menos. Antes de conocer el juicio de Stendhal, mi ideal de escritora hubiera sido es­cribir como un jurista.

Usted ha sido una viajera incansable, ¿ha incentivado esto su trabajo literario?

E n referencia a mis viajes puedo contestar que en efecto, he viajado mucho; tanto que desde hace tiempo le perdí el gusto a los viajes. Conozco casi toda Europa, toda la América del Sur y gran parte de la del Norte.

He viajado también por el Medio Oriente, por esos países que hoy se nombran tanto. Asimismo, he recorrido varias regiones de Africa. Pero, por alguna razón que desconozco,

casi nunca he podido escribir fuera de Cuba. Sólo recuerdo haberlo hecho en parte con los Poemas sin nombre, que tuve que completar en España a instancias de mi editor don Manuel Aguilar; la Nochebuena en La Paz escrita en la capital de ese nombre y la Carta de amor al Rey Tut-Ank-Amen, en la antigua Tebas, hoy Luxor, cuando a finales de la década del veinte visité por primera vez a Egipto.

En Í953 confesaba usted quiénes eran sus autores preferidos de todos los tiempos. Deda:«Los dos más antitéticos que pueden darse en nuestra lengua: Quevedo y Azorin. También mis preferendas van a Machado». ¿Puede actualizar su respuesta?

Para mí es muy difícil actualizarme en cualquier sentido. Quevedo y Azorín siguen siendo mis prosistas preferidos. Lo que no sé es cómo omití a Darío entre mis poetas, porque siempre lo tuve muy en primer lugar. Quizás sea omisión del periodista. De todos modos ya casi no puedo leer a los nuevos, porque me falta la vista.

Pero también por esa época manifestó otras preferendas. Sus libros de cabecera eran los de San Agustín y San Jerónimo, sin ocultar su entusiasmo por los «santos rebeldes», lo que la llevaba a leer todas

Page 161: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

las biografías de San Pablo que pudiera encontrar. Junto a Quevedo y Azorín, ponía a San Juan de la Cruz y a José Martí, al mismo tiempo que señalaba la historia como lectura preferida.

Sigo conservando esas mismas predilecciones.

¿Influyeron en usted los autores preferidos?

Los autores que más me gustaron no influyeron en mí.

¿Ni siquiera Martí?

Fue un genio demasiado grande para que nadie pudiera recibir su influencia, si exceptua­mos, tal vez, a Gabriela Mistral. Habrá quienes pretendan imitarlo, pero nada más, y yo no es­toy entre ellos. Y o lo amo.

Usted conoció a grandes personalidades de las artes y las letras. ¿A cuáles recuerda de manera especial?

E l encuentro con esos grandes personajes por los cuales usted pregunta fue siempre procu­rado por ellos mismos, cosa extraña si se tiene en cuenta cómo se ven casi obligados a huir an­te el asedio de sus admiradores. Aunque conviene aclarar que aquí no se trataba de artistas de cine ni de cantantes de radio. Había en nosotros una mezcla de orgullo y timidez que nos i m ­pedía dar un solo paso que pudiera tomarse por molestia, ridiculez e inoportunidad. Por tanto, excepción hecha del encuentro con Juana de Ibarborou, a quien sí fui a visitar a su casa de Montevideo -llevada desde luego por quien nunca sintió timidez alguna, mi esposo-, las de­más personas vinieron a nosotros, no nosotros a ellas. Lorca se presentó él solo del modo or i -ginalísimo que lo caracterizó: quería venir a conocer a mi hermano Enrique; después fue visita diaria a la casa y se convirtió en gran amigo de m i hermana Flor, a la que dejó en prenda de su amistad el original de Yerma. Lorca era radiante y la lectura de su poesía es imborrable. Juan R a m ó n Jiménez y su esposa, Zenobia Campubrí , acudieron a conocernos; ella era encantado­ra. Gabriela Mistral se hospedó en casa durante su visita en 1953, coincidiendo con el

IfiZ

Page 162: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Centenario Marciano. Fue un honor difícil de mantener tratándose de una mujer de genio. Juntas nos presentamos en el Ateneo de La Habana en un acto inolvidable. Para mí es la mujer más extraordinaria que he conocido. N o puedo dejar de mencionar a José Mojica, un hombre singular, un santo. Y Ernilio Ballagas, el mejor poeta de tres generaciones de cubanos, que v i ­no un día a traerme sencillamente sus libros. He tratado a muchas personalidades, y a mis años no puedo enumerarlas a todas.

Entrevista con DHIK María Loynaz, Pedro Simón Martínez, en Valoraáón múltiple, La Habana, 1991, pp. 31-46.

M

Page 163: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I MISA I)] DESI'AI 1101)1 I AES< KIT'ORA

I EN UNA REUNIÓN CON (DE IZQUIERDA A DERECHA) MIGUEL ARIAS. MANUEL ICLESIA-CARUNCHO, ISOLINA ARAGÓN, CLEVA SOLlS, YAMILÉ MANZOR. CARLOS HARHÁCHANO Y GUMERSINDO RICO

152

Page 164: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I LEYENDO POEMAS EN EL PATIO DE LA UNIVERSIDAD DE LA HABANA

Page 165: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

DULCE M A R Í A LOYNAZ

ubi, en la penumbra de la tarde llovida, la estrecha escalerilla curva (me hería la pal­ma de la mano la enredadera de hojas filosas y pinchudas de bronce con flor de lamparillas eléctricas fundidas y el apéndice erecto, que se entrevia en otro filo de

luz húmeda y verduzca del jardín profuso) y desemboqué a un descanso antesala donde me re­cibió sentada una virgen española, mutilada talla pol ícroma, tamaño natural. Por media luna le daba guardia de honor un colmillo calizo de elefante, y la aromaba, nos aromaba el incienso transparente de una cortante oloración de éter sulfúrico.

La dulce trigueña inesperada, bonita amiga normal, me dijo sin remilgo suyo: «Siéntese, mi señor». M e senté asustado, y miraba el ir y venir del aire en el aire, cuando... U n escalofrío y Dulce María, jentil marfileña cortada en ligera forma femenina entre gótica y sobrerrealista, con lentes de oro de cadenilla a la oreja, ojitos de mariposa detrás y, en la sonrisa, un diente gris como una perla. Escueta y fina también su débil palabra cubana que no admitía corte en-medio, como el papel de seda fósil. ¿Su casa? «Esta es, venga». La galería, y una jaula de ratas llena de hojas secas; un m o n t ó n de monedas de plata cuidadosamente alzadas de menor a ma­yor, torrecilla invertida de Babel en un plato aún de postre; media figura de camarero negro de librea roja y plata, yeso total grotescamente pintarrajeado, quien me ofrecía por su lado único una bandeja de tarjetas oxidadas de visita; el vaso de cristal, grande, en el suelo, donde Federico García Lorca bebió limonada, con estalactitas y estalagmitas y arañas presas a su vez. (¡Ah sí, ahora supe de golpe de dónde salió todo el delirio ú l t imo de la escritura de Lorca!) Dulce María desaparecía y aparecía por rendijas estrañas en rayos de luz y sombra. Y ya, Enrique, sí, sí, Enrique, el Enrique Loynaz de C h a c ó n y Lorca, plato, blanco, ancho, dentadu­ra inquietante, palabra propia deshecha en sueños. Y no sé por dónde ni en dónde ni c ó m o , la cámara dormitorio, vivitorio, mortuorio, cámara camarilla, camerino, urna, capilla de Dulce María, santa, vestal acaso, laica medieval. Vitrina de frascos vacíos de esencia internacional i n ­temporal, vitrina de esqueletos desarticulados de abanico, vitrina de encajes solidificados por sudor de siglos, vitrina de... Flor, de súbito, hermana menos caída con el peso de los grandes ojos proyectiles negros; su tónico olvidado y presente en la mano, su ropa de espesa negrura

17!

Page 166: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

brillante recortada sobre la negrura mate lisa, fúnebre atavío como de entierro de la Federica; Flor carne humana de otro pálido que la de Dulce María y la de Enrique (paja, ópalo, gris). U n flamenco rosa enmedio de todo y todos, que espiró en pie, en pata, de pena por el vuelo decisivo de su flamenca, una tarde de otro abril isleño. Y al fin, la cama, el lecho emparedado, con salida de pies al jardín de los sesenta y un perro y puertecilla, para el acaso, de cristal. Vitrina ahora de Dulce María, esta vez en su definitivo centro. Hermana libélula, Santa Abogada de los Junquillos perdidos, de los Cínifes perdidos, de los Esquifes perdidos, de los Alfileres perdidos, de los Palillos de diente perdidos, Ofelia Loynaz Sutil, arcaica y nueva, rea­lidad fosforecida de su propia poesía increíblemente humana, letra fresca, tierna, ingrávida, rica de abandono, sentimiento y mística ironía en sus hojas rayadas de cuaderno práctico, como rosas envueltas en lo corriente. Sí, santa Teresita de Talco, exverde, ya comida por dentro de las hormigas menores de la vida cosquilleante; cantorcilla disecada, clavada por el corazoncito, como la amiga cigarra hueva también, con un perdible de espina, a esa vida. Como si su exha­lación, su alma perdida, la dejara entre los otros, seca. Pero no para morir.

U n gran árbol caído, puente de paso entre quioscos, quioscos de cada uno, cada otro. Equilibrios y tanteos. «Por aquí, por allí.» E l inédito cerdo monumental ciego recogido de ca­ridad. Y Carlos, con el traje marrón y sepia a cuadros, el pelo lacio mal teñido, mal picado, verdiocre como en un otoño imprevisto de mimosa amarilla cubana; y otro blanco de carne más (heno).

Orquesta de cámara ahora, de hermanos Loynaz, leves y balbucientes en la hora dudosa. ¿La hora esquisita? Media luz. ¿Recitación? Y o , decido, no. Lo demás del ser humano de la casa, fuera de ellos cuatro siempre, y entonces, de mí, fuera de todo, acompañamiento extra­ñamente natural, sorprendentemente raro allí, de las notas de disonantes melodías de cuatro, entre los cuales Dulce María sale de la cuerda del violín o quizá de la de la viola de amor, ¿El refresco? Altar rodado de botellas de todos los vinos, licores, aperitivos y zumos posibles e i m ­posibles. Algo frío y rosáceo con aroma también etéreo y manecilla de cristal esmeralda rasca-espaldas para moverme yo. E l convencimiento inquietante (comprobado luego en escritura a lápiz como la mía) de que mi enorme vaso no bebido pasaría al museo intocable de los ilustres vasos bebidos.

122

Page 167: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Y al crepúsculo, la despedida en el jardín. Que estraña la calle, la ciudad, ¿el hotel? ¿Recuerdo ya o presencia todavía? Lo insistente, Enrique: «Yo duermo aquí en esta jaula del coche porque mi casa está todavía nueva». Flor: «Yo me iré a dormir al baño de mármol en cruz que se comunica con el rio». Carritos: «Pues yo no duermo esa temporada porque no sé dónde ni cómo, sin techo.» U n a rosa final, esta rosa que traigo en la mano. Dulce María: «Las otras rosas están muy frescas todavía. Ésta ha nacido antigua para mí junto al muro de mi dor­mitorio.» Y tengo siempre ¿y hasta cuándo? la rosa vieja de marfil amarillento y violado, do­blada de nacimiento y sin morir preciso; cruda, yerta de otros días, permanecía gemela de su poetisa dormida y despierta a la vez. Como ella, ardiente y nieve, carne y espectro, volcancito en flor; no pesadilla de otro ni , en si, sonámbula.

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, 1937

122

Page 168: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

I CO

N GA

BRIE

LA M

ISTR

AL. S

U SE

CRET

ARIA

Y C

. CAM

PA. E

N SU

CAS

A

I CO

N GA

BRIE

LA M

ISTR

AL Y

SU

SECR

ETAR

IA E

N EL

JARD

ÍN D

E SU

CA

SA (1

953)

I CO

N C

ARM

EN

CO

NDE Y

EL

CRÍT

ICO

BARTO

LOM

É M

OST

AZA.

(195

3)

Page 169: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Vía Tasso, 220. Napol i

abril 141951

Dra. Dulce María Loynaz

Calle 19 #502,

E l Vedado, La Habana.

Cara Dulce María: Hace mis de un mes estoy por escribirle; pero la vida se llena más y más... de cosas inúti­

les, mudanzas, correspondencia con personas desconocidas (sin jugar al misterio) etc., etc. Lo he dicho y le repito que conocerla fue una gracia, y que será muy feüz de volver a en­

contrar en este mundo su rostro y oírla. Aunque poco habló usted, tal vez porque yo estaba de... tarabilla. Este chilenismo quiere decir «hablantina, perico (loro) habladora».

Estoy gozando el Jardín. Rara vez en mis años de vagabundaje yo puedo gozar de un jar­dín siempre ajeno. Empecé y no seguí más biografías... de plantas. Esto le dice como he dis­frutado de su jardín, casi casi tocándolo. Lo más probable es que nunca lo vea; así y todo, me sirve el imaginarlo y hasta le sonreí, como persona presente, al leer sus palabras.

Son palabras pintura y escultura, palabras que la dan a usted viva, visísima. (Es el don vital, el don de hacer ver y palpar, lo que más me gusta en la escritura humana. Era este también el don de nuestro Martí).

Otra vez no venga a Europa así, como gaviota que pasa y apenas nos echa la sombra en la cara. Venga para durar un poco: a losmenos dos años. Y de seis meses a Italia, o... un año.

Para que le vea lo grande y además lo chiquito que es lo más tierno aunque no sea lo más «importante» en el bulto. U n abrazo de su lectora devota.

GABRIELA MISTRAL

125

Page 170: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 171: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

Í N D I C E

Preliminares 9

C r o n o l o g í a 17

Bibliografía selecta 27

Poesia: dt VERSOS (i920-1938) 33

de JUEGOS OE AGUA 45

de POEMAS SIN NOMBRE 51

de CANTO A LA MUJER ESTERO. 55

de U.HMOS DIAS DE UNA CASA 59

de POEMAS NAUFRAGOS 63

N o v e l a : JARDÍN 93

Viajes: U N VERANO EN TENERIFE 107

Conferencias, art ículos 121

Semblanzas 157

1ZZ

Page 172: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es
Page 173: Dulce María Loynaz - libreria.culturaydeporte.gob.es

ESTE L I B R O H A SIDO C O M P U E S T O C O N TIPOS B E M B O E S T R E C H A D O S

A L 75 . F U E I M P R E S O E N ABR I L D E 1993

C O N M O T I V O D E L A E N T R E G A D E L

P R E M I O M I G U E L D E

C E R V A N T E S .