Dufrechou Bermolén, Luis Eduardo : "¿Por qué Cataluña?: los procesos de nacionalización plural...

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Luis Eduardo Dufrechou Bermolén: "¿Por qué Cataluña?: los procesos de nacionalización plural en España", en Análisis Político nº 18, Tercera Época. Universidad Nuestra Señora de La Paz, La Paz, Bolivia, 2015, pp. 171-186. Depósito Legal 4-3-67-11. Introducción La disputa de identidades en España va al alza, consecuencia de la creciente fortaleza del soberanismo catalán a la hora de plantear al Estado su derecho a decidir qué estatus jurídico desea para sí. Esta pulsión con el poder central no es una novedad salvo por su intensidad. De hecho uno de los grandes ejes que atraviesan la historia contemporánea española reside, precisamente, en que “es un caso de construcción estat al temprana combinada con una “nacionalización” o integración político-cultural incompleta” [1]. Esta tesis, inserta en un paradigma historiográfico otrora dominante, favorece la aprehensión de parte de la casuística que ha operado en la creación de identidades paralelas, hasta el punto que algunas de ellas, como la catalana, ha logrado cierta hegemonía en el seno de su comunidad. Esta reivindicación no es tampoco una anomalía específicamente española. Es más, la cuestión nacional todavía hoy supone una de las principales problemáticas que sacuden la vida cultural, social y política de diversos estados, consolidados institucionalmente y con dilatada trayectoria histórica, o por el contrario de más reciente creación. De hecho son muchos los elementos que permiten afirmar la existencia de una reactivación política de la misma en todos aquellos espacios donde dicha tensión ya existía, gracias al concurso de una serie de factores exógenos revival de identidades en el mundo de la Globalización- junto con otros de carácter endógeno una suerte de inflación nacionalista que ejerce a modo de mecanismo reactivo en el interior de muchas comunidades a la siempre temida uniformización cultural y lingüística-. Sin entrar por lo pronto en disquisiciones teóricas existe una especie de consenso académico por el cual interpretamos la nación como constructo socio-cultural, artefactos “de una clase particular”, comunidades imaginadas con notoria carga y alcance emocional [2]. Pero el éxito de esta creación depende indudablemente de la existencia de un sustrato previo sobre el que asentarse. Las identidades que abordamos, española o catalana, aunque se inventaron en un momento dado no partieron de la nada, lo que no implica que pueda desplazarse la cronología nacional hasta tiempos pretéritos, como algunos quisieran, para legitimar las exigencias del presente. Efectivamente, “la nacionalidad es el valor más universalmente legítimo en la vida política de nuestro tiempo”[3], por ello no es de extrañar que en la vida pública española, donde coexisten varias, la cuestión ocupe un lugar privilegiado. La confrontación simbólica y política entre territorios, la dialéctica entre corrientes centrífugas y centrípetas, ha sido tan permanente que también ha delimitado las distintas culturas políticas si bien este campo quedará fuera del presente artículo. En él, rastrearemos aquellos aspectos que favorecieron la configuración de una identidad

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Brevísimo artículo, para una revista boliviana, sobre la cuestión nacional en España y Cataluña.

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Luis Eduardo Dufrechou Bermolén: "¿Por qué Cataluña?: los procesos de

nacionalización plural en España", en Análisis Político nº 18, Tercera Época.

Universidad Nuestra Señora de La Paz, La Paz, Bolivia, 2015, pp. 171-186.

Depósito Legal 4-3-67-11.

Introducción

La disputa de identidades en España va al alza, consecuencia de la creciente fortaleza

del soberanismo catalán a la hora de plantear al Estado su derecho a decidir qué estatus

jurídico desea para sí. Esta pulsión con el poder central no es una novedad salvo por su

intensidad. De hecho uno de los grandes ejes que atraviesan la historia contemporánea

española reside, precisamente, en que “es un caso de construcción estatal temprana

combinada con una “nacionalización” o integración político-cultural incompleta” [1].

Esta tesis, inserta en un paradigma historiográfico otrora dominante, favorece la

aprehensión de parte de la casuística que ha operado en la creación de identidades

paralelas, hasta el punto que algunas de ellas, como la catalana, ha logrado cierta

hegemonía en el seno de su comunidad.

Esta reivindicación no es tampoco una anomalía específicamente española. Es más, la

cuestión nacional todavía hoy supone una de las principales problemáticas que sacuden

la vida cultural, social y política de diversos estados, consolidados institucionalmente y

con dilatada trayectoria histórica, o por el contrario de más reciente creación. De hecho

son muchos los elementos que permiten afirmar la existencia de una reactivación

política de la misma en todos aquellos espacios donde dicha tensión ya existía, gracias

al concurso de una serie de factores exógenos –revival de identidades en el mundo de la

Globalización- junto con otros de carácter endógeno –una suerte de inflación

nacionalista que ejerce a modo de mecanismo reactivo en el interior de muchas

comunidades a la siempre temida uniformización cultural y lingüística-.

Sin entrar por lo pronto en disquisiciones teóricas existe una especie de consenso

académico por el cual interpretamos la nación como constructo socio-cultural, artefactos

“de una clase particular”, comunidades imaginadas con notoria carga y alcance

emocional [2]. Pero el éxito de esta creación depende indudablemente de la existencia

de un sustrato previo sobre el que asentarse. Las identidades que abordamos, española o

catalana, aunque se inventaron en un momento dado no partieron de la nada, lo que no

implica que pueda desplazarse la cronología nacional hasta tiempos pretéritos, como

algunos quisieran, para legitimar las exigencias del presente.

Efectivamente, “la nacionalidad es el valor más universalmente legítimo en la vida

política de nuestro tiempo”[3], por ello no es de extrañar que en la vida pública

española, donde coexisten varias, la cuestión ocupe un lugar privilegiado. La

confrontación simbólica y política entre territorios, la dialéctica entre corrientes

centrífugas y centrípetas, ha sido tan permanente que también ha delimitado las distintas

culturas políticas si bien este campo quedará fuera del presente artículo. En él,

rastrearemos aquellos aspectos que favorecieron la configuración de una identidad

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nacional específica, propia y alternativa a la estatal, que en el caso catalán, al ser

compartida por gran parte de la población, se expresa de forma masiva por canales tanto

formales como informales. Exigen la posibilidad de realizar un referéndum, como

recientemente en Escocia, por el cual el Gobierno catalán en base a la reivindicación de

su hecho nacional consultará a priori a su ciudadanía sobre si quieren constituirse en

Estado o no. Ahora bien, ¿qué es una nación?

¿Qué es una nación?

Cuando Ernest Renan se preguntaba esto en 1882 [4] inauguró una controversia

epistemológica y metodológica en la que la resolución de dicho interrogante y el modo

de aplicarlo a la investigación histórica serían el leitmotiv de la literatura académica en

torno a la nación y el nacionalismo. En aquella época las respectivas historias

nacionales se hallaban subordinadas a los propósitos de la nacionalización estatal, pero

Renan clamó tempranamente contra esa especie de “servidumbre voluntaria”,

parafraseando a La Boétie, manifestando que “El olvido, e incluso diría que el error

histórico, son un factor esencial en la creación de una nación” [5]. Advertencia por

desgracia estéril, pues la omisión deliberada de algunos episodios y procesos y el

ensalzamiento de aquellos otros rentables para la memoria colectiva son lugares

comunes de casi toda narrativa nacionalista.

Desde entonces ríos de tinta se han vertido para establecer los criterios objetivos que

permitieran reconocer y distinguir qué comunidades humanas constituían naciones, y

cuáles no. Los desacuerdos, desde luego, fueron y son vehementes, en tanto que los

factores comúnmente señalados –lengua, trayectoria histórica compartida, territorio,

voluntad de ser- son cuanto menos discutibles. Buena parte de la problemática proviene,

como afirmara de forma categórica Eric Hobsbawm, de que “no es posible descubrir

ningún criterio satisfactorio que permita decidir cuál de las numerosas colectividades

humanas debería etiquetarse de esta manera”[6]. ¿A partir de qué momento histórico

podemos hablar con propiedad de naciones y nacionalismo? ¿Qué criterios resultan

útiles para clasificar un grupo humano como nación? Aunque toda taxonomía es

cuestionable, existen grosso modo 2 enfoques preponderantes: el primordialista y el

modernista [7].

La visión decimonónica de la nación como entidad atemporal, lo que Smith denomina

primordialismo, es considerada mayoritariamente un paradigma obsoleto, propio de la

Europa romántica y de una visión anacrónica de la historia: sin ciudadanía y estado

moderno, sin revolución liberal, el concepto de soberanía que la acompaña y las

lealtades que genera, no puede haber nación Por lo tanto los “modernistas” defienden

que el nacionalismo es tanto una plasmación política de la modernidad como un

producto cultural que anclando su discurso en ciertos elementos objetivos –lengua,

territorio, pasado compartido- y subjetivos –autopercepción, prospectiva de vivir en

comunidad- procura el tránsito desde la adscripción cultural a la conquista del Estado.

Otro autor como Gellner sugiere asépticamente que el nacionalismo “es un principio

político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la

política”[8], entre cultura y Estado, pero la satisfacción de unos intereses a menudo

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redundan en la insatisfacción de otros, y viceversa. Otros trabajos, como el clásico de

Mosse, apuntan al nacionalismo y la nación como resultado de un fenómeno de

adquisición por parte de los individuos, un proceso de nacionalización de masas [9], una

interiorización, si bien en su obra el resultado -nacional-socialista- preside y orienta

toda la exposición.

Otras interpretaciones premian el elemento subjetivo como dimensión analítica,

entendiendo la nación como una “comunidad política imaginada como inherentemente

limitada y soberana”[10], íntimamente relacionada con un universo simbólico y

discursivo que la hacen, valga la redundancia, imaginable. Esta tesis cobró fuerza al

calor de la consolidación de los Cultural Studies y los enfoques cualitativistas en el

conjunto de las ciencias sociales, si bien al subrayar el peso de tales elementos

discursivos y simbólicos en ocasiones obvia la compleja negociación que hay desde

abajo con ellos a la hora de aceptarlos, refutarlos o rechazarlos.

En cualquier caso hoy entendemos el nacionalismo como agente causal y primer paso

en la construcción nacional, y no al revés, como consecuencia de una nación

preexistente. Sin embargo son tan diversas las experiencias históricas y factores que lo

han motivado, y tan poliédricos y contradictorios sus resultados, que difícilmente

comprometerse con un marco teórico determinado puede conducir a resultados

satisfactorios para aprehender su naturaleza. Es así que el análisis histórico, fundado en

el análisis empírico, se torna imprescindible para que los marcos teóricos, más

abstractos, cobren sentido.

Un brevísimo estado de la cuestión en España.

En tanto desborda el ámbito académico la actual historiografía ha redoblado sus

esfuerzos por abordar la cuestión nacional y el análisis de los diversos nacionalismos en

España como objetos de estudio [11]. Dos factores han incidido en ello: de un lado su

pertinencia política, pues buena parte del debate público gravita en torno a la creciente e

irresuelta tensión entre quienes desean preservar inmutable el marco jurídico emanado

de la Constitución de 1978, por el cual el pueblo español es depositario exclusivo de la

soberanía nacional, y aquellos otros nacionalismos sub-estatales –vasco y catalán,

fundamentalmente- que pese a gozar de un grado de descentralización importante han

conseguido extender su hegemonía cultural, aspirando hoy a su pleno reconocimiento

nacional, aprovechando que los condicionamientos de la Transición –ej. tutela militar-

no son tan determinantes [12]. De otro lado, a nivel académico, el giro culturalista dado

por la historiografía en los años ´90 ha redundado igualmente en la proliferación de

trabajos sobre la materia.

Debate evidentemente candente, nació como respuesta académica al contexto histórico

de la década de los ´70, caracterizado por la efervescencia cultural y política del

tardofranquismo y los primeros años de Transición a la democracia, junto a la coyuntura

de proliferación de narrativas nacionales en plena remodelación administrativa y

territorial del Estado. Las tesis que más peso tienen, todavía hoy, son las de la escuela

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de “modernista”, es decir, aquellas que vinculan nación y nacionalismo a liberalismo y

política moderna. Pero estas premisas también son cuestionados, en ocasiones de forma

brillante en lo teórico o lo empírico, por otros autores como Juan Pablo Fusi [13] o José

Álvarez Junco [14], que rastrean las bases más remotas que posibilitaron dicha

construcción, o el politólogo Andrés de Blas [15], quien problematiza la conveniencia

de cuestionar la lealtad a la nación política, identificada como sinónimo de estabilidad.

El lastre que atraviesa la discusión es el de su politización. Una instrumentalización que

favoreció que el nacionalismo menos estudiado, siendo paradójicamente el más

poderoso, fuera el español, pero que también ayuda a comprender que los postulados

esgrimidos en ocasiones se deban más al apasionamiento nacional y a la actitud visceral

que a criterios estrictamente académicos. Independientemente de esta valoración, lo más

cercano que ha tenido la historiografía española a un paradigma compartido es la teoría

de la débil nacionalización. Planteada hace ya más de dos décadas por Borja de Riquer

[16], encontraba en las precarias bases del poder estatal la clave explicativa de la

supuestamente epidérmica penetración del nacionalismo español en buena parte de la

población.

Este autor también planteó la necesidad de insertar los procesos de construcción de

identidades sub-estatales en el marco más amplio de la nacionalización española, pues

no sólo representaban una politización de un particularismo cultural preexistente, sino

también una respuesta al carácter excluyente, en lo cultural y administrativo, que

asumió el estado liberal decimonónico. Con todo el aspecto más relevante lo constituyó

su enfoque, al subrayar la pertinencia de interpretar la nacionalización como un

“complejo proceso social por el cual diferentes colectivos acaban aceptando, de forma

más o menos explícita, una “nueva conciencia” de pertenencia a una comunidad

definida ya como nación” [17]. Es de justicia reconocer que esta tesis, planteada por un

autor brillante, representó un salto de gigante en el tránsito de las ciencias sociales para

el análisis de la nacionalización como proceso cultural. Sin embargo, dicho paradigma

se insertó dentro una concepción algo fatalista, particularista y peyorativa de la historia

española, por la cual esta se entendía como una anómala serie de sucesivos fracasos

interrelacionados en lo colonial, lo económico, lo cultural y lo político, hasta

desembocar en la tragedia de la Guerra Civil (1936-1939).

Trabajos recientes desmontan parcialmente esta interpretación, restringida

territorialmente en sus resultados. Pero en tanto que la investigación histórica es

deudora de una interminable sucesión de interrogantes, esta ha avanzado dando nuevos

frutos. A pesar de la relativa carencia de fuentes el análisis de la adhesión popular, por

ejemplo, desmiente la supuestamente débil nacionalización de España. La movilización

patriótica de los distintos actores sociales a lo largo de todas las contiendas bélicas del

siglo XIX da buena fe de esta afirmación [18]. Del mismo modo, la coexistencia de

varios discursos sobre España, transversales a derecha e izquierda, es inequívoco

síntoma de la solidez de la nacionalización española, y no otra cosa. Pero tampoco

podemos obviar que la cosmovisión reduccionista y excluyente de la idea decimonónica

de nación española del liberalismo oligárquico, y más tarde los proyectos de

renacionalización autoritaria de los años veinte [19] y del Franquismo (1939-1975) [20],

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fomentaron una nacionalización negativa de las regiones/naciones con sentimientos

particularistas.

Igualmente la debilidad institucional del Estado no impediría la existencia de otras

esferas relevantes a la hora de socializar la idea de nación. Así, la enculturación liderada

por la Iglesia e instituciones informales como la prensa, las asociaciones obreras,

etcétera, nos permite repensar la nacionalización española, y también la catalana, desde

ópticas diferentes . Nuevos enfoques, como el desarrollado por autores como Ferrán

Achiles, centran su interés en la construcción de la nación “desde abajo”, quebrando la

tradicional lógica determinista entre la voluntad del Estado, o la capacidad persuasiva

de la retórica nacionalista, y la aceptación automática de la nación por parte de la

población. Su propuesta, ambiciosa, pretende construir “una historia social de las

identidades nacionales”, que contemple “la interiorización de las mismas por parte de

los sujetos” . Sólo así, entendiendo cómo se negocia la nación por parte de los

individuos se devuelve el lugar debido a la acción humana en el relato histórico,

dimensión tradicionalmente postergada pero imprescindible.

La politización del pasado

Desde el siglo XVII distintos puntos de inflexión jalonan una historia que nos permite

entender la cambiante dinámica y polarización existente entre el centro de poder

cortesano y la inercia legitimista de la dirigencia catalana, acomodada a unos fueros que

le brindaban amplia autonomía política, fiscal, y militar. Las exigencias fiscales y

militares de Castilla, inmersa en una guerra permanente, llevaron a que las Cortes

catalanas, con amplia capacidad legislativa, fueran transformando su oposición desde lo

que era un problema fiscal a otro abiertamente político [23]. Pero la historia en

ocasiones “sólo tiene paradojas que ofrecer”, como intitula la estudiosa de las relaciones

de género Joan Scott una de sus obras recientes. No mucho tiempo después el legado de

los Austrias sería idealizado, asociado este a seguridad económica, coyuntura favorable,

paz honorable, y respeto a sus fueros e instituciones. Por ello la resistencia catalana fue

enconada frente a la llegada al poder de la nueva dinastía borbónica. El resultado fue

claro: tras la caída de Barcelona en 1714 el trato infligido se basó en métodos

expeditivos y la supresión a golpe de decreto todas sus instituciones propias. La

arbitrariedad del vencedor no se diferenció demasiado de aquel Vae Victis, o “¡ay de los

vencidos!”, que según la tradición el caudillo galo Breno proclamara arrogante ante los

romanos.

El carácter extranjero de la nueva dinastía llevó a que la monarquía comenzase a

contemplar la conveniencia de identificarse con el casticismo de la población,

inoculando en la misma ciertos mitos, ideas y símbolos que fomentaran un sentimiento

de pertenencia funcional a la corona [24]. España, pese a haber estado regida siglos por

la misma testa coronada, recién se constituía como Estado unitario llegado 1714. Es por

ello que la conmemoración del tricentenario de dicha fecha encarna en el orden

emocional del nacionalismo catalán el retorno a un pasado idealizado que cíclicamente

reaparece en tanto que elemento simbólico de enorme connotación prospectiva. Es,

invirtiendo el nombre de la obra de Chartier, “el pasado del presente”. El recuerdo de la

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institucionalidad arrebatada, los intentos de suprimir su cultura y lengua, y la escasa

voluntad y sensibilidad del régimen de notables de la Corte de Madrid, son factores que

al confluir abonaron un resentimiento que cristalizaría en un proyecto político moderno,

ya casi en las postrimerías del siglo XIX, que hoy se postula como socialmente ganador.

¿Por qué Cataluña? La construcción paralela de identidades

La narrativa de toda nación pierde todo sentido si no encuentra cierta legitimación

histórica que permita imaginar la comunidad a lo largo del tiempo. Ciertamente, uno de

los ejes discursivos del catalanismo reposa en que Cataluña dispuso hasta la

entronización borbónica de un Estado propio. Es así que se hace entendible que la

“mitificación del ordenamiento perdido” [25] sea una de sus principales referencias

culturales y políticas. A fin de cuentas el soberanismo se siente empujado por la

historia, una historia que por otra parte, como la de sesgo españolista, omite de su relato

los caracteres “pre-nacionales”, pre-modernos y patrimonialistas de sus instituciones

hasta el siglo XIX. Del mismo modo la hegemonía cultural del nacionalismo catalán

descansa también sobre la existencia de una serie de rasgos etno-lingüísticos distintivos,

cuya pervivencia y expansión han permitido delimitar la reivindicación política a un

marco territorial concreto. No obstante huelga decir que ningún Estado es homogéneo

en su interior, al igual ocurre con cualquier comunidad de cultura o territorio.

En el plano subjetivo es difícil cuestionar la existencia de un masivo sentimiento de

pertenencia, una conciencia de comunidad diferenciada que oscilando en intensidad es

rastreable desde al menos el siglo XVIII [26]. Si bien el concepto protonacionalismo es

débil en un sentido ontológico, al referirse a lo que todavía no es, y también en un plano

metodológico, al conducir la investigación hacia un escenario teleológico, finalista, de

inevitabilidad de la nación, puede resultarnos útil para entender la existencia de esa base

previa imprescindible para que la comunidad imaginada consiga desplegar su

potencialidad política. A fin de cuentas, “la fuerza de los sentimientos que hacen que

grupos de «nosotros» nos demos a nosotros mismos una identidad «étnica»/lingüística

frente a los extranjeros y amenazadores «ellos» no puede negarse” [27]. Con todo en el

caso catalán conviven personas cuya lengua e identidad remiten a naciones no sólo

diferentes, sino negadoras la una de la otra.

Pero esa posibilidad eventual de la nación tardó tiempo en germinar. La movilización

patriótica frente a la invasión napoleónica de 1808 dejó sentadas las bases del proyecto

a la larga dominante: el liberalismo español. De sus precursores, sólo unos pocos

propugnaron una centralización fuerte del Estado como condición sine qua non para

construir la nación, pues consideraban que lo contrario permitiría la pervivencia de

anómalos arcaísmos enfrentados a la modernidad que encarnaban. Este tema no ocupó,

ni muchísimo menos, una posición central en los debates de las primeras Cortes

españolas [28]. Ante ese escenario las élites catalanas, excepto las absolutistas,

acogieron de buen grado la propuesta representada por el régimen naciente. La

“invención” de la nación española echó sus cimientos antes que la catalana, cobrando

fuerza mediante fiestas y conmemoraciones, belicosas movilizaciones, rituales políticos,

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callejeros y obras de arte, con el fin de que fuera “un drama supuestamente compartido

por el propio pueblo” [29].

A partir de 1840 se constató un deslizamiento desde el sentido ciudadano y abierto dado

a la nación por el primer liberalismo radical a una visión esencialista y hermética de

esta, por la cual únicamente podía poseer un idioma, un pasado compartido, y un único

credo. Los notables de la Corte de Madrid impusieron también un progresivo cierre de

los canales de participación de las élites catalanas en el ejercicio compartido del poder.

Se daba así la contradicción de que el territorio económicamente más avanzado, y único

que disponía de una burguesía de signo industrial, estuvo infrarrepresentado durante

todo el siglo XIX, salvando la excepción del breve período democratizador del Sexenio

(1868-1874) y la primera experiencia republicana. Borja de Riquer proporciona un dato

cuanto menos significativo: en este siglo sólo 22 ministros de un total de casi 850

fueron catalanes, y de estos 10 lo fueron durante el Sexenio [30]. No es de extrañar que

de esta exclusión brotara una reacción que anclando su discurso en la legitimidad

emocional de la diferencia cultural diera más tarde su salto a la política de masas.

El fracaso del Estado Federal Catalán durante la I República aseguró el tránsito desde

una especie de “particularismo unionista”, representado por el federalismo, al origen de

las primeras estructuras organizativas del nacionalismo catalán, de la mano de Valentí

Almirall ya en la década de 1880 [31]. Este despertar político coincidió con su

particular Renacimiento, que terminó por establecer, en el contexto del romanticismo,

esa relación directa entre cultura y Estado que Gellner decía. Desde entonces la

identidad y la nación son campos de batalla cuyas tensiones no sólo no fueron resueltas

por los dos proyectos españolistas de renacionalización autoritaria del siglo XX, sino

que resultaron agravadas como consecuencia de esa nacionalización negativa que hizo

del nacionalismo catalán un fenómeno cada vez más transversal en lo ideológico y

masivo en lo social. Ese escenario de confrontación, constata el presente, no ha sido

resuelto exitosamente tras décadas de régimen autonómico.

Apuntes finales

No hemos querido dibujar a lo largo de las presentes páginas un escenario prospectivo

sino venir a afirmar, simplemente, que con independencia del resultado saliente,

consulta o no mediante, la disputa entre identidades nacionales que conviven está

llamada a continuar y presumiblemente agravarse.

Asistimos al choque entre dos paradigmas distintos e irreconciliables de nación: el que

reposa en criterios culturales y étnicos, y el que hace lo propio en los de índole político,

el Estado. La confrontación está llamada a continuar entre un nacionalismo que hoy se

nos presenta como caliente, el catalán, capaz de movilizar a cientos de miles de

personas, y otro que no por banal, institucionalizado y por lo pronto poco activo,

empleando la caracterización de Michael Billig, es menos profundo. A fin cuentas

hablamos de un choque de identidades nacionales que independientemente de los

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acontecimientos continuará, si bien lo relevante en términos académicos esta contenido

en la pregunta inicial de Renan. ¿Qué es una nación?

NOTAS:

1) ÁLVAREZ JUNCO, J.: “La nación post-imperial. España y su laberinto identitario”,

en: Historia mexicana, V. 53, nº 2 (210), oct/dic. 2003, pp. 447-468. México: Colegio

de México, p.448.

2) ANDERSON, B.: Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la

difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 21.

3) ANDERSON, B.: Ob. cit., p. 19.

4) RENAN, E.: ¿Qué es una nación?”, en: FERNANDEZ BRAVO, Á. (comp): La

invención de la nación. Lecturas de la identidad de Herder a Homi Bhabha. Buenos

Aires: Manantial, 2000. Pp. 53-66.

5) Ib., p. 56.

6) HOBSBAWM, E.: Naciones y nacionalismo desde 1780. Barcelona: Crítica, 1998, p.

13

7) Para un breve acercamiento a los enfoques teóricos predominantes recomiendo la

consulta del trabajo de SMITH, A.: Ethno-symbolism and Nationalism. A cultural

approach. New York: Rotledge, 2009, pp. 3-21

8) GELLNER, E.: Naciones y nacionalismo. Madrid: Alianza Editorial, 2001, p.13.

9) MOSSE, G.: La nacionalización de las masas. Madrid, Marcial Pons, 2005.

10) ANDERSON, B.: Ob. cit., p. 23

11) Para hacerse una pequeña idea de la proliferación de trabajos, sólo respecto a la

cuestión en Cataluña, puede consultarse el siguiente artículo –en catalán- del periodista

e historiador Marc Andreu: "La Història reenfocada". Disponible en

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/09/10/quadern/1410376926_946013.html [Consultado

a 10 de septiembre de 2014].

12) NÚÑEZ SEIXAS, X.: “La nación en la España del siglo XXI: Un debate

inacabable”, en: Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, nº 9. Alicante

[España]: Universidad de Alicante, 2010, pp. 129-148.

13) MORALES MOYA, A., FUSI AIZPURÚA, J.P., DE BLAS GUERRERO, A.

(Dirs.): Historia de la nación y del nacionalismo español. Barcelona: Galaxia

Gutenberg, 2013.

14) ÁLVAREZ JUNCO, J.: Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX.

Madrid: Santillana, 2002

15) DE BLAS GUERRERO, A.: Nacionalismos y naciones en Europa, Madrid, Alianza

Editorial, 1994,

16) DE RIQUER, B.: “Nacionalidades y regiones. Problemas y líneas de investigación

en torno a la débil nacionalización española del siglo XIX”, p. 74., en MORALES

MOYA, A. y ESTEBAN DE VEGA, M (eds.): La Historia Contemporánea en España.

Primer Congreso de Historia Contemporánea de España. Salamanca, 1992. Salamanca:

Ediciones Universidad de Salamanca, 1996, pp.73-89.

17) DE RIQUER, B.: “Nacionalidades y regiones”…Ob. cit., p. 74.

18) V. Gr. ESTEBAN DE VEGA, M y CALLE VELASCO, M. D. de la (eds.):

Procesos de nacionalización en la España Contemporánea. Salamanca: Ediciones

Universidad de Salamanca, 2010, pp. 289-301.

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19) QUIROGA, A.: Haciendo españoles. La nacionalización de las masas en la

dictadura de primo de Rivera (1923-1930). Madrid: Centro de Estudios Políticos y

Constitucionales, 2010.

20) NUÑEZ SEIXAS: “Nacionalismo español y franquismo. Una visión general”, en

ORTIZ HERAS, M. (coord.): Culturas políticas del nacionalismo español: del

franquismo a la transición. Madrid: Libros de la Catarata, 2009, pp. 21- 36

21) QUIROGA, A.: “La nacionalización española. Una propuesta teórica”, en Ayer

nº90. Madrid: Marcial Pons, 2013, pp.17-38.

22) ACHILES, F.: “Vivir la comunidad imaginada. nacionalismo español e identidades

en la España de la Restauración”, en Historia de la educación: Revista interuniversitaria,

Nº 27, Salamanca, ed. Universidad de Salamanca, 2008, págs. 57-85

23) V.gr. ELLIOT, J.: La rebelión de los catalanes. Un estudio sobre la decadencia de

España (1598-1640). Madrid: Akal, 1977.

24) ÁLVAREZ JUNCO, J.: Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX.

Madrid: Santillana, 2002.

25) ANGUERA, P.: “Nacionalismo e historiografía en Cataluña: tres propuestas en

debate” en FORCADELL, C. (Ed.): Nacionalismo e Historia. Zaragoza: Institución

Fernando el Católico (CSIC), 1998, p. 80

26) Ibídem, p.73.

27) HOBSBAWM, E.: Naciones y nacionalismo. Ob. cit., p. 180.

28) V.gr. PÉREZ LEDESMA, M.: “Las Cortes de Cádiz y la sociedad española”, en:

Ayer, nº1. Madrid: Marcial Pons, 1991, pp-167-206.

29) MOSSE, G. : Ob. cit., p.16

30) DE RIQUER, B.: “El surgimiento de las nuevas identidades contemporáneas:

propuestas para una discusión”, p. 37, en Ayer Nº 35. Madrid: Marcial Pons, 1999, pp.

21- 52.

31) CARASA, P., en BAHAMONDE, A. (coord.): Historia de España siglo XX (1875-

1939). Madrid: Cátedra, 2005, pp. 170-176.