Luis Eduardo Dufrechou Bermolén: "¿Por qué Cataluña?: los procesos de
nacionalización plural en España", en Análisis Político nº 18, Tercera Época.
Universidad Nuestra Señora de La Paz, La Paz, Bolivia, 2015, pp. 171-186.
Depósito Legal 4-3-67-11.
Introducción
La disputa de identidades en España va al alza, consecuencia de la creciente fortaleza
del soberanismo catalán a la hora de plantear al Estado su derecho a decidir qué estatus
jurídico desea para sí. Esta pulsión con el poder central no es una novedad salvo por su
intensidad. De hecho uno de los grandes ejes que atraviesan la historia contemporánea
española reside, precisamente, en que “es un caso de construcción estatal temprana
combinada con una “nacionalización” o integración político-cultural incompleta” [1].
Esta tesis, inserta en un paradigma historiográfico otrora dominante, favorece la
aprehensión de parte de la casuística que ha operado en la creación de identidades
paralelas, hasta el punto que algunas de ellas, como la catalana, ha logrado cierta
hegemonía en el seno de su comunidad.
Esta reivindicación no es tampoco una anomalía específicamente española. Es más, la
cuestión nacional todavía hoy supone una de las principales problemáticas que sacuden
la vida cultural, social y política de diversos estados, consolidados institucionalmente y
con dilatada trayectoria histórica, o por el contrario de más reciente creación. De hecho
son muchos los elementos que permiten afirmar la existencia de una reactivación
política de la misma en todos aquellos espacios donde dicha tensión ya existía, gracias
al concurso de una serie de factores exógenos –revival de identidades en el mundo de la
Globalización- junto con otros de carácter endógeno –una suerte de inflación
nacionalista que ejerce a modo de mecanismo reactivo en el interior de muchas
comunidades a la siempre temida uniformización cultural y lingüística-.
Sin entrar por lo pronto en disquisiciones teóricas existe una especie de consenso
académico por el cual interpretamos la nación como constructo socio-cultural, artefactos
“de una clase particular”, comunidades imaginadas con notoria carga y alcance
emocional [2]. Pero el éxito de esta creación depende indudablemente de la existencia
de un sustrato previo sobre el que asentarse. Las identidades que abordamos, española o
catalana, aunque se inventaron en un momento dado no partieron de la nada, lo que no
implica que pueda desplazarse la cronología nacional hasta tiempos pretéritos, como
algunos quisieran, para legitimar las exigencias del presente.
Efectivamente, “la nacionalidad es el valor más universalmente legítimo en la vida
política de nuestro tiempo”[3], por ello no es de extrañar que en la vida pública
española, donde coexisten varias, la cuestión ocupe un lugar privilegiado. La
confrontación simbólica y política entre territorios, la dialéctica entre corrientes
centrífugas y centrípetas, ha sido tan permanente que también ha delimitado las distintas
culturas políticas si bien este campo quedará fuera del presente artículo. En él,
rastrearemos aquellos aspectos que favorecieron la configuración de una identidad
nacional específica, propia y alternativa a la estatal, que en el caso catalán, al ser
compartida por gran parte de la población, se expresa de forma masiva por canales tanto
formales como informales. Exigen la posibilidad de realizar un referéndum, como
recientemente en Escocia, por el cual el Gobierno catalán en base a la reivindicación de
su hecho nacional consultará a priori a su ciudadanía sobre si quieren constituirse en
Estado o no. Ahora bien, ¿qué es una nación?
¿Qué es una nación?
Cuando Ernest Renan se preguntaba esto en 1882 [4] inauguró una controversia
epistemológica y metodológica en la que la resolución de dicho interrogante y el modo
de aplicarlo a la investigación histórica serían el leitmotiv de la literatura académica en
torno a la nación y el nacionalismo. En aquella época las respectivas historias
nacionales se hallaban subordinadas a los propósitos de la nacionalización estatal, pero
Renan clamó tempranamente contra esa especie de “servidumbre voluntaria”,
parafraseando a La Boétie, manifestando que “El olvido, e incluso diría que el error
histórico, son un factor esencial en la creación de una nación” [5]. Advertencia por
desgracia estéril, pues la omisión deliberada de algunos episodios y procesos y el
ensalzamiento de aquellos otros rentables para la memoria colectiva son lugares
comunes de casi toda narrativa nacionalista.
Desde entonces ríos de tinta se han vertido para establecer los criterios objetivos que
permitieran reconocer y distinguir qué comunidades humanas constituían naciones, y
cuáles no. Los desacuerdos, desde luego, fueron y son vehementes, en tanto que los
factores comúnmente señalados –lengua, trayectoria histórica compartida, territorio,
voluntad de ser- son cuanto menos discutibles. Buena parte de la problemática proviene,
como afirmara de forma categórica Eric Hobsbawm, de que “no es posible descubrir
ningún criterio satisfactorio que permita decidir cuál de las numerosas colectividades
humanas debería etiquetarse de esta manera”[6]. ¿A partir de qué momento histórico
podemos hablar con propiedad de naciones y nacionalismo? ¿Qué criterios resultan
útiles para clasificar un grupo humano como nación? Aunque toda taxonomía es
cuestionable, existen grosso modo 2 enfoques preponderantes: el primordialista y el
modernista [7].
La visión decimonónica de la nación como entidad atemporal, lo que Smith denomina
primordialismo, es considerada mayoritariamente un paradigma obsoleto, propio de la
Europa romántica y de una visión anacrónica de la historia: sin ciudadanía y estado
moderno, sin revolución liberal, el concepto de soberanía que la acompaña y las
lealtades que genera, no puede haber nación Por lo tanto los “modernistas” defienden
que el nacionalismo es tanto una plasmación política de la modernidad como un
producto cultural que anclando su discurso en ciertos elementos objetivos –lengua,
territorio, pasado compartido- y subjetivos –autopercepción, prospectiva de vivir en
comunidad- procura el tránsito desde la adscripción cultural a la conquista del Estado.
Otro autor como Gellner sugiere asépticamente que el nacionalismo “es un principio
político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la
política”[8], entre cultura y Estado, pero la satisfacción de unos intereses a menudo
redundan en la insatisfacción de otros, y viceversa. Otros trabajos, como el clásico de
Mosse, apuntan al nacionalismo y la nación como resultado de un fenómeno de
adquisición por parte de los individuos, un proceso de nacionalización de masas [9], una
interiorización, si bien en su obra el resultado -nacional-socialista- preside y orienta
toda la exposición.
Otras interpretaciones premian el elemento subjetivo como dimensión analítica,
entendiendo la nación como una “comunidad política imaginada como inherentemente
limitada y soberana”[10], íntimamente relacionada con un universo simbólico y
discursivo que la hacen, valga la redundancia, imaginable. Esta tesis cobró fuerza al
calor de la consolidación de los Cultural Studies y los enfoques cualitativistas en el
conjunto de las ciencias sociales, si bien al subrayar el peso de tales elementos
discursivos y simbólicos en ocasiones obvia la compleja negociación que hay desde
abajo con ellos a la hora de aceptarlos, refutarlos o rechazarlos.
En cualquier caso hoy entendemos el nacionalismo como agente causal y primer paso
en la construcción nacional, y no al revés, como consecuencia de una nación
preexistente. Sin embargo son tan diversas las experiencias históricas y factores que lo
han motivado, y tan poliédricos y contradictorios sus resultados, que difícilmente
comprometerse con un marco teórico determinado puede conducir a resultados
satisfactorios para aprehender su naturaleza. Es así que el análisis histórico, fundado en
el análisis empírico, se torna imprescindible para que los marcos teóricos, más
abstractos, cobren sentido.
Un brevísimo estado de la cuestión en España.
En tanto desborda el ámbito académico la actual historiografía ha redoblado sus
esfuerzos por abordar la cuestión nacional y el análisis de los diversos nacionalismos en
España como objetos de estudio [11]. Dos factores han incidido en ello: de un lado su
pertinencia política, pues buena parte del debate público gravita en torno a la creciente e
irresuelta tensión entre quienes desean preservar inmutable el marco jurídico emanado
de la Constitución de 1978, por el cual el pueblo español es depositario exclusivo de la
soberanía nacional, y aquellos otros nacionalismos sub-estatales –vasco y catalán,
fundamentalmente- que pese a gozar de un grado de descentralización importante han
conseguido extender su hegemonía cultural, aspirando hoy a su pleno reconocimiento
nacional, aprovechando que los condicionamientos de la Transición –ej. tutela militar-
no son tan determinantes [12]. De otro lado, a nivel académico, el giro culturalista dado
por la historiografía en los años ´90 ha redundado igualmente en la proliferación de
trabajos sobre la materia.
Debate evidentemente candente, nació como respuesta académica al contexto histórico
de la década de los ´70, caracterizado por la efervescencia cultural y política del
tardofranquismo y los primeros años de Transición a la democracia, junto a la coyuntura
de proliferación de narrativas nacionales en plena remodelación administrativa y
territorial del Estado. Las tesis que más peso tienen, todavía hoy, son las de la escuela
de “modernista”, es decir, aquellas que vinculan nación y nacionalismo a liberalismo y
política moderna. Pero estas premisas también son cuestionados, en ocasiones de forma
brillante en lo teórico o lo empírico, por otros autores como Juan Pablo Fusi [13] o José
Álvarez Junco [14], que rastrean las bases más remotas que posibilitaron dicha
construcción, o el politólogo Andrés de Blas [15], quien problematiza la conveniencia
de cuestionar la lealtad a la nación política, identificada como sinónimo de estabilidad.
El lastre que atraviesa la discusión es el de su politización. Una instrumentalización que
favoreció que el nacionalismo menos estudiado, siendo paradójicamente el más
poderoso, fuera el español, pero que también ayuda a comprender que los postulados
esgrimidos en ocasiones se deban más al apasionamiento nacional y a la actitud visceral
que a criterios estrictamente académicos. Independientemente de esta valoración, lo más
cercano que ha tenido la historiografía española a un paradigma compartido es la teoría
de la débil nacionalización. Planteada hace ya más de dos décadas por Borja de Riquer
[16], encontraba en las precarias bases del poder estatal la clave explicativa de la
supuestamente epidérmica penetración del nacionalismo español en buena parte de la
población.
Este autor también planteó la necesidad de insertar los procesos de construcción de
identidades sub-estatales en el marco más amplio de la nacionalización española, pues
no sólo representaban una politización de un particularismo cultural preexistente, sino
también una respuesta al carácter excluyente, en lo cultural y administrativo, que
asumió el estado liberal decimonónico. Con todo el aspecto más relevante lo constituyó
su enfoque, al subrayar la pertinencia de interpretar la nacionalización como un
“complejo proceso social por el cual diferentes colectivos acaban aceptando, de forma
más o menos explícita, una “nueva conciencia” de pertenencia a una comunidad
definida ya como nación” [17]. Es de justicia reconocer que esta tesis, planteada por un
autor brillante, representó un salto de gigante en el tránsito de las ciencias sociales para
el análisis de la nacionalización como proceso cultural. Sin embargo, dicho paradigma
se insertó dentro una concepción algo fatalista, particularista y peyorativa de la historia
española, por la cual esta se entendía como una anómala serie de sucesivos fracasos
interrelacionados en lo colonial, lo económico, lo cultural y lo político, hasta
desembocar en la tragedia de la Guerra Civil (1936-1939).
Trabajos recientes desmontan parcialmente esta interpretación, restringida
territorialmente en sus resultados. Pero en tanto que la investigación histórica es
deudora de una interminable sucesión de interrogantes, esta ha avanzado dando nuevos
frutos. A pesar de la relativa carencia de fuentes el análisis de la adhesión popular, por
ejemplo, desmiente la supuestamente débil nacionalización de España. La movilización
patriótica de los distintos actores sociales a lo largo de todas las contiendas bélicas del
siglo XIX da buena fe de esta afirmación [18]. Del mismo modo, la coexistencia de
varios discursos sobre España, transversales a derecha e izquierda, es inequívoco
síntoma de la solidez de la nacionalización española, y no otra cosa. Pero tampoco
podemos obviar que la cosmovisión reduccionista y excluyente de la idea decimonónica
de nación española del liberalismo oligárquico, y más tarde los proyectos de
renacionalización autoritaria de los años veinte [19] y del Franquismo (1939-1975) [20],
fomentaron una nacionalización negativa de las regiones/naciones con sentimientos
particularistas.
Igualmente la debilidad institucional del Estado no impediría la existencia de otras
esferas relevantes a la hora de socializar la idea de nación. Así, la enculturación liderada
por la Iglesia e instituciones informales como la prensa, las asociaciones obreras,
etcétera, nos permite repensar la nacionalización española, y también la catalana, desde
ópticas diferentes . Nuevos enfoques, como el desarrollado por autores como Ferrán
Achiles, centran su interés en la construcción de la nación “desde abajo”, quebrando la
tradicional lógica determinista entre la voluntad del Estado, o la capacidad persuasiva
de la retórica nacionalista, y la aceptación automática de la nación por parte de la
población. Su propuesta, ambiciosa, pretende construir “una historia social de las
identidades nacionales”, que contemple “la interiorización de las mismas por parte de
los sujetos” . Sólo así, entendiendo cómo se negocia la nación por parte de los
individuos se devuelve el lugar debido a la acción humana en el relato histórico,
dimensión tradicionalmente postergada pero imprescindible.
La politización del pasado
Desde el siglo XVII distintos puntos de inflexión jalonan una historia que nos permite
entender la cambiante dinámica y polarización existente entre el centro de poder
cortesano y la inercia legitimista de la dirigencia catalana, acomodada a unos fueros que
le brindaban amplia autonomía política, fiscal, y militar. Las exigencias fiscales y
militares de Castilla, inmersa en una guerra permanente, llevaron a que las Cortes
catalanas, con amplia capacidad legislativa, fueran transformando su oposición desde lo
que era un problema fiscal a otro abiertamente político [23]. Pero la historia en
ocasiones “sólo tiene paradojas que ofrecer”, como intitula la estudiosa de las relaciones
de género Joan Scott una de sus obras recientes. No mucho tiempo después el legado de
los Austrias sería idealizado, asociado este a seguridad económica, coyuntura favorable,
paz honorable, y respeto a sus fueros e instituciones. Por ello la resistencia catalana fue
enconada frente a la llegada al poder de la nueva dinastía borbónica. El resultado fue
claro: tras la caída de Barcelona en 1714 el trato infligido se basó en métodos
expeditivos y la supresión a golpe de decreto todas sus instituciones propias. La
arbitrariedad del vencedor no se diferenció demasiado de aquel Vae Victis, o “¡ay de los
vencidos!”, que según la tradición el caudillo galo Breno proclamara arrogante ante los
romanos.
El carácter extranjero de la nueva dinastía llevó a que la monarquía comenzase a
contemplar la conveniencia de identificarse con el casticismo de la población,
inoculando en la misma ciertos mitos, ideas y símbolos que fomentaran un sentimiento
de pertenencia funcional a la corona [24]. España, pese a haber estado regida siglos por
la misma testa coronada, recién se constituía como Estado unitario llegado 1714. Es por
ello que la conmemoración del tricentenario de dicha fecha encarna en el orden
emocional del nacionalismo catalán el retorno a un pasado idealizado que cíclicamente
reaparece en tanto que elemento simbólico de enorme connotación prospectiva. Es,
invirtiendo el nombre de la obra de Chartier, “el pasado del presente”. El recuerdo de la
institucionalidad arrebatada, los intentos de suprimir su cultura y lengua, y la escasa
voluntad y sensibilidad del régimen de notables de la Corte de Madrid, son factores que
al confluir abonaron un resentimiento que cristalizaría en un proyecto político moderno,
ya casi en las postrimerías del siglo XIX, que hoy se postula como socialmente ganador.
¿Por qué Cataluña? La construcción paralela de identidades
La narrativa de toda nación pierde todo sentido si no encuentra cierta legitimación
histórica que permita imaginar la comunidad a lo largo del tiempo. Ciertamente, uno de
los ejes discursivos del catalanismo reposa en que Cataluña dispuso hasta la
entronización borbónica de un Estado propio. Es así que se hace entendible que la
“mitificación del ordenamiento perdido” [25] sea una de sus principales referencias
culturales y políticas. A fin de cuentas el soberanismo se siente empujado por la
historia, una historia que por otra parte, como la de sesgo españolista, omite de su relato
los caracteres “pre-nacionales”, pre-modernos y patrimonialistas de sus instituciones
hasta el siglo XIX. Del mismo modo la hegemonía cultural del nacionalismo catalán
descansa también sobre la existencia de una serie de rasgos etno-lingüísticos distintivos,
cuya pervivencia y expansión han permitido delimitar la reivindicación política a un
marco territorial concreto. No obstante huelga decir que ningún Estado es homogéneo
en su interior, al igual ocurre con cualquier comunidad de cultura o territorio.
En el plano subjetivo es difícil cuestionar la existencia de un masivo sentimiento de
pertenencia, una conciencia de comunidad diferenciada que oscilando en intensidad es
rastreable desde al menos el siglo XVIII [26]. Si bien el concepto protonacionalismo es
débil en un sentido ontológico, al referirse a lo que todavía no es, y también en un plano
metodológico, al conducir la investigación hacia un escenario teleológico, finalista, de
inevitabilidad de la nación, puede resultarnos útil para entender la existencia de esa base
previa imprescindible para que la comunidad imaginada consiga desplegar su
potencialidad política. A fin de cuentas, “la fuerza de los sentimientos que hacen que
grupos de «nosotros» nos demos a nosotros mismos una identidad «étnica»/lingüística
frente a los extranjeros y amenazadores «ellos» no puede negarse” [27]. Con todo en el
caso catalán conviven personas cuya lengua e identidad remiten a naciones no sólo
diferentes, sino negadoras la una de la otra.
Pero esa posibilidad eventual de la nación tardó tiempo en germinar. La movilización
patriótica frente a la invasión napoleónica de 1808 dejó sentadas las bases del proyecto
a la larga dominante: el liberalismo español. De sus precursores, sólo unos pocos
propugnaron una centralización fuerte del Estado como condición sine qua non para
construir la nación, pues consideraban que lo contrario permitiría la pervivencia de
anómalos arcaísmos enfrentados a la modernidad que encarnaban. Este tema no ocupó,
ni muchísimo menos, una posición central en los debates de las primeras Cortes
españolas [28]. Ante ese escenario las élites catalanas, excepto las absolutistas,
acogieron de buen grado la propuesta representada por el régimen naciente. La
“invención” de la nación española echó sus cimientos antes que la catalana, cobrando
fuerza mediante fiestas y conmemoraciones, belicosas movilizaciones, rituales políticos,
callejeros y obras de arte, con el fin de que fuera “un drama supuestamente compartido
por el propio pueblo” [29].
A partir de 1840 se constató un deslizamiento desde el sentido ciudadano y abierto dado
a la nación por el primer liberalismo radical a una visión esencialista y hermética de
esta, por la cual únicamente podía poseer un idioma, un pasado compartido, y un único
credo. Los notables de la Corte de Madrid impusieron también un progresivo cierre de
los canales de participación de las élites catalanas en el ejercicio compartido del poder.
Se daba así la contradicción de que el territorio económicamente más avanzado, y único
que disponía de una burguesía de signo industrial, estuvo infrarrepresentado durante
todo el siglo XIX, salvando la excepción del breve período democratizador del Sexenio
(1868-1874) y la primera experiencia republicana. Borja de Riquer proporciona un dato
cuanto menos significativo: en este siglo sólo 22 ministros de un total de casi 850
fueron catalanes, y de estos 10 lo fueron durante el Sexenio [30]. No es de extrañar que
de esta exclusión brotara una reacción que anclando su discurso en la legitimidad
emocional de la diferencia cultural diera más tarde su salto a la política de masas.
El fracaso del Estado Federal Catalán durante la I República aseguró el tránsito desde
una especie de “particularismo unionista”, representado por el federalismo, al origen de
las primeras estructuras organizativas del nacionalismo catalán, de la mano de Valentí
Almirall ya en la década de 1880 [31]. Este despertar político coincidió con su
particular Renacimiento, que terminó por establecer, en el contexto del romanticismo,
esa relación directa entre cultura y Estado que Gellner decía. Desde entonces la
identidad y la nación son campos de batalla cuyas tensiones no sólo no fueron resueltas
por los dos proyectos españolistas de renacionalización autoritaria del siglo XX, sino
que resultaron agravadas como consecuencia de esa nacionalización negativa que hizo
del nacionalismo catalán un fenómeno cada vez más transversal en lo ideológico y
masivo en lo social. Ese escenario de confrontación, constata el presente, no ha sido
resuelto exitosamente tras décadas de régimen autonómico.
Apuntes finales
No hemos querido dibujar a lo largo de las presentes páginas un escenario prospectivo
sino venir a afirmar, simplemente, que con independencia del resultado saliente,
consulta o no mediante, la disputa entre identidades nacionales que conviven está
llamada a continuar y presumiblemente agravarse.
Asistimos al choque entre dos paradigmas distintos e irreconciliables de nación: el que
reposa en criterios culturales y étnicos, y el que hace lo propio en los de índole político,
el Estado. La confrontación está llamada a continuar entre un nacionalismo que hoy se
nos presenta como caliente, el catalán, capaz de movilizar a cientos de miles de
personas, y otro que no por banal, institucionalizado y por lo pronto poco activo,
empleando la caracterización de Michael Billig, es menos profundo. A fin cuentas
hablamos de un choque de identidades nacionales que independientemente de los
acontecimientos continuará, si bien lo relevante en términos académicos esta contenido
en la pregunta inicial de Renan. ¿Qué es una nación?
NOTAS:
1) ÁLVAREZ JUNCO, J.: “La nación post-imperial. España y su laberinto identitario”,
en: Historia mexicana, V. 53, nº 2 (210), oct/dic. 2003, pp. 447-468. México: Colegio
de México, p.448.
2) ANDERSON, B.: Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la
difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 21.
3) ANDERSON, B.: Ob. cit., p. 19.
4) RENAN, E.: ¿Qué es una nación?”, en: FERNANDEZ BRAVO, Á. (comp): La
invención de la nación. Lecturas de la identidad de Herder a Homi Bhabha. Buenos
Aires: Manantial, 2000. Pp. 53-66.
5) Ib., p. 56.
6) HOBSBAWM, E.: Naciones y nacionalismo desde 1780. Barcelona: Crítica, 1998, p.
13
7) Para un breve acercamiento a los enfoques teóricos predominantes recomiendo la
consulta del trabajo de SMITH, A.: Ethno-symbolism and Nationalism. A cultural
approach. New York: Rotledge, 2009, pp. 3-21
8) GELLNER, E.: Naciones y nacionalismo. Madrid: Alianza Editorial, 2001, p.13.
9) MOSSE, G.: La nacionalización de las masas. Madrid, Marcial Pons, 2005.
10) ANDERSON, B.: Ob. cit., p. 23
11) Para hacerse una pequeña idea de la proliferación de trabajos, sólo respecto a la
cuestión en Cataluña, puede consultarse el siguiente artículo –en catalán- del periodista
e historiador Marc Andreu: "La Història reenfocada". Disponible en
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/09/10/quadern/1410376926_946013.html [Consultado
a 10 de septiembre de 2014].
12) NÚÑEZ SEIXAS, X.: “La nación en la España del siglo XXI: Un debate
inacabable”, en: Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, nº 9. Alicante
[España]: Universidad de Alicante, 2010, pp. 129-148.
13) MORALES MOYA, A., FUSI AIZPURÚA, J.P., DE BLAS GUERRERO, A.
(Dirs.): Historia de la nación y del nacionalismo español. Barcelona: Galaxia
Gutenberg, 2013.
14) ÁLVAREZ JUNCO, J.: Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX.
Madrid: Santillana, 2002
15) DE BLAS GUERRERO, A.: Nacionalismos y naciones en Europa, Madrid, Alianza
Editorial, 1994,
16) DE RIQUER, B.: “Nacionalidades y regiones. Problemas y líneas de investigación
en torno a la débil nacionalización española del siglo XIX”, p. 74., en MORALES
MOYA, A. y ESTEBAN DE VEGA, M (eds.): La Historia Contemporánea en España.
Primer Congreso de Historia Contemporánea de España. Salamanca, 1992. Salamanca:
Ediciones Universidad de Salamanca, 1996, pp.73-89.
17) DE RIQUER, B.: “Nacionalidades y regiones”…Ob. cit., p. 74.
18) V. Gr. ESTEBAN DE VEGA, M y CALLE VELASCO, M. D. de la (eds.):
Procesos de nacionalización en la España Contemporánea. Salamanca: Ediciones
Universidad de Salamanca, 2010, pp. 289-301.
19) QUIROGA, A.: Haciendo españoles. La nacionalización de las masas en la
dictadura de primo de Rivera (1923-1930). Madrid: Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, 2010.
20) NUÑEZ SEIXAS: “Nacionalismo español y franquismo. Una visión general”, en
ORTIZ HERAS, M. (coord.): Culturas políticas del nacionalismo español: del
franquismo a la transición. Madrid: Libros de la Catarata, 2009, pp. 21- 36
21) QUIROGA, A.: “La nacionalización española. Una propuesta teórica”, en Ayer
nº90. Madrid: Marcial Pons, 2013, pp.17-38.
22) ACHILES, F.: “Vivir la comunidad imaginada. nacionalismo español e identidades
en la España de la Restauración”, en Historia de la educación: Revista interuniversitaria,
Nº 27, Salamanca, ed. Universidad de Salamanca, 2008, págs. 57-85
23) V.gr. ELLIOT, J.: La rebelión de los catalanes. Un estudio sobre la decadencia de
España (1598-1640). Madrid: Akal, 1977.
24) ÁLVAREZ JUNCO, J.: Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX.
Madrid: Santillana, 2002.
25) ANGUERA, P.: “Nacionalismo e historiografía en Cataluña: tres propuestas en
debate” en FORCADELL, C. (Ed.): Nacionalismo e Historia. Zaragoza: Institución
Fernando el Católico (CSIC), 1998, p. 80
26) Ibídem, p.73.
27) HOBSBAWM, E.: Naciones y nacionalismo. Ob. cit., p. 180.
28) V.gr. PÉREZ LEDESMA, M.: “Las Cortes de Cádiz y la sociedad española”, en:
Ayer, nº1. Madrid: Marcial Pons, 1991, pp-167-206.
29) MOSSE, G. : Ob. cit., p.16
30) DE RIQUER, B.: “El surgimiento de las nuevas identidades contemporáneas:
propuestas para una discusión”, p. 37, en Ayer Nº 35. Madrid: Marcial Pons, 1999, pp.
21- 52.
31) CARASA, P., en BAHAMONDE, A. (coord.): Historia de España siglo XX (1875-
1939). Madrid: Cátedra, 2005, pp. 170-176.
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