Dom ord 2 b

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Ciclo B

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Ciclo B

Comenzamos lo que se llama “el tiempo ordinario”. Ahora tenemos unos pocos domingos después de Navidad y antes de Cuaresma.

El tema de hoy es sobre la llamada de Dios.

Jesús llama a sus dos primeros discípulos. También nos llama a nosotros a una vida cristiana o de mayor entrega a la causa de Dios.

Dios quiere llamar y siempre llama; pero muchas veces nosotros no le escuchamos.

Lo primero necesario es estar en la presencia de Dios. Esta presencia más que un acto es una actitud.

Si tenemos esta presencia, Dios nos hablará.

Estar en la presencia de Dios es poder hablar con Dios con cierta facilidad.

A veces habrá momentos especiales de vivir la presencia de Dios en la oración: a solas o en familia. Otras veces será vivir en la presencia de Dios en el mismo trabajo y ocupaciones diarias.

Estando en la presencia de Dios, sentiremos mejor sus llamadas llenas de bondad. Hoy en el evangelio se nos expone la llamada de Jesús a los dos primeros apóstoles, que habían ido a su encuentro por indicación de Juan Bautista. Dice así:

Juan 1, 35-42

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?» Ellos le contestaron: - «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Él les dijo: - «Venid y lo veréis.» Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).» Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:- «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»

Parece ser que ya antes les había hablado de Jesús. Ahora basta con señalarle y decirles: “Éste es el Cordero de Dios”. Llamar a Jesús: el “Cordero de Dios” es una referencia a los sacrificios de la Pascua. Es posible que estuviera cercana esa fecha, como igualmente la hora de los sacrificios de los corderos, que solía hacerse a las cuatro de la tarde.

La primera consideración es que aquellos dos discípulos siguen a Jesús, porque Juan Bautista se lo indica.

Normalmente nadie se encuentra con Cristo si alguien no se lo anuncia. Esta es la misión de nosotros cristianos: hacer conocer a Jesucristo entre la gente. Es nuestro deber señalar a Jesús, le sigan o no le sigan.

Qué bueno es cuando una persona puede llevar a otra al encuentro con Jesús. Para ello sirve mucho, como primer requisito, una sincera amistad. Puede servir también una predicación o un acontecimiento en la vida.

Uno de ellos era Andrés. Por estas palabras se le tiene como el primer llamado por Jesús. Y por ello le tienen en gran veneración algunas iglesias del Oriente, como en la Iglesia romana tenemos a san Pedro. Del otro no pone el nombre, pero parece ser era el mismo que lo está escribiendo, san Juan evangelista.

Andrés y Juan van donde Jesús y le llaman “Maestro”. Y le preguntan “¿Dónde vives?” Con ello manifiestan un deseo de escucharle.

La vida cristiana debe ser una vida de

búsqueda continua del Señor, porque en

definitiva es vida de encuentros. Dios sale a nuestro encuentro, vayamos nosotros también. Por eso,

como es fácil encontrarle, le

digamos: “Maestro, ¿Dónde vives?”

Dónde vives, dónde vives?

Automático

Dónde vives, dónde vives?

Maestro, dónde vives?

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Hay gente que busca la salvación en otros sitios y en otras circunstancias o en otros ambientes donde no está Jesús. O mejor dicho, aunque está, es muy difícil escuchar su voz, porque queda apagada por el ambiente materialista.

Sabemos que a Jesucristo se le encuentra en el templo, como le encontraron María y José. Pero se le puede encontrar en todas las partes, si tenemos abierto el corazón. Pero se le puede encontrar muy fácilmente en la naturaleza y en lo más profundo de nuestro ser.

Estamos demasiado acostumbrados a mirar hacia el exterior, cuando queremos encontrar algo. Pero a Jesús se le encuentra cuanto más profundizamos en nosotros mismos. A veces se dice que no escuchamos la voz del Señor. Se debe a que estamos demasiado metidos en las cosas del mundo.

Muchos se quejan de que en estos tiempos faltan vocaciones, como si Dios no quisiera llamar. Dios llama. Lo que pasa es que estamos menos disponibles a la llamada de Dios. A veces se nos hace que Dios está muy lejos. Y sin embargo ¡Dios está tan cerca!

Tan cerca de mi.

Automático

Tan cerca

de mi,

que hasta

lo puedo tocar.

Jesús está aquí.

Le hablaré

sin miedo

al oído,

le contaré

las cosas

que hay en mí;

Y que sólo a Él le

interesarán,

Él es más

que un mito

para mi.

No busques a Cristo en lo alto, ni

lo busques

en la oscuridad;

Muy cerca de ti, en tu corazón,

puedes adorar a tu Señor.

Jesús está

aquí.

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Tan importante fue este encuentro de los dos primeros discípulos con Jesús, que san Juan, que lo narra, se acuerda hasta de la hora. Se le quedó grabada esa hora del primer encuentro con Jesús. Eran como las 4 de la tarde. Más que discursos, fue el compartir como amigos.

Tan contentos quedaron que Andrés se encuentra con su hermano Simón y da testimonio de lo que ha visto: al Mesías o Cristo. Y lo conduce a Jesús.

El encuentro del hermano de Andrés,

san Pedro, con Jesús fue trascendental en la

historia de nuestra Iglesia. Este hermano

se llamaba Simón. Parece ser que era una gran personalidad en

la familia y en su entorno social.

Para los israelitas era muy importante el nombre cuando tenían o iban a tener un oficio especial.

Jesús se le queda mirando y le dice que en adelante se va a llamar Pedro (piedra).

Cuando uno vive con Jesús, no quiere vivirlo sólo para sí mismo, sino que quiere dar razón de esa vivencia. San Juan evangelista tam-bién un día llevaría a su hermano Santiago donde Jesús. Después les llamaría de una manera definitiva.

En la primera lectura se nos

expone una hermosa llamada

en el Ant. Testamento. Dios llama a Samuel,

cuando era niño (1 Sam 3, 3b-10. 19).

En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió: "Aquí estoy." Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado." Respondió Elí: "No te he llamado; vuelve a acostarte." Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado." Respondió Elí: "No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte." Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado." Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: "Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha." Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: "¡Samuel, Samuel!“. Él respondió: "Habla que tu siervo te escucha." Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.

Eran tiempos en que no eran frecuentes las revelaciones del Señor. Eran tiempos en que no había profetas. Por eso le cuesta a Samuel conocer la voz del Señor. Y uno se pregunta: ¿Es que Dios no llamaba o era que no había personas dispuestas a escuchar la palabra de Dios?

Samuel escuchó a

Dios porque tenía un corazón limpio.

La gran enseñanza es que no es fácil ese encuentro con Dios, porque Dios no nos quiere forzar. Más bien que buscar al Señor sería el dejarse encontrar por él. Para esto hay que saber escuchar la voz de Dios. Dios habló a Samuel porque estaba más disponible que otros, porque su corazón estaba más limpio. Estaba dispuesto a hacer el bien.

El hecho es que Dios llamó a Samuel en aquella noche. No era una visión, sino una palabra especial que le sacaba del sueño y le ponía de pie. Pero era porque su corazón “estaba en pie”. ¿Tenemos nosotros también el corazón en pie, dispuestos a que Dios nos llame?

La noche ya avanzaba con su oscuridad

Automático

Tan sólo aquel

muchacho vio

Enjambre de mil ruidos

suena en mi interior

y hablas

tan bajito,

Tú Señor.

Mi corazón

es un clamor,

un rojo y joven

surtidor.

Lo mismo

que Samuel, también

yo quiero oír

palabras que me buscan

con amor

y ponen luz en

mi interior.

Aquí me

tienes, dí,

Señor.

Aquí me tienes,

dí, Señor.

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Lo importante es estar en actitud de escucha. Por eso Samuel pudo decir a Dios: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Escuchar la voz de Dios es saber discernir en cada momento lo que es más conforme al evangelio. Para ello debemos poner los medios más conducentes: la oración, la lectura confiada del evangelio, la Eucaristía y otros encuentros eclesiales.

Habrá algún momento importante en la vida en que podemos sentir que Dios nos llama para algo grande, que nos dé sentido a la vida. Normalmente se tratará de llamadas sencillas, particulares; pero que deben llevar a un encuentro de Dios dentro de la comunidad.

Y no necesariamente cuando estemos rezando o en el templo, sino también en otros momentos.

Dios llama en muchos momentos de la vida. A unos más especialmente siendo niños, a otros en la juventud, a otros siendo adultos o mayores. No perdamos la ocasión. Lo peor es que Dios nos encuentra a veces dormidos o demasiado distraídos por lo externo.

No es tan fácil comprender la palabra de Dios. Hay quienes creen que Dios tiene que hablarles con plena claridad. Hay casos; pero normalmente no es así.

Necesitamos paciencia y consejo, porque no siempre se ve tan claro. Por eso hay que esperar y orar mucho para no equivocarnos en nuestra vida.

Hay algunos que dicen: “Si yo supiera lo que Dios quiere de mi vida…”

Las dos reglas son: Ponerse en oración y saberse aconsejar para que venga la luz.

El aconsejarse puede ser con libros, ver personas entregadas a Dios…; pero lo normal es a través de otras personas que han estudiado y están puestos para saber discernir. Hay algunos que tienen un don o carisma especial de discernimiento. El hecho de ponerse a mirarlo con esa buena voluntad, ya es una garantía de que Dios dará su luz para que se vea clara la llamada de Dios.

A veces no se escucha la palabra de Dios, porque la mente no se clarifica; se tienen las ideas demasiado oscuras. Pero otras veces es por falta de voluntad.

Todos tenemos alguna vocación, porque Dios siempre nos pide más.

Cuando se habla de vocación o llamada de Dios no se trata sólo de una llamada para el sacerdocio o la vida consagrada.

Por ejemplo: Cuando un hombre y una mujer se han casado, tienen una vocación de Dios para seguir unidos y “hasta que la muerte les separe”, si la unión la reciben con el sacramento. Pero hay que cooperar con la llamada de Dios. Porque Dios siempre nos pide más, después de la primera llamada.

A veces decimos que estamos disponibles para lo que Dios disponga, creyendo que nos va a pedir grandes cosas. Pero nos pide lo que tenemos entre manos: saber renunciar a posiciones egoístas, quizá renunciar a un estilo de vida muy nuestro, ponernos en las manos de Dios ante un futuro incierto.

Otras veces pensamos que no valemos, por ejemplo, para el sacerdocio o vida consagrada, porque hemos vivido un poco licenciosamente y sentimos demasiado el atractivo mundano o sexual. Por eso, cuando uno siente que Dios le llama a una vida más de encuentro con Dios,

hay que ponerse en las manos de Aquel que es “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”.

Normalmente Dios llama cuando hay una familia buena como la de Samuel.

Sus padres le llevaron al templo para consagrarlo al Señor.

Desde el fondo del corazón le digamos a Dios como Samuel; y como dice

hoy el salmo responsorial:

Aquí estoy, Señor,

Automático

para hacer tu voluntad

Aquí estoy, Señor,

para hacer tu voluntad.

Yo esperaba

con ansias al Señor;

El se inclinó y escuchó mi grito:

me puso en la

boca un canto

nuevo,

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,

y en cambio

me abriste el

oído;

Tu no pides

sacrificio expiatorio.

Entonces yo digo:

"Aquí estoy”.

Aquí estoy, Señor,

para hacer tu

voluntad.

Aquí estoy, Señor,

para hacer tu voluntad.

AMÉN