Dom ord 29 c

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Cicl o C

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Ciclo C

Un día le pidieron los discípulos a Jesús que les enseñase a orar, como Juan el Bautista enseñaba a sus discípulos.

Estaban pensando en una oración concreta.

Pero orar no es sólo recitar una oración por muy sublime que sea. Cuando los apóstoles le pidieron a Jesús que les enseñase a orar, era porque le veían en un diálogo íntimo con su Padre Dios.

Orar es sobre todo ponerse en

comunicación reverente y filial con Dios, es establecer un diálogo amoroso

con Él. Es, como decía santa Teresa, tratar de amor con

Quien sabemos que nos ama.

Orar no es sólo hablar a Dios,

sino hablar con Dios. Por lo tanto algo

importante, y más difícil, es

saber escuchar en la oración.

Rezar no es otra cosa que mirar alrededor y escuchar.

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Rezar no es otra

cosa que mirar

alrededor y

escuchar.

Rezar no es otra cosa que mirar

alrededor y escuchar.

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Por lo tanto lo primero que debe

haber en una verdadera oración es el amor. Porque donde no hay amor, no puede haber una

verdadera conversación.

Como sucede entre dos esposos o entre

dos amigos.

Pero, como ante Dios somos criaturas y débiles, debemos tener oraciones de petición. Jesús nos fue diciendo diversas cualidades para una recta oración. Hoy en el evangelio nos habla de la perseverancia.

Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les

propuso esta parábola: "Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario."Por algún tiempo se negó, pero después se dijo:

"Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no

vaya a acabar pegándome en la cara."Y el Señor añadió: "Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará

justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?"

Hay personas que se desaniman enseguida, si no consiguen pronto de Dios lo que piden. Hoy Jesús nos enseña a ser perseverantes, a insistir ante Dios, como la viuda de la parábola ante el juez injusto.

Como decía san Agustín: A veces Dios parece que no nos escucha: “O porque somos malos, o pedimos mal o pedimos cosas malas”.

Viene la dificultad y la pregunta: ¿Hasta cuánto hay que perseverar? Depende de lo que se pida y la manera con que se pida.

El pedir cosas malas quiere decir cosas que no nos convienen para la salvación eterna, o cosas imposibles, como el pedir que toque un número de la lotería, cuando otros están pidiendo por

otros números.

Mucho peor es cuando pedimos cosas que son en contra de otros, como el pedir en un deporte el que un equipo gane, cuando otros están pidiendo que gane el equipo contrario. O el hecho de un estudiante que pide salir bien en un examen, cuando en realidad no ha estudiado lo conveniente. Eso no debe entrar en asuntos de oración.

Lo que sí debemos pedir es la justicia, como pedía aquella viuda.

Y más, si la justicia es con mentalidad bíblica, que es la santidad, que nos llevará al Reino definitivo de Dios.

A veces se piden cosas difíciles, como puede ser la conversión de una persona. Depende de la disposición de éste; pero se necesita tiempo y quizá lágrimas, como santa Mónica pidiendo por la conversión de su hijo Agustín.

A veces creemos que hemos pedido con perseverancia,

pero nos hemos cansado enseguida.

Parece que tomamos a Dios

como algo mecánico sin buscar el

verdadero provecho espiritual y la

presencia de Dios en nuestro ser.

Lo importante es que la oración debe estar unida a la fe. Seguimos orando porque debemos seguir aumentando la fe y la confianza. Si Dios fuese como algo mecánico que da favores fáciles – y normalmente materiales- el amor y la verdadera entrega filial podría faltar en muchos. Por eso necesitamos perseverar: no tanto para que Dios se acuerde de nosotros, sino para que nosotros no nos olvidemos de Él.

La perseverancia suele estar en relación con la

fe. La virgen María no necesitó

perseverancia sino sólo

presentación de una necesidad

ante Jesús: “No tienen vino”.

Éxodo 17,8-13

Hoy en la 1ª lectura se nos

expone un ejemplo de

oración, que consigue el fruto inmediato ante

Dios. Los israelitas luchan,

la oración de Moisés les

sostiene. Cuando baja los brazos,

signo de no oración, pierden.

En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué: "Escoge unos

cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano”. Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras

Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel;

mientras la tenía baja, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la

puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.

Dios quiere que levantemos el corazón hacia Dios en muchos momentos de nuestra vida y pongamos en Él nuestros ojos y pensamientos, como en un monte de auxilio. Así nos lo dice hoy el salmo responsorial.

Levanto mis ojos a

los montes, de donde

me vendrá el auxilio.

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El auxilio me viene del Señor

que hizo el cielo y la

tierra.

El auxilio me viene del

Señor que hizo el cielo y la tierra.

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La oración es una actitud fundamental del creyente. Para quien no cree, la oración no tiene sentido, porque sería absurdo hablar ante la nada. Pero para el creyente la oración es el sustento, el alimento de la vida divina, vida que brota del encuentro del ser humano con el ser divino.

Pero, como dice Jesús al final: “¿Encontrará Dios esta fe en la tierra?”

Rezar es sobre todo amar, porque al mismo tiempo que le pedimos, debemos estar agradecidos por tanto que nos ha dado. Necesitamos perseverar para aumentar nuestra actitud de humildad y confianza y de escucha sobre su voluntad. Si así lo hacemos, ya hemos conseguido algo valioso, quizá más que lo que estamos pidiendo.

Estas oraciones a veces pueden ser de una forma ostensible y en grupo, porque ahí está Jesús, como Él nos dijo: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Pero otras muchas veces será muy conveniente y provechoso orar en particular y quizá donde no nos vean, según aquello que dijo Jesús:

Vosotros cuando

oréis, no uséis

muchas palabras,

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pues vuestro Padre sabe lo que necesitáis

antes de pedírselo.

ora en lo escondido,

y tu Padre, que está en lo escondido, te escuchará.

y tu Padre, que está en lo

escondido,

Y estará María, junto a Jesús,

recibiendo nuestra oración.

AMÉN