Dom ascensión b

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Más que un hecho concreto, al final de la vida de Jesús, celebramos el sentido de la vida de Jesús. Había descendido del cielo para salvarnos. Y ahora sube al cielo habiéndonos redimido y preparándonos un lugar para que nosotros un día le acompañemos.

La ascensión de Jesús va unida a

la resurrección. Es como una

consecuencia de ella. De hecho ya

al resucitar, Jesús está en el cielo,

está lleno de alegría. Sin embargo se

mostró subiendo y glorificándose,

porque es esperanza para

nosotros.

Una primera enseñanza que

nos da la Ascensión es que

debemos mirar más hacia arriba, hacia Dios, donde está nuestra meta,

nuestro futuro, nuestra ascensión

sin límites.

Estar con Dios es estar en tendencia de renovación, porque Dios irradia fuerza creativa: nos hace crecer, pues nos llena de aspiraciones cada vez más grandes.

Ese Dios trascendente se manifestó en Jesucristo. Viene a nosotros bajando para ayudarnos a subir. Ese hecho de la ascensión nos debe impulsar a mirar más hacia arriba, donde está nuestro Señor.

Una de las palabras que aparece más

en el evangelio, dicha por

Jesús, es la de “levántate”. Así a aquel

paralítico que estaba

postrado o a la mujer

encorvada.

O “levántate” que dice Jesús a la mujer que llora sus pecados o a la que estaba con fiebre en la cama o, sobre todo, a la niña muerta en su casa.

O levántate le dice al endemoniado o le dice al leproso postrado.

“Levántate” les dice Jesús a todos los marginados, o le dice a Pedro que había caído en las dudas o pecado; o le dice a Tomás caído en la incredulidad.

Jesús nos dice a todos que nos

levantemos. Nos da la mano. Nos enseña a subir al monte para orar.

Y un día nos dará la mano

para entrar en el cielo.

Hoy nos dice a todos: “levántate”

y no dejes de caminar, porque el camino es largo; pero yendo con Jesús nos lleva,

tras la ascensión, al reino eterno.

Automático

pero es mucho lo que falta

por andar.

que aún es mucho lo

que queda hasta el final.

Va muy lejos,

pon tus ojos más allá,

que aún es mucho lo que queda hasta el

final.

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El suceso de la Ascensión nos lo cuenta san Lucas en el principio de los “Hechos de los apóstoles”.

Es la primera lectura todos los años en este día de la Ascensión del Señor.

Hech 1,1-11Dice así:

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los

apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles

numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.

Una vez que comían juntos, les recomendó: "No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que

yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo." Ellos lo rodearon

preguntándole: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?" Jesús contestó: "No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los

confines del mundo." Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo

irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le

habéis visto marcharse."

Los apóstoles habían sido consolados durante aquellos días en que Jesús, antes de subir al cielo, les consolaba y les enseñaba más sobre “el Reino”.

Ahora la vida se les iba a hacer más difícil sin tener al Señor con ellos. Al marcharse al cielo, ya no les podría salir al encuentro en cualquier encrucijada de la vida.

Jesús iba a estar presente, pero de otra manera. Lo apren-derían cuando viniese el Espíritu Santo en Pentecostés.

Pero ahora ya tendrían que aprender a vivir sin el Jesús visible, sobre todo en la oración. Ya se lo había dicho Jesús desde la Última Cena.

Ahora son los ángeles, quienes de nuevo se lo van a decir. Se aparecen dos para decirles que no estén todo el tiempo mirando a las nubes.

Jesús es luz, es vida. Y eso quiere ser para nosotros. La Ascensión es como el remate final de la obra restauradora de Jesús. Vino a enseñarnos la dignidad y el valor de cada persona y ahora nos quiere comprometer en la construcción de un mundo más hermoso.

Jesús vino a encender un fuego que sube hacia lo más alto, vino a llenar la tierra de surtidores de agua que saltan hasta la vida eterna, vino a enseñarnos los luceros más hermosos del firmamento y a colgar del cielo las cadenas que ataban a los hombres.

Por eso la fiesta de la Ascensión es una fiesta de esperanza y de

optimismo. Jesús nos

garantiza la satisfacción de

nuestras ansias y proyectos.

Para ello debemos atender a los ángeles que, como a los apóstoles, nos dicen en este día: No busquéis entre los muertos a la Vida.

Automático

Cantad porque

la muerte

está vencida.

Cantad que

Dios es el

Señor Jesús.

No busquéis por las montañas ni los valles.

No lloréis

entre las sombras a la Luz.

Cantad porque la

muerte está

vencida.

Cantad que

Dios es el Señor Jesús.

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La Ascensión es una fiesta que nos estimula a mirar mucho hacia arriba, pero pisando en la tierra. Es decir, buscar el cielo, pero sin separarnos de la tierra. Y esto a veces es difícil, porque nos solemos pasar por uno o por otro lado.

Hay algunos, quizá no muchos, que se quedan, como entonces los apóstoles, mirando al cielo como de una manera boba, sin hacer nada de utilidad, la que es más importante y definitiva, aquí en la tierra.

Pero es cierto que son muchos más los que se quedan demasiado mirando hacia la tierra, sin preocuparse, muchas veces, de lo esencial y trascendental en nuestra vida.

Por eso debemos poner siempre nuestra principal atención en conseguir el cielo, mientras trabajamos en la tierra. Ese es el gran mensaje de la Ascensión. Jesús subió al cielo, pero sigue junto a nosotros en nuestro caminar. Así lo dice este himno de laudes:

No; yo no dejo la

tierra. No; yo no olvido

a los hombres.

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Aquí, yo he dejado la guerra;

arriba, están

vuestros nombres.

¿Qué hacéis

mirando al cielo,varones,

sin alegría?

Lo que ahora

parece un vuelo ya es vuelta y es cercanía.

El gozo es mi testigo, la paz, mi

presencia viva.

Que, al irme, se va conmigo

No; yo no dejo la tierra. No; yo no olvido a los hombres.

Aquí, yo he dejado la guerra; arriba, están

vuestros nombres.

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Hubo un tiempo en que se acentuaba

mucho la parte triste de la

Ascensión de Jesús, que es

la ausencia del Señor.

En realidad,

aunque se marchó,

permanece con

nosotros, sobre todo

en la Eucaristía.

Fray Luis de León hizo una poesía muy famosa expresando la nostalgia por la marcha de Jesús en la ascensión, que empieza así:

“¿Y dejas, Pastor santo,tu grey en este valle hondo, obscuro,con soledad y llanto; y tú, rompiendo el puroaire, te vas al inmortal seguro?”

Esta ausencia de Jesús queda superada por la presencia. Esta presencia está especialmente en la Eucaristía; pero está de muchas maneras, sobre todo por la gracia y el amor. Jesús les dijo a los apóstoles: “Sabed que yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”.

Jesús es el amor perfecto. Y no hay nada que pueda separar al ser amado, ni la misma muerte. Jesús, que es el verdadero amor, puede vencer todas las muertes y distancias. Él es el Enmanuel, Dios con nosotros.

Él está siempre con nosotros. Lo que falta es mucha fe, queremos ver y palpar, como decía santo Tomás. No nos fiamos ni de nuestros sentimientos o razonamientos. Recordemos lo que dijo Jesús “Dichosos los que crean sin haber visto”.

Jesús está entre nosotros, pero hay que descubrirle. Porque la presencia de Jesús no es tangible, pero sí es real y reconfortante para los que viven en la fe.

La presencia corporal de Jesús era limitada. La presencia espiritual es más íntima, más dinámica y más duradera. Y es verdadera.

Para quien tiene fe, llegará a sentir a Jesús presente como la luz que enciende nuestras noches, o la hoguera que alienta nuestro invierno, la fuerza que nos sostiene, la alegría y el amor que transforma nuestra vida.

Sin la presencia de Cristo todo sería diferente. Cuando uno está metido demasiado en el materialismo, es muy difícil mirar hacia arriba y es difícil comprender que todos somos aquí caminantes que vamos caminando hacia la verdadera patria del cielo.

Somos un pueblo que camina y juntos caminando podremos

alcanzar:

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Otra ciudad que no se acaba, sin penas ni tristezas, ciudad de

eternidad.

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Hay muchos que se instalan aquí en la tierra como si éste fuese el fin total. Pero estamos destinados para algo muchísimo mejor. San Pablo hoy en la 2ª lectura nos va indicando ese destino maravilloso y nos alienta a la esperanza para ir allá. Dice así: (Efesios: 1,17-23).

Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Esta lectura de san Pablo es como un canto exultante de un hombre enamorado de su fe. Es el canto de quien se ha encontrado con Cristo y no puede guardarse para sí tanta felicidad.

Dice que Jesús “ha sido sentado a la diestra de Dios Padre”. Es una expresión bíblica para decir que tiene la gloria de Dios.

Jesús está en el cielo y vela por

nosotros, para que también nosotros

con nuestro comportamiento en la vida miremos al

cielo y seamos capaces de buscarle

y encontrarle en nuestra misma vida.

Y vamos encontrando al Señor en nuestra vida cuando hacemos el bien, aunque nos cueste. Y cuando uno no se aprovecha de la necesidad del prójimo, aunque pueda hacerlo; o cuando uno es sensible al dolor del necesitado y sabe escuchar.

Al subir Jesús al cielo, como primicia nuestra, debemos pensar mucho más en esa ciudad que nunca se acaba, que está llena de gloria y felicidad, donde está Jesús esperándonos.

Porque es cierto que existe ese lugar, el cielo,

donde está Jesucristo. Allí nos

espera. Vivamos como Él nos indica

y levantemos el alma y el corazón

esperando abrazarle un día de

una forma más real.

Existe un lugar, un lugar muy bello,

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de bellas moradas, donde Jesucristo me invita a morar.

allí tu conmigo también vivirás.

pues donde yo moro,

En la casa de mi Padre hay moradas para ti.

AMÉN