Dom ord 13 b

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Ciclo B

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Ciclo B

Hoy en el evangelio se nos habla de dos milagros de Jesús, que se entremezclan, a favor de dos mujeres; la hija de Jairo y la hemorroísa.

Es interesante esto de a favor de dos mujeres, porque vemos cómo Jesús, a diferencia de aquella sociedad, trata bien y con respeto a las mujeres.

Hoy se nos habla de la resurrección de una niña de 12 años, hija de Jairo.

Así a la Magdalena, la samaritana, la cananea, Marta y María, y otras, como la adúltera.

Y en medio, o mientras van de camino, la curación de una mujer, de quien no sabemos el nombre, pero, por la enfermedad que tenía del flujo de sangre, la llamamos la hemorroísa.

Jesús vino para hacer el bien, y enseñarlo a nosotros. Y en hacer el bien no hay distinción de sexo o de edad. Lo que quiere Jesús es que haya fe. Esta fe no quiere Jesús que sea un creer como por magia, sino un creer unido al amor. Esto lo veremos en los dos milagros de hoy.

El evangelio de hoy comienza con la primera parte del gran milagro de la resurrección de la hija de Jairo, cuando éste va al encuentro de Jesús.

Comienza así el evangelio,

que es de san Marcos,

desde el v. 21 del cap. 5:

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: "Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva." Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.

Pero veamos ahora, y primeramente, lo que pasó con una mujer que sufría de flujo de sangre, una enfermedad que en cierto sentido apartaba de la sociedad, pues consideraba a la mujer como impura. Dice así el evangelio desde el vers. 25:

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: "¿Quién me ha tocado el manto?" Los discípulos le contestaron: "Ves cómo te apretuja la gente y preguntas "¿Quién me ha tocado?" Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud."

A la casa de Jairo iba Jesús

y una gran multitud iba tras Él.

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Y una pobre mujer llena de fe

no miró la multitud, fue y le tocó.

Haz tu cual la mujer que fue y tocó

el borde del vestido de Jesús.

Virtud salió de Él y ella sanó. Y si le tocas tu, sanas también.

Fui yo quien te tocó, mi buen

Jesús,

pues mi mal ningún doctor

pudo curar.

Cuando toqué tu manto,

mi Señor, sané.

Haz tu cual la mujer que fue y tocó el borde del vestido de Jesús.

Virtud salió de Él y ella sanó. Y si le tocas tu, sanas también.

Haz tu cual la mujer que fue y tocó el borde del vestido de Jesús.

Virtud salió de Él y ella sanó.

Y si le tocas tu,

sanas también.

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La enfermedad de esta mujer era considerada “impureza legal”. Eso era así durante los ritmos naturales, pero este caso era más fuerte aún (pues habla de 12 años, que significa plenitud). Estaba prohibido tocar o acercarse a una mujer en esas circunstancias.

Este milagro podemos decir que es un triunfo de la fe. Sin embargo, es una fe que Jesús

va a purificar.

Jesús no es que haya venido a hacer

milagros. Ha venido a dar la salvación.

Quiere que recobremos la

salvación, a veces la salud corporal, si nos conviene; pero sobre

todo la salud espiritual, que sí

necesitamos.

Jesús quiere hacer resurgir en nosotros la ilusión, el gozo y los deseos de vivir, allá donde había desesperanza y angustia. Jesús quiere decirnos como a aquella mujer: “Tu fe te ha curado”.

Para eso debemos tener fe, una fe unida al amor. Aquella mujer tenía fe: creía que Jesús la podía curar. No era una fe unida al amor; pero por lo menos sí unida al respeto.

Por eso, porque está considerada

como impura, no quiere

comprometer al Maestro y piensa que la bastará con

tocar el manto,

aunque Él no se entere.

A Jesús le ha bastado esa fe, pero quiere más. Por eso hace que se descubra la fe de aquella mujer para purificarla y para darnos a nosotros una gran lección.

No es lo mismo apretujar a Jesús

que “tocarlo” con fe. Muchos apretujan a Jesús en la Iglesia,

reciben sacramentos, se

llaman cristianos, pero no se

aprovechan de la presencia del

Espíritu Santo.

Y más en concreto: Muchos comulgan, reciben a Jesús de forma material, y sin embargo siguen tan amargados, cerrados sobre sí mismos, tan avaros y tan faltos de caridad.

En realidad no han

“tocado” con amor el Cuerpo de

Cristo. Comenta

San Agustín:

Ella toca, la muchedum-bre oprime.

¡Cuánto bien podríamos

obtener si le recibiéramos con mucha

fe!

Dice San Ambrosio: “Tocó delicadamente el ruedo del manto, se acercó con fe, creyó y supo que había sido sanada… Así nosotros, si queremos ser salvados, toquemos con fe el manto de Cristo.

El manto de Cristo son los sacramen-tos”.

Jesús siempre, en sus palabras y en sus acciones, buscaba hacer el bien.

Jesús no era ni oportunista ni curandero, sino que todo lo hacía por amor.

Ni oportunista ni curandero,

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Jesús fue amigo y fue maestro. Su gran milagro era el amor.

Él no vino a este mundo a hacer milagros.

Sólo vino a traer la salvación.

Y, si hacía prodigios, fue por mostrar su gloria

y hacer callarse al hombre duro de corazón.

Él no hizo milagros buscando aplausos;

Arrancó la miseria de cuantos la sufrían; no quiso recompensa en ninguna ocasión.

Ni oportunista ni curandero, ni demagogo ni embaucador.

Jesús fue amigo y fue maestro. Su gran milagro era el amor.

Su gran milagro era el amor.

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Y Jesús seguía acompañado de Jairo, quien pensaba ir hacia su casa con Jesús, pues creía que su hija estaba muy enferma.

Pero veamos lo que nos dice el

evangelio desde el vers. 35:

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: "Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?" Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: "No temas; basta que tengas fe." No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: "¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida." Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y dijo: "Talitha qumi" (que significa: "Contigo hablo, niña, levántate"). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Jairo tenía una fe incipiente: debía purificar su fe. Su fe al principio, como la de muchos, era como una fe hacia la magia. Creía que Jesús debería ir a su casa para que impusiera su mano sobre la enferma. Seguro que se curaba.

Seguro que Jairo, si hubiera sabido antes que su hija había muerto, no le hubiera dicho nada a Jesús. Eso pensaban los que le dieron la noticia.

Pero Jesús,

que escucha lo que

hablan, le quiere

acrecentar la fe.

La fe de Jairo se reafirmará más en Jesús por medio

de la conversación con

Él. Así también nuestra fe y

demás virtudes crecerán cuanto más tratemos en

intimidad con Jesús.

La tragedia de la muerte de su hija al final fue para Jairo una bendición porque pudo poner su fe en las manos de Jesús.

La frase de Jesús, al llegar a la casa de que “la niña no está muerta sino dormida”, puede explicarse un poco por la manera de hablar oriental en forma de metáfora o parábola. En realidad para Jesús nadie está muerto del todo.

Es símbolo de la humanidad

que parece muerta, pero

tiene esperanzas de

vida, la verdadera vida.

Si tuviéramos fe, ¡Cuántas cosas, que nos parecen perdidas, podrían levantarse!: Afectos, amores, esperanzas, ideales perdidos.

Dios es un Dios de vivos no de muertos. Dios no se recrea en la destrucción del ser viviente, sino que quiere la vida.

Esta es la gloria de Dios: la vida del hombre.

Así nos lo dice en la 1ª lectura el último libro del Ant. Testamento:

Sabiduría 1,13-15; 2,23-24

Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes. Todo lo

creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque

la justicia es inmortal. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo

a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la

envidia del diablo; y los de su partido pasarán por ella.

Para los israelitas en general, antes de venir Jesu-cristo, creían que Dios premiaba a los buenos y castigaba a los malos; pero en este vida.

Para después de la muerte creían en el “Sheol”, que era como un lugar de fantasmas.

El tema de la muerte cuestionó desde el principio al ser humano.

Ya en los últimos libros del Ant. Testamento se dice que la muerte no es un castigo, sino algo necesario en esta vida imperfecta.

Fue Jesús, como Hijo de Dios, quien nos enseñó que esta vida no es el final, sino un paso y una prueba: que no nacemos para morir, sino que morimos para VIVIR la vida eterna.

Dicen que nacemos

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Esta es nuestra fe. Hoy nos enseña el evangelio, a través de estos dos personajes, la hemorroísa y Jairo, que la fe debe ser viva y unida al amor.

La hemorroísa supo encontrar en

Jesús al amigo que apreciaba su

humildad y delicadeza para

ponerla de ejemplo como entrega y

deseo de vida en la voluntad de Jesús.

Jairo que, siendo hombre de cierta importancia, jefe de la sinagoga, buscó la ayuda del Señor, casi en plan de magia; pero supo superar su fe casi en contra de toda esperanza.

Muchas veces repetiría esas palabras de Jesús, dichas en su lengua original, el arameo, de modo que el evangelista Marcos las realza: “Talita Kum”.

A san Pedro le impactó la orden de Jesús sobre aquella niña de 12 años muerta para que se levantase de la

muerte.

Todos las necesitaremos, más o menos. Que hoy las sintamos en nuestro corazón y nos levantemos para tener más vida.

Terminamos recordando ese llamado de Jesús a

aquella niña: Talita

Kum.

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que yo soy la vida y la resurrec-ción.

Jairo se llamaba el hombre. ¿Cómo lo voy a olvidar,

si entre todos esos hombres lo podría yo encontrar?

Jefe de la sinagoga, cuando tu hija se enfermó, sin temor y sin demora recurriste al Señor.

Mi hija tiene doce años, de salud está muy mal. Ven a casa, te esperamos.

Tu, Jesús, la salvarás.

y el Señor compadecido quiso hablarle sólo a él:

Jairo muy entristecido, ya no supo más qué hacer,

Acercándose hasta ella, de su mano la

tomó y, diciendo dos palabras, la

niñita se salvó.

Con María en el cielo.

AMÉN