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Pedro Parra V. BA~MO DE FlJE'GO

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Pedro Parra V.

BA~MODE FlJE'GO

Pedro Parra V.

Bautismo

de Fuegodel proletariado pernano

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LIMA - PERU

1969

~ Habana,f~br@ro 9,1969AjO DEL ESfUElllO DJ::CISHO

Estiaado co~~añ~ro:

Por unanimid~ct'J una vez producido su v.redict~,sat. Jl~do de Eneayo h~ r96ue~to quebrantar la regla que prescri­b. reapQt~r el ~noniaato de un concursante en caso de que eu tr~- ;bajo no sea t",nido en cuent:#•..Ha pedido entonces a 1$0 Caza de 1&#AllIlirica!!!su id&11r,tfic~ci6n.y.afll. translnitirh la silllpada con .qll"h~~oe leído su aDra y ~nt~r~rlo d. que,ai bien la h.~oe conBid.~do no cncundr~d~ de~tro de la ostrictoz con que ~e debí2 juzgarlos envioa,noa'cr6~~os en la obligaci6n de testimoni~le nuestr~adairaci6n por la ailitAQcia personal que sa evidencia Gn el tr~cajo y por la forma· en qu~ usted ha subido pro8orvar eu juventudde espíritu y ae puntos de vista.

Ejerciendo nuestra tar.a,en esta oport~idad,dentro da una Revoluci6n cub~ dirigida por j6venes,prcced6m03sin emDar¿o de paísee donde las vieja8 generaciones de la izqui~r­da y las vangu.l!rdias polfticas parecen haberse anquilosado en lo.stentaciouas de la inacci6n o d~l pacto tlcito con la burgucs1a. L&posibilldad.qu~ Cuba permite.de coaparar ambas aituacion~a.noB hahecho apreciar doblemente una actitud vital co~o la Buya,donde ~~noble y prolongada tar~a d. superación y militancia se co~fundcncasi con la historia sind~cal dol Pe~. Tal identificaci6n mU~v.por si 601& al respeto. Si ee le agrega,ademis,Su voluntad de r~l!\UIlI.1r al l'iD;liela jornada "'cuerdo·g y experiencias ,ereamea 'lU<ll daaLgún modo el Jurado d~b1a p~cer18 presente un r8conoc~ionto por.Sil. ltcci6n.

La excepcionalidad de esta c~rta -cuando ningun~dispoa~c16n no~ obl1ga.e~ caso de no considersr UD trabnjo,a c~munieamos con el autor- le probari cabalmente la ~anera en qu~hemos examiu&do BU 8Jnmplo. K~iter~ndole nueftra !r~tern~ s~pa­tia,le hacemos llegar -en intención que no ti~e que ver con 1&3ideolog!as par~onnlas de lo~ juraaos- la vieja palabra para ua­ted tan f~ili~r y que expresa nuestros M~Jor.s aUVlrioe.

rlU.liJ,.N llAllli IRO

Af'rO DEL ESFUERZO DECISIVO

La Habana, febrero 9, 1969

Estimado compañero:

Por unanimidad, y una vez producido su veredicto, esteJurado de Ensayo ha resuelto quebrantar la regla que pres­cribe respetar el anonimato de un concursante en caso deque su trabajo no sea tenido en cuenta. Ha pedido entoncesa la Casa de las Américas su identificación, para transmitirlela simpatía con que hemos leído su obra y enterarlo de que,si bien la hemos considerado no encuadrada dentro de la es­trictez con que se debía juzgar los envíos, nos creemos en laobligación de testimoniarle nuestra admiración por la mili­tancia personal que se evidencia en el trabajo y por la for­ma en que usted ha sabido preservar su juventud de espírituy de puntos de vista.

Ejerciendo nuestra tarea, en esta oportunidad, dentrode una Revolución cubana dirigida por jóvenes, procedemossin embargo de países donde las viejas generaciones de la iz·quierda y las vanguardias políticas parecen haberse anquilo­sado en las tentaciones de la inacción o del pacto tácito conla burguesía. La posibilidad, que Cuba permite, de compararambas situaciones, nos ha hecho apreciar doblemente una ac­titud vital como la suya, donde una noble y prolongada tareade superación y militancia se confunden casi con la historiasindical del Perú. Tal identificación mueve por sí sola al res­pecto. Si se-le agrega, además, su voluntad de resumir al finde la jornada recuerdos y experiencias, creemos que de al­gún modo el Jurado debía hacerle presente un reconocimien­to por esa lección.

La excepcionalidad de esta carta -cuando ninguna dis.posición nos obliga, en caso de no considerar un trabajo, acomunicarnos con el autor- le probará cabalmente la mane.ra en que hemos examinado su ejemplo. Reiterándole nues­tra fraternal simpatía, le hacemos llegar -en intención queno tiene que ver eon las ideologías personales de los jura­dos- la vieja palabra para usted tan familiar y que expresanuestros mejores augurios.

Salud

(Firmado) - Rubén Bareiro; Sergio Benvenuto; Hans-Mag­nus Enzensberger; Carlos María Gutiérrez; Osear Pino Santos.

NOTA DEL AUTOR

Hace algún tiempo, unos 80 hombres se reunieron en ellocal de Sociedades Unidas, con el objeto de rendir homenajea la memoria de Delfín Lévano, en un aniversario de sufallecimiento. Se trataba de hombres canosos o calvos, elmenor de los cuales ya se ac~rcaba a los 60 años.

La reunión adquirió, de hecho, una especie de reen_cuentro y de añoranza, por inquietudes compartidas, de es­fuerzos y hasta de sacrificios comunes, que se realizarondurante la juventud de todos ellos, sembrando, digámosloaSÍ, ideas nuevas en el Perú, de rebeldía contra la injus­ticia, de reclamaciones obreras y populares.

Es claro que el homenaje a Lévano pudo haber sidorendido por una más nutrida concurrencia, pero su prin­cipal organizador, Carlos Barba, sólo invitó a los que te­nían condiciones de pioneros. De manera que el acto serealizó sólo con los que, en una u otra forma, habían ac­tuado al lado de Delfín, en la lucha por la conquista de lajornada de 8 horas y, sobre todo, durante la época de lamilitancia anarquista, de la que Lévano era indiscutible jefe,no obstante que nunca se le dio ese título, pues los anar­quistas no eran dados a reconocer jefaturas.

La mayoría conservaba su condición de trabajadores,obreros, choferes y otros oficios, pero también habían losque tenían destacada actuación en la política, el comerCiOo la magistratura. Precisamente uno de estos últimos, elDr. Erasmo Roca, a quien nos referiremos más adelante, fueuno de los oradores. También estuvo el autor de esta obray Francisco, nombre supuesto éste, creado por el autor ycuyas vicisitudes y acciones se exponen en todos los capí­tulos que siguen.

Pero conviene anotar que esas vicisitudes de Franciscoeran comunes a todos los anarquistas y mucho peores, aveces, como ocurrió con Reynaldo Aguirre, a quien mataron

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unos hampones, para robarle, y sólo le encontraron 0.20 cenotavos.

La lucha era dura. No sólo había que enfrentar a lospatrones y a los policías, sino también al hambre.

En momento oportuno se me acercó Barba y me pre·guntó, bromeando:

-¿Cuántos siglos podrían contarse aquí, sumando laedad de todos los presentes?

-Muchos -respondí-, seguramente un número mayorque el de la historia escrita de la humanidad. Pero eso noes 10 más importante. Me parece interesante destacar la obragenerosa de estos hombres, de manera escrita, para queperdure, como ejemplo.

-¿Y por qué no lo haces -me respondió Barba-. Des·de entonces esa idea ha anidado en la mente del autor comouna tarea por hacer, y hoy día, al verla por fin realizada,la entrego a la generosidad de los trabajadores, con laesperanza de que pueda servirles de algo.

Hoy día el movimiento sindical es enorme, pues abarcaq los gremios de todas las actividades y hasta los señoresprofesionales, que antes se burlaban del movimiento obre~ro -("son cosas de la plebe") decían-, y los mismos pe­riodistas, que tanto lo combatían, tienen ahora sus propIasorganizaciones de defensa.

Pero débese reconocer que todo esto ha sido posiblegracias a la acción abnegada iniciada hace más de 60 añospor unos hombres con sentido de lucha y organización, mu­chos de los cuales ya han pagado su tributo a la vida, yotros, los sobrevivientes, se reunieron un día para rendirhomenaje a la memoria de Delfín y a todos los compañerosque ya no 10 son en la acción o en la vida.

Pedro PalTa V.

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PRESENT ACION y GLOSAS

..Pedro Parra, veterano dirigente sindical y escritor auto­didacta, ha recogido en este opúsculo, escrito cuando se ha·llaba ya a punto de vencer los 70 años de su edad, las expe­riencias personales que obtuviera en el transcurso de las pn­meras batallas libradas por la clase obrera peruana en el ac­cidentado, áspero y tanteante camino hacia su emancIpacIón,y que, en razón de coincidencias históricas y de identidad deintereses, se halla inseparablemente vinculado al pFocesode la liberación de todo nuestro pueblo. Y lo ha hecho demanera dinámica, documentadamente y con amenidad, almodo autobiográfico, aportando así un novedoso procedi­miento a la magra y desperdigada literatura proletana escn.ta por proletarios, de que es posible disponer en el Perú.

Parra evoca los episodios más prominentes de lo quepodríamos llamar el bautismo de fuego del movimiento S 111­

dical peruano, aquellos en los que el enjuto proletariadonacional se hizo presente en la arena de la contienda social,doctrinariamente inmaduro, es cierto, pero demostrando cla­ramente su coraje y espíritu de lucha.

Correspondió, pues, al joven Francisco -en el queno se hace difícil descubrir al propio Parra-, incorporarseal entonces naciente movimiento de entraña sindical, enmomentos en que la transformación del capitalismo extran_jero en su fase monopolista, vale decir imperialista moder­na, y la exasperación de sus formas de avasallamiento, obli·gan a la clase obrera a remozar sus antiguos e inoperantesmétodos de lucha y al olvido definitivo de su estirpe colo'nial y obrajera, aferrada aun entonces a las asmáticas so­ciedades de auxilios mutuos.

A incitación mía y violentando su modestia, Parra seresolvió a enviar, aunque a deshora, este trabajo suyo al yapor tantas razones afamado concurso literario promovidopor la Casa de las Américas, de Cuba, en el género de ensa-

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yo. Y, si bien el jurado no pudo tomarlo en consideraciónpara esa finalidad, por hallar que no encajaba "dentro dela estrictez con que se debía juzgar los envíos", sus cincomiembros acordaron unánimemente infringir, por esta vez,"la regla que prescribe respetar el anonimato de un concur­sante en caso de que su trabajo no sea tenido en cuenta",para testimoniar al oscuro autor septuagenario, su admira_ción por la forma en que "ha sabido preservar su juventudde espíritu y de puntos de vista".

Es más. En uno de los párrafos de la nota dirigida aParra, y que suscriben solidariamente los cinco miembrosdel jurado -un alemán, un paraguayo, dos uruguayos y uncubano-, explican y justifican las motivaciones de su de·cisión singular, al tiempo que desechan cualquier sospechade interferencia en sus determinaciones de especiosos pre_juicios generacionales: .

Ejerciendo nuestra tarea -escriben-, en esta opor­tunidad, dentro de una Revolución cubana dirigida porjóvenes, precedemos sin embargo de países donde lasviejas generaciones de la izquierda y las vanguardIaspolíticas parecen haberse anquilosado en las tentacio­nes de la inacción o del pacto tácito con la burguesía.La posibilidad, que Cuba permite, de comparar ambassituaciones, nos ha hecho apreciar doblemente una ac.titud vital como la suya, donde una noble y prolonga­da tarea' de superación y militancia se confunde caSIcon la historia sindical del Perú. Tal identificaciónmueve por sí sola al respeto. Si se le agrega, ademássu voluntad de resumir al fin de la jornada recuerdosy experiencias, creemos que de algún modo el Juradodebía hacerle presente un reconocimiento por esalección.

Será, pues, de esa manera cómo, si Pedro Parra no obtu'va el primer premio para su composición -bien ganado,

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ciertamente, por otro peruano movilizado, el escntor y guerrillero Héctor Béjar Rivera, doctorado en la ergástula deSan Quintín-, le cabe sí el honor y la satisfacción de os·tentar, en los años postreros de su vapuleada existencia, unapresea que vale tanto como el mejor galardón, imposiblede obtener en el pasado por alguien que, como él, carecede títulos universitarios, oficiales y académicos, para avalarc.u quehacer de escribir, lujo reservado en países de cerra·dos privilegios como los nuestros, a las gentes doctas, sesu­das, pulidas e iniciadas en los recónditos "misterios" quese agazapan en los procedimientos literarios.

Pedro Parra procede, como la abrumadora mayoría delos obreros peruanos de su generación, del campo, del agro,de la tierra. En su condición de trabajador agrícola, dejódesde niño sus primeras energías en las tareas que realIzacon sus propias manos, o a 10 más con la prolongación deéstas: la azada, la hoz o el machete. En contacto con latierra aprendió las duras lecciones de todo explotado, ad·quirió sus costumbres, moldeó su género de vida y forjósu conciencia matinal.

A los años, impelido por el mismo impulso que muevea todo campesino para marchar a la urbe, a la ciudad, enbusca del salario obrero, se traslada a Lima. En el tallerde fundición al que ingresa en el puerto del Callao, comoayudante de mecánico, enfrentado a las máquinas, tendráque hacerse diestro en su manejo si es que quiere progre.sar. El solo esfuerzo de sus músculos no será ya suficiente.Comprendiéndolo así es que, en sus escasas horas libres, con.curre con otros adultos de parecida extracción, "a una es­cuela nocturna que funcionaba en los altos del Mercado, enla que tomaba clases de castellano, aritmética y dibujolineal"

Es harto diciente que en este aspecto de la instrucción,el Estado oligárquico.feuda1 se mostrara comprensivo y di·

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ligente. Si su preocupación por el desarrollo de la educaciónen cualesquiera de sus formas era nula en el inmenso hinter'land andino y serrano, donde los siervos de los latifundiosno necesitan saber leer y escribir para hacerlos producirmediante procedimientos primitivos, algunos de ellos here­dados al incario; en los centros de concentración obrera, enlas poblaciones aledañas a las haciendas y factorías, demos­traba un desusado interés por ciertas formas de capacita­ción de los asalariados, las estrictamente necesarias para quese pusieran al servicio de las máquinas, sus nuevos patrones.Los medios mecánicos de producción son costosos, exigentes,delicados. No pueden ser confiados a campesinos analfabe·tos, embrutecidos por el consumo de la coca y el alcohol.Hacerla, a más de contraproducente, resultaría antieco­nómico.

Cobra interés recordar que en el trance de preparaciónde la primera guerra mundial, la cada vez creciente de­manda, por las grandes potencias que intervendrían en elconflicto, de productos agrícolas estratégicos y para la ali­mentación -algodón, azúcar-, se tradujo en un apresuradorelevo de propietarios de los ingentes latifundios de la Cos­ta, en su mayoría condes y marqueses descendientes de losencomenderos, ausentistas como éstos y sin preocupaciónalguna por superar los viejos y rudimentarios métodos deexplotación de sus heredades. Su única intranquilidad con­sistía en asegurarse una renta fija que les permitiera sos­tener su existencia muelle y parasitaria en las grandes ca­pitales europeas. De ese modo, los antiguos y campanudosapellidos de origen español fueron en gran parte sustitUIdospor otros de complicada fonética -Gildemeister, Albrecht,Grace-, pero detrás de los cuales se movían capitanes deempresa, emprendedores y prácticos, afanados en intensifi­car la producción de las haciendas mediante sistemas inten·sivos, modernos, mecánicos y técnicos. Consecuentemente,el siervo indígena, el comunitario, el yanacón, tenían que

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ser reemplazados por el obrero, en la medida en que la ca­rreta lo era por el decauville. Tal transformación súbita enlos métodos de cultivo y de las instalaciones e implemen­tos, alumbra el "patriótico empeño" del gobierno civilistade José Pardo -propietario él mismo de la hacienda Tu.mán-, para extender la instrucción pública en dimensiónhasta entonces desconocida. Fue por eso que "la educacIónempezó a orientarse hacia una tendencia práctica. Pardoinauguró la Escuela de Artes y Oficios ... , se instalaron es­cuelas nocturnas para obreros ... , escuelas industriales ... ,escuelas de comercio ... , y se contratan profesores belgas yalemanes" .

En cuanto a ideas y doctrinas, la cosa era diferente.Se consideraban suficientes los cursos elementales de reli­gión, para domesticar los espíritus, y de educación cívica,para disciplinarIos bajo la sagrada fórmula de "Orden, Pazy Trabajo". Como para entonces no se habí·a producidoaÚn la revolución rusa, y no se podía hablar del "orode Moscú", desde la escuela, el púlpito, el periódico, el cuar­tel, el libro, se inculcaba el odio a Chile. Y el sanbenito detodo inconforme era en el Perú el de "vendido al oro chile­no" de la misma manera que en Chile el de "vendido al oroperuano". Resulta curiosa la paradoja de que fuera un anar­quista como González Prada, quien se encargara de mante­ner vivo e hirviente el sentimiento revanchista hacia Chiley el odio vesánico contra los chilenos.

Será en esa atmósfera enrarecida que Pedro Parra, obre­ro mecánico, joven e insumiso, comience a revisar el suma­rio bagaje de sus conocimientos, experiencias, ideas y pre·juicios, en afortunado contacto con el grupo anarquista deLa Protesta y en relación con sus más prestantes líderes,señaladamente el obrero panadero Delfín Lévano y los car­pinteros Nicolás Gutarra y José Montano. Lo que le falta­ra para su formación lo obtendría a través de la participa.ción beligerante en las luchas sociales, en la escuela msus­tituible de la acción y bajo el signo de la corriente anarco­sindicalista.

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Sería sencillamente infantil suponer que en un país reza­gado como el nuestro, el proletariado incipiente, ayer nomás campesino, hubiera podido afrontar su destino provis.to ya de una ideología propia, celoso de su independenciacomo clase social específica, sagaz en la elección de susaliados y plenamente consciente de su smo histórico.

Nada de extraordinario tiene, pues, que en el Perú 10

hiciera bajo la inspiración de las tendencias anarqi.1istas en­tonces en boga en los países más atrasados de Europa -Ru·s:a, ESlJaña, Italia-, y en los más adelantados de AméricaLatina-Argentina, Uruguay, México, Chile-o El año 1912llegaron al Perú el italiano SpagnoIli y el argentino Gustine­lli, robusteciendo esa corriente.

Independientemente de la conciencia de sus creadores ysostenedores, las doctrinas anarquistas o libertarias se ori­ginan en circunstancias en las que los métodos capitalistas·de producción y de explotación de la mano de obra, al ad­quirir un ritmo cada vez más creciente, impelen a un ampliosector de pequeños productos individuales libres a abanodonar SLlStradicionales condiciones de existencia, obligán­dolos a pasar bruscamente del taller artesanal o de la par.cela comunitaria a los modernos centros de trabajo, en losque las máquinas asientan su imperio.

El artesano que se siente forzado a renunciár al tallerdesde el que llenaba sus necesidades primarias y las de lossuyos, en condiciones poco menos que patriarcales, sin estarsometido a salario ni patrones, para incorporarse a la fá­brica o a la hacienda mecanizada, añora su pasado inde­pendiente, se desespera y protesta por su sojuzgamiento,precipitándose de un salto -propio de las mentalidades pe·queño.burguesas-, de la pasividad en la que venía vege'tanda al afán por alcanzar una libertad irrestricta en unasociedad ideal, concebible sólo en los dominios de la utopía.Por su fiero individualismo, el anarquista no es en realidadsino un liberal desorbitado. Ironizando, Jorge Plejanov pre-

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decía que al triunfo de una revolución anarquista, sus úni­cas normas serían "las siguientes: Primera, todo el mundopuede hacer lo que mejor le parezca; segunda, nadie estáobligado a cumplir con el precepto anterior.

El anarquismo como tal, despreciaba las reivindicacionesinmediatas y mínimas de ia clase obrera. Aceptó incorpo·rarlas a regañadientes, a través de su versión anarcosindi·calista, pero declarándose enemigo encarnizado de toda ac­ción política. Es en proporción a ese ardimiento que susmás exaltados gerifaltes han terminado encharcac1,osen lapeor de las politiquerías. Primo de Rivera, en España, yMussolini, en Italia, reclutaron entre ellos a sus más conspi­cuos seguidores. En el Perú, el caso más clamoroso lo constI­tUYeel protagonizado por el jerarca sindical aprista ArturoSabroso Montoya, desaforado e intransigente anarcosindica.lista de los años veinte. Su "neutralismo" político ha llega­do a convertido en el más rabioso enemigo de la claseobrera. Luego de un alto impúdico en las tiendas sánchez­cerristas, calentó curules como diputado Y senador apnsta,detentó elevados cargos Y representaciones, viajó repetidasveces el extranjero en misiones oficiales y, desde su POSI­

ción actual de Concejal del Ayuntamiento de Lima, ha participado activamente en la política entreguista de su partIdoa la International Petroleum Company. y no se crea que el"caso Sabroso" es único. En los primeros días de nOVIem.bre de 1968, el cronista necrómano Luis Alberto Sánchezpronunció un discurso ante la tumba recién abierta de unode aquellos especímenes:

Los fundadores del Apra -dijo-, fueron casi to­dos antiguos anarcosindicalistas; de ahí nuestro en·tranque con González Prada, nuestra primigenia sinto­nÍa con Trotski, nuestra devoción por la libertad C011

minúscula y con mayúscula. Por eso, aunque el apns­mo disciplinó a sus miembros, jamás quiso ser U1J

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rebaño piramidal; organizó profundamente organismosverticales, de acuerdo con la función común, a fin deconcertarlos, respetando la libertad de cada sector, enuna aspiración y propósito coincidente.

Sobra decirlo, pero esa "organización de organismosverticales", con el auxilio de "antiguos anarcosindicalistas",fue tarea cumplida también magistralmente por Mussolinie Hitler.

Pero sería faltar a la verdad y perpetrar una f1agt~nteinjusticia, si no se dejara establecido que entre los anarco­sindicalistas de la generación de Sabroso, que se dejaronseducir por las fascinaciones del aprismo, se produjeron reac­ciones de tardía dignidad. Alberto Fonkén, el gallardo com­pañero de Lévano, Gutarra y Barba, en las grandes jornadasde los años 18 y 19, purgó su error despedazándose el crá­neo de un pistóletazo. Marcial Rossi Corsi cayó acompaña.do de un pequeño hijo suyo, bajo las balas asesinas delpartido "vertical", por tener la osadía de usar "la libertadcon minúscula y con mayúscula", discrepando de las arbi­trariedades del Jefe Máximo, convertido ahora en el direc­tor supremo de las relaciones públicas de- la InternationaIPetroleum, del Pentágono y el CIA.

Que no fuera Delfín Lévano, la generación precursoraa la que pertenece Pedro Parra, integrada por obreros au­ténticos que aspiraban a difundir sus ideas turbulentas, ade­más de hacerla en la arena candente de la acción y de laorganización, escribiendo, careció de maestros, de guías, deespíritus señeros que la estimularan, alentaran y aleCCIOna­ran. Años más o años menos, José Carlos Mariátegui perte­neció a'-esa generación. Pero a más de proceder de otrolinaje, su obra rectora y suscitadora no comienza a reali­zarse sino a partir de su retorno de Europa, en el mes demarzo de 1923. Uno que otro estudiante, como Erasmo Rocay Juan Manuel Carreño, los primeros universitarios en acer-

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carse al movimiento obrero revolucionario, al anarcosmdi­calismo y a la redacción del periódico La Protesta, conclu­yeron acampando exitosamente en los predios de la PatriaNueva de Leguía, versión abreviada del populismo demagó.gico de Billinghurst al emprender sus primeros pasos, paraculminar a breve plazo en el más representativo y dilatadode los despotismo s ilustrados que ha soportado el Perú.Hablando en términos generales, la inquietud, la intranqUI"lidad, la insumisión del estudiante, terminan con la obten·ción de la patente de corso que otorga la universidad.

Lévano era diferente. Hijo de un obrero que abrazaraya para siempre los ideales anarquistas, luego de asquearsede la política criolla en el transcurso de su breve y esperan­zado tránsito por las filas pierolistas; creador del primerorganismo de corte sindical que se estableciera en el Perú-la Federación de Panaderos-, y no extraño a las letras,Delfín Lévano, panadero como el padre, se acunó en el cálidoambiente de las nuevas tendencias, abrió los ojos y al1men:tó sus potencias en un raro hogar en el que desde muytemprano habían sido entronizadas la insatisfacción y larebeldía para no ser desalojadas jamás. Hombre sensibley alerta, sacrificado, combativo y honesto, supo mantenerhasta la hora de su muerte, en edad ya provecta, que es eltrance en que recién puede considerarse realmente cerradauna biografía, sus calidades de maestro incorruptible dedignidad, pureza, abnegación, desprendimiento y energía.Lo que él escribiera en los numerosos periódicos que fundó,animó y dirigió; en las innúmeras hojáS volantes, manifies­tos y follet!os, que salían de su pluma infatigable, sin sus·traerse ni emboscarse, 10 hacía con su propia sustancia yrefrendándolo invariablemente con su ejemplo prodigado apleno sol. Y aún le quedaban tiempo y ánimo para compo­ner canciones, modular versos, preparar pequeñas obras deteatro y hacer música, no para divertirse y divertir y comouna "finalidad sin fin", sino como medios auxiliares de ve-

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hiculizar su ardiente credo, como 1ubricantes de sus ideas,para que éstas pudieran penetrar insensiblemente, sin pro­vocar resistencias, en los cerebros encallecidos de prejui­cios. Claro está que él, un combatiente de avanzada, unagitador de multitudes, no se empantanaba en preocupaciO­nes estetistas y frívolas ni en hacer encajar su tímido estropoético en las complicadas, hedonistas y difíciles hormasde los ronde1es, trio1ets, ba1attas, rispettos, villanelas, cuar­tetas persas, y otros envases importados, que él no era unjuglar de minorías selectas, un solitario ni un miniaturista,sino un soldado de tropas de choque, el abanderado de unanueva clase social -su 'c1ase-, empeñada en "conquistar elcielo", como diría Marx, y en "armar su sufrimient;", co­mo 10 enseña Vallejo.

Si bien Lévano no pudo sacudirse del todo de la menta­lidad liberal y pequeñoburguesa, y del sentimentalismo con­comitante, que 10 llevó a rotular a uno de sus periódicoscon el membrete de Armonía social, o a nominar con el títu­lo de Luz y Amor al grupo ácrata del Callao, el movimientoperuano de la primera época, la inicial, si se quiere la másenrazada y batalladora, le debe mucho de lo que tuvo dealtivo, pujante y limpio. Sería arbitrario e injusto enrostrar­le a él -un obrero que si siquiera pertenecía a los régistrosde una industria fundamental sino a los de una, en aquellos'!:iempos,apenas diferenciada de la artesana1-, sus debilida­des ideológicas, su nebuloso pensamiento político, su sim­plismo doctrinario, sus lagunas, cuando coetáneamente unintelectual de mentalidad y de formación europeas, que aspí­raba al caudillaje de multitudes, como Manuel GonzálezPrada, ignoraba o desdeñaba a Marx. De prestar crédIto aCossío del Pomar, primo, biógrafo y dictáfono, de Haya dela Torre, todos los anarquistas eran "antimarxistas como loha sido González Prada". De creer a Luis A. Sánchez, bio_grafioso y cronista alimentado con el afrecho de la PatriaNueva, el autor de Minúsculas había leído "Das Kapital".

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En todo caso pasó por sus páginas olímpicamente, sin otor­gar a Marx la calidad de uno de esos "pensadores o solitarios"de los cuales venía, al decir de González Prada, como una nue­va lengua de Pentecostés, "el soplo de rebeldía que remuevehoya las multitudes". Para él el filósofo, pensador y econo­mista, fundador del socialismo científico, no pasaba de serun "agitador". La única vez que 10 alude -en un artículovolandero titulado AntipoIíticos, publicado en 1907-, dice deél, sin nombrarlo, que era "uno de los grandes agitadoresdel siglo XIX". Y 10 olvidará para siempre. Esto, cuandoya siete años antes, un ciudadano que no era pensador, eru­dito, poeta, lingtiista, ni aspiraba a encabezar multitudes,como Santiago Giraldo, había proclamado al socialismo ea.mo "la cuestión capital del siglo", como la "fórmula delprogreso del siglo XX'. Y entre estudiar las nada nuevasdoctrinas sociales que inquietaban al mundo, desvelarse porrealizar el acucioso examen de la impenetrada realidad na­cional y de los grandes problemas sociales que abrumabanal país, desde una posición moderna, como 10 haría de sulado, verbigracia, Francisco García Calderón con su Perúcontemporáneo, en 1907, González Prada prefirió poner elmar de por medio durante casi dos lustras, en evidente fu·ga de la mezquina realidad inmediata de su patria, sumer­giéndose en el estudio de las lenguas orientales, bajo laégida del exquisito Renán, en el Colegio de Francia. El au­tor de Exóticas dedicó al pretenso fundador de una nuevareligión, un extenso estudio. Y a Europa se marchó GonzálezPrada, llevando en su equipaje la presidencia del partidopolítico que fundara -la Unión Nacional-, inaugurando asíla curiosa moda -seguida después por su discípulo Hayade la Torre-, de dirigir sus mesnadas desde las lejanas ca­pitales del Viejo Mundo. ¡Pensar que por esos mismosaños, otro prosista incomparable, otro poeta esencial, otrocreador de belleza -José Martí-, sacrificaba la estética a laconducta, cayendo acribillado en la empresa de libertar a

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su pueblo de opresores! La inactualidad política y doctrina­ria de González Prada determinaría, tiempo más tarde, superplejidad, su desconcierto y su silencio, al producIrse larevolución rusa de octubre, estremeciendo aun a los espí­ritus más templados y tibios. Director entonces de la Bi·blioteca Nacional, no se pronunció sobre la primera revo.lución socialista triunfante, ni siquiera anónimamente o conpseudónimo, que era su manera de afrontar los hechos es­cabrosos. Sería tal vez porque ya para entonces había reco­nocido "su remota y ya difunta ambición de haber sido unconductor de masas" -la evocación es de Sánchez-, para.lizado en la posición negativa de terrible demoledor y críticoque fue.

Inútil resulta decir que González Prada ni siquiera sos­pechó la existencia del fenómeno del imperialismo, que ope­raba ante sus ojos, en momentos en que un escritor -JulioBaudouin-, y un músico -Daniel Alomía Robles-, perua­nos ambos, llevaban ya al teatro, en el año 1913,un ensayodramático, El cóndor pasa, protagonizado en la zona mme­ra del centro de la República, por los empresarios extranje­ros y los obreros indígenas. Antes bien, González Prada'exalta la obra civilizadora de las sectas protestantes -quecon los Cuerpos de Paz abren el camino a las Boinas ver.des-, porque, según escribe en Horas de lucha, aquellas noentran en contradicción "directa y abierta con las verdadescientíficas" y han "logrado elevar al individuo y a engrande­cer naciones". Con idéntico sentido, González Prada se afi·lia a la masonería, organización allacrónica del siglo VIII,que sirvió a la burguesía para su exaltación al poder políti­co en Europa, pero relegada ya por ésta a la condición detrasto inservible, en el mejor de los casos a una labor dezapa. Y mientras Lévano profesaba ceñidamente las doctn.nas sociales de Bakunin, Kropotkin, Rec1ús, Malatesta, elprecandidato a la presidencia y a la vicepresidencia de laRepública adobaba un híbrido ideario, en el que alternan

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mdiscriminadamente el positivista Comte y ei meiancóllcoGuyau;el apacible príncipe Kropotkin y el pietista Lutero;el disoluto Mirabeau y el trascendentalista Emerson, y otrosy otros y otros, en conjunción imposible y contradictoria.y en tanto obreros oscuros pero viriles, afrontaban bizarra­mente la responsabilidad de escribir contra la corriente y dedirigir periódicos insumiso s, el intelectual apolíneo lo hacíamayormente recurriendo al anónimo o al seudónimo. Su lLbro de versos Presbiterianas, por ejemplo, de fácil tendenciaantic1erical -antic1ericales eran también el colonial Palmay el atildado Javier Prado-, apareció sin su firma. LasPáginas libres fueron editadas aprovechando su dilatada per­manencia en Europa. "Pocas veces se ha visto el caso de unescritor tan parco en el número y en el grosor de sus librosen vida y tan fecundo en ediciones póstumas", dice de élBasadre. Y agrega: "podría creerse que hubo en Gonzá1ezPrada dos escritores: el que firmó sus ensayos y poemasy el que colaboró anónimamente o bajo seudónimo en hojasproletarias". No fueron escasas las ocasiones en que DelfínLévano, director de La Protesta, y el moreno Pedro PabloAstete, de Los Parias, hubieron de afrontar persecusionespoliciales por sus desahogos. Según Basadre, Astete "entre­gó a Manuel González Prada la responsabilidad de escribírlos artículos o de seleccionar el resto del material. Despuésde cinco años, se produjo el distanciamiento entre ambos,al temer Astete ser apresado por un artículo muy duro con­tra el Ministro Rafael Villanueva". Uno de los rendidos bió­grafos de Prada, el aprista Eugenio Chang, luego de dedIcarvarias páginas a reverdecer el árbol genealógico de ManuelGonzález de Prada, afirma: "Sus artículos firmados con seu­dónimo en El Nacional eran' de subido tono radical, quecatólicos ultramontanos y conservadores atávicos censurabanacremente sin sospechar que era uno de los González Pradael verdadero autor. Su misma madre se escandalizaba yprofería insultos contra tan atrevido escritor. Manuel no le

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revelaba el secreto porque no quería herir a la queridamadre, que era sumamente católica y conservadora". Mas,muerta la querida madre, las cosas siguieron iguales.

No es este, precisamente, el lugar, pero está cercano eldía de las grandes revisiones, en las que Gonzá1ez Prada-no el poeta ni el prosista, sino el combatiente-, y DelfínLévano, entre otros, ocupen, sin mistificaciones, el lugar queles corresponde en la historia de nuestras luchas sociales.Ya esa labor de iluminación y esclarecimiento la inicióJosé Carlos Mariátegui, aunque tímida, asordinadamente aún,seguramente para no sembrar desalientos y alentar derro­tismos en· aquellos días todavía aurora1es de la lucha so­cial. En el año 1924, José Carlos pensaba del sentimientode la unidad, de la manera que traducen estas palabras su­yas: "Antes de que llegue la hora, inevitable acaso, de unadivisión, nos corresponde realizar mucha obra en común,mucha labor solidaria. Tenemos que emprender juntos mu.chas largas jornadas". Si esta era su opinión en r~lacióncon el movimiento obrero, en la participación que cabía alos intelectuales y en el juicio sobre sus obras, era aún mástolerante y flexible. No obstante, sobre el autor de PáginasLibres, Minúsculas y Exóticas, adelantó que "Gonzá1ez Fra­da no interpretó este pueblo, no esclareció sus problemas,no legó un programa a la generación que debía venir des­pués .. , El estudio de González Prada pertenece a la crómcay a la crítica de nuestra literatura antes que a la de nues.tra política ... ni en Páginas libres ni en Horas de luchaencontramos una doctrina ni un programa propiamente di·chos. En los discursos, en los ensayos que componen estoslibros, González Pracla no trata de definir la realidad perua­na en un lenguaje de estadista o de sociólogo. No quieresino sugerirla en un lenguaje de literato. No concreta supensamiento en proposiciones ni en conceptos. Lo esboza enfrases de gran vigor panfletario y retórico, pero de pocovalor práctico y científico ... El proceso biológico del Perú '-

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no necesitaba literatos sino políticos. La literatura es lujo,no es pan ... , no pudo trazar a su falange un plan de acción.Su espíritu individualista, anárquico, solitario, no era ade­cuado para una vasta obra colectiva ... Leyendo sus discur­sos y sus artículos, se nota que González Prada carecía deestudios específicos de Economía y Política ... De su tIem­po fue el materialismo histórico. Sin embargo, el pensa­miento de González Prada, que no impuso nunca límites asu audacia ni a su libertad, dejó a otros la empresa decrear el socialismo peruano, Fracasado el partido radical,dio su adhesión al lejano y abstracto utopismo de Kropot­kin ... Su temperamento reaccionaba en éste como en todossus conflictos con la realidad, conforme a su sensibilidadliteraria y aristocrática. La filiación literaria del espíntu yla cultura de González Prada, es responsable de que el mo­vimiento radical no nos haya legado un conjunto elementalsiquiera de estudios de la realidad peruana y un cuerpo deideas concretas sobre sus problemas ... la ideología de Pá.ginas libres y de Horas de lucha es hoy, en gran parte, unaideología caduca ... ".

y si José Carlos Mariátegui no escribió ni dijo mássobre González Prada, fue porque en sus días se hallabanvivos y actuantes aún muchos de los espíritus recalcitrantesy forjados de diorita, para quienes toda heterodoxia, todaaudacia en el campo de las ideas era una herejía, y toma­ban al ilustre descendiente de don Andrés Vásquez de Praáa-Orden de Santiago, capitán de Carlos V-, como al "niñoterrible" de la blasonada familia de los González de Prada,en torno al cual debería tenderse una suerte de cordónsanitario. Mariátegui precisa que "González Prada no mtel'­pretó este pueblo, no esclareció sus problemas, no legó unprograma a la generación que debía venir después". Y loque vino después fue Haya de la Torre, y con él el aprismo,cumpliéndose así la sentencia bíblica de que "por sus frutoslo conocerás". Porque Haya de la Torre, otro aristócrata

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resentido, inadaptado, se constituyó en el guardador testa­mentario de González Prada, no sólo intelectual sino tam­bién materialmente, ya que a él pasó, por acto de herencia,una de las propiedades que formaban el ingente caudal delmaestro. Que en eso de la sucesión, existe absoluta unani­midad en los biografiantes de Haya, todos apristas. SegúnCossío del Pomar -uno de los seudónimos usados por VíctorRaúl-, desde el instante de la muerte de González Prada, Ha.ya "tiene la convicción de que ha dejado un mandato porcumplir. Y está decidido a recoger la herencia ... , es elpredestinado para cumplir la obra reformadora planteadapor González Prada". Y ya sabemos cómo. Para ChangRodríguez -otras cinco páginas del árbol genealógico deVictor Raúl-, existe la evidencia de que "su pensamiento ysu obra superan el pensamiento y la obra de González Pra.da". Y para el casurro Luis A. Sánchez, Haya "cargó sobresus hombros la responsabilidad de todas las ululantes crítI'cas y negaciones del autor de Horas de lucha e hizo ondearsu nombre, anatematizado por los conservadores y sus se­cuaces, como presea de las Universidades González Prada",esas universidades en las que su fundador y rector, Hayade la Torre, imitando a la reina María Antonieta, de Francia,que recomendaba comer bizcochos a los hambrientos quecarecían de pan, "aconseja tomar un desayuno fuerte, por.que se trabaja mejor: elporridge de avena -llamado en elPerú quáquer-, es introducido por él. Los obreros y obre'ras se ríen: "Eso es una mazamorra insulsa, parece ... "De todas maneras Víctor Raúl impone el quáquer para losprofesores, Para demostrar su excelencia lo toma en pú­blico y habla de él en las clases hasta que los niños, y lue­go los mayores, comienzan a saborearlo". Esta inauditalección de pedagogía revolucionaria para la clase obrera,está inscrita en la página 177 del libro titulado Víctor Raúl,de Felipe Cossio del Pomar, editorial Cultura, México.

No será, pues, una mera coincidencia el que Carlos delBarzo, uno de los componentes de la aristocracia artesanal

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-era joyero-, que acompañó a González Prada hasta sumuerte, siguiera la trayectoria que siguió. De él quedan laditirámbica versión escrita del homenaje que tributó lamasonería limeña al maestro, en 1908, en la logia Stellad'Italia; un libro -Auras rojas-, que se balancea entre laprosa de González Prada y la de Vargas Vila, y unos núme­ros del periódico Motín, prolongación y apéndice de La Lu­cha, el órgano que fundaron y dirigieron los González Pra­da~ padre e hijo, el pensador y él diplomático, y que sóloalcanzó al primer número porque el gobierno de entonceslo hizo clausurar.

Ese Carlos del Barzo organizó, en compañía de algu­nos estudiantes y periodistas y de Luis Ulloa, sobrevivientede la Unión Nacional -"secuaz de González Prada" lo llamaSánchez-, el primer partido socialista peruano, en el año1919,ganosos de capitalizar la resonante victoria de la huel­ga por la conquista de las 8 horas. Por su oportunismo, susinuosa línea y sus veleidades en el transcurso de la jor­nada por la rebaja del precio de las subistencias, de eseaño, fue denunciado y desenmascarado. La renuncia hechapública por el dirigente obrero Carlos Barba -bizarro com­batiente, vivo aún-, repudiando las maniobras del tal par­tido y de su fundador Del Barzo, determinó el que la aven·tura abortara al sólo nacer.

En uno de esos actos tan frecuentes en él, de hipertrofiapurulenta del Yo, y con el afán, en este caso, de empinarseinclusive sobre la memoria de su maestro, Haya de la Torrehace -en el libro de Cossío-, que el anarcosindicalista, yluego aprista, Adalberto Fonkén, lo conjure a que él "debeser como Sarmiento y no quedar como González Prada,cuya única sombra es que siendo anarquista aceptó un pues­to del Estado". Y la acusación comenzó a rodar con idén.tica insistencia de aquella otra que en vida de GonzálezPrada se alzó contra éste, la de llamarlo "Sibarita".

Con igual talante, Haya de la Torre se i.ngenió siempre

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para que sus hagiógrafos se encargaran de echar sombrassobre otras figuras prominentes de la corriente nacionalistalatinoamericana, anti-imperialista liberal, demoburguesa yromántica -José Ingenieros, Manuel Ugarte, Alfredo Pala­cios-, para quedar él, único y solo, con el monopolio de unsedicente liderismo continental. Pero malgrado sus erroresy debilidades, González Prada, Ingenieros, Ugarte, Palacios,seguirán siendo personajes respetables, dignos compañerosde ruta. Raya de la Torre, en cambio, ha ingresado ya delleno, irrevocablemente y para lo definitivo, en los dominiosde la historia de la infamia.

-*-No, la generación de Pedro Parra no tuvo maestros,

conductores, orientadores, guías. Careció de esa brillantepléyade de pensadores, escritores, poetas, pintores, músico:;.que en edad semejante abundó,. por ejemplo, en la Franclade los años liminares de la lucha obrera, entre los años1830 y 1850, en la que destaca con perfiles propios e incon­fundibles nuestra Flora Tristán, la de la Unión Obrera, au­téntica anunciadora de la Internacional; irrumpe la novelasocial con Masson, Rugo, Sué, y de la entraña misma c.elpueblo trabajador surgen poetas obreros como el ebanistaAgricol Perdiguier y otros muchos, cuya obra recoge y di·funde entusiasmada George Sand.

y mientras ya en América, en la Argentina, el románticoEsteban Echeverría suscitaba hondas y renovadoras inquktudes políticas y sociales, organizaba la Asociación de Mayoy escribía su Dogma socialista, inspirado en Saint-Simon -alque Marx no regateó su e1ogio-, en el Perú la generacióndel segundo romanticismo, del romanticismo del guano ydel salitre, preparaba sus maletas para fugar física y espiri­tualmente del país, de sus problemas, aflicciones y miserias,para aprender de memoria recalentadas lecciones extranje­ras y derramar lágrimas prestadas y cursis, hasta culminar

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con Ricado Palma "el Carlistón", en las frívolas Tradicionescalcadas, fondo y forma, a la crónica de escándalo de SantaFe de Bogotá, escrita en el siglo XVII por el criollo JuanRodríguez Freyle. Pero el septuagenario Rodríguez Freyleera, en su momento, un revolucionario, un americano con lamirada puesta en el porvenir. Palma, en cambio, alimentaun sentimiento nostalgíoso de la Corona, la Colonia, los vi­rreyes y la Perricholi.

Delfín Lévano tuvo que aprender, pues, del padre -unautodidacta él mismo, él mismo un obrero-, a-pensar y es­cribir, pero sobre todo a mantener, sobreponiéndose a todaslas contingencias y asechanzas, una línea de conducta inque_brantable, a la que no podemos regatear nuestra admira­ción aunque discrepemos de las ideas que Lévano sostuvo ydefendió. '

Alguna vez, todavía en el año 1928, en la presentacióndel folleto de Ricardo Martínez de la Torre sobre El movi­miento obrero en 1919, Mariátegui escribió estas conside­raciones:

El movimiento proletario del Perú no ha sido re­señado ni estudiado todavía. Los conquistadores, losvirreyes, los caudillos, los generales, los literatos, lasrevoluciones, de este país encuentran fácilmente abun­dantes aunque no siempre estimables, biógrafos. Lacrónica de la lucha obrera está por escribir. La fae.na no es, en verdad, fácil. Los documentos de las rei­vindicaciones proletarias andan dispersos en hojas suel­tas o eventuales o en papeles inéditos, que nadie seha cuidado de seleccionar. En la prensa diaria, cerra­da ordinariamente al clamor de los obreros revolucio­narios, es raro hallar otra cosa que una sistemáticajustificación de las peores represiones. Por consiguien­te, para reconstruir la crónica de una huelga, de unajornada sindical, hay que interrogar a testigos general­mente imprecisos en sus versiones, expurgar la infor-

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maClon confusa y hostil -simple comunicado policialen la mayoría de los casos-, y de los diarios, buscarentre los militantes quienes conserven ejemplares delos volantes y periódicos proletarios.

Desde entonces las cosas no han cambiado para mejorarsino para empeorar. Los actores y testigos presenciales delos hechos vinculados al movimiento obrero de hace mediosiglo, que es cuando el magro proletariado nacional hacesu presentación aparatosa y ostensible en la escena peruana,son cada vez menos. Por los estragos de la edad, los re­cuerdos de los pocos sobrevivientes se hallan enturbiado s yconfusos. Otros, los claudicantes, acomodan los aconteci­mientos de manera que les sirvan de justificación y des­cargo. La historia oficial se ha encargado de adulterar loshechos, de interpretarlos a su modo, de restar responsabili­dades, de adelgazar sucesos sustantivos, de minimizar laparticipación en ellos de los auténticos líderes obreros. Perotodo eso sería superable si no fuera por la bárbara, mons­truosa conducta de los encargados de alimentar el mesia­nismo que se atribuye al fundador y jefe vitalicio del apris­mo, abrumado incurablemente por el "complejo de Adán",que alguien ha dicho. Todo lo bueno comenzó con él en unPerú que no era sino I!el muladar de más de un siglo", todo10 recto y acertado se debe a su intervención providencial,todo lo malo a sus enemigos, empeñados además en empa­ñar su misión taumatúrgica y su arcangélica pureza de p¡:e­destinado. Para condimentar la historia de manera que en­cuadre con su narcisismo, con su megalomanía lindante conla esquizofrenia, y tratar de demostrar que sus claudicacio­nes no lo son, se ha entrado a saco en bibliotecas públicasy privadas, se ha procedido a destruir ejemplares únicos defolletos y periódicos, desglosado colecciones de diarios y re­vistas, eliminando documentos irremplazables, trastocado he­chos y fechas, confundido nombres, fraguado actitudes, su­blimado intervenciones, suprimido detalles que no lo son,

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puesto en labios de muertos que no podrán rectificarlas,las más especiosas versiones.

Verbigracia, "la única vez que Haya de la Torre se ha re­ferido a sí mismo", según los editores apristas del libro¿A dónde va Indoamérlca?, lo fue para proclamar a pulmónlleno: "Nunca fui 1eguiísta". Con algunas verdades y muchasfalsedades, sazona la historia de cuando regresó Leguía apostular su candidatura a la presidencia de la República,que ya había ocupado una vez. Trabajaba entonces -dice­'"en el gabinete de un abogado, D. Eliodoro Romero, primohermano de Leguía. ~., modelo oficial de virtudes cívicas yhombre de enorme fortuna ... Ahí vi muchas cosas y muycerca de ahí, en la puerta vecina, donde un hermano de mijefe, D. Eu10gio Romero, habilísimo político, conspiraba enfavor de Leguía, vi también muchas otras de interés y tras­cendenciá. Muy cerca de mí pasaron todos los políticos pro­fesionales de entonces ... Añado a la circunstancia de tra·bajar con un pariente influyente de Leguía, la muy especialde ser un hermano de mi madre su candidato a la vicepre­sidencia de la República, y de estar casi toda mi familia enel leguiísmo, hasta un hermano mío, que fue un sincero mi·1itante y obtuvo puesto público". No obstante todas estascircunstancias que comportaban fascinantes tentaciones, yaque la "época era de aprovechar", el arcangélico aprendiz deabogado, el puro, el incontaminado, el incorruptible, "quedesolo -es lo que cuenta-, con mis cinco libras mensualesen el gabinete del abogado primo del sei10r Leguía", nom­brado por éste embajador en el Vaticano y representanteen la Liga de las Naciones. Pero ya para entonces -y estolo silencia Haya-, había actuado como secretario del Pre.fecto del Cuzco, el coronel César Gonzá1ez, distinguido poruna masacre de obreros y campesinos en el valle de Chica·ma y en el Callao; y era miembro prominente de la Federa·ción Nacional de Estudiantes que proclamó al candidato pre­sidencial Leguía, Maestro de la Juventud. Haya no sólo

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pregona que no votó por él para esa designación, sino quehincha el pecho en toda su dimensión para vocear a loscuatro vientos: "Nunca fui leguiísta",

Pero he aquí que la ya temprana vocación leguií5ta, valedecir oligárquica, del secretario de la Prefectura del Cuzco,y su militancia leguiísta, negadas bajo juramento, saltanterca, insoslayable, definitiva e irrevocablemente, de un do­cumento que no ha podido ser, como tantos otros, incinera­do, sustraído ni enmendado. Se halla aprisionado en retm_tos caracteres en las páginas del diario El Tiempo de Lima.Su fecha, el 25 de enero de 1919,apenas unas semanas antesde que se iniciara el paro general por la, rebaj a del costode las subsistencias, movimiento que, amañadamente utili­zado por los leguiístas que conspiraban desde el estudio delos hermanos Eleodoro y Eulogio Romero Romaña, del queHaya de la Torre formaba parte, desembocó, malgrado lavoluntad de los dirigentes obreros que trataron eJe queno fuera utilizado por los políticos criollos, en el cuartelazodel 4 de julio de ese afí.o, que encaramó a Leguía en elpoder. Este es el documento perennizado como una bofeta­da en las columnas del diario El Tiempo:

FEDERACION DE ESTUDIANTES DEL PERU

A nombre de la Federación de Estudiantes del Pe­rú, cuya representación tenemos, protestamos de la in­noble campaña de difamación iniciada contra Don Au­gusto B. Leguía, Maestro de la Juventud, campañaque desprestigia únicamente a quienes la realizan y esun ultraje a la cuItura del país. Lima, 25 de enero de1919. Luis G. García Arrese, Alberto Rey y Lama, RaúlPorras Barrenechea, César Elejalde Chopilea, Humber_to Hurtado, Germán Aramburu Lecaros, Víctor M.Arévalo, Víctor R. Haya de la Torre.

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Haya de la Torre no solamente firmó esta declaraciónen defensa de Leguía, "Maestro de la Juventud", sino quefue quien la redactó. Porque es sobradamente sabido que elúltimo de los firmantes de un documento colectivo es sugestor. El cede, invariablemente, la prioridad de suscribirloa sus invitados para acompañarlo.

Será, pues, del portalón de la Patria Nueva de Leguía,que arranque el escabroso camino de Haya de la Torre, elmismo que lo llevará más tarde a reposar bajo las tibias alasde Benavides, Prado, Odría y Belaúnde, con toda la carga desus elucubraciones doctrinarias y con el tributo del movi­miento obrero encadenado a las cuatro letrasfatídicas desu partido.

Con el mismo desenfado con que el jerarca se empeñabaen sacudirse de su paso vergonzante por el leguiísmo, y fie­les a su ejemplo, sus espoliques gastan tiempo e imagina­ción para presentarlo como el dirlgente máximo de lasjornadas por las 8 horas. La verdad es que en este movi.miento, Haya de la Torre, en connivencia con el ministrode Fomento, Manuel Vinelli, presentó a los obreros en huel­ga, la fórmula patronal de 9 horas de trabajo en vez de 8,aunque esta hora de exceso sería pagada con un minúsculoaumento. Relata el diario La Ley, del día 14 de enero de1919,que "fue rechazada la anterior proposición, a pesar delesfuerzo de los estudiantes allí presentes para hacerlaaceptar" .

De esta marca y de ese jaez son todos los infundioscontenidos en los gruesos volúmenes dedicados a encumbraral Jefe Máximo y a exaltar sus glorias. A esa especie per­tenece, entre tantas y tantas ~ótras, la patraña dictada porHaya a Cossío del Pomar, de que "Lévano, Gutarra, se Ha­man sus discípulos quienes a su vez comunican sus ideassobre filosofía anarquista". Y la verdad histórica es que enel año 1905, Delfín Lévano formaba ya parte de la Juntadirectiva de la Federación de obreros panaderos "Estrella

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del Perú"; era un militante y un dirigente del movimientoproletario. Por ese tiempo, Haya de la Torre era un moco­suelo que, de seguir la biografía escrita por Cossío del Po­mar, dedicaba "horas enteras" a observar "la vida de lashormigas, que le han hecho concebir un pueblo, con su rey,su gobierno, sus trabajadores", vale decir que soñaba conuna sociedad aristocrática" monárquic~, absolutista. Encuanto a Gutarra, que según la versión aprista, era uno delos discípulos de Haya que transmitían "sus ideas sobre fi­losofía anarquista", ya en su intervención en el mitin demasas del 4 de mayo de 1919,realizado por el Comité ProAbaratamiento de las Subsistencias", demostraba que "el mar·xismo es la táctica concreta del proletariado doquiera queél exista. Que la fuerza de los comunistas en Rusia ha sidoprecisamente esa: la de encarar las demandas obreras, ysaber conducir a las masas de la ciudad y el campo a laconquista del poder cimentando definitivamente su dictadu­ra de clase". Poco tiempo después de este discurso, Gutarrasalía deportado del Perú. Pero esto quiere decir que cuandoHaya de la Torre se hallaba íntegramente volcado a conspiraren favor de Leguía, desde el estudio de los hermanos Eleo·doro y Eulogio Romero, "abogados de la Cerro de Paseo, delNuncio Papal, de las Compañías de Seguros", ya Gutarrahabía abandonado sus veleidades anarquistas y evoluciona-.ba vigorosamente hacia el campo socialista, marxista y le­ninista, mostrándose un admirador fervoroso de la revolu­ción bolchevique. Es decir, el "discípulo" muy por encimadel ':maestro", ideológica y moralmente.

-*-Ha hecho muy bien Pedro Parra en recoger en este fo'

lleto, las experiencias que adquiriera durante el transcursode las primeras batallas del proletariado peruano bajo lasbanderas sindicalistas, porque estas páginas vienen a sumar-

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se a las no muy numerosas de que se puede disponer en elPerú, procedentes de fuentes autorizadas e insospechables.De ellas se desprenden inapreciables enseñanzas y leccionesque habrán de ser utilizadas para enmendar derroteros yconducir el movimiento obrero en trance de emanciparsedel oprobioso tutelaje del piramidal partido vertical, que loha mantenido durante más de un cuarto de siglo a mercedde los designios de sus explotadores y opresores, condiciónindispensable esa para emprender nuevas batallas y alcan·zar cada vez más resonantes victorias, codo a codo con lasmultitudes indígenas y campesinas y con los rangos másafrentados de nuestro pueblo y de los que integran la Amé·rica Latina.

Ya la conferencia de OLAS, realizada en La Habana enel año 1967, llegó a la conclusión de que "América tiene unahistoria y que esta historia debe ser descubierta", no com0un,. lujo sino como derrotero y estímulo para la acción fecun­da. El folleto de Parra constituye un minúsculo fragmentode esa historia. Por haberlo recogido en tan dificultosascondiciones, es que le extendemos nuestro fraternal reco­nacimiento.

Esteban Pavletich.

Lima, 1969.

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Capítulo l.

LATIGO, TRABAJO Y LATIGO

A los once años de edad, un día del invierno de 1908,Francisco formó entre la masa, tan voluminosa como 19naray misérrima, de los asalariados agrícolas de la hacienda Pa·ramonga; lo hizo con entusiasmo, feliz de ganar su comida yde contribuir con alguna ayuda a su madre, abnegada mujerque, con cinco hijos y abandonada del marido, hacía frente asu situación trabajando como costurera y lavandera, sin co­mer, a veces, para no disminuir la escasa ración de sus mu­chachos, y sin dormir, pues era para ella casi una rutinaestarse hasta altas horas de la noche "acabando" algunacostura, o en las madrugadas, af lado de su batea, "sacan­do" alguna ropa que le daban a lavar familias mejor tra­tadas por la suerte.

Se comprende, pues, que Francisco se sintiera feliz porhaber encontrado trabajo, ya que eso significaba para él unaliberación de su estado de dependencia, con el agregado deque, en el menos bueno de los casos, era eliminación de supeso en la pobre economía familiar.

Es claro que él no comprendía bien esas cosas, o nohabría podido explicarlas, pero las ÍntuÍa y se sentía feliz.

El trabajo era duro. Comenzaba a las cuatro de la ma.ñana, con la "formación", para que los jefes conocieran lacantidad de peones disponibles (el paludismo, principalmen­te, era activo agente de ausentismo) y para que los traba­jadores supieran el lugar donde iban a realizar las faenasdel día. Luego, en el campo, a partir de las 6, sesenta o másmuchachos, con las espaldas encorvadas, "pisaban" (sem­braban) caña en inmensos surcos, procurando no quedarrezagados, porque, en caso de que eso ocurriera, el látigodel caporal les caía sin misericordia. Y así hasta las cincode la tarde, con el intervalo de una hora, al mediodía, pa·ra tomar alimentos, arroz y frijoles, que la hacienda pro'porcionaba. El salario era de 30 centavos.-36-

Eran serranos casi todos los muchachos, o sea, ninos,-sobre los que pesaba toda una tradición de sometimientosy de humillaciones, ante los encomenderos españoles, pri­mero, y ante los mandamases republicanos, después. Demanera que, cuando el caporal los azotaba, se apuraban enel trabajo, lo mismo que los bueyes cuando sufrían en susancas el aguijón del gañán, y no era raro que después, altérmino del trabajo, comentaran, entre risas, el percance.

Pero Francisco no era serrano, sino costeño y criollo.Su madre, aparte de enseñarle a leer y escribir, le había in­culcado, acaso sin darse cuenta, cierto aire de superioridad,manifestado en menosprecio por los serranos, a la par queun deseo de defenderlos, de protegerlos, olvidando que, encuanto al trabajo y frente al caporal, no era distinto a cual­quiera de ellos.

Es posible también que su idea de superioridad respectoa los serranos fuera en él heredad de sus antecesores pater­nos, pues su piel blanca y su apellido castellano, lo presen­taban como de la misma raza de aquellos que, desesperadosen su país, abrumados por necesidades y, en algunos casos,precisados de huir, por causas inconfesable s, se lanzaron ala aventura de la conquista y esclavizaron a los moradoresde América, ansiosos de enriquecerse lo más pronto posible,para volver a su lugar de origen hinchados de vanidad yrepletas de oro sus arcas. "Hacer la América" llamaban aeso.

Era, pues, natural, por heredada, esa su manera de juz­garse, es decir, de medir su situación entre los compañerosde trabajo y no suponía siquiera que el látigo del caporaltambién podía caerle. Esa convicción suya adquirió mayorconsistencia un día que se retrasó en el plantío, en el surcodonde trabajaba. El riego había sido defectuoso, por lo quela tierra estaba algo dura y no se introducía en ella la se_milla, al ser pisada. Era necesario meterla con las ma­nos, a fuerza de brazos. Se hallaba sudoroso y, sobre todo,fastidiado, herido en su amor propio por el retraso. Sintio,

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de pronto acelerados pasos de caballo y supuso que se leaproximaba el caporal. Era él, en efecto. Francisco se irguióy logró verlo en el momento que ya tenía levantado el látigo.Ambos se miraron fijamente, pero' el instrumento de torturano cayó sobre él. ¡Apúrate! -le dijo el caporal-, y se fue.

-Ustedes son muy sonsos; ¿por qué dejan que el capo­ral los golpee? ¿No han visto que a mí no me hizo nadacuando me demoré en el camellón? Si me hubiera dado sulatigazo, lo agarraba a pedradas, porque no soy su hijo ...Ustedes deben hacer 10 mismo.

Así les hablaba Francisco a sus compañeros, rato des­pués, cuando almorzaban bajo las ramas de un sauce, al pléde una acequia.

-Tú iris costteño, a costiños no pegan respondió algunoy siguió comiendo directamente del mate, como los perros,pues carecía de marucha, qu easi llamaban a una concha de'choro, la que, por su forma, les servía de cuchara; pero ha­bían también los que usaban sus dedos a manera de tene­dor. En este caso se hallaba Francisco.

-Tú vendrás con nosotros? -le preguntó alguien.-Sí, respondió. Iré adelante. Tiraré la primera piedra

o le daré el primer garrotazo. La cuestión es que ustedes nose queden mirándome, todos debemos imos sobre él encuanto descargue un latigazo a cualquiera, ahora, cuando vol­vamos al trabajo.

El grupo rió yeso fue tomado por Francisco como unaaprobación de su propuesta.

Desde ese momento se mantuvo en actitud expectante.Tenía indescriptibles ideas en su mente. Se sentía comoun arcángel que, armado de palos y piedras; en lugar de laflamígera espada, iba a imponer justicia en los campos dela hacienda. Pero ni él ni ningun otro repararon en que unodel grupo se alejaba con dirección al camino, donde ya seveía el caporal, dejando tras el una nube de polvo, por elrápido galopor de su caballo, para ordenar la reiniciación

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del trabajo. Por otra parte, éste parecía no preocuparse por.disimular su actitud. Apenas el caporal ingresó al potrero,el delator habló con él. Probaltlemente le contó todo lo quehabía escuchado, pues éste cayó sobre el grupo con arrestosde policía cuando ataca huelguistas indefensos _y, sin bajarsedel caballo, el látigo en alto, se encaró a Francisco.

-¿Qué estás haciendo? -le gritó- ¿Quires levantarmea los muchachos? El látigo chasqueó en el aire, cerca de sucuerpo, pero el muchacho no se intimidó. Sendas piedrasarmaban sus manos.

-Usted no tiene dereho a pegar -dijo- y miró a suscompañeros; tenía la seguridad de que todos se habrían apre­surado a armarse, como él, pues la ocasión era. buena .paraponer en práctica el acuerdo de momentos antes. Pero su.frió una gran desilusión. Cerca de él sólo habían unos cuan­tos peones y tan cabizbajos, que daban la impresión de que­rer evaporarse.

Los demás ya estaban en los surcos y algunos trabajan­do, sin esperar la orden.

Rió el caporal, burlándose.Anda a trabajar -le dijo-o No quiero que pierdas tu

día, pero a la tarde hablaré con tu mamá-o Y se alejó.Esa fue la tarde más triste de la vida de Francisco. Ni

los días sin comer y el frío del invierno, sufrido sin otra ves­timente que el pantalón de drill y la camisa de tocuyo, sinzapatos ni ropa interior; ni todas juntas las vicisitudesque había pasado, le hicieron sufrir tanto como la actitudcobarde de sus compañeros y la burla del caporal. De maneraque, cuando la sirena de la fábrica, a las cinco de la tarde,indicó el fin de la jornada, fue para él como si le quitaránun peso de encima y se encaminó despació a la ranchería,como abrumado por tremendo cansancio. Ni siquiera tuvoaliento para subirse a los guayabos o pacaes del camino pa'

.ra comer algunos frutos y llevar otros a sus hermanos. Pen­saba que su mamá lo reprendería severamente y tentado

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estuvo de no volver al hogar. Pero, a su llegada a éste, sumadre se limitó a decirle: Ya sé 10 que has hecho. Junto aella se hallába su abuela y dos de sus tías. -De tal palo talastilla- dijo la abuela -A su papá 10 castigaron, una vez,en el colegio, haciendo que se arrodillase con los brazosabier~os y una piedra en cada mano, pero él tiró las piedrasal maestro y escapó a la carrera. Y ahora tenemos a éste queva por el mismo camino. En fin, que se haga la voluntad deDiós! Terminó.

No hubieron, pues, recriminaciones. Por el contrario, unatácita aprobación de su conducta y eIlo produjo a Franciscogrande alegría, que compensaba los sinsabores sufridos enla tarde por la cobardía de sus compañeros y la burla del

. caporal.Pero un terrible interrogante comenzó a atormentar su

mente inmediatamente después, pues se había quedado sintrabajo. ¿Dónde encontraría otro sitio que le permitieraganarse la comida y ayudar a su madre?

No sabía en aquel momento, no pudo haber previsto,que esa su situación no era sino la primera de muchas otrassimilares que habría de superar en el curso de su accidenta-da y larga vida. '

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Capítulo 1 l.

DESTERRADOS A LIMA

Francisco era de contextura débil y, además, su pobrezalo exhibía como un ser sub-alimentado, lo que acentuaba sudelgadez. Su carácter era normalmente tranquilo, pero seexaltaba facilmente ante hechos que le parecían injustos.Por ejemplo, cuando veía que un muchacho grande le pega­ba a otra más chico, él se trompeaba con el abusivo, por loque resultaba aporreado, a veces, pero sin que ello le sir­viera de escarmiento.

'Pero frente a la vida, a la necesidad de ganársela me­diante el trabajo, tenía un anhelo vehemente. Quería entrara trabajar' en la fábrica, estar junto a esos monstruos deacero en contante rotación, todos ellos brillantes, limpios.Ansiaba descubrir sus secretos, aprender la forma de ma­nejarlos y la manera de repararlos, como lo hacían los me­cánicos, a quienes admiraba, especialmente a los que llega­ban de Lima, contratados. Estos bebían cerveza y no ronde la misma hacienda, ni chicha, como los peones y los ca­porales. Bailaban además valses y poleas, lo que no sabíanhacer los hombres del lugar, o lo hacían muy mal. Se tra_taba, pues, de seres superiores, según su infantil imaginación.

En realidad, el deseo de trabajar en la fábrica anidó enFrancisco desde antes de hacerse peón campesino, pero fueal campo obligado por la necesidad, porque allá le .resultófácil ser admitido. Preferían a los muchachos para cortarsemillas, transportarlas en mulas, pisarlas en los surcos, opara abonarlas cuando la caña estaba creciendo. De maneraque ahora no habiendo logrado ser recibido en ninguna delas cuadrillas, al quedarse sin trabajo, su pensamiento vol­vió a la fábrica, pero ahí tampoco fue admitido.

-Todavía estás muy chico para este trabajo- le dijouno de los jefes.

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En Paramonga sólo era posible trabajar en el campo oen la fábrica, pero como Francisco fuera expulsado del cam­po y "era muy chico" para que 10 admitieran en la fábrica,adoptó una de~'sión: viajaría a Lima.

Puso el proyecto en conocimiento de su madre, peroésta, con gran asombro del muchacho, le interrogó tranqui­lamente:

-y cómo te irás.-Es fácil llegar a Supe, mamá, -le respondió-o Desde

ahí, escondiéndome en alguna parte de cualquier barco, lle­garé al Callao, como lo han hecho otros. Pero no te intranquilices, te escribiré y apenas gane unos soles, veré la ma·nera de mandártelos.

Si -dijo la señora- Es lo mejor, te irás a Lima, perono en la forma que dices. Nos iremos todos, pues ya he tratado el asunto con tu hermano mayor. Luego, con un senti­miento verdaderamente ineflable, balcuceó apenas: "mis pa­jaritos quieren volar" ... El llanto le impidió cualquier otraactitud, aunque era una enérgica mujer.

El proyecto de viaje se convirtió pronto en una verda­dera preocupación para la familia.

-Aquí te ayudaremos, como ahora, hasta que los mu­chachos crezcan, pero, ¿cómo podríamso hacerlo, si te vastan lejos -le decían las hermanas a su madre, tratando dedisuadiría de un proyecto que, en concepto de ellas, sólodificultades podía traer. ¡Ay!-exclamó la abuela- En Lima,el alquiler de la casa está atrás de la puerta. Es una cosahorrible.

Francisco conocía el origen de esos temores. Su abuelomaterno se había alistado como voluntario en la guerra conChile. Tomó parte en la campaña del Sur y, posteriormente,formó en el ejército que defendió la capital, en Miraflores.Cumplió con su deber, defendió a su patria. Pero, entre tan­to, sus hijos carecieron hasta de pan, y un día -los pobresenseres de su hogar fueron tirados a la c_alle:por orden

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judicial, pues la abuela se había atrasado en el pago delalquiler. Y así, el héroe, a su regreso de la guerra, heridolevemente, pero muy enfermo del alma, pues achacaba atraición la pérdida de la batalla de Miraflores, halló a sushijos arrinconados en el corral de la casa de una generosavecina, cuyo marido no había ido a la guerra.

Nada pudo torcer, sin embargo, la firme decisión de lamadre de Francisco. Sus hijos se desperdigarían si no losayudaba en su deseo de buscar nuevos horizontes, y ese pe.ligro, para ella,· estaba por encima de cualquier otra consi­deración.

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Capítulo I I 1

FRANCISCO INGRESA AL MOVIMIENTO ·SINDICALCOMIENZA LA LUCHA POR LA JORNADA DE 8 HORAS

En el Callao, un domingo del mes de Diciembre de 1912,Francisco recibió una hoja volante en la que se citaba, pre·cisamente para la mañana de ese mismo día, a una asambleaobrera, cuya finalidad era "dar conocer los derechos de lostrabajadores y la manera de conquistarlos".

En uno de los párrafos del volante se leía: "No es po­sible que, por indolencia, se siga dejando libres a los bur­gueses para su explotación y enriquecimiento, mientras lan­guidecen, acosados por la necesidad, los trabajadores que,con el sudor de su frente, crean sus riquezas".

Ya para entonces la vida de Francisco había mejoradoconsiderablemente. Trabajaba como oficial mecánico en "ElVulcano", usaba cuello y corbata los domingos y asistía auna escuela nocturna que funcionaba en los altos del Merca­do, en la que tomaba clases de castellano, de aritmétIca y dedibujo lineal.

Era su propósito adquirir alguna cultura,· siquiera laque le hacia falta para prosperar en su oficio, pero no erafeliz. Chocábale especialmente el carácter despótico de supatrón, quien trabata a los trabajadores como seres de unaespecie inferior, a los que admitía en sus tralleres sólo comoa algo fatal, inevitable, pero sin desperdiciar ocasión paramanifestarles el asco que por ellos sentía.

Dados los sentimientos de Francisco, era lógico que lasmanera de dicho señor provocaran en él verdadera aversión."¿ASÍ serán todos los patrones? se preguntaba. Primero enParamonga, con los caporales, látigo en mano, y ahora enel Vulcano, contra una categoría superior de trabajadores.El muchacho vivía entre un temor y una esperanza. El te­mor de que un día el patrón descargara su mal humor so.

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bre él, porque no lo hubiera tolerado y se quedaría sin tra­bajo, y la esperanza de completar su aprendizaje, para aban­donar ese taller, que ya le resultaba odioso. De maneraque, cuando leyó el volante, en el que se hablaba de los de­rechos de los trabajadores y la necesidad de conquistarlosy defenderlos, decidió ir a la asamblea.

Esa clase de literatura no era nueva, sin embargo, paraFrancisco. El a_ñoanterior, con motivo de la masacre deChicama, donde cientos de trabajadores fueron vilmenteasesinados, "para saciar la sed de sangre de los gamonales",también leyó otro volante de lenguaje similar al que acaba­ban de entregarle y firmado por el mismo "Grupo La Pro'testa". Por otra parte, sabía que la unión del pueblo, con­venientemente orientada, constituía una fuerza formidable,como lo demostrara hacía poco el paro ugenera en apoyo dereclamaciones de los textiles de Vitarte, que transformó entriunfo una huelga que amenazaba prolongarse indifinida­mente.

Fran€isco fue uno de los primeros en llegar al lugarde ]a cita, un cine popular llamado "Carpa de Moda", ubi'cado en la calle Lima, cuyo propietario un señor Baldwin,lo había cedido desinteresadamente. Cerca de una hora des­pués se dio comienzo a la asamblea. La pr,esidían unos se·ñores de barbas y bigotes, el menor de los cuales no bajaríade los 40 años de edad,

Eran los presidentes de otras tantas asociaciones gre­miales que, por aquel tiempo, tenían carácter mutual.

Dos de los oradores atrajeron especialmente la atenciónde Francisco. Los dos eran de raza indígena, de baja estatu­ra y amplio tórax. Se llamaban Nicolás Gutarra y DelfínLévano. Gutarra Se exhibió como un orador formidable y sudiscurso fue constantemente interrumpido por aplausos, De­nunció a la burguesía como a fieras a las que se debía com­batir hasta su aniquilamiento, lo mismo que a sus aliadosy sostanedores, curas y militares. Pero, en cambio, no ex­puso, la forma de realizar esa lucha, ni como se organizaría

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la sociedad una vez eliminados todos aquellos a quienes élcalificaba corno elementos nefandos. Su elocuencia residíacasi exclusivamente en una voz sonora y en la fe de fanáticoque se advertía en la expresión de sus conceptos. Lévano,por el contrario, era un hombre-idea, parecía hablar paraque lo entendieran todos, sin importarle si lo aplaudían ono. Francisco le oyó decir, entre otros conceptos, lo siguien.te: "Es cierto que el mundo descansa sobre los hombros denosotros, los trabajadores, y el hecho se nos presenta o senos explica corno algo natural, que durará eternamente. Yes cierto también que esa manera de apreciar el fenómenosocial corresponde precisamente a todos los que se benefi­cian con este estado de cosas. Pero nosotros que sornas susvíctimas, tenemos necesidad de demostrar que no estamosdispuestos a seguir soportando su esclavitud. Sin embargo,el grupo La Protesta no pretende plantear ahora mismo unalucha por nuestra emancipación total, porque ella sería muydura y son escasas las posibilidades de triunfo, sino algomás sencillo, susceptible de lograrse, si los trabajadores Seunen solidariamente. "Propongo, pues, que todos los gre­mios representados en esta asamblea presente a sus explo­tadores pliegos de reclamos, cuyo primer punto debe ser elestablecimiento de la jornada de 8 horas".

Lévano, siguió hablando por espacio de unos veinte mI.nutos y, cuando terminó, una salva de aplausos indicó demodo indudable que su proposición había sido aceptada. Enefecto, varios de los dirigentes que rodeaban el estrado ex­presaron su conformidad con ella. Pero Fernando Vera,Presidente del Gremio de Jornaleros, fue el más entusIástI­co, pues ofreció llevar el asunto a la próxima "junta Gene­ral" de su gremio, que tendría lugar el jueves de esa mIsmasemana.

Dos nuevas asambleas se realizaron en el mismo local.Después de ellas, se consideró madura la preparación psico_lógica de las masas.

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Capítulo 1 V

LA HUELGA DE REYES DE 1913

El día 6 de Enero amaneció como otro cualquiera delverano, brumoso en la zona marítima, así como el otro lado,hacia Lima. Las gentes discurrían por las calles, más rápidoo más despacio, según sus necesidades. Nada hacía presu­mir que ese día iba a iniciarse una de las acciones sociai~smás importantes habidas hasta entonces: La conquista de lajornada de 8 horas.

En realidad, la lucha había comenzado antes, con lasasambelas populares de la "carpa de moda" y, sobre todo,con dos sesiones de junta general de la "Sociedad Gremiode Jornaleros", cuyo local se hallaba en calle Guatemala. Enla segunda de ellas fue elaborado el pliego de reclamos. Perola tarea no fue fácil. Algunos capataces eran miembros de lasociedad y se opusieron tenazmen te a la reclamación, lle­gando hasta a la amenaza de ejercer represalias, si no sedejaban las cosas como estaban.

Los partidarios del reclamo amenazaron también. PeroFernando Vera fue más contundente en su intervención:

-"Estamos empeñados -dijo- en llevar adelante unaobra que nos beneficiará a todos, pero tratan de hacerlafracasar los sirvientes de la compañía del muelle y de 1a'3empresas navieras. No podrán detenernos y, aunque no que_ramos violencias, es seguro que, si el triunfo requiere de al­gunos muertos, ellos saldrán de entre los capataces explo­tadores".

Como ya se ha dicho, Francisco no era jornalero. Se ha­llaba en la sesión sólo_ por curiosidad, impulsado por laimpresión favorable que -le habían causado las reuniones enla "Carpa de Moda". Y en esos momentos, ante el giro quetomaba la discusión, vino a su memoria la escena con suscompañeros de trabajo, allá en la hacienda, cuando él pro­puso dar una golpiza al caporal. Pero aquí la cosa era dis-

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tinta. Se trataba de hombres decididos, animados de un pro­pósito más constructivo y de una mística cuyos alcances nopodía medir, pero que observaba en las palabras y en losgestos de cada uno. En tales condiciones, pensaba él, si seplanteaba la lucha, no había ninguna posibilidad para laderrota

Los capataces y sus seguidores fueron totalmente ven·cidos. Hasta se les quitó el deseo de hablar, especialmentedespués de haberse denunciado que se hacían pagar 50 cen.tavos, (en aquel tiempo era bastante) por cada trabajadorqUe quería su inclusión en sus cuadrillas.

En consecuencia, el pli.ego de reclamos fue aprobado, re­solviéndose entre garla a la empresa del muelle en las pn·meras horas del día siguiente. El pliego contenía 15 puntos.Pero los principales, fueron los siguientes:

l?-Implantaciónde la jornada de 8 horas.2'?-Aumento de 20 por ciento en los salarios.3?-La empresa debía abstenerse de ejercer represalias

al término del conflicto.4'?-Se denunciaba la explotación de que eran víctimas

los trabajadores por parte de los capataces y sepedía que la misma terminara, para lo que la em­presa debía tomar las medidas adecuadas.

El pliego terminaba dando un plazo de 48 horas para suaprobación y amenazaba con la huelga, si tal no ocurría.

Justamente ese día, 6 de Enero, se cumplía ese plazo.Lo que importaba, en consecuencia, era saber si los traba.badores cumplirían su amenaza, puesto que el gerente delmuelle no sólo no acepto las reclamaciones, sino que se negóa recibir a la comisión de dirigentes que, para entregar elpliego, se acercó a su oficina.

Presa de cierta ansiedad, Francisco faltó a su trabajo yse dirigió al muelle. Puesto que en la ciudad todo seguía sucurso normal, como lo demostraba el ajetreo cotidiano delas gentes y el tránsito rutinario de tranvías y carretas, era

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justiHcada la ansiedad y hasta su temor al fracaso de lJhuelga. Pero súbita alegría le invadió al llegar a la plazaGrau. Grupos de jornaleros, con cara de pocos amigos, ubi­cados en distintos sitios, se mantenían en actitud expectan­te, como vigilando algo. Los capataces les ofrecían las fi­chas de trabajo sin cobrar comisión y hasta prometiendoprimas, pero nadie aceptaba. Por el contrario, aquellos tu­vieron que irse en volandas, ante el peligro de ver deteriorada su integridad física. La Huelga era un hecho.

Conviene dejar constancia de que no sólo Francisco sehallaba en el lugar, observando el suceso. Habían mucho::,otros atraídos por la misma razón que él. Eran tantos, queno constituía exageración el cálculo de que más de la mitadde los trabajadores chalacos demostraban el mismo interés.La realidad era que, de hecho, en el Canao se había plan­teado una huelga general, aunque no declarada ni organizada.

No cabía duda de que los dirigente::; e::;peraban ser lla·mados por el gerente del muelle, pues la huelga se demostraba por sí misma. Pero tal cosa no ocurrió. En estascircunstancias, se improvisó un mi tin en la misma Plaz,'Grau, que cOliltÓcon numerosa concurrencia, Dirigentes delgremio exhortaron a sus compañeros, pero tmnbién hicie­ron uso de la palabra Nicolás Gutarra y un herrero de la

. factoría "El Aguila", apellidado Viteri, siendo muy aplaudi·J ,",..".,,-" -dos, especialmente Gutarra, por sus condiciones superioresde orador. Finalmente, los jornaleros se dirigieron a StJ

"campamento", un corralón de la calle Loreto, pues el localde la calle Guatemala era estrecho para dar cabida a la mul­titud.

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Capítulo V

l/EL HOMBRE ESTA QUE ARDE"

Después de almuerzo, Francisco fue a su trabajo. Pen­saba que el jefe de mecánicos le llamaría la atención por sufalta de la mañana, pero éste nada le dijo. Era que muchosotros también habían faltado. Su ausentismo había sido unhecho casi común. Por su parte, el despótico señor Dassono salió de sus oficinas, lo que indicaba tremenda baja ensu moral, pues no hacía uso de la rigidez y de la férrea dIS­ciplina que tenía implantada en sus talleres. El hombreque, cuando tenía que hablár a un trabajador, lo hacía frun­ciendo la naríz, como si le diera asco ver su cuerpo sudorosoy se tratara de alguien a quien apenas podía considerárselehumano; ese hombre, verdadero prototipo del capitalIsta pre·potente, estaba ahora envuelto en su rabia por la huelga delos jornaleros y temeroso de que ella fuera un estímulo parael personal a su servicio.

Sin haberlo acordado previamente, los trabajadores del- taller "El Vu1cano" habían roto esa férrea disciplina. Se

formaban grupos con cualquier pretexto, para hacer comen­tarios, sin que se atreviera a adoptar alguna actitud el maes­tro Gamero, jefe de mecánicos. Igual cosa ocurria con losjefes de las otras secciones.

-El "hombre" (así solía nominar el maestro Gameroal dueño de la factoría) está que arde. No se puede hablarcon él -dijo a un operario de avanzada edad.

-Ya verá usted que todo queda en nada- le respondióel viejo.

Poco después, Francisco se hallaba ajustando un eje, enel cepillo, para cortar una canal y se le aproximó el viejo(asi le llamaremos) haciéndose el que buscaba algo. Mecá­nicos de última hora- dijo, sin dirigirse a nadie. En mitiempo se cortaban los canales a buril, pero ahora no sonnada, si no tienen cepillito.

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El viejo estaba molesto por la indisciplina que reinaba,generada por el entusiasmo de todos por la huelga de 10:;;

jornaleros, que el único perjuicio que podía causarle, eraalterar su habitual tranquilidad.

Francisco se consideró aludido, pero se obstuvo de re­plicar. Consideró sin objeto amargar más al pobre viejo.

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Capitulo VI.·

ANTE EL PRESIDENTE DE LA· REPUBLICA

Este es un relato de acontecimientos extraordinariosocurrido hace más de 50 años, los mismos que, aunados,pero teniendo siempre a los jornaleros a la vanguardia, mar­caron el principio de toda la lucha obrera posterior, hastanuestros días. Es cierto que antes se había efectuado unparo general en apoyo de los huelguistas de Vitarte y se ha­bía perpetrado la más sangrienta masacre de huelguistas,en el Valle de Chicama, en Casa Grande, donde fueron viLmente asesinados y posteriormente cremados los cadáveresde centenas de trabajadores agrícolas. Pero dichas accio'nes no tuvieron la misma envergadura de ésta del Callao,particularmente por la forma como se reflejo en el futuroinmediato de la lucha social.

En consecuencia, es oportuno destacar que en 1913, paralos trabajadores al menos, imperaba en el país la más am­plio libertad. Don Guillermo Billingurst a la sazón Presidented~ la República, estaba en deuda con el pueblo que lo habíallevado al poder y, al mismo tiempo, enfrentado a una gravesituación en el Congreso. Este le era adverso y probablemen­te no quiso complicar las cosas reprimiendo al movimientoobrero. Pero cualquiera que fuera el motivo de la actItud deBillinghurst hacia los trabajadores, lo cierto es que duran­te todo el proceso de la huelga, las autoridades se abstuvie­ron de intervenir en contra de los trabajadores. Ni un po­licía o soldado estorbó la acción. Por su parte, tampoco loshuelguistas cometieron desmán alguno. No hubieron siquie·ra incidentes, salvo la expulsión de un "soplón" (as1 llama.ba el pueblo a los que al1ora, con mejor organización, seamalgaman bajo la sigla PIP), quien tuvo que abandonarel local ante el peligro de ser agredido, pero después de es·cuchar los más ofensivos epítetos ..

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Es preciso recordar que Billinghurst no llegó a la Pres!­dencia de la República como resultado de un triunfo electo­ral o de una acción armada de sus partidarios. Fue elegidopor un congreso partidario del candidato oponente, debidoa circunstancias que se relatan en seguida, aunque de ma.nera suscinta.

Augusto B. Leguía, presidente de la RepÚblica, cuyornandato terminaba en septiembre de 1912, favorecía la eIección de Antero Aspíllaga. Ese propósito fue justamente ea·lificado por el pueblo como una imposición, contra la queutilizó una especie de resistencia pasiva, absteniéndose, lagran mayoría, de inscribirse en el Registro Electoral.

Todo hacía suponer que Aspíllaga sería el próximo Pre·sidente de la República, pero unos 15 ó 20 días antes de lafecha señalada para las elecciones surguió la candidaturade Guillermo Billinghurst, provocando un entusiasmo popu­lar superior a cualquier otro motivado por una pugna elec­toral. Se dudaba, sin embargo, de su triunfo, pues sus par­tidarios no estaban inscriptos y no habrían podido votar.

En tal situación, los Billinguristas, para demostrar susfuerzas populares, organizaron manifestaciones en Lima yotras importantes ciudades, y lanzaron esta consigna: Re­apertura del Registro Electoral y postel~gación de las elec­ciones. Pero el gobierno no accedió a la demanda. Sin em­bargo, Billinghurst logró reunir en. Lima unos 30 mil ciuda­danos a 10 largo del jirón de La Unión, mientras que losadherentes de Aspíllaga no llegaron a 2 mil, en manifesta­ción que tuvieron en otro lugar de la ciudad. Igual propor.ción tuvieron las demostraciones en provincias.

A pesar de todo, el proceso electoral seguía su curso.Ignorando la opinión ciudadana, el Gobierno seguía en

el propósito de imponer a su candidato. Pero cometió ungrave error, al demostrar su debilidad con la práctica dealgunos actos represivos, entre otros, la prisión de un señorGonzáles, presidente de la Confederación de Artesanos, lo

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que provocó un paro general (el primer paro político de quetengamos noticias) y el señor Gonzáles fue puesto en li­bertad.

Así, bajo enorme presión popular, el gobierno tuvo queceder. El nuevo presidente de la República fue elegido porlas cámaras de Diputados y de Senadores (el Congreso),cuya gran mayoría era leguiísta. Y aspillagista, en conse­cuencia.

Esa era la deuda que el nuevo mandatario tenía con el.pueblo y quiso ser consecuente, no sólo dejando en completalibertad a los jornaleros huelguistas en' su lucha con susprincipales, sino ayudándolos mediante la oficiosa participa­ción del Prefecto del Callao, que propició reuniones de pa­tronos y trabajadores en su propio despacho, pero sin llegara ninguna conclusión.

La huelga se extendió a otros gremios. El 9 de Enerode 1913ya estaban en paro los trabajadores de.,la Aduana,los del Molino de Milne y también los de la Cervecería.Varios otros tenían presentados sus pliegos de reclamos.

En la mañana de ese mismo día se realizó una asambleade la más alta importancia, siempre en la "Carpa de Moda",pues el señor Bal~win seguía prestándola generosamente.En esa asamblea fue decidido el destino de la huelga, pueslos jornaleros se hallaban indecisos ante la prolongacióndel conflicto y el gerente del Muelle y Dársena seguía ne­gándose a acceder a sus peticiones. Había temor al desban­de, especialmente por el fracaso de un intento de huelga enLima. Era, pues, necesario obtener el :riunfo, ya no sólopor el reclamo, sino para evitar los desastrosos efectos quehabría tenido una derrota. El propósito de la asamblea era,en consecuencia, hallar los medios de doblegar a los pa­trones.

En la asamblea se hallaba la que podríamos llamar laplana mayor del anarquismo limeflo, agrupada en "La pro­testa". También habían anarquistas en el Callao, tales como

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Roberto Chiabra y Emilio Costilla, pero no tenian Ía mismacapacidad expresiva, es decir, no eran oradores como Léva­no, Gutarra, Aguirre, Montano y otros.

Para Francisco, aquellos elementos dirigentes eran algoasí como semidioses. Todos ellos arengaban a la multitudaconsejando la resistencia hasta la heroicidad, si fuera nece­sario. Y cada una de sus palabras, y frases dec1amatorias,sobre todo las de Gutarra, hacían impacto en su espíritucasi infantil, en sus instintivos sentimientos rebeldes, comofiel interpretación de lo que él mismo hubiera querido de­cir. Pero muchos obreros no se dejaron impresionar porla retórica anarquista. La resistencia y el sabotaje, en casode que continuara la terquedad patronal, no pareCÍan ade.cuados para solucionar el conflicto y evitar el desbande. Al­guien, un jornalero cuyo nombre debiera recordarse, muysin instrucción, dada su manera de hablar, se expresó apro­ximadamente de esta manera:

-"Los jornaleros estamos muy agradecidos a los seño­res que nos han hecho ver nuestros derechos y ahora hacentodo lo que pueden por ayudarnos. Pero no me parece bue­no lo que nos están aconsejando. Nosotros y todos los tra­bajadores del Perú hemos llevado al señor Billingur a dondeestá, y es justo que él nos ayude ahora que estamos jodidos.Vamos donde él, tengo la seguridad de qUe no nos abando­nará. ¡Vamos a Palacio, compañeros!".

La proposición fue arduamente combatida por los an~r­quistas. Expresaban éstos el concepto de que el Gobiernoformaba parte del grupo capitalista y era el instrumento delque se valían para explotar a los trabajadores. No podía,pues, ponerse en contra de sí mismo. Propusieron, en cam.bio, la acción directa, el trato con los patrones, sin inter­mediarios, hasta vencerlos, aunque para ello fuera necesa­rio recurrir al sabotaje.

Pero, a pesar de los esfuerzos de los anarquistas, la pro­posición de aquel jornalero, a quien podríamos llamar "el

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huelguista desconocido", fue aprobada casi por unanimidad.Una Comisión partió para Lima. Al regresar la· misma\ alCallao, casi dos horas después, Fernando Vera, en su carác_ter de presidente, hizo el correspondiente informe, más omenos de la siguiente manera:

"Con1pañeros" :

"Don Guillermo nos recibió apenas llegamos a Palacio.Expresó su simpatía por todos nosotros, pero lamentó nopoder dar un decreto accediendo a nuestras peticiones, puesel horario de trabajo se halla regido por un artículo del con­trato con la etnpresa del muelle que, estando aprobado porel Congreso, constituía ley del Estado. En consecuencia, só­lo el mismo Congreso podía reformarlo. Pero, nos dijo donGuillermo, el Parlamento está en receso y como no reforma­ría esa parte del contrato si se le convocara a sesiones ex­traordinarias, porque el Gobierno no cuenta con la mayoríasuficiente, nos va a ayudar usando su poder a nuestro favor,para lo que llamó a uno de sus secretarios ... ".

El informe cayó como agua helada sobre los miles detrabajadores de todos los gremios, cuyo número sobrepasa­ba la capacidad de la enorme "Carpa de Moda". La ansiedadgeneral, el temor a la derrota se reflejaba en todos los ros­tros de manera patética. También Francisco fue presa de

! honda confusión. Sólo los anarquistas conservaban la sere­nidad y hasta sonreían.

Ya lo habíamos previsto- dijo uno de ellos. El Gobier­no tenía que dar algún pretexto para desorientar a lostra­bajadores y llevarlos a la derrota. Ha pasado con el PreSI-dente lo mismo que con el Prefecto. _

Estas frases habían sido dichas en una interrupción alinformante cuya falta de experiencia no le permitió preverlas desastrosas consecuencias que iba a tener el hecho decomenzar su exposición por su lado negativo. Pero Veracontinuó en el uso de la palabra:

-A pesar de todo, don Guillermo dijo que nos iba aayudar. Llamó a uno de sus secretarios, como he dicho, yle ordenó que preparara una r~solución en la' que se señala­ra la jornada de 8 horas 'para las labores en la dársena y enla bahía.

Ese documento va a publicarse en los diarios de la ,capi­tal, el día de mañana. Asímismo, le ordenó que citara a sudespacho al gerente del Muelle, quien debía concurrir en eltérmino de la distancia, y nos explicó qne iba a pec1irle queaccediera a nuestras peticiones, pero entendiéndose directa­mente con la comisión.

Una salva de aplausos provocó el final del' informe. Eltemor lindante con el pánico de momentos antes, se habíatrocado en indescriptibles manifestacion'es de;;a1egrÍa. Loshombres se abrazaban y algunos hasta lloraron.

LOS anarquistas estaban contrariados. Los hombres quehabían agitado a los trabajadores, demostrándoles laposi­bilidad de conquistar la jornada de 8 horas y ocupando losprimeros puestos en la acción, dirigiendo los piqueteS dehuelga, animando siempre a los huelguistas, se veían supe­rados por la masa y exhibiéndose como defendiendo susideas por encima de las reivindicaciones que ellos mismoshabían propuesto.

Tampoco estaba muy tranquilo Francisco. Le alegrabael triunfo del que ya no podía dudarse, pero hubiera quendo que su abtención se debiera a circunstancia que él mismono podía explicarse. Como en esos días "La Protesta" habíacirculado con profusión, al influjo de su lectura y de la pri­mera parte del informe de Vera, se figuró que la accióilhuelguística iba a adquirir carácteres de viohmcia y se hiz')la idea de ocupar los lugares de mayor peligro. Se hubieracomparado con Gavroche, pero Francisco no había leído "LosMiserables;' ...

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V 1

SE CONQUISTA LA .JORNADA DE 8 HORAS

La resolución prometida apareció, efectivamente, en losdiarios del día siguiente. He aquí su texto que, como puellcverse, era más de lo que podía esperarse teniendo en cueilt<llo expresado por Billinghrst a la comisión:

RESOLUCION SUPREMA

"Vista la petición formulada por los jornaleros del Mw>lle y Dársenas del Callao y encontrando justificadas las razones que expone: Se resuelve:

Desde la fecha, la descarga en el muelle y dársena y ..::¡]

la bahía del Callao, tendrá lugar durante todos los diasútiles del año desde las 7 a. m. hasta las 11 y de la 1 p. m.hasta las 5 de la tarde, derogándose en e~ta parte el art.41 del reglamento aprobado por resolución suprema de 31de marzo de 1875.

Regístrese, comuníquese y archívese.

Rúbrica de S. E .Maldonado.

Fecha: 10 de Enero de 1913.

En la tarde del mismo día 10,el Gerente del Muelle acep­tó algunos puntos del pliego de reclamos y se comprometióa discutir los otros en comisión bipartita, bajo los auspiciosdel Prefecto. La jornada de 8 horas había sido conquistadapor primera vez en el Perú. Terminó, pues, la huelga paralos jornaleros. Dos días después también obtuvieron la jor­nada de 8 horas los trabajadores del Molino de Milne ytodo hacía suponer que los demás gremios en huelga obten.drían la misma reivindicación. Pero eso no ocurrió.

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Al influjo de los triunfos indicados, los mecán.icos y de­más metalúrgicos de "Guadalupe", "El Vulcano", "El Agui­la", y "White" se habían declarado en huelgo, también porla jornada de 8 horas y aumento de salarios, pero no pudie­ron lograr sus objetivos. Los de "Guadalupe" volvieron altrabajo después de dos o tres días de paro, casi en las mis_mas condiciones de antes. Los de las tres factorías res­tantes 10 hicieron a los 59 días, cuando todos se hallabanacosados por el hambre.

Antes de levantarse la huelga de los mecánicos, tuvo lu·gar un acto de sabotaje en los talleres de "El Vulcano".Lo realizaron obreros de ese centro de trabajo con el con·curso de algunos otros del "Aguila". A consecuencia de él,resultaron averiados algunos tornos y cepillos, pero la ac­ción no tuvo mayor trascendencia. Hubo de suspenderse lahuelga y en condiciones duras, puesto que, si bien se obtu­vo la jornada de 8 horas y media, los respectivos dueños sereservaron el derecho de señalar a los que podían remgre­sar al trabajo y a los que serían despedidos. Francisco es­tuvo entre los últimos, ya que había formado en los pIque­tes de huelga y tomado parte activa en la acción de sabo.taje. Así, a los 16 años de edad, Franicsco fue despedidodel trabajo por segunda vez y por la misma causa que laprimera, cuando trabajaba como peón campesino.

La vida de Francisco se hizo muy difícil, su nombre fi­guraba en una lista negra, como "mal elemento", al que nodebía recibirse en ningún taller. Efectivamente, en ningunaparte fue admitido. Le quedaba, sin embargo, el recurso devolver al campo, a alguna de las haciendas cercanas a Lima.Yeso fue lo que hizo. Su necesidad era tanta, y asimismola de su madre y hermanos, que llegó a Puente Piedra dis­puesto a trabajar en lo que fuera. Pero la buena suerte loacompañó esta vez, pues le dieron ocupación como maqui.nista de locomotora.

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Capítulo VIII.

EL GRUPO "LA PROTESTA"

Unos de los objetivos de este trabajo es dar a lanueva generación de activistas sindicales, una versióncabal de hechos notables iniciados hacen más de 50años. Fueron realizados por muchos hombres, entrelos cuales destacaron algunos, cuyos nombres, si vivenaún, estamos seguros que serán objeto de deferencia,y honrada su memoria si hubieran fallecido. Talvezsobrestimando lo que tiene de personal el relato, Fran·cisco supone que a algunos, vivos todavía, estas líneasles traigan gratos recuerdos de su acción precursora.Por eso también hemos emprendido la tarea y vamosa continuarla .

-*Varios meses después de encontrarse trabajando en

Puente Piedra, Francisco logró conocer el domicilio deDelfín Lévano, un cuarto de callejón de la calle Mapiri, endonde hasta ahora viven familiares suyos. Fue llevado ahípor Emilio Costilla, ya fallecido. La vivienda era sólo unapieza, que se utilizaba como dormitorio, sala de estar, coci­na y biblioteca. Una rúústica mesa hacía las veces de es­critotio. Iba a realizarse una reunión del grupo de "LaProtesta" y se dio a Francisco el honor de participar enella como simpatizante.

Alrededor de 25 hombres se apretujaban en el reducidoespacio, pero ninguno se sentía incómodo. Sus ocupacioneseran diferentes. Unos eran trabajadores"de fábricas, artesa.nos otros y pequeños comerciantes los demás. Lévano erapanadero.

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Eran, pues, trabajadores, pero hablaban como doctores.Fundamentando las opiniones que vertían, citaban a Kropot·kine, a Bakunine, a Anselmo Lorenzo, a Enrique Malatesta.Es decir, hacían gala de su erudición.

El objeto de la reunión tenía una importancia extraor­dinaria. El seiior Billinghurst había sido depuesto de la Pre­sidencia de la RepÚblica por el entonces coronel Benavidesy los hermanos Jorge y Manuel Pardo, entre los elemento,;civiles, y ya se insinuaba una severa represión del movimien­to obrero, mediante la aplicación de un decreto, dictado porBillinghurst, que reglamentaba las huelgas, en condicionesdesastrosas para los trabajadores. Tratábase, pues, de ha·lIar la forma de superar ese peligro, ° de aminorarlo-, almenos.

Francisco salió como mareacto de 1;..• reunión. Casi no·había entendido lb que dijeron los oradores. Sin embargo,dos cosas le causaron complacencia: la enorme personali­dad de Lévano, que se imponía a los demás por la f~erza desu razonamientos y lo concretas de sus proposiciones, y elhaber trabado conocimiento con Marcial Rosicorsi,'mucha­cho amo él, que después tuviera destacada actuación en unpartido político, miembros del cual lo asesinaron, años des­pués, al mismo tiempo que a'su hijo.

Marcial tuvo la audacia de discrepar con la actitud to­talitaria del jefe de su partido y la consecuente organiza­ción interna del mismo, y trató de democratizarlo. Pero pa­rece que el momento no fue bien elegido, pues dicho s~ñorera considerado por sus partidarios como sabio y casi divi­no, por lo que la actitud de Marcial fue tomada como ver· .dadera herejía. Funcionó el tribunal secreto, se le juzgó sinapelación. El grupo ejecutor se puso en movimiento y eli­minó a Marcial y a su hijo, en el propio domicilio familiar.

Esa fue una versión muy generalizada en los días pos­teriores al infausto acontecimiento.

-61....:...

De regreso a su trabajo, Francisco hubo de meditar de­tenidamente. Los hombres con quienes había trabado cono­cimiento se erguían contra la injusticia y buscaban, a sumodo, la forma de suprimirla. Es cierto que su lenguaje lepareció brumoso, con citas de autores y de nombres de suspersonajes centrales, corno Gargantúa y Pantagruel, de Re­belais, con quienes eran comparados capitalistas y gobernan­tes, pero atribuía tal reacción a su ignorancia, por cuya cau.sa no sabía que Rebelais había existido y creado tan inte­resante sátira. Quién sabe si, precisamente por eso, supo­nía que esas mismas ideas debían exponerse en forma mássencilla, de manera que todos pudieran comprenderlas, sim­patizar con ellas y sumarse a la acción para hacerlas reali.dad. En su concepto, esos hombres poseían una cultura su·perior, pero ésta los alejaba del pueblo de que formabanparte, en lugar de afianzados en él y de actuar como elcentro de su gravitación ..

Eran, además, fanáticos, con una seguridad absoluta deser dueños de la verdad, lo que tampoco era bien entendi­do por Francisco. Sin embargo, ingresó a "La Protesta",pocos días después, corno miembro del grupo, por lo querecibió felicitaciones de Lévano.

y así, empujado más que nada por su anhelo de jus­ticia, completamente de acuerdo con sus compañeros degrupo, Francisco se hizo anarquista y también fanático, co­rno los demás.

Eran tan cerrado el fanatismo de Francisco, que hastael baile, las fiestas sociales, tan comunes entre trabajado­res, eran consideradas por él corno cosas supérfluas, inven­tadas por la burguesía para que no se pensara en reivindi­caciones, para que su explotación pudiera realizarse al má.ximo, sin peligro, sin que nada los molestara en sus sacro­santas orgías. Y no aprendió a bailar, ni quiso tornar lico­res. En cambio, se propuso culturizarse.

En esto era ayudado por Lévano, Cisneros, Costilla yotros compañeros, que le prestaban libros.-62-

Más o menos dos meses después de haber ingresado algrupo, sintió el deseo de opinar por escrito y, con gran es­fuerzo, compuso un trabajo de dos carillas, que entregó aLévano, y, luego, publicó liLa Protesta", órgano del grupo,con correcciones principalmente de ortografía. Se le titulóliLa voz de un campesino" y la firma de Francisco fus sus~tituída con un pseudónimo, con el fin de evitarle posibles di.ficultades en su centro de trabajo, según se le explicó.

De esa manera, el año 1914,sin haber cumplido todavía18 años, Francisco se incorporó al número de escritoresobreros, de los que habían muy pocos.

El ejercicio intelectual le demandaba enorme fuerza devoluntad. Su cuerpo, cansado del trabajo del día; y la faI.ta del hábito de la lectura o la escritura, era como enormevalla que debía superar, si quería realizar su propósito deculturizarse y hallarse en condiciones de expresar sus ideaspor escrito, pero muchas veces no pudo evitar el quedarsedormido ante el libro que quería leer o el papel en que tra­taba de escribir.

De todas maneras, el caso es que progresaba. Cada vezquedaba mas lejano su período de casi analfabeto. Su ma·dre le había enseñado a leer y a escribir, pero era muy pocolo que sabía la pobre señora, pues su cultura escolar se re­ducía a dos años de asistencia a la Escuela de las Madresde Santa Teresa, en la época de la ocupación chilena.

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1 X

VIRAJE HACIA EL SINDICALISMO

"ADELANTE"

En el verano de 1916, Francisco residió en Huacho, don­de trabajaba como peón en la cuadrilla de carrilanos y fueatacado por el paludismo. Sus compañeros de trabajo, caSItodos serranos, trataban de ocultarlo, cubriéndolo hasta elcuello con la candente arena de la pampa, cuando lo veíantemblar por el frío que antecede a la fiebre que produce esaenfermedad. Volvía a la faena en cuanto pasaba el frío pre.cursar de la fiebre.

-Porqué no me ha dicho que está con tercian a ... ledijo un día el capataz y Francisco creyó que iba a despedir­lo del trabajo. En el campamento hay quinina. A la tarde sedad agregó el capataz.

Por aquel tiempo se reunía en Huacho un grupo de jóve­nes interesados en las ideas y prpoósitos del anarquismo.Entre estos, Francisco distribuía "La Protesta"; y Lévano,Montano y un estudiante de jurisprudencia, Juan ManuelCarreii.o, les habían dado explicaciones sobre el contenido deciertos libros, ensefiándoles al mislno tiempo varias manerasde actuar dentro del pueblo, en las acciones de masas."

Carreño, había ingresado hacía poco al grupo "La Pro­testa", junto con Erasmo Roca, también estudiante, a lasazón, y quien, con el correr de los años, llegó al decanatode la Facultad de Economía de la Universidad de San Marcosy, eventualmente, al Rectorado de esa casa de estudios" Fueprecisamente Roca, éJ.uien por primera vez en el Perú, escn­bió artículos de divulgación sindical, que se publicaban en elperíodico órgano del grupo. En esos artículos se hacía hin.capié acerca de las superioridaGt de la organización sindicalsobre cualquier otro tipo de asociación obrera y se indica­ban los medios de lucha propios del Sindicato, tales comola huelga, el boyeot y el sabotaje.

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El viraj€ del anarquismo hacia la organización sindicalfue precedido por apasionadas y hasta violentas discusiones.

"Para qué queremos sindicatos que, a lo más, se limitarána pedir aumentos de salarios, y algunas otras mejoras. Des­pués de cada lucha de los trabajadores, la organización so­cial quedará como antes, con burgueses, curas militares ydemás explotadores del pueblo, en igual posición, como sinada hubiera ocurrido. Lo que necesitamos es preparar alos trabajadores para la revolución, en la que no tendráncabida esa cálifa de parásitos, en la que todos contribuiránal proceso de la producción".

Así razonaban algunos miembros prominantes del gru­po. Pero la mayoría, con Lévano a la cabeza, votaron porel sindicalismo y Roca fue encargado de su divulgación. Esefue el origen de sus artículos en "La Protesta".

Con la nueva orientación, el anarquismo dejó de sersimplemente una lógia revolucionaria. Se acercó más al pue­blo, contribuyendo eficientemente en la organización de lossindicatos, siendo el de zapateros el primero en fundarse,el año 1915,en un local que hasta ahora existe en la esquinadel Malecón RÍmac y la calle Minas. Poco tiempo después,se organizó la primera Confederación de Trabajadores delPerú.

La orientación anarco-sindicalista fue llevada a Huacho,pero los trabajadores, mayormente campesinos, estabanincómodos, con salarios bajos, excesivas tareas y mala co­mida. Querían algo que mejorara su situación pero inmedia­tamente. En consecuencia, se les ayudó a formular un plie­go de reclamos, tomándose simultáneamente urgentes me­didas de organización .. ~

Estos ocurría en el mes de Juno de 1917.El pliego de reclamos fue rechazado por los hacendados

y los campesinos se declararon en Huelga.El hecho produjo conmoción en la ciudad de Huacho y

aún en Lima Era la primera vez que "los cholos' 'se alza-

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ban así, organizadamente, con reclamos en los que sólo seveía una audacia desacostumbrada. Aquello merecía un casotigo ejemplar en concepto de los terratenientes. Con tal fin,se trasladó a Huacho el coronel Edgardo Arenas, prefectodel departamento, acompañado por gruesa cantidad de gen­darmes y de tropas de Regimiento Escoltada. Los huelguis­tas supusieron que la presencia de esa alta autoridad iba afacilitar la solución favorable del conflicto, pero poco tiem­po después, comprobaron su equivocación.

Con el objeto de presentar sus reclamos "al señor pre­fecto" y pedir su intervención ante los principales, se orga­nizó una manifestación, a cuyo frente se ubicaron unas 100mujeres, mayormente jóvenes, mientras que pasaban de millos hombres que las seguían. Caminaban confiados, vivabana la huelga, pero también hubieron vítores al prefecto. Ibana ingresar ya a la calle Malambo cuando la gendarmería ylos soldados le cerraron el paso a la altura de Cocharcas.Las mujeres con valentía digna de su causa, quisieron seguiravanzando, sin hacer caso de la orden perenteria de los ofi­ciales; por su parte, los hombres, cuya gran mayoría ignorabalo que ocurría adelante, continuaron andando y se rompió elorden de la manifestación. Los de atrás empujaban a losde adelante, pero ahí estabnalas mujeres y, frente a ellas, lossoldados de la escolta presidencial y los gendarmes. Por suparte el "valiente" señor Prefecto, se había ubicado a unastres cuadras de distancia, al abrigo de cualquier peligro, co­mo lo hacían antes lo generales en campaña, quienes, al mis­mo tiempo que veían el teatro de operaciones, estaban alabrigo del fuego enemigo. Acompañaban al Prefecto variosoficiales.

Fieles a su disciplina, con el cumplimiento de la cualobtenían su pan, los gendarmenes permanecieron en sus­puestos, lo mismo que los soldados atentos a las órdenesde su jefes. Ellos ofrecían una como barrera humana, peroarmada, a la masa, nÚInericamente mayor, pero inerme. De

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Pronto recibieron una orden de parte de uno de los oficialesque aompañaban al prefeto y una ráfaga de fusilería atronóel espacio. Los manifestantes no se desperdigaron como, sinsin duda, lo había esperado el Prefecto. "Adelante" gritaronmuchos, pero ahora la tropa disparó al cuerpo. Usaron luegolas bayonetas o las culatas de sus fusiles y la caballeríalanzó una carga repartiendo sablazo$..

La manifestación se disolvió. Sobre la polvorienta y enpartes empedrada calle de Malambo yacían 15 mujeres muer­tas. Uno de ellas, con el vientre abultado por varios mesesde embarazo, mostraba al sol sus instestinos, abiertos poruna bayoneta o sable. En general la calle ofrecía un aspectomacabro, con mujeres yacente s en las más absurdas pOSICIO­nes. Hubieron numerosos heridos, hQmbres y mujeres, y fuegrande el número de apresados.

En la noche, mientras el Prefecto celebraba su victoriaen el principal ha tal de la ciudad, recibiendo expresiones deadhesión y felicitaciones por la energía demostrada, los cam·pesinos se reunieron en la campiña, en Santa María, paradiscutir la situación.

Nadie había dado muestra de temor entre los miembrosdel Comité de Huelga. Durante la masacre conservaron suvinculación, no obstante haber sido heridos algunos de susintegrantes, y ahí mismo, en la reunión, eran varios los quetenían un brazo en cabres tiIlo o vendada la cabeza. JoséMontano, de "La Protesta", que junto con Francisco habíanestado esesorando al Comité de huelga, tenía hinchado unbrazo a consecuencia de un sablazo dirigido a una mujer, ala que salvó del golpe. Tampoco resultó ilseso Francisco.Una bala habíale rozado una pierna, pero ambos, Montanay Francisco estaban en la reunión.

El sentimiento general era de rabia por el crimen de quehabían sido víctimas y por la manifiesta impotencia para eldesquite. Pero si ese era el estado de ánimo de los dirigen­tes, no ocurría lo mismo con buena parte de los huelguistas

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que, según los informes escuchados, estaban desmoralizados.Era una cuestión de fuerza, de armas, que los trabajadoresno las tenían, ni habían sido preparados para usarlas, encaso de tenerlas. Además, era fácil comprender que detrásde la gendarmería y del pelotón de soldados, el conjunto deelementos que, mediante la leva, forman el ejército nacionalcuya misión proclamada es la de rechazar cualquier invasiónextranjera, es utilizado también para matar trabajdores, conel pretexto de "restablecer el orden", pero en realidad paraque los burgueses conserven íntegros sus previlegios.

Estas consideraciones .,pasaronsobre el Comité de Huel­ga y lo llevaron al acuerdo de suspender la acción. Peroantes de que éste se adoptara, Montano y Francisco, habla­ron a los circunstantes, exhortándolos, y sus palabras, prin­cipalmente las de Montano, fueron como la siembra de unasemilla de esperanza, de fe en la acción constructora delesfuerzo popular. Francisco habló así:

-Esta huelga de ustedes, que se ha ahogado con sangre,segando la vida de numerosas mujeres, ha constituído unacto viril de hombres y mujeres que no quieren dejarse ani­quilar, como los encomenderos españoles y sus herederoscriollos lo hicieron con los indígenas serranos. Rindo, pues,mi tributo de respetuosa admiración a los caídos y a estepueblo de valientes.

Pero debe confesarles que no es mi mayor rencor a losgendarmes asesinos. Esos hombres DO comerían, no podríanmantener a sus hijos, si no atropeilaran al pueblo, si no ma­taran cuando así se lo ordenen. Es una manera muy tristede ganarse la vida, pero ellos no crearon la gendarmería,así como ustedes no han creado el peonaje. Son los burgue­ses, los hacendados, los responsables de los sangrientos suce­sos de hoy. Son los burgueses que a ustedes les da unalampa, un machete o arado, para que cultiven sus tierras,con la cabeza gacha hasta terminar la tarea y a los gendar­mes les da un rifle o sable y una organización, con la espe-

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ranza de ascensos, para que golpeen o asesinen cuando al­guien, como ahora, levanta la cabeza. En un mundo así vi­vivimos

Pero sería muy lamentable si ustedes se amilanaran porlo intenso de sus sufrimiento. Si tal hicieran, aumentarán laexplotación que ahora sufren, serán peores los malos tratos.Piensen que las balas de hoy no han solucionada ningúnproblema. Seguimos frente a frente. A un lado los hacenda­dos y todo su aparato de represión, al otro pueblo, cuyopropósito es esta huelga no fue el de arrabatarles sus pro­piedades, sino el de conseguir algunas mejoras, para no vivirdesesperadamente, acosados por necesidades cada vez másimposibles de satisfacer.

Solo hay dos caminos, señaló Francisco. O dejarse redu­cir a una situación lindante con la esclavitud o continuar lalucha, pero agrandándola, procurando que en ella tomenparte todos los trabajadores de la provincia.

Confió en que ustedes tomarán el segundo camino, nosólo porque a ellos empuja su calidad de hombres que noquieren ser vencidos, como los bueyes, sino porque los re­clamos no han sido atendidos.

Mi compañero Montano y yo seguiremos acompañándo_los, para que la derrota de hoy se compense con una granvictoria. Este crimen, junto con otros muchos cometidos enotras partes, por la misma causa, agranda la cuenta que undía, pronto tal vez, cobraremos a la burguesía. Y será enton­ces cuando la veremos llorar, como lloran ahora los huérfa_nos, cuyas madres han sido asesinadas.

Repetimos, la huelga fue levantada, pero sus resultadosno fueron completamente negativos, no obstante la aplastan­te derrota. Es probable que las autoridades tuvieron cono­cimiento del deseo de hacer una huelga mucho más grandey. ante ese temor, los dueños de varias haciendas elevaronlos salarios. Hasta en Paramonga, distante 60 kilómetros deHuacho, dejo de usarse el látigo de los caporales, se elevó de

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80 ctvos. a un sol el salario de los serranos, mientras queel de los huachanos, mayormente lamperos, fue fijado en-1.80, lo que representaba un aumento de 30 centavos. Tam.bién obtuvieron aumento los cortadores de caña, que traba.jaban a destajo.

Las mejoras fueron importantes, pero muy caro el pre­cio pagado por ellas; 15 mujeres muertas, más de 50 heri­dos entre mujeres y hombres y alrededor de 100 presos, al­gunos de los cuales fueron torturados para obligarlos a de­nunciar a los mentores del movimiento.

Por otra parte, la repercusión, en Lima, de tan crueltrato a un puebo que no se había levantado en armas, queni siquiera podía acusarsele de haber alterado el orden, fuede condenación por parte de casi todos los órganos de pu­blicidad y por todos los trabajadores, "La Crónica" desta­có entre los diarios, por sus informaciones verídicas y conun dibujo de Alcántara La Torre, en su edición del domingo24 de Junio, en colores y en primera página, en la que se pre­sentaba al presidente de la República, Dr. José Pardo, in.clinado sobr un balcón del Palacio, como hablando con unasupuesta vendedora de fruta, pero cuya mercancía son ca­bezas de mujeres, de las que le ofrece una en cada mano.y dice la vendedora: "Cómpremelas todas, patrón, estánpintonas, tus apañadoras las cosecharon allá en mi pueblo".

Por su parte el grupo "La Protesta" lanzó la iniciativade organizar una manifestación de masas, para solicitar san.ción contra el Prefecto Arenas y contra todas las autoridadesque resultaran culpables, lo que fue favorablemente acogidopor la clase obrera.

En efecto, en un local de la calle Trapitos, delegadosde todos los gremios obreros y algunas sociedades de auxi­liares mutuos, se hallaban a la espera de la delegación deVitarte para comenzar a sesionar. A Vitarte se le considerabaindispensable no sólo por la valentía y tenacidad demostradaen los reclamos, sino también por su influencia entre lostrabajadores de las numesos haciendas del Valle de Ate.-70-

Llegó, por fin, la delegación, presidida por Julio Portoca·. rrero un muchacho de unos 20 años, a la sazón, pero nopudo ingresar al local. Desde antes de la llegada de los pri­meros delegados, numerosas tropas de gendarmería y poli­cíasurbanos se hallaban en las aceras y en las boca-callese iniciaron su acción de culatazos y prisiones, justamenteen los momentos en que llegaban los vitartinos.

No pudo, pues, organizarse la manifestación y hubo decance1arse una actuación programada para el teatro Mazi,en la que iban a presentarse los hijos de las víctimas dela masacre ..

y así terminó un episodio más de la lucha de los traba­jadores peruanos por su mejoramiento. Como ya se ha di­cho, era presidente de la República el Doctor José Pardo yBarreda, cuyo gobierno es calificado como uno de los mas"democráticos" habidos hasta entonces. ¡Que buena es lademocracia burguesa para los trabajadores!

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x

HUELGA EN EL VALLE DE CHICAMA

A fines del mismo año de 1917,Francisco se hallaba enla hacienda Casa Grande, en el Valle de Chicama, dondetrabajaba como mecánico. El jefe de Taller, un señor Babas­tre, lo trataba con especial deferencia, pues Francisco habíasido ayudante de él en su época de aprendiz. De mam;raque, con el fin de procurale mayor salario, le concedia sobretiempo todos los días, incluso los domingos y, como ahí re_gía la jornada de 11 horas y eran tres las horas de sobre­tiempo, ingresaba al taller a las seis de la mañana y salía deél a las 10 de la noche. Trabajaba, pues 14 horas dianas, yaque del horario indicado hay que descontar dos horas quese otorgaban a todos los trabajadores para el almuerzo y lacomida. No tenía tiempo para nada, ni para leer, trabajaba,comía y domía, Y asi pasaban los días y las semanas. Eraesta una magnffica vía hacia la bestialización.

Pero unos tres meses después de hallarse en Casa Gran_de, por los talleres comenzó a circular insistemente un ru­mor "dicen que va ha haber huelga".

Después cambio el giro el rumor:: "ya se declararon enhuelga en Sausal, en Cartavio, en Chiclín, y un día el señorBabastre ordenó a todos los operarios que cesaran el trabajoinmediatamente y que se desocuparan los talleres en el me­nor tiempo posible.

-Qué ocurre? -preguntó Francisco a alguien.-Se vienen los indios del campo y, si encuentran que

la fábrica sigue funcionando, serían capaces de destruírla­le respondía el interrogado.

Francisco se encontró en huelga otra vez, sin saber có­mo. Tan golpeado había sido en la huelga del año 13 y enotras que se omiten por amor a la brevedad que, malogradosus ideas anarquistas, se propuso ser simplemente en huel-

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guista como los demás, sin niguna actividad que pudieraservir después para seña1arle. Pero no sabía él en que for­ma había1e cogido el movimiento obrero. No pudo cumplirsu propósito.

Compactos grupos de peones se había dirigido al edificiode la Administración, con lampas y machetes todavía en susmanos, pues acababan de llegar del campo, con el fin de ex­poner sus quejas al administrador, pero les cerró el paso unpelotón de caballería al mando de un capitán. A un costadode la tropa habían civiles armados de rifles. Eran guardia­nes, a caballo, a quienes comandaba un tal Castro, qÚe sedistinguió en la masacre en la que se ahogó la huelga ante­flor, por su sadismo en el asesinato de trabajadores. Dire.mas, de paso, que dicho sayón murió en la cárcel de Truji­llo, pocos años después, donde cumplía condena por viola.ción e incesto.

El número de trabajadores aumentaba constantementey cada vez era más insistente su propósito de hablar con eladministrador; ya eran más de 2 mil. También había aumen­tado la tropa, transportada apresuradamente por ferrocarril.El pelotón de caballería lo integraban unos 100 soldados yvarios oficiales; Había también infantería y buen número degendarmes. Estos últimos fueron colocados en grupos de 5o 6 en lugares apropiados, en previsión de un ataque a lasinstalaciones de la hacienda, y en mayor cantidad, en unbarrio amurallado, cuyas residencias estaban rodeadas de jar­diñes, con veredas de concreto y mosquiteros de acero ensus ventanas, donde vivían los señores ingenieros, químicosy altos empleados, todos alemanes, pues lo peruanos de todaslas categorías de trabajo no tenían cabida en ese lugar, nIsiquiera como paseantes.

Ante tan tremendo despliege de fuerza, nada pudieronlos huelguistas, ni siquiera llegar hasta donde el administra­dar. Fueron recha:?ados por segunda vez.

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XI

LA PRUDENCIA ACONSEJO EL RETIRO GENERAL

Sin organización, sin dirección y sin pliego de reclamos,el fracaso de la huelga ya se daba como cosa cierta y fueentonces que Francisco no pudo contenerse y decidió enfren·tar la situación, para lo que entabló conversación con otrosjóvenes, inquietos como él por el fracaso en perspectiva.Fruto de esa labor fue el que, en poco menos de dos horas,se organizó y realizó una asamblea de delegados de todoslos sectores de trabajo, incluso de la fábrica y de los talle­res, en la que se dio una organización al movimiento, se re­dactó un pliego de reclamos y se eligió el Comité de Huelga.

Se había trabajado con bastante celeridad.Cerca de las 5 de la tarde, el Comité se presento ante

el Teniente Coronel que comandaba la tropa y le dio a co­nocer su propósito de entregar y discutir, con quien corres­pondiera, el pliego de reclamos. Mientras, los peones habíanpermanecido en el mismo sitio. Ahora eran más de 3 mil.

Como es de suponer, no se conocían las órdenes que habríarecibido el mencionado jefe militar, pero merece destacar yelogiar su tino y serenidad. La actitud de los huelguistasera verdaderamente hóstil, pero la tropa no tomó la inicia­tiva para la provocación, el atropello o la masacre. Y alpresentarse la comisión ante el jefe, este, luego de escuchar.la, descendió de su caballo y fue con ellos ante los dirigentesde la hacienda, unos hombres mayormente flacos, altos detez blanca y pelo rubio, quienes no disimularon su sorpresaal ver a un jefe militar acompañado de trabajadores. Ellospermanecían sentados; de pie la comisión. El militar noquiso tomar asiento.

El pliego de reclamos fue entregado por el presidente delComité de Huelga, un mecánico apellidado Arredondo, y élY Francisco hicieron la correspondiente fundamentación ver-

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ba!. Varios otros también hicieron uso de la palabra, perono se llegó a ninguna conclusión. No quedó la posibilidadde un acuerdo para más tarde o al día siguiente, ni siquIerapara una nueva entrevista, pues el pliego fue rotundamenterechazado.

Como la peonada no se había movido del sitio que ocu.paba desde varias horas antes, inmediatamente se le dIOcuenta del resultado negativo de la gestión, a la vez quese le recomendó calma, que ellos acataron, dirigiéndose asus respectivas habitaciones, unos cuartos de adobe sin ta­rrajear, techo de paja y piso de tierra apisonada por elpropio trajín y pequeños, de unos 12 metros cuadrados, don­de se embutían abigarradamente de a 8 en cada cuarto, ocuatro parejas, si se trataba de casados.

No fue necesario enviar emisarios a las demás hacien­das en huelga para fines de vinculación, ya que ahí mismo,en Casa Grande, sus representantes tomaron parte en laasamblea de delegados y convenido en que los pliegos dereclamos fueron uniformes, salvo casos específicos, propiosde cada lugar.

La huelga había adquirido mayor consistencia y, a suvez, el ejército y la gepdarmería estaban en mayor número,pero ahora al mando de un coronel llamado La Cotera, quíenreveló al jefe anterior. La forma como éste había tratadoa los trabajadores fue tomada, sin duda, como delito.

En la tarde del segundo día de la huelga se realizóuna asamblea de masas a la que concurrieron más de 6 miltrabajadores, de Casa Grande y de otras haciendas, en unapampa, dentro de la ranchería, que ostentaba el pomposonombre de Plaza de Armas.

La gente colmaba casi el lugar y una mesa sirvió detribuna a los oradores del Comité de Huelga, entre losque estuvo Francisco. Y justamente cuando éste terminabasu discurso, fue interrumpido por un capitán, que trepóa la mesa y gritó a la mq1titud:

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"¡Ustedes están siendo engañados por cuatro anarqUls­tas pagados por Chile, con el propósito de debilitar alPerúú; no les hagan caso, vuelvan a su trabajo!".

No pudo continuar, fue bajado de la mesa, pero SInser lastimado. Pero ello fue como una señal. Cuando ya elCapitán se había reincorporado a sus filas, se produjeronvarias ráfagas de fusilería, al aire, felizmente; pero fuesuficiente. La multitud se disgregó rápidamente. Tal actI­tud debía atribuirse a que aún pesaba en la masa el recuer­do de las atrocidades sufridas en la huelga anterior, Sólounos cuatrocientos hombres permanecieron cerca del' Co­mité de Huelga, pero entonces tocó el turno a la caballería,que arremtió bravamente contra el grupo, tirando sablazosa diestra y siniestra, con numeroso saldo de heridos y con­tusos. Francisco se vio encañonado por el revólver de unoficial quien, sin dejar de apuntarle, le gritó: /1 iSiga pron­to!", El, acató la orden y fue reducido a prisión. Se rea.li.í!Jarontambién otras detenciones,

La provocación, el amedrentamiento de los trabajado·res, había sido perfectamente planeado y ejecutado. Una10CDmotora,soplando vapor por sus válvulas de seguridady enganchado a un carro de pasajeros, esperaba en la esta.ción, y Francisco y tres de sus compañeros fueron condu­cidos a Trujillo y encerrados en un calabozo de la cárcel.Los demás apresados quedaron en calabozos de la hacienda.

Pero se equivocaron rotunademente los hacendados sícreyeron que, con sus atropellos, iban a terminar Gon elconflicto, pues los trabajadores reorganizaron el Comitéde Huelga y éste continuó durante 6 días más hasta queSe lograron algunas reivindicaciones,

La jornada de 11 horas fue rebajada a 9, pero sólo pa­ra los trabajadores de la fábrica; hubieron aumentos desalario para todos y, especialmente Casa Grande se com­prometió a construir más casas, para que los peones nodurmieran tan apiñadamente.

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Doce días duró la prisión de Francisco y de sus com­pañeros en la cárcel de Trujillo, pero no fueron puestosen libertad, sino conducidos a Salaverry, con sendos guar­dias a sus lados y deportados al Callao.

-"Dice el sei10r Prefecto que, como vuelvan a Truji­llo, se 'les mete adentro aunque no hagan nada" - dijo eloficial que mandaba a los guardias-, e hizo entrega delboleto colectivo para el barco que iba a conducidos.

Ya en el Callao, Francisco leyó periódicos d~ Lima,cuyas informaciones acerca de la huelga eran, con peque,i1as diferencias de forma, una cínica tergiversación de lorealmente ocurrido. En uno de esos escritos se augurabala próxima vuelta a la normalidad en todo el Valle de ·Chi·cama, pues habían sido apresados "cuatro anarquistas pagados por Chile", responsables directos de todo lo ocu­rrido.

La huelga, según esos diarios, era fruto de la labor deagitación de esos elementos. No era, de ninguna manera,acción desesperada de trabajadores peruanos, contra la du'ra explotación a que se hallaban sometidos,protesta maSI_va contra b semi-esclavitud que sufrían,

Fue ésta la primera vez que Francisco se vio acusadode mercenario al servicio de un país extranjero, precisa­mente del país por el que él sentía rencor a pesar de suanarquismo, pues el relató de muchas atrocidades cometI­das por soldados chilenos en el tiempo de la ocupación deLima, oído de boca de su madre y de su abuelo, con elsalvajismo del repaso, no se había borrado de su mente.

Dolido por tan injusta acusación, fue a la redacciónde los diarios con el objeto de pedir una rectificación,pero no lo atendieron sino en "El Tiempo", que publicóunas líneas, sin rectificar nada en realidad.

Mucho tiempo después, ya anciano, Francisco se sintióhartamente compensado. Augusto Ureta, que tuvo acti­va participación en la Huelga, en plan de recuerdos, como

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ocurre generalmente en los viejos, le refiiró que la juven­tud de Casa Grande había compuesto un vals, que se hizomuy popular en el valle, en él que elogiaban a los elementosdirigentes por su labor durante el conflicto, entre los que ci­taban su nombre. Francisco se sintió conmovido por la noti­cia y algunas lágrimas surcaron su arrugada faz. ¿De alegría?¿De pena por su idea juventud militante?i¡Quién pudiera de­cirio!

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Capítulo XII

Hasta el momento, es decir, hasta el año 1917, todaslas reclamaciones obreras, con triunfos y derrotas, se ha­bían realizado sin intervención de intelectualis o de políti­cos, interesados en imponer sus ideas, de actuar corno su­premos dirigentes, o de capitalizar para su bando la inquie.tud de las masas. Es claro que había un centro de direc­ción, "La Protesta", pero sus integrantes eran trabajado.res y nunca oficiaron de mandones. Del mismo Lévano, aquien tanto respetaban todos, puede afirmarse que ni sele ocurrió siquiera transformarse en caudillo. ¿Falta de ca­ráCter? No. Era, simplemente, un concepto superior de so­lidaridad humana.

Los periódicos de la época hablaban, corno ahora en1968, "de agitadores de oficio", en cada caso, pero no loshabía en la realidad. Los anarquistas de "La Protesta" notenían corno profesión la agitación de las masas, porque,si así hubiera sido, ¿de qué iban a vivir? Todos eran tra­bajadores de distintos oficios y con su labor diaria, consu salario sostenían sus respectivos hogares . Ya se ha dichoque Lévano era panadero, Fonkén y Portocarrero eran tex­tiles; carpinteros eran Gutarra y Montano, Carlos Barbatrabajaba de zapatero.

Ese criterio, tales asertos de dichos periodistas delata­ban incomprensión de la mística anarquista o, a pesar decomprenderla, escribían así por mandato, para ganar susalario, ya que, corno es sabido, quienes trabajan corno re­dactores en los grandes diarios están vedados de exponersus opiniones; deben limitarse a seguir la orientación y adefender los intereses de los propietarios, que son repre­sentados por el director o el jefe de redacción. Aun las in­formaciones son acondicionadas. En ellas se relatan hechos"objetivamente", pero la objetividad no está en los hehosen sí, sino en lo que conviene al periódico que se digarespecto a ellos. -79-

En cuanto a los intelectuales, debe reconocerse que al­gunos de ellos favorecían al movimiento anarquista, comoManuel González Prada, el doctor Cristián Dan y GlkerioTasera, entre otros, pero su ayuda se limitaba a pagar doso cinco soles por cada número de "La Protesta", cuando lesera entregado por Lévano, y a torpar sendos palcos en lasactuaciones que se realizaban en el Teatro Mazi. Nos es­tamos refiriendo a su ayuda práctica y no a su obra deideólogos, que tuvieron la virtud de ser verdaderas semi­llas, cuyo fruto fue el anarquismo y sus campañas. Tam­bién daban artículos para el periódico, a veces, mas nifi­Buno de ellos intentó adueñarse del movimiento, ponerlo asu servicio. Eso llegó después, lo realizaron otros y fueronprecisamente los estudiantes Carreño y Roca los que lesabrieron el camino, les dieron la oportunidad. Fueron ade­más ayudados por acontecimientos que se señalan en otrocapítulo, pues no nos parece constructivo el adelantamientode referencias a estos hechos.

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Capítulo XII 1

LUZ Y AMOR, HUELGA DE MARINEROS

Ya en el año arribá señalado, en el Callao funcionabaun grupo anarquista integrado por 15 trabajadores. Fran­cisco fue uno de ellos y a él precisamente se le encargóla redacción de "Plumadas de Rebeldía", órgano del grupo.

Como se explica en otro capítulo, el anarquismo yafmbía superado su etapa de nÚcleo enfrentado a la des­igualdad social y económica y ahora se proponía objetivosconcretos, capaces de conseguir siquiera fuesen pequeñasreivindicaciones. Y así, con esa nueva orientación, el anar­quismo chalaco se propuso y llevó a efecto intensa luchapor el mejoramiento de las condiciones de vida y de tra­bajo de los tripulantes al servicio de la Compafiía Perua­na de Vapores y Dique del Callao.

César Alfaro, uno de los miembros del grupo, que tra­bajaba como contramaestre en uno de esos barcos, se pu­so al frente del movimiento que llevó a la huelga generalde tripulantes, la primera que se realizaba por los trabajadores del mar.

Alfaro, g(an aficionado a la lectura, llegó a adquirir unacultura vas ta y ecléctica. Estudiaba navegación y alcanzóel título de Capitán de Travesía. Párecía ser el hombremenos indicado para encabezar un movimiento de esa na­turaleza, dado su deseo de ascender en su oficio, pero eraanarquista, es decir, estaba poseído de igual mística quelos demás y con gusto arriesgó su porvenir. Posteriormen­te, ya con su título de capitán y al mando de uno de losbuques de esa misma compañía, organizó a capitanes ypilotos, planteó reivindicaciones y presidió la respectiva co­misión de reclamos.

Bajo la dirección, pues, de Alfaro, marineros, fogone­ros, engrasadores, camaroteros, saloneros, y demás perso-

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nal de servicio, se hallaron en huelga, procurando la mejo­ría de las horribles condiciones de trabajo entonces exis­tentes. Quienes los sufrían, especialmente los fogoneros yrnarineros, eran hombres desesperados, para quienes la vida era imposible fuera de los barcos. Muchos de ellos es­taban dispuestos a trabajar a cambio de la comida y deun lugar para dormir y de eso S~ aprovechaba la compañíanaviera, pues realizaba el supremo ideal del capitalismo in­dustrial: mano de obra barata.

El salario de marineros y fogoneros era de 18 solesmensuales, la comida se reducía a una sopa de arroz conhuesos de vacuno, pues la carne se separaba para los pasa_jeros y los señores oficiales, lo mismo en "el almuerzo queen la comida. El desayuno consistía en café ralo y pan solo.

Estaban obligados a trabajar las 24 horas del día, encaso necesario, lo que ocurría muy seguido con los marine­ros, en los puertos, ya que, en ese tiempo, los marineroseran también estibadores, bajo la dirección de pilotos y so­brecargos. Finalmente, en sus respectivos dormitorios, los"ranchos", las cabinas superpuestas eran individuales, peroa tabla pelada, sin colchón ni almohada y sin cobertores,salvo los que se hubieran agenciado los interesados, queconsistían, en tales casos, en sacos de yute y papeles.

Solamente aceptaban el trabajo en esas condicioneslos desesperados, como he dicho, los que necesitaban ur­gentemente un pan y un refugio. Por lo tanto, el gremio es­taba formado por la parte más pobre y atrasada del pueblo,muy - pocos sabían leer y asimismo eran escasos los que

. usaban peine. En cambio, eran hombres de mirada torva;llevaban casi siempre cuchillo en la faja, en la cintura, co­mo si fuesen sus enemigos todos aquellQ~ con quienes secruzaban, al andar, incluso sus propios compañeros.

y esos- trabajadores, en cuyas mentes nunca posó Jaidea de que podían mejorar su situación mediante una ac­ción colectiva y ordenada, realizó sin embargo, la pfJl11era

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huelga de tripulantes y dieron vida, después de su triunfo," la primera organización estable del gremio, que se llamóSociedad de Tripulantes de la Compañía Peruana de Va­pores, con oficina en el Callao, a cargo de un SecretarioIentado, uno de su propio gremio.

Declarada la huelga, se planteó la necesidad de termi­narla lo más rápidamente posible, por temor al desbande.Los huelguistas, dada su pobreza, no podían permanecermucho tiempo en tierra, sin medíos de subsistencia. Ade­más, muy pocos tenían lo que se podría llamar un senti­miento huelguista, un disciplinado espíritu de cuerpo. Noobstante, la huelga se sostenía, pero más que nada por res·peto a Alfaro, en cuya seriedad todos confiaban.

yo sé, bose (1) que uté tá trabajando pa'nosotros y alprimero que quiera embarcarse sin que uté lo mande, lecorto la barriga, -oímos decirle a un negro, que mostran_do su puñal, hacía con él un ademán harto expresivo.

y no era el único con esa predisposición.Al peligro de desbande había que agregar, pues, el de

que la prolongación del conflicto podía dar lugar a esce­nas sangrientas entre los propios trabajadores. En conse_cuencia, la huelga fue levantada después de tres días, conpequeñas mejoras, que tuvieron, sin embargo, gran valor co­mo elemento psicológico, pues se elevó la moral colectivaen forma insospechada.

"Si hubiéramos aguantado un poco más, conseguíamostodo lo pedido", fue la idea generalizada.

Justamente ese estado de ánimo hizo posible una nue­va huelga, dos meses después, pero entonces se la organizómejor _ En la primera, Alfaro había actuado casi solo enla dirección, pero en ésta todo el grupo anarquista le pres­tó su colaboración, estableciendo, por medio de sus simpa­tizantes, vínculos con los demás gremios y algunos de ellos,como el de jornaleros, por ejemplo, dieron su aporte eco-

(1) Del inglés b05S o bossman, jefe o caporal..-83-

nómico desde el principio y I •en sendas notas, ofrecieroncontribuir a la formación de un Comité para que prepara­ra un paro general del Callao, si la compañía naviera noaceptaba el pliego de reclamos.

"Luz y Amor" era el nombre del grupo anarquista delCallao. Tal nombre expresaba con amplitud el romanticis­mo de que estaban poseídos sus integrantes. pero tambiéneran trabajadores y, por lo tanto, hombres de acción. To­dos realizaron tareas en apoyo de la huelga y Franciscoactuó como secretario de Alfaro, que otra vez era presi­dente del Comité de Huelga.

Su labor consistía en redactar y contestar oficios yredactar hojas volantes _ Para cumplir esas taeras, tuvo quefaltar al trabajo, pero ¿qué le importaba perder algunossalarios si podía utilizar la ocasiÓn de poner en práctica~us ideales?

No cabe duda que la movilización de la clase obreradel Callao, la posibilidad de que se creara un conflictode gravedad incalculada, venció la resistencia patronal, puesal cuarto día de huelga al pliego de reclamos fue aceptadoÍntegramente, puntos del cual anotamos en seguida:

l.-El salario de marineros y fogoneros fue fijado en40 soles mensuales, lo que representaba más del doble delo que antes se les pagaba. Casi en igual proporción seelevó el sueldo de otras categorías de trabajadores, dandocomo resultado que el primer cocinero, por ejemplo, ganaba150 mensuales, o sea más que el 4~ piloto, cuyo sueldo era de120 soles, e iguaLque e13'?, que ganaba 150 soles.

2.-Se estableció la jornada de 8 horas de trabajo, tantoen los puertos, en la labor de carga o descarga, como du­rante la navegación y todo trabajo fuera del horario esta­blecido se abonaba como sobretiempo a razón de 0.50 centa.vos la hora. A la vuelta de vieja (cerca de un mes) los ma­rineros llegaron a obtener más de 120 soles de salario.

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3.-La comida consistía, en adelante, en tres platos decontenido diferente en el almuerzo y la comida y se le agre­gó lunch, con asado de vacuno, pan y café.

4. -Las cabinas fueron provistas de colchón, almohada,sábanas, fundas y frazadas, con la obligación de cambiar,las tres últimas. cada 8 días.

5.-La compañía reconoció la organizaci6n grerpial y asus personeros, tanto en cada barco, en los que funcionabaun comité, como el Secretario residente, de cuyo nombra­miento se dio cuenta líneas arriba

Fue este un triunfo completo de los trabajadores, logra­do por todos los aportes que hemos señalado, pero. tambiénrOl' una mejor comprensión del objetivo de la hllelga porparte de los propios interesados.

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Capítulo X 1 V

CUANDO LA TIERRA RECHAZA

En toda actividad humanu, en el comercio, en la políti­ca, en la guerra y también en el movimiento obrero, la ga­nancia es ucreedora, es decir afianza posiciones y crea la po­sibilidad de nuevas ganancias. Tu] ocurrió con ]a huelga detripulantes que, en primer lugar, hizo que se superara enor­memente el concepto que de sí mismo tenían los trabajado­rs; ya no eran más semi-hombres, sujetos a vejámenes, ex­puestos a ser "echados a tierra" en cualquier puerto, vícti­mas propiciatorias de los caprichos de pilotos y sobrecargas.ce mayordomos, huachimanes, o contramaestres. Desde en­tonces la situación fue distinta, pues tenían su organizaciónpara defender los .

Para Francisco, sin embargo, esus resultados positivosen la huelga no impidieron que una vez más se quedara sinocupación. Era maquinista de una balandra motora quetransportaba yeso de Chi1ca al Callao, pero al volver a su1rabajo, encontró que otro estaba ocupando su puesto. Ental circunstancia, Alfaro le sugirió que se embarcara comotripulante, lo que él aceptó, pero como no conocía ningumtde las faenas propias de los barcos, le colocó de huinchero,o sea, en una categoría equivalente a la de grumete en losbuque::; de guerra.

Muchas veces, a Id hora de la comida, fue invitado porAliara a su mesa, ante la que también se sentaban el car­pintero y el segundo contramestre. Hablaban, el anfitrióny Francisco, de cuestiones sociales, de la burguesía, a la quP.

culpaban de la mala situación del pueblo; también hablabande filosofía y de autores, lo que llamaba la atención de loscompañeros de mesa y fue oído con verdadero interés porun marinero negro y corpulento de unos 40 años de edad.

-¿Qué haces aquí? -le preguntó Altaro.

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-Oigo -respondiÓ el negro.-¿Te gusta, pues, lo que hablamos?El negro mostrÓ su blanca dentadura, en franca sonrisa

y dijo:-Ustedes hablan como señó Tasara (se refería a don

Glicerio). Yola conozco y le oí hablar, pero una vez casi ledamos una pateadura, yo y un amigo.

-No te gustÓ, pues, lo que oíste?-Sí, pero nos habían pagado para que le pegáramos.-¡Cuenta!: ¿Cómo fue eso?-Un blanco de Lima tenía Sll lío con él y nos contrató

para que le diéramos una buena tanda de puñetes y patadas,hasta dejarlo casi muerto, o muerto del todo y debíamosrobare el reloj y vaciarle los bolsillos, para que la policíacreyera que lo habíamos hecho para robar le. Nos garantizóque nada iba a pasamos, porque él era hombre de muchavera y, para comenzar, nos dio 100 soles a cada uno, dostarjetas con las que podíamos consumir libremente en res­taurantes y cantinas (indicó la ubicación de éstos) y nosofreciÓ 200 soles para cuando el trabajo estuviera terminado.

-¿Pero no le hicieron nada?-No -respondió el negro-o Con una de las tarjetas nos

fuimos a tomar una copa y conversamos: Este hombre -pordon Glicerio- se ha tirau a uno de ellos mismos y no le hapasau nada y a nosotros, pobres negros, nos va a matar co­mo a perros. Eso pensamos y no le hicimos nada, nos con­formamos con pasar buena vida mientras se puidiera.

Todos reímos y Alfaro regaló al negro un pastel de man­zana que en la mesa nadie había tocado, al tiempo que lemandaba a popa, a su rancho .. '

La vida abordo resultaba, pues, placentera para Francis­co. Trabajaba, leía, tenía momentos de tertulias, podía,eventualmente, intercambiar frases agradables con algunapasajera de tercera, joven y simpática y, a la vuelta de via­je, llevaba unos soles a su madre. Pero su espíritu inquieto

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se manifes tó ahora en conocer la forma cómo se podía se­ñalar un camino en el mar, y llegar al lugar deseado, y sehizo timonel, primero, estudió pilotaje después y se encon­tró ante un mundo ni siquiera soñado antes, un mundomaravilloso, con estrellas que, además de embellecer la no.che, se podían usar como puntos de referencia; además, elsol, gtl que Francisco sólo conocía como fuente de luz y decalor, se le presentó ahora como el principal orientador delos navegantes, ya que, tomando su altura con el sextante,a una hora exacta y realizando una operación algebraicasimple, con la ayuda de una tabla de logaritmos, se podíaindicar en un mapa con la punta de un alfiler, el lugar delmundo en que se hallaba el buque, precisamente a la hor;}seI'ialada.

Es claro que no sólo en eso consiste la ciencia de la(,rientación, pero es fundamental lo indicado.

La navegación deja de ser un misterio para 'trancisco,su ansia de saber se había extendido a esta rama de la acti­vidad humana, pero ello no le proporcionó alegría, pues vol­vió a acosarlo su ideología revolucionaria. Su vida en elbarco era varias veces superior a la que llevaba cuando seinició como trabajador por un salario, pero -se dijo-, entierra, lo mismo en el PerÚ que en otras partes, seguían losburgueses explotando al pueblo y, frente a ellos, procurandoque su explotación fuera menos dura, luchando por arran­carIe concesiones, estaba ese pueblo orientado por Lévano, ,Gutarra y otros; en el Callao seguían actuando RobertoChiabra, Emilio Costilla y los demás compat1eros, mientrasMeza Véliz lo hacía en Trujillo y otros compañeros en' di­"ersas partes de nuestro territorio. Ninguno había abando­nado su puesto y Francisco, por el hecho de haber perdidosu vinculación con ellos, se consideró culpable. Su lugar,creía él, no era el mar, sino el pueblo, su agitación, su cons­tante lucha. Y renunció a su empleo de timonel, a los bellospanoramas, a su aprendizaje de piloto, sin ninguna pena, con

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la convicción de que en tierra sus servicios a la dasc obrerapodía ser de utilidad.

Sin embargo, no pudo cumplir su propósito. En másde una semana de constante búsqueda, no pudo hallar ocu­pación y tuvo que volver al mar, otra vez de timonel .. pero

, ahora hacia Europa, con la intención de quedarse por alI6.;en Francia, primero, y en Inglaterra después.

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Capítulo X V

CRISIS EN EL ANARQUISMO.

La guerra europea (1914 - 1918) había dividido al movi­miento anarquista de tal manera, que desde entonces dejóde tener una línea, una posición iJeológica firme en el campointernacional, es decir, un concepto claro de las relaciones(ntre pueblos. Para Pedro Kropetkine, Francia, por su tra­dición revólucionaria, era como una luz que permitía el8vance de todos hacia el progreso, hacia el bienestar, supre­mo ideal de los hombres de bien durante toda la historiaJ propósito final del anarquismo, mientras que alemanes yaustríacos representaban el oscurantismo, la opresión, lavuelta a una época ya superada por la Humanidad. En con­secuencia, lanzó un llamado a todos los anarquistas delmundo para que contribuyeran al aplastamiento del milita­rismo prusiano, alemanes y austríacos. Pero, no obstantesu gran autoridad dentro del anarquismo, Kropotkine nohalló el eco que, sin duda, esperaba.

Anselmo Lorenzo, a la cabeza de los anarquistas españo­les, mostró su completo desacuerdo con esa manera deapreciar el conflicto. ¿Cómo es posible -escribió-, que lospacifistas en tiempo de paz se hayan vuelto guerristas entiempo de guerra? En síntesis, Lorenzo sostenía que estaguerra en nada se diferenciaba de otras habidas anterior­mente; sólo tenía como finalidad la conservación de sus po­siciones en América, Asia y Africa, en el caso de Inglaterray de Francia, además del reforz<lmiento de su situación deexplotadores de su propio pueblo, mientras que alemanesy austríacos pugnaban por revelarlos, simplemente. "No te­nemos colonias ni por el valor de 20 centavos", había dichoel Kaiser. Por lo tanto, la' guerra era simplemente una ma­nifestación violenta, criminal, de aguda rivalidad de concu­rrancia. Nada tenía que ganar el pueblo con ella, con su

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militancia en uno u otro bando. La bota militar prusianaera igual a la de sus antagonistas.

Pero tanto Kropotkine como Lorenzo tuvieron partida­rios y así quedó planteada la división señalada en el párrafo,:n1terior y cuyas consecuencias fueron graves para el anar­quismo y para el pueblo.

Embargados en discusiones que llamaremos académicaslos anarquistas peruanos no se daban cuenta que se les es'capaba la dirección del movimiento obrero, para caer bajola férula de un partido político (lo que ocurrió pocos añosdespués) y, finalmente, sometido a la voluntad de su jefe.

No obstante, aún pudieron encabezar varias acciones que~,ignificaron firmes pasos en nuestro progreso social. Unade ellas, la conquista de la jornada de 8 horas para todoslos trabajadores del Perú, tiene caracteres de apoteosis.tanto porque esa fue la obra cumbre del anarquismo, comoporque después ya no le fue posible otra que la emuhH:a.

Es cierto que el peso de la acción fue llevado por lostrabajadores de Lima y Callao, pero correspondió a los anar_quistas el estímulo de las condiciones subjetivas, la pre.paración psicológica de las masas para la lucha y la direc­ción de la huelga en todo su proceso, hasta el triunfo.

Ningún político, intelectual, o estudiante dirigió, desdeatrás, a los comités de gremio, ni al Comité Central. NiJuan Manuel Carreño, ni Erasmo Roca participaron en lahuelga, en alguna forma, pues con ellos ocurrió lo que concúsi todos' los pequeño-burgueses' metidos a revolucionarios,que se muestran muy abnegados, se confunden con los tra­bajadores como buenos camaradas, pero sólo mientras lesconviene y acaban traicionando a la revolución. Carreño yRoca habían abandonado el anarquismo casi un año antesde la huelga, para integrar un grupo de estudiantes leguiís­tas y, con el triunfo de su candidato, ocuparon jugosos em­pleos en el Ministerio de Fomento.' Carreño era jefe deuna oficina en la Dirección de Ferrocarriles, mientras que a

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Roca se le encomendó la organización de una "oficina obre­ra" que, en la prática, resultó la primera Dirección deTrabajo.

En cuanto se refiere a Víctor Raúl Haya de la Torre,es preciso recordar que recién iniciaba su carrera de de­magogo y no tenía, todavía, ninguna influencia en la masaobrera y popular. Por el contrario, estuvo .cerca de hacerfracasar la huelga proponiendo, en pleno despacho minis­terial, que se siguiera trabajando 9 horas, dorando la píldoracon la ilusión de que la novena hora se pagaría como sobre­tiempo, cosa que fue rechazada por los delegados presentes:l, posteriormente, por la Asamblea General. No obstanteél se reclama supremo conquistador de las 8 horas, lo queconstituye una afirmación temeraria, sin ningÚn documentoprobatorio y delata simplemente ansias desmedidas de ad­judicarse méritos que avalen su triste posición política que,en el transcurso de 40 años de actividad, ha cambiado tantasveces de línea y de objetivos, C011"lO las culebras cambiande piel. Pero acabamos con este asunto. No siendo polémicala índole de este trabajo sino relato fiel de hechos ciertos,a los interesados se les puede recomendar la lectura de"Por una interpretación marxista del Movimiento Social Pe_ruano", de Ricardo Martínez de La Torre, donde hallaránélbundante documentación.

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Capítulo X V 1

TENGO HIJOS QUE EDUCAR

Francisco lamentó siempre no haber participado en estalucha, pues se hallaba en Inglaterra a la razón, y tuvo queconformarse con las notIcias de los diarios (le Lima y (leMadrid que leía en el Consulado peruano de Liverpool ycompletó sus informaciones a su regreso, en conversacionescon los principales actores de la huelga, todos anarquistas,que continuaban divididos, como al principio de la guerra,pero ahora también por causas locales, como se verá· mÚsadelante.

Los integrantes de "La Protesta" y los del grupo delCallao se habían unido pora encarar la lucha por la jornadade 8 horas, pero, realizada ést, afloraron de nuevo sus dis_crepancias y resentimientos, lo que dio lugar a un desbandegeneral. Carreño y Roca se habían ido al leguiísmo, como seha dicho, pero no se fueron solos, pues se llevaron un buen.rcúmero de valiosos elementos. Ello dio por resultado que,con muy largos intervalos, Lévano y unos pocos compal"íe­ros lograban editar un número de "La Protesta", pero nieso siquiera se logró hacer con "Plumaclas de Rebeldía", enel Callao.

El anarquismo agonizaba.En consecuencia, el movimiento obrero quedó a merced

de políticos y aventureros, que se apresuraron a coparlo.Pero, sigamos.Francisco se dio a la tarea de reagrupar compañeros.

Creía él que discrepancias y resentimientos podían superar·se, a la vista de favorables condiciones objetivas para laacción, dada la gran simpatía del pueblo por la revolUCIónrusa y la conmoción por ella producida entre la burguesíainternacional, pero fueron muy magros los resultados queobtuvo.

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"Tengo hijos a quienes educar, m:entr:Js que antes sóloles daba comida y ropa", le dijeron algunos. "¿Por qué hede trabajar para que .otros se beneficien con empleos enel Estado o en otra parte, pero explotando siempre su in­fluencia en las masas ?", alegaron otros. Pero éstos no sefijaban en que Lévano, por ejemplo. no era empleado delgobierno y que, como ellos, debía velar por su hogar, paralo que amasaba pan todos los días; reparaban sólo en símismos, dejando entrever una especie de envidia por no te­ner ellos los empleos o los beneficios, es decir que, pardellos al menos, había desaparecido la mística que hizo po­sible la orientación del descontento popular, llcvándolo a laconquista de importantes reivindicaciones.

Francisco terminó por aburrirse y aceptó un empleo demecánico jefe nocturno en el Ingenio Central Azucarero deHuaura, donde permaneció tres años, que él utilizó paraampliar su pequeña cultura y hasta llegó a adquirir Clertosconocimientos técnicos, pues siguió cursos de IngenieríaMecánica, mediante clases .en una escuela especializada dela enseñanza por correspondencb.

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Capítulo X V 1

STOP THE WORD EN RUSIA

Inefable bagaje de ilusiones había traído Francisco asu regreso de Inglaterra. Triunfante la Revolución Rusa,hacia tenaz frente a invasores extranjeros, en todas susfronteras. Todos tenían el propósito de aplastar la Revo­lución, pero también el de sacar provecho para sus respec­tivos países, desmembrando a Rusia, para disponer de nucvas posiciones, agrandando su imperio colonial. En esa obraeran fuertemente ayudados por ciertos generales rusos quese levantaron en armas contra su propio pueblo, delatandoasí que su patriotismo se cotizaba en rubIos, dólares o li­bras esterlinas, es decir, en monedas y en tierras para explotar campesinos, aunque fuera bajo el dominio de armasextranjeras. Pero el pueblo ruso se defendía bien. Sufría milpenurias, pero no mostraba síntomas de querer rendirse.Peleaba, por el contrario, en todos los frentes y así logra­ba, no sólo contener a los invasores, sino a veces, hastavencelos.

Tal espíritu de sacrificio llevado hasta la heroicidad,produjo una ola de admiración entre los trabajadores deFrancia y de Inglaterra y ella aumentó considerablemente,entre los ingleses, al saberse, por los diarios, que las tropa,sfrancesas habían fraternizado con los rusos, en Odesa, enlugar de disparar su calloncs. Ya no se trataba de expresarsentimientos de simpatía, sino de una acción efectiva, quedesautorizaba a uno de los gobiernos empeñados en aplastarla revolución. La escuadra francesa tuvo que volver a supaís.

Por otra parte, la paz habíase firmado en Junio de 1919,pero la guerra continuab::l, para el pueblo inglés, en el frenteruso, contra un pueblo cuya combatividad había provocadoadmiración y a pesar de los 4 años de esfuerzos que le había

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demandado el derrotar a los alemanes. Ello dio lugar a unJTlovimiento por el cese de las hostilidades, por el regreso acasa (at home) de todos los combatientes ingleses. "Stopthe war Rusia" (parar la guerra en Rusia), fue como unaconsigna que se puso de manifiesto en todas las reunionesmul ti tudinarias, en los meetings y hasta' en las conversacIO_nes de pocas personas. Se trataba, sin duda, cle un deseogeneral, pero fueron los trabajadores quienes lo expresaroncon mayor vehemenCIa, exigiendo que, cuanto antes, el cleseoSe hiciera realidad.

Grandes huelgas se produjeron. Duran te la guerra, lostrabajadores fueron sometidos a diversas privaciones, a ver·daderos renunciamientos de sus derechos, que se aceptaroncomo contribución al esfuerzo nacional, pero termmacla ésta,consumada la derrota alemana, los capitalistas quisieron se·guir usufructuando con esas condiciones de trabajo, comosi la guerra continuara, lo que no fue consentido por lasmasas que hicieron presente la nueva situación a industna­les y capitalistas, planteando sus reclamos y, al no ser aten·didos, recurrieron a la huelga, siendo las más importantes]a de ferroviarios, que motivó la paralización de los trabo.·.los portuarios, la d.e los mineros de Cales y la de tejedoresde Manchester.

Todos los gremios plantearon sus reclamos, pero algunosde ellos contenía un punto de la rnás extraordinaria impor­tancia, ya que, exponiendo un anhelo general, como hemosdicho, ponía de manifiesto sensible progreso. Al ponerle ensu pliego de reclamos, "Stop the war in Rusia" dejó de serun anhelo, un grito, para transformarse en acción.

:t·Jo importaba a Francisco el triunfo o el fracaso de los'trabajadores huelguistas, aunque él mismo fue uno de ellos,

ya que, en la época de esos acontecimientos, él trabajabacorno mecánico en los talleres Babe Cook, en Glasgow. Loimponderable para Francisco, lo que motivó su esperanzade una próxima revolución, como la rusa, fue el hecho de

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que los trabajadores intervinieron decididamente en la polí­tica internacional de sus respectivos gobiernos, en francodesacuerdo con ellos, procurando enmendarla, negándose aombatir, los franceses, en una actitud casi subversiva, úsolicitando que urgentemente fueran repatriadas las tropasinglesas. El creía que de eso a tomar el poder faltaba muypoco.

y así, con ese estado de ánimo, con esas ilusiones, sa­lió de Inglaterra, rumbo al Callao, como timonel en el Hua­llaga, pues tuvo la suerte de hallar vacante una plaza, pre­cisamente en el momento en que gran cantidad de extranje­ros volvían a sus respectivos países, como en un verdaderoéxodo, puesto que, terminada la guerra, la industria inglesaya no necesitaba de sus servicios.

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Capítulo X VII

LOS EXPLOTADORES DE LA ESPERANZA

Sobre el Atlántico, varios días después de haber salidode San Miguel, en las Azores y a un día de Sto Thomas, enlas islas Vírgenes, el calor era sofocante; no soplaba ni .lamás leve aura, sentíase una sensación de sequedad en lagarganta, como de falta de aire para la respiración. Fran.cisco había terminado su guardia y, después de asearse,buscó un lugar adecuado para leer, creyó hallarlo en la tal.dilla de popa, pero lIegado a ese lugar, miró hacia el hori­zonte, hacia la parte en que una gigantesca bola de fuegoparecía querer precipitarse dentro del mar, produciendo,con sus reflejos, el espectáculo más bello que hasta enton­ces viera. Eran más de las 5 de la tarde, el sol iba a ponerseirremediablemente, pero antes regalaba a la vista con talvariedad de colores y un conjunto tan armonioso, sobre elfondo azul del cielo, que Francisco supuso una profanaciónel querer describirlo con palabras.

También el mar era tan azul, que parecía especialmenteteñido y tan quieto se hallaba, sin la más pequeña ola, quelas burbujas producidas por la hélice del barco, al rotar,formaban una estela, una cinta blanca que se perdía en elinfini to ...

Por primera vez apreció Francisco que era bdla laNaturaleza, es decir, el cielo y el mar. También podría ser­Io la tierra, pero aquí el panorama es completamente dis­tinfo. Arboles frondosos, con frutos jugosos, agradables, ycampos sembrados, ofrecen maravillosos tonos de verde, pe­ro los huertos están tapiados, tienen "dueño", no son lIbres,como el cielo y el mar; y en el agro, el esmeraldino tintede sus plantas, o los blancos copos del agodonero, no puedenhacer olvidar a los campesinos, la dura explotación a queson sometidos, su tremenda miseria, a costa de la cual, en

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las grandes ciudades, viven en constante derroche, satisfa­ciendo todos sus caprichos, unos pocos hombres y mujere::,que, por el solo hecho de poder explotar, se consideranseres superiores.

y así, la tierra ya no es bella. Rompen la pureza delpaisaje las tapias de los huertos, los cercos de los campo~sembrados. Y los campesinos, sudorosos, jadeantes sobrelos surcos, en beneficio de otros, son como imperativos deredención inmediata.

No podía, pues, pensar Francisco que la tierra pudieraser contemplada simplemente para solaz de la vida, con sóloun sentido emocional. Sobre la tierra vivimos los hombresy, para apropiarse de ella, se nos ofrece el cielo para despuésde morir, o sea, que se utiliza la belleza celestial en benefi­cio propio y se predica una esperanza, pero sin creer enella, como la demuestra la serie de comodidades de que serodean los predicadores. Surge entonces para todos loshombres libres, para todos los que ansían la implantaciónde una nueva justicia, la desautorización de esas monsergasy entablar la lucha por la conquista de la tierra, aunqueésta adquiera caracteres cruentos.

Así pensaba Francisco, pero no logró su propósito dereagrupar compañeros, tarea a la que se dedicó en cuantollegó a Lima, como ya se 11adicho. Había supuesto que to­dos los pueblos estaban próximos a realizar su revolución,como los rusos, pero en Lima y Callao se habían desbanda­do los que podían encabezarla. Se produjo en él, en con­secuencia, algo parecido a lo que Víctor Hugo llama "unatempestad bajo un cráneo" y se fue a la hacienda con susilusiones rotas, lleno de amargura.

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Capítulo X VII 1QUE NO SE REPITA ...

Lo que ocurrió, en la práctica, fue que Francisco habíaprocedido como aquellos a quienes él criticaba. Indepen_dientemente de sus motivos, lo cierto era que había aban­donado su centro de aétividades ideológicas, se rehó a lospocos que todavía porfiaban por continuar en la acción.

La comprobación de este hecho le produjo verdadero d9­lar y ya no le agradó su empleo, no obstante que su sueldole permitía satisfacer las necesidades de su madre y unahermana menor, en la misma hacienda, a la par que ayuda­ba a otro de sus hermanos, que estudiaba medicina en Lima.

Sus obligaciones familiares lo mantenían en su empleo,pero sus ideas revolucionarias se lo hacían incómodo,desesperante. Un día domingo, en que por casualidad notrabajó la fábrica, muchachos de los talleres estaban pa­tcando una pelota de fútbol y uno de ellos la envió haciaFrancisco, como invitándolo a participar en el juego, lo queél aceptó, permaneciendo casi una hora con ellos, corriendoy pateando la pelota. Ya se retiraba, uando fue intercepta­do por el guardián de la hacienda, quien le dijo:

-Señor, señor Francisco: lo llama el ingeniero.Acatando el llamado, Francisco se persentó ante su jefe

así como estaba, sudoroso, lleno de polvo. Este le hablófríamente: "¿Cómo 10 van a respetar los muchachos, ayu­dantes y peones, si Ud. se pone a jugar con ellos? Esperoque esto no se repita".

Y, efectivamente comprendió su situación. El relativobuen sueldo, las buenas raciones, "especiales para empledos"~; las eventuales invitaciones para comer con el ingeniero yel administrador tenían su precio. Además de su pericia demecánico y su sentido de responsabilidad en su guardia,cuando la fábrica estaba a su cargo, se le exigía que forma­ra en el campo de los explotadores. No pudo soportar esaexigencia y presentó su renuncia. Se habría despreciado así mismo si no lo hubiera hecho.

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Capítulo XIX

CELULAS y CANCER

Libre por ese acto de independencia, de nuevo en lacapital, Francisco compró un carro y se hizo chofer. Con­sideró que de ahí no lo despedirían, como podría serlo dealgún taller, pues quería reiniciar sus actividades revolu­cionarias.

Con ese propósito, ya en su nuevo oficio, hizo variasvisitas, una de ellas a Lévano, a quien encontró muy depri­mido, pues los pocos compañeros que todavía actuaban, seentusiasmaban demasiado con el funcionamiento de la "Uni.versidad Popular", organizada por estudiantes de San Mar.'r .

cos que podía servir para fines de cultura, pero por los cua-les no debía de abandonarse el movimiento revolucionario,d estímulo, en las masas, de sus anhelos reinvindicativos.

Justamente esa noche, iba a realizarse una actuación dela Universidad Popular en el local de la Federación de Cho­feres, sito en la calle Cotabambas, o sea, a· pocos pasos deldomicilio de Lévano. Se trataba de un recital a cargo de unpoeta arequipeño, quien iba a dar a conocer algunas de susmejores composiciones y Lévano aconsejó a Francisco queasistiera para que se formara un juicio propio acerca deese movimiento cultural.

El local estaba totalmente ocupado por trabajadores dedistintos gremios, muchos de los cuales eran conocidos deFrancisco. En el estrado al centro de un grupo de estudian­tes, el poeta y a la derecha de él, Luciano Castillo, quienhizo la presentación.

Según Castillo, el poeta cuyos versos íbamos a escuchar,integraba la "pléyade" de nuevos valores nacionales, con unanueva concepción de la vida, a lo"sque no importaba perder .la estimación de la burguesía reaccionaria, expresando ensus ritmos las ansias del pueblo. Comenzó en seguida la re­citación:

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"Es el gallo español"Su arrongacia de cepa castellana"Su canto .Se trataba, sin duda, de un magnífico elogio del gallo,

de su bravura, pero -pensó Francisco- ¿qué importabaeso a los trabajadores? y porqué el gallo tenía que ser es­pañol? Además, la tónica del canto era clara añoranza delcoloniaje, en el que los caballeros de España, tizona al cinto,fanfarroneaban superioridad sobre los mestizos, pero que nola pudieron confirmar en los campos de Junín y de Ayacucho.Si la Universidad Popular sólo servía para actuaciones deesta clase, se dijo, no cabía duda de que era la mejor ayudaque podía recibir la burguesía, apartando de sus actividadeslógicas a elementos que habían demostrado ser valiosos alfrente de sus respectivos gremios, en sus luchas reivindica­tivas.

Francisco expresó esos conceptos ante Pedro Cisneros,un carpintero de raza negra, verdadero perito en cuestionesbiblicas y asuntos religiosos en general, miembro de "LaProtesta" y colaborador del periodico desde su fundación.

-Esto es lo que les gusta, ahora a los compañeros­comentó Cisneros .

Francisco se vio abrumado por su incapacidad para reu­nir elemento en condiciones de levantar el movimiento obre­ro a su nivel anterior, o de regularizar siquiera los mediosde publicidad y ello resultó más difícil, casi imposible, ébn1'1,fundación del Apra, en Pads, bajo la dirección de VictorRaúl Haya de la Torre y de Eudocio Ravines, cuyo manifies­to, llegado a San Mármos, primero, se esparció porlas filas obreras, especialmente entre los anarquista y loselementos influenciados por ellos, que acogieron el Apracomo una nueva esperanza, o para decirlo en otros términos,vieron en el Apra un camino que podía acercalos a la reali­zación de sus esperanzas, por la que se dedicaron, con elahínco propio de ellos, a la formación de la células· apristas,

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con orientación y objetivos aprista,s dictados por estudiantesde San Marcos que, a su vez, recibiían instrucciones de París.

Pero el aprismo era un fantastico mosaico de fraseologíarevolucionaria, sin ninguna concretacióri. Sus famosos 5puntos (todos abandbnados en la actualidad) no eran sufi­cientemente comprendidos, pero como estaban presentadoscon el lenguaje común de los anarquistas y grato a los oídosde la parte del pueblo a quienes éstos influían, y como porotra parte, el anarquismo parecía haber dado de sí todo loque podía, se explicaba, que con un moviento aprista, Ha·ya de la Torre logrará cabalgar sobre el movimiento obrero,cosa que ya había intentado, sin éxito, en el año 1919.

La mayoría de los anarquistas, repetimos, formó en elapra, junto con otros igualmente ansiosos de justicia a cortoplazo, otros, posteriormente, rodearon a José Carlos Mariáte­gui que, en discordia en el apra en franca duda de su revolu­cionarismo mayormente declamatorio, fundaron el partidocomunista.

La consecuencia inmediata de esos acontecimientos fueuna profunda división del movimiento obrero, el que, noGbstante haber aumentado el número de sus Sindicatos yFederaciones, era incapaz de jornadas grandiosas, como lade 1913, en el Callao, y la de 1919, que logró implantar lajornada de 8 horas en todo el Perú. Además, la fundacIón deesos partidos y su asentamiento en grandes núcleos de laclases obrera, arrebató la iniciativa, liquidó la dirección pro-

I j pia de sus movimientos reinvidicativos. En adelante, fueronestudiantes e intelctuales los que realizaron esa labor .. Apristas y comunistas se reunían en sus respectivas "cé·

lulas" en fechas predeterminadas, generalmente antes de susasambleas sindicales practicamente para recibir instrucCio­nes de sus jefes que, como hemos dicho, no eran traba­jadores, e iban a su sindicato con la lección bien aprendida.Luego, la asamblea sindical se caracterizaba por una enco­nada contraversia entre ambas fracciones. Apristas y Corou-

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nistas decían hablar en nombre de la clase obrera, preten­dían ser sus paladines, pero sólo lo eran de su· partido; $Umayor empeño consistía en que se impusieran sus consig.r.as. En cuanto a las reivindicaciones, se soslayaban o sedefendían en la medida que puideran causar dificultades algobierno.

Es preciso anotar que no interesó esa pugna a las gran.des mayorías obreras, y los empleados, que también teníansus asociaciones, no tomaban parte, de manera colectiva, entales inquietudes. Obviamente, en consecuencia, los sindica­tos eran débiles, o así parecían ser, juzgandólos por susasambleas.

Ese fue, sin duda, el concepto del Gobierno de entonces,.que quiso imponerse al gremio de choferes, por ejemplo,suprimiendo, por decreto, al transporte colectivo de pasaje­ros en autos, pero se estrelló contra el instinto de conserva­ción de los trabajadores y con las necesidades de transportede la población y se vio obligado a retirar su decreto prohi­bitorio y dictar otro en su lugar, reconociendo la libertadde trabajo.

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XIX

OLLA COMUN y COLECTIVOS

Había caído el gobierno del Señor Leguía. El TenienteCoronel Sánchez Cerro que encabezó el golpe de Estado quelo depusiera, había caído también y, en su lugar una juntapresidida pbr el señor Samanez Ocampo gobernaba el país.Estos sucesivos cambios gobernativos, que se realizaban so­bre la arena de la tremenda crisis que azotaba a EE. UU.trajeron como consecuencia la casi total paralización deljuego de capitales, cesando las construcciones, limitando aun nivel muy bajo la producción industrial, con graves re­percusiones en la agricultura. Lógicamente, hubo una des­ocupación masiva de trabajadores, obreros, empleados y téc­nicos. Por su parte, las tiendas de comercio del centro sequedaron sin compradores y, como una crisis similar azota­ba a los pueblos de Europa, el comercio de exportación só­lo realizaba manguadas operaciones.

Se comprende fácilmente que, en esas condiciones eranescasísimas las personas que ocuparan autos de plaza, paracarreras. Los choferes conducían sus vehículos con verda.dera ansiedad en las mirada y tremenda angustia en su alma,rayaban, (1) pero sólo las calles, con las llantas de sus carrosvacíos y buscaron y hallaron la solución de su problema dis­putándole los pasajeros a los ómnibuses, cobrando los mIS­mos precios que ellos y practicando el mismo recorrido. Sehabía implantado definitivamente el transporte colectivode pasajeros ,en autos.

Pero la empresa que tenía el monopolio de la industriade ómnibus se defendió en la forma que suelen hacerla to­dos los monopolios, sin importanle las necesidades colecti­vas, del público, y de los trabajadores y consiguió un decre,to del Ministerio de Gobiero, Dr., Tamayo, a su favor, esdecir, prohibiendo, como hemos dicho, el servicio Golectivo.y se planteó la lucha.

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Es casi obvio que unas de las cartas más firme del go­bierno era la división en que Se.hallaban los sindicatos yque, en el caso de que los choferes se unificaran, careceríande apoyo en el resto de la clases obrera, cada una de cuyasorganizaciones trataba de resolver sus propios problemas,consecuencia de la desocupación, o sea, que-el gobierno es­peculó con la miseria. Felizmente se equivocó.

En la Asamblea del gremio de Clioferes, en su local dela Avenida Grau, se acordó la huelga, que fue inmediatamen­te practicada por los choferes de servicio público; dos otrtres días después pararon los camioneros y la mayor partede los trabajadores en ómnibus. Lima se convirtió en unaciudad silenciosa.

El gobierno se propuso destrozar la huelga por mediodel terror. Suspendió las garantías individuales, practicó nu'merosas prisiones y muchos trabajadores fueron apaleados,al no acatar la arde nde disolver los pequeños grupos quese formaba en las cercanías del local de la Avenida Grau.Pero 10 que consiguió con eso fue que afIorara la solidari­dad de clase de los trabajadores de Lima, qu~ acordaron yllevaron a efecto un paro general.

El paro fue absoluto. La ciudad ofreCÍa un aspecto im.presionante, sin autos, tranvías, ni omnibuses; no fun,ciona·ban los bancos, estaban cerradas las tiendas del centro, eranescasos los peatones y ha'sta los grifos de expendio de gasa·lina dejaron de funcionar, por acuerdo expreso de sus pro'pietarios.

Podría haberse afirmado que Lima era una urbe desocu.pada, si el ominoso silencio de sus calles no se hubiera alte.rada seguidamente por rondas de gendarmería sable en ma­no, y el paso marcial de piquetes de infantería y de caballe­ría, armados de rifles, los primeros, y calada la bayoneta,los otros.

Querían atemorizar, el gobierno, con tremendo desplie.gue de fuerza, pero nadie se impresionó. Los choferes sos-

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tuviera su huelga, a pesar de todo, y el apoyo de la claseobrera con su paro general, el de los hoabajadores de losmercados, que contribuyeron generosamente con víveres pa.ra la olla común y el de todos los órganos de publicidad que,en diversas formas, expresaron sus simpatías por los huel.guistas; todos estos hechos reunidos, obligaron al gobiernoa retirar su decreto que prohibía el colectivo y a dictar otroque lo legalizó, en vigencia hasta hoy.

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x VII

AHORA ESTAMOS VIVIENDO NUESTRA PROPIAHISTORIA

Esta huelga fue para Francisco un verdadero reencuen·tro con el movimiento sindical obrero, pues le permitió es­tablecer relaciones con los nuevos cuadros dirigentes y, loque es más importante, en medio de la masa inquieta ycombatiente, sintió sus palpitaciones, apreció sus anhelos,coincidentes con los de él.

Lo que habíale impedido una acción Tnás contínua erasu oficio de mecánico, expuesto siempre a ser despedidodel trabajo. Pero ahora, con su brevete de chofer y dedIca­do al servicio público en un carro de su propiedad, superóel inconveniente y pudo dedicar todas sus posibilidades, to­dos sus esfuerzos, al desempeli.o de los cargos que le confIósu organización sindical, tanto en las luchas por reinvidica­ciones, como en tareas d eorganización.

Pero ya hemos llegado a la etapa actual del movimientoobrero. A partir de la huelga de los colectivos y su triunfo.nada nuevo hay como elemento ideológico en el movimien­LO obrero. Sucesivos gobiernos han legalizado la aceCÍónsindical, dando como resultado la proliferación de sindicatosentre los traajadores y hasta en los profesionales, pero tam­bién han logrado, las autoridades. poner bajo SLl férula lainquietud colectiva. Hoy día más que la acción masiva, lossindicatos ocupan abogados, para la defensa de sus rem­vidicaciones. De ahí que, mientras por un lado, los dirigentes se han trasformado en simples funcionarios, los sindica.tos son elementos de colaboración con las autoridades. Cuan.do hay alguna inquietud en algún centro de trabajo, el Sindi­cato presenta sus reclamos, luego alguna dependencia delMinisterio de trabajo resuelve si el re~lamo es procedenteo no y cuidado en no acatar su resolución; la huelga si la

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hay, 5~rá declarada ilegal, sus dirigentes perseguidos o pre­sos y hasta la misma organización puede ser destruida.Ejemplo: la Federación de Empleados Bancarios, que fuecolocada en manos de quienes no podían inquietar a losseñores banqueros, utilizándose para ello la prisión de diri­gentes y los despidos masivos de empleados con la aproba­ción de los nuevos dirigentes y del Ministerio de Trabajo.

Esta situación restaría importancia a cualquier relatode acontecimientos, nos parece. Por eso, consideramos másoportuna una crítica, un examen de lo actuado, para destacarsus lados positivos y señalar la orientación que sigue el mo­vimiento sindical. Esa obra podría darse por el autor de estetrabajo, si hubieran condiciones favorables, pero no nos con­sideramos los únicos que podemos hacerla. AJ respecto tIenenla palabra los dirigentes en general y todos los trabajadores,pues no esta demostrado que el obtener cargos directivos enlos sindicatos se obtiene, a la vez inteligencia y voluntad deservir

Entre tanto se da un nuevo giro al movimiento obreroperuano, restamos decir, que no han terminado las activi­dades de Francisco. Ahora 10 mismo que en su niñez y en sujuventud, lo mismo que siempre, sigue ansiando que desapa­rezca la explotación del hombre por el hombre y se reem-·place por un nuevo tipo de relaciones humanas, que eliminela escasez de las grandes mayorías y la abundancia, hastael derroche de algunos pocos previlegiados. Según el CrI­terio de Francisco" eso sólo puede conseguirse mediante elcontrol político del Estado por parte de los trabajadores.Empero, no podrá avanzarse hacia esa meta con el estaCIO_nario movimiento sindical que tenemos. Es necesario darleuna perspectiva, una visión de futuro.

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ESTE LIBRO SE TERMINO DE IMPRIMIR.EN LA SEGUNDA QUINCENA DEL

MES DE OCTUBRE DE 1969LIMA - PERU

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EDITORIAL "LINOTIPO LOS ROTARIOS"

DISTRIBUCION:EDITORIAL HORIZONTE

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