De domingo a domingo conversaciones con andrés henestrosa

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DE DOMINGO A DOMINGO CONVERSACIONES CON ANDRÉS HENESTROSA

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DE DOMINGO A DOMINGO

CONVERSACIONES

CON ANDRÉS HENESTROSA

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MARTHA CHAPA

DE DOMINGO A DOMINGO,CONVERSACIONES

CON ANDRÉS HENESTROSA

I N S T I T U T O P O L I T É C N I C O N A C I O N A L—México—

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Primera edición: 2001

D.R. © 2001. Instituto Politécnico NacionalDirección de PublicacionesTresguerras 27, 06040, México, D. F.ISBN: 970-18-7416-1

Impreso en México /Printed in Mexico

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PRESENTACIÓN

LOS CÓMPLICES

Un hombre y una mujer se reúnen cada fin de semana.A platicar.A decirse (des-decirse), acordar, acordarse, hostigar,

divagar, exagerar, evadir (casi mentir), sonreír como losángeles que nos vigilan (el espectáculo en el valle delágrimas puede ser tan divertido, al menos desconcer-tante), a compartir en buena mesa y amistad esa porcióndel Paraíso que nos toca cotidianamente, según Borges.

Y a discernir, confesar, contestar, preguntar (cadapregunta llevará a la otra), intrigarse, entregarse (la en-trega fatal de las palabras), suponer, inventar, descreer,desconfiar, representar a dúo y sin alardes la Comediahumana...

Entretanto, el mundo sigue andando, como prometió Gardel,pero de alguna misteriosa manera el tiempo queda suspendidopor esa tregua de dos empecinados interlocutores que no se dantregua: animación suspendida hacia el texto mismo de infinitospretextos.

Dos personajes que se comprenden y complementan.Ella, mujer de muchos rostros.Él, hombre de variadas conjeturas.Ella viene de Monterrey, Nuevo León. Él de Oaxaca, del Istmo,

de Juchitán nada menos: vayamos afinando como hace Andrés alexpresarse casi traduciendo (sus redondeos evocan los titubeospoéticos del Padre Garibay).

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Diálogo Norte-Sur, pues, que sí lleva a alguna parte. Cualcorresponde, Martha Chapa necesita ‘‘cuatro partes’’ para em-pezar a describir ‘‘Cómo conocí a Andrés Henestrosa’’..., sequedaría corta si no fuera que las partes se le multiplican comolos panes en 45 capítulos. Y el mundo sigue andando.

Entiendo perfectamente su necesidad de reiteración: Algunavez Andrés me pidió, para un librito de aniversario, que hicierasu semblanza. Cumplí sintiéndome ingenioso. Todos tenemoscontradicciones —dije—, las de Andrés Henestrosa son mejores:

Uno habla en su casa, otra en la calle...solitario y social... breve y vasto...estoico, sibarita, desprendido (élmismo ha hablado de la omisión del ‘‘mí’’en su formación), aferrado a cosas tancomprometedoras como los libros...Hombre-de-biblioteca, que no ratón...

También hablé de su inmovilidad (lo más fiel a sí mismoque conozco), su búsqueda e inconformidad constantes, avi-dez del logro, goce hasta de lo no encontrado, circunloquios.Resumí y resumo: ¡viejo zorro!, mañas maestras.

A Martha Chapa la conozco por sus obras, por sus frutoscomo aconseja el Evangelio.

Personalmente me intimida, me pone a pensar en lo femeni-no-secreto o en lo femenino-sagrado, en leyendas medievales, enfuego y fuegos inquisitoriales, en música de Schönberg (Nochetransfigurada, por ejemplo), exorcismos, encantamientos, magias,alquimia como la de su gastronomía, el caos y el orden de la Natu-raleza, senderos que se bifurcan, ficción, realidad virtual.

Ahora la redescubro en estas páginas: inteligente, arisca, sagaz,escritora (otra vuelta de tuerca), irónica, extravagante, musa ofi-ciante, provocadora, capaz de vistosas maquinaciones, de inquie-tantes insinuaciones, de fantasiosas reencarnaciones.

Capaz de hacernos descubrir al ¿verdadero? Henestrosa por de-trás de la persona.

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POSDATA

Dicen que cuando un hombre se confiesa es como un saco depapas o de piedras; éstas van saliendo hasta vaciar el costal; quecuando una mujer se confiesa es como una bolsa de harina, pormás que se le sacuda sigue quedando...

En esta ocasión, ella, Penélope, Ariadna, hace de las revelacio-nes de él, de sus admisiones, una confesión demorada y perdu-rable. Sherezada quiere ahora saber del otro. Hay permanenciavoluntaria.

Ritos dominicales de dos transgresores formidables.Intercambio de mitologías.La implacable memoria, la oportuna des-memoria, han venido

hilvanando estas memorias de lectura fascinante.

Luis Guillermo Piazza

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PRÓLOGO

Aunque conocí a Andrés Henestrosa —como ya lo hecontado— en 1975, nuestra amistad, propiamentedicha, no comenzó sino diez años después, allá porabril del 85. A partir de nuestro encuentro Henestrosano faltó a ninguna de mis exposiciones y fue apasio-nándose por mi obra, de tal suerte que, sin que yo lopidiera, escribió algunas impresiones acerca de ella,en los periódicos en que colaboraba por aquellos años.Yo, a mi vez, me fui interesando por sus escritos y sobretodo por su persona, por aquellos rasgos de su carácterque, si no mejores que los de sus compañeros, sí entodo distintos a los de otros escritores y amigos queyo conocía.

Una persona extraña, tal vez por las muchas sangres de que pro-viene; no sé si ciertamente, o sólo sea invención suya —así lo hacecreer en sus pláticas—; tiene del indio, del blanco, del negro, delfilipino y, tal vez, unas gotitas de judío: un Andrés Morales —nom-bre original de Henestrosa— fue quemado por la Inquisición, acu-sado de practicar la ley de Moisés. También descubrí en sus letrasuna manera de expresión muy especial o característica, porquesiendo el mismo lenguaje y los mismos temas, le da al idioma y altratamiento del asunto, modos distintos de expresión.

Recuerdo que un día, antes de convertirnos en verdaderos ami-gos, me atreví a invitarlo a cenar en mi casa, en compañía dealgunos amigos mutuos. Digo que me atreví, porque habíaescuchado que era una persona altiva, despectiva y muy proclive aburlarse de la gente, no por escrito sino verbalmente. Sin em-

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bargo, durante la sobremesa me aventuré a pedirle el prólogopara mi libro La cocina mexicana y su arte; aceptó gustoso y loescribió.

¿Por qué le pedí a él y no a otro de los amigos que estaban enla mesa, algunos de los cuales son brillantes escritores, ademásde que mi amistad con ellos era más antigua? Lo ignoro, pero asífue. Andrés produjo un prólogo que yo —como también lo hedicho en alguna parte— considero muy hermoso. Me sorprendióque hubiera aprovechado la ocasión para recordar una veintenade refranes y dichos relativos a la cocina. Eso acrecentó mi admi-ración por el hombre y por el escritor; me sentí con mayor liber-tad de pedirle que prologara los catálogos de mis exposiciones,tarea que cumple con entusiasmo y admiración, tal vez mayoresa lo que mi obra de pintora y cocinera merezcan.

A partir de aquel primer prólogo nuestros encuentros fueronmás frecuentes, en comidas, cenas, presentaciones de libros, aper-turas de exposiciones, convivencias literarias. Un buen día se meocurrió reconstruir sus pláticas, sus conversaciones tan bien con-dimentadas. Le presenté un escrito con ese tema y —algo queme halagó muchísimo— Andrés lo tomó como una prueba demi vocación literaria y de mi aprendizaje de escritora. Leí suslibros, en los que encontré muchas enseñanzas acerca de todo loque atañe a la cultura, principalmente la mexicana: historia, bio-grafía, crítica literaria, folclore, necrologías o simplemente esoque él llama divagación, que consiste en tomar un tema, jugarcon él y hacer el artículo con el que cumple airosamente suscompromisos periodísticos.

Le presenté un segundo escrito y, como en la primera ocasión,me aplaudió y animó para que sumara la literatura a mis oficiosde pintora y cocinera. Nuevamente tuve un atrevimiento y lepedí que me visitara en mi casa, los domingos que le fueranposibles para platicar, leer, escuchar sus historias que me pare-cen mitológicas, como también lo tengo dicho. Muy raro hom-bre este, Andrés Henestrosa: tiene una fresca memoria que lepermite recordar poemas, cuentos, páginas enteras en prosa, y ala mano un ejemplo para cada palabra. Me impuse la tarea deelaborar nuestras pláticas dominicales en el transcurso de lasemana, para presentárselas el domingo siguiente. De ahí el título

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de nuestra columna en El Búho: ‘‘De domingo a domingo. Conver-saciones con Andrés Henestrosa’’. Tal vez este título recuerde,involuntariamente, el de la famosa obra Conversaciones de Goethecon Eckerman, en los últimos años de su vida. Sé que esta referenciadisgustará a Andrés, pero, ¿por qué lo pienso y lo siento?

¿Qué cosa es ‘‘De domingo a domingo’’? Es todo: divagación,digresión, mentiras, verdades, ocurrencias repentinas, evocacio-nes de su niñez pueblerina, de sus primeros años en la Ciudad deMéxico, de sus nuevas lecturas, de todos los libros que pudo te-ner entre las manos que leyó, más que para obtener conocimien-tos, para aprender la lengua española, idioma en el que ha adquiridosingular maestría —aunque a él no le guste lo que diga—. Enefecto, Andrés Henestrosa escribe una bella prosa; clara, limpia,directa. Así se califica lo que escribe y maneja.

‘‘De domingo a domingo’’ reseña, a mi entender, un capítulo dela patria, de la vida de México desde fines del año 22, en queAndrés llegó a esta ciudad, hasta nuestros días. Por sus páginaspasan hombres, novelistas, poetas ilustres con quienes tuvo tratocercano, y puede decir que fueron sus amigos. Al que más recuerday mayor admiración le merece es José Vasconcelos, a quien acom-pañó desde el último día de febrero de 1929 hasta mediados delmes de noviembre de ese año, cuando, frustrado el levantamientoen armas —que durante aquel año, predicara Henestrosa— volvióde Mazatlán a la Ciudad de México, lloroso por la derrota, de laque todavía no acaba de curarse y que a menudo recuerda contristeza.

Andrés tiene muchos años: va por los ochenta y ocho; noobstante conserva íntegra su lucidez, puntual su memoria. Conestas palabras cierro un ciclo de ‘‘Domingos’’ y pongo puntofinal al libro. Pero los domingos no terminarán; muchas cosas—por no decir que todas— que le oigo, merecen ser escritas.Andrés es para mí una biblioteca andante, un libro abierto dondesacio mi ansia por conocer todo acerca de las antigüedadesmexicanas, del indio del que afirma —y es cierto— proceder yque camina a su lado.

Espero que transmita mi admiración por Andrés Henestrosa,y mi entusiasmo por sus palabras y recuerdos.

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CÓMO CONOCÍ A ANDRÉS HENESTROSA. PRIMERA PARTE

Conocí a Andrés en 1975, cuando cayó gravemente enfermo elpoeta Alí Chumacero, a quien más de una vez se dio por muertoy, como en esos casos suele suceder, todos sus amigos nos reunía-mos en torno al dolor y la muerte —vieja solidaridad mexica-na— para saludarlo. La salud de Andrés Henestrosa, a quien yoconocía de nombre, parecía peor que la de Alí: resultó que unenfermo asistía a otro enfermo. Ésa fue la primera impresiónde extrañeza que me produjo: un muerto visitando a otro muerto.

En una breve, pero intensa conversación, logré decirle —yaque estudié medicina— que su mal no era de los que mataban, quesu dolencia tenía remedio: él estaba enfermo del alma. Con losaños, Andrés me confesó que aquellas palabras fueron, primero,un bálsamo, y después, un antídoto; más tarde, que fue la pana-cea que lo curó —una suprema cortesía de su parte—. Otra cir-cunstancia avivó nuestra amistad: estuvo a prueba de misexposiciones, aceptó sentarse a mi mesa. Un día, en la sobremesa,le pedí un prólogo para un primer libro de cocina y tuvo la buenavoluntad de aceptar. Escribió unas páginas que considero cadadía más bellas.

Aquel primer impulso de simpatía fue creciendo, enriquecién-dose, con una fuerte admiración de mi parte por su memoria,por su talento, por su erudición, por su condición de hombrecabal, por su mexicanidad. Andrés siente la vida desde el fondomás profundo de los tiempos.

El prólogo que escribió para mi libro fue un alarde de refranesculinarios. No sé cómo pudo enlazar tanta sabiduría popular. Loseguí invitando a mi mesa, porque advertí que gozaba de lasinvenciones gastronómicas que me atrevo a realizar. Poco a pocofui aventurándome a pedirle más presentaciones para mis expo-siciones, para mis calendarios: mensajes que siempre encuentrointeligentes y creativos. Andrés no es un crítico de arte. Sin em-bargo, todo aquel que analiza el fenómeno artístico tiene comoprincipio el gusto estético, y de eso él sabe bien por su procedenciaoaxaqueña. Andrés es el primero en asistir a mis exposiciones,el primero en adelantar las manos para aplaudir, no con simpatía,sino con amor. ¿Cómo corresponder a su generosidad? Tal vez

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con admiración por lo que dice, por lo que escribe, por lo quesueña, por lo que piensa; de escuchar los relatos sobre su niñez,su orfandad, las inmensas soledades que recorrió y los inmensossilencios que oyó; entendiendo su confusión de espacio y tiempoen una misma dimensión; acompañándolo a recorrer las nochesdescalzo; conociendo cómo se peinaba, por primera vez, a los ca-torce años.

Hombre sembrado en la tierra, pues de ahí proviene, todo loque le pasa, piensa y hace le viene de su cualidad terrestre. Suspies son sabios; caminó muchas veredas descalzo y así aprendióa conocer. Un día me habla de libros; otro de letras, de poetas,de historia, de recuerdos. Por todo eso aquí me tienen, con laesperanza de poder compartir con ustedes las experiencias deun gran hombre que se ha empeñado en ser y en hacer.

Escucharlo es conocer a México, país que se está transforman-do al ritmo que el mundo marca. Éste no es un hecho fácil paranosotros, que sufrimos una conquista sangrienta, una violaciónhistórica. Por ello acariciamos la ilusión, el deseo, de que los cam-bios no sean violentos. A pesar de todo sabemos que es necesariotransformarnos; hoy en día todo cambia, segundo a segundo: sederrumban muros, mitos, ideologías, esquemas rígidos; enterra-mos la mano muerta de la tradición. La Unión Soviética ha des-aparecido y con ella murieron ideales y esperanzas. Los científicoscrean genes y construyen células, como en Un mundo feliz, deHuxley, autor del que Andrés y yo somos devotos. Estamos frentea la era de la ciencia y la tecnología, del pragmatismo y la econo-mía. Creo que éstas son razones más que contundentes para escu-char a un hombre de talento que ha sabido amar a México.

CÓMO CONOCÍ A ANDRÉS HENESTROSA. SEGUNDA PARTE

Aun cuando se llama Andrés Morales, se firma Andrés Henestrosa,como si sólo fuera hijo de mujer: en un seno mamó la lenguazapoteca y en el otro la huave. Las otras lenguas, en otros senos,como dijo alguna vez. Hirsuto, desnudo, descalzo anduvo todasu niñez a pie, a caballo, en carreta, de día y de noche, sin pan niabrigo. Tiene temor a la muerte pero dice no temerla. Lo amparaun lema:

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Yo no le temo a la muerte,aunque le encuentre en la calle:sin la licencia de Diosla muerte no lleva a nadie.

Un día le pregunté si creía en Dios y me contestó: ‘‘Sí, perosólo de noche. Porque, ¿sabes, Martha?, yo soy blanco de día,indio de noche’’. Con eso quiso decir que de día ve a Dios y denoche ve al diablo. Todo es raro, extraño en este hombre. Porejemplo: sabe de memoria todo lo que oyó, le leyeron o leyó desdelos cuatro años de edad.

No cumplía cinco años cuando vino a México con su abuela,que era analfabeta, ni hablaba español, a curarse de la mordedu-ra de un perro rabioso. Recuerda, como si fuera ayer, los nombresde las calles, los sitios por donde anduvo, el color y el número delos tranvías, una cascada de bugambilias en la calle de la Paz, ellecho seco de un río con una vaca al fondo, con las enormesubres hinchadas; el olor de alcohol en que hervían la jeringa, elardor que se propagaba por su cuerpo en cada inyección; ‘‘unarco iris como una diadema en la frente de la tarde, tras de unallovizna’’. El nombre anterior al suyo en la lista de los pacientesera Amada Morales, una niña de siete años. ¿Cómo olvidar esenombre, si era la mitad del mío, Martha? ¿Cómo, si mi hermana sellamaba Marcelina Amada? ¿Cómo, si con su nombre hice mis pri-meros juegos literarios?: ‘‘Marcelina Amada, Amada Marcelina’’.

Fue a mediados de abril de 1911 cuando Andrés Henestrosa,entonces Andrés Morales, vino la primera vez a México. Vivióen San Angel, muy cerca de la iglesia del Carmen, en la calle deArteaga No. 1. Me dice que el nombre de la calle está incomple-to, que debería llamarse Arteaga y Salazar, en honor de los dosgenerales republicanos —José María Arteaga y Carlos Salazar—,sacrificados por la reacción conservadora. ‘‘De ahí salimos miabuela, yo y mi padre, agónico. Arnulfo Morales estaba en Méxi-co, curándose de una enfermedad entonces incurable: la tisis.El 9 de junio salimos rumbo a Juchitán, adonde llegamos el 11 alamanecer, a las cinco de la mañana. Ese mismo día, a las cinco dela tarde, murió mi pobre padre. Aquí tengo —dice llevándoseuna mano al pecho y otra a la cabeza— las palabras con que

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Martina Henestrosa, Tina Man, lo enterró.’’ Y al llegar aquíAndrés suspira y solloza y repite palabra por palabra el la-mento materno: ‘‘¿Por dónde iré para encontrarte? Yo no sépor dónde nace el sol, ni por dónde muere. Tú lo sabías y meguiabas. ¿Con quién dejaste, Arnulfo, las prendas que tantoamabas? Mañana sólo quedará de ti el recuerdo, el dulce nom-bre. Y comeré mi pan húmedo en llanto’’.

Andrés sabe canciones, poemas, refranes, dichos, fábulas, mi-tos, leyendas que nunca, o muy rara vez, ha encontrado escritos.De todo eso está hecho. Va por el mundo guiado por lo que oyóen su nativo Ixhuatán. ‘‘De las tres lenguas —dos indias— mellevan, me traen, me levantan, me derrumban: son mi báculo,mi brújula, mi norte, mi reloj’’, creo que dice, en algún escritosuyo que conservo. Se siente alternativamente indio, blanco ynegro. Es uno cuando calla y otro cuando habla. Va siempre dela mano de todos sus abuelos, a quienes tiene en paz, reconcilia-dos, si es que alguna vez estuvieron en pleito, peleados. Y así lodice en un poema escrito en San Francisco Ixhuatán, el lunes 13de agosto de 1990:

Llamo a mis abuelos,a cada uno en su idioma.Acuden. Siento a dosen mis rodillas,los otros a mis pies.Sólo tres de ellosme entienden:el huave, el zapotecay el español.Los otrossólo escuchan silenciosos.Se miran y sonríen,vueltos los ojos al nietoque habla por todos.Niegan y asientencon la cabeza.Y este su nieto cuando los recuerdacae de rodillas, y ese el llantosin sentido que a veces llora el nieto.

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Lo dicho: Andrés va por la vida llevado por las canciones,los refranes, las consejas de su infancia: las que oyó, oye y sigueoyendo de sus remotísimos abuelos.

CÓMO CONOCÍ A ANDRÉS HENESTROSA. TERCERA PARTE

Para mí, Andrés Henestrosa es amigo, maestro, abuelo, patriarca;político, ser polémico. Porque, ¿quién que luche no lo es? El tér-mino palemos significa en griego guerra, y Andrés combate, des-de niño, por sus ideas: urgido de justicia para su adolorida tierray deber ciudadano es entrañable, recóndito. Andrés, entre otros,me ha enseñado a conocer y querer a México en sus rasgos posi-tivos y negativos: una cosa va de la mano de la otra. No se puedeamar lo que se desconoce.

Andrés sabe de la vida del México contemporáneo; conoce lavida de José Vasconcelos; también la de mujeres famosas, comoAntonieta Rivas Mercado, para poner dos ejemplos. Las más delas veces hablamos de políticos, de escritores, de pintores, deartistas que trató y tuvo cerca.

Platicar con Andrés es recorrer México tomada de su mano,apoyada en la sabiduría que dan los años a los hombres sensibles,a aquellos de espíritu superior; esos que sienten amor por todo ypor todos. Los que aman a su patria. Esos que tienen un propósitocomún: construir la vida. De eso se trata aquí, en este artículo, dela construcción que todos los días se realiza en Oaxaca.

—Andrés, tú que sabes tánto de tu tierra, platícame acercadel tequio, esa práctica cotidiana que se da en la bellísima y mágicaOaxaca. ¿Qué es lo que simboliza?

—Mira, Martha, el tequio... —Andrés se queda pensativo—.El gran sabio Rafael Altamira, en algún lugar de sus obras, alllegar a la palabra tequio, dijo tras intentar definirla: ‘‘No sé loque sea’’. Pero yo, audaz y atrevido, trataré de darte una defini-ción, así sea aproximada. Tequio, del náhuatl, tequitl, que quieredecir trabajo, tributo del macehual a la comunidad, que noentraña idea de correspondencia, remuneración, según la defi-nición más generalizada. Con la Conquista, la carga que era eltequio alcanzó extremas proporciones; el encomendero, el fraile,

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los patrones impusieron al vasallo tareas agotadoras. Ellos, losindios, los macehuales, lo hicieron todo: labraron la tierra, levanta-ron las casas, construyeron las iglesias; se encargaron de las minasy de los trapiches. También aprendieron los nuevos oficios, persis-tiendo en lo que era su mundo, haciendo suyo el ajeno al inter-pretarlo; así en la escultura y en la pintura; en la música, laliteratura y la danza. José Moreno Villa —crítico de arte, poe-ta, ensayista español del destierro— acuñó la expresión artetequixtli. El arte tequixtli, esto es, el que produjo el vasallo, elesclavo. Un arte en el que venturosamente se conjugaban el arteajeno y el arte propio. En la actualidad se practica el tequio, seha vuelto al tequio en lo que tuvo en la gentilidad: trabajo enbien de la comunidad, solidario, de ayuda mutua.

Éstas fueron las palabras aproximadas con que Andrés Henes-trosa me explicó el significado del tequio.

—¿Cómo se le llama en zapoteco a la figura principal, alpatriarca? —le pregunto.

—Guqui, cacique, que no era lo que ahora; el mandamás, elmandón, de donde viene el actual Tata Mandón, que es al mis-mo tiempo, el de mayor edad. Bastón en zapoteco se dice unixí.Unixiró es el bastón máximo, el cetro, como quien dice. El cetroy el que lo empuña.

Aprovecho para preguntar:—¿De modo que quien tiene el bastón en México se llama

Carlos Salinas de Gortari?—Sí, señora, así es, contesta Andrés.—El presidente de la República es la suma de los presidentes

municipales, pudiera decirse; la suma de todos los bastones demando, el unixiró, contesta. Unixiró, el gran bastón, el máximo,el supremo bastón: el símbolo del poder. El cetro, en aquel mundo.

Cuando fui a Rusia el año pasado me enteré de que existe alláuna suerte de tequio: la cooperación comunitaria, es decir, loque cada ciudadano aporta a la comunidad. Y también de quehay una figura patriarcal que se llama Starozta, el capitán, lacabeza principal.

—¡Qué extraño! No deja de sorprenderme la similitud entrela cultura mexicana y la rusa —le dije.

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—Eso prueba, Martha, que uno solo es el hombre.Pero continué con mi interrogatorio. Se me agolpan las ideas

y no resisto interrumpir:—¿El Papa les habló en zapoteco durante su visita?—Sí, el Papa habló en ese idioma. Qué sabio, ¿verdad? Al país

que vayas habla su lengua y serás verdaderamente escuchado—dijo.

—Pero volviendo a nuestro tema, el tequio es, en síntesis, el inter-cambio espiritual y material; lo mío es tuyo y lo tuyo es mío.

—Andrés, creo que todo lo que me cuentas es tan interesanteque puedo afirmar que el programa Solidaridad se inspiró en eltequio y espero que logren llevarlo de la mejor manera. México yano puede resistir más ensayos; hace siglos que los experimentosfallan; ya es hora de que se pinte directo en la tela, que no sehagan trazos provisionales. Queremos que el resultado sea unaobra maestra. ¿Estás de acuerdo, Andrés?

—Por supuesto, Martha, que estoy de acuerdo y que coincidocon tu pensamiento y tu deseo.

—México ya no debe buscar. México debe encontrar.

CÓMO CONOCÍ A ANDRÉS HENESTROSA. CUARTA PARTE

Escribir acerca de Andrés Henestrosa significa remontarse a unpasado que, aun cuando cercano, es ya remoto: el México mágico,recóndito. Reconstruir su vida, sus pláticas y discursos; recordarsus escritos y anécdotas, es para mí un alegre y entretenido ejerci-cio; pero también una obra personal de creación y remembranzaacerca de Oaxaca y la Ciudad de México.

La escritora que quiero ser encuentra en esos pensamientos,ocasión para trabajarse, para hacerse con el lápiz. Se labra quienlabra, se elabora quien se labora, le he oído decir. A la cocinera quesoy se agrega la literata en ciernes que narra la vida de un mexicanoexcepcional. Quiero, en este escrito sobre Andrés Henestrosa, pasarde aprendiz a oficial; cuando menos tengo la decisión de dar con lapalabra adecuada para traducir en lenguaje mi pensamiento y missentimientos, traídos y llevados desde que vislumbré a ese hombresingular al que considero digno representante del México profundo.

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Andrés no tuvo un solo libro en su niñez —bueno, tuvo dos—;ahora los tiene todos: ‘‘Cosas que ignoran los blancos, las sabeeste pobre indio’’, suele decir, recordando los versos con que elNegro responde a Martín Fierro, sólo que allá negro y aquí indio.Eso mismo le dijo a Borges un día en que el inmenso escritornegó, frente a él, a los indios.

Andrés viene a casa, salvo excepciones, los domingos, pues con-venimos en que reconstruiría su historia de sus pláticas. Mi in-tención es registrar lo que diga y escriba, así como lo que oigo yleo acerca de su persona, de sus trabajos y sus arduas ociosidades.Ése es el origen de mis apuntes, De domingo a domingo, que hecomenzado a escribir.

Cuando escucho a Andrés narrar su vida llego a pensar que, loúnico verdadero en todo lo que cuenta es la mentira: su historiaes una mitología creada por su imaginación, incendiada porel sol oaxaqueño. Nació a los nueve meses cabales y afirma que elparto, que duró diez minutos, sucedió en la cocina, inespera-damente. Sin partera, al mediodía, cuando el sol de Ixhuatán estabaen el centro del cielo, cuando no se sabe si va a caminar a laderecha o a la izquierda, o si va a quedarse detenido. MartinaHenestrosa estaba sirviéndole la comida a su marido, ArnulfoMorales, cuando de pronto gritó, ya el vientre entre las manos:‘‘¡Arnulfo!, siento que me voy a resquebrajar; ve por AndreaSario’’. El hombre dejó de comer y salió corriendo por la coma-drona, quien vivía a unos pasos. Cuando volvió con la partera,Andrés ya había nacido, ya retozaba en el petate, revuelto, lloro-so, con el ombligo cortado por dos piedras, una golpeandosobre la otra: el metate y el metlapili. Una superstición de aque-lla región dice que los que nacen así, de repente, están locos ovan a serlo; yo creo (que me perdone Andrés) que resultó cierta.

La gramática de Andrés es la de todos, en cuanto compartecon nosotros el mundo, el cielo, el pan, el agua y el vino. Sinembargo, otra es su embriaguez, como diferentes son sus com-portamientos. He llegado a pensar que todo ello se debe a lasmuchas sangres que en él se juntan, confluyen. Andrés viene demuy lejos, de muy abajo. Son muchos sus abuelos, de distintasprocedencias: indios, negros, blancos, zapotecos, huaves, etíopes,bantús; quizá... una gota de sangre filipina, tagala, y otra de judío

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converso. Un Andrés Morales fue quemado por la Inquisiciónacusado de judaizante —ya está dicho—. Otro —Mucio Mora-les— peleó en la Revolución; uno más es literato y de los buenos.Sangres, lágrimas, sudores mezclados, felizmente conjugados die-ron de sí a este ser, para mí en verdad peregrino.

Advierto muy bien su rareza siempre que lo veo y escucho, cuan-do lo miro caminar y recuerdo sus primeros pasos por la vida.Desde el monte y el jacal hasta la Ciudad de México. El queno tenía letras, tiene ahora muchas palabras. El desnudo, des-calzo, hirsuto viste ahora de gala. El esclavo de todo ahora esde todo manumiso, es decir, esclavo liberto, que camina a laderecha o a la izquierda, o se queda detenido.

Andrés es un hombre extraño, y en eso —en ser extraño—consiste la locura. Mírenlo si no: nació de repente y, como pareceque lo afirma, sin padre, al firmar con el solo apellido materno.

LA MELANCOLÍA

—Andrés querido: este domingo estoy melancólica, y deseo su-perar este ánimo platicando contigo. No sé, bien a bien, qué mesucede. Cuando me preguntan si estoy triste respondo que no loestoy: que soy triste. De verdad, así me siento. Pienso con fre-cuencia que acaparo los dolores de los demás, por si fueranpocos los míos. Me duele que muchos seres humanos no tenganqué comer, que enfermen, que no puedan estudiar, que hayaniños que no vayan a la escuela, que muchas mujeres sean gol-peadas; en fin, para qué seguir si la lista de injusticias es infinita.

Andrés me contestó con sabiduría milenaria:—Martha, no te asuste la tristeza; acuérdate que todo eso

concurre a tu realización y si es así, piensa que es positiva. Obténde tu dolor alegría para trabajar; usa de las piedras que te arrojanpara levantar tu estatua; también es provechosa la desgracia, ladesventura; es levadura de creación.Tú debes estar por encimade los sufrimientos, de las desigualdades de la vida, de sus injus-ticias. En un artista la desventura es una forma de grandeza. Voya contarte —tal como lo recuerde— una historia que más bienparece una fábula, que acaso ayude a consolarte. Un vagabundo,

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hambriento, vestido de andrajos, llega una noche a un pueblo, trasde un largo caminar. Encuentra una casa con luz encendida. Llega.Toca. Le abren. Es un taller de imprenta, la redacción del periódicodel pueblo. El impresor, con el mandil en la cintura, le preguntaqué quiere, quién es, de dónde viene, qué sabe hacer. El vagabundocontesta que nada sabe de todo cuanto se le pregunta. Y dice escueto:‘‘Quiero comer, me muero de hambre’’.

El impresor le pide que mientras le prepara la cena redactealgo para llenar un hueco que le queda en su periódico. El hués-ped sentado a la mesa pone punto final a su papel. Y mientrasdevora, que no come, el hospedero lo lee. Lo aprueba. Pide alhuésped que lo firme. No sé firmar, ni tengo nombre, dice. ¿Paraqué quiere nombre uno que no tiene qué comer ni de qué tratar?El periodista pueblerino insistió en que lo firmara, que se inven-tara un nombre. Fue cuando se le ocurrió uno que lo inmortalizó:Máximo Gorki, es decir, el máximo, el más grande de los desdi-chados, el amargo, el desventurado.

El vagabundo volvió al camino, que siempre el soñador vuelveal camino. El cuento, que eso fue lo que el mendigo escribió, fuepublicado con el nombre del impresor. Gorki, para probar queél era el autor escribió otro y uno más. Así fue como AlexisMaximóvich Pechkov devino Máximo Gorki: el máximo, el ma-yor de los escritores rusos de su generación.

—¡Qué bella historia, Andrés! Me ha conmovido.—Déjate de llantos —respondió Andrés—, de quebrantos, y

camina, como dices tú, con tus manzanas a cuestas. Si se te cierrauna puerta, toca en otra, que alguna se te ha de abrir. No estéstriste, te lo pido yo que tengo más razón para estarlo. Tengoochenta y cinco años y soy optimista. O tengo el pesimismo ale-gre, como diría José Vasconcelos, otro gran desdichado. Llora,las lágrimas no son malas, ayudan a vivir, alivian, consuelan, ysi no nos matan, nos hacen fuertes. También a través de las lágri-mas puede verse el cielo azul, el horizonte en llamas, el luceroinmaculado, las manzanas cada vez más rojas, más ardientes,más paradisiacas.

Creo que así lo dijo Andrés.

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PUERTO RICO

Una mañana —de domingo, claro—, en proceso de recuperaciónpor un reciente viaje a Puerto Rico, encontré a mi amigo AndrésHenestrosa hojeando unos tratados de historia en una librería alsur de la ciudad.

—Andrés querido, qué bueno que te veo. Acabo de regresarde la hermosa Borinquén, donde trabajé intensamente para lle-var a cabo una exposición, quizá de las más trascendentes quehaya realizado —dije, estimulada por el encuentro.

—¿Por qué la consideras así? —preguntó extrañado.—Por muchos motivos, Andrés. En parte por el reconocimiento

que me mostraron; pero tal vez más porque trabajé muchísimo;bregué, sudé hasta el desfallecimiento. Este hecho —extenuarmelaborando— es para mí un indicio de que voy por buen camino.Cuando siento ese cansancio infinito, al punto de confundir elalma con el cuerpo, el tiempo con el espacio, tengo la certeza deque cumplo con mi destino.

Bueno, pues como te iba diciendo, mi obra se presentó en lagalería de una joven, tan bella como talentosa, Leonora Vega, dequien recibí todo apoyo. Pero no faltó el pero. Mis pinturas seretrasaron tanto que percibí el mundo en mi contra. Extraviadasen Dallas y Miami, llegaron tres horas antes de que se inaugurarala exposición. Imagínate; lo único que alivió mi angustia fuesaber que contaba con Leonora y con mi amigo, el famoso pin-tor puertorriqueño Francisco Rodón, quien escribió un ensayoinspirado en mi obra. Todas esas vivencias me hicieron recor-darte, Andrés querido, para preguntarte: ¿Por qué se me dan lascosas de un modo tan difícil?

Andrés me miró y respondió:—En la vida nada se da con facilidad; hay que trabajar mu-

cho, bregar, como tú dices. Pero..., platícame de esa bella isla a laque estuve a punto de ir hace ya varios años.

—Lo que me sorprende es que después de un protectoradonorteamericano de casi cien años, aún mantengan el idiomaespañol y se resistan a hablar el inglés —respondí, expresandoalgo que me había asombrado.

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—Puerto Rico tiene una larga historia. Con ellos comienzala modernidad en América: encuentro de los españoles con laprodigiosa cultura india de la que debemos enorgullecernos cadavez más. Puerto Rico representa, en pequeño, la comunión de san-gres negras, blancas, rojas, morenas, que produjo un modo deser único en el mundo. El mulato, palabra derivada de mulo, elhijo de una yegua y un burro, o de un caballo en una burra: unmonstruo. Así se pensó del primer mulato.

—¡Qué interesante! —exclamé—. ¡Qué bello es nuestro len-guaje! Por eso debemos conocerlo bien.

—Así es —me contestó Andrés—; pero además de bello pre-serva la identidad. El hombre ha logrado con su idioma, en estecaso el español, sobrevivir. Tanto es así que podría afirmar que elhombre es su idioma. El pueblo puertorriqueño ha logrado resis-tir venturosamente la imposición de una lengua extranjera.

Ellos poseen algo de la mejor tradición romancera española. Den-tro de la mochila del conquistador vinieron romances, así comorefranes, dichos, canciones, coplas. Las melodías españolas se casaroncon las indias y las negras. Quien sabe un poco de música rápida-mente identifica la bella música de Puerto Rico.

—Bella cosa me relatas, Andrés.—Sí, el destino de los pueblos es defender su cultura a través

de su idioma, comida, poesía, literatura, pintura, costumbres.En ese sentido somos muy afortunados los mexicanos.

—Así es: tenemos una cultura grandiosa, forjada a través demilenios.

—En el alma nadie manda —continuó Andrés—; el alma eslibre y Puerto Rico lo será de una o de otra forma.

Andrés guardó el libro que miraba fijamente. Alcancé a leer eltítulo: La historia del hombre.

PREMIO ALFONSO REYES

—Andrés querido, ¡qué alegría la de verte, después de tantos do-mingos de ausencia! Si no platico contigo una vez por semanasiento que la nostalgia se acumula y que ese día desaparece deltiempo físico y emocional. Por ello te pido que no te pierdas portemporadas tan largas.

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Además, si la anterior no fuera razón suficiente, existe otra:cuando no charlamos te conviertes en el responsable de que noaparezcan en el periódico nuestras conversaciones, hecho queme reclaman airados los lectores: ‘‘¡No sea flojita —me dicen—,y escriba con más constancia acerca de don Andrés! Esperamoscon ansias sus artículos para enterarnos de la vida de un mexicanode su generación, que es la del México moderno’’.

Con decirte, Andrés, que estuve a punto de inventar una con-versación contigo. No me atreví. Me detuvo el miedo de come-ter un disparate. Porque, ¿cómo inventar una vida? ¿Y qué tal siluego me regaña Andrés?, pensé. Más de uno me ha dado decoscorrones por andar diciendo lo que no debo ni sé decir.

Pero reiniciemos nuestras charlas. Cuéntame, ¿cómo te fueen Italia y en España? Viaje muy merecido, después de recibirel honroso Premio Alfonso Reyes; un reconocimiento quelleva el nombre de uno de los más ilustres nuevoleoneses, mispaisanos. Me dio una gran alegría que te lo dieran a ti, amigoentrañable a quien quiero como hermano mayor, con un afectomatizado por la inmensa admiración que te profeso. Pero, cuén-tame, ¿cómo te fue de viaje?

—Mira, Martha, quién pregunta de viajes, si tú eres una eternagolondrina que vuela sobre el mundo.

—Precisamente porque entiendo de esos menesteres estoyinteresada en escucharte.

—Pues bien; para hablar claro y de frente, como nos place alos dos, te diré que me fui por muchas razones: tenía una granilusión de ver a mi nieta, a quien adoro, y quien me convertirámuy pronto en bisabuelo. Vive a unos pasos de Florencia, enPrato, antigua Toscana. Tremendo hecho, ¿verdad? Además mequemaba el dinero del premio las manos y quería gastarlo. Eneso también coincidimos, Martha, en pensar que el dinero sehizo para gastarse, que sólo lo es cuando se gasta. Como remateofrecí en España una conferencia que por cierto resultó una pre-ciosa experiencia, quizá por no planeada.

—¿Sobre qué tema?—Sobre uno muy interesante a más de oportuno. ¿Qué mejor

ocasión para hablar del idioma español, ahora que se encuentratan vulnerado y como que se bate en retirada?

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—Tienes toda la razón —respondí entusiasmada por la idea.—Mi tesis fue que el idioma es la última trinchera que el pue-

blo vencido opone al pueblo vencedor, y que éste —el idioma—va muriendo poco a poco hasta que llega el momento en que desa-parece y no se habla más. Es entonces cuando el hombre, el puebloque lo habla, muere.

Cuando Antonio de Nebrija le presentó a la reina Isabel suGramática castellana, y ella le preguntara en qué podía aprove-char, el gramático le ofreció varios provechos, pero el principal ymás trascendente fue el siguiente:

El tercero provecho de este mi trabajo —escribe Nebrija en el prólo-go— puede ser aquel que, cuando en Salamanca di la muestra deesta obra a vuestra real Majestad y me preguntó que para qué podíaaprovechar, el muy reverendo padre Obispo de Ávila, Hernando deTalavera me arrebató la respuesta: y respondiendo por mí, dijo quedespués que vuestra Alteza metiese debajo de su iugo muchos pue-blos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, y con el vencimientoaquéllos tenían necesidad de recibir las leyes que el vencedor poneal vencido, y con ella nuestra lengua, entonces por esta mi Arte podríanvenir en el conocimiento de ella, como ahora nosotros deprendemosel arte de la gramática latina para deprender el latin.

—¡Qué memoria, Andrés!—En nuestro país, Martha —afirmó Andrés— los españoles

lucharon por acabar con las lenguas indígenas, nosotros por con-servarlas. Tal vez por esa razón somos un pueblo que está a salvo,porque conservamos nuestros idiomas. Ellos son los compañerosy los defensores de la soberanía. Por el idioma damos y tomamosconciencia de nuestro ser. Somos. El idioma nos hace.

Yo he arriesgado esta explicación —continuó diciendo An-drés—: el zapoteco, mi lengua natal, me permite conocer dedónde es la persona que habla, con sólo escucharlo, por la solaentonación. Puede ser que no sea cierto; pero ya tú sabes lo queme gusta arriesgar teorías que sin serlo parezcan científicas; ra-zón es también en la que me apoyo para atrever esta teoría: elindio, al darse cuenta de que el español ya sabía su idioma, le

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cambió la entonación para confundirlo, para que lo creyera otroy comenzara a aprenderlo de nuevo, con lo que ganaba tiempoen su defensa. Si las premisas son falsas, al menos resulta bella laconclusión, ¿no crees, Martha? Otra más: al darle al idiomaespañol la entonación india lo hizo otro idioma: un idioma in-dio. El español de México tiene un poco la entonación y unpoco la estructura de la lengua india del hablante. Si otros no,yo lo advierto.

—¡Qué maravilloso es nuestro pueblo! —respondí—. Ésa esuna de las razones, entre muchas otras, por las que me emocionaplaticar contigo: sabes tantas cosas de nuestro México querido,que aprendo muchísimo cuando te escucho, y eso me lleva aamarlo más todavía, pues sólo se ama lo que se conoce y se conocelo que se ama.

—Mira, Martha; ya que estás interesada en saber de nuestrahistoria, te voy a ofrecer muchas razones para sentirme orgullosode ser oaxaqueño. Una, muy especial, es la valentía que nos carac-teriza. Tú no puedes imaginar la resistencia que los mijes opusie-ron al conquistador; pero no sólo los mijes; se dice que los mixtecos,así como los mijes, nunca fueron conquistados del todo. Los otrosapenas si pelearon. Anticipó su derrota la profecía de que seríanvencidos. El primero, único, último rey de Tehuantepec, Gosijopí,entregó el reino a los españoles.

Los conquistadores odiaban a los ídolos, pero adoraban el ma-terial con que estaban hechos. Exactamente lo contrario de nues-tros antepasados.

El Padre Motolinía cuenta que los indios fueron obligados afalsificar sus propias creaciones; se les exigía más y más ídolos.Como se habían agotado, los falsificaron. Los misioneros, al darsecuenta de que los ídolos que los indios compraban para devol-verlos a ellos que se los vendían eran los mismos, daban a laspiezas un golpe en el pecho para dejar una huella; así, cuandoel ídolo volvía, lo podían identificar. Ése es, Martha, el origende las falsificaciones.

—¡Qué triste es nuestra historia! —dije—. ¡Tenemos mucharazón en ser melancólicos!

—Lo son todos los pueblos a los que les matan el dios. Quierocontarte antes de despedirnos algo que me parece que ilustra esta

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nuestra historia. Hubo una rebelión indígena en Tehuantepec,por la prisión del rey, convicto de apostasía. Gosijopí desde elbalcón de su palacio, habló, en zapoteco, por supuesto. Dijo,entre otras cosas: ‘‘Cuando se acabe el oro, estos hombres se irán’’.

Ese discurso acabó de perderlo. Vino a México a defenderseante la Santa Inquisición y le fue ratificada la sentencia de per-der sus bienes y el poder. Murió de apoplejía en el pueblo deNejapan, de regreso a Tehuantepec. ¿Te acuerdas que te mostré,cuando fuimos a mi adoradísima tierra, un cerro que simula unataúd? Es el de Gosijopí, que pasa del hombro de un cerro alhombro de otro cerro. Se cuenta que no murió de esa enfermedadsino que lo mataron los propios españoles, porque era elementode discordia, ni más ni menos que como lo hicieron con Cuauh-témoc.

—Así que cuidadito; hay que evitar ser manzana de la discor-dia y cosechar frutos de concordia —exclamé riendo.

—Bueno, Martha querida, ya con ésta me despido. Amenazocon contarte todo lo que te debo y con muchos intereses. Así esque afila muy bien tu lápiz y apuremos el paso, trataremos dehacer que toda la semana sea domingo para reponer los perdidos.

GENIO BIOLÓGICO

—Andrés: ¡Vieras con cuánta emoción espero estos momentos,me parecen siglos las semanas! Cada día que pasa se incrementami deseo de verte, de platicar contigo; reúnes tantas cualidadesen tu ser. En muchas ocasiones he reflexionado por qué eres comoeres, y trato de obtener mis propias conclusiones, apoyada entodo lo que me cuentas. En primer término estoy cierta de que anuestra mutua y adorada amiga Margarita Michelena le asistela razón: tienes genio genético, amén del otro. Así es que, imagínate,qué combinación tan explosiva; condiciones son que constituyena un ser intenso, pasional, sabio, lleno de amor a la cultura, a supatria grande, México, y a la otra, Oaxaca, de iguales dimensiones.Y tantas otras cosas que nunca terminaría de enumerar; razones sontodas que me hacen sentir una mujer priviligiada de ser tu amigay tener estas charlas, con las que intento hacer el retrato, o quizá

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suene menos pretencioso decir el esbozo, de un gran hombre, alque tanto admiro y quiero. El hecho de conocerte me estimulapara que este sentimiento cada día sea mayor y se convierta enun gigante muy poderoso; claro, estas vivencias tan singularesson al tiempo intensas.

—Cuéntame, Andrés, ¿cómo te fue en tu tierra?—Martha, como siempre son experiencias saludables: los

reencuentros con los amigos y los paisanos; ver las obras que hehecho con las manos y el corazón; por ejemplo: la biblioteca demi pueblo; pisar el suelo donde uno nace siempre da fuerza tantofísica como emocional.

—Bueno, Andrés, tú no necesitas de la física, ya la quisiera yoaunque fuera para un día de domingo.

—El único que me hizo padecer un poco fue el calor; yo no sépor qué razón cada día siento más y más calor; no sé si sean misaños o algo hace que haga más calor: ¡Hierve la tierra! Piensoque cada año va a hacer más calor. Bonito consuelo; sin embar-go, es una realidad; ya ves que cada día existen menos árboles enel mundo.

—Tienes razón.—Fíjate, Martha, a los extremos que llegamos en Juchitán;

salimos con nuestros petates a dormir a la calle. A nadie le extra-ña, pues como sabes, las costumbres se hacen leyes.

—Por cierto que hace algún tiempo aquí en México no hacíatanto calor; he escuchado con terror decir que se pueden des-congelar los polos si sigue la contaminación; y lo peor del caso esque corresponde a un fenómeno mundial. ¿Se inundará el mundocomo lo predijeron los aztecas?

—No, el que está por llegar es el Quinto Sol, con el cual ter-mina el movimiento de tierra. El cuarto fue de agua, el tercerode fuego, el segundo de viento y el primero de tinieblas y frío. Esprobable que resulte cierto; ya ves que estos indios han tenidotanta razón en casi todo lo que han dicho y predicho que loscreo capaces de todo. Déjame contarte un hecho muy interesan-te: en Grecia 1500 años antes de Cristo explotó el volcán Teda ydestruyó todo; de ahí surgió el mito de la Atlántida —un hom-bro de la tierra destruida— de Platón y de similar manera sur-gen todas esas creencias. Es interesante notar cómo todos los

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pueblos primitivos tuvieron los mismos pensamientos. Venimostodos de una misma esencia. Ya te he contado que dos veces mehe soñado muerto y las dos ocasiones coinciden en que caigo delcielo; me pregunto si esto corresponderá a que así cayó el hom-bre del cielo; sólo que murió al caer. ¿Cayó el hombre solo?,¿cayó sola la mujer?, ¿cómo, entonces, se formó la pareja? No sesabe. Nada se dice. Sí que el primer parto fue de hombre y mu-jer; mellizos en flor se les llama. Por eso, si habla una mujer, dicedel otro: hermano con quien nací; y si el hombre, se dice: hermanacon quien junto nací. Como los primos son también hermanos,se dice de los mellizos que son hermanos de sangre: la sangredel parto. El tótem del hombre es el tigre; el de la mujer, la cule-bra, el pez, el pescado, que son la misma cosa, y se escriben igual,sólo que con distinto tono, acento: la una, aguda y la otra, grave.

—¿Cómo, Andrés?—Bendá, culebra; bénda, pescado, así más o menos. Martha,

algunas lenguas indígenas no se pueden escribir, el zapoteco, porejemplo. Lo digo aunque rabien los indigenistas...

—Andrés, qué bellas son tus charlas; cuántas cosas sabes.Con razón te queremos mucho todos los que te conocemos, yese cariño se matiza de orgullo, emoción, devoción y un granrespeto por tus conocimientos; todo ello aunado al deseo desaber cada domingo más acerca de la forma en que has vencidotus temores; cómo has domado a tus demonios; algún día en-tender cómo lograste, y sigues logrando, ser un hombre sabioy bueno, dos cualidades que siempre van de la mano.

LAS MUJERES

—Andrés querido, tu presencia me releva de la tristeza domini-cal. Sin tu compañía los domingos tenían otra dimensión, otroespacio, otro tiempo. Tenía otra cadencia el vuelo de las maripo-sas y no aparecían con tanta intensidad los colibríes.

No sabes, o más bien tú eres de esos raros seres que puede unoestar seguro de que sí lo saben, la inmensa felicidad que me brindaplaticar contigo. Se mezclan tantos sentimientos: viene a mi mentepreguntarte acerca de todos los temas; por ejemplo, en cuanto a

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la situación de las mujeres. ¿Qué nos ha pasado que sufrimostanto? Si somos incultas es un drama; si estudiamos, peor tantito;si somos sumisas nos dicen pendejas, claro está que con sus bienguardadas reglas; sólo a la compañera se le reconoce la sumisióncomo cualidad: ‘‘Ella come lo que yo quiera, va adonde yo orde-ne, no me pide nada, quizá porque se lo doy todo; claro, tienetreinta años menos que tú, es lo menos que puedo hacer, estarásde acuerdo conmigo’’. Si reclamamos nuestros derechos nostachan de posudas; has de perdonar, Andrés, pero es así comodicen en mi tierra para decir caprichosas, tercas; si tenemoscarácter somos regañonas, bravas y dizque nos tienen miedo;ya ves, con eso de la materno-defendencia (no es error de dedo,sino de educación) si ganas dinero te dejan de mantener. ‘‘Quiénte manda andar de machorra, eso te pasa por insistir con tu mal-dita liberación’’; si no, peor tantito: ‘‘¡Ah, qué inútil eres, debe-rías trabajar para que supieras lo que es ganarse la lana! ’’ Si tequedas en la casa: ‘‘¡Eres una vieja sin imaginación, no sirvespara nada!’’; si sales: ‘‘¡Mira nomás, ahí andas de marota!’’, loque quiere decir de puta, pues la calle es para los hombres. ‘‘¡Nopuedo creer que seas tan ignorante!, ¿qué no sabes lo que dice elTalmud?... Pues para que se te quede bien grabadito en esamacetita hueca, escucha con atención: ¡La única ley válida es ladel hombre! ¿Oíste bien? Y donde hay hombre hay dios... Yopuedo hacer lo que se me dé mi regalada gana porque soy hom-bre, puedo tener las viejas que quiera.’’

La verdad es que cada día entiendo menos y menos; me pre-gunto para qué he leído Una habitación propia, de Virginia Woolf;a Simone de Beauvoir, y a tantas y tantas mujeres que han luchadopor ser, seres humanos simplemente. ¿Es mucho pedir? Estoysegura de que sí; ni modo, para la próxima voy a nacer hombre.Lástima que no crea en la reencarnación o, si lo he sabido a tiempo,no nazco.

—Oye, Andrés, ¿por qué las mujeres necesitamos la protec-ción de los hombres? Dímelo tú, que lo sabes todo.

—Ay, señora.—Ay, Andrés. Acuérdese que usted es bien oaxaqueño, de

la tierra de Benito Juárez y de Porfirio Díaz, así es que le exijo laverdad...

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—Mi Martha querida, quién es poseedor de la verdad, tú biensabes que todos tenemos nuestras verdades; sin embargo, te diréla mía. Yo siento que las mujeres, aunque sean seguras de sí,autosuficientes económicamente, como a ti te gusta citar tanto ala Woolf. ‘‘Sólo se es libre cuando se tiene una habitación propiay seis peniques.’’ Y mira, justo hablando de un gigante que cono-ció la vida de frente, como ella, que caló en el alma humana, nosoportó la angustia de existir y simbólicamente el peso de laspiedras que se puso en las bolsas de su abrigo la hundieron en elinfinito mundo de la muerte. ¡Qué fin tan sombrío!

—Sí, por supuesto, qué trágico fin, aunque de algún modotodos lo son. Sin embargo, no puedo dejar de reconocer que unasson más desgarradoras que otras, quizá porque duela que muerael talento de esa manera. Si no se elije nacer con esa responsabi-lidad, puede optarse al menos por morir cuando se quiera, ¿nocrees, Andrés?

—Me parece una sensible interpretación, digna de ti.—Otra pregunta, ¿por qué se suicidan con más frecuencia las

mujeres que los hombres? Fíjate cuántos casos conocemos; y unhecho curioso, la mayoría son mujeres que han alcanzado gloria;sin embargo, tal parece que este hecho las aparta del amor, ¿ypara qué sirve todo, todo, si no se tiene el todo absoluto que es elamor? ¿Para qué? Dímelo, por favor; me urge saber, si es necesa-rio saber latín, es decir pintar, cocinar, intentar escribir, leer tanto,cuestionarse acerca de la vida; o será aconsejable para todas lasmujeres, y por supuesto que seré la primera en escuchar, que esmejor dejarse de tarugadas, que son puras bagatelas eso de que-rer saber latín. El mundo todavía es de los hombres: lo sabiosería reconocer que nos falta mucho camino por recorrer. Mepregunto: si una mujer fue capaz de crear un Frankenstein, ¿noseremos capaces de inventar un robot que sustituya al hombre?Me viene a la mente esto porque estoy escribiendo en unacomputadora que siempre tuve la certeza que no iba a poder nisiquiera encender, mucho menos escribir en ella; y me acompañael llanto de un fax, que seguramente procederá de Londres, dondeme dirán que tengo que llegar el 20 de marzo para estar presenteen los preparativos, por cierto muchos y muy intensos, para mifestival gastrónomico. Existe una palabra en el diccionario que

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odio: ‘‘cómodo’’, pero, ¿no sería más cómodo quedarse quieta,ser espectadora, ver los toros desde la barrera?

—Andrés, como podrás advertir con facilidad te esperanmuchas, muchísimas preguntas para el próximo domingo...¡Ay, Andrés!, ¿cuándo será domingo para que me respondastodo lo que quiero saber acerca de las mujeres, de lo que le pasaa mi alma adolorida? Lo que lamento de manera insistente esreconocer que la tristeza gana espacios y casi no deja lugar paranada. Me urge que vuelvan o que no se vayan de mí los domin-gos, que todos los días sean domingos.

LA BIBLIOTECA DE TLACOCHAHUAYA

—Andrés queridísimo: Necesito hacerte una confesión muy pun-zante: yo tenía un extraño sentimiento, difícil de explicar, por eldía domingo. En ocasiones no sabía qué hacer con tanto tiempoy planeaba millones de cosas; finalmente, no hacía ni la cuartaparte de lo que me proponía. En primer lugar me dispensaba elarreglo personal; me decía: ‘‘Al fin que es domingo y es el únicodía en que puedo andar en fachas’’. Así ando siempre, pero yaves qué presumidas somos las mujeres; bueno, no todas, aunquesí la mayoría. Luego tomaba mi cafecito y me ponía a leer losperiódicos. Me seguía con el libro que no había podido terminardurante la semana; ya si me iba bien, me ponía a cocinar; por lastardes a escribir y acomodar los cerros de papeles acumulados.Ahora con tus visitas despierto temprano, con la ilusión de verte.Y, como dicen en mi tierra, me rinde mucho el día. ¿Tú eresmuy madrugador, verdad?

—Sí, por supuesto; se me abren los ojos con el canto de lospájaros y a las cinco de la mañana me dispongo a escribir. Enseguida leo un rato y luego salgo a la lucha diaria; tú bien sabesde esos avatares.

—Ya que llegamos a ese tema, platícame qué proyectos tie-nes. Sé que siempre tienes miles de ideas, entre ellas la construc-ción de una biblioteca en Tlacochahuaya, ¿cómo va?

—Quiero ir el 12 de abril, en primer lugar a pagar el terre-no y al mismo tiempo pasar la Semana Santa en Juchitán. Otro

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motivo de vital importancia es que se cumple el segundo año dela muerte de mi hermano Hono, a quien adoré. Fue un hombreexcepcional. Murió el Domingo de Ramos. En la vida todos sonsímbolos, ¿estarás de acuerdo conmigo, verdad?

—Por supuesto. Para mí todo es simbólico y los hechos siempreestán interrelacionados; los aconteceres son de orden matemático:conocemos a las personas en el momento preciso, llegan a nues-tras manos los libros que necesitamos, vivimos las experienciasque requiere nuestra alma, viajamos al lugar que debemos ir, rea-lizamos la obra que tenemos destinada en el instante exacto. Miraun ejemplo contundente: aquí me tienes dialogando contigo.¿Será por algo?

—Por lo pronto, para platicarte de ese proyecto que he acari-ciado durante tantos años: la construcción modesta, pero ambi-ciosa en su contenido, de un museo-biblioteca-hogar. La palabrahogar viene de fuego, la casa donde está prendido el fuego; es decir,el hogar empezó cuando existió la lumbre. Mi deseo es repartir mitiempo entre México y Oaxaca, y en ese soñado lugar escribirmi biografía; porque, sabes, uno adquiere un compromiso socialy llega el momento de hacer un balance emocional, profesional,de compartir las vivencias con las personas que han creído enuno y en su trabajo: porque siempre se llega con el amor de losdemás.

Esta frase la he escuchado de ti y estoy cierto de que es laverdad absoluta. Otro deseo es poner punto final a un diccionariozapoteco-español que casi he completado. En ese mágico lugarfray Juan de Córdova escribió su Vocabulario castellano-zapoteco.Ya ves, nos asiste la razón: en la vida todo es símbolo, y es tareasuprema del hombre aprender a desentrañarlos. Podremos tenerel alma en paz porque estamos en la ardua y bella lucha porentenderlos, descifrarlos, y ¿por qué no?, crearlos.

AL FIN, MUJER, ANTONIETA RIVAS MERCADO

—Andrés querido: ¡Qué energía tienes! Tú me ganas en el paso,hecho que me tranquiliza, ya que en muchas ocasiones sientoque soy un ser que no tiene par en su inquietud; saber que existe

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un hombre como tú, con más años, que supera mis ires y venires,que sube y baja sin ningún reparo, acrecienta mi admiración porti, ya de por sí grande.

Al observarte trabajar tanto me emocionas, alegras mi alma yme siento acompañada en mis avantares por el trabajo tan intenso.En más de una ocasión me digo a mí misma: ‘‘¡Qué bárbara soy,de dónde saco tantas fuerzas!’’ Y hasta he llegado a pensar quepadezco alguna extraña clase de locura, lo cual no quiere decirque a ti te suceda lo mismo. Hay muchos caminos para llegar aRoma.

Por alguna razón, que no quiero aceptar —ni siquiera inda-gar— soy un ave en permanente vuelo. Sólo detengo mis viajespara hacer paréntesis maravillosos, como estas charlas contigo,que me nutren tanto y me llevan a conocer muchos aspectos dela vida, a disfrutar de mis hijos, a pintar, a cocinar, a escribir, atratar de poner mi vida al corriente. Propósito más que imposi-ble: ya ves, tú mejor que nadie lo sabe, en la actualidad, el malmayor es correr y correr, y no me explico por qué de todas mane-ras el tiempo no alcanza para hacer todo lo que uno quiere. Sinembargo, tenemos la obligación de luchar porque así sea. Porcierto, ya que tocamos el tema de la sabiduría, tengo ganas dehacerte millones de preguntas, y como cada vez nos vemos me-nos, pienso platicar mucho, más que mucho, hasta lograr multi-plicar este domingo al infinito; es decir, te amenazo con horas deplática, te pediré que pongas en práctica toda tu fortaleza y, si esnecesario, también tu paciencia. Quiero preguntarte por quésufrimos las mujeres de una forma tan despiadada cuando inten-tamos realizarnos.

—Mira, Martha, yo pienso que ese hecho no es nuevo, ya quevivimos en un mundo de hombres. Es muy importante tomarlocomo un fenómeno social, no personal, de lo contrario sufriríasmucho. Te voy a platicar algunas cosas que considero muy inte-resantes. Empezaré con Sor Juana Inés de la Cruz, quien sintióque el matrimonio le estaba vedado. Nada más basta imaginar quéhombre de la corte podía querer a la sabia, a un ser cuasi divino,la décima musa, el mito. Es difícil que todos los hombres acep-ten estar junto a una mujer que tiene grandeza, fama, gloria,nombre. Complejo al parecer fácil de vencer, sobre todo si se

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cuenta con inteligencia y hasta con poder; sin embargo, lahistoria nos dice lo contrario. ¿Qué le pasó a Antonieta RivasMercado con Alberto Blair, su marido? Le quemó todos suslibros, lo que ella más amaba. ¡Qué inmenso odio, qué inmensatragedia! Hizo cenizas a su Voltaire, a su Shakespeare, a su Milton,a todos sus héroes. Se la llevó a una bellísima finca en Tamaulipasy ahí la tuvo enclaustrada, pensando que ésa iba a ser la solu-ción. Te lo relato con la precisión con que ella me lo platicó; túconoces la amistad tan estrecha que tuvimos. Fue un ser prodi-gioso, un espíritu lleno de refinamiento. Su vida al lado de esehombre fue un infierno. Todo lo que a ella le gustaba, él lo odiaba.Por ejemplo, ella era feliz con la amistad de los intelectuales.Logró ser, a pesar de su juventud, interlocutora de Daniel CosíoVillegas. Lo mismo le sucedió con Eduardo Villaseñor, no merefiero al fugaz gobernador de Michoacán, hablo del escritor,poeta, coleccionista de obras de arte; con Samuel Ramos, el fi-lósofo de su tiempo; con José Vasconcelos, Bernardo J. Gastélumy con muchos otros intelectuales y artistas destacados. El esposonunca soportó el carácter seguro y decidido de su mujer; termi-naron divorciándose, cuatro años después de casados. Más aún:ella no pudo sostener una relación sana con el talentoso Vas-concelos, motivo —se cree, se dice— de su suicidio, según algu-nos; ni con Manuel Rodríguez Lozano, el famoso pintor.

—¿Por qué casó ella con un hombre así, si era una mujertan sensible, tan inteligente?

—En aquella época, y todavía hoy, existen casos similares alsuyo. Los padres ordenaban con quién se deberían casar sus hi-jas. Don Antonio Rivas Mercado era un ser con un gran tempe-ramento y su hija tuvo miedo de contradecirlo. Él opinó quesería un buen partido, ya que el sujeto en cuestión era un hom-bre muy rico, dueño de grandes propiedades, además de habersido amigo de Madero. Quizás también influyó, aunque de ma-nera colateral, el hecho de haber estudiado juntos —él y Blair—en París; a pesar de todo, ella decidió luchar por su independen-cia y por intentar ser; sabía que el precio era alto, pero nada ladetuvo. Tú conoces mucho de sus luchas; sé que has leído suvida y además te he platicado mucho de ella; hasta me he atrevidoa decir que me recuerdas mucho su personalidad. ¿Te acuerdas

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cómo te dediqué el libro que acerca de ella apareció hace algunosmeses?

—¡Cómo olvidarlo, si es bellísimo lo que me escribiste!—Otro caso es el de Rosario Castellanos, la autora de Mujer

que sabe latín que, por desgracia, es cierto que no tiene buen fin.Por lo general, las mujeres brillantes, inteligentes, con personali-dad se quedan solteras; los hombres las rehúyen. Este fenómenolo ha estudiado con agudeza Santiago Ramírez, quien llega a laconclusión de que el hombre prefiere tener mujeres ‘‘sumisas’’ yevitar, a como dé lugar, las de su nivel intelectual. Lo cierto esque es más fácil dominar, ordenar, exigir lealtad, debilidad,dependencia material y emocional. Debemos admitir que, sinderrumbarse del todo esta realidad, la mujer está luchando conmayor conciencia por sus derechos. Estoy convencido, por lodemás, de que ustedes saben que no somos iguales, y qué bueno:¡Bendita diferencia!, que nos convierte en seres humanos conlibertad en el actuar y en el pensar.

—Andrés: ¡Cómo disfruto platicar contigo! ¡Tienes tantascualidades! Entre ellas yo destacaría la de apaciguar el alma concariño y sabiduría.

LAS FLORES

—Andrés querido, ¿cómo te fue en la Navidad? —pregunté.—Muy bien —contestó—. Es una época única, nos reunimos

toda la familia, hacemos muchos planes, reflexiones, análisis his-tóricos. Llegan parientes de Oaxaca, de Juchitán y de Ixhuatán.Por cierto, ello me recuerda un hecho poco conocido: en nuestracultura prehispánica existían festejos que se llevaban a cabo porestos días, con la idea de celebrar la llegada de un tiempo conpromesas frescas, la luz del porvenir, el Fuego Nuevo.

—Cómo me impresiona la sabiduría de nuestros antepasados—le dije a Andrés—; nuestros ancestros todo lo sabían, claroque de diferente manera, razón por la cual no entendemos, almenos que indaguemos, como lo has hecho tú, su esencia. Elotro día te escuché decir que, para los españoles, los antiguosmexicanos eran analfabetos, porque no tenían el mismo alfabeto.

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Sin embargo, eso no quiere decir que fueran ignorantes; alcontrario, cuánto seguimos aprendiendo de ellos, y lo que nosfalta por descubrir es aún más sorprendente. Ésta es una de lasmuchas razones por las que debemos platicar constantemente,con gran intensidad y profundizar en nuestro pasado. Así logra-mos varios propósitos al mismo tiempo: conocer el pasado y,con base en ello, proyectar el futuro.

—¡Qué bellas nochebuenas —dijo Andrés, cambiando laconversación—, tu casa se ve bellísima llena de estas flores! Pensarque son mexicanísimas y mira, más bien te pido que observes,como tú estás acostumbrada a hacerlo: son hojas verdes que sevuelven rojas y rematan en una extraña flor. ¡Qué sorprendentees la naturaleza! Me apasiona desde que nací, viví en ella y conella, por esa razón la adoro. Estas flores me conducen a considerarque la primera reverencia que hizo el hombre fue ante una flor.

—¡Qué acto tan poético! —exclamé.Estoy de acuerdo contigo —respondió Andrés—; es un con-

cepto mágico saber que el hombre se inclina ante la belleza. Nohay que olvidar que los primeros dos sentidos del hombre fueronel olfato y el tacto. Apelo a tu pasión por la gastronomía. ¡Quégrandeza la de nuestro pueblo! Somos poseedores de infinitasbellezas naturales, como son las flores y, por si fuera poco, hace-mos de ellas manjares. Martha, tú con frecuencia citas la frase deBalzac: ‘‘Dime qué comes y te diré quién eres’’. Atendiendo aestas palabras, México se explica por su comida, estoy seguro deque este hecho contribuyó en forma trascendente a que pudieranconstruir las pirámides, nuestra majestuosa escultura, que tantoha asombrado al mundo, ahora que la han podido contemplar enla exposición ‘‘México: Esplendor de Treinta Siglos’’.

—Sí, tuve la suerte de presenciar sus inauguraciones en NuevaYork, Los Ángeles, San Antonio, y en mi tierra natal, Monterrey—contesté—. Por cierto, ¡qué bueno que esté exhibiéndose ennuestro país! Es una obligación estética verla, muchas veces, tantascomo sean posibles, y a través de ella aprender mucho de noso-tros: de lo que fuimos, lo que somos y seremos.

—Volviendo a nuestro tema de la cocina, quiero exponerteuna idea —señaló Andrés—: Mucho se comenta, y tú hacesfrecuentes referencias a ello, que nuestra cocina ocupa el tercer

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lugar en el mundo; te incito a que de ahora en adelante afirmesque es la primera. Nuestra cultura explica lo atrevido de mi tesis¿No piensas que me asiste la razón? Recuerda que hace algúntiempo, Fernando del Paso postuló que la nuestra es la primeracocina de la tierra.

—Por supuesto que sí, y me gusta la idea de ser quien la pro-clame, porque sé que tienes razón; así es que lo llevaré a cabo.Pero te pido que me platiques un poco más de las flores de tutierra, ya que abordaste ese tema.

—Con mucho gusto; fíjate que tenemos una variedad hermo-sísima de la que llaman cacaloxóchitl, que quiere decir ‘‘flor delcuervo’’, y como extraña paradoja, la utilizan para elaborarcollares y recibir a grandes personajes y gobernantes de la Repú-blica. En Juchitán, lugar que tanto amas, acostumbran capearla,esto es, darle un baño de huevo. También interviene en unabebida que es una espuma maravillosa; creo que la hacen con lamezcla de varias flores, entre ellas el jazmín del Istmo, cuyo nom-bre zapoteco —guiexuba— quiere decir ‘‘flor del maíz’’, se añadela semilla del mamey, la cual se quema y se raspa. ¡Qué lujo nosdamos, beber su espuma! Tú, Martha, lo has probado. Así es,Oaxaca es un paraíso: si éste existe, no puede ser en otro lado:lleno de colores intensos, sabores elocuentes y olores musicales.¡Qué más puede uno pedirle a la bóveda celestial, el espacio colorturquesa de nuestros ancestros! ¿Dónde podemos mirarla así queno sea en esta tierra? Ello explica porqué sus hombres son tantalentosos, tan grandes artistas.

Es un arte que nutre sus raíces en una cultura milenaria, tene-mos siglos de existir, no somos recién llegados al mundo —dijoAndrés, y al decirlo contemplé cómo su efigie se confundía conla tierra, las flores y la piedra.

EL GÉNERO BIOGRÁFICO

—Andrés, ¡si supieras qué privilegiada me siento de estar cercade ti! Deseo agradecértelo muy emocionada. Le pido a la vidaque me confiera el don de la elocuencia para expresar, a través deestos diálogos, mi gratitud. Qué mejor manera de hacerlo que

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aprender de un hombre sabio la historia de mi país; deseo desen-trañar los misterios de México; en este sentido, tu amistad se haconvertido en un gran estímulo. Tengo que hacerte millones de pre-guntas, y en verdad me cuesta trabajo saber por dónde comenzar.Lo que sí tengo claro es que no quiero que estos diálogos termi-nen; aspiro a que sean eternos.

Pero, vaya mi primera pregunta: ahora que hemos platicadosobre la vida de los personajes que han forjado nuestra patria,me doy cuenta de que faltan biografías de esos seres, así de repre-sentativos. ¿Qué pasa en México? ¿Por qué no se cultiva, comoen otros países, el género biográfico?

—Mira, Martha —contestó Andrés—, pienso que padecemosuna especie de amnesia colectiva. Quizás porque somos seresmuy dolidos. Nos cuestan mucho trabajo las reverencias, mos-trar admiración. José Joaquín Fernández de Lizardi llama a esesentimiento ‘‘cualquerear’’, es decir, que cualquiera es capaz dehacer tal o cual cosa, por lo que nadie merece reconocimiento.Es una variedad del ninguneo. El primero que usó el término‘‘cualquereo’’ fue Fernández de Lizardi, como se acaba de decir.A mí no cualquiera me cualquerea.

—Qué tristeza que eso suceda —comenté—; porque en lamedida en que conocemos la vida de los otros, vivimos un pocosu experiencia y aprendemos a través de ellos. Estoy segura deque ello daría ánimos a muchos hombres y mujeres que no seatreven a actuar: el ejemplo de los seres que han cumplido unamisión existencial, puede ser decisivo. En estos momentos vienea mi mente la cantidad de libros autobiográficos y biográficosque se pueden encontrar en Estados Unidos y en Europa. Creo quetenemos la obligación de convencer a muchos amigos ilustres deque escriban sus memorias, sus recuerdos; además, tengo otraocurrencia: los fracasados también pueden dar cuenta de su exis-tencia. El fracaso es una forma de grandeza: debemos aprenderde la experiencia de quien soñó ser alguien y no llegó a vercumplido su sueño.

También quiero manifestar mi agradecimiento a un gran amigomutuo: don Pepe Iturriaga, quien me ha iluminado acerca de lahistoria de este país. Lo escucho con avidez, detalle a detalle.Recuerdo una frase suya que viene a colación en estos momentos:

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‘‘La ignorancia es la historia no sabida’’. Los jóvenes, los sabiosde nuestros días, salvo honrosas excepciones, no ponen el cora-zón en sus obras. Es una lástima que se estén perdiendo algunosvalores apreciados por la historia. A mí, como mexicana, me davergüenza advertir la cantidad de libros que han escrito autoresnorteamericanos acerca de nosotros. Tal pareciera que, si quere-mos saber de nuestra identidad, necesariamente tenemos querecurrir a esas fuentes. También estoy consciente de que cuentancon muchos recursos, los que aquí escasean; pero, aun así, dapena. Ojalá que podamos despertar el amor por la historia, pornuestro glorioso pasado, nuestro brillante y lúcido presente, paraque de esta forma creamos el futuro. Pienso que acaso nuestrascharlas contribuyan a que los jóvenes vuelvan los ojos a nuestroayer, sin lo cual no se entiende el hoy ni se entenderá el mañana.

—Es verdad —dijo Andrés—. Por eso tengo la intención dehablar contigo, en nuestras próximas charlas dominicales, de unade las épocas más interesantes que ha vivido nuestro país: la delmovimiento vasconcelista del 29.

LA MUERTE DE GERMÁN DE CAMPO

—Andrés: te he comentado que me encanta escucharte hablarde todos los temas, pero en especial de política. Creo que no lohemos hecho, o sólo platicamos de ello en forma colateral. Piensoque ya es hora de que lo hagamos; tú has vivido muchas expe-riencias acerca de esta pasión, quizá uno de los sentimientoshumanos más fuertes. Así es que cuéntame. Desbordada comosoy, quisiera que me platicaras todo lo que sabes; bueno, no tanto:me conformo con lo que te sea posible. ¿Por qué se habla tantode Gonzalo N. Santos?

—Por muchas razones: fue una sombría figura del obrego-nismo, del callismo. Fue el cacique de San Luis Potosí por años,hasta casi su muerte. Como se usaba en aquel entonces, ocupómuchos puestos públicos, tales como diputado, senador, goberna-dor. Tenía gran habilidad para movilizar a la gente del partido.

—¿De cuál partido?

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—¡No me hagas preguntas obvias! Del PRI, del Institucional,aunque entonces con otros nombres: PNR y PRM.

—No me regañe, mi Andrés querido; me olvidaba de que enaquel entonces la pluralidad partidaria no estaba establecida. Yaveo que los tiempos cambian o, mejor dicho, las cosas cambiancon el tiempo. Se tiene la idea equivocada de que el tiempo tienepoderes mágicos y, si bien los tiene en un sentido, nada cambiasin la voluntad del hombre. Bueno, y ¿qué pasó?

—Pasó medio siglo. Un día me lo encontré con un paisanomío, de cuyo nombre no quiero acordarme. ¡Cómo se cambiacon el dinero! ¡Figúrate: hasta de nombre cambió! La historia deeste oaxaqueño es muy curiosa: primero fue ayudante de ManuelGarcía Vigil; después lo fue del cacique de Juchitán, el generalindio Heliodoro Charis Castro. Tan temerario era este hombreque llegó a ser el ayudante número uno de Gonzalo N. Santos.Se cuenta que un día el potosino le dio dos millones de pesos, delos de antes, de los que valían mucho, un dineral, para que losdepositara en su cuenta bancaria. Al volver, le preguntó porlos papeles que comprobaran la operación, a lo que respondió: ‘‘Se-ñor, sí hice el depósito, sólo que a mi nombre’’, hecho fue queenfureció a Gonzalo y le gritó hasta cansarse; al final, Andrés—llamémosle así— argumentó: ‘‘Mira, me los merezco, desde elaño 21 mi vida peligra por ti; deseo independizarme, así es queacéptalas por las buenas o lo peleamos por las malas’’. ¡Qué clasede tipo no sería, que el hombre que nació en el lugar donde sefirmó el Plan de San Luis le propuso que quedaran amigos. Élfue conducto para el llamado del tremendo cacique! Un díallegó y me dijo: ‘‘Gonzalo quiere conocer al poeta Henestrosa’’.Me invitó a comer el Alazán Tostado, como le llamaban. Comocomprenderás, no pude resistir al convite. Durante nuestra en-trevista me dijo: ‘‘Ustedes me han acusado durante muchotiempo de haber mandado matar a Germán de Campo; le juroque no fui yo. Lo ordenó ‘‘el Flaco’’ Eduardo Hernández Cházaro,secretario de Ortiz Rubio, temeroso, tal vez, de que Germán ma-tara a su patrón. Teodoro Villegas —un diputado por el estadode Veracruz— fue el autor, concluyó Gonzalo N. Santos. Demodo que relévenme de esa acusación; de no ser así ya te las verásconmigo, poeta. No soy un santo, sólo lo llevo como maldición en

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mi apellido y para colmo en plural, o sea que cargo con un chingode esos cabrones. Soy autor de peores delitos, y a mucha honra yahoritita puedo dar ejemplos: maté a Fernando Capdevielle enpersona; se han de acordar bien que durante cincuenta años sepublicó una esquela que decía: ‘‘Hoy hace 50 años que GonzaloN. Santos asesinó a nuestro hermano Fernando Capdevielle’’. Peroa Germán no lo maté, qué me costaría aceptarlo.

La muerte, digo el asesinato de Germán de Campo, es algoque no he podido olvidar a pesar de los muchos años transcurri-dos desde el día de su sacrificio. Patente está en mis ojos la escena,imborrables los rostros de los amigos que íbamos a su lado cuandofue abatido. En mi oído no se ha borrado el eco blasfemo contralos que hicieron posible aquella muerte. Cierto que todos temía-mos un desenlace como aquél; pero más referido a Germán, queen su arrojo era capaz de abatir al propio presidente de la Repú-blica, no digamos del pelele Pascual Ortiz Rubio.

Varios avisos tuvimos antes de que ese fin pudiera ser el deGermán. El mismo día en que lo acribillaron —el jueves 20de septiembre de 1929, a las ocho de la noche— un sujeto,puñal en mano lo agredió cuando abandonábamos el local delpartido vasconcelista, que estaba junto a un negocio llamadoNieto; luego estuvo Misrachi, frente por frente del Palacio deBellas Artes y de los Pegazos del escultor Querol.

Germán, de tan generoso corazón, no permitió que se entre-garan al ingresar a la policía. Así continuamos a pie nuestra marchaa San Fernando donde estaba previsto el mitin, y del que sóloa unos metros cayó ensangrentado el cuerpo de Germán. La escenafue pavorosa, terrible, aunque muy rápida; en un minuto nosrepusimos de la espantosa sorpresa. Fue cuando Manuel GarcíaRodríguez, un norteño de Coahuila, trepado en un bote de basura,condenó a Calles y a toda la caterba que lo ensalsaba proclamán-dolo algo así como un semidiós. Y cuando Enrique GuerreroArciniegas, un hidalguense de Tasquillo, abordó el carro del pre-sidente Portes Gil, que al parecer pasó por ahí de modo casual,para reclamar una justicia que se nos ofreció pero nunca se nosdio. Y que los que aún viven de aquella hora tremenda, si no es quesoy yo el único, aún esperamos.

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EXPERIENCIAS CON JOSÉ VASCONCELOS. PRIMERA PARTE

—¡Buenos días, Andrés! ¡Cuánta emoción me da saludarte enel año recién estrenado! Huele a nuevo; se convocan muchossentimientos al mismo tiempo: una sensación de bienestar, dehaber vivido un ciclo más, lleno de esfuerzos, angustias, compli-caciones. Sin embargo, también está presente la convicción deque hubo un verdadero deseo de dar lo mejor de nosotros mis-mos, la absoluta certeza de que luchamos en tiempos difíciles. Nosvaticinan que los días que vienen son peores; no importa; lo tras-cendente es no perder el espíritu, de seguir adelante, de con-quistarnos a nosotros mismos, de creer en nuestro hacer y de esamanera convencer a los que nos rodean de que vamos por buencamino, de que el amor que nos brindan es el que nos da alientoy fuerza. ¿Verdad, Andrés, que estás de acuerdo conmigo?

—Cómo no estarlo, si es mi credo, mi religión, mi brújula; elamor es todo: sin él nos perdemos. Te recuerdo el pensamientode San Juan de la Cruz: ‘‘Más vale perderse en la pasión, queperder la pasión’’.

—Pues te invito a perdernos en la pasión por el trabajo, por elamor a México; a tratar de reconstruir tus experiencias y com-partirlas con nuestros lectores, tarea de mucha importancia queadquiere mayor trascendencia en estos momentos en que todocambia y la presencia de hombres como tú nos dan apoyo paraconstruir los nuevos valores a los que nos obligan las circunstan-cias inimaginables que nos ha tocado vivir.

Tú viviste muy de cerca el vasconcelismo, momento fun-damental en la historia de México. ¿Por qué no me cuentas de esaépoca que tuviste la fortuna de vivir?

—Me parece una interesante pregunta para empezar el año.Tengo tantas cosas que contarte al respecto, que bien podríamoshacer un libro con este solo tema: justo en estos momentos merecuerdas que se perdieron cien cartas que escribí entonces. Enellas daba testimonio de nuestras vicisitudes en la campaña a misamigas afines al movimiento; muchas de ellas se casaron y tuvie-ron que romperlas. Tú sabes de eso, de los celos de los maridosmexicanos, y de los miedos de las mujeres, que les cuesta, y yocreo que les seguirá costando, mucho trabajo ser. Bueno, no quiero

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desviarme. Por ejemplo: le envié a Elena Vásquez Gómez unainfinidad de cartas; sólo ella, miento, ni siquiera ella supo eldestino de toda la energía vertida en esos documentos, que sonimposibles de rehacer, ya que eran producto de esas desgarraduras,de esos dolores del alma, de esos partos de ideas, irrepetibles. Elenadejó de ser vasconcelista; se alió al partido comunista; luego fuesecretaria de Narciso Bassols, cuando ocupó el cargo de embajadorde México en Francia, al finalizar la guerra española. Otra de lasdestinatarias fue Adelina Zendejas y, por supuesto, la que ocupabael centro de mis pensamientos, Antonieta Rivas Mercado. En algu-nas ocasiones te he platicado que viví en su casa, desde los últimosmeses del año 27 hasta febrero del 29, para ser más exacto, hastael día 28, fecha en que salí para reunirme con don José Vasconcelosen León de los Aldama, Guanajuato. Ahí, en casa de Antonieta,se quedaron mis cosas; cuando volví, el 24 de noviembre, nologré comunicación telefónica con Antonieta; me contestó hastael día 29, muy irritada y violenta debido a la derrota.

Me dijo: ‘‘Mire, Andrés; he corregido pruebas de su libro hastadonde me ha sido posible. Le pido que vaya usted a ver a Limón,que es el impresor y que tiene su taller junto al Teatro Fábregas,y vea cómo se encuentra la edición’’. Inmediatamente me puseen contacto con Limón; me comentó: ‘‘La obra está terminada,la señora Rivas Mercado vino a corregirlo una vez y ya no volvió.¿Por qué no pasa por acá el viernes 30 a las 6 de la tarde por losprimeros ejemplares?’’ El 30 de noviembre, el día en que cumplí23 años, recogí el primer ejemplar de Los hombres que dispersó ladanza. Faltó el prólogo de Julio Torri; se perdió junto con cincoleyendas. Me sentí muy descorazonado, al tiempo que creí habermenacido algo así como un nuevo sentido. Antonieta me remitiócon Amelia, ‘‘Memela’’, como llamaba a su hermana, para que lepidiera las llaves de la bodega de su casa de San Jerónimo, hoyClaustro de Sor Juana, ya que ahí había mandado dos cajas conmi ropa y papeles. A mí me dio mucha pena pedir tales llaves,pues yo estaba enterado de que ella veía con malos ojos queAntonieta nos tratara, a mí y a otros jóvenes, de tan buenamanera y gastara su dinero en nosotros; sentí una gran lástimapor todo. Mi único consuelo es que en El proconsulado se

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transcribe una carta de dos cuartillas, es decir, un fragmento deuna muy larga que le escribí a Antonieta; ella lo reprodujo en laCrónica del vasconcelismo, también fragmentariamente. Antonietano menciona de quién es; tres años después, cuando Vasconcelosescribió sus Memorias, lo reprodujo con este comentario: ‘‘De unacompañante, sin duda Andrés Henestrosa, reproduzco el frag-mento siguiente’’. De una carta de veinte cuartillas se transcribentres. Me dolió el hecho, no lo puedo negar; también reconozcoel alto honor que representa la cita de un hombre tan singular,que sin duda marcó la historia de México para siempre. A mu-chos que estuvimos con él hombro con hombro, nos hubieragustado un final diferente. No podemos ni debemos ser juez yparte, ya les ha tocado a otros interpretar nuestra batalla. Lo quesí puedo asegurar es que no se dieron en el desierto y sus efectosno han sido estériles. Somos otros seres después de esa lucha. Mesiento con el derecho de afirmarlo. Yo soy un héroe de aquelladerrota. Pero no, Martha: nunca fue derrota luchar por la li-bertad.

EXPERIENCIAS CON JOSÉ VASCONCELOS. SEGUNDA PARTE

Ese domingo, mientras esperaba a Andrés Henestrosa, tuve lasensación de que algo importante iba a suceder. En eso estabacuando Andrés llegó, puntual y sonriente.

—Mi queridísimo Andrés —exclamé—: las mañanas se llenande luz cuando llegas a esta casa. Tengo muchos compromisospara viajar en relación con mi trabajo, y te juro que los he pos-puesto porque me tienes maravillada con tus historias. Hace unosdías pensé en Las mil y una noches; me dije: ‘‘Cuánta razón tuvoel Shariar de no mandar matar a Sherezada’’. La inteligencia y eltalento, aunado a la bondad, son los valores que más respeto, ytú los posees, en demasía, si es que algo puede haber en ti endemasía. Ésta es la razón por la cual te profeso una gran devoción.

—Un gran preámbulo, Andrés, porque bien vale la pena eltema del que pretendo que me hables. ¿Cómo murió JoséVasconcelos? Me atrevo a hacerte tamaña pregunta porque creo

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que la muerte de un ser es tan importante como su vida. Unsabio refrán (bueno, casi todos los son, ya que está vertida en ellosel sentir popular) dice que morimos de la misma forma enque vivimos. Pienso que falta conocer la historia de los grandespersonajes a través de los ojos y el corazón de otros grandes per-sonajes que fueron testigos de sus vidas; de esta forma desapare-cería la mala costumbre de mitificar a unos y satanizar a otros.Estoy cierta de que tú tienes la obligación de contribuir a queesto cambie, ya que tu propia grandeza te capacita para reconocerla obra de otros grandes hombres.

Te pido, Andrés, que me platiques acerca de los últimos díasde Vasconcelos.

—¡Cuántos recuerdos evocas con tu pregunta! Mira, Martha:el maravilloso y en ocasiones incomprendido don José murió el30 de junio del año cincuenta y nueve. Yo estaba en Ginebra, enuna junta de la ECOSOC. Daniel Cosío Villegas, el embajador, fueel portador de la noticia. Terminó sus días lloroso, triste: lossoñadores lloran de no ver sus sueños cumplidos. En verdad piensoque tenía razón para estarlo. Era un personaje contradictorio,como lo somos todos los seres humanos: en él se dieron la grandezay las cualidades menores, las miserias. Luchó contra su estatua:primero la levantó y luego él mismo se encargo de derribarla.También tuvo a su alrededor individuos que dañaron su imagen.Recuerdo que en abril del año 37 hizo un viaje por Estados Unidosen compañía de Alfonso Taracena, historiador y periodista nota-bilísimo, una suerte de Eckerman que supiera taquigrafía, cosaque le permitió consignar todo lo que Vasconcelos decía: tonte-rías, groserías, suciedades, chismes. Luego lo publicó, creándoletodavía más enemigos de los que ya tenía. Como sería que el editor,Gabriel Botas, retiraría el libro de la circulación.

Yo he reflexionado con intensidad en el final de la vida deVasconcelos, y llego a la conclusión de que él actuó de acuerdocon lo siguiente: ‘‘Me acusan sin razón; ahora les voy a dar razonespara que lo hagan con fundamento’’. Fue cuando se contradijo conmayor fuerza; estoy cierto de que era una especie de autodestruc-ción, emanada de la abrumadora desilusión, no amargura, queamargado no lo fue. Él mismo dio cuenta de su ánimo en un arreba-tado artículo —‘‘El amargado’’— que se publicó en El Universal.

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Una página preciosa. Me gustaba, me gusta mucho su modo pe-riodístico: comenzaba con lo primero que se le ocurriera: ‘‘Eragriego de origen y se llamaba Kralipos. Nos entendimos en esalengua múltiple que suelen hablar los desterrados...’’

A pesar de que peleábamos al final de su vida, solía decirme:‘‘Andrés, a usted le permito que me contradiga, a los demás...’’Me duele en el alma pensar que un hombre de su talla se haya idolloroso y acaso, con un dejo de amargura. ¡Qué tristeza! Es de lasexperiencias más dolorosas que he vivido; sin embargo, tuvo gran-deza hasta para vivir ese sentimiento: podría concluir que fue ungran fracasado, eso sí.

—Andrés: qué intensa la vida de José Vasconcelos. No quisieraque terminaras nunca de platicarme historias de nuestra histo-ria. Como te decía al principio de mi relato, tienes mil y una quecontarme. Me consuela pensarlo, porque todavía te faltan muchascosas que narrar. Quedo en espera.

EXPERIENCIAS CON JOSÉ VASCONCELOS. TERCERA PARTE

—Andrés: ¡Qué dicha tan grande es verte dos domingos segui-dos! Ya ves que, cuando no fallas tú falto yo; el hecho es que enocasiones es difícil encontrarnos, pues somos aventureros eter-nos: siempre buscamos experiencias que nutran nuestras vidas,ávidas de encuentros, de exposiciones, de conversaciones, de con-ferencias para escribirlas, cocinarlas, relatarlas, pintarlas. Si nose vive con intensidad no se puede crear. ¿Estás de acuerdo con-migo?

—No podría ser de otra forma: un artista es sus emociones.Tiene que vivir en un éxtasis permanente, inventar el paraíso y elinfierno todos los días —dijo Andrés.

—Andrés: prometiste platicarme mil y una historias acerca deVasconcelos. Estoy ansiosa de escucharlas.

—Mira, Martha: tu inquietud merece ser saciada. Me sorprendetu diversidad de intereses. Quieres saber de todo, por todo; ésa esuna de las muchas razones por las que me emociona platicar conti-go. Me has comentado que tienes la convicción de que soy un buenconversador; la cercanía contigo estimula mis cualidades, de algunamanera heredadas de las tradiciones orales de mi tierra querida.

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Pues bien. Te voy a platicar una anécdota muy significativa.Yo estaba estudiando en Nueva Orléans, en la Universidad deTulane, dentro del Instituto de Investigaciones de Mesoamérica,gozando de una beca Guggenheim. En rigor, lo que yo hacía eraleer libros que tenía pendiente y estudiar la historia de México,desde la más remota antigüedad hasta aquellos días.

Por primera vez gozaba de techo, lecho y pan suficientes, y claroestá, de tiempo para disfrutarlos. Había superado un poco aquelconflicto que señaló Manuel Orozco y Berra como suyo cuandodijo: ‘‘Cuando tengo pan, no tengo tiempo; cuando tengo tiempo,no tengo pan’’.

Una mañana la secretaria de Frans Blom, director de aquel Ins-tituto, doña Dolores Morgadanes, india chontal de Tabasco, medijo: ‘‘Doctor Henestrosa, lo ha llamado el doctor Vasconcelos.Me pidió que le comunicara que está en el Hotel New Orléans,ubicado en Canal Street; que lo invita a comer’’. Yo le hacía honorcon mi indumentaria a mi condición de estudiante; vestía conuna chamarrita, ‘‘informalmente’’, para enunciarlo al estilo inglés.

Pues bien: salí de la biblioteca de la universidad y me fui a miposada a aliñarme. Dejé la ropa que traía y me puse elegante,como para venir a tu casa en una de esas maravillosas mañanasdominicales en que nos reunimos. Me encontraba fuera de mí:la idea de asistir a un encuentro de señaladísima importancia mepuso muy nervioso. Hacía ocho años que no veía a José Vascon-celos; para ser exacto —ya sabes que me obsesiona serlo—, desdela mañana del viernes 17 de noviembre de 1929, cuando nosdespedimos en Mazatlán y volví a México, antevíspera de laselecciones presidenciales que, como tú sabes, además te lo heplaticado en repetidas ocasiones, perdimos el triunfo, debo acla-rar que ‘‘político’’.

—Quiero pedirte que en una ocasión cercana me platiquescómo se dio esa derrota. Estoy cierta de que fue muy dolorosapara ustedes, ya que habían luchado tanto por esa causa en laque habían empeñado su vida y su mayor anhelo era la victoria.

—Claro que sí. Recordar esa historia, aun con dolor, porqueestá teñida con sangre, me subyuga, me remiten a mis ideales dejuventud, que no creas que cambian mucho con el tiempo, sólo

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que uno se vuelve menos impulsivo. Retomando el tema que nosocupa, llegué al hotel donde estaba hospedado mi gran amigo ymaestro. Encontré un recado suyo que decía: ‘‘Andresito: salí acomprar unos dulces. Te pido me esperes unos minutos’’. Muypronto regresó. Nos dimos un gran abrazo, con aquella cordiali-dad con que siempre me trató. Desde el día en que nos peleamos—febrero del año 23, cuando, tras negarme la beca me inscribióen la escuela Normal y me dio libros a montones— me transmi-tió su estimación, que lejos de empequeñecerse, se engrandeció;me atrevo a decir que se convirtió en admiración.

—Nuestro tema obligado, lógico, fue México, y ahí por pri-mera vez me opuse con vehemencia a su postura, que encontrétotalmente contraria a todo lo que antes había defendido; esdecir, que ya estaba dando razones al enemigo para justificar quelo condenaran y denigraran. ‘‘¿Qué hace usted aquí?’’, fue la pri-mera pregunta que formuló. ‘‘Tengo una beca y estoy estudiandosistemas de investigación lingüística —le respondí—. Comousted sabe, hablo dos lenguas indígenas y me he asomado a todas;y si no las sé, escucho su eco.’’ ‘‘¿Y eso, para qué puede servir?’’,interrogó, como extraño. ‘‘Algún día —le dije— de aquí a 100años, cuando México ya sea el país que buscamos, por los idio-mas indios se podrá medir, o acabará de medirse el tamaño de lasculturas anteriores a la blanca.’’ Respondió con gran enojo: ‘‘Dejeen paz a esos indios idiotas’’. Con violencia, yo también contes-té: ‘‘¿Cómo me puede hacer esta petición tan incongruente? Siusted fue quien los puso de pie. Estaban muertos y les brindólibros, en una mano les colocó una pluma y pizarra y en la otraun cuaderno’’...

Con el tono muy alto, me dijo: ‘‘Andresito, reconozco que yotambién he sido idiota y no insista usted en que siga siéndolo. Yo leaconsejo que se ponga a escribir poemas cíclicos, novelas, relatos’’.

De esa manera se dio nuestro primer desacuerdo, nuestraprimera desaveniencia de aquel encuentro. Luego me comentó:‘‘Sería buena idea irnos a comer. Lo quiero invitar a un gran restau-rante situado en la zona francesa que se llama Regis’’. Con audaciale dije: ‘‘Mire, maestro: yo soy asiduo de ese barrio y el restaurante,de que usted me habla no existe. Conozco otros muy buenos, porejemplo el Antoine, el Galatoire, el Amandine’’. Él no gustaba quese le contradijera, me contestó:

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No, Andrés. No porque no lo haya visto va a dejar de existir. Aquíno ocurre lo que entre nosotros, que abrimos un restaurante, tene-mos fortuna y empezamos a engañar al público hasta que nos dejansolos y quebramos. Aquí entre los pueblos civilizados, un cocinerotiene bisnietos con el mismo oficio. Lo mismo pasa con un restaurantero:tiene tataranietos que se dedican a lo mismo, de modo que el restauran-te existe, yo sé lo que le digo. ¡Vamos a buscarlo!

Pero fuimos antes a la Casa de Lafitte a tomar un ajenjo. Sóloque no fue uno sino tres. Cada copa tardaba quince minutos enprepararse; producía una embriaguez muy lúcida, al principio;turbia, después; creaba una suerte de apetencia amorosa, genésicay posiblemente por eso un poco de alucinación. Siguió nuestropleito. Empezó a preguntarme por los poetas, los escritores; atodos llamó desertores. Arremetió contra Grabriela Mistral, con-tra Jaime Torres Bodet, contra todo el mundo. Claro, yo no apuntéesas cosas; las platico contigo por primera vez. Después salimos ala calle en busca del Regis, y como no lo encontramos comi-mos en el Galatoire. Vasconcelos era un gran gourmet, aunquetambién gozaba con la comida popular. Bebía los mejores vi-nos, pero ello no le impedía tomar algunas veces una ‘‘Isabeldormida’’, que es mitad pulque y mitad coñac o cerveza.

Íbamos por las calles de Nueva Orléans en completo estadode embriaguez, zigzagueando de una pared a otra. Hablamos deEspaña, de la lucha entre republicanos y franquistas. Me dijo:‘‘Está bien que Franco los derrote. Los republicanos son unoscomunistas, por eso los llaman rojos’’. Le dije que cómo podíaproclamarse partidario del dictador, y respondió que no lo era,que le bastaba con ser enemigo de los republicanos. Aquello fuemotivo de mayor controversia. Tomamos un vino excelente, decuya marca no puedo acordarme, y los famosos mariscos de aquelrestaurante: comimos unos camarones preparados a la maneraantigua y una rebanada de lenguado.

Después lo dejé en su hotel. No volví a verlo hasta que regresóa México seis o siete años después.

—¿Qué le pasó a Vasconcelos? ¿Por qué se opuso a lo quehabía defendido tan lúcida, tan apasionadamente?

—De eso hablaremos otro día, Martha.—Ojalá que sea pronto, Andrés.

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EXPERIENCIAS CON JOSÉ VASCONCELOS. CUARTA PARTE

Quiero llorar para afuera,porque si lo hago para adentro, me ahogo.

ANDRÉS HENESTROSA

—Querido Andrés: A pesar de tu infinita imaginación, puedoasegurarte, sin temor a equivocarme, que no tienes idea deltamaño de mi agradecimiento por los esfuerzos tan grandes quehaces para venir a saludarme y platicar, con la intención de con-tinuar nuestro proyecto del libro. Sé que no te has sentido deltodo bien de salud; sin embargo, estoy cierta de que se trata deun reclamo de tu organismo, por lo mucho que trabajas; viene ami memoria una frase de mi padre: ‘‘El cuerpo presta, aunqueluego cobra con grandes intereses’’.

Me temo que tú estás cubriendo esa deuda; así es que cuídatey no abuses de tu fortaleza. Te recuerdo una frase tuya: ‘‘Soyinmortal, pero no tanto’’. Te necesitamos mucho; eres de esosraros, rarísimos seres que enseñan con la palabra y con la acción.Te sobra razón —qué duda cabe— de reclamarme por qué noescribo con la disciplina que debiera, para llevar a cabo el bello ymaravilloso compromiso que he establecido contigo; de sobra séque nunca daré por concluido el trabajo, pues siempre habráinfinidad de cosas que escribir sobre ti; sin embargo, sí te pro-meto redoblar el paso. Me dedicaré con la máxima entrega de laque soy capaz, a reconstruir tus mágicas charlas, además este pactose ha transformado en una obligación social: compartirlas connuestros lectores.

Me prometiste seguir con el relato de tus maravillosas expe-riencias con Vasconcelos. ¿Cómo era su relación con las mujeres?Con tu respuesta saciarás dos necesidades: la de conocer más aeste gran hombre y la de calar cada vez más hondo en el alma demis hermanas, compañeras de lucha —ya que así lo siento y vivo—.Con el tiempo este sentimiento de identidad con otras mujeres seha ido acentuando; estoy cierta de que nosotras debemos unir-nos; los hombres nos han puesto el ejemplo. ¿Por qué no seguirlo?

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—A qué cosas me orillas, Martha. Sólo una mujer tan llena dearrebatos y delirio de conocimiento como tú, inspiras tales con-fesiones, que me gustan, para qué negarlo. Te consta que he sido,soy y pretendo seguir siendo, un hombre; dar cuenta cabal demis acciones, tope en lo que tope. Sabes muy bien de lo queestoy hablando porque eres muy parecida a mí en la forma desentir y pensar, razones importantes para que exista esta amistadtan intensa, plena y verdadera.

Pues bien, escucha con atención a este señor que tienes enfrente,porque es de no creerse lo bárbaro de mi atrevimiento: Un día ledije a don José Vasconcelos:

Usted es muy vanidoso y un mal amante; por eso se le van las muje-res y usted las mal califica y se le hace fácil ponerles una ‘‘P’’ en lafrente. Pero estoy seguro de que a ningún hombre se le va la compa-ñera, así como así. Mire, si usted llegara a hablar mal de Antonietaen sus memorias —que yo conocía antes de publicadas, pues mehabía hablado de ellas en la campaña— como lo hizo de ElenaArizmendi —a la que llama Adriana en La tormenta— le voy a mentarla madre.

Me juró que no lo haría.Al cabo de cuatro años regresó del destierro; recuerdo muy

bien a un amigo suyo que había sido maderista, de apellidoMuñoz, que acabó de empleado menor en una oficina delgobierno del Distrito Federal, en la Dirección de Limpia y Trans-portes. Con frecuencia lo invitaba a comer; siempre me conven-cía de acompañarlo para conversar, a más de que lo secundabamuy bien en el trago. Bebíamos una combinación explosiva,pulque con coñac, a la que llamábamos ‘‘Isabel dormida’’, de lacual ya te he hablado en ocasiones anteriores. La tomábamoscomo acostumbraban los soldados en la Revolución; es decir, deun solo golpe.

Esta historia de la que te estoy hablando data de hace cerca demedio siglo. Imagínate, yo todavía cantaba con una gran voz ysolía acompañarme Juan Villalobos; me gustaba mucho una can-ción que estaba de moda, Las sombras: ‘‘Cuando tú te hayas ido /me envolverán las sombras’’... Sucedió algo de lo que jamás soñé

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ser testigo: ver llorar a un gigante, muy extraño es ver llorar a uncoloso; pero si no lloran ellos, ¿quiénes van a llorar? No lo podíacreer. La letra, la música y el alcohol, lo conmovieron hasta laslágrimas. Yo estaba junto a él, así es que no me quedó ningunaduda de que lloraba. No sabía qué hacer: si consolarlo o hacermeel disimulado. Por lo pronto, dejamos de cantar; se puso de pie ydio unos pasos. Se dio por terminado el encuentro y no se hablómás del asunto.

Pasó una semana y aquel extraño personaje, Muñoz, nos vol-vió a invitar a comer un domingo. Este hombre claudicaba dela pierna izquierda; tú sabes que claudicar proviene de Claudio,que era cojo. Por eso cuando se dice que tal persona claudica,equivale a decir que cojea de una idea, que no está firme enella. Hago esta referencia por una mera digresión gramatical. Puesbien, asistimos puntualmente. Yo estaba cerca del fogón muyentretenido, tratando de explicarme los misterios del mundo alobservar una olla en la que hervían unos cueritos y el chicha-rrón. Fue interrumpida la divagación, mis pensamientos, cuandoel maestro Vasconcelos me tomó la mano y me dijo: ‘‘Le pidoque venga conmigo, le quiero platicar algo importante, Andrés.¿Se acuerda que la vez pasada lloré?’’ Le respondí: ‘‘Claro que sí,maestro, cómo olvidarlo si me extrañó y me tocó muchísimo’’.

Le voy a contar por qué —me dijo—; El hijo de Antonieta me buscóy el otro día comí con él. Tuvimos una larga sobremesa; el mucha-cho me dijo: ‘‘Fui bautizado como Antonio Blair Rivas Mercado;ahora me llamo Donald Blair; soy capitán de la aviación inglesa; estuvepeleado con la memoria de mi madre durante treinta años, pero mehe reconciliado con ella. Como usted es el último hombre con quienvivió, le pido me cuente cómo fueron sus últimos días’’.

—¿Qué respondió a tamaña pregunta?

—Imagínese. Por esa razón lloré, ya que se me removieron tantosrecuerdos; sobre todo el de su doloroso final. Le tuve que hablar conla absoluta verdad. Estaba obligado, tenía una deuda de honor quepagar, al menos resarcirla en parte. Estoy seguro que Antonieta sehubiera suicidado tarde o temprano; sin embargo, me quedó una

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gran culpa, pues esa mañana, cuando tomó la espantosa decisión dequitarse la vida, tuvimos una conversación que aceleró el proceso.Ella me preguntó, con amor y candor: ‘‘José: ¿Tú de verdad me nece-sitas?’’ No contestó el hombre, sino el filósofo, quien dijo: ‘‘Antonieta,ningún ser necesita de otro; sólo ha de ir cada hombre en busca deDios’’. A las dos horas se dio el tiro. Me desgarró todo por dentro.

—Andrés, ¿tú que piensas de todo eso? —le pregunté, llenade angustia.

—Mira, Martha, estoy cierto de que ella esperaba la respuestadel hombre al que amaba con toda el alma. Quizá necesitaba unaexpresión varonil: Que la tomara en los brazos, la mimara, lebesara la boca. Y nada de eso. Con su fría respuesta la dejó sus-pendida en el abismo, asida de dos argollas ardientes. Yo sostengola siguiente tesis: nosotros predicamos durante un año una revo-lución armada; queríamos, consciente o inconscientemente, morirtodos. Por misterios de la vida solamente murieron Germán deCampo y unos cuantos compañeros más. El razonamiento quehago con respecto a Antonieta es que ella se dijo: Como ustedesno murieron, voy a morir por todos, por la causa. No que esafuera la razón final de aquel tremendo paso; pero sí la circuns-tancia que puso la lágrima que le faltaba a la copa.

—¡Qué cosas tan terribles me has platicado! Qué dura pue-de ser la vida, ¿verdad?

—Sí, el ejercicio de la vida es muy doloroso. Tú también losabes, porque eres mujer y artista, sensible; por necesidad hassufrido. No obstante, yo tengo la creencia de que el dolor purifi-ca el alma de alguna manera y vuelve más humanos a los sereshumanos. Por eso no hay que temerle a la tristeza. Yo te he escu-chado decir que es menester asumir ese sentimiento con valen-tía. No hay que darle la espalda. No rehuir el dolor, sinoenfrentarlo; todos mis años te dan la razón.

—Andrés querido: Tengo tentación de preguntarte por quéeligió Antonieta la Catedral de Notre Dame para darse el balazo.¿Qué significativo tuvo?

—Se dice que la llevaron a París a la edad de siete años; cuandoestuvo en la torre de la catedral de Notre Dame, exclamó:¡Qué lindo lugar sería éste para echarse de cabeza al vacío! De

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ahí —se cree— la obsesión del suicidio que infortunadamentellevó a cabo. Su muerte y la violencia que la acompañó me cau-saron una gran conmoción de la que nunca me repondré, mivenerada Martha. Cuida tu destino, y por inmensas que sean laspenas, supéralas creando; llena tu vida con amor. Escúchamesiempre: En muchas ocasiones me dejas afligido porque veo quese asoman en tu mirada pensamientos que no van acordes con tuvitalidad; siento que se apodera de ti un dejo de desaliento. Terepito: Nunca dejes de oír mis consejos, aspiro a que se convier-tan en un eco de tu espíritu. Te seguiré hablando de las grandespasiones de mi maestro Vasconcelos, hombre y artista, en todoextremoso.

—Gracias, Andrés. Me hace muy feliz tu sabiduría y agra-dezco tus buenos deseos para mi persona y obra. Te expresocon vehemencia que los correspondo con la intensidad de micariño y la infinita devoción por tus letras.

LAS GRANDES PASIONES DE JOSÉ VASCONCELOS

—Andrés querido: Bien dicen que la inteligencia cautiva, sub-yuga, y si se acompaña de sabiduría, como en tu caso, qué más lepodemos pedir a la vida. Venturosamente yo me encuentro enesas circunstancias; siento la imposibilidad de pedir; prefierobendecir todo lo que he recibido. Es un privilegio tener estos diá-logos contigo. Bueno, quizá sea una pretensión calificarlos así. Lohonesto es reconocer que te escucho y tal vez mi mayor osadía seapreguntarte, llena de ilusión por acercarme a tu conciencia decreador y de hombre impar. A propósito, te recuerdo que prome-tiste platicarme acerca de los grandes amores de Vasconcelos.

—¡Ay, doña Martha! Usted es terrible, muy apasionada; le en-canta meterme en líos, pero quién me manda aceptarlos. Ya lohice y ahora tengo que salir de ellos de la mejor manera. Le darécuenta y satisfacción a tu inimaginable curiosidad; si no fueraporque te conozco tan bien, podría decirte, como dicen en tutierra, a la que por cierto adoro: ¡Diantre de señora preguntona!Sólo es una broma. Aquí estoy, más que por charlar, por confesar;

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quizá podría apuntarse la posibilidad de que así se llame nues-tro libro: Confesiones de Andrés Henestrosa a Martha Chapa ¿Quéte parece?

—Perdona la insistencia, Andrés, pero me urge que me pla-tiques de las mujeres de don José.

—Mira, Martha. Estoy seguro de que la mujer que más amó,porque fue a la que más admiró, y bien sabes que esos sentimien-tos necesariamente se encuentran unidos, uno sustenta al otro,fue a Antonieta Rivas Mercado. En alguna ocasión él me confesóque su relación con ella fue, en esencia, una venturosa conjun-ción de la carne y el espíritu, pero la carne, el cuerpo, se cansay traiciona. Sin embargo, el sentimiento del alma es eterno. No sepuede negar que, en general, existen varios amores en la historiasentimental de los seres humanos. Es natural; en ciertas etapasde la vida se necesitan determinadas relaciones, luego éstas se des-gastan, se transforman o qué sé yo. Eso del amor es un misterioque nadie ha podido destrabar ni creo que llegue el día en quese dilucide su magia; tal vez sea mejor que así prevalezca: esoes lo que lo hace tan subyugante. Recuerda que ‘‘El amor tienerazones que la razón desconoce’’.

Volviendo a nuestro punto, Vasconcelos también quiso muchoa Elena Arizmendi, una guerrerense de soberana belleza. Creoque la conoció en el año 8 o 9. A don José le llamaban el ‘‘su-permuchacho’’ (el apodo me hizo pensar en ‘‘superbarrio’’); tam-bién, ‘‘el loco Vasconcelos’’. Así lo llamó el famoso abogado JacintoPallares, tío abuelo de aquel amigo tuyo que me encontré aquíel otro día. Por cierto, voy a traer a colación una curiosa anécdota.Alguna vez, en la tribuna de la Cámara de Diputados, don JustoSierra lo llamó Jacinto Pajares. ‘‘¡Pallares!’’, gritó él; ‘‘¡Pajares!’’, con-testó Sierra.

Don José me habló también de una sudamericana. Ya ves loque sucede: a veces son amores casuales que no resisten la pruebadel tiempo, se reducen a tres o cuatro contiendas, y ya. Una mujermuy importante en la plural vida amorosa de Vasconcelos se lla-mó Bertha Singerman; una brasa, al día siguiente, ceniza. Es-tuvo con él una salvadoreña, Consuelo Sunsín, —Charito, en susMemorias— quien más tarde casó con el gran escritor guate-malteco Enrique Gómez Carrillo. Terminó siendo esposa de Saint

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Exupery. Parece que todavía oigo lo que me dijo a bordo de untren: ‘‘¡Su voz, Henestrosa, su voz!’’ ‘‘¿Y cómo era esa voz?’’,pregunté ingenuo. ‘‘¡Ay, Andresito —me dijo—, si yo pudierarepetirla andaría por el mundo grabando discos con ella!’’

Era muy apasionado. Tenía fama de ser un don Juan, personajeque tú conoces. No un victimario. En verdad una víctima. Nome veas con esa cara.

—Para que no sientas duda en mi mirada, explícame con mayoramplitud tu tesis.

—No es una tesis propia. Con simpleza hago referencia a unarealidad. El don Juan es una creación femenina; el hombre en reali-dad no es el seductor, sino el seducido, es el hijo de madre y todasu vida gira en torno a ella. El pensamiento de la mujer se puedeaproximar a lo siguiente: este hombre tuvo amoríos con tal señora,¿por qué no he de tenerlos yo? Y ahí empiezan los dramas. ¿Tedas cuenta de lo que significan las mujeres en la humanidad? Sinustedes no existiríamos biológicamente ni sentimentalmente.Edvard Munch decía que el pintor siempre elige a la mujer comotema central.

Baste recordar a San Agustín, quien habla tanto de Mónicaque, cuando lo canonizaron, tuvieron que ponerla junto a suhijo en el altar, de modo que a él debe su santidad. San Agustíndecía: ‘‘Señor, hazme un santo, pero todavía no, yo te diré cuan-do’’. La historia ha recogido una famosa frase que Descartes,expresó en 1637, en El discurso del método, con la cual establecetodo su método científico: Cogito ergo sum: ‘‘pienso, luego existo’’.A partir de entonces se construye toda la filosofía. Todavía hayuna referencia más de San Agustín, interesante y poco conocida,en la cual se inspiró Descartes: ‘‘Me equivoco, luego existo’’:Si falo sum: ‘‘puesto que fallo, soy’’. ¡Qué profundidad de pen-samiento! Y pensar que fue mujeriego, parrandero, borracho;terminó siendo el santo más importante. Su madre le rogaba queadoptara el catolicismo, que volviera a Dios, y acabó escuchán-dola.

—De cuántas cosas tan trascendentes hemos hablado. Parahacer una brevísima síntesis de nuestra conversación, ¿quépodríamos decir, Andrés?

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—Tuvo mucha razón mi maestro Vasconcelos al amar conintensidad, aunque fallara. Ya ves, la esencia de la reflexión deSan Agustín es contundente: Soy un ser humano, por necesidadtengo que fallar. Lo más importante es tener la vivencia del amor;es la máxima experiencia. Gracias a ella nos sentimos vivos, porese motivo creamos, luchamos. Mejor morir que no amar, así seacon errores.

ANDRÉS, HOMBRE DE TALENTOS

—Andrés querido: Cada día que transcurre me sorprende mástu agilidad mental; y de la física, ni qué decir. Hemos comentadoque si existe un ser que colinde con la eternidad, ése eres tú.También es conocida y reconocida tu capacidad de dar pronta yágil respuesta a todo. Me has contado tus orígenes, tus distintassangres (la india, blanca, negra, filipina y acaso unas gotas dejudaica) y es probable —eso deduzco yo— que la suma de cincoculturas, te dé una fuerza sobrenatural, la cual se demuestra cuandohablas, cuando bebes, cuando ríes. Me has dicho que, si acasoun abuelo tuyo no puede responder, entra otro al quite. Y así,tus ancestros, se van dando la mano sucesivamente. Has referidotambién, que nunca dejas una ofensa sin respuesta; siempre tie-nes una ocurrencia inesperada sobre la marcha, la cual no se haceesperar. ¿Por qué no me comentas alguna anécdota al respecto?

—Martha, empezaré y eso es un peligro, pues sé cuando doyinicio, mas no sé cuándo voy a terminar. Pero antes debo decirteque tienes razón, mucha razón, Martha. Mis abuelos me hanayudado mucho, muchísimo. Lo reitero una vez más. Cuandohago referencia a este tema crece mi agradecimiento por su apoyo.

—¡Qué maravilloso peligro, ojalá que así fueran todos! Deeso precisamente se trata, de no terminar nunca, como te lo herepetido en millones de ocasiones.

——Pues bien, voy a contarte una anécdota que se convirtióen historia; de los tiempos en que estudiaba la preparatoria: meinterrumpía, con frecuencia, durante un discurso, un joven lla-mado Manuel García Rodríguez. Yo, desesperado, grité desde latribuna: ‘‘No hago caso de la voz anónima’’. ‘‘No es anónima’’,

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dijo; soy ‘‘Manuel García Rodríguez’’. ‘‘Es ahora cuando es anó-nima’’ —repuse riendo. Había un paisano, envidioso de mí. Yole tenía compasión, porque hay que compadecer al que te envi-dia, ya que es él quien está sufriendo: si esa persona supiera queella es quien se degrada, no experimentaría ese sentimiento. SantoTomás postuló —con otras palabras— esta tesis acerca del resen-timiento: La mejor educación no anula los complejos; sinoque los disimula, los orienta. Un golpe de resentimiento nosdenuncia en forma absoluta. Perdona este pequeño paréntesis;en la mayoría de las ocasiones no me puedo abstener de hacerlos,me gana el temperamento de un antepasado. El paisano de refe-rencia, el resentido, apareció el día en que se me otorgó la becaJohn Simon Guggenheim Memorial Fundation en un restaurante.Desde su mesa me gritó que me felicitaba por mi logro, con lasola lástima que fuera tan pequeña en dinero. Yo le contesté:‘‘No para un intelectual, Jacobo’’. Hizo un gesto, dio media vueltay abandonó la plaza, ante la carcajada de los parroquianos. Enalguna otra ocasión una persona, con voz muy aguda, me dijo:‘‘Andrés, usted es un idiota’’; y le dije: ‘‘Es lo que usted ha inven-tado para consolarse. Mal de muchos...’’

Me voy a referir a una anécdota, que nunca antes había con-tado, lo hago en primer término por el gusto de que seas tú laprimera destinataria; también porque nuestros diálogos losescribes para El Búho, de Excélsior, y ahí son atrevidos con laspublicaciones. Pues bien, en el año de 1926 otro conocido dia-rio, El Universal, organizó unos concursos de oratoria. Despuésde un tiempo ofreció un banquete a quienes habían participadoen ellos y hubieran ganado el primero y segundo lugares. Yo,naturalmente, no estaba invitado. Llegué porque AlejandroGómez Arias, el gran orador, me arrastró al banquete; él era migran amigo y como puedes imaginarte, fue imposible negarme.Él, una figura muy respetada, siempre ocupaba un lugar central;nos sentaron juntos, cerca de algunos de los editorialistas másfamosos del diario, uno de ellos, el autor de la famosa novelaSanta, el primer best-seller, como dicen ahora, con la influenciaanglosajona que tenemos tan fuerte a propósito del TLC.

—Andrés: dirás el telele-c —comenté riendo.—Es una buena ocurrencia, Martha, ya ves, tú las tienes y

muy oportunas.

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—El tema de tu conversación me inspiró —repliqué—; te pidodisculpes esta digresión y te sugiero continuemos tan interesanteconversación.

—Te hablaba, pues, del autor de Santa, hombre inclinado a loescabroso y prohibido, quien con mucha malicia nos preguntó sisolíamos visitar burdeles o casas de asignación. Sabes que soymuy arrebatado y de inmediato le contesté: ‘‘¿Cómo cree que nofuera así?’’ Yo anduve en todos esos lugares cuando joven; huboalgunos de mis acompañantes de parranda que lo negaron, yatienes idea de qué tamaño es la hipocresía. Su segunda preguntafue si habíamos contraído alguna enfermedad en esas cuchipan-das. Las contestaciones fueron en el mismo tono; unos acepta-ron, otros no; fuimos valientes los menos. Con gran orgullo dijo:‘‘Yo también anduve en todo eso y no saqué más que una cosa:mi Santa’’. Ya sabes que no tengo mucho comedimiento parademostrar mi sentir; al escuchar esto dije al oído a Gómez Arias:‘‘A éste se le olvida que Santa es el chancro de la literatura mexi-cana’’. Él soltó una gran carcajada. El anfitrión me dio mi som-brero y mi bastón y me pidió que abandonara la mesa, porquehabía ofendido a alguna de las mejores plumas de la casa.

Cuando Narciso Bassols habló en México de educación sexualse armó un gran escándalo, tan grande así que tuvo que renun-ciar al cargo y nombraron en su lugar a un hombre de gran pres-tancia, llamado Eduardo Vasconcelos, dado un poco a la vidaepicúrea. La noticia fue tan importante que Excélsior la publicóa ocho columnas: ‘‘Bassols se fue a Alaska’’. Me gustaría referirtealgo relativo a aquella tendencia al epigrama, ya en verso, ya enprosa. El que quiero referirte, que recuerdo a más de mediosiglo, dice así:

Terminó la borrasca,tras de largas disputasya Bassols se fue a Alaska.Olfateando sus rutasVasconcelos se enfrascay también se va a Alaska:a las casas de putas.

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¡Qué terribles y temibles éramos!, ¿verdad? —interrogó Andrés.—De no creerse, Andrés: sólo porque me lo cuentas tú lo creo

—contesté.—Como es natural, nuestras gracejadas corrían de voz en voz

y hoy día, tal vez no las recuerde nadie, razón por la cual creoque es importante que rememoremos juntos. Es parte del humormexicano; en estos momentos, es importante revivir la historia,darle pinceladas de rojo carmesí, como si estuviéramos pintandouna manzana.

Tengo muy presente que los chistes literarios los hacían lospintores y los poetas, como Novo, Villaurrutia, Rivera, RodríguezLozano. Este dato es importante: Ortiz Rubio fue contra quienpeleamos en 1929; rival de Vasconcelos, fue presidente de estepaís. El pueblo dio en llamarle ‘‘El Nopal’’, por baboso. Despuésfue peor: su apodo se transformó en ‘‘El Nopalito’’, porque ni anopal llegaba, ni siquiera baboso, sino babosito. Esto dio pie a unepigrama. Debo aclararte los comentarios que circulaban en aquelentonces: Don Plutarco Elías Calles era en realidad quien gober-naba, hecho frecuente en nuestro sistema político; vivía en ElMante, Tamaulipas. Con este dato se escribió lo siguiente:

Desde que es evidenteque a don Pascual le ha dadopor creerse el Presidente,anda diciendo la gente:que nos quiten al dementey nos pongan al de Mante.

—Dime, Andrés, si era tan tonto Ortiz Rubio, ¿cómo llegóa ser presidente? —pregunté.

—Bueno, en realidad no lo era tanto, pero era el enemigo —res-pondió Andrés en tono visceral—. También gustaba hacer epigramasen prosa, como éste referido al mismo Ortiz Rubio:

Era tan decrépito, que tenía fría la tibia.

Bueno, Martha, pienso que por hoy aquí lo vamos a dejar.Tengo un compromiso con mi familia y debo ausentarme. Sin

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embargo, prometo continuar con este tema o el que quieras lapróxima semana. Con el tiempo me has ido escudriñando el almay si alguien ha llegado a profundidades insospechadas eres tú.Debo aceptar que me alegra compartir contigo mis duros apren-dizajes de una vida que tiene mucho de triste aunque tiene chispa-zos de alegría, si bien ni tantos ni tan frecuentes como quisiera.Hasta el próximo domingo.

OLGA COSTA

—Andrés querido: ¿acerca de cuántas experiencias hemos char-lado juntos? Algunas muy bellas y debo añadir que todas hansido muy formativas para mí. Te has convertido en mi padre yamigo; el maestro que todos hubieran querido tener. Es un granprivilegio haberte encontrado. También hemos compartido losdolores de tu vida y de la mía. Me has repetido, en muchas oca-siones, lo importante que es afrontarlos. Hay que comprenderlos sentimientos, única forma de no sólo soportar la vida sino deamarla, y así respetar a nuestros congéneres y admirar sus obras.Y un motivo de dolor es que hoy, tú, yo y muchos mexicanos,estamos de luto. Ha muerto una gran artista, Olga Costa.

Tú me has platicado que la trataste mucho; quiero recordarlaen unión tuya. La conocí en casa de Lourdes y Alí Chumacero,amigos excepcionales, a través de quienes he conocido a per-sonajes importantes y a muchos amigos que, como tú, se han conver-tido en la médula sentimental de mi vida. Cómo no agradeceresas oportunidades: sólo espíritus generosos, como ellos, son capa-ces de brindar lo mejor de sí.

Andrés: cuando me cuesta trabajo abordar un tema, le doymuchas vueltas, como el asunto que hoy quiero tratar contigo.Te pido con cariño y respeto que me hables de Olga Costa.Aspiro a que esta conversación se convierta, con tu apoyo, enhomenaje a su memoria.

—Martha, si no fuera por ti, tal vez mis recuerdos no tuvie-ran estos brillos. Muchos de ellos hubieran permanecido gri-ses, opacos. Tú reavivas sus colores, ésa es una de las razones porlas que me gusta platicar contigo: imprimes luz a mis memorias.

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Pues bien, Olga Costa fue una mujer de gran hermosura, con losojos azules, como los de las aves de corral, de gallina o de alcara-ván. Qué pena que haya muerto joven; no llegó ni a los ochenta.Claro está que digo esto porque la comparo con mi edad, razónpor la que me atrevo a decirte que se nos fue pronto.

—Tienes mucha razón, Andrés. Este hecho subraya cuánto haavanzado la medicina —dije optimista—; imagínate que en elMéxico de inicios de siglo la esperanza de vida al nacer era de 29años; es decir, esto sucedía hace apenas medio siglo. Ahora tene-mos la obligación de esperar que, por lo menos, viviremos 85años: Cómo ha transformado este hecho la existencia, ¿verdad?

—Como es ya una de mis buenas costumbres, Martha, estoyde acuerdo contigo.

—Andrés querido: Qué bueno que coincidimos en tantospuntos de vista. Estoy cierta de que ésta es una razón más paraque nuestras almas se identifiquen.

—Tengo noticias de que en los últimos cuatro años sufriómucho por las contrariedades de las que hablábamos, inherentesa nuestro paso por este mundo. Yo no quise averiguar acerca desu dolor y cuando intentaban tocarme ese tema no prestaba aten-ción. No porque no me interesara; al contrario, por eso no que-ría escuchar, porque sabía que su tristeza me ensombrecía. Laspenas de los seres queridos siempre son nuestras, aunque ignore-mos su origen.

—¿Cómo conociste a esa bella y talentosa artista?—El diablo sabe más por diablo que por otra cosa...—Así es que te consideras diablo.—No, Martha: Me considero más viejo que diablo; sin em-

bargo, me reconozco con una inmensa capacidad de cometerdiabluras.

—¡Qué bueno que conserves siempre un sentido festivo, querevelas en todo lo que haces y, por supuesto, que tu pasadoconserve ese mismo tono. Posees una sabiduría alegre, contagiosa,así es que, por favor, continúa.

—Mira, Martha, desde que llegué de mi tierra a México heandado entre esa gente; al ir a parar a la Escuela Normal de Maes-tros, que compartía el edificio con la Secretaría de Educación.Te voy a hacer un alarde de memoria. Estaba —está— ubicado

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en la esquina de las calles Argentina y Luis González Obregón;por el otro lado Brasil y la Perpetua —en la actualidad Venezuela.La mitad hacia la izquierda, como yendo a Santo Domingo, erael internado de la Normal y las aulas; en la otra mitad reinabaJosé Vasconcelos. Ahí estaban Rivera, pintando; Novo, Villaurrutiay Torres Bodet —un jovencito muy hermoso, de 19 años, direc-tor de bibliotecas y secretario particular de Vasconcelos—. Tam-bién recuerdo a Julio Torri, Mariano Silva y Aceves, a RobertoMontenegro y para qué sigo... Es más, sin temor a equivocarme,te aseguro que en una parte de esa institución se movía la inteli-gencia mexicana. Ahí se construyó el México moderno y esplen-doroso, entre los años veinte y treinta. Claro, las épocas se prolongan,por fortuna.

Dentro de ese singular marco conocí a Olga Kostakowsky deorigen judío-ruso —continuó diciendo Andrés—. Llegó a nues-tro país con su hermana Lya, quien no se cambió el apellido,esposa que fue de Luis Cardoza y Aragón, buen amigo, quiencreó una fundación a la que dejó todo el dinero que ganó, la cualpor cierto lleva el nombre de ‘‘Lya Kostakowsky’’. Tú haces refe-rencia a las reuniones del matrimonio Chumacero, justo ahícoincidimos con ellos, ¿te acuerdas?

—¡Con gran emoción y nostalgia! Extraño a esos amigos llenosde valores, que nos han enseñado con su ejemplo los misterios delarte de vivir, ¡tan difícil como el de actuar, bailar, escribir, pintar!—respondí.

—Conocí a Olga Costa cuando llegó a México, allá por el año26 o 27, con un grupo de pintores amigos de Manuel RodríguezLozano. Asistí a su boda; más tarde crearon una pequeña galeríaque se llamaba El Caracol, a un costado del Monumento a laRevolución —cuántos símbolos—, lugar donde exhibió sus obrasun muchacho genial, Francisco Gutiérrez, quien nació en el mis-mo año que yo y murió en el 40. Nuestra mutua amiga Lourdescompró en la Plaza del Arte 20 piezas de ese muchacho; luegonos regaló dos de estas majestuosas obras.

Volviendo a Olga —dijo Andrés—, yo la considero una granpintora figurativa y extraordinaria dibujante; pienso que empezóa aparecer en la escena de la pintura mexicana por el año de1936, cuando era presidente de la República Lázaro Cárdenas.

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Su marido, José Chávez Morado, fue jefe del Departamento deArtes Plásticas de Educación Pública. Fueron a Valencia, juntocon un grupo de pintores y escritores, cuando estalló la guerracivil española. Más tarde, en el 39, los invité a Juchitán. Tam-bién nos acompañó María Asúnsolo. Los llevé a conocer a unamujer muy hermosa, Aurea Procel, hija de una tehuana y unfrancés. Se quedaron a vivir en la casa, con hamacas por camas,por cierto que se cayeron de éstas y dieron un verdadero espec-táculo, pues no traían calzones. Olga cantaba canciones mexi-canas, las más léperas. Se le llenaba la boca con esas palabrotas,porque como su idioma materno era el ruso, no medía el alcancede las malas palabras.

Olga —ya lo dije— se casó con Chávez Morado, si mal norecuerdo, en 1936, más o menos cuando yo me fui por dosaños a Estados Unidos. A mi regreso los encontré ya como gentehecha. Estaba Cárdenas en el poder. Entonces se desató aquellafiebre comunista... Había un atolondrado llamado Ignacio GarcíaTéllez, secretario de Educación, que nos obligaba a firmar continta roja; las puertas estaban pintadas de rojo y no había ante-salas; ordenó un letrero en un arco del edificio que decía: ‘‘A losmaestros caídos por la educación socialista’’. Después vino otro,aún más despistado, Octavio Véjar Vázquez, que tiró el arco yluego lo volvió a construir, para borrar aquellas palabras. Ésa hasido la historia de la educación nacional. En nuestras próximascharlas te contaré más anécdotas sobre este tema.

EL MERCADO DE JUCHITÁN

¡Son tantos y tan bellos los recuerdos que tengo de mis charlas conAndrés Henestrosa que me harían falta muchos domingos pararelatarlos! Sin embargo, he empeñado mi palabra de que así loharé y cumpliré mi parte. Por ello deseo con vehemencia vivirmuchos años; tantos como necesito para contarles todo lo queanhelo: la herencia intelectual, que se ha convertido en una granfortuna, de mi amigo y maestro. Andrés tiene el talento sentimentalde saber dar —y ser— lo que uno necesita en el momento preciso.Me siento muy feliz por el privilegio de dar cuenta de las vivenciasde un hombre de excepción: auténtico, único, verdadero.

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Parece que fue apenas ayer; sin embargo, hace ya dos años queestuve en Juchitán, caminando del brazo de Andrés. ¡Habíasoñado tanto ese instante! Justo en ese momento me di cuentade que la realidad supera a la fantasía. Existen sueños que no secumplen; pero la realidad siempre está ahí, sólo hay que sentirla.Aquí la tienen, tal como yo la experimenté.

El polvo se empeñaba en no dejarme ver; soplaba con tal deses-peración que parecía oír los latidos de mi corazón; se habíanimpuesto de manera natural, compitiendo el tictac con el silbi-do... No hace falta decir quién ganó. Se dice mucho que cuandono se mira con los ojos, el alma se apura a sentir, quizá como unasabia compensación; lo cierto es que uno lo cree hasta que lo vive.En aquella ocasión, como siempre, escuchaba a Andrés con unapulcritud diáfana, impecable.

—Pues bien, Martha ya estamos en mi tierra. Escucha sulatir, ya que tú sientes todo lo que ves y ves todo lo que tocas,lo que imaginas.

Para entonces ya no era necesario el consejo: tenía su tierradentro de mí; la había mirado, llorado, paladeado; de inmediatose convirtió en sangre de mi sangre. Fue una especie de comu-nión sagrada (¿existe alguna comunión que no lo sea?). Tampocofue necesario pedirle a Andrés que me llevara al mercado: desobra conoce mis pasiones, así que ni siquiera le pregunté a dóndeme llevaba: sabía a dónde nos dirigíamos.

—Qué olores —dijo Andrés.—¿Cómo se llama esta calle?—Mira, Martha, antes no se acostumbraba ponerle nombre a

las calles. La brújula era otra. Por ejemplo, aquí había una pe-luquería, ‘‘El rizo de oro’’, allá una cantina de lujo, ‘‘El Edén’’; másallá una sombrerería, cuyos dueños eran Aniceto Toro y JulioCottier; esa iglesita que ves aquí fue un regalo de un remotísimopariente mío, Demetrio Henestrosa, a su amiga Amada Situ, delotro lado está el ‘‘Bar Taurino’’, cuyo dueño es mi gran amigo,Sebastián Pineda López, quien por cierto nos invitó a comer eldía de hoy. Te vaticino que te encantará; su mujer, Oralia, cocinacomo un ángel y el lugar está lleno de fotografías de toreros,estampas antiguas; en fin, es un rincón mágico ¡Ya llegamos anuestro destino! ¡Entremos por la puerta principal!

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—Qué olores —dijo Andrés.—Huele a manzana, tal como debe ser —respondí emocio-

nada.—Por donde mires encontrarás ese fruto, que te has encargado

de bendecir. Cada obra tuya se convierte en una oración, en unaplegaria para la humanidad. Ésa es la forma en que veo tu obra.

La confesión de Andrés, los colores, la luz, los olores, las muje-res ataviadas con sus regios vestidos llenos de olanes, entregados aun beso eterno con la tierra (de nuevo aparece el elemento tierra:¡qué fuerza tan inmensa tiene!). Nunca había experimentado todaslas sensaciones y los sentimientos al unísono. Al fin llegamos almercado de Juchitán, que tanto anhelaba conocer.

A pesar de los pesares tengo una suerte infinita —o quizá poresa razón siento que la tengo—: tuve la fortuna de adivinar enlos ojos de una mujer una gran sabiduría, así que comencé a plati-car con ella.

—¿Cómo se llama? —Unió a su nombre, Marcelina, una gransonrisa. Casi siempre tengo que abordar a las marchantas (a pesardel origen francés de esta palabra me gusta más que ‘‘vendedo-ras’’, no sé porqué) de esta manera; cuando siento que ya hanacido cierta confianza de mirada a mirada, voy subiendo el tonode las preguntas y me atrevo a todos los desfiguros de mi cora-zón—. Cuénteme de su vida.

—Es muy dura, y a usted no creo que le importe oír mis pro-blemas.

—¡Claro que me importan! Me interesa saber qué pasa con lasmujeres, en especial con usted, ya que le brillan los ojos como jamáslo había visto. Eso me dice que ha vivido intensamente.

Como buena juchiteca me respondió contundente:—Eso sí, mire que si he vivido y de qué manera. He hecho de

todo: tengo mi hombre, mis hijos y trabajo mucho, mucho; tantoque a veces no puedo más. Pero así es la vida de las mujeres, ¿apoco no?

¡Que si es dura la vida!, me dije para mis adentros. ¡Qué dudacabe!

—Cuénteme: ¿por qué es así?—Mire: tengo 50 años trabajando en este mercado, vendiendo

queso. Ahora ya ni siquiera es de aquí, porque está muy caro.

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Lo tengo que traer de Chiapas y aun así me quedan libres dosmil pesos de cada 30 mil que vendo. Por eso ahora, aunque nome guste, vendo también refrescos y porquerías de estas queusted está viendo. Para qué hablarle de ellas: no les tengo cariño,pero qué le voy hacer; de otra forma me moriría de hambre. Lacosa está que arde: los alimentos siempre los he visto como algosagrado, pero ahora con mayor razón, pues ya se fueron los pre-cios al cielo. Pago a quinientos el metro de este lugar, y ya leplatiqué los problemas del queso. Lo mismo pasa con la crema,la cual me viene a cinco mil para venderla a seis mil, y eso si lavendo, porque la gente está tan pobre que ya no tiene ni paracomer. Para acabarla de amolar se han soltado los robos afuerade la ciudad, y esto nos obliga a dar crédito a nuestros compra-dores: el otro día a mi comadre hasta su diente de oro le arran-caron. Se llevan la mercancía y ya no vienen a dar la cara: mandana otros para hablar por ellos. Además los carros de ferrocarril nollegan y las carretillas nos cobran tres o cinco mil. Nomás imagí-nese: ¿Cuál será nuestra ganancia, mi reinita? Así es de terrible larealidad: pura pérdida, puro asalto, puro desengaño, pura tris-teza, puras enfermedades, puras promesas del gobierno no cum-plidas.

Al escucharla me dieron ganas de llorar; no pude evitarlo, puestengo el terrible defecto de mostrar mis sentimientos. Entoncesme dijo Marcelina:

—Ya ve, yo se lo decía: mejor no me pregunte. Nuestra vidaes bien ingrata. Hay mil cosas que no le puedo contar por honory pudor, pero de verle esa cara de tristeza pienso que usted se lasestá imaginando...

Andrés y yo nos vimos y no pudimos cruzar palabra duranteun largo rato; lo logramos hasta que las lágrimas se habían idode los ojos a nuestros corazones.

—¡Qué hermosa tu tierra!—Sí, Martha. Es bella porque es triste; es triste porque es bella.

La vamos a seguir recorriendo juntos, pues sé que la amas por variasrazones: entre ellas, que este lugar ha dado a luz a grandes artistas.

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LAS JUCHITECAS

—Andrés adorado: Estoy segura de que si existe el Paraíso, esesitio tan anhelado y soñado, necesariamente tiene que parecersea Oaxaca, y en particular a Juchitán. Por ello quiero aprove-char esta esplendorosa estancia en tu tierra para que me hablesde las mujeres istmeñas, a quienes admiro por más de unarazón. Quizá la más importante, o la más personal, sea que lasenvidio, pues quisiera ser como ellas: tener su arrojo, su fuer-za, su templanza, su galanura, su independencia. Por favor,platícame de ellas.

—Martha: ¡Cómo negarme a ello! —respondió Andrés—. Sialguien merece saber cómo son mis paisanas, por dentro y porfuera ésa eres tú. Además las conozco bien, y ese conocimientome ha llevado a profesarles una gran admiración. Por si fuerapoco, siento la obligación de dar cuenta de mi gente, porque se lomerece: me enorgullece provenir de su sangre; ya hemos habladoen otras ocasiones de la diversidad o pluralidad genética queposeo. Escucha bien:

Existen muchos mitos en torno a las juchitecas. Quieroplaticarte de viva voz, para que no quepa la menor distorsión, deun tema muy interesante: en Juchitán reina el matriarcado. Sinembargo, sus características son muy peculiares; es menesterentenderlas bien, pues no es un fenómeno tan sencillo. Se lepretende reducir al hecho de que la mujer manda y san se acabó.¡No, qué va! El asunto es complicadísimo.

La mujer, efectivamente, manda —continuó diciéndome An-drés—, pero lo hace con gran dulzura y con mucho respeto alhombre; es menester vivirlo para entenderlo. Trataré de explicarte:con relación al trabajo prevalece la idea de que los hombres sonflojos y mantenidos, y es todo lo contrario: se van al campo a lastres o cuatro de la mañana, a más tardar. Regresan a la casa conlo que cazaron o pescaron, y ellas son las que se encargan devenderlo, en el mercado o con clientes que buscan aquí y allá.La tradición las ha convertido en maravillosas comerciantes.

Trabajan muy duro; no hay una expresión que pueda traducira cabalidad la dimensión de su esfuerzo. Claro está que el hechode manejar el dinero les da un poder muy especial. Tú has

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recordado en repetidas ocasiones una frase de Dostoievski quete impactó: ‘‘El dinero es libertad acuñada’’. Sí que lo es, lopuedo confirmar por experiencia propia: las mujeres juchitecasdeciden cómo distribuirlo; acompañan a sus maridos a comprarlesropa; son ellas las que beben y bailan casi siempre con sus ami-gas. Saben gozar de la vida: así como se entregan con pasión a susdeberes, se divierten. Lo sandunguero no les quita lo industrio-so. Un dato muy importante es que no conocen la culpa, senti-miento tan extendido en otras culturas y que, en especial, sufrenlas mujeres.

Otra faceta de las juchitecas es su fidelidad. Todo lo quelogran con sus esfuerzos lo comparten con sus seres queridos.Sólo se casan por segunda ocasión si quedan viudas: en los entie-rros lloran sin cesar y se desmayan, a veces de forma natural,otras, las más, fingidas. Tienen una imaginación colosal parainventar textos que ensalcen al difunto. Con frecuencia lo hacenen español, para que adquiera pleno dramatismo. Se acostumbraque las acompañe una persona con un frasco de alcohol, la cualestá pendiente de los desmayos. Cada visita es un desmayo enpotencia y éstas son infinitas, pues son muy solidarias con eldolor: es el sentimiento que más las une. Cuando el alcohol nosurte el efecto deseado, logran la recuperación mediante lapresión del deltoides. Te recuerdo el llanto de mi madre, quiendecía: ‘‘Ahora que me he quedado sola, quién va a guiar mi camino.No sé por dónde sale y se pone el sol’’.

—¿Así lo dijo, Andrés?—Guardan luto por años y poco a poco se van despojando de

las prendas que usan: primero se quitan el pañuelo negro conque se ciñen la cabeza; luego el huipil, al final las enaguas. Des-pués aceptan un nuevo compañero; cuando lo encuentran le lle-van flores a la tumba al difunto y le notifican la decisión que hantomado, obligadas por la soledad y sabedoras de que cuentancon su comprensión. Con frecuencia no contraen nupcias porsegunda vez: es muy común que vivan en unión libre. Las fiestascon que celebran la nueva unión son sencillas. Repiten la vidaque llevaban: manejan la casa, la economía, la educación de loshijos y luchan con la intensidad máxima, como es su costumbre.

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Una característica que las distingue de forma contundente esque en ellas no tienen mayor significación los celos. Así son las cosas,el pasado de su nuevo marido no existe; borran los amores ante-riores, hasta los de ellas mismas. De verdad que son seres sabios.Otra particularidad es su falta de inhibición: no saben lo que estetérmino significa. Una de las muchas explicaciones para ello puedeser, además de su educación, que en su lengua indígena no existenlas malas palabras. Esto es de gran trascendencia, pues ya hemosseñalado lo importante que es el lenguaje en la mentalidad de unpueblo: es lo que nos define, nos da un modo de ser.

El andar de las juchitecas es casi etéreo. Parece artificial, fingi-do; todo en ellas es adorno. Un poeta oaxaqueño dijo que cami-nan en verso. Están eternamente ataviadas con oro, que no es,como dijo el padre Burgoa, ‘‘moneda corriente de sus necesida-des’’, sino que lo usan como adorno, por su brillo, por su color,que para ellas es un tesoro espiritual. En la antigüedad servíapara hacer ídolos: ‘‘Si el indio amaba al ídolo —dice el cronis-ta— el español al material de que estaba hecho’’. Te repito que enlas juchitecas la culpa no tiene el dramatismo que en otra gente.Y ello las define como seres auténticos, con raíces en la tierraoaxaqueña, istmeña, cálida, fecunda. Sol y pasión encendida porla imaginación. Como en tu tierra, Martha, como en tu tierra...

EL ECO, EL ECO, EL ECO

—Andrés querido: Me siento dichosa cuando te veo, y más ahoraque gozo de tu prolongada presencia en este Juchitán divino,pues me anuncia miles de bellos aconteceres, que evocas y con-vocas. Disfruto tus conversaciones, y además aprendo de tusabiduría; por supuesto que compartirla con nuestros lectores,completa mi felicidad.

—Martha: Sabes lo trascendente que es conversar contigo.Tú bien lo señalas: es un placer personal que se torna en obli-gación social de compartir la generosidad de la vida.

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—¡Cuánto me emociona escucharte! Aquí me tienes comosiempre, ávida de tu elocuente conversación. ¿De qué me vas aplaticar hoy?

—De lo que tú quieras. Ya me conoces, mi arrojo no conocefronteras. Sólo te voy a pedir que esperes a que mitigue un pocoel calor; cada día lo siento más, y lo que me preocupa es que loscientíficos vaticinan que esta situación será peor con el tiempo.Claro está, cada año tenemos menos árboles; te juro que ha habi-do noches en que me dan ganas de salir a la calle con mi petate adormir; antes no era así. Se piensa que se pueden descongelar lospolos si no se controla la contaminación; el único consuelo, porcierto no de los inteligentes, es que se trata de un fenómeno mun-dial.

—Andrés: ¿Se inundará el mundo otra vez, como sucedió enla época de los aztecas?

—No amiga linda. El próximo, el Quinto Sol, terminará porun movimiento de tierra. Te recuerdo que el cuarto fue de agua,el tercero de fuego, el segundo de viento y el primero de tinie-blas y frío.

Andrés me dejó muy reflexiva, pues apenas hacía unas horashabía tenido noticias de un temblor en la gigantesca Ciudad deMéxico; justo cuando me encontraba más absorta en mis pen-samientos de angustia, pues me preocupé por mi familia quetenía lejos, escuché la voz de Andrés, que me dijo:

—Mira: yo a los indios les creo todo. Con el tiempo he tenidola oportunidad de comprobar su grandiosidad. Fíjate en un hechomuy importante: en Grecia, mil quinientos años antes de Cristo,hubo una explosión del volcán Teda, la cual destruyó toda la isla.De ahí surgió el mito de la Atlántida, de Platón, y muchas otrascreencias. Es increíble pensar cómo todos los pueblos primitivostuvieron los mismos pensamientos, con lo cual se puede deducirque todos venimos de un tronco común. Ya te he contado que endos ocasiones me he soñado muerto, cayendo del cielo. Me aven-turo a esbozar la teoría de que, tal vez, el hombre descendió delcielo, pero murió al caer. ¿Vino solo, o llego acompañado de mu-jer? Nada se dice, nada se sabe. Si lo primero, es decir, solo, ¿cómonació la mujer con quien procreó? Cuando la hubo, el primerparto fue de mellizos, hombre-mujer, para que la especie se pro-

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pagara. Sin par no habría vida. ¿No se llama par a la placenta?Me pregunto si la palabra ‘‘pareja’’ no vendrá de ‘‘par’’. Acuérdatede que toda la cosmogonía primitiva es ‘‘hombre-mujer’’.

Así si habla la mujer dice: hermano con quien nací, o bien,hermano de sangre: la sangre del parto en el que los dos nacie-ron. Si habla el varón dirá hermano con quien nací o de sangre.Como los primos son hermanos, para diferenciarlos de aquel conquien junto se nace, se dirá: mi hermano, o hermana, hijo, hijade mi madre fulana. Si se trata del tío, que también es papá, seha de decir: mi hermano, hijo de mi papá fulano de tal.

Los hermanos tienen el mismo nahual, tona, guenda: el tigre.Todos los zapotecos, de ese modo, son hermanos: tienen el mismotótem; el tigre, ya dicho. Las mujeres tienen por tótem, guenda onahual, al pescado y a la serpiente, dos cosas iguales, que se dicende la misma palabra, con un breve cambio de entonación.

Lo dicho, Martha: sin par no hay generación. Los vas a escucharcon más sabor estando aquí, acariciando con tus manos inquietaslos mitos, las leyendas. Te contaré algo extraño: existe un huevo degallina que le llaman ‘‘de sombra’’.

—¿A que se debe que se le llame así?—Es un hecho curioso, que trataré de explicarte. Está en el

corral la gallina y en el cielo pasa volando un ave que proyectasu sombra sobre ella; se echa y levanta la cola, se le humedecela cloaca, la vulva. Claro está que no hubo ningún contacto;pone un huevo estéril: ella hizo lo suyo, pero faltó la obra devarón. Imagínate nada más lo que piensan cuando un niño,en una familia, se parece por casualidad a un hombre del pue-blo. Le preguntan a la madre: ‘‘¿No habrás pasado bajo lasombra de fulano de tal...?’’ Así me explico la dualidad apartir de mis vivencias: la gallina hizo lo suyo, pero faltó el ele-mento masculino. ¡Qué cosas pasan en estas tierras prodigio-sas! Estoy seguro de que a partir de estas experiencias comprendascómo y por qué escribí Los hombres que dispersó la danza.

—Hace un tiempo, leyendo a Vallejo, de repente, para misorpresa, encontré en alguna página la oración siguiente: ‘‘Escomo ese huevo de sombra que ponen algunos pájaros del Perú...’’De repente aparece una historia que debió haber oído a los indios

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y que pasó a los blancos; puro misterio es la existencia. Si tomascomo ejemplo ese hecho, y eliges una palabra al azar, y la repitesveinte veces, cambia su significado: solo le queda el sonido. Tengoesa obsesión que me acompaña: el oído, el oído, el hombre es eloído. Lo que al final resulta de estas elucubraciones es que la pala-bra la inventó el eco. El eco es antes que la palabra: El hombre oyóun eco y al unir eco con eco se fue haciendo la palabra; así nació ellenguaje. Sostengo la evidencia de que así ocurrió: un eco, la pala-bra, el lenguaje.

—¿Por qué dices con tanta seguridad que tienes la evidencia?—La tengo; te lo digo porque es la verdad. Soy hombre de

monte, de andar a caballo y de oír el eco del eco. También tepuedo dar una explicación física, aparte de la emocional. Un díavino a vivir a la casa de mi abuela un nieto suyo, hijo bastardo deJuan Henestrosa, quien tocaba el violín. (Por cierto, algún día, nolejano, te quiero explicar mis ideas de la bastardía, ya que heconjeturado mucho alrededor de este tema y sé que te interesará.Pero eso será otro día; por lo pronto me conformo con terminareste berenjenal en que me has y me he metido.) Se llamaba Car-los Tejada Henestrosa; había nacido en Tonalá y no hablabazapoteco; sólo español. Una noche, cuando él ya se había ido, miabuela con quien dormía me golpeó con el codo, para que per-cibiera el son del instrumento. No me dijo nada de lo que oyó:sólo me pidió que pusiera atención. Cuando acabó de tocar mepreguntó: ‘‘¿Oíste?’’ Y, en efecto, los dos habíamos escuchado lomismo. Hecho que tiene una interpretación: las notas musicalesse quedaron colgadas del techo, prendidas en los muros; se repi-tió el momento coincidente y propicio en que Carlos tocó el vio-lín y volvimos a oír el eco. Por esta razón aseguro que un hombrede pueblo, que no sea dueño de letras, puede enloquecer. Heoído ecos, he oído palabras que no están escritas ni habladas; talvez corresponden al idioma de uno de mis viejos antepasados: Elbantú, el filipino, el negro, el zapoteco, el huave...; pero oigopalabras, sueño y a veces las he anotado.

—¿A qué se lo atribuyes, Andrés?—Se debe al misterio de hablar, de articular y nombrar las

cosas. El lenguaje es un milagro.

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—Sin duda lo que me relatas ahora es muy importante, pues heleído estudios científicos realizados recientemente, donde enun-cian que el hombre vio un tigre, un animal rabioso, dentro de unacaverna y gritó; la voz se repitió y así la escuchó. A partir de en-tonces comenzó a modular, es decir, a generar la voz.

Es el lenguaje, es la metáfora la que crea la conciencia humana.Así da inicio el Evangelio de San Juan: ‘‘En el principio era elverbo’’... Todos los verbos son acciones. En zapoteco empiezancon la ‘‘g’’. Tan importante es que el Padre Córdova pone la pala-bra genda como letra g del alfabeto. ‘‘G’’ es la inicial de guenda,el doble, la tona, o como también se dice, el familiar.

—Así es, Andrés: El lenguaje crea y humaniza al hombre.Si no fuera por él, sin los conceptos y metáforas que nos per-mite crear no seríamos seres humanos. Quizá todavía seríamosanimales. Todo este saber estaba acumulado en la intuición.Está dicho por San Juan que el verbo fue Dios. Éste dijo: ‘‘Há-gase la luz’’, y la luz se hizo; el poder creativo de la palabra esinmenso. La acción, el acto y la palabra son la misma cosa.

—Martha de mi vida, he leído tantos libros que a veces norecuerdo dónde, y en ocasiones creo que hasta estoy inventando.¿De dónde tanta ocurrencia?

—De tu saber acumulado. Qué privilegio el tuyo de poderconfesar eso. ¡Ojalá que muchos pudiéramos decir lo mismo!¡Yo daría el alma por poseer una partecita chiquita de tu vastoconocimiento!

LA POLÍTICA. PRIMERA PARTE

—Andrés querido: hoy deseo interrogarte acerca de un tema quehas esquivado en estas conversaciones conmigo, el de la política.Si alguien está capacitado para hablar de ella eres tú, que ademásde haberla ejercido, corre por tus venas la pasión de servicio (queeso y no otra cosa es la política, según lo hemos platicado tú y yo endiferentes ocasiones). Los oaxaqueños tienen fama, y bien ganadapor cierto, de ser muy buenos estadistas. En tu tierra han nacidodos presidentes de la República que marcaron la historia de nuestropaís, aunque de diferente manera.

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—Martha querida: Tú me pones siempre al filo de la navaja.Sin embargo, no rehuyo el tema de la política. ¡Claro que quieroabordarlo! Además de las razones que invocas, porque siento quela tengo por obligación social. De sobra conoces mi carácter ysabes mejor que nadie que me gusta compartir mis conocimientos.Mira, ese tema es inagotable. Creo que si empezamos nunca vamosa terminar, y además vamos a tener puntos de vista opuestos;pero de algo estoy cierto: que a todos nos apasiona. Es la actividadsuprema del hombre, su quehacer máximo, la tarea más subyu-gante, porque da la oportunidad de ayudar a nuestros semejantes;claro, si está bien encauzada.

—Dime, ¿qué se requiere para ser político?—En primer término, una formación intelectual rigurosa,

integral; además, debe poseer ética impecable y capacidad quele permita expresar libremente sus ideales, sin estar a la esperade una disciplina partidista. Pero mejor déjame hablarte de misexperiencias personales, a través de las cuales puedo revelartecon mayor exactitud mis pensamientos al respecto. Toda mivida se ha caracterizado por actuar acorde con mis ideas y senti-mientos. Fui vasconcelista cuando el jefe máximo se llamabaPlutarco Elías Calles y ser amigo de José Vasconcelos podía cos-tarle a uno la vida. Se corría el riesgo de ser perseguido y deste-rrado; sin embargo, expresé mi inclinación política por todaslas esquinas. Lázaro Cárdenas lo desterró del país, pero tuvo queesperar a ser presidente de la República para hacerlo; no obs-tante, llamó a Calles maestro hasta el último momento. No megusta medir si el camino que escojo es el que conduce al éxito oal fracaso; creo que ello se debe también, en gran medida, a queno ando en busca de empleo ni me guía algún interés de ordenpersonal. Más puede en mí el deseo de manifestar mis pensa-mientos que la ventaja que pudiera acarrearme callarlos.

—Tu proceder me parece muy correcto, Andrés —dije con-vencida—; corresponde a la condición del hombre cabal quetú eres. Estoy convencida de que no necesitas un puesto po-lítico; si has participado es por tu generosidad espiritual y voca-ción de servir a la patria.

—Tienes razón, Martha; si he alcanzado pequeños cargos hasido por esa razón, por no haber retocado mi conducta. El cargo

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que anhelé ya no lo quiero: la gubernatura de Oaxaca. Esperémucho tiempo para ver cristalizado mi sueño; ambicioné con todael alma llegar a ese sitio, con la ilusión de poner en práctica todo loque deseábamos realizar si hubiéramos obtenido la victoria conVasconcelos. El dinero de un pueblo pobre tiene que ser mane-jado como un tesoro. ¡Cómo saquearlo si le falta agua potable,drenaje, escuelas, carreteras! Debería castigarse con cárcel al fun-cionario que robara un peso. En síntesis, condeno la deshones-tidad administrativa y falta de ética; una va de la mano de la otra.

—Cuéntame, Andrés: ¿cuáles son tus expectativas políticas?—Ninguna, Martha. Ahora me empeño en concluir mi

autobiografía; retoco mi estilo literario y me afano en realizar elproyecto de escritor que alguna vez concebí. Aspiro a ser el es-critor que Antonieta Rivas Mercado intuyó en mí. No podréolvidar jamás que me dijo: ‘‘Trabaje niño, trabaje. Usted seráun gran escritor de México’’.

—Estoy segura de que lo lograste hace ya mucho tiempo—dije.

—En algunas ocasiones lo creo; pero son más las que no piensoasí. Conservo la esperanza de que todavía pueda lograrlo, razónpor la que persisto, insisto, persevero. Porque el que persevera al-canza, dice el refrán, y el que insiste gana la orilla opuesta. Y ahíestá la gloria y está la paz.

—Andrés, ¿qué concepto tienes del éxito?—Martha, eres implacable. Me formulas preguntas muy

difíciles. Debo admitir que me gustan; me hacen sentir vivo,reflexivo, como te lo he repetido en diversas ocasiones. Trataréde acertar, fíjate bien: para algunos el éxito no es más que elresultado de la pequeñez de una ambición. Si yo me hubierapropuesto tener cosas, te juro que las tendría. Por fortuna,para otros seres es alcanzar los ideales lo que cuenta. Imagínatenada más el sueño de tu amigo: Me he planteado ser un pocodios, es decir, un semidiós; sin duda esto es un fracaso ante losojos de los que tienen otros valores en la vida. En ese sentidosoy un perfecto fracasado, un gran fracasado, que puede con-tar los pormenores del tránsito de esta experiencia.

—¿Puedes explicarme qué es para ti ser un poco dios o semi-diós? —interrogué asombrada.

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—Crear, descubrir, inventar. Dar con una cosa que está alalcance de las manos y que pocos ven; uno tiene la fortuna deadvertirlo y llevarlo a plena luz para mostrarlo a sus semejantes.Crear es lo que nos iguala a nuestros creadores. Se dice que ‘‘Dioshizo al hombre a su imagen y semejanza’’; crear el verbo, es eso.Tú dices algo y las cosas quedan creadas; tú piensas algo y lascosas existen. Mientras no las nombras no están, no son; todavíahay millones de cosas que no tienen nombre, que no existen. Tedaré un ejemplo. ¿Cómo llamar a cierto estado de ánimo en quela tristeza ya no da de sí? Añoranza, abulia, melancolía ya nocorresponden a la esencia de lo que son. Pienso que no le ponemosnombre porque no acabamos de entenderlo en su dimensión,en su tamaño; en ello radica la confusión. Un hombre contalento, con genio, que tiene capacidad de definir, es un pocodios, porque crea. Darle vida a lo que ya existe también escreación; para no ir más lejos, te cito. Ahí estaba la manzana,un color, un matiz, un rasgo que nadie había sorprendido y túlo descubriste y lo dijiste al pintarlo. Eso es ser artista. Detodas maneras decir creador es decir artificio, artesanía.

—Andrés, ¿por qué mencionas también la artesanía?—Porque es arte, quizá elemental, quizá mínimo, pero al fin

y al cabo arte.Un artesano realiza una obra conjunta con las manos, la cabeza

y el corazón. Improvisa poco o mucho, trabaja sin leyes: cada vezque elabora un objeto aplica las leyes que le son propias.

—Andrés: tú dices que yo soy muy hábil en las entrevistas,pero en realidad esa cualidad te corresponde a ti. Yo queríaplaticar de política y, sin sentirlo, me sacaste del tema. En estaocasión me doy por vencida, pero te prometo que para la próximano te me escapas; al menos lo intentaré; estaré más pendiente.Platicar contigo, cualquiera sea el asunto, es un privilegio y ademásun honor.

—Gracias, Andrés.

LA POLÍTICA. SEGUNDA PARTE

—Andrés, mi muy querido Andrés. En estos momentos todo elambiente mexicano está obsesionado con el tema de la política.

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Nadie mejor que tú para tratar estos asuntos. Me gustaría oír loque tú, que has vivido tan cerca de ella, puedas decirme respectoa la gestión del presidente Salinas: ¿Cuáles han sido sus frutos?¿Aceptas la pregunta?

—Martha: de antemano sabes que contigo a nada me puedonegar; desde siempre lo he probado, así que mi respuesta es afir-mativa. Comienzo diciéndote que este periodo corresponde al deuna crisis de la historia nacional. No podía haber sido de otrasuerte. Aun el hombre de mayor genio no crea los hechos de lahistoria; lo que hace es interpretar su tiempo, guiar las causasde su época. Lázaro Cárdenas no fue el autor de la expropiaciónpetrolera; él puso toda su lúcida pasión; pero no inventó la Se-gunda Guerra Mundial, causa de la nacionalización del petróleo.

—Entonces, ¿a quién puede atribuirse esta serie de transfor-maciones? —pregunté con interés.

—¡A la historia de México! —respondió enfático.—Coincido contigo —le dije— pero esta tiene responsables,

¿no crees?—Por supuesto que sí. Cárdenas fue el líder; a eso me refiero.

Existen seres que se ponen al frente de lo hecho y afrontan congallardía y denuedo las decisiones. Lo que quiero decir es que lahistoria esta ahí y ellos no pueden cambiarle el curso: ella nosdomina.

—Pero volvamos al periodo del presidente Carlos Salinas —ma-nifesté con firmeza—. ¿Tú qué opinas de las reformas que hizoa los artículos relacionados con la tierra, la Iglesia, la venta deindustrias paraestatales, el Tratado de Libre Comercio?

—Quizás sin las extremas medidas que tomó, con respectoa todas estas cuestiones, las circunstancias hubieran obligadode todas formas a que las cosas así fueran. Como se dicen en lasupuesta carta de Juárez a Maximiliano: ‘‘Hay una cosa que estápor encima de nosotros: la Historia; ella nos juzgará’’. La situa-ción se resolvería como la historia indicara; imposible hacer algocontra los fenómenos imperantes. Éstos son superiores al indi-viduo. Tú bien sabes que más allá de lo individual está lo social:somos una patria. No entiendo de dónde viene el temor a perderla soberanía.

—¿Cuándo y cómo aparece México en la historia universal?

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—Con una invasión, con un genocidio, con una dominación,con una conquista; con una colonización de 300 años. Continuó conmuchas intervenciones de diferentes países: Estados Unidos, Ingla-terra, hasta Rusia. Quedamos muy achicados, en el extranjero, antetantas humillaciones. El poder se nos redujo en forma brutal desdeentonces. Nuestro país ha sufrido mucho. Acaso ésa sea la razón deque nos espante la posibilidad de que se nos pueda sojuzgar.

—¿Qué opinas acerca de los cambios al Artículo 82 Constitu-cional, los cuales permiten ahora que los hijos de padres extran-jeros, siempre que éstos tengan más de 30 años de residencia enel país, puedan ser presidentes de la República?

—Si en verdad somos un país fuerte, como hemos probadoserlo, ¿qué importancia puede tener que el presidente sea hijo deextranjero? Queda un pueblo en pie de lucha, que ha demostradoa carta cabal su lealtad y legitimidad. Lo que sucede hoy en díaes que se ha confundido la libertad con otros conceptos: se piensaque gritar improperios y crear desorden es sinónimo de indepen-dencia. ¡Cómo puedes imaginarte un escándalo en la puerta delPalacio Legislativo y un intento de entrar por la fuerza en eserecinto! Te quiero platicar una anécdota que viene al caso. Deuna forma similar a la que acabo de referirte, comenzó el impe-rio de Iturbide. Un borracho llamado Pío Marchá —aunque lagente lo llame Pío Marcha— empezó a vociferar, junto con otrosléperos, en el barrio de La Merced: ‘‘¡Viva Iturbide, Viva Iturbide,Iturbide Emperador!’’ Tal era el ánimo de la gente en aquellosdías. Pero, ¿qué ocurrió, Martha? Al día siguiente del alboroto,un regiomontano —hombre pequeñito de estatura— llamadoServando Teresa de Mier, fue nombrado por Mangino, presidentede la Cámara, para formar parte de la comisión que asistiría alTedéum ofrecido por la coronación de Iturbide. El norteño dijodesde su curul: ‘‘Señor presidente, pido la palabra’’. Aquel hom-bre, aparentemente insignificante, se puso de pie y dijo: ‘‘Agra-dezco el honor, porque supongo que se me quiere honrar conello, de incluirme en la nómina de los diputados que van a asistiral Tedéum de coronación. Lo agradezco, pero lo declino. Porquea nosotros los clérigos nos está prohibido presenciar mojigangas.’’

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Imagínate, quién iba a pensar que un hombre con aquella apa-riencia acabaría con Iturbide. Porque aquel fue el primer disparocontra su trono. Si de verdad Salinas estuviera traicionando a lapatria, no faltaría uno de su partido que alzara su voz en la Cámara,condenándolo.

Despues de que Victoriano Huerta asesinó a Madero, otrohombre de parecida apariencia, Belisario Domínguez, pidió lapalabra, se puso de pie y dijo con toda energía: ‘‘¡No puede ser!¡La nación está en manos de un asesino, de un carnicero!’’ SiSalinas fuera Iturbide o Huerta, no hubiera faltado algún diputadopriísta que le dijera: ‘‘¡No puede ser!’’

Existen muchos ilusos que piensan que en tumulto le puedendecir las peores injurias a los funcionarios públicos y faltarle alrespeto al Presidente, aludiendo incluso a su persona física. Teaseguro que ellos van a quedarse en el camino: ese procedimientono conduce a ninguna parte. La Presidencia de la RepúblicaMexicana la va a ganar el candidato del PRI, con base en una buenalectura del pasado.

Te vuelvo a recordar a tu paisano, Fray Servando, pues es dignode ser evocado mil veces: 25 años desterrado y preso por haberdicho, con voz sonora: ‘‘No, señores, ustedes no nos enseñaron ahablar. Nos enseñaron el idioma español; a cambio nosotros lesdimos las lenguas náhuatl, zapoteca, purépecha, maya, mixteca yotras cien’’. ‘‘No, no éramos mudos; teníamos más palabras queellos’’ —agregó Andrés—. ‘‘¿Que nos dieron la religión? ¡Qué va!No señores, aquí se adoraba a la Tonantzin, que quiere decir ‘‘ma-drecita’’, desde antes que ustedes llegaran.’’ Como era medio loco,se metió por el lado de las etimologías, y hasta quiso hallar elequivalente de Guadalupe en náhuatl. De modo que esas dosrazones en que se quiso fundar y justificar la conquista, el idiomay la religión, él las abatió en un solo discurso. Tenía razón; sinembargo, durante un cuarto de siglo anduvo huyendo por haberloenunciado. ¡Qué injusticias puede tener la vida!

—Sabio Andrés: ¿Qué opinas de la izquierda mexicana?—Esa gran corriente del mundo, en la que muchos hombres

creímos, ya no se puede aplicar. Los sistemas políticos se trascien-den y por fuerza tienen que aparecer nuevas formas de gobernar.Así como el arte es hijo de su tiempo, también lo son las formasde gobierno, ¿no crees, Martha Chapa?

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—Andrés: Tú has vivido el sistema por dentro y has ocupadomuchos puestos de elección popular ¿cómo percibes al PRI?

—Te repito lo que te dije: La realidad política es consecuen-cia de la acción humana, de la evolución de los pueblos. Como teexpliqué antes, la expropiación petrolera no hubiera sido posiblesin la Segunda Guerra Mundial. Aunque el Presidente de Méxicono hubiera tenido la grandeza de Cárdenas, ese hecho se hubieradado. Nada ni nadie hubiera podido impedirlo. ¿En qué radicóla grandeza de Cárdenas? Estoy cierto que consistió en el denuedoy el arrojo con que defendió la causa.

—Otro ejemplo, muy ilustrativo, es el de Hernán Cortés. Imagí-nate: con quinientos foragidos, con quinientos analfabetos —salvoexcepción— conquistó a México. Pero no fue por sí solo; detrás de élestaba el pueblo español. Bien que lo vio y lo dijo Bernal Díaz. Claro,ellos tenían armaduras, caballos, pólvora; a cambio, el feroz mexicanosalía a combatir con una máscara de madera y se echaba encima delcaballo. Dime si esto no te conmueve: siempre hemos luchado abrazo partido, desgarrándonos el alma, y lo seguimos haciendo.

—¿Y con relación a la Iglesia, qué piensas?—Martha de mi corazón, era urgente y necesario tomar esa me-

dida, porque ya estábamos fuera de la corriente histórica y no po-demos estar desconectados de la otra, la de Estados Unidos, la deEuropa; en fin, del contexto mundial. Ahora la consigna es formarbloques, unirse en todos sentidos. Y no debemos quedar fuera delas transformaciones universales; tenemos que vivir acordes con elpulso de la modernidad, de lo contrario ese ritmo acabaría connosotros. Celebro la aprobación del Tratado de Libre Comercio;estoy seguro que va a crear muchos nuevos empleos y obligará aMéxico a cambiar en forma más acelerada, sin perder por ello supermanente fisonomía. Estará más alerta al sentido de su historia.

—Andrés: ¿Cuál es para ti la misión del político?—Interpretar el paso del tiempo, sus vaivenes. Y sobre esa base

defender al país en todo lo que sea posible. Sabes que no puedodejar de pensar en mi dolorida tierra. En estos momentos vienea mi mente el pobre Juárez, cuando se encontraba contra la pared;Miramón enfrente, a su espalda, en Veracruz, el embajador de Esta-dos Unidos. No tuvo otro remedio que firmar el malhadado Tratado

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McLane-Ocampo en contra, aparentemente, de los intereses deMéxico. Así es la historia de los pueblos: todo está marcado, Martha.

LA POLÍTICA. TERCERA PARTE

—Buenos días Andrés. No te imaginas cuánto celebro tu recu-peración. Me gustaría comentar que ya superaste del todo tuproblema de salud; sin embargo, no me atrevo, porque corro elriesgo de recibir tus reproches, diciéndome como Ortega yGasset: ‘‘A nadie le duele mi dolor de muelas’’. Y tendrías mu-cha razón. Tus enfermedades, además de reales, pienso, son unaespecie de coquetería, inherente a tu misteriosa personalidad.Ya ves, tenía razón al estar segura de que iban a trascender muypronto tus males, y éstos permanecieron en ti, pero no por mu-cho tiempo. Me alegra saber que ya nos veremos con la regula-ridad acostumbrada; es decir, ya volvió mi vida a tener domingos,pues cuando no platico contigo siento que no existe ese día enla semana. Así es que hay que trabajar con intensidad y pasión,para reponer los domingos perdidos. Queridísimo Andrés: deseoque me sigas relatando tus conceptos sobre política. Has de per-donarme, pero ya me entusiasmé y necesito saber más acerca deeste tema, sobre todo referido por ti. Dime, ¿qué piensas deltan llevado y traído liberalismo social?

—Son tesis antiguas, Martha; sin embargo, hoy las estánreviviendo. Lo interesante sería saber por qué. Tú aludes confrecuencia que en la vida todo son símbolos, que resulta indispen-sable aprender a interpretarlos. Leí hace poco en la prensa que,según Cuauhtémoc Cárdenas, se trata de una teoría relacionadacon el santannismo. Me pregunto qué tiene que ver con eso. Enmi opinión, nada. Santa Anna representó la tiranía, la opiniónomnímoda del gobernante, quien ordenaba axiomáticamente. Nohabía lugar a la discusión para la calificación de conceptos, lascosas eran de una sola forma; había que tomarlas así como ver-daderas y actuar de acuerdo con la idea de que eran La Bibliapara los cristianos. Y esta teoría a la que tú aludes tiene un íntimo

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parentesco con la libertad, como su propio nombre lo indica.Un analista de política dijo hace unos días que es una perversafarsa del neoliberalismo, que no va a remediar nuestros males,como nos lo han hecho creer. Concluyó su artículo diciendo que estan falsa como el comunismo. A ese propósito se comenta queesta tesis es una mala copia del pensamiento de Mao. Sin embargo,esperemos que el tiempo nos dé, como siempre, su respuesta. Porel momento no ha surgido el modelo social que aparezca como elmás viable, el que guíe a la humanidad. Ya llegará, ya llegará.

—Como decías, Andrés, todo es simbólico. Pero, en fin, lo im-portante son las consecuencias...

—Mira, Martha: Yo ya no tengo años. Bueno, así dicen en mitierra para significar que ya no se tiene edad, como en mi caso; sino, me gustaría encabezar un movimiento de apoyo a las causasde los indígenas y asesorarlos en todo lo que necesitaran, sobretodo en asuntos agrarios. Estaría muy pendiente de sus proble-mas; vigilaría, sobre todo, que se aplicaran los reglamentos. Porfortuna se creó el Tribunal Agrario y al frente de esa instituciónestá un gran mexicano que goza de una impecable reputación;por su probada conducta y su inmensa inteligencia. Tengo noticiasde que está trabajando con mucha seriedad al respecto. Esehecho, al menos, me proporciona tranquilidad. Imagínate: medan escalofríos nada más de acordarme que el padre de BenitoJuárez murió haciendo antesala en la oficina del gobernador enturno de Oaxaca. De tanto esperar en los corredores le sobrevinouna bronconeumonía, debido a las horas que tenía que pasar a laexpectativa para que le llegara su turno; las esperas eran infinitas.Sin embargo, lo hacía con paciencia y resignación, pues iba atratar los límites de sus tierras. Los indios siempre hemos sufridomucho, Martha de mi corazón; nuestro destino nunca fue fácil.

—Andrés, ¿cómo pueden suceder estos hechos tan graves yque la gente los olvide? ¿Qué no existe una memoria histórica?

—Pues por tristeza, estás constatando que se borran muchasexperiencias, sobre todo las que no conviene recordar. Sin em-bargo, todavía quedamos algunos memoriosos que condenamoslas injusticias y luchamos, y seguimos haciéndolo, hasta el últi-mo momento. Por fortuna conocemos lo que ha padecido nuestropobre México y no queremos regresar al callismo, ni al santannismo;

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deseamos lo mejor para nuestro país. Ya verás, con los años, porquetodavía tiene que pasar algún tiempo, vamos a trascender muchosproblemas y llegaremos a tener la patria que hemos soñado; por lacual se han hecho tantos sacrificios.

—Estoy segura de que así será. Debe existir una especie defuerza colectiva que provenga de los sueños, algo parecido al in-consciente colectivo, que sostenga vivo e intenso ese deseo de sergrandes.

—Sueños, me dirás, Martha; sí, pero el sueño fue antes que larealidad. Dijo un pensador que realizar nuestros sueños dependede la buena fortuna, pero que soñar era obra exclusiva del corazóndel hombre. Soñar permite vivir en espera de que se realicen lossueños. Un año de sueños ha sido el que ahora termina comoninguno; sólo uno, o algunos, para ser más benevolente, se reali-zaron. Viviremos el próximo en espera de aquella buena fortunapara que se cumplan. Finalizó el noventa y tres con la absolutacertidumbre de que coincidiremos tú y yo en muchos pensa-mientos, hecho que me alienta para seguir viviendo con alegría yentusiasmo. Empezarán nuevos domingos, para nosotros y paratodos los que amamos con matices más brillantes; ésa es mi ilu-sión.

LUZ Y SOMBRA

—Andrés querido: Aquí me tienes, ahora en tu casa, visitándotecon todo el cariño de mi vida para desearte una pronta mejoría.¡Cuánto me preocupa tu enfermedad! Estoy segura de que sana-rás, ya que eres muy fuerte y además has decidido vivir mu-chos años. Tienes una gran tarea por delante; imposible dejarlainconclusa. Uno deja de existir cuando ya no tiene nada queexpresar y a ti te sobran proyectos; bien que lo sabes.

—Mira, mi adorada Martha, cómo estoy. Mi mano está muyinflamada; no duermo de día ni de noche. Vivo haciendo unrecuento, es decir, cuento mis pasos dados, como dice la gentedel pueblo; ver y sentir lo que he caminado, lo que quiero y loque me gustaría caminar todavía. Sin embargo, eso me cuestatrabajo de decisión, de reflexión; siempre desemboco en que debo

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sanar. Tengo una gran ilusión de vivir; lo voy a intentar por todoslos medios, eso sí te lo aseguro. Justo mañana empiezo con untratamiento de rehabilitación que espero sea un apoyo para supe-rar esta tan extraña enfermedad. ¡Imagínate nada más! Se trata deuna inflamación interna de los nervios; además, es muy dolorosa.En estos días en que he estado tan abatido, vienen a mi mentemiles de pensamientos, y he reflexionado en uno en particular.¿Qué son las lágrimas? ¿En qué parte del cuerpo se generan o seacumulan? Los médicos, la ciencia, lo explican, y yo que soy unhombre que está acostumbrado a llorar, pues tengo más, muchomás de medio siglo —ya casi un siglo para ser veraz, no me aver-güenzo de confesarlo—, cuando creo que he llorado la últimalágrima, resulta que aún queda una gota. ¿Qué son las lágrimas?Por favor respóndeme, Martha; ahora tengo más derecho que nuncaa preguntarte, en primer lugar porque necesito tu opinión sensi-ble y también porque estoy muy angustiado y sé que tú puedesmitigar mi tristeza.

—Andrés, mi adoradísimo Andrés. Te voy a contestar con unarespuesta que me diste hace tiempo; estoy segura de que no teacuerdas, porque te encuentras un poco desanimado. Si no estoymal, repito tu opinión: Dijiste que son gotas de agua salada queno lograron ser sangre; que es la manera que tiene el alma de expre-sar su dolor.

—¿Y cuando se llora por dolor físico?—Bueno, Andrés, pienso que en contrapartida la sangre son

las lágrimas del cuerpo y tengo la idea que cuando se llora pordolor físico, éste puede llegar a curarse.

—¿Y por qué la persistencia en sufrir? Uno dice, no, no puede ser.Dice sí, un segundo, y luego otra vez no. Cuando uno tieneuna enfermedad así, cree que ésta es la última, la que lo va a matar,¿verdad?

—Andrés querido: Eso dices porque nunca antes te habíasenfermado...

—Martha de mi vida, te quiero sacar de tu error. Lo precisoes subrayarte que nunca me he curado. Yo tuve hepatitis en elrancho, cuando niño.

—¡Nunca me habías contado!

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—Tal vez porque no había sido propicio el momento; pero ahoraque estoy con esta obsesión, mi tema central son mis pesares. Meacuerdo que orinaba amarillo, amarillo; teñía las sábanas de ese colortan intenso. Me daban de comer iguana, pescado, conejo, elotes; loque cayera. Y aquí me tienes. Contaba con escasos ocho años de edady parece que fue ayer; imagínate cómo anda mi memoria.

—Maravillosa, si eres capaz de sentir en forma tan fresca losrecuerdos, ello se debe a que eres un ser privilegiado, al tener esalucidez, esa luz.

—Por cierto, tus evocaciones me obligan a remontarme a unave a la cual yo le tengo especial cariño; se le llama corocha, nom-bre que doy a todos: búho, lechuza, mochuelo, buarro, burillo,corneja; damá, en zapoteco. Es redondita, hasta parece un manojode cenizas en la obscuridad. Es una gran experiencia ver sus ojosen las sombras escudriñando, averiguando la verdad, la belleza, elamor y todos esos misterios de la vida. Las lechuzas no puedenvolar de día porque no ven; te puedo decir que son las síntesis o elresumen del día. Estas misteriosas aves te llevan a preguntarte:¿Hasta dónde ha llegado mi saber hoy? La luz anuncia la noche; laignorancia, la sombra, la nada. Lo único que existe es la luz. Elgran misterio, la noche, no posee estas cualidades, ya que es laobscuridad, lo negro, que también se puede tornar blanco; lomismo es la luz que la sombra, por eso en el idioma inglés blacky en el francés blanc, son iguales. Noir, en francés, significa nada.¿Te figurabas así a tu amigo, vagando, divagando?

—Claro que sí: no concibo a mi amigo si no es haciendo, crean-do, divagando, reflexionando, hurgando...

—Te invito a retomar el tema, perdón por el paréntesis; sonmis ganas acumuladas de platicar contigo. Ya extrañaba misdomingos. ¡Cómo quisiera que todos los días fueran domingospara conversar contigo!

Bueno, te decía que ya hombre, una mañana estaba rasurán-dome cuando me descubrí con sarampión. Era en casa de ManuelRodríguez Lozano, quien tenía departamento pero no servidum-bre. Yo ocupaba el cuarto de criados, cuando otro no se me ade-lantaba. Este lugar tenía una salita, una pequeña cocina y unbaño en el que había un espejo donde aquella mañana me vienfermo. ¿Crees que me atendí? Salí de esa enfermedad como de

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la hepatitis que padecí cuando niño. En las miserias de la vida,más vale tener dónde dormir que dónde comer. El hambre no tearroja bajo un tren; en cambio no dormir sí. Yo dormía dondepodía: lo he hecho en los zaguanes, en los cines, en la Alameda, enlos furgones del ferrocarril abandonados, he tenido la ciudad pordormitorio.

—¿Dónde comías? ¿Por qué dices que es más fácil conseguiralimento?

—Ya ni me acuerdo dónde comía, Martha. Lo que sí te aseguroes que siempre lograba allegarme algún bocado. Mi físico no dababuenas referencias; es decir, se podía deducir que era un muchachocon hambre porque era delgadito. Lo que me ayudó fueron lasmuchas fuerzas que adquirí en mi Ixhuatán añorado.

—Allí, como te platiqué, comí pescado, iguana, jabalí, conejoy chachalaca; maíz en abundancia, sandía silvestre; lo que no podíaprobar eran los melones, porque no se daban en el campo. Encambio, las sandías tenían un sabor que nunca olvidaré, con re-gusto a tierra; redonditas, reconcentrada la esencia. Acostumbrá-bamos comerlas a puñetazo limpio. La otra forma era hacerleun hoyo con un cuchillo; por ese orificio la devorábamos todoslos amiguitos en compañía.

—Andrés: Tú mismo me estás dando la razón. Eres muy fuerte,lo tienes por herencia y por la comida tan nutritiva que te ofreciótu Oaxaca adorada cuando niño. Así que en menos de lo que cantaun gallo, estarás sano. Acuérdate que San Juan de la Cruz, quiendecía que las enfermedades del cuerpo aparecen para ocultar lasdel alma; te aconsejo cuidar el alma, y de mí te acordarás. Te cura-rás más pronto, de inmediato.

—Martha: Tú siempre tan llena de energía y de ganas devivir. ¡Qué bueno que viniste a visitarme! Te pido que conviertascualquier día en domingo. Te suplico que mi enfermedad no seamotivo para que dejemos de platicar.

FIN DE AÑO

—Martha querida: Tengo deseos de expresarte algunos pensa-mientos en estos días agitados y turbulentos con que comenzó elaño. Estoy seguro de que ahora, más que nunca, te servirán misconsejos. Te pido que me tengas presente siempre; que existan

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motivos para recordarme. Piensa en las semillas que depositéen ti; cuídalas mucho. Ojalá que alguna sobreviva. Yo siembro enti, Martha, simiente de recuerdos. Cuando ya no me veas, cuandoesté lejos, cuando me vaya, evócame. La vida es una travesía. Ellogro es la otra orilla, donde se encuentra la muerte que, todos losabemos, fatalmente llega. Del otro lado está el cumplimiento delos sueños, los anhelos, la pasión.

—Andrés, la pregunta que me atrevo a formularte es muydramática; te la hago porque eres muy valiente y me has dadomuchas pruebas de ello. Dime, ¿qué piensas que sea la muerte?

—Estoy seguro de que la muerte es el día en que dejas de que-rer; en que renuncias a vivir, a trabajar, a soñar, a esperar...

—Andrés de mi vida: Te quiero hacer una confesión. He caviladomucho en el suicidio. Imaginarme muerta se ha convertido en unaobsesión. Pienso que es una manera de resolver todos los proble-mas de un solo golpe. Me da pena decírtelo, pero, ¿a quién, si noa ti, que has sido mi confidente y mi paño de tantas lágrimas?

—No digas tonterías: Tú eres una mujer inteligente y sensible;te imploro que no repitas eso.

—Quizá lo que mencionas sea parte de los motivos; precisa-mente porque razono y siento intensamente todo lo que me pasay lo que acontece a mi alrededor. Me duele, y por momentosestoy segura de no poder con tanto dolor; me trasciende, se apo-dera de mí. Por momentos pierdo la brújula, si es que algún díala he tenido...

—Te quiero recordar lo que decía Beethoven: ‘‘Nadie puedesepararse voluntariamente de la vida’’.

—¿Por qué no?—Porque no es tuya, te la dieron. No puedes renunciar a ella;

que te la quite, en tal caso, quien te la dio; los que te concibieronsin consultarte si querías o no nacer.

—Ya no vive mi padre; eso me da la autorización, aunquesea a medias. Siento que le urge que me vaya a platicar con él; lehago y me hace falta. No me queda la menor duda de que está tansolo como yo lo estoy.

—No puedes siquiera imaginar una locura de ese tamaño.Tienes una realidad por la cual vivir: Tus hijos y tu obra. Plasmarla manzana, la que aspiras a pintar, la que veniste a dejar de herencia

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a la humanidad; también una página preciosa, encontrar fraseshermosas, bellas; inventar sabores, aromas. Comprendo que sufres;te recuerdo que todos tenemos penas, algunos de una forma, otrosde manera distinta. Te doy un ejemplo: aquí me tienes a mí, docto-rado en tristezas. Y desde la experiencia te aseguro que el dolor estambién alimento; la muerte, vida. Los sufrimientos son savia. Unocree que no va a resistirlos, que se va a morir; sin embargo, vivimos.La muerte que no te mata te da vida. ¿Qué hizo el hombre siem-pre? No otra cosa que sufrir, trabajar, esperar. Vamos a esperar aque se cumplan los sueños, que llegue la muerte, pero que lleguenatural, a su hora.

—¿Y por qué no convocarla, evocarla? Recuerda lo que dijoTorres Bodet al final de su existencia.

—¡No es correcto que hagas tuyas las tesis y frases de otrosseres! Los dolores del alma son muy grandes; los físicos también.A veces el dolor del alma es tan inmenso que se convierte un pocoen dolor físico. Duele materialmente el cuerpo. Te ordeno, desdela admiración y afecto que te profeso, que dejemos este tema yceses de llorar. Guarda esas lágrimas para cuando me muera, de-cía Tina Man, cuando niño me veía llorar: ‘‘Yo no quiero quellores, / pero si has de llorar, / que el pañuelo más pequeño, /alcance a enjugar tus lágrimas’’.

Creo que así lo dijo Andrés. Por cierto, agregó con gran orgullo:—Yo uso pañuelitos de indio. La gente me los regala y le atina.—¿Por qué dices que son de indio?—Por el color: Sólo a un indio se le ocurre comprarlos de estos

tonos.—A mí me gustan. Me recuerdan el paisaje y los matices tan

variados de mi tierra desértica, seca. Luego entonces, saco en con-clusión que soy india, tengo sangre de india; siento y pienso comoindia, me enorgullece que así sea.

—Bueno: Ya hágame caso y deje de estar llorando.—Perdóname, Andrés; estoy segura de que se me juntaron

todos los problemas: los del alma, los del cuerpo, los del corazóny tantos otros que ya no los identifico siquiera. Por si fuera pocolos matizo con esta temporada de fiestas, que odio tanto. Se haconvertido en vulgar oportunidad para que el comercio recupereel saldo negativo del año; los negocios se pueden poner a mano.

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Los asuntos materiales, por más grandes que sean, siempre se supe-ran; los quebrantos del alma son los que no se apaciguan. En fin,para qué seguir, corro el riesgo de amargar a otros seres que sí tie-nen fe en estos ires y venires decembrinos.

—Continúa, Martha, terrible Martha; no importa que me hagaspreguntas escabrosas. Aquí me tienes a tu entera disposición. Tequiero mucho, te pertenezco hasta la muerte. Lloro también porti, ayudo a llorar tus desventuras en silencio, pongo mis lágrimasa tu servicio.

—Gracias, Andrés, por tu cariño, tu comprensión, tu generosi-dad y tus lágrimas. Si me lo permites, continuaremos el próximoaño con estas charlas; quedo en espera de que se me aclare la mente.

—Sólo me resta expresarte mis mejores deseos para el Año Nue-vo, que llegará dentro de un rato. Lo sentimos entre nosotros:que la vida te brinde todo lo que aspires; que continúes con tupoder creativo; que se cumplan tus sueños, ojalá que todos. Y queyo sea testigo de ese día.

CHIAPAS

—Andrés querido: Este domingo es muy especial, ya que quiero,y necesito, tratar contigo el problema que aqueja a todos losmexicanos y nos tiene paralizados y consternados: estamos deluto por los acontecimientos dramáticos de Chiapas. Tú, sabioamigo, tienes el privilegio de poder hablarnos de este asuntodesde tu experiencia, por la gran cantidad de sangre indígenaque corre por tus venas, las del cuerpo y las del alma. Todos teescucharemos con mucha atención, así, que soy toda oídos.

—Mira, Martha: He caminado mucho, he vivido intensamen-te; no existe una penuria por la que no haya pasado, que no hayapadecido. La tristeza ha sido mi fiel compañera, y ahora se haacrecido al sentir lo que está sufriendo nuestro ya de por sí dolo-rido país. Sin embargo, te confieso que nunca imaginé vivir estosmomentos tan desgarradores; ya sabes que la realidad siempresupera a la fantasía. Tengo algunas suposiciones. Y lo digo así,sólo suposiciones, porque hasta el momento no se puede sacar una

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conclusión definitiva; son muchos los factores, los intereses invo-lucrados en este movimiento. Lo que reina es la confusión; puedoatreverme a emitir algunas reflexiones en torno a esta gran preocu-pación; te felicito por tener tan afinada tu conciencia. Pienso queestamos presenciando un estallido social debido al rezago de muchosreclamos acumulados durante siglos.

—Andrés, deseo hacerte una petición: que, de ser posible, abun-des más en tus ya explícitas respuestas acostumbradas, pues nues-tros fieles lectores están ávidos de tus comentarios, que se conviertenen un faro, en una brújula. No vamos a permitir que estos domingosde dolor queden sin expresarse nuestros sentimientos; por el contra-rio, debemos tomar estos espacios para llevar a cabo nuestra misión,no otra que la de enunciar la verdad.

—Martha: en primer lugar, debo decirte que en mi condiciónde mexicano, de ciudadano del mundo, además de mi ascenden-cia indígena, tomo este suceso como una desgracia nacional, comoun hecho que debe dolernos a todos y nos obliga a buscar un arre-glo pacífico; no alcanzar el perdón, sino la concordia. La violencianunca ha resuelto nada, siempre queda latente un dolor, unresentimiento, una herida que jamás cicatriza. Los acontecimien-tos de Chiapas, independientemente de que trastornan la vidadel país, que necesita y busca vivir en paz, complican nuestrasituación en el extranjero, perjudican la opinión positiva quesiempre debe procurar cada pueblo de sus contemporáneos, desus vecinos, de aquellos con quienes comparte el tiempo, la histo-ria, las preocupaciones. México, ahora y siempre, ha necesitadode esta buena disposición; hubo un tiempo en que no podíanreferirse a él sin anticiparle un adjetivo denigrante, que lo dismi-nuyera. Ha sido el propósito de los mandatarios mexicanos queesta idea mejorara, cambiara, por una correcta y justa. No niegoque tenemos una gran deuda de justicia social con los indios, quees como decir analfabetos, ignorantes, pobres, huérfanos; en esesentido, la mayoría de los habitantes de nuestro país son indios.Además, existe otra consideración: los indios claman justicia, no hancesado de pedirla, de exigirla, a veces con desesperación; es tantala pena acumulada que estalla y se subleva, como lo estamos pre-senciando con gran dolor en estos momentos.

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En nuestro país se registran desde el siglo XVI, a raíz mismas delestablecimiento de la Colonia, muchas rebeliones indígenas contralos caciques, contra el encomendero que formó sus riquezas en baseal sudor, lágrimas y hambre, del indio. No lo dice un rojillo, no lodice un guerrillero, no lo dice un picapleitos, no lo dice un provo-cador; lo dijo un padre de la Iglesia, un venerable obispo, ni más nimenos que fray Juan de Palafox y Mendoza: ‘‘Y mientras los espa-ñoles les predicaban el cielo a los indios, se fueron quedando consus tierras’’.

—Mi Andrés, ahora que mencionas al obispo, aprovecho lacoyuntura para preguntarte cuál ha sido el papel que ha jugadola Iglesia.

—Martha, la participación de la Iglesia no es nada nuevo. Note olvides que fray Bartolomé de las Casas estuvo de pelea mediosiglo en defensa de los indios. No es el único, otros tuvieron losmismos ideales; sin embargo, él es la figura principal en la defensade los indios contra la esclavitud, contra la explotación crudelísimadel trabajo que se les impuso. Peleó contra su patria, condenó aEspaña por su injusticia contra los indios. Nunca la Iglesia ha de-jado de participar a favor de los indios, pero tampoco ha dejadode pelear a favor de la clase explotadora; queda compensada esaalianza, con algunos de buena fe, de buen corazón, que pelean afavor de los indígenas. La Iglesia ha sido aliada de la explotacióna los indios. Aunque hubo excepciones. Fray Pedro de Gante dijo:‘‘Ellos fueron descubiertos y conquistados para buscalles salvación’’,es decir, darles vida de hombres, igualarlos ante Dios. Se les descu-brió, se les conquistó para eso, acorde con las ideas reinantes. Salva-ción era que dejaran idolatría, que dejaran sacrificios, que dejaranantiguas prácticas religiosas, para los blancos cosas del demonio.

—Te repito, yo siento que los indios no claman por piedad, porcompasión. Reclaman a diario justicia social.

¿Qué debemos entender por ese grito constante, que se ha con-vertido en eterno?

—Martha, tú haciendo preguntas hondas, profundas. Ésa,entre muchas otras razones es por lo que me gusta, me inquietaplaticar contigo. Me haces sentir en la punta de los aconteceres;es decir, testigo y actor de la historia. Pues bien, te diré una verdadmuy sencilla, pero que no por elemental se ha cumplido. Ya te

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comenté que México registra muchas rebeliones indígenas; siem-pre han permanecido en demanda de que les den su tierra, deque les paguen salarios justos, de un pan, como dijo el poeta vene-zolano Andrés Eloy Blanco, ‘‘Del tamaño de su hambre’’. Y otroagregó: ‘‘Y un libro del tamaño de su sed de saber’’. ‘‘Si mi plumatuviera don de lágrimas’’, dijo el ecuatoriano Juan Montalvo, ‘‘yoescribiría un libro sobre los indios para hacer llorar a la huma-nidad’’.

—¿Y lo escribió, Andrés?—No lo escribió, así de grande es el dolor de los indios.—Yo sé que tú tuviste igual sueño. Es más, fue tu primera obra

literaria, aclamada por todo México, conocida en muchas partesdel mundo, la cual es de inspiración indígena.

—Cierto, Martha, Los hombres que dispersó la danza avala ysubraya mi posición. En alguna parte logro describir cosasque apuntan y llegan al alma de los indios.

—¿Y tu alma, Andrés?—Tú lo sabes mejor que nadie: yo me proclamo indio, inde-

pendientemente de mi colorcito blanco, y de mi lunar en lamejilla. Lo soy, si no por sangre, que lo soy en gran parte, sí pormi espíritu. Porque hay dos sangres: la que circula por las venasdel cuerpo y la que circula por las venas del alma; tú no puedesdejar de tener una emoción india, porque te sustenta una tierraindia, de modo que pelear por la concordia, por la paz, por elcese del fuego en Chiapas es pelear por ti. Te repito que la vio-lencia nunca condujo a ninguna parte.

—Andrés, ¿pero qué le queda a esas gentes que han hecho recla-mos y reclamos, a las que vemos siempre esperando ahí, en el Zócalo,que te asaltan en las calles pidiéndote una limosna y que a fuerza deverlos se te hacen ya parte de la vida cotidiana?

—Para eso hay algo que se llama inteligencia, que no puedeaceptar tal situación... Si el corazón no es suficiente para condenarestas aberraciones, la inteligencia te obliga a ello, y a luchar paraque sean proscritas la mendicidad, la pobreza, la orfandad. Todosdebemos contribuir con nuestra opinión a que esto cese. GabrielaMistral dijo que no hay en la violencia una gota de espíritu; todo eshervor de la sangre, todo se nutre con ánimo de destrucción.

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—¿Es producto de la desesperación, de la miseria del hombre,Andrés?

—Aunque haya razón para la violencia, no se arreglan por esecamino las cosas. Una revolución puede ser vencida, pero dejauna herida en la historia de un pueblo.

—Es lo que siento, Andrés. Quizás vaya a haber un cese alfuego, una pacificación, pero se echaron a andar una serie de agre-siones...

—Se desbordaron las pasiones, los resentimientos.—Sí, pero también queda algo en la conciencia.—Claro, la herida.—Además de la herida, yo creo que ya la gente está muy cons-

ciente de sus derechos —comenté.—Siempre lo estuvo, Martha. ¿No dijimos ya que es una vieja

pelea?—Es una vieja pelea, pero nunca se resolvieron los conflictos

de base, Andrés. ¿Tú qué propondrías con ese fin?—Atender las causas que provocan la violencia. De no ser así,

toda esa sangre derramada habrá sido inútil...—Entonces hay que darles justicia, Andrés. Ellos no quieren

sólo el ‘‘perdón’’, quieren que se les satisfagan sus peticiones.—Tienes razón, Martha, te lo reconozco. Como dijo José Martí:

‘‘Hasta que el indio no camine no caminará México’’. ¿Y cuándova a caminar? Cuando sea igual ante la Constitución, cuando seaun individuo de derecho.

—¿Llegará ese día, Andrés?—Bueno, estamos luchando porque llegue ese día. Es la vieja

y eterna lucha. Mi paisano Heliodoro Charis, cacique indígenaque no habla español, por decir independencia dijo indiapendencia,con lo cual expresó una gran verdad. Ésta es la pendencia india,la del pobre, el huérfano, el desamparado, el analfabeto; y eso,más o menos, lo somos todos, de modo que hay que luchar juntosporque el país vuelva a los cauces legales.

—¿Tú qué piensas hacer desde tu sangre india?—Estoy platicando con usted, doña Martha, acerca de lo

que hago. A cualquiera que quiera oírme, y aun al que no lo quiera,le digo que ese no es el camino. A nadie favorece, ni siquiera a lospartidos políticos en contienda electoral.

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—¿Qué les espera a los candidatos a la Presidencia, Andrés?—Hacer lo que siempre han hecho, sólo que ahora con la

decisión de cumplir las promesas, de darle al indio lo que recla-ma: su tierra, salario suficiente con el que pueda pagar pan,abrigo, techo, educación, recreación, cultura. ¿Qué hace doñaMartha Chapa a favor de este viejo anhelo mexicano? Darle alpasajero la belleza de un cuadro.

—Aparte he estado trabajando en muchas cosas, Andrés. Hetratado de contribuir como pintora, como escritora, como simpleciudadana.

—Has participado donando tu obra para una subasta pública.Todos debemos ayudar para solucionar, al menos en lo mínimo,el hambre y el dolor de los huérfanos, de los heridos, de los que hancaído en combate. Decía don Benito Juárez que no hay conflictoentre los pueblos, por grande que sea, que no pueda solucionarsepor la vía del entendimiento.

—Pues esta va a ser la prueba de fuego, Andrés...—A ver si podemos sentarnos a la mesa de negociaciones y enten-

dernos.—Ojalá que así sea, Andrés, porque esta es una batalla decisiva.

De ella depende el futuro de México.

EL UNIVERSO EN UN PLATO DE FRIJOLES

—Andrés, tú me prometiste un regalo: hablarme del frijol. ¿Quésignifica para los mexicanos?

—Bueno, aunque te parezca raro el arranque de mi respuesta,ya sabes que hablo sólo con la verdad, aunque de vez en cuando,por quererme lucir, digo que invento. La historia es la siguiente.Llegué a Berkeley, California, el jueves 25 de julio de 1936.

—¿Con qué motivo fuiste allí?—Martha, porque era el primer punto señalado para mis es-

tudios, los que propuse a la Guggenheim cuando me otorgó labeca. Entre mis asesores estaba un antropólogo norteamericano,profesor de la Universidad de Berkeley, llamado Carl Sawer. Te-nía que verlo de inmediato, así que me presenté a su despacho,la tardecita de ese jueves 25 de julio del año que he mencionado.

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Lo encontré sentado en un sillón, con los pies encima de su mesade trabajo —al estilo americano— comiendo unas nueces, de lasque me dio algunas. Me dijo: ‘‘Es usted un joven humanista, unhombre muy enterado de la historia antigua de México. Hablalenguas indias, aprendió el español a los 15 años y además medicen que es un notable escritor. Tengo la idea de que ya resolvíuna duda que me obsesiona y quiero aprovechar la ocasión paracomprobar si me asiste o no la razón. ¿Por qué, si el frijol fue unode los tres elementos básicos de la dieta de la antigüedad mexica-na, no existe un pueblo que lleve ese nombre?’’ Respondí, con elmayor respeto posible: ‘‘Se equivoca usted, Dr. Sawer. En Oaxacahay un pueblo que se llama Etla; de etl en náhuatl, frijol, alimen-to, sustento, y tlan, lugar donde algo abunda. En zapoteco —ledije— se llama Lubáná, de lu, en, lugar, y báná, pan. Por eso losespañoles llamaron a Etla: troje del señor, troje del rey’’. ‘‘¡Cómo!—exclamó Sawer—. Con lo que acaba de decir toda mi teoría seha venido por tierra.’’

—¡Qué interesante anécdota, Andrés!—Le gustaría saber todavía más si me permitiera continuar

con ella. Frijol, en zapoteco es bizá, que significa almendra, todolo que tiene forma ovalada. Los ojos son los frijoles de la cara, lasalmendras del rostro: bizalú. También se llama a los ojos guielú:piedra de los ojos.

—¿El frijol sería una almendra?—Sí, también. La deducción es que el frijol, junto con el chile

y el maíz, para mencionar los tres elementos que primero advierto,era el alimento de los que hicieron las pirámides, de los que levan-taron Mitla, Monte Albán, Yagul y todas las otras ciudades de lasantigüedades zapotecas y mixtecas. Un plato de frijoles podía sus-tentar a un hombre todo el día. Pero si encima de eso se agregauna tortilla y una ensalada de chile, el alimento era absoluto. Elotro plato por antonomasia es el frijol, repito, Martha. Así, túdices, en diminutivo: ‘‘Venga un día a casa a comer unos frijolitos’’.El diminutivo no es privativo de ningún pueblo, desde luego, no delmexicano; pero en la lengua de los indios, el diminutivo no sólo es lareducción física, digamos, de las cosas, sino que sirve para reducir supobreza y su tristeza. Y cosa curiosa, pondera.

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—¡No lo sabía! Siempre había tenido esa curiosidad. Te agra-dezco que me lo aclares.

—El diminutivo es una alusión tierna a las cosas. No es lomismo decir ‘‘mi casa’’ que ‘‘mi casita’’, no es lo mismo decir‘‘frijoles’’ que ‘‘frijolitos’’. La terminación ‘‘ito’’ le pone ternura,resta tristeza, resta pobreza a las cosas. La mesa del indio puedetener todos los platos que se quieran, pero cuando llegan losfrijoles es cuando realmente el hombre va a empezar a comer oacabó de comer; cuando llegan realmente el hombre va a empezara comer o acabó de comer; cuando llegan a la mesa el indio sueledecir: ‘‘¡Ahora vamos a comer!’’

—¡Qué sabios son nuestros indios! Por esa razón aman la belleza.—Claro que sí. Mira, Martha, el frijol tiene una figura muy

hermosa; encuentras en él muchos colores y variedades, más delos imaginados. Por ejemplo: hay uno que brinca, ‘‘el saltarín’’.Sabemos que contiene adentro algún insecto que lo mueve; piensoque nosotros creemos que se debe a que en el interior existe vidade por sí. No sólo sirve para dar vida, sino que ya la tiene; porquela tiene la da, te la regala, te alimenta, te mantiene vivo. Asimismo,se pueden hacer con él mil combinaciones, tantas como se puedenhacer con el cacao y el maíz: tortillas, guisados, caldos, en fin, todoun mundo de platillos.

—¿Existe la tortilla de frijol?—Por supuesto, Martha. Y además un caldo delicioso, que

se puede tomar de pie. También se acostumbran rancheros, fritos,refritos, todos los arreglos posibles; cuando llegó el aceite, sirviópara condimentarlos. En el mundo de la antigüedad se preparabancon manteca animal. Una vez cocinados resisten más el tiempo;se pueden recalentar —se llama ‘‘recalentado’’—; se pueden volvera freír —se llama ‘‘refrito’’.

—En mi tierra los guisan al estilo ‘‘charro’’, Andrés.—En la mía, Martha, les dicen ‘‘parados’’; están enteros, con

caldo; pueden llevar pedacitos de carne, cueritos, chicharrón, bofe.—Otro estilo son los ‘‘puercos’’, Andrés. ¿Los conoces?—Sí, por supuesto. Y otra variedad son los huevos revueltos

con frijoles. El frijol es un fruto, un cereal, no sé el nombretécnico. De lo que estoy cierto es que son suculentos, prodigiosos,

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maravillosos. El indio los suele llevar en su morral, envueltos enhojas de maíz, totomoztle —bacuela, en zapoteco—; ahí los cargacon todo su amor. Los puede tomar fríos o calientes. Por su formarecuerdan un poco al cacahuate o cacahuetl, al maní que dicenen las islas; es auténticamente una preciosidad. Parece un riñón,y curiosamente al riñón se le llama en zapoteco ladchibizá, ‘‘en-traña-frijol’’, entraña en forma de frijol.

—¡Qué bella es y cuánta armonía posee la lengua zapoteca! ¿Porqué es tan sabia, Andrés?

—Somos muy viejos, muy viejos y misteriosos. No sabemos dedónde venimos, quiénes éramos, cómo hicimos un lenguaje compli-cado, metafórico, hermoso.

—Además, la entonación es maravillosa, ¿no es así, Andrés?—Bueno, Martha, yendo a otra cosa. En Chicago hice una tabla

de parentesco basada en el idioma zapoteco, que creo hablar a laperfección posible. La realicé en inglés, con un antropólogo judíollamado Sol Tax. Sólo de una palabra no pude encontrar el signi-ficado: el de consuegro. Una madrugada, después de sesenta años,de repente, ahí la etimología. Apenas pude, hablé al InstitutoLingüístico de Verano para localizar a Sol Tax, de quien me dijeronhabía estado aquí dos o tres años antes, ya muy viejo. Lo localizarony dijo que se acordaba de un joven Henestrosa que había estadoen Chicago, pero no de una tabla de parentesco en zapoteco quehabía hecho con él; de modo que si se la había quedado, segura-mente la habría perdido.

—¿Tú no tienes una copia? Pero —¿cuál es la palabra, Andrés?—Xchuze, que es como se dice en zapoteco consuegro. Volvamos

a la palabra consuegro. Yo nunca hago copias, Martha. Bueno,entonces chú es la mitad de un par. Hay cosas, Martha, que no seconciben sino en par.

—¿Cómo qué, Andrés?—Por ejemplo, los zapatos; no es uno, sino dos. Ti ndaga es la

mitad de una unidad; ndaga, uno de los animales que forman el par.Ti ndaga maní guná quiere decir un buey de los dos que forman layunta del animal de siembra. Una unidad que en vez de uno esdos. Ésa es la dualidad de que tú hablas tanto, Martha.

Ocurre también con el huevo llamado de sombra. La gallinaestá en el patio, en el corral, picoteando, cacareando; de pronto se

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proyecta sobre ella la sombra de un ave cualquiera; se echa, levantala cola y se le moja la cloaca; pero faltó la obra del gallo. Pone unhuevo que es estéril. Es decir, la vida siempre es en dos. Chú, es uno,es el otro; ze, es la última silaba de bexoze, que quiere decir padre,hombre, que a su vez viene de la palabra palomo, que es el machopor antonomasia, el padre, el papá. De modo que el otro palomoes el consuegro; ahora sí está completo, ¿verdad? Es el otro papá.

—¡Qué interesante descubrimiento, Andrés!—¡Pero qué trabajo me costó!—Sigamos con el frijol, Andrés, porque es lo que le vamos a

dar de comer a nuestros lectores.—Hemos hablado de su forma, de sus colores, Martha. Hay

una variedad en el Istmo que se llama frijol de Chimalapa —bizád-chima—, nombre de una serranía. Es un frijol chiquitito, negro, man-tecoso; con él se hace una sopa que se enriquece con bolas de masay manteca, y hojitas de epazote; también se le puede poner huevorevuelto. Es un plato delicioso. Extrañísimo, pero un gran plato. Elfrijol, junto con el maíz, servía para contar: las mujeres de la antigüe-dad indígena hacían cuentas con maíz o con frijol.

—¿Como los chinos con el ábaco?—Así, moviendo granos de maíz o frijol, como lo hacía Tina

Man, mi madre. —¿Qué parentesco tienen con la alubia?—La alubia no es americana, al igual que las habas. Por eso a

los frijoles también se les llama habichuelas.—¿Y qué parentesco tiene el frijol con la alubia, Andrés?—Son parientes lejanos, Martha. Nada más que la alubia y las

habas no son de origen americano.—¿Pero el frijol sí?—Por eso lo llamaron habichuela, es decir, haba pequeña.—El frijol es totalmente mexicano, ¿verdad, Andrés?—Sí, como el maíz. Aunque el Perú le disputa la oriundez a

México, aquí se han encontrado granos de maíz de hace siete milaños, antigüedad mayor a la registrada en cualquier otro lugar deAmérica.

—Y el frijol, ¿qué antigüedad tiene en nuestro país?—Pues unos diez mil años, digamos.

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—Para concluir, Andrés, dime: ¿qué significa el frijol para elmexicano?

—El frijol es el menú del mexicano. La mesa queda incom-pleta si no hay en ella un plato de frijoles. El anfitrión no invitaa su casa a comer pollo, sino unos frijolitos. Sí, Martha, el otrosustento por antonomasia es el frijol.

—¡Qué hermoso y qué interesante es todo esto, Andrés! Mereceun tratado.

—¡Adelante, Martha! El tema es inagotable y revela el almadel mexicano. A falta de pan, buenos son frijoles, digamos, imi-tando el refrán.

—Sí, Andrés, lo acabo de constatar ahora, que los frijolessolos mantienen vivos a los chiapanecos.

LOS HOMBRES QUE DISPERSÓ LA DANZA

—Andrés, pensando en esa especie de moda que ha alcanzado laliteratura indígena, hoy más que nunca viene al caso preguntarte:¿Cómo y cuándo tuviste la ocurrencia de escribir Los hombres quedispersó la danza?

—En este siglo, al mito, a la leyenda, a la fábula indígena, seles despoja de lo que para algunos tenían de arqueológico, defolclor; y de lo que era peor, una manera de atenuar, de discul-par la supuesta barbaridad de los indios, a los que considerabanpunto menos que animales. No se explicaban que pudieran inven-tar cosas tan hermosas, sutiles. Se confiere a los mitos, leyendas,fábulas, cuentos un valor para entender lo que ha sido el hombreen cualquier tiempo y lugar en que hubiera aparecido. El indiode la antigüedad mexicana es igual al chino, al francés, al polaco;no es diverso a ningún otro hombre del mundo, con las diferen-cias que dan la geografía y los orígenes...

—Andrés, ¿por qué me decías que se le negó al indio toda capa-cidad creativa y razón?

—Mira, Martha, consideraban sus creaciones como mera curio-sidad; a ellos, modelo de fealdad. En 1921, por medio de un con-curso, se eligió a la India Bonita, tal como si la belleza fueracosa ajena al indígena. Y no, Martha, no hay un tipo universal

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de belleza. Tan hermosa es una escultura negra como una esculturahuasteca, zapoteca; una china como una japonesa; una india deJuchitán como la hindú de Madrás. Repito, no hay una medidauniversal para evaluar la hermosura. No puedo concebir a esapobre gente que cree que la belleza sólo se encuentra en las esta-tuas desnudas de la Alameda, que alguna persona en un excesode pudor retiró. Bueno, deja decirte que en ese entonces —añosveinte— aquellas aberraciones del entendimiento, que según elpadre Clavijero, llegaron a negar sensibilidad en el indio, habíansido superadas o acabadas de superar.

Lo hizo, el primero, Antonio Mediz Bolio, en su libro La tierradel faisán y del venado. Siete años después, un jovencito puso enlengua española los mitos, fábulas, leyendas, oídos en zapoteco,huave y en el precario español que habló de niño.

—¿En cuánto tiempo aprendiste la lengua castellana, Andrés?—Yo creo que pude asimilarlo durante los años que van del

22 al 27. Para entonces, Martha Chapa, ya había leído unabiblioteca; claro que una biblioteca puede serlo diez libros yno serlo un millón.

—¿De qué tamaño fue aquella que leíste?—Grande. No te puedo precisar el número de volúmenes. Sólo

te menciono que había leído las obras de los grandes escritoresde mi idioma, desde la más remota antigüedad, digamos de Calilay Dimna, los autores del siglo de oro, hasta Platero y yo, diálogoentre el poeta y un burrito al que sólo faltó llevar a la iglesia parabautizarlo y cristianizarlo. Hay páginas —me vas a perdonar estapretensión— de Los hombres que dispersó la danza, que tienen elcorte y el ritmo de Juan Ramón Jiménez.

En 1927, alumno yo de la clase de Sociología que impartíaAntonio Caso, referí un mito que ningún otro alumno quiso o pudohacer. Aquel mito fue el origen de Los hombres que dispersó la danza.Fue, acaso, en abril del año referido; abril, el mes azul del año.Así vine a ser uno de los primeros que trataron los temas indígenascon otra emoción y otra manera de entendimiento: la que da hablarlengua india, circunstancia que muy pocos de los que se dedicaron,y se dedican, a la interpretación y el traslado a lengua española de laherencia literaria de los indios, con lo cual yo vengo a ser, y por razónde los años, un precursor.

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Mira, Martha; en aquel tiempo ya tenía leídos todos los librosde raíz indígena, quiero decir nativa, autóctona, entre ellos elmaravilloso Decamerón negro de León Frobenius (1922), publicadoen la serie ‘‘Musas Lejanas. Mitos, Cuentos Leyendas’’, promovidapor José Ortega y Gasset, director de la Revista de Occidente. Deesas lecturas, y de otras, vino la inspiración de Los hombres quedispersó la danza, publicado hace 65 años.

—Andrés, parece escrito en nuestros días. ¿Cómo pudo un casiniño escribir obra tan singular?

—Quién sabe, Martha, pero así fue. El primer ejemplar deesta obra me fue entregado el viernes 30 de noviembre de 1929,día en que cumplí veintitrés años.

—¿Volveremos, Andrés, a estos temas, que en los días quecorren alcanzan nuevo sentido?

—Por supuesto, Martha Chapa. Porque todo aquel que nousa su pluma para decirlo, más le vale echarla al fuego.

LAS REBELIONES INDÍGENAS. PRIMERA PARTE

—Quiero platicar contigo, Andrés, acerca de la sublevación quese dio el primero de enero de 1994. La del final de siglo; simbó-lico, ¿verdad? ¿Tú qué piensas de este suceso?

—Martha, déjame contarte: es distinta a las demás subleva-ciones indígenas. Ahora tiene un contenido muy peculiar, elpolítico, el de la actualidad. Todas han sido por reclamar justicia,por contener el abuso de los blancos, de las autoridades, desde laprimera del año 1521 contra Cortés y sus huestes, cuando iba asofocar la desobediencia de Pánfilo de Narváez. Fue aplacada sinmisericordia.

—De nuevo, Andrés, no sólo es un levantamiento de indígenas.Es un hecho interesante, pues se trata también del surgimiento deun hombre que se ha convertido en un mito, una leyenda; no comolas tuyas, pero mito al fin. Hasta él se proclama ‘‘mito genial’’.

—Sí, claro. Porque es una semilla vieja, sembrada hace siglos;de repente rompió el terrón y apareció germinada. Es una de lasmuchísimas rebeliones indígenas; te voy a mostrar un libro que se

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llama Las rebeliones indígenas de México, donde encontrarás la des-cripción de treinta o cuarenta de ellas.

—¿Quién lo escribió, Andrés?—Son muchos los autores, Martha. Existen libros que dan cuen-

tas de estos hechos, desde el siglo XVI. Éste es uno de ellos. Hablade la rebelión de Tehuantepec; cuenta cómo y cuándo fue apre-hendido Cocijopí, primero, único y último rey de Tehuantepec.Abrazó la religión de los blancos; pero cometió el pecado de apos-tasía, es decir, abjuró de una religión que había abrazado. Se hizocristiano, pero al observar la conducta de los españoles —curas yencomenderos— prefirió volver a su antiguo credo, para él, mejorque el que trajeron los conquistadores.

Un historiador de Oaxaca, fray Francisco de Burgoa, dijo: ‘‘Silos indios adoraban al ídolo, el español, al material con el queestaba hecho, el oro’’. Decidió, pues, volver a ser rey; regresó asus creencias, a mandar, a proteger a los indios con su riqueza: lesrepartía maíz, frijol, calabaza, chile, a escondidas, en un cerrocercano a Tehuantepec. Un español que se enteró de estas dádivasse coló entre los que recibían estos favores; lo denunció ante laIglesia. Ésta lo condenó a perder el poder y sus bienes. Vino ala Ciudad de México y aquí le confirmaron la sentencia. Regresóa su tierra y murió a la altura de Nejapa; recuerda, Martha, quecuando fuimos a Juchitán te enseñé en un cerro algo que simulaun ataúd, del que los indios dicen que es el féretro de Cocijopí,que pasando de hombro en hombro de los cerros llegó a Tehuan-tepec, donde el rey fue sepultado.

—Qué hermosa metáfora, ¿verdad, Andrés?—Cuando fue apresado por apostasía, hubo una sublevación

para liberarlo. Se levantaron, no tanto los tehuantepecanos, queeran en su mayoría blancos, sino los indios de sus cercanías, los deJuchitán acaso, que nunca tuvieron nada y siempre estuvieronde lado de las causas libertarias. Cocijopí se asomó al balcón desu palacio, donde estaba preso, y les dijo en el idioma zapoteco:‘‘Esténse quietos, no compliquen su situación ni la mía. Estoshombres, cuando se acabe el oro, se irán; volveremos a ser libres.Manejémonos conforme a lo que somos, con nuestra religión,con nuestras costumbres, nuestros idiomas’’. Si Cocijopí nohubiera hecho esto, posiblemente habrían matado al cura, en

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quien ya no creían; también al alcalde mayor y a todas las auto-ridades; se hubieran apoderado del mando de su pueblo. No sepudo porque hasta el propio rey les pidió calma, pensando quevendrían días mejores para ellos. La otra rebelión fue inmedia-tamente después, cuando el pueblo de Tehuantepec se sublevócontra el alcalde mayor porque los explotaba, no les pagaba, se enri-quecía con el tequio, que pasó de trabajo común a castigo.

—¿Por qué lo dices, Andrés?—Porque es una imposición, un trabajo no pagado, Martha.—Entonces, ¿no estás de acuerdo con Solidaridad?—Claro que lo estoy. Solidaridad no es trabajo impuesto, tributo

no retribuido. Lo es de convivencia; es trabajo para el bien colectivo.Martha, ya te dije que se tuvieron fuerzas para persistir cinco si-glos, con un matiz de solidaridad, de aceptación gustosa, de servira la comunidad. Llegó a ser una especie de Guelaguetza; pero eltequio fue lo que creó la riqueza de los blancos: ocuparse en lostrabajos de otro, sin tener derecho a recibir pago alguno por ellos.

—¡Qué explotación tan terrible, Andrés!—Así es Martha, por desgracia. Explotación. Es importante

leer en el Diccionario de mejicanismos de Francisco J. Santamaríala etimologia de tequio, que viene de tequixtli, trabajo no remu-nerado de los indios; es una imposición, un tributo.

—Siempre, Andrés, sojuzgados, explotados; como en Dostoievski,humillados y ofendidos. Así es nuestra realidad, triste. ¡Qué dolortan grande el de nuestro pueblo!

—Entonces llega el momento en que la copa se colma, el indioestalla. Esta revolución los ha hecho sacudirse. No tiene las carac-terísticas de las sublevaciones indígenas, que no promueve nadiesino sus propios interesados, no les viene de fuera. Ésta tiene ya uncarácter como de retorno al comunismo, a una causa ya vencida, yaprobada, que no operó. Pero hay gente que persiste en que eso va avolver; regresará lo que quieran, pero aquello no.

Estos movimientos surgen para obligar a un gobierno a querevise sus proyectos y reflexiones con profundidad. Existe algomuy bello, precioso: la democracia. Con eso tienen los pueblos:demos pueblo y cratos, poder. El gobierno del pueblo, donde man-den las mayorías.

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—Pero ¿dónde se ha visto que manden las mayorías, Andrés?—Ahí radica la gran contradicción, Martha.—¿Y tú crees que la gran mayoría forme la democracia o

también será necesaria la calidad moral de esa mayoría, Andrés?—Claro, Martha, la calidad del sistema y de los que participan

en él es fundamental. ¿Qué es lo que quiere todo gobierno? Darleal pueblo las máximas satisfacciones: pan del tamaño de su ham-bre; techo y abrigo del tamaño de su frío. No que siga el hombre a laintemperie, desamparado; asegurarle libertad, justicia, un repartomás humano de los bienes de la tierra. El pueblo que corrija todoeso estará salvado. Nuestra Constitución lo garantiza; no se ha po-dido aplicar porque el hombre es por naturaleza corrupto. Tiene,como dice Rubén Darío, mala levadura. Luego la escuela, la educa-ción, una filosofía de la existencia, una tabla de valores hace que esose reduzca; no desaparece, sin embargo, logra empequeñecerlo.

LAS REBELIONES INDÍGENAS. SEGUNDA PARTE

—Andrés, ¿tú crees que el indio necesite leyes especiales?—¡No, qué va! Está hambriento, no sólo de pan sino de justicia.

Que se le aplique la Constitución y se dé cumplimiento a las leyesde verdad, con eso es suficiente.

—¿Por qué no se ha logrado en tantos años, Andrés?—Por eso, porque somos ruines por naturaleza. Porque somos

todavía los blancos que venimos a quitarle al indio lo que tenía.—Anoche, en la presentación del libro que escribió tu hija

Cibeles, Las canciones que cantaba mi papá, me pude percataruna vez más de la fuerza de las tradiciones, de la cultura, al escu-char en primer término cómo hablaron de tu obra, lo que simbolizas.Eres un claro ejemplo de lo que los indios pueden hacer cuando selo proponen y les permiten caminar solos. Se pueden adaptar a estamodernidad porque son la modernidad; lo lamentable es que lesfue ursurpada su cultura y ha sido sustituida cabalmente por otraque no sienten suya.

—Mira, Martha, hay que incorporarlos a la economía; a lavida activa del país. No a la cultura, como dicen los tontos, los

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vanos, los necios; los cultos son ellos. No es un problema de bene-ficencia, de compasión, de piedad, ni siquiera es un problemapedagógico; es un problema económico. Lo que hay que hacer esincorporarlos a la vida activa del país, a la economía, a la sociedad.¿Para qué leyes especiales? Yo, como Jefe de la Comisión de Asun-tos Indígenas, voté en contra de la promulgación de leyes espe-ciales para proteger a los indios. El presidente Salinas dijo en unode sus primeros discursos que no hay dos clases de mexicanos,sino una sola. Crear leyes especiales para los indios es establecerotra clase de mexicanos; el otro paso es destruirlos o encerrarlosen reservaciones, como se hizo en Estados Unidos. ¿Y se resolvióel problema con las leyes especiales que votó la Cámara? ¡Nada!Por esa razón están allí, luchando, para que se les respete.

—Andrés, este levantamiento ha impactado a la opiniónpública internacional. ¿Tú qué piensas al respecto?

—Bueno, Martha, las comunicaciones, los medios actuales, lopermiten. Pero todos los levantamientos han tenido una signifi-cación universal. Es el hombre que se subleva contra la injusticia.

—Yo además percibo que los mexicanos y nuestros políticostenemos genio o un especial talento para resolver problemaspolíticos. Nunca se había visto que tan pronto se llegara a nego-ciaciones con la guerrilla. En dos meses ya están en la mesa denegociaciones, independientemente de lo que se logre, aunquecreo que debemos ser optimistas y pensar que se llegará a unbuen arreglo. Por lo pronto, es trascendente que haya cimbradonuestra conciencia y nos haya obligado a reconocer que tene-mos problemas urgentes y graves.

—Sí, Martha, por fortuna se ha logrado, o estamos en caminode lograr, la paz, la concordia entre los mexicanos. Deben aten-derse las causas. Francisco Zarco, atento a las revoluciones indí-genas, con respecto a la de Querétaro, dijo: ‘‘Si vencida, si liquidadala sublevación no se atiende a los motivos que le dieron origen,será otra vez, sangre mexicana inútilmente derramada’’. Despuésde lograda la paz y la concordia, lo que tiene que hacer el gobiernoes cumplir lo que siempre prometió: respetar a los indios, su idio-ma, sus costumbres, sus tradiciones, sus leyendas, su historia, sinque por eso dejen de pertenecer al mismo país o sean distintos a

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nosotros. Esto no va a provocar revoluciones similares en otroslugares donde habiten indígenas, es decir, en todo México; ésaes la gran desesperación de los partidiarios de esta revolución.

—Lo que no podemos negar, Andrés, es que existe un descon-tento generalizado.

—Nunca lo he negado, Martha; ahí están mis artículos. Yo ledije a un político mexicano, hace 30 años:

¡Ya párenle! Siquiera por instinto de conservación, ya dejen algunos gober-nantes de explotar a los indios, a los pobres, a los huérfanos, a los desampa-rados. Si no, un día este pueblo se va a levantar contra ustedes. Acabará conustedes y conmigo, que si partidario y defensor del sistema, no tengo quever nada con ustedes.

—Claro, Andrés, muy bien dicho, muy bien aclarado. Tefelicito. Está bien decir con énfasis la verdad.

—No tengo empleo que perder, ni ando en busca de cargoalguno, por eso siempre procedo así. Me parece poco ético cobraren alguna dependencia y pasarse la vida criticando al régimen.Esta posición la condeno rotundamente.

—¡Qué bueno que existan voces independientes, Andrés! Todoslas necesitamos. Dime, ¿es imposible cambiar un sistema políticosin revoluciones?

—No existe otra manera, por desgracia. La Revolución Mexica-na acabó con el Porfiriato, para lo cual fue necesaria una lucha deonce años. La Revolución de Independencia, que duró onceaños también, acabó con el sistema colonial. La Reforma se inicióen 1857 y acabó en 1867, periodo al que se ha llamado la GranDécada Nacional. La promulgación de la Constitución liberalprovocó el golpe de Estado de Comonfort, auspiciado por la Igle-sia, y dio inicio a la Guerra de Reforma, llamada también de TresAños. ¿Qué quería esta revolución? Libertad para todos; libertadpara hablar, para pensar, para escribir; para casarte cuando qui-sieras, para morirte cuando quisieras, cuando te llegara la hora.Aquí no se podían implantar esas reglas. Aquí hasta tu nacimiento,tu vida y tu muerte estaban en la mano de la Iglesia. Benito Juárezse opuso. Luchó porque hubiera un poder civil, porque existieraun registro civil y no sólo el de la Iglesia. Porque el matrimonio

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fuera primero civil y después religioso. Ahí está la Epístola de MelchorOcampo, que algunas personas inadvertidas han querido cambiar.¡No señor! Está en su tiempo, y forma parte de México; la escribióun célibe, un bastardo.

—¿Por qué dices que era célibe y bastardo, Andrés?—Porque lo era, Martha. ¿Qué es lo que somos nosotros, Mar-

tha? Bastardos, aunque seamos hijos legítimos. Todos somoshijos de una violada, de una chingada; por eso el mexicano eshijo de la chingada, de la que chingaron; chingar viene de singar,que quiere decir fornicar. Todos somos eso, metafísicamente. Hayuna frase de José E. Iturriaga muy certera: ‘‘El primer mexicanono nació del amor, sino de la violencia’’. Cuando el español lemete una zancadilla a la india, la viola —no la posee— y la dejaembarazada, los padres dicen: ¡Ya la chingaron!

De modo que triunfante la decisión de paz, de concordia, node perdón, porque nadie es culpable, debe cumplírseles lo quepromete el régimen, el sistema, la historia, las tradiciones deMéxico. Que se les pague su salario, lo que marca la Constitución;que se encarcele al que roba, al que viola a una mujer, a una madre.Bueno, pues con que se cumpla eso nos basta; nuestra Constitu-ción es preciosa, una obra de arte. Yo exhorto a todos a que la conoz-can con profundidad, a que la estudien con esmero.

—¿Si es tan perfecta, Andrés, por qué la han cambiado tanto?—Porque las constituciones no se cambian por capricho. Se

modifican conforme se transforman los pueblos. Los tiemposdictan, implacables, sus designios, y nos obligan a adaptar lasleyes. Yo te he escuchado citar un pensamiento de Kandinsky:‘‘El arte es hijo de su tiempo’’. Lo mismo sucede con la historia,las leyes, las relaciones personales y sociales.

—Tienes razón, Andrés. Por lo pronto, estoy de acuerdocontigo en que vivimos un mundo en crisis, en transformaciónconstante. Sólo tenemos certeza de la incertidumbre.

LA CASA DE LOS AZULEJOS

—Andrés, sé del tamaño de tu tristeza, ya que es como la de lamayoría de los capitalinos. El incendio del Palacio de los Azulejos

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es algo que nos contrista; suceso que nos tiene apesadumbrados¿Qué recuerdos tienes de ese lugar?

—Martha, esa pregunta hace que me olvide un poco de lahistoria del edificio, llamado de los Azulejos o Palacio Azul enotros tiempos. No tiene la antigüedad que se ha dicho, no estan viejo. No creo que corresponda al siglo XVI sino acaso al XVIII.Geográficamente está situado donde se inicia la vena cordial dela ciudad, la calle de Madero, por donde han entrado los grandestriunfadores de nuestra historia, al frente de sus ejércitos: VicenteGuerrero y Agustín de Iturbide; Jesús González Ortega, al frentede las fuerzas republicanas triunfantes en Calpulalpan; BenitoJuárez, tras de las victorias de Calpulalpan y Querétaro; FranciscoI. Madero, el otro mártir de la democracia.

El Jockey Club estuvo algún tiempo ahí. Fue el sitio donde sereunió la inteligencia mexicana: los políticos, los científicos, losartistas. Ahí se pontificaba acerca de las letras nacionales. Así locuenta en sus escritos Pedro Santacilia; en sus memorias lo recuer-dan Victoriano Salado Álvarez, Amado Nervo, Manuel GutiérrezNájera. No te olvides del poema de este último, que dice: ‘‘Desdelas puertas de La Sorpresa / hasta la esquina del Jockey Club / nohay española, yanqui o francesa / ni más bonita, ni más traviesa/ que la duquesa de duque Job’’. Fue una referencia no sólo geo-gráfica, sino intelectual y sentimental.

—Allí estuvo también Zapata, Andrés.—¡Claro! Allí se sentaron los zapatistas, sus enormes pistolas

y sombreros puestos sobre las mesas, mientras consumían viandasa la francesa. Ahí, en el primer Sanborns, se le negó el servicio alboxeador negro Jack Johnson. Fue cuando el general Juan Mérigo,miembro de la Banda del Automóvil Gris, novio de la Conesa,obligó a Mr. Sanborns a servirle en persona.

Durante muchos años fue el rendez-vous, como dicen los cur-sis, de los catrines, de los fifís, de los afrancesados, de los pochosde todas suertes. En ese lugar se discutió el destino de México yse decidió la fortuna de muchos políticos. Durante años, ahí sesupo quién sería el futuro presidente de México.

—¿Hasta cuándo tuvo esa trascendencia?—La conservó hasta la elección de José López Portillo.—¿A qué atribuyes la magia de ese sitio, Andrés?

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—En parte a la belleza del local, en otra a su historia. Hubo otrosrestaurantes del mismo estilo: uno llamado Sylvaine, que se encon-traba en la calle 16 de Septiembre; otro, Firenze, cerca de dondeahora está High Life, que duró poco tiempo. Yo me enteré, en elviejo Sanborns, de que el candidato a la presidencia, en el sexeniode Adolfo Ruiz Cortines, no era Antonio Ortiz Mena, ni AntonioCarrillo Flores, ni Ángel Carbajal, sino Adolfo López Mateos.

También llegaban a desayunar los literatos jóvenes. Hubo unamesa en la que se sentaron Octavio G. Barreda, director y fundadorde Letras de México y El Hijo Pródigo; José E. Iturriaga, un indiogenial llamado Manuel Zorrilla Rivera, don Manuel J. Sierra,hijo de don Justo; a últimas fechas, la nieta de este último, CatitaSierra, y su bisnieta, Margarita. Ahí se anunciaban los libros fu-turos, las exposiciones, los encuentros culturales, artísticos; se dis-cutía la vida intelectual y literaria de México.

—¿Puede decirse que era el epicentro de la cultura?—Sí, en ese lugar se reunía la inteligencia mexicana.—¿Qué simboliza para ti este siniestro?—Yo fui cliente de Sanborns desde el año 27. Digo que fui y

no que soy, porque ahora que se acabe de restaurar quizá ya novuelva. En los días que vienen, voy a buscar otro restaurancito,al que me habituaré, y ése va a ser mi futura querencia.

—Tú eres un hombre de tradiciones, fiel. Tienes la obligaciónde seguir siéndolo, ¿no es así?

—No sé por cuál mecanismo sentimental pienso que el desastrede Sanborns también me incluye y cierra un capítulo de mi vida.

—¿Por qué hablas de esa forma, Andrés?—Porque ya no quiero ir al Centro, ya lo rehúyo. Ya no tengo

las mismas energías. Hace tiempo que corté mi relación con mu-chos mexicanos. Quiero quedarme solo. Estar solo conmigo, oír-me. Prefiero estar en mi casa lo más que pueda, porque tengo algunascosas pendientes que cumplir.

—¿Cómo cuáles, Andrés?—Acabar mi autobiografía.—¿Te falta mucho para concluirla?—Algunos capítulos. Me he prometido, me he jurado firmarla

el 30 de noviembre, fecha en que cumpliré 88 años, número

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capicúa, pues puede leerse de derecha a izquierda. Quizá en esedía en Tlacochahuaya, ponga punto final a esta obra. La mismahistoria, tantas veces contada, referida, pero con otra gramática.

—¿Cómo se va a titular? Me gustaría saberlo.—He dicho, entre burlas y veras, que si no publico el texto,

cuando menos el título, que me encanta: Años, engaños y desenga-ños. Años, porque son los que uno vive; engaños, las ilusiones queuno se formula; desengaños, porque al final, la vida sólo nos dejóun puñado de cenizas en la palma de la mano.

—Te siento muy nostálgico, Andrés. Tú no eras así.—No es que sea nostálgico; simplemente trato de traducirme,

de verter el estado de ánimo al que fatalmente llegan los hombres.Hay un día en que el hombre sale derrotado en su lucha contrala idea de la muerte, de la vejez, de las enfermedades. Creo queeso me pasa; por mucho que pueda vivir, estoy en el declive. Toda-vía no llevo a casa el último haz de leña, para calentar la últimanoche; pero, fatalmente, va a llegar ese día.

—Te falta mucho tiempo por vivir, Andrés, eres un hombrefuerte.

—Quiero vivir. Tengo la fuerza interior y la fuerza física para vivirmuchos años, y los quiero vivir. Lo digo no con tristeza, ni pesimis-mo, sino simplemente para expresar una realidad. Todavía, comodice Cervantes al final de El Quijote, hay luz en las bardas. Y todavíaesa luz es dorada, de oro viejo, quemado; pero fatalmente, para ahícamino.

—Todos tenemos que llegar ahí, Andrés.—Quiero, como Sancho, dormir. Todo lo que he dormido es

un ensayo general de la muerte.—Ya no pensemos en la muerte, Andrés, sino en la vida; te lo

pido inspirada en tus enseñanzas. Piensa en el nuevo Méxicoque tienes ante tus ojos y que te necesita más que nunca. Ahoratienes un deber ciudadano; tú mismo has dicho que es el supremoquehacer del hombre de la política.

EL NACIONAL

Con el objeto de conocer, al menos un poco, la trayectoria de miamigo Andrés Henestrosa, decidí inquirir acerca de su formaciónde periodista.

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—¿Cómo te iniciaste en el periodismo, Andrés?—Me hice periodista en las columnas de El Nacional. Llegué

en el año 38, para escribir un artículo a la semana, los miércoles,creo. Después hice una columna dominical y luego, durante sieteaños, una columna diaria —‘‘La nota cultural’’— sobre libros,efemérides, el centenario del nacimiento o muerte de un poeta,la publicación de un libro, en fin... Trabajé durante cerca de trein-ta años en este periódico. Me fui cuando llegó a la dirección de ElNacional Alejandro Carrillo. Aunque afirmaba que no quería tenerla tristeza de ser en su tiempo mi salida del periódico, decía que unartículo diario era mucho. Escribí en vez de siete, tres; con otrostemas, de más actualidad, de orden político. Pero fueron tres decinco cuartillas, en lugar de una y media de la columna; así queresultó doble el trabajo, si bien el sueldo era el mismo. Cambiaronde fecha los artículos; se adelantaban o se atrasaban, hasta que undía me retiré, sin disgusto, sin reclamo, aunque triste. Pero he vuelto;todavía hace tres o cuatro años regresé por algún tiempo.

—Has sido un gran colaborador de El Nacional, Andrés. Pla-tícame acerca de esta experiencia.

—Mi amigo Héctor Pérez Martínez se empeñó en llevarmecomo colaborador, a la vez como una forma de reconciliarmecon el periódico de la Revolución Mexicana, puesto que fuivasconcelista y seguí siéndolo durante treinta años. Quiero decirque me consideré miembro de la oposición. Para mí, igual quepara otros vasconcelistas, el periódico nació para combatirnos.Trabajar en sus columnas, creí candoroso, era traición. Héctor,que era un distinguido miembro del partido, entonces PNR, pu-blicaba mis artículos un poco a escondidas, reproduciéndolos deLos hombres que dispersó la danza, en el suplemento cultural,señaladamente. En ocasiones lo hacía con algún otro escrito mío,para que yo pudiera cobrar quince pesos.

—Me imagino que esa cantidad era mucho dinero.—Sí, para mí mucho. Pero... siempre me costó trabajo cobrar.

Me negué siempre a hacerlo. Por eso cuando me fui a los EstadosUnidos, en el año 36, lo hice con el ánimo, que ya otras veces tehe contado, de no volver nunca a México. Creía, en mi infinitocandor, en mi infinita inocencia, que México no me quería; que

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yo no le merecía, no que México no me mereciera. En mi ausencia,Héctor me seguía publicando, para que un hermanito mío, queestudiaba secundaria, pudiera cobrar los quince pesos y con elloayudarse. Al volver de los Estados Unidos seguía, naturalmente,en mi rebeldía vasconcelista; pero Héctor constantemente meinvitaba, diciéndome que ya los viejos compañeros míos estabanen El Nacional: Elvira Vargas, Ciriaco Pacheco Calvo, MauricioMagdaleno y otros. Yo me seguía negando, pero Héctor era tanbuen amigo mío, tan cordial, que se empeñó mucho en que acep-tara su invitación.

Al volver yo de los Estados Unidos llegó a la dirección delperiódico Fernando Benítez, creo que a finales del 38. Entoncesme encargó el artículo semanal que he dicho y que escribí du-rante cerca de un año; después inventamos una columna quese llamó ‘‘En el Museo Nacional’’; consistía en el texto literariodel grabado de una pieza del museo. Por ejemplo, me decían:‘‘Ésta es la espada de Manuel Gómez Pedraza’’, y hacía la divaga-ción acerca de la espada y de Gómez Pedraza; o ‘‘Ésta fue la plumade Vicente Riva Palacio’’, y escribía el comentario al grabado; opor ejemplo: ‘‘Ésta es la peineta de Carlota, emperatriz de Méxi-co’’, y hacía yo una digresión acerca de aquella prenda. Ahí, porprimera vez, hice uso de mis lecturas; por vez primera puse enpráctica mi capacidad de redactar recuerdos, pensamientos, me-morias. Por eso he dicho, y así lo considero, que mis armas, misprimeras armas de periodista, se hicieron en las columnas de ElNacional, donde, repito, estuve durante muchos años.

Escribí los artículos de la página editorial; la columna llamada‘‘En el Museo Nacional’’; otra, que le sucedió, llamada ‘‘Factoresde la cultura de México’’, ‘‘La nota cultural’’, y ‘‘Alacena deminucias’’.

—Una larga vida, una larga trayectoria. ¿Por qué lo abando-naste?

—No por desavenencias, ya lo dije, sino porque el director,Alejandro Carrillo, que había solicitado colaboración a muchosautores célebres, al no aceptar, satisfacía los compromisos desti-nando espacios que correspondían a otros colaboradores. En micaso, no aparecía con la regularidad que me gusta, que me place yque siempre pido. El día que me señalan y el lugar que me señalan.

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Porque supongo que tengo un lector que me busca ahí, en eselugar y en ese día. Y el día que no aparezco puedo perder al lector.Quizás no sea cierto, pero así procedo. Cuando la columna noaparece con la debida regularidad dejo el periódico. Así sucediócon el joven Fernando Solana Olivares, encargado de la página cul-tural de El Nacional hace algunos años. ‘‘Sus artículos se publica-rán, Henestrosa —me dijo— pero no le aseguro lugar ni fecha’’. Elotro paso fue irme.

—Andrés, ¿no has pensado alguna vez en publicarlos? ¿Daríande sí para ese propósito?

—Si reuniéramos mis artículos de El Nacional harían cuatro ocinco gruesos volúmenes. Hace unos tres años mis amigos JoséCarreño Carlón prometió publicarme un volumen, al que titulé‘‘Doscientas alacenas en una alacena’’, con un prólogo entusiastade Jorge Castañeda Batres, recién finado. Me devolvieron el ori-ginal, lo que me duele, porque han publicado a otros autores. Sibien es cierto que son grandes autores, con los que no me quierocomparar, mucho menos ponerme por encima de ellos, creo quelo merecía, porque realmente es un compendio increíble de sabi-duría acerca de la cultura nacional: de fechas, aniversarios, cin-cuentenarios, viajeros, un pseudónimo, unas iniciales explicandoa quién correspondieron. Todo eso está ahí.

—Te pido que dejes este asunto a mi cargo. Yo haré lo necesariopara que este proyecto, lleno de merecimientos, se realice. Ade-más es importante para todos, Andrés, compartir contigo todo loque has leído, lo que has vivido; tus dichas, tus angustias.

Cambiando un poco de tema, Andrés, ¿te has fijado en loscolores que todavía adornan los muros de la ciudad? No sólo;toda la República está pintada de verde, blanco y rojo. Nada másoportuno que preguntarte: ¿Qué es para ti la patria?

—La patria es, con palabras sencillas, el lugar en que nacemos,en que trabajamos, cuyo idioma hablamos, cuyo ambiente noshizo de cierta manera. País viene de paisaje. El paisaje es la patria,es nuestra representación exterior; nos modela, nos hace de ciertamanera. La patria para mí es la tierra, geográficamente considera-da, y los efluvios que de ella brotan.

—¿Y espiritualmente, qué es?

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—Es un amor que dicta el cielo, un apego a mi ambiente, a micircunstancia. Como dirías tú, se ama a la patria, no por impulsosentimental, no por propósito deliberado, sino como una fuerzaque llega de fuera; nos modela, guía, y reclama cotidianamenteapego, amor. La patria es el pedazo de tierra en que uno nace y enque a uno lo sepultan.

—¿Tú crees que el amor a la patria es el más fuerte?—Dice don Justo Sierra que antes que la letra está la patria.—¿Estás de acuerdo, Andrés?—Antes que todo está la patria, Martha. Nos debemos a ella

porque nos hizo, porque prestó la arcilla con que estamos hechos.—¿Pero no crees que tú también has hecho a la patria?—La patria me obliga, obliga a todos. La patria está por encima

de banderías políticas, de circunstancias pasajeras. La patria es unaesencia permanente.

—¿Qué son para ti los símbolos patrios?—Se dice mucho que de ellos depende, en cierta forma, la

democracia. Son la concreción de los sentimientos, de las aspira-ciones de un pueblo. No se hace la bandera, el himno, el escudo,de un día para otro. Mucha sangre, sacrificios, sudores, lágrimas,desvelos ha costado definir la bandera, concretarla en un lienzo,concretar el escudo, concretar un himno. Los símbolos nos orien-tan, nos guían, nos conducen.

—¿Cuál es para ti el símbolo más fuerte, más intenso, de lapatria?

—Los tres son iguales.—La bandera ha cambiado con el tiempo, ¿verdad?—Sí, ha tenido muchas transformaciones. Por eso, porque no

la teníamos; la hemos ido buscando para concretar en ella nuestrahistoria. De la misma forma, en cada versículo de la Constituciónestá la historia entera del país.

—Pero han cambiado tanto a la Constitución, Andrés, que lade ahora ya no es la de antes.

—Es que han cambiado las necesidades del pueblo, al igualque la conciencia nacional; pero nuestra Carta Magna continúafiel a sus orígenes.

—¿Y por qué piensas que debe haber esa fidelidad a los orígenes?

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—Porque eso somos. Tú no puedes negar tu origen, no lo in-ventas. No lo has adoptado, es una herencia. La patria no se hereda,se deja en herencia.

—¿Vas a transmitirles a tus nietos el amor a México?—¡Claro! ¿Qué cosa puedes dejar como herencia a tu patria, que

no sean los sueños que lograste convertir en realidad, tus esperan-zas?

—¿Qué es para ti la democracia, Andrés?—El gobierno del pueblo, de las mayorías; el ejercicio de esa

aspiración.—¿En qué proporción se ha cumplido ese anhelo?—Yo creo que no se ha cumplido en la medida de la defini-

ción, pero no olvidemos que ningún pueblo lo ha cumplido a ple-nitud.

—Ése no es consuelo, Andrés.—Por eso mismo. No es un mal de muchos, sino un dictado del

alma de los pueblos, al que se es fiel y al que se camina; por cuyocumplimiento se sufre, se muere, se llora.

—Andrés, ahora que hay tanta agitación y cuestionamientosobre las elecciones, ¿cuál sería tu consejo para los mexicanosque siguen tu obra? Todos sabemos que contiene una gran expe-riencia literaria y política; basta y sobra con recordar que hasvivido el vasconcelismo, por ejemplo.

—Que la patria está por encima de todos nosotros.—¿Por encima de las ideologías, de los hombres, de los sueños,

Andrés?—No está por encima de los sueños, pero ella dicta los sueños.—¿Tan profundo es ese sentimiento?—Pues qué cosa quieres. Cuando tú pintas, lo haces para al-

guien, y la suma de ese alguien es la patria; es el demos, es el pueblo.—¿Una utopía, no crees?—Sí, claro, Utopía. O, como le decía Quevedo, Utopia. Y como

dice el autor inglés Samuel Butler Erewhon: no existe tal lugar, poreso debemos buscarlo.

—Hay que buscarlo; además hay que encontrarlo, Andrés.Picasso decía que no hay que buscar, hay que encontrar. Entoncesya es hora de encontrar la democracia.

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—Es lo que mantiene a los pueblos, Martha. Por eso no rindela cabeza ni alaba a los poderosos; por eso no se doblega. Por eso,cada vez que cae, vuelve a levantarse; porque va en busca de algo.

—¿Tú te has caído muchas veces, Andrés?—A cada rato. Por eso hay que renovar cotidianamente la patria,

el juramento de amarla, defenderla, mejorarla. Es lo que hace elintelectual, el escritor, el hombre común, todos. Es un dictadocotidiano, una diaria pasión.

—¿Qué significa para ti la oposición?—Siempre la ha habido, Martha. Es bueno que la haya, porque

refuerza dialécticamente las ideas del opositor y del opuesto; por-que pones en conflicto, en crisis, tu ideario, tu sentimiento, tupensamiento, y analizas si es correcta tu postura. Se refuerza ladecisión de servir a tu patria, a su causa, a sus bienes.

—Me emociona hacerte esta entrevista, Andrés; es la bienveni-da que te hace El Nacional y me la han encomendado. Es un doblehonor. Para despedirme, te quiero preguntar: ¿Qué es para ti unperiódico? ¿Cuáles serían sus deberes?

—Si un periódico es lo que debe ser, un órgano de informacióny orientación —como dijo José Martí—, no hay otro cetro comoel del periodista ni otra tribuna como la del periódico. Con la con-dición de que sea para servir al semejante, al lector, al hombrecotidiano, al hombre que pasa por el frente de la casa.

—¿Tú crees que muchos de los periódicos cumplen con estamisión?

—Los ha habido. Hemos tenido y tenemos grandes escrito-res, grandes periodistas, grandes periódicos.

—¿Existe la libertad de prensa?—Existe libertad de prensa, sólo que la gente la confunde con

el libertinaje, el abuso de esa libertad. La imprenta tiene sus le-yes; tú no puedes transgredirlas. Nadie te prohíbe manifestar tusideas, pero si destruyes la cristalería de una tienda, si atropellasun edificio público mientras las manifiestas, la ley entra a defen-derla; no a limitar la libertad, sino simplemente a orientarla.Puedes escribir lo que quieras, pero tú misma tienes que auto-censurarte. No debes injuriar al prójimo, por ejemplo.

—No, no puedes ni debes. Yo creo que nadie tiene el derechoa hacerlo, Andrés.

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—No puedes, y si puedes, no debes, como decía Ángel Ganivet.Pero, otra vez, volvamos al gran periodista José Martí: ‘‘El respeto ala dignidad humana debe ser la primera ley de la República’’, pro-clamó.

—¿Para ti quién ha sido el más grande periodista mexicano?—Ha habido muchos. Puedo citar a José Joaquín Fernández

de Lizardi, a Carlos María de Bustamante, a Juan B. Morales, aFrancisco Zarco.

—Gracias por esta entrevista, Andrés. ¿Quieres decir algo alos lectores de El Nacional, que han esperado impacientes tu re-greso?

—Vuelvo a El Nacional y, al hacerlo, renuevo en mí la emociónde los días en que llegué ahí, a los 28 años de edad.

—Así te ves, Andrés: joven, inquieto, lleno de ilusiones, depasiones, de intensidad, de ganas de escribir y de seguir viviendointensamente; de servir, de ser útil a tu prójimo, que somos todoslos mexicanos.

OLGA Y RUFINO TAMAYO. PRIMERA PARTE

—Andrés, has de perdonar que te abrume con tantas preguntas.Sin embargo, tú eres el único culpable, ‘‘El único culpable, com-prenda de una vez...’’ ¡Qué bella canción!, ¿verdad? ¿Te gusta?¿Qué piensas de Olga Tamayo? Sé que la trataste mucho.

—Mira, Martha querida, pienso que muy bien puede ser unabuena lección para las mujeres de nuestro tiempo. Supo ser una granfigura; en ningún momento se sintió menor a su esposo.

—Andrés, pobre de ti, te va muy mal conmigo. Apoyada en tusabiduría y en tu origen oaxaqueño te pido muchas cosas. Ellose debe a que te has convertido en símbolo y testigo de numerosascosas importantes que pasan en este país. Una de ellas, sin lugara dudas, fue la gran amistad que sostuviste con Rufino y Olga.Tú los conociste bien, presenciaste la época de consolidaciónartística del maestro; estuviste cerca de ellos durante los prime-ros años de su matrimonio. Me gustaría que hablaras acerca deeso, Andrés. ¿Qué piensas de ambos como pareja? Estoy segura

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de que no podemos explicarnos a Olga sin Rufino y a Rufino sinOlga.

—¡Sí, claro! Tienes razón; crecieron juntos, y eso es muy im-portante; fortalece mucho las relaciones, las hace indestructibles.

—¿Cómo los conociste? ¿Qué piensas del buen éxito que al-canzó el maestro?

—Ellos deben haberse casado en el año 1934, quizás un pocomás tarde. Los dos eran de Oaxaca, aunque alguno dude queOlga lo fuera. A mí me habló muchas veces de Oaxaca como sutierra, con gran amor, con gran orgullo de ser capitalina, de laciudad de Oaxaca. Tenía un gran amor por su Estado, que seadvertía en todos los sentidos, señaladamente en la cocina y enla artesanía; también, por supuesto, en la plástica de esa tierra.

—No fue una buena cocinera; sin embargo, tenía un gran amorpor este arte, ¿verdad?

—Amor por la cocina oaxaqueña, por la cocina en general. Ycuando invitaba siempre daba un plato de su tierra; el principal,el antojo. Bueno, como ya te había dicho, se hicieron juntos. Yoestuve muy cerca de Tamayo entre 1924 y 1927. Él todavía erasoltero; vivimos en la misma colonia, íbamos a bailar a los salonesde los arrabales.

—¿A cuáles, Andrés?—A los que había en la colonia de los Doctores, creo que en la

calle de Doctor Olvera. Él era un gran bailarín, un gran tocadorde guitarra, un gran cantor; durante esos años casi no nos separa-mos. Me pagaba la entrada a los salones y veinte centavos porcada pieza que bailaba con las muchachas. Nos vestíamos comose usaba entonces, con polainas, bastón y carrete, hecho de unmaterial como paja o tule, llamado canotier. En una dedicatoriaque le escribí le dije que ningún otro me había dado la sensaciónde genio como él me la dio.

—¿Por qué sentiste eso, Andrés?—No sé, la verdad que no te lo puedo precisar; sin embargo,

parecía como un soplo, un fluido, que yo interpretaba como ge-nialidad. Él era muy jovencito; apenas había empezado a pintaren el año 1924, año en que murió Abraham Ángel, aquellatentativa de genio, que dijo Xavier Villaurrutia. Al iniciarse elaño 25, creo, Manuel Rodríguez Lozano hizo un viaje a Buenos

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Aires con Julio Castellanos. Supuestamente también iríamosTamayo y yo, pero yo no pude ir y él tampoco cumplió con elcompromiso. Manuel estuvo en Buenos Aires, donde exhibió suobra; Julio también llevó ahí su pintura; luego se fueron a París.Te estoy hablando ya del año 1925, tal vez a finales. Tamayo sequedó aquí; fue cuando empezó a destacar, a sobresalir entre suscompañeros. No puedo olvidar su temperamento: era muy indioy rencoroso, para que se cumpla el refrán, que dice: ‘‘Y si no esrencoroso, no es indio’’. Muy altivo, muy seguro de su porvenir;se manifestó desde temprano en contra de la escuela mexicanade pintura, representada por los llamados cuatro grandes: Diego,Clemente, David y Francisco Goitia. Alguno llegó a decir queera la manera que tuvo de llamar la atención. Hay una donosaexpresión literaria, que de paso es un juicio crítico, de LuisCardoza y Aragón, según la cual los cuatro grandes de la pinturamexicana eran tres: Orozco y Goitia. Yo escribí un artículo sobreGoitia muy elogioso, publicado en El Nacional, y Rufino medijo: ‘‘¿Y tú también crees en ese mito?’’ Fue una forma de decirme:‘‘¡No! No es Goitia el otro grande, el otro grande, no lo olvides,soy yo’’.

—¿Y tú que le respondiste?—Le dije: ‘‘Claro, Rufino, así es. Pero Goitia es un gran pintor’’.

Me respondió que no estaba de acuerdo conmigo. A consecuenciade esa opinión peleó con todos, con los llamados cuatro grandes.Se fue a Nueva York, estoy seguro de que con un fardo de tristeza.Allá luchó mucho, desesperadamente. En la Big Apple lo encontré,el año 38. Durante la huelga del 29 tuve con él un encuentrofísico, acabamos a bofetadas.

—¿Por qué, Andrés? ¿Cómo es posible?—Porque él no se sumó a la huelga que pedía la autonomía

universitaria.—¿Por qué no se sumó?—Posiblemente porque estar en contra de aquella corriente

era parte de sus cálculos. Conoces lo pasional que soy; se lo reclamécon gran furia y nos dimos de golpes.

—¿Y qué tan fuerte era, físicamente?—Era fuerte sí, pero yo sabía pelear.—¿Por qué sabías pelear, Andrés?

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—Pues me la pasé peleando de chico. Todavía ahora, de viejo,puedo defenderme. Lamenté mucho este hecho pues enfrió nues-tras relaciones. En Nueva York llegué a una fiesta en que él esta-ba; como si nada hubiera pasado, le di la mano. Cuando volvió aMéxico lo invitamos a comer a la casa; le dije a Olga que segura-mente no iba a venir; lo mismo le comuniqué a Alfa, y tal comolo pensé, no llegaron. Nos dejaron con la mesa puesta. Luego insis-timos una segunda vez y tampoco fueron; les formulamos otrainvitación —la tercera es la vencida, como se dice popularmen-te— y por fin fueron. Olga me preguntó por qué no se lo habíaplaticado. ‘‘Me apenó contarte de esa enemistad’’, le dije. Olgame respondió: ‘‘Ya todo se borró, ya paso, pues aceptó venir a tucasa, Andrés. Ya no te acuerdes de nada de este asunto; ya queda-mos como antes. La amistad ahora es más sólida que nunca, yo sélo que te digo; déjamelo a mí’’.

Cuando se casaron yo estuve en su matrimonio. Creo ahorarecordar que fue en el 34; eran realmente muy jóvenes. Rufinocambió hasta de cara. Hay una parte de su vida que él trató deocultar; sin embargo, no le fue posible, todo acaba por sabersetarde o temprano: fue vendedor en la Merced. Todo el mundosabía que de chico había atendido un puesto de frutas. Precisa-mente pintó un cuadro en que están unos plátanos y un reloj quemarca las seis de la mañana; Manuel Rodríguez Lozano, tanmalévolo como solía ser, lo titulaba ‘‘La hora del plátano’’.

—Era muy sarcástico, por lo que veo.—Mucho. Manuel era muy buen enemigo. Rufino trabajó

cuando muy pequeño, de mocito en la Cervecería Modelo, conun paisano mío, llamado Luis M. López. Cuando se lo recordé undía, lo negó enojado.

—¿Y por qué negaba esa parte, por qué avergonzarse? Alcontrario, debería ser motivo de orgullo.

—Bueno, Martha, hay gente a la que le duele su pasado. Todolo contrario de mí; te he comentado en muchas ocasiones quesiento nostalgia de mi pobreza, que añoro las azoteas, los tugurios.Pero ya ves que todos tenemos nuestras ideas muy personales, yes casi imposible cambiar. Él negaba esa parte, que algunos piensanobscura; dudo que alguien se haya escapado de tenerla. Es una

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señal, un modelo de trabajo, de esfuerzo, de decisión de cumplircon una vocación, con un sueño; el de ser el gran pintor que llegóa ser.

—Andrés, ¿cómo fue Olga? Háblame de ella.—Olga siempre le fue adicta a Rufino. Proclamó su genio desde

los primeros tiempos; creyó en él, nunca dudó que iba a llegar muylejos como artista. Él alguna vez padeció algún desaliento, algunadesesperación; Olga no.

—¿Y cómo puedes describirme lo que Olga te evoca? ¿Quérecuerdo tienes de ella? ¿Qué piensas, qué te trae a la memoria?

—Bueno, ella me hizo muchas groserías, muchas brusqueda-des, muchísimas. No obstante, esa parte negativa de nuestraamistad la he borrado. Pienso siempre en el conocimiento quetuvimos en los primeros tiempos, sobre todo en los días de NuevaYork, donde estuve tres meses y los vi casi siempre en fiestas. Rufinose alegraba tocando la guitarra y cantando; era una forma legíti-ma de atraer la atracción. Nunca olvidaré la compañía de una granistmeña, una venturosa conjunción de india y de blanco, AureaProcel. En una casa de chilenos en Nueva York, fuimos una nochea cenar. Tamayo gustaba de recordar canciones un poco grose-ras; evoco una muy graciosa. ‘‘El muñeco de alambre’’.

—¿Cómo era la letra, qué decía?—Vámonos a bailar el muñeco de alambre, / el que no lo

baile... / que chingue a su madre’’. Era muy popular, muypopulachero. Eso no creo que lo haya querido ocultar; aunquelo hubiera deseado, se le salía el barrio, el pueblo de donde veníaaparecía de repente, al inventar cosas.

—¡Qué recuerdos tan intensos, Andrés! Te convoco a que elpróximo domingo continúes relatándome tus vivencias con losTamayo.

OLGA Y RUFINO TAMAYO. SEGUNDA PARTE

—Andrés, quiero retomar nuestra conversación del domingo pa-sado sobre Olga y Rufino Tamayo. Platícame de ella, como serhumano, como la personalidad muy negada y afirmada que fue.

—Era áspera.—Pero en el fondo había un candor, ¿no? Yo he llegado a pensar

que quizá ella asumió muchas veces esa parte porque el maestro sela encargaba a ella.

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—Ella era un baluarte frente a los ataques contra Tamayo. Todoaquello que aparecía en su contra tenía en ella un enemigo feroz.Pienso que eso es legítimo. No permitía que se ofendiera a Tamayoen nada, en ninguna forma. Yo llegué a Televisa como consejero, enla época de la controversia por el Museo Tamayo; a mí me tocó entre-gar el Museo.

—¡No me digas!—Olga me gritaba desde su lugar: ‘‘¡No, no es cierto! ¡Mientes!’’—¡Fíjate nada más!—Hay una experiencia que no te he contado, Martha.—A ver, refiérela.—Cuando vivías en la calle de Estero, invitaste a comer al en-

tonces presidente Miguel de la Madrid. Asistimos Alfa y yo aaquella reunión y, claro, estaban también Olga y Rufino. Cuandollegué a tu casa, Olga me dijo: ‘‘Estás aquí contra mi voluntad,yo me opuse a que vinieras’’. ‘‘Pues tenías otro remedio —lecontesté—, no venir tú.’’ ‘‘Pero vienes porque viene el Presidentede México, ¿no?’’ —replicó—. ‘‘Pues por eso vine —respondí—,porque va a estar el Presidente; si fuera por ti, nada más no ven-dría, y si quieres me voy.’’ ‘‘¡No! —me dijo—, no lo va a permi-tir Martha. Porque cuando yo dije que tú no vinieras, Marthadijo que sí irías, que estabas invitado, que son amigos y que nopodía permitir que por mí no estuvieras presente. Pasado maña-na hay una comida en mi casa y tú no vas a ir.’’ ‘‘Ya lo sé, Olga;ya sé que no voy a ir.’’

—Era terrible...—Hace algunos años fui invitado a la apertura de la exposición

‘‘Hechizo de Oaxaca’’, en el Museo de Arte Contemporáneo deMonterrey. Olga se alojó en el mismo hotel que yo, el Ancira. Laencontré en el hermoso vestíbulo sentada con su sobrina; éstase acercó a saludarme y me dijo: ‘‘Olga quiere saludarte; diceque vayas, que te espera’’. Mi primera reacción fue no aceptar.Pero estaba conmigo alguien que me hizo rectificar: ‘‘Es una damaquien lo está llamando; vaya usted a ver qué quiere’’. Fui a salu-darla; me dijo: ‘‘Ya murió aquél; ya pasó todo, volvamos a ser comoéramos antes, amigos’’. ‘‘Sí —respondí—, no hay cuidado. Meagrada que se haya olvidado eso; no te guardo ningún rencor, ningu-na oposición.’’ Me confesó que tenía un novio de 30 años, que todoera distinto entonces.

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—Por supuesto que no se lo creíste.—Por supuesto que no se lo creí. Aunque algunos dicen que

sí tuvo novio. La volví a ver sólo en algunas reuniones; me acercabaa saludarla, pero aquella cosa se había perdido. Yo no vuelvo a unacasa donde se me ha ofendido, ni a saludar a una persona que meagravió. Nunca más. No conozco lo que es reconciliarse con al-guien que me ha agredido; hasta de su nombre me olvido. Bueno,si tú me leyeras, sabrías que en la carta a Alejandro Finisterre contélo siguiente:

Muy niño me metí a la casa de un tío que se había casado con una mujerque, de nadie, pasó a ser alguien: la esposa de un hombre rico. Aflorótodo lo que suele aparecer en el pobre cuando enriquece. Estaba su hijocomiendo con tenedor, con cuchillo, con cuchara; yo comía con los dedosy con la tortilla como cuchara. No sé cómo me colgué del infeliz niño, quecayó de la silla y quedó hecho un asco. La mujer empezó a gritarme, areclamarme por qué había ido a su casa, a decirme que mi madre no tendríacon qué pagar sus muebles. Por eso ‘‘mi’’ es una palabra que nunca usocuando se refiere a cosas físicas. Nunca diré mi casa, diré la casa; puedodecir mis libros, porque no están en venta; puedo decir mi corazón, perono puedo decir mi casa, mi coche. Es un mi posesivo que nunca uso si serefiere a cosas de valor material. Me corrió aquella señora y yo enfermé.Tenía seis años; me metí bajo las sábanas, le pedí a mi mamá que me taparay estuve oculto dos, tres días, hasta que volví a la calle. Quedé tan herido,tan lastimado, que en ocasiones abandono una fiesta sin despedirme paraque otro no tenga el malestar de compartirla conmigo. Por eso no volví aestar nunca donde estuviera Olga Tamayo, para que no se sintiera a disgus-to. Después de ese encuentro en Monterrey la saludaba, pero ya no era lomismo: la rosa estaba rota.

—¿Qué más puedes decirme de ella? ¿Cómo concluimos suimagen?

—La muerte es una fuente de perdones, hasta cuando el muertono es culpable de nada. En lo más íntimo de mi corazón, ella nome ofendió; lo que hizo fue en defensa de su marido. Lo hizo porla gloria, la fama, de Rufino Tamayo.

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Cuando era gobernador de Oaxaca don Alfonso Pérez Gazca,a quien sin duda no le gustaba la pintura de Tamayo, yo propuseque Rufino pintara un mural en la entrada del Palacio de Go-bierno. Logramos una recaudación, no recuerdo de cuánto. Ru-fino nunca puso interés en pintarlo; pidió una cantidad muy altapara hacerlo. Después, con el gobernador Eliseo Jiménez Ruiz, sele volvió a invitar, y también pidió una cantidad exorbitante, asícomo el pago de estancia, ayudantes, material. El gobierno no pudoenfrentar aquel gasto y se buscó a otro pintor. Jiménez Ruiz, que noera crítico de arte ni conocedor de pintura, consideró que podíapintarlo Arturo García Bustos, un notable pintor. Tamayo se in-conformó, porque según él se había escogido a un pintor muysecundario; lo mismo hizo Francisco Toledo, el otro genial pintoroaxaqueño, quien también había rechazado la invitación para rea-lizar aquella obra.

García Bustos me retrató en el mural, donde aparezco muyjovencito. A partir de entonces, Olga me gritaba, de una esquinaa otra: ‘‘¡Bustos!, ¿cómo estás, Bustos?’’ Y después, cuando la con-troversia del Museo Tamayo, me gritaba de una esquina a otra,‘‘¡Azcárraga!’’ Supongo que eso no era una manifestación de buenaeducación, ¿verdad? Pero, repito, era por la gloria de Tamayo, por-que yo de alguna manera intervenía en aquel asunto, aunque noera, ni soy, ejecutivo de Televisa sino, en todo caso, un simple colabo-rador. Ella quería que yo renunciara, que me pusiera de su ladopara denigrar a Azcárraga, cosa que no tenía por qué hacer, nosólo porque no procede, sino porque soy su amigo y además por-que no está en mi modo de ser.

Tú no encontrarás un renglón que yo haya escrito contra alguien;he hecho chistes feroces sí, pero escrito y cobrado, jamás. Todo aque-llo me parecía una falta de consideración porque, para bien o paramal, soy oaxaqueño con un pequeño nombre, un mexicano dis-tinguido. Tengo una pequeña fama oaxaqueña y alguno, extremandola cortesía, la coloca junto a la de otros dos grandes contemporáneos.

—¿Quiénes, Andrés?—Tamayo y Toledo.—Claro.—Considerando que en las letras yo equivalgo a ellos, o me

acerco.

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—Por supuesto.—No me ponen en la antigüedad, junto con Carlos María de

Bustamante, el insurgente; tampoco hace medio siglo, con JoséVasconcelos; pero me sitúan al lado de aquellos dos.

—Son los tres grandes oaxaqueños.—Alguna vez Tamayo, un poco a escondidas, lo reconoció. Me

dijo: ‘‘Afuera está un grupo de muchachos. Ha puesto en escenauna leyenda tuya. Salió muy hermosa. Tú eres un gran escritor’’.Lo expresó como a escondidas de Olga, con mucho trabajo, conmucha dificultad, porque Tamayo era avaro en aplausos.

—¿Por qué peleaban tanto Olga y Rufino, Andrés?—Por las impertinencias de Olga, que llegaba a irritarlo. Cuan-

do Olga extremaba las cosas, él la paraba.—Pero no podía vivir sin ella.—Eso es lo terrible. ¿Cuándo sufre más un hombre? ¿Cuando

está con una mujer con quien no se lleva, o cuando está sin ella?—¿Tú qué piensas, Andrés?—Cuando está sin ella.—¿Tú crees? ¿Por qué no puede liberarse?—Porque no puede, y si puede, no debe. Un hombre no debe

olvidar que un día una mujer le abrió los brazos, sobre todo si lohizo cuando era pobre. O estaba enfermo, o estaba solo, o andababuscando la muerte, como dice la canción que sabes y recuerdas.No puede; si no lo dice el corazón que lo ordene la cabeza.

—Así es. O que lo digan la cabeza y el corazón juntos, paraque sea más directo.

—Si no se pueden las dos cosas juntas, la cabeza. Cómo olvidartesi pasaste conmigo días obscuros, días amargos; si estuve a tu ladocuando no ganabas para vivir, cuando empezabas. Y porque un díasoy alguien, me voy. ¡No! Eso no lo haría yo.

EL AMOR HONRA A QUIEN AMA

—Andrés querido: platícame acerca de las fiestas de fin de año.Tú bien sabes cómo somos los mexicanos: nos fascinan las posa-das, los festejos navideños, el año nuevo; todos pretextos paracomer, beber, comprar, estuve a punto de decir despilfarrar.

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Los que pueden o las circunstancias se los permiten, se van a losNueva Yores, a Las Vegas a apostar lo que les sobra (claro estáque de dinero, no de vida, porque de ésa les falta: todo lo quevalen va al rojo o al negro). Los sofisticados se van a esperar alNiño Dios a París. Otros ‘‘de perdis’’ visitan Houston o SanAntonio (no de Padua, me refiero al milagroso, sino el de Texas).Existen otras opciones: Macallen, Brownsville o la Isla (sólo Diossabrá cuál). Algunos se dan el lujo de ir a alguna playa, con laventaja de que se sienten solos, solititos con su alma, y losamolados se conforman con ‘‘Perdisur’’. Por supuesto que éste esel momento propicio para hacer reflexiones existenciales y planespara el futuro. La primera pregunta que se formulan es: ¿Habréhecho algún mal este año? Si por alguna extraña razón su con-ciencia les contesta afirmativamente, pasarán largo tiempo paraencontrar la forma de remediarlo; por supuesto, surgirán millonesde cuestionamientos de tono mayor. La bella tonadita se imponepor doquier... gingle bells, gingle bells, tan insistente que se acabaescuchando hasta una palabra disonante. La verdad es que esteasunto de las tradiciones mexicanas se arraiga con fe, mas no asíla Fe. Acabamos por ahí del 6 de enero con unos cuantos kilitos demás y unos cuantos pesos de menos, muy cansados, listos paratomar unas vacaciones en serio. Hay que reponernos de todo a todo.Estoy cierta de que a ti y a mí no nos tentó el mosquito de estaépoca; sin embargo, más vale prevenir. ¿Tú qué piensas, Andrés?

—¡Que tienes mucha razón en todo eso de que hablas, Martha!Y que estamos inmunizados de tales devenires comerciales: la pro-paganda de esas fechas como las más propicias para lograr launión familiar, los diálogos con las vitrinas, en fin, hechos quetú y yo conocemos. Estoy seguro de que las disfrutaremos leyendolos libros que nos esperaron durante meses y meses, escribiendo loque teníamos pendiente, como es el caso tuyo, que estás en deudaconmigo con muchos ‘‘Domingos’’ atrasados. Celebro que quierasrecuperar el tiempo dominical perdido. Aquí me tienes, comosiempre, dispuesto al diálogo, que representa un enorme gusto yla oportunidad de recordar muchas experiencias en compañíatuya, al mismo tiempo que reflexiono en muchos temas que mesugieres.

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—¿Qué te parece si continuamos con la conversación de haceuna semana?

—Por mí encantado; me emociona hablar contigo. Tú merecuerdas el misterio de las mujeres: son seres que tejen muyfino sus filigranas; las admiro porque siempre saben lo que quiereny están dispuestas a pagar el precio de sus deseos. En cambio loshombres somos puro cuento. ¡Qué vamos a saber lo que deseamos!Si fuéramos astutos, nos dejaríamos guiar por la intuición femeni-na. Pero como somos muy machos tenemos que ser fuertes, nollorar, siempre estar escondiendo nuestros sentimientos. ¡Qué in-creíble lo que pueden hacer los patrones culturales y sociales! Loshombres somos los que tenemos que liberarnos de esas idioteces;pero ya me desvié, te pido que me vuelvas al carril.

—Sabios desvíos. Sólo un hombre seguro, como tú, puede ha-cer esas confesiones; me hace muy feliz escucharte. Sin embargo,me pides que continué con mis obsesiones y lo haré para dar mues-tra de que soy muy obediente. Ya hemos conversado con vehemen-cia sobre las mujeres; sin embargo, ¿qué otras historias peregrinaspuedes contarme?

—Nunca acabaría. He vivido tanto, y con tal curiosidad, que sémucho y lo que no lo invento; también conoces lo desorbitado de miimaginación. Quisiera comentarte acerca de una gran amiga, de Maríadel Carmen Millán, maestra de escuela, más tarde directora, magní-fica historiadora de las letras, una gran mujer que nunca se casó. Undía le dije: ‘‘Es una lástima que te vayas del mundo sin saber lo quees un hombre’’; a lo que me respondió: ‘‘¿Cómo lo sabes?’’ ‘‘Sólo melo imagino’’, le dije. ‘‘Me desilusionas, Andrés; he tenido amores,pero no he encontrado al valiente que me ofrezca matrimonio. Lasmujeres que nos empeñamos en saber, estudiar, progresar, estamosdestinadas al celibato. Tal parece que tenemos que elegir entre elconocimiento o la vida en pareja; hecho contradictorio, ya que lasque nos esforzamos por superarnos podemos enriquecer el mundoespiritual’’.

—¿Por qué son así las cosas? —pregunté.—A mi parecer, lo que sucede es que la fama es un manjar que

no se puede digerir con facilidad; es decir, es una manzana prohi-bida, que no se puede comer porque amarga; su sabor es —desa-zón—, agarroso diría yo.

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—¿Tú aceptarías como compañera a una mujer que fuera unaluchadora social, famosa, con reconocimiento público? —inte-rrogué.

—Qué duda cabe; a mí me inspiraría para crear y vivir la gran-deza de la obra de una mujer. La pondría a la altura de mi cora-zón y mi frente; sería el primero que proclamara su talento, sugloria sería una forma de gloria para mí; yo crecería a su lado. Nose honra el que recibe la honra, sino el que la da; quien reconocela grandeza ajena, de alguna forma se acepta grande.

—Y cuando esta situación no es así, ¿cuál sería la solucióndel problema?

—El rumbo es el trabajo y aceptar la soledad; acuérdate queésta es el alimento de los poetas. Un filósofo aseveró: ‘‘Para unartista lo más trascendente es su realización’’. Cuando Beethoventuvo impulsos de matarse, porque estaba quedándose sordo,aprendió a escuchar con el alma. El remedio es la compañía delarte. La creación es la mejor compañera: generosa, agradecida.La vida vale la pena de vivirse, y tú que eres pintora ten muypresentes los matices. Siempre hubo mujeres que se distinguieron:Eugenio D’Ors dice que no fue Homero el que escribió la Ilíada,sino Nausicá, la feacia, y un escritor modesto, que tienes enfrente,asegura: yo no escribo los artículos, los poemas, los ensayos; melos dicta Martha Chapa.

—Nada me daría más gusto que saber que eso fuera cierto;ojalá que te los dictara, lo percibo como una galantería de tuparte. Bien sabes que el talento corresponde a un orden divino,distante de una voluntad terrenal, así sea la más poderosa. Locelestial gobierna la grandeza.

UN ASESINATO IMPERDONABLE

—Andrés, aquí me tienes de regreso de Hong Kong, antes delo previsto, debido al lamentable asesinato de Luis DonaldoColosio. Este hecho me llena el alma de tristeza; imposiblepasear mientras mi pueblo sufre. Conociendo tu sensibilidad, ysabedora de que eres un hombre que ha vivido con profundidad,palmo a palmo, y que conoce como nadie la historia de su pa-tria; estoy cierta de que te encuentras como yo, muy acongojado.

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—Sí, Martha, me entristece, porque ha muerto un hombre,un buen ciudadano, un legítimo aspirante a gobernar su patria;pero también porque contradice la esperanza que teníamos dela forma de hacer política en México, en camino de transformarsepara bien. Era un paso adelante en nuestro desarrollo histórico;se vislumbraba un convenio entre los partidos para hacer eleccio-nes libres, limpias; esta vez se enturbia todo con la muerte de LuisDonaldo Colosio.

—Sé que fuiste buen amigo suyo, ya que me tocó coincidircontigo en algunas giras. Cuándo muere un ser cercano se inten-sifica el dolor, ¿verdad?

—Sí, lo conocí hace seis años exactamente, en el mes de abril,en Toluca. Me lo presentaron en una gran concentración. Nuncalo había visto; me había llegado su nombre un poco antes, cuandoapareció Carlos Salinas de Gortari en el escenario político mexi-cano como posible candidato a la Presidencia de la República.Entre los nombres que empecé a oír estaba el de Luis DonaldoColosio; en Toluca, fue donde nos estrechamos las manos. A partirde entonces lo vi en varias ocasiones: una vez me llamó al partidopara ofrecerme algún quehacer. Recuerdo que le respondí que nome sentía capacitado para desempeñar cargos burocráticos; ¿paraqué podía servir si no podía llegar a firmar mi entrada y mi salida?Me dijo que siempre habría un lugar para que pudiera trabajar;me ofreció su amistad. Respondí que ya lo consideraba mi amigo,pero que me halagaban sus palabras. Hablamos, no sé por quérazón, de Antonieta Rivas Mercado, cuya historia quería escuchar.Se detuvo en el hecho de que él se llamaba igual que su hijo; leexpliqué que éste había sido bautizado como Antonio Blair RivasMercado. Las circunstancias de la muerte de la madre llevaronal hijo a ocultar su nombre, a desviar su historia personal; pasóa ser simplemente Donald Blair, capitán de la aviación inglesa.Me confesó que le llamaba la atención esa coincidencia. Cuandome despedí me quedé pensando en que quizás la entrevista habíaobedecido a que yo postulé a Luis Martínez para la gubernaturade Oaxaca, en mi pueblo natal, sin consultar a mi partido. Sospe-chando que la llamada tenía alguna censura o condena, logréexplicarle, sin que me lo preguntara: ‘‘Como presidente del partidohas dicho que vamos a cambiar los procedimientos; buscar la

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opinión ciudadana, para ver quién es el que va a gobernar Oaxaca.Entonces tomé las declaraciones como verdaderas. Ese pensa-miento, esa afirmación, simplemente la quise postular, a sabiendasde que no era por ahí, como si yo me hubiera equivocado. No erréel paso, sino simplemente quise corresponder a la opinión delpresidente de mi partido. Íbamos a intentar hacer las cosas diferen-tes, proponer a quien pareciera el hombre indicado’’. Me despedí yquedamos como amigos; convenimos que él me llamaría para plati-car. Así fue, efectivamente. Lo vi dos o tres veces antes de que fueracandidato a la Presidencia de la República por el PRI.

—¿Por qué crees que lo mataron, Andrés? ¿A qué atribuyes sumuerte?

—Creo que tiene un contenido político. Lo mataron porqueiba en contra de muchos intereses.

—¿Cómo cuáles, Andrés?—De algunas de las facciones políticas mexicanas; pero es mera

sospecha. No creo que el asesino sea un fanático, no es uno que separezca a José de León Toral, quien nunca aceptó cómplices. Des-de el primer día confesó que él había sido, por propio impulso; deeso no lo sacaron. Cuando este hombre afirmaba que no hablaráaunque lo maten, se adelanta freudianamente a expresar: ‘‘Tengoalgo de qué hablar, qué delatar, y no quiero hacerlo. No lo haré’’.

—Tienes razón, Andrés, y no ha hablado.—Ni una sola palabra, Martha. Colosio estaba ya encaminado

a un triunfo seguro; había logrado despertar la conciencia ciudada-na. Su postulación creó entusiasmo en el pueblo mexicano; posi-blemente eso afectó a enemigos políticos de adentro y de afuera.

—¿Cuándo y dónde se preparó el asesinato, Andrés?—Eso es lo que se está averiguando. Queremos, necesitamos,

que se aclare por el bien de todos.—¡Cuántos percances han sucedido!, ¿verdad? ¡Qué triste-

za!—En el país tenemos antecedentes, como la muerte de Obregón;

la de Germán de Campo; el intento de asesinato a Pascual OrtizRubio, el mismo día que tomó posesión como Presidente de laRepública, el 5 de febrero de 1930. Colosio era un joven que ibahacia arriba cuando le sobrevino la muerte.

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—¿Y qué similitudes encuentras?—Flores, el muchacho que hirió a Ortiz Rubio, tampoco confe-

só. Se dijo que murió tuberculoso, en la penitenciaría. Yo estu-ve cerca de esos atentados, durante la campaña vasconcelista.A Germán lo mataron, al igual que a otros compañeros; muchasveces se habló de un atentado contra Vasconcelos. Ahora, con eltiempo, supongo que era para espantarnos, para obligarnos aretroceder, a suspender nuestra gira política. Yo creía que avanzá-bamos en nuestra vida política; esto nos retrocede medio siglo.En otros tiempos la sucesión presidencial se resolvía por suble-vaciones militares. El ejército respaldaba una candidatura y lallevaba al triunfo. Obregón llegó al poder por la muerte de Carranza,por la defección de militares de su propia escolta.

—¿Por qué hay tanta traición en la política, Andrés?—Porque la política no es solamente apetencia de mando, sino

que maneja intereses, los más bastardos; es una suerte de búsquedadel botín. Promueve muchas ambiciones. La gente quiere mandarporque origina riqueza, poder económico, un cargo; en ocasionesun mero interés personal. La política como fuente de riqueza.

—Andrés, ¿el asesinato de Luis Donaldo Colosio puede con-siderarse como un magnicidio?

—A menos que fuera metafóricamente. Porque magnicidio esla muerte de un magno, del príncipe, del soberano. Colosio estabaen vías de convertirse en Presidente de una nación. Así que metafó-ricamente se trata de un magnicidio. No existe calificativo para lamuerte violenta de un hombre. Es un pecado que afecta a todos, entodas partes del mundo. ¿Cómo es posible que el asesino olvide queun hombre tiene mujer, madre, hijos que lo van a llorar? ¿Dequé tamaño será la inclinación, la decisión de matar a un hombre,para olvidar todo eso?

—¿Es odio, Andrés? ¿Qué significa para ti la muerte?—La muerte, Martha, es un suceso que aterró al hombre desde

que nació, desde que vio morir a otro hombre, independiente-mente de que tuviera ya una filosofía de la existencia. Hasta cuandose mata en legítima defensa o en combate, no sabe el que mata aquién mató, pero sí que ha cegado una vida. Mi madre decía:‘‘Se destruye una obra de Dios’’. Dios hizo un hombre y vieneotro a matarlo; va contra Dios, contra el Creador. Cuando muere

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un hombre la tierra tiembla: sabe que se la va a herir con un se-pulcro.

—Imagínate, Andrés, aquí en este caso, la tristeza y el senti-miento de dolor son mayores, porque se mató a un hombre queestaba trabajando por el bien de su país.

—Martha, Luis Donaldo Colosio quería hacer las cosas dis-tintas.

—¿Y tú crees que ese hecho influyó?—Claro, porque afecta intereses; un hombre desea las cosas de

cierta manera; viene otro a decir que las quiere diferentes y se con-vierte en su enemigo. Algo peor: abre la puerta a toda elucubra-ción, a todo rumor, por descabellado que parezca; se da paso a lasospecha, a la condena sin razón y a destiempo; a que cada ciuda-dano tenga su teoría y la lance como verdadera, como proyectilque provoca inquietudes en el país, incertidumbre, violencia.Martha, no en balde existe la antigua ley del talión: ‘‘Ojo por ojo,diente por diente’’.

—¡Ojalá fuera válida!—¡No se puede! Imposible matar al que mató. Ocurre, pero

también es cegar una vida.—¿Y cómo es que existe en otros países la pena de muerte,

Andrés?—Cosa extraña, Martha, grandes filósofos, pensadores, escrito-

res han sido partidarios de la pena capital. Cada país tiene su credo:la muerte es parte de la vida. Decía Juárez que Maximiliano leprobara que era inocente y le perdonaría la vida. El conflicto estabaentre la clemencia y el cumplimiento de la ley; ambas combatíanen el ánimo de Juárez.

—¿Cuál de las dos es más poderosa, Andrés?—Martha, en la historia de los pueblos, la ley. No hay gobierno

sin cumplimiento de la ley. Un gobierno lo es mientras manda;mientras se le obedece, acorde con la ley, claro.

—Todo esto causa conflicto, incertidumbre.—Sí, porque no hay razón de interés colectivo para que un

hombre, por su propio impulso, promovido por otros, cancelela vida de un semejante. No sólo se ha matado a un ser humano,sino que se ha sembrado el desorden, se han subvertido las insti-tuciones, se ha eliminado a un político que afirmaba a México.

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Para todos nosotros simbolizaba un paso adelante en nuestra vidapública; de pronto resulta que algunos se cuelan en la multitud yacaban con una vida. Cualesquiera que sean los motivos, cual-quiera la razón, cualquiera el que haya armado esa mano, es uncrimen que no tiene perdón ni expiación.

—¿Qué va a ser de nosotros, Andrés, con tantos problemas?—Martha, lo que estamos haciendo, lo que va a ser de nosotros,

lo que nosotros por nuestra inteligencia, por nuestro patriotismo,logremos conseguir. Aconsejar cordura, no responder violencia conviolencia.

—Andrés, ¿qué piensas de la lealtad con el país?—En la vida pública existe la lealtad como valor supremo. Tene-

mos el caso de Ignacio Comonfort, quien tras de traicionar a laConstitución murió peleando por ella, lo que devolvió a la fide-lidad debida a sus ideas y a su tiempo. El golpe de estado de Co-monfort es lo que queda en la historia. Después de eso, ante los ojosde Juárez, dejó de ser Ignacio y sólo lo llamó Comonfort.

Obregón no perdonaba la deslealtad, la castigaba con el fusila-miento. Algo tremendo, pero así fue. Su compadre FortunatoMaycott, próxima la sucesión presidencial en que Obregón eraaspirante, fue a verlo a Palacio. Le dijo: ‘‘Álvaro —ellos se hablablande tú—, mi tropa está mal aviada. Vengo a ver si me das unifor-mes y un poco de dinero’’. ‘‘Cómo no —le respondió—, lo quequieras.’’ Cuando se despidieron, le advirtió: ‘‘Fortunato, ni túme debes ni yo te debo. Tú te vas a pronunciar contra mí. Yasabes, hemos sido amigos, compañeros de armas, compadres,todo’’. Maycott, efectivamente, se pronunció contra Obregón me-ses después. Éste ordenó que lo fusilaran a su sola identificación,sin formación de causa. Cuando preguntaban sus hombres quéhacer con un prisionero, contestaba: ‘‘No me pregunten, obe-dezcan las órdenes recibidas’’. Un hecho bárbaro, pero así es.

—Andrés, al terminar nuestra conversación, hago la siguientereflexión: Qué importante es conocer la historia patria; así sabe-mos que no hay en ella hechos aislados sino una continuidad, queno continuismo, como postulan algunos malvadamente.

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EL ARTE, SIEMPRE EL ARTE

—Andrés querido: Vivimos actualmente momentos difíciles, enque los valores materiales se han impuesto, razón por la quedebemos insistir en los espirituales; circunstancia que nos remiteal arte como punto de encuentro, de esperanza, de unión. ¿Quésignifica éste para ti?

—Es una manera de burlar la realidad, de negarla, de retocarla;de hacer de una realidad, otra. Tiende generalmente a mejorar laexistencia, a poner luz en el alma, en el espíritu; la luz de la inteli-gencia en la oscuridad que siempre fue la existencia, que siemprefue el vivir. Uno viene de la oscuridad, del vientre materno; por esose dice: ‘‘dar a luz’’.

—Andrés, ¿cómo visualizas el año 2000? ¿Qué nos espera paraentonces?

—El año 2000 no va a ser más que la prolongación del año1000; es cronológicamente una nueva época, un nuevo siglo; peroes el mismo hombre.

—Ya que hablas de ese mismo hombre, ¿cuáles son tus espe-ranzas para la nueva era?

—Pocas, no creo que el hombre mejore su alma, su condición.—¿Por qué tal pesimismo?—Porque, como lo dijo Rubén Darío, tiene mala levadura,

está mal hecho.—¿Entonces no tienes fe en el hombre, Andrés?—¡Cómo no! En las individualidades, los artistas, los bue-

nos hombres, porque también los hay buenos. El hombre llegó a laLuna, realizó inventos increíbles; algunos que lo superan no pue-den aprovecharlos. Pero sigue siendo ladrón, asesino, envidioso...

—Y esta voz del infortunio, de la tristeza, ¿cómo la abordas?—La revancha contra la vida, contra las adversidades, contra la

muerte es el arte. Lo único que no muere es la palabra hermosa,la expresión hermosa. Es lo que tiene eternidad.

—Te asiste la razón, Andrés.—Dice Leopoldo Lugones: ‘‘Pasó Grecia, pero queda Homero’’.

Pasó la gran Tenochtitlán, pero queda Netzahualcóyotl.—¿Cuál es tu camino en la vida, Andrés?

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—Quiero vivir como literato, para lograr eso que dijimos: unapalabra hermosa que nos sobreviva; que, cuando pasen los siglos,alguien nos recuerde, como pasa ahora con los grandes poetas. Unrenglón, un poema, un acierto, una metáfora, como en algún pintoruna pincelada eterna, un reflejo de luz que no se apague jamás.

—Muy bellos conceptos, Andrés. ¿Cuál sería tu anhelo?—Pues el hombre, el verdaderamente hombre; el que tiene

una filosofía de la existencia, el que no es solamente una entidadbiológica, el que sueña en ser alguien y lucha por serlo, es otro. Elhombre grande, aquel que realiza un sueño de la niñez.

—¿Cumpliste con este deseo, Andrés?—No creo.—¿Por qué?—En un sentido, en el que pudiéramos llamar afán, apetito de

gloria, que es eternidad, ambición de fama bien lograda, eso no sealcanza jamás.

—¿Por qué, Andrés?—Porque hay sueños que no se pueden cumplir.—¿Cómo cuáles?—Por ejemplo, lograr un milagro.—¿Qué milagro? ¿No me digas que crees en ellos?—No, por eso mismo. Lograr un milagro que no existe. Según

dijo Anatole France, están prohibidos los milagros, no los da Él.—¿Cuál sería el milagro?—Un día, te repito, quisiera escribir el poema, el renglón, dar

con la metáfora que quedara para siempre.—¿Y tu tragedia?—Una.—¿Cuál?—Haber nacido.—¿No lo sientes como un privilegio?—No. Yo creo que no hay dolor más grande que haber nacido,

porque la vida es dolor, la vida es lágrimas, la vida es sufrimiento,la vida es, en una palabra, muerte. Nacer para morir, ¿puede haberun dolor más grande? Primero, no sabes de dónde vienes, no sabes endónde estás, no sabes hacia dónde te encaminas. Nadie te preguntósi querías venir. Nadie te preguntará si te quieres ir.

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—Tú no puedes quejarte, Andrés, porque conoces hacia dóndete encaminas.

—Hacia una realización ideal: ser un poeta, ser un escritor,autor de una obra que me sobreviva, que me haga inmortal. Ésasí es una certeza. Pero junto a esto el gran dolor, la inconmensu-rable certidumbre de que no se puede alcanzar. El que más pudoapenas si se acercó a la perfección.

—Andrés, ¿tú crees en el destino? ¿Cuál sería tu destino?—Primero, luchar por algo, si el destino es aceptar lo que la vida

le puede dar a uno.—Pero tú no puedes cambiar la vida.—¡Cómo no! Hay que pelearle. La vida es pelea cotidiana

en su contra.—¿Cuál sería tu epitafio?—¡Ah, qué bonito pensar en eso! A mí me gustaría muy largo:

‘‘Tras de recorrer el mundo, volvió a su tierra a morir’’.—¿Lograste un gran recorrido? ¿Sientes que hiciste la hazaña

de darle la vuelta al mundo?—He logrado físicamente darle la vuelta a la mitad del mundo;

pero imaginariamente la he hecho entera muchas veces.—¿Crees en el amor, Andrés?—Es, como dijo el poeta, la fuerza que mueve al Sol y a las otras

estrellas.—¿Cuál es tu musa, Andrés?—Naturalmente que es mujer sin nombre.—¿Por qué anónima?—Porque no se le puede encontrar el nombre que le convenga.

Es lo ideal, un sueño materializado, pero de tal manera grande ymaravilloso que no puedo decir su nombre; no le queda, todavíano ha inventado el hombre una palabra para decir el nombre de lamujer amada.

—Andrés, ¿tú no podrías vivir sin amor?—No vivo. Yo siempre ando buscando un hombro donde re-

posar mi frente, el vaso de una mano en la cual verter mis lágri-mas, un corazón que me acepte, un cauce en que pueda verter losmares de ternura que inundan mi corazón. Por eso se busca a unapersona que comparta el amor, que no es otra cosa que quererhacer de dos, uno. Fundirse el uno con el otro; eso es el amor.

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—¿Y tú crees eso posible o es sólo un ideal?—Alguna vez, por instantes; por eso en el amor el instante es

eternidad. En la fugacidad de un beso cabe la eternidad.—¡Qué hermosos pensamientos, Andrés! Gracias por regalarme

tu tiempo.

LAS DEDICATORIAS

—Andrés querido, tu saber es extenso y profundo, a la vez que sofis-ticado, razón por la que me atrevo a inquirirte acerca de un temararo: las dedicatorias literarias. ¿Piensas que pueden tener alcances deun género específico?

—Sí, Martha, por supuesto que es un género, tal vez específico,aunque aún no caracterizado. Las dedicatorias son elocuentes,porque en su brevedad cabe el perfil del que la escribe y del quela inspira; son un retrato y un autorretrato. Tanto dice la dedica-toria de quien la escribe como de quien la inspira. Me gustan de talforma que las colecciono. He comprado libros de grandes autores,hasta de mí desconocidos, porque ahí las encuentro manuscritas;he logrado reunir muchas, algunas muy hermosas, extrañas, mis-teriosas.

—¿Cómo cuáles, Andrés? Platícame.—Quizá la más bonita de cuantas conozco sea aquella que

José Martí escribió en los Versos sencillos: ‘‘A Manuel GutiérrezNájera, marfil en el verso, en la prosa seda, en el alma oro’’.Resueltos en sus tres incisos podría ser la perfecta biografía deGutiérrez Nájera. El poeta, el prosista y el hombre. Ahora quierorecordar una que inspiró Manuel Rodríguez Lozano a XavierVillaurrutia, de doble significado, de doble filo; déjame recor-darla: ‘‘A Manuel Rodríguez Lozano, pintor de merecidoautoelogio’’. Cierto en Manuel y cierto en Xavier, ¿no te parece?

—Preciosa, Andrés. ¿Qué otra dedicatoria te ha llamado laatención?

—Una extraña. La que el propio Xavier Villaurrutia escribióa Juan Cotto, poeta salvadoreño, autor de Cantos a la tierra prometi-da. Dice así: ‘‘A Juan Cotto, en recuerdo de nuestra guerra carlis-ta’’. Tardé años en descifrar el contenido, hasta que me enteré que

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los dos enamoraron a un joven llamado Carlos. Y existe una GuerraCarlista en la historia de España.

—En verdad que es misteriosa. Me alegro de que la hayas des-entrañado. Además pienso que forma parte de la biografía delautor. Andrés, eres un escritor prolijo, y tienes un gusto especialpor dedicar libros; además, lo haces con un sello particular, enque imprimes lo que has comentado, lo que significan para ti lasdedicatorias. Estoy segura de que por esa razón las escribes tanhermosas.

—Tú eres testigo de lo que estás refiriendo, puesto que tehe escrito alguna no del todo mal, Martha.

—Sí, he tenido ese privilegio. Son un tesoro y las conservodevotamente; las releo con frecuencia.

—Amiga querida, tú bien sabes que no me gusta exaltar lo quehago; sin embargo, reconozco que te he escrito bellas dedicato-rias. Te prometo una de nueva cuenta; cuando vuelva por acá tededicaré el Diario de Virginia Woolf que te regalé hace unas sema-nas. Que quede con este sello, con mi sello. ¿Lo tienes a la mano?

—Sí, por supuesto. Sé el sitio exacto donde guardo los librosque me obsequias, y mira que son ya muchos.

—Un libro regalado está incompleto si no está dedicado; portal motivo no puede permanecer así.

—Es interesante conocer tus conceptos. ¿Recuerdas una dedi-catoria que tenga para ti un especial significado?

—Acude ahora a mi memoria una de las muchas que he escrito:‘‘Ahí donde brota luz, está tu nombre’’.

—¡Qué bonita! Sí, la tengo muy presente.—Y tú, Andrés, ¿has inspirado alguna?—Sí Martha, claro, he inspirado varias.—¿Cuál recuerdas de momento?—Bueno, muchas. Pero ahí te va una: la que Rafael Heliodoro

Valle me escribió en su libro Espejo historial, que dice: ‘‘A AndrésHenestrosa, el primero de los últimos zapotecas’’.

—Corresponde a la verdad Andrés, sólo que tuvo el talentode expresarlo.

—Cuando pasen los años —por lógica, tú vas a vivir más queyo— anhelo que seas guardiana de todo cuanto he escrito y haya

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llegado a tus manos: cartas, dedicatorias, versos, que he vuelto aescribir porque se empieza y termina escribiendo versos. La poesíanació para cantar al amor, a la mujer. El que a los quince años noescribió versos, no fue joven. He escrito, sin ser un crítico, dearte, de pintura; nada tiene que ver lo que digo con su contenido,con su significado verdadero; pero es lo que me nace, lo que sientoante un cuadro tuyo, cualquiera que sea el tema. En ti el tema esla manzana, que eres tú, la mujer, principio y fin de todo. El pri-mer fruto, la sabiduría, se tiene a través de la mujer. El primersaber del hombre es la mujer. Saber es lo mismo que sabor; elprimer sentido que nace en el hombre es el gusto del pezón,el sabor de la leche que el niño toma apenas ve la luz. El hom-bre nace muerto; tan fugaz es la vida que se puede decir que noexiste, que en los momentos de ser concebido muere el hom-bre. El vientre materno es sepulcro.

—¿Quién da el dolor, Andrés?—Dios, si crees en él; pero también te da luz, el alivio, que en

ocasiones consiste en olvidar.—¿Por qué?—Dios no quiere que desaparezca su criatura de la faz de la

tierra. Pero volvamos al tema anterior: te nombro mi albacealiteraria. No para que me defiendas sino para que permanezca enti lo que el tiempo quiera y pueda. No es la primera vez que te lomanifiesto; lo que hago es sembrar recuerdos en ti, darte levadurapara que no me olvides, para permanecer vivo en tu memoria, paraque amases el pan del recuerdo.

—Andrés, estaba omitiendo una pregunta importante. ¿A quéobedece la obsesión que tienes por retener las fechas? En todos tusescritos aparecen el día, el mes, el año, puntualmente. Te confiesoque a mí no me gusta; pienso que no tiene sentido, ya que el tiempose encargará de este asunto. No obstante, tú con frecuencia me seña-las esta omisión. Te pido que me digas a qué obedece.

—Martha, a muchas razones. En primer término, es parte demi formación académica; por otra parte, a que ya estoy viejo,cansado, y la fecha adquiere una importancia singular, relevante.Ya lo verás; estoy seguro de que vivirás muchos años, pues la per-manencia en este mundo tiene mucho que ver con la necesidad de

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expresarse, especialmente en los artistas. Tú tendrás mucho quedecirle al mundo por muchos, muchísimos años. Más sabe eldiablo por viejo que por diablo.

—Andrés de mi vida, estás nostálgico, tal vez porque estamosviviendo momentos difíciles y tu ánimo se empaña. Ya llegaránmomentos mejores; estoy segura de que los compartiremos. Tútambién te acordarás de mí, te lo aseguro. Más sabe la diabla pordiablísima que por vieja.

LOS CONSEJOS

Ya he contado en otra ocasión cómo conocí a Andrés Henestrosa;sin embargo, me gusta recordarlo de cuando en vez. Hace mu-chos, muchos años, en un hospital donde consolaba a un amigoquerido, agonizante: el poeta Alí Chumacero. Al principio, suexpresión me ahuyentó, impidió que iniciara una conversación.Tal vez en eso se mezclaron muchos sentimientos: unos que sellevan bien, otros que chocan por necesidad; pasado un rato, en elinterior de mi alma se conciliaron aquellos opuestos; con una mez-cla de timidez y audacia me atreví a preguntarle, con gran aplomo,acerca de algo intrascendente. Respondió con gran paciencia ysabiduría.

Desde aquel instante no hemos dejado de hablarnos por teléfonocasi todos los días; tanto que siento que no vivo si no escucho suvoz. Andrés se ha convertido para mí en obligada referenciaexistencial. Creo en la amistad como valor supremo; quise y quierocon toda mi alma a Lupe Marín, a Olga y a Rufino Tamayo, a PitaAmor, a Margarita Michelena, a Sergio Fernández. Me entrego amis amigos.

Cada domingo Andrés se convierte para mí en el gran cirujano;realiza una minuciosa intervención con el bisturí más filoso, eldel cariño, en la disección de mis quehaceres. Platicamos de milcosas; me atrevo a tocar con él todos los temas y no dejamos títerecon cabeza; si acaso alguno no la tiene, se la colocamos, paradespués, como es de esperarse, cortársela. Andrés me da consejos,sabios unos, pícaros otros; la gama es infinita, pero el común

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denominador es el del amor a la vida. En todo cuanto dice encuentroestímulo para mi crecimiento, tanto como mujer y como artista.

También me relata maravillosas anécdotas políticas que élvivió. En ocasiones sugiere, con cierto tesón, que dedique partede mi tiempo a la política. ¿Por qué esta petición? No puedo negarque soy una mexicana atenta a los acontecimientos sociales; sinembargo, mi participación es distinta a la de ocupar un cargo ad-ministrativo. Confieso que debo cumplir con un deseo muy arrai-gado: servir a mis congéneres, realizar una obra humana y socialpermanente, en plena libertad; por ello no quiero interrumpirlacon los vaivenes de la política. Sólo de pensar cómo limitaría esaopción mi tarea creativa, me provoca angustia. ¿Se imaginan lo quesignifica para un artista estar sujeto a compromisos partidistas? Enfin, debo tomarlo como es: la expresión de su entusiasmo cívico ysu experiencia. Sólo existe buena voluntad; de eso estoy cierta.

Quiero compartir con ustedes algunos consejos de Andrés rela-cionados con mi amor a las letras, con la ilusión de que tengan paraustedes la importancia que guardan para mí.

—¿Qué consejo puedes darme con relación a mis lecturas,Andrés?

—Mira, Martha, he observado en ti una tendencia, una predi-lección por hacer referencia a escritoras extranjeras; pero es aficiónque debes reforzar con literatura nacional. Ahí están nuestrosescritores mexicanos; claro que nuestra obligación es leer todo.Para ser universales debemos ser nacionales. Si puedes citar a Fran-cisco Zarco, en lugar de Mitterrand, cita a Zarco; si puedes refe-rirte a Martín Luis Guzmán en vez de André Malraux, habla delmexicano; si puedes señalar a Vasconcelos en lugar de RomainRolland, cita al primero. Y así, sucesivamente: a José Emilio Pacheco,a Octavio Paz, a Juan Rulfo; en fin, hasta puedes atreverte a mencio-narme, con la condición de ser en último término. Existen muchosescritores que han trabajado, que han pensando acerca de México.Algunos deben ser reconocidos por razón de su edad, pues existíanantes de que nacieran los que actualmente llevan la voz. Cuandoeran niños de pecho, yo conocía mucho de lo que en este momentoes novedad.

—¡Qué importante eres, Andrés! —exclamé entusiasmada.

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—No, qué va —respondió veloz—. Lo que quiero decirte coneso es que la literatura es lo mío. Tengo un deber que no es extraño.

—¿Qué me dices acerca de mis lecturas de escritoras inglesas,francesas, rusas?

—Que eres muy reiterativa en las citas. Hay otras autoras, porejemplo, Victoria Ocampo, americana de Argentina, para cuyolibro De Francesa a Blalrice, José Ortega y Gasset escribió unepílogo que es una declaración de amor; Antonieta Rivas Mercado,quien a pesar de no haber sido muy prolija, nos dejó escritos deuna gran profundidad que estremecen nuestro ser; Sor Juana, quehabla con gran conocimiento de la mujer en sus poemas y ensayos.

—¿Cómo cuáles, Andrés? Platícame.—Mira, amiga gastrónoma, te va a dar mucho gusto oír lo que

voy a relatarte. Con toda seguridad ya lo conoces. Sin embargo,nunca estorba recordar hechos importantes; ellos nos brindan laoportunidad de reafirmar conceptos, ideas, pensamientos. La Dé-cima Musa leía en la cocina, y así observaba cómo era imposiblemezclar el agua con el aceite. Llegó a afirmar que si Aristóteleshubiera permanecido más tiempo en ese lugar cálido de la casa, supensamiento hubiera ido todavía más lejos. Otras cosas habríapensado.

—Sor Juana escribió un libro de cocina con unos conceptosgeniales. Imposible, Andrés, que no fuera así —exclamé, conoce-dora de la obra de la genial poetisa.

—Tengo noticias de que se trata de un libro que marca un hito—contestó Andrés—. Sin embargo, yo quiero hacer referencia ala ‘‘Carta a Sor Filotea’’, de autodefensa al obispo de Puebla,Manuel Fernández de Santa Cruz; en ella cuenta lo que le costóser. No te olvides que se cortaba el pelo para parecer hombre ypoder asistir a la escuela. De ahí le quedó, según se cuenta, unacierta inclinación a relacionarse mejor con las mujeres que con loshombres. El sexo es el trabajo, dice Marañón; a Marinoff lo vis-tieron como mujer hasta los ocho años, y de esa manera se convir-tió en eso. No olvides el caso de Oscar Wilde, quien tambiénvistió de mujer hasta los ocho años.

—Andrés, te pido que profundicemos en este asunto. Cuén-tame acerca de mujeres mexicanas notables.

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—Haré referencia a Concha Michel, entre otras que cuentantambién por su deseo de liberación llevado al extremo; basaronsus ideas, más que en un sentido humano, en otro de orden políti-co, inspiradas en el comunismo.

—¿Como quiénes?—Me gustaría recordar a una historiadora de la antigüedad,

Teodora Bustamante y, pero para no ir tan lejos, acuérdate de lasChapa, de Monterrey, la doctora Esther Chapa y sus hermanas, alas que llamábamos ‘‘las bolcheviques’’.

—Quisiera conocer más acerca de mis parientas, Andrés; esuna vergüenza desconocer la vida de estas ilustres mujeres, quesegún me han comentado fueron un ejemplo en la vida del paísdurante mucho tiempo. Se reconocen sus luchas infinitas, a más devalientes. ¿A quién me dirijo, Andrés, para saciar esta necesidadde escudriñar mi pasado?

—A Andrés Henestrosa, Martha querida.—Aquí me tienes, presta para escucharte —comenté.—Martha, con el dolor más grande de mi corazón, tengo que

irme, pues tengo algo que atender. Te prometo que el próximodomingo abundaremos en este tema. Con lo que voy a revelarte,te sentirás todavía más orgullosa de llevar el apellido Chapa.

—Quedo ansiosa; gracias por tu tiempo, por tu cariño y portus consejos. Se han convertido en mi brújula existencial —contes-té convencida.

EL DESAYUNO JUCHITECO

—Andrés, que bueno que te veo. Hay razones poderosas para queello sea motivo de gran felicidad; disfruto tus conversaciones y ade-más pones alegría en mi vida. Me alienta saber que existe unhombre con tus capacidades, me atrevería a decir que casi sobre-naturales, únicas, pues no sé de dónde sacas esa fuerza, talesalientos para vivir. En términos generales, suelo sentirme unamujer intensa, aguantadora, luchona; sin embargo, siento que notengo fundamentos para semejantes ideas, pues me apena confe-sarlos cuando percibo tu poderío. Viene al caso recordar a nuestraquerida amiga Margarita Michelena, quien dice que tienes genio

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biológico. En todo eso me apoyo para preguntarte acerca de tusexperiencias como conferencista. Sé que has participado en unsinfín de ellas; ¿por qué no me platicas al respecto?

—Claro que sí, Martha. Sabes que me emociona reconstruirrecuerdos a tu lado, ya que estimulas mi imaginación y evocasexperiencias casi enterradas en el olvido. Fíjate que hace muchosaños me fueron a visitar unas señoras que organizaban pláticas.En aquel entonces acostumbraban pagar veinte pesos y regalarun objeto de plata, en general una plegadera. Participé un pocopor el gusto y mucho por buscar centavitos aquí y allá. Laanfitriona, no lo olvido, vivía en la calle de Tabasco. Has de pensar,Martha, que como siempre, estoy hablando de hace cuarenta años,por lo menos. Como un poco de alarde, para darle sal y pimienta alcaldo, figúrate lo que me atrevía a decirle a la concurrencia: ‘‘¿So-bre qué quieren que les hable? De lo que me pidan, con tal deque no sea ciencia, les tomo la palabra’’.

—¿Por qué rehúsas el tema de la ciencia, Andrés?—No me gusta y nunca he entendido nada de matemáticas,

de química, de física; ni siquiera puedo manejar aparatos mecáni-cos. Esos inventos son cosa del diablo, Martha. Bueno, estabanmuy impresionadas; lograron ponerse de acuerdo, y eso que es muydifícil que las mujeres lleguen a una conclusión por unanimidad.Propuse, y ellas aceptaron; total, a pesar de mi azoro, me comunica-ron que no había remedio: que eligiera el tema que quisiera. Paraluego es tarde —me dije—. Me han dado en mi mero mole y lesplaticaré acerca de la cocina oaxaqueña, en concreto de un desayunoa la juchiteca.

—Me interesa mucho que me comentes tus aficiones. Biensabes el amor que siento por tu tierra; creo que su cocina es la másrica y variada de México.

—Tú me conoces, Martha. Imagínate, después de tantos ytan bellos domingos, de horas y horas de charla, no podría ser deotra forma. Aquella noche me atreví a tomar el desayuno juchitecocomo tema. Los platos en que lo sirven, es un dato curioso, tienendivisiones; no son, como cree la mayoría de la gente, de origenestadunidense; es una costumbre de la antigüedad mexicana. Unespacio para cada bocado. Qué sabios, ¿verdad?

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—¿En qué consiste el desayuno? Estoy impaciente por saberlo,Andrés querido.

—Martha, eres inquieta. Déjame contártelo despacito, a la ma-nera vieja de relatar las historias. No comas ansias.

—Andrés, todo te creo, menos esa cualidad de la paciencia.Sin embargo, me apaciguo y espero.

—Mira, amiga querida, enamorada de los sabores de su país:armadillo, conejo, chachalaca, jabalí, iguana, tepeizcuintle, ve-nado.

—¿Qué es la chachalaca?—Es una gallinácea difícil de cazar por su violencia, por la

rapidez del vuelo. El nombre procede de hablar sin ton ni son; escomún entre la gente del pueblo decir ‘‘pareces chachalaca’’,porque es ruidosa; chacharear es discutir el precio de una mer-cancía. El menú es una ración de chachalaca, una de armadi-llo, una de conejo, una de iguana, una de tepeizcuintle, cuandose tiene la suerte de que la haya; una de venado y cuantas hay.

—¿Y cómo anda la suerte, contigo, Andrés?—Mira, Martha, siempre la encuentras si la buscas con amor.

La chachalaca es un ave mexicana; larga, tiene el plumaje gris, elcuello blanco y un collar que recuerda al pavorreal, al guajolote.Es una especie de guajolota joven. En zapoteco la llaman bere-xiga, que quiere decir ave loca: la gallina loca. La acostumbrancomer de muchas maneras: asada, guisada, frita, en caldo.

—¿Y qué me puedes referir del armadillo?—Mira, Martha, el armadillo es un animal que no se conocía

en Europa. El nombre se lo pusieron los españoles; es el dimi-nutivo de armado. Un animal que está protegido por su concha;tiene costumbres muy extrañas. Es sumamente resistente: si ama-rramos la cola de un armadillo con una reata y lo sujetas en lamanzana de la silla de montar, primero se arranca la cola quedesistir a su defensa. Sin embargo, el indio encontró la forma devencerlo: consiste en pincharle inesperadamente el esfínter yde esta forma se entrega, se rinde. Fíjate lo que el hombre escapaz de descubrir con su inteligencia.

—Andrés, tienes un conocimiento impresionante acerca delos animales. Todos te lo reconocen. Admiro tu cultura. Es muestrade una exquisita sensibilidad. Ahora platícame del conejo, apo-yado en este saber.

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—Martha, te quiero decir al respecto que tiene cara de gatocon ojos de lechuza y cuerpo de serpiente. En La Biblia, en elDeuteronomio se refiere a los seres inmundos; entre ellos, alconejo, animal de boca hendida. Del latín lepore; de ahí larazón del leporino, por antonomasia el que tiene el labio hen-dido.

Pero todo eso no es nada, déjame continuar. El plato de Juchitánes una cabeza de res metida al horno; se saca humeante y gene-ralmente se coloca en una batea embrocada. Ahí están las torti-llas, las salsas picosas y las cervezas para cada uno, pendientesdel brindis. Entonces se empieza a cortar la carne de la nuca y delcachete; más tarde se abre con un hacha la mandíbula; se abrepara sacarle la lengua y se rebana, todavía caliente. Después sesirven los tacos. Pero el colmo, el bocado más sabroso, son lossesos; una delicia, sí, pero nada comparable con un taco de ojosque, al morderlos estallan.

Quiero decirte, Martha, que a esta altura de la conferencia laanfitriona se desmayó. Yo estaba en la abstracción total cuandome percaté de que me escuchaba con especial atención y se mequedaba viendo, hecho que atribuí a que la tenía absorta, arrobadacon mi elocuencia.

—¡Qué barbaridad, Andrés! ¿Y qué hiciste? ¿A qué lo atri-buiste?

—Por supuesto no me iba a quedar con la curiosidad, Martha,mucho menos con una de ese tamaño. Confieso que se habíaimpresionado a tal grado con mi charla que llegó a la conclusiónde que sólo los animales comían como en Juchitán: de ello dedujo,como corresponde a la verdad, que de esa forma lo hacía yo, y nopudo resistir la idea de que alguien devorara con tanta pasiónlos alimentos. Bueno, Martha, espero que hayas saboreado estedesayuno de mi tierra adorada. Cuando menos es singular; esmás, ahora recuerdo que hace algunos años, en Juchitán, cuandofuimos a pasar unos días, probaste de esos manjares.

—Andrés, te agradezco este recorrido mágico, que en ti nosorprende. Es la gran responsabilidad de un hombre de quiensólo se puede esperar lo único, lo grandioso.

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VIEJAS CANCIONES, COPLAS Y REFRANES

Un domingo, en una pausa de nuestra conversación, AndrésHenestrosa comenzó a susurrar viejas canciones, a musitar versos,a recitar coplas y refranes. Canciones de los tiempos en que yonací y que alguna vez oí, pero que tenía olvidadas. De pronto, sedetuvo en un verso que dice: ‘‘Una araña que teje en el viento’’.Andrés se detuvo un instante y me dijo: ‘‘Martha, ahora que estáde moda llamar a los libros con nombres de canciones o con elverso de una canción, ¿por qué no escribes un día un libro que sellame así: Una araña que teje en el viento?’’ No hice mayor aprecioa la sugerencia, porque me parecía remoto que yo pensarasiquiera en escribir un libro. Volvió Andrés a las canciones y derepente cantó el ‘‘Cielito lindo’’, y al llegar a la copla que dice: ‘‘Dedomingo a domingo te vengo a ver, / cuándo será domingo, cielitolindo, para volver’’, yo dije en voz alta: ‘‘Ese verso, ‘De domingoa domingo te vengo a ver’, reducido a ‘De domingo a domingo’,pudiera ser el título de la reconstrucción de estas pláticas, de estaslecturas, de estas coplas, versos, refranes y dichos que te oigo,Andrés’’. Ése es el origen del título de las conversaciones, De do-mingo a domingo que he tenido con Andrés Henestrosa, en losúltimos siete años.

Aquel día Andrés sólo recitó y cantó. Ya me había sorprendidocon su prodigiosa memoria; pero entonces tuve la evidencia deque realmente es asombrosa; que era un tesoro, un caudal, que sedesperdiciaba y era necesario que alguno lo aprovechara. Yo, medije, aprovecharé lo que pueda, en un intento por rehacer lasconversaciones que tengo con Andrés, no sólo los domingos, sinosiempre que lo encuentro.

Ese domingo que digo, recordó versos de José Zorrilla y losajenos que Zorrilla consignó en sus Memorias, cuando ya viejo yolvidado esperaba en Madrid la hora de su muerte. Versos, co-plas, letras de canciones no oídas en Veracruz, cuando llegó aMéxico, sino en la Ciudad de México, en donde por ese tiempo,1855-66, vivía dichoso de la vida. He aquí la letra del Jarabe:Voy a cantar el Jarabe / como se canta allá abajo; / por aquí tam-

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bién lo cantan, / pero les cuesta trabajo. / Para bailar el Jarabe, /para eso me pinto yo, / para rezar el rosario, / mi hermano el que semurió: / ése sí era santulario, / no pícaro como yo. / Éste es el jarabeloco, / que a los muertos resucita, / salen de la sepultura / moviendola cabecita...

Y por ahí, toda una mañana de domingo cantando, repitiendode memoria letras sólo de él o de muy pocos conocidas. Recuerdoque padeció mucho por habérsele olvidado un verso de una can-ción que se cantaba cuando yo nací: Acuérdate, acuérdate, acuérdate(creo que ése es su título): ‘Pero acuérdate, acuérdate, acuérdate queen un tiempo tu amante yo fui; / ven a mis brazos, morena, ven, /cuánto sufro yo / por tu amor mujer. / Porque tú eres el ángel queadoro yo / y te entriego mi fiel corazón. / Cuando el hombre toma suslicores, / es que sus amores / lo van a olvidar; / se derige con gransentimiento, / hacia la cantina se va a emborrachar. / Una araña queteje en el viento / me ha dicho que ansina le debo amar. / ¡Ay!, amémonoscomo los peces, / debajo del agua se saben amar.

Esa mañana hasta que no logró reconstruir el cuarto verso, noquedó conforme: Andrés, verdaderamente padece cuando algunacosa se le olvida.

Se acabaron los domingos. El libro, De domingo a domingo.Conversaciones con Andrés Henestrosa, ya tiene su punto final. Perolos domingos, ¿cuándo?, dije. Y Andrés, siempre oportuno, recor-dó: Dicen que me han de quitar los caminos por donde ando: / loscaminos quitarán; pero la querencia, ¿cuándo? Y ahora tendrá lasemana domingos, o tendré que convertir en domingos todos losdías de la semana, para fidelidad de la otra copla del Cielito lindo,que dice: De domingo a domingo / te vengo a ver, / ¿cuándo serádomingo, / cielito lindo, para volver? / Ay, ay, ay, ay, ay, / yo bienquisiera / que toda la semana, / cielito lindo, domingo fuera.

Bueno, y si un día me propusiera otra pequeña obra, se llamaríacomo él lo dijo en aquella ocasión, como no queriendo la cosa:‘‘Martha, haz un libro que se titule Una araña que teje en el viento’’.Pienso en la redacción de ese posible libro. Así, me digo, siemprehabrá un día domingo en la semana.

Tengo el título del futuro libro. Sólo falta el vino con quéllenar esa copa. ¿Será el propio Andrés Henestrosa quien me ayudea dar con el tema de esa futura obra en que ya estoy soñando? ¿Élquien sirva el vino?

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ANDRÉS ESCUDRIÑA PALABRA POR PALABRA

—Queridísimo Andrés, la vida me cambia cuando sé que vas avenir. Tu presencia reanima mi ímpetu. Es un verdadero privile-gio tener un amigo de la talla tuya: todo lo sabes y, como dices,lo que no conoces lo inventas, que al final tiene el mismo mérito,si no es que mayor, porque implica una gran imaginación. Cuántaspersonas quisieran, o mejor dicho, quisiéramos ser así; es decir,tener las infinitas cualidades tuyas.

Tomando en cuenta esa sabiduría, quisiera que me resolvierasmuchas dudas que asaltan mi mente; como estoy cierta de queconoces el idioma español como pocos, porque lo has estudiado,por tus millones de lecturas y porque hablas dos lenguas indíge-nas, lo que te otorga merecimientos adicionales. ¿Por qué se diceque está uno vestido ‘‘informalmente’’ cuando anda en ‘‘fachas’’, comose dice en mi tierra?

—Porque se deriva de la palabra inglesa informal.—¿Y a qué equivaldría en español?—A que andaba vestido al día.—¿Por qué al día?—Como se viste la mayoría de la gente todos los días; quiere

decir que no lo hace formalmente.—Sí, tienes razón. Por eso se acostumbra decir: ‘‘Estoy vestida

del diario’’, y te juro que me sonaba incorrecto. Ahora te dascuenta de por qué me gusta conversar contigo: además del granplacer que me brinda, aprendo nuestro hermoso idioma español,el cual, con tu apoyo, quiero hablar y escribir correctamente. Unsueño de esta norteña; pero ya vez lo que dice Passolini: ‘‘tanimportante es crear como soñar’’.

—La expresión precisa sería sin ningún aliño, simplementevestido del diario.

—Qué curioso: En cocina utilizamos con gran frecuencia lapalabra aliñar; es decir, poner los adornos, los elementos quehagan falta para que el platillo alcance su máxima perfecciónvisual, pues tú bien sabes que primero se come con los ojos quecon el estómago.

—Aliñar quiere decir depurar. ¿Te acuerdas que AntonioMachado aludía a su torpe aliño indumentario?

—Claro que sí.

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LA NUEVA MANZANA

—Andrés querido: platícame algo que sepas, que recuerdes o quese te ocurra acerca de la manzana, y que yo haya olvidado en ElBúho del domingo pasado; eso, si me leíste. ¿Quieres?

—Claro que te leí, Martha. Yo siempre te leo. Antes que nada,que a nadie, busco y leo tu colaboración: porque yo tengo empeñoy tengo interés en ver que progreses en tu carrera de periodista.Pintora ya lo eres. Cocinera, también.

—Dime, pues, corriendo, qué es lo que me puedes contar.Tengo ansias por oírte; ya sabes cómo soy.

—Bueno: lo primero que me gustó mucho fue tu artículo,que aparte de lo bien escrito, su buena y abundante informa-ción, alguna para mí totalmente desconocida y nueva; graciaspor eso. Después, las ocurrencias y las reflexiones personales acercade la manzana en la que eres autoridad, la más acabada botánica;no sólo, sino que, has llegado a crear, a inventar otra manzana,con nueva redondez, forma, perfume, sabor, poder nutricio. ¿Quémás quieres que te diga, Martha?

—Sí, Andrés; está bien todo eso y me halaga sobremanera; perotodavía no has dicho lo que olvidé, o no supe en el escrito deldomingo pasado. Apúrate, dime eso que te pido, y más, que tesuplico, te ruego.

—Martha, en algún lugar de El Búho de que hablamos, recuer-das que en Cuba, a la nuez, le llaman manzana. No sólo en Cuba;también en otros lugares la llaman igual. En mi pueblo —eseIxhuatán al que siempre tengo vueltos los ojos de mi cuerpo y losdel alma— le llaman a la nuez, manzana de Adán; allí se le quedótrabada, en castigo. En la mujer, los senos son manzanas: las man-zanas de Eva, primer alimento.

—¡Qué cosas sabes, Andrés! Sigue, no te detengas. Como an-sias. No pares. ¿Qué otras cosas sabes acerca de la manzana en tupueblo y en otros lugares de México?

—En primer lugar, Martha, no hubo manzanas en América,en México, desde luego. La manzana, al igual que otras frutas, latrajeron los españoles, siendo ése uno de los grandes bienes quenos hicieron. Alguna fruta india hay, sin embargo, que recuerda,que se asemeja a la manzana. Una es el tejocote, que por cierto en

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mi tierra llaman ‘‘manzanita’’. Otra pudiera ser el nance, nanche,nanchi, algo así como una minúscula manzana; su misma forma,olorosa, dulce, nutritiva. Nanchidulce y Nanchital, por cierto, sellaman dos pueblos de Veracruz, en el Istmo. Madurananchise llama a una lluvia repentina del mes de abril, porque propicia lamadurez del delicioso fruto. Con el nance, nanche, o nanchi, sejuega a pares o nones. ‘‘Parsenone’’, es el nombre de este juego enIxhuatán.

—Pero cuántas cosas sabes y recuerdas Andrés; de todo sabesmucho, y cuando no, algo, un poco. ¿Qué más, Andrés? Anda,habla. Inventa.

—Martha: la manzana tiene nombre en algunas de las lenguasindígenas; a otras pasó tal cual como la oyeron los indios. Lossacerdotes, los predicadores inventaron, crearon palabras paranombrar las cosas indígenas. En Oaxaca lo hizo de modo genialFray Juan de Córdova, el que más conoció el idioma zapoteco.Llamó a la manzana, una vez, tejocote de Castilla y, otra, frutanegra, maldita, inmunda.

—Andrés querido, ya estarás cansado. ¿Quieres que lo deje-mos hasta aquí?

—Martha, querida Martha, yo nunca me canso. Tú tampo-co; pero si quieres, como dice el corrido, ‘‘aquí la dejamos’’.

BALANCE DE UNA PROFUNDA AMISTAD

En estos días hará quince años de haber conocido a AndrésHenestrosa. Lo recuerdo muy bien, por las circunstancias en que loconocí. Andrés estaba muy enfermo; a pesar de ello tenía la fuerzapara visitar a un amigo suyo, el poeta Alí Chumacero, que agoniza-ba, ya desahuciado por sus médicos. Me impresionó que un agónicovisitara a otro agónico para procurarle algún consuelo. ¿Qué clasede hombre es éste —me preguntaba— para que, olvidando susmales, deje su cama y asista a un hospital? Quién sabe, pero así fue:Andrés Henestrosa ni un solo día dejó de visitar a su amigo ago-nizante.

No recuerdo bien a bien si en esos días volvía de su tierra o sise preparaba para volver a su pueblo a morir, igual que su padre,quien según me contó después murió al llegar: sólo para eso tuvo

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vida suficiente. Andrés, recordándolo, se negaba al viaje. ‘‘Mellevan a enterrarme’’, me decía. Pero al fin fue. El contacto con elsuelo en que nació le devolvió la vida. Por eso el mito según el cualpisar la tierra nativa da fuerzas. El cuento es que Andrés volvió, sano.

Después de estos años me pregunto cómo fue que nos hicimostan amigos. La respuesta es que me ha ayudado a comprender lavida a través de sus pláticas; también ha reafirmado mi vocaciónde escritora. Mil y una cosas he aprendido y mil y una cosas nopude captar en sus cabales términos. Sin embargo, quedaron enmí como un eco; algún día quiero completar el telar de desdichasque fueron su niñez, su adolescencia y sus vicisitudes para ser lo quees, lo que anhela ser...

Ha reforzado mis fuerzas en los padecimientos, siempre enespera de lo que sabemos: tras de la tormenta viene la calma. Meleyó nuevos libros, sugirió títulos, temas para trabajar; enten-dí que un hombre no es de ninguna parte si no conoce lahistoria de su tierra.

Vuelvo mis ojos a aquellos tiempos en que era el proyecto de loque soy. Muchas cosas han pasado; otras están por suceder: crecí,consolidé, multipliqué mis pasiones espirituales; renové mi jura-mento al amor y la promesa a mi pueblo de servirlo, de entregarmetoda, sin reserva alguna. Eso también se lo aprendí, ya que Andréses un mexicano atento a la suerte de su tierra, de su patria. Él,Andrés, me ha enseñado a insistir, a persistir, a perseverar, porquele he oído decir que sólo el que persiste gana la orilla opuesta, lagloria.

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ÍNDICE

7 Presentación1 1 Prólogo1 7 Cómo conocí a Andrés Henestrosa. Primera parte1 8 Cómo conocí a Andrés Henestrosa. Segunda parte2 1 Cómo conocí a Andrés Henestrosa. Tercera parte2 3 Cómo conocí a Andrés Henestrosa. Cuarta parte2 5 La melancolía2 9 Puerto Rico3 0 Premio Alfonso Reyes3 4 Genio biológico3 6 Las mujeres3 9 La biblioteca de Tlacochahuaya4 0 Al fin, mujer. Antonieta Rivas Mercado4 3 Las flores4 5 El género biográfico4 7 La muerte de Germán de Campo5 0 Experiencias con José Vasconcelos. Primera parte5 2 Experiencias con José Vasconcelos. Segunda parte5 4 Experiencias con José Vasconcelos. Tercera parte6 0 Experiencias con José Vasconcelos. Cuarta parte6 4 Las grandes pasiones de José Vasconcelos6 7 Andrés, hombre de talentos7 3 Olga Costa7 6 El mercado de Juchitán8 0 Las juchitecas8 2 El eco, el eco, el eco8 6 La política. Primera parte8 9 La política. Segunda parte9 6 La política. Tercera parte9 8 Luz y sombra

1 0 1 Fin de año1 0 4 Chiapas1 1 1 El universo en un plato de frijoles1 1 6 Los hombres que dispersó la danza1 1 8 Las rebeliones indígenas. Primera parte

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1 2 1 Las rebeliones indígenas. Segunda parte1 2 4 La Casa de los Azulejos1 2 7 El Nacional1 3 4 Olga y Rufino Tamayo. Primera parte1 4 0 Olga y Rufino Tamayo. Segunda parte1 4 4 El amor honra a quien ama1 4 7 Un asesinato imperdonable1 5 5 El arte, siempre el arte1 5 8 Las dedicatorias1 6 1 Los consejos1 6 4 El desayuno juchiteco1 6 8 Viejas canciones, coplas y refranes1 7 1 Andrés escudriña palabra por palabra1 7 2 La nueva manzana1 7 3 Balance de una profunda amistad

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