DBV14 Etnohistoria
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López
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ETNOHISTORIA Y OCUPACIONES EN LA VERTIENTE OCCIDENTAL DE LA SERRANÍA DE PERIJÁ
Luis Francisco López
RESUMEN
La causa del actual deterioro ecológico en los territorios de la serranía de Perijá, bajo la infl uencia de la etnia yukpa, no debe atribuirse exclusivamente al sistema de tala y quema practicado sino más bien, a la crisis de un modelo de verticalidad que implica el aprovechamiento e intercambio de recursos naturales a o largo del gradiente altitudinal como sucedía en épocas prehispánicas entre el valle del río Cesar (el río Opompotao de los tupe) y la vertiente W de la serranía. El patrón ancestral de los actuales yukpa que habitan la Serranía de Perijá, corresponde con los grupos “itoto” que aparecen citados en las crónicas de los siglos XVI y XVII y en varios documentos del archivo General de la Nación. Las ocupaciones sobre las cotas altas de la Serranía de Perijá, se formalizan y acentúan con el desplazamiento y las presiones a que se ven sometidos los itoto (ancestro yuko) por parte de conquistadores y colonos desde el siglo XVI. Es un fenómeno con un incremento signifi cativo entre fi nales del XVII y todo el siglo XVIII. De acuerdo con nuestra reconstrucción etnohistórica es probable que entre ± 1530-1748 d.C., mientras el Desplazamiento(DF) era elevadísimo, el Aprovechamientose ajustaba a la Fluctuación Climática (FC) (épocas frías: bajo aprovechamiento; épocas cálidas: mejor aprovechamiento); lo cual podría atribuirse al nivel de dependencia de misioneros y encomenderos con relación a los recursos, tecnologías y mano de obra indígena durante las etapas secas. Esta situación habría operado de manera distinta en tiempos prehispánicos, pues entre ± 1000-
(1530), cuando el sistema de verticalidad era más fl uido, el Aprovechamiento resultaba muy destacable gracias a las formas de interacción, sin importar que dominaran condiciones frías-secas. Cuando se analizan las dos fases de manera integrada (± 1000-1748 d.C.), se observa que en el caso de las Ocupaciones (OC), el patrón ancestral yuko tiende a permanecer sobre las cotas medias de la serranía (región subandina o mbh-ST: bosque húmedo subtropical); que en otros términos, equivale a una considerable resistencia al desplazamiento y la reducción por encima o debajo de esa zona de vida. El periodo de la Independencia constituyó una etapa crítica para los habitantes de Perijá, con mucho repliegue hacia las cotas altas y bajos índices de Aprovechamiento. A fi nales siglo XIX (± 1850-1895), con el advenimiento de una época cálida-húmeda (con signifi cativos niveles pluviométricos), expropiaciones de territorios indígenas y apertura de vías comerciales, las formas de “Explotación” superarán la oferta natural hasta ir reduciendo la capacidad de Aprovechamiento, y desde entonces, los ecosistemas entran en etapa de amenazas. Desde la segunda mitad del siglo XX las circunstancias de orden político, económico y social, incluida la creación de reservas indígenas y el confl icto armado, han venido reduciendo el área de aprovechamiento yuko provocando respuestas en dos sentidos: el deterioro del ecosistema mediante la tala indiscriminada de bosques y, la articulación de los indígenas al mercado laboral a través de su contacto con los “blancos”; lo cual expone valores ancestrales a procesos de aculturación
Etnohistoria y ocupaciones de la Serranía de Perijá
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ABSTRACT
The reason of the current ecological degradation of the territories of the massif of Perijá under the infl uence of the etnia yukpa, must not be assume to be due to the system of slash and burning practiced exclusively, but rather to the crisis of a model of uprightness which implies the utilization and exchange of natural resources along the topographic gradient as it happened in pre-Hispanic epochs between the valley of Rio Cesar (the river Opompotao of the tupe) and the W slope of the Serrania. The ancient model of the current yukpa that inhabits in the Serrania of Perijá, correspond with the “itoto” groups, which are mentioned in the XVI and XVII century chronicles and also in several documents of the General Archieves of Colombia. The occupations on the high belts of the massif of Perijá are formalized and accentuated by the displacement and the pressures to which the “itoto” (ancestor yuko) were submitted by the conquerors and farmers since the 16th century. It is a phenomenon with a signifi cant increase between ends of the XVII and all the XVIII century. In accordance with our etnohistoric reconstruction it is probable that between ± 1530-1748 A.D., while the Displacement (DF) was very high, the Utilization was adjusting to the Climatic Fluctuation (FC) (cold epochs: low utilization; hot epochs: best utilization); which could be assume to be due to the level of dependence of missionaries and agents to the resources, technologies and indigenous manpower during the dry stages. This situation would have operated in a different way in pre-Hispanic times, so between± 1000-(1530), when the system of uprightness was more fl uid, the Utilization was turning out to be very prominent, due to the forms of interaction, without taking into account the dominant cold - dry conditions. When both phases are analyzed in an integrated way (± 1000-1748 A.D.), it is identifi ed that in the case of the Occupations (OC), the ancient yuko
model tends to remain on the middle belts of the Serrania (subandean region or mbh-ST: humid subtropical forest); that in other terms, is equivalent to a considerable resistance to the displacement and the reduction above or under this zone of life. The period of Independence constituted a critical stage for the inhabitants of Perijá, with very much crease towards the high belts and low index of Utilization. By the end of the 19th century (± 1850-1895), with the advent of a hot but- humid epoch (with signifi cant rainy levels), expropriations of indigenous territories and opening of commercial routes, the forms of “Exploitation” will overcome the natural offer up to reducing the capacity of Utilization, and since then, the ecosystems enter under threat. From the second half of the 20th century the political, economic and social circumstances, included the creation of indigenous reserves and the armed confl ict, have reduced the area of utilization yuko causing impacts in two ways: the deterioration of the ecosystem by means of the indiscriminate logging and, the incorporation of the indigenous to the labor market through their contact with the “white people”, “whites farvers”; which exposes their ancient values to processes of acculturation.
INTRODUCCIÓN
El desarrollo de este trabajo responde a la necesidad de hacer aproximaciones etnohis-tóricas que sirvan de complemento a los es-tudios de zonifi cación y caracterización del componente biótico, social y económico en el área de infl uencia delimitada en los páramos de la Serranía de Perijá, y en el marco de la preparación de un Plan de Manejo Ambiental para esta reserva ecológica sometida a ni-veles de riesgo. El objetivo señalado por el macroproyecto, consistía en adelantar una investigación en torno a la antigüedad de las ocupaciones indígenas yuko sobre la vertiente occidental de la sierra; estando seguros de que la información resultante, ayudaría a medir el
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impacto que estas comunidades tienen sobre el entorno paisajístico. Y en efecto, los datos puntuales que reposan en fuentes primarias de los siglos XVI y XVII, así como eventuales registros arqueológicos e historiográfi cos, permiten superar imprecisiones teóricas que lastimosamente, han reducido nuestra com-prensión de los fenómenos culturales ligados a esta problemática ambientalista. Proponemos aquí un enfoque diferente que surge de la re-visión crítica de textos antiguos, y que nos permitió analizar la complejidad de unos eventos históricos que sin duda alguna, fue-ron determinantes para la confi guración de los ecosistemas en esta parte del territorio colom-biano. En lo referente a la identifi cación del ancestro yuko, se discute el valor de hipótesis formuladas hace más de cinco décadas para sugerir una alternativa que, deseamos poner al margen de representaciones etnocéntricas y homogeneizantes.
MATERIALES Y MÉTODOS
Esta aproximación etnohistórica a las áreas de ocupación yuko-yukpa en la Serranía de Perijá, tuvo desarrollo a partir de la implemen-tación de un método que integra fuentes de carácter archivístico con información arqueo-lógica y registros etnográfi cos. La expectativa era obtener esencialmente, una mayor com-prensión de los fenómenos sociales involucra-dos con el aprovechamiento, transformación y conservación del entorno natural, es decir, que al hacer un seguimiento de los procesos migratorios, las cosmovisiones y las formas de ocupación por parte de grupos indígenas, colonos y terratenientes en los últimos siglos, se comprendiese mejor el impacto que todo esto comenzó a ejercer, y ejerce, sobre los ecosistemas. El modelo de análisis que pueda surgir de estos resultados busca fi nalmente, medir la intensidad de una correlación entre las variables Ocupación y Aprovechamientoa nivel intensivo y extensivo, históricamen-te condicionada por tres factores esenciales: Fluctuación Climática, Sistema Cultural y Sistema Cultural y Sistema Cultural
Desplazamiento Forzado. La viabilidad teó-rica que permite señalar la tendencia hacia un equilibrio primario entre naturaleza y cultura, tiene apoyo en la tesis de Luhmann (1998) en lo que corresponde a sistemas autorreferen-ciales donde la función básica, sería reducir la complejidad a través de relaciones intrín-secas que refuerzan su diferenciación con procesos externos. Sistema y entorno pueden existir de manera separada, pero, mantendrán invariablemente una estrecha relación: “La dimensión objetiva, la dimensión temporal y la dimensión social no pueden aparecer ais-ladas; se encuentran bajo coacción de combi-nación; pueden analizarse por separado, pero en cualquier sentido real aparecen aunadas”. Sin embargo, la ruptura de este principio, que Gligo & Moreno (1980) interpretan como “ar-tifi cialización” del entorno natural facilitada por aprehensiones cognoscitivas, está riguro-samente ligada a la expropiación de la tierra: los antepasados de los yuko, que seguramente disputaban con los chimila el acceso a varia-dos recursos de la llanura aluvial desde mu-cho antes del arribo de los europeos, se vieron desplazados y reducidos a las encomiendas a fi nales del siglo XVI; algo a lo que opusieron notoria resistencia pese a que, la Serranía de Perijá no ha sido exactamente una zona des-tacable en calidad de suelos para fi nes agrí-colas (Jaramillo, 1993). Aquí, bajo presión de formas tradicionales de subsistencia, y quizá por motivos cosmogónicos y religiosos (ex-plicación del mundo a través de los mitos, ceremonias y lugares sagrados), el Sistema cultural parecería estar en fi rme oposición al cultural parecería estar en fi rme oposición al culturaldesplazamiento, obviamente, pero también a estrategias de aprovechamiento ligadas a la agricultura intensiva en el Valle de Upar.
De esta forma, el análisis segmentado pierde su anterior dominio hasta convertirse en la materia prima de lo que necesariamente, ha-brá de conducirnos a una visión integral de cualquier tipo de fenómeno, en este caso, la movilidad espacial y temporal de las ocupa-ciones yuko en la serranía. Como se ha seña-
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lado en otras ocasiones (López e Izquierdo, 2005), dicho enfoque se fundamenta en una matriz sincrónico-diacrónica en la cual, bajo criterios específi cos que son responsabilidad del investigador, lo que es considerado “si-multáneo” con relación a unos acontecimien-tos, unas territorialidades y unos ecosistemas, se entrecruza con el eje perpendicular que de-fi nen las sucesivas transiciones de unos nive-les históricos a otros en el marco temporal:
Aquí cabe señalar que procesos de trans-formación como mecanismo de apropia-ción y de exclusión, se inician muy tem-prano en la Conquista, que se consolida con el otorgamiento de mando sobre los territorios descubiertos y de inmensas mercedes de tierras para los conquista-dores, además de monopolios para la ex-plotación de determinados recursos. Este procedimiento continuará a lo largo de la historia, con las concesiones a los colo-nos y, luego de la Independencia, con el otorgamiento de baldíos en pago de servi-cios de guerra o de préstamos otorgados al Estado (Márquez, 2001).
Con el fi n de hacer aclaraciones en torno a los grupos étnicos que habitaban la región (inclui-do el valle del río Cesar) desde los primeros años de la Conquista, se contrastó la biblio-grafía existente sobre el tema con información consignada en documentos de los siglos XVI al XIX. Para sugerir alguna conexión genea-lógica entre dichos grupos y las poblaciones actuales, se recurrió al uso de la categoría: Patrón ancestral, que, integrando la noción de “ancestro” con la de “patrón racial” tan afín a la práctica forense (Rodríguez, 2004), ayudó a establecer correlaciones con datos bioantropológicos al tiempo que, se recono-cía la complejidad de una problemática histó-rica donde las identidades étnicas no pueden distinguirse con exactitud. Este proceder fue indispensable para llegar a una propuesta en torno a la identifi cación del ancestro yuko, y poder así, llevar a cabo un seguimiento archi-
vístico e historiográfi co de las ocupaciones en Perijá. La consulta de los fondos Caciques e Indios, Milicias y Marina, Miscelánea y Mapoteca de la sección Colonia, y del fondo Indios de la sección República del Archivo General de la Nación (AGN), hizo énfasis en los señalamientos que los escribanos y otros funcionarios reales hicieron acerca de poblaciones reducidas, etnónimos, confl ictos internos, topónimos, condiciones ambientales y presencia de especies de fl ora y fauna en ambas vertientes de la serranía, información que, también fue contrastada con los escasos informes arqueológicos elaborados en el ám-bito colombo-venezolano y, algunos registros que nos brinda la etnografía con relación a la problemática “motilona”.
Las descripciones de sitios y áreas que antropó-logos y otros investigadores retoman de varias fuentes etnohistóricas, permiten así mismo, de-fi nir un posicionamiento geográfi co que no era sólo recurso del proyecto de zonifi cación, sino que constituyó un elemento vital al momento de sugerir localizaciones más probables de los grupos indígenas en la Gobernación de Santa Marta durante el siglo XVI. En la identifi cación de áreas señaladas por esas fuentes, resultaron bastante útiles los soportes cartográfi cos del IGAC (2003) e Ingeominas (Arias & Morales, 1999), así como también, los registros sateli-tales y georreferencias on line del software on line del software on lineGlobal Glazetteer 2.1 (Falling Rain Genomics, 1996-2006). Un enfoque similar podría ser in-tegrado a reconstrucciones paleoecológicas de contextos coloniales y republicanos, defi nidos a partir del microanálisis de niveles superiores en los perfi les palinológicos: “No debemos de-tenernos en la recreación de un paisaje antiguo o prehistórico real, sino en la síntesis histórica de las múltiples realidades sincrónicas y dia-crónicas” (López Sáez et al., 2003). Algunas evidencias por ejemplo, señalan una mayor extensión de la cobertura boscosa en el piede-monte W de la Serranía de Perijá a fi nales del siglo XVI: época que coincide con un relativo control de esas áreas por parte de los indíge-
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nas tupe (De Orozco, /1578/1983). Lo que en términos de objetividad clásica es asimilado como una paradoja consumista que, supone la irreductible y mutua absorción (como la fi gu-ra de la serpiente que devora su propia cola)entre ocupación y aprovechamiento de los recursos naturales, podría interpretarse como consecuencia del proceso regulativo que sobre estas acciones, ejercen la fl uctuación climática y el sistema cultural mientras no se dispare la ruptura generada por el Desplazamiento forza-do, el cual, desde nuestra perspectiva, no sólo contempla las presiones de orden político y militar, sino también, los efectos causados por fenómenos naturales más impredecibles o de bajo control como inundaciones, erupciones o avalanchas en todo el panorama histórico.
CONSIDERACIONES TEÓRICAS
El uso de la palabra “motilón” como un gené-rico que hace referencia a todos los grupos in-dígenas que han ocupado la Serranía de Perijá: yuko de la vertiente Occidental (Departamento del Cesar) y barí (kunaguasaya mapé y do-bokubí) de la hoya del río Catatumbo (Norte de Santander) y Suroccidental del Estado de Zulia (Venezuela), es discutible a partir de los comentarios hechos por Meléndez (1982) en el sentido de un “origen múltiple” de las pobla-ciones cobijadas bajo aquel término, las cuales, en medio de variadas situaciones de ocupación, exterminio o desplazamiento, remiten al uso de dos categorías que pueden tener relevancia etnohistórica: “motilones originales” y “motilo-nes asimilados” (ibid.). Con todo, ha sido per-ibid.). Con todo, ha sido per-ibidceptible en nuestra investigación archivística que el uso de este vocablo parece generalizarse en la segunda mitad del siglo XVIII y, coinci-dir con el fortalecimiento de las arremetidas del patrón ancestral barí contra los intereses de co-lonos y comerciantes sobre rutas que, buscaban conectar el Occidente de Maracaibo y el valle de Cúcuta con la bahía de Santa Marta y el va-lle del río Magdalena, pues, no es fácil hallar mención alguna de la palabra “motilón” entre los siglos XVI y XVII, mucho menos en lo que
corresponde al Valle de Upar, donde los testi-monios de la época aluden a: “(...) cabello de la cabeza trasquilado”, “orejones” o “coronados” para describir a los grupos de las tierras bajas (chimila, tupe y guanao) y no a los habitantes de la sierra de Perijá (tupe e itoto) (De Orozco, /1578/1983; De la Rosa, /1742/1975; Reichel-D., 1951); aunque es factible percibir una difu-sión de este término desde el SW del lago de Maracaibo hacia el actual Departamento de Norte de Santander, debido a que hacia 1626, Fray Pedro Simón (/1626/1981) ya se refi ere a los “(...) Motilones, gente belicosa, en la cu-lata de la laguna de Maracaibo, a la boca del río Zulia, que hoy están sin conquistar”. Así, la leyenda de tiempos de la Colonia que atri-buye el origen de esta designación (“motilón” = cabello corto) a la obra de un misionero in-teresado en frenar el impacto de una epidemia de viruela en “las serranías de Ocaña” (De la Rosa, /1742/1975), no goza de mucho respaldo histórico (De Alcácer, 1962). Según Reichel-D. (1945), quien ocasionalmente llama “motilo-nes” a los yuko: “La depilación es característica de muchas tribus karib en todo el continente”.
El peso de la información archivística e histo-riográfi ca deja en claro que originalmente, la palabra “motilón” fue usada con exclusividad para distinguir al patrón ancestral barí, y que más tarde, posiblemente a fi nales del siglo XIX, fue transformada en un genérico que incluyó a grupos de distinto origen mediante un rasgo cultural compartido (depilarse). Para entonces, los yuko aparecían cada vez más desplazados hacia las partes altas de la región; panorama confuso al que Isaacs (/1884/1951) intentaba darle sentido: “(...) es de suponer que hay di-ferencias notables de origen e idioma entre la tribu de los motilones que habita territorio de Venezuela [yukpa o barí kunaguasaya doboku-bí?], y la que tiene el mismo nombre entre no-sotros [yuko o barí kunaguasaya mapé?], muy temible desde 1846 en el Valle Dupar”. La clasifi cación entre “Motilones bravos” (barí) y “Motilones mansos” (yuko) (Jaramillo, 1987), es sólo consecuencia de los discursos impues-
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tos por nuevas formas de representación social, tal como sostiene la perspectiva teórica defen-dida por Abric (/1994/2001): “Plantearemos que a priori no existe realidad objetiva, pero a priori no existe realidad objetiva, pero a priorique toda realidad es representada, apropiada por el individuo o el grupo y reconstruida en su sistema cognitivo, integrada en su sistema de valores que depende de su historia y del con-texto social e ideológico que le circunda”.
Teniendo en cuenta lo anterior, es necesario especifi car otro aspecto nocivo para el análisis arqueológico y etnohistórico de esta temática: el uso también generalizado de la palabra “ca-ribe” para designar a todos los grupos indíge-nas de la serranía de acuerdo con rasgos cul-turales que hasta hace poco, se consideraban exclusivos de las sociedades pertenecientes a esa fi liación lingüística, tales como la práctica de la antropofagia, una exaltada belicosidad, ocupaciones concentradas en las zonas bajas, depilación y uso de pintura corporal, talla de huesos humanos para instrumentos rituales, etc., pues, de acuerdo a consideraciones de orden semántico y morfológico que se afi an-zan a partir del redescubrimiento en 1947 del Vocabulario de algunas voces de la lengua de los indios motilones, publicado por el mi-sionero Francisco de Cartarroya en 1738, ha quedado clara la vinculación de los actuales barí (kunaguasaya mapé y dobokubí) con el tronco lingüístico macro-chibcha de amplia difusión en el área intermedia del continente americano (De Alcácer, 1962; Fabre, 2005); mientras que, los actuales yuko de la vertiente Occidental, distribuidos entre las comunidades de Manaure, Susa, Tukushmo, Iroka, Sokarpa, Maraka, Sokomba y Curumaní, así como las parcialidades yukpa (yup´ka?), Irapa, Ovavre, Shahparu, Pariri, Wahana, Aatapshi, Makoa y Yanshitok, relacionados por la etnohistoria ve-nezolana con los “chaque” “macoaes” y “sa-briles” de los siglos XVI y XVII que habitaron las cuencas de los ríos Negro, Apón, Palmar, Socuy y Guasare; no sólo están emparentados cultural y genealógicamente, sino que desde el punto de visto lingüístico es notoria su fi lia-
ción con el tronco macro-caribe (Durbin, 1977; Oquendo, 1994; Fabre, 2005), donde la estruc-tura de los morfemas tiende a que prevalezca el uso de prefi jos como /yu/, /ko/, /ka/ y de algunas desinencias como /ey/ o /ay/. En otro sentido, la partícula /gua/ tiende a distinguir en la ma-yoría de los casos el componente macro-chib-cha (Fabre, 2005); las palabras “Guatapurí”, “Kunaguasaya” o “Guanao”, identifi cables en la zona de estudio, podrían constituir un buen ejemplo.
Aún así, el panorama etnohistórico que ofrecen las ocupaciones en el valle del río Cesar y los cerros orientales (Perijá), es bastante comple-jo si se advierte la conjunción de tradiciones culturales desde la perspectiva arqueológica y lingüística. Reichel-D. (1960), basado en la presencia de los nombres tribales “Opone” y “Carare” en una lista de indígenas tupe del Valle de Upar (1588), supone una dispersión reciente de estos grupos hacia el curso medio del río Magdalena por toda la cuenca del Cesar. El mismo término con el que según el gober-nador De Orozco (/1578/1983), designaban los indígenas al río Cesar a fi nales del siglo XVI: “Opompotao” (“Señor de todos los ríos”), pa-recería ratifi car esta observación, aparte de su-gerir una presencia más destacable del patrón ancestral caribe sobre la llanura; estrategia de ocupación y aprovechamiento que cambiaría sustancialmente con el auge de las encomien-das y la reducción acentuada de estos grupos indígenas durante el siglo XVII:
La vertiente Oriental de la Sierra de Perijá y las hoyas de los grandes ríos parecen formar una zona de refugio donde, a través de los siglos, quedaron arrinconadas va-rias pequeñas etnias, algunas remanentes de pueblos conquistados, otras de pueblos conquistadores o aún de fugitivos margina-dos. Sería de suponer que los Yuko-Chaké [yuko-yukpa] constituyen un estrato rela-tivamente reciente que se extendió aún en el siglo XVI sobre una buena parte de las tierras bajas del río Cesar y grupos de los
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cuales penetraron por el río Magdalena hacia el sur (Reichel-D. 1960).hacia el sur (Reichel-D. 1960).hacia el sur
De esa manera, el proceso histórico desenca-denado en la región, nunca ajeno a los condi-cionamientos de orden político, económico e intercultural; produjo transformaciones suce-sivas en torno al concepto de las identidades étnicas, y sólo, al ganar vigencia la investiga-ción etnográfi ca a comienzos del siglo XX, surge la posibilidad de comprender a estos grupos sobre la base de encontrar elementos de análisis que explicados por los mismos in-dígenas, ayudaran a dilucidar todo aquello que por razones etnocéntricas, estuvo fuera del al-cance de los cronistas en el siglo XVI con re-lación a la diversidad cultural inherente a las ocupaciones en la serranía. Aún así, como una muestra de que la confi guración de represen-taciones a nivel histórico no exime al trabajo científi co, están las investigaciones de terre-no efectuadas por antropólogos como Alfred Jahn, Reichel-Dolmatoff y Rivet Armellada, que recurriendo a califi cativos suministrados por los yuko, identifi can de manera indirec-ta a los barí con el vocablo: “kunaguasaya” (“gente del agua”), que ya hemos citado arri-ba (Jaramillo, 1993). Poco después, el mismo Reichel-D. (1960) subdivide este nuevo gené-rico en dos grupos: “Occidental” (Oriental?) Dobokubí (en Venezuela), y, “Oriental” (Occidental?) Mapé (en Colombia); denomi-naciones estas que de todas formas, aparecen ligadas al paradigma “Motilón”, pues no reco-nocen de forma directa a los yuko como etnia distintiva de la sierra de Perijá.
Fue Johannes Wilbert (1974) quien utilizó acer-tadamente las palabras “barí” y “yukpa” para discriminar a los dos grupos étnicos (Jaramillo, 1993), y de paso, generar la ruptura de un dis-curso hegemónico de cuatro siglos que ahora se enfrentaba a la recopilación de textos orales sobre cosmogonía local. El término “yuko”, “yukpa”, “yupka” o “yikpa”, es atribuido por Carriage (1979) a la articulación del prefi jo /yi/ (que alude a las diferentes partes del cuerpo)
con el morfema /ki/ (“varón”) y el sufi jo /pa/ (algo de carácter humano), para signifi car “gen-te”; mientras que Reichel-D. (1945), identifi ca la raíz /yu/ o /yo/ (de la palabra /yoba/ que sig-nifi ca “monte” en asocio con la partícula /ko/ (surgida de la palabra /koto/ o “gente”, es decir: “gente del monte”). Desde esta perspectiva et-nográfi ca, y revisando la periodización sugeri-da por De Alcácer (1962) en torno a las ocu-paciones “motilonas” en la Serranía de Perijá, es factible distinguir un proceso etnohistórico regional teniendo en cuenta la información de archivo y las demás fuentes estudiadas.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
La Serranía de Perijá, constituye el ramal con que se extingue la cordillera de las Andes en la parte norte del país. Dando paso a un siste-ma independiente como es la Sierra Nevada de Santa Marta, ubicada al Noroccidental de la re-gión (Departamento del Magdalena), se viene a defi nir una llanura o valle fértil donde la cuenca del río Cesar y sus afl uentes permite hacer re-ferencia a dos segmentos territoriales en el pa-norama etnohistórico: la margen izquierda que delimita con el extremo meridional de la sie-rra y, el costado derecho que se extiende hasta las estribaciones de la vertiente Occidental de Perijá. Desde el sur, donde esta última recibe el nombre de Serranía de los Motilones, comien-za a ser generada la frontera colombo-venezo-lana mediante un eje constituido por los depar-tamentos de Norte de Santander, Cesar y La Guajira. Con alturas máximas que oscilan entre los 2500 y 3300 m.s.n.m., la serranía conforma un relieve muy quebrado defi nido en su mayor parte por rocas sedimentarias que cubren depó-sitos ígneos y metamórfi cos (fi litas, cuarcitas y andesitas diabásicas) cuyo origen, se remon-ta al Triásico-Jurásico y Cambro-Ordovícico respectivamente (Arias & Morales, 1999). En medio de una topografía caracterizada por te-rrenos muy inclinados que dan lugar a suelos erosionados, defi cientes y pedregosos, des-taca la presencia de algunos aterrazamientos ribereños que han condicionado la demanda
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productiva de los yuko mediante el desarrollo ancestral de una agricultura que, siendo com-plemento de un modo de subsistencia basado en la caza, la pesca y la recolección, dependía originalmente del aprovechamiento rotativo de berbechos mediante prácticas de tala y quema efectuadas sobre casi toda la vertiente occiden-tal de la serranía, entre los 0 y 1000 m.s.n.m. (bs-T: bosque seco tropical) y, los 900 y 2300 metros aproximadamente (bh-ST: bosque hú-medo subtropical) (Jaramillo, 1993).
El moderno deterioro de la cobertura bosco-sa, sometida también a variaciones generadas por los cambios climáticos en el panorama histórico, debe ser atribuido esencialmente a la ruptura que las presiones territoriales de conquistadores, empresarios, colonos y polí-ticos causaron a la integración del sistema de aprovechamiento (rotativo) con ocupaciones que al parecer, durante la Conquista, y aún en tiempos de la Colonia, no tendían a concen-trarse más allá de los 1500 metros de altitud en ambas vertientes de la sierra, que en el ve-cino país, se extiende por todo el Estado de Zulia para luego descender hasta la llanura del Golfo de Maracaibo; mientras al Norte, donde las cotas altitudinales son menos ele-vadas, se facilita el paso entre las cuencas de los ríos Guasare y Palmar y la península de La Guajira. Desde allí, es posible acceder al valle del río Cesar estableciendo una ruta que seguramente fue aprovechada por antiguos oleadas migratorias, y según parece, por los mismos conquistadores europeos en el siglo XVI; pues la incursión de Ambrosio Alfi nger desde Coro (Venezuela) “atravesando” la serranía, hasta su llegada al Valle de Upar por la zona de los ríos Badillo, Guatapurí y Garupal para luego acceder a territorio de los pacabuy (malibú?) en las inmediaciones de la ciénaga de Zapatosa (sur del Departamento), indica que su itinerario tuvo lugar en senti-do Norte-Sur (Reichel-D., 1951). Con todo, el clima de la región varía según el contexto altitudinal y longitudinal: mientras en el Sur prevalecen las condiciones húmedas, afi rma
Jaramillo (1993), las condiciones secas son dominantes tanto en el sector Norte como en las partes altas, haciendo de las llanuras alu-viales que se forman desde las estribaciones de Perijá, áreas extensas y fértiles con amplia oferta agrícola y pesquera.
Los antecedentes de los grupos indígenas que habitaban la región durante el siglo XVI, se ha-llan fi rmemente ligados a la dispersión de los troncos lingüísticos Macro-Chibcha y Macro-Caribe en el ámbito sudamericano. El problema antropológico ha dado lugar a distintas hipótesis sobre el origen, las rutas y la antigüedad de estas corrientes migratorias que de acuerdo a varios autores, se remontaría a ± 2500 a.C. cuando grupos de tradición chibcha incursionaron (si-gueron incursionando?) desde las zonas bajas del litoral atlántico hasta los valles interandinos por toda la cuenca del río Cesar (Meneses & Gordones, 2003) (fi gura 36). Dicha actividad migratoria habría de corresponder a la última fase de un período caracterizado por el ascenso notorio de la temperatura a escala global, don-de los altos índices pluviométricos, y el domi-nio de la cobertura boscosa al W de la sierra de Perijá, dieron paso a interludios secos que en el Bajo Magdalena han sido datados entre 4100-3800 A.P. (2150-1850 a.C.) y 2600-2000 A.P. (650-50 a.C.) (Van der Hammen, 1992), y en los cuales, debe inscribirse el desarrollo de un sistema agrícola incipiente que a escala re-gional, y de acuerdo con las investigaciones de los esposos Reichel-Dolmatoff, se basaba en el cultivo de tubérculos, la recolección de molus-cos y la caza menor en fechas que se remontan a tres mil años antes de Cristo en yacimientos como Puerto Hormiga y Monsú-Bolívar prin-cipalmente (Groot, 1987); los cuales remiten a entornos paleoecológicos:
(...) no por completo cubiertos de selva en ese entonces, por diferencias con el clima actual; predominaban allí las sabanas que luego se cubrirían en gran parte con bosques secos, alternadas con comple-jos de humedales asociados a las plani-
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cies inundables de los grandes ríos que descienden de los Andes, en especial el Magdalena- Cauca- San Jorge y el Sinú. La abundancia de recursos de caza, pes-ca y vegetales permitía la subsistencia de grupos nómadas. Luego se desarrollarán notables adaptaciones que aprovechan la oferta natural de los complejos ecosisté-micos regionales (Márquez, 2001).
Curiosamente, y más allá de creer que el uso de sistemas hidráulicos es propio de la Depresión Momposina, con un área aproximada de 500.000 ha destinadas al control y manejo de las inundaciones periódicas entre los siglos IX a.C. y X d.C., la presencia de este tipo de tecnologías en el área intermedia (norte de Sudamérica) ha sido mencionada desde los lla-nos de Barinas en Venezuela hasta el delta del río Guayas (Ecuador) (Plazas et al., 1993), lo cual denota efectivamente, no sólo el impacto cultural de ocupaciones tempranas sino tam-bién, de presiones climáticas que obligaron a generar respuestas adaptativas conducentes al desarrollo de formas de subsistencia y aprove-chamiento de recursos naturales, en los secto-res del valle del río Cesar y la Serranía de Perijá (Meggers, 1995). Apoyándose en los textos de los cronistas españoles del siglo XVI, Reichel-D. (1951) plantea una relación entre “(...) la tribu de los coronados [guanao?, chimila?]”, el valle aluvial y estructuras para el manejo y conducción de aguas: un indicio que requiere ser explorado arqueológicamente siendo clara la asociación geográfi ca de esos emplazamien-tos con la zona de estudio: “En esta región entre la Sierra Nevada [de Santa Marta] y la Cordillera Oriental [Serranía de Perijá] en-contró Alonso de Lugo en 1540 la tribu de los coronados, quienes cultivaban sus tierras por medio de irrigación artifi cial con zanjas”. No obstante, lo que Reichel-Dolmatoff interpreta como remanentes prehispánicos, en el contex-to discursivo que refl eja la lectura de la fuen-te original: las Elegías de varones ilustres de Indias (De Castellanos, /1589-1601/1997), el cronista parece describir realmente un sistema
de “Acequias, de que tenían uso los vecinos [colonos españoles]” en años posteriores a la Conquista, eso si, “(...) donde comienzan las llanadas del gran valle de Upar [SE de la Sierra Nevada]”. Parte de esta tecnología fue importada de Europa para fortalecer trapiches y cultivos de trigo en las grandes haciendas coloniales; aunque esto no descarta la posible adecuación y uso de canales prehispánicos para dichos fi nes. Un buen ejemplo lo constituyen las zanjas para cultivos en el Estado de Mérida-Venezuela (Ramírez Méndez, 2006), algunas de las cuales han sido registradas arqueológi-camente en el sitio Los Cardones (Meneses & Gordones, 2003), y quizá, el canal que hemos señalado en la contextualización etnohistórica del humedal de Jaboque (López e Izquierdo, 2005).
Por otro lado, la posible fi liación de aquellos grupos “coronados” (guanao) con el patrón an-cestral chimila, cuya facción tomoco habitaba en aquellos tiempos el SE de la Sierra Nevada (Uribe, 1993); permite defender la hipótesis en torno a una mayor antigüedad de las ocupacio-nes macro-chibcha en la región (Durbin, 1977, Tarble, 1985) teniendo en cuenta además, que su control e infl ujo demográfi co es muy desta-cable en toda la cuenca del río Cesar, incluida la presencia de los ya citados tomoco (Tocaimo?) al N del río Sicarare y, de los pacabuy-aca-nayute en cercanías a la ciénaga de Zapatosa (SW de Perijá) y las actuales poblaciones de Becerril del Campo y la Jagua de Ibirico; pues aquellas crónicas destacan el hecho de que en la región “(...) hervía la tierra de estos natura-les” (Simón, /1626/1981), siendo notoriamente “(...) pobladísima” al arribo de los europeos (De Castellanos, /1589-1601/1997). Así, una mayor ocupación territorial, el supuesto desa-rrollo de complejas tecnologías y un alto ín-dice demográfi co, sólo puede respaldar dicha hipótesis sin que sea factible por ahora, atribuir una fecha exacta al origen de un proceso cuyo resultado, fue el control de los recursos de la llanura y de la vertiente E de la Sierra Nevada por parte de los chimila.
Etnohistoria y ocupaciones de la Serranía de Perijá
284Figura 36. Etnohistoria y ocupaciones en la Serranía de Perijá.
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Adicionalmente, en el contexto de la Cordillera Andina de Mérida (Venezuela), las investigaciones arqueológicas efec-tuadas en las cuencas de los ríos Nuestra Señora, Chama y Mocotíes, parecen afi r-mar la dinámica migratoria y la confron-tación entre dos grupos bien diferenciados al suroccidente del lago de Maracaibo, que se impone a las ocupaciones tempranas de grupos arawak. Mientras los portadores de una cerámica relacionada con las fases Onia y Zancudo que se distingue por el uso de desgrasante de arena fi na, decoración pintada, incisa y aplicada, ya ocupaban el territorio antes del siglo V d.C., una tradi-ción diferente que en los sitios El Guamoy El Danto exhibe una cerámica donde pri-ma el uso de desgrasante de tiesto molido, aparece fi rmemente asociado a grupos que ingresan a Mérida desde los llanos a través de la depresión del Táchira y la costa norte del lago en fechas posteriores al 1000 d.C.: “Los estudios léxico-estadísticos nos per-miten plantear que los grupos de habla chi-bcha penetraron primero la cuenca sur-oc-cidental del lago de Maracaibo que los gru-pos de habla caribe (...) A nuestra manera de ver, el antiplástico de arena fi na, mucho más temprano, se encuentra asociado tam-bién con urnas funerarias, y se corresponde con grupos étnicos de habla Chibcha, y el antiplástico de tiestos molidos, más tardío, se corresponde con grupos étnicos de habla Caribe” (Meneses & Gordones, 2003).
De esa manera, el ingreso del patrón ances-tral yuko a la llanura del río Cesar desde territorio vecino, estando ya demostrada su fi liación lingüística caribe (Durbin, 1977; Oquendo, 1994; Fabre, 2005), vendría a ser efecto de las presiones de los grupos chibcha sobre el patrón ancestral yukpa o chake (dis-tribuido en tiempo de la Conquista en otras parcialidades como macoaes y aratomos y sabriles) de la costa W de Maracaibo, en una época que de todas maneras fue posterior al 1000 d.C. y que coincide con un interludio
seco al cual varios especialistas atribuyen el colapso de antiguas sociedades como la maya, moche y tiwanaku en medio de olea-das migratorias y crisis de los sistemas de producción agrícola (De Menocal, 2001): una serie de eventos climáticos que se habrá de yuxtaponer a la secuencia histórica que caracteriza a las sociedades prehispánicas y que permite atribuir, cierta universalidad a las fl uctuaciones que en el contexto euro-peo corresponden a los denominados Óptico Climático (Medieval Warm Period: ± 900-1300 d.C) y Pequeña Edad del Hielo (Little 1300 d.C) y Pequeña Edad del Hielo (Little 1300 d.C) y Pequeña Edad del Hielo (Ice Age: ± 1300-1880 d.C).; aunque para al-gunos especialistas resulte imprudente defi -nir niveles de sincronicidad entre el Nuevo y el Viejo Mundo: “Thus current evidence does not support globally synchronous periods of anomalous cold or warmth over this timefra-me, and the conventional terms of “Little Ice Age” and “Medieval Warm Period” appear to have limited utility in describing trends in hemispheric or global mean temperature changes in past centuries” (Christy et al., 2001; Velásquez, 2005).
Sin embargo, es factible creer que esta se-cuencia de fenómenos involucrados con va-riaciones astronómicas o geofísicas (Hardy et al., 1982; 1986), expresa regularidades climáticas a escala global que varían en función de diversos contextos latitudinales y altitudinales. Así por ejemplo, mientras el fi nal del siglo XVI corresponde a una fase con notorio descenso de la tempera-tura en Europa, en la zona delimitada por los antiguos cacicazgos de Fontibón, Suba y Engativá la amplitud de los espejos de agua en los humedales de Jaboque y Juan Amarillo superaba a la actual y parece estar asociada a valores pluviométricos signifi ca-tivos (López e Izquierdo, 2005).
Adicionalmente, si se comparan los resul-tados que derivan de los diagramas palino-lógicos obtenidos en el páramo de Frontino (Norte de la Cordillera Occidental colombia-
Etnohistoria y ocupaciones de la Serranía de Perijá
286
na), habrá de ser perceptible la simultanei-dad del actual período cálido-húmedo que se inicia a fi nales del siglo XIX con los eventos registrados en Europa, aparte de sugerir una estrecha relación entre la presencia de pul-sos fríos con los denominados mínimos de Wolf (1282-1342 d.C.) y Maunder (1645-1715 d.C.) relacionados con bajas o ausen-cias en la actividad de las manchas solares (Velásquez, 2005).
Con este respaldo, y ante la escasez de in-vestigaciones paleoecológicas más foca-lizadas (Serranía de Perijá), procedimos a confrontar experimentalmente la infor-mación de Frontino con los datos arqueo-lógicos y etnohistóricos de la zona, de tal forma que pudiésemos entender la manera como se integran cuatro de las variables mencionadas: (OC: Ocupación altitudinal: partes bajas, medias y altas de la sierra; AP: Aprovechamiento de recursos; FC: Fluctuación climática; DF: Desplazamiento forzado) en una secuencia cronológica que se extiende desde el año 1000 d.C (fecha hi-potética para el ingreso de los grupos cari-be) hasta el presente año de 2006 (tabla 60). Esta manera de señalar nuestros resultados no busca promover una visión fragmentada de los procesos históricos y paleoecológi-cos, es sólo el refl ejo de nuestras limita-ciones científi cas y el interés didáctico por hacer más perceptibles las transiciones que dan lugar a cambios y adaptaciones socio-culturales en la zona de estudio.
SIGLOS IX-XII d.C.
El análisis muestra que durante la primera fase (siglos IX-XIII d.C.), el patrón ances-tral yuko (tupe-itoto) incursiona en la re-gión con el interés de aprovechar la calidad y abundancia de recursos que ofrece la par-te baja (cuenca del río Cesar), en contraste con los suelos pobres y la abrupta composi-ción geológica de la vertiente W de Perijá. Sin embargo, ese proyecto se topa con un
inconveniente: los grupos ancestrales chi-mila, pertenecientes al tronco macro-chi-bcha, controlaban la llanura aluvial desde tiempos milenarios; lo cual generaba con-fl ictos ocasionalmente atenuados por rela-ciones de intercambio con los grupos tanto de la parte baja de Perijá como de la Sierra Nevada de Santa Marta (también de fi lia-ción chibcha), donde por cierto, las prime-ras ocupaciones han sido datadas entre los siglos VI y VII d.C. (Período Nahuange) en asocio con una cerámica distinta a la del complejo Tairona (Groot, 1987). En cierta forma, esto podría ratifi car el alcance del modelo que defi ende una mayor antigüe-dad de las incursiones proto-chibchas a través de los valles geográfi cos. La pre-sencia de un período cálido-seco alrededor del siglo XI d.C., implicaría un repliegue de la cobertura boscosa en dirección a las altitudes medias de Perijá con eventuales desplazamientos desde las zonas bajas. La correlación entre Desplazamiento (DF) y Ocupación (OC) para el ancestro yuko, no sólo ofrece un valor negativo sino que re-duce el Aprovechamiento (AP) de recursos naturales al piedemonte de la serranía.
Por su parte, las evidencias arqueológi-cas de la cueva funeraria de La Paz, ubi-cada sobre las estribaciones de la sierra de Manaure y la banda derecha del río Chiriaimo, pueden ser refl ejo de una diná-mica social que Reichel-D. (1947) consi-dera anterior a la Fase Loma del valle de Ranchería (s. VI a.C.): “Carecemos en ab-soluto de datos adicionales. Durante el si-glo XVI y las épocas posteriores, la región del encuentro estuvo habitada por la tribu de los tupe, que posiblemente podríamos identifi car con los actuales yuko y airoka de la sierra de Perijá; pero nuestros ha-llazgos forman muy probablemente parte de un horizonte cultural muy anterior”. Al momento del hallazgo, el ajuar se compo-nía de recipientes con forma globular y si-lueta compuesta: ollas y botellones de base
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plana, así como también, de copas manu-facturadas con técnica de espiral. Destacan especialmente tres objetos colocados a la derecha de un individuo en posición supi-na (horizontal) y con punto de mira hacia el E (hacia el Perijá venezolano?). Se trata de una especie de boomerang de madera y boomerang de madera y boomerangun artefacto con forma de propulsor ela-borado del mismo material, acompañados de un fragmento de totumo (Crecentia cujete) decorado con motivos incisos que parecen corresponder a fi guras naturalistas (ibid.). Es destacable que la materia prima de la cual fueron hechos, podría constituir un indicador paleoecológico relativo a la presencia y caracterización de los bosques hasta dicha altitud (fi gura 37).
Desde nuestro punto de vista, el material arqueológico de La Paz comparte rasgos comunes a sociedades pertenecientes a las dos tradiciones lingüísticas: sepultura en cuevas que también ha sido mencionado en contextos prehispánicos y coloniales de la vertiente E de la Serranía de Perijá (Zulia-Venezuela), entre las cuencas de los ríos Guasare y Palmar (Urbani et al., 2003) y en zonas que como el sitio mencionado, corresponden a la dispersión de comunida-des de fi liación caribe emparentadas con los actuales yuko-yukpa; lo cual incluye a los pocos cariachiles que han sobrevivi-do en el municipio de El Molino (SE de la Guajira) (Codhes, 2006). Simultáneamente, la diversifi cación cerámica de La Paz, tí-pica de grupos con notable perfi l agro-al-farero, asociada a la utilización de armas arrojadizas (propulsores), evoca el uso de objetos similares entre los muiscas duran-te el siglo XVI: “Estaban todas estas casas llenas de varias municiones y pertrechos; macanas, dardos, hondas, tiraderas (...) y otros preparamentos para la guerra” (De Castellanos, /1589-1601/1997). Por su parte, la Relación de los Reyes del Valle de Upar del gobernador Lope de Orozco
(/1578/1983), describe a los tupe de la épo-ca de la Conquista como “(..) caribes que comen carne humana e son valientes gue-rreros, dispuestos e pelean con macanas y fl echas”.
Así, la revisión de fuentes muestra una co-rrelación más signifi cativa entre la práctica de la antropofagia, el uso de pintura cor-poral, el corte del cabello y una destacable resistencia bélica, con los grupos indígenas de la llanura ubicados entre la margen de-recha (E) del río Cesar y la Sierra Nevada de Santa Marta, es decir, tupes y chimilas. Como la información de archivo y los tex-tos historiográfi cos tienden a ubicar a los tupe sobre la franja izquierda (Occidental), pues desde allí se desplaza el cacique Coro Ponaimo hacia el río Guatapurí en compa-ñía de sus aliados (De Castellanos, /1589-1601/1997) de la vertiente W de la Serranía de Perijá, se podría sugerir la hipótesis de que los tupe correspondieron a grupos de fi liación caribe que ingresaron a la llanu-ra en una primera oleada migratoria; quizá mucho tiempo antes que los itotos (patrón ancestral yuko?) y cariachiles, si tenemos en cuenta su relativo prestigio al momento de la Conquista. Los efectos de esta expe-riencia histórica pueden estar refl ejados en una aparente y ocasional asimilación étni-ca entre tupes y chimilas por parte de los cronistas. Mientras De Orozco describe a los “guaianao” (guanao de fi liación macro-chibcha) como individuos: “(...) que traen cubierta la natura con un calabazo de la misma hechura, y el cabello de la cabe-za trasquilado como fraile hasta la oreja” (de ahí el apelativo de “orejones” o “coro-nados”), los tupe corresponden a personas que asimismo: “(...) no traen cosa ninguna más que un hilo por cintura (...) traen el cabello de la cabeza trasquilado, la mo-llera y lo demás crecido, porque la mayor parte de ellos son crespos como negros” (/1578/1983/).
Etnohistoria y ocupaciones de la Serranía de Perijá
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Figura 37. Arqueología de una cueva funeraria de La Paz (Cesar).
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Etnohistoria y ocupaciones de la Serranía de Perijá
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La diversifi cación y el fortalecimiento de identidades étnicas al interior de los patro-nes ancestrales chimila y tupe (en sentido geográfi co W-E), es lo que comparativa-mente sugiere el advenimiento de una etapa fría-seca entre 1200-1300 d.C. de acuerdo con los perfi les palinológicos obtenidos en otros lugares de la Costa Atlántica y el no-roccidente de Colombia (Velásquez, 2005; Plazas et al., 1993); la cual se caracterizó por un incremento en la formación de saba-na sobre la cuenca del río Cesar y el W del lago de Maracaibo, y específi camente, por un aumento signifi cativo de la vegetación de páramo en las partes altas y el consecuente desarrollo de alternativas de aprovechamien-to de recursos por parte de grupos “itoto” y “cariachil” que, ingresaban a la vertiente W de la serranía a través de las cuencas de los ríos Guasare, Palmar y Apón (Venezuela) para ir ocupando gradualmente los secto-res aledaños a los ríos Manaure, Chiriaimo y Jobo (Norte del Departamento del Cesar) entre los 1000 y 2000 m.s.n.m.. Este proceso habría sido contemporáneo con el abandono de los antiguos sistemas de drenaje en la lla-nura aluvial momposina; donde igualmente se registra el arribo de nuevos grupos (ma-libú) entre los siglos X-XIII d.C. como par-te de un recrudecido fenómeno migratorio (Plazas et al., 1993).
Así pues, antes que pensar en contextos ho-mogéneos y puristas con relación a los gru-pos que habitaban la zona en tiempos poste-riores al siglo X d.C., resulta factible creer en procesos interculturales que iban dejando huella de esa reciprocidad a medida que se forjaban nuevas territorialidades. En térmi-nos de conjeturas, ya que no contamos con datos etnohistóricos que ratifi quen esta pos-tura teórica, ese poder económico y territorial de los ancestros tupe y chimila se impuso al patrón ancestral itoto (yuko?) provocando su repliegue en torno a las estribaciones y cotas
medias altitudinales de la Serranía de Perijá, donde era de poco infl ujo una cobertura bos-cosa incipiente cuya base estuvo conformada por una vegetación xerofítica que, daba ac-ceso a la llanura en momentos coyunturales. Esto afi rmó el desarrollo de formas de sub-sistencia basadas en la caza y la recolección antes que en una agricultura intensiva, aparte de que el término “itoto”, usado por los “cari-be” (chimila de fi liación macro-chibcha) para designar a los indígenas de la parte alta de Perijá y de otros zonas montañosas, corres-pondía según los españoles a la traducción: “enemigo” o “esclavo” (Alvar, 1972); expre-siones que denotan una visión segregacionis-ta basada en el control político y económico de los habitantes de la llanura aluvial sobre aquellos de la serranía de oriente (Perijá). De la Rosa (/1742/1975), interpreta la palabra “Tupe” como: “Cerrado”, haciendo alusión a la fuerte resistencia cultural tanto de los gru-pos de la “(...) jurisdicción del Valle” como a “(...) los del monte [itotos?: patrón ancestral yuko?]”: “(...) pues todos en general tienen una respuesta aprendida, que es esta: «Esto es a conformidad [que se hace de acuerdo a la costumbre]» con la cual disuelven toda pregunta a que no quieren satisfacer; y no los sacarán de ella, aunque se les pregunte mu-chas veces, y con variedad de sentido”.
No se cuenta con dataciones precisas del material óseo recolectado por Correal (1977; 1986) en la vertiente W de la sierra, entre los municipios de Villanueva (La Guajira) y Becerril del Campo (Cesar). De todas formas, se puede establecer un patrón común que se relaciona con sepultura en cuevas u oqueda-des donde por lo general, fueron depositados restos humanos en posición fl ejada y en aso-cio con evidencias arqueológicas muy dis-persas, tales como fragmentos de cerámica burda de color gris y desgrasante de arena fi na, una que otra cuenta de collar o, artefac-tos líticos como hachas y piedras de moler. Hasta el municipio de Manaure, prima un rasgo bioantropológico característico de las
López
301
poblaciones yuko actuales: la dolicocefalia (cráneo alargado) (Reichel-D., 1945); lo cual no se observa en los cráneos provenientes de la cueva de La Trementina (NE de Becerril: margen derecha del río Maracas) exami-nados por el mismo investigador (Correal, 1986), quien registra un total de cinco ejem-plares braquicéfalos (redondeados), dos de los cuales, presentan deformación atribuible a procedimientos mecánicos con ayuda de tablillas o bandas en sentido fronto-occipital. Cráneos con máscaras de resina provenien-tes de la “Serranía de Perijá”, y que han sido analizados por Sotomayor & Correal (2003), también evidencian ese tipo de deformación en los ejemplares o “momias” 0004, 0006 y 0007.
Mientras los restos óseos hallados al N de la serranía, no evidencian la práctica de la deformación craneal y se relacionan con in-dividuos dolicocéfalos, varios autores defi -nen nexos etnohistóricos entre el sector de Becerril y, grupos que a fi nales del siglo XVII y principios del XVIII son denominados: “Pampanillas” (De la Rosa, /1742/1975): “Su apelativo es derivado de unos mandiles que usan pendientes de la cintura hasta me-dio muslo (...) los más habitan las montañas como brutos, y tales son sus costumbres (..) Hacen también sus rocerías para el sustento, y montean de los animales silvestres (...) y así, son pobrísimos, aunque la tierra de su habitación se considera tan rica, como toda la demás de la provincia”. Teóricamente, aquella divergencia craneométrica (dolicoce-falia vs. braquicefalia) sólo habría de remitir a patrones ancestrales diferenciados, siendo llamativo el nivel de compatibilidad que al parecer tenían con los grupos macro-chibcha del sur del río Sicarare: “Con los Acanayutos tienen buena correspondencia, y las muje-res de unos y otros son semejantes en las circunstancias de sus partos a las Chimiles, porque comunicándose todas por lo interior de las montañas, observan casi unas mismas costumbres” (ibid.). ibid.). ibid
Sin embargo, la posible fi liación de Pampanilla con el tronco ancestral chibcha no puede ser demostrada en este momento, y de ser así, no se tendría un modelo que explicase cómo los asentamientos yuko de la cabecera del río Maraca, de supuesta fi -liación caribe (Fabre, 2005), se yuxtaponen espacial y etnohistóricamente a otro contex-to lingüístico; al menos que esto implique desplazamiento, asimilación o extinción de esta cultura bajo las presiones de otros gru-pos indígenas. Lo que si parece afi rmar la convergencia de la sepultura en cuevas, la dolicocefalia característica de los yuko y del material osteológico analizado en la parte septentrional de la región, es el planteamien-to hecho por Reichel-D. (1960) en el sentido de una corriente migratoria de los “yuko-chaké” que avanza desde el Norte como “(...) un estrato relativamente reciente”. A media-dos del siglo pasado, las comunidades yuko se extendían hasta zonas más meridionales localizadas en el municipio de Curumaní, fronterizo con Norte de Santander y el an-tiguo territorio de los chitareros. Para enton-ces, la población total era calculada en unos 500 a 600 individuos (Reichel-D., 1960), y en el último censo, se estimó en 1.172 perso-nas distribuidas en las sub-áreas de San José de Oriente, Sicarara, Casacara y Socorpa (Jaramillo. 1993). También es destacable el hecho de que estas agrupaciones presenten diferencias de tipo tecnológico, somático y en su dialecto, es decir, es muy controverti-do referirse a una población homogénea en el plano social y cultural. Según Reichel-D. (1960), esto puede ser atribuido: “(...) proba-blemente al aislamiento geográfi co y a una marcada tendencia a uniones consanguíneas, en parte a razones históricas”. Es posible que al arribo del patrón ancestral yuko (itoto?), el costado E del valle del río Cesar ya estu-viese ocupado por los tupe, y quizá, a esto pueda asociarse la existencia de petroglifos con fi guras zoomorfas y antropomorfas en-contradas en la carretera que se dirige al SE desde el municipio de San Diego (Correal,
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1977). Este período frío-seco coincide pues, con mayores presiones demográfi cas a raíz de la incursión de nuevos grupos, lo cual genera e intensifi ca procesos intercultura-les que habrán de transformar el panorama de la región haciendo más frecuentes los Desplazamientos (DF) en un afán por defi nir territorialidades y Ocupaciones (OC). Esto, al igual que el Aprovechamiento de recursos (AP), parecería ser bastante signifi cativo so-bre las cotas medias altitudinales de la serra-nía por parte de los ancestros tupe-itoto.
SIGLOS XVI-XVII
Todo el proceso de conquista del Valle de Upar por parte de los europeos, y el primer siglo de las instituciones coloniales que de-termina la fundación de la Real Audiencia de Santafé (1550), sucedió durante un período frío-húmedo; con excepción de un pulso cá-lido-seco hacia ± 1583 (Velásquez, 2005). El gobernador Pedro de Vadillo ingresa a la región por la vertiente E de la Sierra Nevada de Santa Marta (1526), cometiendo masacres y despojos en el área comprendida entre los ríos Vadillo (por su nombre) y Guatapurí. La descripción De Castellanos (/1589-1601/1997) resulta explícita al momento de corroborar nuestras apreciaciones en torno a la riqueza del territorio y, a las condiciones paleoclimáticas que podrían inferirse des-de los diagramas palinológicos de Frontino (Velásquez, 2005), relativas a temperaturas medias y vegetación de sabana: “Reposaron las gentes castellanas, por hallar abundantes las comidas, campos muy estendidos y za-vanas de venados y puercos proveidas, y ríos de las sierras comarcanas, con aguas en color esclarecidas, y todos estos ríos. Tierra no de calores ni de frío que con esceso no podais sufrillo”. La ruta seguida por los conquista-dores, tanto por Ambrosio Alfi nger (1530), como por el Adelantado Alonso Luis de Lugo (1542); no sólo defi ne campañas de exter-minio y terror sobre la población indígena, sino que suscita controversia desde el mo-
mento en que Reichel-D. (1951), basado en el texto de Fray Pedro Simón (/1626/1981), sugiere que el denominado camino o “Paso del Adelantado” por el cual se accedía al va-lle, corresponde a un sitio que se localiza en la confl uencia de los ríos Cesar y Ariguaní, norte de la ciénaga de Zapatosa.
Nuestro análisis muestra que esto tiene poco sentido en el itinerario, pues al examinar las Elegías de varones ilustres de Indias (De Castellanos, /1589-1601/1997), como una fuente merecedora de algún crédito por ha-ber sido su autor uno de los participantes de la campaña con De Lugo, es posible iden-tifi car el mencionado sitio como una depre-sión ubicada sobre el ramal de Marocaso que se extiende desde la Sierra Nevada de Santa Marta hasta el sur de la Guajira (“sie-rras de la Herrera”), en un cañón o “Xaguey hediondo” por el que desciende el curso del río Ranchería y el de una quebrada que en el texto De Castellanos (op.cit.), recibe el nom-bre de “Agua blanca”; la cual, bien podría corresponder a la hoy denominada quebrada Agua Fría (IGAC, 2003; Global Glazetteer 2.1. 1996-2006). El testimonio es coherente al señalar que la ruta iniciada por De Lugo desde el Cabo de la Vela en dirección sur, prosigue con el acceso a este “remate bajo” (depresión) desde el cual, efectivamente, se puede ingresar a la zona de estudio (el valle de Upar):
(...) en continuación de su viaje [desde el Cabo de la Vela], fue caminando por aquellos llanos al Sur hacia la sierra de Herrera [Marocaso: sur de la Guajira], la cual atravesó por el remate bajo [de-presión del terreno: cañón], do llaman el Xaguey hediondo [por aguas represadas?], y quebrada que dicen de Agua blanca[Agua Fria?], cuya derrota hasta nues-tros días llaman camino del Adelantado, por do fueron a dar a los dos ojos de cris-talinas aguas [río Cesar?], aunque grue-sas, desde donde se ve la serranía fron-
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tera de los indios Coronados [Guanaos: costado NE de la Sierra Nevada de Santa Marta] (...) confi nes al inhiesto y empina-do cerrejón de los negros fugitivos, que un tiempo les sirvió de fortaleza; desde donde comienzan las llanadas del gran valle de Upar, diversas veces en mis me-moriales repetido [porque fue testigo di-recto] (ibid.)ibid.)ibid
Desde allí, el “Adelantado” enfrentó con violencia (terrorismo?) a los grupos indíge-nas de la región. No hay en las crónicas re-ferencia explícita a la Serranía de Perijá; sin embargo podemos inferir de manera tácita, su lugar en la cosmovisión de los conquis-tadores analizando los enunciados. Así por ejemplo, el cronista señala que luego de ac-ceder al valle: “(...) va corriendo Don Alonso ambas sus cordilleras”; es decir, si una de estas es la sierra nevada de Santa Marta al NW de la región, y es claro que transita por un valle aluvial, luego entonces, la otra de las citadas cordilleras no puede ser más que Perijá, en su vertiente W. Aquí se desprende otro aspecto de suma importancia: la ubica-ción de los grupos indígenas que habitaban la zona a mediados del siglo XVI de acuer-do a dos franjas culturales delimitadas por el curso del río Cesar: chimila, de tradición ma-cro-chibcha y, tupe-itoto, relacionados con el tronco lingüístico macro-caribe.
Es interesante ver que el narrador tiende a destacar las ocupaciones ubicadas sobre las laderas de ambos ejes cordilleranos, y esto puede atribuirse en gran parte al temor de los indígenas frente a los despojos, masacres y secuestros a los que se ven sometidos por parte de los europeos. Para el autor, la “ban-da” de los “Aruacos” (arhuacos) se distingue de aquella donde habitaban los “Itotos y los Tupes, Bubures y Guanaos”: el piedemonte y la vertiente W de la Serranía de Perijá (cos-tado opuesto de la región), que como afi rma-mos, no es señalada de forma directa en las Elegías. En otras palabras, el Desplazamiento
forzado (DF) es tan intenso y permanente, que reduce la Ocupación (OC) a las par-tes altas neutralizando el Aprovechamiento(AP) de recursos sobre la llanura. A partir de 1550, año de fundación de la ciudad de los Santos Reyes del Valle de Upar, ganan vigencia las instituciones coloniales. Una de estas, la Encomienda, comenzará a dar un giro a las ocupaciones y las formas de apro-vechamiento mediante treguas pactadas con los indígenas, quienes repueblan las altitudes medias de la serranía buscando acceder a los recursos de la zona baja mediante nuevas y, desventajosas formas de intercambio. Este proceso actuará de manera simultánea con al-gunos confl ictos locales y, la inmediata resis-tencia de las poblaciones autóctonas contra la fi gura del encomendero, tal como aparece reportado en un manuscrito de la jurisdicción de Valledupar que data del año 1663 (AGN, Colonia, Caciques e Indios, rollo 11/32, f. 304-883). Desde Maracaibo-Venezuela, se exploran nuevas rutas comerciales que co-necten a Mérida con el puerto de Cartagena a través del río Catatumbo, lo cual formali-zará el intenso confl icto con los “motilones” o patrón ancestral barí (kunaguasaya mapé y dobokubí) (Meléndez, 1982).
Aquellas redes de intercambio y aprove-chamiento entre la serranía, el valle del río Cesar y la Sierra Nevada de Santa Marta que dominaban en el mundo prehispánico, estaban vigentes a principios de la Colonia y dependían de fronteras culturales bien delimitadas, según se deduce a partir de la Relación de los Reyes del Valle de Upar (De Relación de los Reyes del Valle de Upar (De Relación de los Reyes del Valle de UparOrozco (/1578/1983): “(...) en esta provin-cia se hablan cuatro lenguas que son aruacos [arhuaco], itotos [yuko?], tupes [otro ances-tro caribe] y guainaos [sanká?] y el traje de estos guainaos es diferente, por ser conoci-dos que traen cubierta la natura en un cala-bazo de la misma hechura, y el cabello de la cabeza cortado como fraile hasta la oreja y los aruacos traen mantas blancas de algo-dón colgando detrás y el cabello largo hasta
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abajo, y los itotos traen las mismas mantas blancas e pintadas, e los tupes no traen cosa ninguna”. El contexto que genera la con-frontación de las descripciones, la similitud de los términos y las fuentes etnográfi cas, indica que los “guainaos” corresponden al patrón ancestral sanká de la vertiente NE de la Sierra Nevada de Santa Marta, que entre otras cosas: “También se hace referencia a ellos como los Wiwa (caliente), por ha-ber sido habitantes de las tierras bajas” (Botero, 1987), lo cual, aparte de constituir un posible remanente de la tradición basa-do en antiguas interacciones con grupos del valle de Upar, señala un aprovechamiento vertical de los recursos de la sierra desde ocupaciones que se distribuyen en las par-tes altas con acceso frecuente a la llanura (Márquez, 2001): área donde seguramente obtenían pescado y otros productos a través de los chimila; con quienes, al igual que con los tupe, parecen ser asimilados de manera ocasional cuando sus fronteras culturales y territoriales no son bien diferenciadas en las crónicas. Incluso hacia 1747, se reportan algunos asaltos cometidos por indígenas de San Sebastián de Rábago (costado NE de la Sierra Nevada), los cuales suplantaban a los chimila vistiendo sus atuendos, embijándose y “(....) rebistiéndose de sus fi guras, gastan-do sus propios adornos con la capa falza de la proximidad de pueblos de ellos. Uno de los testigos en el proceso, afi rmó que “(....) así mismo a oído decir siempre que dichos indios tratan y comercian con los chimi-las” (AGN, Colonia, Miscelánea, rollo 001, f. 285r-287r). Esta descripción remite a los “indios Pintados” que incursionaban al va-lle del Magdalena durante la primera mitad del siglo XVIII:
(...) teniendo su habitación en las incultas y dilatadas montañas de Río Frío [costa-do NW de la Sierra Nevada], desde don-de hacen sus correrías a la costa del mar y a la del Río Grande de la Magdalena (..) fueron tantos que aún excedían a los
moscas [muiscas]. Son diestrísimos en el manejo del carcaj, arco y fl echas, de que usan, pero traidores, pues no salen al des-cubierto, sino en emboscadas (...) Andan en carnes, con sólo un calabacillo, en que son introducidas las partes de la genera-ción, las ocultan. El cuerpo todo untado de una resina llamada vija, para preser-vase de la plaga de mosquitos, y con los adornos del turbante vestido de plumas, pelo largo y suelto sobre el rostro [¿?], se hacen feroces, ayudando la guazábara de voces que, después de hecho el insulto, forman (De la Rosa, /1742/1975).
Dicho perfi l, tampoco se aparta mucho de la caracterización que De Orozco (/1578/1983) hace de los ocupantes de la franja derecha del río Cesar (tupe); lo que permite creer en la formación de un prototipo “caribe” que discursivamente integra rasgos de varias sociedades indígenas o patrones ancestrales (tupe, guanao y chimila):
(...) se llaman tupes porque los comen a los otros indios convecinos y de paz que sirven a los españoles [los aruaco de la Sierra Nevada], y por causa que tenían causa con los españoles, tenían con ellos guerra, y tupes es una generación de indios que tiene el miembro del cuerpo tuerto a una banda [aplicación de pintu-ra en un costado del cuerpo] y estos son tupes caribes que comen carne humana e son valientes guerreros, dispuestos e pelean con macanas y fl echas y andan desnudos y que los indios en general no tienen forma de pueblo ni costumbre po-lítica [behetría: una organización social y territorial muy dispersa sin aparente liderazgo] e son muy brutos, sin entendi-miento y muy crueles, e no hablan lengua particular [que no fuese comprendida en particular [que no fuese comprendida en particularla región].
La información anterior también puede ser contrastada con el texto De Castellanos
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(/1589-1601/1997): “Hay dentro del Upar muchas naciones, en las lenguas y ritos di-ferentes, pero todas de fi eras condiciones, y destas son los tupes más valientes, altos y de fornidas proporciones y a los cristia-nos no muy obedientes”. Esto parecería corroborar lo relevante que fue para los es-pañoles el movimiento de resistencia de los tupe, así como un somatotipo que destaca la corpulencia de los sujetos que componían este patrón ancestral. Es controvertido sin embargo, medir la veracidad de la prácti-ca de la antropofagia, que siendo evidente en De Orozco (/1578/1983) con relación a los “tupes-caribes que comen carne huma-na”, no es muy notoria en De Castellanos (/1589-1601/1997), donde se comprueba que la palabra “caribe” es un genérico que terminó incorporando dos culturas especí-fi cas: “Demás de ser la tierra no bien sana [propensa a agentes patógenos], antes de tal calor que los abraza, más al fi n fueron a provincia llana [valle del río Magdalena, SW de la Sierra Nevada], que llamaron Caribes, tierra rasa, no porque allí comie-sen carne humana, más porque defendían bien su casa [oponiendo fuerte resistencia armada]”. Esta fusión de identidades se percibe también en el hecho de atribuir a los chimila-tomoco del SE de la Sierra de Santa Marta (llamados “Orejones” duran-te el siglo XVIII), el mantenimiento de un caney grande o santuario para sus ceremo-nias religiosas denominado “el Tupe”, al cual acudían incluso los chimila-pacabuy de los alrededores de la laguna de Zapatosa (De la Rosa, /1742/1975). Por su parte, los grupos “burede” o “bubure” que Reichel-D.(1951) ubica al norte de la Serranía de Perijá, y son citados a propósito de la frus-trada expedición de Iñigo de Vasconia hacia Coro-Venezuela por la vía de “Cucuata”, llevando consigo el botín de Tamalameque que Alfi nger obtuvo entre los indígenas; pa-recen corresponder al grupo ancestral barí o “motilón” de las cuencas de los ríos Zulia y Catatumbo (Norte de Santander), cuyos
alrededores si parecen haber sido escena-rio de episodios antropofágicos: “Quedó Vasconia pues con seis o siete [perdidos en la Cordillera Oriental: territorio chitarero], y no se cuantos indios en cadena, los cuales degolló cruel machete para manjar infa-me de su cena (...). Volvieron ocho indios al momento (...) y los caribes nuevos que os enseño concibieron un torpe pensamien-to, y fue tomar la gente comedida para que les sirviese de comida” (De Castellanos, (/1589-1601/1997).
El temor que generaba la presencia de ja-guares (Panthera onca) sobre la vertiente Occidental de la sierra de Perijá hacia la épo-ca de la Conquista: “(...) los tigres han des-poblado algunos pueblos y otras provincias despobladas de otros indios” (De Orozco, /1578/1983), indica que el bosque seco tropical (bs-T): remanente de condiciones climáticas más húmedas en 500 A.P. (1450 d.C.) que se infi eren del análisis de núcleos de sedimentación en el Bajo Magdalena, fl uctuaba de acuerdo a niveles de humedad relativos (Van der Hammen, 1992); ofre-ciendo un panorama muy distinto al actual, con áreas boscosas descendiendo desde la sierra hasta la llanura. Así, estas condicio-nes ecológicas que son contemporáneas de la pequeña edad de hielo (± 1300-1880 d.C) (Christy et al., 2001; Velásquez, 2005), apa-recen etnohistóricamente asociadas a fenó-menos demográfi cos específi cos. Márquez (2001) interpreta los efectos ecológicos del proceso de Conquista de acuerdo a dos si-tuaciones: una que conlleva la apropiación de áreas antiguamente destinadas al cultivo de especies nativas por parte de los invaso-res europeos, quienes concentran la pobla-ción e introducen especies foráneas (trigo, ganado, etc); y otra en la cual el abandono de sitios otrora explotados por los indíge-nas, produce la regeneración natural de los bosques. De esa forma, la incursión de los grupos caribe en la Serranía de Perijá y el valle del río Cesar, sin duda implicó
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un reajuste de los sistemas calendáricos a los procesos adaptativos que consolidarían aquellas identidades culturales: “Un factor importante en el poblamiento tardío fue el predominio de ecosistemas boscosos de difícil transformación y aprovechamiento, aunque con gran diversidad biótica y de recursos potencialmente aprovechables. El aprovechamiento de la producción de diver-sos pisos térmicos y ecosistemas será una respuesta cultural adapatativa para benefi -ciarse de esta característica del país, la cual explica la ubicación geográfi ca de muchas culturas indígenas” (ibid.).
La manera de calcular el tiempo y los cam-bios estacionales con fi nes de una subsisten-cia basada en el aprovechamiento rotatorio de berbechos, recolección, pesca y caza montuna en la vertiente W de la Serranía de Perijá, según el modelo que ofrece la etno-grafía yuko (Jaramillo, 1987; 1993), pudo guardar cierta similitud con las cosmovisio-nes de los grupos étnicos caribe, los cuales, destacan la importancia de dos soles origi-nales que se alternan el día y la noche; uno de estos se transformó en luna al caer bajo la seducción de una mujer-rana mítica llamada Kopeko (Jaramillo, 1993; Sánchez, 2000). A la vez que el sol domina el fi rmamento, se constituye como la unidad básica de un ca-lendario que asocia la aparición de algunas estrellas con, el inicio de ciclos anuales que pueden subdividirse en estaciones de lluvia, sequía o vientos:
Las actividades económicas de la etnia, dirigidas a la subsistencia, dependen en el caso de los Caribe, del clima que reina en cada uno de los hábitats que ocuparon u ocupan, sean las sabanas de las Mesas, las orillas de los ríos grandes o pequeños, los llanos inundables, las montañas y las selvas, las islas y las costas. La caza y la pesca se hallan reservadas, generalmen-te, a los hombres Caribe. En cambio la incipiente agricultura y la recolección se
confían a las mujeres y a veces a sus hi-jos (...) la mayoría de estas comparten el tiempo, además de las actividades econó-micas, con otras especiales como la cons-trucción de nuevas viviendas, los ritos de la pubertad, los de las cosechas abun-dantes y la muerte de los individuos, en particular la de los shamanes. (Sánchez, 2000)
Entre los yuko de la cabecera del río Maraca (Becerril-Cesar), con quienes trabajó Reichel-D. en 1945, el advenimiento y la po-sición del plenilunio determina los momen-tos de siembra, los rituales de género y las ceremonias fúnebres que implican el trasla-do del muerto hacia “(...) una cueva solitaria arriba, en un cerro alto de la Sierra Tocore, donde centenares de momias reposan entre sus antepasados”. Dicha expresión cultural relaciona a los yuko con el descubrimiento de osamentas y cuerpos momifi cados en el costado E de la Serranía de Perijá (Correal, 1977, 1986; Sotomayor & Correal, 2003), permitiendo inferir que tan antiguas son las ocupaciones en la zona de estudio.
A la modifi cación de estos valores contribu-yeron de forma impactante las misiones ca-puchinas que ganaron mayor fuerza a fi nales del siglo XVII, y se debe reconocer que antes de ese proceso el valle del río Cesar también era escenario de un confl icto pluri-étnico donde los indígenas, como se ha insistido, se vieron replegados a las zonas altas de la sierra mientras huían de nuevos abusos, des-pojos y actos terroristas a los que nos tiene tan acostumbrados la historia colombiana. En dichas masacres, no sólo participaron los europeos sino también algunos cimarrones; pues un documento del año 1571 que reposa en el Archivo General de la Nación, recoge testimonios acerca de un grupo de “espa-ñoles” y “negros” que, habían incursionado a la región desde el “Río de la Hacha” (río Ranchería) para cometer secuestros y asesi-natos entre los indígenas (posiblemente tu-
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pes). El testigo: “Pedro yndio ladino (...) que sabía la lengua de los dichos yndios y la es-pañola”, denunció que cinco días atrás: (...) negros del Río de la Hacha (...) llebaron su mujer (...) y al yndio que no quería caminar le cortaron la cabeça y después acá este ha visto las poblaziones despobladas sin gente (...) y las labranças [cultivos] sin cogellas (...) negros y algunos españoles robando los yndios y salteándolos , matándolos y lleván-dolos amarrados al río de la hacha (...) y vido cabeças y huesos de yndios muertos (AGN, Colonia, Caciques e Indios, rollo 30/78, f. 934-978) (Documento 1).
ción Sur, hacia las cuencas de los ríos Badillo, Guatapurí y Garapure “(...) destruyendo y asolando con furia de rigor sanguinolento: ansimismo caciques abrazando, aunque re-cuentros tuvo no muy fl acos de guanaos, itotos y aruacos. Potentes escuadrones y ordenanzas de pedregosas sierras abajaban” (De Castellanos, (/1589-1601/1997). El mapa anexo a la Relación de Lope de Orozco (/1578/1983), muestra la concepción geográ-fi ca de los españoles en torno a la recién fun-dada ciudad de Valledupar, con su iglesia en la esquina NE de la plaza (fi gura 38). Que espacialmente correspondería a la ciénaga de Zapatosa aparece bajo el rótulo: “lagunas de Pujagua”; siendo llamativo que este mismo término (“Pujagua”), de origen macro-chi-bcha, sea utilizado en Centroamérica para distinguir una variedad de maíz (Zea mays) (Pacheco, 2004); lo cual permite corroborar la fi liación lingüística de los pacabuy como subgrupo del patrón ancestral chimila. El sec-tor que concuerda con la Serranía de Perijá, es denominado como “sierras de la banda del sur” sin que se destaquen o localicen asenta-mientos indígenas. Daría la impresión de que nuestra zona de estudio no hubiese sido muy relevante en la cosmovisión hispánica; ni si-quiera los documentos cartográfi cos del siglo XVIII como el de Buenaventura de Flotas y Sepúlveda (Meléndez, 1982), que en cam-bio si indica las ocupaciones de la vertiente E de Perijá-Venezuela y, el mapa que señala las rutas desde Riohacha hasta Maracaibo (1753) (AGN, Mapoteca 6, Ref. 93), seña-lan la presencia de agrupaciones humanas en esa parte de la región. El hallazgo de restos óseos en la cueva Tshkapa de Mesa Turik (Estado de Zulia-Venezuela), los cuales apa-recen asociados a una fecha de C14 que los ubica en ± 1660 d.C., fundamentan arqueo-lógicamente unas ocupaciones que parecen estar relacionadas con coyamos y macoaes, al tiempo que otros vestigios localizados en Santa Cresta (río Socuy) harían pensar en los sabriles o patrón ancestral japreria (Urbani et al., 2003).
Documento 1. Testimonio que hace refe-rencia a masacres y secuestros entre la po-blación indígena del valle de Upar (1571): “(..) negros y algunos españoles robando los yndios (...) y llevándolos amarrados al río de el hacha” (AGN, Colonia, Caciques e Indios, rollo 30/78, f. 937).
Nuestra hipótesis defi ne la localización de los grupos ancestrales del valle del río Cesar y la Serranía de Perijá, en cuanto a que, los “aruacos” evidentemente corresponden a los ancestros de los actuales ika que habitan la vertiente meridional de la Sierra Nevada de Santa Marta, y que opusieron escasa resis-tencia bélica durante la avanzada conquis-tadora: “(...) otros indios convecinos y de paz que sirven a los españoles” (De Orozco, /1578/1983); y que los “guanao”, incursiona-ban sobre el mismo territorio de los actuales sanká del costado NE, pudiendo haber entre estos una conexión genealógica: Ambrosio Alfi nger se dirige al valle de Upar en direc-
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308Figura 38. Cartografía histórica del Valle de Upar y Perijá.
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Contrariamente, al analizar los documentos escritos en aquella época, es posible enten-der que el mayor énfasis en la mención de sociedades como la tupe, chimila y tairona, se centra en el potencial económico: “Está la ciudad [Valledupar] en gran zavana , y tiene nobilísima templanza; posee gran compás de tierra llana; es fértil en labranza y en crian-za; hay frutos de la tierra castellana [espe-cies no americanas] y de los naturales mil alcanza [especies nativas]” (De Castellanos, (/1589-1601/1997), así como en la capacidad de resistencia armada de estos grupos: “(...) comen carne humana e son valientes guerre-ros [los tupe], dispuestos e pelean con ma-canas y fl echas” (De Orozco, (/1578/1983). Aquella cartografía fue elaborada por ra-zones políticas y estratégicas; de ahí que la parte sur de la Serranía de Perijá si abunda en detalles por constituirse en la antesala del territorio motilón (barí kunaguasaya), que tantos inconvenientes trajo para las autorida-des españolas, los colonos y un sinnúmero de comerciantes. Es claro además que cuan-do los cronistas aluden a los aruaco se hace referencia a individuos que “(...) traen man-tas blancas de algodón colgando detrás y el cabello largo hasta abajo”, mientras los itoto “(...) traen las mismas mantas blancas e pin-tados” (ibid.); de lo cual se deduce que estos ibid.); de lo cual se deduce que estos ibidpatrones ocupaban zonas altas en las que era necesario protegerse del frío.
Ahora bien, si como hemos afi rmado los arauco ocupaban la vertiente meridional de la Sierra Nevada, al tiempo que los tupe vivían sobre la margen opuesta del río Cesar y por tanto no corresponden de manera directa al ancestro yuko, como han venido sostenien-do las tesis de Reichel-D. (1947) y Carriage (1979), se debe concluir que los grupos in-dígenas más estrechamente relacionados con esas comunidades a nivel genealógico, terri-torial y cultural, no pueden ser otros que los antiguos itoto; opinión que también es sos-tenida por Rodríguez (2001). Como se dijo, la palabra itoto designaba a los “enemigos”
o “esclavos” desde la perspectiva “caribe” (tupes y chimilas?), y se incorporó al entor-no comunicativo de los españoles haciendo referencia a los grupos que habitaban las zonas montañosas en esta parte del Nuevo Reino de Granada. Un documento que data de 1609, relativo a la futura pacifi cación de los indígenas de Becerril del Campo por par-te de Cristóbal Almonacid, ratifi ca que las ocupaciones itoto se concentran sobre las zonas montañosas de lo que obviamente es la Serranía de Perijá:
Por el deseo que teneis al servicio de Dios Nuestro Señor y de su majestad (...) os abeis obligado de pacifi car los yndios y provincias de los yndios que están de la otra banda del río Cesar nombrados del río Cesar nombrados del río Cesartupes y totos, y los de ocanayute [acana-yute], susuyute, Valle Hermoso, Sicarara, Valle de la Yuca [¿?], [Maziraimo?], río de Toro, Valle de Capirirsa (...) y San Lázaro[¿?] y los demás situados y poblados [en] las cordilleras de frente al dicho río de[Cosme?]” (AGN, Colonia, Caciques e Indios, rollo 66778, f. 807-845).
SIGLOS XVII-XVIII
Esta fase coincide con una gran actividad de los misioneros capuchinos en ambas vertientes de la serranía. Hacia ± 1697, el traslado de los indígenas para reducirlos a nuevas poblaciones, se ajusta a los intereses de los encomenderos sobre áreas ubicadas en el piedemonte del costado W de Perijá (Ramos, 2005) al tiempo que hace notoria una fuerte resistencia de los chimilas, tupes e itotos (que ahora se denominarán pampa-nillas) a la explotación de su mano de obra; así como también al intento de los misione-ros por fusionar culturas disímiles. Un do-cumento del Archivo General de Indias ci-tado por De Alcácer (1962), muestra cómo la actividad misional iba consolidando rutas a través de la serranía, hasta el punto de que Fray Mauro de Cintruénigo la había “atra-
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vesado” al menos tres veces; afi rmando que para aquella época: “(...) muchos indios en este valle [de Upar] se han levantado, hu-yendo de las encomiendas y han ido a parar a los coyamos [tocaimos o chimila-tomo-co], los cuales residen allí con este título”. Como efecto de la incursión de los capuchi-nos hacia las zonas altas, se fueron creando rutas alternas que conectaban la llanura de Maracaibo con nuevas poblaciones tales como Sicarare de Tocaimos (1738), Santa Ana de los Tupes y Nuestra Señora del Socorro del Tucuy (1748-1760). En aquel mismo año (1738), el padre Francisco de Cartarroya publicó su Vocabulario de algu-nas voces de la lengua de los indios motilo-nes, que sólo fue redescubierto hasta 1947 en la Biblioteca de la Academia Nacional de Historia de Caracas, para luego transfor-marse en la obra referencial que permitió distinguir la fi liación lingüística de los gru-pos yuko y barí (De Alcácer, 1962; Reichel-D., 1960), que como dijimos, fueron ho-mogeneizados etnohistóricamente bajo la categoría “Motilón”.
Los acontecimientos históricos ligados a la efímera existencia de esos pueblos tiene que ver mucho con la poca afi nidad cultural entre los grupos indígenas que fueron con-centrados, pues en 1740, las rencillas entre tocaimos (chimila-tomoco de fi liación ma-cro-chibcha) y tupes (de fi liación macro-ca-ribe) de Sicarare, propiciaron la muerte del padre Antonio de Todolella en un ritual an-tropofágico: “(...) asaltaron la residencia del padre; lo asesinaron y luego se lo comieron” (De Alcácer, op.cit). El proyecto del Tucuy contó con la ventaja del buen entendimien-to entre acanayutes y pampanillas (antiguos itoto?); aunque en este caso permaneció vi-gente un impulso incontenible por retornar a la sierra de Perijá como un espacio posi-blemente ligado a, concepciones míticas y a formas tradicionales de subsistencia que se resistían a desaparecer bajo las presiones de los nuevos hacendados: “(...) quisieron
retornar a la libertad omnímoda que antes tenían”, afi rma De Alcácer (ibid.). Uno de estos, Jaime Baz, sostiene una disputa con indígenas del Tucuy a raíz de los perjui-cios que su ganado hacía en las sementeras (AGN, Colonia, Caciques e Indios, rollo 44/78, f. 390-508). Esta dinámica tuvo efec-tos más contundentes en la llanura con la fusión de grupos chimila y su paulatino re-pliegue en dirección NW. El mejor ejemplo lo constituye el colapso de la identidad pa-cabuy (de la ciénaga de Zapatosa); luego de que discursos institucionales condenaran la asistencia de estos indígenas al santuario de El Tupe, en zona ocupada por los tomoco: “(...) y por remediar esta superstición, en los ya reducidos, se demolió aquel pueblo, agregándose los pocos indios que ya había en él al del Peñón, para que el religioso cura que allí reside, los tuviese sujetos” (De la Rosa, /1742/1975). Desde el año de 1705, el Obispado de Santa Marta venía manifestán-dose con relación a la necesidad de reducir y, conquistar “espiritualmente” a estos gru-pos (AGN, Colonia, Miscelánea, tomo 85, f. 45-49).
Este período está caracterizado por Desplazamientos (DF) más frecuentes que de todas maneras, permitieron estabilizar las Ocupaciones sobre las altitudes medias de la vertiente W de la serranía (OC): “(...) los indígenas encontraron de nuevo refugio en la Serranía de Perijá cuando el peso de la explotación colonial ejercida a través de los encomenderos se hacía insostenible” (Ramos, 2005). El nuevo modelo econó-mico en el que se destaca una intensiva ex-plotación del palo de tinte (Haematoxylum brasileto) (AGN, Impuestos Varios-Cartas, tomo 9, f. 489.498), redujo una buena par-te del ancestro yuko a “pueblos de indios” fundados en el piedemonte. Mientras el Aprovechamiento de recursos en la sierra tiende a disminuir de manera notoria (AP), condiciones climáticas frías-húmedas que habían dominado toda la fase anterior (si-
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glos XVI-XVII), evolucionan hacia un pulso frío-seco que se distingue a fi nales del siglo XVIII, y se yuxtapone cronológi-camente a la problemática motilona que se gesta en la llanura de Maracaibo; para lue-go extenderse hasta la región comprendi-da entre los ríos Catatumbo y Pamplonita (Norte de Santander). El propósito de terratenientes como Juan Chourio en el sentido de abrir y facilitar rutas para el comercio del cacao y la ganadería (AGN, Colonia, Caciques e Indios, rollo 13/78, f. 490-500), representó una amenaza para los territorios barí que vino a desencadenar un confl icto aún inconcluso, y que indirecta-mente, cobijó a la problemática yuko por razones que ya hemos señalado. Una carta que tiene fecha del 20 de abril de 1768, y que De Alcácer (1962) cita en su obra, des-cribe las agresiones de que fue víctima el comerciante Calixto de Lara por parte de “(...) los yndios bárbaros motilones” diri-giéndose a Cúcuta desde San Faustino de los Ríos:
(...) y caminando por la montaña (...) en la vega de agua sucia dieron por la tar-de con una emboscada de motilones que antes de sentirles los nuestros les car-garon muchísimas fl echas, y de la pri-mera descarga mataron a un guardia, y hirieron dos (...) [son perseguidos] (...) prosiguiendo su fuga sin soplar cande-la, manteniéndose sólo con cogollos de una hoja que llaman arrevatiadera (...) y en la ranchería donde havian hecho noche el día antes de la avería halla-ron (...) carne ahumada de monte con la que se ayudaron a mantener. (AGN, Colonia, Miscelánea, tomo 14, f. 998-1002).
Los procesos dados en la vertiente E de la Serranía de Perijá, fueron distintos y a la vez más intensos teniendo en cuenta lo determinante de las condiciones ecoló-gicas en una región de mayor superfi cie,
grandes reservas hidrográfi cas y varie-dad de especies nativas: “Siempre costará mucho al hombre sustraer los secretos de esta naturaleza limítrofe, que sin embargo asombra eventual y espontáneamente con discretos obsequios de magnifi cencia”, afi rma Viloria Petit (2002). La descripción hecha por Sebastián José Guillén, Tesorero Interino de las Cajas Reales de Maracaibo, durante su incursión a territorio indígena por la Provincia de Machiques al término de una época fría-seca (1772-1773), nos ofrece un horizonte bastante apreciable de los sistemas de aprovechamiento y ocupa-ción, próximos a las desembocaduras de los ríos Negro y Santa Rosa en el Santa Ana: piedemonte de la serranía en su cos-tado E (Venezuela): “(...) en un sitio que llaman El Palmar, en la misma bega del río de el medio [Santa Rosa?] (...) y desde allí siguen las tierras más a propósito para sem-brar, todas de montaña elevada, y moporal, por cuia razón las han apetecido los indios motilones, para fundar las haciendas que oy disfrutan”. Desde la perspectiva actual, su informe constituye una reconstrucción etnográfi ca apreciable que permite com-prender varios aspectos relacionados con la fi liación cultural del ancestro barí ku-naguasaya dobokubí, y ante todo, el infl ujo de sus representaciones míticas sobre el ecosistema. En Guillén hallamos la prime-ra mención de la “Sierra de Perixa”: valor terminológico contrapuesto al anonimato que ese entorno paisajístico mantenía so-bre la otra vertiente (la del valle de Upar). No existe consenso en torno al signifi cado de esta palabra de origen caribe (Perijá). Para el investigador Adolfo Ernest, deri-va del término Aperará que hace alusión a una superfi cie áspera y montañosa; y de acuerdo a otros, corresponde a un vocablo yukpa que signifi ca: “lugar donde abundan las garrapatas” (Pérez, 2006).
Queriendo afi rmar la pacifi cación de los motilones, Guillén percibe algunos confl ic-
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tos internos con los chaqués (chaké) que habitan según dice “(...) en el confín de la sierra”; lo cual hace creer que las ocupacio-nes ya estaban avanzando hacia cotas más altas en aquella época, y que algo similar estaba ocurriendo en la vertiente W (lado colombiano). Son importantes las descrip-ciones relativas a las pautas de habitación: “(...) tenían dos casas en el medio de la pla-za, o terreno desmontado, y otras dos a la falda del monte, aquellas eran destinadas para su avitación, y estas eran despreciables por la mucha plaga del sancudo (...) dos ca-sas, la una de cien varas en círculo [(vara de Castilla = 0,8359 mts.) x 100 = 83,59 mts.], treinta de largo [25,07 mts.], y veinte y dos de ancho [18,38 mts.], fabricada con primor y techada de nuevo con Palma Real [Roystonea oleracea]”. La proliferación de mosquitos y otras especies, por ejemplo, se transforma en un indicador que permite in-ferir las condiciones ambientales en las que se desenvuelve la vida cotidiana, durante un pulso climático lluvioso que caracterizará el origen del siglo XIX y marcará los últimos estertores de la Pequeña Edad del Hielo en Europa (Little Ace Age): “(...) era preciso venir todo el día por dentro del agua, sin embargo de los muchos caimanes [Cayman crocodilus] y rayas [Potamotrygon moto-ro]”. El documento cita varios representan-tes de la fauna local integrados a su estrate-gia alimenticia: “Las carnes que estos yn-dios usan para su concerbazión son las del serdo montés [Tayassu tajacu], Araguato [Alouatta seniculus[Alouatta seniculus[ ], marimonda [Ateles be-], marimonda [Ateles be-], marimonda [lzebuth], mono [Cebus olivaceus], hoso sal-vage [Tremarctos ornatus], Danta [Tapirus terrestris], Picure [Dasyprocta leporina], Guarda Tinaja [Agouti pacaGuarda Tinaja [Agouti pacaGuarda Tinaja [ ], y todas aves, a excepción del samuro [Sarcoramphus papa], y otras que tienen mal olor, y todo animal quadrúpedo lo ahuman, y para co-merlo lo laban, y asean primero, y después poniéndolo con especial limpieza en la olla, le cubren la boca con ojas berdes, y atándo-la la ponen al fuego” (fi gura 39).
Documento 2. Diario de Sebastián José Guillén (1772) donde se atribuye la aver-sión de los motilones al consumo de la carne de venado a concepciones sobre-naturales,: “(...) el Demonio se les hace visible en fi gura de Sierbo, teniéndole tanto horror que por esta causa se hase entre ellos despreciable la carne de este animal” (AGN, Milicias y Marina, rollo 121, f. 149r).
La importancia de la consulta de archivo para la investigación paleoecológica, es evidente cuando se observa la mutua inte-racción entre el sistema cultural y el siste-ma biótico, generando imaginarios y tabúes que actúan selectivamente para reconfi gu-rar los límites del entorno garantizando un equilibrio primario; tal como se desprende de nuestra perspectiva teórica (Luhmann, 1998). Así, la aversión o restricción de las sociedades macro-chibcha al consumo de la carne de venado (Odocoileus virginianus), podría interpretarse de forma análoga a la existencia de una práctica similar entre los muisca del altiplano cundiboyacense, quie-nes restringieron su consumo a los perso-najes de mayor status otorgándole una con-notación shamanica al término: /guhaioque/ que hace referencia a la piel del herbívoro, e indirectamente, a la fi gura del xeque o /chyquy/. Los españoles proyectaron sus concepciones judeo-cristianas sobre este vocablo traduciéndolo como: “demonio” (González de Pérez, 1996) (Documento
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2). El no consumir determinadas especies (samuro, venado, caimán, etc.), puede obe-decer a una regulación ecosistémica que comenzó a ser alterada por los occidenta-les: “No se les conoce ydolatría, ni menos se encuentra entre ellos simulacro alguno a quien puedan dar adorazión; y sólo se save que el Demonio se les hace visible en fi gura de Sierbo, teniéndole tanto horror que por esta causa se hase entre ellos despreciable la carne de este animal (...) no siendo menos digno de notar la expecialidad de no comer el cayman, ni sus huebos, quando de para toda calidad de indios es una vianda de tan-ta estimación y aprecio” (AGN, Milicias y Marina, tomo 121, f. 237-242; 282-296).
Reichel-D. (1945), quien estuvo conviviendo con los “motilones” (yuko) del río Maraca (Cesar), desconocía los antecedentes de este proceso semiótico cuando atribuye la falta de interés por la carne de venado a una “pe-reza proverbail”. Así, “Para el indio motilón la caza se limita casi únicamente a las aves y raramente emprende la caza mayor (...) Cerca de una población donde estuvimos sa-lieron cada mañana los venados a la llanura, pero nunca los hombres fueron a cazarlos”. Entre los yukpa y japreria de la vertien-te E de Perijá (Venezuela), por ejemplo, el oso frontino u oso de anteojos (Tremarctos ornatus) es denominado /Mashiramu/ y /Masirsa/ respectivamente. Su origen, como producto de la relación entre el héroe mítico Tavoukcha con un mono celestial (hijo del hombre) (Torres, 2006), personifi ca la fuer-za integradora que disuelve los límites entre Naturaleza y Cultura.
SIGLO XIX
La alternancia de pulsos fríos húmedos y secos en lapsos muy cortos, tiene lugar en las primeras décadas de un siglo XIX que marca el repliegue del patrón ancestral yuko hasta las zonas altas de la serranía; aproxi-madamente entre los 900 y 2300 m.s.n.m.
En la llanura, los reductos de la población tupe aparecen fi nalmente concentrados por el entorno político, religioso y económico que se genera desde la ciudad de Valledupar; condiciones que a nuestro parecer, señalan lo que podría entenderse como el colapso de un patrón ancestral por asimilación y mesti-zaje. Así ocurre con los pueblos de la Santa Pastora del Espíritu Santo y del Rosario (chimila-tomoco) entre 1790 y 1800, cuya traslación representó la pérdida de valores ancestrales: “(...) haviendo tenido denuncio de que esttos naturales confesaban y babti-zaban en la ley que antiguamente profe-saban” (AGN, Colonia, Caciques e Indios, rollos 32,33/78, f. 872; 1). En el siguiente si-glo, las palabras “tupe”, “itoto”, “pacabuy” y “pampanilla” sólo vivirán en las referen-cias etnohistóricas, y el término “motilón” se convertirá en un genérico impuesto por nacionalismos hegemónicos bajo la presión de intereses particulares que, aprovecharán el auge de nuevas tecnologías y pactos a ni-vel internacional. Parte de la vida cotidiana del pueblo de Santa Ana de los Tupes por el mes de septiembre de 1807, se puede re-construir a través de la consulta de archi-vo con relación al incidente suscitado por “Bartolomea Ochoa, parda [mestiza] libre de este vecindario”, a quien el Marqués de Valdehoyos quiso expulsar de la comunidad por vivir “(...) escandalosamente con el yn-dio [tupe] José Cruz Venegas”; propósito al que varios indígenas opusieron resistencia armada. En función de una supuesta “tran-quilidad de los Naturales del territorio del Valle Dupar”, el Fiscal Protector antepone los intereses políticos del régimen a un he-cho esencialmente cotidiano que se esfuma-rá en la dinámica del mestizaje: “(...) que por reprensibles que hayan sido los procedi-mientos de los indios de Tupes (...) se debe no perder de vista que siendo yndios de re-ducción, es preciso tratarlos con suabidad y manejarse para con ellos con mucha pru-dencia” (AGN, Colonia, Caciques e Indios, rollo 35/78, f. 221-226).
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Figura 39. Representantes de la fauna mencionadas en los textos históricos en el Valle de Upar y río Santa Ana.
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Una faceta distinta del proceso de Independencia que no ha sido sufi ciente-mente explorada, permite descubrir el reclu-tamiento forzado al que estuvo sometido el patrón ancestral yuko, y su consecuente refu-gio en las montañas de Perijá: “(...) huyendo de la recluta que se intentó hacer de ellos el año 23 [1823]”, se comenta por el lado ve-nezolano con relación al pueblo de Santa Bárbara (AGN, República, Indios, legajo 1, f. 1028-1031). Un debilitamiento notorio de la actividad misional va ligado a la des-integración de poblaciones extendidas sobre la vertiente E de la sierra, donde los sabri-les o patrón ancestral japreria, comenzaban a ser identifi cados “(...) por su carácter an-tropófago, pues arruinan a quantos transitan por esa vía [la de Sinamaica-Valle Dupar]” (ibid.). Es difícil precisar lo que entonces ibid.). Es difícil precisar lo que entonces ibidocurría en el lado contrario (vertiente W), pero es seguro que también allí, los nuevos gobernantes buscaron imponer su política etnocéntrica sobre los “indios incultos” a quienes se refi ere un documento fechado el 30 de enero de 1825: “(...) autorizando al po-der executivo de la República para promover la civilización y propagación de la Religión Cristiana entre los indios gentiles” (AGN, República, Indios, legajo 1, f. 1016-1018). Paradójicamente, la resistencia cultural indí-gena halló un escenario en medio de la crisis demográfi ca y territorial, aunque Márquez (2001) no distingue transformaciones signi-fi cativas en el ecosistema que sean atribui-bles al proceso independista.
Al generarse la ruptura con las zonas bajas de la región debido al incremento de las apropiaciones por parte de colonos y terra-tenientes, no sólo continúa lo que Meléndez (1982) y Viloria Petit (2002) denominan en sus propios términos: la “tragedia motilona”, sino que al haberse suscitado ocupaciones más prolongadas en la serranía, comenzará a ser perceptible la diversidad grupal del an-cestro yuko a través de los primeros registros etnográfi cos. Jorge Isaacs (/1884/1951), el
célebre autor de María, y quien hizo explo-raciones en el antiguo Estado del Magdalena a fi nales del siglo XIX, consideraba que los “motilones” de la “cordillera oriental del Valle Dupar” (Perijá) habían surgido de la “mezcla” de los antiguos tupes, itotos y aca-nayutes citados por De la Rosa (/1742/1975), y que lingüísticamente, presentaban diferen-cias con los grupos indígenas venezolanos. Tanto él, como Felipe Pérez, nos ofrecen un panorama más afín con la etnografía actual, pues se descubre que el genérico “motilón” impuesto por la lucha contra los barí en la última mitad del siglo XVIII, había enmas-carado un conjunto de variantes dialectales y territoriales que estos pioneros designan como: “sacaraes”, “sicarares” y “yukures”. Se recordará que el grupo “Sicarara” apa-rece nombrado en un manuscrito de 1609 que hace referencia a los pueblos “(...) si-tuados y poblados en las cordilleras” (AGN, Colonia, Caciques e Indios, rollo 66/78, f. 809r), mientras que la palabra “yukure”, nos ha conducido nominalmente a los “yuko” de la Serranía de Perijá, o al menos a una de sus parcialidades (fi gura 40). Isaacs vincula el repliegue defi nitivo de estos indígenas ha-cia las zonas altas de la sierra, con abusos y actos terroristas que se remontan a la primera mitad del siglo XIX. Su preocupación en tor-no a los efectos sociales de estas injusticias lo convierte en un visionario:
(...) un absurdo y caro sistema de admi-nistración, socaliñas fi scales, torpes abu-sos, vicios que los mercaderes importan y estimulan, los irritan, los embrutecen y los envenenan. Si no se acude muy pronto a combatir el mal, trascurridos cuarenta o cincuenta años, casi toda la antigua Provincia de Santamarta será desierto te-mible, dominio de indígenas ya implaca-bles y feroces (...) desde 1846 [la Serranía desde 1846 [la Serranía desde 1846de Perijá] es refugio del resto de los ito-tos, tupes y yukures reunidos, y su posi-ción terrible, todo a causa de las cruel-dades hórridas cometidas entonces por
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los civilizados en la llanura de Casacará[entre los actuales municipios de Codazzi y Becerril], está mostrando que no exage-ro en el pronóstico (/1884/1951.).
La Pequeña Edad del Hielo (Little Ice AgeLa Pequeña Edad del Hielo (Little Ice AgeLa Pequeña Edad del Hielo ( ) termina en Europa. Un incremento signifi -cativo de la temperatura pone en vigencia el actual período cálido-húmedo, cuyos efectos se observan en la pérdida de área y volumen que sufren los glaciares colombianos a partir de ± 1850. Antes de esa época, entre el pe-ríodo de la Conquista y la primera mitad del siglo XIX, los 82,6 Km² de hielo que cubría la Sierra de Santa Marta había alcanzado su límite inferior entre los 4400 y 4700 m.s.n.m. En poco más de un siglo (1850-1955), la Sierra Nevada del Cocuy (Boyacá) perdió al-rededor del 76% de su área (Ideam, 2000); y simultáneamente la riqueza forestal del país, que había conservado un relativo equilibrio durante las etapas anteriores, comienza a ser explotada de una forma más intensiva y extensiva acorde a las exigencias de la in-dustrialización y el mercado internacional; con notoria demanda de productos y mate-ria prima. Los cambios a nivel económico y político impulsan el surgimiento de nuevas metrópolis y, elevan los índices demográfi -cos al tiempo que se promueve la apertura de nuevas vías. En la Costa Caribe, el auge de una ganadería e industria bananera soportada en la expropiación de tierras comunales a las que pusieron cerco entre 1875 y 1880, lleva consigo un deterioro irreparable de los bos-ques nativos: “La transformación se acelera (...). Este proceso será, en última instancia, el determinante de la casi total transforma-ción de los bosques y sabanas caribes hasta los límites actuales, cuando más del 80% del territorio está ocupado por potreros. El bos-que seco tropical es transformado de mane-ra radical” (Márquez, 2001). El régimen de lluvias se va incrementando notoriamente, y esto podría se entendido como un elemento favorable a la recuperación de los bosques; no obstante, el poder emanado de las formas
de explotación (no de Aprovechamiento) de los recursos naturales tiende a ser proporcio-nalmente más acelerado que el cambio climá-tico. Las inundaciones, epidemias y plagas de langosta (Schistocerca parensis) como la ocurrida en el antiguo Estado del Cauca hacia 1878, y que incluso dio pie a leyendas e ima-ginarios sociales (López, 2002), podrían ser analizadas como reacciones paleoecológicas frente a esa gradual pérdida de equilibrio.
Dicha situación aceleró la crisis del siste-ma de aprovechamiento vertical; y lo que pudo a ocurrir entonces, fue que bajo esta ruptura el Desplazamiento (DF) obró como respuesta a la necesidad de subsistir, sin te-ner que acceder al valle de la misma forma como se hacía en tiempos prehispánicos: un fenómeno que básicamente, aislará a los “yukure” (yuko) permitiendo en buena me-dida la reactivación de su identidad étnica. Así, cuando pocos indígenas empezaron a depender de un oferta defi ciente de recursos en la Serranía de Perijá, el Aprovechamiento(AP) empezó a reducirse y las Ocupaciones(OC) se concentraron defi nitivamente en las zonas altas generando un impacto que a la postre, no sólo sería negativo para el eco-sistema, sino para los mismos yuko como portadores de una representatividad feno-típica que hasta las últimas generaciones, se caracterizaba por una constitución débil, baja estatura (pigmeos?) y cara ovalada que según algunos, serían rasgos atribuibles a problemas de desnutrición (Reichel-D., 1945; Audiovisuales, 1995). De acuerdo con Jaramillo (1993): “(...) los Yuko-Yukpas se veían precisados a cultivar en suelos po-bres conforme a una tecnología de tala y quema, de efectos erosivos y agotamiento rápido de los nutrientes, que los obligaba al desplazamiento hacia los valles interiores de la cordillera. Este proceso generó una diferenciación en ciertos comportamientos sociales, en el idioma, en la religión, y en rasgos de cultura material, entre los diver-sos grupos”.
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Figura 40. Movilidad espacio-temporal de las ocupaciones.
El término “Movilidad” se refi ere a cómo los grupos indígenas, a lo largo de la historia, modifi caban las ocupaciones altitudinalmente entre el valle y la sierra como respuesta a presiones de distinta índole, teniendo como consecuencia el cambio cultural
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Desde la perspectiva estatal, el territorio “mo-tilón” estaba comprendido entre los distritos de Jobo, Palmira, Espíritu Santo y Becerril; pero desde 1871, el Estado del Magdalena había ce-dido la Serranía de Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta al gobierno de los Estados Unidos de Colombia, debido al “fracaso” que tuvo su programa de “civilización” de los naturales. Entonces la política estatal cedió terreno al de-sarrollo de una nueva etapa de la actividad mi-sionera por parte de los capuchinos, así como también, al arribo de exploradores, naturalistas y empresarios. Estos proyectos se verán obs-taculizados durante la Guerra de los Mil Días (1898-1901) (ibid.), pero ya desde antes, era ibid.), pero ya desde antes, era ibidclaro que el paradigma “motilón” se resistía a desaparecer. Con la apertura de una vía comer-cial que uniese al Catatumbo con el Valle del Magdalena, se desencadenó un nuevo y duro confl icto con los barí kunaguasaya o “moti-lones bravos”, que dejó huella en la memoria a raíz de los frecuentes ataques de que eran víctimas los trabajadores (Reichel-D., 1960). Y reduciendo al olvido las observaciones de los primeros etnógrafos, aquel genérico vol-vió a incorporar a los “yukure” otorgándoles el apelativo de “motilones mansos”; expresión que según Jaramillo (1993), no es acorde con la gran resistencia cultural que estos grupos mantuvieron a lo largo de su historia. La ca-racterización de la fase siguiente, constituye el epílogo de nuestros resultados.
SIGLO XX HASTA LA ÉPOCA ACTUAL
En Europa, el Óptimo Climático Medieval (Medieval Warm Period) y la Pequeña Edad Medieval Warm Period) y la Pequeña Edad Medieval Warm Perioddel Hielo (Little Ice Agedel Hielo (Little Ice Agedel Hielo ( ) son cosa del pasado en la medida que las temperaturas globales van presentando un notorio incremento; ho-rizonte que indudablemente se acentúa con el auge de las industrias masivas, la contamina-ción, la explosión demográfi ca y sobre todo, el aprovechamiento indiscriminado de los re-cursos naturales (lo cual preferimos denomi-nar: Explotación). Nos ha correspondido vivir en un período cálido-húmedo que de pronto,
nunca imaginaron los antiguos habitantes de la cuenca del río Cesar y la Serranía de Perijá, ya que, pese a los confl ictos sociales, la movili-dad, la reestructuración de identidades y demás aspectos que pudieron condicionar los sucesos históricos de los últimos mil años, la oferta na-tural mantuvo durante todo ese tiempo mayor representación frente a las acciones políticas:
La experiencia y el conocimiento de la naturaleza de los habitantes prehispáni-cos del continente se había traducido en formas de control y adopción con relación al ambiente, las que se perdieron en parte por la destrucción de estas civilizaciones y por la aculturación sufrida (...). Ello no quiere decir que no hayan afectado el me-dio ambiente. Algunas civilizaciones de-cayeron e incluso desaparecieron por el agotamiento de los recursos de la tierra. Factores naturales y particularmente de relaciones sociales condicionaron estos hechos, pero en términos generales se puede afi rmar que las relaciones hombre-naturaleza fueron mucho más armónicas(Gligo & Morello, 1980).
El siglo XX nace al tenor de una economía in-ternacional soportada tecnológicamente y con amplia demanda de recursos no renovables en América Latina. El 16 de octubre de 1905 el estado colombiano protocoliza la Concesión Barco, mediante la cual, se permite la explo-tación de recursos petrolíferos entre las coor-denadas 8º 8´ N y 9º 12´ S (límite Colombia-Venezuela) hasta el meridiano 73º W de Greenwich (Reichel-D., 1946; Roa, 2002). Al favorecer intereses particulares, dicha inicia-tiva acentuaba el confl icto con los territorios barí-kunaguasaya en ambas fronteras. En el mismo año que tenía lugar la caducidad de la Concesión y su hábil traspaso a socios inter-nacionales (1918) (Roa, op.cit.), el explorador Theodor de Booy de la American Geographical Society, realizaba una aproximación científi ca a Perijá siguiendo la ruta que delimitaba los dos vertientes de la serranía. (Hitchcock, 1954). En
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el primer Departamento del Magdalena, que entonces incorporaba la antigua Provincia de Valle de Upar (que sería Departamento sólo hasta 1967), se había presentado un repunte de las actividades misioneras entre 1910 y 1913, cuando Monseñor Atanasio Soler logró entrar en contacto con los “yukure” desde la pobla-ción de Codazzi. Se afi rma que para entonces, estos grupos venían manifestando alguna hos-tilidad contra los occidentales, e incluso con los barí-kunaguasaya dado su progresivo avance hacia el Sur de la Sierra; lo cual implicó trans-formaciones en las formas de organización so-cial mediante la existencia de normas de paren-tesco y matrimonio donde la escasez de sujetos femeninos, por lo menos hacia la primera mi-tad del siglo XX (Reichel-D., 1945; Carriage, 1979; Jaramillo, 1993), devenía en “guerras” locales entre hombres consanguíneos y raptos de mujeres sobre territorios barí (ibid.). Como ibid.). Como ibidadvertimos, el término yuko (“gente del mon-te”?) emanó desde su mismo contexto social a través de la etnografía. Entre 1943 y 1946, los esposos Richel-Dolmatoff efectuaron labo-res de terreno con estas poblaciones y dieron a conocer varios aspectos de una tradición cultu-ral, escondida entre los valles interiores de la sierra:
Cosecha y sembrado son siempre dirigidas por la posición de la luna, y la primera cons-tituye además un rito especial de los hom-bres del cual las mujeres están excluidas (...) Instrumentos de agricultura son com-pletamente desconocidos y para sembrar se sirven únicamente de un corto palo agudo para colocar la semilla en el suelo (...). Las mujeres usan únicamente un pequeñísimo guayuco o taparrabos del mismo material pendiendo de una tela de fi que [pampani-pendiendo de una tela de fi que [pampani-pendiendo de una tela de fi quella?] y una pieza rectangular de tela como capa que cuelga a sus espaldas amarrada al cuello (...). [luego de los funerales] Sobre la tumba se colocan durante tres días el arco y las fl echas del muerto, la piedra de moler, su mochila y si se trata de una mujer, el collar de semillas (Reichel-D., 1945).
No obstante, igual que en los siglos prece-dentes el discurso científi co obró de manera subordinada a la semiótica del poder, ya que paradójicamente, la representación “motilona” sobrevivía en los textos etnográfi cos: “El nom-bre “motilón”, es decir, “los de pelo corto”, se podría aplicar al grupo yuko puesto que prac-tica verdaderamente esta costumbre. El grupo yuko es puro karib, y es este el conocido desde la época de la Conquista por su belicosidad[¿?]” (Reichel.-D, 1946.). De esa forma, la no-ción de confl icto con los barí también se hizo extensiva a los yuko, atribuyéndoles muchas acciones violentas en las cuales no estaban comprometidos; tal como sucedió con un grupo barí kunaguasaya mapé asentado en cercanías al río Ariguaisa (Estado de Zulia-Venezuela), que aparentemente remontó la sierra de Perijá siguiendo la misma ruta de los misioneros ca-puchinos, para descender a una hacienda del Tocuy (área yuko entre Becerril y la Jagua de Ibirico) donde sus miembros asesinaron a un trabajador y, procedieron a descuartizarlo. La inculpación a los yuko no prosperó luego de examinarse las fl echas utilizadas y las descrip-ciones de los atacantes (Reichel-D., 1960). Así, la obra Fray Antonio De Alcácer (1962), que en realidad versa sobre los “motilones autén-ticos” (barí), responde a una situación crítica en el panorama social colombiano: “La causa de esta reducción del área motilona hay que buscarla en el despiadado modo de proceder de muchos colonos que por la fuerza, han ido desalojando a los legítimos dueños de aque-llas tierras; y no antes, en épocas más o menos oscuras, o así catalogadas, sino recientemente y, por desgracia, aún hoy día”. Este autor con-sidera que la intensidad del Desplazamiento(DF) y la expropiación de los indígenas, venía siendo más alta a mediados del siglo XX que como lo fue durante la Colonia. Bajo estas cir-cunstancias, los yuko fi nalmente intensifi caron las Ocupaciones (OC) sobre cotas que tienden a superar los 2300 m.s.n.m., haciendo difícil el Aprovechamiento (AP) de los recursos en la medida que el ecosistema, se pone bajo ame-naza con el deterioro de la cobertura boscosa
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y los procesos de aculturación a los que se ven expuestos los indígenas en su contacto con el blanco:
La modernización de las pautas alimenti-cias cada día se presenta como un hecho, con la incidencia que trae en la conser-vación del ciclo anual. Además, la dieta tradicional resulta afectada por la asimi-lación de los gustos del “blanco” y por la introducción de la cría de animales domésticos, o del cultivo comercial que permite la compra de alimentos en las tiendas. Esta modifi cación ha obligado a los Yuko a emplearse como obreros en las haciendas vecinas o en las misiones. Los indígenas que viven aún en sitios alejados a estos centros de cambio, han ido acep-tando en mayor o menor medida las téc-nicas y la vida campesina de los colonos vecinos (Jaramillo, 1993).
Sólo hasta el año de 1977 termina de ofi cia-lizarse la creación de las reservas de Iroka y Sokorpa en el municipio de Codazzi-Cesar, y en su momento, Jaramillo (1987; 1993) esti-ma una población yuko compuesta de 1172 indígenas distribuidos entre los asentamientos de San José de Oriente, Sicarare, Casacara y Maraka, que prácticamente, son los mismos que cita el compromiso de pacifi cación de las “tribus” de Becerril del Campo (1609) (AGN, Colonia, Caciques e Indios, rollo 66/78, f. 807-845). De Alcácer (1962) había calcula-do una población de 1500 individuos, lo cual denota cierta estabilidad demográfi ca a pesar de que Reichel-D. (1960), señala procesos de escisión y fusión étnica; es decir, mientras los sokorpa parecían haberse segregado de los maraka, era evidente que los tukushmo se habían agregado a los iroka movilizándo-se desde la quebraba Candela, al norte del río Casacara. Así, con el recrudecimiento del fe-nómeno del narcotráfi co, las acciones arma-das de grupos ilegales y la consecuente expro-piación de territorios indígenas y campesinos, los descendientes de los itoto que habitaban
la cordillera de la otra banda del río Cesar du-rante los siglos XVI y XVII, han estado incur-sionando violentamente en la llanura; según afi rma la prensa:
Para no morir de hambre, los aboríge-nes de la etnia Yukpa, asentados en la Serranía de Perijá, en el Cesar, están robando y asesinando a los colonos de la región, ante el abandono de que están siendo víctimas por porte del Estado, de-nunció la asesora de paz del departamen-to, María Victoria Barreneche (...) En lo corrido de este año los indígenas han ase-sinado a siete colonos porque opusieron resistencia para que no les robaran sus bienes. La asesora de paz afi rma que esta comunidad está muriendo de hambre y por eso se ha visto obligada a irrumpir en las fi ncas de los colonos para buscar alimentos (Caracol Noticias, 2006).
El año anterior, la política de Seguridad Democrática había destinado otro contingente militar para que iniciase un nuevo proceso de pacifi cación al W de la sierra. Si la “tragedia motilona” alude indirectamente a los yuko, es claro que se trata de una historia de larga du-ración, pues el comunicado de la Presidencia de la República expedido el 3 de septiembre afi rma que: “Con una inversión de 35 mil mi-llones de pesos el Gobierno Nacional activará un Batallón de Alta Montaña en la Serranía de Perijá (Cesar), el cual tendrá como objetivo neutralizar el accionar de los grupos terroris-tas que operan en la región. (...). «Que esos bandidos no sueñen que van a seguir refugia-dos en el Perijá, bajando en los planos de La Guajira y del Cesar a secuestrar a la gente”, señaló el mandatario»” (Presidencia, 2005).
CONCLUSIONES
El análisis de estas descripciones en función de los daños ecológicos que en la Serranía de Perijá, han reducido la vegetación nati-va a pocos enclaves que se concentran al
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oriente de Manaure (Cesar) y Cerro Pintado (La Guajira), entre los 0 y 2000 m.s.n.m. (Anónimo, 2006, Jaramillo, 1993), permi-te distinguir de forma reiterativa la impor-tancia del componente etnohistórico en los estudios de impacto ambiental (EIA) y la formulación de los respectivos planes de manejo (PMA). Es necesario pensar en el desarrollo de una línea base que ofrezca un perfi l bidimensional de la problemática, que no se fundamente de manera exclusiva en criterios analógicos, unidireccionales y sin-crónicos. Desde el campo epistemológico, se ha venido insistiendo mucho para que el concepto de “reversibilidad”, el proceso objetivador del sujeto deja huella en el ob-jeto, supere la idea clásica de una relación unívoca y escindida entre las dos instancias: el sujeto (en este caso, quien se aproxima y reelabora culturalmente el entorno natural) y el objeto (el entorno natural y el refl ejo de sus relaciones implícitas): “(...) los sistemas puramente vivientes [naturales] pueden mo-delar el organismo o sistema, pero no tanto el medio o el ecosistema. En cambio, los sistemas hablantes [culturales] pueden con-trolar, pueden modelar también el medio” (Ibáñez, 1994). La causa del actual deterio-ro ecológico en Perijá, no debe atribuirse exclusivamente al sistema de tala y quema practicado por los yuko, sino más bien, a la crisis de un modelo de verticalidad que implica el aprovechamiento e intercambio de recursos naturales entre los pisos térmi-cos (Langebaek, 1987), tal como sucedía en épocas prehispánicas entre el valle del río Cesar (el río Opompotao de los tupe) y la vertiente W de la serranía. Desde estos parámetros se pueden esbozar las siguientes conclusiones:
1. El patrón ancestral de los actuales yuko que habitan la Serranía de Perijá, corresponde con los grupos “itoto” que aparecen citados en las crónicas de los siglos XVI y XVII y en va-rios documentos de archivo (AGN: Archivo General de la Nación). Esta argumentación
obliga a discutir la tesis de Reichel-D. (1947) y Carriage (1979), en el sentido de proponer a los “tupe” como antepasados directos de aquellas comunidades. Tanto su ubicación geográfi ca (“situados y poblados [en] las cor-dilleras”), pertenencia al tronco lingüístico macro-caribe, expresiones culturales (sepul-tura en cuevas, atuendo, etc.) e indicadores craneométricos (dolicocefalia característica), hace más factible una correlación genealógi-ca con los itoto, al tiempo que se infi ere un parentesco cultural entre estos y los tupe de acuerdo a sus alianzas en momentos de con-fl icto: “(...) vendrán itotos y los cariachiles [a combatir al lado del cacique Coro Ponaimo]” (De Castellanos, /1589-1601/1997). No obs-tante, el relativo control que los tupe habían alcanzado sobre la margen derecha (E) del río Cesar en tiempos de la Conquista, puede atri-buirse a una incursión más temprana de estos grupos al valle (anterior al siglo VI a.C?), a la cual habría seguido la del patrón ancestral ito-to (entre los siglos XII-XIII d.C.) (fi guras 36, 37 y 38). Posiblemente, esto tenga que ver con el uso de un término que desde la perspectiva europea, denota la condición de “esclavo” o “enemigo” entre los caribe (“itoto”); pudien-do haber constituido un genérico que incorpo-rara diferentes grupos de la sierra (sicarares, casacaraes, etc.). La región fue escenario de interacciones culturales y comerciales con los chimila (fi liación lingüística macro-chibcha), quienes a la llegada de los ancestros tupe-ito-to controlaban el acceso a los recursos de la llanura: razón de eventuales confl ictos. Entre fi nales del siglo XVII y la primera mitad del XVIII, aquel denotativo pierde vigencia y se dice que la zona meridional de Perijá está ocupada por los “Pampanilla” (De la Rosa, /1742/1975): “Estos indios son tan mansos y tan joviales, que pasan a alarbes, pues si se les manda una cosa, hacen otra contraria”. Aunque una relación genealógica con los ito-to es muy probable, algunos datos etnohistóri-cos y bioantropológicos apuntan a cierto nexo macro-chibcha que por ahora no estamos en capacidad de entender. En cambio, nuestras
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observaciones ayudan a distinguir la proble-mática yuko en el marco de una controversia “motilona” que, parece tener más vínculos con el patrón ancestral barí (kunaguasaya).
2. Las ocupaciones sobre las cotas altas de la Serranía de Perijá, se formalizan y acentúan con el desplazamiento y las presiones a que se ven sometidos los itoto (ancestro yuko) por parte de conquistadores y colonos desde el siglo XVI. Es un fenómeno gradual que presenta un incremento signifi cativo entre fi -nales del XVII y todo el siglo XVIII, sin que ello implique la ruptura entre el ecosistema y las formas de aprovechamiento. Con todo, se puede observar que entre ± 1530-1748 d.C., mientras el Desplazamiento (DF) es elevadí-simo, el Aprovechamiento tiende a ajustarse a la Fluctuación Climática (FC) (épocas frías: Fluctuación Climática (FC) (épocas frías: Fluctuación Climáticabajo aprovechamiento; épocas cálidas: mejor aprovechamiento); lo cual podría atribuirse al nivel de dependencia de misioneros y enco-menderos frente a los recursos, tecnologías y mano de obra indígena durante las etapas secas. Esto había operado de manera distinta en tiempos prehispánicos, pues entre ± 1000-(1530), cuando el sistema de verticalidad era más fl uido, el Aprovechamiento resultaba muy destacable gracias a dichas formas de interacción, y sin importar que dominaran condiciones frías-secas. Ahora bien, cuando se analizan las dos fases de manera integra-da (± 1000-1748 d.C.), se observa que en el caso de las Ocupaciones (OC), el patrón an-cestral yuko tiende a permanecer sobre las cotas medias de la serranía (bh-ST: bosque húmedo subtropical); lo que en otros térmi-nos, equivale a una considerable resistencia al desplazamiento y la reducción por encima o debajo de esa zona de vida. El período de la Independencia constituyó una etapa crítica para los habitantes de Perijá, con mucho re-pliegue hacia las cotas altas y bajos índices de Aprovechamiento. En la medida que va co-lapsando el siglo XIX (± 1850-1895), lo cual ocurre de forma paralela con el advenimiento de una época cálida-húmeda (con signifi cati-
vos niveles pluviométricos), expropiaciones de territorios indígenas y apertura de vías co-merciales, las formas de “Explotación” supe-rarán la oferta natural hasta ir reduciendo la capacidad de Aprovechamiento, y desde en-tonces, el ecosistema se verá amenazado: “En consecuencia, una reforma agraria o rural que no implicara una recuperación ecosistémica, o no previera la sustitución de los recursos naturales perdidos, podría estar condenada al fracaso” (Márquez, 2001). Desde la segunda mitad del siglo XX las circunstancias de orden político, económico y social, incluida la crea-ción de reservas indígenas y el confl icto ar-mado, han venido reduciendo el área de apro-vechamiento yuko provocando respuestas en dos sentidos: el deterioro del ecosistema me-diante la tala indiscriminada de bosques y, la articulación de los indígenas al mercado labo-ral a través de su contacto con los “blancos”; lo cual expone valores ancestrales a procesos de aculturación (Figura 41).
CONTRIBUCIONES A LA FORMULA-CIÓN DEL PLAN DE MANEJO
Un Plan de Manejo Ambiental (PMA) para la serranía que se fundamente en estudios sincrónico-diacrónicos, es decir, que tam-bién aborde los problemas ecosistémicos desde una perspectiva histórico-cultural res-paldada por fuentes etnográfi cas, archivísti-cas y arqueológicas; se halla en capacidad de medir que tan intenso es el impacto de las poblaciones humanas sobre el entorno físico, y viceversa, analizando la relación integral que existe entre las variables seña-ladas (FC, OC, AP y DF). Esto conlleva la posibilidad de regular un aspecto (p.e.: las ocupaciones), modifi cando otro (p.e.: formas de aprovechamiento) en función de modelos reconstruidos con ayuda de investigaciones etnohistóricas y paleoecológicas; ya que al explorar los antecedentes del problema, esta-remos facultados para sugerir mejores alter-nativas de manejo tanto nivel biótico, como social y patrimonial.
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