Cultura ciudadana para nuevas sociedades, Nuevo León 2014- Jorge Melguizo

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Cultura Ciudadana para construir nuevas sociedades Jorge Melguizo [email protected] @jorgemelguizo Notas para compartir en Nuevo León, México, en mayo 5 y 6 de 2014 Soy una roca tu cuchillo no me corta. Mi alma es fuego con tu frío no me tocas. De Bruces a Mí, grupo de rock de Medellín 1

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Cultura Ciudadana para construir nuevas sociedades

Jorge Melguizo

[email protected]

@jorgemelguizo

Notas para compartir en Nuevo León, México, en mayo 5 y 6 de 2014

Soy una roca tu cuchillo no me corta.

Mi alma es fuego con tu frío no me tocas.

De Bruces a Mí, grupo de rock de Medellín

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Empiezo por el que puede ser el final:

Nos falta mucho por hacer en Cultura Ciudadana en Medellín. Y parte de lo que expongo y propongo en esta conferencia tiene su sustento en lo que allí hemos vivido y en lo mucho que hemos logrado transformar en los últimos años, pero empiezo por decir lo que nos falta porque no somos un modelo aunque sí podamos ser vistos como una referencia por todo el camino emprendido.

Nos falta mucho en participación, en educación política, en transformación cultural, en superar la cultura mafiosa, en romper la ilegalidad presente en todos los espacios y momentos. Mi propio balance de lo logrado en este tema en los últimos años, y del cual fui responsable en la Alcaldía durante varios de esos años, no es del todo satisfactorio: avanzamos pero el camino es muy largo.

Los principios de la Gestión Pública en Medellín:

Nuestros Planes de Desarrollo en Medellín (2004 – 2007 y 2008 – 2011) se basaron en 14 principios, que nos propusimos como gobierno pero con extensión a toda la comunidad:

1. Los dineros públicos son sagrados.

2. La gestión de lo público es transparente. La Administración rinde cuentas de todo lo que hace, de con quién lo hace, de cuándo, cómo y con cuánto lo hace.

3. No aceptamos transacciones de poder político por intereses burocráticos o económicos.

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4. No utilizamos el poder del Estado para comprar conciencias y acallar opiniones.

5. El ejemplo de las autoridades es la principal herramienta pedagógica de transformación cívica.

6. Planeación sin improvisación.

7. Eficiencia, economía y eficacia son principios de todos los programas y proyectos.

8. Las relaciones con la comunidad son abiertas y claras, y se desarrollan a través de los espacios de participación ciudadana.

9. El interés público prevalece sobre los intereses particulares.

10. Los servidores públicos que trabajan en la Administración Municipal son honestos, capaces y comprometidos con un proyecto de ciudad.

11. El desarrollo de la ciudad es un compromiso entre la Administración Local y todos los ciudadanos y ciudadanas.

12. La solidaridad y la cooperación son la base de las relaciones de la ciudad con la región, el departamento, la Nación y la Comunidad Internacional.

13. La confianza en las personas que dirigen la Administración Municipal es esencial para garantizar la legitimidad del Estado y la gobernabilidad.

14. La vida es el valor máximo y no hay una sola idea ni propósito que amerite el uso de la violencia para alcanzarlos.

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Esos 14 Principios podrían sintetizarse en un gran principio ético: “el fin no justifica los medios”.

En una sociedad donde el “todo vale” se convirtió en generalidad (y donde el todo vale es aceptado y propuesto desde todo tipo de esferas sociales), nosotros propusimos el “no todo vale” como filosofía de vida. Por supuesto, eso apunta a un cambio de actitudes y comportamientos, a un cambio cultural.

Durante muchos años Medellín se construyó, como ciudad, con un criterio estético (la belleza, el ornato, la limpieza, como símbolos de lo público), pero no con un proyecto ético: llevábamos décadas haciendo ciudad sin pensar en hacer ciudadanía, e incluso haciendo de esta ciudad un “modelo” de exclusión y de inequidad. Nosotros intentamos revertir ese modelo.

Buscamos que inclusión, equidad, oportunidad y convivencia sean las palabras de mayor significado para toda la sociedad de Medellín, por encima de otras palabras que han prevalecido en nuestra cultura paisa:

dinero,

individualismo,

viveza,

exclusión,

caridad,

inequidad,

“aprovechamientodelopúblicoparainteresesprivados” (así, junto, como si fuera una sola palabra, como si fuera una orden, como si fuera un mantra).

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Casi que como un ejercicio lúdico, colectivo, deberían ustedes, en Panamá, pensar como sociedad con cuáles palabras quieren seguir siendo identificados y con cuáles palabras debería aprender a definirse este país.

Los valores que les propongo para la reflexión:

Lo público, un reto colectivo:

Un país no puede avanzar si lo público no es tarea de toda la sociedad. Si la calidad, la eficiencia, la dignidad de lo público no se convierte en reto nacional.

Una paradoja –y hablo en mis ejemplos de Colombia, insisto- es que en muchos momentos de nuestra vida nacional somos las y los ciudadanos quienes batallamos por la defensa y la construcción de lo público, mientras que nuestros gobernantes dedican buena parte de sus tiempos y compromisos a defender los intereses privados.

Contrasentido total: esos gobernantes –sigo hablando de Colombia- están ahí, pagados con nuestros impuestos, para la construcción y defensa de lo público, no para su enriquecimiento privado, no para aumentar su cuenta bancaria ni la de sus amigos, ni las de sus nuevos socios.

Lo público debe ser un nuevo valor, que construyamos colectivamente.

La transparencia, un valor necesario:

La corrupción no puede ser la marca de un país. Rubén Blades cantó Un país portátil, y esa canción –escrita para su Panamá- nos cabe a muchos países.

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Transparencia no es solo no robarse un solo peso público: transparencia exige buen manejo de la información de los asuntos públicos, comportamientos modélicos de quienes nos gobiernan, pactos sociales reales del empresariado con las instituciones para no hacer del presupuesto público el nuevo botín de la piratería, para no tener en los presupuestos públicos la generación de nuevas conductas de expoliación.

Transparencia es que los funcionarios públicos hagan bien su trabajo, que por eso les pagamos. Algunas veces pareciera que los funcionarios públicos sienten que trabajamos para ellos, y no al contrario. Una frase sobre el poder me ayuda a explicarlo: Cuando se tiene poder no se ganan derechos. Se asumen responsabilidades.

Transparencia es que los contratistas privados no solo no paguen una coima por obtener su contrato, sino que los presupuestos de los proyectos sean los justos, los razonables, y que la calidad de los proyectos realizados con dineros públicos sea la mejor.

Transparencia debe ser un valor de toda la sociedad, no solo de los gobernantes.

La confianza: base del desarrollo humano.

La generación de confianza en lo público, en un país donde lo público es generador de todo tipo de desconfianzas, se ha convertido en uno de los resultados más importantes de lo que hacemos.

Todo gobernante debería autoevaluarse, y ser evaluado por la sociedad, solo con esta palabra, con este concepto: ¿durante su mandato ha construido o ha destruido la confianza de la comunidad en lo público?.

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Toda sociedad debería medir su nivel de desarrollo por el incremento de la confianza entre sus ciudadanos, en todos los niveles. ¿Confiamos o desconfiamos de los demás? ¿Es la confianza un valor en alza en México, en Nuevo León?

La confianza, como criterio fundamental de la relación con el otro, debería ser un valor en alza en sociedades que se dicen prósperas.

Los derechos son derechos, no favores, y no tiene por qué haber mediación en su consecución.

Nuestras sociedades deberían poner todos sus énfasis públicos y privados en la consecución de los derechos: el derecho a la vida, el derecho a la educación, el derecho a la salud, el derecho a la cultura, el derecho al trabajo, el derecho a un salario digno y decente, el derecho a la vivienda y al hábitat dignos, el derecho a la recreación y al deporte, y hasta el derecho a la participación real.

Decía Estanislao Zuleta, filósofo nacido en Medellín: “De nada sirven los derechos si no se tienen posibilidades”.

En nuestras sociedades latinoamericanas, marcadas por la inequidad social, poner el norte y el acento en los derechos debería ser un imperativo ético. Y ese imperativo se convierte en uno mayor cuando se habla de crecimientos económicos importantes, de aumento del PIB, de competitividad internacional: si la riqueza no produce equidad, ¿para qué la riqueza?.

Los derechos son un valor, en sí mismos. Construir una sociedad de derechos tendría que estar en las prioridades de todo gobierno, de todo movimiento social. Nuevamente: la construcción de una sociedad de derechos no es tarea solo de lo gubernamental.

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Cumplimiento voluntario de las normas: un valor por construir.

Cumplir voluntariamente las normas, autoregularse, es lo que llamamos Cultura Ciudadana. Las sociedades con mayor cultura ciudadana son sociedades mejores, con mayores niveles de convivencia.

El cumplimiento de las normas no tendría por qué depender de la vigilancia, del control, del temor a la posible sanción.

Cumplir voluntariamente las normas, además, es algo que está presente en la mayoría de los hechos cotidianos: no sobrepasar un límite de velocidad, respetar las señales de tránsito, pagar los impuestos (ni evadir, ni eludir …), respetar al otro independientemente de su raza, su orientación sexual, su nivel económico, su grado de educación. Respetar al otro no quiere decir solo aceptarlo: quiere decir comprenderlo, valorarlo e incluirlo.

Cultura Ciudadana es, simplemente, la forma como establezco la relación con las demás personas en el espacio público, en el espacio fuera de lo privado. Ese código común de comportamiento que nos lleva a que las relaciones de vecindad, de ciudadanía, sean compartidas y se conviertan en algo normal.

Nuestras sociedades, por el contrario, son propensas a la trampa, al atajo, al incumplimiento de las normas, con la certeza además de que no será penalizada esa trampa y, peor, de que será vanagloriada por algunos. El avispao, que decimos en Medellín.

Un reto posible sería emprender un trabajo masivo, periódico y permanente de cultura ciudadana, de formación ética, de construcción de nuevos valores y de reflexión sobre los “valores” tradicionales de nuestra sociedad: el dinero como meta, la tolerancia histórica con la inequidad, la falta de solidaridad, el no reconocimiento de los otros como sujetos de pleno derecho, la corrupción convertida en parte del paisaje público y privado.

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¡Cuántos de los que pregonan cambios de sociedad son, por ejemplo, explotadores de sus empleadas domésticas, a quienes casi esclavizamos! Pregúntense ustedes mismos, acá, en este recinto, mientras hablamos de cultura, de ética ciudadana, de valores cívicos y morales, cómo tratan humana y laboralmente a sus empleadas domésticas y a las demás personas que trabajan con ustedes… o para ustedes. “La mejor manera de decir es hacer”, dijo José Martí citando a Marx1.

No sólo en los procesos de formación como tales formamos en ética: todo lo que hacemos tiene que ser coherente con nuestros principios, con nuestros fundamentos, con las palabras que decimos que deben definirnos.

Los antivalores nos interrogan hoy a las familias y a las religiones, a toda la sociedad:

- ¿Cuáles son los retos en la educación colectiva?

- ¿Cómo podemos lograr la intervención real sobre ese micro – tejido familiar y comunitario?

- ¿Qué no estamos haciendo bien?

- ¿En qué nos seguimos equivocando como sociedad?

- ¿Qué no hemos hecho que sea necesario hacer para lograr una real transformación cultural, en función de la construcción de un verdadero proyecto colectivo de ciudadanía, de convivencia?

- ¿Cuáles son los valores compartidos que deberían construir nuestro nuevo proceso de vida comunitaria?

1 Esta frase aparece en “Tesis sobre Fueuerbach”, de Karl Marx, 1860, hablando sobre la necesidad de pasar de la filosofía a la transformación. Martí la recogió tal cual en 1890 y luego Juan Domingo Perón, en Argentina, en 1943, la convirtió en “Mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”.

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- ¿Cómo se hace un ciudadano?

Un hombre de barrio popular nos dijo hace unos pocos años, en una calle de la zona nororiental de Medellín, uno de los lugares donde hay más gente en la pobreza y donde se han presentado más hechos violentos en la historia de la ciudad: “esta es una violencia vacía, no tiene más contenido que la muerte”. Esa frase requiere una reflexión que no hemos dado suficientemente. Esa frase requiere de la sociedad entera unas respuestas que aún no logramos construir. Esa frase nos reta, nos impele, nos está diciendo que es hora de buscar nuevas y mejores y respuestas en esa enorme tarea de la formación de la ciudadanía, en esa necesaria tarea de cambiarnos no sólo la piel sino el alma.

Había cerrado estas notas con una parte de un poema de Esmeralda Loyden, mexicana, que leí en un bellísimo libro (Poesía Arbórea), regalo de un maestro de Tamaulipas, en México. Pero en la larga espera en el aeropuerto El Bajío, en Silao, el domingo pasado, buscando en mis notas de otro momento, me encontré unos párrafos de Nelson Mandela a su esposa, Winnie, en 1975. Y me dije: mejor cierre el de Mandela… pero dejaré el de Loyden. Así que cierro esta intervención en Nuevo León con ambos:

El de Esmeralda Loyden, hablando sobre los árboles:

Dicen que una comunidad no existe

porque no han visto sus raíces enlazarse con ternura.

Dicen que una comunidad no siente

porque han dejado de oír el suave murmurar de sus caricias en otoño…

(…)

Dicen que una comunidad no es, ni siente,

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porque no la ven jugar, reír ni defenderse…

De tanto en tanto la asaltan mentes enfermizas, plagas efímeras, polución, nieve, incendios, destazadores de maderas.

Más la comunidad arbórea guarda sus semillas dentro de la tierra

y espera… una eternidad tal vez.

Y de la tierra surge nuevamente

con sus verdes dorados y sus nidos,

con su caudal de luz y su frescura.

El de Mandela, desde su celda:

“...la celda es un lugar ideal para aprender a conocerse a uno mismo, para investigar de manera realista y regularmente el proceso de nuestra propia mente y sentimientos.

Al juzgar nuestro progreso como individuos tendemos a concentrarnos en factores externos, como nuestra posición social, influencia, popularidad, riqueza y nivel de educación.

Estos son, obviamente, factores importantes para medir nuestro éxito material y es perfectamente comprensible que mucha gente se esmere principalmente en lograr todo ello.

Pero los factores internos pueden ser incluso más cruciales al evaluar

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nuestro desarrollo como seres humanos. La honestidad, sinceridad, simplicidad, humildad, pura generosidad –cualidades que están fácilmente al alcance de cada alma- son la fundación de nuestra vida espiritual.

El desarrollo en cuestiones de esta naturaleza es inconcebible sin una seria introspección, sin conocerse a uno mismo, con sus debilidades y errores.

Al menos, por éste y por ningún otro motivo, la celda te da la oportunidad de mirar diariamente a tu entera conducta y superar lo malo y desarrollar lo que es bueno en ti.”2

2 Carta a Winnie Mandela en Kroonstad Prison, fechada 1º de febrero de 1975, páginas 211-212, del libro “Nelson Mandela, Conversations with Myself”, editado por Macmillan, 2010.

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