Cuentos al horno librillo digital de microrrelatos

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Concurso Explora

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En este librillo digital encontrarás las historias ganadoras del concurso Explora Cuentos al horno.

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Concurso Explora

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EXPOSICIÓN EN PARQUE EXPLORA

Parque Explora

Carrera 52 Nº 73 - 75 Medellín - Colombia+ 57 (4) 516 83 00© 2015 Parque Explora.

/parqueexplora @parqueexplora

Más información en: www.parqueexplora.org

En este librillo digital, encontrarás las historias ganadoras del concurso Cuentos al horno, asociado a la nueva exposición Comer. Los participantes mostraron con microrrelatos su profunda imaginación a partir de una fotografía de la exposición Comer.

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l restaurante era un negocio familiar. Había sido fundado por mis abuelos y ahora mis padres

estaban a cargo. Desde que el abuelo murió la abuela se alejó de la cocina, pero aún manejaba ciertas tareas como la decoración del lugar. Ella había viajado mucho en su juventud conociendo diferentes sitios de comida alrededor del mundo y debíamos confiar en su gusto decorativo. De sus viajes conservaba una gran colección de tazas, pocillos y juegos de té que se exhibían en repisas de nuestro negocio.

Una mañana, durante el desayuno que tomábamos juntos antes de abrir el restaurante, nos sorprendió con una extraña declaración: había soñado que afuera del restaurante se erigía un árbol de pocillos. Decía que tal escultura atraería clientes por la simple curiosidad que causaría y por la diversidad de diseños que colgarían de él. Todos nos reímos de su loca visión, pero testaruda como era fabricó el árbol ella misma y lo tuvo ubicado en

Por Catalina Correa Veléz

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el antejardin esa misma tarde. Tal como dijo: la clientela aumentó. Nosotros estábamos felices y, hasta en broma, dijimos que haríamos realidad con nuestras propias manos la próxima visión que la abuela tuviera.

Pasaron un par de años y nos acostumbramos al árbol de pocillos. Yo ya había olvidado la declaración que hicimos entre risas, pero regresó a mi mente el día que la abuela falleció. Unos días antes me había contado algo que no me atrevo a decirle a mis padres. En un sueño, la abuela vio nuestro restaurante. El edificio entero estaba construido con cucharas, cuchillos, tenedores y platos.

—¿Qué son estos?— preguntó María, entreviendo más allá de su propio reflejo los extraños frutos que le parecían zanahorias con chichones. Camila volteó entonces esperando la respuesta del guía. —¿Verdad que parecen zanahorias? —respondió Iván sonriendo.—Enfermas —contestó Camila. —Imagínense —dijo Iván y se acercó también a las urnas— que cada uno de esos chichones es un granito, como los de las crispetas.—¡Maíz! —clamó María sorprendida. —Cuando está así, se llama mazorca —confirmó Iván.Las niñas se movieron en torno a las urnas.—¿Por qué están colgadas? —preguntó María.—¿Por qué tienen cola? —agregó Camila.Iván contuvo un suspiro y sonrió.—Estas mazorcas ya están secas. Ya están listas para ser asadas, cocidas, o molidas, para hacer harina. ¿Y qué hacemos con la harina?—¡Arepas! —replicó Camila.—Exacto. Las arepas que comemos a diario vienen de aquí, de estos granos, de esta mazorca. ¿Les gustaría saber algo muy interesante acerca de la mazorca?

Por Luis García

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Las niñas asintieron con la cabeza. —Hace muchos muchos años, cuando ni ustedes ni yo habíamos nacido, cuando ni siquiera Medellín existía, toda esta región era un valle verde y hermoso…—¡Cuando vivían los indígenas! —interrumpió Camila.—Cuando vivían los indígenas —confirmó Iván—. Al igual que nosotros, ellos comían arepitas todos los días, y para preparar esas arepas, tenían que cultivar el maíz. Las plantas de maíz son altas, tan altas como yo —Iván se puso erguido—, y las mazorcas crecen envueltas en esas hojas de las que ahora están colgando. Al principio, cuando la planta está creciendo, es verde como el pasto, pero con el paso del tiempo la planta se va secando, hasta quedar del color que la ven ahora —señaló las hojas—. Entonces los indígenas recogían las mazorcas y les pelaban las hojas que las cubrían, de manera que les quedaran colgando. Luego las desgranaban, molían los granos y de ahí hacían arepas, bebidas y hasta sopa. Las niñas enarcaron las cejas. —Y crispetas —añadió María sonriendo.—Así es. Como el maíz era tan importante para los indígenas, ellos creían que su dios se lo había dado para que no sufrieran hambre, y que había surgido de unas pepitas de oro que cayeron a la tierra. Por eso el maíz tenía el mismo color, y por eso estas mazorcas están aquí guardadas en baúles de vidrio, como un tesoro, porque el maíz es nuestro oro más antiguo.

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l pequeño preparó un espacio en el jardín. Gastó todos sus ahorros comprando zanahorias, pero las

escondió hasta que las necesitara como evidencia. Quería una mascota a como diera lugar, y sabía que la respuesta de su padre sería que no tenía forma de hacerse cargo del animal; estaba determinado a demostrar lo contrario. Ensayó sus palabras durante todo el día. En su mente tenía preparado un discurso sobre la responsabilidad y su buen desempeño académico. En la cena estuvo callado, pensando la mejor forma de entrar en el tema. Finalmente, sin preámbulo y, para sorpresa de todos, formuló la pregunta: —¿Puedo tener una mascota? —dijo con la voz quebrada y los ojos encharcados—, ¿puedo, papá? —¿Has traído tú el conejo esta tarde, hijo? —Así es. —Normalmente me negaría, pero esta sopa ha quedado tan deliciosa que aceptaré. ¿Qué animal quisieras tener?

Por Alvaro J. Guerrero

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