Cubagua MAE

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Enrique Bernardo Núñez Cubagua Edición, introducción y notas: Alejandro Bruzual Monte Ávila Latinoamericana Editores Caracas 2012

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Novela

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  • Enrique Bernardo Nez

    Cubagua

    Edicin, introduccin y notas: Alejandro Bruzual

    Monte vila Latinoamericana Editores Caracas 2012

  • Presentacin El presagio neocolonial en Cubagua

    El lugar de Enrique Bernardo Nez (1895 - 1964) en el devenir cultural de Venezuela

    debe ser justipreciado desde una perspectiva compleja, que cruce sus aportes a la literatura con

    los mltiples y variados textos de historia, crnica citadina y estudios diplomticos, y descubra

    en ellos al gestor de un pensamiento personal y profundo de la realidad social no slo nacional,

    sino latinoamericana. Si bien fue un escritor a tiempo completo, mucho de su esfuerzo intelectual

    qued desperdigado en trabajos periodsticos, siendo necesario todava un exhaustivo

    ordenamiento temtico de este material. No obstante, sus reflexiones ms profundas estn

    presentes en su obra literaria, teniendo en particular en Cubagua una concrecin especialsima.

    Nacido en Valencia, dio inicio a su vocacin por el periodismo de opinin desde muy

    joven, llegando a ser una suerte de incmoda conciencia social de su tiempo. Paralelamente, una

    tambin precoz inclinacin literaria lo llev a publicar su primera novela a los 23 aos, Sol

    interior. Su temtica romntica y apasionada despert duras crticas, consecuencia de lo cual el

    escritor rechaz con tanta persistencia la novela, que nunca ms permiti su edicin. Sin

    embargo, ya se presentaban ah algunas preocupaciones que luego desarrollara en su poco

    copioso, pero significativo, proyecto narrativo. Dos aos ms tarde public una singular novela,

    Despus de Ayacucho, ubicada en los tiempos de la Guerra Federal. No obstante sus indudables

    mritos y las sugestivas relaciones que pueden establecerse con obras paradigmticas de la

    literatura nacional (en particular, con Las lanzas coloradas), Nez tampoco la consider una

    obra definitiva en su catlogo. Durante los aos veinte, concibi tambin algunos relatos, entre

    ellos los reunidos bajo el ttulo de Don Pablos en Amrica, que se encuentran entre los mejores

    cuentos escritos en la historia literaria nacional, con rasgos que anticipan caractersticas

    fundamentales de la literatura continental ms celebrada. Inmediatamente luego de Cubagua,

    trabaj su ltima novela, La galera de Tiberio, con la que guarda muchas relaciones estticas y

    temticas, si bien el mismo Nez la lanz a las aguas del ro Hudson, en Nueva York, poco

    despus de su publicacin en Blgica, en 1938.

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  • As, Cubagua iniciada en 1925, pero escrita entre 1928 y 19301 constituye entonces su

    testamento esttico y el punto ms alto de su carrera literaria. Fue publicada por primera vez en

    Pars, por su mismo autor, en 1931. La novela cifra tempranamente el complejo pensamiento

    histrico-cultural que desarrollara en ensayos posteriores, as como en los textos que escribi

    como Cronista de Caracas, cargo que ocup, con una breve interrupcin, desde 1945 hasta su

    muerte. La autocrtica descarnada y el perfeccionismo extremado que afect sus otras obras

    tambin se muestran en Cubagua, en las numerossimas correcciones que le hizo a lo largo de

    ms de treinta aos, en un proceso de revisin y reescritura indetenibles, siempre buscando una

    mayor concisin expresiva.

    No obstante diversos estudiosos ya han alabado aspectos conceptuales y estticos

    relevantes en la novela a veces vistos como modernistas, posmodernistas, vanguardistas

    aunque, se pudieran aceptar en tensin entre ambos extremos estticos, como el uso del tiempo

    y el peculiar manejo de los referentes histricos, la preocupacin principal de la escritura de

    Cubagua pareciera radicar en su crtica al neocolonialismo. Analizando de manera oblicua el

    proyecto econmico gomecista, evadiendo la represin y la censura, Nez puso en relacin

    temtica los extremos temporales de la historia venezolana: el momento fundador de la nacin, a

    comienzos del siglo XVI, y la etapa de constitucin de la modernidad petrolera, en la tercera

    dcada del siglo XX. El primer plano desarrolla una trama que se lleva a cabo durante el inicio

    del proyecto colonizador, en su etapa antillana. La motivacin principal de la experiencia

    conquistadora en la isla de Cubagua fue la explotacin intensiva de los magnficos placeres de

    perlas, ya descubiertos por Coln en su tercer viaje. Fue tal la voracidad y la codicia que

    despertaron entre los recin-llegados que, en menos de cuarenta aos, casi extinguieron el

    inmenso potencial las perlas se contaban por kilos, a la par de que se provoc la muerte de los

    pobladores originales, esclavizados como mano de obra, ahogados en la pesca forzada de las

    perlas, destrozados por los tiburones que todava abundan en la zona o, directamente, asesinados

    por la violencia conquistadora de los espaoles. A la par de esto, sobrevino la catstrofe de la

    Nueva Cdiz de Cubagua, una ciudad levantada en la isla con miras a permanecer siglos, como

    1 Si aceptamos las indicaciones que el mismo autor coloc al final del texto, a partir de la segunda edicin y que se coloca en sta, respetando su voluntad, Nez comenz su novela en La Habana, en enero de 1929. Sin embargo, en uno de los manuscritos que se conservan, el mismo autor indic que, en realidad, haba dado inicio a la escritura en Bogot, en agosto de 1928.

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  • consecuencia de un terremoto y un huracn, en 1542, como si fuera la respuesta de la naturaleza

    al atropello cultural que signific la Conquista.

    Por su parte, el presente de la novela muestra el momento de transformacin de la

    economa venezolana bajo el mando de Juan Vicente Gmez, hasta entonces pobre y agrcola,

    en una avasallante dinmica monoproductora de petrleo, vinculada a compaas extranjeras.

    Elaborando un temprano diagnstico en la misma novela, Nez no apel a la idea de cultivar

    los recursos que se desprenderan del desborde de riquezas, sino que critic la manera como se

    planteaba su explotacin, descifrando rasgos de una fuerte continuidad desde la situacin

    fundadora colonial, lo que ineludiblemente conducira una vez ms al fracaso en una reactivacin

    de la violencia, la ambicin y la destruccin, travestida ahora en corrupcin modernizadora. Si se

    haba dado inicio a la nacin formando parte del proyecto imperial espaol de la Colonia, cuya

    violencia invalidaba el sentido de su fundacin, es decir que se haba creado una nacin sin

    proyecto propio, el desarrollo petrolero no permitira plantearse la modernidad como una

    refundacin definitiva, ya que era conducida por una burocracia ineficiente y una clase

    hegemnica antinacionalista, articuladas a los intereses de las empresas extranjeras, las que en s

    mismas constituan un supraproyecto sin nacin.

    As, Cubagua plantea el paralelo temporal en la superficie misma de la escritura, en

    captulos especficos, pero tambin cruzando referencias y personajes entre ellos, enfatizando las

    conexiones narrativas de ambos planos, aprovechndose de la potencialidad esttica que esto le

    sugera. Sin desarrollarlo de manera explcita porque en esta novela todo es austeridad y

    concentracin de significados, el autor apela a la autoridad de la historia oficial las crnicas

    de la poca para llevar al lector a producir l mismo una conclusin de la trama ficcionada, por

    semejanza con su propia actualidad. Nez, sin adscribirse a ninguna metodologa

    historiogrfica precisa, hace un sorprendente anlisis sociolgico de la experiencia americana,

    evade el culto al mestizaje (la tensin de razas permanece), critica el comportamiento del

    conjunto de los grupos sociales, abriendo apenas una esperanza en la reconstitucin del sentido

    comunitario, en conciliacin respetuosa de los diversos registros sociales y en armona con la

    naturaleza.

    A pesar de todo esto, Cubagua no puede ser leda como literatura de denuncia, sino como

    una extremadamente compleja escritura de ficcin, que hace un llamado a tomar conciencia de la

    persistencia de la mentalidad colonialista como definira con posterioridad en referencia a la

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  • misma novela, que se expresaba en todas las clases sociales, si bien, con responsabilidades

    asimtricas. Entonces, la mayor audacia de la novela radica en la puesta en escena literaria de la

    historia como una estrategia descolonizadora como ya haba afirmado Domingo Miliani, en

    1978, equivalente a la que hacan los pensadores ms esclarecidos y fuertemente heterodoxos

    de su momento, si bien en circunstancias muy dismiles, como el peruano Jos Carlos Maritegui

    y el alemn Walter Benjamin. En Cubagua hay una advertencia radical que seala que ese

    pasado en su versin ms atroz y brbara no haba rendido todava cuentas, y que, por esto,

    tenda a renovar su violencia sobre el presente.

    Nez pone en prctica estas intuiciones a travs de notables recursos de lenguaje,

    incluso en un nivel que podemos llamar micro: la intensidad significativa de muchas de sus

    imgenes, los desplazamientos de los tiempos verbales y las concordancias, y los cruces de

    informacin que ponen, a veces en una misma frase, referentes del pasado y del presente en una

    misma oracin, unificando su sentido comunicativo. Pero, en particular, la efectividad del trabajo

    esttico sobre el contenido conceptual de la novela es notable en la constitucin literaria de sus

    personajes. Destaca, primero, el paralelo que iguala los planos temporales en las equivalencias de

    sus dos protagonistas: el ingeniero de minas graduado en Harvard, Ramn Leiziaga, y el conde

    milans Luis de Lampugnano, quien en efecto residi en la Cubagua colonial. Los destinos y las

    pulsiones de riqueza de ambos transforman sus privilegios en degradacin, y sus ambiciones en

    decadencias semejantes. A estos se le suman personajes que ratifican un tiempo complejo y

    variable, que no se reduce a la repeticin mtica y circular como tanto se ha insistido,

    enfatizando la presencia de otros personajes-espejo: Ocampo, Cedeo, Pedro Clice, Ortega,

    sino que tiene su ms clara concrecin en el fraile franciscano Dionisio de la Soledad, quien

    representa la permanencia en continuidad de la historia, por encima de su propia muerte, y que se

    cifra en la posesin de su propio crneo momificado. A todo esto, se le suma la constitucin

    abigarrada de la protagonista Nila Clice. De ella no se dan rasgos biogrficos definitivos, sino

    que se presenta en versiones contrastantes y mltiples, provenientes tanto de un narrador

    desautorizado en su omnisciencia, como de la visin ambigua que tienen los otros personajes de

    ella. As, Nila es a la vez referencia a las civilizaciones antiguas (vinculada a la deidad Vocchi,

    tambin presente en la novela) y la de su apellido de alusiones crsticas, y es a la vez hija del

    cacique tamanaco Rimarima y del leproso Pedro Clice, opciones de sentido excluyentes que la

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  • trama nos invita a aceptar en una coexistencia de verdades que construyen una crtica a la idea de

    una realidad nica, racional y sujeta a comprobacin.

    Por todo esto, Cubagua slo puede ser entendida a plenitud permitindosele la

    multiplicidad de las posibilidades que plantea y sus alternativas sin solucin, atendiendo a las

    tensiones que stas van tejiendo ante el lector. Una lectura plena de esta escritura aceptara las

    preguntas sin necesidad de respuestas: la rashomoniana Nila, la permanencia transculturada de

    fray Dionisio, el sentido del tiempo mtico de Vocchi y su sincretismo con las civilizaciones del

    Oriente Medio, el areto como vivencia real de Leiziaga o de un sueo, una alucinacin producto

    de una droga, un licor, una picada de araa o del sereno de la isla. En particular, el final conocido

    en vida del autor deja en el lector la incertidumbre de si el protagonista se escapa de la crcel o

    es esto un delirio o hasta una trampa del lenguaje, el final pstumo que se agrega a esta

    edicin aporta nuevas dudas. Si aqu es evidente que el autor ha fijado un camino ms

    aprehensible para la interpretacin del protagonista y de la trama, se hace doble la

    responsabilidad de entender ese final abierto, que corresponde tanto a Leiziaga como al lector, a

    la novela y a la nacin: se va hacia el Orinoco, donde hay futuro o nuevas ruinas, o se vuelve al

    pasado de Cubagua, a replantear la fundacin o a confrontar su derrota.

    El estudio de numerossimas variantes que sufri la novela permite afirmar que la idea de

    una realidad plural, la coexistencia de los tiempos histricos, la relacin participativa y

    bidireccional entre naturaleza y cultura eran inquietudes muy tempranas en el autor. Fue

    limpiando el texto de informaciones que podan llevar la novela por otros caminos, y logr que

    los conceptos de tiempo en tensin, cifrados en sus personajes, fueran el desarrollo mismo de la

    trama. Por decirlo en otras palabras, sus personajes son ms bien percepciones del tiempo que

    interactan en la novela, los tiempos de la nacin. As se entiende la continuacin de la

    explotacin esclava que ejerce Pedro Clice sobre el indgena sacrificado Martn Malav; la

    conciliacin de culturas sin dominacin que propone fray Dionisio; la postergacin de lo

    individual en lo colectivo, y del amor en el compromiso de la lucha descolonizadora en Nila

    Clice, y la constancia de la ambicin y la violencia de la acumulacin en Leiziaga-Lampugnano

    y en los otros principales de la isla.

    La vigencia de Cubagua es todava contundente. Su elaboracin de mltiples e inasibles

    verdades mutantes; sus personajes complejamente simblicos y la presencia de una significativa

    metanarratividad que no hemos comentado, pero que es fundamental en la propuesta formal,

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  • hacen de esta pequea obra un verdadero referente de las posibilidades literarias activadas por

    Enrique Bernardo Nez. Pero, por otra parte, como si anunciara la proliferacin de nuevos

    planos temporales ordenados en un mismo sentido (lectura que hace la pelcula homnima de

    Michael New), es todava necesario atender su advertencia y su presagio, en una bsqueda que

    impida el desarrollo de procesos neo/coloniales, tanto por iniciativa de los propios venezolanos

    como los impuestos desde el extranjero. Cubagua impele al cambio radical del sentido histrico

    de la nacin, exige una refundacin basada en objetivos comunitarios que reconozca el pasado y

    la historia no como un destino irrevocable (lo reaccionario de la condena cclica y repetitiva),

    sino como un hecho de necesaria interpretacin e interpelacin de la experiencia nacional, sobre

    el cual se pueda encontrar, en definitiva, el camino de un futuro promisorio.

    Alejandro Bruzual CELARG

    Caracas, 2011

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  • Nota editorial

    El texto-base utilizado en esta publicacin es el de la tercera edicin de la novela,

    publicada en vida de Enrique Bernardo Nez por el Ministerio de Educacin de Venezuela, en

    1947, que significativamente fue acompaada por el ensayo Orinoco. Y la utilizamos

    convencidos de que de todas las ediciones que Nez conoci, es la ms efectiva en trminos

    literarios y conceptuales, mientras que la ltima edicin en vida del autor, realizada en 1959, fue

    desautorizada por ste en el artculo Algo sobre Cubagua (aparecido en su columna Huellas

    en el agua, del 13 de diciembre de ese mismo ao). Aqu se presenta con muy pocos cambios,

    basados todos en el anlisis de manuscritos y versiones mecanografiadas por el autor, as como

    en la confrontacin con las otras ediciones en vida. Se ha respetado la peculiar puntuacin del

    texto y algunas de sus voluntarias variantes ortogrficas. Pero, sobre la misma base, se

    regularizaron aspectos inestables en todas las ediciones hasta ahora publicadas, en particular, el

    uso de las maysculas, las comillas, los nfasis (cursivas) y el espaciado entre prrafos. Se

    corrigieron tambin algunos insistentes errores de carcter tipo-ortogrfico.

    Con respecto al doble captulo final que proponemos, el alternativo procede de una ltima

    correccin que el autor realiz sobre la tercera edicin, desde finales de los aos cincuenta hasta

    su muerte. A diferencia de las modificaciones que hizo al resto de la novela, y que parecieran no

    cambiar sustancialmente el sentido general de la trama, aunque cambiando el efecto esttico de

    su escritura, El Faraute de esta revisin da otro significado, que pensamos que es necesario

    considerar para profundizar en la interpretacin de las posibilidades conceptuales de la novela.

    El trabajo de investigacin y revisin de esta versin cont con la asistencia de la

    licenciada Adlly Gonzlez y con la ayuda y disposicin de la seora Carmen Elena Nez de

    Stein, hija del escritor.

    A. B.

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    Cubagua Novela

    Primera edicin Le Livre Libre, Pars 1931

    Enrique Bernardo Nez

    1895-1964

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    A Santiago Key Ayala

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    I

    TIERRA BELLA, ISLA DE PERLAS...

    En el centro de Margarita La Asuncin erige sus paredones de fbricas abandonadas hace

    mucho tiempo y las tapias blancas de sus corrales ornamentados de pltanos. El color es la magia de la

    isla. As lo piensa Henry Stakelun, gerente de la compaa que explotaba unos yacimientos de

    magnesita, y la misma fascinacin experimentan cuantos viajeros la contemplan alguna vez. Con su

    ancho sombrero oscuro, vestido de kaki, botas altas, con su rifle y seguido de dos perros, Stakelun

    recorre los campos al azar. Las sierras y labranzas resecas no impiden el aire embalsamado que llega de

    huertas distantes. Margarita presenta esos contrastes.

    A la entrada de La Asuncin unos matapalos vierten sus copas maravillosas junto a un convento

    franciscano convertido en casa de gobierno. En la plazuela est el templo y el antiguo ayuntamiento

    donde se ve todava un escudo de Espaa. Frente a la plazuela hay una fuente pblica, en medio de un

    ancho espacio cubierto de hierba. A pesar del enjalbegado obligatorio dispuesto por la ordenanza

    municipal las viviendas dan la impresin de que van cayndose lentamente. Hace un siglo la ciudad fue

    quemada, arrasada, y desde entonces qued tal como es hoy, seoreada por su castillo, un viejo casern

    militar. Los callejones se retuercen vetustos, silenciosos, llenos de hierba. Tarde y maana, las

    muchachas conducen el agua hasta los barrios ms lejanos. Las campanadas caen pesadas, montonas,

    marcando intiles el tiempo. El da declina rpidamente entre sombras melanclicas. Entonces un

    empleado enciende los faroles. Huye el verdor de las montaas que la circundan y los murallones del

    Castillo de Santa Rosa se hacen ms oscuros. En Porlamar viven los capitalistas, mercaderes,

    propietarios de los trenes de pesca. En La Asuncin, los empleados pblicos envanecidos y pobres.

    El juez doctor Figueiras habitaba en una de esas calles srdidas con casuchones desiguales,

    prximos a desbaratarse. Viva all, a pesar suyo, pues en La Asuncin hay tambin crisis de

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    alojamientos. Le acompaaba Andrea, una mulatilla incitante y espigada que haba llevado del Tuy para

    servir su cocina. La castidad de un viejo depende a veces de sus gustos culinarios. En el saln de

    gruesas vigas y paredes amarillentas, al suave balanceo de su hamaca, el juez meditaba sus asuntos.

    Alineados en un cajn se vean los cdigos y encima del cajn un gran cuchillo. Con l dieron muerte a

    un mozo en el pueblo. Figueiras lo guardaba a manera de amuleto y tambin con el propsito de formar

    una coleccin y venderla. Todas las maanas el juez se levantaba temprano, conversaba con el loro de

    Andrea, observaba el cielo siempre azul y brillante, tomaba el caf y se marchaba al juzgado en una

    celda del viejo convento. En la capilla est la imprenta oficial y bajo la escalera encierran a los

    borrachos que escandalizan por la noche, con excepcin del secretario Benito Arias. A las once es la

    hora del aperitivo, el almuerzo, la siesta. La guardia de la crcel hace el relevo. Entonces Andrea vena

    a tumbarse en su hamaca, junto a la del juez. Y todas las noches, hasta las diez, Figueiras se diriga a la

    cantina de Jess Quijada, en donde se comentaban las noticias en torno de un racimo de bananos

    pendiente del techo. All resolva consultas de diversa ndole y recitaba versos clsicos.

    En la misma calle que Figueiras vive el coronel Juan de la Cruz Rojas, de servicio en la isla, el

    cual refiere siempre sus proezas de guerra en Apure. Ms all se puede leer el siguiente anuncio en una

    plancha de cobre:

    DOCTOR GREGORIO ALMOZAS Mdico, cirujano y partero.

    A veces, en el vecindario, se oa la voz de Andrea recriminando al juez:

    Lenidas!

    Cuando estas desavenencias ocurran en presencia de testigos, Figueiras, disculpndose, los

    acompaaba hasta la calle. Despus atrancaba la puerta y maldeca su destino.

    DEJAR TRIPLE ESPACIO

    Hacia el este se encuentra Paraguach y ms all la playa del Tirano, un paisaje de rocas y

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    alcatraces, as llamada por haber desembarcado all el famoso Lope de Aguirre con sus maraones.1

    Desde el Per sigui el camino de los ros hacia el mar y se apoder de la isla con una estratagema que

    revela su manera de conocer los hombres. Como los vecinos estaban alborotados y el gobernador

    indeciso en permitir el desembarco, Aguirre propag el rumor de que llevaba grandes riquezas,

    manifestndose liberal en sus presentes y obligaciones. Dio por una vaca una copa de plata y a otro

    regal un capote de grana guarnecido de oro. Desde aquel momento el gobernador ambicion, con los

    deseos ms ardientes, apoderarse de los bergantines; pero una vez en tierra, tras muchas palabras y

    negociaciones, Aguirre hizo salir parte de sus hombres que con gran arcabucera y muchas lanzas y

    agujas prendieron al gobernador y sometieron su gente. Don Juan de Villandrado hubo de hacer el

    camino de La Asuncin en las ancas de su propio caballo montado por Aguirre, que le prodigaba los

    miramientos de una cortesa burlona. En una crnica antigua, reproducida en el Heraldo de Margarita,2

    se lee lo siguiente:

    El traidor Lope de Aguirre y los dems rebeldes que l acaudillaba, con increble maldad de

    sus torvos nimos, cometieron en la Margarita toda especie de crmenes. Despus de apoderarse de la

    fortaleza se dirigieron con horribles blasfemias a quitar el rollo, que era de madera de guayacn, erigido

    en la plaza, y con mucho esfuerzo no pudieron derribarlo, lo cual se tuvo por permisin divina. Raro

    era el da en que el monstruo no inventaba una nueva maldad.

    Mat al gobernador, al alcalde, al regidor, al alguacil mayor. Mat mujeres, ancianos, frailes,

    labriegos. Mat a su confesor, fraile dominico, por haberle reprobado sus infernales delitos,

    aconsejndole que volviese a la obediencia de Su Majestad. Este varn recibi la muerte con entera

    humildad mientras rezaba el Miserere mei Deus. En las horcas de dos desertores mand poner estas

    1 De todos los personajes histricos que se presentan en la novela, Lope de Aguirre es el ms clebre. Conocido como El Tirano Aguirre fue el ms temido de los conquistadores que se rebelara en contra el mismo imperio espaol, muriendo asesinado en tierras venezolanas, en El Tocuyo, luego de dar muerte con sus propias manos a su hija. Las escenas y sucesos que se sealan en la novela corresponden, casi literalmente, a la versin dada por diversos cronistas de la poca. 2 El Heraldo de Margarita fue un peridico fundado por Nez en la isla, en diciembre de 1925, y dirigido por l mismo durante un ao.

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    leyendas: Ahorcados por leales servidores del rey de Castilla, y deca comentando el suplicio de

    aquellos infelices: Veamos ahora si el rey os resucitar o dar la vida.

    Pero en Margarita el Tirano Aguirre est olvidado.

    DEJAR TRIPLE ESPACIO

    En Paraguach, a la hora de vsperas, en la puerta del templo, se vea a un franciscano, hombre

    alto, cojo, de edad indefinible. Era el prroco, fray Dionisio de la Soledad, que segua con la mirada la

    puesta de sol y las rojas flores de cedro desprendidas por el viento. Singulares versiones corran desde

    su llegada al pueblo. Se aseguraba haberle sorprendido de rodillas ante una cabeza momificada que

    ocultaba cuidadosamente. Otros hablaban de su aficin a mascar cierta hierba e indicaban un diente de

    caimn pendiente de su camndula. Gracias a l, Paraguach tena dos torres y gracias a l, desde unas

    semanas antes se encontraba all Nila Clice, hospedada en su misma casa. Con gran beatitud en el

    semblante, Nila tocaba el rgano. Resonaban entonces profundos gemidos o expresiones de amor

    incontenible, especie de rfagas bajo las cuales oscilaban los cirios del altar. Despus, vestida de

    hombre, montaba a caballo. Se la vea a travs de los valles grises, de los valles verdes, tornasolados, y

    en las playas deslumbradoras. La pasin de Nila era la cacera, la danza, dormir al aire libre, galopar

    horas y horas, lo que al fin y al cabo quiere la vida moderna.

    Se murmuraba de Nila con envidia, se la deseaba. Esto ocurra en Paraguach o en La Asuncin.

    En los ranchos, a lo largo de los caseros, era otra cosa. Salan a verla. Despus callaban pensando que

    era demasiado bella y altiva. Su cuerpo tena la prstina oscuridad del alba. Una emocin de fuerza, los

    rasgos puros de una raza tal como debi ser antes de que el pasado les cayese en el alma. En cada uno,

    al verla, la visin persista de un modo distinto.

    Todo fraile guarda bajo el hbito el secreto de una linda moza.

    Y Etelvina Casas, qu dice?

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    Etelvina, como de costumbre, se ha hecho amiga suya y se han ido a baar juntas.

    Es pavoroso! El pueblo entero debera protestar!

    Otros, en cambio, garantizaban la santidad del prroco. Fray Dionisio no posea nada. Era

    hombre de perfecta humildad. Durante la construccin de la torre se le vio subido en los andamios con

    el hbito manchado de barro, los ojos llenos de polvo. l mismo, ayudado de los vecinos, acarreaba

    piedras, arena, cemento. Florecieron rosetones en la fachada y las columnillas se elevaron airosas y

    esbeltas. En breve la torre qued concluida y reson su voz de plata en la maana, de bronce al

    atardecer. Despus fray Dionisio quiso acometer otras empresas, pero stas quedaron interrumpidas.

    DEJAR TRIPLE ESPACIO

    Cerca de Paraguach estaban los establecimientos de la compaa. Stakelun se hallaba bien

    instalado y poda ofrecer a sus huspedes comodidades de que careca el mismo presidente de Estado.*

    Desde su hamaca Stakelun contemplaba los montones de tierra blanca, las serranas tambin, blancas,

    azuladas como la orla de los nacarones. Las obras estaban abandonadas, las vagonetas inmviles,

    oxidndose en las paralelas intiles. Apenas dos empleados cuidaban las herramientas, las plantas y los

    perros de Mr. Stakelun. En ocasiones ste abandonaba su optimismo y prorrumpa iracundo contra el

    ex-gerente Joseph Johnston y su esposa, Zelma Johnston, causas de aquel litigio ruinoso y eterno.

    Nadie, en realidad, se acordaba de que all se explotaban unas minas. El mismo Stakelun resida all

    para seguir de cerca las fases del proceso e ir a La Asuncin a cumplimentar las autoridades. Entonces

    refera, a quien quera orle, la traicin de Johnston y la codicia todava peor de su mujer. Zelma era una

    vieja feroz. Se la encontr de cocinera, pero Johnston termin por enamorarse de ella y renunciar el

    cargo para demandar a la compaa por daos y perjuicios. Al menos as lo haba decidido Zelma.

    La amistad con jueces y funcionarios era siempre para Stakelun una vislumbre de esperanza. Su

    * Margarita es uno de los estados de la unin venezolana. [n.d.a.]

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    casa estaba siempre abierta a los personajes de alguna importancia. El doctor Figueiras y el coronel

    Rojas le visitaban con frecuencia. El doctor Almozas iba tambin a tomar su whisky.

    Ah, si la isla tuviese agua sera un paraso! Aqu se dan excelentes uvas. Las pias son las ms

    ricas y la variedad de pescado es infinita. Hay para surtir al mundo de conservas. Si hubiese iniciativa!

    En nuestro pas se puede hacer todo y todo est por hacer. Pero la isla es tan frtil que no necesita agua.

    Para que esa audacia llegue ser preciso que pasen mil aos. El progreso llegar a

    nosotros despus de un milenio arguy Figueiras con una risita sarcstica.

    Y el doctor Ramn Leiziaga, graduado en Harvard, ingeniero de minas al servicio del

    Ministerio de Fomento, comenz a pasearse de un lado a otro:

    No basta la iniciativa. Ante todo es preciso dinero.

    S, todo puede hacerse y nada aade con sorna el coronel Rojas.

    Leiziaga volvi a sentarse, mont los pies sobre la mesa cargada de botellas y vasos.

    Siempre he acariciado grandes proyectos: empresas ferroviarias, compaas navieras o vastas

    colonizaciones en las mrgenes de nuestros ros; pero si logro una concesin de esa naturaleza, la

    traspaso en seguida a una compaa extranjera y me marcho a Europa. Ya tengo treinta aos y un jefe,

    el doctor Camilo Zaldarriaga. Un hombre grun y sarcstico, un imbcil. Deseo huir de todo esto,

    porque hoy los aos son das y aqu los das son aos.

    Je, je! Es el pensamiento de todos nosotros: irnos a Europa, pero nuestra tierra no sufrir

    nunca esas palpitaciones febriles que usted desea.

    Sin lentes, Figueiras adquira cierta expresin jovial, como despojado de su sombro atributo de

    juez.

    Europa ha terminado afirma Stakelun. Norte Amrica es muy joven. Ustedes estn naciendo

    ahora.

    S; a qu preocuparse tanto? No es cierto? He odo esto a menudo. El todo est en vivir. Sin

  • 17

    embargo, a m me parece que Sur Amrica quiere ser ante todo una seora muy vieja. Se ha puesto

    arrugas postizas y cabellos blancos. Acaso sea coquetera de joven; pero mientras tanto es preferible la

    selva, el silencio virgen.

    Pero, a cul Amrica se refiere usted? Eh? interrog Almozas casi indignado. Usted no me

    negar, joven, que aqu estn las reservas de la humanidad futura. La ciencia...

    El doctor Almozas deposit en el suelo un estuche de madera. Era un frceps oxidado.

    Usted emplea eso as mismo, doctor? pregunt Stakelun.

    S, as mismo repuso un poco sorprendido.

    Vena de usarlo en un parto muy laborioso. Gemelos. El caso es frecuente en la isla. Almozas

    haca pensar en aquella gente tan pobre y fecunda. l mismo tena veinticinco hijos y unas plantaciones

    de coco. Figueiras y en general los empleados pblicos, en su mayora forasteros, se lamentaban

    siempre de aquella pobreza irremediable. El nico que no deca nada era Rojas. Escuchaba con desdn

    los comentarios apenas reprimidos en presencia de los nativos. Ahora Leiziaga tena el mismo

    pensamiento y el doctor Almozas continuaba hablando ante l de la fecundidad de la isla.

    La ciencia... y conclua con un ademn torpe, solemne, en el cual abarcaba toda la enorme

    masa silenciosa ...el vulgo.

    Una campana son. Unos pasos hicieron crujir la madera del piso. El viento arrastraba arena,

    ptalos, palomas, el color rubio, bermejo, clido. Hernando Casas entr y se dej caer en una silla con

    expresin de cansancio:

    El lunes entrego la finca dijo, y comenz a rerse de Almozas y de las alusiones a Zelma

    Johnston.

    Est usted contento! observ Figueiras.

    Pareca, en realidad, desembarazado de un gran peso. Casas se haba dejado arruinar con una

    especie de voluptuosidad. Etelvina, su mujer, refera esto llorando.

  • 18

    Es la luz! afirmaba Almozas.

    Oh, no creo que la luz quite el coraje a los hombres! No, mi hijo no ser as.

    Etelvina odiaba a Stakelun, que no se daba por aludido. Aquel da, como siempre, fue a Las

    Mayas en compaa de Leiziaga. Era una casa antigua, con su alberca cubierta de musgo. Cerca corre

    una caada, verdadera fortuna en la isla, con la cual en otro tiempo, los frailes franciscanos hacan

    mover su trapiche. La estancia ms rica de Margarita, propiedad hasta haca poco de los Casas. La

    familia ejerca sobre aquellas tierras un dominio secular. Nios desnudos, con los ojos comidos de

    tracoma, llegaban en multitudes:

    La bendicin, madrina!

    Las mujeres que desandan los caminos en busca de agua y tejen al mismo tiempo, llegaban

    tambin con sus cestas de frutas y bateas de pescado en la cabeza. Ah, Seor! Tejen febrilmente. El

    tejido les hace olvidar las distancias, el sol, la vida quizs.

    El nuevo propietario estaba instalando un alambique y haca vender agua a diez centavos lata. A

    Rojas la ceda gratis. Al doctor Almozas cobraba nicamente tres centavos. Estos detalles exasperaban

    a Etelvina. Cualquiera, al verla, tema verse arrastrado por ella a un abismo insondable. Bajo los

    rboles decrpitos, su figura se tornaba ms ligera. Una palidez recorra su cuerpo. Iba partiendo los

    gajos ms tiernos, chupando los tallos, las flores ardientes.

    Tres das apenas nos quedan en Las Mayas. Ser preciso impregnarse bien de todo. Aqu he

    vivido, he sufrido.

    Pero, cmo puede usted vivir aqu, Etelvina?

    Los pueblos son insoportables. Crame, Leiziaga, aqu estaba mejor. Siquiera veo las estrellas

    a mis anchas. Yo abomino esas poblaciones que tienen un poeta como una torre y su parque de pobres

    rboles... Escuche.

    El viento pasaba en silencio. Una luz brill dentro. Etelvina fue a tenderse en los trboles que

  • 19

    circundaban la alberca. Palpaba la tierra acaricindola:

    Sers ma a pesar de todo!

    Los cabellos formaban lucientes anillos en torno a su cuello y en sus ojos, tambin negros, se

    encendi una alegra extraa y breve.

    DEJAR TRIPLE ESPACIO

    Esa misma noche, en la tertulia de Jess Quijada, el doctor Figueiras afirmaba:

    He conocido a este joven Leiziaga que ha venido a inspeccionar la magnesita y he tenido

    ocasin de tratarle. Me parece un vicioso, un irresponsable, sabe?

    El bachiller Bautista Aguilar, archivero y calgrafo oficial, movi la cabeza en seal de

    aprobacin:

    Eso es lo que mandan a Margarita. No debemos hacernos ms ilusiones.

    Y el secretario, qu hace ahora?

    El secretario est borracho!

    Me alegro. Con eso no intrigar a nadie.

    Entonces se hizo el silencio.

    DEJAR TRIPLE ESPACIO

    Stakelun esquivaba la modorra, el ambiente perezoso. Cazaba monos, conejos, venados,

    perdices. Emprenda excursiones a las islillas vecinas donde abunda el carey, las orchilas color de

    bano que esmaltan el polvo milenario de conchas. Trepaba las serranas hasta hartarse de sol y de

    cansancio. Las tierras se extienden rojas, doradas, de un rojo que devora las montaas. De pronto, en

    algn sendero, hay un estallido inesperado de flores. Hay lagunas, alboradas, ocasos, playas, raudales

    maravillosos. Las palmeras se confunden con los cardones y derraman su verdor piadoso estremecido

  • 20

    por el soplo ardiente de los arenales. Un pedazo de tierra cortado por el tajo de algn cataclismo.

    He aqu lo que el poeta J. T. Padilla R. ha dicho de su isla: Margarita es tierra de flores, tierra

    bella, isla de perlas. Una sola perla es Margarita nacida del mar en un tierno ocaso del mes de abril. La

    palmera crece en sus valles, valles graciosos que sonren al viajero.

    Pero el poeta nada dice de la miseria de los labriegos, ni de sus valles ridos. Por eso Padilla y

    su isla se mueren de hambre.

    La perla es la vida de todos. Pocos das antes los trabajadores de Margarita solicitaron la

    apertura de la pesca antes de que el turbio3 daase los ostrales. No caa gota de agua en la isla. Las

    labranzas quedaban abandonadas y los que podan emigraban a los campos de petrleo o al Orinoco.

    Bajo las enramadas, en largas hileras, se ven los botes recin pintados. Las orillas se extienden

    en curvas perfectas con su eterno festn de espuma. Aquel da, como de costumbre, Stakelun baj al

    Tirano en compaa de Leiziaga y pidi un bote. Se pusieron los trajes de bao para nutrirse bien de

    rayos solares. Antonio Cedeo rema lentamente. Es un hombre corpulento. Su rostro recuerda el de los

    dolos esculpidos en piedra que yacen dispersos o enterrados. Toscos y deformes, pero que esconden

    bajo su fealdad irnica el misterio de los orgenes, la remota y deliciosa verdad.

    Cedeo, no has vuelto a beber?

    Ser cuando la pesca se abra.

    Es la esperanza evocada siempre al atardecer o en cada hora oscura del da. Leiziaga quiere

    demostrar las ventajas de limitar la estacin de pesca para proteger el desarrollo de los placeres, pero

    Cedeo se encoge de hombros y deja escapar una mirada hostil.

    Son cosas de la ciudad, de los extranjeros. A la ciudad van las riquezas de la isla.

    Usted tambin es extranjero observa Stakelun. Extranjero es todo el que no ha nacido en la

    isla. Forastero. Yo conozco la tierra.

    3 El turbio es el nombre utilizado en Venezuela para designar la alta concentracin de microalgas que se conoce tambin como marea roja.

  • 21

    No importa. Pueden venir todos. Nosotros siempre quedamos.

    Violentamente Cedeo arrebata los remos a Leiziaga. Sus ojos penetran en el agua espejeante.

    La perla permanece secuestrada. En vano la luna o el roco resbalaron en las horas plidas, cuando la

    noche se extingue y las conchas se abren trmulas de deseo. Sin embargo los remos no dejan seal y

    ellos explotan el campo donde se borra siempre el surco, igual que el viajero de hace muchos siglos

    cuyos pasos no dejaron huellas.

    El mar siempre da pan aade Cedeo indiferente, sealando las costas.

    Hombres casi desnudos repetan gestos ancestrales. Las velas se hinchan lozanas. Con una

    serenidad augusta lanzaban las redes.

    Quin ha dicho que es intil arar en el mar?4 Los brazos labran surcos donde la gema florece.

    Hincha de pan las manos como la mazorca. Bendito sea el mar! El mar, como la tierra, da oro y pan.

    Sobre las piedras amontonadas Leiziaga piensa: All est el doctor Zaldarriaga con sus planos,

    sus sarcasmos y su rutina inevitable. Todos los das su jefe inmediato le pasaba planos e informes

    sobre los cuales iba trazando con su bella letra: oro, petrleo, diamantes. Dentro parece fulgir el brillo

    plido de los metales en que la muerte trabaja sus talismanes. Ahora, en vez de papeles, vea all, frente

    a l, la costa desierta del continente. Hay espacio para ciudades colosales, para que una poesa indita,

    un gnero de vida nueva, escale las torres y gane el cielo azul entre el humo de los navos. Tarde o

    temprano, el mundo viejo ira desapareciendo, borrndose en Amrica. Tras una pausa saludable se

    alzarn ciudades asiticas, africanas, europeas, con terribles guerras de razas alimentadas por un

    materialismo feroz, en el cual se hallaran grmenes de los antiguos misticismos. Entonces no quedara

    el recuerdo ms remoto del doctor Zaldarriaga ni del doctor Almozas.

    El mar es verde, difano. Las playas lejanas brillan como guijarros. La luz blonda, vigor de

    esptula en torno de las rocas, alza sus velos argentados, sus sinfonas de llamas, sobre islas y

    4 Es obvia la referencia a las palabras de Bolvar, al final de su vida. Son citadas o parafraseadas de nuevo ms adelante, con el mismo sentido adversativo.

  • 22

    farallones. Los Testigos, Los Frailes, La Sola.

    En otro tiempo exista aqu una raza distinta. Sacaban perlas, tendan sus redes, consultaban los

    piaches, usaban en sus embarcaciones velas de algodn. Nacan y moran libres, felices, ignorados.

    Despus llegaron descubridores, piratas, vendedores de esclavos. Los indios descubrieron entonces

    entre las zarzas, junto a una caverna, morada de adivinos, una figura resplandeciente. Tena un halo de

    estrellas y un pedestal de nubes.5 El monte estaba cubierto de infinitas estrellas blancas. Piadosamente

    la condujeron a un valle y all erigieron un santuario. Desde aquel da las playas y laderas de la isla

    manan un olor suave y deleitoso. Los piaches huyeron, se levantaron poblaciones, la tierra pas a otras

    manos. Ahora un denso silencio se desprende de las cimas. Todo aquello ha pasado en un tiempo

    demasiado fugitivo, como el que comienza ahora.

    En aquel momento Leiziaga vio cerca de l a Nila en traje de bao rojo y blanco. Tomaba las

    conchas ms hermosas para lanzarlas en el azul infinito. El disco de ncar brillaba en el torrente de luz

    como la luna en el da. Leiziaga crey haberla visto toda la vida o al menos hallar una imagen que viva

    confusamente dentro de l. Barro maravilloso en cual se funden y plasman los deseos. Las olas

    llegaban en tumulto, lentas grabadoras de rocas, imprimindose en las costas.

    Es la hija de Clice, un lzaro dice Stakelun. Vive con el cura.

    Leiziaga se acerc a ella:

    Justamente, pensaba en ti.

    En m!

    No precisamente en ti, pero es como si hubiese hallado lo que buscaba.

    Ah, eso es otra cosa!

    Nila se tendi en la arena. Despus se sumergieron en el mar tibio, purpreo. Los alcatraces se

    precipitaban sobre el cardumen. Las islillas destellaban lejanas. Los cardones descendan en apretadas

    5 Esta es una alusin a la leyenda de la aparicin de la Virgen del Valle, patrona de Margarita, en el lugar que menciona al final de este captulo, la Cueva del Piache, incluso hay una leyenda que afirma que fue llevada ah desde Cubagua. Como se ver ms adelante, se vincula a la figura de la diosa romana Diana cazadora.

  • 23

    filas hasta el mar. Cuando regresaron los contornos eran ms ntidos, como trazados con carbn

    encendido.

    La humanidad quiere volver a la vida primitiva. Siente necesidad de reposo y de un poco de

    silencio.

    Nosotros lo tenemos. Fjate. La vida en una gran ciudad y la de las selvas difiere nicamente

    en los detalles materiales y en el silencio. El instinto es el mismo. Pero el silencio est de nuestra parte.

    He estado largos aos fuera y al volver me ha parecido que no conoca mi pas, Nila. Se me ha

    revelado de un modo distinto.

    Yo tambin he salido; pero siempre queda algo tan arraigado en nosotros que nada puede

    modificar.

    Hay una alegra extraordinaria en todo eso. No crees? Acaso seas t, Nila.

    La alegra! Conoces t la alegra?

    Leiziaga se volvi hacia Stakelun.

    Ciertamente...

    Bueno, ser preciso irnos.

    Ciertamente, en Nila haba belleza, gracia, juventud, fuerza, altivez, todo menos alegra.

    El auto de Stakelun, un coche de dos asientos con las llantas desgastadas, atraves

    vertiginosamente el camino del Tirano a La Asuncin. La bocina chill en las callejuelas. Los cerdos

    pastaban cerca de las puertas. Unas gallinas huyeron asustadas. Un mendigo sesteaba en la plaza con

    desdn apacible por las cosas de este mundo. Leiziaga era ms sensible a ese aire desolado o reciba

    una impresin distinta a la de Stakelun, cuyas pupilas metlicas interpretaban de un modo distinto las

    cosas muertas. Violentamente hizo funcionar el motor.

    En tanto, Nila, vestida de blanco, cubierta con un sombrero de paja, galopaba por los senderos.

    Su figura se disea flexible, dorada, perseguida por los perros que ladraban entre el polvo. Veloces

  • 24

    giraban los pueblecitos con sus portales blancos como fachadas de cementerios aldeanos, de los cuales

    llegaba un comps de joropo... Trochas y acordes. La msica del pueblo es triste. El secretario Benito

    Arias vio a Nila, la llam con silbidos y lanz su caballo en pos de ella. Se hallaron en un lugar

    desierto, entre cardones florecidos de rojo. De pronto Nila se volvi, velozmente pas cerca de l y al

    pasar le cruz la cara con el ltigo.

    A la misma hora Figueiras, en compaa de sus huspedes, tomaba asiento en la mesa adornada

    de lechosas, mangos y aguacates. Gravemente apoyaba la barba en su diestra:

    Andrea ha compuesto un pescado excelente en honor de ustedes. Si la isla tuviese agua no

    echaramos nada de menos. Ahora tendremos carretera de macadam de norte a sur y despus vendr la

    luz elctrica. El progreso entrar a la fuerza. S, en nuestro pueblo el progreso entra siempre a la

    fuerza! Fjese!

    Andrea en pie, a su espalda, quera intervenir en todo. A cada momento llamaba la atencin del

    juez. Le estaba prohibido fumar. El alcohol le produca disturbios estomacales.

    Esta pobre muchacha se preocupa mucho por m. Por eso le perdono su falta de tacto. Salud,

    seores! dijo apurando su vaso de ron con limonada.

    Lenidas, te he prohibido beber!

    Est bien, est bien, no te importe.

    Andrea dio un respingo y sac la lengua. Entonces Figueiras se levant, se dirigi a ella

    iracundo, suplicante. El loro comenz a gritar palabras obscenas. Un mono se descolgaba por entre las

    ramas del patio con gestos burlones. Al tomar asiento de nuevo, Figueiras estaba imponente.

    Salud, seores! Pensemos en nosotros mismos.

    Al final del almuerzo volvi a chillar Andrea:

    Mientras hablas zoquetadas la casa se vuelve un desorden!

    El secretario de la jefatura se haba echado en su hamaca y dorma profundamente. A poco

  • 25

    volvi el juez con semblante preocupado:

    La muchacha del cura ha agredido al seor Arias. Esta ser su ltima fechora. Seores, les

    ruego dejarme solo. Saben? Todo se arreglar. Ustedes perdonen.

    Haba en su rostro un dolor profundo.

    DEJAR TRES ESPACIOS

    No hay brisa, pero caen los jazmines encendidos y el verdor de los dtiles lejano y lnguido.

    Las casas parecen desiertas, y el mar presentido en el aire, un cristal lquido. Si cayese la lluvia, la

    tierra sera menos roja y menor tambin el ardor de los cuerpos. Despus se oye una cancin tierna y

    triste. Hombres de jarana preludian sus guitarras junto al viejo convento. Adultos y nios untados de

    grasa pasan el domingo en la plaza o sentados a las puertas de sus casas. Todo aquello se ilumina con

    una luz sombra, amarillosa, que desgarra los ojos.

    Paraguach aparece risueo bajo sus cedros y ceibas frondosas. En el altozano del templo se

    pasea un fraile cojo, absorto en su breviario. El sayal descubre las piernas descarnadas, oprimidas por

    gruesas botas. Parece ms bien una de esas figuras carcomidas que se ven en las fachadas de los

    templos muy viejos. Es fray Dionisio que reza el oficio parvo.

    Al verle, Leiziaga sonre de la maliciosa intencin del pueblo.

    Todos los que han pasado por aqu dice Stakelun han pensado en Nila.

    Conoces a Nila? pregunt despus a Etelvina.

    A Nila, s; pero ella no es nada de Clice. Es hija de Rimarima, un cacique que muri

    asesinado hace algunos aos. Fray Dionisio es su tutor.

    Quizs eran fantasas de Etelvina, aficionada siempre a historias extraordinarias. Hablando del

    matrimonio refera siempre el caso de una amiga suya a quien su marido inocul el bacilo de Hansen.

    La vio despus en el lazareto. Sus bellas manos estaban mutiladas. Pero ahora, al referirse a Nila, dio

  • 26

    muchos detalles. Cuando el asesinato de Rimarima, fray Dionisio les depar asilo en un paraje

    inaccesible a los blancos. A semejanza de muchos otros, fray Dionisio, en vez de reducir al indio, se

    adapt a ellos. De ah las raras costumbres adquiridas durante su larga morada en el Caron. Nila fue a

    estudiar a Europa y a Norte Amrica, donde sigui un curso en la Universidad de Princeton. Habl

    tambin Etelvina de las relaciones de Nila con Tefilo Ortega.

    He ah el estoicismo de esta gente afirma Leiziaga.

    El doctor Almozas lleg a Las Mayas despus de su recorrida vespertina y se puso a leer el

    discurso que deba pronunciar en la inauguracin de un puente, en el cual loaba las virtudes de la isla

    heroica y procera. Ley con tanto nfasis que no pudo advertir la indiferencia de los oyentes.

    El cielo tena un resplandor de oro y al occidente caa una lluvia de perlas y rosas. El viento

    pasaba dulcemente, arrastrando el aroma de las huertas. En la iglesia sonaba el rgano. El mar lanzaba

    entre las rocas amontonadas su rumor venerable.

    Tierra bella, isla de perlas...

    DEJAR TRIPLE ESPACIO

    Tefilo Ortega lleg esa tarde de Porlamar. Se fue a su casa, se lav, comi su pescado asado

    con pan de maz y en seguida march a casa de Nila. Vesta pantaln negro, camisa blanca, zapatos

    oscuros. El tatuaje en el brazo izquierdo: una serpiente entre dos puntos y en letra cursiva las letras T.

    O.

    Nila estaba en su hamaca purprea, de cuadros azules. Empuaba un enorme abanico de palma

    que reposaba sobre su pecho florido. Ortega entr y sentse en el suelo, absorto en ella, que sonrea a

    un pensamiento lejano. Sin duda estaba ausente. La luna penetr en la habitacin.

    Nila, tengo que hablarte.

    Bueno, ser despus. Ahora, djame.

  • 27

    Ortega sali sin hacer ruido. Cuando el pueblo se hubo dormido, Nila y fray Dionisio bajaron

    hacia el puerto.

    A la misma hora, viendo la luna, la sombra de los rboles, los campos donde flota un aire de

    cosas inmemoriales y extinguidas, Leiziaga pensaba en Nila y escriba. En la espuma como en la

    niebla y el silencio hay imgenes fugitivas. Son tan ligeras en su eternidad que apenas podemos

    sorprenderlas; pero en ocasiones, un sonido, una palabra u otro accidente inesperado, provoca la

    revelacin maravillosa en el hondo misterio de las costas y serranas.

    A la maana siguiente los Casas se fueron definitivamente. Hernando ayud a montar a

    Etelvina. Despus subi l con el pequeo Hernando.

    Hasta la vista y tom la delantera.

    Etelvina contempl un momento los muros seculares de anchos aleros, los rboles dormidos en

    el aire cremoso. All haba sido su alumbramiento. El ltimo de los Casas. Esa noche, como siempre, el

    viento dara sus largos giros mientras la lluvia de astros cae sobre los montes y llena los arroyos, las

    vertientes. Esa noche, como siempre.

    Sers ma, a pesar de todo.

    DEJAR TRIPLE ESPACIO

    El mismo da Leiziaga recibi un telegrama del ministerio en el cual se le ordenaba

    inspeccionar la zona de perlas de Cubagua.

    Stakelun no se haba movido de su hamaca. En torno suyo rodaban las botellas vacas.

    Le recomiendo para su inspeccin a Antonio Cedeo. Puede llevarse a Tefilo Ortega, que es

    buzo. De lo contrario, tendra que ir hasta Porlamar. De aqu a Cubagua hay apenas una hora.

    Stakelun se incorpor a medias. En sus ojos haba un destello de curiosidad y de irona:

    Buen viaje, y mucha suerte.

  • 28

    El viento zumbaba en la Cueva del Piache, en el valle de San Juan, sobre las montaas de

    Guatoco, El Copey y Macanao arrastrando la leyenda del Tirano Aguirre, la de los guaiqueres, la de los

    piaches. Ya que nadie los recuerda.

    Leiziaga pensaba cumplir la comisin en tres das y regresar enseguida a Caracas.

  • 1

    II

    EL SECRETO DE LA TIERRA

    La Tirana surgi en Cubagua, una isla decrpita de costas rodas y aplaceradas. Cardones. Los

    alcatraces vuelan inmviles, en largas columnas, sobre un cielo desfalleciente. A pesar de eso, Leiziaga

    se arrepenta de no haber seguido las indicaciones de Cedeo: salir por la maana a fin de no pasar la

    noche en Cubagua.

    Caen las velas, la tarde. Los tripulantes se deslizan y maniobran con la solemnidad de un rito

    que celebra el nacimiento de las constelaciones.

    Antonio Cedeo explica mascullando las palabras entre su gran cigarro: aquella es la Punta de

    Araya, el Golfo de Cariaco, Coche. Son costas que se van ocultando, serranas borrosas. Aqu en

    Cubagua prosigue hay petrleo. Tambin habla Cedeo de la ciudad que en otro tiempo hubo en la

    isla y seala los escombros sumergidos. Algunas ruinas y cobertizos utilizados en la pesca recuerdan

    todava los primeros establecimientos.

    La boca de Cedeo se hace ms gruesa partiendo en dos los rasgos abultados. Pero Leiziaga no

    escucha ms. Hay petrleo? Su memoria comienza a reunir datos, noticias vagas. En Londres se

    suicid un sujeto que afirmaba la existencia de una fuente de petrleo en una isla venezolana. Desde

    Cubagua remitan a Espaa un betn muy solicitado para usos medicinales. Los viejos duques lo

    pagaban a precio de oro. Cedeo muestra la cadena de discos aceitosos en torno de La Tirana.

    El corazn de Leiziaga da un salto y su alegra es apenas comparable al disimulo de Coln

    cuando vio all mismo las indias adornadas de perlas Les arrojaron un plato de Valencia y ellas

    dieron todas las perlas. Avanzaban en la celeste alegra de la luz, con movimientos que recordaban sus

    danzas. Si eran bellas lo decan sus espejos de ncar y aquel mar donde se agrupaban desnudas.

    Leiziaga piensa qu puede dar l tan insignificante como un plato para obtener aqullo.

    La Osa dice Tefilo Ortega observando los mstiles que sobresalen al otro lado del ancn

    desierto.

    Vencidos por el da asfixiante se enjugan los torsos desnudos, y sus labios se mueven apenas.

    Qu hablan ah?

    Ellos se miran y le observan. Nadie ha dicho nada. Los ojos de Cedeo se repliegan irnicos.

    Del cigarro se desprenden pequeas chispas. Pero cuando Leiziaga le interroga, siente la fuerza que los

    lanza al uno contra el otro. Es un choque de miradas alertas donde hay algo ms que desdn, ms que

    odio. Despus de la cena, Leiziaga tom la linterna, asegur la pistola y se fue a tierra.

  • 2

    Los pies se hunden en el ro de ncar. Roco de mundos. De una vez podra realizar su gran

    sueo. En breve la isleta estara llena de gente arrastrada por la magia del aceite. Factoras, torres, gras

    enormes, taladros y depsitos grises: Standard Oil Co. 503. Las mismas estrellas se le antojan

    monedas de oro, monedas que fueron de algn pirata ahorcado. Los hombres que se mueven como

    dormidos desapareceran. De pronto se sinti turbado creyendo or en el espacio un rumor humano.

    Por el mar se aproxima un coro de voces, ecos de las noches primitivas, a las cuales suceden

    pausas inmaculadas y una rfaga de oro, un destello lejano. Ideas que nacen del mar, entre los arrecifes.

    Cuando ha llegado el tiempo escapan de sus lechos y emigran, girando siempre para orientarse, en

    grandes nubes. Conseguido el rumbo, nada puede desviarlas, ni el viento ni las montaas, y vuelan

    directamente a refugiarse en las viviendas humanas causando a veces terribles estragos. Como son

    semejantes al polvo, nunca se las podra eliminar. Se las vera a travs de un rayo de luz, sujetas a

    quedar aplastadas en algn grueso volumen, confundidas con los vulgares insectos que vuelan en torno

    de la lmpara.

    Leiziaga re imaginando lo que pensaran de esto el doctor Camilo Zaldarriaga y el doctor

    Tiberio Mendoza, aquel acadmico asmtico y sentencioso.

    Qu tal Cubagua, eh?

    Volvise y se hall frente a fray Dionisio. Pareca ms alto, ms flaco, prximo a convertirse en

    un montn de ceniza. Sus dedos resbalaban por la barba, una barba que casi ocultaba la boca hundida.

    Estoy pensando en levantar un plano. La situacin es excelente. Fcil comunicacin por todos

    lados. El agua puede traerse en pipas, de Cuman.

    Exactamente. Hace cuatrocientos aos la traan tambin en pipas. Exactamente. Y aadi:

    Verdad que es poco tiempo.

    Ante ellos, los cardones forman un laberinto de columnas. En La Tirana una voz infantil canta

    con melancola inconfundible:

    Las tres carabelas, las tres carabelas que Coln tena: La Pinta, La Nia y La Santa Mara.

    Caras barbudas, meditativas, bajo los cobertizos alumbrados con tizones. Las sombras crecen

    hasta escaparse por el techo.

    Qu efecto ms dramtico el de la luz en esos rostros!

    Este es el Valle de las Lgrimas.

    Los cardones ocultan una vivienda, restos de alguna mansin de la Nueva Cdiz. Los huecos de

  • 3

    las ventanas son como nichos vacos. Un cardn sobresale entre los muros, se alarga, recorta su forma

    como un ciprs.

    En La Tirana Martn Malav distraa su ocio con aquella cancin pueril:

    La Pinta, La Nia y La Santa Mara.

    Las estrellas bailan en los ojos del guaiquer, dan vueltas y caen rpidas del horizonte. La

    misma luna describe parbolas y se transforma en otras lunas que giran silenciosas. Al fin acaba por

    dormirse y suea que tiene un barco un barco vale ms que un caballo, y va a sacar perlas. Su barco

    repasa las formas del continente.

    Antonio Cedeo y Tefilo Ortega observan las estrellas y tambin se van a tierra. Dirase que

    algo tienen de comn como el padre al hijo. En torno de ellos los arenales silban.

    Apenas un arco de las galeras quedaba en pie agrietado y pronto a derrumbarse. Por las salas

    sin puertas entraba nicamente el viento, salas trazadas con mana de grandeza que los nuevos

    habitantes cubrieron en parte de paja y zinc. Cuando alguien habla la voz llena toda la casa y vuelan los

    murcilagos. Aves de rapia se posan sobre los muros llenos de agujeros y garzas blancas de cuello

    rojo. Cuando alguna luz se enciende un mochuelo deja ver sus ojos martirizados. El pavimento fue

    arrancado, reducido a polvo o vol en pedazos, un da.

    Buenas noches, Pedro Clice.

    Sentados en un taburete, a la luz de un farol viejo y amarillento, Clice examina las cuentas que

    le presenta Miguel Ocampo, capitn de La Osa. La espesa cabellera le sepultaba en su negrura. Toda la

    fisonoma de la isla estaba en aquel rostro.

    Aqu estamos a la orden dice levantndose. Tengo frutas, legumbres frescas que me traen de

    mis tierras de Paria. Lo que usted quiera. No tenga escrpulos, pues no toco sino lo que he de comer.

    Me alegro al ver gente En una noche as llegu por primera vez a Cubagua.

    Tiene las mejillas encarnadas, las orejas gruesas, ojos lagrimosos de bordes rojizos, las manos

    en garra.

    Hoy es fcil curarse, Clice.

    Prefiero acabar aqu y no en un asilo.6 Sabe usted? Es horrible estar sometido a un

    reglamento coment, y quiso volver a sus cuentas. Ante l Ocampo inclina su rostro lvido, con la piel

    pegada a los huesos y una barba lacia y pobre.

    6 Esta referencia al personaje histrico Pedro de Clice, espaol vendedor de esclavos indgenas (se deca que lleg a tener cuatro mil esclavos), documentado en las crnicas del primer perodo colonial, est mezclada en la trama con la idea novelesca de la lepra. Todo parece sugerir que con esto Nez estuviera haciendo alusin velada a la figura del poeta Cruz Mara Salmern Acosta, oriundo de Manicuare, en la Pennsula de Araya, estado Sucre, quien adems de voluntariamente recluirse en una casita familiar para evitar el obligado leprocomio, era hijo de un propietario de trenes de pesca. Salmern Acosta muri en el ao 1929, exactamente en momentos cuando Nez escriba la novela.

  • 4

    Cinco goletas en La Guaira, dos en Higuerote. La Tirana y La Osa en Cubagua.

    Un rebao en el mar. Leiziaga hace ademn de despedirse, pero entonces Clice hace otras

    advertencias: en Cubagua el sereno produce malos sueos. Es bueno cuidarse tambin de las araas.

    Sus picaduras causan un dolor que dura veinticuatro horas, como la de los peces tataras. Ah hay un

    cntaro de agua fresca.

    La casa es todava cmoda.

    S, en aquellos tiempos parece era la ms cmoda dice Clice asomndose a la reja; aqu

    haba una plazoleta y enfrente una iglesia que se quem dos veces. Los dueos no tenan que andar

    mucho para ir a misa.

    Y, sealando las conchas amontonadas en los rincones, aadi rindose:

    Las conchas estn en el mismo lugar. Vinieron Ortega y Cedeo?

    Ocampo no tuvo tiempo de responder. Los ojos de Clice se volvieron duros, secos, al ver a

    Tefilo Ortega.

    Quiere venir? dice fray Dionisio tomando a Leiziaga por el brazo. Aqu hace mucho calor!

    Pero antes era preciso conocer al dueo de la casa.

    Despus dijo en broma que iban a fundar otra vez la Nueva Cdiz.

    Est usted cojo. Se ha herido?

    Refiri que, huyendo de unos indios, estuvo tres das oculto en una selva orando

    fervorosamente. Al verse rodeado de sus perseguidores, inclin la cabeza y esper en vano el golpe.

    Cuando abri los ojos no haba nadie en torno suyo, pero en la fuga se caus una herida que le dej

    cojo.

    Me ha dicho que piensa levantar un plano de Cubagua? Puedo mostrarle uno trazado hace

    tiempo, cuando Nueva Cdiz se hallaba en su mayor riqueza.

    El pasado, siempre el pasado. Pero, es que no se puede huir de l? Sera mejor que

    hablsemos ahora del petrleo.

    De un gesto el fraile seal el anillo de Leiziaga. l lo conservaba como sello de su origen y por

    ser recuerdo de su abuela, aquella doa Isabel de Silva que sedujo al prncipe Enrique de Prusia cuando

    ste visit a Caracas y cuya gracia vaporosa idealiz en un retrato Arturo Michelena. Los Leiziaga se

    hallaban en Caracas desde el siglo XVIII, en la poca feliz de la Compaa Guipuzcoana, pero sus

    parientes por el lado materno alcanzaban a los Aguirre Villela, Loreto de Silva, y un Hernando de la

    Cerda que se hall en la batalla del 15 de marzo de 1567 librada por Losada contra Guaicaipuro.

    Alancearon indios a millares en las guerras contra los tarmas, teques y mariches.

  • 5

    Fray Dionisio comenz a hablar confusamente del pasado, de las cosas exteriores y de sus

    relaciones con lo que ha sido y es hace trescientos, hace miles de aos.

    Precisamente, he tenido algunas ideas parecidas, pero deseo librarme de ellas, sobre todo en

    esta islilla triste. Nadie, ni Clice, sera capaz de amarla.

    Atravesaron la antigua cuadra con eslabones rotos en los muros. En aquel tiempo los perros

    ladraban all a las visiones que enrojecan sus ojos. El boho arde mientras ellos olfatean en los

    arcabucos la pista del indio. En Cubagua se guardaban los perros para las expediciones como si fuesen

    instrumentos de labranza.

    Leiziaga vea con curiosidad aquella cabeza de penitente. La voz pareca afnica, lejana, sin ser

    lo uno ni lo otro, como si viniese a travs de una niebla.

    Tal vez no le sea grata la compaa de un fraile. Yo soy como los muchos otros que

    desembarcan aqu. Era dura entonces la vida de fraile. Y an hoy aadi, aludiendo con un gesto a

    su cojera.

    Penetr en una habitacin aislada con ventanas cubiertas de lona. Encendi una buja en una

    especie de retablo. En confusa aglomeracin se vean libros, cartas geogrficas, ejemplares de cermica

    indgena y varios instrumentos: un sextante, un teodolito, un anteojo pequeo. El mismo asombro de

    los viajeros que visitaban los conventos de Amrica en medio de soledades, como el de Caripe,7 sinti

    entonces Leiziaga. Tom un volumen, al acaso: Viaje a la parte oriental de Tierra Firme en la Amrica

    Meridional por Fco. Depons, agente del gobierno francs en Caracas, 1806. La isla de Cubagua

    dice, sin agua y sin bosques, que slo la codicia pudo hacer soportable, fue la primera residencia

    escogida por los espaoles. Al margen, de puo y letra de fray Dionisio, la siguiente anotacin:

    Situacin de Cubagua: 10,48 norte y 64,15 oeste.

    Depons habla de la extincin completa de los ostrales, lo cual fue, segn l, de gran beneficio

    para la agricultura. Fray Dionisio mueve la cabeza en una afirmacin burlona:

    Los placeres no se agotaron nunca. Cuando se empobrecan de un lado, se hallaba otra zona

    ms rica. Es el mismo sistema empleado hoy. Otras causas determinaron el abandono de Cubagua.

    l sigui hablando mientras pona cierto orden en la mesa de trabajo, cerca de la hamaca. Haba

    en el muro una carta de los territorios de Atabapo, Ro Negro y Orinoco con la nomenclatura de las

    tribus. Ms de doscientos mil kilmetros: los baniguas y los parias, los guaranos y otomacos; los

    piaroas, que entierran a sus muertos en las oquedades, y los achaguas solitarios.

    Es el imperio indgena dice apuntando con los dedos terrosos. Hace tiempo vivo entre ellos

    7 Aqu Nez hace referencia al viaje de Alexander von Humboldt y Aime Bonpland al convento de Caripe, en el estado Monagas.

  • 6

    y los observo constantemente, pero mis observaciones seran censuradas. Ni un soplo ha tocado su

    alma intacta a fuerza de permanecer silenciosa. Vea este licor que destilamos ahora en las misiones. El

    Obispo nos ha enviado su bendicin y dice que ser una fuente de riqueza.

    Puso contra la vela la botella llena de una esmeralda lquida en la cual se lea en caracteres mal

    impresos: Elxir de Atabapo.

    Realmente dice Leiziaga saborendolo, puede ser una fuente de riqueza!

    Ve usted esos ejemplares de cermica? Son pensamientos plsticos. Cada una de esas figuras

    encierra la misma idea repetida mil veces hasta la saciedad. La arcilla es aqu como un papiro o una tela

    pintada de jeroglficos.

    Sealaba las lneas, las variaciones de esas ideas modeladas en barro, la expresin delicada o

    monstruosa de las figuras y las haca resonar con las falanges de sus dedos.

    Despus desdobl una tela descolorida. Lneas trazadas con la inseguridad de un mundo

    naciente. Cubagua. Nueva Cdiz. El ndice recorra los cuarteles de la poblacin marcados con cruces:

    Barrera, Beltrn, Portillo, el del mariscal Diego Caballero. La casa de Clice era la misma de Pedro

    Barrionuevo, un hidalgo natural de Soria.

    Fray Dionisio se haba sentado en un silln de paja e indic a su husped uno de esos taburetes

    con espaldar, llamados tures. Leiziaga apur otra copa de Elxir de Atabapo. Al extremo de la casa se

    oyeron voces acaloradas en una disputa. Un grito de Clice corri a sepultarse en los rincones:

    Ocampo!

    Fray Dionisio continu impasible:

    Si usted ha ledo las crnicas de Cubagua, sabr que aqu estuvo el conde milans Luis de

    Lampugnano.8 l fue quien dibuj este plano. Lampugnano ofreci a Carlos V, para la pesca de perlas,

    un aparato de su invencin que haca intil el empleo de esclavos. El emperador concedi el privilegio

    por cinco aos, a condicin de reservar la tercera parte a beneficio de la corona. Lampugnano, que

    estaba ya arruinado, arm una expedicin y se vino; pero los vecinos de Nueva Cdiz, al tener noticia

    de la novedad, se rebelaron contra la orden imperial. El aparato era la ruina. Ya no iban a poder emplear

    indios en la explotacin del mar. Esta razn suprema priv en los nimos. Reclamaron a Csar, quien

    anul el privilegio.

    Fray Dionisio se vuelve borroso en la penumbra. Sus ojos se hunden mientras habla lentamente.

    A veces dirase que ha muerto.

    8 Otro importante personaje histrico, que si bien se cita en varias crnicas de la conquista, no coinciden exactamente en que hayan sido el mismo el Conde Luigi di Lampognano y el hierbatero, que se involucra en la muerte de Pedro de Ordaz. Incluso, la mquina para pescar perlas est documentada.

  • 7

    Leiziaga le ofreci un cigarrillo y acerc su vaso.

    Por cierto continu en tono ms familiar que este Lampugnano tiene semejanza con cierto

    Leiziaga. No andas como l en busca de fortuna? Todos buscan oro. Hay, sin embargo, una cosa que

    todos olvidan: el secreto de la tierra.

    Leiziaga se inclin de nuevo sobre el plano de Nueva Cdiz. Despus se le ocurri un

    pensamiento que le hizo rer. Sera l acaso el mismo Lampugnano? Clice, Ocampo, Cedeo. Es

    curioso. Record este aviso en el camino de La Asuncin a Juan Griego: Diego Ordaz.- Detal de

    licores. Los mismos nombres. Y si fueran, en efecto, los mismos? Se volvi a sentar, a un gesto del

    fraile, que hojeaba un cuaderno amarillento, un manuscrito antiguo.

    Su reloj marcaba las ocho. En aquel momento le asalt el recuerdo de las ciudades envueltas en

    una atmsfera sensual y luminosa. Aquel mundo le pareca infinitamente distante.

  • 8

    III

    NUEVA CDIZ

    Las casas eran altas, macizas, como fuertes. En las calles estallaba el tumulto de lonjas

    improvisadas. l tena la misma9 estatura; pero la barba rubia, los ojos azules. Las expediciones

    cubran las costas. Llegaban las naos cargadas de esclavos. En las jornadas sin rancho, perdidos en los

    arcabucos, los soldados pensaban en Nueva Cdiz y desertaban en direccin a Cubagua. Haba all

    vino, oro, rescates. Se jugaba de da y de noche. Muchos, ricos al amanecer, empeaban por la tarde la

    capa y corran a desquitarse.

    Acababa de vender su ltima joya: un cinturn con diamantes. El yelmo, la capa carmes, su

    espada, estaban en poder de los usureros, pero an tena consigo un tesoro que estimaba sobre todo:

    Diana. Unos labradores de sus campos, cerca de Miln, descubrieron las ruinas de un templo. l mismo

    dirigi las excavaciones con grandes dispendios y as pudo volver a la luz la estatua que restauraron

    artistas florentinos. Cuantos la miraban tenan deseos de caer de rodillas, y aun cuando no poda, como

    antes, ofrecerle incienso y flores, ni siquiera el humilde asfdelo que le es tan grato, esparca amor en

    torno de ella. Se afirmaba que padeca un maleficio, que era dado a prcticas de hechicera. Los ms

    discretos lo vean ya en una hoguera. Sus menores actos iban a conocimiento del alcalde, mientras que

    en la puerta principal del ayuntamiento, donde se vean las dos guilas con el blasn y la corona

    rematada en cruz, se enseaba cuidadosamente tapado el prfido invento. Los vecinos principales

    opinaban que fuese destruido.

    Por centsima vez emprenda el mismo camino con el fin de obtener licencia para ausentarse de

    Cubagua. All se pesaban las perlas como granos de trigo, sin horadarlas por expresa prohibicin

    imperial. Haba para bordar la noche y prenderla en los hombros de Nuestra Seora. l daba rodeos en

    torno de las mesas de juego instaladas en los cruceros de las calles. Pregoneros, soldados, mercaderes,

    cambistas, voceaban y discutan. El aire pesaba como plomo y el reguero de ncar destellaba en la

    calle.

    Por la Santa Virgen de la Hiniesta! Quin quiere ir al Meta? Las casas y jardines son de oro.

    Hay ciudades de oro, vasijas llenas de oro!

    No! grita un soldado muy orgulloso con atavo de calzas muy picadas y muchos papos de

    tafetn, mejor es ir al Huyapari! Han encontrado oro en las sepulturas. Hay un pueblo de gigantes

    9 Hay que poner atencin al uso del lenguaje, que revela en su sintaxis la misma propuesta formal de la novela. En este caso, esta misma estatura se refiere a la equivalencia entre Lampugnano y Leiziaga. Hay muchos otros casos a lo largo de la trama.

  • 9

    cuyas macanas son de oro y combaten con anchos escudos de oro!

    El heraldo se detiene un instante sofocado. En torno suyo crece la muchedumbre abigarrada

    esparciendo fuerte olor de humores. Pomposos trajes con desgarraduras y remiendos o simples ropillas

    de pao burdo.

    Se vende un esclavo sin herrar!

    Veinte ducados!

    Veinticinco!

    Agua!

    Lea!

    Cunto diera por un pan fresco! Eh?

    Pero hay oro all? No han muerto todos?

    Quizs. Yo s dnde hay oro.

    Silencio. Calabacines, dolos, anillos, lminas delgadsimas para cubrir el sexo y los pechos; los

    despojos de cien provincias. Tambin se lee en una tabla: Aqu se hacen fretros. Se tocan las

    reliquias suspendidas a sus cuellos y vuelve a crecer el tumulto. Pero un rumor pasa enmudecindoles.

    Pregoneros y mercaderes se detienen pensativos y miran al mar, un mar violeta, de octubre. Signo de

    Escorpin. Una mancha oscura a manera de mar sargoso o de un gran cardumen corta el horizonte. Los

    indios de Cuman y Chichiriviche se han sublevado y avanzan sobre Cubagua. Han destruido los

    conventos y muerto a los religiosos. Las huertas fueron arrasadas. El mulo de los frailes, sus naranjos,

    la campana, todo fue destruido.10

    Ante ellos se alza un fantasma: la sed. El agua estaba en poder de los caribes. La gente se

    precipita al ayuntamiento. De pronto se abren las puertas y aparece el alcalde, Antonio Flores, seguido

    de sus ocho regidores. Ante ellos, con inmensa arrogancia, un hombre blande su espada:

    Caballeros, el honor castellano, el honor, caballeros!

    l reconoce a Andrs de Villacorta y se dirige al hidalgo, pero ste responde:

    Jams consentir en unir mis armas a las de un hereje!

    Y se oye un rugido que recorre las calles y gana el mar:

    Se va! Se va! Ah, cobardes! Ah, traidores! Seor, Dios mo!

    Usureros, contratistas, mercaderes, huyen en desbandada hacia el puerto y asaltan la carabela

    pronta a salir. Se empujan, dan gritos, imprecaciones, gimen, luchan cuerpo a cuerpo. Dios mo,

    10 Este alzamiento es tambin un hecho histrico. Todo parece indicar que es el que corresponde, precisamente, a la destruccin de la encomienda de Cuman donde el Padre Bartolom de las Casas intent poner en prctica su mtodo pacfico de conquista.

  • 10

    Seor! Algunos se ahogan, otros alcanzan una piragua o comienzan a huir por la orilla en busca de un

    refugio. Se guarecen entre las rocas, en los manglares. La Nueva Cdiz se ha quedado sola. Del mar

    cubierto de piraguas se alza un clamor airado. Sus cautos y tamboriles suenan alegremente. Los

    tamboriles estn adornados de flores. En sus pechos, donde una herldica brbara agot su ciencia, se

    entremezclan aves de rapia con serpientes y cemes.* En una piragua dos manos cortadas sangran. Dos

    manos blancas. Una cabeza parece dormir an en la dulzura del aire. La cabeza es la de fray Dionisio,

    fraile menor de la observancia.

    Y l, oculto entre los mangles, los ve llegar pintados de rojo, pintados de negro, con penachos

    resplandecientes y tatuajes misteriosos, ostentando algunos el emblema supremo del valor, la piel de

    tigre. Tambin arriban mujeres agitando sus canaletes, mujeres esbeltas, floridas, que saltan corriendo

    de las piraguas y en la carrera sus sexos se abren impberes, como rosas.

    El crepsculo ve caer sus magnficos manojos. Las soledades devoran aquel fruto azafranado

    que esperaban ansiosas. Las sombras descienden planeando sobre el mar.

    En la plaza se encienden grandes candelas y los hombres blanden sus escudos de pieles, sus

    grandes arcos. En un delirio los papeles del archivo, el acta de la misma maana, los signos traidores,11

    mensajeros de muerte, vuelan hechos pavesas. Entre el humo las llamas desparraman su resplandor

    prpura, de ocaso.

    Pasaban rodando toneles de vino de Espaa y saltaban sobre ellos con muecas de jbilo,

    vestidos con los ornamentos sagrados, arrojando los hierros que sujetaban a los esclavos. Sobre la

    cabeza de un gigante se inclinaba la corona de Nuestra Seora, toda de perlas ruborizadas. Enlazados

    de la mano danzaban, danzaban en torno de las hogueras. Sus cuerpos rojos se hacan ms rojos. La

    sombra se enlazaba a ellos, que huan danzando.

    Celebraran la victoria con festines de muchos das. Ya las mujeres les aguardaban con flores

    para danzar bajo la luna. Tomaran los venados ms tiernos para sacrificarlos en honor suyo. Si

    volviesen los hombres barbados, hediondos y feroces, aderezaran sus crneos para beber en las fiestas

    y suspenderlos a la puerta de los bohos.

    De pronto se detuvieron movidos por un mismo impulso. Sus voces se alzaron a una vez

    saludando la aparicin de la mujer blanca, bella e intrpida. La haban dejado en la pequea explanada

    del ayuntamiento y hasta entonces haba pasado inadvertida. Se formaron en orden, dispararon la

    flechera y se acercaron a ella bailando y cantando con movimientos y sones acordados. La rodearon

    entre grandes crculos y un instante guardaron silencio. Despus beban ofrecindole sus libaciones.

    * Demonios. [n.d.a.]11 Estupenda referencia a la escritura, como elemento de dominacin y conquista.

  • 11

    Algunos de ellos guardaban tambin en sus palenques mujeres blancas a quienes nunca haba

    dado el sol, dulce alegra del harn. El arco era semejante a los suyos, y el manto, que apenas velaba

    uno de sus pechos, les recordaba el de algunas hembras de su raza, bellas guerreras que reinaban entre

    mujeres, las cuales volvan siempre victoriosas. Slo el mastn que tena a los pies, fiero y hosco, era

    repulsivo, pero la llevaran consigo, y en el verde seno de los bosques, entre las orqudeas ms bellas

    que el oro, su presencia sera igual a la de la luna.

    Y en aquel momento la luna llena se elevaba como un espejo de ncar.

    En torno de las hogueras, en las costas de un destello irisado, se turnaban los velas. Dos das

    permanecieron en Cubagua, borrachos, con su amor y sus canciones. Se arrojaban al mar para

    purificarse y sacar perlas. Las conchas eran su adorno predilecto. Reposaban en la orilla de cara al

    cielo. Cun divino el encanto del lucero de plata que brotaba de la tarde en el silencio y cun dulces

    las noches clidas con sus estrellas ardientes y oscuras como sus mujeres! De nuevo podan amar

    libremente y a esta idea sentan como nunca cunta nobleza hay en el hecho de vivir.

    Cuando la ltima piragua se alej lenta, con la lentitud de un viejo canto y l pudo salir, hall

    que el aparato de su invencin haba sido destruido. Algunos vecinos regresaban. Los indios cogidos en

    los arcabucos, enlazados al correr de los caballos, comprados a precio de oro, haban huido. Furiosos,

    exclamaban entre lamentos y lgrimas:

    Estafadores! Hijos de perra!

    Lobos de Satans!

    Ah, Seor Dios mo!

    Estaban hambrientos, miserables. l disimulaba su satisfaccin. Su sangre herva como si

    hubiese bebido la noche en un filtro. Despus de todo, Diana estaba a salvo, volva a ser libre en medio

    de los bosques llenos de arroyos. Sobre la isla srdida caa un velo ceniciento. La iglesia y el

    ayuntamiento podan ser reconstruidos con poco trabajo. Ms all encontr a una india con el rostro

    cubierto por sus cabellos y las manos cruzadas sobre el pecho, sobrecogida de temor. Qu les haba

    movido a abandonarla? Perteneca a esas mujeres que moraban a orillas del mar vendiendo sus cuerpos

    a los viandantes y guardaban gran cantidad de oro. En su tribu la llamaban Cuci.* Y como una

    lucirnaga destell para l aquella noche.

    DEJAR TRIPLE ESPACIO

    A poco tiempo colgaban en las naves de Gonzalo de Ocampo los jefes de la revuelta. El agua de

    * Lucirnaga. [n.d.a.]

  • 12

    la isla estaba asegurada. Un regimiento al mando de Pedro Ortiz de Matienzo, quien lo oblig a residir

    en Cubagua, desfilaba por Nueva Cdiz entre muchedumbre de pobladores.

    Cuci muri en la hoguera. Su cuerpo, amarrado sobre la pira, era un rbol de rojos botones.

    An no se haba puesto el sol. Quedaba all una masa negra. El olor de carne fue arrastrado por la brisa,

    llevada muy lejos, sembrada por las cenizas en el agua.12

    Otros dijeron y as lo refirieron durante mucho tiempo, que Cuci no muri en la hoguera.

    Un adivino la arrebat de las llamas convirtindola en garza, una garza roja, y confundida con las otras

    se cierne sobre los caos en la estacin de las lluvias.

    l se emple en oficios humildes. Improvis una farmacia donde curaba las bubas de los

    conquistadores con guayacn y aceite de drago. Venda el mismo leo que ahora ambicionaba.13 A

    veces llegaban a su tienda hombres devorados por el cncer o la ceguera. Los murcilagos y serpientes

    del Huyapari, las flechas envenenadas, cuando no mataban, abran la carne para una horrible agona.

    Moran rabiosos, entre convulsiones. Aplicaba a sus heridas un hierro encendido y ellos se prestaban

    dciles al suplicio con la esperanza de vivir, de volver a Europa. Pero si eran curados iban de nuevo en

    busca de oro.

    Era en los mismos das en que lleg Pedro Clice con cuatrocientos esclavos. Bajo el cielo de

    fuego el alboroto de los navos y de los trenes pesqueros llenaba el ambiente perezoso. Las olas

    reverberantes se dilataban en un espasmo. Ola a barbacoa, a ostra podrida, a cabra. Las mujeres

    descansaban en sus lechos flotantes, chupando frutas, los corpios entreabiertos, adormecidos al

    recuerdo de sus pueblos de Castilla. Unas garzas rojas se refugiaban en los manglares.

    Ms tarde unos soldados traen braserillos y encienden sus hierros con una C al extremo, que

    imprimen al azar en la carne oscura. Ellos se entregan con los ojos llenos de lgrimas o soberbios e

    indiferentes. Entre los curiosos se hacen apuestas. Celebran los gestos grotescos, el coraje, las actitudes

    dolientes, sus palabras confusas, estremecidas. Damas engalanadas se asoman a los balcones entre

    caballeros que lucen plumas blancas, collares de oro, y se ren de las plumas de color que llevan los

    brbaros y de sus collares jaspeados.

    Antonio Cedeo tiene de la mano un perro negro con movimientos de ferocidad impaciente.

    Ocampo habla de la maestra y el coraje de algunos perros en apresar salvajes. Se refiere a uno llamado

    Leoncico, de la misma casta de Becerrico, el mastn ms diestro de todas las Indias, tan valeroso que

    siempre se le daba parte del botn como a un soldado.

    12 Hay que ponerle atencin aqu al cambio de la concordancia de masculino a femenino. Es decir, el sujeto de la oracin deja de ser el olor de carne, pudiendo ser la mismas Cuci. 13 Estupendo ejemplo del uso de la sintaxis. El ahora ambicionaba es una referencia del narrador a Leiziaga, que no puede aparecer, claro est, en este captulo que se desarrolla en el siglo XVI.

  • 13

    Perros como se quisiera cien! dice Clice.

    Pero Cedeo afirma que el suyo aventaja a todos, pues distingue al indio manso del bravo.

    No es verdad, Morisco?

    Ocampo hace un guio:

    Sultalo!

    Morisco salta y los del campo corren enloquecidos, refugindose en los cardones en cuyos

    brazos empiezan a consumirse las estrellas vesperales. Pero uno ms alto se adelanta con majestuosa

    osada. Se ve al brbaro defendindose de las acometidas, rechazando la fiera con los puos. El perro

    salta a su cuello, luchan fieramente, y, aunque herido, el indio consigue derribarlo; pero es cosa de un

    instante. La bestia se abalanza de nuevo acosndole a dentelladas. El indio abre los brazos, se desploma

    sin un grito. Morisco, furioso, cae sobre el hombre y luego corre hacia Cedeo con la boca llena de una

    masa sanguinolenta. En medio de los espectadores que haban corrido a presenciar la lucha, el indio

    yace con la cara pegada al suelo. Los soldados, armados de fusta, tratan de apaciguar la confusin entre

    los herrados.

    Era la hora en que los esclavos regresaban del mar, tropas de arqueros mutilados con la piel

    agrietada, escamosa, y las espaldas cargadas de salitre. Las campanas de Nueva Cdiz, montadas en

    parapetos, junto a las iglesias en fbrica, campanas que un da cayeron silenciosas al mar, tocan el

    Avemara. Los cardones se alargan. Los alcatraces, en largas columnas, vuelan inmviles a ras del mar.

    Los hombres se santiguan, se miran unos a otros sorprendidos de hallarse al otro extremo de la esfera.

    Ms de un suspiro vuela hasta los nichos de oro sumergidos en penumbras consteladas de cirios: la

    Virgen de La Antigua, la del Recuerdo, la del Buen Aire, la del Pilar, la Virgen de la Despedida. Los

    ojos se van tras del horizonte. All est Espaa.

    He aqu un experimento que me cuesta diez ducados y ms dice Clice.

    Pero en aquel momento ya nadie re.

    DEJAR TRIPLE ESPACIO

    El hambre sobrevino en Cubagua. La guerra asolaba Tierra Firme. Nueva Cdiz estaba llena de

    mendigos que referan sus hazaas para distraer el hambre y la inaccin. ste haba sido paje de la

    reina Isabel; aqul, caballerizo del emperador. Haban asistido a la toma de Granada y a las campaas

    de Italia. Venan de Flandes, de Francia. Describan las tiendas reales, las fiestas y batallas. Todos

    dejaban empeadas haciendas y mayorazgos para venir al Nuevo Mundo a ganar honra. Cada quien

    peda diez mil indios para remediarse.

  • 14

    Los domingos no era raro que un fraile gritase desde el plpito: All donde parece haber sido el

    Paraso, vosotros entris, peores que lobos feroces, diezmando el rebao del Seor y provocando su ira

    santa. Los hombres lloraban dndose golpes de pecho; pero luego, arrepentidos de semejante flaqueza,

    se iban ms rigurosos y hablaban contra los predicadores.

    Que no se hable de nuestros asuntos! exigan antes de un sermn.

    Pero los frailes gritaban ms alto, y ellos, enfurecidos, abandonaban el templo. Por eso, muchas

    veces los dejaban entregados a la venganza de las tribus.

    Y l iba en la noche, entre las casas cerradas, altas. En los templos se iban recogiendo los

    soldados que pedan limosna y se despiojaban unos a otros. Los ricos les daban de cenar con motivo del

    jubileo del Papa y ellos asistan como convidados de Su Santidad. Y en el cielo fulguraba la cauda

    bermeja de un cometa.14 Brillaban las estrellas en los pozos custodiados por esclavos. Aquel resplandor

    en el agua negra evoca los ojos de Cuci y la influencia de los astros en los destinos. Nunca haba

    querido saber su horscopo. Alguien pasa junto a l:

    Clareta!

    Es una ramera que a veces visita su tienda. Ella se escurre apresurada en la sombra, sin hacer

    caso, balanceando sus formas redondas. Iba a perseguirla, pero junto a l, tras un ventanillo oye tintineo

    de monedas y se pone a observar por la rendija. All, al fondo, hay un viejo. El candil colorea su espesa

    barba. Remueve cuidadosamente las monedas y les da vueltas espindose las manos. Las acaricia con

    deleite para guardarlas despus en saquitos de terciopelo.

    De un empujn hizo saltar la puerta. Despus no sabe nada. Huye con una de aquellas bolsas

    que aprieta contra el pecho. Era una voz temblorosa que llegaba de lejos:

    Auxilio! Asesinos!

    Pasos rpidos se acercaban entre voces, ruido de puertas y armas. Sin aliento, empapado de

    sudor, se detuvo junto a la casa de Alonso de Aguilar y arroj aquello, a tiempo que le rodeaban los

    guardias.

    Ahora estaba encerrado en uno de esos antros ftidos de esclavos. l, que en otro tiempo tena

    una casa de vastas cmaras en las cuales ardan perfumes de Oriente. De noche iba con msicas y

    antorchas, y a la cabeza del cortejo se detena bajo los balcones del palacio Olgiato, en Miln. Laura no

    haba partido an