Cuadernos del ciesal Nro. 12 - enero-diciembre 2013

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CUADERNOS del Ciesal Revista de estudios multidisciplinarios sobre la cuestión social Año 10 / N° 12 / enero-diciembre 2013 ISSN 1853-8827

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Cuadernos del CIESAL es una revista de periodicidad anual editada por el Centro Interdisciplinario de Estudios Sociales Argentinos y Latinoamericanos con sede en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario (ISSN 1853-8827). Indexada en las bases bibliográficas de Latindex y Clase (Unam). Tiene como objetivo principal la difusión de la producción académica en Ciencias Sociales y Humanidades, promoviendo la reflexión crítica e interdisciplinar sobre temas convergentes a través de la publicación de producciones académicas inéditas, seleccionadas por un Comité Editorial con la colaboración de árbitros externos convocados especialmente para tal fin.

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CUADERNOS del Ciesal

Revista de estudiosmultidisciplinariossobre la cuestión socialAño 10 / N° 12 / enero-diciembre 2013

ISSN 1853-8827

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IESALCentro In terd isc ip l inar iod e E s t u d i o s S o c i a l e sArgentinos y Latinoamericanos

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Revista de estudiosmultidisciplinariossobre la cuestión socialAño 10 / N° 12 / enero-diciembre 2013

ISSN 1853-8827

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DIRECTORRicardo Falcón (1990 - 2010)Gabriela Benetti (UNR - UNER) CONSEJO EDITORIALMario Glück (UNER - UNR)Alicia Megías (UNR)Alejandra Monserrat (UNR)María Luisa Múgica (UNR)Agustina Prieto (UNR)María Pía Martín (UNR)Oscar Videla (UNR)Luciano Andrenacci (UNSAM)Daniel Lvovich (UNGS)

CUADERNOS del Ciesal es una revista de periodicidad anual editada por el Centro Interdisciplinario de Estudios Sociales Argentinos y Latinoamericanos con sede en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario (ISSN 1853-8827). Indexada en las bases bibliográficas de Latindex y Clase (Unam). Tiene como objetivo principal la difusión de la producción académica en Ciencias Sociales y Humanidades, promoviendo la reflexión crítica e interdisciplinar sobre temas convergentes a través de la publicación de producciones académicas inéditas, seleccionadas por un Comité Editorial con la colaboración de árbitros externos convocados especialmente para tal fin.

Cuadernos del CIESAL is a yearly published journal, edited by the Interdisciplinary Center for Argentine and Latin American Social Studies based in the Faculty of Political Science and International Relations at Rosario National University (ISSN 1853-8827). Its main objective is the dissemination of academic production in Social Sciences and Humanities, promoting interdisciplinary and critical thinking on converging issues through the edition of unpublished academic studies, selected by an Editorial Committee in collaboration with external referees.

Enviar correspondencia a:Gabriela BenettiUniversidad Nacional de RosarioCIESAL (Facultad de Ciencia Política y RR. II.)Riobamba y Berutti / Monoblock 1 / Ciudad universitaria2000 RosarioE-mail: [email protected]

CONSEJO ASESORDiego Armus (Swarthmore College)Dora Barrancos (UBA)Marcelo Cavarozzi (UNSAM)Fernando Falappa (UNGS)Arturo Fernández (UBA)Hugo Quiroga (UNR)Eduardo Hourcade (UNR)Enrique Masés (UNCOMA)María Celia Bravo (UNT)Ana María Rigotti (UNR)

DISEÑO GRÁFICOMaría Julia Ferrari / Eugenia Reboiro

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EDITORIAL

ARTICULOS

Los publicistas del 37: entre la teoría y la praxis del gobierno representativoMercedes Betria

José Ingenieros: raza, nacionalidad y ciudadanía en la Argentina del CentenarioMaría Beatriz Schiffino

La visita de Gaston Jèze a Argentina en 1923. Circulación de ideas y claves de recepción: entre las experiencias de la Tercera República y la reforma política argentinaNatacha Bacolla

Los comerciantes minoristas de Rosario en pos de su identidad: defensa gremial, relaciones intercorporativas y política (1894-1909)Natalia Alarcón

¿Gobernar con el enemigo? Los radicales santafesinos en los inicios de la democracia electoral. Santa fe, 1912-1916Bernardo Carrizo

El primer radicalismo y la ‘cuestión de la nación’. Acerca de un vínculo identitario fundacionalFrancisco J. Reyes

Democracia, Política y Comunidad. Consideraciones en torno a la cuestión de la Democracia en la axiomática comunitaria del Peronismo ClásicoRoy Carlos Williams

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Editorial

El equipo editorial de la Revista “Cuadernos del Ciesal” se complace en comunicar a lectores y cola-boradores la inclusión de la misma en los catálogos de LATINDEX y CLASE (Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades), lo que nos permite posicionarnos con mayor visibilidad en las herramientas virtuales del mundo académico.

El presente número de la Revista “Cuadernos” lo hemos dedicado a la historia de las ideas, una de las líneas de investigación que el Ciesal desarrolla desde su fundación. Los trabajos que lo integran recorren temas y autores variados en una temporalidad que va desde fines del XIX a la primera mitad del siglo XX.

Los trabajos de Mercedes Betría, María Beatriz Schiffino y Natacha Bacolla abordan el papel de las élites intelectuales en la gestación de un pensamiento propio. La difusión y circulación de ideas -a través de publicaciones y conferencias- aparecen como instrumentos fundamentales en la conforma-ción de una esfera pública, aún selecta, que define una agenda de problemas a los que el debate da visibilidad.

El artículo de Mercedes Betría reflexiona sobre la Generación del 37. Empezando por la definición de ese grupo de intelectuales en tanto “generación” a quienes los une la conciencia histórica de su co-mún pertenencia a un tiempo contemporáneo y a los desafíos que ese tiempo les impone. Analiza la elaboración de un pensamiento político a través de la reflexión en torno al gobierno representativo como dispositivo de institución de un orden político moderno en el Plata.

María Beatriz Schiffino aborda las reflexiones de José Ingenieros en torno a su proyecto de creación de “una raza argentina blanca”. La autora llama la atención sobre un aspecto poco estudiado en el pensamiento de Ingenieros, el lugar de la raza en la configuración del cuerpo político de la Nación. El debate, se ubica en el contexto político y social del Centenario de la Revolución de Mayo, momento en que las elites intelectuales locales discuten acerca de los relatos en torno a la nacionalidad argen-tina y a los problemas de la posible ampliación de la ciudadanía.

El trabajo de Natacha Bacolla aborda las problemáticas relativas a la circulación y recepción de ideas en un período bisagra, los años veinte, en que las viejas convicciones están siendo cuestionadas en el ocaso de un mundo que el liberalismo explicaba con convicción y que, en el clima enrarecido de

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la primera posguerra, resultan insuficientes. La excusa para la reflexión es la visita de Gastón Jèze a la Argentina en 1923, figura del mundo académico francés que dicta una serie de conferencias, difundi-das luego por la Revista de Economía Argentina.

Los trabajos de Natalia Alarcón, Bernardo Carrizo y Francisco Reyes reflexionan sobre distintos aspec-tos de un período en que las formas de representación, y sus límites, están siendo cuestionadas. Lo político no logra representar a un social acrecido y complejo que no encuentra cabida en el modelo liberal.

El artículo de Natalia Alarcón indaga en la conformación del Centro Unión de Almaceneros de Rosario (1894) como espacio de confluencia de los comerciantes minoristas de la ciudad. Es un período en que la cuestión de la representación atraviesa la arena local, es allí donde se evidencia más claramen-te la tensión en las identidades de consumidores y ciudadanos, y en que las organizaciones corpo-rativas, las consolidadas y las emergentes, conforman una arena de conflicto de intereses con nexos necesarios -y difusos- con la arena política.

Bernardo Carrizo analiza la experiencia del radicalismo santafesino que llega al gobierno de la Pro-vincia de Santa tras la reforma electoral de 1912. Suerte de “ensayo político” la aplicación de la ley de sufragio universal implicará un reacomodamiento de los actores en el nuevo escenario, en especial, para la Unión Cívica Radical que pasará de partido de oposición a partido de gobierno. Forjados en las convicciones de la regeneración de la política y al calor de un pasado de movilización e insurgencia, los radicales santafesinos deberán transitar el difícil camino de hacer política desde las instituciones.

Francisco Reyes retoma la discusión sobre el radicalismo tras su primera experiencia de gobierno y su posterior división. Volviendo a los orígenes, la hipótesis que plantea es que, en su contexto de formación, la identidad radical se inscribió en una incipiente “cultura política nacional” de donde la agrupación extrajo los fundamentos de sus mitos, ritos y símbolos, así como los criterios de legitimi-dad de su acción política.

Cierra este número el trabajo de Roy Williams, en el cual propone volver a pensar la relación entre peronismo y democracia. Retoma para ello los debates del Primer Congreso Nacional de Filosofía rea-lizado en 1949 donde la idea de comunidad aparece como pilar de una forma diferente de concebir la democracia y de interpretar el escenario relacional de los distintos sectores sociales de la Argentina de mediados de la década del 40.

Dra. Gabriela Benetti

Directora Revista “Cuadernos del Ciesal”

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Artículos

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Privatizaciones. Rol del sindicalismoCaso analizado: Foetra

Raúl IrigarayCátedra de Administración PúblicaFacultad de Ciencia Política y RR.II.U.N.R.

Los publicistas del 37: entre la teoría y la praxis del gobierno representativo

Mercedes BetriaDra en Ciencia Política Universidad Nacional de Rosario. Dra en Filosofía Université Paris 8 Vincennes Saint Denis. Becaria Posdoctoral CONICET. Docente de Teoría Política II.

[email protected]

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ResumenEn este artículo planteamos que la Generación del 37 pensó el gobierno representativo como el dispositivo de institución del orden político moderno en el Plata. Gracias a su ciencia de la política, se presentaron como los capaces aptos para protagonizar ese gobierno. Desarrollamos unas breves notas respecto a su visión capacitaria de la política a partir de los siguientes ejes: la representación como principio de movimiento; el rol del publicista en la consagración de una “ciencia de la política” y la Generación como conciencia histórica de pertenencia colectiva a un tiempo contemporáneo.

Palabras claves: Generación de 1837 - gobierno representativo - ciencia política

Abstract In this article we argue that the Generation of 37 thought representative government as the device institution of modern political order in Plata. Thanks to the science of politics, were presented as capable to rule this government. We develop some brief notes about their vision from the following areas: representation as a principle of movement, the role of the publisher in the consecration of a “science of politics” and Generation as historical consciousness of collective belonging to a contemporary time.

Keywords: Generation of 37 - representative government - political science

Mercedes Betria, “Los publicistas del 37: entre la teoría y la praxis del gobierno representativo”. Cuadernos del Ciesal. Año 10, número 12, enero-diciembre 2013, pp. 11-31.

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¿Por qué no nos educamos para el gobierno propio, en lugar de educarnos como cuando éramos gobernados por la Metrópoli? Tenemos carrera militar, carrera eclesiástica, carrera de abogado,

carrera de médico, etc. Por qué la magistratura (poder judicial); por qué la administración (poder ejecutivo); por qué la materia del publicista (poder legislativo), no son carrera igualmente?

Al examinar qué enseñan nuestras Universidades, no se diría que ha cambiado el régimen político de América

Alberdi1.

En 1853 los convencionales constituyentes acordarían que la forma de gobierno de la República Ar-gentina debía ser “representativa, republicana y federal”. Después de vencido Juan Manuel de Rosas se lograba el consenso respecto de la estructura institucional que debía regir el gobierno general de una nación que buscaba terminar sus largos y profundos desencuentros.

En efecto, cada uno de esos tres conceptos son cristalizaciones de sedimentos de sentido, producto de largas luchas simbólicas y concretas en las que se vieron sumidas las élites desde 1810 para orga-nizar un gobierno estable. Brevemente, en la primera década del siglo XIX el dilema sería la metamor-fosis de la legitimidad de la monarquía española en la republicana del nuevo pueblo soberano; en la década de 1820 la disputa sería acerca de la constitución unitaria o federal del organismo político y, finalmente, a partir de 1830 lo que estaría en juego sería el principio del gobierno representativo, esto es, el contenido – ya no la forma- de la Representación.

Precisamente, una de las preocupaciones fundamentales de la Generación de 1837 sería pensar la representación para organizar el gobierno moderno equilibrando la fuerza del número con la razón. Su tarea reconocía un espacio nacional, la “República Argentina” a la que le faltaba un gobierno legal unificado2. En este sentido, había que organizar la autoridad política para que estuviera a la altura de “los tiempos representativos”.

A esta tarea estaría dirigida la labor de los publicistas del 37. El objetivo del malogrado Echeverría sería ver a su “amigos políticos” en la “silla del poder” y los trabajos de Alberdi, sobre todo a partir de 1853, reflexionarían sobre los aspectos constitucionales, políticos y económicos necesarios para la organización y centralización del poder político.

Tanto Echeverría como Alberdi compartían una concepción capacitaria de la política; es decir, que para gobernar era necesario haber realizado estudios serios en política y que sólo la capacidad de-bía ser el criterio para acceder a la Representación. En este sentido, la representación no era sólo una forma de gobierno, sino el principio motorizador del orden político moderno, lo que llamaron

1. Alberdi, Juan Bautista, La Monarquía como mejor forma del gobierno en Sud América, Buenos Aires, Peña Lillo editor, 1970 pp. 193, 194. Subrayado en el original.

2. Además, propiciaban la libre navegación interna de los ríos, imaginaban una revolución pacífica de las costumbres a la Tocqueville con inmigración del norte europeo y, sobre todo, confiaban en que, tras diecisiete años de rosismo, la práctica de la obediencia política se hubiese arraigado en la ciudad y en la campaña.

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“gobierno representativo”. Este no significaba sencillamente la necesidad de representantes electos más o menos abiertamente sino, más aún, que la representación era un modo de ejercer el poder; un mecanismo que se activaba con y propiciaba la capacidad política.

Este artículo, entonces, busca presentar algunas notas respecto al modo en que dicha generación comprendería el “gobierno representativo”. Sostenemos que el sentido que le daría a la representa-ción traducía un modo de entender la política que denominamos “paradigma capacitario de la polí-tica” compuesto de algunos ejes de los que quisiéramos dar cuenta, a saber: la representación como principio de movimiento del sistema político; el rol del publicista en la consagración de una “ciencia de la política” y la Generación como pertenencia colectiva a un tiempo contemporáneo.

Capacidad política, ciencia y escritura colectiva

¿Se creyeron muy capaces o pensaron que eso de gobernar y dictar leyes no requiere estudio ni reflexión y es idéntico a cualquier otro negocio de la vida común? La silla del poder, señores, no

admite medianía, porque la ignorancia y errores de un hombre pueden hacer cejar de un siglo a una nación y sumirla en un piélago de calamidades. La ciencia del estadista debe ser completa,

porque la suerte de los pueblos gravita en sus hombros

Echeverría, 1837, I Lectura Salón literario

La reflexión sobre la política y la institución de un orden político moderno estuvo íntimamente rela-cionado con la percepción que tuvieron del rol que debían jugar en la política en tanto estudiantes, letrados3 o “intelectuales orgánicos”4. Pensar la política, en cierto sentido, era pensar su propia subje-tividad, su inscripción en el mundo pues le asignarían a la escritura un papel clave en la elaboración de lo que llamaron “ciencia política” o “ciencia de la política”5 y, por lo tanto, a quienes poseían esta capacidad de elaboración “dogmática” y “doctrinaria” de un pensamiento político.

Este rol de la escritura no se confundía con el “diarismo” a pesar que los años de exilio antirosista fueron los del combate con la pluma desde la prensa. El periodismo era una forma sustancial de educación popular y aspiraron a realizar uno doctrinario, de ideas6. Sin embargo, ello no agotaba esa

3. Halperín Donghi, Tulio Una nación para el desierto argentino, Buenos Aires, Editores de América Latina, 1997, p. 15.

4. Myers, Jorge “La revolución en las ideas: La generación de 1837 en la cultura y en la política argentinas” pp383 a 443, en Noemí Goldman (dir.) Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, Tomo III, p. 399.

5. Alberdi, Juan Bautista Escritos Póstumos, Buenos Aires, La Biblioteca, 1900, Tomo XIV, p. 502. La expresión es de Miguel Cané padre.

6. “Tenemos mucha fe en las ideas, pero también creemos que su triunfo depende a menudo de los medios que se em-plean para propagarlas. La prensa periódica no nos parece entre nosotros tan eficaz como en otros países para la difusión de ideas, porque no puede ser analítica y explicativa, y supone en los lectores alguna instrucción previa sobre las cuestio-

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comprensión de la escritura como ejercicio público de reflexión política del publicista en la ciencia de la política. En 1853 Alberdi explicaba bien esta subjetividad que los había caracterizado en cuanto grupo:

Ni los unitarios, ni los federales, habían formulado la doctrina respectiva de su creencia política en un cuerpo regular de ciencia. Pedid las obras de Varela, de Rivadavia, de Indarte de Alsina y os da-rán periódicos y discursos sueltos, alguna compilación de documentos, una que otra traducción anotada; pero ni un solo libro que encierre la doctrina, más o menos completa, del gobierno que conviene a la República. No pretendo que no haya habido hombres capaces de formarlos, sino que tales libros no existían. Un tercer partido, representado por hombres jóvenes, inició trabajos de ese orden en 1838, en los cuales están, tal vez, los elementos principales de la organización que ha prevalecido por fin para toda la Nación en 1853”.7

Lo que había diferenciado a la Nueva Generación de jóvenes estudiantes del Colegio de Ciencias Mo-rales y la Universidad de Buenos Aires respecto de las facciones políticas había sido esa relación cien-tífico filosófica con la escritura. Los jóvenes habían escrito libros; los jóvenes, como recuerda Alberdi habían intentado formular su creencia política en un “cuerpo regular de ciencia”, una ciencia que era sinónimo de método, doctrina y filosofía.8

Pero, ¿de que filosofía se sabían portadores los jóvenes? De una filosofía del siglo XIX que ya no se interesaba por temas abstractos, como la Ideologie aprendida en el Colegio, sino por una filosofía so-cial, que pudiera dar cuenta de los asuntos políticos del día. Como decía Alberdi: “Porque ideología, es decir, la ciencia de las ideas, no es la filosofía, es decir, la ciencia de la verdad en general, de la razón de ser de todas las cosas, de la vida fenomenal y colectiva de la naturaleza, tanto humana y moral, como natural y física”9. La filosofía no debía detenerse a indagar “si las ideas son sensaciones, si la memoria y

nes que ventila; y porque un periódico se ojea en un momento por curiosidad o pasatiempo, y luego se arroja: la prensa periódica poca utilidad ha producido en nuestro país.La prensa doctrinaria, la prensa de verdadera educación popular debe tomar la forma de libro para tener acceso en todo hogar, para atraer la atención a cada instante y ser realmente propagadora” Echeverria, Esteban Dogma Socialista, La Plata, Universidad Nacional de la Plata, 1940, p. 224.

7. Alberdi, Juan Bautista Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853 en Obras Completas, Buenos Aires, La Tribuna Nacional, [1853] 1886, Tomo IV, p. 487. El subrayado nos pertenece.

8. La ciencia era comprendida en su doble faz de “doctrina” y “método” y la filosofía no sólo como disciplina específica, sino como el análogo de la ciencia en tanto principio racional ordenador de cualquier conocimiento. La doctrina era el ordenamiento lógico de pocas ideas en torno a un objeto de estudio que podía traducirse en “cuadros sinópticos” ya que con ellos el ojo podía abarcar, de un golpe, la totalidad de la ciencia. En su Manual de enseñanza Moral (1844) dice “[…] el método es una regla segura para llegar por el camino más corto al conocimiento de las cosas, puede decirse con funda-mento que el método es la ciencia” en Echeverria, Esteban Obras Completas, Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, 1873, p. 328.

9. Alberdi, Juan Bautista Escritos Póstumos, Tomo XIII, Quilmes, UNQ, 2002, p. 64. Alberdi había escrito en 1841 una intro-ducción a un curso de filosofía contemporánea para dictar en Montevideo.

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la reminiscencia son dos facultades distintas” sino “averiguar cual será la forma y la base de la asocia-ción que sea menester organizar en Sudamérica, en lugar de la sociedad que la revolución de Mayo, hija de la filosofía analítica del siglo XVIII, ha echado por tierra”10.

¿Cuáles eran esos libros a que se refería Alberdi? Sin dudas, los discursos al Salón Literario (recopilados en la época en un folleto), el Fragmento preliminar al estudio del derecho; el Dogma Socialista, la Ojeada Retrospectiva del movimiento intelectual en el Plata desde el año 37 y las Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina.

En efecto, es en este corpus reducido de textos que se juega el derrotero intelectual y político de la Generación del 37 en cuanto tal. Luego de 1853, y a pesar que algunos intentarían tener protagonis-mo en la vida política de la Argentina poscaseros, el trabajo colectivo en cuanto “movimiento inte-lectual” ya no podría recuperarse y las carreras políticas serían proseguidas en forma más individual. Era precisamente eso lo que le criticaba Alberdi a Sarmiento en su famosa polémica desde Quillota, dejando claro la diferencia entre el diarismo y la ciencia política que ahora, después de caído Rosas, se hacía más necesaria todavía:

Pero si sus trabajos de diez años en la prensa no representan sacrificios que le hagan merecedor del poder, ¿representan al menos la ciencia política y la instrucción en cosas públicas, que dan la competencia de hombre de Estado?

He hecho notar que sus trabajos políticos no pasan de gacetas. La ciencia pública no le debe un libro dogmático, ni un trabajo histórico de que pueda echar mano el hombre de Estado o el estudiante de derecho público.

La prensa periódica desempeñada por largos años, lejos de ser escuela de hombre de Estado, es ocupación en que se pierden las cualidades para serlo. La razón es obvia. La reserva, la medi-tación detenida, la espera, que son las cualidades del estadista, serían la ruina de un periodista, que no tiene que pensar al paso que escribe, por no decir después. Hombre protocolo, máquina de divulgación y publicidad, hablar ante él es hablar ante escribano y dos testigos, es dictar artículos editoriales, disposición eficacísima para enajenar la confianza de que tanto necesita el hombre de Estado. […] Un hombre de Estado puede ser periodista en un momento dado, pero rara vez el periodista de oficio se hace hombre de Estado, por la razón que he dado arriba.11

Alberdi defendía su propia postura y la de sus amigos que, habiendo participado del diarismo en Montevideo, ahora se postulaban como la única clase política apta para ejercer el gobierno represen-tativo, precisamente, debido a esta peculiar capacidad política: pensar científicamente la política, la

10. Idem, p. 64.

11. Alberdi, Juan Bautista Cartas Quillotanas. Polémica con Domingo F Sarmiento, Buenos Aires, Claridad. [1853] 1940, p. 66.

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capacidad de escribir libros dogmáticos con un objeto de estudio y un método. Era la misma virtud que Echeverria había resaltado en su polémica con Pedro de Ángelis en 1847, escritor oficial de Rosas, ante quien buscaba diferenciarse con la pretensión científica de su escritura:

Advierto ahora, señor Editor, que para Vd. y esos caballeros que piensan basta para ser doctrina-rio en política pronunciar la fraseología de la ciencia o adherirse a las opiniones de algún autor europeo de monta, no debía ser fácil comprender la originalidad e importancia del pensamien-to dominante en el Dogma socialista y en la Ojeada. Era preciso supiesen que en nuestra época no tiene la autoridad y el valor de Doctrina Social, la que no se radica a un tiempo en la ciencia y en la historia del país donde se propaga. Pero persuadido yo de esto, y en vista de la infecunda chá-chara de nuestra prensa, me esforcé en sentar sobre el fundamento histórico, indestructible, de la tradición de Mayo, los rudimentos de una doctrina social científica y Argentina. Esta tentativa tenía doble objeto: 1° levantar la política entre nosotros a la altura de una verdadera ciencia, tanto en la teoría como en la práctica. 2° concluir de una vez con las divagaciones estériles de la vieja po-lítica de imitación y de plagio que tanto ha contribuido a anarquizar y extraviar a los espíritus entre nosotros.12

En efecto, ese había sido el criterio que Echeverria había aprendido cerca de los publicistas franceses, y que había querido implementar en el Plata con la fundación de la Asociación de la Joven Genera-ción Argentina, una reunión que tenía como horizonte producir y difundir una doctrina política que sirviera “de fundamento al Estado”13. La Carta- programa es una muestra elocuente de los objetivos a largo plazo que había tenido esta iniciativa generacional y el modo en que Echeverría aspiraba a que fuera el espacio para formar a una futura clase política.

En primer lugar, el objetivo de la Asociación sería la redacción de “un código o declaración de principios”14 que debía ser difundido por medio de la propaganda “para atraer sectarios a nuestra doctrina”15. Las producciones intelectuales elaboradas por los integrantes de la Asociación, “los ele-mentos de la nueva organización social que proyectamos” debían llegar tanto a “la silla del poder” como a “la cabeza del pueblo”16 sólo así, pensaba Echeverría “lograremos levantar el monumento de la gloria de la joven generación Argentina, tener en nuestro poder todos los elementos de la lucha y del triunfo cuando llegue nuestro día, y brille el sol de la regeneración de la patria”.17

12. Esteban Echeverría, “Segunda carta a Pedro de Ángelis” en Dogma… cit., p. 422. Como le diría a Alberdi “Puedo decirlo sin jactancia: soy el único escritor dogmático del Plata” carta fechada el 9/7/ 1850 desde Montevideo en Alberdi, Juan Bau-tista Escritos Póstumos, tomo XV, Buenos Aires, La Biblioteca, 1900, p. 788.

13. Echeverría, Esteban “Primera lectura” en Dogma… cit., p. 272.

14. Echeverría, Esteban “Dogma socialista” en Dogma… cit., p. 80.

15. Idem, p. 80.

16. Idem, p. 81.

17. Idem, p. 83.

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Los jóvenes conformarían comisiones internas que debían ocuparse de diversas “cuestiones” para formar “un cuerpo sistemado de doctrina política”18. Según la carta- programa ellas eran: la libertad de prensa, los límites a la soberanía del pueblo y la esencia y formas de la democracia represen-tativa. Además, otras como las ventajas del papel moneda, el crédito público y la promoción de la industria agrícola; la administración de la campaña con la instalación de municipalidades; el rol de los jueces de paz y la organización de la milicia nacional “en un estado democrático”19. Echeverria proponía, asimismo, “estudiar nuestra historia parlamentaria y examinar, analizar y apreciar todas nuestras leyes fundamentales, desde el Estatuto provisorio hasta la constitución del último con-greso, porque en ellas necesariamente debe haberse refundido todo el saber práctico y teórico de nuestros publicistas”20. También señalaba la necesidad de analizar la prensa revolucionaria y de hacer la biografía de los hombres públicos que merecieran esa gloria.

Como puede apreciarse, el plan de estudios era muy ambicioso, incluso se había previsto la organiza-ción de un Archivo y un periódico:

He aquí bosquejadas las tareas a que debe por ahora contraerse la Asociación. Si se adopta el proyecto se repartirán entre varias comisiones o miembros, los cuales harán un trabajo comple-to sobre la materia que se les encomiende y concluido este lo presentarán para que examine y discuta y sancione por la Asociación. Después de ventilado y adoptado quedará en el archivo o fondo común de la Asociación, para hacer uso de él cuando lleguen las circunstancias favo-rables.

Ningún socio publicará ningún trabajo perteneciente a la Asociación mientras no lo determine la mayoría. Cuando llegue el tiempo oportuno se publicará un periódico y servirán para confor-marlo los materiales que se vayan archivando. Los socios harán uso entonces de su derecho de autores y entrarán en el goce exclusivo de la propiedad de sus obras. 21

Echeverría pensaba en un espacio de sociabilidad de capacidades a través del diálogo y la produc-ción colectiva de conocimientos ya que se concibieron como integrantes de un “movimiento inte-lectual”. En efecto, los jóvenes debían escribir como miembros de una generación, el pensamiento debía ser colectivo y no individual; es lo que explicaría que el Dogma Socialista, que conocemos mal como “de Esteban Echeverría”22, fuera publicado por primera vez como Código o Declaración

18. Idem, p. 81.

19. Idem, p. 82.

20. Idem, p. 82.

21. Idem, p. 83.

22. A ello ha contribuido el propio Gutiérrez que así lo presenta en las Obras Completas de Echeverria y debido a que, a partir de 1846, todas las reediciones del Dogma fueron encabezadas por la Ojeada retrospectiva, formando un protocolo de lectura que haría de Echeverria un “primus inter pares”.

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Los publicistas del 37: entre la teoría y la praxis del gobierno representativo

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de principios que constituyen la creencia social de la República Argentina, sin autorías, en el El Inicia-dor.23

La capacidad política, la ciencia y la escritura iban de la mano en este grupo de “jóvenes doctores” que eligieron autodenominarse “jóvenes capacidades”, “Nueva Generación” “movimiento intelectual” y no “letrados” o “intelectuales”. En este sentido, creemos que el modo que mejor acierta a captar el rol político de la escritura es el de “publicistas”.

El publicista en tanto agente activo de la estructuración de un espacio público moderno que impli-caba, tanto la construcción de una opinión pública, como de los mecanismos de estatalidad/legitimi-dad del “gobierno representativo” en revistas, periódicos, y escritos dogmáticos. La labor del escritor público transcurre en libros, revistas y salones, se ocupaba de la idea política pero ésta debía ser aplicable a la praxis, a la organización del gobierno, de allí que la ciencia de la política también fuera llamada “ciencia del gobierno representativo”24.

Ahora bien, una de las primeras condiciones de posibilidad, subjetiva, para la constitución del escri-tor como agente estructurador de un espacio simbólico tematizado como “orden político” – es decir, de los problemas que deben discutirse para pensar ese orden- era una temporalidad específica, una conciencia histórica que permitía a los jóvenes el saberse publicistas: la conciencia del valor de lo contemporáneo y de que el mejor modo para asirlo era el trabajo intelectual colectivo.

La conciencia de ser parte de su propia época le otorgaba una subjetividad política nueva al letrado tradicional25 transformado en “publicista” y que reclama para sí y para sus colegas el monopolio de una misión: dar inteligibilidad al tiempo presente. Este es un punto que nos importa resaltar; la labor intelectual de la Generación del 37 se daría en vinculación con su tiempo presente; el tiempo fuerte de su escritura y de su pensamiento era lo contemporáneo26, aquello que les sucedía en tanto sujetos de la historia, aquello de lo que había que dar cuenta porque se formaba parte de dicha época, a la cual debían contribuir a esclarecer27.

23. Tanto La Moda como el Iniciador, muestran que la escritura debía ser colectiva; sus artículos anónimos daban cuenta de empresas editoriales que debían traducir un pensamiento generacional.

24. Alberdi, Juan Bautista Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho, Buenos Aires, Hachette, [1837] 1955, p. 172.

25. Rama, Ángel La ciudad letrada, Montevideo, Comisión Uruguaya pro Fundación Internacional A.R., 1984. Para un deba-te actualizado sobre esta categoría véase Prismas. Revista de historia intelectual, Quilmes, N° 10, 2006.

26. Las consideraciones de Giorgio Agambem en su curso ¿Qué es ser contemporáneo? nos resultan relevantes para este punto: “La contemporaneidad es, pues, una relación singular con el propio tiempo, que adhiere a éste y, a la vez, toma su distancia; más exactamente, es “esa relación con el tiempo que adhiere a éste a través de un desfase y un anacronismo”. […] Los que coinciden de una manera excesivamente absoluta con la época, que concuerdan perfectamente con ella, no son contemporáneos porque, justamente por esa razón, no consiguen verla, no pueden mantener su mirada fija en ella”. En Giorgio Agambem “¿Qué es ser contemporáneo?” Qu’est-ce que le contemporain?, Payot & Rivages, Paris, 2008, p. 10. La traducción es de Revista Ñ, Clarín, 21.3.2009.

27. No intentamos realizar una tipología sino captar el trabajo de la escritura política en el sentido de la Generación del 37. El concepto de “publicista” dice esa performatividad de la escritura sobre lo político y sobre lo social y, al mismo tiempo, sobre el escritor mismo. El publicista escribe, señala los topoi del debate público, intenta educar a sus lectores y represen-tar la nueva sociedad en los órganos de circulación de la palabra política, sobre todo, en el legislativo. El publicista concibe

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Este es el sentido de los artículos escritos por Alberdi en La Moda, cuyo título lejos de referirse a un interés frívolo por las cosas, es un concepto temporal que muestra la importancia que el tiempo te-nía para los jóvenes del 37. Si bien, siempre con el uso de la ironía, algunos artículos y comentarios tratarían el tema de la moda en su sentido banal, el fondo de los mismos y el sentido filosófico del se-manario era, no la moda, sino el movimiento de la moda como expresión del movimiento de la historia tematizados en diversos pares dicotómicos: joven- viejo; nuevo- antiguo; moderno- feudal. En todos ellos, el protagonista era el siglo XIX cuyo comienzo había ocurrido en 1830:

“Un siglo joven, lleno de vida, ávido de bellas peripecias, de movimientos fecundos, impregna-do de esperanza, iría a consignarse en el ejercicio miserable de amontonar el oro […]. El siglo 19 tiene toda la dignidad del cielo, y solo se somete al que se sienta sobre las alas de los Ángeles: he ahí su derecho, he ahí su deber” “…apoteosis divino del espíritu de examen, de la investiga-ción, de la idealización. Y, nosotros, hombres de república, hombres tan libres como la libertad misma, hombres nivelados por el dedo luminoso del siglo con el mundo que todo sabe, que su gloria son las especulaciones políticas, las cuestiones gubernamentales, los principios de la filosofía social y popular […]”28.

El concepto “Nueva Generación” traducía esta relación íntima con el tiempo del que se era parte: “No-sotros […] somos sí hombres nuevos, esto es hombres del siglo, amigos de ser oídos; […] hablaremos por escrito, haremos una visita a todos”.29

Sería esta conciencia lo que les permite visualizarse como un nuevo colectivo: la generación, que debía su traducción institucional en la conformación de una “clase política”.

Autoridad, soberanía, poder y representación

Estos conceptos son momentos importantes del discurso político generacional en torno a la institu-ción de un orden político moderno. Los utilizaron a partir de lecturas heterogéneas de ese mundo liberal romántico europeo que se extiende entre 1815 y 1848 y del cual participarían de diversas for-mas a través de viajes, epistolarios, libros, revistas y amistades personales.

su rol en términos de deber pero conoce que es efímero, su tiempo es lo que está siendo, lo contemporáneo. Sabe que nuevas generaciones vendrán a continuar su tarea. De esta forma “publicista” es una relación entre la escritura y el saber y entre el saber y el poder; tiene que ver con el modo en que el sujeto valora el rol de su escritura, de allí que un publicista puede ser al mismo tiempo escritor, abogado, legislador, educador, literato, periodista, etc.

28. La Moda, edición facsimilar, Buenos Aires, Kraft, 1941, N°21, 7 abril de 1838.

29. La Moda, N°23, 21 abril 1838.

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Los publicistas del 37: entre la teoría y la praxis del gobierno representativo

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Debemos señalar que la Generación del 37 no haría un intento por definir esos conceptos de forma sistemática30, sino que los emplearía para estudiar o analizar los temas que les importaban, especial-mente, en la década del 30 y del 40, implementar un sistema representativo moderno –en 1821 Ri-vadavia había propiciado el nacimiento de la Sala de Representantes y su elección mediante sufragio “universal”- evitando el gran peligro de la democracia en América: la “omnipotencia de las mayorías” teorizada por Tocqueville y que los jóvenes identificarían con el orden rosista31.

Cómo pensar y resolver las tensiones propias de lo que Echeverria llamaría en su Carta- programa “de-mocracia representativa”, sería uno de los grandes problemas de su reflexión política. La cuestión de la autoridad era difícil ya que se desdoblaba, por un lado, en la cuestión del ejercicio de la soberanía y, por otro, en la del ejercicio del poder que no necesariamente coincidían en la teoría pero que, en la realidad, se combinaban, solapaban y, a veces, se confundían. El “ejercicio de la soberanía” se refería al rol de la capacidad política para la constitución de un gobierno representativo, mientras que el ejercicio del poder daba cuenta del modus operandi del Ejecutivo. La soberanía, desde la perspectiva generacional, se encontraba teóricamente dislocada: por un lado la pregunta por el soberano y, por el otro, el ejercicio de la soberanía.32

Es en la dificultad dialéctica de estos pares Autoridad- “ejercicio de la soberanía” Autoridad- “ejercicio del poder” y Soberanía- soberano, soberanía- ejercicio donde se jugaba la cuestión de la representa-ción. La Generación del 37 no se preocupó por definir quién era el soberano ya que, para ella, desde 1810, esa cuestión estaba saldada, era el pueblo argentino, el pueblo en tanto cuerpo político sobera-no y nacional. En el sentido del abate Sièyes, el pueblo era todo pero hasta 1810 no había sido nada33; había, no obstante, que enseñarle sus derechos y, como recordaría Giuseppe Mazzini34, sus deberes:

El pueblo, antes de la revolución, era algo sin nombre ni influencia: después de la revolución apareció gigante, y sofocó en sus brazos al león de España.

30. Salvo el Manual de Enseñanza Moral de Echeverria.

31. “El principio de la omnipotencia de las masas” en Echeverria, Esteban Dogma Socialista en Dogma… op.cit., p. 185.

32. Para el estudio del concepto “soberanía de la razón” y el pensamiento doctrinario francés remitimos a Diez del Corral, Luis El liberalismo doctrinario, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1984; Rosanvallon, Pierre Le moment Guizot, Millau, Gallimard, 2003; Roldán, Darío Charles de Rémusat. Certitudes et impases du liberalisme doctrinaire, L’Harmattan, 1999; Roldán, Darío “El impacto de la adopción del sufragio universal en el pensamiento doctrinario” en Estudios Sociales, N° 15, 1998; Roldán, Darío “Guizot. El gobierno representativo y la teoría del ciudadano capacitario” en Deus Mortalis. Cua-dernos de Filosofía, Buenos Aires, N° 6, 2007.

33. “¿Qué es el estado llano? Todo. ¿Qué representa actualmente en el orden político? Nada. ¿Qué pide? Llegar a ser algo” Sièyes, Emmanuel ¿Qué es el tercer estado?, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1988, p.33.

34. La referencia no es casual. La joven Argentina conformaba una red de jóvenes mazzinistas en estrecha vinculación con los emigrados italianos. Véase Marani, Alma Novella El ideario Mazziniano en el Río de la Plata, La Plata, Universidad Nacio-nal de la Plata, 1985 y Betria, Mercedes “Para una nueva lectura sobre la Generación del ‘37. Mazzinismo y sociabilidades compartidas en la construcción de la identidad nacional argentina” en Amadori, Arrigo y Di Pascuale, Mariano (coords.) Construcciones identitarias en el Río de la Plata, siglos XVIII- XIX, Prohistoria, Rosario, 2013, pp. 135- 162.

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La turba, el populacho, antes sumergido en la nulidad, en la impotencia, se mostró entonces en la superficie de la sociedad, no como espuma vil, sino como una potestad destinada por la Providencia para dictar la ley, y sobreponerse a cualquiera otra potestad terrestre. La soberanía pasó de los opresores a los oprimidos, de los reyes al pueblo, y nació de repente en las orillas del Plata la Democracia; y la democracia crecerá: su porvenir es inmenso.

Ese pueblo, deslumbrado hasta aquí por la majestad de su omnipotencia, conocerá vuelto en sí, que no le fue dada por Dios sino para ejercerla en los limites del derecho como instrumento no de fuerza y tiranía sino como móvil para obrar el bien por el camino de la razón. Ese Pueblo se ilustrará: los principios de la revolución de Mayo penetrarán al cabo hasta su corazón, y llegarán a ser la norma de sus acciones.35

Así, en su Manual de Enseñanza Moral, Echeverria se preguntaba: “¿cómo podrá combinarse la so-beranía del pueblo, es decir, la acción incesante del pueblo en el gobierno, el orden y el progreso social, con la absoluta ignorancia del pueblo que ejerce esa soberanía?”36 y se respondía: “Ahora bien, la soberanía es lo mismo que la autoridad; y así la soberanía del pueblo, equivale a la autoridad del pueblo”37 “Pero el pueblo, en las democracias, no ejerce por sí la autoridad, sino delega su ejercicio en eso que vuestras instituciones llaman Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial” “El modo como el pueblo delega la autoridad, es por medio del sufragio; -de ahí en cada ciudadano el derecho de elección. El modo cómo el pueblo ejerce la autoridad, es por medio de la representación; -de ahí en cada ciuda-dano el derecho de representar al pueblo”38.

Echeverria explicaba a los niños, destinatarios de su libro que: “[…] cada ciudadano puede elegir y ser elegido representante, magistrado, juez, etc, según sus méritos y capacidad; pero con arreglo a las leyes que determinan la idoneidad para el ejercicio de esos derechos, - porque, como lo aprendereís en adelante, son de origen constitucional”. “Por medio, pues, de la elección y de la representación se forman los poderes gubernativos, que ejercen la autoridad a nombre del pueblo; y ese modo de for-mación es lo que se llama “Sistema Representativo”.39

La Generación del 37 compartía con los liberales doctrinarios el concepto de Representación basado en la distinción “soberanía de la razón” – “soberanía del pueblo”. La ciudadanía política, entendida como el acceso al derecho al sufragio y, por lo tanto, a la formación del gobierno/ representación, era interpretada como un proceso gradual e histórico que tenía su punto de partida en la Revolución de 1810, momento fundante de una nueva legitimidad “democrática” del poder político pero cuyo ejer-cicio real debía estar moderado en una clase política de capaces:

35. Echeverria, Esteban Dogma socialista, en Dogma… cit., pp. 185, 186.

36. Echeverria, Esteban Manual… cit., pp. 337, 338.

37. Idem, p. 384.

38. Idem p. 385.

39. Idem.

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Los publicistas del 37: entre la teoría y la praxis del gobierno representativo

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La razón colectiva sólo es soberana, no la voluntad colectiva. La voluntad es ciega, caprichosa, irracional; la voluntad quiere; la razón examina, pesa y se decide.

De aquí resulta que la soberanía del pueblo sólo puede residir en la razón del pueblo, que sólo es llamada a ejercer la parte sensata y racional de la comunidad social. La parte ignorante queda bajo tutela y salvaguardia de la ley dictada por el consentimiento uniforme del pueblo racio-nal.

La democracia, pues, no es el despotismo absoluto de las masas, ni de las mayorías; es el régi-men de la razón40.

El sufragio era para la Generación del 37 un momento importante de la política, la puerta de acceso al corazón del gobierno representativo en su movimiento y ejercicio41. Éste no sólo debía represen-tar/ reflejar lo social, sino que debía “extraer”, como decía Guizot, la razón de la sociedad, brindándo-le de este modo y al mismo tiempo, racionalidad.

De allí la importancia que tenía la posibilidad de convertirse en una clase política moderna, porque ese trabajo sobre lo social debía ser una labor colectiva. La institución de lo social como producción de una sociedad moderna debía quedar en manos de los jóvenes capaces ligados naturalmente a esa sociedad por haber nacido en ella y ser un producto de ella.

Sin embargo, desde la óptica de la Generación del 37 el proceso político reciente se caracterizaba por los resultados indeseados de una medida institucional errónea: la ley de sufragio activo y ampliado que había provocado la “omnipotencia de las masas”, una verdadera “sociedad en disolución”.42

Este mecanismo de selección de las autoridades de la Sala de Representantes había sido creado con el afán de diluir la violencia política intraélite, evitando las “revoluciones de poder” al tiempo que ga-rantizando la participación política de los adultos mayores de 20 años, avecinados en la ciudad y en la campaña. Sin embargo, desde la perspectiva de los jóvenes del 37, este sistema no se arraigaba en una verdadera comprensión de lo social, permitiendo la fuerza irracional del número sin moderación. El producto de esta decisión errónea de los rivadavianos había sido el gobierno de Rosas: “Su sistema electoral y representativo fue una verdadera fantasmagoría, que han sombreado con tintas dema-

40. Echeverría, Esteban Dogma socialista en Dogma… cit., p. 201.

41. “En cuanto al sistema electoral que haya de emplearse para la formación de los poderes públicos –punto esencialísimo a la paz y prosperidad de estas Repúblicas- la Constitución argentina no debe olvidar las condiciones de inteligencia y bienestar material exigidas por prudencia en todas partes, como garantía de la pureza y acierto del sufragio […] “La inte-ligencia y la fortuna en cierto grado no son condiciones que excluyan la universidad (sic) del sufragio, desde que ellas son asequibles para todos mediante la educación y la industria […]” “Para olvidar los inconvenientes de una supresión brusca de los derechos de que ha estado en posesión la multitud podrá emplearse el sistema de elección doble y triple, que es el mejor medio de purificar el sufragio universal sin reducirlo ni suprimirlo y de preparar las masas para el ejercicio futuro del sufragio directo” Alberdi, Juan Bautista Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, Buenos Aires, Plus Ultra, 1998, p. 160.

42. Echeverria, Esteban Dogma socialista en Dogma… cit., p. 157.

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siado horribles, los desastres que de ella nacieron, y que sirvió maravillosamente a la inauguración del Despotismo”43.

No obstante esta crítica al sufragio “universal”, no propondrían el sufragio censitario. Por el contrario, rechazaban que fuera el dinero la condición habilitante para el acceso a la esfera del gobierno, con-cepción vetusta de la política de privilegios y jerarquías sociales que remitía a la época de la Colonia:

Por supuesto el Gobierno [el de Rivadavia] en sus candidatos tendría en vista las teorías arriba dichas [las de la Restauración en Francia] –Era obvio que debía ser representada la propiedad raíz, la inmueble, la mercantil, la industrial, la intelectual, que estaba en la cabeza de los docto-res y de los clérigos por privilegio exclusivo heredado de la Colonia; -y como en las otras clases había pocos hombres hábiles para el caso la sanción oficial los habilitaba de capacidad para la representación, en virtud de su dinero, como había habilitado a todo el mundo de aptitud para el sufragio. Así surgieron de la oscuridad una porción de nulidades, verdaderos ripios o excre-cencias políticas, que no han servido sino para embarazar, o trastornar el movimiento regular de la máquina social, y que se han perpetuado hasta hoy en la Sala de Representantes.44

Los rivadavianos habían cometido un doble error: por un lado, habían reducido el acceso de los jóve-nes a la ciudadanía pasiva, es decir, a la esfera de la Representación, con un sistema de tipo censitario, al mismo tiempo que habían ampliado excesivamente la ciudadanía activa45 sin educar previamente a los sufragantes. Esto significaba una doble inconsecuencia para el orden político posrevolucionario: se obturaba la participación de las nuevas capacidades, los jóvenes universitarios que no eran propie-tarios46 mientras que se permitía el ejercicio del sufragio al pueblo ignorante.

Para superar este desfasaje formularían una concepción acerca de la construcción del orden político a través del elogio de la única jerarquía natural que reconocían como propia de las sociedades de-mocráticas, impulsadas por la fuerza de “la igualdad de clases”47: la de las capacidades. En la Palabra

43. Echeverria, Esteban Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37 en Dogma… cit., p. 95.

44. Idem, p. 94.

45. Echeverría destaca la virtud de los unitarios de deslindar la ciudadanía activa de la pasiva en Echeverría, Esteban “Se-gunda carta a Pedro de Ángelis” en Dogma… cit., p. 404.

46. Con la excepción de Echeverría, copropietario con su hermano de una estancia ganadera de 1 legua cuadrada en San Andrés de Giles, Luján. Weinberg, Félix Esteban Echeverría. Ideólogo de la segunda revolución, Buenos Aires, Taurus, 2006, p. 111.

47. En este punto citan utilizando comillas a Tocqueville: “que el desenvolvimiento gradual de la igualdad de clases, es una ley de la Providencia, pues reviste sus principales caracteres; es universal, durable, se substrae de día en día al poder humano, y todos los acontecimientos y todos los hombres conspiran sin saberlo a extenderla y afianzarla” en Echeverría, Esteban Dogma socialista en Dogma… cit., p. 199. Tocqueville siguió los cursos de Guizot entre 1828 y 1830, fue influen-ciado por los doctrinarios, especialmente por Rémusat, pero no fue uno de ellos. Véase Rosanvallon, Pierre Le moment… cit., p.54.

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Simbólica Fraternidad. Igualdad. Libertad del Código expresaban un aspecto de la igualdad política desconocido tanto por los rivadavianos como por el rosismo: el criterio de la capacidad política como el único para acceder al gobierno y a la representación.

Los jóvenes universitarios querían formar parte activa del ejercicio del gobierno ya que para 1838 ha-bían cumplido los veinticinco años de edad, se sentían aptos para acceder a la ciudadanía pasiva pero no contaban con el elemento económico para hacerlo; esto y su visión de la política como una esfera de los capaces, los llevaría a proponer la “profesionalización” del acceso a los empleos públicos.

La democracia proclamada en 1810 debía tener su corolario en una meritocracia que la organizara. En este punto, realicemos una cita extensa pero que demuestra claramente cuál era la intensión de los jóvenes en tanto publicistas modernos con deseos de convertirse en una clase política moderna:

No hay igualdad, donde la clase rica se sobrepone, y tiene más fueros que las otras.

Donde cierta clase monopoliza los destinos públicos

Donde el influjo y el poder paraliza para los unos la acción de la ley, y para los otros la robuste-ce.

Donde sólo los partidos, no la nación son soberanos.

[…]

Donde el último satélite del poder puede impunemente violar la seguridad y la libertad del ciudadano.

Donde las recompensas y empleos no se dan al mérito probado por hechos.

Donde cada empleado es un mandarín, ante quien debe inclinar la cabeza el ciudadano.

Donde los empleados son agentes serviles del poder, no asalariados y dependientes de la nación.

[…]

Donde no tiene merecimientos el talento y la probidad, sino la estupidez rastrera y la adula-ción.

Es también atentatorio a la igualdad, todo privilegio otorgado a corporación civil, militar o reli-giosa, academia o universidad; toda ley excepcional y de circunstancias.

La igualdad está en relación con las luces y el bienestar de los ciudadanos.48

48. Echeverría, Esteban Dogma socialista en Dogma… cit., pp. 163, 164.

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De esta manera formulaban una doctrina democrática de las capacidades, lo que Echeverria llamó “el orden jerárquico de las capacidades”49, único principio dinamizador del orden político moder-no porque, si bien excluía a los no capaces por un tiempo hasta que fueran “capaces de ejercer la ciudadanía”50 la capacidad era en sí misma un principio igualitario pues era la única jerarquía natural compatible con la sociedad democrática:

La única jerarquía que debe existir en una sociedad democrática, es aquella que trae su origen de la naturaleza, y es invariable y necesaria como ella.

El dinero jamás podrá ser un título, sino está en manos puras benéficas y virtuosas. Una alma estúpida y villana, un corazón depravado y egoísta, podrán ser favorecidos de la fortuna; pero ni su oro, ni los inciensos del vulgo víl, les infundirán nunca lo que la naturaleza les negó, capa-cidad y virtudes republicanas.

[…]

La inteligencia, la virtud, la capacidad, el mérito probado: he aquí las únicas jerarquías sociales establecidas por Dios y la naturaleza.

La sociedad no reconoce sino el mérito atestiguado por obras51.

La jerarquía de las capacidades era democrática porque no se sostenía en los privilegios y fueros de la época colonial, era una meritocracia en su sentido literal: la distribución del poder político según las capacidades. Y es en esta identificación de los “méritos” y en su distribución que Echeverría le daba un rol importante a los jóvenes.

La capacidad se relacionaba con un manejo del saber científico por eso, si bien era “natural”, también era una obligación de la sociedad propiciarla para “ilustrar a las masas […] educarlas con el fin de ha-cerlas capaces […]”52. Pero, en un nivel superior, era la única jerarquía que podía garantizar un orden político moderno y estable que reconocía a la razón como su principio organizador.

De alguna manera la crítica al sufragio, central en la evaluación que haría la Generación del 37 acer-ca del proceso abierto en 1821, se instalaba en la necesidad de pensar la república posible ligada al propio tiempo y espacio históricos, descartando las “formas perfectísimas” porque como decía Alberdi: “Hasta lo perfecto es ridículo fuera de su lugar; o más bien, no hay más perfección que la oportunidad”53:

49. Echeverria, Esteban Manual… cit., p. 394.

50. Echeverría, Esteban Dogma socialista en Dogma… cit., p. 164.

51. Idem, p. 164.

52. Idem.

53. Alberdi, Juan Bautista “Discurso al Salón Literario” en Dogma… cit., p. 247.

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Los publicistas del 37: entre la teoría y la praxis del gobierno representativo

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Es por no haber seguido estas vías, que nuestra patria ha perdido más sangre en sus ensayos constitucionales que en toda la lucha de su emancipación. Si cuando esta gloriosa empresa hubo sido terminada, en vez de ir en busca de formas sociales a las naciones que ninguna ana-logía tenían con la nuestra, hubiésemos abrazado con libertad las que nuestra condición es-pecial nos demandaba, hoy nos viera el mundo andar ufanos una carrera tan dichosa como la de nuestros hermanos del Norte. No por otra razón son ellos felices, que por haber adoptado desde el principio instituciones propias a las circunstancias normales de un ser nacional. Al paso que nuestra historia constitucional no es más que una continua serie de imitaciones forzadas, y nuestras instituciones, una eterna y violenta amalgama de cosas heterogéneas. El orden no ha podido ser estable, porque nada es estable, sino lo que descansa sobre fundamentos verdade-ros y naturales.54

Echeverria coincidía con su compañero y consideraba que había que comenzar de nuevo porque las elites dirigentes habían construido “edificios aéreos”: “La obra de renovarse o más bien empezarse desde el cimiento. No han faltado operarios en ella, pero todos, más bien intencionados que hábiles, han visto desmoronarse el edificio aéreo que fabricó su imprudencia”55.

El gobierno representativo no era una “forma perfectísima” basada en el sufragio de todos, sino el gobierno de los capaces que debía mediar en el progreso de la sociedad para hacer del pueblo un sujeto político que, conocedor de “la ciencia del ciudadano”, pudiera ejercer sus “derechos y deberes sociales”. Así, resolver la cuestión de la representación era resolver la síntesis que en cada época una nación debía encontrar entre el derecho y el deber; los derechos implicaban obligaciones y, por lo tanto, mayores capacidades políticas a lograr. Adquirir derechos no estaba en la órbita de la sobera-nía- origen sino de la soberanía en tanto ejercicio, era una aptitud; un derecho de ejercicio más que un derecho de soberanía. Estas concepciones serían las que explicarían más tarde, la referencia alber-diana al habitante y al ciudadano en su república posible, desechando de plano cualquier reflexión política abstracta sobre una república verdadera.

A modo de conclusión

“En no pudiendo escribir, ya están inquietos; en no viendo leer, ya no saben qué hacer: leer y escribir es todo su furor; y a leer y a escribir quieren someter el mundo”

La Moda N°21.

54. Alberdi, Juan Bautista Fragmento… cit., pp. 53,54.

55. Echeverria, Esteban “Primera lectura al Salón Literario” en Dogma… cit., p. 275.

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Mercedes Betria

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Echeverría utilizaría en más de una ocasión la metáfora de la “silla del poder”; era muy elocuente ya que el poder era concebido como un lugar que requería anticipadamente, y en su ejercicio mismo, estudio y reflexión.

La Generación del 37 se quiso autónoma del poder político; no pretendió oficiar de correa de transmi-sión entre el poder y la sociedad sino, por el contrario, consolidarse como la única que por sus méritos –ciencia y una pretendida virginidad política- podía conciliar el orden simbólico con el real: el campo intelectual y el campo político que son ese “orden político” del gobierno representativo.

Participaron de la vida política con la aspiración de convertirse en publicistas gestores del espacio público moderno con una “ciencia de la política”; a través de su escritura pública quisieron legitimarse para convertir a su generación en una clase política. El orden al que aspiraban, en tanto reconocía su herencia en Mayo, era en su “forma” republicano, lo llamaban “República Argentina”, pero lo impor-tante para ellos era la representatividad de esa república, es decir, la capacidad política como fuerza racional instituyente y autorreguladora del orden político.

A diferencia de la generación de Mayo, no se preocuparon por las formas políticas56, por pensar la Re-pública en oposición a la Monarquía57; más aún, casi no se referían a la “República” sino para referirse a la “República Argentina” sinónimo de “patria” y “nación” en tanto orden político nacional, síntesis de lo particular, las provincias, y lo general, la unidad nacional. Además, tempranamente, como lo de-mostraron en el Código, la cuestión de la forma unitaria o federal estaba saldada ya que ambas debían armonizarse como lo demostraba el ejemplo norteamericano.

Su interés radicaba en el principio motorizador del régimen político, es decir, del “gobierno represen-tativo” sustentado en la capacidad política como garantía de racionalidad y modernidad del sistema moderando los excesos posibles de la democracia.

Al mismo tiempo, el gobierno representativo debía ser la expresión de una ciencia de la política. En efecto, antes del advenimiento del positivismo como corriente consagrada en los modos de estudio de los fenómenos sociales a fines del siglo XIX que permitiría delimitar “disciplinas” sociales específi-cas, los publicistas de la Generación del 37 aspiraron a una “ciencia de la política” en tanto voluntad racional de conocimiento de los fenómenos políticos para poder contribuir, con el pensamiento doc-trinario, como le llamaban, a un orden político racional.

Esa ciencia de la política era un campo difuso, y en eso radicaba su originalidad, que hacía de la histo-ria y, especialmente, de la filosofía moral, las herramientas para pensar lo político. De lo que se trataba era de abordar los fenómenos políticos mediante la escritura de libros doctrinarios, es decir, con un

56. El tema de la “forma” en política había sido para ellos uno de los principales escollos en la organización definitiva de la República Argentina. Criticando a los unitarios decía Echeverria: “¿No se puede constituir un gobierno sin declarar de antemano su forma? La forma en todas las cosas producidas por el hombre, la determina la concepción, el hecho” en Echeverria, Esteban “Segunda carta a Pedro de Ángelis” en Dogma… cit., p. 412.

57. El texto póstumo de Alberdi denominado por sus editores “La Monarquía como mejor forma del gobierno en Sud Amé-rica” no es una excepción a la regla ya que allí utiliza el concepto de “monarquía” como sinónimo de centralización del poder político en una autoridad estable llamada “Gobierno”. Es lo que había propuesto en sus Bases…

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método científico y con una doctrina –ordenamiento lógico de ideas en torno a un objeto de estudio- que permitiera comprenderlos. Esta tarea no debía ser solitaria; el lugar subjetivo del pensamiento no debía ser la razón individual aislada del filósofo en su gabinete, sino una sociabilidad colectiva; era la tarea colectiva de pensar y de pensar escribiendo en tanto miembros de una misma generación lo que constituía el campo de lo político como espacio de saber superador de lo político ligado a la revolución y a la guerra.

Fecha de recepción: Abril de 2013

Fecha de aceptación y versión final: Octubre de 2013

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Privatizaciones. Rol del sindicalismoCaso analizado: Foetra

Raúl IrigarayCátedra de Administración PúblicaFacultad de Ciencia Política y RR.II.U.N.R.

José Ingenieros: raza, nacionalidad y ciudadanía en la Argentina del Centenario

María Beatriz SchiffinoUNR –IIGG

[email protected]

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María Beatriz Schiffino

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José Ingenieros: raza, nacionalidad y ciudadanía en la Argentina del Centenario

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ResumenEn este trabajo nos proponemos abordar las reflexiones de José Ingenieros en torno a la creación de una “nueva raza argentina blanca” a partir del análisis de su obra “Sociología Argentina” entendiendo que su propuesta presenta un conjunto de definiciones sobre la ciu-dadanía y la nacionalidad que problematizan la asimilación entre nacionalidad y ciudadanía característica de nuestra legislación en los años del primer centenario de la Revolución de Mayo (1910).Con ese fin, el artículo se estructura en tres partes: raza, nacionalidad y ciudadanía a los fines de abordar un aspecto del pensamiento del autor que creemos ha sido pasado por alto: la importancia de la raza para pensar la configuración del cuerpo político de la nación.

Palabras claves: Raza - Nacionalidad - Ciudadanía

Abstract From the analysis of the article of José Ingenieros “Sociología Argentina” this paper studies the author’s proposal of establish a “white race Argentina” in our country. We understand that the proposal presents a set of definitions about citizenship and nationality that problematized the assimilation between nationality and citizenship characteristic of argentine’s legislation in the years of the first centenary of the May Revolution (1910). To that end, the article is divided into three parts: race, nationality and citizenship in order to approach one aspect of the author’s thinking that we believe has been overlooked: the importance of race to think the configuration of political body of the nation.

Keywords: Race - Nationality - Citizenship

María Beatriz Schiffino, “José Ingenieros: raza, nacionalidad y ciudadanía en la Argentina del Centenario”. Cuadernos del Ciesal. Año 10, número 12, enero-diciembre 2013, pp. 33-49.

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José Ingenieros: raza, nacionalidad y ciudadanía en la Argentina del Centenario

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Una Raza Argentina

En un conjunto de artículos publicados entre los años 1900 y 1915, José Ingenieros1 expondrá sus propias ideas respecto de la relación entre raza y nación, retomando en esa tarea un grupo nutrido de trabajos que lo antecedieron en torno al tema; será en su obra Sociología Argentina donde expon-drá sus ideas más significativas sobre la cuestión racial en nuestro país, sosteniendo la hipótesis del carácter formativo de la raza argentina.

Como puede inferirse de la lectura de aquellos artículos, la preocupación no era nueva, recordemos que Sarmiento había publicado en 1883 la primera parte de Conflicto y Armonías de las Razas en Amé-rica y que, a partir de la misma, otros intelectuales locales se abocarán al análisis de la realidad política argentina y latinoamericana en clave “racialista2”.

El autor de “Sociología Argentina”, se sumará de ese modo al concierto de voces que plantearon el innegable destino blanco de la nación argentina en formación insertándose así en el debate más amplio en torno a las características que debía adquirir nuestra nacionalidad. En ese clima de ideas, donde la publicación de los libros de Ricardo Rojas o Manuel Gálvez, constituyeron una contribución fundamental a las definiciones culturales en torno a la nación, la propuesta de Ingenieros sistemati-zada en diferentes textos, previos y posteriores a la publicación de La Restauración Nacionalista3 o El Diario de Gabriel Quiroga, conformará una mirada alternativa en torno a la cuestión nacional, clara-mente influenciada por una matriz positivista de pensamiento que interpretará la historia de nuestra nacionalidad fundamentalmente como una lucha entre “razas inferiores” y “superiores”.

1. José Ingenieros (1877/1925) nació en la ciudad de Palermo, Italia. La militancia política de su padre lo llevó al exilio en nuestro país donde residió hasta su temprana muerte. Si bien los primeros años de su juventud estuvieron marcados por su participación en las filas del Partido Socialista junto a figuras como la de Leopoldo Lugones, con quien dirigirá el pe-riódico socialista “La Montaña”, a principios del siglo XX renunciará al mismo tras haberse distanciado de la organización pocos años antes. Comenzará desde entonces un acercamiento cada vez más importante a las instituciones estatales en las que se desempeñará, con la ayuda de quien fuera su maestro en la facultad de medicina de Buenos Aires, José María Ramos Mejía, cargos de importancia como jefe de clínica en el servicio de observación de alienados de la policía de Buenos Aires y director del Instituto de criminología en 1907. Su enfrentamiento público con Sáenz Peña lo llevará a abandonar el país en 1911, retornando tres años después. Las consecuencias de la primera guerra mundial y el impacto de la revolución rusa, lo llevaron a sostener una postura claramente antiimperialista en la región. Comprometido luego con la Reforma Universitaria, el legado intelectual y político de Ingenieros es sin duda mucho más rico de lo que podría-mos desarrollar en este apartado que se limita al estudio de sus ideas en el período que se cierra en nuestro país con la eclosión de la “Gran Guerra”.

2. Respecto del término racialismo, retomamos las distinciones de Todorov para quien constituye una doctrina y un mo-vimiento de ideas nacido en Europa occidental cuyo período más importante va desde mediado del siglo XVIII hasta me-diados del XX. Si bien el autor reúne cinco proposiciones que se encuentran en el “tipo ideal del racialismo”: a- la existencia de las razas b- la continuidad entre lo físico y lo moral c – la acción del grupo sobre el individuo d- el establecimiento de una jerarquía única de valores e- La política fundada en el saber, plantea que es posible encontrar versiones que no incorporen en su totalidad los cinco elementos aquí señalados. (2011:116)

3. El conjunto de obras publicadas por Ricardo Rojas en este período y que se desarrollan en torno a la problemática aquí abordada son, además de la Restauración Nacionalista, publicada en 1909, “El País de la Selva” – 1907- ; Cosmópolis – 1908-; Blasón de Plata – 1910 – y su obra “La Argentinidad” – 1916-. Para el análisis de los usos del concepto de raza en el autor, ver de mi autoría: “Ricardo Rojas y la invención de la Argentina mestiza”, en: Revista Pilquen, Año XIII, N°14, Año 2011.

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Anticipando las ideas que desarrollará en su trabajo: La Formación de una raza argentina, 1915, en un artículo publicado poco tiempo antes dedicado a estudiar la situación de nuestro país en el contexto internacional sostendrá que frente al fenómeno del imperialismo nuestro país se encuentra en una situación privilegiada, en tanto, augura el desarrollo de una nacionalidad robustecida a partir del análisis de un conjunto de indicadores económicos que demuestran la superioridad de la Argentina en la región.

Del estudio de los cuatro elementos que de acuerdo al autor determinarán el porvenir de las nacio-nalidades: la extensión, el clima, la riqueza natural y la raza, llegará a sostener la clara supremacía de nuestro país sobre el resto de las naciones del Cono Sur. Ingenieros compara la Argentina con Chile y Brasil para concluir que si el primero se encuentra en desventaja en lo que refiere a un territorio pe-queño…amurallado por los Andes y ahogado por el Océano…4, con el segundo acontece algo similar, encontrando la causa de su debilidad en su población predominantemente negra, en un clima que no favorece sino excepcionalmente la asimilación de las razas blancas.

Señalaba así que: “…los países en que abunden el negro y el indio no pueden preponderar sobre otros donde…son objetos de curiosidad”…5

Es posible sostener que en este planteo, la formación de la nacionalidad dependerá del componente étnico de esa población, en tanto, si una nación es el espacio donde se desarrolla la lucha por la vida y las razas negras e indias constituyen razas inferiores, queda cuestionada la posibilidad de una nacio-nalidad allí donde la población está compuesta en su mayor parte por aquellos elementos.

En su artículo La Formación de una raza argentina se abocará a fundamentar su tesis del Rio de la Plata “como centro de irradiación de una futura raza neo-latina que se está formando en la zona templada de Sud América”6, complementando de este modo algunas de sus ideas expuestas en trabajos previos.

De este modo, la historia del país es analizada como una historia de las migraciones que se fueron superponiendo en el territorio nacional para formar una nueva raza; concepto que Ingenieros define como una “sociedad homogénea cuyas costumbres e ideales permiten diferenciarla de otras que coexis-ten con ella en el tiempo y la limitan en el espacio”7.

Se trata para el autor de estudiar ese proceso de sustitución de unas razas por otras, sustitución de las razas aborígenes por la raza blanca, que dará como resultado un nuevo tipo de sociedad que irá reemplazando a la autóctona. El tipo de organización política y sus instituciones variará entonces también de acuerdo a la constitución étnica de la población, pudiéndose así explicar los diferentes momentos políticos de nuestro país de acuerdo también a la preponderancia de uno u otro de aque-llos elementos.

4. Ingenieros, José. Obras Completas, Tomo VI, Mar Océano, 1961, p. 49.

5. Ibídem, p. 50.

6. Ibídem, p 48.

7. Ibídem, pp 246-247.

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En este esquema, el clima adquiere un espacio central, en tanto es el factor que viene a determinar la constitución racial de la nacionalidad en los diferentes países de la región, transformándose las zonas templadas en las únicas que podrán llevar adelante ese proceso adaptativo de las razas blancas y la consiguiente sustitución de las autóctonas por aquellas.

Para Ingenieros, desde México hasta Bolivia (zonas tropicales) ese proceso sustitutivo resulta impo-sible, en tanto, las razas blancas no podrán adaptarse a ese ambiente. El estudio de las primeras mi-graciones de las razas blancas en el continente a partir de la conquista lo lleva así a sostener que ese proceso sustitutivo de las razas indígenas de color por la inmigración blanca se produjo en la región americana de manera desigual debido a tres causas que analiza: “…la desigual civilización de las socie-dades indígenas, la desigual civilización de las sociedades conquistadas y la desigualdad del medio físico a que vivían adaptadas aquellas y a que estas procuraron adaptarse”8

En ese sentido, concluye que en aquellas regiones donde los indígenas lograron una mayor civiliza-ción coincide con climas tropicales en los que los blancos difícilmente pudieron adaptarse (México, constituye el mejor ejemplo para el autor), en oposición a las zonas templadas donde predominó la adaptación del blanco al ambiente y, en donde además, la conquista de las poblaciones autóctonas resultó una tarea menos ardua en tanto, esas poblaciones originarias vivían en situación de “escaso desarrollo civilizatorio”.

La Conquista tuvo así como resultado inmediato dos situaciones, una característica de las zonas tem-pladas, donde las razas blancas europeas, más civilizadas, fueron sustituyendo a las razas cobrizas indígenas menos civilizadas debido a las condiciones isotérmicas con las de sus países originarios y, otra, propia de la zona intertropical del continente donde las razas originarias estaban mejor adapta-das a las condiciones climáticas que las blancas y, por lo tanto, no lograron sustituir a los indígenas, formándose así un tipo de nacionalidad claramente diferenciada del resto de las regiones donde pre-dominó la raza blanca: sur de Brasil, Río de la Plata, Chile y Uruguay.

Como señalamos más arriba, es la adaptación de las razas blancas propiciada por el ambiente local el elemento que determina la formación definitiva de una nueva raza argentina. Sin embargo, Inge-nieros, reconoce que la existencia de ese núcleo racial homogéneo solo puede ubicarse en el Río de la Plata y algunas pocas zonas del Litoral y Cuyo, señalando así que en el interior de un estado político conviven otras razas pero que no forman parte de la nacionalidad argentina en formación. De esta manera sostendrá que la raza propiamente argentina es la raza blanca trasplantada en América, a par-tir del proceso iniciado por la Conquista y continuado luego con el aluvión inmigratorio acontecido a lo largo del siglo XIX.

De esta manera, indicaba sin tapujos que no forman parte de la sociedad nacional todos los habitan-tes de su territorio, sino los que presentan homogeneidad social y cultural; o, en palabras del mismo Ingenieros: unidad de civilización. En relación con estas ideas, unos pocos años antes y, en un sentido

8. Ibídem, p. 248

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muy similar había indicado que en nuestro país “…los restos de indígenas se encontraban refugiados en zonas que de hecho eran ajenas a la nacionalidad aun cuando habitasen su territorio político9.

Las razas indígenas constituyen entonces parte del elemento extranjero, ajeno en todo sentido a la nacionalidad argentina en formación. De este modo, sostenemos que en Ingenieros, a contramano de otros discursos característicos de los años del Centenario, no se tratará de fundamentar históri-camente ese proyecto de un país entendido como “Crisol de Razas”, al modo en que Ricardo Rojas contemporáneamente habrá de formularlo, sino de justificar el imperioso destino racialmente puro, blanco y europeo de la Argentina. En este sentido, disparará contra la escritura de Carlos Octavio Bunge, quien también desde una matriz claramente positivista había planteado en su obra Nuestra América, publicada en 1903, la necesidad de mejor nuestra raza para forjar una nueva nacionalidad. Ingenieros afirmará respecto de la obra de Bunge:

“[…] cree que los sudamericanos, con solo desearlo, podrán modificar su carácter o crearse uno si no lo tienen. El prejuicio libre arbitrista inspira estos deseos…el hombre no es libre en sus actos, ni lo es ningu-na raza o nación…La europeización no es, en nuestro concepto, un deseo como para Bunge, es un he-cho inevitable en las zonas templadas, habitable por las razas blancas, que se realizará aunque todos los hispanoamericanos quisieran impedirlo. Nace de causas determinantes que ya existen, ajenas a nuestro deseo: los agregados sociales más evolucionados se sobreponen a los menos evolucionados, toda vez que consiguen adaptarse al ambiente en que se plantea la lucha entre ambos…10

En el planteo de Ingenieros, la lucha de razas explica el desarrollo político del país y consolida el des-envolvimiento progresivo de una nacionalidad que ubica en el futuro y que está, además, claramente determinada por elementos naturales. La nacionalidad, afirmará de este modo, es esa raza por venir, aclimatada al medio local. Retoma así en los trabajos del período los postulados de Alberdi referidos al trasplante poblacional, y, por el otro, el proyecto demopédico sarmientino, en tanto, evalúa que “…la incultura de las masas indígenas y mestizas será la fuente de regímenes despóticos y una amenaza contra todo intento de establecer gobiernos libres y democráticos”11.

Dos fuerzas sociales, concluye, concurren a formar esa nueva raza argentina: el trabajo y la cultura. Elementos que serán aportados por esas masas inmigratorias a las que el mismo autor pertenecía y que auspiciosamente encuentra en ascenso de acuerdo a las estadísticas ofrecidas por los censos nacionales de 1895 - 1914 y, por los cuáles, puede concluir la exitosa tarea de transfusión étnica rege-neradora para la región.

Podemos sostener entonces que en el pensamiento de Ingenieros encontramos un elemento nove-doso respecto de la cuestión racial en nuestro país, en tanto para el autor, se trata claramente de un proceso formativo de esa nueva raza que aún no ha concluido y cuyos elementos encuentra clara-mente en el futuro.

9. Ibídem, p. 50.

10. Ibídem, p. 87.

11. Ibídem, p. 240.

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En relación con este aspecto, Mónica Quijada, ha señalado que aunque las construcciones identita-rias tienden a legitimarse buscando sus raíces en el pasado remoto, (Quijada, 2004: 425) en el caso de Ingenieros como así también en un grupo nutrido de hombres pertenecientes a las elites intelectua-les locales del período bajo análisis, se trató más bien de la aceptación de que la tradición nacional no estaba situada en el pasado sino en el futuro. En este sentido, el mismo autor, cerraba las páginas de su Sociología Argentina afirmando:

“Hemos pronunciado expresamente la palabra tradición. Una tradición argentina existe: no es la indíge-na, no es la colonial…Todos los que sintieron y pensaron la argentinidad hablaron del porvenir. Ningún pensador argentino tuvo los ojos en la espalda ni pronunció la palabra ayer. Todos miraron al frente y repitieron sin descanso: mañana…”12

2. Habitantes, ciudadanía y cuestión social

En la medida que Ingenieros no escatima palabras para describir lo que considera la inevitable y deseable paulatina desaparición física de indígenas y negros debido a causas naturales que se rela-cionan con su inadaptación al ambiente en las zonas templadas, la raza argentina es imaginada para el autor como resultado de la incorporación del elemento extranjero, de ese modo, las poblaciones nativas y negras son excluidas de esa nueva identidad en formación.

En este sentido, podemos afirmar que “indios y negros” constituyen parte de esa población a la que será necesario “dejar morir” en tanto esa pérdida constituirá para el autor, un beneficio para la forma-ción de nuestra nacionalidad.

En su obra Genealogía del Racismo, Michel Foucault afirmará que el racismo es el modo a través del cual el biopoder introduce una separación entre lo que debe vivir y debe morir al interior de una nación. (Foucault: 1996, 206) Desde esta perspectiva podemos afirmar que Ingenieros sostendrá en estos años un discurso claramente racialista, en tanto establece que la condición de una raza argen-tina se encuentra sujetada al exterminio definitivo de aquellas razas inferiores que, de acuerdo al autor, habitaban el territorio nacional pero que de ninguna manera podían formar parte de nuestra nacionalidad. Eliminar al otro, constituye desde esta perspectiva, el mecanismo indispensable para regenerar la propia raza que es para el autor la raza europea trasplantada en América.

En relación con la anterior, no podemos pasar por alto tampoco la distinción entre habitantes y na-cionales cuando Ingenieros sostenía que la nacionalidad no era un atributo que comparten todos los habitantes que residen en un territorio político sino sólo de aquellos que comparten entre sí ciertos elementos comunes de civilización y cultura. Esta afirmación es central, en tanto, sostiene una con-cepción claramente culturalista de la nación que permite distinguir hacia el adentro de las fronteras nacionales entre quiénes son los sujetos que pueden ser aceptados como verdaderos miembros de esa comunidad política y cuáles no, estableciendo así un criterio selectivo en torno a quiénes son los nacionales y quiénes los extranjeros que no coincidirá con los criterios jurídicos que afirmaban

12. Ibídem, p. 265.

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la nacionalidad argentina de todas las personas nacidas en el territorio nacional sin ningún tipo de distinciones.

De este modo, Ingenieros puede sostener que las poblaciones aborígenes son extrañas a nuestra nacionalidad, no sólo porque pertenecen a una raza diversa a la blanca - europea y tienden además a desaparecer por su inadaptabilidad al ambiente, sino, centralmente porque no comparten esos ele-mentos de cultura y civilización que posibilitan la homogeneidad hacia el adentro de la comunidad política. Como puede observarse, no hay en este planteo ninguna intención de formular un proyecto de tipo integracionista hacia aquellos sectores poblacionales que considerará como resabios de un pasado ajeno a nuestra identidad. Si la raza, tal como ha sido definida por el autor, requiere homoge-neidad de costumbres e ideales, las poblaciones originarias quedaban totalmente excluidas de esa nacionalidad en formación.

De este modo, si por un lado encontraba en el progresivo crecimiento de la población de origen europeo uno de los elementos que le permitirán sostener su fe en la futura consolidación de una raza argentina, por otro, descubre en la conformación étnica del ejército y del padrón electoral uno de los principales indicadores de que ese proceso de regeneración étnica tiene también su correlato político.

Así señalaba con admiración que “[…] el ejército actual…está compuesto por ciudadanos blancos salvo en pocas regiones todavía muy mestizadas. Asistiendo a un desfile de tropas, creemos mirar un ejército europeo…los soldados saben leer…ningún jefe podría contar ciegamente con ellos para alzarse contra las autoridades civiles o subvertir el orden político. Esa es la más firme expresión de la nueva nacionalidad argentina: en vez de indígenas y gauchos mercenarios, son ciudadanos blancos los que custodian la dig-nidad de la nación13.

Desde esta perspectiva, la raza argentina sólo podrá desarrollarse en el futuro en la medida en que no sea interrumpido ese proceso sustitutivo de razas autóctonas por las razas blancas que aporta el aluvión inmigratorio.

Esta afirmación sin embargo, no debe desconocer que será el mismo Ingenieros quien planteará la necesidad de distinguir entre quiénes son los inmigrantes que pueden formar parte de esa nueva nacionalidad y cuáles no, en tanto, fue desde la función pública que implementó un conjunto de cri-terios selectivos que le permitirían al Estado argentino distinguir entre aquellos sujetos consideraros antisociales (alienados, delincuentes, vagos, etc.) y aquellos otros que podían, efectivamente, formar parte del proceso asimilacionista.

Como señaló Oscar Terán en sus investigaciones, el discurso de Ingenieros “…propone un dispositivo de reformas integradoras y diferencias segregacionistas. Porque este programa de reformas destinado a integrar progresivamente las masas a la nacionalidad debía contener una estrategia para el tratamiento de las zonas de penumbra que el mismo proceso modernizador constituía” (Terán 2001: 293).

13. Ibídem, p. 263.

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De ese modo, si los indígenas no forman parte de los sectores a integrar en la medida que el mismo proceso modernizador terminará por excluirlos, “son las muchedumbres urbanas las que demandan la mirada positivista destinada a discriminar los límites entre lo normal y lo patológico”, precisamente, a esta tarea se abocará Ingenieros desde el Servicio de Observación de Alienados de la Policía de Bue-nos Aires y, a partir de 1907, desde el Instituto de Criminología anexo a la penitenciaría nacional.

La cuestión nacional entronca así con la llamada cuestión social14 en tanto las muchedumbres urba-nas constituyen ese nuevo sujeto social moderno que debe ser observado cuidadosamente a los fines de poder discriminar quiénes podrán ser incorporados a la nacionalidad y quiénes no. Aun cuando sea innegable el carácter restrictivo de esa integración nacionalista que Ingenieros propone; su obra Sociología Argentina denota la intención modeladora de la nacionalidad sobre esas masas urbanas compuestas por inmigrantes en su mayoría de origen europeo, así afirmará:

“[…] Un sentimiento nacional se forma y define poco a poco en las clases más ilustradas, refundiéndose en él los antiguos sentimientos localistas de la época feudal. Esa unificación mental de los descendientes de la antigua inmigración conquistadora, coincide con un fenómeno paralelo, aunque más importante nu-méricamente, fácil de observar en los nuevos descendientes de la nueva inmigración colonizadora que son ardientemente argentinos y asimilan rápidamente los rasgos esenciales de la mentalidad nacional”15.

Si en investigaciones previas se ha insistido en el carácter excluyente de la nacionalidad y la ciudada-nía en relación a los nuevos habitantes extranjeros, es posible afirmar que la importancia de la idea de argentinidad que presenta Ingenieros reside en que su enfoque “… permite reivindicar para la cultura nacional el componente social cuestionado por la elite dirigente del entre siglo: la inmigración euro-pea”., de este modo, Fernando Degiovanni afirma que, desde una mirada que restringe el concepto de nación a aquellos pueblos blancos que habían logrado imponerse a otros por el trabajo y la cultura, para Ingenieros, la argentina aluvional contaba ya con las bases para lograr esa hegemonía.” (Degio-vanni 2007: 236)

Si muy tempranamente la literatura argentina desarrolló una mirada desconfiada de las masas ex-tranjeras arribadas a la Argentina16 que cuestionó ese proceso modernizador abierto por las elites estatales que, desde Sarmiento y Alberdi, habían bregado por el poblamiento blanco - europeo del

14. La oposición de Ingenieros a la ley de Residencia puede ser consultada a través de su artículo “Legislación del Tra-bajo en la Argentina”, en el mismo resume su posición respecto del proyecto de Ley Nacional del Trabajo redactado por Joaquín V. González. Expresa también allí su desacuerdo con la Ley de Residencia, distanciándose de las opiniones que identificaban a la inmigración con la delincuencia y el anarquismo.

15. Ingenieros, José, op cit, p. 47

16. La literatura naturalista de Eugenio Cambaceres constituye sin duda la expresión más clara de ese rechazo generali-zado hacia los contingentes inmigratorios en nuestro país, exacerbado por la explosión de la llamada cuestión social. En su novela “En la Sangre”, Cambaceres relata la historia de un inmigrante italiano (Genaro) caracterizado por su gran capa-cidad para simular e introducirse así en el interior de una familia de origen criollo a la que terminará llevando a la ruina económica y social a partir de la unión marital entre Genaro y la hija mujer de la familia. La novela redunda en expresiones despectivas hacia ese joven inmigrante de origen italiano que por medios inmorales logrará ascender socialmente; cons-tituyendo una clara advertencia dirigida a las elites locales sobre las consecuencias nefastas que tendrá sobre la sociedad tradicional la aceptación de estos nuevos elementos sociales.

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país; la propuesta de Ingenieros, hijo de una familia italiana, venía a reivindicar el rol de los extran-jeros en esa nueva nacionalidad en formación, en clara oposición a los relatos nacionales que como el de Ricardo Rojas, no tenían otro objetivo que legitimar el rol directivo de las viejas elites criollas. (Degiovanni, 2007: 243)

En un sentido similar, es posible afirmar que la ferviente oposición del autor a la Ley de Residencia promulgada en 1902, lo ubica como un claro opositor a las políticas de tipo represivas y anti inmi-gratorias sostenidas por importantes sectores de la política local. De este modo, cuestionaba aquella normativa por considerarla una ley fundamentalmente anti anarquista destinada a causar perjuicios serios contra algunas de sus víctimas, implicando verdaderos atentados contra algunas garantías elementales de la Constitución argentina17.

Desde nuestro punto de vista, esta postura claramente opuesta a la Ley de Residencia puede expli-carse tanto por su pasada participación dentro del partido socialista18 como por su convicción de que esos elementos extranjeros sobre los que recaía conformaban la base principal de esa nueva nacio-nalidad en formación.

Como ha señalado Graciela Ferrás, extranjero significaba para Ingenieros “…el aporte de brazos pro-ductivos al sistema capitalista, la mitigación de la inferioridad étnica aborigen y la posible fuente de virtud cívica, que constituye la base de legitimación de la “nueva democracia”, produciendo la unidad de espíritu y de ideales necesarios a la nacionalidad. Lejos de incluir en sus intersticios el fantasma de la simulación, la valoración positiva del inmigrante como sujeto social, político y racial muestra la “mirada inmigrante” de Ingenieros, interesada en las cosas nacionales…” (Ferrás, 2006:158)

Diferenciándose claramente de mucho de sus contemporáneos, para el autor de El hombre mediocre, el inmigrante no constituye sólo una amenaza; por el contrario, el extranjero es conceptuado princi-palmente como motor del progreso, en más de un sentido, en tanto; por un lado, colaborará como fuerza de trabajo en el desarrollo económico y productivo del país, pero además, regenerará la raza a través de los aportes de las nuevas generaciones. Finalmente, podemos afirmar que el inmigrante, será imaginado como el nuevo sujeto político capaz de fundar una renovada democracia en el con-texto de ese orden político conservador impugnado.

3. Clases sociales y nacionalidad

En el enfoque que presenta Ingenieros en los trabajos aquí abordados se articulan las influencias de las teorías evolucionistas con el economicismo histórico19. Para el autor, las nacionalidades constituyen el resultado de la evolución de la especia humana, y en esta evolución, la lucha por la vida constituye

17. Ingenieros, José, Sociología y legislación del trabajo, OC, Tomo VI, op cit, p. 146.

18. Ingenieros abandonó su militancia dentro del partido socialista, del que fue fundador junto a Nicolás Repetto y Juan B. Justo, en 1899 aunque de acuerdo a Oscar Terán nunca dejó de ser un votante socialista. Ver para el tema: Terán, 2001:293.

19. Ingenieros, José, op cit, p. 18.

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un elemento central, en tanto, las formas que esta puede adquirir entre los agregados sociales son infinitas y diversas debido a la persistente heterogeneidad de intereses. Aparece así, la lucha de cla-ses como un elemento central, en tanto, la división del trabajo genera intereses contrapuestos en la misma especie, tanto al interior de una nación como entre naciones diferentes.

De este modo afirmará que si la política nacional es la expresión de la lucha por la vida entre diversos grupos que tienen necesidades y aspiraciones heterogéneas “… la política internacional, es la expre-sión de la lucha por la vida entre diversas sociedades que constituyen nacionalidades diferentes, por la heterogeneidad del medio físico, de la raza, etc.”20

Lo que nos interesa resaltar es que, para el autor la organización económica de las sociedades está determinada también por leyes biológicas, en tanto, para su subsistencia, los hombres desarrollan las condiciones materiales que les permitirán sobrevivir en la lucha por la vida.

Partiendo de estas afirmaciones, Ingenieros formulará una historia de nuestra nacionalidad que se desarrolla en diferentes etapas que conducen progresivamente a la definitiva consolidación de la misma, etapas que en su interpretación se producen como consecuencia inevitable de la lucha entre razas. Así lo sostenía al afirmar que “La formación de la nacionalidad…es en su origen un simple epi-sodio de la lucha de razas; en la historia de la humanidad podría figurar en el capítulo que estudiara la expansión de la raza blanca, su adaptación a nuevos ambientes naturales y la progresiva preponderancia de su civilización donde esa adaptación ha sido posible21.

Podemos sostener que, a diferencia de Gobineau22, autor que tanta influencia tuvo en la conforma-ción de un discurso racialista en el continente23, y para el cual, la historia era fundamentalmente una historia de la degeneración racial como consecuencia de la hibridación; para Ingenieros la historia se escribe con la palabra evolución, en tanto se trata de la conquista llevada adelante por la raza blanca, de la propagación y progresiva expansión de su cultura y civilización.

De esta manera, el desarrollo económico de los pueblos expresa también la lucha entre razas y las estrategias de supervivencia desarrolladas al interior de cada nación, la consolidación del comercio y el desarrollo del capitalismo determinaron por igual la expansión de la raza blanca y la conquista de otras naciones que, al decir de Ingenieros, se encontraban en un estadio inferior de civilización.

La evolución de la nacionalidad argentina puede así ser analizada a partir de la tríada: leyes biológi-cas, leyes sociológicas, leyes económicas. El conflicto político y social del país, la independencia de España en el Río de la Plata como así también la lucha entre unitarios y federales, serán conceptuadas como etapas que constituyen momentos en la evolución de nuestra nacionalidad.

20. Ibídem.

21. Ibídem., p. 24.

22. Las teorías sobre la degeneración racial sostenidas por Arthur de Gobineau fueron desarrolladas principalmente en su obra “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas”, publicado entre los años 1853 y 1855.

23. Para el tema puede consultarse el texto clásico de Waldo Ansaldi y Patricia Funes: “Patologías y rechazos. El racismo como factor constitutivo de la legitimidad política del orden oligárquico y la cultura política latinoamericana”. En: Cuicuil-co: Revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Nueva Época, Volumen I, Número 2, México DF, Año 1994.

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En este sentido retoma los trabajos de Mariano Moreno, especialmente su Representación de los ha-cendados para fundamentar su hipótesis de las causas económicas que habrían dado lugar a la revo-lución de mayo, como así también, el carácter clasista de la misma, conducida políticamente por los sectores dinámicos de la economía rioplatense que se oponían al monopolio impuesto por España, la revolución de mayo es así caracterizada como revolución de clase24.

De manera similar, será interpretada la realidad social y política del país posrevolucionario, es decir, como una lucha entre razas diversas que defenderán los intereses económicos que representaban respectivamente. Pero, a diferencia en este punto de las interpretaciones vertidas por Francisco Ra-mos Mejía, para Ingenieros se trata de una puja que surge en el interior mismo de la oligarquía. No se trata por lo tanto del conflicto entre una burguesía comercial - liberal y las “multitudes federales” sino que esas luchas, “[…] fueron entre dos facciones oligárquicas que se disputaban el poder en el nuevo estado político: la una tendía a restaurar el régimen colonial, sistema conveniente para la clase feudal y la otra representaba la tendencia económica propia de una minoría radicada en la única aduana natural del país”. 25

El “bioeconomicismo” que postula Ingenieros propone entonces la necesidad de una sociología cien-tífica, vale decir, objetiva y experimental que no se diferenciará en el método del propuesto para el estudio del mundo natural. En todo caso, el sociólogo se distinguirá porque su objeto de estudio son los agregados sociales. En ese sentido afirmará que el sociólogo al igual que el bacteriólogo observa las sociedades humanas estableciendo leyes generales, debiendo desarrollarse la sociología tenien-do en cuenta las leyes biológicas, sólo en la medida que las sociedades no son más que el resultado de la evolución de las especies.

A través del economicismo, Ingenieros planteará claramente la existencia de diferentes etapas en la historia de nuestra nacionalidad. De acuerdo a esta interpretación, la historia de nuestro país es presentada como una sucesión de los diferentes modos de producción que desde el modelo feudal propio de la colonia van transformándose sucesivamente hasta adquirir los perfiles propios de una economía agrario –capitalista a otra de tipo industrial. Diferenciándose claramente de otras inter-pretaciones, tanto Rosas como Rivadavia constituyen en ese relato momentos que prepararon la de-finitiva organización de la nacionalidad y que encarnaron por igual los proyectos de Urquiza y Mitre. Ingenieros sostendrá de este modo que la nacionalidad argentina es un proceso natural de etapas sucesivas que van siendo reemplazadas unas a otras, como consecuencia de factores biológicos, so-ciológicos y económicos.

En ese proceso, el aporte inmigratorio constituye un elemento central de progreso que colaborará en la formación de nuestra nacionalidad, en tanto, el inmigrante constituye tanto al proletariado in-dustrial urbano como al futuro miembro de una burguesía incipiente que le disputará a la oligarquía argentina, tanto en su vertiente liberal como conservadora, los derechos sobre la tierra como así también los derechos políticos.

24. Ibídem., p 31.

25. Ibídem., p 38.

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En aquel sentido afirmará que “…la política argentina ha sido durante el siglo XIX el monopolio de una clase social, propietaria de la tierra, a cuyo lado vivían turbas de mestizos que nunca fueron una clase media ni un proletariado…al pasar de la fase feudal a la agropecuaria, el porvenir político ha cambiado por la incorporación de una gran masa inmigratoria de raza blanca; sus descendientes, ya enriquecidos, se van incorporando a la clase capitalista en formación y serán más bien hostiles a las oligarquías feuda-les…De ello se infiere que la política conservadora concentrará las fuerzas de las oligarquías feudales, y los nuevos argentinos de sangre europea que se incorporen a la nacionalidad se inclinarán a una política liberal – radical. Desde este punto de vista, la inmigración europea, después de haber contribuido con sus brazos a desenvolver las fuerzas económicas del país, contribuirá con sus hijos al saneamiento de la polí-tica nacional26”.

Como puede advertirse, el autor repone el rol civilizatorio del inmigrante, ya sea como fuerza de tra-bajo, recordemos que para el autor el trabajador extranjero es laborioso en oposición al criollo27 o como sujeto político capaz de sanar la “política criolla”. La posibilidad de una nacionalidad para el país descansa así en la esperanza de que ésta se produzca inevitablemente por la adaptación definitiva de la raza blanca a la nacionalidad.

En tanto, para el autor ese proceso se encuentra estrechamente ligado a la conformación de una “ra-cialidad blanca” de origen europeo, su planteo se inscribe dentro de los discursos racialistas sobre la nación pero sin excluir por esto a la cultura como elemento central de la nacionalidad. La formación de una raza argentina supone, por el contrario, integrar al elemento extranjero en su dimensión racial como así también, cultural.

En este sentido, creemos que la intervención de Ingenieros en el campo intelectual argentino del pe-ríodo bajo análisis enriquece notablemente las definiciones en torno a la nacionalidad, dando cuenta de que aquella preocupación común en torno a la definición de la misma no excluyó la formulación de un conjunto significativo de motivos compartidos como así también de claras disidencias en torno a cuáles serían los elementos constitutivos de la misma.

Los planteos desarrollados hasta aquí nos permiten sostener que en el discurso presentado por In-genieros es posible observar la aceptación de las ideas que caracterizarán al racialismo eugenésico de acuerdo a la clasificación realizada por Taguieff (2010:33). En este sentido, la raza no constituye un elemento originado en la naturaleza sino que es un producto creado por la voluntad de los hombres. De todos modo, como bien señala Taguieff, el “programa seleccionista” que caracterizó al racialismo eugenésico sólo puede ser realizado a través de un estado fuerte e incluso autoritario que origine a través de la “zootecnia” a ese hombre nuevo o superhombre que va a salvar a la raza de su degenera-ción”.

En este sentido, en tanto poseedoras de los saberes científicos requeridos para lograr tales fines, las elites cumplirán un rol fundamental en la Argentina del “orden conservador”. Sobre esos sectores, precisamente, va a recaer la responsabilidad de implementar un conjunto de políticas regeneradoras

26. Ibídem., p. 44.

27. Ibídem., p. 43.

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que alternativamente desde el campo jurídico, educativo y médico se propondrán intervenir sobre la población a los fines de mejorar la raza.

Desde esta perspectiva, creemos que la propuesta de Ingenieros en torno al rol fundamental de los inmigrantes en la conformación de una nueva raza argentina debe inscribirse en el marco de las políticas reformistas encaradas por el estado argentino a partir de la emergencia de la denominada “cuestión social28”.

Desde nuestro punto de vista, no parece presentarse contradicción alguna entre la formulación de la hipótesis de una raza argentina en formación que eliminará por un proceso de selección natural a aquellos elementos inadaptables al ambiente y, por otro lado, la idea de que esa raza debía ser pro-ducto de la intervención de las elites. En tanto, sostenemos será sobre los componentes adaptables a la nueva nacionalidad en formación que las elites locales modelarán a los nuevos ciudadanos. De ese modo, las “razas inferiores” quedan desechadas de la nacionalidad de la misma manera que los “locos” o “los delincuentes”, aun cuando las razones que justifiquen una y otra exclusión sean diferentes.

En el primer caso se trata de razas sentenciadas a desaparecer y, en el segundo, de patologías propias del mundo moderno. Es exclusivamente entonces sobre esta última dimensión que el Estado podrá operar tanto para modelar la nacionalidad como para defenderla de las amenazas que representan los elementos peligrosos propios de la modernidad.

El enfrentamiento de Ingenieros con el entonces Presidente de la Nación, Roque Sáenz Peña, acon-tecido a partir de la designación de otro candidato para ocupar el cargo de profesor en la cátedra de medicina legal en 1911, lo mantendrá alejado de la política local en esa especie de “exilio autoim-puesto” que iniciará aquel año. La publicación de su obra El hombre mediocre constituye una dura crítica a las características de la política criolla que ya en otros artículos anteriores había deslizado. Esa lectura pesimista sobre el rol de las elites criollas se mantendrá también en trabajos posteriores, manifestando su desconfianza sobre los posibles progresos políticos de la región en tanto la política local estuviese monopolizada por esos grupos sociales a los Ingenieros se enfrentará a partir de en-tonces. En ese sentido, es posible afirmar que será en la renovación del cuerpo electoral a través del aporte inmigratorio y en la conformación de renovadas dirigencias políticas que Ingenieros reservará la esperanza de nuevas “fuerzas morales” para la conformación definitiva de esa nacionalidad argen-tina en formación.

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28. El término se refiere al conjunto de consecuencias sociales del proceso de inmigración masiva, urbanización e indus-trialización que transformó al país entre los años 1890 y 1914. Para el tema consultar: Zimmermann, Eduardo, 1998, Los liberales reformistas: la cuestión social en la Argentina 1890-1916. Ed Sudamericana, Bs. As., p. 11.

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Fecha de recepción: Mayo de 2013

Fecha de aceptación y versión final: Noviembre de 2013

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Privatizaciones. Rol del sindicalismoCaso analizado: Foetra

Raúl IrigarayCátedra de Administración PúblicaFacultad de Ciencia Política y RR.II.U.N.R.

La visita de Gaston Jèze a Argentina en 1923. Circulación de ideas y claves de recepción: entre las experiencias de la Tercera República y la reforma política argentina

Natacha BacollaUniversidad Nacional del Litoral Universidad Nacional de Rosario

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La visita de Gaston Jèze a Argentina en 1923. Circulación de ideas y claves de recepción: entre las experiencias de la Tercera República y la reforma política argentina

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ResumenLas problemáticas relativas a la circulación y recepción de ideas, son tópicos ineludibles dentro de la renovada historia intelectual y política de los últimos años. Dentro de este marco, el presente artículo aborda la visita de una figura del mundo académico francés, Gaston Jèze en los tempranos veinte en Argentina. Se analiza, por una parte, la recepción que obtuvo su serie de conferencias desarrolladas en Buenos Aires en 1923, difundidas por la Revista de Economía Argentina; por otra, se plantean algunas hipótesis relativas a las condiciones y claves de dicha recepción.

Palabras claves: Circulación de ideas – condiciones de recepción – crisis – liberalismo - Argentina – Francia

Abstract The problems relating to circulation and reception of ideas are unavoidable topics within the renewed intellectual and political history of the last years. Within this framework, this article focuses on the visit of a French academic figure, Gaston Jèze, in the early twenties in Argentina. We analyze, first, the reception that got its series of lectures developed at Buenos Aires in 1923, released by the Revista de Economía Argentina; on the other, we discuss some hypotheses concerning the conditions and keys of the reception.

Keywords: Circulation of ideas – reception conditions – crisis – liberalism – Argentina – France

Natacha Bacolla, “La visita de Gaston Jèze a Argentina en 1923. Circulación de ideas y claves de recepción: entre las experiencias de la Tercera República y la reforma política argentina”. Cuadernos del Ciesal. Año 10, número 12, enero-diciembre 2013, pp. 51-72.

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Circulación de ideas: construcción de saberes e "imaginación política"

Como ha señalado Beatriz Sarlo, la Buenos Aires de los años veinte constituyó un escenario de gran efervescencia, donde “[…] modernidad europea y diferencia rioplatense […] tradicionalismo y es-píritu renovador […]” convivían no sólo en los movimientos artísticos.1 Esta trama particular imbuía diversos espacios, intelectuales y académicos en sus ritmos de profesionalización y especialización. Y desbordaba los "guetos" intelectuales y culturales en un amplio movimiento de difusión, acreedor de una voluntarista intención de llevar al “gran público” la clave de esos avances. Las conferencias de ilustres invitados, su participación en ciclos que involucraban la extensión universitaria y su divulga-ción periodística, como así también en otros escenarios públicos, constituyeron parte de esa “eferves-cencia de los años ‘20”.

Entre muchos otros visitantes de las primeras décadas del siglo, hacia 1923, una figura poco convo-cante del gran público pero si del auditorio político y académico, un jurista francés, Gaston Jèze de-sarrollaba una serie de conferencias y acciones, a las cuales se vinculaban hombres ligados al ámbito de la universidad y con inserción en agencias estatales.2 No casualmente, esta visita –como la de otros reconocidos exponentes del campo del derecho administrativo y las ciencias de las finanzas, tal el caso de Benvenutto Grizziotti- coincidía con una creciente centralidad en el espacio político y público del debate atinente a las valencias del vínculo entre “política y administración”. Querella que adquiría diversos rostros invocando tópicos sobre las claves de una reforma fiscal, los medios de inserción de los “legítimos intereses sociales” en la formulación de las políticas de Estado, y la arquitectura de di-versas agencias estatales en el marco republicano. Las incógnitas sobre la reforma política, estrenada menos de una década atrás, y los debates sobre su profundización acompañaban no pocas empresas de ese talante.

Estas disputas y sus novedades caracterizaron el temprano siglo XX, que coyunturalmente constituyó un período prolífero en transformaciones no sólo en el contexto local sino también en el internacio-nal. La experiencia de la Gran Guerra cubría con incertidumbres la promesa del progreso, agregando un elemento más de disturbio al escenario argentino. Donde, sin embargo, el primer plano lo ganaba el dificultoso camino emprendido con la reforma electoral –definido por sus propios actores como el paso de una “República posible” a una “República verdadera”-. Si, por una parte, sus impulsores se propusieron rehacer la cohesión y el vigor de los sectores dirigentes, mas que promover su reem-plazo; por otra –al colocar en el centro del debate político las capacidades estatales para incidir en esa sociedad que se transformaba rápidamente- pondrían en primer plano la tarea de enunciación de un conjunto de nociones sobre aquello que debía constituir los mecanismo políticos e institucio-nales adecuados a una nueva y más transparente relación entre sociedad y Estado, en el marco del

1. Beatriz Sarlo Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920-1930 (Buenos Aires: Nueva Visión, 1988), p. 24.

2. Los principales espacios de difusión pública de esta visita fueron: el Instituto Popular de Conferencias del diario La Pren-sa, el diario La Nación y La Razón. Hemos trabajado otros aspectos relativos en Natacha Bacolla “Política y economía en la entreguerras. Itinerarios políticos e intelectuales en la Revista de Economía Argentina.” en María Inés Tato; Martín Castro (ed.) Dimensiones de la vida política en la Argentina a comienzos del siglo XX: actores, prácticas y cultura política, 1900-1930 (Buenos Aires: Imago Mundi, 2010). También en nuestra tesis doctoral La Revista de Economía Argentina. Política, elites y producción de conocimiento sobre la sociedad en la entreguerras. Argentina, 1918-1943 (Tesis doctoral, UNR, 2013).

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proyecto reformista.3 En este contexto, pasó a ocupar un lugar predominante la construcción de un nuevo tipo de conocimiento social, destinado a oficiar como sólido insumo para políticas estatales orientadas a dar soluciones a los problemas de la economía, a la llamada “cuestión social” o a los de-safíos de la representación política.4 Siendo un paso clave en dicho proceso la creación de espacios institucionales para su elaboración y difusión.5 Acompañado de una mirada atenta a las experiencias foráneas, y a la recepción de sus debates y ensayos.

La visita de Gaston Jèze se inscribe en ese registro. Las conferencias de 1923, respondieron a una invitación del Instituto Universitario de París en Buenos Aires, aunque según recuerda Raúl Prebisch, la convocatoria había partido del decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires -Eleodoro Lobos-. Donde, a pesar de ello, no parece haber tenido una recepción calurosa y amplia. Su órgano oficial, la Revista de Ciencias Económicas, no divulgó ninguna de las con-ferencias dictada en sus aulas. Más aún, algunos de sus profesores, como Salvador Oría, hicieron pú-blico su opinión negativa frente al hecho que un extranjero opinara sobre posibles reformas para las finanzas argentinas. El entonces joven estudiante de economía Raúl Prebisch, asumió la defensa del francés que halló eco en la publicación periódica estudiantil, y en un artículo más impersonal, tuvo su resonancia en la Revista de Economía Argentina.6 Ésta última recogería la totalidad de sus interven-ciones, que también vieron la luz en formato de libro poco después de su estancia. Sin embargo, no fue su única estadía en el país, ya que debido a sus relaciones profesionales –académicas a la par que técnicas- su opinión seguiría siendo consultada y sus libros difundidos. Esas giras posteriores ya no estarían relacionadas con el ámbito de la Economía sino a un área de especialización jurídica, la del Derecho Administrativo; en consonancia con los temas sobre los cuales avanzaría Jèze en los años ‘30. Siendo el mentor de varios viajes posteriores, un administrativista, Rafael Bielsa, también vinculado a los inicios de “las ciencias políticas” en el país.

3. Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la República verdadera. 1910 – 1930, (Buenos Aires: Emecé, 2007); Natalio Botana El orden conservador (Buenos Aires: Sudamericana, 1977).

4. Más allá de la existencia de una importante bibliografía, remitimos a tres textos que consideramos esenciales: Oscar Terán Ideas en el siglo. Intelectuales y cultura en siglo XX latinoamericano (Buenos Aires: Siglo XXI, 2004), Vida intelectual en el Buenos Aires de fin de siglo (1880-1910). Derivas de la 'cultura científica', (Buenos Aires: FCE, 2000); y la compilación de Maria-no Plotkin y Federico Neiburg Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en Argentina. (Buenos Aires: Paidós, 2003). Sobre Hispanoamérica: Jorge Myers (ed.) Historia de los intelectuales en América Latina I, (Buenos Aires: Katz, 2008) y Carlos Altamirano (ed.) Historia de los intelectuales en América Latina II, (Buenos Aires: Katz, 2010).

5. Al respecto: Eduardo Zimmermann, “Reforma política y reforma social: tres propuestas de comienzos de siglo”, en Fer-nado Devoto y Marcela Ferrari La construcción de las democracias rioplatenses: proyectos institucionales y prácticas políticas, 1900-1930, (Buenos Aires: Biblos, 1994). Del mismo autor: Los liberales reformistas. La cuestión social en la Argentina, 1890-1916, (Buenos Aires: Sudamericana-Universidad de San Andrés, 1995).

6. El conocido economista Raúl Prebisch refirió a este episodio en una entrevista, recordando que “(…) Oría escribió un artículo en La Razón, diciendo que nada teníamos que aprender de un profesor extranjero, y yo que estaba cautivado por las clases de Jèze, escribí en su defensa y atacándolo a Oría. Cosa que le causó muy mal efecto y para el resto de su vida no lo olvidó.”, en Carlos Mallorquín “Textos para el estudio del pensamiento del Dr. Prebisch,” Cinta de Moebio, (Chile: Universidad de Chile, 2006), p.11. El referido artículo de Prebisch: “Establecimiento de nuestra administración financiera sobre bases comerciales.”, REA, N° 69, (marzo 1924), 201-202.

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La visita de Gaston Jèze a Argentina en 1923. Circulación de ideas y claves de recepción: entre las experiencias de la Tercera República y la reforma política argentina

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¿Quién era Gastón Jèze? Había nacido en Toulouse en 1869. Allí se doctoró en Derecho en 1892. En 1901 inició su desempeño en la carrera universitaria, que continuaría por más de medio siglo. Sus centros de interés fueron el derecho y las finanzas públicas. Primeramente enseñó en Lilles, y en 1909 ingresó en la facultad de París, donde permanecería como profesor hasta 1937. Su retiro fue consecuencia de una violenta campaña de agitación estudiantil, contra su actuación como consejero jurídico y defensor del entonces gobernante de Etiopía, Négus, ante la Sociedad de Naciones frente a la invasión de la Italia de Mussolini. Una fracción de estudiantes nacionalistas y promonárquicos saboteó sus cursos. Sin respaldo del cuerpo de profesores se alejó de la enseñanza pero no por ello de la carrera académica, sosteniendo una producción prolífica de notas de jurisprudencia y artículos en varias revistas especializadas, ámbito en el cual tenía ya un largo recorrido.7 Antes de su ingreso a la carrera universitaria, se había incorporado como colaborador de la Revue générale d’administration; había fundado hacia 1903 la Revue de science et législation financières; y a partir de 1904 devendría director de otra prestigiosa publicación del área, la Revue de droit publique et de la science politique en France et à l’étranger. Su actuación y compromiso público fue más allá del ámbito académico. Co-lumnista de publicaciones de circulación más general -como La Dépêche de Toulouse y el Journal des Finances-. Si bien no fue un político militante, sus intervenciones estuvieron en cercanía con el radi-calismo liderado por figuras como Herriot y la organización de la Liga de la República. Tal así que en 1924 participó junto a otras figuras universitarias en la obra colectiva La política republicana que fue asumido como un manifiesto del "Cártel de la Izquierda".

Pero aquello que subrayan sus comentaristas y biógrafos refiere a su rol en el escenario académico y de asesoría jurídica internacional. En la primera posguerra, Jèze desarrollaría una serie de acciones en Sudamérica –entre ellos Chile, además de Argentina-, también en las nuevas naciones surgidas de la reorganización territorial de la Europa central y balcánica de la primera postguerra –notablemente Yugoslavia y Rumania-. En 1927, constituyó parte del núcleo de especialistas que dieron comienzo al Instituto Internacional de Derecho Público, convirtiéndose luego en su director.8

7. Referimos a dos trabajos de Marc Millet, La Faculté de Droit de Paris face à la vie politique, de l’affaire Scelle à l’affaire Jèze, 1925 – 1936, LGDJ, (Paris: Pantheon Assas (Paris II), 1996); y “Notice Gaston Jèze” en Dictionnaire historique des juristes français, (París: PUF - collection “Quadrige”, 2007). Otros datos fueron extraídos de Moses Bensabat Amzalak État actuel des études économiques dans les Universités Françaises, (Lisboa: Presse Universitaire, 1937).

8. Cabe subrayar que hacia inicios del siglo XX el derecho público, en su aspecto más amplio y en forma internacional, consolidaba las conquistas que había obtenido en una multiplicidad de disputas por legitimarse frente a la hegemonía de la cual había gozado el derecho privado en los ámbitos académicos (principalmente en aquellas áreas de codificación en lo comercial, civil y penal). El escenario francés sería uno de los más dinámicos en este impulso. La Tercera República, surgida de las cenizas del Segundo Imperio, había sostenido dicho éxito con la reincorporación de cátedras de derecho constitucional primero y finalmente, la consolidación del Derecho Administrativo. Esta recomposición institucional en las facultades relacionadas con las ciencias jurídicas es acompañada por un inusitado dinamismo intelectual orientado a afirmar el rol de los juristas en el campo de las “ciencias del Estado” frente a las ambiciones de la nueva École Libre des Sciences Politiques y sobre todo, a definir una ciencia del derecho en relación a unas ciencias sociales, recortadas princi-palmente en la sociología, pero también por la Economía Política. Así desde finales del siglo XIX verían la luz una serie de obras célebres, entre las cuales se destacaban dos: Précis de droit administratif et droit publique de Maurice Hauriou, y Des fonctions de l’Etat moderne. Etude de sociologie juridique de Léon Duguit. Al respecto: Armel Le Divellec “La fondation et les débuts de la Revue du droit public et de la science politique (1894 – 1914)” en Revue du droit public et de la science politique en France et à l’Étranger, N° 2, (París: LGDJ, 2011).

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Jèze tuvo en ese campo una prolífica obra que perduró por décadas como material de referencia: Les principes généraux du droit administratif, publicada en 1901 y reeditada en 1914 y 1926; Éléments de la Science de finances et de la législation financière française, co editada con Max Boucard –colega en la Facultad de Derecho de París, “maître de requête” en el Consejo de Estado y co director durante unos años de la Revue de Droit Public et de la science politique ya mencionada-. Es de subrayar la labor que Jèze llevó a cabo con Boucard dirigiendo la “Bibliothèque Internationale de droit publique” en la editorial Giard & Brière, colección que editó más de una treintena de traducciones francesas de obras extranjeras fundamentales para el derecho público. Entre ellas se destacan: El gobierno parlamentario en Inglaterra, de Todd; El gobierno parlamentario de Wilson, El derecho público del Imperio alemán, de Laband; La República americana, de Bryce; y la Introducción al estudio del derecho constitucional de Dicey.

Estos datos indican una circulación de ideas relevante, dada la imagen sacralizada de confrontación en el campo administrativo y constitucional de dos modelos: el francés y el anglosajón. Más allá de las innovaciones que la Tercera República traería al derecho público, la matriz francesa -como lega-do complejo del "Antiguo Régimen" y de los modelos revolucionarios de la primera mitad del siglo XIX- estaba caracterizada por una profunda diferenciación entre leyes civiles y políticas. Las primeras regían las relaciones entre particulares, dando su aplicación origen a la función judicial; mientras las segundas, ordenaban las vinculaciones entre particulares y la Administración, siendo la delimitación de la función administrativa su consecuencia práctica. En ese marco, dichas funciones administrativas del Ejecutivo eran distintas de las funciones judiciales y debían permanecer siempre separadas, con la consiguiente prohibición para los jueces de inmiscuirse de cualquier manera en el obrar de los ór-ganos administrativos. Como fruto de esta concepción, en Francia el contralor de la legalidad de los actos de la administración permaneció dentro de aquello que la terminología francesa resumía en “el Poder Administrador”.

El desprendimiento operado con la creación del Consejo de Estado siendo un paso más, se inscribía en un mismo legado. Dicha institución, aún dentro de la matriz republicana, incorporaría una para-doja a lo largo de la historia política francesa: aquella que derivaba de haber sido durante el "antiguo régimen" un instrumento del poder concentrado de la corona, y de haberse constituido en las ex-periencias republicanas, como garante de las libertades públicas. En definitiva, como señala Rachel Vanneuville, esta paradoja residía en la doble imparcialidad que invocaba: aquella que se inscribía en la universalidad que representaba la defensa de los "derechos del hombre y el ciudadano"; y la que evocaba la neutralidad asimilada a su profesionalización, cristalizada en la profusa producción de estudios jurídicos especializados que contribuirían a la consolidación del derecho administrativo y la profesionalización creciente del cuerpo bajo las diversas experiencias de la República.9

Frente a esta matriz, la de filiación anglosajona respondía a una interpretación bien distinta del princi-pio de división de poderes, como un sistema de frenos y contrapesos, en el cual los diversos órganos que cumplían las funciones básicas del Estado no se encontraban aislados, sino coordinados, y por

9. Rachel Vanneuville "Le Conseil d'État" en Vincent Duclert et Christophe Prochasson (dir) Dictionnaire critique de la Répu-blique, (París: Flammarion, 2007), 684-690.

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lo tanto donde no existía la distinción entre leyes civiles y políticas, sino que afirmaba la existencia de una sola clase de normas que rigen al Estado y a los particulares, a consecuencia de lo cual, todos los contenciosos eran sometidos a un único cuerpo, los tribunales del poder judicial. Por tanto, la independencia del poder judicial se consolidaba, según esta visión, en su sustracción y preservación respecto de las capacidades de intromisión del “poder administrador” -visión cuya cristalización his-tórica se daría en la tarea fundacional de los Estados Unidos, en la cual los constituyentes de Filadelfia pusieron en manos del Poder Judicial toda la actividad jurisdiccional del Estado-.10

Uno de los juristas que contribuyó a la consolidación de esta imagen de contraste en el mundo jurí-dico entre el administrativismo francés y el Estado de derecho anglosajón, fue justamente Dicey. La introducción de juristas como el británico tomaría relevancia en el viraje que promovió la obra de Jèze en la concepción de la estatalidad. Desplazamiento en el cual impactaron, además, las innova-ciones que en la jurisprudencia y la administración pública norteamericana produjeron figuras como Woodrow Wilson, en el desarrollo de unas “ciencias de la administración” –que se entroncarían luego en el desarrollo de la Ciencia Política en ese país-.

Fue tal vez dicha impronta de la perspectiva de Jèze –artífice de diálogos entre las matrices jurídicas francesa y las discusiones anglosajonas- uno de los pilares que dieron base al atractivo que despertó en un auditorio como el argentino a partir de la segunda década del siglo XX. Donde en el marco de los debates abiertos por la reforma electoral de 1912, se planteaba todo un arco de cuestiones atinentes en último término al perfeccionamiento del sistema representativo y que referían al gali-matías del vínculo entre política y administración. Problema complejizado por el modelo contencioso administrativo que había adoptado el constitucionalismo argentino –siguiendo al modelo norteame-ricano- el cual no habilitaba el funcionamiento de instancias distintas del Poder Judicial para dirimir conflictos derivados de la acción del “Poder administrador”.

Por tanto los debates galos, a los cuales Jèze contribuía y difundía, no eran ajenos a las preocupacio-nes emergentes en el escenario argentino. En él, la especialización en el derecho administrativo y las finanzas públicas se relacionaba con una dinámica propia de los espacios académicos y universitarios vinculados a ella, como las facultades de Economía y Derecho, sus academias o espacios más amplios como el Museo Social Argentino y algunas publicaciones especializadas –vg. la Revista de Ciencias Económicas, la Revista de Economía Argentina, la Revista Argentina de Ciencias Políticas o la Revista de Derecho, Historia y Letras-. Involucrando, así, tanto las confrontaciones que dentro de la Economía Política enfrentaba a neoclásicos y defensores de la economía positiva; como las transformaciones sufridas en el campo del Derecho donde -al calor de los debates sobre la reforma política que llevaría

10. Sobre la perspectiva anglosajona y la experiencia norteamericana: Gordon Wood “La democracia y la Revolución nor-teamericana”, en John Dunn (ed.) Democracia. El viaje inacabado (Barcelona: Tusquets, 1995); Edmund Morgan La Inven-ción del pueblo. El surgimiento de la soberanía popular en Inglaterra y Estados Unidos (Buenos Aires: Siglo XXI, 2006); y José María Díaz Couselo “Origen y consolidación del contencioso administrativo en la Provincia de Buenos Aires (1854-1906) y su influencia en el Derecho Público de las demás provincias”, en Revista de Historia del Derecho, Tomo 22, (Buenos Aires: Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, 1994).

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a la democracia ampliada- se daba un gradual crecimiento del derecho administrativo como rama específica desgajada del constitucional.11

Un segundo punto que sostuvo la recepción de la serie de conferencias de 1923, era más pragmático, vinculándose a las implicancias que sus perspectivas tenían sobre proyectos concretos de reforma. De este modo, el jurista francés no sólo exponía sus lecturas teóricas, deudoras del ya mencionado sincretismo entre el derecho público francés y las nuevas tendencias institucionalistas y administra-tivistas norteamericanas; sino que también abordaba una serie de tópicos que concitaban el debate público de época, en función del programa de gobierno que intentaba llevar adelante la segunda presidencia radical elegida bajo la nueva ley electoral, la de Marcelo de Alvear.

Las conferencias de Jèze: prismas galos, problemas argentinos

Desde sus primeras intervenciones, que respondían a la omnipresente pregunta de la década sobre la conveniencia de una reapertura de la Caja de Conversión –cuestión vinculada al retorno a una polí-tica monetaria basada en el patrón oro- Jèze hacía explícita su perspectiva. El punto central era llevar a cabo un programa de gobierno, que como tal atacara aquello que originaba la situación, y por lo tanto la apertura o cierre de ese cofre de Pandora se avizoraba como no más que un fetiche. Según su postura, que de hecho sobrevolaba varias de las opiniones de los locales sobre el tema, la solución radicaba en la adopción de una política de Estado: “Gobernar no es dormir. Es preveer, es confeccio-nar un programa de acción, es obrar.”12

Serían los contenidos de este programa, “técnicamente razonado en virtud del medio social y político argentino”, el que abordaría en la mayor parte de las conferencias. En cada una de ellas desarrollaba puntos centrales de su concepción sobre las funciones estatales, en una particular visión normativa de lo que debía ser la relación entre “política y administración”.

Sus argumentos exponían en primer lugar su perspectiva sobre las finanzas, ampliamente deudora de las tradiciones de la ortodoxia liberal: una buena política se traducía en equilibrio. Este malabaris-mo era la tarea de Sísifo que pendía sobre los hombros del Ministro de Hacienda: “obrar sobre los gas-tos y recursos”. 13 Si en cuanto a la primera –obrar sobre los gastos- éste tenía a su favor un consenso

11. Como señala Eduardo Zimmermann, dicha separación se daría hacia 1895 –con Aristóbulo del Valle y Emilio Castro como profesores- pero las transformaciones más relevantes vendrían con las actuaciones en dicha cátedra de Adolfo Orma y Vicente Gallo -en el marco de las discusiones en torno a la reforma del plan de estudio de la Facultad de Derecho- y sobre todo con el magisterio de Rodolfo Bullrich y Rafael Bielsa. Al respecto: Eduardo Zimmermann “Elites técnicas estatales: abogados y juristas” en Boletín Bibliográfico electrónico, N° 6 (2010) http://historiapolitica.com/datos/boletín/6dossiers.pdf; José María Díaz Couselo “Origen …"; Rosario Polotto “Hacia una nueva experiencia del derecho. El debate en torno a la enseñanza práctica del derecho en la Universidad de Buenos Aires a comienzos del siglo XX”, Revista de Historia del Derecho, N° 34, (Buenos Aires: Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, 2006).

12. Las conferencias han sido analizados a partir de las versiones publicadas por la Revista de Economía Argentina (de aquí en más REA). Gaston Jèze, “Estabilización de la moneda en la Argentina: el problema de la reapertura de la Caja de Conver-sión.”, REA, N° 60, (junio de 1923): 430.

13. Principalmente desarrolladas en “Los problemas financieros de la República Argentina y los medios de estudiarlos y

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casi unánime mientras hablara de “economías en general”, debía soportar el embate de un conjunto de “formidables fuerzas contrarias” cuando se trataba de ejecutarlas efectivamente. En esa defensa se levantaban principalmente, continuaba Jèze, la prensa, los parlamentarios y los otros ministros invocando "la representación de los intereses más legítimos". Más aún en cuanto a la segunda labor, “obrar sobre los recursos”. Allí, continuaba, no hallaría ni siquiera un acuerdo sobre los principios, ya que la sola mención de la idea de “impuestos” levantaba el más enconado debate. Y esto debía ser así en el marco de una política democrática con sus organismos de contralor en vigencia: el parlamento y la prensa.

En efecto, el parlamento y la prensa son, […] necesidades sociales y políticas, instrumentos de progreso y libertad, productos más seguros de la civilización, fuente y garantías de las liberta-des públicas. Constituyen también garantía de una buena gestión financiera. Los dictadores políticos, rara vez tienen buenas finanzas, precisamente porque no tienen la fiscalización del parlamento y la prensa.14

La comprobación histórica estaba al alcance de la mano: Francia bajo el antiguo régimen y el segun-do imperio. En Argentina los errores de la dictadura de Rosas; y su evidencia contrafáctica: los avances del país bajo el período inaugurado por la sanción de la Constitución Nacional de 1853.15

En ese marco indeclinable de libre crítica, el ministro de hacienda, como hombre de Estado, debía mirar “más allá de las pasiones populares y de la hora presente”, para hacer “predominar el interés general permanente de la Nación.”

Y allí se erigía su segundo argumento. En el marco republicano, la concentración de la responsabi-lidad financiera en una función institucionalizada, más allá del contralor que pudiera ejercer la libre opinión, contribuía al fortalecimiento del juego democrático. Esa función era la del ministro de ha-cienda, y por su conducto la capacidad de gobierno del Ejecutivo,

Si se quiere que el ministro de hacienda de un país sea otra cosa que un predicador o un orador de academia de ciencias políticas, económicas y financieras, menester es que el ministro de ha-cienda sea un hombre de acción. Vale decir que debe tener verdaderamente la responsabilidad del equilibrio. Para ello debe poseer poderes de realizarlo, fuerza pública, sin la cual la respon-sabilidad es una fórmula sin sentido.16

Jèze subrayaba incansablemente que “acumular leyes sobre reglamentos, interdicciones sobre prohi-biciones”, era inconducente si no había un mecanismo capaz de hacer respetar la regla. Para ilustrar el punto no remitía a argumentos teóricos complicados, sino a la historia inglesa. Gran Bretaña era

resolverlos.”, REA, N° 61, (julio 1923): 15-23; “Funciones del Ministro de Hacienda en la República Argentina.”, REA, N° 62, (agosto 1923): 91-102.

14. Ibíd., 93.

15. Los hechos de historia argentina son siempre remitidos por Jèze a la obra de un autor, Moreno, sin dar datos. Para los temas de finanzas en particular cita a dos figuras académicas y técnicas de las finanzas argentinas: José Terry y a Francisco Oliver.

16. Ibíd., 94.

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“el país del equilibrio presupuestario”, y su clave residía en que también constituía “el imperio del ministro de hacienda fuerte”. Nadie podía negar la fortaleza del parlamentarismo inglés, sin embar-go, tampoco la de su gobierno, esta era la cuadratura del círculo que había encontrado la tradición política inglesa.

Había otro ejemplo, que era repetidamente utilizado en las conferencias por Gaston Jèze: Estados Unidos. A diferencia de su exmetrópoli, el Estado norteamericano, no tenía hasta finales del siglo XIX, un presupuesto propiamente dicho. Cada rama de la administración presentaba a las comisiones parlamentarias sus necesidades y éstas decidían sobre las mismas. A través de una serie de ejemplos puntuales, el jurista francés mostraba como, en breve, ninguna institución del gobierno tuvo sobre sí la función de responsabilidad sobre el conjunto de los gastos y recursos de la Nación. Esta orfandad llevó al primado de objetivos electorales aislados en las decisiones sobre el curso de las finanzas pú-blicas, siendo ese hecho el que hubo llevado a una reacción en la política norteamericana. A inicios del siglo, los avances hacia una ciencia de la administración habían coronado una serie de reformas con la sanción de la ley de elaboración presupuestaria en 1921, que concentraba en una sola cabeza las responsabilidades de la gestión financiera y fortalecía por ende los poderes financieros del Ejecu-tivo.

¿Y qué veía cuando analizaba la situación argentina? En primer lugar, constataba, la doble debilidad del ministro de hacienda. Por una parte, de la norma constitucional no se derivaba ninguna misión particular respecto de las otras carteras ministeriales. Tampoco de la ley especial referente a las atri-buciones de los ministerios, o la de contabilidad –ni la originada en 1870, ni en su rectificatoria de 1898-. Dicha ley encargaba al ministro de hacienda reunir los proyectos de gastos de los demás mi-nisterios y arbitrar los recursos. Ninguna función de control era aceptada al respecto. Aunque, había un correctivo a este mecanismo: el presidente de la República podría actuar en esa vigilancia, como árbitro supremo de hecho y de derecho entre los ministros. Sumando además el dato que la figura ministerial no era electiva, “una fuerza política con la que el Ejecutivo deba contar”, sino su agente di-recto. Por otra parte, en materia presupuestaria, el Ejecutivo era también débil respecto del Congreso, en tanto era éste el que constitucionalmente estaba encargado de “fijar anualmente el presupuesto”. Y si bien el Ministro de Hacienda podía concurrir a las Cámaras, no era parte de la asamblea soberana, y por tanto informaba pero no decidía.

Concluía entonces que el fortalecimiento de las finanzas públicas argentinas, dependía del carácter responsable y arbitral que pudieran adquirir dos figuras del Ejecutivo: el Ministro de Hacienda y el Presidente de la República. Sólo concentrando esa responsabilidad en el “Poder administrador”, podía lograrse una ajustada ejecución de su programa de gobierno, resumido en el presupuesto. El Con-greso, debía controlarlo, pero no podía, por su naturaleza “colectiva” y anónima, ser responsable.17 Encontraba además, siguiendo su método positivo, que las características del medio social, político y jurídico de la Argentina, no aconsejaban la adopción de modelos parlamentaristas ni a la “inglesa” ni a “la francesa” –tampoco en general Sudamérica, como lo mostraba dramáticamente la experiencia

17. Ibíd., 101.

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chilena- sino simplemente rescatar el espíritu del sistema presidencialista planteado por la Constitu-ción de 1853.

El punto que se presentaba a la política argentina, entonces, era retomar el espíritu constitucional, poner en colaboración la capacidad fortalecida de acción del Ejecutivo con el control del Parlamento. En resumen, señalaba Jèze, retomando una fórmula cara a la política francesa decimonónica: “[…] las ‘Constituciones no son carpas hechas para el sueño’, Todos los países tienen que resolver este proble-ma que se plantea en forma diferente, pero que en el fondo es siempre el mismo: conciliar el orden y la autoridad con la libertad.”18

Esa conciliación requería poner en su justo término, los espacios institucionales en dónde residían las capacidades de “acción” y las de “legítimo control”. Esto llevaba a la tercera piedra angular. No bastaba con fortalecer un ministro del equilibrio financiero. Era necesario un presupuesto fidedigno.

¿Qué era esto? Según Jèze, el propio concepto de presupuesto era un resultado de la modernidad política, por contraposición al de “estados de previsión” del “antiguo régimen”. En el caso francés, esa idea moderna de presupuesto, constituía un legado de la Revolución retomado por la restauración borbónica luego de 1814; pero que sin embargo con contadas excepciones -como en las restauracio-nes o en momentos de la Tercera República- no había pasado de ser una “apariencia de presupuesto”. Por lo demás no muy distinto de otros países, entre los que se contaba la Argentina.19

¿Por qué era esto así? No era la ausencia de ideas. Revisando la historia nacional constataba que había habido una excelente legislación al respecto. Reconocía como “padre del presupuesto en Argentina”, al ministro de hacienda de la gobernación de Martín Rodríguez, Manuel J. García; y resaltaba asimis-mo los principios desarrollados por Rivadavia, en la ley de 1821 y la Constitución de 1826 -adaptacio-nes prácticas según Jèze del modelo que el propio Rivadavia había visto personalmente en la Francia de Luis XVIII-. Pero esto no significaba que hubiera podido dictarse un presupuesto verdadero ni en Argentina antes de finales del siglo XIX, ni en la Francia revolucionaria e imperial. La causa de la per-sistencia de esa “apariencia de presupuesto”, no había que buscarla ni en la esterilidad de las ideas, ni en la economía sino en la política. Su afirmación era clara: “[…] la política domina las finanzas. Es esta una idea capital.”20

Esa centralidad de la política sobre las finanzas públicas se explicaba por el hecho que sólo ella podía garantizar los tres pilares que conformaban la base de la formulación de un programa de gobierno, y con esto el mantenimiento de condiciones previsibles a futuro: la paz exterior e interior y la estabi-lidad monetaria. La constatación más fehaciente de ello la encontraba Jèze, en la persistencia de la crisis europea de posguerra:

La mayor parte de los pueblos de Europa continental no puede tener presupuesto. La política domina las finanzas. Yo me asombro que los economistas del mundo actual busquen un remedio

18. Ibíd., 102 (el resaltado es nuestro).

19. Gaston Jèze “El presupuesto nacional de la República Argentina”, REA, N° 63, (septiembre 1923): 169-183.

20. Ibíd., 172.

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a la crisis mundial. Pierden su tiempo. La crisis financiera no podrá ser arreglada sino después de la crisis política.21

Sentada esta premisa que ponía en el centro de su argumentación a lo político, pasaba a analizar su condición de posibilidad en la historia Argentina, que sólo encontraba a finales del siglo XIX. Ya que según el jurista francés, “políticamente” desde “[…] la fecha gloriosa del 25 de mayo de 1810 hasta el fin del siglo, la historia argentina recuerda la historia de Francia de 1789 a 1814. Fue una serie casi in interrumpida de guerras civiles y de guerras extranjeras, de dictadura.”22

En esa dirección, si las condiciones de posibilidad estaban dadas –con la pacificación externa e inter-na, y la estabilidad de la moneda desde la ley de convertibilidad de 1899- el problema central que veía Jèze en Argentina, residía en que el poder político no asumía la formulación del presupuesto para la hacienda pública en su costado político, esto es como programa de gobierno. Dejando de lado el punto de vista formalista del jurista y el especialista en finanzas, sostenía que el estudio de un “hecho como el presupuesto” debía ser realizado desde la “observación y la experiencia”. Atacando las perspectivas neoclásicas sobre las técnicas presupuestarias, afirmaba que la observación expe-rimental de los hechos era la materia a partir de la cual debían elaborarse las teorías y no forzar los hechos a entrar en ellas, ya que “[…] esta contradicción […] es el signo infalible de la falsedad de una teoría. Una teoría debe ser la generalización de los hechos. Ella no puede estar en oposición con los hechos.”23

Según esa posición metodológica, el presupuesto formalmente podía ser descripto como “ley de le-yes” –tal como aseveraban varios estudiosos en Francia o en Argentina-; pero en sustancia, era un programa político. Al descuidarse esa cualidad política, se confundía la ley presupuestaria con “un estado de gastos e ingresos”, tal como podría redactarlo un “burócrata” o hacerse en un gobierno de “antiguo régimen”. Las consecuencias de ello eran palpables en el caso argentino, según Jèze, en cuatro aspectos principales. En primer lugar, una discordancia entre la arquitectura presidencialista y la práctica presupuestaria. Si bien la legislación hacía reposar la tarea de formulación del presupuesto en el Ejecutivo, éste no era obra de una tarea coordinada sino la suma de las indicaciones de cada una de sus oficinas ministeriales. Respaldándose en citas de autoridad como las extraídas de obras de José Terry y Francisco Oliver, sintetizaba las consecuencias desarticuladoras y clientelísticas deri-vadas de dicha práctica. En segundo lugar, otro resultado se constataba en el propio contenido del presupuesto. Al no asumirse como programa, el mismo era trastocado incorporándose cambios sin un sentido concreto, a través de partidas especiales y acuerdos ministeriales. Siguiendo a Terry, ana-lizaba la profundización de este error técnico, que bajo la válida intención de proveer a los servicios públicos necesarios –como la salud pública, la defensa común o los intereses de la economía nacio-nal- habían permitido la apertura constante de créditos adicionales a los proyectados. Esto remitía al tercer aspecto, el uso de la práctica de los duodécimos debido a la tardía presentación del proyecto de ley presupuestaria cada año que, como en el caso francés, llevaba al desorden financiero general.

21. Ibíd., 172 (el resaltado es nuestro).

22. Ibíd., 174.

23. Ibíd., 176.

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Por último refería, nuevamente, al justo equilibrio entre la capacidad de acción del Ejecutivo y el res-peto de la soberanía popular cuya sede institucional era el Congreso. En ese registro, la práctica de éste respecto a las leyes presupuestarias enviadas por el Ejecutivo, había sido no de contralor sino de reformulación lisa y llana. Este hecho tenía como consecuencia una alteración en el equilibrio institu-cional de la república, en tanto

“Siendo el presupuesto ‘el programa de acción’ gubernamental, debe quedar como obra del go-bierno. Sin duda la Constitución Argentina, como la de todos los países libres, exige que el pre-supuesto sea votado por el Congreso. Pero eso no puede tener sino una significación razonable. […] el Congreso tiene la misión natural de ‘controlar’ el programa financiero del gobierno, pero no de trastornarlo.”24

Esa función de control del Congreso en materia presupuestaria era más cierta aún en la arquitectura institucional argentina, de carácter presidencialista, que en un sistema parlamentario como el francés, puesto que el Ejecutivo tenía una legitimidad de origen incuestionable para formular un “programa político de gobierno”. El presidente, señalaba Jèze, al ser elegido por voto popular y no por el parla-mento, no era “el árbitro de los partidos políticos representados en el congreso”, sino un “hombre de partido”, designado para “regir y ejecutar un programa de gobierno”. Por ello, a su juicio, la adopción del modelo francés en cuanto al funcionamiento de la comisión presupuestaria en el Congreso resul-taba inconsistente con las características del sistema político argentino. Aquello que en Francia era producto del recelo a un Ejecutivo fuerte, derivado de la dramática experiencia histórica que había presenciado su transformación en más de una ocasión en poderes casi absolutos, no cuadraba con la dinámica de las instituciones políticas argentinas.

Evaluando todo ello, la propuesta que realizaba Jèze, era la correcta aplicación de una buena legisla-ción ya existente. El punto era reformar las prácticas. Para ello sostenía que podría servir de pauta la reforma norteamericana de 1921. En ella extraía dos aspectos importantes que tributaban a restituir el carácter programático y político de la ley presupuestaria, sin alterar la arquitectura constitucional: por una parte, la centralización de la responsabilidad de su elaboración en una agencia específica del Poder Ejecutivo; y por otra el compromiso de la sociedad al respecto, sobre todo en la colaboración entre “los poderes públicos y aquellos que estudian y que saben”. En esa dirección, rescataba que en Estados Unidos,

[…] No solamente el gobierno se ocupó de poner en pie un presupuesto verdadero, el mejor presupuesto, sino también los hombres de negocios, los banqueros, los comerciantes, los in-dustriales, han fundado una liga, un periódico ‘El presupuesto’. Han dado conferencias en todo el país. […] se ha producido un movimiento popular que ha derribado las resistencias. Una vez votada la ley de 1921 esta propaganda no ha cesado.25

La clave del éxito de esta reforma según Jèze residía entonces en la solidaridad entre “poder admi-nistrador” y “administrados”, en la coordinación de los saberes prácticos de los idóneos y hombres de

24. Ibíd., 180.

25. Ibíd., 182.

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estudio con la concreción de un programa de acción esencialmente político. Convergencia donde en-contraba una posible respuesta para la complejidad de los vínculos entre campos con legitimidades diversas: la política y la técnica.

Pero el edificio teórico de Jèze no se detenía allí, incorporaba una cuarta piedra angular: no sólo era necesario un ministro del equilibrio financiero y un presupuesto programático; también se requería un régimen fiscal apropiado para hacer realizable dicho programa de gobierno. En esa dirección, sus últimas conferencias y artículos se abocaron a analizar las características del régimen impositivo argentino, el cual presentaba a su juicio un dilema principal: cómo construir un sistema fiscal equili-brado en una estructura política esencialmente republicana, representativa y federal.26

Dicha arquitectura, daba origen junto al gobierno nacional, a catorce gobiernos provinciales, cada uno con sus tres poderes -Ejecutivo, Legislativo y Judicial- y sus administraciones públicas. En la ter-minología del jurista francés: al tener respectivamente a su cargo el funcionamiento de dichos “ser-vicios públicos”, generaban un capítulo de gastos y en consecuencia, requerían recursos. Se daba en consecuencia la coexistencia de un sistema de finanzas públicas nacionales junto a las de carácter provincial, cuyos recursos reposaban en sistemas fiscales, que tenían la misma base imponible. El principal desequilibrio era generado, no por su mera existencia sino por el hecho que los dos sistemas impositivos pesaban sobre los mismos contribuyentes.

Esta característica de “doble imposición sobre la misma serie de individuos” era agravada por otro rasgo del sistema fiscal argentino. Éste descansaba en gran medida sobre los impuestos al consumo, lo cual amplificaba la trasgresión de un principio fundamental de la Constitución: la igualdad de los ciudadanos ante los impuestos y las cargas públicas. Si no se realizaba la justicia fiscal, menos aún se cumplía el requisito de coordinación federal. Este último desequilibrio era el más grave ya que “aten-taba al desarrollo de la entera economía nacional”.

Frente a este cuadro de situación Jèze celebraba la propuesta realizada por el presidente Alvear, en su mensaje de mayo de 1923, sosteniendo la intención de coordinar, con acuerdo parlamentario, los marcos impositivos nacionales y provinciales. Partiendo de este proyecto, el francés avanzaría en sus últimas conferencias, en la identificación de premisas y cursos de acción consecuentes.27 El primer precepto a contemplar en la reforma fiscal era, indudablemente, el principio de “solidaridad impositiva entre nación y provincias”, cuya clave política descansaba en el “respeto de la voluntad de unidad de la Nación y su espíritu democrático”; que en la práctica significaba igualdad ante las cargas públicas tanto para los ciudadanos, como entre las unidades que componían el edificio federal. La se-gunda condición que debía ser observada, tomando esta premisa, era la acción de fomento que este sistema impositivo tendría para el “progreso económico general”. Derivaba de ello dos imperativos,

26. Estos argumentos desarrollados por Jèze en: “La reforma de los impuestos nacionales de la Argentina.”, REA, N° 64-65 (octubre -noviembre 1923), 271-287; “El impuesto sobre la renta en los estados modernos.”, REA, N° 66 (diciembre 1923), 431-445; “El empréstito interno en la Argentina.”, REA, N° 67-68 (enero-febrero 1924), 13-25; “El presupuesto de la Nación Argentina para 1925.”, REA, N° 67-68 (enero-febrero 1924), 149-152; “Relaciones entre el régimen fiscal nacional y los regí-menes provinciales en la Argentina.”, REA, N° 69 (marzo 1924), 175-186; “La reforma aduanera en la Argentina.”, REA, N° 70 (abril 1924), 320-326.

27. Gaston Jèze “Relaciones …”, 177.

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explícitamente presentes en el espíritu del texto constitucional: garantizar la libre circulación de bie-nes y factores al interior del territorio –expresada en la prohibición a las provincias de legislar sobre materias comerciales y económicas que afectasen al conjunto nacional-; y asegurar la prerrogativa del gobierno nacional respecto a la definición de una política económica de conjunto –para lo cual se reservaba al gobierno central el derecho de reglar la política aduanera-. Aquello que la Constitución directamente prohibía, concluía Jèze, no debía ser realizado indirectamente; y era ese el efecto que a su juicio tenían muchas de las superposiciones fiscales: crear de hecho aduanas interiores y alterar los lineamientos de la política fiscal nacional.

Identificadas las “ideas generales”, Jèze reconocía la complejidad que implicaba llevarlas a la práctica sin lesionar los intereses legítimos de los componentes de la Nación. La clave se encontraba en res-petar una división “casi natural” del tipo de impuestos que convenía dejar en la órbita de una y otra esfera institucional. En ese registro, los regímenes fiscales provinciales tenían una fuente legítima de ingresos en los impuestos territoriales, las patentes, las licencias y eventualmente algunos rubros de consumos –todos de carácter más genuinamente local-; mientras que la Nación debía apoyar su edi-ficio tributario sobre aquellas bases de imposición de amplia presencia en el conjunto: los impuestos sobre las rentas, sobre los valores mobiliarios, a la herencia, sobre las sociedades anónimas y las com-pañías de seguros. A pesar de la percepción nacional de éstos últimos, su destino, en algunos casos -por el principio de solidaridad- debía ser a la par provincial y municipal, a través de la instrumenta-ción de una distribución proporcional de su producido.

El respeto de esta clasificación daría como resultado según Jèze, la adaptación del régimen fiscal a los principios modernos de la imposición que se resumían en tres conceptos: solidaridad, justicia e igualdad.

Circulación de ideas y proyectos políticos

Los juicios de Gastón Jèze encontraban plenamente su sentido, y tal vez la clave de su recepción -en sectores de la elite política- en la particular concepción que sobre la relación entre Estado y so-ciedad, política y administración, postulaba en sus argumentaciones. Puesto que ella delineaba una clara normativa sobre qué cosa debía ser un Estado democrático moderno, que conciliara “orden y libertad”, “interés general y derechos individuales”, y en ese marco –respondiendo al imperativo que animaba la política de la Tercera República- articulara la “soberanía de la razón” con la “soberanía po-pular”. Preguntas todas inquietantes en el contexto argentino de experimentación y construcción de la “república verdadera”.

En ese registro, según surge de los documentos oficiales y los comentarios de prensa, tres aspectos de esta perspectiva expuestas por Jèze impregnarían los proyectos presentados al inicio del manda-to presidencial de Marcelo T. de Alvear: una reforma que llevara a la "justicia impositiva" tanto entre ciudadanos como entre los niveles que componían el Estado federal; la puesta en marcha de meca-nismos tendientes a garantizar el equilibrio fiscal; y la constitución de medios de articulación entre las

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acciones del poder público con los intereses sectoriales –identificados con “la industria, el comercio, la producción y el trabajador”-.

En cuanto al primero, los considerandos del proyecto presentado por el ministro de Hacienda, Rafael Herrera Vegas, hacían justicia al viraje mencionado por Jèze respecto de la naturaleza y función de los impuestos, que si bien compartía el clima de época, recogía también debates fiscales que se habían planteado incesantemente desde las consecuencias de la crisis de 1890 en Argentina.28 Nuevas pers-pectivas que respondían a la caída de las fuentes recaudatorios tradicionales, al aumento del gasto público originado en la ampliación de funciones estatales –profundizado en los países centrales por el esfuerzo bélico- así como a la presión del arco político de izquierda hacia una mayor igualdad contributiva.29 En este orden de cosas, los argumentos justificativos sobre la reforma en su conjunto descansaban en una mezcla de funciones fiscales y de equidad distributiva, tanto en términos indi-viduales, entre los ciudadanos como de equilibrio entre las regiones. La fiscalidad, de este modo, se conectaba directamente con la modulación que adquirían las políticas de Estado. Unido a la reforma de la política aduanera se presentaba como un completo programa de ingeniería social y económica dirigido a favorecer las incipientes industrias que habían emergido en el escenario de aislamiento de la Gran Guerra y por otra, propender al desarrollo de otras regiones del país más allá de la pampa hú-meda y el litoral sur. Sin embargo, estos proyectos, al involucrar ciertas “intervenciones estatales” en la economía, recogían en buena medida una tradición de actuación estatal que acompañó la entera historia estatal argentina: el “proteccionismo selectivo”.30 En esa dirección, el proyecto tampoco hacía una opción directa por el bilateralismo que en esos años comenzó a impregnar la escena económica internacional en desmedro del multilateralismo de la preguerra, sintetizada a nivel nacional en la certera consigna “comprar a quien nos compre” –que enarbolará Duhau al frente de la Sociedad Rural a finales del mandato de Alvear-. Y avanzaba, en forma modesta, en la tarea de “bastarse a sí mismos” que imponía el escenario de posguerra. Por otra parte, explícitamente rechazaba, entre las tareas del “poder administrador” el convertirse en empresario del patrimonio nacional.31

Estas reformas de fondo, atendiendo al segundo aspecto recogido de la prédica jezista, iban acompa-ñadas por dos innovaciones administrativas; una más formal, independizando del presupuesto gene-ral aquellos cálculos de recursos vinculados a proyectos de obras públicas y gastos en defensa. Otra procedimental, otorgándole una función revisora al ministerio de Hacienda sobre el resto de las car-teras. A esto se sumaba, como garantía de realización, un proyecto de ley sobre ingreso y ascenso de

28. Para Argentina, además remitimos a Jimena Caravaca: ¿Liberalismo o intervencionismo?, (Buenos Aires: Sudamericana, 2011). Cf. en otra clave José Antonio Sánchez Román "El poliedro de la igualdad. Nociones de justicia impositiva en el Brasil y la Argentina en las décadas de 1920 y 1930.", en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani", Tercera serie, N° 28 (2° semestre 2005).

29. Cf. Robert Campbell “La revolución keynesiana, 1920 – 1970” en Carlo Cipolla (ed.) Historia económica de Europa. El siglo XX, Tomo 5, (Barcelona: Ariel, 1981). Un lúcido trabajo comparativo entre el caso francés y norteamericano: Pierre Rosanvallon Sociedad de Iguales (Buenos Aires: Manantiales, 2012).

30. Natalio Botana y Ezequiel Gallo De la República posible a la República verdadera (1880 – 1910), (Buenos Aires: Ariel, 1997).

31. En ese sentido si aceptaba limitadamente la acción estatal en la recientemente creada Yacimientos Petrolíferos Fisca-les, rechazaría la nacionalización de los recursos petrolíferos.

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funcionarios públicos; a la par que estudios pormenorizados –todos proporcionados por la Dirección de Estadística- sobre la capacidad contributiva del país y las leyes presupuestarias que habían regido las finanzas estatales en los veinte años anteriores.

Medidas en las que puede ser reconocida la noción de “competencia técnica” que Jèze sitúa frente a la de "competencia parlamentaria". Según sus argumentos, impregnados por un extendido clima de época, la institución legislativa atentaba contra el equilibrio de las cuentas estatales por varias razones: incompetencia técnica, tendencia al gasto para responder a las exigencias de sus votantes, imposibilidad de tener una visión de conjunto, pasiones políticas que llevan a la parcialidad, y a través de su comisión de presupuesto, a inmiscuirse en el ámbito de la administración que correspondía al Ejecutivo. De allí que la refundación democrática debía basarse en una clave, que veía delineada en la política inglesa: conciliar una administración propiamente técnica con el gobierno político. El modo era la revalorización del poder Ejecutivo. La rehabilitación de los hombres políticos se daba, en la teo-ría jezista en dos piezas del mismo, que podrían combinar legitimidad política y técnica: el presidente y el ministro de finanzas respectivamente.

Si, estos argumentos tenían líneas de continuidad en un debate iniciado con la crisis de finales del siglo XIX, las herramientas institucionales que se habían puesto en marcha para su elaboración eran novedosas: la convocatoria a comisiones consultivas. Éstas funcionaron en el seno de la Comisión Es-pecial de Presupuesto que había sido creada en la órbita del Ministerio de Hacienda, apenas iniciada la gestión. La misma se fundamentaba –haciendo explícita la matriz de ideas difundidas por Jèze- en diversas experiencias extranjeras: las cortes de cuentas francesas, las leyes belgas e italianas sobre administración presupuestaria, las resoluciones del parlamento inglés sobre las comisiones perma-nentes de examen y vigilancia de los gastos públicos, la ley norteamericana de 1921 que creaba el departamento de preparación y contralor del presupuesto.

El principal objetivo de esta Comisión –al igual que las estructuras institucionales foráneas que le ser-vían de modelo- era la centralización de la administración financiera; para racionalizar y dar eficiencia a la formulación presupuestaria. Instancia que constituía un modo de “modernizar y democratizar” la administración; en tanto mecanismo y espacio de colaboración entre técnicos, funcionarios mi-nisteriales, comisiones legislativas específicas y profesionales –especialistas. En este sentido en los argumentos de presentación, Alvear resaltaba que, como en otros momentos de la historia argentina, estas comisiones estaban en sintonía con experiencias contemporáneas:

“A nuestra cultura política y administrativa no puede ser extraño, […] los progresos que alcanza en este momento, en otras naciones las instituciones destinadas a preparar presupuestos de verdad […]. A la necesidad de economizar a todo trance se agrega, como causa determinante de ese adelanto institucional la mayor influencia democrática en la vida administrativa. Mientras mayor sea el sacrificio que se le imponga al contribuyente, mayor tiene que ser la intervención que se le acuerde, dentro del sistema constitucional, sobre el estudio sanción y vigilancia de los gastos. Si en la política internacional se ha entendido sobre todo en los últimos tiempos, que la verdad y la pu-

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blicidad son una condición de su acierto, no se ve por qué en la política administrativa y financiera no han de serlo también como garantía de la misma ventaja.” 32

Y allí se agregaba entonces la intención de integrar en mecanismos de consulta y contralor a diversos actores sociales, como un paso más en ese proceso de “democratización” abierto por la reforma elec-toral. Función de la Comisión Interna permanente de Presupuesto y Finanzas, dentro de la cual habían sido convocados, junto al cuerpo funcionarial, profesores de las cátedras afines a los temas de estudio (particularmente de la UBA y la Universidad de La Plata), representantes de la Sociedad Rural, la Con-federación Argentina del Comercio, la Industria y la Producción (CACIP), la Unión Industrial Argentina, la Bolsa de Comercio, la Liga de Defensa Comercial, la Asociación Nacional de Bancos y el Centro de Importadores.33 Estas comisiones debían expedirse sobre los anteproyectos elevados por el Ejecutivo, indicando según su experiencia práctica las debilidades, fortalezas y aplicabilidad de los mismos. La garantía de su éxito, según el proyecto, lo constituía la pertinencia de sus miembros. En quienes se fundía, sin solución de continuidad, las opiniones académicas y técnicas, las de los funcionarios y de los intereses sectoriales involucrados.

En este sentido como lo recalcaba el propio Herrera Vegas, en la reunión inaugural de estas comisio-nes, el elemento innovador lo constituía esa “política de puertas abiertas” que el gobierno de Alvear deseaba poner en práctica. Ésta implicaba en primer lugar, “una acción a la luz pública sometida al constante juicio de la opinión a través de todos los medios democráticos de análisis, de crítica y de contralor.” A este aspecto el ministro agregaba otro: la colaboración de todas las fuerzas orgánicas del país con el poder administrador, a través de la participación de esos intereses legítimos por medio de sus corporaciones, como camino hacia una política de Estado conveniente y legítima. Subrayando la necesidad de romper con el prejuicio que

[…] no es digno que los individuos, las corporaciones y las instituciones que trabajan y produ-cen dentro del orden legal hablen en nombre de sus propios intereses y que no corresponde que los poderes públicos oigan discreta y justicieramente sus aspiraciones.34

La propia función “consultiva” era presentada como un recurso alternativo de carácter exclusiva-mente “técnico”, con un funcionamiento paralelo a las instancias parlamentarias -y limitado a ciertas

32. Presidencia Alvear, 1922-1928. Compilación de Mensajes, leyes, decretos y reglamentaciones (Buenos Aires: Pesce, 1928), 26 (el resaltado es nuestro).

33. La composición era la siguiente: Comisión de régimen aduanero: Alejandro Bunge como funcionario del Ministerio de Hacienda, Carlos Scott, Miguel A. Cárcano, Damián Torino, Carlos Tornquist, JC Hunter, Martín Feit, Alfredo Vasena. Comi-sión de Impuestos Internos: Agustín Pinedo como funcionario, Ernesto Mignaquy, Hermenegildo Pini, Carlos A. Tornquist, José T Sojo, A. Méndez Casariego, Carlos Peters. Comisión de Fomento Industrial: Carlos Soares como subsecretario del departamento, Guillermo Padilla, J.A. de Marval, Antonio Crouzel, Carlos A. Tornquist, A. Traverso, Carlos Aubone por el Ministerio de Agricultura. Comisión de Régimen Impositivo: Guillermo Padilla, Victor Valdani, Mariano de Ezcurra, D. E Rubbens, Antonio L. Lanusse, Armando Ghirlanda, C.A. Tornquist. Datos extraídos de: REA, N°60, (Junio de 1923), 469.

34. La Nación (Buenos Aires) 13 de julio de 1923; REA, N° 60 (junio de 1923): 471 (467-485). Esta "apertura", excluía la re-presentación de intereses del mundo del trabajo, a los cuales prometía una futura inclusión. Respecto a la continuidad de políticas de control, confrontación y exclusión que, a pesar de su mitigación en la anterior presidencia radical de Hipólito Yrigoyen, habían sido el eje de la relación Estado- sindicatos: Juan Suriano La cuestión social en Argentina (1870 - 1943), (Buenos Aires: La Colmena, 2000).

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cuestiones- además de sometido a su contralor. Un reaseguro para disociar la “administración” de las “políticas electoralistas”, a la par que definir las condiciones específicas en las cuales modular la intervención de organizaciones corporativas con un marco político democrático y republicano. Lejos de una visión de autonomía de lo social y lo político, su lugar se legitimaba –como había señalado Jèze- como “instancias auxiliares”, que no reemplazaba la parlamentaria, o se inmiscuía en la acción de los poderes públicos sino que buscaba fortalecer una capacidad estatal menguada, mediante la potenciación de nuevas herramientas de acción. Éstas cristalizaban ese "reaseguro" que en el “poder administrador” veía el razonamiento jezista, como pieza clave del equilibrio que preservaría la con-dición de posibilidad de la democracia: el justo peso de “la soberanía de la razón” –o bien podríamos decir técnica- y aquella con legitimidad en la representación popular.

Reconsideraciones finales

La lectura propuesta sobre la visita de Jèze a Argentina, y el breve episodio que involucró la presen-tación de los mencionados fallidos proyectos en los inicios del gobierno de Alvear, permiten abordar ciertas dinámicas de las primeras décadas del siglo XX, vinculadas a condiciones de circulación y re-cepción internacional de ideas, pero también de paradigmas políticos.

Ciertas condiciones del contexto argentino dan la clave de recepción. Por una parte, aquellas irre-sueltas tensiones abiertas en el marco de la reforma electoral de 1912, atinentes en último término a la profundización del sistema representativo y que referían a la compleja relación entre política y administración. En ese contexto, las reformas económicas y administrativas se planteaban como nuevas herramientas para moldear el orden político y social, destinado a completar lo que la reforma política había iniciado. El “poder administrador” a través de estas instancias constituía un reaseguro frente al “electoralismo”, pero también un camino para reponer legítimamente la representatividad corporativa de los intereses sectoriales, a la par que incorporar la legitimidad técnica como una vía de fortalecimiento de las capacidades estatales. Los proyectos analizados y la constitución de las comi-siones para tal fin pueden entenderse en este sentido.

Por otra parte, una dinámica no menos intensa es la que se establece en la relación entre procesos po-líticos, estatales y construcción de las diversas ciencias sociales en el país. La resolución de los nuevos problemas emergentes en el escenario de las primeras décadas del siglo planteaba, no sólo, tensio-nes políticas sino también, un intenso proceso de cambio conceptual a la par que ensayos relativos a su puesta en práctica; que concitaba intereses de las elites intelectuales, no menos que de las sociales y políticas. Las novedades en torno a espacios de saber que hacían de la administración y las finanzas públicas su objeto de estudio son un ejemplo al respecto.

La clave de recepción de los enunciados de Jèze develan así dos caras: aquella relativa a los procesos de renovación de los saberes vinculados a la reforma política y de funciones estatales; pero tam-bién las que ponen en diálogo las condiciones del propio contexto de elaboración y recepción de estas ideas. Más allá de las profundas diferencias de los procesos históricos francés y argentino, un problema medular atravesaba ambos "auditorios": afrontar la crisis de un paradigma del liberalismo

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político que se había consolidado hacia el último cuarto del siglo XIX. Ese marco crítico de la primera posguerra, daba la condición de posibilidad de la traducción, reelaboraciones y reflexiones imagi-nadas en ambas orillas atlánticas. No sólo las ideas, sino la lectura del contexto de su elaboración se trasladaban. La cual proponía como clave del éxito la traducción en instituciones de esa solidaridad entre “poder administrador” y “administrados” –que había preconizado Jèze en sus conferencias-, en la coordinación de los saberes prácticos de los idóneos y hombres de estudio con la concreción de un programa de acción esencialmente político. En sendos escenarios, dos conceptos políticos se ponían a prueba: la definición de la institución Estado, y concomitantemente cuál era la legítima relación de éste para con la sociedad civil sobre la cual ejercía su soberanía, remitiendo nuevamente al problema no resuelto a pesar de la reforma electoral, de la representación.

Fecha de recepción: Julio de 2013

Fecha de aceptación y versión final: Diciembre de 2013

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La visita de Gaston Jèze a Argentina en 1923. Circulación de ideas y claves de recepción: entre las experiencias de la Tercera República y la reforma política argentina

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Privatizaciones. Rol del sindicalismoCaso analizado: Foetra

Raúl IrigarayCátedra de Administración PúblicaFacultad de Ciencia Política y RR.II.U.N.R.

Los comerciantes minoristas de Rosario en pos de su identidad: defensa gremial, relaciones intercorporativas y política (1894-1909)

Natalia AlarcónUniversidad Nacional de Rosario

[email protected]

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ResumenLa problemática abordada en este trabajo se propone analizar los inicios del Centro Unión de Almaceneros de Rosario desde su creación en 1894 hasta 1909, año en el que un importante movimiento encabezado entre otros por los comerciantes minoristas de la ciudad hará tam-balear al gobierno de la comuna y que consideramos clave para su consolidación. El Centro, que se presentaba como representante de los intereses de los pequeños comerciantes mino-ristas de la ciudad, atravesó por estos años un complejo camino hasta su fortalecimiento ins-titucional contribuyendo a la gestación de una identidad propia y diferenciada de los “almace-neros rosarinos” a partir de diferentes procesos, por un lado, a través de su capacidad para encauzar los reclamos de sus representados ante el poder político local, provincial y nacional respecto de los asuntos de interés para el gremio, tales como impuestos, tasas y contribucio-nes. En segundo lugar, estableciendo una clara diferenciación respecto de otras entidades corporativas con las que cohabitaba a nivel local, sobre todo con la Bolsa de Comercio repre-sentante de los intereses de la gran burguesía comercial de la urbe; y finalmente, utilizando su importante masa societaria en la política municipal a través de la intervención directa en el Concejo Deliberante a partir de su alianza con la recientemente creada Liga del Sur.

Palabras claves: comerciantes minoristas – identidad - relaciones intercorporativas - política

Abstract This paper attempts to analyse the beginnings of Centro Unión de Almaceneros de Rosario since its creation in 1894 until 1909, year in which an important movement headed by Rosario retailers made the city government unstable. At the same time, 1909 is considered a key year for the consolidation of the union. This union, which represented the interests of Rosario retailers, went through a complex process until it became a strong institution that contributed to the development of an identity of their own, different from that of “Rosario Grocers”. This was done in the first place through its capacity to channel the claims of its represented before the local, provincial and national political power regarding the issues of interest to the union, such as taxes, rates and contributions. In the second place, it was done by establishing a clear differentiation between this union and other corporate entities with which it cohabited at local level, especially with the Stock Market, which represented the interests of the bourgeoisie of Rosario. Finally, it was done by using its important number of associates in the municipal politics through the direct intervention in the Deliverative Council through its alliance with the recently created Liga del Sur.

Keywords: retailers - identity - relations among corporations - politics

Natalia Alarcón, “Los comerciantes minoristas de Rosario en pos de su identidad: defensa gremial, relaciones intercorporativas y política (1894-1909)”. Cuadernos del Ciesal. Año 10, número 12, enero-diciembre 2013, pp. 75-99.

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Introducción

La problemática abordada en este trabajo se propone analizar los inicios del Centro Unión de Alma-ceneros de Rosario desde su creación en 1894 hasta 1909, año en el que un importante movimiento encabezado entre otros por los comerciantes minoristas de la ciudad hará tambalear al gobierno de la comuna y que consideramos clave para su consolidación. El Centro, que se presentaba como repre-sentante de los intereses de los pequeños comerciantes minoristas de la ciudad, atravesó por estos años un complejo camino hasta su fortalecimiento institucional contribuyendo a la gestación de una identidad propia y diferenciada de los “almaceneros rosarinos” a partir de diferentes procesos, por un lado, a través de su capacidad para encauzar los reclamos de sus representados ante el poder político local, provincial y nacional respecto de los asuntos de interés para el gremio, tales como impuestos, tasas y contribuciones. En segundo lugar, estableciendo una clara diferenciación respecto de otras entidades corporativas con las que cohabitaba a nivel local, sobre todo con la Bolsa de Comercio representante de los intereses de la gran burguesía comercial de la urbe; y finalmente, utilizando su importante masa societaria en la política municipal a través de la intervención directa en el Concejo Deliberante a partir de su alianza con la recientemente creada Liga del Sur.

La trayectoria del Centro Unión de Almaceneros de Rosario, se presenta como un vacío en la historio-grafía local sólo una publicación de índole institucional1 y algunos trabajos como los de Ternavasio2 que centrando su interés en el sistema político comunal aborda de manera indirecta a esta corpora-ción dada su participación en la política local, constituyen los únicos intentos de acercarse a la pro-lífica actividad de esta asociación de interés. Este vacío que pareciera revelar la historiografía para el caso rosarino se reproduce para el de Buenos Aires, aunque compensado por la especificidad de los trabajos existentes3, es precisamente Adamovsky quien a partir de su investigación respecto de los pequeños propietarios porteños y a través del abordaje del caso específico de los almaceneros viene a llenar este espacio. Su análisis, el cual abarca una amplia coyuntura entre los años 1900 y 1955, bus-ca examinar las experiencias de solidaridad transgremial y políticas que desplegó este grupo social. A través de dicho recorrido, el autor enfatizará que el asociacionismo de los pequeños comerciantes dio lugar a amplias experiencias de solidaridad transgremial que incluyeron a diversos sectores medios, sin embargo no produjeron en su seno una identidad que fuera más allá de la figura del comerciante minorista, el propietario o el vecino. Lo cual le permitirá concluir, que la identidad de clase media en la Argentina (ese es finalmente su objetivo) no surgió como parte de la experiencia de defensa sec-

1. CENTRO UNION DE ALMACENEROS Y COMERCIANTES DETALLISTAS, 75º Aniversario. 1894-1969, Rosario, 1971.

2. TERNAVASIO, Marcela, "Sistema político y organización municipal. Santa Fe y la crisis régimen oligárquico", en Anuario 13, Rosario, Escuela de Historia, Facultad de Humanidades y Artes, UNR, 1989. TERNAVASIO, Marcela, “Municipio y repre-sentación local. Santa Fe: 1900-1920”, en MELON PIRRO, Julio César y PASTORIZA, Elisa (ed.), Los caminos de la democracia. Alternativas y prácticas políticas, 1900-1943, ed. Biblos, Bs. As., 1996. TERNAVASIO, Marcela, Municipio y política, un vínculo conflictivo, Tesis de Maestría, FLACSO, Bs. As., 1991.

3. ADAMOVSKY, Ezequiel, “Los pequeños comerciantes porteños: defensa gremial, experiencias políticas e identidad (c. 1900-1955)”, en Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos Segreti”, vol 10, N° 110, Córdoba.

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torial de intereses materiales o profesionales, sino en un terreno directamente político en el que las cuestiones económicas tuvieron un papel más bien secundario.4

En nuestro caso abordaremos el estudio de los comerciantes minoristas de la ciudad de Rosario recu-rriendo al concepto de pequeña burguesía. Si bien es un término que presenta múltiples definicio-nes, como aquellas que utilizan como criterios para definir a esta clase remitiéndose a las actividades ejercidas y la posesión de un pequeño capital, o bien al tipo e importancia de los ingresos obtenidos. Aquellas que desde el ámbito del marxismo, han preferido centrarse en la relación con los medios de producción permitiendo la distinción entre “viejas clases medias” y “nuevas clases medias”, resultado estas últimas del desarrollo del sector de servicios y del Estado. Las definiciones socio-políticas, por el contrario, destacan la posición social del individuo y sus relaciones con las otras partes componentes de la sociedad con lo que las diferencias entre “viejas” y “nuevas” se diluyen en beneficio de sus inte-reses ideológicos comunes diferentes de los de otras clases sociales.5

La elección de este término en nuestro caso responde al hecho, que por un lado revela su vinculación de estos pequeños comerciantes con el conjunto de la burguesía, pero por otro resalta su distancia respecto a esta. Lo que se busca con esto, es poner sobre el tapete la tensión permanente que existe entre su conciencia de independencia y su posibilidad de asimilación o ascenso a la burguesía, y al mismo tiempo, respecto a su posible descenso hacia las clases populares; dado esto, por el alto grado de inestabilidad y dependencia coyuntural de su existencia.

La tendencia imperante en la historiografía actual es la de analizar el proceso de conformación de la pequeña burguesía tanto desde el punto de vista objetivo, es decir, en el conjunto de las experiencias sociales y económicas en las que se forma una conciencia pequeño burguesa, como desde el punto de vista del conjunto de interpretaciones subjetivas que los propios sectores pequeño burgueses hacen de su situación social, en sus diferentes contextos locales, regionales y nacionales.6

En este sentido, nos acercaremos al análisis de estos comerciantes minoristas a partir de la experien-cia asociativa que se origina en torno al Centro Unión de Almaceneros, sin dejar de tener en cuenta cómo sus miembros interpretaron su situación social y cómo lograron diferenciarse de otros actores con los cuales se relacionaron en la trama local.

4. El panorama historiográfico es mucho más halagüeño para los espacios rurales pampeanos, donde la extensa y sos-tenida producción de Lluch ha dejado un buen fondo de análisis. Cfr. LLUCH, Andrea, “…Tengo que hacer las veces de médico, comisario, comerciante, defensor de oficio...” Repensando a los comercios rurales de la pampa argentina. 1900-1930”, en Anuario del Centro de Estudios Históricos, “Prof. Carlos S. A. Segreti”, Córdoba; 2003, pp. 135–159. LLUCH, Andrea, El mundo del fiado. Crédito, comerciantes y productores rurales, 1897-1930, en Anuario IEHS, Tandil, 2006, pp. 1–38. LLUCH, Andrea, De las tierras de América, de la amada Argentina…Comerciantes minoristas españoles en la pampa argentina (1885-1930), en Estudios Migratorios Latinoamericanos, Buenos Aires, 2009, pp. 43–60. LLUCH, Andrea, Marca registrada... Reflexiones sobre el uso de las marcas comerciales, el consumo y la comercialización de bienes en el mundo rural argen-tino (1900-1930), en Mundo Agrario, vol. 13, 2013, pp. 1–25.

5. FUENTES, Juan Francisco, “Clase media y burguesía en la España Liberal, (1808-1874): ensayo de conceptualización”, en Historia Social No. 17, 1993, pp. 47-61.

6. NÚÑEZ SEIXAS, Xoxé M., “¿Una clase inexistente? La pequeña burguesía española (1808-1936)”, en Historia Social No. 26, 1996, pp. 19-45.

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A fin de adentrarnos en las tramas de funcionamiento del Centro la perspectiva de la historia local constituye una alternativa interesante para el análisis, ya que nos permite acceder a un contexto que revela la acción individual de los actores y las interacciones que se dan entre estos. Tener en cuenta el contexto, en el cual se encuentran inmersos es fundamental, tal como sostiene Thompson “la historia es sobre todo la disciplina del contexto en la medida que todo hecho o rasgo del pasado sólo puede adqui-rir significado dentro de un conjunto de significados con los que está relacionado”.7 Por otra parte, la po-sibilidad que ofrece la historia local de reducción de la escala de observación, encuentra en el espacio de la ciudad el lugar inmejorable para su aplicación y esta se presenta como el escenario principal de las acciones e interacciones de estos actores.8

El contexto corporativo rosarino de mediados del siglo XIX

El Censo nacional de 1869 reveló que la ciudad de Rosario contaba con más de 20.000 habitantes en-tre los cuales había 5.862 extranjeros, constituyendo un 25% de su población. Más de veinte años más tarde, en 1895, el total de su población ascendía a más de 90.000 personas de los cuales un 46% era extranjero. Este crecimiento poblacional, junto con la complejización de las estructuras económicas, trajeron aparejado el nucleamiento de intereses económicos de los diferentes actores que habitaban en la urbe. La conformación de estos espacios vendrán a fortalecer una esfera pública9, instancia fun-damental de mediación entre la sociedad civil y el Estado.

En este sentido, ya desde mediados del siglo XIX la burguesía local había intentado dar forma a nu-cleamientos corporativos de tipo económico de los cuales muchos de ellos no lograron perdurar en el tiempo. Entre ellos se encontraban el Club Mercantil (1853), la Bolsa de Comercio (1857), la Sala Comercial de Residentes Extranjeros (1859), la Sociedad de Hacendados (1863), el Casino de Comer-cio (1865), la Bolsa de Comercio (1869), la Sociedad Rural del Departamento Rosario (1871), el Club Industrial (1878, 1880, 1889), la Sociedad Rural Santafesina (1881 y 1889), recién en el año 1884 con la creación del Centro Comercial del Rosario y de la Sociedad Rural Santafesina en 1895 estos esfuerzos darían sus frutos, siendo estas las que albergarán en su seno intereses relacionados con la burguesía comercial mayorista e importadora y con los grandes propietarios rurales.

7. THOMPSON, Edward, “L´ antropología e la disciplina del contesto storico”, en Sociedad Patrizia, cultura plebea, Turín, 1981, pp.251- 273. Extraído de SERNA, Justo y PONS, Anaclet, “En el nombre del burgués”, en BONAMUSA, Francese y SE-RRALLONGA, Joan (eds.) La sociedad urbana, Asociación de Historia Contemporánea, 2º Congreso Barcelona, 1994.

8. Cfr. FERNÁNDEZ, Sandra, “Los estudios de historia regional y local: de la base territorial a la perspectiva teórico-meto-dológica”; en: FERNÁNDEZ, Sandra (comp.); Más allá del territorio. La historia regional y local como problema. Discusiones, balances y proyecciones; Prohistoria, Rosario, 2007. DALLA CORTE, Gabriela y FERNÁNDEZ, Sandra; “Límites difusos en la historia y el espacio local”. En FERNÁNDEZ, Sandra y DALLA CORTE, Gabriela. Lugares para la Historia. Espacio, historia re-gional e historia local en los estudios contemporáneos. Rosario. UNR editora, 2005.

9. Una interesante contribución a las discusiones sobre la esfera pública se puede encontrar en los trabajos de Nancy Fraser, Cfr. FRASER, Nancy, “Reconsiderando la esfera pública: una contribución a la crítica de la democracia existente”, en Revista Entrepasados N° 7, Año IV, Buenos Aires, 1994.

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Es en este entramado corporativo que en el año 1894 vino a insertarse el Centro Unión de Almace-neros de Rosario. Sobre finales del siglo XIX los almaceneros constituían una fuerza pujante y repre-sentativa del mecanismo económico de la ciudad y su zona cerealista, considerada una de las más importantes del país.

La crisis financiera y económica del 90 había afectado de una u otra manera a los comerciantes mi-noristas, la devaluación del oro con respecto al peso, el aumento del costo de vida, la pérdida de sus ahorros depositados en los bancos, es así que cuando los coletazos de esta crisis se aplacaron, y si-guiendo el ejemplo de su centro hermano de Buenos Aires10, diez almaceneros por iniciativa de José García del Río se dieron a la tarea de procurar el nucleamiento del sector en una institución represen-tativa de los pequeños empresarios locales.11

El puntapié inicial para la concreción de esta reunión estuvo dado por un decreto promulgado por el Intendente Municipal sobre el descanso de los dependientes del comercio12 por el cual se establecía con carácter obligatorio el cierre de los almacenes los días domingo a partir de las doce horas hasta la mañana del día siguiente13, decisión que lesionaba en gran medida los intereses de los almaceneros.

Este encuentro se concreta el 31 de octubre de 1894 y congrega a más de doscientos almaceneros que designan una comisión interina que se reúne con el jefe comunal a fin de que reconsiderara su resolución, determinando que finalmente los negocios de almacén sólo debían cerrar los días feria-dos de 12 a 17 horas.

Con el éxito de esta primera acción gremial se vuelve a realizar una Asamblea General el 9 de noviem-bre del mismo año14, fecha fundacional en la que se define por mayoría denominar a la nueva entidad “Centro Unión de Almaceneros”.

Al recorrer las listas de socios y la composición de las diversas Comisiones Directivas que se sucedie-ron, podemos ver que esta institución estaba integrada en su mayoría por extranjeros, principalmen-te de origen italiano y español.15

10. El Centro de Almaceneros de Buenos Aires (CA) fue fundado en 1892. El CA, principal entidad del gremio, que llegó a tener 100.000 afiliados, un club propio e importantes cooperativas de seguros y de consumo que servían a los asociados, sólo se extinguiría silenciosamente a partir de fines de la década de 1980 (su quiebra se decretó en 1998). Ver: ADAMO-VSKY, Ezequiel, op. cit.

11. Es así que Augusto Longhi, Ambrosio Ravaschino, Enrique Manzini, Juan B. Guassoni, Mariano de Barbieri, Manuel Alonso, José Fernández, Francisco García, Gumersindo Castillo y, el propio García del Río, invitan por medio de la prensa local a una asamblea en el café Kaiser Halle, situado en calle Santa Fe esquina Libertad (hoy Sarmiento). CENTRO UNION DE ALMACENEROS Y COMERCIANTES DETALLISTAS, 75º Aniversario. 1894-1969, Rosario, 1971.

12. La relación del Centro Unión de Almaceneros de Rosario con los dependientes del comercio (y los gremios mercan-tiles) es todo un tema en sí que pretendemos profundizar en otra ocasión, en este sentido, supondrá a futuro un nuevo proceso de indagación documental y la necesaria reformulación a algunos planteos.

13. El Municipio, 26, 27 y 28/10/1894.

14. El Municipio, 07/11/1894.

15. En 1887 los españoles suponían el 6 % de la población urbana de Rosario, y los italianos un 23 %. La estrecha relación del CUA con la comunidad italiana residente en la ciudad se puede ver reflejada en sus actas con motivo del asesinato del

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Al mismo tiempo, las distinciones económico-sociales que presentaban sus miembros establecieron una clara distancia con respecto a los de otras corporaciones locales, cristalizando diferencias que dieron lugar a un gremialismo específico.

En este sentido, una de las principales asociaciones de interés con la cual establecerá relaciones no exentas de antagonismo durante todo este período será la Bolsa de Comercio, entidad que poseía un perfil de socios que se caracterizaban por ser parte de un sector de la burguesía local que había extendido sus actividades económicas hacia una variedad de actividades que incluían el comercio mayorista, la importación y exportación, la colonización agrícola, la inversión inmobiliaria, la partici-pación en las empresas ferroviarias, en la creación de entidades bancarias y toda otra actividad que les permitiera usufructuar los beneficios crecientes que esta generando la expansión económica de esos años, actividades que emprendieron guiados por la primacía de la lógica del capital comercial y con una clara voluntad de búsqueda de aquellos emprendimientos que les aseguren maximizar sus ganancias en el menor tiempo posible.16

Con posterioridad, se sumará a este complejo entramado corporativo la Federación Gremial del Co-mercio y la Industria (1919), que si bien excede los límites temporales de este trabajo, compartirá asociados tanto con la Bolsa como con el CUA, siendo un espacio donde predominaran intereses comerciales mayoristas y minoristas e industriales.17

Los primeros años de gestión

Las tareas organizativas se constituyeron en una actividad prioritaria. Las primeras reuniones del Cen-tro se llevaron a cabo en el domicilio particular de uno de sus socios fundadores, Augusto Longhi,18 pero para dar mayor formalidad a la asociación era necesario un local donde pudiese funcionar la Secretaria, para lo cual se facultó a una comisión para que se encargara de alquilar un local, ocupando uno de los salones del Club Industrial19.

Rey Humberto I en el mes de julio de 1900, se convoca a Asamblea Extraordinaria determinando un día de conmemora-ción por su muerte estableciendo el cierre de los comercios. Asimismo, en enero de 1906 es solicitada su colaboración por parte del Comité Pro traslación Monumento a Garibaldi, al cual prestan su apoyo pecuniario por la suma de 100 pesos. CENTRO UNIÓN DE ALMACENEROS DE ROSARIO (en adelante CUA), Acta N° 113, 31/07/1900 y Acta N° 200, 11/01/1906.

16. VIDELA, Oscar, La burguesía rosarina ante las transformaciones y límites del modelo agroexporta-dor. La Bolsa de Comercio de Rosario. Corporación y regulación del mercado entre fines del siglo XIX y los co-mienzos del siglo XX, Tesis de Doctorado en Humanidades y Artes. Mención en Historia, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario, 2001.

17. SIMONASSI, Silvia y BADALONI, Laura, “Asociacionismo empresario y conflictividad social en la Rosario de Entregue-rras”, en FERNÁNDEZ, Sandra y VIDELA, Oscar (Comp.) Ciudad Oblicua: aproximaciones a temas e intérpretes de la entregue-rra rosarina, La Quinta Pata y Camino, Rosario, 2008.

18. En su residencia particular de calle Santa Fe y Progreso (hoy Mitre).

19. En calle Aduana 564 (hoy Maipú) donde funcionará hasta abril de 1897. Luego de numerosos traslados recién el 14 de noviembre de 1908 inaugura su sede en instalaciones propias. Situada en Rioja 1631.

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Continuando con el proceso de fortalecimiento interno elaboran sus primeros Estatutos, reformán-dolos durante 1895 y ese mismo año una comisión especial conformada por dos miembros de la Comisión Directiva y el Dr. David Peña20, presentan dichos estatutos a las autoridades provinciales solicitando la personería jurídica; reconocimiento que es concedido por el gobierno de Santa Fe el 21 de noviembre del mismo año. Procedieron, además a la división organizativa en Comisiones: Asuntos Internos, Reclamos, Finanzas, Censura, esta última será creada a los fines de controlar las publicacio-nes de la Revista del Centro.

De los más de doscientos nombres que conformaron el CUA en sus orígenes, dos años más tarde no llegaban a los ciento veinte asociados. La suscripción de socios se convirtió en una tarea de primer orden. Se crearon comisiones compuestas de los integrantes de la Comisión Directiva (CD) y se di-vidió la ciudad en siete secciones encargando a cada una de ellas una sección para que recabara el apoyo de los almaceneros, luego de tres meses de aplicación de este mecanismo el Centro contará con cuatrocientos diez socios.21 La búsqueda por incrementar sus filas de asociados fue una preocu-pación constante, tanto que para agosto de 1899 se eliminará la cuota de ingreso para incrementar la afluencia de socios.22

Fundamental para el fortalecimiento institucional fue la aparición de su Revista, la primer publicación gremial de Rosario, inspirada en el consejo de David Peña y bajo la dirección de Vigil Mendoza, el 1º de junio de 1899 sale a la calle el primer ejemplar de la Revista del Centro Unión de Almaceneros23. El objetivo de este impreso tal como sostienen en su Acta es “que sirviera como lazo de unión para los asociados llevándoles a su conocimiento todos los trabajos del Centro en el orden que se producen, sea también el portavoz de las necesidades del gremio ante los poderes públicos y al comercio al por mayor”.

20. David Peña: nació en Rosario el 10 de julio de 1862, cursó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional, aún adoles-cente se trasladó a Buenos Aires a estudiar abogacía, carrera que interrumpió para acompañar a Bernardo de Irigoyen en la campaña presidencial de 1885. En 1894 habiéndose graduado de abogado regresó a Rosario donde ejerció su profesión se desempeñó como asesor legal del Centro Unión Almaceneros, incluso en algunos momentos sin cobrar honorarios. Es así que, Octavio R. Amadeo en su obra "Vidas Argentinas" le llamó "Abogado de los grandes procesos de la historia"... Aboga-do de los vencidos, sin recompensa y sin honorarios". Fue director del periódico “La Época” de la ciudad de Rosario en 1887, simultáneamente escribió en las columnas de "El Nacional", "La Libertad", "Sud América" y "El Orden". En 1890 fue elegido diputado por Rosario en la Legislatura santafesina. Tuvo un importante papel e influencia en el gremio de los almaceneros defendiendo sus intereses ante los poderes públicos y fue uno de los impulsores de la publicación de la Revista del Centro. CISTORLA, Guido, GÓMEZ, Mario y SASTRE, Marcos, Rosario Biográfico, Editorial Tradiciones Argentinas, Rosario, 1955.

21. CUA, Nómina de Socios 1897, Establecimientos Gráficos, Rosario, 1897. No contamos con datos posteriores que reflejen la cantidad de socios con los que contaba la institución luego de 1897.

22. CUA, Acta N° 88, 22/08/1899.

23. La publicación de dicha Revista fue autorizada por Asamblea General de fecha 03/05/1898. Recién pudo ver la luz prác-ticamente un año más tarde, ya que en ese momento el Centro no contaba con el capital suficiente como para encarar su impresión, pero consideraban que el momento de lucha por el que debía atravesar la Asociación no podía postergarse más tiempo. Para costear la revista se propone a los redactores encarar la impresión por su cuenta sin otra remuneración que la de explotar en su beneficio los anuncios que pudieran conseguirse y teniendo la obligación de suministrar gratis a cada socio un ejemplar de la misma. CUA, Acta N° 82, 09/05/1899. Este órgano de difusión era publicado en forma quince-nal y fue el precursor de su versión posterior denominada “Nuevo Impulso”.

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Constituyéndose en un valioso instrumento de comunicación entre sus asociados, sobre todo en el contexto de su aparición, ya que días más tarde el CUA participará en la primera manifestación ma-siva de comerciantes en la ciudad de Buenos Aires en protesta por las numerosas cargas fiscales que pesaban sobre el comercio, erigiéndose la Revista como el portavoz de sus aspiraciones y defensor de sus intereses.

El CUA y las relaciones intercorporativas

La preocupación principal de esta corporación era la defensa de los intereses del gremio respecto al tema de impuestos, tasas y contribuciones, circunstancias que los condujeron en los primeros tiem-pos a solicitar el apoyo de otras corporaciones, particularmente a la Bolsa de Comercio (BCR).24

El tema de los gravámenes impositivos se convirtió en un problema central y recurrente sobre todo para los comerciantes minoristas, lo que generó demandas, peticiones y movilizaciones encaradas por parte de este gremio cuestionando estas imposiciones. Tal como afirma Marta Bonaudo, si bien la crisis de 1890 fue una crisis de crecimiento al interior del sistema, está implicó una profundización en la “implementación del proyecto fiscal (…) e impulsó un desplazamiento del eje financiero del Estado desde el comercio exterior hacia la tributación indirecta ligada al consumo. El problema impositivo se con-virtió en las dos décadas siguientes en uno de los detonantes más significativos de la tensión social”.25

Así, en diciembre de 1894, esta entidad de reciente creación recurre a la Bolsa de Comercio para que participara en una reclamación conjunta para solicitar al gobierno provincial una baja en el avalúo de las patentes que afectaban al comercio, ya que una actuación mancomunada cobraría más fuerza ante las autoridades.26 Sin embargo, no tienen una respuesta favorable por parte de la BCR ya que esta alegaba que no había recibido de parte de sus socios ningún tipo de queja al respecto.

Años más tarde, solicitan su intervención para encontrar una solución dada la sobredimensión de precios en las mercancías que mayoristas e importadores vendían a los minoristas y la falta de peso, calidad y medida en las mismas; recibiendo una vez más la negativa de esta corporación.

24. Esta fue fundada el 18 de agosto de 1884 bajo el nombre de Centro Comercial como una asociación de comerciantes creada principalmente para disponer de un lugar común donde realizar operaciones mercantiles y subsidiariamente para representar y defender al gremio del comercio ante los poderes públicos; para uniformar los usos y costumbres mercanti-les y para procurar información rápida sobre los negocios de otras plazas. Se consolida a lo largo de estos años, así en 1899 se reforman sus Estatutos cambiando su nombre, el Centro Comercial pasó a llamarse Bolsa de Comercio de Rosario y en ese mismo año, se fueron estableciendo con mayor claridad sus instancias decisionales y atribuciones; compuesta por la Cámara Sindical, Cámara de Comercio, Cámara Arbitral de Cereales, en 1907 se creará la Cámara de Defensa Comercial, en 1910 el Mercado de Cereales a término y finalmente, en 1920 se sumará la Cámara de Yute y sus derivados. Cfr. Videla, Oscar; op. cit.

25. BONAUDO, Marta, “Ciudadanos, contribuyentes y productores en pos de sus derechos (1880-1912)”, en BONAUDO, Marta (comp.). La organización productiva y política del territorio provincial (1853-1912), Prohistoria, Rosario, 2006.

26. El Municipio, 18, 19 y 22/12/1894.

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En 1898 entra en vigencia la Ley de Impuesto Nacionales Internos, el CUA considera que no corres-ponde el pago de los mismos sobre las mercaderías ya existentes con anterioridad a la sanción de la ley y nuevamente convoca a la BCR a participar de las gestiones. Sus dirigentes consideran que es una tarea inútil pero ofrecen sus salones para que puedan reunirse e intercambiar ideas sobre el caso.

La actitud de la Bolsa de no prestar su apoyo a tal importante reclamo tuvo tal repercusión que el diario El Municipio publicó en sus páginas una nota en la cual intentaba lograr el cambio de opinión de esta institución: “no queremos suponer que los miembros del Centro Comercial de Rosario contemplen con indiferencia ese movimiento de protesta. Preferimos creer que se trata de un descuido que debe ser subsanado sin perdida de tiempo, como es de esperar suceda”27

Frente a la negativa, la dirección del Centro decide trasladarse a Buenos Aires para encarar las tramita-ciones correspondientes, sumándose a esta iniciativa el Centro de Almaceneros de Buenos Aires (CA) y otros gremios afectados por la medida, hecho que determinó que el CUA delegara su representa-ción en el Presidente del CA de la ciudad hermana a fin de que presentara el reclamo para la modifica-ción de esta Ley en el Congreso.28 La relación entre ambos Centros de almaceneros fue muy estrecha desde el comienzo, tanto que en enero de 1898 el CA nombra a su par rosarino socio correspondiente y en agosto de este mismo año el CUA hace lo mismo.29

En 28 de junio de 1899 esta entidad se unió a lo que según Adamosvky30, sería la primera huelga y manifestación importante de los comerciantes en la Argentina, que convocó a los comerciantes de Buenos Aires y de varias localidades del interior31, quienes cerraron sus puertas y marcharon por las calles en una manifestación multitudinaria.

Este meeting fue organizado por un Comité del Comercio establecido en Buenos Aires, creando comi-siones a nivel local la cual estaba presidida por Luis Copello32 y designado como secretario se encon-

27. El Municipio, 08/09/1898.

28. El Municipio, 08/09/1898.

29. Las relaciones entre el Centro Unión de Almaceneros de Rosario con otras organizaciones de su mismo tipo fue estre-cha. En enero de 1899 el recientemente creado Centro de Paraná lo nombra como socio honorario, durante esos meses también, un grupo de almaceneros de la ciudad de Santa Fe solicita al CUA que intervenga para reunir a los comerciantes minoristas locales, esta iniciativa rendirá sus frutos en diciembre de 1900.

30. ADAMOVSKY, Ezequiel, op. cit.

31. Según el diario El Municipio los representantes del comercio rosarino que asistieron a la ciudad capital eran más de 60. El Municipio, 27/06/1899.

32. Luis Copello, originario de Génova llega de muy pequeño a la ciudad. Sus primeros pasos en el comercio los da como dependiente del “Almacén de la Bolsa”, perteneciente a Jerónimo Copello y Carlos Berlengieri. Con el paso de los años se convierte en socio de la firma, volcándose al comercio importador de víveres. Socio de la Bolsa de Comercio de Rosario, miembro de la CD del la Compañía de Seguros “La Rosario” y del Banco de La Nación. También incursiona en la política lo-cal siendo concejal municipal. ALONSO, Sebastián y GUSPI TERÁN, Margarita, Historia genealógica de las primeras familias italianas en Rosario, Siglo XVIII y Siglo XIX hasta 1870, Rosario, 2005.

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traba Alfredo Rouillón33 en el caso de Rosario. Los comerciantes minoristas no formaron parte de esta Comisión que se conformó en la ciudad, ya que como se puede ver los principales cargos estaban en manos de importantes comerciantes mayoristas y socios de la Bolsa de Comercio, entidad con la cual el Centro ya había tenido diferencias de criterio en cuanto a los intereses que emanaban de los comerciantes de la ciudad.

No obstante esta circunstancia, el CUA acudió a la manifestación invitado directamente por el Comité Central, designando como representantes a dos miembros de la CD, su Presidente Bartolomé Copello y José Sgrosso.34

Los reclamos puntuales de esta manifestación de comerciantes iban desde la revisión de avalúos, la estabilidad de leyes impositivas, la confección de un código administrativo que suprimiera los desór-denes y las diversas aplicaciones en cada sección administrativa, la revisión del Código de Comercio y de la Ley de Aduanas.35

Los desencuentros entre el CUA y la Bolsa no terminaron aquí. Una preocupación constante para los almaceneros era el avalúo de las patentes con las que se gravaba al comercio, por ello luego de su fundación solicitó en variadas ocasiones a las autoridades provinciales que se le diera participación en el proceso de valuación de las mismas, logrando su cometido cuando en 1899 por un decreto del Ministerio de Hacienda y Justicia es designado como integrante del Jury de Patentes Bartolomé Copello36, quien en ese momento era el Presidente del Centro de Almaceneros. Sin embargo, cuando se produce el nombramiento por parte de la Dirección General de Rentas se designa a Luis Copello, importante empresario importador de la ciudad y miembro de la Bolsa de Comercio.

Cuando el Presidente del Centro se entera de esta equivocación recurre directamente a Copello y le solicita que renuncie a su cargo a fin de subsanar el error en el nombramiento, este se niega rotunda-mente y esta negativa es tomada como una ofensa moral hacia el Centro de Almaceneros, “ya no se trataba de un asunto particular, sinó (sic) de una ofensa moral muy grave inferida al Centro en la persona de su Presidente”37. Finalmente, este enfrentamiento fue subsanado al recurrir el CUA al Ministro de Hacienda, quien reconoció el error y otorgó la designación oficial a Bartolomé Copello.

33. Alfredo Rouillón, hijo de una familia de importantes comerciantes de la ciudad. Funda junto con su hermano Agustín la firma B. Rouillón y Cía, Importaciones. Miembro de la CD de la Bolsa de Comercio de Rosario, así como también parti-cipante en las CD del Jockey Club Rosario del cual llega a ser presidente, del Club Social y de Cerámica Alberdi. Director y accionista de la Rosario Railway Sindicate Ltd., miembro de la junta de la compañía de Seguros “La República”. Constructor, inversor y administrador del Teatro Colón. Presidente del Club Regatas Rosario. Diputado Provincial por el Departamento Rosario e Intendente de la ciudad durante el período 1922-1923. CISTORLA, Guido, GÓMEZ, Mario y SASTRE, Marcos, op. cit.

34. CUA, Acta N° 85, 20/06/1899.

35. El Municipio, 27/06/1899.

36. Bartolomé Copello, comerciante minorista. Presidente del Centro Unión Almaceneros durante siete ocasiones 1898-1904. Concejal municipal de Rosario representando al CUA.

37. CUA, Acta N° 69 20/01/1899 y N°70 27/01/1899.

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Como vimos, en sus orígenes cuando aún era una entidad recientemente establecida en la ciudad buscó en variadas ocasiones el apoyo de la Bolsa de Comercio38, teniendo en consideración la impor-tancia que poseía esta institución como un modo de darle mayor fuerza a sus reclamos, sin embargo el Centro pudo comprobar tempranamente que los intereses de los comerciantes mayoristas e im-portadores no eran los mismos que los de los minoristas.

Poco a poco a partir de los lazos y contactos tejidos a nivel local, provincial y nacional, adquiridos a través de su participación en la política local, su llegada a los funcionarios provinciales y sus estrechos contactos con otros Centros de Almaceneros, principalmente con el de Buenos Aires, llevaron a su fortalecimiento institucional y a la gestación de una identidad propia.

El CUA y su participación en la política comunal

Existe un supuesto generalizado por el cual se sostiene que el ejercicio de la ciudadanía y en particu-lar el derecho al voto, es la forma por excelencia de participación en la vida política. En este sentido, seguiremos los planteos de Hilda Sábato y Ema Cibotti39 a fin de pensar la participación desde una perspectiva más amplia capaz de superar la mera emisión del sufragio con el objetivo de analizar la relación entre los comerciantes minoristas nucleados en el CUA y la política.

La Reforma Constitucional de Santa Fe del año 189040, había traído aparejada numerosas modificacio-nes para la vida comunal de Rosario entre ellas retiró la posibilidad de voto a los vecinos extranjeros aunque conservando la potestad de ser elegidos.

No obstante, los almaceneros representados en el CUA (mayormente extranjeros) encontraran for-mas de incidir en la política local; así durante el año 1898, el Concejo Municipal de la ciudad debe re-novar seis bancas41 en el cuerpo colegiado abriendo la posibilidad de la realización de elecciones para fines del mes de septiembre de ese año. Por parte de los comerciantes se genera un movimiento para aunar voluntades tras una lista que los represente, creándose a estos fines una Comisión de Contribu-

38. Tal como sostienen Pons y Videla en su trabajo: “Para estos años la Bolsa ha adquirido ya una gravitación tal, que su pre-sencia es solicitada para las más variadas iniciativas, requerida su opinión por los poderes públicos – municipal y/o provincial-, las corporaciones económicas, las sociedades de beneficencia, etc.; constituyéndose así en la caja de resonancia de los proble-mas más importantes que se debaten en la ciudad”. PONS, Adriana y VIDELA, Oscar, “Una corporación frente a la cuestión social: la Bolsa de Comercio de Rosario ante los conflictos obreros a principios del Siglo XX”, en Anuario 15, Escuela de Historia, Facultad de Humanidades y Artes, UNR, Rosario 1991–92.

39. SÁBATO, Hilda y CIBOTTI, Ema, “Hacer política en Buenos Aires: los italianos en la escena pública porteña, 1860-1880”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera Serie, Nº2, Universidad Nacional de Buenos Aires, 1er. Semestre de 1990.

40. Preveía la organización de ayuntamientos en las localidades que reunieran al menos 3000 habitantes, los intendentes dejaron de ser electos por los vecinos del municipio y se transformaron en funcionarios designados por el gobernador de la provincia. Constitución de la Provincia de Santa Fe 1890, Santa Fe, 1890 y ROSELLI, Amadeo (Recompilador), Leyes Orgáni-cas Municipales. Cartas Orgánicas de Santa Fe y Rosario – Régimen de las Comisiones de Fomento 1858-1939, Rosario, 1939.

41. El mandato de cinco concejales caducaba el 28 de octubre de 1898 y una banca más que estaba libre por la renuncia de un miembro del Concejo. El Municipio, 21/09/1898.

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yentes42 integrada por representantes de las corporaciones económicas de la ciudad, encontrándose entre ellos el presidente del Centro Unión Almaceneros43, Bartolomé Copello.

La lista de candidatos que resulta seleccionada estaba conformada por importantes comerciantes de la ciudad: Mariano Marull44, Emilio O. Schiffner45, Manuel Zolezzi46, Miguel Grandoli47, Santiago Pi-nasco48 y José Castagnino49. Este grupo de candidatos no respondía a una filiación partidaria estricta y su conformación respondía específicamente a esta convocatoria electoral, disolviéndose una vez cumplido su cometido.50

42. El 24 de septiembre se realiza una reunión en el Teatro Olimpo en donde se decide la nómina de los candidatos. El Municipio, 23/09/1898.

43. Según disposiciones estatutarias, la CD del Centro puede intervenir directa e indirectamente cuando lo considere oportuno en la designación de miembros del poder comunal. CUA, Acta N° 174, 14/04/1904.

44. Mariano Marull, gran propietario rural. Vicepresidente de la Sociedad Rural Santafesina. Accionista del FCCA Rosa-rio- Córdoba. Presidente del Consejo Deliberante. Intendente de Rosario 1892-1893. CISTORLA, Guido, GÓMEZ, Mario y SASTRE, Marcos, op. cit.

45. Emilio O. Schiffner, nació en Alemania, llegó a la Argentina a la edad de 28 años. Comenzó sus actividades como con-tador y en pocos años se convirtió en el socio principal de Schiffner y Compañía, empresa dedicada al comercio de expor-tación. Fue presidente del Banco Provincial de Santa Fe, de la Compañía de seguros “La Rosario”, de la Bolsa de Comercio 1898-1899 y fundó la Compañía Nacional de Petróleos de Buenos Aires. Participó en la fundación de varias colonias agrí-colas de la provincia de Santa Fe. Concejal municipal en varias ocasiones. La ciudad le debe el magnífico edificio del Teatro de la Ópera. CISTORLA, Guido, GÓMEZ, Mario y SASTRE, Marcos, op. cit.

46. Manuel Zolezzi, empresario rosarino dedicado al transporte fluvial. Concejal por la ciudad de Rosario. CISTORLA, Gui-do, GÓMEZ, Mario y SASTRE, Marcos, op. cit.

47. Miguel Grandoli, hijo de un estanciero e importante abastecedor de hacienda. Fue socio de Prudencio Arnold con quien continúo con las actividades ganaderas. Participó en la empresa colonizadora de los campos de Coronel Arnold y Amstrong. Contribuyó con la fundación de colonias agrícolas de Cañada Rosquín, Eliza, Santa Isabel y San Justo, entre otros. Miembro de la Sociedad Rural Santafesina. En el campo político ocupó el cargo de Presidente del Concejo Deli-berante de Rosario, fue Vicegobernador durante el mandato de Rodolfo Freyre y Diputado nacional. CISTORLA, Guido, GÓMEZ, Mario y SASTRE, Marcos, op. cit.

48. Santiago Pinasco, nacido en la ciudad de Rosario. Estudió en el Colegio Nacional de Comercio de Génova, llegó a Ro-sario en 1868 para incorporarse a la firma Pinasco- Castagnino, disuelta después de la muerte de su hermano Luis. Fundó su propia empresa de transporte fluvial que acarreaba mercaderías en lanchones por el Río Paraná. Extendió sus negocios a la importación de especies y efectos navales. Importaba también petróleo, alimentos y bebidas. Socio de la Bolsa de Comercio, fue director del Banco de Italia, Tesorero de la Compañía de seguros “La Rosario”, presidente de Unione y Bene-volenza. Fue concejal municipal, diputado nacional e intendente de Rosario en tres oportunidades, y elector y miembro de la comisión para la reforma constitucional de la provincia en 1904. CISTORLA, Guido, GÓMEZ, Mario y SASTRE, Marcos, op. cit.

49. José Castagnino, nacido en 1853, un auténtico pionero dinámico y emprendedor. Fue socio y director gerente de “Pinasco y Castagnino” de 1874 a 1897, luego fundó la firma “Castagnino y Cía” junto a su hermano Juan Luis y también desde 1910 socio de “A.Cánepa y Cía”. Se dedicó al comercio y a las tareas rurales siendo uno de los primeros ganaderos que importaron a nuestra provincia ejemplares de pedigree. Socio de la Bolsa de Comercio. Contribuyó a la formación de la Liga del Sur. Fue concejal y presidente del Concejo Deliberante, Presidente del Banco Provincial de Santa Fe. Fundador y Presidente de la Sociedad Rural de Rosario y de la sociedad de seguros “La Rosario”; presidente del Hospital Italiano du-rante ocho años y socio fundador del Jockey Club. ALONSO, Sebastián y GUSPI TERÁN, Margarita, op. cit.

50. TERNAVASIO, Marcela, "Sistema político y organización municipal…”, op. cit.

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En una carta firmada por “Un Comerciante” aparecida en el diario El Municipio, este exalta las bonda-des de los candidatos por la lista del comercio:

“Es que, señor director, se trata de personas que por la posición que aquí ocupan, por sus desvinculaciones con los círculos políticos y por antecedentes personales de cada uno, son los verdaderamente llamadas a administrar con tino y honradez la hacienda comunal, sin contar que como dijo otra vez el saliente MU-NICIPIO, no tienen necesidad de traficar con el cargo, ni vender su voto, ni de entrar a formar parte de comanditas municipales.

Y por lo que al comercio se refiere, que en su calidad de mayor contribuyente es el que carga con los platos rotos, la designación de esos candidatos no puede por menos, abrigo de ello la más profunda convicción, que hallar la mejor y más favorable acogida.(...)”

Como podemos observar en la cita, la calidad de estos candidatos reside en su independencia respec-to de la política y por su capacidad administrativa para gestionar la economía comunal. Concibiendo al mismo tiempo al municipio como un órgano estrictamente económico- administrativo que nada tenía que ver con fines políticos. Del mismo modo, lo concebía el CUA cuando la Comisión de Contri-buyentes solicitó su apoyo, ratificando este “que en modo alguno esto significaba el embanderarse con algún bando político”.51

Los comerciantes minoristas constituían una fuerza numerosa en la ciudad, asimismo eran uno de los mayores contribuyentes ya que eran gravados con diversos impuestos que en numerosas ocasiones generaban malestar entre sus filas (como el caso del avalúo de patentes52), contar con aliados insertos en el Concejo Deliberante facilitaría su acceso a los poderes de gobierno. Así por ejemplo, ese mismo año se había producido un aumento desorbitado de los impuestos municipales sobre todo en lo referente a la oficina química, barrido y limpieza, lo que llevó a que el Centro elevara un petitorio al intendente Luis Lamas.53

La preocupación por la participación del Centro en el ámbito de la discusión y sanción de las orde-nanzas municipales fue expresada tempranamente por su asesor letrado David Peña. Era de su crite-rio que los almaceneros se inscribieran en los padrones cívicos ejerciendo el voto cuando llegaran los comicios municipales y así elegir aquellas personas que consideraran más idóneas y compenetradas en los problemas del gremio.54

51. CUA, Acta N° 63, 27/09/1898. Ese mismo día el Comité Departamental de la Unión Cívica solicita al Centro su coopera-ción moral. El cual contesta que“ no puede tomar participación o sostener una lista en la que no ha intervenido para formarla y principalmente por no poderse adherir a un determinado bando político”

52. Las patentes constituían entre un 21 y 23% del presupuesto. Mensajes de Gobernadores 1900–1907, Santa Fe, en el Archivo Histórico Provincial.

53. El cual sostuvo que el aumento de los impuestos municipales obedecía a la necesidad de reajustar las finanzas de la comuna, desequilibradas por anteriores administraciones deficientes. CUA, Acta Nº58 28/07/98. Luis Lamas, intendente de la ciudad de Rosario desde el 21/02/1898 al 19/02/1904.

54. CUA, Acta Nº 82, 03/05/1899.

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Siguiendo este consejo y teniendo en cuenta la importancia de restaurar el voto a los extranjeros en la comuna, cuando el presidente del CUA ser reúne con el gobernador de la provincia José Bernardo Iturraspe para solicitarle el cobro trimestral de las patentes que afectaban al comercio, Copello le hizo presente “la necesidad que se nota de acordar de nuevo el voto a los extrangeros (sic) en las elecciones a representantes en la comuna con el fin de que tomaran intervención legítima elementos nuevos y sanos, que contribuirán a alejar de aquel acto los intereses encontrados de la política que no deben existir siendo la municipalidad un poder puramente administrador, a lo cual le contestó el Sr. Gobernador que ya había resuelto solicitar de los HHCC se acordase la reforma de la constitución en este sentido”55

A poco de aquella entrevista, la Constitución de 1900 les devolvió a los extranjeros el derecho al voto, elevó a 8000 la cantidad de habitantes que debían reunir las localidades para que se creara el órgano municipal, mientras que el intendente continuaba siendo nombrado por el gobierno provincia y el Concejo Deliberante elegido a través del voto calificado.56

Así, llegadas las elecciones del mes de octubre de 1900, el Centro comienza una campaña entre los almaceneros tanto socios como no socios a fin de que se inscriban en el Registro Cívico municipal. Sin embargo detectan que los socios no responden de la manera esperada haciéndose necesario “le-vantar la moral para que el Centro no pierda su prestigio moral ante los poderes públicos”57 de modo que deciden buscar una forma práctica para obtener el debido concurso de sus asociados en las urnas, resolviendo designar comisiones seccionales compuestas por miembros de la Comisión Directiva que se ubicarían en lugares cercanos a cada mesa de inscripción para dirigir a los socios a las mismas.58

De acuerdo a las informaciones periodísticas estas elecciones estuvieron permeadas desde el co-mienzo por el descrédito dado el control por parte del oficialismo de todo mecanismo electoral, tal como lo expone El Municipio: ...” Compuestas las mesas inscriptoras de elementos netamente Iturraspis-tas, y a los que sucederán en las mesas receptoras de votos otros de la misma calaña, todos cuantos actos realicen llevarán el sello del oficialismo que es el único elector”...59

55. CUA, Acta Nº 83, 31/05/1899.

56. “son electores municipales los vecinos de cada municipio, nacionales y extranjeros que tengan 17 años de edad, paguen impuestos fiscales o municipales, se halle inscriptos en el registro municipal…”. Ley Orgánica Municipal de 1872, en: Historia de las instituciones políticas de la Provincia de Santa Fe, Comisión redactora de la Historia de las instituciones de la provincia de Santa Fe, Santa Fe, 1967.

57. CUA, Acta Nº 119, 23/10/1900.

58. En ese momento la ciudad era dividida en cinco secciones donde se ubicaban las mesas de inscripción. El mecanismo de participación electoral durante este período implicaba la inscripción previa de los votantes en los Registros Cívicos municipales, donde se les otorgaban las “papeletas” que debían ser presentada a la mesa en el momento de votar. 1º Sección Sres. Bartolomé Copello y A. Ravaschino 2º Sección Sres. J. Sgrosso y J. Ramón 3º Sección Sres. J.J. Bisogni y L. Somoza 4º Sección Sres. M. Tacchella y R. Virgili 5º Sección Sres. J. Cámpora y Fco. Castagnino.

59. El Municipio, 16/10/1900.

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Frente a este antecedente el “silencio” que revelan las Actas del CUA respecto al resultado de las elec-ciones municipales durante este período nos hace pensar en la escasa adhesión que tuvo por parte de los socios esta convocatoria a votar en las elecciones locales.60

A pesar de este traspié, años más tarde en 1904 se desata un importante debate dentro de la corpo-ración dada la inminencia del nombramiento de un nuevo Intendente para la ciudad que viniera a reemplazar en su cargo al interino Elías Alvarado61.

De acuerdo a disposiciones estatutarias en su artículo 86 el CUA podía intervenir directa o indirecta-mente cuando lo considerara oportuno “en la designación de los miembros del poder comunal, etc.”62, sin embargo la disposición estatutaria daba lugar a las interpretaciones generando un amplio debate al respecto.

Luego de una larga sesión de la CD se decide facultar al presidente del Centro Juan B. Malloni63 para que intervenga de la forma que crea conveniente en nombre de la asociación “para prestigiar la can-didatura para intendente municipal de aquel candidato que contando con más posibilidades de éxito satisfaga mejor los intereses de nuestro gremio y las aspiraciones de la población de la comuna”.64 Este mandado emanado de la CD es cumplimentado por parte del Malloni en una entrevista con el gober-nador de la provincia en donde hace expresos los deseos del Centro.

En las Actas nunca aparece mención expresa de cuál es el candidato que goza con el apoyo del CUA. Sin embargo podemos suponer que la decisión del gobernador al colocar en el cargo de Intendente de la ciudad a Santiago Pinasco no fue objeto de objeción por parte de sus socios.

Si bien será recién en el año 1906 cuando el Centro emprenda nuevamente la iniciativa de convocar a sus socios a las urnas. Apareciendo por primera vez expresado el interés de que el gremio de al-maceneros contara con representantes en el Concejo Deliberante, como un medio de intervenir en la formación y sanción de las ordenanzas y demás disposiciones de orden administrativo aplicado a los almaceneros. Asimismo, consideraban que esta intervención en los comicios no contenía ningún transfondo político sino puramente administrativo, designando a dos de sus socios como candidatos: Bartolomé Copello y Pedro Vassalli.

En base a estas consideraciones solicitan a sus socios que “se inscriban a fin de que tengan más tarde derecho al voto y hagan sentir su influencia a favor de candidatos que defiendan los intereses del Centro U. Almaceneros”65 y designan comisiones para asegurar la inscripción de sus asociados en los padrones municipales.

60. Total de inscriptos en las cinco secciones durante los cuatro domingos que han funcionado arroja la cifra de 450. El Municipio, 30/10/1900.

61. Intendente Interino de Rosario desde 20/02/1904 al 06/05/1904.

62. CUA, Acta Nº 171, 15/04/1904.

63. Juan Malloni presidente del Centro Unión de Almaceneros desde 1904 a 1909.

64. CUA, Acta Nº 171, 15/04/1904.

65. CUA, Acta Nº 208, 02/08/1906.

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Los comerciantes minoristas de Rosario en pos de su identidad: defensa gremial, relaciones intercorporativas y política (1894-1909)

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Durante el proceso de inscripción los encargados de las comisiones se enfrentaron a los mecanismos de la lucha política en ese entonces, mesas de inscripción cerradas, agentes de ciertas facciones polí-ticas que exigían que se les entregaran las boletas de inscripción, etc., hechos que fueron activamen-te denunciados por los socios del Centro.

El CUA y la Liga del Sur

En el mes de noviembre del año 1908 se conocieron las primeras noticias de que se trabajaba en la creación de un nuevo partido político en la ciudad de Rosario, cuya comisión inicial para su organiza-ción estaba conformada por importantes figuras de la ciudad66, surgiendo a fines de noviembre bajo el nombre de Liga del Sur67. A pesar de utilizar dicha denominación se presentaban bajo la fórmula de una agrupación de intereses al margen de la política, uno de sus fundamentos era apartarse de la política nacional, dejando a sus afiliados en libertad de seguir a los partidos o agrupaciones de su simpatía ya que su único objetivo era trabajar por el sur de la provincia y el traslado de la capital.68

Hay interpretaciones que consideran que el nacimiento de la Liga respondió a la necesidad de un grupo de comerciantes rosarinos cansados de las políticas fiscales establecidas por el oficialismo69, sin embargo si bien la política fiscal pudo haber sido un factor, es posible pensar en motivos un poco más complejos. Por un lado, muchos de los fundadores de la Liga habían sido excluidos del grupo político dirigente y otros, especialmente los hijos de inmigrantes aún no habían podido integrarse en la élite política. Por otro lado, los partidarios liguistas provenían de los más variados sectores de la vida económica rosarina: comerciantes de granos, terratenientes, colonos, abogados, pequeños comerciantes, empresarios de distintos rubros.

A partir de la creación de este partido comienza a aparecer dentro del Centro Unión Almaceneros debates en torno a la conveniencia que esta asociación prestara su adhesión “prescindiendo de todo carácter político porque el Centro no hace ni pretende hacer política podría a su juicio seguirse de cerca

66. Esta comisión estaba conformada por: Joaquín Lejarza, Pedro Sánchez, Federico Valdés, J.D. Infante, José Martinoli, Felipe Carreras, Luis Colombo, Emilio Ortiz, Angel Muzzio, Fernando Pessán. Francisco Chiesa, José Castagnino y Lisandro de la Torre.

67. El programa de la Liga del Sur abarcaba los siguientes puntos:1. Reforma amplia de la Constitución. 2. Reforma de la composición del Colegio Electoral y del Senado Provincial, hacién-dolos electivos en proporción a la población y a la realización del Segundo Censo Provincial. 3. Concesión a cada distrito rural del derecho a elegir por el voto de los vecinos contribuyentes nacionales y extranjeros, las autoridades policiales, la comisión de fomento, la Justicia de Paz y un Consejo Escolar. 4. Autonomía municipal para las ciudades de Rosario y Casil-da. Intendente municipal electivo, nueva ley electoral municipal que establezca la representación de las minorías y limite el derecho electoral activo a los que paguen una cuota de determinado impuesto. 5. Reconocimiento a cada localidad de un tanto por ciento de la contribución directa que se recaude en ella en beneficio de sus rentas locales. 6. Anexión de los departamentos San Martín y San Jerónimo a la circunscripción electoral del sur. 7. Reforma del sistema tributario sobre la base de hacer libre el trabajo. 8. Inamovilidad de los jueces. MALAMUD RICKLES, Carlos, Partidos políticos y elecciones en la Argentina: la Liga del Sur (1908-1916), Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid, 1997.

68. Ibidem.

69. Ibidem.

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la marcha del nuevo partido y si su acción fuese eficaz en defensa de los intereses comerciales que son los del gremio, aprovechando el momento oportuno siempre que se estimase conveniente para adherirse al programa y los propósitos de la Liga del Sud.”70

Dentro de la corporación esta nueva agrupación política es vista con buenos ojos por parte de los socios, sin embargo se decide evitar la intervención oficial del Centro en los asuntos de la Liga del Sur, dejando a los asociados en libertad de acción en cuanto a su adhesión y participación dentro de este partido.

Sin embargo, esta decisión deberá ser reconsiderada durante la intendencia de Nicasio Vila71 cuando a fines de 1908 el Concejo Deliberante apruebe el presupuesto destinado al municipio para el año siguiente. La suma del nuevo presupuesto era de $4.016.749,78 moneda nacional y excedía en más de un millón de pesos al presupuesto de 1908.72 Esto implicó la creación de nuevos impuestos que re-caían sobre los vecinos contribuyentes, sobre todo afectando al comercio minorista. Tempranamente, los almaceneros recurren al Intendente para solicitar la derogación del impuesto de sisa que gravaba a las jardineras del gremio73, sin embargo esta demandas nunca fue contestada.

Frente a la suba y la creación de nuevos impuestos que afectaban al comercio, varios gremios de comerciantes convocan una asamblea el día jueves 4 de febrero de 1909, resultando de esta reunión la creación del Comité del Comercio y la Industria y la elaboración de un petitorio elevado al Inten-dente solicitando la suspensión de los nuevos gravámenes. Vila sostiene que no posee el poder para derogar una ordenanza votada y sancionada por el Concejo Deliberante, dejando el conflicto en los términos del primer día.

El 6 de febrero el Centro Unión de Almaceneros convoca a una Asamblea Extraordinaria a fin de de-terminar “la conveniencia de adherirse o no al gran movimiento de protesta que se iniciaba”74. Deciden prestar su apoyo sumándose al cierre de los comercios que ya estaba pautado a partir del día 7 de fe-brero, dejando en claro que “la adhesión del Centro debe efectuarse sin contraer compromisos con nadie, esto es, que dentro del movimiento y con el propósito de mantenerlo hasta una victoria definitiva, trabaje por cuenta propia sin estar obligado ni comprometido a actuar bajo la dirección de personas agenas (sic) a nuestro gremio…”75

La huelga comienza a expandirse con las adhesiones de diversos gremios comerciales a lo que se suman la Liga del Sur y los trabajadores, transformando un lock out del comercio en un movimiento generalizado que incluía comerciantes, trabajadores y consumidores.

70. CUA, Acta Nº 255, 27/11/1908.

71. El 20 de julio de 1906, Nicasio Vila había ocupado el cargo de Intendente de la ciudad por designación del gobernador con el acuerdo de la Legislatura.

72. El presupuesto comunal para el año 1908 no llegaba a tres millones doscientos mil pesos.

73. CUA, Acta Nº 256, 27/11/1908 y Nº 257, 03/02/1909. Jardineras: Carros donde transportaban los comerciantes sus mercaderías.

74. CUA, Acta Nº 258, 06/02/1909.

75. CUA, Acta Nº 258, 06/02/1909.

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Los comerciantes minoristas de Rosario en pos de su identidad: defensa gremial, relaciones intercorporativas y política (1894-1909)

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El apoyo de la Liga del Sur a los comerciantes fue concebido como un espacio para ampliar su base social y electoral, puesto que los comerciantes eran electores municipales, apoyarlos en esta cruzada anti-fiscal significaba ganar votos en las próximas elecciones.

El Centro se convoca en sesión permanente y resuelven visitar al Presidente de la Cámara Sindical de la Bolsa de Comercio para solicitar su adhesión al movimiento de los comerciantes minoristas, sin obtener una respuesta definitiva.

A esta altura de los acontecimientos los miembros del Concejo Deliberante que se encontraban en la ciudad envían a Juan Cabanellas76 para que interpusiera sus buenos oficios ante los gremios y espe-cialmente ante los almaceneros para arribar a un arreglo que pusiera fin al conflicto.

Las bases propuestas para el arreglo eran la supresión inmediata del impuesto de sisa, dejar los im-puestos nuevos y los aumentos hechos suspensos hasta que el Concejo Deliberante se reuniera y resolviera si debían mantenerse o rebajase. El Presidente del CUA sostiene que pondrá en considera-ción de la Asamblea la propuesta, quedando en contestar lo antes posible.

Sin embargo, los acontecimientos se precipitan de tal manera que el Presidente Figueroa Alcorta en-vía una comunicación telegráfica al Gobernador de la Provincia, Echague, para que ponga punto final al conflicto, culminando con las renuncias del Intendente; el Jefe Político y el Concejo Deliberante. De resultas de lo cual, el diputado y ex intendente de Rosario, el “burgués liguista: Santiago Pinasco”77, fue designado como intendente interino. Este solicitó la anulación de los padrones de Rosario, la confor-mación de un Concejo de Asesores y el establecimiento de una nueva inscripción electoral.

Es en este contexto que el Centro de Almaceneros enuncia la necesidad de que todos sus socios se inscriban en el nuevo “padrón municipal y presentar una mayoría en las próximas elecciones municipa-les para llevar dos o más representantes del gremio de almaceneros en el seno del Concejo Deliberante.”78

76. Juan Cabanellas nació en 1855, en el pueblo mallorquín de Pollensa, donde se formó y obtuvo el título de maestro de escuela. En 1870 llegaba a la República del Uruguay donde ejerció la docencia y trabajó como repartidor de panadería, adquiriendo allí mismo experiencia sobre el ramo y pudiendo reunir un pequeño capital. Así pudo instalar una panadería en Mercedes fue entonces que invitó a su hermano menor Gabriel, que se encontraba en Mallorca, a seguir sus pasos, creando junto con él una sociedad que creó en de abril de 1879, fecha fundacional de la sociedad, que luego extendiera su actividad en Rosario. El creciente consumo de harina de Europa, y de la demanda del mercado local, posibilitó que Ca-banellas alquilara en 1891 el Molino Harinero Rosario de propiedad de Henry B. Coffin. En 1897 la Sociedad Juan Albetí Sa-las y Cía., en la que Juan Cabanellas participaba como socio comanditario, adquirió el Molino Harinero Maciel. Meses más tarde se disolvió la empresa y Cabanellas se hizo cargo del activo y pasivo de la misma. Formó parte del primer directorio del Banco Municipal de Rosario, así como también del Banco Popular de Rosario S. A. Fundador de la "Sociedad Anónima Cooperativa Ltda. La Unión Gremial". En 1906 constituyó la sociedad “Cabanellas & Cía.”, junto con Juan y Toribio Tellechea, Miguel Cabanellas Rotger y Lorenzo Colomar. Cultivó amistad con Lisandro de la Torre, sumándose a la fundación de dicha agrupación que promovía la defensa de los intereses regionales desde la arena política. En tal sentido fue Concejal de la Municipalidad de Rosario, entre los años 1905, 1906 y 1912. DE MARCO, Miguel Angel (h), “Las empresas centenarias de Rosario y su región”, en: Revista de la Bolsa de Comercio de Rosario, Año XCVII, N° 1503, Rosario, 2007.

77. BONAUDO, Marta, “Ciudadanos, contribuyentes y productores en pos…”, op. cit.

78. CUA, Acta Nº 258, 10/02/1909.

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El interés de la Liga del Sur por capitalizar sus esfuerzos en cooptar las voluntades de los almaceneros dentro de sus filas, no solo se reveló en el hecho de solicitar oficialmente el apoyo del Centro sino también en que el Presidente del CUA formó parte de la Comisión Municipal para la selección de con-jueces de las mesas de inscripción.79

A fines de mayo de 1909, el CUA decide incorporar a sus candidatos José Sgrosso y J. B. Mosto a la lista de la Liga del Sur, capitalizando electoralmente el consenso alcanzado luego del movimiento de protesta, imponiéndose en las elecciones comunales. Los hechos de de febrero de 1909 posibilitaron la ruptura de la maquinaria electoral oficialista, que se sustentaba en el control de las juntas de ins-cripción de electores y el nombramiento de los conjueces. A partir de ese momento, se produjo un cambio en el equilibrio del poder y el gobernador de la provincia no consiguió volver a influir de ma-nera directa en el Concejo Deliberante de la ciudad desde el momento en que la Liga del Sur y luego el Partido Demócrata Progresista se hicieron con un perdurable control del cuerpo.80

Conclusiones

La constitución del Centro Unión de Almaceneros respondió a la necesidad que emanaba de un co-lectivo de empresarios minoristas de la ciudad, cada vez más importante y numeroso, de defender sus intereses frente a un fisco que los “ahogaba” con impuestos. No obstante, lo que nos interesó re-flejar en este trabajo es la posibilidad de ver a este actor social, en su relación con otros grupos, en su relación con la política y no simplemente como un mero actor económico.

En este sentido comprobamos que sus primeros años estuvieron signados por dos ejercicios de cons-trucción de legitimidad en el espacio público, por una parte, la lucha por la rebaja de estos gravá-menes, demostrando desde sus comienzos una actividad reivindicativa muy intensa con una gran variedad de estrategias y formas de presión ante los poderes públicos; y por otra, por la necesidad de incrementar las filas de sus asociados como mecanismo de legitimación al interior de la actividad. En todo este proceso de lucha y crecimiento dos figuras son fundamentales, su asesor letrado el Dr. David Peña y uno de sus primeros presidentes Bartolomé Copello.

Por otro lado en este proceso no podemos dejar de poner en relieve, cómo los almaceneros identi-ficaron a los grandes comerciantes, encarnada su representación en la Bolsa de Comercio, como ese “otro”, el “diferente”, con el cual polemizaban constantemente. Esta característica que presentaba esta pequeña burguesía, nucleada en el Centro de Almaceneros, como “clase en los límites”, es decir, esa conciencia de no pertenecer ni a las clases populares ni a la gran burguesía, aunque compartieran muchos de sus valores, constituyó un elemento que otorgó una dinámica particular a la relación que

79. CUA, Acta Nº 260, 12/03/1909.

80. El resultado de las elecciones del 20/06/1909 otorgó la victoria a la lista de la Liga del Sur. Ing. Manuel Sugasti (2671 votos); Dr. José Leguizamón (2657); Dr. Fermín Lejarza (2000); Ricardo Schlieper (2584); Miguel Monserrat (2571); José Cas-tagnino (2560); Luis Colombo (2467); F.C. Marty (2445); José Sgrosso (2401); José M. Martinoli (2344); Juan B. Mosto (2327); Enrique P. Marc (2241); Angel Fiasco (2215). El Municipio, 22/06/1909.

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establecieron ambas corporaciones, llevando a la cristalización de diferencias que dieron lugar al de-sarrollo de un gremialismo específico.

Por otra parte, un aspecto fundamental que contribuyó a su fortalecimiento como institución dentro de la trama corporativa de la ciudad estuvo dado por su intervención en la política local, pensando esta participación desde una perspectiva amplia que supera la mera emisión del sufragio.

Teniendo en cuenta que el recorrido del CUA para lograr insertarse en los canales “tradicionales” de intervención en política estuvo atravesado por un largo período de aprendizaje. Esto se debe en parte a las limitaciones del propio sistema, retiro del voto a los extranjeros, escasa participación de los contri-buyentes en las elecciones, los diversos mecanismos de control por parte del oficialismo en la política local, etc., pero por otro lado, también se debe a las posibilidades que ofrecía este mismo sistema de operar por fuera del mismo a través de la petición, la presión y la movilización.

Creemos que un hecho determinante que llevó a la consolidación definitiva de esta asociación estuvo dado por la manifestación de los contribuyentes de 1909 y su alianza con la Liga del Sur, que dio como resultado una sociedad exitosa en términos electorales que le reportó al Centro dos representantes en el Concejo Deliberante municipal y a la Liga la ampliación de su electorado.

El interés del CUA de hacer uso de los mecanismos que ofrecía sistema, era percibido como la manera más eficiente de defender los intereses de sus asociados, ejerciendo el control directo de los poderes públicos y como una manera de canalizar las aspiraciones dentro de su filas.

Estos comerciantes minoristas construyeron su espacio de reconocimiento para sus intereses comunes y en numerosas ocasiones opuestos a otros. Lejos de constituir un todo homogéneo, el proceso de construcción de este grupo fue el resultado de numerosos conflictos, desencuentros y acercamientos, constituyendo elementos propios que le otorgaron características diferenciadoras.

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FuentesActas del CD del Centro Unión de AlmacenerosHistoria de las instituciones políticas de la Provincia de Santa Fe, Comisión redactora de la Historia de las instituciones de la provincia de Santa Fe, Santa Fe, 1967.Diario El Municipio

Fecha de recepción: Julio de 2013Fecha de aceptación y versión final: Diciembre de 2013

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Privatizaciones. Rol del sindicalismoCaso analizado: Foetra

Raúl IrigarayCátedra de Administración PúblicaFacultad de Ciencia Política y RR.II.U.N.R.

¿Gobernar con el enemigo? Los radicales santafesinos en los inicios de la democracia electoral. Santa Fe,1912-1916 *

Bernardo CarrizoDepartamento de Historia Facultad de Humanidades y Ciencias - UNL

[email protected]

* Agradezco los comentarios y sugerencias de Ana Virginia Persello a una versión preliminar.

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Bernardo Carrizo

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¿Gobernar con el enemigo? Los radicales santafesinos en los inicios de la democracia electoral. Santa Fe, 1912-1916

CUADERNOS del CiesalRevista de estudios multidisciplinarios sobre la cuestión social

Año 10 / N° 12 / enero-diciembre 2013ISSN 1853-8827 - www.fcpolit.unr.edu.ar/cuadernos-de-ciesal

ResumenEn el marco definido por la reforma política de 1912, el análisis de la experiencia guber-namental del radicalismo santafesino hace que nos propongamos indagar las condiciones que hicieron de la disidencia su acompañante permanente. El interrogante invita al análisis del radicalismo hacia fuera y hacia dentro de la Unión Cívica Radical de Santa Fe, durante su primera gestión de gobierno (1912-1916). Pero también amerita colocar sobre el tapete los vínculos que aquella organización mantuvo con la Unión Cívica Radical, en el pasaje de partido de oposición -con un pasado revolucionario- a partido de gobierno. En los límites de estos planteos, los radicales santafesinos esgrimieron un pasado reciente en el que la violen-cia revolucionaria había dado lugar a la definición de una identidad política que se proponía, en coincidencia con otras voces, la regeneración de la política. Consideramos que una de las hipótesis que podría ordenar el recorrido de la historia santafesina durante estos años se orienta hacia los lazos que unían y, al mismo tiempo, enfrentaban a los radicales hasta el ex-tremo en que el adversario -perteneciente al radicalismo u otra organización política- era visto como un oponente ilegítimo.

Palabras claves: UCR - UCRSF - facciones - regeneracionismo - elecciones

Abstract In the framework defined by the political reform of 1912, the analysis of government experience makes santafesino radicalism we propose to investigate the conditions that made his constant companion dissent. The question invites analysis of radicalism outwardly and within the Radical Civic Union de Santa Fe, during his first administration (1912-1916). But put on the table deserves the links that organization had with the Radical Civic Union, in the passage of opposition party with revolutionary past to the ruling party. Within the limits of these statements, wielded santafesinos radicals in the recent past that revolutionary violence had led to the definition of a political identity that was proposed, in conjunction with other voices, political regeneration. We believe that one of the hypotheses which could direct the course of history during these years Santa Fe is oriented towards the ties that bound and at the same time, faced to the extreme radicals in which the adversary belonging to radicalism or other political organization - was seen as an opponent illegitimate.

Keywords: UCR - UCRSF - factions - regeneration - elections

Bernardo Carrizo, “¿Gobernar con el enemigo? Los radicales santafesinos en los inicios de la democracia electoral. Santa Fe, 1912-1916”. Cuadernos del Ciesal. Año 10, número 12, enero-diciembre 2013, pp. 101-125.

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Palabras introductorias

En el marco definido por la reforma política de 1912, el análisis de la experiencia del radicalismo santafesino hace que nos propongamos indagar las condiciones que hicieron de la disidencia su acompañante permanente. El interrogante invita al análisis del radicalismo hacia fuera y hacia dentro de la Unión Cívica Radical de Santa Fe (en adelante UCRSF), durante los años de la gestión que en-cabezaron Manuel Menchaca y Ricardo Caballero. Pero también amerita colocar sobre el tapete los vínculos que la UCRSF mantuvo con la Unión Cívica Radical (en adelante UCR) en el pasaje de partido de oposición -con un pasado revolucionario- a partido de gobierno. En los límites de estos planteos, los radicales santafesinos esgrimieron un pasado reciente en el que la violencia revolucionaria había dado lugar a la definición de una identidad política que se proponía, en coincidencia con otras voces, la regeneración de la política y sus prácticas. Consideramos que una de las hipótesis que podría orde-nar el recorrido de la historia santafesina durante estos años se orienta hacia los lazos que unían y, al mismo tiempo, tensionaban a los radicales hasta el extremo en que el adversario político -partidario o extrapartidario- era visto como un oponente ilegítimo.

La UCRSF en la red interpartidaria provincial

En la provincia de Santa Fe, en los años que se enmarca este trabajo, la UCRSF integró junto a las facciones conservadoras y la Liga del Sur (en adelante LS), antes que un sistema de partidos, una red interpartidaria. Como expresa Darío Macor, la red interpartidaria “…se conforma sobre la base de una relativamente heterogénea y equilibrada red de organizaciones que canalizan la vida política partidaria”.1 Esta red se configuraba como un lugar de intersección de tradiciones de socialización política de diferente impronta. En primer lugar, brindaba las condiciones para una vida política en la que se desplegaba, y a su vez constituía, una tradición patricia que articulaba la actividad política con la social. En este sentido, Macor expresa que “una verdadera red de sociabilidad reunía la limitada actividad del comité, propia de los partidos de notables, con el club social y la vida familiar, y homo-geneizaba al grupo de pertenencia facilitando la exclusión de los extraños que no participaban inte-gralmente de la red”.2 En el marco de la tradición patricia, la red social -que se sostenía en relaciones sociales y familiares- que acompaña a la vida política de los notables amortiguaba de alguna manera las secuelas de las batallas electorales.

En segundo lugar, como forma de socialización política, la red interpartidaria otorga un cada vez más significativo protagonismo al comité pues resultó crucial “…en el proceso de selección de los dirigen-tes intermedios y en la integración de la militancia partidaria. Con el partido como núcleo organiza-dor se va constituyendo una nueva tradición que (…) no desplazará en importancia los mecanismos de socialización de aquella tradición patricia, que renovará su vigencia en la selección de las élites dirigentes partidarias”.3

1. Darío Macor, Nación y provincia en la crisis de los años treinta, Santa Fe, Ediciones UNL, 2005, p. 144.

2. Ibídem.

3. Ibídem.

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A partir del entrelazamiento de estas tradiciones, la red interpartidaria contenía organizaciones tradi-cionales -los partidos notabiliares- y otras con cualidades un tanto distintas, como la UCRSF y la LS. En el lenguaje de los protagonistas, las palabras “tendencia” y/o “fracción” hacían referencia, en realidad, a facción como forma de organización política y mediación entre Estado y sociedad. Sin embargo, los actores no hacían explícita referencia a la misma, quizás por la impronta denostativa que conlleva. Sobre esta lógica facciosa de los partidos tradicionales, la literatura política europea ha efectuado un análisis que pone de relieve el carácter negativo de aquélla en la tradición del pensamiento político occidental.

Giovanni Sartori reconoce la permanencia de las facciones como subunidades que participan en la constitución de los partidos modernos. De esta forma, “…una cosa es decir…que los partidos reem-plazan a las facciones como unidad nueva y más amplia, y otra muy distinta implicar que las faccio-nes no sobreviven, o no pueden resucitar, como partes de partidos, esto es, como subunidades de partidos”.4 Inclusive, como subunidades partidarias, las facciones no necesariamente carecen de orga-nización ya que pueden poseer “…su propia red de lealtades, celebran sus congresos, buscan dinero para sí mismas (y no para el partido), disponen de su prensa y portavoces y -en general- guardan con el partido una relación de grupo cuasi soberanos”.5

En relación con nuestro objeto de estudio, la perspectiva de Sartori posibilita una indagación más aguda en lo que respecta al grado de persistencia de las facciones a principios del siglo XX, momento en el cual las organizaciones partidarias que se constituyeron y/o reorganizaron incorporaron ele-mentos prescriptivos que las obligaban a actuar de una manera distinta -como la UCRSF y la LS- en un ambiente político que resultó modificado por las reglas de juego impulsadas a partir de la reforma política de 1912. El autor italiano advierte la impronta de la facción sobre las prácticas de los partidos políticos -y la UCRSF será un caso elocuente- pues “…el faccionalismo es la tentación constante de un sistema de partidos y su degeneración siempre es posible”.6

Sin desconocer los aportes de Sartori, la perspectiva teórica de Ángelo Panebianco resulta sumamen-te operativa para hacer factible el análisis del fenómeno faccioso. Este autor remite al concepto de coalición dominante como uno de los accesos para el análisis de las élites dirigentes: “…la coalición dominante de un partido está integrada por aquellos actores, pertenezcan o no formalmente a la organización, que controlan las zonas de incertidumbre más vitales”.7 Por ejemplo pericia, relaciones con el entorno, comunicaciones internas, financiamiento, reclutamiento cuyo control y acumulación permite a ciertos actores de la coalición dominante desequilibrar a su favor el resultado de los juegos de poder. Más precisamente “el control de estos recursos… hace de la coalición dominante el princi-pal centro de distribución de los incentivos organizativos del partido”,8 lo que termina otorgando a la

4. Giovanni Sartori, Partidos y sistemas de partidos, Madrid, Alianza, 2000, p. 98.

5. Ídem, p. 102.

6. Ídem, p. 53.

7. Ángelo Panebianco, Modelos de partido. Organización y poder en los partidos políticos, Madrid, Alianza, 2000, p. 91.

8. Ibídem.

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organización partidaria una intensa vida institucional de la mano de las tensiones que aportan, entre otras variables, las facciones.

Como mencionamos al inicio la UCRSF era uno de los integrantes de la red interpartidaria santafesina. La historia reciente del radicalismo santafesino contenía una serie de experiencias revolucionarias que merecen ser consideradas al momento de su conversión en partido de gobierno. En este sentido, resulta factible observar la construcción de un puente cuyo sentido no sólo se propone articular las experiencias revolucionarias sino también el fortalecimiento de una identidad política en la que tenía una destacada presencia la violencia. Sobre este aspecto, en sus investigaciones sobre las últimas décadas del siglo XIX porteño, Hilda Sábato pone en relevancia el lugar de la tradición revolucionaria, esto es, la reivindicación del derecho ciudadano a levantarse en armas ante un gobierno despótico, en el marco de las prácticas políticas de esos años.9 Para una UCRSF que había experimentado inten-samente el vínculo entre política y violencia, la ciudadanía armada exponía la intersección entre una política carente de moral (las elecciones canónicas), la revolución como restauración (las armas como camino hacia la regeneración), el uso de la fuerza como forma de defender la patria (el ciudadano-soldado). Estas características gozaron de vigorosidad y dejaron una profunda huella en el discurso y las prácticas políticas de los radicales en el pasaje del siglo XIX al XX.

Al analizar el período intermedio entre las revoluciones radicales santafesinas, Francisco Reyes plan-tea que “la gradación de jerarquías y vínculos dentro del nuevo Radicalismo es elocuente: el ciuda-dano-soldado que continúa su militancia de los ’90, ahora como dirigente; los camaradas veteranos del club; el viejo líder radical devenido en mártir (Alem) y su reemplazante (Yrigoyen); construyendo un relato casi lineal que apela a la ‘tradición’ para el ‘momento de prueba’, velado llamado a la insu-rrección. Las conmemoraciones de determinadas efemérides patrias o partidarias también eran una ocasión para poner en juego esa pedagogía de club que era un canal privilegiado de la sociabilidad radical y de la (re)construcción de su identidad política”.10

Los acontecimientos revolucionarios de 1893 y 1905 consolidaron un rasgo de la vida política: quie-nes fueron protagonistas comenzaron a sentirse parte de una religión cívica cuya impronta era la del ciudadano-soldado llevando a cabo una acción insurreccional en pos de un propósito legítimo. De tal manera que las revoluciones radicales abonaron a la construcción de una identidad radical en la que la presencia del conflicto, devenido en enfrentamiento sin ambigüedades con un adversario, será una nota distintiva de la UCRSF. En particular, los históricos comités centrales de Rosario y Santa Fe dotaron de otro sentido a la empresa de fortalecimiento de las débiles estructuras institucionales de la UCRSF, y le brindaron ese doble núcleo que históricamente la caracteriza.

9. Cf. Hilda Sabato, “El ciudadano en armas: violencia política en Buenos Aires (1852-1890)”, en Entrepasados, Nº 23, Bue-nos Aires, 2003; “’Resistir la imposición’: revolución, ciudadanía y república en la Argentina de 1880”, en Revista de Indias, Nº 246, 2009; Pueblo y política, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2005, cap. III.

10. Francisco Reyes, “Una religión cívica para la Argentina finisecular. Algunos aspectos de la construcción identitaria del primer Radicalismo. El caso de la provincia de Santa Fe (1894-1904)”, ponencia presentada en VI Jornadas Nacionales Espacio, Memoria e Identidad, Rosario, UNR, junio 2011, p. 17.

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En el análisis de la UCRSF es posible distinguir una particular forma de percepción de la política y de lo político inscripta en un clima de ideas compartidas por los partidos y sus principales dirigentes, que se traducían en propuestas comunes como la búsqueda de -en palabras de la época- la “reparación” o “reacción”, lo cual generaba una porosidad entre las fronteras de las organizaciones, situación que más que definir posiciones, terminaba configurando un tipo de lenguaje que por esos años se volvió constitutivo de la cultura política. Enfocar esta última implica de por sí incursionar en un terreno que, lejos de ofrecer una respuesta tajante a nuestras inquietudes, brinda un abanico de matices que, en su combinación, brinda algunas pistas para comprender la complejidad de las prácticas políticas.

En su análisis de la cultura política, Serge Berstein destaca dos elementos: la importancia del papel de las representaciones, lo que la hace distinta de una ideología o de un conjunto de tradiciones, y el carácter plural de las culturas políticas según los momentos históricos y los países.11 El planteo acerca de la existencia de culturas políticas resulta sumamente esclarecedor para nuestro abordaje del re-generacionismo, pues nos exige indagar la diversidad de condiciones (y condicionamientos) en que los actores desplegaron sus estrategias, realizando opciones en detrimento de otras. Algunos de los elementos y aspectos que dan cuenta de prácticas constitutivas de las culturas políticas pueden ser una visión del mundo, una lectura común y normativa del pasado que tematiza ciertos hechos como gesta, una definición sobre el tipo de organización política deseable, un discurso significativo cuyos componentes (palabras claves, consignas, ritos y símbolos) cobran materialidad a través de ciertas formas de ocupación del espacio público.

Para el caso de nuestro país, en el pasaje del siglo XIX al XX, el horizonte liberal y republicano vivió tanto su esplendor como la impugnación de prácticas electorales que manifestaban, desde algunas lecturas, la presencia de una crisis de la política, evaluada como crisis moral. En este sentido, el re-generacionismo se presentaba como una apuesta a la reparación de la política y de lo político que daba cuenta de una motivación diferente, tanto para observadores como para protagonistas, y que se traducía en llevar a cabo una empresa de reacción que estaba en la agenda de muchas de las ex-periencias gubernamentales tanto nacionales como provinciales.

El análisis de la vida política posterior a la crisis del 90 sometió a discusión los principios de legitimi-dad de los gobiernos conservadores que, sumado a las profundas transformaciones sociales propias de la madurez de un orden burgués, ofrecían las condiciones para la percepción de una crisis no sólo política sino también moral que reunió a un conjunto de voces. Como lugar de enunciación, el rege-neracionismo aglutinó el malestar con las prácticas del régimen representativo bajo el imperio de la república oligárquica.12 Como expresó José Luis Romero, en ese espíritu del Centenario que articulaba el pasaje del siglo XIX al XX, la apuesta a una reparación indicaba una lectura de ese presente que,

11. Serge Berstein, “La cultura política” en Jean-Pierre Rioux y Jean-François Sirinelli (dir.), Para una historia cultural, México, Taurus, 1999, p. 390.

12. Botana expresa con respecto al concepto que nos ocupa que desde 1890 se “introdujo en la cultura política un tem-peramento vindicativo y enérgico” que aspiraba a sanear el tejido institucional (la Constitución Nacional) “gastado por los vicios electorales, por la centralización del mando Ejecutivo, o por la indecencia de los dirigentes”. Natalio Botana, “El arco republicano del Primer Centenario: regeneracionistas y reformistas, 1910-1930”, en José Nun (comp.), Debates de Mayo. Nación, cultura y política, Buenos Aires, Gedisa, 2005, p. 122.

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apelando a un pasado para buscar en él aquello que merecía ser rescatado, daba cuenta de un nuevo vigor en la vida política de los años por venir.

Distintos trabajos han dado por sentado que los reclamos por una reparación de las instituciones y costumbres de la República emergieron en el clima de crisis previo a la Revolución del Parque de 1890.13 La idea de crisis -que los contemporáneos percibían no sólo política sino sobre todo moral- re-sultaba clave porque daba cuenta de la dimensión temporal implícita en la noción de “regeneración”. En cuanto a la dimensión temporal, esta particular mirada hacia el pasado colocaba inicialmente el foco en los preceptos jurídicos -incumplidos según su perspectiva- de la constitución de 1853 hasta el extremo de otorgar al período 1862-1880 la condición de paraíso político perdido. Ya en los primeros años del siglo XX, con la reforma electoral de 1902 y de forma más patente con el espíritu del Cente-nario, el regeneracionismo pasó a ser una consigna más o menos general e incorporada a la retórica de la casi totalidad de las fuerzas políticas. Allanado el camino hacia una nueva reforma electoral con el acceso al gobierno nacional del grupo saenzpeñista, “la ideología de reparación moral que impug-naba al régimen político”14 se convirtió en la fuente argumental de la gestión del grupo gobernante, iniciándose una disputa por la apropiación del sentido respecto de ese retorno hacia el pasado, por el cual el radicalismo venía bregando desde los márgenes.

De esta forma el regeneracionismo ocupó un lugar central en el lenguaje político de la Argentina fi-nisecular aunque con vaivenes en tanto fue reivindicado, con mayor o menor énfasis, por un número variable de actores.15 Sólo así puede entenderse la vitalidad que tuvo como principio de legitimidad para la acción de los hombres del radicalismo, llegando a ser una consigna que excedía a este partido, aunque el mismo la concibiera como exclusiva.

En cuanto al vínculo del radicalismo con el regeneracionismo, el primero ha consagrado una imagen como el único portador de la bandera de la reparación institucional hasta el punto de convertirla, por lo menos desde 1897, en un elemento identitario de su existencia partidaria. Desde esta perspectiva, la reparación del sistema republicano-representativo y del régimen federal -hasta el punto de hacer las veces de justificación de sus alzamientos cívico-militares- era el precepto que haría superar la crisis moral y política por la que desde hacía treinta años transitaba el país. Una acción regeneradora de estas características no encontraría su lugar en la agenda de los gobernantes del momento y, precisa-mente, éste era el sitio que la UCR venía a ocupar como baluarte de la voluntad popular.16

13. Cf. Hilda Sabato, “La revolución del 90: ¿prólogo o epílogo?”, en Punto de vista, Nº 39, Buenos Aires, 1990. Ver también Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera (1880-1910), Buenos Aires, Ariel, 1997 y Paula Alonso, Entre la revolución y las urnas, Buenos Aires, Sudamericana/Universidad de San Andrés, 2000.

14. Natalio Botana, “La reforma política de 1912”, en Criterio, Nº 1618, Buenos Aires, 1971, p. 224.

15. Consigna instalada con la crisis de 1890 y devenida central en el debate político del Centenario, el regeneracionismo forma parte de un lenguaje político que nos revela “el conjunto de premisas compartidas sobre las cuales pivotea el dis-curso público de una época, y cómo estas premisas se van alterando en el transcurso del tiempo.” Elías Palti, “Temporali-dad y refutabilidad de los conceptos políticos”, en Prismas, UNQ, Nº 9, 2005, p. 32.

16. Cf. Primera carta de H. Yrigoyen a P. Molina publicada en el suplemento del diario La Verdad, La Plata, 21/10/1909, reproducida en Marcelo Padoan, Jesús, el templo y los viles mercaderes. Un examen de la discursividad yrigoyenista, Bernal, UNQ, 2002, pp. 75-86.

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Ese posicionamiento no implicaba que el partido asumiera una posición revolucionaria en sentido moderno sino una autorrepresentación como protector y restaurador de una tradición política fun-dada en 1853 y que había sido sistemáticamente violada por los gobiernos oligárquicos desde 1880. Esa tradición, consolidada en las décadas del ´60 y ´70, se apoyaba en tres elementos: los derechos del individuo frente al Estado (entre los que podía incluirse la competencia sana entre partidos), la de-limitación de los poderes republicanos y la vigencia del sistema federal. La estrategia revolucionaria del radicalismo vendría, pues, a provocar la liberación de un gobierno ilegítimo y la restauración del viejo orden y de las costumbres políticas.17 Sin embargo, luego de la revolución de 1905 el radicalismo había abandonado la alternativa insurreccional consagrando, al mismo tiempo, la abstención electo-ral que fuera ratificada a principios de 1910 por la Convención Nacional. La decisión, sin embargo, fue rectificada en mayo de 1911 para viabilizar la participación de la UCRSF en las elecciones santafesinas del 31 de marzo de 1912 que dieron el triunfo a la fórmula radical integrada por Manuel Menchaca-Ricardo Caballero.

“La iniciación de una nueva era”

El discurso de asunción del gobernador Menchaca tuvo un doble destinatario, sus partidarios y la ciudadanía en general:

“El momento político actual es sin ninguna duda un momento histórico que marca para la nacionali-dad argentina la iniciación de una nueva era. El Partido Radical consuma después de muchos años de labor y sacrificios una gran obra de aliento. (…) Si luchó persiguiendo la honestidad, hoy buscará ese elemento y la competencia como condiciones indispensables para el desempeño de las funciones públicas. Para los que esperan confiados en programas y promesas les señalo mi programa de candidato que confirmo y ratifico como gobernador…”.18

No obstante esta declamación, las pujas entre los grupos radicales ordenaron los primeros tramos del gobierno, y las referencias a “tendencia” o “fracción” y “cisma” aparecieron en la prensa sin solución de continuidad. Como veremos, las prácticas llevadas a cabo por las facciones del radicalismo santafesino continuaron siendo las habituales: publicación de manifiestos de renuncia a comités, movilizaciones seguidas de arengas, acción de los periódicos (El Mensajero y La Democracia, voceros de los radicales rosarinos y santafesinos respectivamente) a los que se sumaban las denuncias al comité nacional de la UCR en torno a qué significaba “ser radical” y, de la mano de este interrogante, cuáles de los grupos era depositario de la legitimidad radical.

17. Cf. Paula Alonso, Entre la revolución y las urnas, op. cit., cap. IV. Para la autora, la misión del radicalismo implicaba definir a sus integrantes “como los verdaderos conservadores, decían sólo aspirar a preservar las instituciones del país contra un gobierno que en unos pocos años lo habían trastornado todo”, p. 156. Esta retórica prorevolucionaria tendría predominio en el partido en el primer quinquenio de la década del ´90 pero será más evidente al momento de producirse las acciones cívico-militares.

18. La Capital, 10/05/1912, p. 6.

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Al calor de ciertos calificativos enunciados desde un registro binario (correligionarios-traidores; mo-derados-intransigentes; ortodoxos-heterodoxos, guardia vieja-juventud; puros-overos…) se fueron conformando las facciones que anhelaban a legitimarse a partir de una apelación reincidente al “pa-triotismo”, aspiración por entonces constitutiva del lenguaje político. La invocación a la idea de patria adquiría la condición de una unión deseable entre moral y política, y el resultado de esta conexión significaba “la postergación de pasiones e intereses de círculos o personas”, como expresa Menchaca.19 De esta manera, el horizonte de la representación política en la Argentina moderna parecía adquirir un tono casi espiritualista invocando al “alma de la nación”, tono que traerá aparejadas interesantes consecuencias a la vida política argentina del siglo XX.

En el período que centramos nuestro análisis, la UCRSF fue el partido que, al calor de sus triunfos elec-torales, selló más eficazmente el vínculo con la nación. Pero por su aspiración a encarnar el todo, era necesario definir quiénes eran los que podían ser incluidos y quiénes no poseían la legitimidad para ser parte. La lucha por la posesión de las “banderas del Parque”, pasaporte hacia la “causa”, adquiría un plusvalor para definir el lugar que ocupaban las facciones dentro del radicalismo que, a pesar de ser enunciado en singular no alcanzaba a disimular la pluralidad, en ocasiones antagónica, que lo constituía.

Entre 1912 y 1914 las facciones radicales no poseyeron fortalezas institucionales ni cohesión simila-res. No obstante guardaban entre sí un conjunto de rasgos más o menos comunes: la organización a partir de un notable con un recorrido por la red interpartidaria, la movilidad horizontal entre referen-tes al calor de las innovaciones que producían las campañas y los resultados electorales, la lucha por la posesión de las banderas identitarias, la adjudicación de términos para legitimar y/o deslegitimar a propios y ajenos. En este sentido, resulta acertada la imagen de doble pasaje que emplea Ana Virgi-nia Persello para ilustrar esta Argentina circa 1910-1916, y que consideramos de oportuna aplicación para nuestro caso provincial: un “doble pasaje del ‘régimen de notables’ a la ‘democracia de partidos’ y del partido radical de la oposición al partido en el gobierno marca la persistencia de prácticas ante-riores, inscriptas en la tradición facciosa del siglo XIX, y ahora asimiladas en cada uno de los partidos, que identitariamente pujan por presentarse como una unidad”.20

A pocas horas de lo que Menchaca definiera como “inicio de una nueva era” se dieron a conocer una serie de decretos entre los que se destacaba el nombramiento de nuevos jefes políticos para los de-partamentos y el pase a disponibilidad de todo el personal de la administración pública. Estas dispo-siciones, al no diferenciarse de las aplicadas por los gobiernos conservadores, evidenciaban más una adaptación al ambiente antes que el propósito de su transformación. De esta manera durante la ges-

19. La apelación a los términos “patria” y “patriotismo” resulta recurrente en las fuentes analizadas en un momento que la construcción de la nación no coloca en segundo plano a aquellos vocablos. En torno del Primer Centenario, Botana advierte sobre el complejo entrelazamiento entre los criterios de la educación patriótica, imbuida de nacionalismo y xenofobia, y los criterios del “patriotismo constitucional”, vinculados con la legitimidad republicana y los preceptos cons-titucionales. Entre ambos fenómenos encontramos en el centro al Estado como propulsor de las innovaciones y garante de las mismas (desde la mitología patriótica hasta el voto secreto y obligatorio). Cf. Natalio Botana, “El arco republicano del Primer Centenario: regeneracionistas y reformistas, 1910-1930”, op. cit.

20. Ana V. Persello, El partido radical, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004, pp. 54-55.

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tión del radicalismo y al calor de las elecciones, la administración pública se convirtió en una fuente de prebendas vinculadas al círculo más cercano al gobernador. Tal situación colisionaba con una de las aspiraciones de la reforma de 1912, esto es, la existencia de agencias estatales ajenas al favoritis-mo, con mayor eficacia y eficiencia. Con el acceso del radicalismo al gobierno provincial “…tal argu-mentación resultó falaz. Las críticas a la administración continuaban y se mantuvo la imagen de una burocracia estatal subordinaba al partido gobernante y puesta a su servicio, excesiva e inoperante”.21

El gobernador se posicionaba frente a la UCRSF de tal modo que buscaba no someterse a la presión de los comités y los caudillos, incluso parecía imponer “su propia gente” a partir de garantizar la esta-bilidad laboral. Este mecanismo viabilizó la construcción de lealtades hacia el gobernador, tanto por la convencional vía del otorgamiento de cargos como a través de la ratificación en la continuidad en los mismos. De este modo, la distribución de los incentivos materiales selectivos adquiría un doble rostro.

Mientras Menchaca estuvo a cargo del ejecutivo, el radicalismo nunca abandonó su conflictividad interna tanto hacia adentro como hacia afuera de la UCRSF. Uno de los grupos que comenzó a confor-marse fue el principista (también llamado iturraspista o radicales ignacistas), que se autodenominaba “guardia vieja” y aglutina alrededor de Ignacio Iturraspe.22 Los miembros de esta facción recibieron el calificativo de “traidores” por parte de los gubernistas ya que habrían aspirado a bloquear y/o mo-dificar sobre la marcha la consagración de la fórmula gubernamental, impugnando la candidatura de Menchaca. Otro grupo menos cristalizado era el caballerista (también denominado intransigente) que respondía al vicegobernador Ricardo Caballero, que impulsó casi de inmediato cambios en el gabinete. Por último, pueden identificarse dos grupos de menor densidad en ese momento pero que incrementarán su protagonismo: la lehmnista que respondía a Rodolfo Lehmann,23 y la gubernista o menchaquista encolumnada tras el gobernador.

En el proceso de constitución de las facciones, la distribución de los incentivos materiales jugó su parte, y generó situaciones que potenciaron el tenso vínculo entre gobierno y partido. El paso por las “horcas caudinas” de aquellos empleados que “equivocaron el pálpito y votaron contra el gobierno” de Menchaca, los ubicaba en los márgenes de la continuidad laboral en la administración pública. El patronazgo del Estado tenía una derivación directa hacia las “cajas” de los comités que respondían

21. Ana V. Persello, “Los gobiernos radicales: debate institucional y práctica política”, en Ricardo Falcón (dir.), Democracia, conflicto social y renovación de ideas (1916-1930), Buenos Aires, Sudamericana, 2000, p. 86.

22. Empresario rural, integraba las “familias-gobierno” santafesinas y era pieza destacada en la historia del radicalismo santafesino desde los años ´90, particularmente en las revoluciones de 1893 y de 1905. Su accionar político se caracterizó por articular la UCRSF con la UCR, y desde 1903 participó en la reorganización de la UCRSF siendo en varias oportunidades presidente de la junta de gobierno. Ya en el contexto planteado por la reforma política impulsada desde el poder ejecu-tivo nacional, en mayo de 1911 formó parte de la convención nacional que autorizó la participación de la UCRSF en las elecciones de marzo de 1912. Al momento de consagrarse la fórmula radical en Santa Fe, Iturraspe era -y continuará hasta 1913- presidente de la junta de gobierno de la UCRSF.

23. Comerciante esperancino e importante propietario de tierras del departamento Castellanos, puede considerarse pro-totipo de los propietarios rurales de la pampa gringa y de los cambios operados en la composición de las clases altas san-tafesinas, capaces de incluir en su seno, como expresara el mismo Iturraspe, a esos “gringos con plata”. Cuando la UCRSF, desde mediados de 1904, inició el camino de su reorganización, ocupó diferentes cargos en la junta de gobierno.

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al gobernador. A través del pago de sueldos, se producía una redistribución de recursos financieros desde el Estado a los comités por medio de dos mecanismos: la cesión de la “primicia” (primer sueldo) y del “diezmo” (una proporción mensual del sueldo según la categoría del empleo).24

En su análisis del vínculo entre gobierno y partido, Panebianco aporta una pista pertinente en nuestro estudio de la gestión radical: la complejidad de “encontrar el equilibrio entre la exigencia de satisfacer intereses individuales a través de los incentivos selectivos y la de alimentar las lealtades organizativas, que dependen de los incentivos colectivos”.25 La novedad que suponía resolver los compromisos del gobierno con la UCRSF se tradujo en el conflicto entre Menchaca (jefe del ejecutivo) e Iturraspe (jefe de la junta de gobierno de la UCRSF).

A mediados de 1912, luego de una convención, en la UCRSF se constituyó una junta de gobierno de neto corte iturraspista. Una vez más su presidente era Ignacio Iturraspe y el vice, Rodolfo Lehmann. Como antes, estos posicionamientos cristalizaban a partir de un elemento caro a la tradición patricia: el notable, que detentaba en la estructura partidaria -bastante laxa y superpuesta con espacios de sociabilidad más privados que públicos- un lugar como referente y que lo ubicaba en la trama de las “familias-gobierno”.

Tensiones, facciones, elecciones

En febrero de 1913 la elección de un candidato a senador nacional fue ocasión para que en la con-vención radical se suscitara el conflicto entre principistas y gubernistas. La misma se expresó en la definición de quien tenía el atributo de proclamar al tribuno nacional: la convención radical o los legisladores radicales, que conformaban la mayoría en diputados y que en la cámara de senadores guardaban una situación de empate con los sectores conservadores.

En pos de la resolución de esta cuestión, la convención radical resolvió conformar una comisión para consultar al comité nacional y luego informar a la convención provincial. A su vez, las dos facciones apelaron a la opinión de Yrigoyen para orientar sus pasos.26 Finalmente el mecanismo que se empleó fue el que establecía la constitución, es decir, la legislatura era la responsable de la designación. No obstante, el conflicto no cesó en su escalada.

En vista de la elección comenzaron a circular dos rumores con sesgos diferentes. Uno vinculado a la UCRSF, esto es, la renuncia de Ignacio Iturraspe a los cargos que desempeñaba en la organización. El otro, relacionado con la red interpartidaria, y que implicaba un acuerdo entre liguistas, sectores con-servadores y un grupo de radicales para votar a Iturraspe como senador. En el contexto de la tensión entre gobierno y partido, ambas alternativas pueden ponderarse como mecanismos de presión hacia el gobernador.

24. Cf. Santa Fe, 17/01/1913, p. 5.

25. Ángelo Panebianco, Modelos de partido, op. cit, p. 42. La cursiva es del autor.

26. En la opinión de Alfredo Acosta, el líder nacional se mantuvo en el plano de la prescindencia saliendo de él sólo para emitir un simple consejo. Cf. Santa Fe, 17/01/1913, p. 1.

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La primera sesión extraordinaria convocada a los efectos de la elección del senador nacional no alcan-zó quórum ya que sólo concurrió un grupo de los legisladores radicales. Ínterin de la segunda convo-catoria, los días 12 y 13 de febrero Iturraspe elevó sendas renuncias a la junta de gobierno de la UCRSF y al comité nacional de la UCR. Con este notable a la cabeza, el radicalismo principista (a partir de ese momento disidente o reaccionario) buscaba acelerar el ritmo de su institucionalización. A través de su renuncia, Iturraspe invitaba a sumarse a un nuevo radicalismo “a los radicales de verdad y a todos los ciudadanos que simpaticen con la causa…”.27

De esta forma, a casi un año del inicio de la gestión Menchaca, el cisma germinado en marzo de 1912 dio origen al radicalismo principista que buscó legitimarse respecto del gubernista a través de varios argumentos: la posesión de las banderas identitarias y de la tradición de la agrupación, la reivindica-ción del programa que la UCRSF había esgrimido en las elecciones de 191228 y la ponderación de los viejos actores en detrimento de los nuevos.

Cinco días después de la renuncia de Iturraspe, se reunió la asamblea legislativa de la que participa-ron los 56 legisladores en funciones. El candidato oficial, Rodolfo Lehmann obtuvo 26 votos. Ignacio Iturraspe, el candidato de una incipiente coalición -luego denominada Concentración- recibió 30 vo-tos, con lo cual quedó consagrado senador nacional. Así, el voto de liguistas, coalicionistas y radicales principistas hizo posible el triunfo de Iturraspe. En otras palabras, la lógica patricia encabezada por Lisandro de la Torre, Rodolfo Freyre y el mismo Iturraspe conquistaba un lugar dentro del senado nacional al sortear la política del radicalismo gubernista. La puja entre actores del mundo notabiliar y otros que respondían al radicalismo gubernista parecía inclinarse hacia los primeros.

La consagración de Iturraspe provocó efectos en la red interpartidaria y en distintos espacios del sis-tema de poder: renuncias de presidentes de comités y a jefaturas políticas, convocatorias a legislado-res por parte de los comités departamentales para exigir explicaciones respecto de su voto, escenas de pugilato entre notables y algún que otro duelo en ciertas localidades de la provincia. Diversos co-mités gubernistas expulsaron a Iturraspe -borrando su nombre del libro de afiliados- y a legisladores radicales y miembros del partido que no siguieron la línea gubernista. Al final de cuentas, la junta de gobierno de la UCRSF no consideró la renuncia de Iturraspe sino que decidió expulsarlo -junto a los diputados Clorindo Mendieta,29 Francisco y Rodolfo Iturraspe- de tal manera que la jefatura recayó en Rodolfo Lehmann.30 De esta manera, la coalición dominante de la UCRSF resultaba modificada al calor de los cambios surgidos a partir del vínculo entre gobierno y partido.

27. Santa Fe, 16/02/1913, p. 1.

28. “El señor Iturraspe…hace valer en su favor cuestiones fundamentales que formaron parte esencial del programa de gobierno del partido, como son el aumento del presupuesto en cuatro millones en lugar de su disminución, la oposición ministerial a las municipalidades electivas, el descuido en la formación de las policías y en la organización de la justicia y la mala aplicación de los dineros del estado”. Santa Fe, 05/03/1913, p. 1.

29. Mendieta había participado de la revolución del 30 de julio de 1893, y luego de la misma fue uno de los desterrados en Montevideo. En 1894 fue vocal del comité central de Rosario. Tenía un intenso vínculo político con Ignacio Iturraspe, figura clave del comité Santa Fe de la UCRSF.

30. A su vez Iturraspe hizo pública su renuncia a la senaduría que nunca llegó a efectivizarse y su dieta de senador la destinó a obras de beneficencia. El acto de renunciar a un cargo o a una candidatura era un estilo de época pero que

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El radicalismo principista prosiguió su institucionalización a partir de la articulación de retazos de sectores coalicionistas y referentes radicales “antiguos, probados, meritorios y de plena confianza”,31 como expresaban varios dirigentes vinculados a Iturraspe. Esto se tradujo en la adhesión de clubes y comités que manifestaron su explícito apoyo al expresidente de la junta de gobierno.

Mientras, el radicalismo gubernista explicitaba las tensiones intrapartidarias a través del redireccio-namiento del patronazgo estatal: comisarías, consejo de educación, juzgados de paz y jefaturas po-líticas fueron ámbitos de movimiento de personal.32 El gobernador también aspiraba a controlar a la UCRSF a través de comités y caudillos de parroquia afines, junto a la organización de la juventud que “se la mantendrá como escuadra en vísperas de combate, con los fuegos encendidos”.33 Pero al mismo tiempo ciertos incentivos ideológicos no fueron totalmente sostenidos desde el gobierno,34 lo cual ameritó nuevas críticas de los principistas marcando distancias e impugnando a los gubernistas, a los que calificaron como “situacionistas” en virtud de su pacto con cuadros de la Coalición.

En marzo de 1914 se llevaron a cabo tres contiendas electorales: el 1º de marzo, elecciones que re-novaron la mitad de la legislatura, el día 15, elección para cubrir una senaduría por La Capital por fallecimiento del senador, y el 22, elecciones parciales legislativas nacionales para cubrir 7 bancas en la cámara joven (cinco por la mayoría y dos por la minoría).35

Además del radicalismo gubernista, participaron en la primera de estas elecciones la Concentración, coalición escasamente institucionalizada en la que se hallaban hombres del “antiguo régimen”: retazos de la ex Coalición (vinculados al exgobernador Rodolfo Freyre) y del disuelto Partido Constitucional,36 radicales principistas, LS y un novel Partido Demócrata Cristiano.37 Esta coalición, que ya había tenido

también puede interpretarse como una forma de presión. Verbigracia, Yrigoyen explicitó varias renuncias a candidaturas legislativas, incluso a la presidencial de 1916.

31. Santa Fe, 25/02/1913, p. 5.

32. Cf. Santa Fe, 01/03/1913, p. 1.

33. Santa Fe, 09/03/1913, p. 1. El organizador y presidente del comité de la juventud radical era Francisco Menchaca, her-mano del gobernador y diputado por el departamento La Capital.

34. Por ejemplo la indiferencia ante un nuevo aniversario de la muerte de Alem y el escaso impulso dado a la construc-ción de un monumento en honor a ese “abnegado y malogrado patricio, mártir de las libertades públicas”. Cf. Santa Fe, 01/07/1913, p. 5. Esta columna es firmada desde Rosario por un “corresponsal oficioso” quien durante el resto del año colaborará con el diario desde la ciudad del sur. Este corresponsal califica al menchaquismo como “radi-coalicionismo”, la misma denominación con la que los radicales intransigentes rosarinos hacían referencia a esa facción.

35. En vista de estos eventos, las giras del gobernador por los departamentos provinciales constituyeron una práctica que, si bien no guardaba novedad, se intensificó durante ese mes. En ocasión de las mismas en departamentos de la costa, como Garay o San Javier, las policías de campaña llevan a cabo las “arreadas” de los sufragantes para que asistan a estos actos públicos.

36. Otros notables del Partido Constitucional se enrolaron en el radicalismo gubernista, por ejemplo Ignacio Crespo y Ricardo Aldao quienes en la reunión que resolvió la disolución del partido fueron los impulsores de esa posición. Cf. Santa Fe, 11/02/1914, p. 1.

37. A mediados de julio de 1913 comienza el rumor de la organización de este partido -sobre el que no tenemos mayores referencias- pero que se estructuró en torno de figuras pertenecientes a otras organizaciones de la red interpartidaria. Cf. Santa Fe, 12/07/1913, p. 1.

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un ensayo de facto al momento de la elección de Iturraspe como senador nacional, implicó la conti-nuidad de las agrupaciones que la conformaron, y tenía en la figura del “comité ejecutor” al órgano que articulaba sus acciones, donde cada uno de los fragmentos partidarios estaba representado por los principales dirigentes de las juntas de gobierno de los partidos que integraban la Concentración. En caso de acceder a bancas, la estrategia de la coalición consistía en distribuirlas en cada departa-mento según la fuerza electoral aportada por cada partido.

Resultó evidente el involucramiento de la UCR en la elección. Yrigoyen, como en los días previos a la votación que diera el triunfo a la fórmula Menchaca-Caballero en 1912, se instaló primero en Santa Fe y luego en Rosario organizando los trabajos del partido. El líder nacional participó de las moviliza-ciones junto a figuras locales y formó parte de la convención que definió los candidatos a senadores y diputados:

“El solo hecho de venir a Santa Fe este ciudadano, dice de la importancia que se atribuye a las eleccio-nes de marzo. Y es natural que así sea, desde que en ellas se va jugando la estabilidad del gobierno de Santa Fe y los prestigios de la agrupación… El doctor Yrigoyen viene, pues, a conformar a sus corre-ligionarios en peligro y desde luego, su presencia en escenario tan pequeño relativamente, agranda los lineamientos de la lucha”.38

Las elecciones provinciales del 1º de marzo dieron como resultado el triunfo radical en la mayoría de los departamentos. Si nos detenemos en la distribución de posiciones que generó esta elección resultan evidentes dos consecuencias: el predominio del radicalismo gubernista y las debilidades de la Concentración. Sobre 21 diputaciones en juego, la UCRSF obtuvo 18, la LS 2 y una para un inde-pendiente.39 Con respecto a los seis senadores, la UCRSF se quedó con cuatro bancas, la LS con una y otra en manos de un independiente. Llamativamente, la Concentración no obtuvo legislador alguno. Como en 1912, la UCRSF triunfó en departamentos del norte, centro y sur. Ganó en General Obligado, San Jerónimo, San Lorenzo, en los que había perdido en 1912 frente a la Coalición, en el primer caso, y frente a la LS en los últimos dos. Mientras, la LS concentró su triunfo en tres departamentos del sur provincial.

En la elección para cubrir la banca de senador por La Capital, el radicalismo llevó como candidato al exgobernador Ignacio Crespo, referente del disuelto Partido Constitucional. La candidatura de este notable provocó la presentación casi testimonial de la Concentración puesto que el triunfo de Crespo resultó arrollador.40

La elección nacional del 22 de marzo dio también el triunfo al radicalismo: sobre un total de 7 dipu-tados nacionales, la UCRSF obtuvo 5 (Frugoni Zavala, Araya, Noriega, Gandolla y Aldao) y dos bancas

38. Santa Fe, 19/02/1914, p. 3.

39. El término independiente involucra a referentes políticos con poder territorial en ciertos departamentos provinciales que, en la mayoría de los casos, han militado en las filas del conservadorismo.

40. En La Capital votaron 4548 ciudadanos con este resultado: Crespo: 3775 votos, Doldán: 256, en blanco y otros parti-dos: 517.

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la LS (Correa y Lagos).41 En esta ocasión la UCRSF ganó en todos los departamentos, a excepción de Belgrano y Caseros. Es de destacar que en la conformación de la lista de candidatos del radicalismo se observa la incorporación de exconstitucionales, como Ricardo Aldao, asimismo una distribución equitativa de legisladores entre el norte y sur provincial. En esta elección, la Concentración decidió no presentar batalla dando a conocer sus motivos con un manifiesto. Las prácticas fraudulentas llevadas a cabo por el gobierno en las elecciones del 1º de marzo se esgrimieron como el principal motivo de deserción en la contienda.

En síntesis, el escenario de marzo de 1914 muestra un conjunto de novedades respecto de dos años atrás. El radicalismo gubernista parecía ganar la pulseada a la “vieja guardia” que se manifestó tanto en la salida de Iturraspe de la UCRSF como en la debilidad del radicalismo principista que operó des-de la Concentración. No obstante, las negociaciones que recorrieron la red interpartidaria siguieron alumbrando el camino político para la conformación “a retazos” de la Concentración, que se apoyó en las figuras fuertes de cada uno de los fragmentos que la constituyeron pero sin lograr arrebatar posiciones de poder, a excepción de la senaduría nacional de Iturraspe, decidida en la legislatura y no en las urnas.

A esa altura de los acontecimientos, el radicalismo gubernista -que en principio necesitó de Yrigoyen para hacer factible la candidatura de Menchaca- generaba nuevas lealtades al calor del manejo del presupuesto y de la distribución de los incentivos selectivos. La institucionalización de esta facción vinculada al gobernador se observaba en los eventos electorales pues relegaba a otras facciones al campo de la oposición, junto a otros partidos y a fragmentos del situacionismo que en ocasiones electorales daban lugar a coaliciones como la Concentración. Mientras, el radicalismo principista ter-minó escindiéndose a partir del alejamiento de Iturraspe,42 y en las elecciones del 1º de marzo unió sus filas a la LS en los departamentos del sur.

¿Gobernar con el enemigo?

En noviembre de 1914 se dio a conocer un manifiesto de la junta de gobierno de la UCRSF en el que se explicitaba el distanciamiento entre partido y gobierno. La junta,43 en uso de los atributos que le confería la carta orgánica, se reunió en Rosario y no en Santa Fe. Sin embargo, ciertas voces radicales expresaron que el máximo órgano partidario había actuado sobrepasando sus atribuciones ya que sólo se reunieron tres de sus miembros, objeción que no necesariamente se basaba en los lineamien-tos prescriptivos del partido. Otro factor de impugnación a la junta radicaba en que la misma había caducado el 30 de julio de 1914, y no se había producido la renovación de sus integrantes.

41. Más allá de este resultado comienza a plantearse una posible disolución de la LS y el inicio de los trabajos de de la Torre para la formación de un gran partido nacional conservador. Cf. Santa Fe, 25/03/1914, p. 2.

42. En las elecciones del 1º de marzo esta facción votará a los candidatos de la LS en los departamentos del sur. En Rosario los radicales independientes, que respondían al diputado Clorindo Mendieta apoyaron a la LS, y otros se reintegraron al radicalismo gubernista.

43. En 1914 integraban la junta: Rodolfo Lehmann, Néstor de Iriondo, Francisco Elizalde, Arturo Gandolla y Tobías Arribi-llaga. Los dos primeros pertenecían al comité seccional Santa Fe y los restantes al de Rosario.

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En el manifiesto de referencia la junta exponía las diferencias que mantenía con el gobierno provin-cial:

“Que el gobierno de Santa Fe emergido originariamente de los esfuerzos llevados a cabo por la UCR debió tener como propósitos fundamentales la realización de los anhelos de reparación moral e institucional que siempre fueron la razón primordial de su existencia; cumpliéndolas con las mismas integridades que impertérritamente constituyen su regla de conducta.(…) …el gobernador de la provincia no requirió en ningún momento el juicio ni el consejo de la dirección de la UCR al tomar las medidas administrativas y políticas…

La junta de gobierno, en nombre de la UCR de la provincia declina toda responsabilidad en los suce-sos ocurridos; declara que no se solidariza política ni administrativamente con el gobierno. Y como siempre, se ratifica en los propósitos de proseguir su acción reparadora que tiene el deber de conti-nuar…”.44

La junta se constituyó en la voz de la UCRSF marcando su diferencia con el gobierno, al que definía como carente de una legitimidad de gestión, precisamente porque su ejercicio del poder se había llevado a cabo desconociendo los altos principios. En otras palabras, la junta presentaba al partido como cualitativamente distinto de la gestión gubernamental y, a su vez, como un lugar de refugio del propio radicalismo y de las grandes metas que habían dado sentido a su historia política. La UCRSF adquiría, entonces, un doble sentido: era un objeto valioso en sí pero también una catapulta para la prosecución de los grandes objetivos por parte de los dirigentes que la orientaban.

A fines de 1914 y como resultado de la ruptura con el gobierno radical, el comité central Rosario inició la reorganización,45 empresa que implicó un proceso de penetración en el espacio provincial. La reorganización del partido conllevó nuevos posicionamientos como así también la necesidad de obtener recursos materiales que no podían depender del patronazgo estatal, lo cual implicó el aporte de aquellos de “bolsa gorda”, como Rodolfo Lehmann.46 Tal prescindencia de los recursos estatales implicó que la UCRSF ratificara su horizonte regeneracionista y, al mismo tiempo, su incompatibilidad con la facción gubernista. En el proceso de instalación de los comités de la facción disidente se expli-citó este propósito:

“…en el llano debemos medirnos todos los ciudadanos, con iguales armas, la libre propaganda y el libre acceso a las urnas, sin que en momento alguno la acción oficial cubra con su manto protector, pero deshonorable, aquellas altas funciones ciudadanas. Es así como realizaremos, honrándonos, los

44. Santa Fe, 11/11/1914, p. 4. Dicha declaración recibe el apoyo del senador José Camilo Crotto, miembro de la mesa di-rectiva nacional de la UCR. Cf. Santa Fe, 12/11/1914, p. 2. El documento también recibió el apoyo de Caballero quien junto a Lehmann reorganizó los comités de la facción que encabezaban en la capital de la provincia. Comenzaba a circular el rumor de la candidatura de Lehmann a gobernador. Cf. Santa Fe, 15/11/1914, p. 2.

45. Reorganización es un término de extenso recorrido en la historia de las organizaciones partidarias y da cuenta de dos principales tareas: apertura de comités y empadronamiento de afiliados.

46. El aporte económico de dirigentes, afiliados y militantes a la actividad política es un tema elusivo que escasamente hemos podido analizar en las fuentes. El financiamiento de la actividad partidaria todavía espera un tratamiento en pro-fundidad para dar cuenta de otros aspectos de la vida política.

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trascendentales propósitos que dieron origen a la UCR. (…)…dejando señalada claramente la línea divi-soria inconfundible entre Gobierno y Partido, entre policías y comités. (…) También se une a esta tarea la renovación del ejecutivo provincial, en la que tendremos que proceder con mayor cautela y más acerta-do tino que ayer, si no queremos recaer en lamentables errores”.47

Los gubernistas tenían en los diputados nacionales Aldao y Frugoni Zavala, en los departamentos del norte, y a Rogelio y Perfecto Araya, en los del sur, a sus principales organizadores, al mismo tiempo que mantenía la alianza con referentes del disuelto Partido Constitucional.

Los “bandos” -como los define la prensa- estaban claramente cristalizados al interior del radicalismo. En Rosario, el grado de conflictividad era tal que en una de las reuniones llevadas a cabo en un comi-té para resolver el posicionamiento respecto de las facciones en pugna, “algunos sacaron armas de fuego y no pocos recibieron garrotazos y perdieron sus sombreros en la tremolina”.48 En otro comité se mocionó retirar del salón el retrato de Menchaca “por considerar interrumpidas las relaciones entre el partido y el gobernador de la provincia”.49 Mientras, como otra manifestación de la conflictividad, la legislatura no trataba en sesiones ordinarias el proyecto de presupuesto para 1916 lo cual obligó, una vez más, al gobernador a realizar modificaciones por decreto.

El conflicto fue adquiriendo un sitial cada vez más destacado. Las reuniones se sucedieron tanto en la capital de la provincia como en Rosario. Clubes, comités, confiterías y hoteles eran los lugares donde discurría el diálogo del que participaban legisladores provinciales y nacionales y dirigentes de co-mités departamentales. A la luz de la conflictividad entre radicales resultaba evidente que la facción disidente operaba desde la UCRSF empujando a la facción gubernista fronteras afuera. Por su parte, ésta última maniobraba desde el gobierno pero dejaba al desnudo las limitaciones del radicalismo en su empresa de reparación, leitmotiv de su historia política.

La lógica facciosa exponía la fortaleza de los grupos de poder que cobijaba el radicalismo al calor de la proximidad de la batalla electoral de 1916. En esta puja era posible observar una particular relación entre los radicales, por ejemplo, el reemplazo en el lenguaje político de “el gobierno de Santa Fe” por “círculos oligárquicos y corruptos”. A esto se sumaba el rescate que realizaba la junta de un relato modélico que incluía a “mártires” que habían realizado “esfuerzos” en el pasado en pos de los anhelos de “reparación moral e institucional”, al tiempo que impugnaba a los “traidores” que estaban en el go-bierno. Estos elementos ofrecían las condiciones para la conformación de una memoria conminatoria que legitimaba, al calor del vínculo entre gobierno y partido, a algunos radicales a la vez que expulsa-ba a otros al terreno de lo espurio.

La “cuestión santafesina” formó parte de la agenda del comité nacional de la UCR. La mesa directiva tardó varios días en diseñar una solución al problema político-institucional de la UCRSF. Finalmente se resolvió impulsar la reorganización del partido, con la conducción de un interventor a partir de la

47. Santa Fe, 10/02/1915, p. 2.

48. Santa Fe, 22/12/1914, p. 4

49. Santa Fe, 08/12/1914, p. 3.

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caducidad de la junta de gobierno. Los fundamentos de la resolución apelaban a las banderas y a la disciplina:

“No cabe otra forma de proceder, en miembros de un partido de sanos principios y organización legal. Cumpliendo como buenos y como leales, soldados todos de la más noble y más popular de las causas políticas, a todos incumben obligaciones y responsabilidades en la propia decisión. Reine la armonía, elévese el espíritu de concordia y cedan las pasiones ante las grandes supremas exigencias de la Unión Cívica Radical”.50

La responsabilidad de la empresa recayó en el capitán de navío y entonces diputado Diógenes Agui-rre. Días después el interventor asumió la dirección de la UCRSF y procedió a su reorganización según los lineamientos que determinaba la carta orgánica nacional: “…hasta dejar consolidado el gobierno propio de las fuerzas políticas radicales de esta provincia”.51 Inicialmente, la junta del partido aceptó la decisión pese a que la misma no respetaba las prescripciones de la carta orgánica de la UCRSF. El consenso de la junta se obtuvo a cambio de que el interventor piloteara la reorganización del partido “sin intromisión de elementos extraños o incapacitados para intervenir, por nuestra moral partidaria o las leyes que nos rigen”.52

El proceso de reorganización de la UCRSF comenzó con una reunión, convocada por el interventor, a la que fueron invitados representantes de las facciones. En la misma se informó que se iba a proceder según lo estipulado por la carta orgánica de la UCR, las resoluciones del comité nacional y las del in-terventor. Para hacer efectiva esta tarea, bajo la dirección de Aguirre se organizaron dos comisiones provisorias, una en Santa Fe y otra en Rosario.

Mientras tanto, referentes políticos de la facción gubernista recorrieron la provincia para entablar acuerdos y compromisos con dirigentes de los comités de distrito y departamentales de la UCRSF. Por fuera de la institución partidaria, la misma facción convocó en Santa Fe a una asamblea que se des-envolvió con los procedimientos propios de una convención partidaria. A la misma fueron invitados a participar “todos los dirigentes departamentales del radicalismo santafesino” con el fin solucionar las circunstancias políticas “en consonancia con los intereses y aspiraciones del partido”.53

A esta altura de los acontecimientos, los gubernistas se proponían transitar el camino de la construc-ción de una nueva organización partidaria que represente sus intereses en la venidera competencia electoral. El campo de batalla no se constituyó, entonces, en la UCRSF sino que salió de la misma para

50. Santa Fe, 21/04/1915, p. 5.

51. Santa Fe, 22/07/1915, p. 2.

52. Santa Fe, 31/07/1915, p. 2.

53. Santa Fe, 28/07/1915, p. 2. La invitación fue firmada entre otros por: Ricardo Aldao, Domingo Frugoni Zavala (diputa-dos nacionales) y Francisco Menchaca (diputado provincial, presidente de la juventud radical de Santa Fe y hermano del gobernador). La misma fue remitida a todos los departamentos para que enviasen delegados a la reunión que se realizó el 29 de julio en los salones de la sociedad Roma Nostra de Santa Fe. Este teatro junto al Hotel Italiano eran los más fre-cuentados por los radicales para llevar a cabo sus convenciones.

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librarse en el espacio público, bajo la mirada contemplativa del comité nacional que no lograba coop-tar a los sectores disidentes que proseguían con el control de la UCRSF.54

Las dificultades del interventor para obtener la prescindencia de la máquina estatal en la reorgani-zación del partido implicó la escalada del conflicto. Francisco Elizalde,55 miembro de la junta hasta la intervención, envió un telegrama desde Rosario al interventor expresando que “Nadie detendrá explosión popular si resolución a adoptarse importara una regresión; la medida está colmada y Santa Fe reivindicará su buen nombre de siempre”.56 Luego de quince días de haber acatado el decreto sobre su caducidad, la junta resolvió enviar una nota al presidente del comité nacional, José C. Crotto, de-clarando que “reasume sus facultades de más alta autoridad de la UCR de la provincia”. El documento proseguía de esta manera:

“En consecuencia de esta resolución declaramos nulo todo lo que pueda hacer en nombre de la Unión Cívica Radical, el señor comisionado coronel Diógenes Aguirre y no reconoceremos más autoridades que las que surjan de la convocatoria que hará esta junta de gobierno. Cúmplenos manifestarle también que declaramos terminadas las relaciones políticas y rotos los vínculos que nos unían a esa dirección”. 57

Los fundamentos del documento se apoyaban en que la intervención no había logrado la exclusión de los empleados públicos en el proceso de reorganización de la UCRSF. Evidentemente, la aspira-ción de los disidentes de convertir a Aguirre en árbitro sucumbió ante el control que desde la UCR se efectuó sobre la intervención junto con el apoyo otorgado a los gubernistas. El acuerdo logrado en principio entre el interventor y la junta para que la misma caducara en sus funciones se sostenía en “que los empleados públicos no tomarían parte en los actos preparatorios, ni en la elección de autori-dades de los comités del partido”.58 Desde Rosario, ante la inviabilidad de ese propósito los disidentes se declararon los “únicos radicales”.59

En el lenguaje político y en las representaciones de los actores, la violencia todavía conservaba un lugar importante en la definición de las posiciones de unos ciudadanos que no descartaban el uso de la fuerza. En un discurso pronunciado en agosto de 1915, Néstor de Iriondo,60 quien había vuelto a integrar la junta de gobierno de la UCRSF, expresaba:

54. Respecto de la organización y control de los partidos políticos remito a Alan Ware, Partidos políticos y sistemas de partidos, Madrid, Istmo, 2004, cap. III.

55. Entrerriano que desde temprana edad residió en Rosario destacándose en la actividad comercial. Formaba parte de la junta de la UCRSF en representación del comité seccional de Rosario, y asumió como interlocutor frente al comité nacional al aumentar la tensión con la facción gubernista. En Rosario fue uno de los principales operadores de la UCRSF.

56. Santa Fe, 08/08/1915, p. 2.

57. Santa Fe, 31/07/1915, p. 2.

58. Ibídem.

59. Santa Fe, 08/08/1915, p. 2.

60. En 1903 había sido miembro del comité central del Partido Popular, y luego uno de los fundadores del club “Manuel Quintana”. Ya en 1906 se incorporó como iturraspista al oficialismo en el nuevo partido Unión Popular. Además había teni-do un intenso recorrido por la administración provincial (en 1886 fue ministro de Hacienda de Gálvez y en 1890 ministro de gobierno de Cafferata) como así también fue legislador.

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“Tendremos que medir nuestras armas con las de un régimen dentro del cual hay un gobernador que quie-re sucederse, perpetuando su influencia personal, jefes políticos que…preparan la máquina eleccio-naria, caudillejos de aldea…y tras ellos, un conglomerado que ha hallado en las esferas del poder, jordanes maravillosos de donde salen redimidos de toda mancha…”.61

La escalada del conflicto fue tal que a fines de agosto de 1915, el interventor presentó su renuncia al comité nacional que, tras largas vacilaciones, resolvió designar una comisión interventora para asu-mir la dirección de la reorganización. Mientras los disidentes retomaron la tradición pactista del parti-do y profundizaron el vínculo con sectores demócratas-liguistas en torno a la candidatura de Rodolfo Lehmann como gobernador para el período 1916-1920. La forma en que se resolvió la proclamación del candidato rompía con la tradición de los gobiernos electores del orden conservador -en los que era significativo el control de la sucesión- y con los procedimientos partidarios que depositaban en la convención la consagración de la fórmula gubernamental.

El comité seccional de Rosario se convirtió en el “comité central disidente” con Francisco Elizalde a la cabeza, miembro de la junta de gobierno presidida por Lehmann. Que el epicentro disidente ter-minara por instalarse en el sur provincial daba cuenta de las dificultades por librar la batalla con ex-pectativas en la ciudad capital. En esta coyuntura electoral, este comité se convirtió en la base de operaciones de la UCRSF con tal magnitud que para Elizalde,

“si la UCR fuera vencida en Santa Fe, por las violencias, la presión y el fraude del oficialismo que dirige el señor Menchaca, siempre tendrá abierto para reivindicar los derechos de que se le pretenda despojar, el camino doloroso, pero necesario de la revolución, como recurso supremo”.62

Debido a la proximidad de las elecciones, la facción gubernista ya no empleaba el término “comi-sión organizadora” sino “junta provisoria radical”, denominación que de alguna manera remitía a la carta orgánica de la UCRSF. Esta junta articulaba con similares en el norte y sur provincial, y además operaba como órgano resolutivo puesto que, verbigracia, emitía telegramas a miembros del comité nacional y organizaba eventos políticos (aperturas de comités, conferencias, asados con cuero). El propósito principal de esta junta era la reunión de una convención para la proclamación de la fórmula gubernamental y los electores que integrarían el colegio electoral de 1916.

La actividad desplegada por las facciones radicales, al final de cuentas, mantenía esa doble presencia que caracterizó a la política notabiliar y que pervivía en el radicalismo. Por un lado, la demostración pública de fuerza, por ejemplo, en las convocatorias a reuniones para la instalación de comités, acom-pañadas por manifestaciones. Inclusive se buscaba hacer coincidir la misma localidad y el mismo día para batir armas en el terreno de la capacidad de movilización.63 Por otro lado, la construcción de acuerdos entre notables y, en este sentido, nos referimos a las negociaciones entre la facción disi-

61. Santa Fe, 08/08/1915, p. 2.

62. Santa Fe, 06/10/1915, p. 2.

63. Un caso paradigmático fueron los actos realizados por las dos facciones en Rafaela, núcleo político de los disidentes, que coincidieron en el día y horario: 17 de octubre de 1915, 9.45 hs. Cf. Santa Fe, 19/10/1915, p. 2. Casos similares se dieron en otros departamentos cuando se aproximó la elección.

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dente y el Partido Demócrata Progresista (en adelante PDP).64 En los cálculos iniciales, el acuerdo se sostenía en dos principios: el apoyo del PDP a la fórmula que encabezaría Lehmann en la provincia y el posterior apoyo de los electores radicales santafesinos en el colegio electoral que debía reunirse, para consagrar la fórmula presidencial, luego de las elecciones de abril de 1916.65

Tal como lo había decidido el 15 de agosto de 1915, la junta de la UCRSF convocó a convención para el 19 de noviembre. En primer término, los convencionales explicitaron las bases y principios del par-tido:

“Esta convención mantiene e interpreta los propósitos de la UCR que surgió como una aspiración de la nacionalidad…planteando ante los gobiernos de la república una cuestión irreductible y previa: la realidad del régimen republicano de gobierno por medio del sufragio universal, libre y verídico…

(…)Se ha pretendido desviar al pueblo de su desinteresada fe radical, reprochando a este partido falta de pensamiento de gobierno, porque no ofrecía al comentario político uno de estos programas que se llaman concretos…

(…)El propósito cardinal del nuevo gobierno que constituya el radicalismo de Santa Fe, para ser conse-cuente con la voluntad de la UCR de toda la república, ha de ser el desmonte de la máquina electoral…y que fatales circunstancias le han impedido realizar por completo en esta provincia cuyo gobierno ha desconocido su doctrina y ha pretendido desacreditarla con sus procederes, que lo ha revelado como un continuador de la corrupta política, contra la que surgió como una protesta la UCR”.66

Los propósitos que orientaron la convención eran una apuesta a los valores fundacionales de corte regeneracionista, que para los disidentes no habían sido la bandera de la gestión gubernamental vigente, hasta el punto de considerar al gobierno de Menchaca como una continuación de los go-biernos situacionistas. En este punto, resulta interesante evaluar en qué grado ese era un reclamo que apelaba a los principios éticos o “espíritu” originarios del radicalismo, o sólo un intento de apropiación de la identidad, de la mano con la necesidad de evitar la pérdida de control sobre la UCRSF. En defini-tiva, el acceso a los cargos gubernamentales implicó para el radicalismo poner en relación la distribu-ción de posiciones con las prácticas políticas de sus cuadros. Como expresa Alan Ware, el triunfo de 1912 posicionó a los radicales frente a los aspectos no ideológicos de la política.67

Posteriormente y sin debate alguno, en la primera votación se proclamó la fórmula de gobierno: Ro-dolfo Lehmann y Francisco Elizalde como gobernador y vice respectivamente.

64. El PDP surgió a mediados de diciembre de 1914, luego de varias reuniones en el Savoy Hotel de Rosario. Entre los participantes del cónclave que dio origen al partido se encontraban Benito Villanueva, Joaquín V. González, de la Torre, el general Uriburu, Indalecio Gómez y Carlos Meyer Pellegrini. Cf. Carlos Malamud Rikles, Partidos políticos y elecciones en Argentina: La Liga del Sur santafesina (1908-1916), Madrid, UNED, 1997, cap. IX.

65. Cf. Santa Fe, 23/10/1915, p. 2.

66. Santa Fe, 21/11/1915, p. 2.

67. Cf. Alan Ware, Partidos políticos y sistemas de partidos, op. cit., p. 48.

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En la resolución del “pleito santafesino” el comité nacional finalmente respaldó a los radicales guber-nistas. Aunque el escenario no era similar al de 1912, los fundamentos ideológicos del radicalismo volvían a actuar como guía. El comité nacional formulaba la siguiente demanda:

“…que se prosiga la reorganización de la UCR de Santa Fe bajo la autoridad del comité nacional, como está decretado. Exhortar a todos los correligionarios de esa provincia para que, en homenaje a la grande-za de la causa y bajo la inspiración de los graves y permanentes deberes que ella impone, ofrezcan un alto y reconfortante ejemplo de patriotismo, de disciplina y de solidaridad nacional dentro de la comunidad de la obra a realizar y de los superiores principios que la animan”.68

La apelación a la idea de nación que, como paraguas de contención del conflicto faccioso, realizaba el comité nacional se presentaba inoperante pues no resolvía una situación que era constitutiva del propio partido. Como advertimos en páginas anteriores, la identidad política radical se había definido y se redefinía con un fuerte sentido de exclusión y deslegitimación respecto del resto de los actores, hacia fuera y hacia adentro del partido. De esta manera, al mismo tiempo que planteaba un horizonte de conflicto, el regeneracionismo en clave radical concebía el fenómeno del poder como parte de una empresa moral que no se agotaba en el acceso a los cargos gubernamentales, sino que deman-daba a los miembros de la organización una acción continua y coherente respecto de ese relato.

Pese a que los gubernistas desmintieron el pronóstico en varias oportunidades, los disidentes apos-taban a un triunfo contundente de la mano de los acuerdos con otras organizaciones de la red inter-partidaria, tal como se había llevado a cabo en ocasiones anteriores. Por su parte, en perspectiva de las inminentes elecciones, el radicalismo gubernista consagró la fórmula Enrique Mosca y Clorindo Mendieta, reconocidas espadas del gobernador saliente. Sus nombres traducían una apuesta que, a tono con la historia organizacional del radicalismo santafesino, buscaba integrar un referente de la ciudad capital (Mosca) con otro de la ciudad de Rosario (Mendieta).

La elección para la renovación del poder ejecutivo y de legisladores provinciales se realizó el 6 de febrero de 1916. En el marco del cisma radical, y pese a que los disidentes alzaban su voz desde las murallas de la UCRSF, al momento de realizarse las elecciones de 1916 los términos radical, radicalis-mo o UCRSF pasaron a un segundo plano pues fueron reemplazados por “oficialistas” y “disidentes”, dando por sobreentendido que hacían referencia a dos sectores del radicalismo. En el caso del PDP, “demócratas” a secas era la expresión que los identificaba. En este escenario electoral, y no sólo en el discurso de la prensa, los términos que identificaban a las organizaciones no necesariamente remi-tían a los partidos sino que las denominaciones rehuían a los mismos para nutrirse de una cualidad que los diferenciaba.

En las elecciones de febrero de 1916, sobre un total de 123178 empadronados participaron 76848 ciudadanos, lo cual implicaba un 62,39%. Respecto de los electores obtenidos por cada una de las fórmulas, el esquema resultante fue el siguiente: sobre 60, los disidentes obtuvieron 30, los oficialistas lograron 16 y los demoprogresistas, 14. Como en la elección de 1912, la UCRSF ganó los departamen-tos que más electores aportaban, Rosario (11) y Santa Fe (4). Como en aquella oportunidad, Rosario

68. Santa Fe, 27/08/1915, p. 2.

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confirmaba su endeble condición de bastión del PDP o la eficiencia de los acuerdos políticos realiza-dos entre este partido y el comité rosarino de la UCRSF.

El 4 de marzo se reunió el colegio electoral con la presencia de los 60 electores. Los miembros del colegio electoral realizaron una primera votación, con el siguiente resultado: Lehmann-Elizalde 30 votos, Mosca-Mendieta, 16 y Thedy-Martínez Zuviría, 14. Luego de un cuarto intermedio, la segunda votación arrojó este resultado: Lehmann-Elizalde 44 votos y Mosca-Mendieta, 16, sin voto alguna para la fórmula del PDP.69 De esta manera, la UCRSF consagró su fórmula para el período 1916-1922.

Palabras finales

El análisis del triunfo de la UCRSF nos permite formular algunas conclusiones. En su doble carácter de oficialismo y oposición, el radicalismo demostró un imbatible predominio electoral frente a otras fuerzas de la red interpartidaria, en particular un novel PDP que aspiraba a adquirir presencia nacio-nal. La construcción de esa predominancia electoral se hizo a través de, y pese a, su lógica facciosa pues el PDP no pudo hacer las veces de cuña entre los dos radicalismos, y acabó transfiriendo sus electores a la UCRSF, decisión con un fuerte impacto al interior de la UCR y en el colegio electoral na-cional de 1916, hasta el punto de poner en duda el triunfo de la fórmula Yrigoyen-Luna.

En segundo lugar, el gobernador Menchaca no logró el control de la sucesión pues el electo fue Le-hmann -su rival en la convención de 1912- y no Mosca. Es decir, los gubernistas pese a contar con el apoyo de la UCR no lograron derrotar a la UCRSF. Al mismo tiempo los grupos radicales que se batie-ron en el escenario electoral esgrimieron acuerdos con diversos sectores del conservadurismo.

Al final de cuentas, las banderas identitarias que el radicalismo se había esforzado por construir al calor de una inacabada aspiración a regenerar la política, no habían podido contener a las facciones. O quizás, su férrea defensa había terminado legitimando la lógica facciosa de los radicales. Pero más allá de los resultados electorales, la impronta de la experiencia santafesina dio lugar a ríos de tinta, de tono memorialista, partidista e historiográfico que aspiraron a explicar el lugar del radicalismo en los inicios de la democracia electoral argentina.70

Fecha de recepción: Junio de 2013

Fecha de aceptación y versión final: Diciembre de 2013

69. Cf. La Capital, 04/03/1916, p. 6.

70. Michel Offerlé en sus trabajos coloca un fuerte acento en las prácticas y los actores que coadyuvaron a construirlas y también destruirlas en constantes movimientos de ensayo y error lo que nos sitúa, ante los grandes relatos, frente a una “historia desencantada” sobre la democracia. Cf. Michel Offerlé, Perímetros de lo político: contribuciones a una socio-historia de la política, Buenos Aires, Antropofagia, 2011.

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Raúl IrigarayCátedra de Administración PúblicaFacultad de Ciencia Política y RR.II.U.N.R.

El primer radicalismo y la ‘cuestión de la nación’. Acerca de un vínculo identitario fundacional

Francisco J. Reyes Universidad Nacional del Litoral CONICET

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ResumenEste trabajo aborda la forma en que el primer Radicalismo argentino creó una identidad po-lítica lo suficientemente vigorosa como para ser retomada luego de su fracaso originario. El foco del análisis propuesto se posa en sus primeros años: la experiencia de la Unión Cívica, su posterior división y la lógica a partir de la cual los radicales se posicionaron ante determi-nadas coyunturas, problemas y cuestiones claves, esgrimiendo en cada uno de los casos el argumento de hablar en nombre de la Nación y el patriotismo. La hipótesis que se sostiene plantea que su contexto de formación determinó que esa identidad se inscribiera en una inci-piente “cultura política nacional”, que no haría sino extenderse a partir de la última década del siglo XIX, de donde la agrupación extraería los fundamentos de sus mitos, ritos y símbolos, así como los criterios de legitimidad de su acción política.

Palabras claves: Unión Cívica Radical - Nación - identidades políticas - culturas políticas

Abstract This paper address the way in which the first Argentinean Radicalism created a political identity vigorously enough to be review after its original failure. The main point of analysis proposed starts on their early years: the Union Cívica experience, its posterior division and the logic from which the radicals positioned in the different junctures, problems or key issues, wielding in each of the cases the argument of speaking on behalf of the Nation and patriotism. The hypothesis that it is maintained here holds that the context of formation determined that that identity enrolled in an incipient “national political culture” that would extend since the last decade of the XIX century, where the party would extract their myths, rituals and symbols, as well as the legitimacy criteria for their political action.

Keywords: Unión Cívica Radical - Nation - political identities - political cultures

Francisco J. Reyes, “El primer radicalismo y la ‘cuestión de la nación’. Acerca de un vínculo identitario fundacional”. Cuadernos del Ciesal. Año 10, número 12, enero-diciembre 2013, pp. 127-148.

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El primer radicalismo y la ‘cuestión de la nación’. Acerca de un vínculo identitario fundacional

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I. Introducción

Existe una relación escasamente recorrida por la historiografía, aquella que liga la Unión Cívica Ra-dical (UCR) y su autoconcepción identitaria con la idea de Nación; más específicamente, cómo fue construyéndose dicha relación en términos de cultura política y a través de qué canales se expresó. Tal perspectiva implica concebir a esta agrupación política nacida en la década de 1890 como de alguna forma preconfigurada por su contexto de emergencia, pero al mismo tiempo como un actor político que contribuyó, entre otros, a la “nacionalización de las masas” -según la fórmula de Geroge Mosse- a partir de la sedimentación de experiencias, ideas y prácticas que se pensaban con un senti-do “patriótico” o “nacional”.1

Por cultura política entendemos, antes que nada, un discurso específico, un lenguaje codificado que remite a un universo significante portador de normas y valores que permite reconocerse a todos aquellos que se sienten parte de ella, expresando y condensándose en determinadas palabras claves, símbolos y ritos políticos.2 De forma que el prisma que aquí privilegiaremos para abordar la cons-trucción de la identidad política de la UCR es esa familia de culturas políticas, primero emergente y al poco tiempo dominante en el cambio del siglo XIX al XX, que fue el nacionalismo, de continua elaboración hasta ser aceptada de forma casi consensual hacia el momento del Centenario -aunque a su interior muchos se reclamaran como antagonistas entre sí-. En este sentido, términos como “patria” y “nación”, si bien no necesariamente intercambiables y con evoluciones semánticas significativas, actuaron sí ambos en el lenguaje político dominante, a la vez, como expresión de un sentimiento y como principio de legitimidad de la acción política.

La mencionada autoidentificación del Radicalismo con la Nación ha sido, sin embargo, objeto de una serie de observaciones que ligan dicho vínculo a la figura de Hipólito Yrigoyen como promotor de una verdadera metamorfosis en la retórica de la agrupación, al alejarla de la raigambre más “liberal” de los años fundacionales.3 Nuestro planteo no niega de plano dicha afirmación sino que se pregunta, más precisamente, cómo fue ello posible y, en segundo lugar, por qué dicha operación terminaría siendo exitosa. Al respecto, aquí sostenemos que es necesario indagar en los orígenes mismos primero de la Unión Cívica y luego de la UCR, así como la forma en que ambas se posicionaron en determinadas coyunturas puntuales, para dar cuenta de cómo el argumento “nacional” se encontró tempranamente en el núcleo de sus planteos políticos. En efecto, que Yrigoyen pudiera esgrimir hacia el Centenario, en una disputa interna de la conducción de la UCR, que “Su causa es la de la Nación misma” porque “somos legionarios de la sacrosanta causa por la que nos debatimos en bien de todos, desde que

1. Goerge Mosse ha planteado los procesos de nacionalización de masas en la mediana duración y como producto de múltiples y sucesivos aportes de distintos actores sociales y políticos, estatales y no gubernamentales, muchas veces enfrentados políticamente pero abrevando y contribuyendo a la conformación de un conjunto de mitos, ritos y símbolos compartidos en torno a “lo nacional”. Mosse, G., La nacionalización de las masas. Simbolismo político y movimientos de masas en Alemania desde las guerras napoleónicas al Tercer Reich, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.

2. Berstein, S., “L’historien et la culture politique”, en Vingtieme Siecle, 1992, vol. 35, n° 1.

3. Por ejemplo, T. Halpein Donghi, Vida y muerte de la República verdadera: 1910-1930, Buenos Aires, Ariel, 2000, pp. 193-205, y G. Delamata y G. Aboy Carlés, “El Yrigoyenismo: inicio de una tradición”, Escuela de Política y Gobierno, UNSAM, Documento de trabajo n° 3, Buenos Aires, 2001.

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es por y para la Patria”4, incuba como supuesto que esas concepciones estaban ya enraizadas en el ideario radical. De esta manera, esa operación resultaba efectiva porque aparecía antes como confir-mación que como novedad.

II. El momento fundacional: la Unión Cívica como “liga patriótica” para la “regeneración nacional”

Como es sabido, la Unión Cívica se formó como agrupación política opositora al gobierno de Miguel Juárez Celman en el contexto de la crisis económica y política que emergió en 1889. Como ha sido señalado por una abundante bibliografía, a fines de esa década la “cuestión de la nación” se había ins-talado en el centro de las preocupaciones de las elites políticas y culturales argentinas. Los motivos de los distintos diagnósticos, coincidentes en este punto, apuntaban fundamentalmente a un contexto internacional de avance de las potencias imperialistas sobre territorios hasta allí no controlados por ellas, y a otro local, mucho más relevante en lo inmediato, en donde la inmigración de masas y sus consecuencias en una sociedad abierta y un Estado recientemente consolidado en su autoridad se hacían evidentes.5

En este sentido es que desde ese gobierno y esa sociedad comenzó a gestarse lo que se conoció como la “reacción del espíritu público”, esto es la predisposición a la organización de actos y manifes-taciones públicas en torno a determinados acontecimientos y conmemoraciones, instalándose “un nuevo clima patriótico en las celebraciones, con una liturgia enriquecida y un ritual más complejo, pero, esencialmente, una nueva actitud militante de la ciudadanía hacia las manifestaciones públicas nacionales”. Pero en ese clima de crisis y de descontento político de ciertos círculos de la elite nota-biliar, el espacio público se configuró ahora como un espacio simbólico de legitimación en disputa, presentando a las celebraciones “nacionales” como campo de conflicto: no solo entre argentinos y extranjeros, sino también entre Estado y sociedad civil, gobierno y oposición.6 El nuevo frente oposi-tor al gobierno de Juárez Celman se colocaría en esa estela y tomará para sí esos motivos “patrióticos”, acusando de “falso patriotismo” al accionar del Partido Autonomista Nacional (PAN).

Entre los motivos esgrimidos por quienes encabezaron la nueva agrupación, originalmente denomi-nada Unión Cívica de la Juventud, se combinan argumentos liberales y republicanos, pero los plan-teados con un carácter “patriótico” o “nacional” adquirieron un lugar central. La cuestión estribaba en que esa crisis económica y política era percibida por esos actores como una crisis de contornos mucho más amplios, de tipo moral y nacional, porque de ciertos valores y principios estarían allí en peligro. De forma que a ese diagnóstico crítico debía imponerse, como correlato, lo que se denominó

4. Primera carta de Hipólito Yrigoyen a Pedro C. Molina, septiembre de 1909, reproducida en Hipólito Yrigoyen, Pueblo y gobierno, t. II, Buenos Aires, Raigal, 1956, pp. 125 y 127.

5. Al respecto, O. Terán, Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910). Derivas de la “cultura científica”, Buenos Aires, FCE, 2000; L. A. Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX, Buenos Aires, FCE, 2001; y F. Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna, Buenos Aires, Siglo XXI, 2202.

6. Bertoni, L. A., op. cit, p. 88.

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en el lenguaje de la época como una “reacción”. En palabras de Francisco Barroetaveña, los gobiernos del PAN hablaban “mucho de patriotismo, de libertad y de moral”, pero lo cierto es que una serie de males avanzaban “sobre el organismo nacional”, y a esa enfermedad debía oponerse “un vivo deseo de provocar una reacción cívica saludable”: un “movimiento regenerador” que volviera el país al cau-ce del cual, aparentemente, se habría apartado por “el bizantinismo reinante”. De allí los elocuentes nombres que se barajaron para la “liga patriótica” que sería la Unión Cívica en las reuniones iniciales de los jóvenes opositores a mediados de 1889: “asociación cívica”, “liga nacional”, “asociación patrióti-ca”, “unión nacional”.7

Esta forma de concebir a la nueva fuerza política, los valores que proclamaba y la representatividad que pretendía alcanzar, se presentaba, al mismo tiempo, como el rescate de una determinada tradi-ción y como la construcción de una instancia novedosa en la lucha política - o al menos eso expresa-ba su retórica-, estableciendo un puente entre un pasado heroico, un presente de crisis y un futuro de grandeza, pero amenazado. En tanto originalmente se formó a partir de un grupo de jóvenes, el ejemplo del pasado a rescatar no era el de las facciones que se habían disputado el poder en la Buenos Aires post-Caseros, sino el de los “héroes de la independencia” y, fundamentalmente, el de la Asociación de Mayo de Esteban Echeverría que se había propuesto en la década de 1830 superar tanto las mezquindades de los unitarios como la de los federales, a partir de una “religión de la pa-tria”. Parafraseando al Dogma socialista y la Ojeada retrospectiva de aquel, Barroetaveña concebía a la Unión Cívica como un “nuevo credo político de principios (…) que simbolizara unión, patriotismo, moral y libertad”, diferenciándose de los ahora connotados como “partidos tradicionales” porque así “lo demandan todas las aspiraciones legítimas del país; así lo exige nuestro presente, y el grandioso porvenir que conducirá la República Argentina hacia grandes destinos”.8

Ese rescate en el acervo nacional puede pensarse entonces como la estrategia para instalarse en el curso de una tradición que es siempre selectiva, en tanto se priorizan ciertas figuras y experiencias, lo cual resulta poderosamente operativo en el proceso de definición e identificación cultural.9 Pero lo cierto es que estas palabras no adquirían hacia 1889-1890 el mismo sentido que habían tenido en las décadas post-revolucionarias. La idea de nación se sustentaba en otros contornos, acumulando valo-res y experiencias a lo largo de las luchas políticas, y se manifestaba en un nuevo contexto, signado

7. Barroetaveña, F., “Reseña histórica de la Unión Cívica”, en: Unión Cívica. Su origen, organización y tendencias, publicación oficial, Buenos Aires, Landenberg y Conte Eds., 1890, pp XIV a XVII. Tales denominaciones no eran una novedad en el clima de los conflictos políticos del mundo occidental de la década de 1880: la célebre “Ligue des patriotes” de Paul Dérouléde y Maurice Barrés formada en 1882 en Francia con una fuerte crítica sobre la dirigencia de la III República también se filiaba en la tradición republicana -aunque luego incorporaría elementos monárquicos y encabezaría el campo antidreyfussard durante el “affaire”- y se proponía una “regeneración nacional”. Cfr. Girardet, R., “Pour une introduction á l’histoire du natio-nalisme francais”, en: Revue francaise de Science Politique, 8° année, n° 3, 1958.

8. Barroetaveña, F., op. cit., pp. XVIII y LXXII (subrayado nuestro). Echeverría había escrito en 1846 refiriéndose a la Joven Argentina: “Creíamos que sólo era útil una revolución moral que marcase un progreso en la regeneración de nuestra Patria (…) no se trataba de personas, sino de patria y regeneración por medio de un dogma que conciliase todas las opiniones, todos los intereses y los abrazase en su vasta y fraternal unidad.” Echeverría, E., “Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37”, en: El Dogma Socialista y otros escritos, Buenos Aires, Terramar, 2007, p. 104.

9. La noción de tradición selectiva pertenece a Raymond Williams, Marxismo y literatura, Buenos Aires, Las cuarenta, (1977) 2009, p. 158.

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por la inmigración de masas, el imperialismo de las potencias occidentales y las dudas acerca de un destino nacional que se consideraba condenado a la grandeza. Así al menos lo expresaba el fundador de la Unión Cívica de la Juventud al referirse a “las úlceras que corroían el organismo nacional (…) sustituyendo este hermoso patrimonio de un país civilizado, por sensualismos indignos (…) hasta que una mano extranjera vigorosa los suprime del mapa de las naciones.” Planteada en ese término la lucha política en contra de los hombres del PAN, la “defensa nacional” contra los “enemigos internos” abrigaba inexorablemente una voluntad de poder, más allá de la nobleza de los principios proclama-dos: la Unión Cívica “tomó a su cargo la organización política del país, para salvarlo del abismo en que lo habían hundido”.10

Estas concepciones del estado de la nación que actuaban como principios de la acción política re-querían de un órgano de difusión, de allí la creación de El Argentino -nombre de por sí significativo para lo que intentamos exponer- como diario oficial de la Unión Cívica y luego de la UCR. En el primer editorial de julio de 1890, firmado por su director, el poeta salteño Joaquín Castellanos, se confirman las motivaciones esgrimidas el año anterior en torno al diagnóstico y la necesidad de una solución de carácter nacional lo más abarcativa posible mientras se ultimaban los detalles de la que se conocería como Revolución del Parque:

“Los graves asuntos públicos que actualmente se debaten, no son una cuestión de partidos; son una cuestión de patria (…) Quien más ha contribuido a la organización de los elementos de la oposición, ha sido el mismo gobierno, cuya marcha tenazmente contraria a los intereses y al decoro nacional han obligado al pueblo a ponerse de pie, en actitud de defensa y de protesta (…) Formamos un par-tido nuevo (…) no reconocemos ni aceptamos más herencia de los partidos disueltos, cuya acción pertenece ya a la historia, que todo aquello que hayan tenido de nacional en su programa (…) pues cuando menos ha salvado el honor del nombre argentino (…) haciendo de su propaganda un apos-tolado patriótico…”11

Ese tono que combinaba en un par indivisible decadentismo y mesianismo ya había sido utilizado el año anterior por la prensa porteña de oposición para saludar el nacimiento de la Unión Cívica y la realización del mitin fundacional en el Jardín Florida. De hecho, diarios que abarcaban un arco ideoló-gico que iba desde el liberalismo hasta el catolicismo -como La Nación, La Prensa, El Nacional, El Diario y La Unión- se refirieron a la iniciativa entre agosto y septiembre de 1889 en términos que exaltaban los “sentimientos generosos y patrióticos”, las “energías de la vida nacional”, la “misión patriótica”, los “elementos de la defensa nacional”, la “fuerza de una nación libre”, el sentimiento de libertad cívica y de decoro nacional”.12

Tal como se expresó más arriba, en estas consignas se vislumbran los cruces efectuados en los lengua-jes políticos de la Argentina finisecular, entre liberalismo, republicanismo y nacionalismo, poniéndose

10. Barroetaveña, op. cit., p. XXV.

11. “Al entrar en combate”, Joaquín Castellanos, El Argentino, Buenos Aires, 01/07/1890.

12. Los artículos corresponden a La Nación (30/08, 01/09, 03/09, 04/09/1889), La Prensa (01, 02 y 06/09/1889), El Nacional (02/09/1889), El Diario (30/08 y 02/09/1889) y La Unión (01 y 03/09/1889). Todos ellos reunidos en la compilación Unión Cívica.

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el énfasis de forma combinada en las libertades políticas, el respeto a la Constitución Nacional y las instituciones republicanas, elementos que se combinaban en una Patria/Nación organicista, o sea, entendida como un cuerpo homogéneo provista de vida propia.13 De allí la fuerza que adquiría el argumentar a partir de ella. Asimismo, ello se plasmó en el papel, ya sea en las resoluciones emana-das del citado mitin de la Unión Cívica de la Juventud (n° 7) como de la Carta Orgánica de la Unión Cívica (n° 8) confeccionada luego del celebrado en el Frontón de Buenos Aires en 1890 al sumarse los “prohombres” de la oposición, donde se contempló incluir la consigna de la “defensa nacional”, lo cual implicaba combatir a los enemigos de esa Nación, aunque ellos se encontraran dentro de la misma.

Esas prácticas políticas que emergieron en el clima de efervescencia política de 1889-1890, esto es, los mítines, movilizaciones y conferencias políticas de la Unión Cívica en plazas, calles y teatros, también constituyen ejemplos de cómo esa cultura política “nacional” impregnó incluso su estética política. Con ello nos referimos a la puesta en escena que daba marco a esos actos, en donde el despliegue de una verdadera liturgia se presentaba como la apropiación, por parte de ciertos sectores políticos, de símbolos que habían sido tipificados para las conmemoraciones de fechas como el 25 de mayo y el 9 de julio. El hecho de que los mismos promotores los caracterizaran como “actos patrióticos” demues-tra que esa era, efectivamente, su intención. Si tomamos los casos de los mítines en el Jardín Florida y en el Frontón, así como las conferencias en los teatros Onrubia, Politeama y nuevamente en el Jardín Florida, vemos que se repite de forma escrupulosa la instalación de escudos nacionales y banderas ar-gentinas encabezando escenarios y tribunas en donde se ubicaban los oradores, sumándose además el culto a los héroes del incipiente panteón nacional y la entonación de la canción patria, tal como deja ver la crónica que El Diario hizo del primero de ellos:

“El local donde la reunión tuvo efecto, se había decorado previamente engalanándose con los colores patrios, y poniendo como patrones y directores del acto los bustos de los patricios de la independen-cia y del progreso, San Martín y Rivadavia (…) aún la nación cuenta con elementos vigorosos y sanos (…) el Himno Nacional, religiosamente escuchado de pie, encaminándose luego los manifestantes a la laza de Mayo, donde se disolvió la reunión, después de haber colocado dos coronas de flores en la estatua del general Belgrano.”14

En esos encuentros, los discursos estaban a tono con el clima simbólico patriótico y las consignas se repiten hasta alcanzar en casos el grado de la sacralización, como expresaba Alberto Gache en el teatro Onrubia poco antes de la Revolución del Parque (20 de junio), al proponer retomar el jura-mento de la Joven Argentina de 1830 “En nombre de Dios, de la Patria, de los Héroes y Mártires de la Independencia” para alcanzar “la regeneración completa de la sociedad argentina”. Poco después, en una nueva conferencia en el jardín Florida (13 de julio), Francisco Ramos Mejía, presidente del comité de la Unión Cívica de Catedral Norte, aseguraba contribuir mediante ese “acto patriótico (…) a esa

13. Sobre dicha idea de Nación, típica del evolucionismo decimonónico traspolado a la política y las representaciones de lo social, ver Palti, E., El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, Buenos Aires, Siglo XXI, en especial el capítulo II.

14. “La juventud independiente”, El Diario, 02/09/1889. Tal como afirma Silvia Sigal, al comparar los actos de las cele-braciones oficiales de la década de 1880 y los de la protesta política opositora de 1889-1890: “En un contexto político profundamente dispar volvía a enlazarse patria y civismo, valores colectivos ambos, que designaban una cohesión social amenazada”. Sigal, S., La Plaza de Mayo. Una crónica, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, p. 123.

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misión sagrada, a ese apostolado nacional que tiene por objeto levantar de su postración al pueblo argentino”, mientras en el mismo acto Ángel Gallardo profundizaba la idea al entender que la Unión Cívica “es algo más que un partido, es una escuela filosófica, es una religión de la que todos debemos ser sectarios: la religión del deber, de la patria, de la libertad.”15

Vemos así que, si bien la apelación al patriotismo aparecía como un sentimiento basado en la ex-periencia de la ciudadanía, legitimando incluso la insurrección armada para devolver la nación al camino que le deparaba un destino de grandeza -“El patriotismo nos obliga a proclamar la revolución como recurso supremo y necesario para evitar la ruina del país”, rezaba el Manifiesto Revolucionario del 26 de julio de 1890-, actuaba al mismo tiempo como una notable interpelación “suma todo” capaz de diluir antiguas diferencias políticas en una nueva síntesis nacional que se encargaría de la regene-ración. Precisamente, a un año de la creación de la Unión Cívica, una vez superada la derrota militar revolucionaria pero con Juárez Celman fuera de la presidencia, Barroetaveña desplegaba esa idea en el teatro Politeama:

“La Unión Cívica es una liga patriótica (…) bajo sus pliegues se cobijan miembros de nuestros parti-dos tradicionales (…) entusiastas de una misma causa, que es la causa del pueblo, de la regeneración nacional (…) nos encontramos unidos en estrecha alianza los miembros de los partidos nacionalista, federal, unitario, autonomista, republicano y católico, fervorosos creyentes, ateos, racionalistas, con-servadores, radicales y progresistas.”16

Sin embargo, las tensiones emergerían cuando esa causa común en nombre de la nación comenzara a ser permeable a la política facciosa que había caracterizado a los miembros la elite notabiliar que conformaban la coalición opositora.

III. Las aporías de la nación política: la UCR, entre la parte y el todo

Como se expresó más arriba, la derrota por las armas en la Revolución del Parque no devino en la di-solución de la Unión Cívica sino que, por el contrario, la misma pareció fortalecer su posición pese a la continuidad en la línea de sucesión presidencial con la asunción del vice-presidente Carlos Pellegrini. En consonancia con ello, el tono que signó los nuevos trabajos políticos a partir de allí intentó seguir reproduciendo aquel con el cual se había gestado la agrupación, que ahora veía una nueva oportuni-dad para ganar nuevos adeptos en las provincias.

Esto último ocurrió tempranamente, adhiriendo a la Unión Cívica distintos grupos y facciones opo-sitoras del interior que advertían, en medio de un clima político aún crítico, la posibilidad de un re-acomodamiento local y nacional de las relaciones de fuerza entre gobierno y oposición. Una clara expresión de ello fueron los festejos producidos en distintas capitales provinciales por la renuncia de Juárez.17 Esta nueva etapa de la evolución del conflicto y el armado políticos adquirió así un carácter

15. Los dicursos citados fueron extraídos de Unión Cívica, op. cit., pp. 131-133, 138-139 y 142.

16. “Conferencia política en el teatro Politeama”, en: Unión Cívica. op. cit., p. 393 (destacado nuestro).

17. Sobre este proceso de crecimiento en el interior del país de la Unión Cívica, cfr. Paula Alonso, Entre la revolución y

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territorial que permitió pensarse a la pujante fuerza como una organización de tipo nacional, nuevo sentido que complementaba la idea de que ello encarnaba de por sí un conjunto de valores asocia-dos a la idea de Patria, tal como vimos en el apartado anterior.18 La convocatoria a una Convención Nacional de la Unión Cívica a celebrarse a inicios de 1891 en la ciudad de Rosario, donde ya existían varios clubes, parecía ser la forma más adecuada para dar una nueva institucionalidad a lo que hasta allí se había circunscripto esencialmente a la ciudad de Buenos Aires. Pero la cuestión de que dicha Convención definiría los candidatos cívicos para las futuras elecciones comenzó a promover las pri-meras tensiones facciosas que hasta allí se habían disimulado sólo en función de concretar el alza-miento armado.

Las reuniones llevadas a cabo en el teatro Olimpo de la ciudad santafesina fueron engalanadas con símbolos que nuevamente permitían establecer distintos tipos de identificaciones para los conven-cionales cívicos, desde manifestaciones locales hasta las nacionales, pasando por las específicas de la fuerza que pretendía nuclearlos: banderas argentinas y escudos nacionales combinados con los estandartes usados por los revolucionarios del Parque, pero también los escudos de cada una de las provincias del país, con la correspondiente banda de música que interpretó, como se hiciera en las primeras reuniones, el himno nacional.19 Lo interesante de esta atmósfera de “unión nacional” que rodeaba a la Convención fue que ello no obstó para que surgieran diferencias, algunas de las cuales, con el tiempo, lograron resolverse o canalizarse, pero otras no.

Por ejemplo, la prensa rosarina que se presentaba como vocera de la Unión Cívica afirmaba el mismo día de apertura que existían diferencias irreconciliables entre dos fracciones, y el problema estribaba, a su entender, en las principales figuras, tomando partido por una de ellas: Leandro Alem antes que Bartolomé Mitre.20 Otra de las cuestiones que se planteó fue la participación o no en las reuniones del recientemente creado Centro Político Extranjero, que pretendía representar a grupos de esa proce-dencia movilizados al calor de la crisis y la revolución, el cual presentó su pedido en telegrama su pre-sidente Julio Scheekly a Alem, pero tanto la convención como la prensa encontraron que ello contra-riaba los propósitos “nacionales” del acontecimiento, ya que “Por más que a los extranjeros también quepa en estos días sufrir las consecuencias del mal gobierno (…) no es concebible que una agru-pación no argentina, extralimitándose en el ejercicio de sus derechos a la libertad de opinión, tome parte en un movimiento político del que nuestras leyes fundamentales excluyen a todo habitante de

las urnas. Los orígenes de la Unión Cívica Radical y la política argentina en los años noventa, Buenos Aires, Sudamericana-Universidad de San Andrés, 2000.

18. Este doble sentido ha sido destacado por Bertoni al referirse a las representaciones que los actores sustentaban a la hora de figurarse que era la Patria: “La denominación ‘nacional’ era importante, más allá de su extensión efectiva; se pen-saba que una sociedad o liga particular así denominada se investía de los valores atribuidos a la nación y la legitimidad derivada de la promoción de un interés común.” Bertoni, L. A., Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas, op. cit., p. 220.

19. El Municipio, Rosario, 16/01/1891.

20. El Municipio, 15/01/1891. El diario afirmaba: “Los cívicos van con el pueblo sin vacilaciones; los mitristas van con Mitre (…) El epílogo de la convención nacional del Rosario ha de ser indefectiblemente el rompimiento entre cívicos y mitris-tas.”

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la república que no haya adquirido el título de ciudadano argentino.”21 Pero, como se mostrará en el apartado siguiente, este punto en particular dio lugar luego, con la evolución de los conflictos políti-cos, a un nuevo giro en la forma de concebir la participación política extranjera.

Ante la ausencia de Mitre en la Convención, quien terminaría siendo designado cabeza de una fa-llida fórmula presidencial junto a Bernardo de Irigoyen, la figura de Alem cobró una mayor relevan-cia, comenzando a delinear un nuevo liderazgo hasta allí compartido con otros “prohombres”. En su principal discurso durante las sesiones se hicieron patentes una serie de tópicos que serían de gran relevancia para el devenir de su sector político y se reforzaron otros que ya habían sido planteados. Se refirió entonces a los presentes como a los verdaderos “argentinos, -los que todavía podíamos llevar y reclamar el nombre de argentinos, porque no se había extinguido en nuestra alma, el culto sagrado a la patria”; entendiendo que los mismos tenían una “misión: combatir y defender la patria contra todos los enemigos, vinieran de afuera o estuviesen adentro; es decir, combatir a todos los invasores y a todos los traidores.”

Vemos así como planteando la consigna nacionalista y de contornos religiosos de la patrie en danger Alem establecía una frontera política flotante capaz de deslizarse hacia el interior del “cuerpo nacio-nal” y, más aún, hacia la propia agrupación política que reivindicaba su defensa, ya que la existencia de potenciales traidores en su seno implicaba que los mismos antes no lo fueran. En este sentido, el criterio nacionalista de la pertenencia y la legitimidad política permitía a quienes lo esgrimieran adaptar tácticas y posicionamientos ante el dinámico juego político de partidos y facciones que ca-racterizó los años del cambio de siglo, como efectivamente ocurrió. Por otro lado, comenzó a cons-truirse un potente mito de orígenes en torno a la Revolución del Parque como primer paso en una “obra de verdadera regeneración” truncada y que, por lo tanto, exigía un nuevo esfuerzo voluntarista para completar la obra de los que se invistieron como “mártires-caídos”, dando lugar a un verdadero culto a la sangre, todo lo cual contribuía a definir el núcleo sacro de una naciente identidad política que, instalada en una tradición patriótica, parecía no reconocer interlocutores válidos posibles22, en la medida en que

“La Unión Cívica representa toda la opinión sana del país; representa todas las aspiraciones legítimas y todos los patrióticos anhelos buscando el restablecimiento de las instituciones, la fiel aplicación de la ley, la recta administración de justicia, la honrada inversión de los dineros públicos y el levantamiento de la moral…”23

21. El Municipio, 16/01/1891. Acerca del Centro Político Extranjero, ver Bertoni, L. A., Patriotas, op. cit., cap. IV: “El desafío de los extranjeros, 1887-1894: ¿nacionalidad o derechos políticos?”. Para las actividades del mismo en la provincia de Santa Fe, Bonaudo, M., “De representantes y representados: Santa Fe finisecular (1883-1893)”, en: Sabato, H. (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones, México, Fideicomiso Historia de las Américas-FCE, 1999.

22. En palabras de Alem: “Llegó el 26 de julio, -sangre generosísima regó las calles de la gran capital,- nobles y preciosas vidas se rindieron en los altares de la patria (…) y yo creo señores, que hasta los manes de nuestros ilustres antepasados se conmovieron en sus tumbas con religioso júbilo patriótico al ver que su descendencia no estaba completamente de-generada.” Ibíd.

23. Ibíd (subrayado nuestro).

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¿Qué significaba esta forma de concebir la regeneración y su insustituible agente así autodefinido? Antes hemos hecho mención a cómo los creadores de la Unión Cívica intentaron filiar la misma en la tradición inaugurada por los hombres de Mayo y la Joven Generación de Echeverría. En cuanto a ello, si bien la agrupación juvenil y luego la UCR no contaron con un teórico o “intelectual orgánico” que sistematizara estas ideas en un libro-guía, podemos rastrear algunas de estas nociones en la principal obra de quien fuera uno de sus miembros más preocupados por la cuestión de la Nación: Adolfo Sal-días, hombre del círculo íntimo de Alem.

Su Historia de la Confederación Argentina, editada primero en París en la década de 1880 y ampliada en su edición de Buenos Aires de 1892 -y que generara una serie de polémicas con Mitre, Vicente Fidel López y José María Ramos Mejía que aquí no tenemos espacio de reseñar-, partía de un diagnóstico no discordante con el esbozado por los jóvenes cívicos: “La República federal Argentina, nunca ha sido grande relativamente, porque jamás el pueblo -que es la Nación- ha tomado la personería que le corresponde en esa cuestión de gobierno (…) El pueblo argentino es, en tal concepto, menor de edad (…) Cuando ese desenvolvimiento se opera en grande escala se levanta Cartago, -esa ecuación del mercantilismo, cuya incógnita era la nacionalidad que nunca se encontró (…) Los argentinos te-nemos antepasados ilustres también que nos dieron, con la independencia y la libertad, un nombre entre las naciones civilizadas”.24 O sea, según este planteo, la Nación argentina existía como entidad y estaba destinada a ubicarse en el concierto de “naciones civilizadas” (vg., europeas/occidentales)25, pero esa evolución se había visto recientemente resentida por el rumbo de los gobiernos de enton-ces, afectando a una nacionalidad que corría peligro de desaparecer precisamente porque estaba en proceso de consolidación. ¿Cuál era entonces la solución propuesta? Nuevamente los ejemplos del pasado hacían innecesaria, a los ojos de Saldías, una propuesta demasiado innovadora, porque aquella no debía sino buscarse en la historia nacional. Es en el pensamiento del “programa de rege-neración de la patria” de la “generación doctrinaria de 1837” donde habitan las respuestas y la fórmula para instrumentalizarla políticamente, y aquí resuena el discurso de Alem en Rosario de una nueva síntesis que:

“(…) fundió en el crisol de la virtud cívica las ideas que exaltaba el furor de los partidos (…) ciertos principios orgánicos que comprendieran en lo posible las aspiraciones coetáneas y las vinculara a

24. Saldías, A., Historia de la Confederación Argentina (1892), t. I, Buenos Aires, Editorial Americana, 1945, pp. 3 y 6 (sub-rayado en el original). Los debates de la época se encuentran reseñados en sus artículos en diarios y revistas compilados en Saldías, A., Páginas históricas, Buenos Aires, Roldán, 1912, y Páginas literarias, Buenos Aires, Roldán, 1912. La obra de Saldías, en general, ha sido tan mencionada para los debates en torno a su reivindicación de la figura de Rosas como poco desmenuzada en sus planteos generales que incluyen además otras obras suyas. Para su reivindicación desde el revisionismo histórico, aunque con críticas a su liberalismo, cfr. Irazusta, R., “Adolfo Saldías: revaloración del federalismo por descendientes de unitarios”, en: Ensayos históricos, Buenos Aires, Eudeba, 1968. Algunas reflexiones historiográficas interesantes en Quattrocchi-Woisson, D., Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1995, y Cattaruzza, A. y Eujanian, A., “La cuestión de Rosas a fines del siglo XIX: una discusión sobre el pasado”, en: Laera, A. (dir.), El brote de los géneros, vol. III de la colección Historia crítica de la literatura argentina, Buenos Aires, Emecé, 2010.

25. Ese “gran destino” que no era otro que el construido por la perspectiva liberal en torno al rol que le estaba reservado a la Argentina y cuyo principal ideólogo fue Mitre, ha sido destacado por T. Halperin Donghi en “L’héritage problématique du libéralisme argentin”, en: Roldán, D. (coord.), La question libérale en Argentine au XIX° siécle, Paris, Cahiers ALHIM, n° 11, 2005 (disponible en: http://alhim.revues.org/index1152.html)

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la tradición progresiva de la revolución de 1810 (…) tendía al fin supremo de consolidar la nacionalidad y el gobierno libre (…) un propósito orgánico de un plan de reconstrucción nacional cuyos principios conciliaran las aspiraciones de los pueblos argentinos.”26

Tal como se advierte, nuestro autor no aporta mayores precisiones acerca de los aspectos específi-cos en qué consistiría ese “plan de reconstrucción nacional”, pero sí lo hace con la operación política necesaria para gestar la fuerza de la “regeneración”, que no sería una mera “restauración” de los “par-tidos tradicionales”, sino una fusión de todo lo que ellos tuvieran de legítimo -de “nacional”, afirmaba Castellanos, otro de los hombres del grupo que terminaría siguiendo a Alem, en el primer editorial de El Argentino citado previamente-. En este planteo, la organicidad de la Nación, en tanto cuerpo vivo que evoluciona en su desenvolvimiento, plantea un juego temporal al momento de producirse la intervención voluntarista de una fuerza política que vendría a rectificar una senda prefigurada por la revolución “progresiva” de 1810 y momentáneamente desviada de su rumbo por los gobiernos del PAN, lo cual llevaría a matizar ciertas interpretaciones historiográficas que han planteado una contraposición tajante entre “reforma” y “regeneración” para las propuestas políticas de la Argentina finisecular, entendidas como par antitético.27 En la perspectiva histórico-política de los hombres que conformarían el núcleo de confianza de Alem, como Saldías, Barroetaveña y Castellanos, una restau-ración a secas no sería sólo un error político, sino que constituiría un error histórico, de acuerdo a la “tradición progresiva” de la Nación en la que se pretendían instalar. Por eso la regeneración debía actuar como nueva síntesis y su agente no sería otro que la Unión Cívica.

Luego de esta digresión podemos analizar la situación de crisis e inminente ruptura a la que llegó la Unión Cívica entre inicios y mediados de 1891. En efecto, las negociaciones entre la facción mitrista y los círculos roquistas cercanos al gobierno para definir candidaturas, dieron lugar a su rechazo por parte de los seguidores de Alem. Según nos referimos antes, éste comenzó a adquirir un ascendente sobre sus seguidores que permitió la gestación de un liderazgo de tipo carismático, el cual se mani-festó a todas luces en su papel de maitre-de-scéne de los distintos actos y conmemoraciones cele-brados por la UCR como forma de mantener viva la agitación de 1889-1890. La imagen construida en torno al líder radical debió sin dudas mucho a sus más fieles seguidores. Así, por ejemplo, su figura comenzó a rodearse de un halo de mesianismo acorde al estilo que gustaba desplegar28, y su acción política fue interpretada como una gesta patriótica, como se desprende de la siguiente descripción de Barroetaveña:

26. Saldías, A., Historia de la Confederación Argentina, t. IV, pp. 20-24 y 38 (subrayado nuestro).

27. Nos referimos fundamentalmente a Botana, N., “El arco republicano del Primer Centenario: regeneracionistas y re-formistas, 1910-1930”, en: Nun, J. (comp.), Debates de Mayo. Nación, cultura y política, Buenos Aires, Gedisa, 2005. Asimismo, la noción misma de “regeneración” requeriría de un estudio conceptual para las formulaciones en boga en el cambio del siglo XIX al XX, en vista de que también sería una de las consignas centrales de la transformación societal de las fuerzas de izquierdas socialista y anarquista, aunque, claro está, con un sentido sustancialmente distinto al de aquellas fuerzas que se ubicaban en una cultura política “nacional”.

28. Hemos trabajado algunos aspectos de su liderazgo y su particular estilo político, en especial sus intervenciones en los actos y manifestaciones radicales, en Reyes, F., “Entre luces y sombras. La palabra pública de Alem y la construcción de la identidad política de la Unión Cívica Radical”, I Jornadas de Ciencia Política del Litoral, UNL, Santa Fe, 10-11 de mayo de 2012.

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“Como el monje que al tomar religión en una orden inflexible, solo piensa en Dios, olvida y abandona sus intereses y sus vinculaciones mundanas, así Alem cerró su estudio cuando recibió la presidencia de la Unión Cívica (…) La patria, su salvación, el honor nacional, la libertad, la justicia, he ahí sus vincu-laciones y el objeto único de sus anhelos (…) Alem es el jefe del Partido Radical, y acentúo a designio, esta palabra jefe. No es un simple presidente del Comité Nacional; es más que eso; es el elegido en un momento supremo para dirigir la salvación de la patria.”29

Luego de la conmemoración del primer aniversario de la Revolución del Parque, en julio de 1891, la Unión Cívica original se dividió finalmente en una fracción mitrista (“cívicos nacionales”) y en lo que comenzó a llamarse Unión Cívica Radical, por la oposición al acuerdo Roca-Mitre, siendo a partir de allí éste último y sus seguidores los “traidores”, en la jerga de la retórica radical. Ante esa situación, Alem y su círculo íntimo llevaron adelante una gira por distintas provincias del país a fin de recabar nuevas adhesiones y confirmar lealtades previas, ya que la lucha facciosa había quebrado la unidad de la organización que decía representar todos los intereses legítimos de la Nación. Reseñando esa nueva empresa en un panegírico posterior del nuevo líder, una vez fracasado el nuevo intento revolu-cionario de 1893 en distintos puntos del país, el mismo Saldías afirmaba que “luego de instalar perso-nalmente más de veinte clubs populares en la capital, recorrió las provincias en medio de ovaciones” y de esa forma “nacionalizó la causa de la Unión Cívica Radical”.30

El clima de escisión se volvió irreversible al convocar los radicales a los representantes provinciales para realizar un nuevo mitin en el Frontón de Buenos Aires. En el mismo, se advierten no sólo los ele-mentos del emergente ritual político de la UCR, con el desfile en “procesión cívica” de los clubes y de-legaciones con banderas rojas y blancas junto a las argentinas, sino la necesaria operación identitaria de apropiarse de la idea y los símbolos originales de la Unión Cívica, ante la disputa con los mitristas. El discurso central de Alem mostraría precisamente esa tensión entre la parte, la fracción escindida, el nuevo partido, y ese todo imposible que se pretendía representar, al dirigirse a los fieles de la causa renovada como religión cívico-patriótica:

“(…) voy a hacer la historia de la Unión Cívica, quiero reivindicar para nosotros este nombre (…) No hay en la república Argentina más que una sola Unión Cívica, y esa somos nosotros (…) y que, como Cristo, consumó su sacrificio derrochando sangre generosa e inmolando preciosas vidas en los altares de la patria (…) una patria nueva que surge en la república Argentina (…) no hay que decir lo que ha pasado en las provincias porque presentan verdaderas tablas de sangre (…) se pronunciaron por lo que se llama la Unión Cívica radical, es decir, por la Unión Cívica pura, porque es la que conserva el arca santa.”31

29. Barroetaveña, F., “Perfil”, en: Alem. Su vida, su obra, tragedia de su muerte, las doctrinas democráticas del fundador de la Unión Cívica Radical a través de documentos, discursos y escritos, Buenos Aires, Editorial Alem, 1928, pp. 47 y 53 (destacado en el original).

30. Saldías, A., “Alem”, original publicado en Montevideo, noviembre de 1893, en: Páginas políticas, tomo II, Buenos Aires, La Facultad, 1912, p. 79 (destacado en el original).

31. La reseña del acto y la transcripción del discurso en El Municipio, 22/12/1891 (subrayado en el original).

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A partir de entonces, las conmemoraciones de la Revolución del Parque constituirían la principal ma-nifestación de la ritualización de la política que llevó adelante el primer radicalismo para consolidar su identidad amenazada por los “traidores”. Año a año, la reivindicación de la sangre y la memoria de los combatientes, enaltecidos como “mártires-caídos”, las procesiones cívicas de espíritu marcial, con los clubes y delegaciones “regimentados en batallones” y las banderas argentinas y radicales al frente, darían forma a una solidaridad política militante de notable vigor, solo comparable a la tipificación de las manifestaciones socialistas y anarquistas para el 1° de Mayo, con la diferencia de que la UCR se inscribía en una más amplia cultura política “nacional” reproduciendo las formas y valores, en suma, la subjetivación política de los actos más tradicionales de las conmemoraciones patrias como el 25 de mayo y el 9 de julio.32

Las imágenes de la armonía pero también del conflicto dentro del “cuerpo nacional”, serían evocadas nuevamente por el presidente del Comité Nacional de la UCR al celebrarse la Convención Nacional que le daría “organización permanente y definitiva”, al sancionar su Carta Orgánica. El acto en el teatro Politeama para “fijar la marcha política del gran partido al que pertenecéis”, se dirigía a los delegados de los comités provinciales, gozaba del “luminoso timbre que el honor nacional ha estampado siem-pre en todos los actos y en todas las manifestaciones del desenvolvimiento de la Patria”. Entendiendo el nacimiento del radicalismo como parte de un hito en la historia nacional, asimilable al resto de las fechas patrias, la amenaza de la disolución se encontraba sin embargo siempre latente, situación crí-tica que hacía a sus ojos evidente la misión de la UCR que “como la voz profética de un salvador le dijo al pueblo: ‘la patria está en peligro”, por eso mismo la necesidad de promover “la solidaridad nacional, la confraternidad, la armonía, el sentimiento de patria”.33

Estas manifestaciones de una profesión de fe nacionalista, cargadas de un mesianismo exacerbado a medida que se intensificaba la lucha política, actuaron también como barniz legitimante cuando la misma devino en abierta violencia revolucionaria, esta vez instrumentalizada para tomar el poder en distintas provincias. La inauguración del monumento a los caídos en la Revolución del Parque ofició en este sentido de excusa para justificar públicamente los levantamientos en Buenos Aires, Santa Fe y San Luis producidos el mismo día del acto, y concebidos como prolegómenos de la anunciada “regeneración nacional”, como se desprende de las palabras de Cornelio Saavedra Zavaleta al refe-rirse a que las “ráfagas de triunfo acarician nuestra bandera; un momento más, y el partido radical habrá cumplido el testamento de los que en julio cayeron como buenos”, cerrando su alocución con

32. Para las manifestaciones socialistas y anarquistas, así como las diferencias que pueden establecerse entre ellas, ver Viguera, A., “El primero de Mayo en Buenos Aires, 1890-1950: evolución y usos de una tradición”, en: Boletín del Instituto Ravignani, n° 3, 3° serie, 1 semestre de 1991. Resulta interesante una observación de Juan B. Justo, principal referente del que sería el Partido Socialista argentino fundado en esa década de 1890, en relación a la fuerza que percibía en las manifestaciones que exaltaban la Nación, como ejemplo negativo pero a resignificar por parte de las fuerzas de izquierda: “Cuántas almas que un razonamiento deja indiferentes serán arrastradas por un himno armonioso. Aprendamos a em-plear, en el bien de nuestra gran causa, la música que la Iglesia y el patriotismo emplean para perpetuar el reinado de la superstición y del odio.” Citado en Cúneo, D., Juan B. Justo y las luchas sociales en la Argentina, Buenos Aires, Solar, 1997, p. 109.

33. Citado en La Unión, 17/11/1892.

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la consigna de “Dios, Patria y Libertad”. 34 Intervenidas las provincias, los radicales llevaron adelante el esfuerzo más vasto de llegar al poder por las armas en el levantamiento que tuvo como epicentro la ciudad de Rosario en septiembre del mismo año y que encabezó el mismo Alem, el cual se refirió al mismo desde la cárcel como una “revolución nacional” fallida.35 Asimismo, la apelación al ciudadano-soldado propuesta por los radicales no excluía la defensa nacional de los enemigos externos, por eso en el contexto de una posible guerra con Chile Joaquín Castellanos expresó en julio de 1895 en un acto en La Plata, con un tono ligeramente antiliberal, que:

“La hora presente s una hora de tregua (…) un movimiento de atención enérgica a los ruidos que llegan del lado de la montaña (…) Del buen ciudadano se hace el buen soldado (…) el verdadero es-píritu de milicia, el alma del soldado, se forma en el cumplimiento de todos los actos que identifican su personalidad en la gran individualidad de la patria.”36

IV. Extranjeros, radicales, patriotas: las consecuencias de las revoluciones en Santa Fe

Como se expresó unas líneas más arriba, las revoluciones radicales de 1893 en las provincias termina-ron fracasando y en las mismas se impusieron por las armas las fuerzas militares y políticas cercanas al PAN. El caso de la provincia de Santa Fe constituyó un ejemplo singular de esa disputa política, ya que allí tuvo lugar la participación destacada en las acciones de grupos de colonos de las localidades del interior provincial.37 Al respecto, el vínculo de estos actores provinciales con los grupos opositores al gobierno provincial autonomista y su acercamiento a las posiciones de los hombres de la Unión Cívica y luego de la UCR se había manifestado tempranamente, y el diario de la importante colonia de Esperanza y su zona de influencia, La Unión, pretendía conciliar en sus opiniones los intereses de los colonos con los de los cívicos.

Como se sabe, los años de crisis y agitación política en torno a la formación de la agrupación oposito-ra coincidieron con las preocupaciones de buena parte de los sectores de la elite por la condición de los residentes extranjeros, los alcances y los límites de sus derechos cívicos y políticos, en tanto fueran

34. Citado en El Municipio, 03/08/1893. Sobre la instalación del mausoleo dedicado a los combatientes revolucionarios en el cementerio de la Recoleta, Guido, H., “Los caídos del 90”, en: Todo es Historia, n° 408, julio de 2001.

35. “Cartas escritas por el Dr. Alem desde la cárcel de Rosario, dirigidas a un político radical del norte”, 19/10/1893, en: Yrigoyen, H., Pueblo y gobierno, op. cit., p. 294.

36. Citado en El Municipio, 01/08/1895. En relación a la preparación militar de los ciudadanos como aspecto considerado central por las elites argentinas para la formación de la nacionalidad, en el contexto de la escalada del conflicto con Chile y la formación de “ligas patrióticas”, cfr. Bertoni, L. A., Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas, op. cit., pp. 213-254.

37. Sobre los acontecimientos, desde una perspectiva que privilegia la participación autónoma de los colonos, ver Gallo, E., Colonos en armas. Las revoluciones radicales en la provincia de Santa Fe (1893), Buenos Aires, Siglo XXI, (1976) 2007. He-mos esbozado una interpretación divergente, encuadrando los alzamientos armados de 1893 como parte de las luchas entre facciones de la elite santafesina, aunque teniendo en cuenta los variables niveles de participación de otros actores que excedían los estrechos marcos de sus círculos, en Reyes, F., Armas y política en la construcción de un partido. Las revo-luciones de la Unión Cívica Radical de 1893 y 1905 en la provincia de Santa Fe, Tesina de Licenciatura en Historia, Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2010.

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o no ciudadanos argentinos. No obstante los vínculos antes mencionados, hemos visto que el pedido de participación del Centro Político Extranjero, que pugnaba por la extensión de esos derechos, en la Convención Nacional de la Unión Cívica en Rosario a inicios de 1891 fue denegada con un argumento de carácter nacional.

Sin embargo ello no implicó que una vez divididos los cívicos, los radicales dejaran de tener en cuenta esos potenciales aliados y adherentes, tanto es así que el nuevo Comité Nacional de la UCR discutió e hizo público un proyecto de nacionalización de los extranjeros residentes, el cual respondía al perfil social de una suerte de “clase media” o “pequeña burguesía” rural con intereses radicados: residentes, propietarios de inmuebles o comercios, casados y con cinco años de residencia en el país. El proyecto, por otro lado, fue saludado con beneplácito por el periódico esperancino, concluyendo el mismo que “atraería las simpatías y el apoyo moral y material del elemento extranjero” hacia la UCR.38

Pero la propuesta de los radicales parece haber sido una solución de transacción entre distintas opi-niones, atendiendo seguramente a la evolución de la coyuntura política, debido a que encontramos en el nacionalista Adolfo Saldías, miembro de ese Comité Nacional de la UCR, una posición más extre-ma. Reiterando los argumentos que plasmara en un libro aparecido en Francia con el título de Con-ditions des étrangers résidents (París, 1888), proponía en 1892 una nacionalización y ciudadanización compulsiva para evitar “la creación monstruosa de colonias dentro del Estado, como se llaman las varias agrupaciones de extranjeros”, expresando “la necesidad de reformar esa legislación [sanciona-da por la Constitución], procediendo de manera que los extranjeros se confundan realmente con los ciudadanos, en vez de constituir reacciones latentes contra el principio de la nacionalidad argentina que no está asegurado todavía.”39 Nuevamente se hace evidente que el patriotismo como sentimiento y la Nación como fundamento de la acción política eran susceptibles de adquirir mayor rigidez o flexibili-dad, según lo dictara la situación y las necesidades políticas del momento, aunque dichos principios no estuvieran en absoluto en discusión.

Lo cierto es que al efectuarse el alzamiento armado de julio de 1893, las partidas de tiradores de las colonias contribuyeron a la toma de la capital santafesina bajo el mando de los líderes radicales. La reacción de los hombres del gobierno derrocado no se hizo esperar y esa participación fue un ele-mento central para la impugnación de la revolución radical. En palabras del diario autonomista Nueva Época, “una revolución que triunfa echando mano a los extranjeros (…) muestra que era impotente por sí misma, en cuanto santafesina (…) Santa Fe tendrá derecho a increpar a la Junta revolucionaria de 1893 el haber aumentado con este problema nuevo -nuevo y pavoroso- los incontables y amena-zadores que envuelven a la nacionalidad argentina.”40

38. La Unión, Esperanza, 22/11 y 31/12/1892.

39. Saldías, A., Historia de la Confederación Argentina, op. cit., t. IV, pp. 94-95 (subrayado nuestro). Pese a lo contundente de sus afirmaciones, el autor decía fundar su posición en los “principios liberales y humanitarios” (p. 75) que imperaban en los Estados Unidos, otro país de inmigración de masas.

40. El artículo se titulaba sugerentemente “Algo funesto engendrado por los revolucionarios. El extranjero en acción”, Nueva Época, Santa Fe, 06/08/1893.

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El acontecimiento también dio lugar a un fuerte cruce en el Senado nacional entre el ministro de Guerra Aristóbulo Del Valle, que justificaba la acción armada de los colonos, y el ex-gobernador auto-nomista José Gálvez. Mientras tanto, la disputa periodística continuó en Santa Fe incluso una vez que la provincia fuera intervenida militarmente después de la revolución de septiembre del mismo año y que los autonomistas se impusieran de forma fraudulenta a una coalición opositora integrada por los radicales en las elecciones a gobernador de febrero de 1894.

Para lo que aquí nos interesa, esa coalición constituyó la piedra de toque para que los radicales santa-fesinos, desorganizados por la derrota y el exilio de muchos de sus principales dirigentes, emprendie-ran la reorganización partidaria al calor de esa alianza entre facciones de la elite santafesina, que in-cluía además a mitristas e “independientes”. Pero los hombres del radicalismo tomarían rápidamente la iniciativa y el argumento esgrimido sería una vez más el patriotismo. Un mes antes del aniversario de la revolución provincial del año anterior, los aliados constituyeron la “Liga Patriótica 30 de Julio”, to-mando como símbolo la fecha revolucionaria de los radicales. El nombre era sugestivo y, a la luz de los antes expuesto, no constituía una novedad. De hecho, en el acto de instalación en el teatro Politeama de la capital provincial, el orador Tomás Cullen afirmó que “La Liga Patriótica que hoy se inaugura en Santa Fe, es hija legítima de la Unión Cívica del 90”41, lo cual intentaba salvar las diferencias suscitadas entre radicales y mitristas que, sin embargo, no habían sido muy marcadas en la provincia.

En lo que hace a los objetivos declarados de la Liga, además de los obviamente políticos, los mismos se centraron en “educar al pueblo en sus derechos”, promoviendo “conferencias doctrinarias”, y en la “naturalización de los extranjeros”, que se sostenía como una bandera ahora más necesaria porque los mismos habían sido el eje de la crítica autonomista. Pero lo más importante fue la decisión de que la Liga Patriótica se encargara de organizar la conmemoración del aniversario de la revolución radical, para lo cual se instalaron comités de la misma en localidades cercanas a la capital, incluyendo colo-nias como Esperanza, Rafaela y San Gerónimo.

Los responsables de la Liga, cuyo presidente era uno de los líderes revolucionarios radicales, Carlos Gómez, emitieron también diplomas a sus miembros, en cuya iconografía un escudo nacional presi-día una imagen compuesta por un revolucionario armado y las figuras de la Libertad, la Ley y la Justi-cia42, mientras que dirigentes de los Comités radicales de Santa Fe y Rosario confeccionaron medallas con el lema “Valor, constancia y patriotismo”43, que serían entregadas para lucir por los combatientes del año anterior en los respectivos desfiles conmemorativos celebrados en ambas ciudades, repar-tiéndose también a los extranjeros. El gesto hacia estos parecía actuar entonces como una forma de “nacionalizarlos”, presentando su participación en las acciones revolucionarias como un acto de patriotismo, invirtiendo los argumentos de los políticos y publicistas del autonomismo. Como afirma Bertoni, la prédica “antigringa” de los autonomistas santafesinos en el Parlamento nacional en 1894

41. Extraído de La Unión Provincial, Santa Fe, 12/06/1894. Este diario afirmaba, en el lenguaje típico del radicalismo, que “pertenecer a la Liga es así un deber de patriotismo y una muestra de virilidad cívica.”

42. Un ejemplar de los diplomas en el Archivo José Rodríguez y Martín Rodríguez Galisteo, Archivo General de la Provincia de Santa Fe.

43. El facsímil de la misma en la publicación especial 30 de julio. 1893-1894, Rosario, 1894, Archivo Manuel Cervera, Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe.

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para legitimar sus diplomas obtenidos en las pasadas elecciones fraudulentas, “estaba destinada a justificar al grupo gobernante y a socavar la simpatía que los rebeldes habían logrado en buena parte de la opinión pública. Convertía a los autonomistas gobernantes en las víctimas de una agresión de los extranjeros”.44

La liturgia y la simbología desplegadas para los rituales conmemorativos de la revolución de julio de 1893 en Santa Fe y Rosario -que podemos pensar como correlatos en escala de lo que ya se venía realizando por los radicales en Buenos Aires, con la intervención de miles de personas entre prota-gonistas y publico, si confiamos en la prensa-45 permiten una vez más ubicar al radicalismo, si bien con las particularidades de su configuración provincial, en esa cultura política nacional a la cual él también contribuía a dar forma, extender y reproducir, a medida que moldeaba su propia identidad partidaria. Si atendemos a la descripción que el diario radical de Rosario El Municipio realizara de la procesión cívica de 1894, la combinación de lo nacional y lo partidario, fundiendo sus componentes y permeando a los participantes, es elocuente:

“Todos venían correctamente formados, con sus banderas y estandartes y túmulos de coronas, placas y cruces para depositarlas en las tumbas de los mártires. (…) Algunos clubs acompañaban la bandera patria con la roja y blanca de la revolución (…) muchos ciudadanos y algunos extranjeros de nobles ideales que se batieron en julio, adornaban sus pechos con la medalla con que el pueblo agradecido premió su esfuerzo”.46

El hecho de que se promoviera y difundiera como un dato a destacar la intervención de mujeres y niños, argentinos y extranjeros, permite afirmar que lo que se intentaba expresar era un consenso so-cial y político, permeado por la idea de “acto patriótico”, en torno al accionar de la UCR, una forma, en suma, de concebirla como un hecho cultural. Así como los mítines y conferencias de la Unión Cívica originaria intentaban representar una opinión que trascendía la idea de los “partidos tradicionales”, la “conferencia cívica” organizada por los radicales capitalinos en 1895 repetía la fórmula, destacando la prensa la presencia en el teatro de hombres y mujeres de “distinguidas familias” de la elite local -dando cuenta de los espacios de sociabilidad en donde se tejían estas solidaridades políticas, al menos en nivel de la dirigencia-, donde luego “apareció en el escenario el Comité Central en pleno. En el fondo veíase, sobre un trofeo de banderas, el retrato de San Martín; hacia el centro, de un lado la enseña del Parque y del otro la santafesina de la revolución de Julio; en el frente mismo los retratos de Alem y Candioti”47, haciendo partícipes a los líderes de la revolución de 1890 en Buenos Aires y de 1893 en Santa Fe del panteón de próceres encabezado por quien fuera elevado al rango de máximo héroe nacional.

44. Bertoni, L. A., Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas, op. cit., p. 157.

45. Hemos analizado con mayor detalle los rituales conmemorativos de los radicales santafesinos en Reyes, F., Armas y política en la construcción de un partido, op. cit.

46. El Municipio, 31/07/1894.

47. La descripción corresponde a La Unión Provincial, 13/08/1895.

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Pero este tipo de asociaciones entre la identidad partidaria y la identidad nacional generaba también rechazo entre quienes no se resignaban a aceptar lo que consideraban una impostura. Es el caso del corresponsal del mitrista diario La Nación ante una de las más masivas manifestaciones llevadas a cabo por la UCR en sus años fundacionales (las cifras de la prensa oscilan ampliamente entre 8000 y 30.000 asistentes) -precisamente para el segundo aniversario de la revolución santafesina en Rosario, de la cual participaron no sólo los trece clubes radicales de esa ciudad, sino también los miembros del Comité Nacional y más de cincuenta delegaciones provinciale-, quien describía entre admirado e irónicamente reprobador:

“(…) con escarapelas todos: los guías con banderas, algunos clubs, de boina blanca, moviéndose y deteniéndose a la voz de mando. Demasiada organización tal vez. Estos desfiles se avienen mal, en mi concepto, a lo que deben ser actos populares (…) algunas bandas de música, no pocas banderas, compartiendo muchos conmigo la penosa impresión causada al ver la sagrada enseña patria escol-tando el estandarte radical rojo y blanco (…) Pero, ¡alto! Que ahí viene la libertad (…) En resumen, la consabida niña bonita y dulce, de azul y blanco la túnica, el gorro tradicional. En andas la llevaban varios membrudos mocetones, de boina blanca”.48

V. Algunas conclusiones

A lo largo de estas páginas hemos intentado reconstruir y exponer la forma en que el motivo “nacio-nal” y “patriótico” constituyó un dato virtualmente omnipresente en los orígenes de la Unión Cívica Radical. Dicha referencia se manifestó fundamentalmente, antes que nada y según la retórica de los mismos acores, como un sentimiento, una pasión política basada en la experiencia de la ciudadanía y en la invocación a una tradición histórica.49 En este sentido, el patriotismo republicano de los hom-bres de la Unión Cívica y luego del radicalismo actuaba como uno de los más poderosos legitimantes de una acción política que se oponía a quienes ocupaban los poderes constitucionales. Pero, al mis-mo tiempo, la exaltación de ese sentimiento y esos valores nacionales se remetían a un conjunto de mitos, ritos y símbolos que excedían con mucho a la identificación particular de los cívicos y radicales, debido a que esa misma operación era la que permitiría darle un mayor consenso a sus intervenciones políticas, dándose el caso de que muchos de quienes habían institucionalizado esas prácticas desde el Estado nacional eran sus opositores políticos. Avanzando un poco más, hemos podido demostrar que el propio fenómeno de construcción identitaria del radicalismo en esa década de 1890 tendía a una sacralización tanto de la idea de Patria como del propio colectivo, terminando por fundir uno en otro, confundiendo a la parte con el todo.

El hablar en nombre de esos valores nacionales a la hora de intervenir en la lucha política dio lugar también a impugnaciones que, en casos como el de las revoluciones de 1893, alcanzó a los mismos radicales a raíz de la participación de los colonos, generando una verdadera disputa por apropiarse

48. La cita del corresponsal de La Nación se reproduce en Nueva Época, 18/09/1895. Una descripción similar, aunque más exaltada, hace El Municipio, 17/08/1895.

49. Viroli, M., “El sentido olvidado del patriotismo republicano”, en: Isegoría, Instituto de Filosofía CSIC, n° 24, 2001.

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del sentido de lo patriótico, encontrando al propio como “verdadero” y al del adversario como false-dad o impostura, evidenciando esa disputa que algo en común estaba en juego dentro de esa gran familia que se constituía como una cultura política nacional. Pero, como se sabe, las disputas por la identidad también podían instrumentalizarse para dirimir pujas al interior de la propia agrupación, tal como ocurriera con la división de la Unión Cívica. Después de una nueva división y virtual desapari-ción de la UCR hacia finales de la década, un nuevo proceso de tradición selectiva se pondría en mar-cha en los primeros años del siglo XX rescatándose la experiencia fundacional del primer radicalismo, ahora en el marco de una cultura política nacionalista mucho más vigorosa y promovida fuertemente por el Estado nacional al aparecer nuevos conflictos y problemas en la agenda gubernamental y en la de las elites en general.

Fecha de recepción: Mayo de 2013

Fecha de aceptación y versión final: Noviembre de 2013

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El primer radicalismo y la ‘cuestión de la nación’. Acerca de un vínculo identitario fundacional

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Raúl IrigarayCátedra de Administración PúblicaFacultad de Ciencia Política y RR.II.U.N.R.

Democracia, Política y Comunidad.Consideraciones en torno a la cuestión de la Democracia en la axiomática comunitaria del Peronismo Clásico

Roy Carlos Williams Lic. En Ciencia Política Facultad ce Ciencia Politica y RRII - UNR

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ResumenEn este artículo nos proponemos volver a pensar (y sobre todo conceptualizar) la relación entre peronismo y democracia, en el contexto del Primer Congreso Nacional de Filosofía, en 1949. En este sentido trabajaremos más precisamente acerca del rol que tuvo dentro del mo-vimiento la idea de comunidad. Nuestra hipótesis es que la perspectiva comunitaria implicó una forma diferente de concebir la democracia; una interpretación que, en su desenvolvi-miento, permitió re-significar el escenario relacional de los distintos sectores sociales, en la Argentina de mediados de la década del 40.

Palabras claves: Democracia - Política - Comunidad

Abstract In this article we proposereturn to think (and especially to conceptualize) the relationship between peronism and democracy, in the context of the first National Congress of philosophy, in 1949. In this respect we will work more precisely about the role that had the idea of community within the movement. Our hypothesis is that the Community perspective implied a different way of conceiving democracy; an interpretation which, in its development, allowed re-signified relational stage of social sectors, in the Argentina of the 40s.

Keywords: Democracy - Policy - Community

Roy Carlos Williams, “Democracia, Política y Comunidad. Consideraciones en torno a la cuestión de la Democracia en la axiomática comunitaria del Peronismo Clásico”. Cuadernos del Ciesal. Año 10, número 12, enero-diciembre 2013, pp. 151-166.

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“Las colectividades que hoy deseen presentir el futuro, en las que la autodeterminación y la ple-na conciencia de ser y de existir integren una vocación de progreso, precisan, como requisito sustancial, el hallazgo de ese camino, de esa “teoría”, que iluminen ante las pupilas humanas los parajes oscuros de su geografía.” Juan Domingo Perón

I. El Tiempo de la Filosofía: La Comunidad Organizada y el Congreso Nacional de Filosofía de 1949

Desde su advenimiento, el peronismo se inscribió como una expresión extremadamente compleja dentro del entramado político nacional. Su irrupción tanto así como su devenir en el campo histórico, en gran medida, fue interpretado como un quiebre en relación con el escenario precedente y con las formas de hacer política imperantes hasta aquel momento. Las distintas figuras que fue adoptando a lo largo de su desenvolvimiento manifestaron, en líneas generales, el carácter diferencial de esta expresión política así como también su repercusión significativa en los ámbitos de la vida política argentina. Indagar acerca de esta naturaleza singular nos conduce, necesariamente, a dirigir nuestra investigación en torno a los trazos constitutivos y a las formas diferenciales que encarnaría esta expre-sión política, buscando identificar lo particular de su primer desenvolvimiento.

En el pensamiento de Perón y, en líneas generales, dentro de lo que podríamos denominar como el peronismo clásico, la noción de Comunidad Organizada, en conexión estructural con las de tercera posición y justicia social, ha ocupado un lugar esencial.1 El entramado conceptual del peronismo, so-bre todo a lo largo de su primer desenvolvimiento, ha otorgado a esta categoría un rol fundamental, ubicándola como matriz referencial y diferencial al momento de pensar la política nacional. Como ha señalado Armando Poratti: “La categoría básica del pensamiento del General Perón es “la comunidad or-ganizada”… La comunidad organizada es la búsqueda de un equilibrio, de una armonización de fuerzas entre elementos distintos, que en el plano sociológico son los diferentes sectores sociales.”2

Al analizar la categoría de comunidad, intentamos ponernos en condiciones de destacar los aspectos distintivos de este movimiento con respecto a las experiencias y modos teóricos de entender la so-ciedad y lo comunitario en anteriores momentos históricos, tratando de llevar adelante una reflexión acerca de los fundamentos conceptuales de aquella experiencia histórica.

Así se nos presenta lo comunitario, en tanto testimonio de las formas singulares del ser-en-común que permitieron establecer las tramas diferenciales del movimiento peronista frente al tempestuoso avatar de las otras formas políticas, posibilitando interpretarlo como una conformación distante y distinta del entramado de la vida política argentina. Adentramiento en el terreno de tensiones desde donde el peronismo pensó el gobierno de los hombres, comprendiéndolo, por un lado, como el ejer-cicio del gobierno sobre los ciudadanos y, paralelamente, como la forma en la que esos mismos hom-

1. Poratti, Armando: La Comunidad Organizada. Texto y Gesto, en Perón Juan Domingo, La Comunidad Organizada, Bue-nos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007.

2. Armando Poratti: La Comunidad Organizada. Texto y Gesto, en Perón Juan Domingo, La Comunidad Organizada, Bue-nos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.93

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bres autoproducen su propia esencia comunitaria. De esta manera, podríamos decir, que la forma en la que evolucionó y se pensó a sí mismo el primer peronismo, se muestra como un proceso complejo por el cual al mismo tiempo que se fue desplegando, parecería haber intentado interpretarse en fun-ción de una mayor autocomprensión de la vida-en-común nacional.

A lo largo del periodo que se extiende entre 1945 hasta 1955, el peronismo intentó, de distintas ma-neras, constituir una comprensión del ser-en-común capaz de articular el proyecto nacional-popular en curso con las manifestaciones más diversas manifestaciones de la estructuración de la realidad argentina. En cierto sentido, las formas que asumió fueron consideradas por muchos de sus prota-gonistas como una manifestación auténtica de la comunidad nacional. Retórica de la autenticidad que, al mismo tiempo, se sustentaría estructuralmente en torno a una concepción determinada de la Comunidad, la cual sería entendida como una totalidad colectiva capaz de llevar adelante las tareas de la nacionalidad en el plano de la historicidad argentina.

En este contexto, el Primer Congreso Nacional de Filosofía que se celebrará en Mendoza, entre el 30 de Marzo y el 9 de Julio de 1949, constituiría uno de los momentos principales en los que el peronis-mo comenzó a pensarse a sí mismo y a la filosofía de su tiempo en estrecha relación con el obrar po-lítico y con las posibilidades de un horizonte comunitario pleno. La importancia del Congreso quedó demostrada con la participación de figuras de primer nivel internacional, siendo posible afirmar que los representantes de las corrientes filosóficas más influyentes de la época depositaron su atención en este acontecimiento. Asistieron, entre otros, Hans-Georg Gadamer, Kart Löwith, Wilhelm Szilazi, Nicola Abbagnano, MicheleSciacca y EugenFink. También mandaron ponencias Kart Jaspers, Nicolai Hartmann, Benedetto Croce, Jean Hyppolite, Ludwig Klages, Galvano DellaVolpe. Como ha señalado Guillermo David, el mismo Martin Heidegger estuvo cerca de participar, a partir de las gestiones, que en este sentido, llevo adelante el canciller Bramuglia ante su par alemán. Sin embargo, la situación delicada por la que estaba pasando Heidegger en su país, por ese mismo tiempo, hizo imposible su participación enviando únicamente una salutación al Congreso.3

En líneas generales el evento puede ser considerado como un gran campo de disputa entre las co-rrientes más significativas del pensamiento filosófico de la época de las que podemos destacar, por un lado, las vinculadas al pensamiento existencial heideggeriano y, por otro, los grupos identificados con el neotomismo: En la reseña del Congreso que ofrecerá en sus memorias, Hans Georg Gadamer presenta en estos términos la inexpresada pregunta que atravesó las deliberaciones: “¿Hay una teolo-gía natural o, por el contrario, todo conocimiento de Dios permanecerá necesariamente dependiente de la revelación? ¿Tiene razón entonces el pensamiento moderno al exigir, en contradicción con la metafísica del Dios o del espíritu infinitos, una metafísica de la finitud?”4

El Congreso sería también el escenario donde Perón presentará La Comunidad Organizada cómo sus-tento doctrinario del movimiento peronista5, pudiéndose observar en dicha propuesta una intensa y

3. Guillermo David: Carlos Astrada, La Filosofía Nacional, Buenos Aires, Ediciones el Cielo por Asalto, 2004, p. 202.

4. Guillermo David: Carlos Astrada, La Filosofía Nacional, Buenos Aires, Ediciones el Cielo por Asalto, 2004, p. 201.

5. Guillermo David: Carlos Astrada, La Filosofía Nacional, Buenos Aires, Ediciones el Cielo por Asalto, 2004, p. 201

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tensional articulación entre las nociones de individuo y comunidad. Conceptos, ambos que, a lo largo del discurso, no aparecen como figuras contrapuestas ni antitéticas, sino que advienen en los térmi-nos de una comunicación, de una com-parecencia que parecería estructurar la coherencia interna del texto: “Nuestra comunidad, a la que debemos aspirar, es aquélla donde la libertad y la responsabilidad son causa y efecto, en que exista una alegría de ser, fundada en la persuasión de la dignidad propia. Una comunidad donde el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integrar y no sólo su presencia muda y temerosa.”6 Observamos una apuesta al individuo en comunidad, que en cierta forma, parecería plantearse la realización del “individuo” en el “todo”, la concreción de las as-piraciones singulares en el marco de las posibilidades colectivas de realización del ser-en-común. En suma, una forma de anudamiento tensional de los horizontes individual y colectivo: “La humanidad necesita fe en sus destinos y acción, y posee la clarividencia suficiente para entrever que el tránsito del yo al nosotros, no se opera meteóricamente como un exterminio de las individualidades, sino como una re-afirmación de éstas en su función colectiva…la confirmación hegeliana del yo en la humanidad es, a este respecto, de una aplastante evidencia.”7

Se nos ofrece un sendero que, en La Comunidad Organizada, es al mismo tiempo hilo conductor de la problemática de la comunidad en consonancia con la plenificación de la accesión a grados más eleva-dos de Libertad. En lo que sigue, nos proponemos realizar un recorrido en torno a las formas en que van desenvolviéndose en el texto las tensiones en torno a las nociones de individuo y comunidad, presentes en el discurso y sus irradiaciones sobre la problemática de la democracia.

II. Derivas del Peronismo Clásico: El Espectro de la Comunidad o el Problema de la re-lectura de una Doctrina Política

Como sabemos en el peronismo la cuestión de la doctrina siempre ha tenido un lugar de importancia. A diferencia de otras experiencias políticas que se han constituido en torno a una propuesta de carác-ter más programático, el peronismo, en gran parte, debido a su origen movimientista parece haber encontrado en la doctrina el conjunto de principios esenciales sobre los cuales asentar las formas de su acción política. Probablemente, el hecho de ser un movimiento político, o más específicamente político-social, implicó necesariamente la conformación de un cuerpo de ideas que pudiesen otorgar cierta base, cierto sostén de ideas compartido que posibilitase proyectar políticas compartidas para actores completamente diversos.

En los comienzos mismos, como ha ocurrido siempre con los movimientos políticos de base popular, el peronismo ha encontrado la diversidad, la pluralidad de actores y sectores sociales, la heterogenei-dad desplegada bajo el rostro de polifacético de la multitud. Si nos proponemos recordar esta hete-rogeneidad fundacional, no resulta para nada superfluo dirigirnos a la frase de Raúl Scalabrini Ortiz, que se refiere a las formas originarias del peronismo testimoniadas el 17 de Octubre de 1945: Frente a mis ojos desfilaban rostros, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras esca-

6. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.181

7. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.155

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sas cubiertas de pringues, de restos de breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en la impetración de un solo nombre: Perón. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. El descendiente de meridionales eu-ropeos iba junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún… Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el substracto de nues-tra idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente en su primordialidad sin recatos y sin disimulos.

Probablemente, lo que Perón denominaba doctrina, podemos caracterizarlo como una determina-da concepción del mundo, una cosmovisión compartida capaz de llevar adelante y dar forma a un proceso de identificación popular inédito en la historia de nuestro país. Por un lado se plantea, una ética, es decir un conjunto de valores prácticos comunitarios que sirven para vida de conjunto, por otra parte, la doctrina es la que nos permite, proyectar una política comunitaria, es decir, abrir paso a la conformación de un cuerpo político que desde su heterogeneidad constitutiva pueda unificar la direccionalidad de la acción política. En este sentido, el Peronismo, necesariamente, debía articular una comprensión nueva que permitiese agrupar y organizar a aquel “subsuelo de la Patria sublevada”, que hacía saltar el continuum histórico de la vida política argentina.

Desde la mirada de Perón dicha multitud, requería una Doctrina, necesitaba de formas cohesivas y organizativas que le abriesen la posibilidad de devenir Pueblo: “Habrá pueblos con sentido ético y pueblos desprovistos de él; políticas civilizadas y salvajes; proyección de progreso ordenado o delirantes irrupciones de masas. La diferencia que media entre extraer provechosos resultados de una victoria social o a negarla en el desorden, corresponde a las dosis éticas poseídas.”8Había que pensar las formas de pasar de la Multitud que engendró el 17 de Octubre, al Pueblo que engrosaría al Peronismo los años subsiguientes. Por esta razón, Perón decía: “Nuestro hombre está de pie para una integración, no para una desesperanza…Nuestra doctrina no cree en la violencia que desgarra, sino en la superación que ele-va; en la plenitud de su cometido, sin miras egoístas en las relaciones cada día más complejas del hombre con la comunidad.”9

La doctrina contiene y organiza, hace de una “masa - sin –forma” el prolegómeno de un Pueblo, hace de ese argentino innominado por la “partidocracia oligárquica”, de ese “de nadie y sin nada”, un “exis-tente político”. Probablemente, todos y cada uno de los discursos de Perón, puedan ser vistos en esta clave, es decir, como una acción pedagógica; como una figura en que la doctrina otorga fundamento del hacer política iluminando nuevos cursos de acción. Siguiendo a Armando Poratti podríamos afir-mar: “…los escritos de Perón no son nunca un mero texto, sino momentos de una acción.”10

8. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.151

9. Juan Domingo Perón: Discurso pronunciado en el acto de honor a los delegados al I Congreso Argentino de Filosofía, en Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.190

10. Armando Poratti: La Comunidad Organizada. Texto y Gesto, en Perón Juan Domingo, La Comunidad Organizada, Bue-nos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.85

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En esta axiomática lo doctrinario, parece no representar una manifestación cerrada sobre sí, es decir ajena al cambio, ni tampoco, un “significante vacío” en el cual “todo es lo mismo” de “cualquier forma”. La Doctrina constituye siempre un cuerpo de ideas, un sistema abierto de la praxis política acorde a un conjunto de valores, donde se juegan las posibilidades de construcción de la Comunidad en los distintos momentos de su existencia histórica. Se intenta pensar siempre desde la composición de fuerzas; desde la conformación de un movimiento basado en la unidad, la cual opera, paralelamente, a partir del reconocimiento de las diferencias y desde la ampliación del espectro de articulaciones políticas. Cuando hablamos de este tipo de construcción política surgida de la doctrina, creo que, casi siempre, se intenta hacer alusión a la estructura del vínculo dentro del peronismo, es decir, a eso que enlaza “orgánicamente” a diferentes actores sociales, con diferentes tareas políticas, en un determina-do momento histórico.

Ahora bien, en el contexto del discurso pronunciado en el Primer Congreso Nacional de Filosofía, en 1949, Perón va realizar una mención sobre la relación entre Comunidad y Democracia: “El proble-ma del pensamiento democrático futuro está en resolvernos a dar cabida en su paisaje a la comunidad, sin distraer la atención de los valores supremos del individuo; acentuando sobre sus esencias espirituales, pero con las esperanzas puestas en el bien común.”11

Si nos remitimos a las tramas esenciales del discurso, parecería que la puesta en juego de la pers-pectiva comunitaria implicaría una forma diferente de concebir la democracia. Es decir, una inter-pretación que, en su desenvolvimiento, se alejaría progresivamente del paradigma liberal y que, en su despliegue, permitiría re-significar el escenario relacional de los distintos sectores sociales, en la Argentina de mediados de la década del 40. Se nos ofrece un advenimiento de lo comunitario que se encarnaría como la forma política de la construcción del Pueblo y como establecimiento de un cam-po articulatorio diferencial con respecto a la comprensión liberal de la democracia.

Lo comunitario como el momento central desde el que se constituye la vida del conjunto, sin em-bargo, dichas formas convivenciales no se mostrarían ajenas al desarrollo de las potencialidades del individuo.

Precisamente, el individuo se encontraría en condiciones de realizarse siempre en la tensión per-manente con los otros individuos pero, también, siempre dispuesto a la concordancia que abre el camino de la co-existencia: “Nuestra comunidad, a la que debemos aspirar, es aquélla donde la libertad y la responsabilidad son causa y efecto, en que exista una alegría de ser, fundada en la persuasión de la dignidad propia. Una comunidad donde el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integrar y no sólo su presencia muda y temerosa.”12

El ser-en-común que se desprende de la axiomática de Perón busca clausurar los egoísmos poten-cialmente destructores del vivir-en-común, pero así también, obstruir las tendencias masificadoras que nulifican al ser-individual. La Comunidad Organizada es, en este sentido, decididamente, una pro-puesta tercerista: el relato de una distancia prudencial pero, al mismo tiempo, tajante con respecto

11. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.180

12. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.181

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a las democracias liberales como la de Estados Unidos, como también del Comunismo de la Unión Soviética.

Horizonte distante de la conceptualidad liberal-democrática, como también de la autorreferenciali-dad y cerrazón característica de los totalitarismos del Siglo XX. En el liberalismo se veía el peligro de la proliferación de un individualismo amoral, egoísta y contrario a la evolución del ser humano. El comunismo (si bien se reconocía que el valor de la ideología marxista en tanto respuesta a la explo-tación capitalista, proponiendo la unidad de los trabajadores), será criticado desde las posiciones del colectivismo comunista en la medida en que crea un Estado omnipotente el cual insectifica al indivi-duo, clausurando la posibilidad de un horizonte de justicia social. Entonces, lo se ofrece como amenazador para la comunidad es lo siempre asediante en el egoísmo extremo que siembra la dis-cordancia y en el colectivismo que busca imponer un desierto tendiente a borrar todas las diferencias: “…pese al flujo y reflujo de las teorías, el hombre, compuesto de alma y cuerpo, de vocaciones, esperanzas, necesidades y tendencias, sigue siendo el mismo. Lo que ha variado es el sentido de su existencia, sujeta a corrientes superiores.”13“Esa acentuación oscilante lo mismo puede someterle como ente explotable al despotismo de individualidades egoístas, que condenarle a la extinción progresiva de su personalidad en una masa gobernada en bloque.”14

Como sabemos, en el contexto en que se pronuncia La Comunidad Organizada, no resultaba para nada descabellado interrogarse sobre las nuevas formas posibles de una vida-en-común. Sobre la de-solación que se había cernido en Europa luego de la Segunda Guerra Mundial, y en medio de la pugna planetaria que comenzaba a desplegarse en toda su magnitud entre el capitalismo estadounidense y el comunismo soviético, la humanidad se encontraba ante la interrogación de cómo pensar formas co-existenciales que pudiesen re-crear la tensión entre individuo y comunidad sin malograr ninguna de las dos opciones. Un escenario que se tornaba más tempestuoso aún, si tenemos en cuenta la incorporación de las masas a la vida política y su profunda y sostenida influencia en los destinos dife-renciales de cada nación y junto con ello el despliegue de la técnica moderna a escala planetaria.

Mayorías sociales soberanas y un avance tecnológico que se presentaba en términos de un incremen-to desenfrenado de relaciones y complejización de las costumbres ancestrales mostraban el paisaje de la época como un relato dislocado sin parangón en la historia occidental: “Advertimos enseguida un síntoma (inquietante) en el campo universal. Voces de alerta señalan con frecuencia el peligro de que el progreso técnico no vaya seguido por un proporcional adelanto de la educación de los pueblos. La com-plejidad del avance técnico requiere pupilas sensibles y recio temperamento.”15

La crisis del Siglo XX aparentaba ser de raíz materialista, se avizoraban muchos deseos insatisfechos en una sociedad basada en la posesión de bienes materiales. En términos de la vida comunitaria, lo material alejaba y posponía lo espiritual, formaba ciudadanos, por momentos egoístas, por momen-tos insectificados en el marco de una sociedad gobernada en bloque de manera autoritaria. Por un

13. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.160

14. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.160

15. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, pp. 162-163

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lado, se presentía el riesgo de que el individuo dispensado de su participación en la comunidad, se encontrase infatigablemente abandonado en la soledad de la historia. Por otro lado, cabía la posibili-dad que ese individuo fuese oprimido por la misma sociedad a que pertenecía, quedando silenciado y clausurado frente a una comunidad que no lo reconocía y que potencialmente lo tornaba sacrifica-ble.

En ese escenario, resultaba imprescindible distanciarse tanto del individualismo inmunizado, es de-cir de las figuras de un liberalismo dislocado de cualquier pertenencia comunitaria, como también era imperativo no caer en un colectivismo atroz en que el sujeto quedase expuesto permanente-mente a su propia abdicación: “En la consideración de los valores supremos que dan forma a nuestra contemplación del ideal, advertimos dos grandes posibilidades de adulteración: una es el individualismo amoral, predispuesto a la subversión y al egoísmo, al retorno a estados inferiores de evolución de la espe-cie; otra reside en esa interpretación de la vida que intenta despersonalizar al hombre en un colectivismo atomizador.”16

Perón entendía que esa crisis ponía a la filosofía en una situación, no tan distinta a la que se había presentado en la Edad Media, es decir, la ubicaba frente a la posibilidad de forjar los trazos de lo que se podía denominar como un nuevo Renacimiento: “En tal coyuntura la filosofía recupera el claro sen-tido de sus orígenes. Como misión pedagógica halla su nobleza en la síntesis de la verdad, y su proyección consiste en un “iluminar”, en un llevar al campo visible formas y objetos antes inadvertidos; y, sobre todo, relaciones. Relaciones directas del hombre con su principio, con sus fines, con sus semejantes y con sus rea-lidades inmediatas. De los elevados espacios, donde las razones últimas resplandecen, procede la norma que articula al cuerpo social y corrige sus desviaciones.”17La filosofía en su despliegue histórico no debía quedar aislada de la vida de los pueblos, era necesario que su actividad se encontrase permanente-mente asediada por las interpelaciones que surgían de la dinámica de cada sociedad.

Hay en La Comunidad Organizada una invocación que reconoce a la filosofía como una expresión del pensamiento capaz de abrir paso a una nueva comprensión que permitiese re-pensar la relación en-tre lo material y lo espiritual en un escenario epocal considerado como crítico: “Caracteriza las grandes crisis la enorme trascendencia de su opción. Si la actual es comparable con la del Medioevo, es presumible que dependa de nosotros un Renacimiento más luminoso todavía que el anterior, porque el nuestro, con-tando con la misma fe en los destinos, cuenta con un hombre más libre y, por lo tanto, con una conciencia más capaz. El gran menester del pensamiento filosófico puede consistir, por consiguiente, en desbrozar ese camino, en acompasar ante la expectación del hombre el progreso material con el espiritual.”18

El hombre se hallaba frente a una profunda crisis de valores que comprometía su propia humani-dad. Crisis que se manifestaba en el predominio de los valores materiales por sobre los espirituales y que repercutía negativamente sobre el campo articulatorio entre individuo y comunidad. Desequi-librio, incertidumbre e inestabilidad de los valores sociales que cuestionaban el sentido mismo de la

16. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.166

17. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.141

18. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, pp. 142-143

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vida-en-común tal como se había desplegado históricamente en Occidente. Así, en La Comunidad Organizada se hacía mención críticamente al náusea de Sartre, y también de una manera inexacta a la angustia de Heidegger; ambos como signos de decadencia, de anomia: “Es hasta cierto punto poco comprensible que hayamos pasado con tan peligrosa brevedad intelectual de la decepción del ser insectificado a esa náusea con que, a espaldas de sagradas leyes, se pretende orientar la comprensión de la existencia colectiva. Lo sintomático de este modo de pensar está en que no es una abstracción, como tampoco lo era, pongo por ejemplo, el marxismo. Éste operaba sobre el descontento social. La náusea – como entelequia- opera sobre el desencanto individual. Es la “angustia” abstracta de Heidegger en el terreno práctico: corresponde a una sociedad desmoralizada que ni siquiera busca una certidumbre para reclinar su cabeza.”19

Para Perón, entre la primacía de lo material y la posibilidad de advenimiento de lo espiritual, se jugaría la interrogación acerca de que tipo de felicidad debía corresponder a las ansias de perfección del in-dividuo en el contexto de desenvolvimiento de la técnica moderna. Lo comunitario aparecería como una forma de persuasión de dignificación individual en que la solidaridad desterraría la violencia en función de un equilibrio tensional entre los distintos actores sociales: “La humanidad necesita fe en sus destinos y acción, y posee la clarividencia suficiente para entrever que el tránsito del yo al nosotros, no se opera meteóricamente como un exterminio de las individualidades, sino como una reafirmación de éstas en su función colectiva…la confirmación hegeliana del yo en la humanidad es, a este respecto, de una aplastante evidencia.”20

Desde esta perspectiva, en La Comunidad Organizada, se augura como posibilidad un por-venir en que los individuos pudiesen ser capaces de formar y con-formar comunidades, constituyendo el de-sarrollo de la individualidad el requisito indispensable para pensar las figuras metamorfoseadas del ser-social. No puede haber horizonte de colectivo sin fomento de las potencialidades individuales, pero al mismo tiempo, no sería posible una individualidad plena y autoconsciente sin su fusión ten-sional con el devenir del conjunto: “No debemos predicar y realizar un evangelio de justicia y de progre-so, es preciso que fundemos su verificación en la superación individual como premisa de la superación colectiva.”21

Es en este sentido, que sepropone como clave de una política del ser-en-común, la evolución del Yo en el Nosotros, la integración superadora del individuo plenamente constituido en el orden comuni-tario, es decir, la transfiguración del sujeto en el fluir histórico y com-pareciente del tejido social. Un Nosotros que, perfeccionado por el Yo, siente las premisas de una nueva etapa en la evolución huma-na. Realización del Yo en el Todo social que, no sería otra cosa que, la invitación a una composición armónica del desenvolvimiento de la vida de un Pueblo:“Lo que nuestra filosofía intenta restablecer al emplear el término armonía es, cabalmente, el sentido de plenitud de la existencia. Al principio hegeliano de realización del yo en el nosotros, apuntamos la necesidad de que ese “nosotros” se realice y perfeccione por el yo”. Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser

19. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.164

20. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.155

21. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.184

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conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las libertades que procede de una ética para la que el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debe mendi-gar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad.”22

La política de la comunidad no sólo sería armonía y concordia sino también, conflicto y tensión. Esce-nario en que los actores, lejos de tener un rol preestablecido y compartimentado, podrían modificar intentando re-significar su lugar dentro del ordenamiento desgarrado de la Polis. En suma, Polis como vida de la comunidad, es decir, como com-parecencia en la que se suceden profundos desplazamien-tos de fuerzas encarnados, alternativamente, por diversos sujetos colectivos. Reflejos e imágenes de un orden comunitario donde los conflictos se podrían alivianar o agudizar, pero que nunca desapare-cerían por completo. Una sombra en fuga en que lo comunitario parecería no encontrar un acuerdo pleno; siempre se expondría a la búsqueda de una concordia por-venir teniendo en cuenta el carácter agonístico de la vida en común.

Comunidad que sería imposible concebir sin la plenificación de los individuos que la com-ponen. Individuos que se desenvolverían en el sendero de una perfección permanente hacía formas supe-riores de existencia, pero que no se hallarían dispensados de participar del ser-en-común. Desde esta perspectiva tales individuos formarían y con-formarían comunidades, en la medida en que el desarro-llo de la individualidad sería el requisito indispensable para pensar las figuras metamorfoseadas del ser-social. No hay horizonte de comunidad sin fomento de las potencialidades individuales, pero al mismo tiempo, no sería posible una individualidad plena y autoconsciente sin su fusión tensional con el devenir del conjunto: “No debemos predicar y realizar un evangelio de justicia y de progreso, es preciso que fundemos su verificación en la superación individual como premisa de la superación colectiva.”23Se trataría, así, de llegar a la “humanidad”, es decir de acceder a formas convivenciales superiores susten-tadas en el perfeccionamiento del existente político tomado singularmente.

En este sentido, como hemos indicado, Perón entiende como clave de una política por-venir, la evo-lución del Yo en el Nosotros, la integración superadora del individuo plenamente constituido en el orden comunitario, es decir, la transfiguración del sujeto en el fluir histórico y com-pareciente del tejido social.

Un Nosotros que se perfeccionaría por medio del individuo y que podría sentar las premisas de una nueva etapa en la evolución humana. Realización del Yo que, no es otra cosa, más que una composi-ción armónica del existir temporal de un Pueblo:“Lo que nuestra filosofía intenta restablecer al emplear el término armonía es, cabalmente, el sentido de plenitud de la existencia. Al principio hegeliano de rea-lización del yo en el nosotros, apuntamos la necesidad de que ese “nosotros” se realice y perfeccione por el yo”. Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser cono-cimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las libertades que procede de una ética para

22. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.184

23. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.184

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la que el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debe mendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad.”24

III. La Comunidad Organizada: Recomienzo y Por-venir

Creemos que la apuesta de La Comunidad Organizada, tal como fue planteada en el Congreso de Filosofía de Mendoza, permitiría pensar el Ser-en-común, como una expresión capaz de re-ligar las perspectivas individuales con el despliegue de los entramados comunitarios a lo largo del desenvol-vimiento histórico de los Pueblos. Lacomunidad podría ser entendida como coexistencia de las liber-tades de los seres singulares que se reconocerían en el bien general. Un ser-con-otros, en términos de un gesto de producción de comunidad o, mejor aún, como una instancia por la que lo individual sería realzado en sus matices diferenciales, a partir de su incorporación al tejido co-existenciario del ser-en-común: “Lo que nuestra filosofía intenta restablecer al emplear el término armonía es, cabalmente, el sen-tido de plenitud de la existencia. Al principio hegeliano de realización del yo en el nosotros, apuntamos la necesidad de que ese “nosotros” se realice y perfeccione por el yo”. Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las libertades que procede de una ética para la que el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debe mendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad.”25

No se buscaría una organización ideal, un arquetipo de comunidad cerrada sobre sí misma, en la que el individuo quedase clausurado, sino que parecería abrirse paso una com-parecencia del ser-en-común capaz de reconocer las figuras diferenciales y disonantes de lo individual.

Tal vez, por ello el texto, en ningún momento, apunta a reivindicar la función del Estado, sino, que contrariamente, hace hincapié en la libre creación de los pueblos y sus individuos: “La senda hegelia-na condujo a ciertos grupos al desvarío de subordinar tan por entero la individualidad a la organización ideal, que automáticamente el concepto de humanidad quedaba reducido a una palabra vacía: la omni-potencia del Estado sobre una infinita suma de ceros26.”

En un contexto de crisis de valores, de desenvolvimiento desenfrenado de la técnica, los pueblos que pretendiesen proyectarse en el por-venir bajo las imágenes de la autodeterminación y de una plena conciencia de ser del individuo y del co-existir, parecían requerir de una nueva articulación política comunitaria que los guiase en el hallazgo de un camino de felicidad.

Probablemente, sería en este punto, en la conjunción de este “juego de espejos” entre individuo y comunidad, donde jugaría un rol significativo llevar adelante una comprensión de la democracia, como forma com-pareciente de los distintos momentos de composición política del ser-en-común. Figuras de un asedio que, tal vez, podría ser pensado como el imperativo de un abismo: adentrarnos

24. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.184

25. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.184

26. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.156

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en la recuperación de una conceptualidad política que deberá ser, al mismo tiempo “reactualización” y re-apropiación en términos de los saberes implícitos en la comprensión de la vida – en- común del peronismo.

En suma,La Comunidad Organizada, en tanto, democracia comunitaria, es decir, como figura compa-reciente de una forma singular de relación entre el plano del existente político y su relación con el todo social. Democracia, de tramas, de enclaves orgánicos en los que se reconstituye de forma distinta la relación entre el individuo y su pertenencia a la comunidad. “La vida de relación aparece como una efi-caz medida para la honestidad con que cada hombre acepta su propio papel. De ese sentido ante la vida, que en parte muy importante procederá de la educación recibida y del clima imperante en la comunidad, depende la suerte de la comunidad misma.”27

Bibliografía:

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27. Juan Domingo Perón, La Comunidad Organizada, Buenos Aires, Instituto para el Modelo Argentino, 2007, p.151

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- Williams, Roy: Filosofía, Destino y Emancipación Nacional. Carlos Astrada y la pregunta por el Ser, en Revista Política para la Independencia y Unidad de América Latina Nº4, Buenos Aires, Agosto 2007.- Wolin, Sheldon: Política y Perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento político occidental, Buenos Aires, Amo-rrortu, 1993.

Fecha de recepción: Marzo de 2013

Fecha de aceptación y versión final: Agosto de 2013

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