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ivarda coll

cuadernos de literatura infantil colombiana

y la crítica

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12 Ivar Da Coll: auténtico intérprete de la cultura infantil BeatrizHelenaRobledo

18 Otrasvoces:ZullyPardo

19 Ivar Da Coll y la poética del libro-álbum MaríaElenaMaggi

34 Otrasvoces:AlvaroJoséSánchez

36 Ivar Da Coll: entre la permanencia y el cambio FanuelHanánDíaz

45 Otrasvoces:GaliaOspinaVillalba

46 Ivar Da Coll o el encanto de la inocencia MaríaClemenciaVenegasFonseca

54 Otrasvoces:PaolaRoa

55 Ivar y sus amigos MargaritaValencia

59 Otrasvoces:JuanitaCajiao

60 La obra

69 El autor

71 Bibliografía sobre el autor

74 La exposición

Contenido

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La veía dibujar con mucho interés; y con la misma emoción se sentaba durante horas a tocar el piano. Tal vez, observar a mi mamá desde muy pequeño haciendo estas actividades me motivara a imitarla; por esa razón, y desde que tengo claros mis recuerdos, sé que dibujar es algo que me fascina. Por su parte, mi papá entendió ese gusto y entonces se dedicó a comprarme cuadernos, pinceles, lápices de colores… Eso sí, con la condición de que una vez finalizara los dibujos, se los enseñara. Muchas veces, a cambio de esas páginas, me dio dinero con el que pagué las entradas a las funciones matinales de cine los domingos.

Mi papá murió cuando yo tenía once años. Para entonces, comencé a trabajar en un grupo de títeres en el que no sólo actué con los muñecos, sino que además diseñé varios personajes, elaboré sus cabezas, sus vestidos, así como también los escenarios en los que representarían las historias. Dentro de mis planes no estaba convertirme en un escritor e ilustrador de libros infantiles, más bien, siempre quise ser un pintor, pero creo que haber trabajado en el teatro de títeres me llevó a tener este oficio. Bien dice un dicho muy bonito: “Uno hace planes y Dios se sonríe”. Y yo he logrado sonreírme, no sólo con Dios sino también cuando me he enterado de que algunos niños han sido felices, aunque sea por un ratito, con alguno de mis libros.

IvarDaColl

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Ivar Da Coll: auténtico intérprete de la cultura infantil

hablar de Ivar Da Coll es hablar de un creador. Creador de un mundo expresado en doble clave: texto e imagen. Este ejercicio creativo en el que, desde su origen, se fusionan los colores, las figuras, las técnicas de la ilustración con las palabras, la historia, el diálogo, requiere un gran talento. Y eso es lo que tiene Ivar Da Coll: talento. Pero un talento cultivado con oficio y vocación de explorador. Ivar es el único representante en nuestro país de ese singular y delicioso género –conquista de los libros para niños– llamado libro-álbum. Género en el que no basta una simple relación entre imagen y texto, sino en el que además es necesaria la tensión y la lucha por el sentido entre estos dos lenguajes. Vendrán otros, jóvenes creadores que se irán abriendo camino en este campo que se instala con mesura en nuestro medio, pero él seguirá siendo el pionero.

El camino para llegar al libro-álbum es diferente para cada creador. Algunos vienen de las artes gráficas y por casualidad o azar devienen en el oficio de crear libros para niños; otros provienen del mundo de la pintura; y otros se forman en la academia como ilustradores. Ivar viene de un espacio que quizás logre explicar su vocación literaria: el teatro. Su formación inicial es la de titiritero. Oficio que lo acerca desde una mirada lúdica al universo de los niños, y que le da los elementos esenciales para crear personajes. Y quizás estos sean dos secretos que explican su consolidación como creador de libros para niños: la construcción de personajes y una intuición, expresada en voluntad creativa, para descifrar el mundo infantil.

Personajes, sí, muchos, variados, inolvidables, singulares, únicos. ¡Qué decir de su primer personaje! Aquel que le entregó la carta mágica para trasegar por la literatura infantil y los libros para niños: Chigüiro. Este simpático y tierno

beatrizhelenarobledo

Licenciada en Letras con maestría en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Javeriana de Bogotá, donde es profesora en el área de Literatura Infantil. Escritora e investigadora en las áreas de Literatura Infantil y Juvenil y en procesos de formación lectora, con veinte años de experiencia en el campo de la lectura y la literatura infantil y juvenil. Entre sus obras están Antología del relato infantil colombiano, Antología de poesía infantil colombiana, Antología de poesía juvenil colombiana, Siete cuentos maravillosos, Rafael Pombo, la vida de un poeta, Un día de aventuras y Fígaro. Fue subdirectora de Lectura y Escritura del cerlalc . Actualmente es directora de Taller de Talleres y se desempeña como consultora independiente.

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roedor oriundo de los Llanos Orientales de nuestro país no necesitó –en manos de Ivar– palabras para contar todas sus historias. Historias que no eran grandes hazañas ni enredadas aventuras: sencillas anécdotas de la vida cotidiana que para un niño hacen parte de su descubrimiento del mundo y de su manera de relacionarse con su entorno: un lápiz mágico que hace realidad lo que se desea; un flotador que sirve de rueda de la chiva, desafiando las leyes de la física y resolviendo una dificultad no menor, que logra evitar la frustración de no poder ir a la playa de paseo; un palo que en manos de Chigüiro, como en las de un niño, se transforma en múltiples objetos.

Y este personaje inaugural, por supuesto, no vive solo. Empieza así la creación de una variedad de seres que hacen parte de su familia y de sus amigos. Animales que encarnan cualidades humanas que para Ivar resultan fundamentales: la solidaridad, la fraternidad, la clara y diáfana noción de amistad. La familia y los amigos acogen al niño lector, lo arrullan y lo protegen. Y ese es el primer nicho en el que se detiene Ivar en su camino como explorador: la recreación de la amistad. Esta se manifiesta de muchas maneras en la vida cotidiana de los personajes: Hamamelis, Eusebio, Camila, Úrsula, Ananías, Eulalia, Miosotis, tejen sus lazos a través de pequeños pero grandes pactos: guardar un secreto, hacer un regalo especial al amigo, un regalo anhelado que demuestra conocimiento del otro; celebrar el cumpleaños entre amigos, cumpleaños que todos habían olvidado; jugar a las escondidas, disfrazarse para jugar a ser otro; acompañarse en las noches oscuras cuando salen los monstruos… En esta serie de libros, que no son necesariamente una época en la trayectoria de Ivar, sino más bien una línea de expresión o un leitmotiv que se manifiesta en diversas obras, los personajes son creados en relación con el otro. No son sus aventuras ni sus actos heroicos los que los caracterizan o los hacen inolvidables, tampoco es su personalidad que podría llegar a ser expresión egocéntrica: es su relación con los otros, con el otro. Allí hay una ética del cuidado que supera el mero divertimento o la admiración por la técnica. Chigüiro, Abo, Hamamelis y el secreto, 1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.

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Ata, Carlos, Cochinita, Nano y sus amigos, Eusebio, Juan, Diego, viven en función del otro llamado amigo, hermano, nieto, madre, padre, y sus cualidades los definen. En esta porción del mundo de Ivar que acoge a los lectores más pequeños, no hay malos ni buenos. Hay seres que pueden parecer, a los ojos del protagonista, ofensivos, extraños, molestos, pero no malos, hasta que el personaje, en virtud de la aclaración, comprende la verdadera naturaleza de lo que ocurre. Esa sutileza de las relaciones la entienden mejor los niños que los adultos, para quienes sí existe la maldad, como en el caso de Los dinosaurios (2000). En esta historia, por ejemplo, son los adultos –quienes casi siempre tienen ideas muy tontas, como dice el narrador– los causantes de la desaparición de los dinosaurios, al querer exterminarlos con sus carros de ruedas, sus herramientas y sus antorchas de fuego.

Otra constante que aparece en la obra de Ivar es el juego. El juego expresado de diversas maneras: tejido de una historia, basamento de una arquitectura narrativa, como en el caso de Torta de cumpleaños (1990), Garabato (1990), Chigüiro, Rana Ratón (1997). En todas estas obras los personajes juegan: a las escondidas, a disfrazarse y convertirse en otro, a divertirse. El juego hace parte esencial de la vida del niño y es a través de éste que resuelve muchas de sus confusiones sobre el mundo. El juego para un niño es metáfora. O mejor, abre en la vida real la posibilidad de la metáfora: juego de roles, juego tradicional con repeticiones que dan seguridad, con estribillos que glosan y amplían el sentido, juego de suposiciones. Ivar echa mano del juego, como lo hacen los niños. Haciendo así uso de la expresión más auténtica de la cultura infantil.

En esa vocación de explorador, Ivar incursiona en el humor, con la misma comprensión del universo de la infancia, en este caso, con el humor que puede arrancarle una carcajada a un niño lector más grande, que ya imagina recorridos largos por senderos y caminos. ¡No, no fui yo! (1998) y Balada peluda (2001) son muestras de este camino que, aunque no ha sido ampliamente desarrollado, Los dinosaurios / Supongamos, Bogotá, Norma, 2007.

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demuestra aciertos. ¡No, no fui yo! es un ejemplo del conocimiento de lo que para los niños puede ser divertido y sobre todo liberador. Frente al mundo convencional y rígido de los adultos, los personajes se comportan como todo niño desearía comportarse, o como realmente lo hace cuando está lejos de la mirada represiva y ordenadora de los mayores.

Y es en estos textos en clave de humor que Ivar se lanza a explorar la versificación. Hay algo de la más genuina tradición pombiana en estos cuentos en verso, donde lo que importa es poder contar una historia versificada, buscando las rimas menos reforzadas, pero sin sacrificar el sentido. El verso fija la memoria del lector y a los niños los acerca a su propio sentido del ritmo. Da Coll, con este ejercicio de versificar las historias, pareciera seguir los caminos de Rafael Pombo, nuestro padre poético, cuando afirmaba que el niño, desde que nace, comporta un fuerte sentimiento del ritmo, de la cadencia y medida de las palabras. Esta escritura versificada la hace extensiva a otros textos no humorísticos como El Día de Muertos (2003) y ¡Azúcar! (2005) (original homenaje a Celia Cruz). En estos dos libros el derroche visual es generoso. Allí surge el ilustrador que se inspira en la observación del mundo, el explorador que mira a través de la lupa agrandando los detalles. Pero también surge el escenógrafo que recrea los elementos más insignificantes del vestuario, de la cultura local, de los objetos y utensilios.

Para el titiritero que no ha dejado de ser, la imagen es escenografía, es teatrino. La imagen además es la posibilidad de mostrar a los personajes y su mundo en toda su expresión. Hasta en los textos más narrativos, sale su condición de dramaturgo. En sus obras los conflictos están concentrados y se resuelven en el mismo escenario. El tiempo presente prima por sobre el pretérito, lo que intensifica el conflicto; el diálogo expresa a los personajes y en la dialéctica de la conversación se resuelven las tensiones.

Podríamos referirnos a la obra de Ivar Da Coll como la expresión de una dramaturgia, pero de una dramaturgia referida a los conflictos cotidianos de la infancia. El miedo, el olvido del cumpleaños del amigo, el drama de tener El Día de Muertos, Nueva York, Lectorum, 2003.

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un hermanito que desplaza la atención de los adultos, la dificultad de guardar un secreto, las pesadillas encarnadas en monstruos, la partida de la casa buscando la compañía de un adulto que le dé lo que necesita, son los conflictos a partir de los cuales Ivar crea los personajes y las historias. Y en esta recreación de la vida infantil demuestra una agudeza de percepción que le permite no sólo crear historias cercanas a los niños, sino que además los interpreta, los revela y les devuelve las vivencias de su propio mundo con una gran calidad literaria y artística.

Los aciertos de Ivar también son técnicos y formales. Sus personajes animales están lejos de una simple reproducción de la realidad. Son creaciones muy suyas, algunos son híbridos de varios animales que al fusionarse logran crear seres con nombre y personalidad singular; otros representan a un animal conocido. Vaca, gato, gallina, pato, pero dibujados con expresiones que los hacen únicos. Eusebio no es cualquier gato, es Eusebio: tierno, sensual, tranquilo, amoroso… Eulalia no es cualquier vaca, es Eulalia: vanidosa, suave y elegante. Y esos calificativos no están escritos en ninguna parte, los construye el lector a partir de la imagen de cada personaje. Allí está la maestría del creador. Quizás los personajes humanos se parezcan más entre sí, pero por sus expresiones sabemos si están tristes, alegres, atemorizados, enojados, en fin, sabemos qué están sintiendo sin que el texto nos lo haga explícito.

Al mirar el conjunto de su obra, podemos afirmar con certeza que Ivar Da Coll logra crear un mundo poblado de seres diversos a quienes les caben calificativos comunes: la inocencia y la candidez propia de la infancia protegida que aún no se ha enfrentado a la dureza de la vida. Por eso su literatura acoge, arrulla, divierte y genera gozo en sus lectores tanto pequeños como grandes.

Celebramos este homenaje a un artista consagrado a su oficio y quien ha demostrado con su obra estar del lado de los niños.

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OtraVoz:ZullyPardo

Para algunos, Ivar Da Coll se dio a conocer con Chigüiro; unos pocos vieron por primera vez su trabajo en los cómics de Lola, la vaca rosa, publicados en la revista Dini, y muchos empezaron a distinguir sus ilustraciones y textos con la serie del gato Eusebio. De cualquier manera, la obra de Da Coll tiene una particularidad: ha logrado crear un sello personal que la destaca y la distingue. Esta característica es particular en un medio como el de la literatura infantil colombiana, especialmente porque se trata de un tipo de literatura que aún se encuentra en construcción: su reconocimiento y, sobre todo, su posicionamiento han requerido un esfuerzo importante desde distintas instancias (ilustradores, autores, editores, promotores de lectura) a lo largo de varias décadas.

En medio de las dificultades que se presentan en un ámbito con estos rasgos, es importante resaltar el aporte de Da Coll a la renovación de la literatura infantil colombiana, específicamente con respecto al libro-álbum y el libro ilustrado. No sobra recordar que en los años ochenta fue Da Coll el primer autor que creó un libro enteramente ilustrado, el precursor del libro-álbum en Colombia: Chigüiro; tampoco, que su trabajo enfatiza situaciones y conflictos del día a día de muchos niños y que, además, esta cotidianidad no sólo se concentra en anécdotas sino que contempla también un universo estético especial, y que los elementos de la tradición oral son recurrentes y crean un ritmo poético en cada una de sus obras. Aparte de eso, la construcción de sus personajes es completa e incluye la creación de atmósferas alrededor de ellos. Cuando Da Coll es el autor e ilustrador del libro, el equilibrio entre el texto y la imagen resulta armonioso, el ritmo de cada uno de sus elementos es sugerente, aporta mucho más sentido a la historia, da lugar a un libro completo, entero por sí mismo.

Puesto que se trata de un talentoso autor e ilustrador, las expectativas en torno a su obra cada día crecen más. Sus últimos trabajos han dado de qué hablar, pero lo más importante es que su obra, por encima de cualquier cosa que pueda decir la crítica, es apreciada y querida por los primeros lectores, una obra que ya ha marcado a una generación de personas que crecieron con Chigüiro y que hoy no dudan en elegir un libro de Da Coll para sus hijos.

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maríaelenamaggi

Licenciada en Letras, investigadora, editora y promotora de lectura, trabajó en el Banco del Libro, realizó una pasantía en la Biblioteca Internacional de la Juventud de Munich (Alemania) e inició las líneas editoriales infantiles de Monte Ávila Editores y Playco Editores; autora de libros de información y ficción para niños, en la actualidad se desempeña como asesora, facilitadora y editora del Proyecto Papagayo de la Fundación Banco Provincial, coordinadora de la Colección Nuevos Lectores del Banco Central de Venezuela y editora independiente.

Ivar Da Coll y la poética del libro-álbum

críticos e investigadores de la literatura y los libros para niños se han dado a la tarea de profundizar en la lectura y el análisis de los libros ilustrados y de diferenciar éstos de lo que han llamado un “nuevo género”, un género específico y, sin duda, el más representativo en la producción de los “libros infantiles”: el libro-álbum1. En general, coinciden en señalar a Randolph Caldecott, artista inglés del siglo xix, como su creador, porque “sus libros presentaban dibujos vivaces acompañados por textos sencillos, creados para entretener y no para instruir”2, lo que de entrada apunta hacia algunas de sus características: la importancia de las imágenes o ilustraciones, mencionadas antes que los textos, y la diversión y el disfrute como finalidad de su lectura.

Sin embargo, podemos decir que esta definición vinculada a su origen y que encierra su esencia, no expresa hoy la riqueza y complejidad de un objeto o producto artístico que, hace ya más de un siglo, ha generado en universidades y centros de arte enjundiosos estudios dirigidos a interpretarlo: establecer sus orígenes, su desarrollo y evolución en el tiempo, sus características; reconocer sus más altos exponentes; o registrar y valorar las experiencias de lectura –relación y efecto– en lectores de muy diferentes edades y contextos. Un género cuya estructura puede ser tan compleja que uno de sus más emblemáticos representantes, el ilustrador Maurice Sendak, lo ha definido como una “complicada forma poética”3 que, como ya se ha señalado, tiene vínculos, alimenta y a la vez se alimenta de otras expresiones del arte y la cultura como el teatro, el cine, la pintura, la literatura, el cómic, la televisión, que, gracias a los avances tecnológicos en los procesos y mecanismos de reproducción e impresión gráfica, se presta para la continua experimentación, desafiando los límites de imaginación e invención de sus autores.

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Para diferenciarlo del libro ilustrado, Uri Shulevitz dice que “en un verdadero libro-álbum las palabras no se sostienen por sí solas”, “sin las ilustraciones el contenido de la historia se vuelve confuso”, “tanto las palabras como las imágenes son leídas” y conforman un todo, la relación entre ilustración y palabra “es de contrapunteo: se complementan y se completan unas a otras”4, mientras que Kenneth Marantz, lo define como “arte visual” y afirma que “a diferencia de un libro ilustrado es concebido como una unidad”, “una totalidad integrada por todas y cada una de sus partes –portada, guardas, tipografía e imágenes– diseñadas como una secuencia cuyas relaciones internas son cruciales para la comprensión del libro”5. Afirmaciones que nos permiten entender, por una parte, que sus más destacados autores provengan del campo de las artes plásticas o visuales y asuman la creación de las ilustraciones y el texto, e incluso muchas veces el diseño y todos los aspectos gráficos de la publicación, y por otra, que todas las elecciones que hacen estos artistas para la elaboración de un libro –técnicas, soportes, colores, formas literarias– son importantes, se dirigen a un objetivo –comunicar un significado– y hacen parte de su estilo.

A este innovador campo del libro-álbum es a donde nos conduce Ivar Da Coll en su doble función de ilustrador-autor, tanto en series de libros como en títulos sueltos que se cuentan entre sus mejores trabajos; a éstos quisiéramos referirnos, tal y como lo piden sus libros, con el mayor gusto y libertad.

Chigüiro: la narración visual o contar con imágenes

Con la serie de Chigüiro, aparecida por primera vez en 1985 y ahora publicada en una edición mejorada6, Da Coll nos ofrece, en una secuencia de imágenes sin palabras, breves historias protagonizadas por un pequeño chigüiro7 en las que se reflejan las reacciones, las emociones y la imaginación de los niños pequeños, en situaciones –cotidianas o fantásticas– relacionadas con el juego, la curiosidad, el descubrimiento y la interacción con sus pares. Chigüiro y el lápiz, Bogotá, Babel, 2005.

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Da Coll crea un personaje original mediante la exageración de algunos rasgos del animal, como el ancho de la nariz y el largo de los bigotes, y la reducción de otros a su mínima expresión, como los ojos –una pequeña raya oblicua–; conserva su desnudez pero sus gestos y posiciones son las de un niño, y su gracia y sus movimientos contradicen el peso del animal. Chigüiro juega a la pelota; cuando ésta cae en un charco y el barro lo salpica, decide bañarse con la bola, para salir nuevamente a jugar. Chigüiro encuentra un lápiz; comienza a dibujar lo que resulta ser una bicicleta; se monta en ella, hace piruetas, la deja; luego, dibuja un helado que se come; después, cansado, dibuja una cama donde se duerme. Chigüiro persigue una mariposa, se interna entre unos juncos y sale, sin darse cuenta, con unas ramas sobre la cabeza; un mono y una chigüirita se ríen de él; se va a casa triste, pero finalmente ve en un espejo lo que ha ocurrido; decide volver donde sus amigos para reírse a pierna suelta con ellos. Chigüiro intenta, sin éxito, alcanzar un racimo de bananos; un monito se sube sobre su espalda, baja el racimo y ambos comen las frutas. Chigüiro encuentra un palo que usa, primero, para jugar béisbol, luego, como caballo y garrocha, y finalmente como una escopeta con la que apunta al monito que le sigue el juego, desternillándose de risa enseguida.

En estas nuevas ediciones prevalece el color blanco –en portadas y tripa–, en contraste con las guardas naranja que nos introducen en una atmósfera lúdica –imágenes de Chigüiro jugando y haciendo equilibrio sobre una cuerda floja–, y a pesar de que el tamaño de los libros es pequeño, el blanco del fondo produce la sensación de un inmenso espacio donde el personaje se mueve con soltura según convenga a la narración, pues la estructura de los libros es parecida a la de un cómic o a la de una película corta en la que se suceden unas pocas escenas (14 a 16), que no corresponden necesariamente al número de páginas sino al ritmo narrativo: a veces se presentan varias secuencias en una sola página o se introducen elementos, como la bicicleta o la chiva, cortados en la página izquierda, lo que produce una sensación de movimiento. Las líneas de los contornos y el rayado, muy

Chigüiro y el lápiz, Bogotá, Babel, 2005.

Chigüiro chistoso, Bogotá, Babel, 2005.

Chigüiro encuentra ayuda, Bogotá, Babel, 2006.

Chigüiro viaja en chiva, Bogotá, Babel, 2006.

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Torta de cumpleaños, Bogotá, Babel, 2006

Garabato, Bogotá, Babel, 2006.

Tengo miedo, Bogotá, Babel, 2006.

fino, en tinta china, se entrecruzan para producir sombras y volúmenes, y tanto el blanco como los colores suaves y cálidos de la acuarela –marrones, verdes, amarillos– refuerzan la inocencia o la ingenuidad expresada por el personaje.

Una serie que aborda el juego de la imaginación, apela a sentimientos o emociones básicos e incorpora, a la vez, juegos “metaliterarios” o “metaficcionales”8 que traspasan el marco de la ficción o los límites del libro al plantear una interacción con el lector: Chigüiro nos lanza la pelota, el monito nos hace guiños o nos mira fijamente, Chigüiro tiene un lápiz mágico con el que puede borrar incluso el título del libro que lo contiene. Libros que, por su tamaño, pueden ser fácilmente manipulados por niños pequeños que aún no saben leer, pero que comienzan a independizarse, y que seguramente querrán llevarse a la cama o guardar entre sus juguetes.

Un gato llamado Eusebio y sus historias en blanco y negro

Publicadas en un formato cuadrado un poco más grande que el de los libros anteriores, las historias de esta serie, Torta de cumpleaños, Garabato y Tengo miedo9, protagonizadas por un gato, reflejan situaciones significativas de la vida infantil, como cumplir años, dibujar y sentir temor de la oscuridad y la noche.

En la primera historia, el chivo Horacio se acuerda de que su amiga Úrsula, una gallina, ha cumplido años y le lleva una canasta de frutas; Úrsula se acuerda de Eulalia (que cumplió años hace poco), ésta de Camila, ella de Ananías y éste de Eusebio, que finalmente decide hacer una torta de cumpleaños que todos los amigos comparten. En la segunda, Eusebio toma sus lápices y sale a dibujar; intenta retratar a cada uno de sus amigos, pero como todos se van antes de que él pueda terminar, el resultado es un garabato con el pico de uno, la cola de otro, el rabo de otro más y las patas del último. En la última historia, Eusebio llama a Ananías –es de noche– y le cuenta que tiene miedo de los monstruos con cuernos, de los que escupen fuego, de los que son transparentes y de los que tienen colmillos. Ananías le explica que esos monstruos

Chigüiro encuentra ayuda, Bogotá, Babel, 2006.

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también deben tomarse la sopa y lavarse los dientes antes de dormir y que, como él, también sienten miedo cuando están solos. Eusebio se calma y puede ir tranquilo a dormir a su cuarto.

Los vivos colores, casi fosforescentes, de las portadas –naranja, amarillo, verde– anticipan la calidez de las historias, que, como ya ha apuntado Beatriz Helena Robledo10, se nutren de los cuentos tradicionales circulares, de repetición y acumulación, en los que episodios, diálogos y frases son reiterativos y van sumando elementos. El diseño, que sigue un patrón único –texto a la izquierda, ilustraciones a la derecha–, la letra capitular de las páginas y el marco que contiene la ilustración remiten a esos cuentos tradicionales que evocan. Las ilustraciones, hechas con rapidógrafo en tinta china negra, de contornos bien definidos y líneas discontinuas, finas y pequeñas y trabajadas con una técnica casi puntillista, centran la atención en los personajes y sus expresiones: incorporan algunos close up y transmiten de manera extraordinaria sus sentimientos, especialmente las demostraciones de cariño de los animalitos cuando se abrazan, y también retratan su entorno, puertas, ventanas y tejas de las casas, cocinas y utensilios, veredas, árboles y piedras, creando así un mundo ideal. En el último título, el autor combina, en consonancia con el tema, el dibujo minucioso con uno más libre, gestual, a línea, con mucho movimiento, en la representación de las criaturas “maléficas” como el chivo-demonio, el dragón, la bruja transparente y el vampiro (Nosferatus), y logra así un grado tal de complementariedad con los textos que la frase que describe a cada uno de los monstruos se hace una sola con la ilustración. Un cuidadoso tejido del lenguaje verbal y visual que nos conduce nuevamente a temas como el afecto y la amistad, y en el que comenzamos a identificar motivos e imágenes recurrentes en la obra del autor.

Garabato, Bogotá, Babel, 2006.

Tengo miedo, Bogotá, Babel, 2006.

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Hamamelis y Miosotis: criaturas fantásticas de un mundo vegetal

Un día de excursión, Da Coll preguntó el nombre de unas semillas que resultaron ser de una planta llamada hamamelis. Atraído por la palabra, comenzó a pensar en otras especies que le gustaban y en crear historias protagonizadas por unas criaturas que no se parecieran a ninguna otra11. Por eso, aunque estos dos seres peludos, de ojos saltones, presentan algunas características animales –rabo, patas, hocico– y podrían asociarse con roedores, pertenecen al terreno de lo fantástico y a un mundo vegetal, lo que se percibe en las portadas de los libros: títulos enmarcados por ramas y flores y una superficie que muestra la textura de la aguada, la humedad del papel y el difuminado del color, nos sugieren una zona boscosa cuya tonalidad continúa en unas guardas en las que se insertan pequeños dibujos con elementos fundamentales de las historias (cajas de juguetes o de regalos y otros).

En Hamamelis y el secreto* (1993) Miosotis le da a guardar una bolsita a Hamamelis. Caléndula y Albahaca, curiosas, intentan convencerlo de que la abra, pero él espera a su amigo, quien finalmente revela el secreto, y todo termina en una fiesta. En Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa* (1993) los personajes se visitan, toman el té, se cuentan sus tristezas, y como todos los años, piden un regalo, que resulta ser una sorpresa y un verdadero gesto de amistad.

La estructura de estos libros es mucho más compleja en todos los sentidos. En el primero, aparece un elemento gráfico, una especie de globo que varía de forma y de tamaño, del cual emergen las escenas, salen y entran elementos. Las imágenes se ven distorsionadas, alargadas, como si se miraran a través de un lente, el autor juega libremente con una deformación de los objetos cercana al cubismo. El rayado, hecho con rapidógrafo en tinta china y sepia, sale de los contornos, pero es mucho más delicado pues el color sepia lo suaviza. Los colores, trabajados en acuarela, son cálidos, amarillos, verdes, naranjas, marrones, y la tipografía, que en el primer libro es dibujada, es sinuosa, irregular, con puntas en espiral.

Hamamelis y el secreto, 1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.

Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa, 1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.

Hamamelis y el secreto, 1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.

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En el segundo libro, el recurso del globo se multiplica, ahora hay más globos enlazados por curvas en alternancia con ilustraciones sueltas. Todo el libro es sinuoso en sí mismo, como si el lector acompañara a los personajes en sus idas y venidas por una cuesta, con curvas y recovecos, y como si el autor hubiera creado la historia en una larga tira de papel, pues ni siquiera podríamos hacer una clara separación de las secuencias. Las ilustraciones, muy pequeñas, casi miniaturas, se presentan a diferentes alturas, arriba o abajo, al igual que los textos; unas y otros se enlazan en ese movimiento, e incluso hay líneas de texto que bordean el camino. Las imágenes aumentan o disminuyen según el ritmo y la tensión de la narración –por ello, el clímax, la escena en que abren los regalos, va a doble página–, y muestran acciones que no se mencionan en el texto, como la escena final, en la que los personajes suben al techo a contemplar la luna y las estrellas. Igualmente adquiere importancia el espacio en blanco, que ofrece detalles para mirar: animales diminutos y un duende asomado entre las piedras.

¡No, no fui yo!: trasgresión y humor a toda velocidad y a todo color

Juan, un cocodrilo, José, un oso hormiguero, y Simón, un acure, van de excursión con sus canastos llenos de comida. En la montaña, comen y descansan. Cuando se disponen a regresar, a Juan se le sale un viento; a la pregunta de quién fue, dice que él no, que fue un ogro gigante. Huyen despavoridos, y cuando se sientan a descansar, a Simón se le sale un eructo; cuando le preguntan quién fue, dice que él no, que fue un león feroz. Escapan a toda carrera, y al detenerse, a José se le sale un moco, pero dice que no fue él sino un gran pájaro que pasó aleteando. Llegan a su casa muy cansados y se acuestan a dormir, mientras en el techo se escuchan ruidos extraños producidos por monstruos verdaderos.

La historia, contada en versos octosílabos, a la manera de ciertos poemas humorísticos del colombiano Rafael Pombo ¡No, no fui yo!, Bogotá, Alfaguara, 2004.

Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa, 1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.

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o del venezolano Aquiles Nazoa, aborda así un tema escatológico y trasgresor, cuya intención se percibe también en la creación de unos personajes por demás graciosos, vivos y expresivos, en ilustraciones trabajadas en tinta y plumilla con colores un poco más subidos, un trazo de mayor fuerza, un rayado más gestual y desordenado orientado a la derecha, lo que produce un efecto de velocidad y movimiento favorecido también por el formato apaisado de la publicación. Imágenes que también recrean las fases del día, desde la mañana hasta la noche, y aumentan en función de los momentos de más tensión de la historia: los episodios en que los personajes corren muy asustados ante un paisaje con árboles de apariencia inquietante.

Un libro que produce en los niños sonoras carcajadas, liberación de culpas y mucha diversión, que además establece un diálogo creativo, una relación de intertextualidad con el libro Dónde viven los monstruos de Maurice Sendak12, al recrear e incorporar elementos referenciales de esa obra –tres personajes, el bosque amenazante y el dormitorio–, como un homenaje del autor a este creador de libros-álbum que lo ha influenciado positivamente.

Carlos: una familia de monstruos muy humanos

En esta ocasión, Da Coll recurre nuevamente a la prosa, la acuarela, la tinta china y el rapidógrafo para crear cinco pequeñas historias que convergen en un final: “La familia”, “La señorita Flori”, “Mamá”, “La abuela” y “El bebé”, del que nos da ya algunas pistas: un chupón o una madeja de lana. Primero el narrador nos presenta a Carlos y a su familia –papá, mamá, abuela (otras criaturas peludas) y a Cristóbal, su gato–. Después Carlos asiste a la escuela y un día pregunta a su mamá por qué tiene la panza grande, y se queda con su abuela cuando sus padres van a la clínica. Cuando ellos regresan con el bebé todo cambia, por eso una noche Carlos le grita al bebé que se vaya. Su padre le explica que el bebé se quedará para siempre y se convertirá en su mejor amigo, su mamá le lee un cuento y su abuela le canta una canción. Cuando se duerme,

¡No, no fui yo!, Bogotá, Alfaguara, 2004.

Carlos, Bogotá, Alfaguara, 2006.

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Carlos sueña que juega con el bebé y al despertar se siente feliz de tener una familia más grande.

Tanto la fragmentación de la historia, apoyada en el uso del cuadrado (cuadros de los miembros de la familia y recuadros de diferentes tamaños para las ilustraciones), como los cortes de texto se relacionan con los estados de ánimo del personaje. Pero la página del sueño de Carlos es diferente: el ilustrador codifica lo onírico con el color azul que envuelve la cama del niño y se convierte en un sinuoso camino que nos lleva a los globos con las imágenes de lo soñado; así, una vez más, se aporta información no contenida en los textos.

Una historia de celos con una más que hermosa resolución, que sin duda resulta, además de entretenida, terapéutica para muchos niños y sus padres.

Supongamos: el mundo invertido en defensa de las ranas

La portada de este libro* no sólo anticipa sino que hace explícito su contenido: una maestra-rana le enseña a su grupo de alumnos-rana un diminuto niño atrapado en un frasco. Porque, justamente, esta historia parte de un supuesto: imaginar un mundo al revés, en el que las ranas se comportan como humanos y los humanos como ranas que croan, saltan en los charcos y pueden terminar, tal vez, en una mesa de disección.

Las primeras escenas siguen una misma estructura: una breve frase y una viñeta a la izquierda, en página par, que nos empujan a mirar con atención la ilustración de la página derecha. El clima amenazante y de tensión que se va creando, reforzado por puntos suspensivos y silencios, llega a su clímax cuando los aplicados alumnos preguntan a la maestra qué harán con los niños, y ella responde: “Abrirlos por la mitad con estas tijeras”. En una última escena, que en este caso no quiere decir resolución o cierre, el autor dice inteligentemente: “y no continuemos suponiendo porque supongo que esta historia tendría un final fatal”, una frase sin viñeta que reafirma

Carlos, Bogotá, Alfaguara, 2006.

*n. de la e. La autora se refiere a la edición que publicó Norma en la Colección Buenas Noches en 2000. Los dinosaurios / Supongamos, Bogotá, Norma, 2007.

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la expresa omisión del final y nos impulsa a mirar la imagen de la derecha: una demasiado apacible charca en la que, bajo un sol deslumbrante, sólo se ven juncos y nenúfares.

Aquí las ilustraciones de Da Coll han dado un vuelco: la línea de cada contorno es una sola, muy gruesa, en guache de color sepia; las pinceladas son gruesas, enérgicas, los colores, también en guache, son mucho más vivos que en sus libros anteriores, amarillos, verdes, marrones, rojos y rosas subidos, que potenciados por el papel glasé brillante, resultan casi chillones.

Hay escenas en las que aparecen tres planos simultáneos y se utiliza el close up para las figuras de adelante, con lo se crea la ilusión de profundidad; se juega con la desproporción entre elementos –una flor es más grande que un tobogán, por ejemplo–, y algunas ranas tienen ojos rectangulares, angulosos, y una mirada maléfica. Recursos que coadyuvan en la intención cáustica y corrosiva del autor, que esta vez ha puesto la mirada en un objetivo: cuestionar la práctica escolar de diseccionar animales vivos, desnudar la crueldad que encierra ese tipo de experimentos ante el cual muchos niños se sienten verdaderamente afectados, destilando un humor negro similar al de autores tan exitosos entre el público infantil como Roald Dahl o Luis María Pescetti. Un libro que inquieta y pregunta, que odiarán algunos profesores de biología, pero que amarán los defensores de los animales.

¡Azúcar!: un álbum en su salsa

La portada de este libro apaisado –el de mayor tamaño entre los del autor– es una verdadera explosión de color: la imagen de medio cuerpo de la morena Celia Cruz enmarcada por un pentagrama de notas musicales en el que se insertan elementos como banderas de Cuba, tumbadoras y palmeras, con el título en azul eléctrico brillante, destaca sobre un fondo naranja que continúa en las guardas.

Mezcla de biografía, libro de información y cuento en verso, es sobre todo un homenaje a esta cantante que el autor, como lo expresa en palabras preliminares, escuchó

Azúcar, Nueva York, Lectorum, 2005.

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por primera vez a los doce años de edad y fue determinante en su gusto por la música. Para contarnos su vida, Da Coll utiliza el recurso de ilustrar en tonos marrones, sobre páginas en sepia, fotografías de la familia, para luego presentarnos bajo la frase “Aquí comienza la historia…” una de sus mejores ilustraciones: una vista espectacular del malecón de La Habana que refleja la luz y el color del Caribe, llena de minuciosos detalles, lo que nos impulsa a continuar con la lectura de la narración en verso, en una rima que, aunque no es perfecta, va creando un sabroso contrapunto con las imágenes de muy diferentes tamaños y ubicación.

Se abren algunos paréntesis: “Azúcar”, para explicar cómo nació esta expresión que caracterizó a la cantante; “Zapatos sin tacón”, para mostrar los zapatos que utilizaba; “Mil vestidos” o “Cien pelucas”, para contarnos sobre la indumentaria que Celia llevaba en sus conciertos.

Da Coll vuelve a utilizar el guache en una combinación de colores aún más contrastantes: naranja, azul marino y azul claro, rojos y rosados fuertes. Su estilo se acerca más al hiperrealismo y a cierto barroquismo, tanto por la fidelidad con la que pinta al personaje como por la abundante incorporación de ornamentación y la mezcla entre ficción y realidad, cuyo punto culminante son las escenas finales en las que aparece la cantante en medio de las nubes, acompañada de angelitos negros y bailando con uno de ellos.

Un libro con algo de retablo popular y de puesta en escena de un gran espectáculo, que enaltece al personaje y a la música y nos deja imágenes indelebles como la del malecón o la del mapamundi de la salsa, donde personas y animales bailan animadamente, que brinda mucha satisfacción a los admiradores, grandes y pequeños, de la cantante.

¡Azúcar!, Nueva York, Lectorum, 2005.

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Varios lápices y una gran nariz

Uno de los últimos trabajos del autor es el libro A un hombre de gran nariz (2007), una recreación del conocido poema que Quevedo le dedicara a su rival don Luis de Góngora. El ilustrador parte de las imágenes literarias del poeta para narrar una historia paralela, un día en la vida de un rico pero torpe hombre de la corte madrileña del siglo xvii, utilizando para ello sólo lápices de plomo de diferentes grosores (2, hf, b2, b4, b5 y b6). Las tapas doradas del libro, que desembocan en las guardas azul rey, hacen las veces de una antigua puerta que se abre al pasado, y el primer verso nos presenta al personaje: un caballero de zapatos de tacón, mangas de encaje, sombrero, bigotes ensortijados y, por supuesto, una gran nariz que nos recuerda la de Pinocho. Los sucesivos episodios son la representación de una comedia en la que el personaje se levanta, toma el desayuno, se da un baño y se acicala, asistido y rodeado por sus sirvientes, moja su nariz en un tintero para escribir sobre un pergamino, lee su obra durante una visita a unas cortesanas, que bien se burlan de su impostura, va al puerto, se disfraza de faraón, lleva una serie de objetos guindados en su nariz, y finalmente cae de bruces, metiendo la nariz en una torta, es decir, literalmente pone la torta.

El ilustrador dispone los versos o las estrofas a su conveniencia, inserta imágenes solas a doble página y crea una extraordinaria simbiosis; y aunque sabemos que tanto el poema como las imágenes pueden leerse independientemente, ya que guardan una secuencia, sorprende ver cómo se potencian unas y otras para alcanzar un nuevo y mayor significado, cómo se relacionan algunos elementos que aparecen a lo largo del libro –el galeón, las tres cortesanas y el gato–, así como el tratamiento simbólico de las imágenes.A un hombre de gran nariz, Bogotá, Babel, 2007.

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Da Coll se muestra como un dibujante de gran soltura, utiliza el rayado profusamente y logra una escala de negros y grises, claroscuros, sombras y volúmenes. Reproduce con maestría los afectados ademanes del caballero y las vívidas expresiones de los demás personajes, y se detiene en minuciosos detalles –los pequeños objetos que carga en la nariz en las últimas escenas, las cortesanas enmascaradas y el minúsculo retrato de Quevedo– que demuestran su gusto por la miniatura.

Palabras finales o colofón

Podemos decir entonces que Ivar Da Coll es un excepcional creador de historias –fundamentalmente de las protagonizadas por animales, criaturas y monstruos simpáticos–, un ilustrador versátil que puede moverse en distintas técnicas y adentrarse en la más pura fantasía, y un escritor con habilidad para expresarse en prosa y en verso, para decir lo esencial con mucho humor y una persistente intención poética.

Como autor de álbumes, ha pasado de los primeros y pequeños libros de imágenes a propuestas cada vez más audaces, a formatos más grandes o apaisados, probando nuevos temas y técnicas que representan también nuevos retos, pero conservando los rasgos de un estilo propio (la tipología de sus criaturas, el rayado fino, los patrones sinuosos o laberínticos, ciertas gamas de color).

Su obra se ha nutrido de la tradición oral, los cuentos populares, el nonsense y los limericks ingleses; de la obra de escritores como Rafael Pombo, Roald Dahl y Luis María Pescetti, sólo para mencionar algunos; de grandes artistas del libro-álbum, Sendak, Arnold Lobel, Max Velthuijs, David Mckee, Monique Felix; de libros como Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll y las inseparables ilustraciones de Tenniel; de grandes pintores como Chagall, Rosseau o El Bosco; de manifestaciones como el cómic, el cine, la televisión; y sobre todo del teatro de títeres, algo que puede verse tanto en la creación de personajes, ya desde sus nombres originales, y en la agilidad de sus diálogos, como en la escenografía donde se desenvuelven13.

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Sus temas, el afecto, la amistad, el amor, la inocencia, la imaginación, el juego, las primeras experiencias, los temores y sentimientos infantiles, el sarcasmo y la crítica a convenciones sociales, son universales, pero a la vez se enraízan en nuestra realidad, y aunque algunos son conocidos tópicos de la literatura para niños, él los aborda con originalidad, recurriendo a la experimentación en libros que resultan “complicadas formas poéticas” cuyas interpretaciones van mucho más allá de lo anecdótico y ratifican lo dicho por los estudiosos del género: que los libros-álbum no sólo se dirigen al público infantil sino a todo tipo de público, porque su obra, como toda obra artística, es polivalente y se presta a muchas y variadas lecturas e interpretaciones.

Da Coll se ha ganado un lugar entre los autores de álbumes y ha recibido premios y reconocimientos por estos libros que reúnen elementos para permanecer en el tiempo y dejan una honda resonancia en pequeños y grandes lectores.

Notas

1 Uri Shulevitz et al., El libro-álbum: Invención y evolución de un género para niños, Caracas, Banco del Libro, 2ª edic., 2005.

2 Kenneth Marantz, en Uri Shulevitz et al., op. cit, p. 16. 3 Maurice Sendak, en “El significado de la ilustración en los libros para niños”,

entrevista de Walter Lorraine, Parapara: Revista de Literatura Infantil, Banco del Libro, Caracas, núm. 1, junio de 1980, p. 6.

4 Uri Shulevitz, op.cit., pp. 10-11. 5 Kenneth Marantz, op. cit., p. 19. 6 Chigüiro y el baño, Chigüiro y el lápiz, Chigüiro chistoso, Chigüiro y el palo,

Bogotá, Babel Libros, 2005. 7 Roedor originario de América del Sur, conocido en la región con diversos

nombres: capibara, carpincho, ponche, etc. 8 Artículos de Teresa Colomer y David Lewis, en Uri Shulevitz et al., op. cit., pp.

40-45, 86-102. 9 Publicadas originalmente entre 1989 y 1990, han sido editadas nuevamente en

2006 por Babel Libros; son las ediciones que comento. 10 En “En torno a la obra de Ivar Da Coll”, www.imaginaria.com, revista

quincenal sobre literatura infantil y juvenil, núm. 37, 1º de noviembre de 2002. 11 www.ivardacoll.com. 12 Madrid, Altea-Santillana, 1995. 13 En entrevista realizada por Beatriz Helena Robledo, Da Coll reconoce el

origen de sus historias en su temprana experiencia en el teatro de títeres. Beatriz Helena Robledo, “Ivar Da Coll: Ilustraciones sobre un ilustrador”, en www.imaginaria.com, núm. 37, 1º de noviembre de 2000.

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OtraVoz:ÁlvaroJoséSánchezSantos

De acuerdo con la clasificación que presenta Antonio Ventura1, hay dos tipos de ilustradores: los que manejan técnicas “puras, es decir, aquellas que utilizan un solo material o pigmento, o mixtas, en las que encontramos mezclados o yuxtapuestos diversos materiales”. Ivar es un autodidacta de las técnicas puras. Al respecto, en el uso del grafito y el uso de la tinta, encontramos trabajos suyos de los últimos años como el que realizó con el soneto de Francisco de Quevedo A un hombre de gran nariz (2007) o el de la serie Historias de Eusebio, creada años antes (1990).

Se observa en estos dos ejemplos a un conocedor gradual de los materiales y a un juicioso aprendiz de su propio proceso: el artista experimenta con rigor las posibilidades del recurso pictórico y, sin saturar las imágenes, define modesta y acertadamente un límite en la aplicación de la tinta o el lápiz. Por lo general, este final se debe a una concepción personal del volumen o cuerpo, habitualmente iluminado, inocente y ocurrente.

Estos cuerpos iluminados son una constante en su oficio de inventor de ficciones, otra característica esencial de Ivar Da Coll que influencia positivamente la técnica de ilustrar para niños. Por ejemplo, en la famosa serie Chigüiro (1985), el personaje, también elaborado en un sólo material (guache), se presenta ante los ojos de los niños pequeños con pocos elementos que, sumados, cuentan una historia, según Silvia Castrillón, para “descifrar, interpretar y recrear”. En este caso, el talento del autor se respira en la lectura de la imagen, es decir, en la intención de narrar una historia rodeando de sentido cada elemento, que primero colorea y luego dibuja. Dos acciones plásticas para expresar grandes sentimientos.

En este proceso de trabajo el autor ha desarrollado un lenguaje propio, cuya singularidad se evidencia en el libro Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa (1993). Dibujo y color se combinan para asegurar una obra técnica y conceptualmente madura: profusión en la coloración, precisión en los contornos, esmero en los detalles, locuacidad en la creación.

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Llama la atención una constante que se presenta en toda la producción de este artista de la literatura infantil: el movimiento en las imágenes, continuo, permanente, armonizado. Como si fuera una melodía, el movimiento define la composición de la página, ya sea para brindar al lector, a través de la imagen, secuencias narrativas, como en el libro ¡No, no fui yo! (1998), y otras veces ornamentales, como en el homenaje a la cultura mexicana, engalanada en El Día de Muertos (2003).

El sentido en algunas de sus creaciones está dado por las circunstancias que rodean la aparición de las imágenes, como en el caso de Balada peluda (2001); Ivar Da Coll da inicio a un relato de leyenda con estos versos: “Conocí una cabeza que tenía un par de dudas. / No sabía con certeza si era bella o muy greñuda”, y en ese momento el absurdo cobra vida, en un proceso de recreación de la imagen a partir de la imaginación febril del juego con la palabra. De ideas con sentido está llena la obra de Ivar, tanto en los cuentos que él mismo inventa e ilustra, como en los que ilustra para otros autores.

Se puede especular mucho sobre el proceso creativo de este autor, pero en cuanto a las técnicas para ilustrar, se observa a lo largo de sus más de sesenta libros una búsqueda centrada en preservar la aparición de la imagen libre y espontánea, y en construir la identidad del ilustrador a partir del concepto gráfico con que aborda el texto.

En el primer aspecto se produce una paradoja frente a esa actitud espontánea y libre para la creación de las imágenes, en las cuales permanecen la inocencia, el humor, el afecto y la comunidad, como características propias del mundo que ha inventado. Con respecto a la identidad del ilustrador a partir de precisar y delimitar el concepto gráfico, el autor ha bebido de varias fuentes de inspiración: la tradición inglesa, el arte chicano.

1 En “Cien años de la ilustración española. Las técnicas en la ilustración infantil”, www.cvc.cervantes.es.

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fanuel hanándíaz

Licenciado en Letras con maestría en Televisión. Fue director del Departamento de Selección del Banco del Libro. Ha dictado conferencias y talleres en diferentes países de América Latina y ha sido becario de la Internationale Jugendbibliothek de Alemania. Autor, crítico e investigador en el área de Literatura Infantil.

Ivar Da Coll: entre la permanencia y el cambio

A las personas que podemos inventar un libro para niños, la vida nos premió otorgándonos el beneficio

de no perder la capacidad de asombro, y en eso nos quedamos siendo niños. Al crear un libro me divierto, eso mismo espero que le suceda al lector.

i va r da c o l l

en el contexto latinoamericano, el concepto de libro-álbum tiene un desarrollo bastante reciente. Quizás porque es un género cuyos orígenes son extraños a nuestra tradición editorial, o también porque dentro de la producción de libros para niños han dominado otras tendencias.

Recuerdo que para el momento en que se publicó la serie Historias de Eusebio (1990), yo estaba prácticamente comenzando a trabajar en el Banco del Libro. Para mí fue una verdadera sorpresa descubrir que esas historias tan sencillas, contadas con textos e ilustraciones, atrapaban por igual a grandes y chicos.

Así fue que comenzó mi relación con el mundo de Ivar Da Coll, uno de los autores-ilustradores latinoamericanos de mayor proyección dentro y fuera de su país. Y uno de los que mayor variedad de propuestas ha presentado en su evolución. A simple vista, pasando revista a la obra de Ivar, no es difícil percibir lo heterogéneo de su estilo y el riesgo de muchos de sus libros, a veces interesantemente extraños.

La serie Historias de Eusebio abre mis más lejanas conexiones con la obra de este autor. Para mí, Tengo miedo, Torta de cumpleaños y Garabato resultan libros entrañables. Cuando tuve la oportunidad de evaluarlos, me sorprendió descubrir que con una gran economía de recursos se podían crear historias muy sencillas, con argumentos lineales e ilustraciones a una tinta. Torta de cumpleaños, Bogotá, Babel, 2006.

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En estas imágenes hay un trabajo muy interesante con el volumen de los personajes, de los objetos, de los detalles. Y una tendencia a lo geométrico. Las escenas, llenas de gran ternura, transmiten una calidez muy especial que se acentúa por el minimalismo de los espacios y cierta expresividad en las miradas, en los gestos. Eusebio integra una comunidad de amigos que viven experiencias muy comunes entre los niños pequeños, como celebrar el cumpleaños, hacer un dibujo o sentir miedo antes de dormir.

El trabajo en tinta es minucioso, con una trama de líneas se crean texturas y zonas de luces y sombras. Pero lo más interesante es el desarrollo de situaciones muy elocuentes mediante la caracterización de personajes, como los del catálogo de monstruos que forman parte de las pesadillas de Eusebio.

En todas estas ilustraciones resalta una puesta en escena teatral, no sólo por las poses de los personajes sino también por su dosis de rigidez, que forma parte de ese encanto particular que logra transmitir en esta serie.

Los libros de Chigüiro, anteriores a Eusebio, muestran al personaje más emblemático de la obra de Ivar. Es imposible hablar de este autor sin que se nos venga a la cabeza este simpático roedor, en parte representante de la idiosincrasia colombiana, pero también de la de una porción de América Latina.

Chigüiro muestra una personalidad ingeniosa y despreocupada. En Chigüiro y el lápiz (1985) el personaje dibuja una bicicleta sobre la cual juega hasta cansarse, luego diseña un helado muy apetitoso, y finalmente, también con su lápiz, crea una cama para descansar. Son los deseos básicos de un niño hechos realidad mediante un lápiz mágico. En Chigüiro y el palo (1985) se muestran las posibilidades imaginativas de todo lo que se puede hacer con un palo: batear una piedra, usarlo como caballito, jugar al salto, simular que es un rifle… De alguna manera, en esta última secuencia se enmascara una crítica a la lucha armada, ya que al final Chigüiro y su amigo el mono terminan riéndose de esta ocurrencia para desmontar una imagen elocuente de

Torta de cumpleaños, Bogotá, Babel, 2006.

Chigüiro y el palo, Bogotá, Babel, 2006.

Tengo miedo, Bogotá, Babel, 2006.

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esa violencia. Chigüiro chistoso (1985) plantea una situación divertida cuando, involuntariamente, unas hojas de maleza le otorgan un disfraz improvisado al inquieto roedor. Chigüiro y el baño (1985) recrea todo el ritual de tomar una ducha, el juego y el apego a las cosas sencillas. En Chigüiro encuentra ayuda (1985) alimentarse puede resultar algo incómodo si no se encuentra una mano amiga. Y en Chigüiro viaja en chiva (1985) el desplazamiento físico puede resultar una oportunidad para usar la creatividad ante un accidente y compartir un agradable paseo.

En todas las historias, narradas completamente en imágenes, los argumentos son extremadamente sencillos y los recursos, escasos. Casi no existe el fondo sino que hay un predominio de las figuras sobre el espacio en blanco, de manera que éstas adquieren mayor resonancia. El lector realmente logra identificarse con el personaje, despreocupado y muy práctico para resolver algunas situaciones. El mundo de Chigüiro se sostiene en las preocupaciones y los deseos de cualquier niño, el juego, la comida, el sueño, la diversión. Pero también consolida un estilo vinculado a esa primera fase en la obra de Ivar, que tiene mucha relación con la representación escénica, el manejo del volumen y un trabajo con líneas tramadas o puntos para lograr texturas.

Después de este planteamiento inicial, se hace difícil reconocer a Ivar: su estilo cambia hacia algo más refinado; las figuras, en un caso, se alargan; utiliza, en otros casos, una paleta distinta; hace algunas apuestas interesantes y arriesgadas; experimenta y asume diferentes técnicas.

Siguiendo el estilo de las Historias de Eusebio, que logran crear las coordenadas de un mundo donde un grupo de amigos se conecta por el afecto, se encuentran las historias de Hamamelis y su compañero Miosotis, emparentadas con las de Arnold Lobel. Esta tendencia va a marcar la particularidad de una apuesta por la síntesis, de argumentos muy tranquilos, historias que se cierran de una forma muy divertida, pocos personajes y un respeto al vacío. En Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa (1993) se logra un juego dinámico entre las ilustraciones y el recorrido que realizan los personajes;

Chigüiro y el baño, Bogotá, Babel, 2005.

Hamamelis y el secreto, 1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.

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el movimiento se incorpora así de una manera más recurrente en las ilustraciones de Ivar, con giros inesperados en algunos casos y con un gran dominio del círculo.

Llegados a este punto, nos parece importante destacar que muchos personajes de Ivar están inspirados en animales, a veces de cierto valor fantástico, con nombres muy sonoros o chistosos, Hamamelis, Ananías, Caléndula, Albahaca… Sin duda alguna, el autor muestra un talento especial para la caracterización y el desarrollo de situaciones muy cálidas y seguras.

Uno de sus proyectos más transgresores en esta fórmula es ¡No, no fui yo! (1998) no sólo por la presentación hilarante del tema de lo escatológico, sino también porque ya se siente una evolución plena de su estilo para los más pequeños. Los personajes adquieren rasgos más contemporáneos, con cierta estética de dibujos animados que forman parte de la cultura de la infancia, el color interviene de una forma expresionista y hasta poética, especialmente en la escena nocturna donde los personajes duermen después de su carrera desenfrenada y, en el tejado, unos monstruos certifican ese homenaje a Maurice Sendak. El cielo se presenta con un dinamismo singular, de líneas que siguen un patrón, y la perspectiva logra mantener un encanto en las ingenuas representaciones de los árboles acostados, de proporciones más pequeñas o acoplados a las formas de las montañas. Se evidencia, ciertamente, otro estilo muy diferente al de ese primer Ivar de las Historias de Eusebio y Chigüiro.

Como ilustrador, Ivar asume el reto de acompañar las historias de la brasileña Ana María Machado, ganadora del Hans Christian Andersen. Sus obras clásicas Raúl pintado de azul (2001), Pimienta en la cabecita (1999) y Un montón de unicornios (2002) se publican en una colección junto con otros de sus textos. La tendencia a incorporar argumentos de la oralidad, acumulativos, o historias de cuentos de hadas tropicalizadas abre un abanico interesante de propuestas donde Ivar cambia su mirada. Cada libro ofrece una propuesta estética muy diferente, en una gama que va desde un trazo ingenuo y menos formal, como en Un montón de

¡No, no fui yo!, Bogotá, Alfaguara, 2004.

Ana Maria Machado, Un montón de unicornios, Bogotá, Norma, 2002.

Ana Maria Machado, El barbero y el coronel, Bogotá, Norma, 1999.

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unicornios, hasta una representación más lírica, en El barbero y el coronel (1999). Se observa un abanico de posibilidades más amplio y cambios en los encuadres, los rostros y hasta en la gama de colores. En esta serie se observa un apego por la figura humana, un poco dentro de una tendencia a alargar los cuerpos o a darles un tratamiento más geométrico. Se utilizan técnicas mixtas en las que el trazo fuerte de los contornos da paso a figuras bien delineadas.

De su trabajo como autor, hay tres libros que resultan arriesgados. El primero de ellos, Balada peluda (2001), desentona por el tipo de historia disparatada y las ilustraciones grotescas orientadas a acentuar este ejercicio en que intervienen el humor y cierta dosis de escatología. Una cabeza llena de pegotes llega a una peluquería donde tendrá un tratamiento de belleza… El dibujo a una tinta adquiere un sentido de caricatura algo estridente.

En Los dinosaurios (2000) y Supongamos (2000), dos historias muy cortas, plantea una explicación de cómo se extinguieron los dinosaurios y qué pasaría en caso de que los humanos fueran ranas. En ambas historias el planteamiento gráfico adquiere una gran soltura, los dinosaurios-mascota son figuras adorables, mientras que los niños-rana y las ranas-niño adquieren fisonomías muy particulares. Se respira en esta última un aire de Keiko Kasza en sus historias para los más pequeños.

El señor José Tomillo (1999) nos cuenta la historia de un hombre que cambia de colores, y María Juana (1999) es un relato más tradicional dentro de esa dosis de ternura y amistad que ha sido una constante en los libros de Ivar para los más pequeños. También vemos una ruptura con su estilo gráfico tradicional. El señor José Tomillo presenta una fórmula desgarbada (es decir, tanto el personaje como el trazo, los fondos, todo luce intencionalmente desaliñado) en una oposición entre la figura del personaje principal y el fondo gris de los escenarios urbanos. Es como si convivieran dos mundos distintos. En María Juana, por su parte, Ivar utiliza la técnica del creyón y da volumen a sus figuras redondeadas y chatas.

Balada peluda, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2001.

Los dinosaurios / Supongamos, Bogotá, Norma, 2007.

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La revisión de estas propuestas nos señala a un autor proteico, que cambia de forma y es capaz de variar su mirada, incluso de experimentar con técnicas diferentes. En algunos casos, es visible esa intención de generar una respuesta en el lector, tal como lo expresa Ivar: “Todo buen libro nos deja una sensación de ‘incomodidad’, o nos hace volver a él muchas veces”.

¿A qué se refiere exactamente con esa sensación de “incomodidad”? ¿Acaso el lector debe sentir cierto desagrado después de cerrar un libro? ¿Acaso un cambio de perspectiva o simplemente una incomprensión que lo lleve a revisitar ese libro? Yo creo que, en parte, depende de ese efecto que al final se registra en la búsqueda que cada propuesta plantea.

A pesar de estas rutas que emprende en su viaje como autor-ilustrador, Ivar mantiene una constante en presentar historias de gran calidez, de espacios que cobijan esas inquietudes y emociones que mueven a los primeros lectores. En Carlos (1999), la llegada de un nuevo hermano puede ser el conflicto más importante para un niño que se siente desplazado en los afectos. Las escenografías adquieren más detalles, pero se mantiene ese respeto por el orden y lo esencial. A veces se prefiere el blanco de la página como fondo y se mantiene la presentación de secuencias simultáneas.

En Una cama para tres (2003), de la autora Yolanda Reyes, el tema de los miedos nocturnos se encarna en la imagen del monstruo que espanta a Andrés y luego a su padre. Realmente este es un personaje protagónico, de un verde y una gracia muy particulares. Andrés y su padre se encuentran conectados por esta figura, en un mensaje que también cuestiona al adulto. La cama se convierte en un espacio simbólico, donde la seguridad y el miedo se resuelven en los cambios de tamaño, a veces la cama se hace chica, vulnerable, pero también puede crecer y convertirse en un especio protector.

Uno de los trabajos más sueltos de Ivar se evidencia en El libro de Antón Pirulero (1989), de Sergio Andricaín y Antonio Orlando Rodríguez. La figura de este personaje de la tradición oral adquiere una dimensión de arlequín, vuela

El señor José Tomillo, Bogotá, Norma, 1999.

Yolanda Reyes, Una cama para tres, Bogotá, Alfaguara, 2003.

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por las páginas, se divierte, se transforma y entusiasma a una galería de personajes. El gran colorido de su traje, la acuarela de colores brillantes y el ritmo cobran un sentido de jolgorio y divertimento.

En sus últimos trabajos, Ivar da un salto importante. Comienza a integrar los colores fuertes y un manejo del detalle en sus escenografías. También, emprende una búsqueda más sólida para expresar los rasgos de lo latinoamericano en sus libros infantiles. Asimismo, incorpora ya el concepto de libro-álbum con todo su vigor y desarrolla un lenguaje rimado que hace juego con el ritmo de sus ilustraciones.

En El Día de Muertos (2003), la abuela viene a visitar a sus nietos para celebrar el ritual del altar de muertos, cargada de un montón de sorpresas, calaveras de azúcar, papeles de colores, flores, frutas… En medio de esta celebración, tan enraizada en la tradición mexicana, las calaveras se entusiasman con sus bailes fantásticos y divertidos. Tocan música, bailan, se casan, se visten con trajes típicos y hacen grandes fiestas. Numerosos símbolos de la mexicanidad, como las banderas, los sombreros, la geografía, los adornos, intensifican el carácter latinoamericano de esta celebración y puntualizan en ese mosaico de colores una deuda con gran parte de ese valor visual que caracteriza a nuestras culturas. La representación de las calaveras tiene un tono de carcajada, el tema de la muerte se mira desde la celebración, no hay dolor sino una burla permanente que se acentúa en los rostros destemplados, en las pequeñas historias que se cuentan y en detalles tan elocuentes como los perros-calavera o los esqueletos que salen bostezando de las tumbas.

Sin embargo, la obra más madura en cuanto a esa tendencia de la representación de lo latinoamericano es uno de sus últimos libros, ¡Azúcar! (2005) que presenta la vida de la guarachera cubana Celia Cruz. La estética adquiere un tono naïf, tanto por el uso de los colores como por los planos de representación y el manejo de las figuras. Hay un repaso por diferentes épocas, pero también por diferentes espacios, desde los más abiertos, como el malecón de La Habana, hasta

El Día de Muertos, Nueva York, Lectorum, 2003.

Sergio Andricaín, El libro de Antón Pirulero, Bogotá, Panamericana, 1989.

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los más íntimos, como la escena donde Celia escucha la radio con su padre. Se incorpora un recurso que ya aparece en otro de sus libros: se trata de los retratos fotográficos de los personajes, en este caso en tono sepia. El concepto de secuencia es hábilmente manejado, no sólo como sucesión del tiempo sino también como plano descriptivo, los zapatos que amaba Celia, sus pelucas y sus vestidos se exhiben de una forma visualmente ingeniosa.

Desde este punto de vista, pienso que uno de los aportes más importantes de Ivar es haber asumido una biografía de esta forma tan desenfadada, empezando por la escogencia del personaje, que quizás no hubiese permitido otro tono. Las escenas a veces son delirantes, como en la presentación en el teatro Fausto, con esas bailarinas que se retratan con el pie al aire mientras Celia canta extasiada con los ojos cerrados. Otras son más emotivas y cargadas de esa ingenuidad y esa ternura que nunca han abandonado la obra de Ivar.

Los ángeles y los cupidos revoloteando en las escenas, los colores estridentes, las orlas de aves de intenso azul y corazones casi púrpuras, las rosas robustas del escenario, las flores inmensas del cubrecama, los bananos en el tren, el pianista que llevan cargado hacia el avión y las casas a veces ladeadas certifican esa deuda con la pintura caribeña, pero también una incursión en la estética kitsch que resulta deliciosa y completamente coherente. ¡Azúcar!, Nueva York, Lectorum, 2005.

¡Azúcar!, Nueva York, Lectorum, 2005.

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El deseo de experimentar sigue nutriendo las incursiones de Ivar a nuevos planteamientos y el uso de recursos inesperados. En su interpretación del poema de Quevedo A un hombre de gran nariz (2007), recurre a la exageración, también refinada, para lograr la caracterización de un personaje barroco, de gestos aristocráticos y ademanes teatrales. El uso del lápiz muestra un gran dominio del dibujo, y muy especialmente del manejo de las luces y sombras, pero sin transiciones fuertes, lo que le otorga cierta dimensión poética y dulce, a pesar de la cruel y aguda crítica que se esconde en los versos. No obstante que se reconoce cierta constante en muchos de sus guiones y en parte de su estilo, Ivar sorprende por esas formas múltiples: ensaya con técnicas diferentes, humaniza a personajes animales, los distorsiona, desarrolla la figura humana en formas cortas o alargadas, otorga refinamiento en ciertos casos, en otros adquiere cierto carácter chocante. La tendencia a la experimentación muestra esa capacidad para medirse con el riesgo o saltarse las fórmulas tradicionales y para revisar esos rasgos de lo latinoamericano: dentro de un torrente más reposado, Ivar es el autor de la ternura y el humor, conquistador de los lectores más pequeños, y padre de Chigüiro, uno de los personajes más queridos y recordados para muchos lectores que ahora disfrutan de otras aventuras de este multifacético autor, ilustrador y creador de libros para niños. A un hombre de gran nariz, Bogotá, Babel, 2007.

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OtraVoz:GaliaOspinaVillalba

¿Qué puede evocar la configuración de un autor e ilustrador de libros-álbum? Podemos encontrar una aproximación a esta compleja pregunta en los libros de imágenes de Ivar Da Coll.

El arte de ilustrar trasciende el dominio de una técnica específica. Implica mirar el mundo con renovados ojos y saquear de éste toda la vida que contiene.

Cautivado por un mamífero de los Llanos Orientales colombianos, Ivar crea la serie de imágenes Chigüiro. Las imágenes sin textos guardan sonidos latentes e historias posibles. Basta tocar las superficies con la mirada o la magia de la voz para empezar a descender en sus abismos.

Chigüiro y el lápiz (1985) es uno de esos libros-álbum en que la secuencia visual cuenta una historia sin palabras, que teje correspondencias con El libro del Osito de Anthony Browne. Ambos personajes emprenden la aventura con un lápiz en sus manos. Chigüiro dibuja una bicicleta, un cono de fresa y una cama con un cobertor celeste para abandonarse al sueño. Osito descubre que el gesto violento del gorila se suaviza al dibujarle un oso de peluche que lo acompañe. Con un lápiz es posible crear el universo en un ejercicio incesante. El ilustrador está atento, escucha el silencio y discierne lo esencial entre el arabesco de las formas. La imagen es un concepto, condensa la densidad de la mirada en el espacio y en el tiempo. El autor ha aprendido que mostrar es también callar, resaltar la limpieza en los recursos expresivos, permitir que la ilustración irradie a sus lectores y continúe resonando adentro. Como dice Daniel Goldin, “una ilustración bien lograda siempre resulta inagotable. Es un remolino que te sumerge en su profundidad y, a la vez, un estanque que te invita a contemplar tu reflejo y a dar un chapuzón en tus propias profundidades”1.

1. D. Goldin, “El álbum, un género editorial que pone en crisis nuestro acercamiento a la lectura”, en Revista

Nuevas Hojas de Lectura, Fundalectura, Bogotá, núm. 12, p. 14, 2006.

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Ivar Da Coll o el encanto de la inocencia

ivar da coll no puede calificarse como un autor colombiano nuevo, ni ingenuo, ni carente de experiencia. De hecho, es un ilustrador y autor muy prolífico que ha incursionado en muy diversos tipos de tareas y obras en el campo de los libros para niños. Ha sido editor, ilustrador y formador de ilustradores, y ha hecho escuela con sus ilustraciones originales, de líneas limpias, de formas y colores delicados. Sus ilustraciones combinan su gentil (y particular) forma de humor y candor con calidez y ternura genuinas, sin facilismos maniqueos, ni copias, todas sus imágenes son absolutamente originales. Como ilustrador, ha trabajado en obras de grandes escritores de la literatura infantil latinoamericana, y como autor tiene más de cuarenta títulos, muy exitosos, de cuento, álbum, libro ilustrado, novela corta y poesía (género en el que ha incursionado con coplas colombianas, calaveradas mexicanas, biografías rimadas y narraciones humorísticas en verso). Ha explorado la forma de llevar su arte a otros lenguajes (el soporte electrónico, por ejemplo, en el que ha experimentado con una versión digital de Medias dulces). No es, pues, un recién llegado al mundo de los autores para niños. Probablemente se trata del más genuino y original autor e ilustrador colombiano, cuya obra completa ha resistido ya el paso de los años (más de veinte desde la primera edición de Chigüiro, publicado en 1985); su trabajo como autor se ha decantado y renovado y sirve de carta de presentación para una literatura infantil nacional con un particular y auténtico sabor colombiano, al lado de Pombo, Castro Saavedra y otros. Nada mal para un autodidacta, en un país donde la literatura infantil nacional tiene aún mucho por aprender y muchos “ismos” graves (infantilismos condescendientes y pedagogismos cargantes, los más detestables de todos) de los que debe librarse para convertirse en verdadero arte.

maríaclemenciavenegasfonseca

Maestra, bibliotecaria escolar e investigadora colombiana. Licenciada en Ciencias de la Universidad de Salford (Inglaterra), con especialización en Educación de la Universidad de Manchester (Inglaterra) y maestría en Lectura de Wheelock College (Boston, Estados Unidos) y Gestión curricular de la Universidad Externado de Colombia. Autora de numerosos libros sobre la promoción de lectura, las bibliotecas escolares y los materiales educativos.

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Su obra ha sido calificada por la crítica (y por el público comprador) con entusiasmo. De hecho, ha publicado con las grandes casas editoriales, tanto en Colombia como en el extranjero, sin dejar de lado nuevas editoriales nacionales y pequeños proyectos novedosos, fuera de colección, con los que aún Da Coll toma riesgos. Es uno de los pocos autores nacionales que puede vivir de su trabajo como escritor. Sus libros tienen en las bibliotecas públicas y escolares una circulación muy alta y suelen desintegrarse rápido, destrozados por cuenta del desmesurado amor y manoseo de los lectores infantiles. Ha sido el único autor colombiano aspirante al premio Andersen en el renglón de ilustración, al lado de gigantes como Anthony Browne y otros. Premio que, seguramente, algún día ganará, como se ha ganado el reconocimiento y el afecto de los lectores colombianos. Es decir, sin palancas ni roscas.

Pero, ¿qué decir de Ivar Da Coll como autor, es decir de sus textos propiamente dichos, sin tenerlos en cuenta al lado de las ilustraciones mismas sino como producciones literarias per se?

El día que a Chigüiro “le salieron letreros”

Los primeros libros de Da Coll fueron libros mudos (sin texto) que aparecieron en una serie publicada por Editorial Norma, dedicada a un personaje muy colombiano, un animal de la fauna de los llanos colombo-venezolanos. El chigüiro, el roedor más grande de América, estaba en ese entonces a punto de extinguirse por cuenta de la caza indiscriminada de la que era objeto en razón de su delicioso sabor. Es importante mencionarlo porque Chigüiro, que desde 1985 hasta 1992 permaneció mudo (aunque sus gestos “hablaban volúmenes” en los primeros seis títulos de la serie de Norma), comenzó, cuando cumplió siete años de publicado, a tener su propia voz. En 1992 nació la serie en que Chigüiro habla, en la que, a través de tres títulos se revela como un personaje más complejo, con dificultades y dudas muy humanas. El rostro de Chigüiro ha cambiado un poco; las proporciones de su cuerpo lo hacen ver más aniñado, sus ojos pequeños son

Chigüiro Rana Ratón, Bogotá, Norma, 1997.

falta

Chigüiro y la chiva Bogotá, Babel, 2006.

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más expresivos, su coloración es más tenue. Además, en esta segunda etapa lleva ropa un poco más grande y desgarbada, igual que la de un niño. Gracias al texto y a la presencia de otros capibaras mayores en edad y que hacen las veces de acudientes, es posible constatar que Chigüiro no es (como podría suponerse en los anteriores títulos) un animal adulto y divertido sino un cachorro que experimenta toda la gama de sentimientos propios de la primera infancia humana. Aparecen por primera vez en su entorno dos adultos a cargo; una afectuosa familia que en Chigüiro, Abo y Ata (1992) le enseña al menor las ventajas y limitaciones tanto de crecer como de ser pequeño. También el texto y el manejo del lenguaje de Da Coll permiten explorar el sentido del humor de cada uno de los personajes, y no simplemente la comicidad de las situaciones gráficas de títulos anteriores. Ahora bien, todos los sentimientos de Chigüiro no son exclusivamente felices. La relación de Chigüiro con sus pares y con los adultos no siempre está libre de conflictos o, por lo menos, de las contradicciones cotidianas normales en la vida de un niño: en Chigüiro se va, nuestro protagonista decide abandonar el hogar, aburrido de las normas adultas. En Chigüiro Rana Ratón (1997), seis amigos, todos de muy distintas especies, características y preferencias, pactan la forma en que van a jugar. Chigüiro tiene la visión egocéntrica y tozuda de cualquier niño: su necesidad de ser el centro de las actividades provoca la negociación entre pares de normas y acuerdos de libreto, típica del juego dramático espontáneo en los niños. Son relatos aparentemente simples, con textos desprovistos de adjetivación, casi lacónicos y que, sin embargo, con increíble sencillez, dan cuenta de sentimientos muy complejos con los que cualquier lector puede identificarse: rivalidad, identidad, aceptación y respeto por el otro, empatía y humor. Los finales son impecables: optimistas, felices, de resolución negociada gracias al afecto, y no a la autoridad.

Otros hermanitos

En 1990, y gracias a la colección OA Infantil de Carlos Valencia Editores, de formato cuadrado e inicialmente en

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blanco y negro (posteriores versiones aparecieron a color), se publicó, antes del Chigüiro parlante, otra serie, esta vez con animales domésticos como protagonistas. Se trata del gato Eusebio, que convive con animales como la gallina Úrsula, el pato Ananías, la cabra Eulalia, la gata Camila y el perro Horacio, igualmente afectuosos y solidarios. La serie Historias de Eusebio tuvo tres títulos: Tengo miedo (1990, Lista de Honor de ibby 1990), Torta de cumpleaños (1990, premio aclij 1991) y Garabato (1990). En esta serie el protagonista tiene una intensa vida interior. Eusebio complementa su poético y rico mundo íntimo gracias a las interacciones que tiene con sus amigos. En la serie aparecen temas importantes como el miedo, la frustración de la creación trunca y el temor a no ser aceptado, que se resuelven gracias al ingenio de Eusebio o a la ayuda colectiva. El narrador está fuera del gato atigrado, un personaje tímido y tierno inspirado en los gatos que Da Coll suele tener en casa y adora. El texto, aunque en tercera persona, habla en presente y en ocasiones tiene ecos de voz interior: también hay allí una vena secreta y frágil, muy poco felina, con elementos de autorretrato, sin duda.

Casi al mismo tiempo con Chigüiro parlante aparecen (1993) dentro de la colección Ponte Poronte, de la editorial Ekaré en Venezuela, el personaje Hamamelis y sus amigos. Los dos títulos de Hamamelis (Hamamelis y el secreto, Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa, Lista de Honor de ibby, 1996) son bien diferentes de Chigüiro, y en particular en el segundo título de la colección, en el que es posible notar más claramente en las tramas la influencia de los libros de la entrañable serie de Sapo y Sepo de Arnold Lobel. La serie de Hamamelis ahora nos presenta otros animales, no necesariamente reconocibles (Miosotis, por ejemplo, ¿es una rata, un perro de agua, una zarigüeya?), entre quienes siempre se aparece una especie de amable problema en cuya resolución interviene siempre el candor, así como el acuerdo de pareceres entre amigos. Son dilemas infantiles con soluciones también infantiles (es decir autónomamente encontradas sin la intervención adulta), al parecer un poco tontas –como la llegada de un amigo, las preocupaciones de qué regalar a quien más se quiere, etcétera–,

Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa, 1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.

Arnold Lobel, Días con Sapo y Sepo, Bogotá, Alfaguara, 2002.

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pero que jamás pierden la autenticidad y la lógica interna del razonamiento infantil, al mismo tiempo que subrayan la importancia del profundo lazo de amistad y confianza entre los protagonistas. Leerlos es recordar claramente cómo se razonaba (y confiaba) cuando se era niño. Las tramas suelen ser reiterativas, encadenadas, circulares o acumulativas (se repite la pregunta, se involucra en el dilema un nuevo participante, se intenta una solución nueva, etcétera). Algunos elementos, tales como el uso de cartas y mensajes escritos que van y vienen entre los personajes, recuerdan nuevamente a Lobel y a Minarik (este último en sus libros de Osito, ilustrados por Maurice Sendak, con otro protagonista adorable pero cuyo carácter le trae problemas con el mundo). Esta vena de Da Coll para trabajar historias de amigos y familias que se ayudan, con ternura y humor, ha continuado trabajándose en álbumes tales como Nano y sus amigos (2004), Nano va a la playa (2006) y Carlos (1999), que explora los celos fraternos frente a la llegada de un bebé a la familia.

Es interesante mencionar algunos álbumes de Da Coll para la colección Buenas Noches, de Norma (Los Dinosaurios y Supongamos, 2000). Estos álbumes hablan a los niños con un sello muy personal de humor y por primera vez usan la fantasía y el absurdo para presentar una postura iconoclasta del autor frente a algunas “verdades indiscutibles” entre adultos acerca de la crianza y la escuela (el valor nutricional de la sopa y la inutilidad de las disecciones de anfibios). Con el recurso argumental de invertir los roles de humanos y animales o de construir el relato con un supuesto que invierte las escalas de tamaño muy propio de Rodari, Da Coll extrapola las consecuencias lógicas para enfrentar a los adultos con los efectos de sus detestables actos.

Las raíces italianas

Ivar da Coll es nieto de un ingeniero sueco que por avatares casi macondianos llegó al país a construir carreteras y en Chinchiná conoció a la mujer colombiana con quien fundó su familia. Las tradiciones orales italianas, que sin duda Ivar

Carlos, Bogotá, Alfaguara, 2006.

Nano va a la playa, Bogotá, Norma, 2006.

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escuchó de su otra abuela, italiana, cuando era niño, son la inspiración de Medias dulces (1997), una narración basada en la tradicional Befana, la abuela bruja que, volando en su escoba, lleva los regalos (o los trozos de carbón para los traviesos), que deposita según la costumbre navideña en Italia, en las medias colgadas a los pies de las camas, en las chimeneas o en las ventanas durante la celebración de la Epifanía. El tema ha sido explorado por el ilustrador-autor norteamericano Tomie De Paola con su serie Strega Nona, en el que Befana es una dulce viejita de capa roja que hace “buena” magia. En la obra de Da Coll se usa el recurso de la caja china (una historia en el pasado dentro de otra, en tiempo más cercano) para mezclar elementos de lo folclórico (un relato de tradición oral) con una narración oral que se desarrolla en un ambiente cotidiano contemporáneo. Da Coll funde las dos historias para explicar cómo una alianza entre desjuiciadas (una nieta hoy, una nieta ayer y una bruja sin habilidades manuales) puede servir a los propósitos de las tres y, al mismo tiempo, explicar por qué hay tantas medias nonas en las casas y por qué se cuelgan las medias en las ventanas cada 6 de enero. Esta vez el reto de un texto más largo pone en evidencia el talento de Da Coll para construir diálogos cotidianos perfectamente verosímiles, en lenguaje coloquial, natural y auténticamente actual. Medias dulces fue incluida en la Biblioteca de los Niños que la Alcaldía de Bogotá seleccionó para dotar de cien títulos de literatura infantil a todas las escuelas de la ciudad en 1997.

Strega Nona, New York, J. P. Puntman’s Sons, 1996.

Medias dulces, Bogotá, Norma, 1997.

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Música en la cabeza

Sin duda el mejor acierto literario de Da Coll ha sido comenzar a trabajar textos en verso para acompañar sus series dirigidas a los niños más pequeños. Una serie en cartoné de seis títulos: El señor José Tomillo, María Juana, ¡Qué cumpleaños! ¿Quién ha visto?, Cinco amigos, y Bien vestidos (1999) marca el comienzo de sus devaneos con la poesía, todos muy exitosos. Se trata de un trabajo casi siempre en versos pareados y en cuartetas que recuerdan, por momentos, la repentización folclórica. Pero lo mejor no es sólo la musicalidad de su verso y el afortunado fraseo (en rima asonantada y con licencias), sino además el trabajo maravillosamente complementado por la ilustración, que construye una clase muy particular de humor, entre irreverente y pícaro, que le hace un guiño al lector y lo invita a hacer múltiples lecturas de los textos y la historia. El mejor exponente de este trabajo es el poema narrativo ¡No, no fui yo! (1998). Allí reúne Da Coll lo mejor de su cosecha: animales colombianos, narrativa picaresca, sonoridad de coplas y la irreverencia de hablar de lo innombrable y lo escatológico, con la complicidad de los amigos (que incluyen al lector, claro). Es probablemente el más popular de sus libros; arranca carcajadas por igual a niños y adultos frente a las aventuras de un cuy, una babilla y un oso hormiguero que se inventan excusas, que hacen realidad sus mentiras para cubrir la vergüenza de tres inocentes gaffes sociales.

Da Coll ha continuado trabajando textos en verso. Tiene dos títulos recientes: ¡Azúcar! (2005) y El Día de Muertos (2003). El primero es una biografía de la popular cantante cubana Celia Cruz, con ilustraciones y estrofas que recuerdan (ambas) las estridencias del arte popular callejero en el Caribe con claras pinceladas de arte naïf. El uso del verso en esta narración es un homenaje a las canciones (también coplas) llenas de color y calor de la sonera de Cuba y a la alegría de su estilo para cantar.

El libro El Día de Muertos es una composición en verso que ingeniosamente pone al narrador a declamar dos veces

“El señor José Tomillo es muy flaco y amarillo”.

El señor José Tomillo, Bogotá, Norma, 1999.

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en medio del relato (también en verso) para echar sus calaveradas sobre cómo un niño recibe cada año la visita de su abuela para festejar el Día de Muertos. El libro incluye no sólo ilustraciones de colores brillantes de sabor muy mexicano, sino también versos típicos de la celebración novembrina, con la sonoridad, picante y cadencia de las coplas picarescas que se improvisan en México en la semana alrededor del Día de Muertos, el 1º de Noviembre. Fieles al origen de la fiesta, los poemas incluyen nombres, datos y expresiones propias de las costumbres prehispánicas, pero, sobre todo, el delicioso humor muy latino de reírnos hasta de la muerte.

Esta última muestra del trabajo de Da Coll pone en evidencia una vez más uno de sus grandes talentos: el de ser un narrador asombrado, transparente, genuinamente candoroso frente a todas las maravillas que puede ver, él, que sí tiene a su niño interior intacto.

“En cada noviembreque viene la abuelanos trae, como siempre,historias, sorpresas.

Papeles picados con mil calaveras.Pan rosa endulzadoy atole de fresa.

Y del cempasúchil,las flores del muerto,cargando en sus brazosracimos inmensos”.

El día de muertos, Nueva York, Lectorum, 2003.

“La Sonora Matancera,una orquesta importantebuscaba una gran solista,una excelente cantante.

Celia cantó para ellosguarachas y guaguancós.Así cautivó a la orquesta;también a su director.

Entonces nació una estrella,y además nacieo un amor.El que tocaba trompeta,de Celia se enamoró.

Ella le echó los ojitos,también le gustó el señor.Así entre música y ritmoPedro Knight la conquistó”.

Azúcar, Nueva York, Lectorum, 2005.

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OtraVoz:PaolaRoa

Ponerle ritmo a la tristeza, al miedo, a la tradición de las medias llenas de dulces o al festejo de los muertos. Que predomine la música antes que los discursos sublimes y las misiones pedagógicas, porque siempre será un buen motivo para estar feliz, como diría Hamamelis a Miosotis, leer un poema que te haga sonreír y encontrar una rima que sea rima sin que se esfuerce en serlo. Ivar Da Coll no se empeña en relatos elaborados pero tampoco seduce con la tontería; quizás por ello sus historias reconfortan, alegran, nos permiten acercarnos a los monstruos o a la obstinación de los adultos a través de un mundo donde imperan la dulzura, la tranquilidad y la ensoñación de los gatos, un mundo donde cada personaje nos trae remembranzas de otros porque tienen la misma cadencia, porque se comunican con juegos de palabras que se quedan en la voz.

La vida es un disparate, está llena de señores que cambian sin querer, como José Tomillo, de amigos que, al igual que Eusebio, olvidan los cumpleaños, de sorpresas que no esperas, de especies que se extinguen, como los dinosaurios. La vida es un disparate, e Ivar Da Coll se la cuenta a los niños con ritmo y colores, demostrando siempre que es con humor como se debería tomar lo cotidiano, con la solemnidad sonriente de la poesía y del juego. Y son ese humor y ese juego los que hacen que la lectura en voz alta de los libros de Ivar se convierta después en muchas lecturas, porque los niños (y no sólo los niños) quieren aprenderlos de memoria, quieren llegar una y otra vez al punto donde se produce la carcajada, “Mas José respiró tanto por la boca y la nariz que un moco salió volando al lanzar un fuerte atchís”, o el asombro, “y supongamos que al día siguiente en la escuela las ranas preguntan a la maestra – profe, ¿qué vamos a hacer con estos niños? Y que la profe respondiera: – abrirlos por la mitad con estas tijeras”. Carcajadas y asombros que no dejarán de ser leídos, que con su sutileza se van quedando en el repertorio de quienes le leen a otros y, a su vez, en la memoria de cada lector, en el repertorio rítmico y visual de los niños.

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margaritavalencia

Se ha dedicado a los libros, en el campo de la edición, de la traducción y de la escritura. En la actualidad prepara una serie de ensayos sobre las bibliotecas personales.

Ivar y sus amigos

“¿Por qué no haces mejor una tapa tipográfica?”c a rl o s va l e n c ia g o e l k e l

ivar da coll es un hombre grande y de andar un poco desmañado, como esos adolescentes que no acaban de acostumbrarse a los brazos o a las piernas que les salieron de pronto; es un hombre tímido, también, que se esfuerza mucho por pasar desapercibido; y se ríe como si fuera una persona bajita, con una risa que le sale cautelosamente de un lado de la boca; pero la cautela no sirve mayor cosa porque igual se sacude todo, y las gafas se le escurren de la nariz, y no hay manera de ignorar esta amenaza de explosión que después —mucho tiempo después, cuando se acomoda y olvida por un instante su timidez— se convierte en una verdadera explosión, con manotada sobre la mesa o sobre la rodilla. Durante unos momentos, Ivar se transforma en un ruidoso campesino italiano; pero rápidamente se recoge, pone las dos manos sobre las rodillas, y pone cara de ser el hombre menudito y gris que quisiera ser pero que no es.

Recuerdo a Ivar entrando a Carlos Valencia Editores, en 1986, de la mano de Camilo Umaña; también de la mano de Camilo llegó la ilustradora Olga Cuéllar —cuya risa es el antónimo de lo cauteloso—; y de la mano de Olga, un poco después, la diseñadora Camila Cesarino (que en esa época trabajaba para El Áncora, creo). Hacíamos libros y nos divertíamos: en las aventuras de Lola, la vaca rosa, que Ivar hizo para Dini unos años después, quedó testimonio de nuestras tonterías. Nos burlábamos a gritos de nosotros y de todo lo que nos rodeaba, hablábamos atropelladamente de música y de literatura, y discutíamos con pasión y vehemencia la ética y la estética del oficio.

Por cuenta del oficio pasamos mucho tiempo juntos: el primer libro que hicimos con Ivar fue Del Moncada a la victoria. La estrategia política de Fidel, de Marta Harnecker, una tapa verde con un paisaje abstracto, vagamente

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amenazador, con cañones rosados y montañas vestidas de camuflado. Hacer ese libro en ese momento ya era anacrónico, pero disfruté de mi primera negociación internacional, y los cubanos —de quienes conocíamos la mítica revista de Casa de las Américas y algunas publicaciones hechas con mucha seriedad que circulaban misteriosamente— nos merecían respeto. La tapa que Ivar ilustró a continuación sigue siendo una de mis favoritas: un señor grande y redondo escribe a máquina sentado en el aire, y en su cabeza descansa otro señor que hace lo mismo. El escandaloso saco de rayas y las serpentinas que lo rodean (y que salen de la máquina de escribir) contrastan con la expresión vacía del rostro del escribiente. La tipografía gótica que usó Umaña le da al libro —el ya por entonces clásico Ciencia propia y colonialismo intelectual, de Orlando Fals Borda— un aire divertido, casi burlesco. También tienen mucho humor las dos ilustraciones que hizo después para los dos volúmenes de Psicología y clases sociales, de Álvaro Villar Gaviria (un texto denso, largo y complicado en cuya corrección casi naufraga Ana Roda): algunas de las figuras borrosas y puntiagudas, dibujadas en lápiz, que se afanan de aquí para allá dentro de un discretísimo marco de color han perdido inadvertidamente la cabeza; una sola de estas cabezas mira al lector desde la esquina inferior izquierda con gesto desolado, como si se hubiese resignado a no entender.

El humor sutil de esas ilustraciones es lo que más me gusta de los Chigüiros de la primera etapa, publicados por Norma bajo la tutela de María del Mar Ravassa y Silvia Castrillón. En esos libros, casi cuadrados, Chigüiro va por la vida tranquilo y silencioso, sin marco que lo constriña, y eso le permite desplazarse tranquilamente de una página a otra con un lápiz en la mano, o unas ramas en la cabeza, o montado en una chiva. Es grande y un poco peludo y no es particularmente expresivo, aunque sonríe discretamente la mayor parte del tiempo (y eso subraya momentos tan memorables como cuando suelta las manos del manubrio de la bicicleta y se muestra absolutamente feliz). Casi siempre lo vemos de perfil —corriendo tras una mariposa o jugando a la pelota—, pero

Ivar con Kika, Bogotá, 2007.

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en ocasiones nos regala una mirada cómplice de frente, como si estuviera cerciorándose de que seguimos ahí o de que nos estamos divirtiendo tanto como él.

Chigüiro tiene amigos —mico, chigüira, gallina—, pero sus encuentros con ellos son más bien casuales, y los objetos domésticos en su vida aparecen cuando los necesita y desaparecen después: se podría decir que su hogar es la hoja en blanco y lo que su imaginación quiera hacer con ella. En cambio Eusebio y sus amigos son un parche, como diría un joven amigo, y habitan un mundo perfectamente civilizado. Aunque tampoco usan ropa, sí tienen cuidado de cocinar con delantal y duermen con piyama, y hablan como ingleses acomodados: “Qué dicha que te acordaras”, dice Camila cuando Eulalia le lleva una canasta con frutas, huevos y crema por su cumpleaños. Las buenas maneras que caracterizan sus intercambios son reflejo del respeto que cada uno de ellos siente por los demás, y también de genuino afecto: cuando Eusebio, un gato atigrado que podría ser amarillo pero que en la edición de Carlos Valencia Editores es morado, no puede dormir porque tiene miedo, no duda en despertar a Ananías, y el pato se ocupa con gentileza de las angustias de su mejor amigo.

Tengo miedo es el segundo tomo de las Historias de Eusebio, y el más entrañable: las imágenes del comienzo —Eusebio sentado en la cama de Ananías con osito, piyama de lunares y pantuflas y Ananías con cara de dormido— dan lugar a la más divertida serie de ilustraciones que haya dibujado Ivar: a una primera ronda de miedos expresados por Eusebio (diablo, dragón, bruja, fantasma, vampiro) sigue otra en la que Ananías los desarma con paciencia y mucho buen humor: particularmente delicioso es el fantasma que se baña en la tina, y que Houghton Mifflin nos obligó a quitar en la edición en inglés.

Para Carlos Valencia Editores, Ivar dibujó además el reyecito desenfadado que ilustra la tapa de Antología de lecturas amenas de Darío Jaramillo y que se convirtió en emblema de la colección infantil y juvenil; el señor verde que pasea el libro-perro del cartel de la colección Nueva Narrativa, y una señora muy seria y circunspecta que almuerza un libro gustosamente

Torta de cumpleaños, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1989.

Garabato, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1990.

Tengo miedo, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1990.

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en otro cartel de la misma colección (originalmente en lápiz e impreso en verde y morado: Umaña, obligado a usar dos tintas, era muy bueno creando la sensación de color, y no teníamos que pagar policromías, absurdamente costosas). Para Ekaré, Ivar creó a Hamamelis, que después fue adoptado por Alfaguara; Carlos circuló en México, si no recuerdo mal, y los tres alegres compadres de ¡No, no fui yo!, Juan, José y Simón, aparecieron publicados por Panamericana en 1998, después de dar muchas vueltas. En la segunda etapa de Chigüiro aparecieron los abuelos, Abo y Ata, sabios adorables.

* * *

Olga, Camilo y Camila siguen bregando en el oficio, y aún discutimos a voz en cuello la caída de fortalezas éticas que alguna vez consideramos inexpugnables. Ivar también, y su perseverancia y su talento se han visto recompensados: fue nominado al Hans Christian Andersen en el 2000 y formó parte de la Lista de Honor de ibby; ha publicado en Estados Unidos, España, México y Venezuela y su obra, además de ser ampliamente conocida, le permite vivir de su trabajo y dedicarse exclusivamente a hacer libros. De entre sus últimas creaciones quisiera destacar dos, bastante atípicas y verdaderamente espléndidas: la primera es ¡Azúcar!, una biografía de Celia Cruz publicada por Lectorum en Estados Unidos con unos colores fuertes, chillones, que en nada recuerdan la gama de los pasteles que Ivar suele favorecer, y una estética francamente kitsch. La segunda, en el otro extremo, es A un hombre de gran nariz, recientemente editado por María Osorio en Babel. El dibujo aquí es a lápiz (entiendo que por culpa de María), y la precisión en ciertos detalles (véase, de nuevo, la escena de la tina) contrasta con otras páginas en las que el boceto basta (como en el caballo que tira del carruaje). En Celia y el hombre de la gran nariz vemos a un Ivar que ha crecido con su trabajo, que no tiene miedo de intentar cosas nuevas. Me parece que es ese decoro el que aprendimos juntos: es un gusto saber que sigue vivo entre los libros y entre los amigos.

Boceto de la ilustración del señor verde que pasea el libro-perro del cartel de la colección Nueva Narrativa de Carlos Valencia Editores.

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OtraVoz:JuanitaCajiao

Con frecuencia, los autores de libros-álbum, hábiles para ilustrar y escribir, terminan siendo identificados sólo como ilustradores pues es tanto lo que dicen las imágenes que los textos se camuflan en lo que éstas cuentan.

Éste no es el caso de Ivar da Coll, pues la belleza de sus ilustraciones está resaltada por los textos claros y directos que las acompañan. Sus palabras bien articuladas, en verso o en prosa, llenan de pasión, sentido del humor y caricias las páginas de sus libros, en los que las imágenes terminan de narrar y describir las situaciones y personajes.

Probablemente esta forma de contar, con pocas pero bien buscadas palabras, es lo que hace que sus libros se conviertan en traductores de preguntas, pensamientos y experiencias infantiles. En cómplices que no pretenden enseñar o explicar sino simplemente acompañar al niño en su vida cotidiana, a través de una mirada al mundo muy semejante a la suya.

Ivar reconoce en sus lectores a pequeñas cabezas pensantes que pueden ser parte de una historia sin que todo les sea descrito con palabras, de una historia en la que las palabras bien dichas pueden abrir un universo enorme de posibilidades. Sus textos crecen con las ilustraciones y con los lectores; así, en los libros de Chigüiro, dedicados a los más pequeños, las palabras son tantas como las que su público pronuncia, pero al llegar a ¡Azúcar! (2005), el texto puede contar tanto como necesita un lector mayor para saciar su curiosidad, sin ser excluyente y lograr satisfacer siempre a los públicos de todas las edades.

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S E r i E C H i g ü i r OChigüiro y el lápiz Chigüiro y el bañoChigüiro y el paloChigüiro encuentra ayudaChigüiro chistosoChigüiro viaja en chiva

Inspirado en el chigüiro, enorme roedor suramericano, Ivar Da Coll creó esta colección de libros de imágenes cuyo protagonista recuerda los peluches que a los bebés les gusta abrazar. Quizás por eso los más pequeños suelen identificarse con este simpático personaje, casi siempre sonriente y muy creativo. Pero tal vez lo que más les gusta a los niños es que Chigüiro vive situaciones estrechamente relacionadas con sus experiencias: encuentra un lápiz, y su imaginación se desborda en trazos que hacen real lo imaginado; juega, se ensucia, tiene que tomar un baño; intenta sin éxito trepar alturas imposibles, pero encuentra ayuda para alcanzar lo que quiere; va a la playa y allí hace nuevos amigos. El expresivo chigüiro y todas sus actividades ocupan con facilidad la atención del lector, pues cada página tiene generosos espacios en blanco que invitan a mirarla una y otra vez. Sin necesidad de palabras, el ilustrador colombiano Da Coll ha logrado transmitir en estas historias una amplia gama de emociones infantiles. [fl]

La obrareseñan:fundalectura[fl] valeriabaena[vb]

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La granja

Este libro sin palabras muestra cómo es la vida en una apacible granja. Los miembros de una familia trabajan sin pausa en el cuidado de sus animales domésticos, vacas, cerdos, ovejas, gallinas, patos, gansos; laboran la tierra –desde el arado hasta la cosecha–, trabajan en los establos y obtienen leche y sus derivados. Dispuestas en doble página, las ilustraciones muestran situaciones habituales de la vida en el campo (cuidado del ganado, crianza de las aves de corral, cultivo y cosecha, ordeño), de manera que los lectores pueden explorar los detalles, establecer relaciones y construir historias completas. [fl]

Ensalada de animales

Las ensaladas son una variedad de coplas populares de la tradición oral de los Llanos colombianos y venezolanos. Ensalada de animales, un libro lleno de humor y ritmo, es un ejemplo de este tipo de composiciones. Ivar Da Coll ilustra este canto a la naturaleza con dibujos coloridos y muy divertidos. Esta ensalada “lleva”, entre otros animales, tigre, oso hormiguero, garrapata, caballo viejo, perico gracioso, caimán, ruiseñor, culebra, curí, jabalí, ornitorrinco, avispa y mangosta. Ah, también, venao, y por eso el poeta anónimo canta: “y que apronten de contao / unas cuarenta pesetas / para pagarle al poeta / desta famosa ensalada”. [vb]

S E r i E H i S tO r i a S d E E U S E B i OGarabatoTengo miedoTorta de cumpleaños

Eusebio, un hermoso gato de mirada entre dulzona y triste, tiene un sólido grupo de amigos: la gallina Úrsula, el pato Ananías, la cabra Eulalia, la gata Camila y el perro Horacio. Ellos demuestran ser una verdadera red de cuidado mutuo en Torta de cumpleaños, historia en la que Horacio recuerda de repente que Úrsula cumplió años y empaca unas frutas que corre a regalarle; Úrsula, a su vez, recuerda que Eulalia también cumplió años, entonces añade a las frutas unos huevos y va a visitar a su amiga. De casa en casa, la canasta se va llenando y, al final, Eusebio decide hacer una torta para todos.

En Garabato, de nuevo los amigos giran alrededor de Eusebio, que una alegre mañana decide ponerse a dibujar. Cuando se enteran, todos desfilan frente a él para pedirle que los retrate. Sin embargo, cada vez que Eusebio empieza el dibujo de alguno, recuerda que tiene que irse. Cansado, Eusebio se decide por el paisaje, pero ellos vuelven a pedirle que los dibuje. Una prueba para la paciencia de cualquier artista, pero, como se ve al final, Eusebio encuentra por casualidad la solución.

En Tengo miedo, Eusebio siente tanto temor de los monstruos que no puede dormir. Por fortuna, Ananías encuentra la forma de devolverle la calma. El pato le

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revela que, como él, los monstruos deben hacer cosas que no les gustan y también, como él, tienen debilidades, como el helado de colores.

Con un gran sentido del humor, la colección propone juegos de acumulaciones verbales y visuales, y por supuesto, el descubrimiento de la amistad y sus bondades: complicidad, diversión, solidaridad. [fl]

Chigüiro, Abo y Ata

Chigüiro está intrigadísimo, quiere comprender cuál es el secreto de los adultos para ser tan grandes, tan serios, tan comelones. ¿Por qué él no puede comer tanto como Abo, o tener un sillón como el suyo, o cocinar con cuchillos afilados como Ata? Los adultos siempre le dicen que es muy chiquito, que cuando sea grande… ¿Pero cuándo será grande? “Cuando pase el tiempo”, lo consuela Abo. Mientras pasa el tiempo, Abo le muestra el mundo de los adultos a Chigüiro, y éste decide que a la larga es aburrido ser grande, y que será mejor esperar a crecer, y seguir, mientras tanto, comiendo dulces, montando en triciclo y pintando con crayolas en su propia mesa de chiquito. [fl]

Chigüiro se va…

Tras pelear con Ata, el pequeño Chigüiro decide marcharse y va a parar a casa de Vaca. Allí la pasa de maravilla, pero no está conforme con la merienda y nuevamente sale en busca de un mejor lugar para quedarse.

Así llegará primero a la casa de Tortuga y luego a la de Oso, ambas las explora encantado pero al final lo invade la añoranza de las cosas que ha dejado en casa de Ata. Sin darse cuenta será su mismo y errático recorrido el que le dé la oportunidad de reconsiderar sus decisiones. [fl]

Hamamelis y el secreto

Como Hamamelis tiene fama de ser muy discreto, Miosotis, su mejor amigo, le lleva a casa un pequeño “secreto” para que se lo guarde. Hamamelis deposita el secreto cuidadosamente en un baúl, junto con una espada, una corona de príncipe y una pelota a rayas. Pero… el secreto empieza a moverse y a hacer ruidos extraños. Hamamelis tendrá que pelear contra la curiosidad que le causa el ruido, resistir la tentación de abrir el baúl que contiene el secreto, y lo más importante, tendrá que ser fuerte para no dejarse convencer de su amiga Caléndula, que le ofrece unas deliciosas galletas a cambio de dejarle conocer el secreto. ¡Qué lío! [fl]

Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa

El señor Sorpresa es un misterioso personaje al que nadie ve, pero a quien todos conocen. Cuando se acerca su visita, las casas se decoran con velas, cintas y flores; detrás de las puertas se colocan bolsas para que, llegado el día, el señor Sorpresa deje allí los regalos que le han pedido en cartas que el viento ha llevado hasta él.

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Hamamelis y Miosotis, dos amigos a los que les gusta visitarse para conversar mientras toman chocolate caliente y comen galletas, también hacen sus peticiones al esperado visitante. Sólo que, en vez de pedirle obsequios para sí mismos, cada uno prefiere pedirle algo que, con certeza, hará muy feliz al otro. [fl]

Chigüiro Rana Ratón

Chigüiro ha crecido y sus amigos ocupan un lugar mucho más importante en su vida. Del juego en solitario de los primeros años, Chigüiro pasa a buscar a los otros para proponerles maneras de pasar el tiempo. Pero, como todos los amigos, los de Chigüiro no siempre son receptivos y un día lo desdeñan. Chigüiro los deja por aburridos, y entonces tropieza con Rana y Ratón, con quienes juega de lo lindo… hasta que ellos se quedan dormidos. Contrariado otra vez, Chigüiro se aleja y, por el camino, vuelve a encontrar a sus primeros amigos. Sin resentimientos, el juego vuelve a empezar. Libro sobre los desencuentros y los acuerdos, en el que Da Coll suma a sus expresivos dibujos los diálogos de los personajes. [fl]

Medias dulces

Para evitar que Julia siga haciendo travesuras, su abuela le cuenta la verdadera historia de Befana, la bruja buena, amiga de los niños, que cada 6 de enero pone chocolates y regalos en las medias que los pequeños han

dejado colgadas en su casa para ella. Según la abuela, Befana ha recibido una invitación de sus amigas brujas para ir a una fiesta en la que premiarán las medias más lindas. Befana quisiera ir, pero no usa medias ni sabe tejerlas. La magia no le funciona. Ya resignada a no ir a la fiesta, de pronto encuentra a Ana, una niña aburrida de portarse muy bien, que ha decidido portarse mal. Las dos se hacen amigas. Befana, feliz, descubre que Ana lleva unas lindas medias, y eso le da una gran idea… [fl]

¡No, no fui yo!

Tres grandes amigos viven una historia llena de gracia y picardía un día de excursión. Después de comer y dormir la siesta, uno de ellos deja escapar un gas maloliente. Para ocultar su “falta”, inventa un personaje extraño a quien echarle la culpa. Los otros dos no sólo le creen sino que de inmediato echan a correr, presas del pánico. Después serán ellos los que vivirán situaciones similares. Un libro que despierta en el lector complicidad y ternura hacia los personajes. [fl]

Bien vestidos

¿Quién diría que vivir con dos gatos y un perro puede deparar tantas sorpresas, tanto desorden en el ropero? Los tres animales son muy educados, se lavan los dientes antes de dormir y usan piyama. A través de divertidos personajes y de situaciones fuera de lo común, narradas en verso,

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el lector conoce qué tipo de prendas de vestir existen y algunas de las situaciones en las que se utilizan. [fl]

Cinco amigos

Con imágenes llenas de color, el autor hace un recorrido por los cinco sentidos para contar a los niños qué pueden hacer con cada uno de ellos. El autor personifica los sentidos y los presenta como amigos que nos permiten conocer el mundo que nos rodea. [fl]

¡Qué cumpleaños!

Personajes simpáticos y situaciones inesperadas se dan cita en este libro en donde el día más importante del año parece empezar mal para el único niño del cuento: al despertar ve una enorme araña gris sobre su cama, luego se tropieza con dos cocodrilas en la bañera, con tres serpientes en el lavamanos… El niño pasa de la sorpresa a la rabia y a la resignación: todos quieren estar en su casa y él no sabe por qué. Poco a poco descubrirá por qué todos llegan en grupos cada vez más grandes, por qué se acicalan y están tan ocupados. Al final, el lector sabrá lo mismo que el autor: que contar es útil para recordar siempre a todos los que vinieron a una fiesta especial. [fl]

¿Quién ha visto?

La pregunta reiterada de ¿quién ha visto? abre al lector la puerta a un lugar maravilloso, en donde lo divertido surge por cuenta del ordenado absurdo del circo,

donde los animales presentan su función. Muy elegante, el elefante inaugura el espectáculo: la foca y el payaso saltan, tres perros y un marrano tocan el piano, la cebra traga llamas, los micos brincan, los gatos van en triciclo, otros tocan música. El público, admirado, contiene el aliento, y el lector va de un detalle a otro, invitado por la rima sencilla que lo invita a contar y explorar las imágenes. [fl]

María Juana

Este libro en verso cuenta la historia de María Juana, una viejita que vive acompañada de sus animales y dedica su día a cuidar de ellos. Las ilustraciones muestran a los animales y los sonidos que cada uno hace, de modo que los niños pueden familiarizarse con los habitantes de una granja y conocer su apariencia y su voz. [fl]

El señor José Tomillo

El señor José Tomillo está dando un paseo. De pronto, algo lo pica. Empieza a sentir comezón y cambia de colores, pasando del rojo al negro y, en medio de su angustia, del verde al azul y luego al morado. Una ambulancia lo rescata y lo lleva al hospital, donde un doctor lo salva. Con excelente ritmo, esta es una historia llena de humor que, de paso, enseña a los niños los colores. El manejo de la perspectiva y los gestos, los abundantes detalles, hacen de esta una historia divertida e inolvidable. [fl]

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Carlos

Carlos va todos los días a la escuela, donde se divierte mucho con la señorita Flori y con sus compañeros. Cierto día, Carlos ve que a su mamá le ha salido una barriga enorme; ella le explica que no duele, que adentro hay un bebé. Cuando papá y mamá llegan del hospital con el nuevo hermanito de Carlos, las cosas cambian: papá ya no dibuja con él, mamá no le lee cuentos, la abuela no puede jugar porque está ocupada arrullando al bebé. Una noche, Carlos desaparece; lleno de celos, quiere que el pequeño se vaya. Mamá, papá y la abuela le explican entonces que su hermanito se quedará para siempre, y que más adelante se convertirá en su mejor amigo. [vb]

Los dinosaurios

“Hace miles de millones de años existieron los cavernícolas. Y también los dinosaurios”, que eran las mascotas de los niños cavernícolas. En esos tiempos, los hombres inventaron la sopa, que los niños odiaban. Por eso, apenas veían la ocasión, los pequeños se escapaban al jardín y la enterraban. En cada lugar donde había sido enterrada una sopa, crecieron las plantas de asquerosopa, que los dinosaurios empezaron a comerse. Sucedió, entonces, que los dinosaurios crecieron hasta convertirse en enormes animales. Los adultos cavernícolas decidieron entonces que los dinosaurios debían

desaparecer; pero los niños tuvieron una muy buena idea y los salvaron… Sin embargo, pasaron por alto un detalle, y los dinosaurios desaparecieron para siempre de la faz de la tierra. [vb]

Supongamos

En este libro el autor invita a imaginar qué pasaría si niños y ranas cambiaran de lugar; si las ranas se vistieran y hablaran, y los niños nadaran y dijeran “cro”; si cada rana debiera llevar a su clase de biología un niño en un frasco para hacer un experimento. Lejos del ecologismo que raya en la histeria, esta es una historia de refrescante humor negro que se detiene justo a tiempo. [fl]

Pies para la princesa

Ivar Da Coll nos lleva al mundo fantástico de una princesa que ha perdido los zapatos… y también los pies. Furiosos, sus padres la mandan a su habitación, sin televisión. Pero ella no se amilana: pone un anuncio en la prensa: “Princesa contrata pies”. Entonces, empieza una extraña romería de personajes excéntricos y divertidos que llegan hasta el castillo. La princesa tiene mucho de donde escoger, pero sólo quiere unos buenos pies para caminar. El final es tan leve como la alegría que da encontrar al fin lo que por tanto tiempo hemos buscado. [fl]

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El niño que no sabía escribir

Diego, el hermano mayor de Juan, va todos los días a la escuela; cuando llega a casa, juega un rato con su hermano pequeño. A Juan lo que más le gusta es que su hermano haga las tareas; un día, Diego tiene que escribir un cuento, y Juan decide hacer un dibujo que acompañe la historia: va corriendo a su cuarto por su caja de colores y por un cuaderno grande que le regaló su tío Alberto. Pero primero, Juan pinta una cebra y, ante la mirada incrédula de su mamá, escribe el nombre del animal bajo el dibujo: Micaela. [vb]

Balada peluda

Esta balada peluda cuenta las peripecias que le ocurrieron a una cabeza después de haber tenido una pelea con una sopa, que le dejó el pelo hecho un mazacote. Aunque el enredo estaba imposible, un peluquero hizo su trabajo en la sala de belleza: el secador, las tijeras, la peinilla, el champú, el fijador y otros amigos lograron dejar a la cabeza limpia y bien peinada… Todos estaban un poco locos, y tenían ganas de pelear, así que la cabeza, asustada, decidió escapar. El narrador aconseja a los lectores: “No busques nuevos caminos / ni cambies de peluquero / no dejes que a tu destino / lo afecte un corte de pelo”. [vb]

El Día de Muertos

El 1º de noviembre, la abuela llega a celebrar con sus nietos el Día de Muertos, una fiesta mexicana en la que se prepara un banquete y se ponen ramos de flores en el altar donde están los retratos de los muertos de la familia. Los niños, sentados con su abuela, escuchan las divertidas historias de muertos que ella les va contando, como la de un esqueleto que está aburrido, o la de una fiesta de muertos en la que una pareja de esqueletos se enreda y cae al suelo. Termina la tarde y la abuela se despide. Como es de suponer, los niños anhelan que llegue pronto el otro 1º de noviembre, con nuevos cuentos y nuevo altar. [vb]

Nano y sus amigos

Nano va caminando con un regalo en las manos. De repente, tropieza con una piedra, pero en ese momento, por fortuna, Goyo llega a ayudarlo y alcanza a agarrar el paquete en el aire. Abrazados como buenos amigos, Nano y Goyo siguen caminando, pero encuentran un precipicio. Menos mal que Serpi está al otro lado y se estira y se estira para ayudarlos a pasar; sin embargo, los niños pierden el equilibrio, y a Nano se le cae el regalo de las manos. Felizmente, el pájaro Tito viene en su ayuda y alcanza a coger el regalo en el aire. Felices, Nano, Goyo, Serpi y Tito siguen su camino, abrazados como buenos amigos. Al fin, logran llegar a la casa de Anita, que ese día celebra su cumpleaños, y pueden entregarle el regalo. [vb]

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¡A nadar!

Cierto día el león sale de paseo en su carro. En el camino se encuentra con un amigo y decide invitarlo a ir con él. Más adelante se topan con el oso hormiguero y con un pájaro, y ellos también se suman al paseo. Finalmente llegan todos a la playa; felices, corren a nadar en el mar. Este libro en verso de la serie de Ivar Da Coll para los más pequeños, contiene dos títeres de dedos que hacen aún más divertida la historia. [vb]

¡Me gusta!

Al protagonista de esta historia le gusta ir a la playa de paseo, llevar su gorro, su toalla, meterse al mar junto a los peces y las tortugas, jugar con su balde en la arena. También le gusta nadar en la piscina con su calzón a rayas, su flotador y sus gafas de agua. Pero lo que más le gusta a este pequeño es bañarse en la tina con mamá y papá. ¡Me gusta! está escrito en verso, y las ilustraciones son de trazos muy definidos y suaves colores que contrastan entre sí. [vb]

¡A bañarse, ratón!

A ratón le gusta que su mamá lo bañe en la tina con agua y jabón. Después del baño, entre bailes y risas, le pide a mamá ratona que lo seque. Cuando llega el momento de irse a la cama, ratón quiere que su mamá le lea un cuento, lo

acueste, lo bese. ¡A bañarse ratón! está escrito en verso, y hace que bañarse sea algo muy divertido, gracias a las ilustraciones y los títeres de dedo que lleva dentro. [vb]

Cochinita, ¿dónde estás?

Mamá Cochina y Cochinita están jugando a las escondidas. Mamá busca y busca a su hija, y no la encuentra. Recorre toda la casa, busca en el armario, dentro de la lámpara de la sala, debajo de la mesa, no la encuentra. Al fin, la ve dormida en el sofá. Mamá la alza, le da un beso, le pone la piyama y la acuesta, es de noche, es hora de descansar. [vb]

¡Azúcar!

“…en mil novecientos y… no sé qué tantos” nació una de las más importantes y queridas leyendas de la salsa: Celia Cruz. Esta es la biografía de la famosa cantante cubana, contada en verso e ilustrada con vivos colores por Ivar Da Coll. Desde pequeña, Celia cantaba “guarachas, ritmos tropicales, tango y boleros muy sentimentales”. Gracias a su exitosa carrera al lado de su esposo Pedro Knight y de muchos músicos, Celia se convirtió en la Reina Guarachera, esa que gritaba ¡Azúcar!, se ponía zapatos sin tacón, y tenía mil vestidos y cien pelucas. [vb]

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Nano va a la playa

Un buen día Nano decide ir a la playa. En el camino se encuentra con Tito y Serpi y los invita a ir con él, y más adelante, con Goyo y Anita, que también se unen al paseo. Ya en la playa, todos juegan a esconderse detrás de las plantas; más tarde se ponen gorro y vestido de baño y van a nadar. Pero el mar está muy contaminado… flotan una llanta, una botella, un ladrillo… Nano tiene una muy buena idea: si todos ayudan, pueden resolver el problema. Entonces recogen los desperdicios; cada vez que levantan algo, un animalito echa a correr. Cuando terminan de limpiar, en el mar comienza una fiesta; los animales, agradecidos y felices, los invitan a la celebración. [vb]

A un hombre de gran nariz

Éste es un clásico de la literatura española, uno de los sonetos más conocidos del poeta Francisco de Quevedo. Se trata de una burla a uno de los grandes de la poesía española, Luis de Góngora, con quien Quevedo sostuvo una archiconocida batalla literaria. Quevedo exagera los rasgos e invierte la proporción entre el cuerpo y una parte del cuerpo, en este caso, la nariz: “Érase un hombre a una nariz pegado / érase una nariz superlativa”. Las ilustraciones de Ivar Da Coll, en blanco y negro, de trazos muy definidos, resaltan el humor y la gracia del poema. [vb]

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Chigüiro y el lápiz, 1ª edición, Bogotá, Norma, 1985. última edición, Bogotá, Babel, 2005.

Chigüiro y el baño, 1ª edición, Bogotá, Norma, 1985. última edición, Bogotá, Babel, 2005.

Chigüiro chistoso, 1ª edición, Bogotá, Norma, 1985. última edición, Bogotá, Babel, 2005.

Chigüiro y el palo, 1ª edición, Bogotá, Norma, 1985. última edición, Bogotá, Babel, 2006.

Chigüiro encuentra ayuda, 1ª edición, Bogotá, Norma, 1985. última edición, Bogotá, Babel, 2006.

Chigüiro viaja en chiva, 1ª edición, Bogotá, Norma, 1985. última edición, Bogotá, Babel, 2006.

La granja, Bogotá, Norma, 1987.

Ensalada de animales, Bogotá, Norma, 1988.

Garabato, 1ª edición, Bogotá, Carlos Valencia, 1990. última edición, Bogotá, Babel, 2006.

Tengo miedo, 1ª edición, Bogotá, Carlos Valencia, 1990. última edición, Bogotá, Babel, 2006.

Torta de cumpleaños, 1ª edición, Bogotá, Carlos Valencia, 1990. última edición, Bogotá, Babel, 2006.

Chigüiro se va…, Bogotá, Norma, 1992.

Chigüiro, Abo y Ata, Bogotá, Norma, 1992.

Hamamelis y el secreto, 1ª edición, Caracas, Ekaré, 1993. última edición, Bogotá, Alfaguara, 2004.

Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa, 1ª edición, Caracas, Ekaré, 1993. última edición, Bogotá, Alfaguara, 2004.

Chigüiro Rana Ratón, Bogotá, Norma, 1997.

Medias dulces, Bogotá, Norma, 1997.

¡No, no fui yo!, 1ª edición, Bogotá, Panamericana, 1998. última edición, Bogotá, Alfaguara, 2004.

Bien vestidos, Bogotá, Norma, 1999.

Cinco amigos, Bogotá, Norma, 1999.

El señor José Tomillo, Bogotá, Norma, 1999.

María Juana, Bogotá, Norma, 1999.

Carlos, Bogotá, Alfaguara, 1999.

¡Qué cumpleaños!, Bogotá, Norma, 1999.

¿Quién ha visto?, Bogotá, Norma, 1999.

Los dinosaurios, Bogotá, Norma, 2000.

Supongamos, Bogotá, Norma, 2000.

Balada peluda, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2001.

The Story of Half-chicken: A Folktale from Spain an Latin America, Boston, Massachusetts, Houghton Mifflin, 2001.

El niño que no sabía escribir, Madrid, Anaya, 2001.

Pies para la princesa, Madrid, Anaya, 2001.

El día de muertos, Nueva York, Lectorum, 2003.

Cochinita, ¿dónde estás?, Bogotá, Norma, 2004.

La obra como autor

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¡A bañarse, ratón!, Bogotá, Norma, 2004.

¡Me gusta!, Bogotá, Norma, 2004.

¡A nadar!, Bogotá, Norma, 2004.

Nano y sus amigos, Bogotá, Norma, 2004.

Azúcar, Nueva York, Lectorum, 2005.

Nano va a la playa, Bogotá, Norma, 2006.

A un hombre de gran nariz, Bogotá, Babel, 2007.

Buitrago, Fanny, Cartas del palomar, 1ª edición, Bogotá, Carlos Valencia, 1988. última edición, Bogotá, Panamericana, 1998.

Andricaín, Sergio y Antonio Orlando Rodríguez, El libro de Antón Pirulero, Bogotá, Panamericana, 1989.

Murzi, Jean, Dieciocho fábulas del lobo malo, Bogotá, Norma, 1990.

Murzi, Jean, Diecisiete fábulas del rey León, Bogotá, Norma, 1991.

Ulibarri, Sabine R., Purupupú, Boston-Massachusetts, Houghton Mifflin, 1992.

Uribe, Verónica, Diego y los limones mágicos, Caracas, Ekaré, 1994.

Uribe, Verónica, Diego y el barco pirata, Caracas, Ekaré, 1996.

Ramos, Antonio, El príncipe de Blancanieves, Bogotá, Norma, 1997.

Disher, Garry, Flaminio, el piano, Bogotá, Norma, 1997.

Prieto, Ileana, La princesa del retrato y el dragón rey, Bogotá, Norma, 1997.

Ramos, María Cristina, Ruedamares, pirata de la mar bravía, Bogotá, Norma, 1997.

Pennac, Daniel, La mirada del lobo, Bogotá, Norma, 1997.

Machado, Ana Maria, Un buen coro, Bogotá, Norma, 1998.

Rocha, Ruth, Nosso amigo Ventinho, São Paulo, Ática, 1998.

Machado, Ana Maria, Ah, pajarita si yo pudiera, Bogotá, Norma, 1999.

Machado, Ana Maria, El barbero y el coronel, Bogotá, Norma, 1999.

Machado, Ana Maria, Pimienta en la cabecita, Bogotá, Norma, 1999.

Reyes, Yolanda, María de los dinosaurios, Bogotá, Norma, 1999.

Machado, Ana Maria, Raúl pintado de azul, Bogotá, Norma, 2001.

Bojunga Nunes, Lygia, Chao, Bogotá, Norma, 2001.

Uribe, Verónica, Diego y la gran cometa voladora, Caracas, Ekaré, 2002.

Machado, Ana Maria, Un montón de unicornios, Bogotá, Norma, 2002.

Reyes, Yolanda, Una cama para tres, Bogotá, Alfaguara, 2003.

La obra como ilustrador

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Colsubsidio, Taller de Talleres, Seis ilustradores colombianos de libros para niños : Alekos, Olga Cuellar, Ivar Da Coll, Ana María Londoño, Rodez, Esperanza Vallejo, Bogotá, Colsubsidio, Taller de Talleres, 1998. (Libro que recoge la exposición organizada por Colsubsidio, Red de Bibliotecas y Taller de Talleres, con el auspicio de Panamericana Editorial Ltda., Bogotá, octubre 23-noviembre 20 de 1998).

Comfenalco - Metro de Medellín, Exposición autores latinoamericanos de literatura infantil y juvenil (septiembre 23 a octubre 20 de 1997), Medellín, Comfenalco-Metro de Medellín, 1997.

Comfenalco Antioquia, Autores latinoamericanos de literatura infantil y juvenil, Medellín, Comfenalco Antioquia, 2000.

Comfenalco Antioquia, Ilustradores de literatura infantil y juvenil, Medellín, Comfenalco Antioquia, 1998.Fundalectura, “Colombian Section of ibby Proposes Ivar Da Coll Author and Illustrator of

Books for Children as a Candidate for Hans Christian Andersen Author’s Award 2000”, Bogotá, Fundalectura, 1999.

Guerrero, Olga Viviana, “El papá del chigüiro”, en Revista Credencial, Bogotá, núm. 71, vol. 12, octubre de 1992, pp. 68-70.

Herrera Mulligan, Michele, “Meet Colombia’s Dr. Dolittle”, en Críticas, An English Speaker’s Guide to the Latest Spanish Language Titles, Nueva York, núm. 4, vol. 3, julio-agosto de 2003, p. 25.

“Hoja de Vida: Ivar Da Coll”, en Revista Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil, Bogotá, núm. 3, enero-junio de 1996, pp. 34-35.

ibby, Honour List 1990, by Writing, Basilea, International Board on Books for Young People, 1990.ibby, Honour List 1996, by writing, Basilea, International Board on Books for Young People, 1996.ibby, Honour List 2004, by Writing, Basilea, International Board on Books for Young People, 2004.

“Ilustres ilustrados”, en Cromos, Bogotá, 11 de septiembre de 2000, p. 102.“Ivar Da Coll, Author Finalist Hans Christian Award 2000 • Colombia”, en Bookbird, ibby, Basilea,

núm. 3, vol. 38, septiembre de 2000, p. 33. “Ivar Da Coll”, en Nuevas Hojas de Lectura, Fundalectura, Bogotá, núm. 3, septiembre-diciembre de

2003, pp. 38-39.“Ivar Da Coll : Hoja de vida”, Bogotá, s.e., 1999, 52 p.Libreros, Matilde, “Vamos al grano”, en El Espectador, Bogotá, 24 de abril de 1993.Medina, María Beatriz, “Cómo ilustrar la fantasía”, en El Nacional, Caracas, 7 de julio de 1991, p. 7.Pombo, Mauricio, “Torre de cartón”, en Cambio, Bogotá, núm. 80, 7 de junio de 1999.Robledo, Beatriz Helena, “En torno a la obra de Ivar Da Coll”, en Revista Latinoamericana de Literatura

Infantil y Juvenil, Bogotá, núm. 3, enero-junio de 1996, pp. 36-41.Robledo, Beatriz Helena, “Ivar Da Coll: Ilustraciones sobre un ilustrador”, en Hojas de Lectura,

Fundalectura, Bogotá, núm. 34, junio de 1995, pp. 20-24.Rodríguez, Antonio Orlando, “Entrevista con Ivar Da Coll”, en Revista Latinoamericana de Literatura

Infantil y Juvenil, Fundalectura, Bogotá, núm. 3, enero-junio de 1996, pp. 42-43.Rodríguez, Antonio Orlando, “Ivar Da Coll o cómo ponerle un traspié a la solemnidad”, Cuatrogatos,

Revista de Literatura Infantil, Fundalectura, www.cuatrogatos.org/nonofuiyo.html, núm. 1, enero-marzo, 2000.

Sánchez L., Carlos, “Alfabetos de la belleza”, en Magazín Dominical, Bogotá, 14 de diciembre de 1997, p. 24.“Torta de cumpleaños”, en Parapara - Selección, Caracas, núm. 1, octubre de 1990, p. 22.

Bibliografía sobre el autorestabibliografía,elaboradaporfundalectura,puedeser consultadaenelcentrodedocumentacióndeestainstitución.

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Ivar Da Coll nace en Bogotá, Colombia, el 13 de marzo de 1962. Hijo de padre italiano y de madre hija de suecos. Realizó sus estudios de bachillerato en el Liceo Juan Ramón Jiménez. A los 12 años se vincula al grupo de teatro de títeres Cocoliche, con el que trabaja en diversos escenarios y en una serie de programas de televisión.

Su formación como ilustrador y escritor de libros infantiles es autodidacta.En 1983 comienza a trabajar con distintas editoriales como ilustrador

de libros de texto. En 1985 realiza para el Grupo Editorial Norma la serie de libros de imágenes Chigüiro, cuyo personaje central es un mamífero de la fauna suramericana, que alcanza una excelente acogida por parte de los lectores infantiles y adultos. Ese trabajo lo introduce de lleno en el mundo del libro infantil, en el que alterna la función de autor con la de ilustrador de textos creados por otros escritores. Ha publicado también con las editoriales Carlos Valencia Editores (Colombia), Alfaguara (Colombia-México), Ediciones Anaya (España), Ediciones Ekaré (Venezuela), Houghton Mifflin Company, Mc Graw-Hill y Simon & Schuster (Estados Unidos). Tres de sus libros (Tengo miedo, Torta de cumpleaños, Garabato) han sido traducidos al inglés por algunas de estas editoriales.

Fue durante siete años colaborador de Dini, revista infantil mensual del Diners Club.

Ha recibido numerosos reconocimientos tanto nacionales como internacionales: 1990 Tengo miedo hace parte de la Lista de Honor i b b y en representación

de Colombia.

1991 Torta de cumpleaños recibe el premio a c l i j al mejor libro colombiano.

Garabato se hace acreedor del premio de la Cámara Colombiana del Libro a la mejor carátula.

Torta de cumpleaños y Tengo miedo son seleccionados por el Banco del Libro entre “Los mejores libros para niños 1991”.

1996 Hamamelis, Miosotis y el señor Sorpresa representa a Colombia en la Lista de Honor i b b y .

2000 ¡No, no fui yo! forma parte de la selección The White Ravens, elaborada por la International Youth Library con sede de Münich.

2000 Es nominado por Colombia como candidato al premio Hans Christian Andersen.

2003 Pies para la princesa recibe la mención especial del premio “Los mejores libros para niños” del Banco del Libro.

2004 Pies para la princesa representa a Colombia en la Lista de Honor i b b y . Es nominado por Colombia como candidato al premio Astrid Lindgren.

2007 ¡Azúcar! es escogido entre “Los imprescindibles de la biblioteca” en el evento “Los mejores libros para niños” del Banco del Libro. Es nominado por Colombia al premio Astrid Lindgren en su versión 2008.

El autor

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La exposición

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dEJar ESPaCiO Para FiCHa dE CataLOgaCiÓN EN La FUENtE

La Biblioteca Nacional agradece a todas las personas que participaron en la elaboración de este libro, y muy especialmente a Fundalectura y a las editoriales Babel Libros y Santillana.

© Biblioteca Nacional de Colombia, 2007

© de los textos:

Concepto: María Osorio + María Fernanda Paz Castillo

Edición: María Fernanda Paz Castillo

dirección de arte: María Osorio

diseño: Camila Cesarino

Fotografías: alberto Sierra

Escáner: Sandra Ospina

iSBN:

Hecho el depósito legal

impreso en Colombia por Panamericana Formas e impresos S.a.

Exposición

(PONEr tOdOS LOS CrÉditOS)

CONtraPOrtada

Esta compilación de artículos críticos en torno a la obra de ivar da Coll buscan acercar a los lectores interesados en la literatura infantil herramientas para abordar la obra de uno de los más reconocidos autores colombianos contemporáneos.

Este primer título de la recién creada colección Cuadernos de literatura infantil colombiana dedicado a ivar da Coll acompaña la exposición que realizó la Biblioteca Nacional de Colombia de la obra de este autor; todo ello en función de la nueva línea de acción de la principal biblioteca: el estudio y promoción de los principales autores e ilustradores de literatura infantil de Colombia.

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Chigüiro y el lápiz, Bogotá, Babel, 2005.

Cuentos pintados de Rafael Pombo, Bogotá, FCE (en preparación).

El día de muertos, Nueva York, Lectorum, 2003.

Azúcar, Nueva York, Lectorum, 2005.

Carlos, Bogotá, Alfaguara, 2006.

A un hombre de gran nariz, Bogotá, Babel, 2007.

¡No, no fui yo!, Bogotá, Alfaguara, 2004.

Hamamelis y el secreto, 1ª edic., Caracas, Ekaré, 1993.

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