Cross Donna W - La Papisa

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La papisa Juan

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DONNA W. CROSSLa PapisaTraduccin deCsar Aira

Crculo de LectoresPara mi padre, William Woolfolk,y no hacen falta ms palabras.Agradecimientos

Por haberme ayudado en mis investigaciones estoy en deuda con Lucy Burgess, de Cornell; Caroline Suma, del Pontifical Institute for Medieval Studies de Toronto; Eileen DeRycke, de Syracuse University; Elizabeth Lukacs, de Lemoine College; doctor Paul J. Dine, doctor Arthur Hoffman y seor John Lawrence, as como con el personal de las bibliotecas de Vassar y Hamilton College, Universidad de Pensilvania y Universidad de California, de Los ngeles. Un agradecimiento especial a Linda McNamara, Gail Rizzo y Gretchen Roberts, de Onondaga Community College, que trabajaron con incansable energa e inteligencia para conseguirme muchos libros raros de diversas bibliotecas tanto de este pas como del extranjero. Gracias tambin a Lil Kinney, Liz Liddy y Susan Brown, expertas investigadoras que lograron rescatar mucha informacin poco difundida sobre el siglo IX.

Muchas personas leyeron el manuscrito en diversas fases y aportaron su saber de expertos. Estoy agradecida al doctor Joseph Roesch, a Roger Salzmann, Sharon Danley, Thomas McKague, David Ripper, Ellen Coin, Maureen McCarthy, Virginia Ruggiero, John Starkweather, y a mi madre, Dorothy Woolfolk. Sus sugerencias mejoraron mucho el libro.

Tambin querra dar las gracias a mi agente, Jean Naggar, que se arriesg a partir de un manuscrito sin terminar; a mi primera correctora de la editorial Crown, Irene Prokop, cuya energa y entusiasmo por el libro fueron muy estimulantes; y a Betty A. Prashker, que ocup el lugar de Irene cuando sta se march.

Es profunda mi gratitud para quienes me apoyaron y alentaron durante los siete aos de investigaciones y redaccin de este libro: mi hija Emily y mi marido Richard, en la primera lnea de fuego; mi cuada Donna Willis Cross, que crey en m y en este libro cuando vacilaba mi propia fe; Mary Putman, que se hizo cargo de tareas adicionales para que yo tuviera libertad para escribir; Patricia Waelder y Norma Chini, que se aseguraron de que yo dispusiera del tiempo sin interrupciones que necesitaba; Susan Francesconi, cuya compaa durante nuestras largas caminatas hizo mucho por mantener mi cordura; Joanna Woolfolk, Lisa Strick, James MacKillop y Kathleen Eisele. Como dijo William Shakespeare, mi riqueza son mis amigos.

Y sobre todo, querra dar las gracias a mi padre, William Woolfolk, a quien el libro est dedicado con toda justicia; sin su gua constante y su aliento, nunca lo habra escrito.Prlogo

Era el vigsimo octavo da de Wintarmanoth del ao del Seor de 814, el invierno ms crudo que se poda recordar.

Hrotrud, la partera de la aldea de Ingelheim, avanzaba penosamente por la nieve hacia el grubenhaus del cannigo. Una rfaga de viento atraves la barrera de rboles y dirigi sus dedos helados hacia el cuerpo de ella, buscando los agujeros y remiendos de sus delgadas prendas de lana. El sendero del bosque estaba cubierto de nieve; a cada paso se hunda casi hasta las rodillas. La nieve se le adhera a las cejas y pestaas; tena que limpiarse la cara continuamente para poder ver. Le dolan de fro las manos y los pies, pese a las capas de trapos con que se los haba envuelto.

Una mancha negra apareci en el sendero frente a ella. Era un cuervo muerto. Incluso aquellos duros carroeros moran aquel invierno de hambre porque sus picos no podan desgarrar la carne de los cadveres congelados. Hrotrud se estremeci y aceler el paso.

Gudrun, la mujer del cannigo, haba empezado con el parto un mes antes de lo esperado. Hermoso clima para que venga la criatura pens Hrotrud con amargura. En el ltimo mes han nacido cinco nios y ninguno ha vivido ms de una semana.

Una rfaga de nieve arrastrada por el viento ceg a Hrotrud, que por un momento perdi de vista el camino, apenas visible de todos modos. Sinti un poco de pnico. Ms de un aldeano haba muerto as, errando en crculos a poca distancia de su casa. Intent quedarse quieta mientras la nieve giraba a su alrededor, rodendola de un montono paisaje blanco. Cuando el viento amain, de nuevo pudo distinguir el sendero. Volvi a avanzar. Ya no senta dolor en las manos ni en los pies: los tena completamente helados. Saba lo que poda significar aquello, pero no poda permitirse pensarlo; lo importante era mantener la calma.

Tengo que pensar en algo que no sea el fro.

Se imagin el hogar en que haba crecido, una prspera granja de unas seis hectreas. La casa era clida y cmoda, con gruesas paredes de madera, mucho mejor que las casas de los vecinos, hechas de simples tablas cubiertas con barro. En el hogar central haba un gran fuego; el humo sala en espirales por una abertura en el techo. El padre de Hrotrud usaba una valiosa prenda de pieles de nutria sobre su buen bliaud de lino y la madre llevaba cintas de seda en su largo cabello negro. La propia Hrotrud haba tenido dos tnicas de manga larga y una clida capa de la mejor lana. Recordaba la suavidad del tacto de aquellas telas caras.

Todo haba terminado tan rpido... Dos veranos de sequa y una helada mortal haban echado a perder la cosecha. En todas partes la gente se mora de hambre; en Turingia haba rumores de canibalismo. Gracias a la oportuna venta de sus bienes, el padre de Hrotrud haba mantenido a raya el hambre por un tiempo. Hrotrud llor cuando se llevaron su capa de lana. Entonces le haba parecido que ya no podra pasarle nada peor. Tena ocho aos y an no conoca el horror y la crueldad del mundo.

Tuvo que atravesar otra oleada de viento con nieve, luchando contra un creciente mareo. Haban pasado varios das desde su ltima comida. En fin. Si todo sale bien, comer esta noche. Quiz, si el cannigo queda complacido, hasta tendr un trozo de tocino para llevar a casa. La idea le dio nuevas energas.

Sali al claro. Poda ver delante los borrosos contornos del grubenhaus. La nieve era ms profunda all, pues caa sin que la estorbaran los rboles, pero sigui adelante, abrindose paso con sus fuertes muslos y brazos, confiada en que la meta estaba cerca.

Al llegar a la puerta llam una sola vez y entr; haca demasiado fro para demorarse en cortesas. Una vez dentro, permaneci un momento parpadeando en la oscuridad. El invierno haba tapado la nica ventana del grubenhaus; la nica luz provena del hogar y de unas pocas velas humeantes dispersas por el cuarto. Al cabo de un momento, sus ojos empezaron a adaptarse y vio a dos nios sentados junto al fuego.

Ya ha nacido el nio? pregunt.

Todava no respondi el de ms edad.

Hrotrud murmur una breve oracin de agradecimiento a san Cosme, patrn de las parteras. Ms de una vez haba perdido su paga por aquel motivo y haba vuelto sin un solo dinero a cambio de las penurias del trayecto.

Cerca del fuego se quit los trapos helados de pies y manos, y solt un gemido de alarma al ver el mrbido color blanquiazulado que haban adquirido. Virgen santa, que no los pierda. La aldea no tena trabajo para una partera lisiada. Elas, el zapatero, haba perdido su medio de vida por esa causa: lo sorprendi una tormenta al volver de Maguncia, las puntas de los dedos se le pusieron negras y se le cayeron en una semana. Ahora, flaco y harapiento, se alojaba en los atrios de las iglesias y peda limosna.

Sacudiendo lgubremente la cabeza, Hrotrud se pellizc y frot las manos y los pies mientras los dos nios la miraban en silencio. Verlos la tranquilizaba. Ser un parto fcil se deca, tratando de no pensar en el pobre Elas. Despus de todo, ayud a Gudrun a parir a estos dos sin problemas. El mayor deba de tener seis inviernos y era un nio robusto con aire inteligente. El menor, que tendra unos tres aos, era de mejillas redondeadas y en aquel momento se meca chupndose el pulgar. Los dos eran morenos como su padre; ninguno haba heredado el extraordinario cabello rubio dorado de su madre sajona.

Hrotrud recordaba cmo haban mirado los hombres de la aldea el cabello de Gudrun cuando el cannigo la llev al volver de uno de sus viajes misioneros a Sajonia. Al principio haba causado escndalo el que el cannigo llevara una mujer. Algunos decan que eso estaba contra la ley, que el emperador haba promulgado un edicto en el que prohiba a los hombres de la Iglesia tomar mujeres. Pero otros decan que no poda ser as porque estaba claro que sin una esposa un hombre estaba expuesto a toda clase de tentaciones y maldades. Bastaba ver a los monjes de Stablo, decan, que avergonzaban a la Iglesia con sus fornicaciones y sus borracheras. Y adems el cannigo era un hombre sobrio y trabajador.

El cuarto estaba caldeado. La gran chimenea estaba llena de gruesos troncos de abedul y roble; el humo se elevaba en grandes espirales hacia el agujero del tejado de paja. Era una casa agradable. Las tablas de madera que formaban las paredes eran pesadas y gruesas, y las junturas entre ellas estaban bien selladas con arcilla y paja para impedir que entrara el fro. La ventana haba sido tapiada con fuertes tablas de roble, una medida suplementaria de proteccin contra el nordostroni, el viento helado del noreste que soplaba en invierno. El tamao de la construccin permita una divisin en tres habitaciones separadas, una que serva de dormitorio para el cannigo y su esposa, otra para meter a los animales cuando haca mal tiempo (Hrotrud oa el suave rumor de sus pezuas a su izquierda) y aquel en que estaba ella, el cuarto central, donde la familia trabajaba y coma y de noche albergaba a los hijos. Salvo el obispo, cuya casa era de piedra, nadie en Ingelheim tena una casa mejor.

Las extremidades de Hrotrud empezaron a hormiguear al recobrar la sensibilidad. Se mir los dedos de las manos; estaban duros y secos y el tono azulado haba dado paso al resplandor de un sano color rosado. Suspir de alivio y decidi al punto hacer una ofrenda a san Cosme en agradecimiento. Se qued unos minutos ms junto al fuego, entrando en calor; tras dar una palmada alentadora a los nios, fue deprisa hacia el cuarto donde la esperaba la parturienta.

Gudrun yaca en una cama de turba cubierta de paja limpia. El cannigo, un hombre de cabello negro con gruesas cejas pobladas que le daban un aire permanentemente adusto, estaba sentado aparte. Salud con una inclinacin de cabeza a Hrotrud y volvi su atencin al gran libro de tapas de madera que tena en el regazo. Hrotrud haba visto el libro en visitas anteriores a la cabaa, pero su presencia segua llenndola de un horror sagrado. Era un ejemplar de la Sagrada Biblia y era el nico libro que haba visto nunca. Como los dems aldeanos, Hrotrud no saba leer ni escribir. Pero saba que el libro era un tesoro, que costaba ms sueldos de oro de los que ganaba toda la aldea en un ao. El cannigo lo haba llevado consigo desde su nativa Inglaterra, donde los libros no eran tan raros como en Franconia.

Advirti de inmediato que Gudrun no estaba bien. La respiracin era leve y el pulso amenazadoramente rpido, todo el cuerpo se vea abotagado e hinchado. La partera reconoca los signos. No haba tiempo que perder. Busc en su mochila y sac una cantidad del estircol de paloma que haba recogido cuidadosamente en el otoo. Volvi al hogar, lo arroj a las llamas y observ con satisfaccin cmo empezaba a elevarse el humo oscuro que limpiaba el aire de malos espritus.

Tendra que aliviar el dolor para que Gudrun se relajara y pudiera expulsar la criatura. Para eso empleara beleo. Sac un puado de pequeas flores amarillas con venas violceas, las puso en un mortero de arcilla y cuidadosamente las moli, arrugando la nariz ante el olor acre que exhalaban. El polvo resultante lo mezcl en una copa de vino tinto y se lo dio a beber a Gudrun.

Qu es lo que le quieres dar? pregunt el cannigo bruscamente.

Hrotrud se sobresalt; casi haba olvidado que l estaba presente.

Est debilitada por el esfuerzo. Esto le aliviar el dolor y permitir que el nio salga.

El cannigo frunci el ceo. Le quit a Hrotrud el beleo de las manos, sali con l por la puerta del dormitorio y lo arroj al fuego, donde crepit brevemente.Mujer, no permitir una blasfemia.

Hrotrud se sinti abrumada. Recoger aquella pequea cantidad de la preciosa medicina haba significado para ella buscar durante semanas con grandes dificultades. Se volvi hacia el cannigo, dispuesta a expresar su ira, pero se paraliz al ver la mirada dura que l le diriga.

Est escrito... dijo l dando un golpe en el libro: Parirs con dolor. Esa medicina es sacrlega!

La partera estaba indignada. No haba nada de sacrlego en su medicina. Acaso no rezaba nueve padrenuestros cada vez que arrancaba una de las plantas de la tierra? El cannigo nunca se quejaba cuando ella le daba beleo para calmar uno de sus frecuentes dolores de muelas. Pero no discutira con l. Era un hombre influyente. Bastaba una palabra suya sobre prcticas sacrlegas para que Hrotrud estuviera perdida.

Gudrun gimi desgarrada por otra contraccin. Muy bien, pens Hrotrud. Si el cannigo no permita el beleo, debera probar otra cosa. De su mochila sac una tela, cortada segn la medida de la verdadera estatura de Cristo. Con movimientos enrgicos y efectivos, envolvi en ella el abdomen de Gudrun, que gimi cuando la movieron. Cada movimiento le causaba dolor, pero no poda evitarlo. Hrotrud sac un pequeo paquete, cuidadosamente envuelto en un trozo de seda para su proteccin. Dentro estaba uno de sus tesoros: el hueso de la pata de un conejo que haban matado en Navidad. Lo haba conseguido, tras mucha insistencia, en una cacera del emperador el invierno anterior. Con el mayor cuidado, Hrotrud rasp tres delgadas lonchas y las puso en la boca de Gudrun.

Mastcalas despacio le dijo.

La mujer asinti dbilmente. Hrotrud esper. Por el rabillo del ojo vigilaba al cannigo, que se concentraba con gesto ceudo en su libro: las cejas se unan en el puente de la nariz.

Gudrun volvi a gemir y se retorci de dolor, pero el cannigo no alz la vista. Es un hombre fro pens Hrotrud. En todo caso, debe de tener algn fuego en las vsceras, si no, no la habra tomado como esposa.

Cunto tiempo haca que el cannigo haba llevado a la sajona? Diez inviernos? Once? Gudrun no era joven para las costumbres de los francos; tendra veintisis o veintisiete aos, pero era muy hermosa, con su largo pelo rubio muy claro y los ojos azules de extranjera. Haba perdido a toda su familia en la matanza de Verden. Miles de sajones haban preferido morir aquel da a aceptar la verdad de Nuestro Seor Jesucristo. Locos brbaros pens Hrotrud Eso no me habra pasado a m. Ella habra jurado cualquier cosa que le pidieran, lo hara ahora mismo, si los brbaros volvieran a invadir Franconia: jurara por cualquiera de los extraos y terribles dioses que ellos quisieran. No cambiaba nada. Quin poda saber lo que pasaba en el corazn de una persona? Una mujer prudente segua su propia conveniencia.

El fuego crepitaba; las llamas estaban bajando. Hrotrud fue a la pila de madera que haba en el rincn, eligi dos troncos de abedul de buen tamao y los puso en el hogar. Observ el fuego que los envolva silbando y volvi a examinar a la paciente.

Haba pasado una media hora desde que Gudrun haba comido las raspaduras de hueso de conejo, pero su estado no evidenciaba cambios. Ni siquiera aquella medicina tan fuerte haba hecho efecto. Los dolores eran errticos e intiles y entretanto Gudrun se estaba debilitando.

Hrotrud suspir cansada. Era evidente que tendra que recurrir a medidas ms enrgicas.

El cannigo result que era un hombre problemtico cuando Hrotrud le dijo que necesitara ayuda en el alumbramiento.

Manda a buscar a las mujeres de la aldea le dijo en tono perentorio.

Ah, seor, eso es imposible. A quin mandaramos? pregunt ella, enseando las palmas de las manos. Yo no puedo ir porque tu esposa me necesita aqu. Tu hijo mayor no puede ir porque, aunque parece un nio listo, podra perderse con un tiempo como ste. Yo misma estuve a punto de perderme.

El cannigo la fulmin con la mirada bajo sus cejas oscuras.

Muy bien dijo. Ir yo.

Cuando se levantaba de la silla, Hrotrud sacudi la cabeza con impaciencia.

No servira. Para cuando volvieras sera demasiado tarde. Es tu ayuda la que necesito, y rpido, si quieres que tu esposa y tu hijo vivan.

Mi ayuda? Ests loca, partera? Eso... hizo un gesto desdeoso en direccin de la cama es cosa de mujeres, es algo sucio. Yo no tengo nada que ver.

Entonces tu esposa morir.

Eso est en las manos de Dios, no en las mas.

Hrotrud se encogi de hombros.

Para m es lo mismo. Pero no te ser fcil criar dos hijos sin madre.

El cannigo miraba a Hrotrud a los ojos.

Por qu habra de creerte? Ella ha dado a luz antes sin problemas. La he fortalecido con mis plegarias. No puedes asegurar que morir.

Aquello era demasiado. Cannigo o no, Hrotrud no tolerara que pusiera en duda su habilidad como partera.

Eres t el que no sabe nada dijo en tono cortante. Ni siquiera la has mirado. Ve a verla ahora; despus dime que no se est muriendo.

El cannigo fue hacia la cama y mir a su esposa. El pelo hmedo de la mujer estaba pegado a la piel, que haba adquirido un tono blanco amarillento, los ojos estaban hundidos en el rostro; salvo por la prolongada y vacilante exhalacin del aliento, ya podra estar muerta.

Y bien? dijo Hrotrud.

El cannigo se volvi hacia ella.

Por la sangre de Dios, mujer! Por qu no trajiste a las mujeres contigo?

Como t mismo has dicho, seor, tu esposa dio a luz antes sin ningn problema. No haba motivos para esperar que los hubiera esta vez. Adems, quin habra querido venir con un tiempo como ste?

El cannigo camin hasta el hogar y volvi; repiti el trayecto un par de veces, agitado. Al fin se detuvo.

Qu quieres que haga?

Hrotrud sonri.

Oh, muy poco, seor, muy poco. Lo llev de vuelta a la cama. Para empezar, aydame a levantarla.

Ponindose uno a cada lado de Gudrun, la cogieron por las axilas y tiraron hacia arriba. El cuerpo de la mujer era pesado, pero entre los dos lograron ponerla de pie; ella se inclin contra el marido. El cannigo era ms fuerte de lo que haba pensado Hrotrud. Eso estaba bien porque necesitara toda su fuerza.

Debemos obligar a la criatura a colocarse donde debe. Cuando d la orden, levntala todo lo que puedas. Y sacdela con fuerza.

El cannigo asinti apretando los labios con fuerza. Gudrun colgaba como un peso muerto entre ellos, con la cabeza cada sobre el pecho.

Ahora! grit Hrotrud.

Entre los dos empezaron a sacudir a Gudrun arriba y abajo. Gudrun grit y trat de liberarse. El dolor y el miedo le daban una fuerza sorprendente; entre los dos apenas si podan contenerla. Si me hubiera dejado darle el beleo pensaba Hrotrud, ahora sentira la mitad del dolor.

La volvieron a bajar, pero ella segua forcejeando y gritando. Hrotrud dio una segunda orden y otra vez la alzaron, la sacudieron y finalmente la acostaron en la cama, donde qued medio desvanecida, murmurando algo en su brbara lengua nativa. Bien pens Hrotrud Si me muevo rpido, todo habr terminado antes de que recobre el conocimiento.

Meti la mano para tocar la abertura del vientre. Estaba rgida e hinchada por las largas horas de labor intil. Con la ua del ndice, que se dejaba larga con este propsito, desgarr el tejido resistente. Gudrun gimi y qued completamente floja. Un chorro de sangre ba la mano de Hrotrud, moj su brazo y cay en la cama. Al fin sinti que la abertura ceda. Con un grito de jbilo, meti la mano y cogi la cabeza de la criatura, sobre la que ejerci una suave presin hacia abajo.

Tmala de los hombros y tira hacia atrs le dijo al cannigo, que se haba puesto muy plido.

No obstante, obedeci; Hrotrud sinti que aumentaba la presin cuando el cannigo sum su fuerza a la de ella. Al cabo de unos minutos, la criatura empez a deslizarse. La madre segua pujando con firmeza, con cuidado de no lastimar los huesos blandos de la cabeza y el cuello de la criatura. Al fin apareci la coronilla, cubierta de una pelcula de fino cabello mojado. Hrotrud solt la cabeza y cogi el cuerpo para que saliera primero el hombro derecho y a continuacin el izquierdo. Una ltima presin enrgica y el cuerpecito se desliz mojado hacia los brazos de la partera que lo esperaban.

Una nia anunci. Y fuerte, al parecer aadi al tiempo que perciba satisfecha el enrgico llanto de la criatura y su saludable color rosado.

Al volverse, pudo ver la mirada de reprobacin del cannigo.

Una nia dijo l. Tanto trabajo para nada.

No digas eso, seor. Hrotrud sinti de pronto temor de que la decepcin del cannigo significara menos comida para ella. La nia es sana y fuerte. Dios le d vida para honrar tu nombre.

El cannigo neg con la cabeza.

Es un castigo de Dios. Un castigo por mis pecados... y los de ella. Dio un paso hacia Gudrun, que segua inmvil. Vivir?

S. Hrotrud esperaba que su respuesta hubiera sonado convincente. No quera dejar pensar al cannigo que poda quedar doblemente decepcionado. Conservaba la esperanza de comer carne aquella noche. Y despus de todo haba una razonable esperanza de que Gudrun sobreviviera. Es cierto que el parto haba sido violento. Despus de semejante prueba, muchas mujeres caan con fiebre y una enfermedad que las consuma. Pero Gudrun era fuerte; Hrotrud le tratara la herida con un emplasto de artemisa mezclada con grasa de zorra. S, si Dios quiere, vivir repiti con firmeza. No crey necesario aadir que probablemente no podra tener ms hijos.

Eso es algo, entonces dijo el cannigo.

Fue hacia la cama y se qued mirando a Gudrun. Le toc con dulzura el cabello dorado, ahora oscurecido por el sudor. Por un momento Hrotrud pens que la besara. Pero su expresin cambi; pareca severo, incluso enfadado.

Per mulierem culpa successit dijo. El pecado vino por una mujer.

Solt el mechn de cabello que tena en la mano y dio un paso atrs.

Hrotrud sacudi la cabeza. Algo del Libro Sagrado, seguramente. El cannigo era un tipo raro, de acuerdo, pero eso no era asunto de ella, gracias a Dios. Se dio prisa en terminar de limpiar la sangre y los fluidos que ensuciaban a Gudrun, para poder volver a casa antes de que cayera la noche.

Gudrun abri los ojos y vio al cannigo de pie cerca de ella. El comienzo de una sonrisa se congel en sus labios al ver la expresin de los ojos de l.

Esposo? dijo temerosa.

Una nia dijo con frialdad el cannigo, sin molestarse en ocultar su disgusto.

Gudrun asinti con expresin comprensiva y volvi la cara hacia la pared. El cannigo se volvi para salir del cuarto, pero se detuvo un instante para echar una mirada a la recin nacida, ya envuelta y colocada en su jergn de paja.

Juana. Se llamar Juana anunci, y sali bruscamente.Uno

Son un trueno muy cerca y la nia se despert. Se movi en la cama, buscando el calor de los cuerpos dormidos de sus hermanos mayores. En aquel momento record. Sus hermanos se haban ido.

Llova: un fuerte aguacero de primavera que llenaba el aire nocturno con el olor agridulce de la tierra arada. La lluvia produca un sonido sordo en el tejado del grubenhaus del cannigo, pero la gruesa capa de paja mantena seco el interior menos en dos sitios, en los rincones del suelo de tierra apisonada donde haba entrado el agua.

El viento se hizo ms fuerte y la rama de un roble cercano se puso a golpear, a ritmo desigual, en la pared de la cabaa. La sombra de las ramas entraba en el cuarto. La nia contemplaba, absorta, los monstruosos dedos negros que se inclinaban sobre los bordes de la cama. La buscaban a ella, pens, y se encogi.

Mam, pens. Abri la boca para llamarla, pero no lo hizo. Si emita un sonido, la mano amenazante caera sobre ella. Se qued congelada, incapaz de ordenarse a s misma un movimiento. Despus adelant con resolucin su pequea barbilla. Haba que hacerlo y lo hara. Movindose con cauta lentitud, sin quitar en ningn momento los ojos del enemigo, sali de la cama. Sus pies sintieron la superficie fra del suelo de tierra; la sensacin conocida era tranquilizadora. Casi sin atreverse a respirar, retrocedi hacia la pared tras la cual dorma su madre. Hubo un relmpago; los dedos se movieron y alargaron, siguindola. Ella se trag un grito y la garganta se le endureci por el esfuerzo. Trat de moverse muy despacio, de no lanzarse a la carrera.

Ya casi haba llegado. De repente son un trueno encima de la casa. Al mismo tiempo, algo la tocaba por detrs. Perdi el control: se dio la vuelta para echar a correr y tropez con la silla que haba rozado con la espalda.

El dormitorio de sus padres estaba en penumbra y en silencio, salvo por la respiracin rtmica de su madre. Por el sonido, la nia supo que estaba profundamente dormida: el ruido no la haba despertado. Fue rpidamente a la cama, levant la manta de lana y se desliz bajo ella. La madre dorma de costado, con los labios ligeramente entreabiertos; su aliento clido acarici la mejilla de la nia, que se apret contra ella y sinti la suavidad de su cuerpo a travs del delgado camisn de lino.

Gudrun bostez y cambi de posicin; abri los ojos y dirigi una mirada adormilada a la nia. Se despert del todo y la abraz.

Juana la reprendi suavemente al tiempo que acercaba los labios al cabello suave de la nia. Pequea, deberas estar durmiendo.

Hablando rpido, con voz aguda y tensa por el miedo, Juana le cont a su madre lo de la mano del monstruo.

Gudrun escuch mientras acariciaba a su hija y murmuraba palabras para tranquilizarla. Con dulzura pas los dedos sobre la cara de la nia, que apenas si era visible en la oscuridad. No era bonita, pensaba Gudrun con tristeza. Se pareca demasiado a l, con su grueso cuello ingls y su barbilla ancha. Su cuerpecito ya era grueso y pesado, no largo y espigado como el de los miembros de la familia de Gudrun. Pero los ojos s eran hermosos, grandes y expresivos y de color intenso, verdes, con crculos grisceos en el centro. Cogi un mechn del cabello de la nia y lo pas entre los dedos, maravillada por el modo en que brillaba aun en la oscuridad. Mi cabello. No el spero pelo negro del pueblo cruel y oscuro de su marido. Mi hija. Enrosc el mechn de cabello en un dedo y sonri. Esto, al menos, es mo.

Calmada por la atencin de su madre, Juana se relaj. En una imitacin cariosa empez a jugar con la larga cabellera de Gudrun, soltndola hasta que qued esparcida alrededor de su cabeza. Juana admiraba el pelo de su madre y lo alisaba sobre la colcha de lana negra, como una espesa crema. Nunca haba visto suelto el cabello de su madre. Por insistencia del cannigo, Gudrun lo llevaba siempre recogido y oculto bajo una rgida cofia de lino. El cabello de una mujer, deca su marido, es la red con la que Satn pesca el alma de un hombre. Y el cabello de Gudrun era extraordinariamente hermoso, largo y suave, del color del oro blanco, sin huella de gris, aunque ya era una mujer de treinta y seis inviernos.

Por qu se fueron Mateo y Juan? pregunt Juana de pronto.

Su madre se lo haba explicado muchas veces, pero ella quera volver a orlo.

Ya sabes por qu. Tu padre los llev en un viaje misionero.Por qu no pude ir yo tambin?

Gudrun suspir con aire resignado. La nia siempre estaba llena de preguntas.

Mateo y Juan son chicos; algn da sern sacerdotes como tu padre. T eres una nia y esas cosas no son para ti. Viendo que Juana no quedaba contenta con la explicacin, aadi: Adems, eres demasiado pequea.

Cumpl cuatro aos en Wintarmanoth! exclam Juana, indignada.

Los ojos de Gudrun se iluminaron alegremente cuando observ la cara regordeta de la nia.

Ah, s, haba olvidado que eres una nia mayor ya. Cuatro aos! Es mucho.

Juana se qued inmvil mientras su madre le acariciaba el pelo.

Qu son los paganos? pregunt.

Su padre y sus hermanos haban hablado mucho de los paganos antes de partir. Juana no saba qu eran los paganos exactamente, aunque comprenda que eran algo muy malo.

Gudrun se puso tensa. La palabra tena el poder de un conjuro. Haba estado en los labios de los soldados invasores cuando saquearon su casa y mataron a su familia y a sus amigos. Los oscuros y crueles soldados del emperador franco Carlos. El Grande, lo llamaban ahora que estaba muerto. Karolus Magnus, Carlos el Grande. Lo llamaran as, se preguntaba Gudrun, si hubieran visto a sus soldados arrancar criaturas de los brazos de sus madres, darles la vuelta tomndolos de los pies y estrellarles la cabeza en las rocas ensangrentadas? Gudrun apart la mano del cabello de Juana y gir hasta quedar boca arriba.

Es una pregunta que debes hacerle a tu padre dijo.

Juana no entendi qu haba hecho mal, pero capt una extraa dureza en la voz de su madre y supo que la mandara a su propia cama si no se le ocurra algo con qu reparar el error. Se apresur a decir:

Hblame de los antepasados.

No puedo. Tu padre no aprueba que te cuente esas cosas.

Las palabras de la madre eran a medias una afirmacin, a medias una pregunta.

Juana saba qu hacer. Puso las dos manos sobre el corazn en un gesto solemne y recit el juramento tal como su madre se lo haba enseado, prometiendo eterno secreto en el nombre sagrado de Thor, el Seor del Trueno.

Gudrun ri y volvi a abrazar a Juana.

Muy bien, pequea perdiz. Te contar la historia ya que sabes pedirme que te la cuente.

Su voz era clida otra vez, nostlgica y armoniosa mientras empezaba a hablar de Woden y Thor y Freya y los otros dioses que haban poblado su infancia sajona antes de que los ejrcitos de Carlos impusieran la palabra de Cristo con sangre y fuego. Habl alegremente de Asgard, la casa radiante de los dioses, una ciudad de palacios de oro y plata, a la que slo poda llegarse cruzando Bifrost, el puente misterioso del arco iris. Como guardin del puente estaba Heimdall, el Vigilante, el cual nunca dorma y tena un odo tan agudo que poda or crecer la hierba. En Valhalla, el ms hermoso de todos los palacios, viva Woden, el Dios-Padre, sobre cuyos hombros se posaban los dos cuervos: Hugin, el Pensamiento, y Munin, la Memoria. Sentado en su trono, mientras los otros dioses se divertan, Woden reflexionaba sobre lo que le decan Pensamiento y Memoria.

Juana asinti alegremente con la cabeza. Aqulla era su parte favorita del cuento.

Cuntame lo del Pozo de la Sabidura dijo.

Aunque ya era muy sabio explic su madre, Woden siempre quera saber ms. Un da fue al Pozo de la Sabidura, custodiado por Mimir el Sabio, y quiso beber de l. Qu precio pagars?, le pregunt Mimir. Woden respondi que Mimir poda pedirle lo que quisiera. La sabidura siempre se adquiere con dolor respondi Mimir. Si quieres beber de esta agua, debes pagarla con uno de tus ojos.

Con la mirada brillante por el entusiasmo, Juana exclam:

Y Woden lo hizo, mam, no es cierto? Lo hizo!

Su madre asinti.

Aunque no era poco, Woden consinti en pagar con un ojo. Bebi del agua. Y transmiti a los hombres la sabidura que haba adquirido.

Juana mir a su madre con una expresin grave en sus ojos muy abiertos.

T lo habras hecho, mam? Habras elegido ser sabia para poder conocer todas las cosas?

Slo los dioses tienen que tomar esas decisiones respondi ella. Y viendo que la mirada interrogativa persista en la nia, confes: No. Yo habra tenido miedo.

Yo tambin dijo Juana con aire pensativo. Pero me habra gustado hacerlo. Me habra gustado saber qu me dira el pozo.

Gudrun sonri mientras observaba la carita concentrada.

A lo mejor no te habra gustado lo que hubieras sabido. Nuestro pueblo tiene un dicho: El corazn de un sabio casi nunca est alegre.

Juana asinti con la cabeza, aunque no comprenda.

Ahora cuntame lo del rbol dijo, acercndose ms a su madre.

Gudrun empez a describir a Irminsul, el maravilloso rbol del Universo. Haba crecido en el ms sagrado de los bosques sajones, en el manantial del ro Lippe. Su pueblo lo haba adorado hasta que el ejrcito de Carlos lo haba echado abajo.

Era muy hermoso dijo, y tan alto que nadie poda ver dnde terminaba. Era...

Se interrumpi al percibir de pronto otra presencia. Juana mir. Su padre estaba en el umbral.

La madre se sent en la cama.

Esposo dijo. No te esperaba hasta dentro de quince das.

El cannigo no respondi. Cogi una vela de cera de la mesa junto a la puerta y fue al hogar, donde la acerc a los tizones encendidos hasta encenderla. Gudrun dijo en tono nervioso:

La nia se asust por el trueno. Quise tranquilizarla contndole un cuento inofensivo.

Inofensivo! La voz del cannigo temblaba en el esfuerzo por controlar la ira. Llamas inofensivas a semejantes blasfemias?

Fue hasta la cama en dos largos pasos, levant la vela y arranc la manta, dejndolas destapadas. Juana ech los brazos al cuello de su madre y ocult el rostro en una cortina de cabello rubio.

Por un momento el cannigo qued mudo de incredulidad, mirando el cabello suelto de Gudrun. Entonces, se llen de furia.

Cmo te atreves! Te lo he prohibido expresamente! Cogi a Gudrun por un brazo y empez a tirar para sacarla de la cama: Bruja pagana!

Juana se aferraba a su madre. El gesto del cannigo se ensombreci.

Nia, vete! grit.

Juana vacil, desgarrada entre el miedo y el deseo de proteger de algn modo a su madre. Gudrun la empuj.S, vete. Vete ahora mismo.

Juana se solt, se dej caer al suelo y corri. En la puerta se volvi y vio que su padre tomaba bruscamente a su madre por el pelo, echndole la cabeza hacia atrs y obligndola a arrodillarse. Juana empez a retroceder. El terror la inmoviliz al ver que su padre sacaba de la cuerda atada a la cintura su largo cuchillo con mango de hueso.

Forsachistu diabolae? le pregunt a Gudrun en sajn, con voz que era apenas ms que un susurro. Como ella no respondi, le puso la punta del cuchillo contra la garganta Di las palabras gru amenazadoramente Dilas!

Ec forsacho allum diaboles respondi Gudrun con voz trmula, pero con los ojos brillantes de desafo wuercum and wuordum, thunaer ende woden ende saxnotes ende allum...

Paralizada de terror, Juana vio que su padre tomaba un grueso mechn del cabello de su madre y acercaba la hoja del cuchillo. Hubo un sonido de algo que se rasgaba y una larga hebra de cabello dorado vol hacia la puerta.

Llevndose una mano a la boca para ahogar un sollozo Juana se volvi y corri. En la oscuridad tropez con una forma irreconocible que la cogi. La mano del monstruo! Se haba olvidado! Luch por liberarse golpendola con sus pequeos puos, resistiendo con todas sus fuerzas, pero la mano era grande y la asa enrgicamente.

Juana! Juana, qudate quieta! Soy yo!

Las palabras calaron en su miedo. Era su hermano de diez aos, Mateo, que haba regresado con su padre.

Hemos vuelto, Juana, deja de luchar! Todo est bien. Soy yo.

Juana busc con la mano hasta sentir la superficie pulida de la cruz que llevaba siempre Mateo en el pecho; y se dej caer sobre l con alivio.

Se sentaron juntos en la oscuridad, escuchando el sonido que produca el cuchillo con que el cannigo cortaba el cabello de la madre. Por un momento la oyeron llorar de dolor. Mateo solt un juramento en voz alta. En respuesta se oy un sollozo desde la cama donde el hermano de siete aos, Juan, estaba oculto bajo la colcha.

Al fin los sonidos cesaron. Tras una breve pausa, la voz del cannigo empez a recitar una plegaria. Juana sinti que Mateo se relajaba; todo haba terminado. Le ech los brazos al cuello y llor. l la abraz y la acun suavemente.

Al cabo de un rato, ella alz la cara hacia l.

Padre llam pagana a mam.

S.

Ella no lo es dijo Juana con vacilacin Verdad?

Lo fue. Viendo la mirada de horrorizada incredulidad de su hermana, aadi: Hace mucho tiempo. Ya no. Pero lo que te estaba contando eran historias paganas.

Juana dej de llorar; aquella informacin le interesaba.

Te sabes el primer mandamiento, no?

Juana asinti y recit:

No tendrs ms dioses que yo.

S. Eso significa que los dioses de los que te hablaba mam son falsos; es pecado hablar de ellos.Por eso padre...

S la interrumpi Mateo. Mam tena que ser castigada por el bien de su alma. Desobedeci a su marido y eso tambin va contra la ley de Dios.

Por qu?

Porque as lo dice el Libro. Empez a recitar: Pues el marido es la cabeza de la esposa; por ello, que las esposas se sometan a sus maridos en todo.

Por qu?

Por qu? Mateo qued desconcertado por la pregunta. Nadie se la haba hecho antes. Bueno, supongo que porque... porque las mujeres son por naturaleza inferiores a los hombres. Los hombres son ms grandes, ms fuertes, ms inteligentes.

Pero... empez a responder Juana, pero Mateo la interrumpi.

Basta de preguntas, hermanita. Deberas estar en la cama. Ven.

La llev a la cama y la acost al lado de Juan, que ya estaba dormido.

Mateo haba sido bueno con ella; para devolverle el favor, Juana cerr los ojos y se meti bajo la manta como si fuera a dormir.

Pero estaba demasiado inquieta para hacerlo. Se qued despierta en la oscuridad, observando a Juan, que dorma con la boca abierta.

No puede recitar el salterio y ya tiene siete aos. Juana tena slo cuatro y ya se saba de memoria los primeros diez salmos.

Juan no era inteligente. Y era un chico. Pero cmo poda equivocarse Mateo? Lo saba todo; sera sacerdote, como su padre.

Se qued quieta en la oscuridad, dndole vueltas al problema en su mente. Al alba se durmi con un sueo inquieto y lleno de pesadillas de guerras entre dioses celosos y terribles. El arcngel Gabriel en persona bajaba del cielo con una espada en llamas para combatir a Thor y a Freya. La batalla era tremenda, pero al fin los falsos dioses eran rechazados y Gabriel se ergua triunfante ante las puertas del paraso. Su espada haba desaparecido; en sus manos brillaba un cuchillo con mango de hueso.Dos

El estilo de madera se mova velozmente, formando letras y palabras en la suave cera amarilla de la tablilla. Juana se mantena atenta junto al hombro de Mateo mientras ste copiaba la leccin del da. De vez en cuando se interrumpa para pasar la llama de la vela por debajo de la tablilla e impedir que la cera se endureciera demasiado rpido.

Le gustaba ver trabajar a Mateo. El estilo afilado trazaba en la cera informe lneas que para ella tenan una misteriosa belleza. Quera saber qu significaba cada marca y segua con la mayor atencin cada movimiento, como si quisiera descubrir la clave del significado en la forma de las lneas.

Mateo dej el estilo y se recost en la silla frotndose los ojos. Aprovechando la ocasin, Juana se inclin sobre la tablilla y seal una palabra.

Qu dice ah?

Jernimo. Es el nombre de uno de los Padres de la Iglesia.Jernimo repiti ella lentamente. Suena parecido a mi nombre.

Algunas de las letras son las mismas asinti Mateo sonriendo.

Ensame.

Mejor no. A nuestro padre no le gustara, si lo descubriera.

Pero no lo sabr dijo Juana. Por favor, Mateo. Quiero saber. Por favor, s?Mateo vacil.

Supongo que no hay nada de malo en ensearte a escribir tu propio nombre. Algn da puede serte til, cuando te cases y tengas que ocuparte de tu propia casa.

Puso la mano sobre la de ella, ms pequea, y la ayud a grabar las letras de su nombre: J-U-A-N-A, con una larga a curvada al final.

Muy bien. Ahora prueba t sola.

Juana cogi con fuerza el estilo, obligando a sus dedos a adoptar la extraa posicin necesaria y ordenndoles que formaran las letras que vea con la mente. Comenz a llorar al ver que no poda hacer que el estilo le obedeciera. Mateo la consol.

Despacio, hermanita, despacio. Tienes slo seis aos. A esa edad cuesta escribir. Yo tambin empec cuando tena seis aos y lo recuerdo. Dedcale el tiempo que necesites; ya te saldr.

Al da siguiente se levant temprano y sali. En la tierra blanda del corral traz las letras una y otra vez hasta asegurarse de que poda hacerlo. Y llam llena de orgullo a Mateo para que viera sus progresos.

Vaya, est muy bien, hermanita. De veras, muy bien. Se contuvo con un sobresalto y murmur en tono culpable: Pero no convendra que nuestro padre lo viera.

Pas el pie sobre la tierra para borrar las marcas que haba hecho la nia.

No, Mateo, no! Juana trat de apartarlo. Molestos por el ruido, los cerdos lanzaron un coro de gruidos.

Mateo se inclin a abrazarla.

Est bien, Juana. No te preocupes.

Pero t has dicho que mis letras estaban bien!

Estn bien. En realidad haba quedado sorprendido por lo bien que las haba hecho; mejor que Juan, que era tres aos mayor. Si Juana no fuera una nia, habra dicho que podra llegar a ser una buena copista algn da. Pero era mejor no meter esas ideas en la cabeza de la nia. No poda dejar las letras y que las viera padre; por eso las borr.

Me ensears ms letras, Mateo?

Ya te he enseado ms de lo que debera.

Juana dijo con aire grave:

Padre no lo descubrir. Yo nunca se lo dir, te lo prometo. Y borrar las letras con mucho cuidado despus de hacerlas.

Sus ojos verdigrises miraban fijamente los de l, esperando su consentimiento. Mateo sacudi la cabeza con divertida perplejidad. Realmente era persistente aquella hermanita suya. Le pellizc la barbilla con afecto.

Muy bien accedi. Pero recuerda que lo debemos mantener en secreto.

A partir de entonces se convirti en una especie de juego entre ellos. Cada vez que se presentaba la ocasin, no con tanta frecuencia como habra querido Juana, Mateo le enseaba a dibujar letras en la tierra. Ella era una estudiante vida; aunque tema las consecuencias, a Mateo le result imposible resistirse a su entusiasmo. A l tambin le gustaba aprender; la sed de saber de su hermana le hablaba directamente al corazn.

No obstante, l mismo se escandaliz cuando la nia apareci un da con la gran Biblia de tapas de madera, que perteneca al padre.

Qu haces? le pregunt. Pon eso en su sitio. No deberas tocarlo!

Ensame a leer.

Qu? La audacia de la pequea lo dejaba atnito. No, hermanita, eso es pedir demasiado.Por qu?

Bueno... Para empezar, leer es mucho ms difcil que aprender el abecedario. No s si podras.Por qu no? T aprendiste.l sonri con indulgencia.S. Pero yo soy un hombre.

Esto no era del todo cierto porque no haba alcanzado todava los trece inviernos. En poco ms de un ao, cuando tuviera catorce, sera realmente un hombre. Pero le gustaba reclamar el privilegio por adelantado; adems, su hermana no conoca la diferencia.

Yo puedo hacerlo. S que puedo.

Mateo suspir. Aquello no sera fcil.

No es slo eso, Juana. Es peligroso, no es natural que una chica lea y escriba.

Santa Catalina lo haca. El obispo lo dijo en el sermn, recuerdas? Dijo que era venerada por su sabidura y por su erudicin.

Es diferente. Ella era una santa. T eres slo una... nia.

Ante eso Juana qued en silencio. Mateo se felicit por haber ganado la discusin con tanta facilidad; saba lo obstinada que poda ser su hermanita. Tendi la mano para coger la Biblia. Ella empez a drsela, pero se par.

Por qu Catalina es una santa? pregunt.

Mateo se qued con la mano extendida.

Fue una mrtir sagrada que muri por su fe. El obispo lo dijo en su sermn, recuerdas? No pudo resistir la tentacin de burlarse imitndola.

Por qu la martirizaron?

Mateo suspir.

Se enfrent al emperador Maximiano y a cincuenta de sus hombres ms sabios, y mediante la lgica demostr la falsedad del paganismo. Por eso la castigaron. Ahora, hermanita, dame el libro.

Qu edad tena cuando lo hizo?

Qu preguntas ms extraas haca aquella nia!

No quiero discutir ms! dijo Mateo con impaciencia. Dame el libro!

Ella retrocedi un paso, apretando la Biblia contra el pecho.

Era vieja cuando fue a Alejandra a discutir con los sabios del emperador, no?

Mateo se preguntaba si tendra que arrancarle el libro por la fuerza. No, mejor no. La frgil encuadernacin poda estropearse. Y entonces los dos tendran problemas ms serios en los que pensar. Mejor seguir hablando, responder a sus preguntas, tontas e infantiles como eran, hasta que se cansara del juego.

Treinta y tres, dijo el obispo, la misma edad que Jesucristo en la cruz.

Y cuando santa Catalina se enfrent al emperador ya era admirada por su sabidura segn dijo el obispo, no?

Claro. Mateo quiso ser condescendiente. Si no, por qu iba a reunir a los hombres ms sabios del reino para el debate?

Entonces... La cara de Juana luca una sonrisa de triunfo. Debi de aprender a leer antes de ser una santa. Cuando era una nia nada ms. Como yo!

Por un momento, Mateo qued sin palabras, desgarrado entre la irritacin y la sorpresa. Al fin lanz una carcajada.

Pequeo demonio! dijo De modo que a eso ibas! Bueno, no puede negarse que tienes un don para discutir.

Ella le tendi el libro, con una sonrisa esperanzada. Mateo lo cogi sacudiendo la cabeza. Qu extraa criatura era su hermana, tan tenaz, tan segura de s misma. No se pareca en nada a Juan ni a ningn otro nio que l hubiera conocido. En la carita infantil brillaban los ojos de una vieja mujer sabia. No le extraaba que las otras nias de la aldea no quisieran saber nada de ella.

Muy bien, hermanita dijo al fin Hoy empezars a aprender a leer. Vio la alegre expectacin en los ojos de ella y se apresur a prevenirla: No debes esperar demasiado. Es mucho ms difcil de lo que crees.

Juana se arroj al cuello de su hermano.

Te quiero, Mateo.

El chico se liber de su abrazo, abri el libro y dijo en tono severo:

Empezaremos aqu.

Juana se inclin sobre el libro y sinti el olor acre del pergamino y la madera mientras Mateo sealaba con el dedo una lnea.

El Evangelio segn san Juan, captulo primero, versculo uno. In principio erat verbum et verbum erat apud Deum et verbum erat Deus: En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios.

El verano y el otoo que siguieron fueron clidos y fecundos; la cosecha fue la mejor que la aldea hubiera tenido en aos. Pero en Heilagmanoth nev y empez a soplar un viento helado del norte. De nuevo taparon la ventana del grubenhaus para protegerse del fro, la nieve se amontonaba contra las paredes y la familia pasaba la mayor parte del da dentro. A Mateo y a Juana les resultaba ms difcil encontrar ocasin para las lecciones. Cuando haca buen tiempo, el cannigo sala a hacer su trabajo y se llevaba a Juan; a Mateo lo dejaba estudiando porque le daba mucha importancia a eso. Cuando Gudrun iba al bosque a recoger lea, Juana corra a la mesa donde Mateo estaba inclinado sobre su trabajo y abra la Biblia en el punto donde haban quedado en la leccin anterior. De este modo segua haciendo rpidos progresos y antes de la Pascua ya haba ledo casi todo el Evangelio de san Juan.

Un da, Mateo sac algo de entre sus cosas y se lo tendi con una sonrisa.

Para ti, hermanita.

Era un medalln de madera con un cordn. Se lo pas por la cabeza y el medalln qued colgando sobre su pecho.Qu es? pregunt Juana con curiosidad.Algo para que lo lleves encima.

Oh dijo ella, y al comprender que deba decir algo ms, aadi: Gracias.

Mateo comenz a rer al ver el gesto de inters de la nia.Mira la cara delantera del medalln.

Juana obedeci. Grabado en la superficie de madera haba un retrato de mujer. Era tosco porque Mateo no era un tallador experto, pero los ojos estaban bien hechos y miraban hacia delante con una expresin de inteligencia.

Ahora le indic Mateo, mira por detrs.

Juana lo volvi. En letras maysculas que daban la vuelta al medalln ley las palabras Santa Catalina de Alejandra.

Con una exclamacin apret el medalln contra el corazn. Entenda el significado del regalo. Era el modo de Mateo de reconocer su capacidad y la fe que tena en ella. Se le llenaron los ojos de lgrimas.

Gracias volvi a decir, y esta vez lo deca en serio.

l le sonri. Juana not las ojeras oscuras bajo los ojos de su hermano; se le vea cansado y tenso.

Te sientes bien? le pregunt preocupada.

Por supuesto! dijo l, quiz con demasiado entusiasmo. Empecemos la leccin, eh?

Pero estaba inquieto y distrado. Contra su costumbre dej pasar un error sin decir nada.

Pasa algo malo? pregunt Juana.

No, no. Estoy un poco cansado, eso es todo.

Lo dejamos aqu, entonces? No me molesta. Podemos seguir maana.

No, lo siento. Me distraje, eso es todo. A ver, dnde estbamos? Ah, s. Lee de nuevo el ltimo pasaje y esta vez ten cuidado con el verbo: es videat, no videt.

Al da siguiente, Mateo se despert quejndose de dolor de cabeza y de garganta. Gudrun le dio una infusin de borrajas y miel.

Tienes que quedarte en cama el resto del da le dijo. El hijo de la vieja seora Wigbod tiene la fiebre de la primavera; a lo mejor la tienes t tambin.

Mateo se ri y dijo que no poda ser. Trabaj varias horas en sus estudios y despus quiso salir a ayudar a Juan a podar las vides.

A la maana siguiente tena fiebre y le costaba tragar. Hasta el cannigo tuvo que admitir que pareca enfermo.Hoy quedas excusado de tus estudios le dijo. Era una dispensa que no haba hecho antes.

Mandaron a pedir ayuda al monasterio de Lorsch y a los dos das fue el curandero, quien examin a Mateo y sacudi la cabeza gravemente murmurando para s. Por primera vez Juana comprendi que la enfermedad de su hermano poda ser grave. La idea la aterrorizaba. El monje sangr profusamente a Mateo y agot su repertorio de plegarias y talismanes sagrados, pero por la festividad de san Severino el estado de Mateo era crtico. Yaca con fiebre, sacudido por ataques de tos tan violentos que Juana se tapaba los odos.

Durante todo el da y la noche la familia mantuvo la vigilia. Juana se arrodillaba al lado de su madre en el suelo de tierra. La asustaba el cambio de Mateo: la piel de la cara estaba estirada y los rasgos familiares se haban convertido en una mscara horrible. Debajo del rubor de la fiebre haba un amenazador tono gris.

Encima de ellos, en la oscuridad, la voz del cannigo resonaba en la noche, recitando plegarias por la liberacin de su hijo.

Domine Sancte, Pater omnipotens, aeterne Deus, qui fragilitatem conditionis nostrae infusa virtutis tuae dignatione confirmas...

Juana se caa de sueo.

No!

El grito de su madre despert de pronto a Juana.Se ha ido! Mateo, mi hijo!

Juana mir la cama. Nada pareca haber cambiado. Mateo segua inmvil como antes. Pero not que la piel haba perdido su color; estaba enteramente gris, del color de la piedra.

Le cogi la mano. Estaba floja, pesada, aunque no tan caliente como antes. La apret con fuerza y se la llev a la mejilla. Por favor, no te mueras, Mateo. La muerte significaba que nunca volvera a dormir junto a ella y Juan en la gran cama; ella nunca volvera a verlo inclinado sobre la mesa de pino, con el entrecejo fruncido por la concentracin, estudiando; nunca se volvera a sentar a su lado mientras l pasaba el dedo por las pginas de la Biblia, sealando las palabras que ella deba leer. Por favor, no te mueras.

La enviaron fuera para que su madre y las mujeres de la aldea pudieran lavar el cuerpo de Mateo y prepararlo para el entierro. Cuando terminaron, le permitieron acercarse a darle el ltimo adis. Salvo por el gris de la piel, pareca estar dormido. Se imagin que si lo tocaba se despertara, sus ojos se abriran y la mirara con afecto suavemente burln. Le bes la mejilla como le dijo su madre que hiciera. Estaba fra y extraamente rgida, como la piel del conejo muerto que Juana haba sacado de la despensa la semana anterior. Se ech atrs con rapidez.

Mateo ya no estaba.

No habra ms lecciones.

Juana estaba junto a la cerca del corral, observando los trozos de tierra negra que empezaban a asomar bajo la nieve que se derreta, la tierra en la que haba escrito sus primeras letras.Mateo susurr.

Cay de rodillas. La nieve hmeda atraves su capa de lana. Senta mucho fro, pero no poda volver adentro. Haba algo que tena que hacer. Con el ndice traz en la nieve las letras bien conocidas del Evangelio de san Juan: Ubi sum ego vos non potestis venire. Donde yo estoy no podis venir vosotros.

Cumpliremos la penitencia dijo el cannigo despus del entierro para pagar por los pecados que hicieron que la ira de Dios cayera sobre nuestra familia.

Mand a Juana y a Juan arrodillarse a rezar en silencio sobre la dura tabla que serva como altar a la familia. Se quedaron all todo el da sin comer ni beber nada hasta que al fin, cuando cay la noche, se les permiti ir a dormir a la cama. sta era grande y vaca ahora que no estaba Mateo. Juan gema de hambre. En medio de la noche Gudrun los despert, llevndose un dedo a los labios para advertirles que deban estar callados. El cannigo dorma. Les dio pan y una taza de madera con leche de cabra caliente: era toda la comida que se atreva a sacar de la despensa sin despertar las sospechas de su marido. Juan se comi su pan y todava tena hambre; Juana comparti el suyo con l. Cuando terminaron, Gudrun los arrop, cogi la taza y se march. Los nios se abrazaron y no tardaron en dormirse.

Con la primera luz, el cannigo los despert y sin romper el ayuno los mand al altar a reanudar la penitencia. La maana lleg y se fue, al igual que la hora de la comida, y todava seguan de rodillas. Los rayos del sol del crepsculo daban en el altar, filtrndose entre las tablas de la ventana de la casa. Juana suspir y cambi de posicin en el altar casero. Tena doloridas las rodillas y el estmago le haca ruidos. Luch por concentrarse en las palabras de su plegaria: Pater Noster qui es in caelis, sanctificetur nomen tuum, adveniat regnum tuum...

No serva. La incomodidad de la situacin lo impeda. Estaba cansada, tena hambre y echaba de menos a Mateo. Se preguntaba por qu no lloraba. Tena la sensacin de una cierta presin en su garganta y en su pecho, pero las lgrimas no afloraban.

Mir el pequeo crucifijo de madera que haba en la pared ante el altar. El cannigo lo haba trado de su nativa Inglaterra cuando fue a ejercer su misin entre los sajones paganos. Tallada por un artista de Northumbria, la figura de Cristo tena ms vigor y precisin que la mayora de los trabajos de los francos. Su cuerpo se extenda en la cruz, todo miembros estirados y costillas, la mitad inferior retorcida para destacar su mortal agona. Tena la cabeza echada hacia atrs, de modo que la nuez se haca muy visible: un recordatorio, extraamente desconcertante, de su masculinidad humana. La madera tena profundos surcos que representaban la sangre que flua de sus muchas heridas.

La figura, a pesar de su fuerza, era grotesca. Juana saba que debera sentirse llena de amor y reverencia ante el sacrificio de Cristo, pero en lugar de eso senta repulsin. Comparado con los dioses hermosos y fuertes de su madre, aquella figura pareca fea, rota y derrotada.

A su lado, Juan empez a sollozar. Juana lo cogi de una mano. Su hermano tena poco aguante. Ella era ms fuerte y lo saba. Aunque l tena diez aos y ella slo siete, a Juana le resultaba enteramente natural consolar y proteger a su hermano en lugar de que fuera al revs.

El nio tena lgrimas en los ojos.

No es justo dijo.

No llores. Juana tema que el ruido pudiera atraer a su madre, o peor an, al padre. Pronto habr terminado.No es eso! respondi Juan con su dignidad herida.Qu es entonces?No lo entenderas.Cuntamelo.

Nuestro padre querr que yo siga los estudios de Mateo. S que lo querr. Y yo no puedo; no puedo.

A lo mejor puedes dijo Juana, aunque comprenda el motivo de la preocupacin de su hermano.

Su padre lo acusaba de pereza y lo castigaba cuando no avanzaba en sus estudios, pero no era culpa de Juan. Trataba de hacerlo bien, pero era lento. Siempre lo haba sido.

No insisti Juan. Yo no soy como Mateo. Sabas que nuestro padre planeaba llevarlo a Aquisgrn, a pedir que lo aceptaran en la Escuela Palatina?

De veras?

Juana estaba asombrada. La escuela del palacio! No sospechaba que las ambiciones de su padre para Mateo llegaran tan alto.

Y yo ni siquiera puedo leer a Donato todava. Padre dice que Mateo haba terminado a Donato cuando tena tan slo nueve aos y yo ya tengo casi diez. Qu har, Juana? Qu har?

Bueno... Juana trat de pensar en algo que lo consolara, pero la tensin de los ltimos das haba llevado a Juan a un estado en el que ya nada poda tranquilizarlo.

Me pegar. S que me pegar. Empez a gritar. No quiero que me pegue!

Apareci Gudrun en el umbral. Mientras diriga miradas nerviosas al cuarto vecino, corri hacia Juan.

Basta. Quieres que tu padre te oiga? Basta, te digo!

Juan se balance con torpeza en el altar, ech la cabeza atrs y solt un grito. Sin or a su madre sigui gimiendo y las lgrimas siguieron cayendo por sus mejillas enrojecidas.

Gudrun lo cogi por los hombros y lo zarande. La cabeza del nio se movi violentamente atrs y adelante; tena los ojos cerrados y la boca abierta. Juana oy el castaeteo de los dientes al cerrarse la boca. Sobresaltado, Juan abri los ojos y vio a su madre. Gudrun lo abraz.

No llorars ms. Por tu hermana y por m no debes llorar. Todo saldr bien, Juan. Pero ahora tienes que estar callado. Lo acun, tierna y severamente al mismo tiempo.

Juana los miraba con expresin pensativa. Reconoca la verdad de lo que haba dicho su hermano. Juan no era inteligente. No poda seguir los pasos de Mateo. Pero... Su rostro se encendi de entusiasmo, como si la alcanzara la fuerza de una revelacin.

Qu pasa, Juana? Gudrun haba visto la extraa expresin en el rostro de su hija. Te sientes mal?

Estaba preocupada porque se saba que los demonios que traan la fiebre solan quedarse en las casas.

No, mam. Pero tengo una idea, una maravillosa idea!

Gudrun gimi para s. La nia estaba llena de ideas que slo servan para acarrearles problemas.

S?

Nuestro padre quera que Mateo fuera a la Escuela Palatina.Lo s.

Y ahora querr que vaya Juan en lugar de Mateo. Por eso llora, mam. Sabe que no puede hacerlo y teme que nuestro padre se enfade.

Y? Gudrun estaba intrigada.

Yo puedo hacerlo, mam! Yo puedo continuar los estudios de Mateo.

Por un instante, Gudrun qued demasiado asombrada para responder. Su hija, su criatura, la que ella ms amaba de sus hijos, la nica con la que haba compartido la lengua y los secretos de su pueblo... Ella quera estudiar los libros sagrados de los conquistadores cristianos? Que Juana lo pensara siquiera ya bastaba para herirla en lo ms hondo.Tonteras! dijo.

Puedo trabajar mucho insisti Juana. Me gusta estudiar y aprender cosas. Puedo hacerlo y entonces Juan no tendr que ir. l no sirve para eso.

Hubo un sollozo ahogado de Juan, cuya cara segua hundida en el pecho de su madre.

Eres mujer, esas cosas no son para ti dijo Gudrun. Adems, tu padre nunca lo aprobara.

Pero mam, eso era antes. Las cosas han cambiado. No lo ves? Ahora nuestro padre puede pensar de otro modo.

Te prohbo que hables de esto a tu padre. Debes de estar desvariando por falta de comida y descanso, como tu hermano. De otro modo nunca diras esas cosas.

Pero... mam, si yo pudiera darle a entender...

Basta he dicho! El tono de Gudrun no daba pie a ms discusiones.

Juana guard silencio. Busc dentro de su tnica y apret el medalln de santa Catalina que le haba tallado Mateo. Puedo leer latn y Juan no puede pens con obstinacin. Qu importa que sea mujer?

Fue hacia la Biblia del pequeo atril de madera. La levant, sinti su peso, las marcas tan conocidas sobre el dorado de la cubierta. El olor de madera y pergamino, que ella relacionaba con Mateo, la hizo pensar en lo que haban hecho juntos, en todo lo que l le haba enseado y en todo lo que ella quera aprender todava. Quiz, si demostrase a mi padre lo que he aprendido... quizs entonces vera que puedo. Una vez ms, sinti una oleada de entusiasmo. Pero podra haber problemas. l podra enfadarse. El carcter de su padre la asustaba; la haba golpeado lo bastante para que ella conociera y temiera la fuerza de su ira.

Se qued sin saber qu hacer, tocando con la punta de los dedos la superficie pulida de la tapa de madera de la Biblia. Siguiendo un impulso la abri; la pgina que qued ante su vista era la primera del Evangelio segn san Juan, el texto que haba usado Mateo para empezar a ensearle. Es una seal, pens.

La madre segua sentada dndole la espalda, acunando a Juan, cuyos sollozos se haban transformado en hipo. Es mi oportunidad. Sostuvo el libro abierto y fue con l al cuarto vecino.

Su padre estaba hundido en una silla con la cabeza inclinada y las manos cubrindole la cara. No se movi cuando ella se acerc. Ella se detuvo de pronto, asustada. La idea era imposible, ridcula; l nunca lo aprobara. Estaba a punto de retirarse cuando el cannigo apart las manos de la cara y la mir. Ella permaneci all con el libro abierto en las manos.

Su voz era vacilante cuando empez a leer:

In principio erat verbum et verbum erat apud Deum et verbum erat Deus... No hubo interrupcin; sigui adelante y a medida que lea lo haca con mayor seguridad. Todas las cosas fueron hechas por l y sin l no hubo cosa que fuera hecha. En l estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brill en la oscuridad y la oscuridad no la abarc. Se senta colmada por la belleza y el poder de las palabras, que la llevaban hacia delante y le daban fuerzas. Lleg al final iluminada por el xito, sabiendo que haba ledo bien. Alz la vista y vio que su padre la miraba fijamente. S leer. Mateo me ense. Lo mantuvimos en secreto para que nadie lo supiera. Las palabras le salan en un torrente confuso. Yo puedo hacerte sentir orgulloso de m, padre, s que puedo. Djame proseguir los estudios de Mateo.T! La voz de su padre retumbaba de furia. Fuiste t! La seal con aire acusador Fuiste t! T provocaste la ira de Dios sobre nosotros! Hija desnaturalizada! Monstruo! T mataste a tu hermano!

Juana qued con la boca abierta. El cannigo fue hacia ella con el brazo levantado. Juana solt el libro y trat de correr, pero l la atrap y la hizo dar media vuelta; descarg el puo sobre su mejilla con tanta fuerza que la lanz hasta la pared, contra la que se golpe la cabeza.

Fue hacia ella. Juana se agazap esperando otro golpe. Pero no lo hubo. Pasaron unos momentos y el padre empez a soltar unos sonidos roncos, guturales. La nia comprendi que estaba llorando. Nunca lo haba visto llorar.

Juana! Gudrun entr en el cuarto Qu has hecho, nia? Se arrodill junto a Juana y vio el cardenal que ya se hinchaba bajo el ojo derecho. Interponindose entre la nia y su marido, susurr: Qu te haba dicho? Nia tonta, mira lo que has hecho. En voz ms alta dijo: Ve con tu hermano. Te necesita. Ayud a Juana a levantarse y la empuj para que saliera rpido.

El cannigo miraba con gesto sombro a Juana mientras iba hacia la puerta.

Olvida a la nia, esposo le dijo Gudrun para distraerlo. No tiene importancia. No desesperes; recuerda que todava tienes otro hijo.Tres

Fue en Aranmanoth, el mes de la cosecha del trigo, durante el otoo de su noveno ao, cuando Juana conoci a Esculapio. Se haba detenido en el grubenhaus del cannigo, camino de Maguncia, donde iba a ejercer de maestro en la escuela de la catedral.

Bienvenido, seor, bienvenido! lo salud el padre de Juana con entusiasmo. Nos alegramos de que hayas llegado sin contratiempos. Espero que el viaje no haya sido demasiado difcil. Con una inclinacin de cabeza seal al invitado el interior de la casa. Ven a refrescarte. Gudrun! Trae vino! Haces un gran honor a mi humilde morada con tu presencia, seor. Por el comportamiento de su padre, Juana comprendi que Esculapio era un sabio de cierto renombre e importancia.

Era griego e iba vestido al modo bizantino. Su buena clmide de lino blanco estaba sujeta con un simple broche de metal y cubierta con una larga capa azul, bordada con un hilo de plata. Llevaba el cabello corto, como un campesino, y pegado al crneo con aceite. A diferencia de su padre, que se afeitaba al modo del clero franco, Esculapio llevaba una barba poblada y larga, blanca como su cabello.

Cuando el padre la llam para presentarla, ella sufri un ataque de timidez y se plant con torpeza frente al extrao, con los ojos fijos en el entramado de sus sandalias. Finalmente intervino el cannigo y la mand a ayudar a su madre a preparar la cena.

Cuando se sentaron a la mesa, el cannigo habl.Tenemos la costumbre de leer un pasaje del Libro Sagrado antes de compartir la comida. Nos haras el honor de leer esta noche?

Muy bien dijo Esculapio sonriendo. Con cuidado abri las tapas de madera y volvi las frgiles hojas de pergamino. El texto es del Eclesiasts. Omnia tempus habent, et momentum suum cuique negotio sub caelo...

Juana nunca haba odo pronunciar el latn de modo tan hermoso. La pronunciacin de aquel hombre era distinta: las palabras no se fundan unas con otras, al estilo galo: cada una era redondeada y distinta, como gotas de una lluvia clara. Para todo hay un tiempo, un momento para cada asunto bajo el cielo. Un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y un tiempo para cosechar lo que se ha plantado... Juana haba odo a su padre leer el mismo pasaje muchas veces, pero en la voz de Esculapio le encontraba una belleza que antes no haba imaginado.

Cuando hubo terminado, Esculapio cerr el libro.

Un excelente ejemplar le dijo con admiracin al cannigo. Escrito con buena letra. Debes de haberlo trado de Inglaterra; he odo que el arte todava florece all. Es raro en los das que corren encontrar un manuscrito tan libre de barbarismos gramaticales.

El cannigo se ruboriz de placer.

Haba muchos semejantes en la biblioteca de Lindisfarne. ste me fue confiado por el obispo cuando me envi a la misin en Sajonia.

La comida fue esplndida, la mejor que la familia hubiera preparado para un husped. Haba un pernil de cerdo, asado hasta que la piel se resquebraj, legumbres hervidas, remolacha, queso y pan recin horneado. El cannigo llev a la mesa una cerveza franca, picante, oscura y espesa como el caldo. Despus comieron almendras fritas y manzanas asadas.

Delicioso dictamin Esculapio al terminar. Haca mucho tiempo que no coma tan bien. Desde que sal de Bizancio no haba comido un cerdo de sabor tan tierno.

Gudrun estaba complacida.

Es porque criamos nuestros propios cerdos y los engordamos antes de matarlos. La carne de los cerdos negros del bosque es dura y sin sabor.

Cuntanos algo de Constantinopla! dijo Juan con entusiasmo. Es cierto que las calles estn pavimentadas con piedras preciosas y que de las fuentes mana oro lquido?

No dijo Esculapio rindose. Pero es un lugar maravilloso para vivir.

Los dos hermanos escucharon con la boca abierta la descripcin de Constantinopla, construida sobre un alto promontorio, con edificios de mrmol y cpulas de oro y plata, muy altas; desde los pisos superiores de los edificios poda verse el puerto del Cuerno de Oro, en el que anclaban barcos de todo el mundo. En aquella ciudad haba nacido y pasado su juventud Esculapio. Se haba visto obligado a huir cuando su familia entr en una disputa religiosa con el basileus, algo relacionado con la ruptura de iconos. Juana no entenda esto, aunque su padre s y asenta con un adusto gesto de reprobacin mientras Esculapio relataba la persecucin de su familia.

En este punto, la discusin pas a ocuparse de asuntos teolgicos, y Juana y su hermano fueron llevados a la parte de la casa donde dorman sus padres; como husped de honor, Esculapio tendra la cama grande cerca del fuego toda para l solo.

Por favor, puedo quedarme y escuchar? pregunt Juana a su madre.

No, ya ha pasado la hora de acostarse. Adems, nuestro husped est cansado de contar historias. Lo que digan a partir de ahora no te interesar.

Pero...

Basta, nia. A la cama. Tendrs que ayudarme por la maana; tu padre quiere preparar otro banquete para el visitante maana. Si hay ms como l gru Gudrun nos arruinaremos.

Dej a los nios en el jergn de paja, los bes y se fue.

Juan no tard en dormirse, pero Juana sigui despierta, tratando de or lo que decan las voces al otro lado del grueso tabique de madera. Al fin, cuando la curiosidad pudo ms que ella, sali de la cama y fue hasta la puerta donde se arrodill en la oscuridad y dirigi su atencin hacia el fuego del hogar, junto al cual su padre y Esculapio hablaban. Senta fro; el calor del fuego no llegaba hasta ella y tena puesto slo un camisn de lino. Temblaba, pero no pens siquiera en volver a la cama; tena que escuchar lo que deca el invitado.

La conversacin giraba en torno a la escuela de la catedral. Esculapio le pregunt al cannigo:

Sabes algo de la biblioteca que tienen?

Oh, s dijo el cannigo, evidentemente contento de que se le preguntara. He pasado muchas horas en ella. Alberga una excelente coleccin, con ms de setenta y cinco cdices. Esculapio asinti cortsmente, aunque no pareci impresionado. Juana no poda imaginarse tantos libros en un solo lugar. El cannigo segua: Hay copias de De scriptoribus ecclesiasticus de Isidoro, y De Gubernatione Dei de Salviano. Tambin los Comentarii completos de Jernimo, con ilustraciones maravillosamente bien hechas. Y hay un manuscrito especialmente bueno del Hexameron de tu compatriota san Basilio.

Hay manuscritos de Platn?

Platn? El cannigo pareca sorprendido. Por supuesto que no; sus escritos no son un estudio apto para un cristiano.

Ah s? No apruebas el estudio de la lgica, entonces?

Tiene su lugar en el trivium respondi el cannigo con manifiesta incomodidad, con el uso de los textos apropiados, como los de Agustn y Boecio. Pero la fe se basa en la autoridad de las Escrituras, no en la evidencia de la lgica; a veces los hombres por una necia curiosidad quebrantan su fe.

Entiendo. El tono de Esculapio indicaba ms cortesa que conformidad. Pero quiz puedas responderme a esto: por qu entonces el hombre puede razonar?

La razn es la chispa de la divina esencia del hombre: Dios cre al hombre a su imagen; en la imagen de Dios lo cre.

Tienes un buen dominio de las Escrituras. Entonces, aceptas que la razn es un don divino?Con toda seguridad.

Juana se acerc unos centmetros dentro de la sombra que la ocultaba; no quera perderse lo que dira a continuacin Esculapio.

Entonces, por qu temer exponer la fe a la razn? Si Dios nos la dio, cmo sta iba a apartarnos de l?

El cannigo cambi de posicin en su silla. Juana nunca lo haba visto tan incmodo. Era un misionero, preparado para ensear y predicar, sin el hbito del intercambio de un debate lgico. Abri la boca para responder y la cerr.

En realidad sigui Esculapio, no ser la falta de fe lo que lleva a los hombres a temer el escrutinio de la razn? Si la meta es dudosa, entonces el camino est sembrado de temor. Una fe robusta no necesita temer porque si Dios existe, entonces la razn no puede sino ayudarnos a llegar a l. Cogito, ergo Deus est, dice san Agustn. Pienso, luego Dios existe.

Juana segua la discusin con tanta atencin que se olvid de s misma y solt una exclamacin en voz alta, que le brotaba por su comprensin y aprobacin. Su padre volvi la vista enrgicamente hacia la puerta. Ella retrocedi en las sombras y esper, casi sin atreverse a respirar. Oy las voces que recomenzaban. Benedcite pens, no me han visto. Volvi a subir sin hacer ruido al jergn, donde Juan roncaba.

Mucho despus de que las voces cesaran, Juana segua despierta en la oscuridad. Se senta increblemente ligera y libre, como si le hubieran quitado de encima un peso opresivo. No era culpa suya que Mateo hubiera muerto. Su deseo de aprender no lo haba matado, pese a lo que dijera su padre. Aquella noche, escuchando a Esculapio, haba descubierto que su amor al saber no era algo antinatural ni pecaminoso sino la consecuencia directa de su capacidad, recibida de Dios, de razonar. Pienso, por lo tanto Dios existe. Senta en el corazn la verdad de aquella frase.

Las palabras de Esculapio haban encendido una luz en su alma. A lo mejor maana puedo hablar con l pens. A lo mejor puedo demostrarle que s leer.

La perspectiva era tan agradable que no poda dejar de pensar en ella. No se durmi hasta el alba.

A la maana siguiente, Gudrun envi a Juana al bosque a recoger hayucos y bellotas para alimentar a los cerdos. Impaciente por volver a la casa, junto a Esculapio, Juana se apresur a completar su trabajo. Pero el suelo del bosque otoal estaba cubierto de hojas cadas y los frutos eran difciles de encontrar; no poda volver hasta que la cesta estuviera llena.

Cuando volvi, Esculapio se dispona a marcharse.

Esperaba que nos hicieras el honor de comer con nosotros dijo el cannigo. Estaba interesado en tus ideas sobre el misterio del Uno Trino y me gustara hablar de ello ms a fondo.

Eres muy amable, pero tengo que estar en Maguncia esta noche. El obispo me espera y tengo prisa por hacerme cargo de mis deberes.

Por supuesto, por supuesto. Tras una pausa, el cannigo aadi: Pero recuerdas nuestra conversacin sobre el muchacho? Te quedars a observar su leccin?

Es lo menos que puedo hacer por un anfitrin tan generoso dijo Esculapio con estudiada cortesa.

Juana cogi su costura y se instal en una silla a poca distancia, tratando de pasar tan inadvertida como fuera posible para que su padre no la mandara fuera.

No debera haberse preocupado. La atencin del cannigo estaba centrada exclusivamente en Juan. Con la esperanza de impresionar a Esculapio con la amplitud de los conocimientos de su hijo, empez la leccin interrogando a Juan sobre las reglas de la gramtica segn Donato. Fue un error porque la gramtica era el punto ms flojo de Juan. Como era de prever, su exposicin fue lamentable, confundi el ablativo con el dativo, equivoc los verbos y al final fue totalmente incapaz de hilvanar correctamente una frase. Esculapio escuchaba solemnemente, con una profunda arruga cruzndole la frente.

Ruborizado por la vergenza, el cannigo pas a campo ms seguro. Empez con el catecismo de enigmas del gran Alcuino, en el cual Juan haba sido instruido a conciencia. El nio super bastante bien la primera parte.

Qu es un ao?

Un carro con cuatro ruedas.

Qu caballos lo tiran?

El sol y la luna.

Cuntos palacios tiene?

Doce.

Complacido con este pequeo triunfo, el cannigo pas a partes ms difciles del catecismo. Juana lo lament y poda ver que Juan estaba cerca del pnico.

Qu es la vida?

La alegra de los bienaventurados, la pena de los tristes, y... y... La voz se quebr.

Esculapio cambi de posicin en la silla. Juana cerr los ojos, concentrndose en las palabras, haciendo fuerza para que Juan las pronunciara.

S? pregunt el cannigo. Y qu?

La cara de Juan se ilumin de inspiracin.

Y la busca de la muerte!

El cannigo asinti secamente.

Y qu es la muerte?

Juan mir a su padre como un ciervo atrapado que ve acercarse al cazador.

Qu es la muerte? repiti el cannigo.

No vala la pena. La vacilacin en la pregunta anterior y el enfado creciente del padre haban aniquilado todo aplomo en Juan. Ya no poda recordar nada. Su rostro se derrumb; Juana supo que se pondra a llorar. El padre lo fulminaba con la mirada. Esculapio lo miraba con ojos compadecidos.

Ella no pudo soportarlo ms. La pena de su hermano, la ira de su padre y la intolerable humillacin ante los ojos de Esculapio fueron ms fuertes que ella. Antes de que supiera lo que estaba haciendo, exclam:

Un hecho inevitable, una peregrinacin incierta, las lgrimas de los vivos, el ladrn de los hombres.

Sus palabras cayeron como un rayo entre los otros. Los tres la miraron y en sus rostros haba un espectro de emociones distintas. En el de Juan haba tristeza, en el de su padre clera, en el de Esculapio asombro. El cannigo fue el primero en recuperar su voz.

Qu insolencia es sta? pregunt. Recordando la presencia del sabio, dijo: Si no fuera porque est aqu nuestro invitado, recibiras un adecuado castigo ahora mismo. Pero el castigo tendr que esperar. Fuera de mi vista.

Juana se levant de la silla, luchando por dominarse hasta que atraves la puerta de la casa y la cerr tras ella. Corri tan rpido como pudo hasta los helechos de la linde del bosque y all se tir al suelo.

Pens que se morira de dolor. Haba sido humillada ante los ojos de la persona a la que ms quera impresionar! No es justo. Juan no conoca la respuesta y yo s. Por qu no la iba a decir?

Durante mucho rato se qued mirando las sombras de los rboles, que se alargaban. Un petirrojo baj a tierra a poca distancia y empez a picotear entre los helechos, buscando gusanos. Encontr uno y dio una vuelta hinchando el pecho, orgulloso de su presa. Como yo pens ella con irona. Hinchada de orgullo por lo que he hecho. Saba que el orgullo era un pecado (con frecuencia la haban castigado por l), pero no poda evitar sentir lo que senta. Soy ms lista que Juan. Por qu l va a estudiar y yo no?

El petirrojo se fue volando. Juana lo vio convertirse en una distante mancha de color entre los rboles. Toc la medalla de santa Catalina que llevaba colgada al cuello y pens en Mateo. l la habra acompaado, le habra hablado, le habra explicado las cosas de modo que pudiera entenderlas. Lo echaba tanto de menos...

T mataste a tu hermano, haba dicho su padre. Una sensacin de nusea le subi por la garganta al recordarlo. Pero su espritu se rebelaba. Era orgullosa, quera ms de lo que Dios quera para una mujer. Pero por qu habra de castigar Dios a Mateo por un pecado de ella? No tena sentido.

Qu haba en ella que le impeda renunciar a sus sueos imposibles? Todos le decan que su deseo de estudiar no era natural. Pero ella no dejaba de tener deseos de saber, de explorar el mundo ms amplio de las ideas y de tener las oportunidades abiertas de los que estudiaban. Las otras nias de la aldea no tenan esos intereses. Se contentaban con asistir a la misa sin entender una sola palabra. Aceptaban lo que se les deca y no buscaban nada ms all. Soaban con un buen marido, que para ellas era un hombre que las tratara bien, que no les pegara, y un trozo de tierra que pudieran trabajar; ni siquiera tenan deseos de ir ms all del mundo seguro y conocido de la aldea. Eran tan inexplicables para Juana como sta lo era para ellas.

Por qu soy diferente? se preguntaba. Qu hay de malo en m?

Sonaron pasos a su lado y una mano le toc el hombro. Era Juan.

Me manda mi padre dijo en tono sombro. Quiere que vayas.

Juana lo cogi de la mano.Lo siento.

No deberas haberlo hecho. Eres slo una mujer.Era difcil aceptarlo, viniendo de l, pero le deba una disculpa por haberlo avergonzado delante del husped.Hice mal. Perdname.

Juan trat de mantener su postura de orgullo herido, pero no pudo.

Est bien, te perdono dijo. Al menos mi padre ya no est enfadado conmigo. Ahora..., bueno, ven y lo vers t misma.

La ayud a levantarse del suelo hmedo y le sacudi el polvo y las hojas de helecho que tena pegados al vestido. Cogidos de la mano caminaron hacia la cabaa.

En la puerta, Juan hizo pasar a su hermana delante.

Pasa le dijo. Es a ti a quien ellos quieren ver.

Ellos? Juana pens acerca de lo que aquello querra decir, pero no poda preguntar porque ya estaba frente a su padre y a Esculapio, que esperaban junto al fuego del hogar.

Se acerc y se qued humildemente frente a ellos. Su padre tena un gesto peculiar, como si hubiera tragado algo agrio. Gru y le seal a Esculapio, que le indic que se acercara. Le cogi las manos y le clav una mirada penetrante.

Sabes latn? le dijo.

S, seor.

Cmo llegaste a ese conocimiento?

Escuch, seor, cuando mi hermano reciba su leccin. Pudo imaginar la reaccin de su padre ante aquellas palabras. Baj la vista. S que no deb hacerlo.

Qu otro conocimiento has adquirido? pregunt el viejo.

S leer, seor, y escribir un poco. Mi hermano Mateo me ense cuando era pequea. Con el rabillo del ojo Juana vio el movimiento de ira de su padre.

Demustramelo.

Esculapio abri la Biblia, busc un pasaje y le puso el libro delante, sealando el sitio con el dedo. Era la parbola del grano de mostaza del Evangelio segn san Lucas. La joven empez a leer, tropezando al principio con algunas palabras latinas; haca tiempo que no lea del libro.

Quomodo assimilabimus regnum Dei aut in qua parabola ponemus illud? A qu es comparable el reino de Dios o con qu parbola podemos expresarlo? Sigui sin vacilacin hasta el final: Entonces dijo: es como un grano de mostaza que un hombre cogi y arroj en su huerta, y creci hasta ser un gran rbol, y las aves del aire hacan su nido en sus ramas.

Dej de leer. En el silencio que sigui poda or el suave rumor de la brisa de otoo que pasaba sobre la paja del tejado. Esculapio pregunt en voz baja:

Y entiendes el sentido de lo que has ledo?

Creo que s.

Explcamelo.

Significa que la fe es como un grano de mostaza. Uno lo planta en su corazn, como se planta una semilla en un huerto. Si uno cultiva la semilla, crecer hasta ser un rbol hermoso. Si uno cultiva su fe, ganar el reino de los cielos.

Esculapio se acarici la barba. No dio seales de aprobacin ni de reprobacin. Se habra equivocado?

O bien... Tena otra idea.

Las cejas de Esculapio se arquearon.S?Podra significar que la Iglesia es como una semilla. La Iglesia empez siendo pequea, creci en la oscuridad, habitada slo por Cristo y los apstoles, pero creci hasta ser un rbol enorme, un rbol que da sombra a todo el mundo.

Y las aves que hacen nido en sus ramas? pregunt Esculapio.

Ella pens rpido.

Son los fieles, que buscan salvacin en la Iglesia, igual que los pjaros buscan proteccin en las ramas del rbol.

La expresin de Esculapio era indescifrable. Volvi a acariciarse solemnemente la barba. Juana decidi probar una vez ms.

Tambin... Razonaba mientras lo deca lentamente: El grano de mostaza podra representar a Cristo. Cristo fue como la semilla cuando fue enterrado en la tierra y como un rbol cuando vino la resurreccin y subi al cielo.

Esculapio se volvi hacia el cannigo.

Has odo?

El cannigo respondi con una mueca.Es slo una nia. Estoy seguro de que no se propona presumir...

La semilla como la fe, como la Iglesia, como Cristo dijo Esculapio. Allegoria, moralis, anagoge. Una exgesis bblica clsica. Expresado con simplicidad, por supuesto, pero aun as una interpretacin tan completa como la del mismsimo Gregorio el Grande. Y sin haber tenido una educacin formal! Asombroso! La nia tiene una inteligencia extraordinaria. Me ocupar de su educacin.

Juana qued aturdida. Estaba soando? No se atreva a creer que aquello sucediera realmente.

Por supuesto que no en la escuela sigui Esculapio porque no lo permitiran. Vendr aqu una vez cada quince das. Y le dar libros para que estudie.

El cannigo no pareca complacido. No era el resultado que haba esperado de la jornada.

Eso est muy bien dijo en tono contrariado. Pero qu pasa con el nio?

Ah, el muchacho. Me temo que no tiene disposicin para el estudio. Con ms preparacin podra llegar a ser un cura de aldea. La ley slo exige que sepa leer, escribir y administrar en forma correcta los sacramentos. Pero yo no le pedira ms que eso. La escuela no es para l.

No puedo creer lo que oigo! Prefieres instruir a la nia y no al muchacho?

Una tiene talento, el otro no dijo Esculapio encogindose de hombros. No puede ser de otra manera.

Una mujer estudiando! El cannigo estaba indignado. Ella estudiar los textos sagrados mientras su hermano los ignora? No lo permitir. O les enseas a los dos o a ninguno.

Juana contuvo el aliento. No poda ser que llegara tan cerca para que le arrebataran el premio. Empez a recitar mentalmente una plegaria, pero no la complet. A lo mejor Dios no lo aprobaba. Busc bajo la tnica y cogi el medalln de santa Catalina. Ella lo comprendera. Por favor rez en silencio. Aydame a conseguirlo. Te har una buena ofrenda. Concdemelo.

Esculapio pareca impaciente.

Te he dicho que el chico no tiene aptitudes para el estudio. Ensearle a l sera una prdida de tiempo.

Entonces est decidido dijo con furia el cannigo.

Casi sin crerselo, Juana vio que se pona de pie.Un momento dijo Esculapio Veo que no cambiars de opinin.As es.

Muy bien. La chica tiene todos los signos de un intelecto prodigioso. Podra llegar muy lejos con una buena educacin. No puedo dejar pasar una oportunidad as. Si insistes, me ocupar de la educacin de los dos.

Juana solt el aliento que haba estado conteniendo.

Gracias dijo, tanto a santa Catalina como a Esculapio. Y aadi, con voz que a duras penas lograba mantener firme: Trabajar mucho para merecerlo.

Esculapio la miraba con ojos llenos de una penetrante inteligencia. Como si tuviera un fuego en su interior, pens Juana. Un fuego que iluminara las semanas y meses por venir.

S que lo hars dijo l. Bajo la espesa barba blanca estaba la huella de una sonrisa S, s que lo hars.Cuatro

Roma

El interior de mrmol de la bveda del palacio de Letrn estaba deliciosamente fresco en contraste con el calor intenso de las calles de Roma. Cuando las inmensas puertas de madera de la residencia papal se cerraron a sus espaldas, Anastasio se qued inmvil, parpadeando, momentneamente cegado por la penumbra del Patriarchium. Instintivamente busc la mano de su padre, pero la retir recordando lo que le haba dicho su madre aquella maana, mientras se encargaba de su atuendo: Mantente erguido y no te cojas de la mano de tu padre. Ya tienes doce aos; es hora de que aprendas el papel de hombre. Apret con firmeza su cinturn de gemas. Y mira de frente a quienes te dirijas. Tu nombre es el primero de todos; no debes parecer humilde.

Recordando aquellas palabras, Anastasio ech atrs los hombros y levant la cabeza. Era pequeo para su edad, lo que para l era una constante fuente de preocupacin, pero siempre trataba de mantenerse erguido para parecer lo ms alto posible. Sus ojos empezaban a adaptarse a la penumbra y mir a su alrededor con curiosidad. Era su primera visita a Letrn, la majestuosa residencia del papa, sede de todo el poder en Roma, y estaba impresionado. El interior era enorme, una vasta estructura que contena los archivos de la Iglesia y la Cmara del Tesoro, as como docenas de oratorios, triclinios y capillas, entre ellos la famosa capilla privada de los papas, el sanctasanctrum. Frente a Anastasio, en el muro del gran saln, colgaba una enorme tabula mundi, un mapa mural anotado que representaba el mundo como un crculo plano rodeado de ocanos. Los tres continentes (Asia, frica y Europa) estaban separados por los grandes ros Tanais y Nilo, as como por el Mediterrneo. En el mismo centro del mundo estaba la ciudad sagrada de Jerusaln, limitada al este por el paraso terrenal. Anastasio contempl el mapa y su atencin fue a los grandes espacios abiertos, misteriosos y atemorizantes, en los bordes exteriores, donde el mundo caa en la oscuridad.

Se acerc un hombre, vestido con la dalmtica de seda blanca propia de los miembros de la casa papal.

Te doy el saludo y la bendicin de nuestro santo padre, el papa Pascual dijo.

Dios lo guarde muchos aos para que podamos seguir prosperando bajo su benvola gua respondi el padre de Anastasio.

Una vez terminadas las formalidades requeridas, los dos hombres se relajaron.

Bien, Arsenio, cmo van tus cosas? dijo el hombre. Has venido a ver a Teodoro, supongo?

El padre de Anastasio asinti.

S. Para disponer el nombramiento de mi sobrino Cosme como arcarius. Bajando la voz, aadi: El pago se hizo hace semanas. No entiendo qu ha podido retrasar tanto el anuncio.

Teodoro ha estado muy ocupado ltimamente. Sabrs que hubo una fea disputa por la posesin del monasterio de Farfa. El santo padre qued muy descontento con la decisin de la corte imperial. Inclinndose hacia su interlocutor, aadi en un susurro: Y ms descontento todava con Teodoro por defender la causa del emperador. As que preprate: es posible que Teodoro no pueda hacer mucho por ti en este momento.

Ya lo haba pensado. El padre de Anastasio se encogi de hombros. Sea como sea, Teodoro sigue siendo primicerius y el pago ha sido hecho.

Veremos.

La conversacin se interrumpi bruscamente cuando un segundo hombre, tambin vestido con la dalmtica blanca, fue hacia ellos. Anastasio, que se mantena pegado a su padre, sinti que ste se pona imperceptiblemente ms tenso mientras deca:

Que las bendiciones del santo padre sean contigo, Srpato.

Y contigo, mi querido Arsenio, y contigo respondi el hombre. Su boca tena un curioso rictus fijo. Ah, Luciano dijo volvindose hacia el primer hombre. Se te vea tan concentrado en tu charla con Arsenio. Tienes alguna noticia interesante? Me gustara orla. Bostez teatralmente. La vida es tan tediosa aqu desde que se march el emperador...

No, Srpato, por supuesto que no. Si tuviera alguna noticia te la dara respondi Luciano con nerviosismo. Y al padre de Anastasio le dijo: Bueno, Arsenio, debo irme. Tengo tareas que atender. Hizo una inclinacin de cabeza, gir sobre los talones y se alej rpidamente.

Srpato sacudi la cabeza.

Luciano ha estado nervioso ltimamente. Me pregunto por qu. Mir con atencin al padre de Anastasio. Bien, bien, no importa. Veo que has venido acompaado hoy.

S. Puedo presentarte a mi hijo Anastasio? Viene a hacer el examen para ingresar como