Cronica de un amor finito

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Crónica

de un

Amor finito

Gerardo Pastorino Nieves

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Coro de gotas

Llueve dentro de la casa Donde nadie está sentado,

Y el espejo te devuelve El agua clara todavía;

Se te escapan las palabras

Y la noche te convierte En negras alas la sonrisa;

Ya te ibas, y esperaste

Hasta la luz para callarte, Y te quedaste así tendida

En la ceniza como un ángel.

Llueve dentro de la casa Donde todo se ha callado, Y el silencio te disuelve

Fácilmente todavía.

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I

La poesía no llegaba ni a la punta de los dedos,

y esa inmensa teta en el cielo, pezón y halo de lluvia.

Luna nueva, gran anillo.

Nunca hubo otra cosa si no hubo amor. Anillo de agua como hinchada,

blanda carne. -La pasé escapando. No tengo vida.

Sinceramente no duele más que el propio amor,

esta madre, la lluvia. Pero no llovía.

Esa lluvia. Ni siquiera leche.

Nada. Reías; después todo era igual,

carmesí, desgastado. Tus ojos secos que aturden suplicaban la precipitación,

el momento. -No soy dios,-dije-¿qué otra cosa?

De todas formas no lloraste y no te abracé de todas las formas;

después corrimos al cuarto, la música difícil volando,

otra cosa.

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Desabroché tu camisa, busqué lunas; tu pecho,

para calmar eso que allí palpita inquieto. Suave.

Perdido , tu corazón amenazaba apagarse. Tus senos tibios…mudos…y algo gigante

escondido en el dedal de tus entrañas. Mi boca no se atrevió. La tuya se quedó así.

Debimos haber perdido algo además de la vergüenza,

y nuestra primera oportunidad, la radio, lo obscuro,

el misterio de haber sabido. -Qué pasa?

La mano había dejado el cielo. -Nada.

-Me voy a ir. Sí, digo.

-Me acompañás? -Claro.

-Te enojaste conmigo? -No.

-Me voy sola. Pero fui…

Y vos mis gestos todos rotos, mi noche no iniciada,

algo de miedo, supongo; de acuerdo.

Yo escuchaba la música, miraba las casas,

el cielo y esa inmensa

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huella de compás de plata. Vos no parabas de hablar,

porque no te podía oír. Y se afilaba la indiferencia, era la soledad descubierta,-

por algún mercurio callejero-,

además del yacimiento de porquerías. Te dejé en tu casa

y volví sin pensar en nada, a paso infantil,

dulcemente trastocado.

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II

Porque el cielo puede hablar si estás solo, claro, nunca se está solo

cuando se anda con años. El amanecer llega sin gloria. Avanzada. Desarte. Un reloj inamovible, imperturbable.

La vida continúa, no te espera porque debe haber alguien ahí, donde siempre hay otras almas;

y tantas aguas de calor, lo que promete este sol hambriento

a la sed que se arrastra bajo la arena.

Ella siempre está lejos, siempre y tan callada…

que a su tumba hasta el nombre

le va a faltar.

Ella no es ésta, serena que derrama la noche,

no comprende el error, lo de la vida sin nombre;

nada,

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nada encerrado en toda yunta de palabras; y al movernos es nada

lo que queda en cántaro cuando el sol pesca dormida,

profundamente al agua.

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III

Ya que estás en camino otra vez hacia ninguna parte, o sea, no creas que lo ignoro,

hacia mí después de todo;

después de un amor, nada;

los autos pasan llevando, guardando del frío solo

otras vidas que asombran; sus cajas, y afuera nada, pero todo; casi el mundo

este verdoso-gris-amarillento, brisa como un rosso que vivo te acaricia con certero rencor,

arrebolando tu silencio.

Ahora comienza otra vez eso, “pause” de un frígido yermo donde el cielo encapotado

nubarronea, la luz todo deja como a una onda abarcar el lago

y morir, acaso volver… Rosso lago,

profundo latido en que me absorbo.

Allí, sin dejar de saberlo

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resiste, oscuro el loco, que no es el último; como él,

o quien sea, sé que el lago habla códigos en ondas que descifran

las aves en vuelo para evitar el mástil de su sueño.

Y ella toma la calle como cualquier otra;

persona semiborracha, embaucada de preguntas.

Sigue el hilo de una araña que vive al fondo del cráneo,

enlazando nuestra vibración hambrienta.

Revoloteaste un poco fuera, por hacer descuidadamente;

un ritmo contra el vidrio que acerca. Yo abrí la ventana. Cacé, maté

y comí con ganas, testigos apenas las flores

del imaginado jardín. La brisa, firme, no ayudó,

pero fue imparcial al acercarse con tu extraña tibieza engarzada.

Lejos, construyendo el mundo como es, Ellos rodeando los autos, admirativamente,

so vacíos, so tiernos, tan perdonables, amianto para el fuego; los gestos a distancia

solo movimiento, nidos para la soledad.

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Te atreviste a un cigarro.

-Hacé de cuenta que no estoy. Algo así como la inquietud

de prolongar ya tu mortandad, ansiosa lasitud largamente acunada

en pulmones tabicados, sucias bolsas donde acaban las palabras de morir.

Pasó un tipo en bicicleta. Ajeno. -Ya cacé,-dijiste.

Bueno. Yo creo que todos estamos un poco habitados. Algo misterioso el afluente

de donde las lágrimas vienen. ¿De ellos?

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IV

-Querés que cante? -No…¡Bah!...Lo pensé mejor…

No jugaba a nada. Yo y vos sin asombro, asomados al final

de silencio de redonda interminable. Subidos al gusano loco

para consumar una travesía sin confín, inalcanzablemente miopes, afortunadamente.

Dijimos ¿qué? A la vez. O respiramos el mismo humo

un podrido instante gris.

Yo seguí escribiendo compulsivamente sobre tu respiración que se tornó algo por decir templado de acumulación.

Reímos.

Entonces ya no pude parar de reírme, nunca más…

La despavorida luz de una esperanza carcomida, tu carraspeo octavado,

la isla del tesoro de la juventud hollada por el mar, el réquiem de lentos juguetes que entonaba

nuestro descarrilamiento emocional. -Por lo menos te hice reír.

-Sí.

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La luz no me dejó seguir escribiendo. -No veo-, dije. A veces uno no ve.

Lo invisible es esencial ante los ojos.

El té se enfrió. Su cara también.

La felicidad no fue más que un absceso. Donde nos dejó, demasiado pronto,

los huesos vuelven, todos, al mismo tiempo a su acostumbrado lugar.

Equilibrio le llaman. Yo prefiero cadáver.

Vos intentás otro cigarro.

-Qué estás escribiendo? -Todo. Es mi intento.

-A los intentos no les importa si al final conseguís algo, un fin…

Que un fin fuere. -¿Y si soy infinito?

Cada cual sangra a su manera

lo que tiene que acercarse a la muerte. La cruz que cargamos es justo el peso

que podemos soportar. Pero nuestras vidas no son todo

lo que pudiéramos vivir. Acción es dolor.

Sensación sospecho que también. Eso es lo que nos ocupa la cabeza ahora,

adolecer,

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por equilibrar la balanza con el peso justo. -A veces es más fácil ser un argumento.

Te reíste otra vez; pero faltó algo,

tu gesto no desgarró

el agotado sentimiento de tus ojos, esa telaraña.

-Yo soy la araña,-dije. Lejos de entenderme la arrogante mosca,

quedó reducida a no más que orgullo atascado. “Todo lo que se resiste”, pensé.

Busqué la lapicera.

Pero leí. Y hubo silencio.

No se qué dijiste.

A distancia, solo un gesto. Innegable remedo de acción.

No es locura. Todos somos frágiles esquemas

intentando la libertad sin desarmarse. Lo que no sesga no es albedrío?

Todo hombre por pequeño que sea, por extraño que vuele,

por no ser más que ese orden de cigarros naufragados sin mar de gris ceniza,

aunque sea una vez envía señales de humo, deja brotar su deseo a través de la garganta.

Yo te di un símbolo, vos levantaste una ciudad de juguete,

el humo de tu espera se sigue escapando

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a medida que cada uno de nuestros escasos segundos se quema.

Camino de una emboscada en el corazón escondí tu dádiva, ya no sé donde.

Mientras la ciudad arde y te busco entre el resto

de los símbolos que sucumben, habré de ir con una mano desesperada

en el pecho abierto?

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V

El amor es como un ramo de flores arrebatado por los insectos, emboscado por el viento,

Refulgente cuando el sol lo ilumina. La luz toca y lo que toca con su falta de ojos

se convierte en un templo. La luz abanica sus dedos,

que son como espadas, y abre bocas llagadas a la oscuridad.

No sé…del otro lado…

-Escribo.

Puede que exista mañana. Que sea otro día más

y no lo sea al fin. Puede saberse una fuente en el centro de una plaza,

pero el agua de su reloj no deja de caer.

Cuando algo va dirigido hacia uno mismo es importante. Pero no es el hecho.

El hecho es la calma que le sigue a la tempestad titánica,

su retiro sospechoso; de nuevo uno mismo; el despiadado retorno.

Una secuencia. Todo vuelve.

Nada. Lo que sea, sin nombre,

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Existe a pesar de las palabras. Lo nombrado es imagen de un espejo que,

sordo, no comprende.

Dialogamos con los cigarros. Nuestras actitudes.

Uno de cada lado de la mesa Donde cenamos nuestras caras.

Hacés una tontería y eso tiene significado. Un signo.

Cuando ya nada importa.

-Me quemé con tu cigarro!!!-, tratabas de apagarlo.

La música rasposa de una película vieja nos pegoteaba de nostalgia, y para entonces,

Aquel desencanto no terminaría nunca. Así nos retrató el tiempo sin codicia.

Te parás.

Con cuidado de no romper el ensueño. Vas hasta el borde.

Ahí mirás lejos, avaramente. No más que para que yo termine de escribirte.

-Todavía tengo vino,-decís. Eso es algo,

en este caos de desocupación. Porque después qué?

Apenas un pasado inmediato con vieja resaca. Gusto amargo.

El primer meo insoportable. Tratás de hacer poesía

y yo finjo que voy a romper todo mi material.

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Reímos, pero sabemos que esto no anda muy bien. Vos pensás que lo hice como un halago,

y te cambia la mirada. Aunque no abandonás tu costumbre

de revolver entre las manos algo imaginario. Yo sé exactamente por qué lo hice.

Ahora ya no hay nada. -Querés otra línea? -No, si voy bien así.

Es un juego. Vos probás… Yo te copio en imprenta.

Los mosquitos nos acribillan. El vino se termina.

Tu mirada baja gradualmente…

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VI

Desperté demasiado temprano. La resaca me dejó tu imagen desamparada

rezándole al agua podrida de la cuneta. Yo tenía una grabadora de bolsillo

y relataba el milagro. -¡Vos estás loco!

La noche era una ruina. El cielo acorazado, todo tormenta,

la improbable profecía de que un día el sol volviera. El viento revolvía, con alguna intención desmesurada,

la explosión de las cabelleras de los árboles. No llovía, como en el sueño del tornado,

la gente había enloquecido por la calle, envuelta en las furiosas lenguas que se en revesaban,

encontrándolos, en las esquinas.

Pasó planeando un cartel que decía: “solo usted sabe que tiene prisa”.

Y desperté, justo antes de que me embistiera una tarima

que avanzaba deslizándose por sí misma, abarcando toda la calle.

Fui a un almacén cerca.

Cuando uno está solo y no tiene un cigarro la cabeza se le llena de gente.

Con un cigarro también. Pero son más amables contigo.

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Un auto atravesó la historia, pero no se quedó.

Un grupo fingía sus mismos personajes camino de la playa, mientras entraba en el almacén y caminaba hacia el mostrador.

Metiéndome en la sombra del local en silencio, me sacudió la reparadora frescura de una oscuridad

agigantada por el encandilamiento. Pasó casi un minuto. Nadie.

La oscuridad fue encogiéndose y el alivio dejándome el cuerpo laso.

Me detuve en una pila de panfletos sin interés en tanto otro minuto se perdía entre los coloridos caprichos

del hacinamiento de las estanterías. Ya cuando pensaba marcharme,

el tipo saltó de la desolación de la trastienda como un fantasma interrumpido en su siesta. Solo apareció. Inquiriendo mis necesidades. Sí, los puchos, gracias. La plata, el cambio…

Cuando vi a la chiquilla arrollada en un banquito casi debajo del mostrador, congelada;

muda, me observaba. -…ta´luego…-, naturalmente. -Chau, chau-, desamparado.

Cuando salía escuché a mis espaldas las risas que se desportillaron de su contención

sin remedio antes de tiempo. Abandoné la honda entrada del local,

cómplice indiferente, mientras me volvía a abrazar el sol.

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Ellos. Yo. No había sido mucho más que un susto.

Pero ellos fueron todo lo que yo quería saber de esa mañana. Chupando mi desayuno por la calle asolanada.

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VII

Un árbol muerto puede, de todas maneras, ser movido por el viento,

también puede vestirse de luz y mil colores, de un follaje cualquiera.

Y también puede perderlo todo. Pero no puede cabalgar el viento.

Ayer anduve entre la gente

y los rostros son opacos y rígidos. Las miradas persiguen hipnotizadas un punto,

una respuesta en el vacío.

¡La gente está muerta, y es el viento quien, ángel de piedad o demonio,

continúa sus vidas extrañamente!

Te quedaste dormida. La luz de la calle, apenas indiscreta,

te descubría la piel, sutilmente pálida. ¿Qué mirás?, dirías. No sé. ¿Qué mas dá?

No tengo certezas, o muy poco más.

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Pero llegar a un punto en que se nos agotan los juegos… Inventarse no es sencillo. Sacudirse las costumbres,

los trucos de la vieja partida. Nos conocemos tanto o más,

como para desearnos la muerte.

Las almas, en tanto no se nieguen a sí mismas, es imposible que se pierdan.

Hay un lazo, y uno más de mil caminos hacia vos:

perderlo todo, buscarte en el vacío,

jugar a tu muerte o sueño, mientras el viento seguiría haciendo rodar

nuestras vidas por el mundo.

Todo comienza con un torrente, una explosión que confunde e inunda.

Ahora que recuerdo, siempre te culpé de mis pecados.

No soporto los espejos. No es el ego.

Pero el caudal merma hasta ser solo una gota suspendida.

Me cuestiono muchas cosas. Un día todos nos vamos a morir,

tan cansados de considerar. Vos estás siempre ahí,

volviendo de alguna parte. El té se nos enfría siempre,

pero vos te reís y te desnudás solo para mí.

Yo no sé absolutamente nada más.

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El fin, como en una película,

es lo que esperamos para llorar. La última gota suspendida.

Demasiado como para ser cierto. ¿Quién nos pegó estas costumbres?

La música inmensa cuando todo ya terminó.

-El destino te va a encontrar un hueco. No te apartes. -Yo no tengo, cómo apartarme. Vos, tenés un destino.

-Yo no tengo nada. No quiero nada. Estoy probando, por ahora. -El fácil empalagarse con la propia miel.

-Como caerse de la bicicleta. -Pasa, y es el destino? O el empacho de la estupidez?

Volar es peligroso,

aunque no más de lo que es amar. Conozco gente, bueno, a esa altura son aves,

decía que ya no pueden volver. Sus patas se atrofiaron para siempre.

Se las arreglan bastante bien. Lo más difícil es no andar cagando sobre la gente decente…

Dormís

Y de esa forma es todo más sencillo. Yo soy el que contempla, ahora.

Una tibieza animal.

Tu respiración regular y paciente. Te abrazo todo lo más que puedo sin tocarte.

-¿Qué decís? Sería incapaz de manosear una mujer inconciente.

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-Eso te deja fuera, no? -Estás soñando conmigo?

Las tinieblas perfeccionan los cuerpos,

mientras la luz los atrae. Querés dejar una huella lentamente deleble en el alba,

en el mar, en el ocaso;

escribís en la arena cosas que alguien, quien quiera ser,

no lee.

No puedo creer que no te despierten mis pensamientos. Yacés como un desierto bajo mi sombra.

Estoy loco…bien, pero acaso no te amo así?

Suficiente.

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VIII

Esencia que parte de mí. Perfume de rosas muertas.

Un sueño pulcro como el aleteo de un insecto, que llena mil ojos con el sano jardín debajo.

La intuición que ella abriga, acuna raíces que recuesta en su pecho

que esconde;

el sol acaba de bostezar. Nos seduce sin proponérselo.

Obvio, no vemos para el otro lado. ¿Me estás dejando para que robe tu aliento,

soplo que lleva la vida, palabra que nunca vas a pronunciar?

Eso te alegra hasta el centro de este día, la zona o vórtice misterioso en donde

se disipa el humo azulado liberado al fin. ¿Qué estamos buscando

aparte de lo que nos dimos? La interrogante confunde

como el recuerdo de la noche inicial, entonces la luna asustaba los pájaros.

La luna, hoy,

yace ahogada en el fondo de este mar, cielo mío, lucífera inmensidad

que vacía los ojos.

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-No esperes. Eso acelera las cosas. -No estoy esperando. Tengo calma. Te tengo a vos.

¡Tengo todo un libro lleno vos!

Tengo una memoria de animal embalsamado. Los ojos secos de fascinación por el pasado.

Los músculos tensos de escribirte como sembrándote sobre mis alisadas tierras.

Recuerdos: esos brotes de flor ya caída que puede andar

como huellas que vuelven a los zapatos con una amor que no conoce caminos.

Pero vos ya no sos la misma.

Tormenta fenecida. Las palabras son una ola sin costa.

Tu nave lleva el viento sin derrotero preciso, con sus velas inútiles.

Adonde van nuestras vidas, el féretro de los sargazos,

el azul del universo, que es negro,

donde solo las palabras saben lo que decimos.

Ahora, en el cuarto, la música enlentece hasta imitar el tremebundo sonido de la noche.

Te acoge como una selva al misterio. El cielo no contiene sus emociones y se derrumba tronante.

Yo tengo un vacío para empezar

a llamar a cualquier número.

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Una línea que desaparece entre las olas, como un error tipográfico

en un grueso volumen del cualquier cosario. Pero no lo hago.

Ella se repliega hacia un rincón. No contiene la lluvia en el llanto,

que acapara afuera como el redoble de tambor de una ejecución.

Resuma por sus poros. Perdió un día la facultad de sus lágrimas

pero llora igual, con un aroma seco y luctuoso

que rápidamente se oxida en el aire y tiñe de gris-azulado.

Creo, no puedo parar de escribir, digo, pero el aturdido silencio me contesta

con mi propio delirio. No quiero ser protagonista.

La observo aislarse detrás de sus piernas como un niño maltratado.

Sabe que este mundo llega a su fin.

Un recorte de periódico vuela, soliviantado por los poderes telequinésicos de la tormenta

que quiere entrar al cuarto demandando, y va a chocar contra la pared.

Se corta la luz. El rumor de la lluvia se acomoda pesadamente.

-Todavía te puedo ver. Es inútil la oscuridad para el sonido.

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Te parás fatigosamente y vas a buscar un cigarrillo hasta la cómoda. La luz de mercurio de la calle te lava el cuerpo con su nácar

y eso hubiera sido, cualquier otra noche, tu forma de hacer poesía.

Volvés a tu rincón. Ahí es donde tu dolor cabe perfectamente,

y te encerrás y tirás la llave para el cansancio lama tus heridas.

Su lengua es tan pequeña…

Toda un credo inútil, mi mente se abandona.

Pongo en la radio una melodía ridículamente olvidable.

Y cierro los ojos para sufrir el perfume de tu llanto.

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IX

El vértigo se come todo lo vivo. Acelera su agujero negro

chupando las hebras de las nubes y nuestras sombras,

que la superficie de la ciudad defiende. ¡Cuán desamparados están los ladridos de los perros!

En la noche… ¿Los árboles tiritan?

Vos sabés temblar bastante bien, como un pájaro enfermo

en los escalones de la plaza sola.

El viento del sur traía un frío, desde el fondo del mar, que calaba el abandono

como una ráfaga de bruñidos cuchillos. El mar bramaba,

ininteligible la cólera de su soledad titánica.

Un mendigo llegó a recostarse a una palmera, sobre la desolación

las miserables preces de su delirio.

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Desde los escalones veíamos un busto

de mirada antártica, (Göete, creo), que te disgustaba por inescrutable,

porque siempre te asustó la distancia.

Contemplándonos desde su marmóreo tiempo, sin interrumpir su introversión,

detenido en un gesto eternamente complaciente.

-Ya vio mucho desde ahí,-dije,-solo consiente.

Ella pareció tranquilizarse, volviendo a nuestro refugio,

a un cigarro que costó encender. Todo brillaba como en un sueño diáfano. Ninguna cosa viva o inanimada tenía fin

bajo la noche perfectamente afinada y el ojo de la luna,

que parpadeaba de vez en cuando, nubloso, nos observaba soñoliento.

O vaya a saber si no estábamos del otro lado, permitiendo nuestra huerfandad

con melancólico consenso.

Celábamos la agonía de una paloma, que estaba acurrucada en el rincón de un peldaño,

del acoso de los malos hálitos. Hay brisas que tienen perímetro,

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una consistencia gélida que puede penetrar el alma, empujándola al vértigo,

negro fuego de los vacíos infiernos de la desaparición.

Pero entonces, yo vi, apareció a tus espaldas el mensajero de una redención,

la forma de un formidable edificio de apartamentos que se recortaba contra la cartulina del cielo límpido;

pero cuando la luna parpadeaba, era un ángel; aunque no me creíste.

Te expliqué sobre los ojos, gastando mi última mirada

que temblaba desconsolada; pero solo veían el mundo y a mí,

como a un mar que se hubiese llevado el asombro.

Los estertores del ave, que se apretaba todo lo que podía contra su recoveco,

cesaron pacíficamente. Me quedé con el pájaro desvanecido metido en el saco

y no te volví a ver, en el no-tiempo de ese instante,

nunca más.

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