CORA

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Cuento ilustrado sobre el tema de la anorexia nerviosa.

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Coray su particular percepción

de la Belleza

Cuento paralos que han crecido

sin querer

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Cora es la protagonista de este libro. Lo dedico a todas y todos los seres que en algún momento se

han sentido o sienten como ella.

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Cora era gorda, muy gorda; era exuberantemente redondeada, gorda. Sus grandes huesos estaban acostumbrados a sujetar un mon-tón de carne blanda, aunque joven, que ella intentaba mover con acompasada gracia. La visión de su despropor-cionado cuerpo ante el espejo le provocaba llanto. Su cara de niña bonita se rodeaba de grasa por todas partes y el desagrado

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hacia sí misma crecía diariamente, alimentando una profunda desesperación. Pero Cora se creía incapaz de abandonar lo que ella sabía era un vicio: la comida. Conocía gente que fumaba, gente que bebía, incluso gente que se drogaba. Todo el mundo hablaba de ello. Todos querían ayudar a quien por una u otra razón caía en alguno de aquellos vicios y era desgraciado. El exceso de comida no era planteado como un problema de gravedad; mucho menos como una adicción. Estar gordo es, para la mayoría, un capricho de los débiles y faltos de voluntad. Nadie hablaba del vicio de comer, de la droga de los pasteles, del «Mono» que producía el hambre... Cora sentía que un gordo no puede provocar

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más sentimiento que la risa, y eso la hundía más y más en su propia grasa. Cora conocía bien ese intenso dolor que te retuerce por dentro... Como si fuera un gusano que te devora las entrañas sin poderlo dominar, el hambre invade cada rincón de tu cerebro hasta anularlo. Saciar una mente hambrienta es mucho más difícil que saciar el estómago; surge esa angustia que sólo cesa cuando la boca está masticando cualquier cosa, engullendo como razón de vida, convenciendo al propietario de un cuerpo de que eso aliviará su desesperación. Cora comía de rabia; masticar era su alivio, engordar el castigo que recibía por ser infeliz. A veces ella misma se

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veía como uno de esos animales rumiantes, siempre dando vueltas a un bolo alimenticio, en una mezcla de asco y risa de sí misma. Cada trozo, cada mo-lécula de aquello que comía iría a incrementar su ya inmenso volumen irremediablemente. Cada minúsculo pe-dacito ayudaba a convertirla en su propia caricatura. Cora estudiaba con agrado, y en los libros encon-traba su mayor apoyo; no así en la gente. El físico de Cora se alejaba demasiado de lo normal en alguien de su edad y eran pocos los interesados en aquella tortu-rada personalidad. Ella era gorda, y para los demás eso era tan importante y desagradable como para la propia Cora.

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No tenía amigos, pero tampoco quería tenerlos.

Nadie la comprendía, pero ella tampoco quería ser comprendida.

Nadie se acercaba a su corazón, pero ella también se alejaba del corazón de todos.

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Cora buscaba un remedio, quería una pócima má-gica, algo que hiciera menguar su cuerpo hasta llegar a ser como los demás, pero sin dejar de hacer aquello que le proporcionara su pequeña parcela de felicidad, la única que parecía conocer: comer. Probó de todo, pero nada servía; alimentos milagrosos, expertos doctores, pastillas de colores y ungüentos de extrañas nomen-claturas... nada servía. Su cuerpo se resistía a perder aquel horrible tamaño y su cabeza desorientada bus-caba excusas infantiles para justificar la dependencia hacia la ingestión incontrolada de todo tipo de víveres. Hasta que un día notó una presencia que rompía su rutina diaria, una voz interior que fue adoptando forma y cuerpo hasta convertirse en «Anorex», la esperanza.

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II ANOREX Anorex fue percibida en Cora como el ideal de la belleza. Extremadamente delgada, sus ojos tenían una mirada profunda que emergía de lo más hondo de sus cavidades oculares... Pálida y enjuta, de tez blanca y transparente, fría y tranquila, lánguida y frágil, de huesos prominentes finamente recubiertos por la piel. ¡y tan elegante...! Con esa suavidad que proporcionan los movimientos lentos y pausados. Era hermosa, incompa-rablemente hermosa, etérea como lo es algo que no existe en realidad. ¿Un sueño, o una pesadilla?

Anorex

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Anorex conocía el sufrimiento de Cora.Anorex sabía consolar a Cora.Anorex salvaría a Cora.Anorex se convirtió en el espíritu de Cora.

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Y Cora se confió a ella y le dejó cambiar su vida. Se dejó invadir, se cegó ante la belleza de Anorex y quiso ser como ella...

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Cora debía adelgazar para ser feliz; debía, como pri-mera medida, reducir su ingesta de alimentos a la mitad y mover su cuerpo, no con el fin de hacer deporte sino para quemar la grasa sobrante. La inquisición dietética acabaría con la herejía de las opulentas formas feme-ninas que afloraban en Cora de un modo especialmente prominente. Anorex le transmitía su fuerza y con ella Cora podría educar su mente y rehacer su cuerpo. Así las cosas, Cora aprendió de cuántas calorías hacía gala cada trozo que paseaba por su estómago, cuánto tardaba éste en ser digerido y cuánta grasa podía inmolar torturando sus músculos en largas sesiones de hiperactividad.

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Al principio los consejos de Anorex dieron unos resultados no por sorprendentes mal recibidos. La fami-lia de Cora estaba encantada; al fin su hija iba a ser normal... ¡Lo que habían deseado tanto tiempo! Además ya no devoraba como antes y se había convertido en una gran deportista... Cora no tenía ni un minuto libre al día: siempre ocupada e inquieta, siempre organizada, midiendo el tiempo, estudiando como nunca, aprendiendo como nunca, sobre todo de Anorex... Y «todo» parecía ir bien. Cora menguaba a pasos de gigante. Los días pasaban más deprisa y su vida también. Anorex la visitaba a diario y le daba fuerzas para seguir si desfallecía ante algún espléndido pastel de

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colores y aspecto brillantes, o simplemente ante alguna bebida llena de burbujas y gases que hinchan el estó-mago y engordan, invadiendo tu cuerpo de colorantes y azúcar... El nombre del enemigo era Caloría y los alimentos se dividían en pecado o virtud dependiendo de su pro-cedencia animal o vegetal. La vida de Cora sufrió una drástica transforma-ción. Tenía ganas de salir, de conocer el mundo de los delgados, ver y ser vista, estrenarse en aquella vedada parcela del universo que se le antojaba etéreo, intelectual y celeste. Cora estudiaba sin cesar, como si el alimento que llegaba ahora a su cerebro fuera de otra especie y

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supliera con creces el que ella conocía hasta entonces, «Ése» que algún día sería prescindible puesto que empezaba a producir en ella un profundo desagrado e incluso asco. Anorex sabía por dónde guiar a Cora en cada mo-mento, incluso no dejando que se complaciese en exceso al observar su proporcionado cuerpo ante el espejo. Aún sobraba grasa, aún no era lo suficientemente delgada para ser feliz por siempre, para no volver a engordar, para pertenecer a esa casta superior de cuerpos ideales que Anorex conocía tan bien... Cora se pesaba cada día de la semana, descubriendo en toda ocasión un gramo menos. Ya no adelgazaba con la rapidez del principio, pero con su perseverancia

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iba reduciendo su alimentación para conseguir superarse. Empezó a producirle angustia el hecho de subirse a una báscula y pesar lo mismo que en un balance anterior. Cora no sabía cuál era la meta de su conducta, pero confiaba en Anorex hasta el punto de delegar en ella toda responsabilidad sobre sus actos presentes y futuros. Anorex sabría cuál era el límite.

III LOS DEMAS

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Cora empezó a notar que las reacciones de la gente eran muy diversas. Muchos, que antes se reían de ella, empezaban a acercarse en una mezcla de admiración y curiosidad. El rechazo de Cora por los alimentos se confundía con la fuerza de voluntad, y su obsesión por la perfección con la espiritualidad y la inteligencia. Mien-tras, su familia empezó a observar con preocupación los repentinos cambios de humor de Cora que se producían de una forma inesperada y arbitraria. Pero lo que más comenzaba a preocuparles era el obsesivo desprecio por la comida y aquel increíble cuerpo menguante. Los demás, los que no han estado nunca gordos, los que quizá nunca lo estén, creen que la gordura es un

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estado alegre. El que come bien siempre está contento y de la misma manera el que no come es desgraciado. Por eso a los demás no les extrañaba que Cora se hubiera vuelto más huraña que antes. Precisamente aquellas cosas que tanto gustaba comer a Cora eran las que ahora la hacían convulsionarse, palidecer de tirria y asco, temblar y llorar si era preciso antes de introducir aquel veneno calórico en su aséptico cuerpo. Mientras Cora sabía que Anorex aplaudiría su actitud, su familia se desesperaba ante el hecho cierto de que Cora se disipaba. Era duro e insoportable contemplar, atónitos, la inanición de la que Cora se enorgullecía, contemplar aquel saquito de huesos que aún tenía fuerzas para permanecer despierta el mayor

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tiempo posible, estudiar y estudiar de pie con el fin de consumir calorías o agotarse extenuada rodando sobre una bicicleta que no conduce a ninguna parte.

Rueda, rueda, rueda...

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Cora ahora sí parecía un rumiante; masticaba todo tan despacio que todos se levantaban de la mesa antes de que ella hubiera triturado alguna verdura con sal y vinagre, como almuerzo. Partir todo en trozos pe-queños, servir todo en platos pequeños, separar todo de cualquier indicio de grasa, inspeccionar todo, desmenuzar todo, cuestionar todo... no disfrutar comiendo nunca más. Preferir no comer a soportar sus remordimientos por aquel repugnante acto. Pero lo que realmente deseaba era romper el ritmo diario de alimentación, saltar por encima de la relación entre horario y alimento para liberar su mente de la desazón que le producía cometer lo que para ella era un

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sacrilegio: comer. Cora no soportaba que llegase la triste hora de engullir en compañía alimentos indeseables. El grupo se enorgullecía de compartir una buena comida; ella no. Prefería inflamar su vientre de agua y olvidarse de que existía una sensación llamada hambre. Al fin y al cabo el estómago olvida la necesidad cuando no recibe nada a cambio de sus reclamos. Cora dominaba su cuerpo, Anorex su mente. Su alimentación no podía depender de los rituales de los demás. Cora deseaba flotar, perder peso para asegurarse la superioridad, ser ingrávida como Anorex. Cora supo que sus fuerzas empezaban a acabarse.

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Ya no podía realizar sus diarias actividades físicas con destreza y mucho menos con rapidez. Le era muy difícil concentrarse en sus clases, escuchar y seguir una con-versación, o leer... Pero lo atribuyó a su propia intelec-tualidad.

Rueda, rueda, rueda...

El mundo de Cora no era el mundo de los demás; ella era una incomprendida. Sólo Anorex sabía reconocer y seguir cada uno de sus pasos, aunque ya se había dado cuenta de que el límite no existía. Su vida se había convertido en un «más difícil todavía», estaba al borde

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del precipicio decidiendo las posibilidades del salto. Cora y Anorex habían reflexionado sobre los de-más en alguna ocasión. Para Anorex los médicos, la familia, los profesores... todos los que se acercaban a Cora advirtiéndole de los peligros de su delgadez eran enemigos. Si Cora quería ser de nuevo gorda, no tenía más que apartarse de ella y seguir el camino que los demás le trazaban. Cora lloraba y suplicaba a Anorex que siempre estuviera con ella. Su mundo era ahora su habitación, un enorme lugar donde protegerse apartada de la ignorancia de los demás. Anorex seguía marcando el ritmo lento del corazón de Cora, enfriando su sangre y absorbiendo su juventud.

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Los demás podían contemplar a Cora convulsio-nada, suspendida en un enorme e ingrávido globo de aire, cada vez alejándose más del mundo real. Algunos, impotentes y sorprendidos de la fuerza y rigor de Cora hacia sus más pequeños impulsos; otros, indignados ante lo que a sus ojos parecía una famélica niña caprichosa. Todos dispuestos a dar consejos y disponer de la vida de Cora. Nadie pensaba realmente en ella, sólo en su cuerpo. Nadie se había preocupado por Cora, sólo por su masa de carne. Ahora eran sus remarcados huesos los que acaparaban atención. ¿Pero alguien sabía dónde estaba Cora? NINA

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Nina nunca había sido amiga de Cora. Nina pa-seaba por la vida de Cora hasta que un día decidió acercarse a ella como quien va a un zoológico a ver fieras de cerca; con miedo, pero con profunda curiosidad. Nina tropezó con la fascinación que le producía aquella triunfante víctima del autocontrol. Aquel drama contenido que abrigaba Cora en su corazón invadió la conciencia de Nina. Nina visitaba a Cora con frecuencia. Cora casi no iba a ningún sitio. Sabía que se agotaba con facilidad y no quería tener esa sensación de derrota que evidenciaba la realidad. Prefería escuchar historias sobre la vida de Nina. Cora nunca hablaba de comida; cualquier referen-

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cia la ponía muy nerviosa e irascible. Su relación con todo tipo de alimentación había terminado; nunca más sería gorda. Cora ya no tenía en comer un vicio; ahora comer era una fobia.

Nina no eraun cuerpo llamativo. Ni gorda ni flaca,ni alta ni baja,ni guapa ni fea.

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Era Nina y eso la enorgullecía y la lle-naba de vitalidad y energía; simplemente era única.

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Nina jamás había pensado en parecerse aaquella espléndida modelo que había aterrizado desde Saturno hacía unos meses de visita en la Tierra y que causaba sensación allí donde pisaba, tanto en círculos intelectuales como frívolos... La perfecta «Celeste» cada vez impactaba con una nueva imagen y llenaba las porta-das de las revistas. Sus prefabricados labios carnosos, su reducidísima y casi inexistente nariz, producto de tres o cuatro costosas operaciones, su extrema delgadez de que-brada cintura sin costillas y, por supuesto, sus protésicos pechos desproporcionados y añadidos a un minimizado cuerpo, creaban la que sería la imagen femenina de la temporada. Pero a Nina nunca le interesó Celeste, nunca

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se preocupó de si su cuerpo podía llegar a parecerse al de ella o al de tantas supuestas bellezas como ella. Nina se conformaba con ser Nina, consciente de sus virtudes y defectos; feliz. La seguridad de Nina agradaba a Cora, pero se le antojaba debilidad. Cora tampoco había deseado nunca ser como Celeste, Lo que ella ansiaba era entrar en el mundo de los ele-gidos que Celeste representaba y apartarse convulsivamente de la grasa infecta que la rodeaba y la catalogaba de anormal. Pero Cora era ahora más desgraciada de lo que nunca había sido estando gorda. La obsesiva Anorex la habíaconvertido en un ser incapaz de casi todo.

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Cora ya no lee, Cora ya no rueda, Cora ya no anda y ha olvidado cómo reír

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Estaba agotada de luchar contra sí misma, pero se deleitaba en su tristeza. Para Cora, Nina era dema-siado simple: nunca había destacado en nada, ni había luchado por ello. Y, sin embargo, ansiaba su vitalidad. ¡Deseaba tanto pasear por un parque o cruzar una calle sin la duda de si el semáforo cambiaría de color antes de llegar a la otra acera...! La vida de lo simple era tan importante... Nina, por su parte, intentaba llegar al fondo de Cora, pero se daba cuenta de que eso era casi imposible. Cada vez más hermética, no dejaba que nadie penetrara en su castillo de ideas confusas y cualquier intento era interpretado como una ofensa.

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Un día Cora, casi en un delirio, empezó a hablar de Anorex, su benefactora, su hada madrina, su única amiga... Nina notó cómo el frío de Cora invadía su cuerpo, notó cómo se le congelaba la sangre ante aquel esperpento que Cora describía con tanta naturalidad con sus finos labios secos y envejecidos. Su cara sin brillo se iluminaba al hablar de su particular percepción de la bella Anorex. A Nina le parecía fantasmagórica, se estremecía pensando cómo aquella persona casi con-vertida en un esqueleto aún se creía un ser superior que prescindía del alimento para vivir por encima de todo. Nina se dio cuenta de que Cora ya no tenía vida ni pasada ni futura. Confundía la realidad y era capaz de

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confundirla a ella con su discurso retorcido y enfermo. Nina entendía el afán de perfección de Cora, aun sin compartirlo. Pero la belleza buscada por Cora era sub-jetiva y absurda, tan estructurada como arbitraria... Cora era un patético presente que necesitaba ayuda. Nina sintió pena, una pena profunda; pero sabía que la pena no ayudaría a Cora...

V LA BELLEZA

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Anorex era hermosa para Cora y horrible para Nina. La belleza puede ser caprichosa a veces, en los tiempos y en los modos. Nina sabía que para Cora la belleza era algo esbelto y aséptico; era limpia, blanca y totalmente espiritual; como la muerte, pensó. Anorex era la belleza de la muerte que invadía el cuerpo de Cora fagocitando hasta el último hálito de vida que aún tu-viese. Cora, en su pánico a la obesidad, aún veía en su espejo un deforme cuerpo gordo; y en su delirio intentaba negarse a sí misma como niña, como adolescente y como mujer. La realidad se extinguía. Cora pasaba inmóvil gran parte de su tiempo. Junto con Anorex planeaba todo aquello que ya no

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comería, flotando sobre un mundo invadido de seres física e intelectualmente imperfectos. La familia, desencajada, sólo contemplaba la au-todestrucción de Cora con impotencia y rabia contenida. El futuro ya no existía y el pasado se convertía en una enorme interrogación en la que cada uno sentía tener un papel cómplice de la tortura de Cora. La nada era la belleza más perfecta, el vacío como plenitud, la soledad era la reflexión más profunda y el vómito la alternativa a la digestión de su organismo aún vivo. Nina decidió enfrentarse a Cora y quebrar suinamovible mundo de insensible belleza. Quizá a Cora

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le sobraba la comprensión de la familia, le sobraba lafrialdad de la medicina incapaz de acceder a unagalaxia desconocida e incomprendida. Cora ya había sido juzgada por casi todos los que la rodeaban y ahora necesitaba la ayuda de sí misma. A Nina todo le parecía tan incoherente que decidió romper con la monótona y lenta muerte de Cora. Nina no se movía por amor a Cora. Actuaba por instinto, necesitabaconservar la vida de Cora, ayudarla a recuperar el equilibrio y la lógica del ciclo vital. Nina se sentía aferrada a la vida y veía a Cora abrazar la muerte con fingida aprobación y fuera de su tiempo. Nina le dijo a Cora que jamás había contemplado

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nada tan patético como ella, muerta en vida, huyendo de sí misma, de su cuerpo, asustada ante la idea de afrontar una vida como la de los demás. Era más fácil dejarse morir que luchar por recuperarse. Nina sabía que nadie podía garantizar felicidad... hay que luchar por ella. La actitud de Cora no era comprensible para Nina. Aunque Cora precisaba de una gran inteligencia para elaborar, justificar y ejecutar tan estructurada cobardía, escondía una baja autoestima y una crueldad vengativa hacia los demás que tambaleaban el apoyo de Nina. Cora había llegado a un punto sin retorno. Si quería seguir viva, debía resucitar con todas las consecuencias; algu-nas, duras, terribles e insospechadas. Conocerse y darse

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a conocer es complicado. Aprender que la vida no es un camino en línea recta sino un trayecto empinado y duro es tan difícil... Pero Cora debía aprender a crecer y disfrutar a pesar de todo y de todos. Cora debía aprender a ser libre, libre para vivir como ella quisiera y no como los demás o Anorex dictaminasen.

¡Vive, Cora!

Vivir para dejar de representar el papel de mártir de ti misma. Cora, sorprendentemente, reflexionó por primera vez en mucho tiempo. Cuestionó su comportamiento.

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Analizó sus actos, en la mayoría de los casos incon-gruentes. Diseccionó sus propios pensamientos. Alejó a Anorex para observarse atentamente y lo que vio no le gustó.

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Cora sola. Cora enferma. Cora deshecha. Cora ¿muerta?

Aunque Nina tuviera razón, Cora estaba poseída por el miedo, tanto miedo a morir como a seguir viviendo.

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Agárrate al tiempo,Cora,para no ser arrastrada...por el Tiempo.Se va, Cora.Tiempo perdidopara vivir...Tu vida dura tiempo.El tiempo es el tesorode tu vida.Perdido...no vuelve.

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Cora intentó pensar que nadie la quería, pero sabía que eso no era cierto. Intentó que Anorex la aconsejara, pero no la encontró. Buscó en sus recuerdos algo que la aferrase a la vida, y de la misma manera buscó todo aquello que odiaba de este mundo y la acercaba al fin. Pero decidió vivir. Realmente no sabía cuál era la última razón para seguir, el instinto o la curiosidad. Tantos sueños inútiles, tantas ideas confusas, tantas imposiciones vanas, tanto rigor, tanto castigo... Cora no quería morir. Aunque casi no tenía aliento, tenía que expulsar a Anorex de sí y recuperar el mando de su vida. Se sintió más poderosa luchando contra la vida que abrazando la muerte y decidió dar un paso

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más: acabar con el plan de Anorex, fin para el ma-cabro plan.

Anorex se fue alejando de Cora. La decisión era firme y más fuerte que ella. Anorex abandonó. Fue más fácil de lo que pensaba. Sin embargo, Cora sabía que Anorex podía volver ante cualquier signo de debilidad. Anorex siempre estaría cerca, intentando penetrar en los precipicios de la mente, donde la confusión abre puertas y derriba la frontera de la vida. Anorex siempre tendrá poder para encerrar a Cora en una celda de torturas silenciosas, pero sólo Cora tiene la llave para permanecer en ella.

LA VIDA

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Para Cora era difícil, mucho más difícil que para el resto ser una mujer. Recuperar otra vez un cuerpo de tamaño normal, encontrar el sentido y la medida de las cosas, crecer en todas sus acepciones... Pero lo con-seguiría. Ahora sabía que Anorex era la compañera de adolescentes como ella. A veces no abandonaba nunca a sus víctimas y a otras las eliminaba cuando ya no tenían nada que ofrecerle o cuando se rendían ante un ideal de belleza imposible, un ideal marcado e impuesto desde dentro pero que proviene de fuera, de un estímulo que a veces se hace real no sólo para Cora, sino para el mundo que lo admira y valora, a pesar de que ca-rezca de signos vitales. Lo perfecto no es real, nadie

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es perfecto. Y además ¿qué es lo perfecto? Simplemente una percepción interior y particular de todo lo que nos rodea. Cora se sentía ahora superior con razón, sabía que estaba ganando una difícil batalla, y notaba su fuerza. Ahora conocía mejor su cuerpo, debía abandonar su fanática alimentación, recuperar el valor de la comida, el movimiento y, sobre todo, la lógica que impone la existencia. Cora empezó a vivir, a buscar la belleza, a buscar la vida, a buscar la felicidad, a buscar todo aquello que permanece en nuestro corazón. La tristeza más profunda se evapora cuando bulle, la felicidad, aunque hecha de

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pequeñas moléculas, permanece siempre. La memoria de la vida está hecha de breves instantes de alegría; la muerte no tiene memoria. Quizá Cora aún se pregunta por que llegó a negarse la vida; quizá prefiere no contestarse, quizá todos tenga-mos una parte de la respuesta, de tantas respuestas... La búsqueda de una espectral belleza es una horrible razón para morir...

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Ninguno de los personajes que aparecen es este libro es real, pero lo que ocurre en él seguro que, tristemente, se parece a la realidad, y no es por mera coincidencia.

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