Conversaciones con Washington Cucurto · Diseño de tapa: Nacho Jankowski | Foto de tapa y...

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Conversaciones con Washington Cucurto Facundo R. Soto

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Conversaciones con Washington Cucurto

Facundo R. Soto

Soto, Facundo R.Conversaciones con Washington Cucurto. - 1a ed. - Buenos Aires : Blatt & Ríos, 2017.336 p. ; 18x13 cm. ISBN 978-987-3616-82-2 1. Entrevistas. 2. Escritores. I. Título. CDD 070.44

© 2017 Facundo R. Soto© 2017 Blatt & Ríos

1ª edición: noviembre de 2017

Diseño de maqueta de interior: Trineo Comunicación Diseño de tapa: Nacho Jankowski | www.jij.com.arFoto de tapa y contratapa: Jazmín Tejeiro

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isbn: 978-987-3616-82-2

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin permiso previo del editor y/o autor.

Zelarayán(Deldiego, 1998)

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Nos juntamos en el bar de Sarmiento y Bulnes, un bar chi-quito y simple que a Cucurto le gusta. Por supuesto, llego antes y repaso las preguntas que tengo anotadas. Releo, rápido, por enésima vez, Zelarayán, y cuando llega Cucurto me paro. Nos abrazamos. Después de charlar acerca de cómo estamos y cómo fue nuestro día, se acerca el mozo. Los dos pedimos café con leche y medialunas de manteca. Cuando saco la cámara de vi-deo y la enciendo, veo que Cucurto se incorpora. Se acomoda el pelo. Se estira la camiseta de fútbol que tiene. Detrás de él está la tele prendida, transmitiendo un partido de fútbol. Le pido a la camarera que baje un poco el volumen. Cucu se sonríe. Mira a cámara y mostrando todos los dientes, parejos y blancos, me dice: “Listo”. Comienza la charla sobre su primer libro.

Salió ganador del concurso del Diario de poesía, lo es-cribiste en el 95-96, pero se publica en el 98… De un tirón lo escribí, en el verano del 95, entre finales del 95 y comienzos del 96 yo escribo Zelarayán. Es el libro que más me gusta. Lo mejor que escribí… el punto más

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alto, más interesante, más atractivo… más riguroso; pero siempre escribí libros distintos entre sí. Zelarayán pasa cerca de mi ideal de cultura, de lo que quiero decir como escritor. No tanto del escritor que escribe lo que puede, sino lo que debe escribir, lo que se atreve. Hay una gran diferencia entre escribir lo que se quiere y lo que se puede. Y en Zelarayán logré escribir lo que quería.

¿Cuántos años tenías?Era muy joven… 24 ó 25 años. Estaba muy relacionado con la juventud, con la época que yo vivía. Parte de mi experiencia personal, de una época determinada y de la experiencia que yo tenía de mi vida. Lo que yo sentía en esos momentos. Trabajaba en un supermercado. Lo escri-bí un poco entre las góndolas, mientras trabajaba. Yo es-taba encargado de un sector, que era el sector de la verdu-lería, y dentro de este sector tenía que hacer una góndola enorme, como de unos 50 metros de largo por 2 de alto, y tenía que cargarla de vegetales: acelgas, espinacas, apios, repollos blancos, repollos colorados, lechuga. Yo armaba esa góndola, que es una góndola difícil dentro del rubro, porque son materiales delicados. A mí me daban un bloc de hojas de papel, donde tenía que hacer el stock de la mercadería, de lo que había y de lo que faltaba en la gón-dola y en la cámara de frío. Que estuvieran las cebollas, las bolsas de papas, de batatas. En la cámara va todo lo que necesita frío: los kiwis, las manzanas, las peras. Yo iba anotando lo que faltaba. Detrás de ese block escribía los

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poemas. Mientras trabajaba, escribía. Era un trabajo muy apasionante, muy físico.

¿Cómo decidiste participar del concurso de poesía? ¿Leías el Diario de poesía?Una vez, en el verano, vino a trabajar al supermercado un chico que iba a la universidad. Se llamaba Maxi. Yo tenía que enseñarle el trabajo y cuando íbamos a desayunar en nuestra media hora de descanso, sacaba libros y leía. Y yo le preguntaba qué leía y ahí me fui enterando de la exis-tencia de algo que se llamaba poesía y, en general, litera-tura. Maxi estuvo sólo un verano, durante las vacaciones trabajaba para ahorrar plata e irse de vacaciones.

¿No era Maxi Tomas? (Risas)No, no, me hubiese encantado que fuese Tomas… Yo ha-cía la mitad de la góndola con otro. Este chico sacaba los libros mientras desayunábamos. Yo le preguntaba qué leía.

¿Hasta ese momento usabas tu creatividad para armar las góndolas, pero después…?Sí, yo combinaba los colores, lo digo en El Señor Maíz, que es un libro bastante verídico, una especie de autobiografía literaria y novelada, donde contaba todo lo que me gustaba y me sucedía en esa época, desde los poetas que leía hasta las dominicanas que me cogía. El libro cuenta la historia de amor entre un repositor de supermercado y una domi-nicana, Idalina, que supo ser una novia mía en mi juventud.

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Bueno, Zelarayán también comienza en un supermer-cado y habla del supermercado…Y es un producto de ese mundo que yo estaba viviendo. Me di cuenta enseguida de que el tema que yo tenía no lo tenía nadie. Y una experiencia de vida que estaba buena y que yo sabía que nadie la iba a escribir porque… era algo raro. El trabajo era como una aventura. El supermercado. Los bailes. Constitución. Son experiencias de vida que no todos los escritores pueden tener.

Y aparte tu enamoramiento de Buenos Aires…Mi verdadero inspirador y la base de todo, la ciudad, Bue-nos Aires, la Reina del Plata. Una ciudad que invento y reinvento una y otra vez, incluso hasta la fundo porque inventar tiene algo de fundación, ¿no? Básicamente todos mis libros son un homenaje a Buenos Aires y a su gente, a la vida en Buenos Aires, y serían impensables sin Buenos Aires. Sí, son las narraciones exageradas de un enamora-do de Buenos Aires. Por eso están las calles, los bares, los personajes, las mujeres, los negocios, las librerías…

¿Después de haber ganado el concurso te empezaste a relacionar con gente de la literatura de Buenos Aires?No, yo no conocía a nadie. Yo había leído, claro, La piel del caballo, de Zelarayán; y ahí tomé conciencia de que el autor estaba hablando de algo que yo conocía: la voz, el tono, la manera coloquial. Entonces ahí me di cuenta de que había otra forma de leer, de escribir; por eso Zelara-

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yán, ¿no? De ahí vienen el título y la voz del libro porque me abre y es también es una respuesta, una continuación a lo que él hace. Las exclamaciones, las exhalaciones son bien zelarayanescas.

¿Hablabas de vos, a través del personaje central del li-bro, Zelarayán, pero no como una proyección literaria, sino como un juego consciente donde el protagonista tiene muchas personalidades o roles y a veces está en el lugar de un padre, en otros de héroe, a veces es un punk que rompe todo tirando los sachés de leche de la gón-dola, y en otras es Cucurto?Bueno, sí. Yo siempre hablo de mí, pero nunca pienso mucho, no tengo esa concepción del procedimiento como algo anterior a la escritura que uno va elaborando. No tengo esa capacidad, que está buena y se da en muchos escritores pero que en mi caso no se da. Hay procedimien-tos pero que no llegan a ser procedimientos, porque los procedimientos son procedimientos cuando son conscien-tes; si no, no lo son. Si inconscientemente llegás al mismo resultado pero no fue pensado eso antes, no es un pro-cedimiento. Porque uno procede, piensa de determinada manera para lograr un fin. Pero bueno, será otra cosa.

Zelarayán tiene catorce poemas que parten de situacio-nes comunes, cotidianas, de la calle, del supermercado, y que básicamente tienen que ver con la experiencia…Sí, en el primer poema hablo de un chico down que entra

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al supermercado, y yo lo vi. Agarraba las cosas, las iba ti-rando y se reía; se divertía. Los guardias de seguridad van para pararlo, para que no rompa nada, pero no pueden, la madre se mete. Yo me di cuenta de que quería escribir esa situación, que nos pasa en la realidad, y que nos pasa todo el tiempo; y logré escribir eso. Entonces ahí me doy cuenta, ¿no?

¿De qué te das cuenta?De que era una cuestión de escribir lo que veía, la expe-riencia… El ámbito era el supermercado.

¿Cómo vivís esa situación que estás viendo y pensan-do en convertir en algo poético? ¿Lo vivís, ya, en ese momento, como algo divertido o te resulta trágico y, al transformarlo en un poema, por ejemplo, lo hacés di-vertido?No, yo soy una persona divertida, de buen humor, con ca-rácter vitalista, muy vitalista. Es difícil que esté amargado o esté sufriendo. Yo siempre entendí que la vida es una comedia. Que no hay que tomársela muy en serio. Es me-jor reír que llorar. Porque si no te tomás la vida como una comedia se transforma en una tragedia. Y yo nunca fui de esa idea. Yo era un muchacho de clase baja, humilde, casi sin formación, y tenía otras ambiciones. Yo siempre fui más suelto, divertido, sin tanto peso. Entonces podía ju-gar, divertirme y tomar la vida como una comedia. Si no, me hubiese vuelto loco y no hubiese escrito nada. Yo ya

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estaba contento porque veía que podía escribir. Después, lo que pasara no me importaba. No tenía ningún peso, ninguna carga, ningún rigor. No tenía que rendir nada a nadie. Como los equipos africanos que van a jugar el Mundial. Entonces esos equipos llegan. Juegan libremen-te. No les importa perder porque ya ganaron, al participar del Mundial. Y yo siempre fui un poco así, contento por lo que había obtenido.

Y eso se nota en tu escritura…Sí, se nota. Es un poco mi espíritu. A mí me gusta bailar. Salir.

Enrique Medina, en oposición a lo que vos decís, me contaba que lo más luminoso, lo más fresco que él es-cribió, lo hizo en momentos de absoluta desesperación y oscuridad… Que quizás podría pensarse como parte de un procedimiento hacer esa transformación, ¿no?A mí nunca me han pasado cosas graves en la vida. Nunca he estado mal, mal; de querer matarme. Nunca me pasó, pude haber tenido momentos de tristezas, pero nunca caí en una depresión. Siempre he sido una persona traba-jadora, de disfrutar la vida. Yo no he tenido momentos oscuros, ni grandes problemas. Mis momentos oscuros fueron cuando me enamoré de una chica que no me co-rrespondía, pero eso les pasa a todos. Y cuando era joven me encantaba todo, fue más divertido todavía. Es mi per-sonalidad. Yo no hago juicios críticos, de valores. De todas

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las lecturas aprendés algo. Yo no sé si el libro está bueno o malo, a mí me gustan todos… Se aprende de leer cosas variadas y hay que saber encontrarle el disfrute a eso… A todas las cosas. Yo le saco las cosas buenas a los libros. Me gustan. Lo disfruto. Toda mi vida he leído, disfrutándolo; y todo me gustaba.

Todo es muy subjetivo y personal, ¿no?… ¿Qué leías en la época de Zelarayán? ¿Luis Rogelio Nogueras, Juan Calzadilla, Elder Silva?Sí, y básicamente lo que me gusta ahora. Nogueras es un escritor cubano, muy bueno, que tiene poesía coloquial bastante especial, juguetona, con algunas cosas raras, muy de época. Cercano a Roque Dalton, pero a la vez se aleja. Es una poesía latinoamericana social pero más juguetona. Está buena.

¿Cómo llegaste a él? Porque se te identifica como un vo-raz lector y descubridor de poetas y narradores latinoa-mericanos muy grosos que acá no los conoce nadie…A mí los poetas me gustan mucho, y los leo mucho. A Luis Rogelio Nogueras llego por El Corno emplumado, una revista mexicana que dirigían Sergio Mondragón y Margaret Randall, que es una poeta y ahora una artista plástica norteamericana. Creo que son pareja. Me gus-tan los que están relacionados con la Revolución cubana. Cosas muy de época. Nogueras estaba ahí. Calzadilla es un poeta venezolano, también muy importante, coloquial,

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urbano, muy reflexivo y tiene mucho de la calle. Tiene muchos libros y es un gran poeta. Está más institucio-nalizado, es un poeta más importante que Nogueras, que es más alternativo, por así decirlo. Y además ya se murió. Elder Silva es un poeta uruguayo, también coloquial, que también me gusta. Me gustan porque hay situaciones en sus poemas que son coloquiales, hay texto, hay humor. Todos ellos me influenciaron no sólo para Zelarayán, sino para toda mi vida, para todo lo que escribí. Trato de con-seguir los libros de los poetas que me gustan y de leerlos y releerlos. Releerlos. Me acompañan toda la vida. Siempre. Son como mi compañía. Me hacen bien a mí. Disfruto leyéndolos una y otra vez.

La oralidad y la relectura, dos grandes temas en Cucurto…Les saco mucho el jugo cuando los releo.

En relación al lenguaje de época, al argot, hay críticos que dicen que les hace mal a los autores trabajar de esa forma porque los anclan a una época y los hacen en-vejecer. Manuel Puig, en el 72, le decía a Medina que si dejaba de escribir con ese argot tanguero-lunfardo-porteño iba a conseguir traductores más rápido… Ade-más porque después es difícil leerlo, en otra época. ¿Qué pensás de eso?Cuando yo comencé a escribir los poetas me decían que a mí no me iba a leer nadie, de acá a unos años, porque iba a ser ilegible. Ya pasaron casi veinte años y se lee. Yo creo

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que las palabras cuentan los pasos, su decir; siempre. Las palabras siempre tienen algo que decir que va más allá de lo que dicen. Entonces… no sé. No creo que me pase eso. Igual nunca me puse a pensar eso muy profundamente. Lo que te quería contar, que es un recuerdo que me quedó de la vida, es que, cuando yo escribía Zelarayán, en ese verano caluroso, pasaba lo que escribía en los blocs a má-quina de escribir. Me divertía mucho. Y era feliz. Tengo ese recuerdo de felicidad, del viento. Es un libro que es raro, es una poesía extraña. Habría que remitirlo a “La Refalosa” de Ascasubi, alguna cosa de Carlos de las Púa, y pará de contar. Porque es muy extremo, lo mío. Es un gé-nero raro, inclasificable. No se podría decir que es poesía.

¿Tenés alguna definición de lo que es poesía? En algún lugar decís que es como la narrativa pero acotada en ex-tensión, donde hay una trama y un personaje… Sí, yo digo que mi poesía es situacionista porque parte de situaciones. Algún hecho o incidente son los disparado-res, como los de la narrativa, contando sucesos.

Bueno, ahora se vuelve a lo narrativo en la poesía, como en sus comienzos… La Odisea es una sucesión de anéc-dotas y es considerado el primer poema…Yo creo que se ha perdido un poco ese concepto. No tiene los condimentos, los parámetros de lo que puede enten-derse hoy en día como escritura moderna. La poesía de Zelarayán es una cosa más… más cercana al comic. Porque

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tiene más características propias del comic que de las alite-raciones, las metáforas propias de la poesía. A mí me gusta.

¿Después del premio qué pasó?Yo les mostraba los originales a unos muchachos, amigos, poetas. Me decían que estaba loco. No entendían cómo yo podía escribir algo así. Si hoy me lo dicen, imaginate en aquella época… Decían que ellos no se animarían a escribir algo así. Me dio un poco de miedo. Por ahí estaba loco, pensaba, y no me daba cuenta. Trabajaba en el super-mercado y había una chica que me gustaba, que pesaba, le dabas las cosas para que te las balancee. Gisela se llamaba. Ella entraba a las 9 de la mañana y yo la esperaba, porque yo estaba desde las 6 de la mañana. Pero ¿qué me decías?

Del premio…Ah sí. Diario de poesía es una revista que yo leí mucho, que me formó. Fue una guía de lectura. Una manera de ir tomando conciencia como lector. El libro salió con el Diario, en el número 41, que para mí fue como lo más… lo más alto de mi vida, porque me gustaba mucho esa revista y me encantó haber salido ahí.

¿Y el quilombo por el poema “De cómo son hechos los arco iris y por qué se van” apareció enseguida o fue después?Yo mandé al concurso los poemas mecanografiados, en el 96, en el 97 gano el premio. Y en el 98 lo edita Da-niel Durand en Ediciones Deldiego. Una edición re linda,

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que después te la voy a dar. Ese libro, como a los cuatro años, lo compra Darío Lopérfido, a través de la Secretaria de Cultura. Lo manda a las bibliotecas de todo el país. Después lo leen los bibliotecarios, hacen una circular y lo sacan. Decían que no podía estar porque era pornográfico. Y lo sacan. Y después el Secretario de Cultura hace otra circular para que lo saquen de todas las bibliotecas del país. O sea que es un libro que está ahí, medio censurado. Está en el depósito de la Secretaría de Cultura, donde estaba Rubén Stella, Lopérfido no tuvo que ver. Y bueno, hubo un rechazo muy grande al libro, porque “afecta di-rectamente la moral”.

¿También te envió una carta documento la colectividad coreana acusándote de xenofobia por la parte del poe-ma donde hablas de la nenita coreana que es violada por el salteño-boliviano? Decís que a la ponja le titilaba el culo y le salía un poquito de leche y era de ver y eyacular, descontextualizado, ¿no? Literatura punk era para mí, cuando lo leí por primera vez…Sí. Me demandaron por xenofobia. Era un tema delicado. Me parece que se puede leer de muchos modos. Las palabras, sin hacer juicios de valor, tienen muchos sentidos. El tema es cómo cada uno proyecta sus sentidos. Hace dieciséis años no había tanta circulación de Internet, había más prejuicios…

¿Cómo te afectó esto? ¿Te cambió la forma de escribir o te la potenció? Cuando salió “La narración de la historia”

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de Carlos Correas en la revista Centro, del Centro de Es-tudiantes de Filosofía, a cargo de Jorge Lafforgue como editor, la revista fue incautada, dejó de salir, les hicieron juicio a Correas y al editor. Y Correas no publicó por vein-te años… Esa fue la consecuencia. ¿Cómo fue en tu caso?A mí me dio miedo. El editor, Daniel Durand, me llamó preocupado, tenía más miedo que yo. “Nos van a hacer un juicio”, me decía, mientras yo salía en todos los diarios… Tenía miedo de que me metan en cana, salía en la televi-sión como racista; es feo eso. A mí me daba miedo.

¿Te inspiró para seguir escribiendo o te inhibió por un tiempo?Seguí escribiendo. Una vez fui con Durand, todavía no había pasado ese incidente, al Parque Sarmiento. No los vendíamos, sino que los regalábamos porque habíamos hecho una actividad con la Secretaría de Cultura. Se lo di a un nenito, que fue al papá y le dijo “mirá, pa, lo que me regaló ese chico”. “Qué bueno”, le contestó, pero cuando leyó el libro se recalentó y nos quería matar.

¿Y es verdad eso de que tu mamá te dejó de hablar por-que eras pornográfico?Sí, sí, pero fue por un tiempo… Pornográfico como si fuese algo negativo… Incluso salió en la primera plana del diario de Santa Fe. Tengo las circulares, los mails que me mandaban en esa época. Increíble. Cuando decidí incluir este libro en la antología 1999, lo publiqué con

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un prologuito de Daniel Durand que habla del libro y que define un poco lo que soy, esa es una lectura muy inteligente, creo que Daniel es el que mejor lo ha leído. Creo que eso es lo mejor que se ha dicho de mí, en el tono que corresponde y con la seriedad y humor que corresponde.

¿Cómo era el ambiente literario en ésa época? ¿Te hi-ciste amigo de Durand?En esa época mi vida era el supermercado. Tenía una no-via dominicana. Iba a bailar a Constitución y salía con los compañeros del supermercado. Ese era mi ambiente, mi vida. Después yo escribo, un poco inspirado en eso, La máquina de hacer paraguayitos. Caminando por Corrien-tes conozco una chica dominicana, Miriam Montero. Me dijo que vivía ahí, a una cuadra: “¿No querés venir?”, me dijo. Era un conventillo de cinco pisos lleno de paragua-yos, peruanos, dominicanas, en Corrientes y Talcahuano, al lado del Teatro Lola Membrives. Música a full. Un flash, en pleno Buenos Aires. Y ahí escucho que hablan con su tono caribeño pero porteño. Una negra me dijo “Que ofri que hace en este yotivenco”, y ahí fue la primera vez que lo escuché, dicho en dominicano me pareció raro. Los caribeños son muy habladores, muy expresivos, ahí aprendí un lenguaje nuevo, el de la inmigración; y de ahí salió La máquina de hacer paraguayitos.

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¿Zelarayán aparece firmado por Santiago Vega, no por Cucurto?Zelarayán aparece en el Diario de poesía firmado por San-tiago Vega, claro, en el 97, escrito en el 95-96. Cuando aparece el libro en Deldiego, Durand y Fabián Casas lo sacan como Washington Cucurto. Después aparece La máquina de hacer paraguayitos, son distintos entre sí, pero aparecen en el mismo tiempo, muy cercanos.

¿Y es cierta esa anécdota que cuenta que un día fuiste a la casa de Durand, estaban tomando drogas, te ofrecie-ron, vos te pusiste nervioso, y dijiste, “no, no, yo no cur, cu cu curto…” y ahí te pusieron Cucurto?Todavía trabajando en el supermercado me relacionaba con ellos, yo era el más chico y me veían como un ser extraño, ¿viste? Ellos eran gente fina, universitaria, que ya estaba en el palo. Yo era un negrito de supermercado, sin cultura casi. Me gastaban y les parecía simpático. Un día viene Gelman y vamos a comer a una parrilla. Era una mesa larga, estaba Desiderio, había varios, no sé si estaba Manuel Alemian, mirá. Al otro día yo me tenía que levantar a las 6 de la mañana para trabajar en el su-permercado. Al salir de la parrilla dijeron “vamos a otro bar de copas” y yo dije “no, no, yo no cu curto”. Entonces me miraron y todos empezaron a reírse y a señalarme “vos sos Cucurto”. Al otro día ya era Cucurto. Y Fabián me puso Washington.

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¿Por qué?Porque era el más morocho del grupo de blancos, porque es un nombre de negros como Nelson, Wilson.

Me parece bueno apropiarse de esto que en principio fue una cargada, como lo que hizo Perlongher cuan-do le decían “eh, puto” como insulto, lo dio vuelta y lo empezó a usar como una palabra en otro sentido, apropiándose, resignificándola, quitándole la carga negativa…Te digo la verdad, al principio no me gustaba. Pero tanto me empezaron a decir así, que devolví la otra mitad, pro-cesado. Algo así fue. No me gustaba pero tampoco me hice tanta mala sangre. Un día fui a la casa y ya habían armado el libro, sin decirme nada, como Washington Cu-curto; a mí me hubiese gustado que dijera mi nombre, pero bueno…

En casi todos los poemas hay situaciones de sexo explí-cito, algunas cosas punk por ejemplo cuando la abuela le arranca las orejas, Zelarayán como héroe de un co-mic, como padre en otros momentos. Estos ejes que hilvanan el libro ¿fueron pensados, diseñados o simple-mente surgieron?Surgieron… Fui haciendo lo que se me ocurría. Fue un libro que escribí rápidamente en el verano.