Construir Humanidad

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MISIÓN DE LOS MAESTROS: CONSTRUIR HUMANIDAD Por Francisco Cajiao Publicación de El Tiempo Bogotá D.C., Mayo 21 de 2012 Recordaba Gilford Geertz, en su libro de interpretación de las culturas, que los javaneses tienen una palabra para decir javanés que también significa humano. Es decir que ser javanés es ser humano. Pero otra palabra que se aplica a los "niños, los palurdos y los extranjeros" significa casi javanés o casi humano. El paso de un estado a otro solo se logra a través de la educación, consistente en el aprendizaje de todos los códigos de comunicación que permiten ser parte integral de la comunidad, entender su estructura, asumir los roles que a cada quien corresponden y contribuir al desarrollo común. Así, pues, un verdadero javanés-humano debe conocer las estructuras de parentesco, las normas que lo rigen, las costumbres, los modales, los rituales... En efecto, las personas nacemos incompletas y tenemos que hacernos humanas a lo largo de toda la vida. Para ello se requiere un enorme esfuerzo colectivo, que permita a las nuevas generaciones incorporarse a una estructura cultural cada vez más compleja. Las grandes ciudades, con su complicada red de relaciones institucionales, la dispersión espacial, las dificultades de movilidad y la diversidad de expresiones culturales, hacen cada vez más difícil que niños y jóvenes encuentren un lugar significativo que le dé sentido a su vida. Pareciera que no hay un lugar real para esa inmensa multitud, que se ve confinada en instituciones educativas cerradas, inventadas más para el control que para una verdadera incorporación social. Paradójicamente, nunca antes esta humanidad en proceso había tenido tantos medios para estar en contacto con el mundo a través de la amplia red de comunicaciones, que pueden conectar en tiempo real los lugares más apartados con los acontecimientos de todo el planeta. El universo virtual tiene la capacidad de llegar a través de un teléfono celular hasta la esquina en que conversan los adolescentes después de las horas de colegio, o interrumpir la atención que logra captar un profesor en el aula de clase para recibir el mensaje de un amigo. Sin embargo, no es claro que estas posibilidades impensables en el pasado estén contribuyendo a la formación de mejores personas o a la consolidación de una organización social más solidaria, más democrática y más equitativa. No basta tener información si ella no puede ser descifrada en un sentido colectivo más amplio y más compartido. Es aquí donde cabe preguntarse cuál es el papel que debe cumplir la escuela en el mundo de hoy, cuál es la mejor manera de acercar a niños y jóvenes a participar activamente en la construcción de horizontes de vida en los

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MISIÓN DE LOS MAESTROS: CONSTRUIR HUMANIDAD

Por Francisco CajiaoPublicación de El Tiempo

Bogotá D.C., Mayo 21 de 2012

Recordaba Gilford Geertz, en su libro de interpretación de las culturas, que los javaneses tienen una palabra para decir javanés que también significa humano. Es decir que ser javanés es ser humano. Pero otra palabra que se aplica a los "niños, los palurdos y los extranjeros" significa casi javanés o casi humano. El paso de un estado a otro solo se logra a través de la educación, consistente en el aprendizaje de todos los códigos de comunicación que permiten ser parte integral de la comunidad, entender su estructura, asumir los roles que a cada quien corresponden y contribuir al desarrollo común. Así, pues, un verdadero javanés-humano debe conocer las estructuras de parentesco, las normas que lo rigen, las costumbres, los modales, los rituales...

En efecto, las personas nacemos incompletas y tenemos que hacernos humanas a lo largo de toda la vida. Para ello se requiere un enorme esfuerzo colectivo, que permita a las nuevas generaciones incorporarse a una estructura cultural cada vez más compleja. Las grandes ciudades, con su complicada red de relaciones institucionales, la dispersión espacial, las dificultades de movilidad y la diversidad de expresiones culturales, hacen cada vez más difícil que niños y jóvenes encuentren un lugar significativo que le dé sentido a su vida. Pareciera que no hay un lugar real para esa inmensa multitud, que se ve confinada en instituciones educativas cerradas, inventadas más para el control que para una verdadera incorporación social.

Paradójicamente, nunca antes esta humanidad en proceso había tenido tantos medios para estar en contacto con el mundo a través de la amplia red de comunicaciones, que pueden conectar en tiempo real los lugares más apartados con los acontecimientos de todo el planeta. El universo virtual tiene la capacidad de llegar a través de un teléfono celular hasta la esquina en que conversan los adolescentes después de las horas de colegio, o interrumpir la atención que logra captar un profesor en el aula de clase para recibir el mensaje de un amigo.

Sin embargo, no es claro que estas posibilidades impensables en el pasado estén contribuyendo a la formación de mejores personas o a la consolidación de una organización social más solidaria, más democrática y más equitativa. No basta tener información si ella no puede ser descifrada en un sentido colectivo más amplio y más compartido. Es aquí donde cabe preguntarse cuál es el papel que debe cumplir la escuela en el mundo de hoy, cuál es la mejor manera de acercar a niños y jóvenes a participar activamente en la construcción de horizontes de vida en los que primen valores éticos que superen la competencia implacable por obtener dinero y poder, sin importar los medios que se usen.

Este mes se celebra el día del maestro y quizá esta sea una reflexión pertinente para cargar de sentido la profesión más importante para una sociedad, en tanto que de ella depende, en buena medida, el nivel de desarrollo humano que se pueda conseguir. Los maestros no estamos para enseñar química, matemática, literatura o sociales, sino para dar sentido humano a estos conocimientos, así como al disfrute del arte, la filosofía y la historia. El resultado de nuestra labor no se mide por la facilidad que los bachilleres o universitarios tengan para resolver ecuaciones, escribir textos o hablar idiomas, sino por la capacidad de estos saberes en transformar a quienes los poseen y a la sociedad de la que hacen parte.

Vendría bien a profesores y funcionarios que dirigen la educación dedicar unas horas a leer el libro Sin fines de lucro, de Martha Nussbaum, en el que plantea por qué la democracia necesita de las humanidades.

Nota. Agradezco a la dirección del periódico permitirme regresar a este espacio después de un receso de tres meses.